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ÁRBOLES

CRÓNICAS DE U NA AUSE NC I A
1.ª edición, Universidad de Los Andes; Consejo de Desarrollo Científico Hu-
manístico y Tecnológico; Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas
Latinoamericanas y Caribeñas José Manuel Briceño Monzillo, Mérida,
Venezuela; 2005.

1.ª edición Fundación Editorial El perro y la rana, 2018 (digital)


Enrique Bernardo Núñez
Trino Borges (compilador)
Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio,
Caracas - Venezuela 1010.
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Hernán Rivera
Yeibert Vivas
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Joyce Ortiz Montoya
Ilustraciones
Rodrigo Acosta Oviedo
Edición
Juan Carlos Torres
Corrección
Daniela Moreno
Ninoska Adames
Diagramación
Juan Carlos Espinoza
Joyce Ortiz Montoya

Hecho el Depósito de Ley


Depósito legal: DC2018000746
ISBN: 978-980-14-4174-8
Colección Trazos y Testimonios

Cuando la experiencia personal es historia digna Serie Espejos: Biografías y autobiografías


de registrar y resguardar en la memoria colectiva, de personas que no dudan en volverse personajes de
el relato se funde en reportaje narrativo. La crónica, un relato para convertir la experiencia individual en
género híbrido entre la historia, el periodismo y la memoria social y colectiva. Lo que le pasa a uno o una
literatura, es lenguaje que reconstruye a partir del nos pasa a todos y todas.
relato hechos, situaciones y experiencias. Hombres y Serie Oficio de vivir: Rinde homenaje al poeta
mujeres protagonistas de historias a veces extraor- Cesare Pavese y abre una ventana al lenguaje de lo
dinarias, raras, únicas y otras veces fundamentales, íntimo. Diarios, cartas, bitácoras y memorias de viajes
claves y urgentes, se convocan a esta colección para integran esta serie pensada en esa palabra que más
ayudarnos a mirar y comprender las historias desde un allá del soporte es de puño y letra.
lugar más sensible, íntimo y cercano. Estar en el lugar Serie Vivir para contarla: Su nombre
indicado, en el momento exacto, convierte a quienes remite a Gabriel García Márquez, autor que ha logrado
escriben ya no en simples testigos de lo acontecido. integrar múltiples lenguajes para narrar la realidad.
Estos y estas cronistas muestran en palabras todo Reportajes, crónicas y testimonios se ofrecen en este
cuanto vieron y sintieron transformando lo efímero o espacio para registro y memoria de lo sucedido, desde
fugaz en textos inolvidables. una mirada protagonista.
ÁRBOLES
CRÓNICAS DE U NA AUSE NC I A

ENRIQUE BERNARDO NÚÑEZ


COMPILACIÓN DE TR I N O B O R G E S
ILUSTR ACIONES DE RO D R I G O AC O S TA O V I E D O
NOTA EDITORIAL

El presente trabajo es un honesto aporte del se- Núcleo de Investigación Lingüística y Literaria de la
ñor Trino Borges, personaje que por su sensibilidad, Universidad Pedagógica Experimental Libertador
vocación, perseverancia en el conocimiento, la inves- de Barquisimeto y el Centro Cultural El Costurero
tigación, la creación y la docencia, se ganó el recono- de los Sueños ubicado en la comunidad de Santa
cimiento de la comunidad larense y merideña. Por Elena, estado Mérida. En este libro encontraremos
más de treinta años se ha dedicado a la formación un pequeño aporte a la ardua labor que durante años
de docentes, al estudio y a la investigación en las realizó el señor Trino Borges para reunir la obra dis-
áreas de política, geografía y literatura. El Consejo persa de Enrique Bernardo Núñez. Esperamos que
Legislativo del estado Mérida, el 18 de mayo de estas sencillas palabras logren despertar el germen
2007, le otorgó la Orden Doctor Tulio Febres de la conciencia ecosocialista, que en voz de un cam-
Cordero en su Primera Clase en virtud de haber des- pesino dice: “¿Qué hace un país con todo el dinero
tacado en su labor cultural, artística e intelectual. del mundo si no tiene qué comer?”.
Es muy apreciado por haber cedido dos bibliote-
cas, con más de tres mil títulos, para la creación del

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EN R IQU E BER NAR DO N Ú Ñ EZ:
S U AC T I T U D C ON L O S Á R B OL E S

I
Podría comenzarse con una referencia pre- compleja contabilidad para dilucidarse en operacio-
via, aquella interrogante que formulara Francisco nes aritméticas, sino nada menos que la apelación a
Tamayo en octubre de 1979: “¿Cuántos pájaros que- una deseable capacidad ética de esa ciencia galopante,
dan, cuántas hojas?”. Era, en ese momento de la fecha, y a lo que pudiera asumir, como reacción y como con-
la genuina voz alertadora del científico, como asimis- ducta, la práctica social del venezolano de esos días y
mo la nítida angustia del humanista. Y lo cierto de en los venideros tiempos.
la expresión no estaba porque hiciera mención a una Naturalmente una perspectiva como esta nunca
cuantificación, sino por su despliegue, que se dirigía le habría sido extraña a Enrique Bernardo Núñez,
hacia la existencia de los pájaros y de las hojas como porque ciertamente la habría vivido en otra fase del
los necesarios y únicos indicadores confiables de la acontecer y dentro de otros intereses intelectuales
vida en el espacio de la territorialidad venezolana particulares. Similar percepción a la tamayista, con
y hasta del planeta si se quiere. Lo que se planteaba todas las diferencias contextuales que arrastraba, ha-
estaba implícitamente indicando, al mismo tiem- bía estado presente en casi toda su existencia. Porque
po, una demarcación inevitable: para destacar que una preocupación como esa cobró mucho impulso
después de tanta historia nuestra transcurrida, que precisamente en la corporeidad de una parte de su
suponía el fortalecimiento de una clara conciencia escritura. Y pasó a ser una vertiente muy evidente
social, y después de tanto saber manejado en las últi- en obras como La ciudad de los techos rojos y en Arístides
mas décadas, muchas veces en forma ostentosa, ¿qué Rojas, anticuario del nuevo mundo, como asimismo tema
cuenta podía rendirse ahora en la víspera de otro siglo central en sus tantísimas crónicas impresas en la
y de otro milenio? Y no era esto cosa de una simple o prensa después de los años veinte.

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Desde luego, Núñez sabía, obviamente, que los tanto los extraordinarios como los correspondientes
árboles constituían parte fundamental de la natu- a la cotidianidad. Y desde ese marco histórico se iban
raleza venezolana y americana. Eso lo había com- integrando a la mirada entretejida por la cultura. De
probado en el propio desenvolvimiento del tiempo. lo que se trataba era de los árboles como signos, como
Quienes se ocuparon de esa cuestión le habían una suerte de palpables documentos, en los cuales
dado mucha relevancia al fenómeno: Alejandro de quedaban marcados los pasos sociales de los hom-
Humboldt, por ejemplo, aquel andariego incansa- bres. En el fondo conformaban una especie de libro,
ble, en sus viajes de 1799-1804 por estas tierras equi- donde podría leerse el comportamiento de los seres
nocciales; lo habían resaltado igualmente aquellos humanos y el desplazamiento apremiante de una cul-
primeros estudios botánicos que llevaron a cabo José tura. Ese sería el sentido y la razón que tuviera Núñez
María Vargas y Fermín Toro, como también los efec- en 1948 cuando dijera: “La historia de Caracas, de
tuados por Juan Manuel Cajigal y Adolfo Ernst en el Venezuela, en los últimos cincuenta años, puede es-
decimonono. Y en el siglo xx, a partir de 1917, está cribirse a la sombra de sus árboles cortados”. Pues se
toda la labor científica de Henri Pittier. Y sin em- trataría de la historia de una ausencia, de una caren-
bargo, lo que estaba en el tapete no solo era la dimen- cia, de una minusvalía.
sión natural, de por sí grandiosa, por lo que guardara
cuantitativa y cualitativamente. No era el paisaje por
sí mismo. Era el mundo social de los hombres, las II
relaciones que se establecieron en donde las plantas Sabido es cómo las plantas penetraron en los
entraban, sin poder eludirse o detenerlas, y pasaban quehaceres de Núñez, en su vida, en su escritura, en
a incorporarse en la historia de los acontecimientos, su imaginario cultural; en realidad son una materia

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decisiva en el equipaje de su tránsito existencial. El en buena ética periodística –escarnecida por muchos
cardón, por ejemplo, se juntó tempranamente con sus de los que con más seriedad y frecuencia la invocan–,
letras. Se le encuentra en los relatos de 1927: “Martín puede emplearse el seudónimo de otra persona usado
Tinajero” y “La perla”, y de manera particular en su y reconocido como suyo en el público y los medios pe-
novela Cubagua de 1931, uno de cuyos capítulos lleva riodísticos. En este caso difícilmente podría alegarse
ese nombre: “Un cardón sobresale de entre los muros, ignorancia. Ha sido bien empleado clara e intencio-
restos de alguna mansión, se alarga, recorta su forma nalmente. Revela sin duda alguna falta de escrúpulos,
como un ciprés”. Pero una manifestación resaltante de en todo caso falta de imaginación. Un simple abuso a
ello, es la propia identificación que tuvo su persona, ojos vistas. Declaro, pues, “Cardón” no es ese “Cardón”
en su trajín periodístico, con este vegetal, al adoptarlo que nada tiene de yaragüey. O, en otros términos, que
como firma de una columna de prensa en los años de ese “Cardón” es un falso “Cardón”.
1936, 1937 y 1939. Y muy estrecha debe haber sido
esa relación cuando desde El Universal (27 de octubre La otra imagen tan decisoria para su vivir, por
de 1942) polemizó con alguien que lo había tomado lo menos a partir de los cuarenta, es el samán, tanto
indebidamente: que cuesta nombrar al autor de La galera de Tiberio sin
que surja de inmediato cierta sinonimia con dicha
En un vocero que circula a la hora meridiana apare- planta –de reciedumbre, de acogedora sombra, de
ce una sección suscrita con el seudónimo “Cardón”. historia acumulada, de reflexión suscitada–. Y que
Como es bien sabido “Cardón” fue mi seudónimo tanto lo acompañara en sus luchas diarias, las cuales
largo tiempo en la sección “Relieves” de El Heraldo eran parte de su pensar, de su sentir y de su concep-
de esta ciudad. No sé hasta qué punto en buena ley o ción del mundo. Su presencia visible se le observaría

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principalmente en aquellos artículos de prensa que Y más todavía, con la fuerza de un saber acumu-
dedicara al samán de Catuche o de la Trinidad, llama- lado, lo iba a ser en 1963, al tomar el vocablo, como
do también el Árbol del Buen Pastor, planta esta muy una invocación o como un emblema para la denomi-
vinculada a la infancia de Andrés Bello. Igualmente nación de uno de sus numerosos libros: Bajo el samán.
se le vería en aquella discusión de los años cincuenta, De cuya confección diría que eran: “Notas para un
cuando interviene en la elección del árbol nacional: trabajo abandonado y emprendido de nuevo en el
afán de cada día”. Y que en su “nota liminar” insisti-
En nuestros días el araguaney es elegido el árbol nacio- ría en una idea central que le daba cuerpo a ese volu-
nal. No hay araguaney que como el samán pueda invo- men: “Por increíble que parezca –y estas afirmaciones
car tantos legítimos títulos. Compárese un bosque de harán sonreír desdeñosamente–, un país necesita
samanes con unos de araguaneyes y se verá la diferen- tanto de una fuerza espiritual como de prosperidad
cia. Del de Güere, dice Codazzi, que a su sombra podía material para su empeño de vivir o combatir”. Esa se-
reposar fácilmente un batallón en columna. En torno lección que saliera de las manos del mismo Núñez,
suyo celebraban sus ritos los indios libres. Ha presen- era en realidad un ideario en otro sentido. Verdadera
ciado el comienzo y el fin de un ciclo histórico. Tiene suma de su pensamiento y de sus sentimientos.
ahora la existencia ideal, mucho más allá del tiempo y En ese transcurrir social la figura del samán tuvo
de la extensión que cubrían sus hojas. Todavía, en su que adquirir un carácter metafórico, como lo venía
intento por reverdecer, quiere demostrar el valor de su siendo en el medio venezolano, una manera de reco-
estirpe. El samán es nuestro árbol sagrado. nocer con esa planta a la recia personalidad de Enrique
Bernardo Núñez. Lo vio así Aquiles Nazoa en la
ocasión de aquel soneto de 1948, momento en que

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el escritor y periodista se incorporaba a la Academia se asoma una estampa en esa dirección al comentar
Nacional de la Historia. Y de igual forma sigue vién- un libro de relatos, Bucares en flor:
dolo después, a través de los tiempos posteriores a su
muerte en 1964, nuestra recepción cultural. Es como Ciertamente que el bucare es un árbol imperial; es-
lo concibe la revista Imagen (1995) en el homenaje que pléndido manto escarlata de nuestros bosques, de
le rindiera con motivo del centenario de su nacimien- nuestros campos; tal vez el predilecto de las antiguas
to, y la razón en la que se afincó para titular el dossier tribus para celebrar sus fiestas. A su sombra, capaz
que la acompañaba “Escritura de samán”. de simbolizar el esplendor de estas tierras, recoge
Fernández García algunos de sus cuentos bajo una
sombra amable, puramente nuestra.
III
¿Y de los otros árboles? Con todos los que se Igualmente en su conocida novela de 1931, don-
nombran en su prosa, en su escritura periodística y de las plantas participan en la estructuración de los
en sus libros, se formaría, sin mayores dificultades, componentes paisajísticos de la narración. Allí están:
todo un frondoso bosque de un verdor acogedor. Y “A la entrada de La Asunción unos matapalos vierten
dentro de lo cual, en ese nombramiento, habría que sus copas maravillosas junto al convento franciscano
señalar que hay una fase primera en Núñez, en donde convertido en casa de gobierno”. Y más adelante, en
los vegetales son captados de una manera, dentro de otra situación del relato: “Paraguachí aparece risueño
cierto sentido lírico, como expresión de abundancia, bajo sus cedros y ceibas frondosas”.
de proliferación. Y lo fue en aquellos lejanos tiempos No obstante dentro de una segunda etapa, muy
de los veinte. En El Nuevo Diario (2 de julio de 1922) diferenciada, los vegetales que se describen adquieren

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un resaltante tinte de carencia, de ausencia, son otra Se trata ahora de las estacas que sostenían las casas de
imagen distinta, en donde se abandona todo con- Lagunillas. “¿Por qué no ardieron las estacas?”, se pre-
torno idílico. Esta otra perspectiva ya se muestra gunta. “Porque la mapora no arde”. Oviedo y Baños,
brevemente en La fiesta del árbol (1 de junio de 1937): según nos declara en su historia, estuvo en Maporo por
“Esa inclinación al desierto, esa hostilidad al árbol los años de 1686. Maporo tenía entonces treinta casas
permanece viva en el fondo del alma venezolana. (...). Oviedo habla también de los estragos causados por
Recientemente los chaguaramos del Guaire fueron Alfinger y su gente cuando salieron al descubrimiento
cortados. Los árboles de las calles fueron cortados”. de la laguna de Maracaibo en aquellas comarcas (…).
Y más adelante en la crónica “Árboles” (13 de marzo Talaron toda la tierra los hombres de entonces. Como
de 1939), esa mirada se amplía: “Los árboles de la ciu- los de hoy. El testimonio moderno lo podemos encon-
dad desaparecen o están en camino de desaparecer. trar –para no ir muy lejos– en la misma novela de Díaz
Algunos troncos en la vía pública muestran los es- Sánchez, Mene.
tragos del hacha municipal. En el patio del Capitolio
cortaron también las típicas araucarias que daban an-
tiguo verdor”. IV
Y a finales de 1939, en uno de los reportajes que Después de 1939 va a cobrar fuerza dicha percep-
escribió en El Universal (23 de noviembre de 1939) so- ción en Núñez, en donde los árboles no son vistos en
bre el incendio de Lagunillas, se da el señalamiento su individualidad natural, sino que aparecen inte-
de la mapora unido a una significación de supervi- grados, impregnados de lo que viene acaeciendo en
vencia, más bien de resistencia: la realidad venezolana, principalmente en los espa-
cios urbanos, y de manera específica en los capitalinos

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caraqueños. Era esto la consecuencia de su notoria comenzado a despojarse de ese color rojo del que ha-
visión de la historia, y de su concepción de lo que real- bla el poeta. La masa de construcciones surge ahora
mente era un pueblo: una colectividad determinada en medio de verdes jirones del valle de San Francisco”.
apegada a sus suelos y a su devenir. Por eso, su criterio Y lo es porque:
de que no solo los documentos escritos, también las
cosas (calles, esquinas, plazas, casas, árboles secula- … los edificios se levantan con la misma facilidad
res, etcétera.) formaban parte esencial de la memoria con que son demolidos. Plazas, calles, barriadas en-
colectiva porque allí estarían fijados los signos de un teras desaparecen o cambian de aspecto de una día a
transcurrir, y por lo cual su conservación sería una otro. Los mismos muertos son desalojados con ma-
fase obligada de toda historia vivida, pero nunca su yor presteza que antes. El espacio de los cementerios
anulación o su olvido. Fueron claras sus palabras al se destina a nuevas urbanizaciones. Caracas es una
respecto: ciudad urgida de modernidad, en incesante proceso
de transformación.
Un pueblo sin anales, sin memoria del pasado, sufre ya
una especie de muerte. O viene a ser como aquella tri- Y así lo que acontece con las esquinas, con las pla-
bu que solo andaba por el agua para no dejar huellas. zas, es decir, con todo aquello que viene de otra época,
A pesar del número de sus cultivadores, puede decirse lo que trae rastros de una historia transcurrida, eso
que ignoramos la propia historia. mismo le estaría sucediendo similarmente a las plan-
tas. Por lo que afirma con tanta justeza: “Hay cosas
Dice en La ciudad de los techos rojos (1947): “Desde que son árboles en sí mismos y mueren por causa de
las alturas del Ávila se observa que la ciudad ha

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la misma penuria espiritual. La casa de Miranda, por descuellan todavía frente al populoso barrio de El Retiro.
ejemplo, lo que de ella quedaba, era un viejo árbol”. Algunas bóvedas se han derrumbado.
Esa acentuación de dicho percibir en el autor de
Don Pablos en América está unida estrechamente a sus Pero esta misma situación ya la había registrado
abundantes indagaciones históricas que realizaba en otra crónica anterior (3 de noviembre de 1942):
en esos momentos de los cuarenta y cincuenta, para
seguirle el paso a tanta huella de una manifestación Desde la colina de Los Hijos de Dios se distingue el
humana. Y ante el eminente peligro por desapa- hotel, construido recientemente, con el nombre de
recer, quizá Núñez quería apuntalar con lo que iba Ávila en lo que fue Gamboa. Los jardines de Gamboa
hallando en esos papeles viejos de los archivos, que desaparecieron hace tiempo. El hotel o fonda de ex-
hablaban de una historia que ya no era, de la ya tam- tranjeros es símbolo de todo esto, en medio de otros
baleante existencia de las cosas condenadas al desdén tantos símbolos. Con jardines y nieblas, sobre todo
y al olvido. Fue el caso de El cementerio de los hijos de Dios con jardines desaparecidos, muy bien se podrían es-
(El Nacional: 30 de abril de 1948): cribir varios poemas o un solo poema: el dolor nuestro
por las cosas que pasan a poder del extranjero sin que
Todavía puede verse la lápida de Isabel Gáspari, ante tengamos capacidad para defenderlas.
la cual se detuvo el escritor (Juan Vicente González)
aquella mañana. La herrumbrosa puerta fundida por Hablando de Arístides Rojas, en 1944, en ocasión
Santiago Carías hace oír sus goznes. La capilla del fon- del cincuentenario de su muerte, Núñez apuntará:
do está en ruinas. Los cipreses cenicientos y mutilados

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También ha cambiado mucho desde Rojas, cuan- de los tiempos de Núñez, abarca como proceso a
do precisamente la ciudad avanzaba hacia el Este en ciudades y pueblos enteros ubicados en distintas
nueva etapa de desarrollo. Las mismas ruinas de Bello regiones del país, es decir, en todas aquellas colec-
Monte con su bosque de palmeras, expresión típica del tividades que entraron en la órbita del urbanismo
paisaje caraqueño en el siglo pasado, han desaparecido abrumador y que comenzaron a creer fielmente en
junto con aquellos otros campos de arboledas secula- esa “errónea concepción –diría Francisco Tamayo– de
res bajo las cuales se tocaron los primeros conciertos, que el progreso y el desarrollo se fundamentan en el ce-
el primer clavecino y las primeras arpas y se bebió la mento y la cabilla”. Y tanto lo ha sido que los actuales
primera taza de café. cronistas oficiales de diferentes localidades, cada uno de
ellos, podrían escribir sin mayores contratiempos, una
historia particular del maltrato a los vegetales en la co-
V marca en donde residen.
Cierto es que Enrique Bernardo Núñez habla Y no importa el lugar de la geografía, porque
casi con exclusividad de Caracas, un mapa de sus siempre hubo allí un historial relativo al arborici-
afectos y de su pensamiento, pero tácitamente se es- dio practicado. Los samanes de Upata, la villa del
taría refiriendo, sin proponérselo en forma expresa, Yocoima (río hoy también seco); el tamarindo de San
a un fenómeno que se había vuelto común y corrien- Isidro en Ciudad Bolívar; las ceibas en El Tocuyo y
te en el territorio nacional, aun cuando los conglo- Cabudare; los jabillos de El Eneal y Duaca; los sa-
merados sociales se mostraran indiferentes a esa manes de la avenida Centenario en Ejido; los pinos
situación. La devastación de los vegetales no es solo de la avenida Urdaneta en Mérida. En los últimos
cuestión de la capital de la república y únicamente sesenta años del país ningún espacio se ha librado

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de esa onda de construcciones y, por lo tanto, no ha urbanas, y no urbanas también, que se ha venido gene-
podido quedar exceptuado de ver morir a sus plan- rando en el transcurrir de las últimas seis décadas.
tas. Y puede ser Caripito, Cumaná o Cumanacoa; Y si se hiciera un balance hoy de los vegetales aún
Barcelona, Puerto La Cruz o Cantaura; Calabozo, existentes, de los que pueden apreciarse todavía, las ciu-
San Juan de los Morros o Valle de la Pascua; dades y pueblos tendrían que hablar más bien de una
Acarigua, Araure o Guanare; Barinas, Barinitas o carencia, de un evidente alejamiento, de un desalojo y,
Pedraza; Maracaibo, Cabimas o Bachaquero; Coro, por qué no, de una lastimadura, como diría el poeta
Punto Fijo o Pueblo Nuevo; Los Teques, San Antonio Luis Alberto Crespo.
de los Altos o Chacao; San Felipe, Guama o Nirgua; Es el cuadro que asomaba Alfredo Armas Alfonzo
Trujillo, Boconó o Sabana de Mendoza, etcétera. En en una crónica del 15 de febrero de 1977 (Apuntuario de
todos los sitios en donde se trazó una calle, una ave- Guaramaco), sobre un sitio de la cuenca del Uñare:
nida, una autopista, una circunvalación; en donde
se erigió un balneario, un centro de recreación o un La colina de los vientos, ahora de los desatinos, fue sitio
complejo urbanístico siempre se produjo la muerte de de robles, y el habitante de la cabeza de plumas le nom-
muchos árboles como si esa fuera la primera caracteri- braba pariquital al robledal donde mayo –o abril– con-
zación de dicho progreso y desarrollo, del que tanto se vocaba abejas y avispas del barro para la cosecha de miel
enorgullece la población. (...) Guarives, palenques, topocuares, píritus, tomuzas, las
El costo de ese cemento y esa cabilla, visto con otro antiguas voces de la colina de los vientos, del sitio de las
parámetro, ha sido considerable por los resultados de- flores amarillas donde encierra el rumor del abejerío, sue-
rivados: la ostensible disminución de las zonas verdes nan tan distantes y tan definitivamente extrañas en un
tiempo de civilización antinacional.

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Sería la misma visión, tan desoladora como frecuen- Fue lo que llegó a prever, lo que ya anunciaba
te, en un poema de 1959 de Carlos César Rodríguez que Enrique Bernardo Núñez en sus textos de los años
titulara “Árbol talado”: treinta, cuarenta y cincuenta. Lo que actualmente
está a la vista, lo que no podría ocultarse ni de los
Sobre su propia sombra, ya sin vida, ojos ni del corazón.
quedó tendido el árbol: TRINO BORGES
el tronco contra el suelo
y la copa en pedazos.
Solo un muñón quedó con sus raíces
como una araña ciega batallando
a orillas de la muerte.
Y allá, a lo lejos, un dolor de pájaros.

21
L A S N E R VA D U R A S
DE UNA PERSISTENCIA
Testimonio de amor a la naturaleza
y a la ciudad,
de fe y esperanza en el porvenir.

ENRIQUE BERNARDO NÚÑEZ


EL C A R D Ó N1

1Vigas para sujetar techumbres


y remos para ir por el mar.

Si yo fuese a elegir una flor para grabarla en un emblema. No los cardones finos, plantados en las
escudo, escogería la flor del cardón, flor escasa, sin villas, cardones domésticos que han perdido toda
aroma, de vida breve y envoltura resistente. Así como esperanza. Diríanse prontos a cubrirse de hojas. Son
el pino o el naranjo es en otras regiones elemento in- los cardones que van por la orilla del mar nuestro,
dispensable, motivo que resume todas las calidades tierra adentro. Allí es donde el cardón se muestra en
del paisaje, el cardón lo es de nuestras bravas tierras toda su magnífica fiereza. Por donde quiera que vaya
del sol. Tierras anchas, amarillas, confundidas con nuestra vista. Asoma y nos guía. Vigila las costas,
el horizonte. De esas tierras soleadas es el más fiel el mar, los ignotos horizontes. Vive así en éxtasis,
en el azul perenne, azul de cielo y de mar. Así como
de otras plantas se dijo que habían nacido para de-
leite de los dioses, el cardón parece destinado a ser
1 Este artículo aparece por primera vez como un capítulo del li-
el don de aquellas soledades. Y tanto como de es-
bro Una ojeada al mapa de Venezuela, publicado por Cuadernos de
tas parece viva imagen de sus moradores, de aque-
la Asociación de Escritores Venezolanos, Editorial Élite, Caracas,
llos cuyo ideal nadie conoce porque no han podido
en 1939.

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expresarlo. Rostros con el mismo color y la sequedad tener entre sus propiedades alguna virtud secreta–,
de la tierra. Seres que parecen ignorar los deseos y era loado, motivo de canciones en las fiestas lunares,
las penas, y sus propias miserias. Nadie lo sabe. Son junto al mar, en las tardes de precoces luceros.
amables, corteses, generosos. Hombres que sonríen Tal vez el cardón pueda inspirar un estilo y flo-
a la muerte. Mujeres que son la entraña, la sustancia recer en los frisos y columnas, como el acanto y el
de la tierra. Nada ignoran en su primitiva sencillez. loto y la azucena. Tiene el cardón la altivez de los
Y ocultan estas rudas gentes, de vidas trágicas, una cedros, de los cedros sublimes ensalzados por los
gran ternura. Una ternura que corre por los secretos profetas, y la gracia del ciprés grata a los dioses. Pero
cauces del alma. Una ruda ternura. Rostros silencio- la obra maestra del cardón es la flor. Sin sombra ni
sos. Cardones, cardones, cardones. murmullo, su flor es el deseo de dar de sí algo her-
El cardón es el hijo del desierto. La señal de la moso, ejemplo de voluntad y amor a la belleza. Se
tierra ganada por el desierto. A la hora del poniente comprende al observarla que el cardón ha trabajado
es cuando se muestra más solitario y misterioso. El su flor con arte plateresco. No tiene la culpa el car-
mar se desvanece a sus pies en un cansancio súbito, y dón, el cardón de las soledades, si los ojos del viajero
entonces el cardón implora el rocío, las tierras fecun- indiferente no descubren en su gloria nada capaz de
das, los cielos estrellados. La madera del cardón es hacerlo amar para llevarlo a los jardines con la ver-
excelente para vigas y canaletes, pero se daña pronto bena y la rosa, con el narciso y el laurel junto a una
cuando está en tierra. Vigas para sujetar techumbres fuente. Y tampoco si no saben apreciar su intención
y remos para ir por el mar. No acepta el cardón desti- generosa. A pesar de su exterior adusto tal vez sueña
nos ruines. Quizá algún indio poeta explicó su ori- con la estrella lejana, y en ofrenda a ella da lo que le
gen según una fábula antiquísima, y por esto –por permite su tosca naturaleza. Culpa suya tampoco es

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si no derraman aromas y resinas copiosas y no levan- meditación surge esa flor en las tierras áridas, en el
te en aéreo tallo su lis rojo o blanco como el girasol paisaje sin ruiseñores. Flor nectaria. Las abejas sil-
de áureo ruedo o el jacinto purpúreo. Recogido en vestres labran su miel en el cardón. Flor de sinceri-
sí mismo dirige su mirada hacia adentro, en el de- dad. La fruta del cardón es roja. Yaragüey lo llaman
seo de explorar todo su mundo misterioso. ¿Hallará en los llanos de Barcelona; su flor abre con la aurora.
algo digno de su amor y de su deseo? Sí, y de su

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LA F I E S TA D E L Á R B O L

El árbol cuya gracia escapa siempre


victoriosa de semejante retórica.

No es probable que esta fiesta haya conseguido los alquileres. Idea genial con que el casero consi-
infundir a los venezolanos amor al árbol. Ya son guió cubrirse como otros se cubren con el fervor de-
muchos los años y el amor al árbol no aparece por mocrático o su nunca bien ponderada vigilancia y
ninguna parte. El venezolano no ama el árbol y preocupación por la escrupulosidad de los otros en
uno de sus mayores deleites es derribar alguno. Ya el manejo de los fondos públicos.
de antiguo se hacían grandes talas y hasta se llegó a Podría creerse en cierta predisposición al asce-
creer que los árboles constituían un peligro para la tismo, en amor al yermo, pero eso revelaría otros
salud pública. Existe al respecto disposiciones del jardines interiores. Su verdadero gusto está en la
ayuntamiento. Esa inclinación al desierto, esa hos- aridez, en el cemento, el mosaico artificial a doce bo-
tilidad contra el árbol permanece viva en el fondo lívares el metro cuadrado. Los patios fueron elimi-
del alma venezolana. Recientemente los chagua- nados del interior de las casas. Hay que ver el gusto
ramos del Guaire fueron cortados. Los árboles de con que toda una población se achicharra bajo las
las calles fueron cortados. Por eso es tan gracioso el platabandas en el mediodía tropical donde solo por
episodio del guanábano cortado y de los alquileres casualidad o por milagro se recorta la sombra y el
de Rizo. El casero halló un pretexto lírico para subir esplendor de un árbol.

31
Una de las leyes más utópicas es quizá la Ley de tiranía, o no creerá en ellas. Por lo mismo eso desfiles
Bosques y Aguas. Los bosques servirán para brindar escolares con arbolillos y Banda del Estado son per-
con el tiempo una de esas talas o quemas en cuyos fectamente incoloros e inútiles. Son cuando más mo-
difuntos troncos y cenizas, llevadas por el viento, en- tivo para la información de corresponsales oficiales o
contró el poeta una imagen de las dichas terrenas. Un para un mal discurso en elogio del árbol cuya gracia
maestro o un funcionario perderá el tiempo en de- escapa siempre victoriosa de semejante retórica.
mostrar la necesidad de cumplir leyes semejantes. El
hombre de los campos –y el de la ciudad– lo mirará El Heraldo, Caracas, 1 de junio de 1937.
de arriba abajo y esperará la ocasión propicia para bur-
larla. Creerá con tales medidas en una insoportable

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ÁRBOLES

La ciudad se vuelve más árida.


No tendrá ya en los días tórridos
el escaso frescor de sus árboles.

No todos los días van a caerse árboles sobre los auto-


Los árboles de la ciudad desaparecen o están en
buses. Los árboles en malas condiciones pueden ser re-
camino de desaparecer. Algunos troncos en la vía
emplazados por otros nuevos. Existen unas máquinas
pública muestran los estragos del hacha municipal.
por medio de las cuales se puede arrancar de raíz los
En el patio del Capitolio cortaron también las típicas
árboles enfermos o secos y existen métodos para tras-
araucarias que daban antiguo verdor. En otras ciuda-
plantar árboles intactos de la montaña a la ciudad. En
des siembran más árboles cada día, pero aquí siegan o
pocos días se puede plantar un hermoso parque y un
comienzan a segar los pocos árboles con que contába-
bosque. Los árboles traídos en camiones son planta-
mos. La ciudad se vuelve más árida. No tendrá ya en
dos con todo su frescor en el centro de la urbe.
los días tórridos el escaso frescor de sus árboles.
No puede explicarse esa tala de árboles sino
Algunas voces claman contra los árboles. No se
por un odio ancestral al árbol. Un sabio venezola-
explica bien esa guerra contra los árboles. El acciden-
no escribió sobre los árboles y las talas de árboles en
te del martes de carnaval no puede ser la causa de esa
Venezuela. Parece que en el centro de Venezuela no
sentencia de muerte. Fue un accidente bastante casual.

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hay árboles viejos. El Samán de Güere es rarísimo. del Árbol es una simple fórmula con que se quie-
Comienza a serlo la Ceiba de San Francisco. En los re mentir el culto del árbol como se fingen tantas
días de la Colonia el Ayuntamiento ordenó la tala de otras cosas; un desagravio por los atentados contra
árboles en Caracas, porque se creía que eran la causa el árbol. Una fiesta que en definitiva debe abolirse,
de las epidemias. Ahora también se ha abierto una porque aquí muy pocos quieren los árboles. Les pla-
campaña contra los árboles. Caigan todos los árboles. ce más la aridez ciudadana que es una imagen de la
No obstante, todos los años se celebra con la ma- aridez de las cabezas. Aunque ahora, según parece,
yor seriedad la Fiesta del Árbol. Los muchachos de tendremos hortalizas en las azoteas. “Jardines col-
las escuelas son conducidos en procesión con músi- gantes”. ¡Pobres árboles!
ca y cohetes a plantar unos arbolillos que no crecen
nunca o que luego han de ser cortados. Esta Fiesta El Heraldo, Caracas, 13 de marzo de 1939.

34
FLORES

La for silvestre que el poeta arrancó


cierta mañana de regreso.

En estos días de mayo se esmeran nuestros es- el monte o asidas a los árboles corpulentos que aún
critores en hablarnos de plantas y flores. Piensa uno pueden hallarse en pie. No pueden nombrarse estas
en aquellas otras flores de los campos de batalla. Y flores de raros colores y formas. Hay que referirse a
en la guerra de gases que se anuncia. Y en los pue- ellas por sus colores. Otras tienen nombres pinto-
blos nuestros sin comestibles. Cuántas veces al ir por rescos, extravagantes. Flores hay muchas no man-
un camino pregunté a la campesina de la puerta del cilladas o ajadas en ferias políticas. Para hablar de
rancho el nombre de una flor, y no supo decirme el esas flores es preciso salir por los caminos. Solo así
nombre. Y le pregunté al peón que venía por la ve- pueden hallarse. La flor silvestre que el poeta arran-
reda y tampoco supo decirme el nombre. Flores en có cierta mañana, de regreso.

El Universal, Caracas, 15 de mayo de 1942.

35
MUERTE D E L O S PÁJA RO S

El pequeño cantor yace con las alas abiertas,


ensangrentado y revuelto en tierra.
Diríase que con él ha muerto el paisaje.
Ha muerto el cielo azul.
Y también ha muerto algo de nuestro espíritu.

Puesto que no es conveniente hablar de la gue- los asuntos poéticos. Hay países que aman los pájaros.
rra ni del marxismo ni del petróleo ni de la lotería Hay literaturas donde el pájaro tiene lugar preferente.
–nunca compro billetes y siempre recomiendo a mis Si los pájaros desaparecen del paisaje, de la vida misma,
amigos y lectores que no los compren–, ni siquiera quédense al menos en la poesía, ese otro paisaje o ex-
contra el inciso –ya se sabe cuál–, pues puede pa- presión ideal. Pronto no habrá pájaros, a no ser, si llega
recer maniobra hitlerista, hablemos de los pajarillos. el caso, los otros pájaros mecánicos, de alas bramado-
Julio Garmendia –¿estuvo Julio Garmendia en el al- ras y potentes. Actualmente gran número de personas,
muerzo del mayor Armstrong?– ha escrito un poema, de todas las edades, se entrega al deporte de matar los
“El Cucarachero”, que viene a sumarse con honor a pájaros, de exterminarlos con una ferocidad digna de
otros de igual motivo. Es conveniente que esta dra- mejor causa. Estos seres graciosos alados, merecían
matización de los pájaros, esta elección de ellos para mejor suerte, ¡si pudiéramos ver en nuestros parques

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los pájaros sueltos, si estos pudieran acostumbrarse seres. Vienen a cierta hora. De pronto desaparecen.
a frecuentar ciertos sitios, o al menos dispusieran de Los han muerto. Días pasados, en Sanchorquiz, en el
alguna zona de seguridad donde estuviera prohibido viejo camino de La Guaira o calle de las siete leguas,
darles muerte! ¡Si fuéramos mejores! Pero los pájaros una pandilla de muchachos se alegraba matando pá-
son muertos, aplastados. Los aplastan como las bestias jaros. ¿Si no matan pájaros en qué van a divertirse?,
feroces aplastan con sus patas las cosas leves. En el par- preguntan. Pues en cuidarlos. Matar pájaros no tiene
que “Los Bárbaros” de Los Teques, acaso el verdadero nada de divertido. En cambio, cuidarlos tiene mucho.
parque que ha existido en nuestro país, había en otros Triste cosa la de que los niños maten los pájaros. Si no
años una gruta o rincón reservado a los pájaros. Los aman los pájaros, ¿qué han de amar luego? Las tone-
había en gran número. Hoy no queda uno. El mismo ladas de explosivos lanzados desde el aire, los grandes
lugar que les estaba destinado fue destruido. incendios que se divisan desde lejos. La barbarie in-
Triste suerte la de esos cantores de alas centellan- fantil es el resultado de la otra barbarie que los rodea y
tes. Han corrido la misma suerte que el árbol. Idéntico ampara. El pequeño cantor yace con las alas abiertas,
destino. Aves y árboles son inseparables. Cuando se ve ensangrentado y revuelto en tierra. Diríase que con él
el cielo azul en el monte sin árboles se echa de menos ha muerto el paisaje. Ha muerto el cielo azul. Y tam-
lo uno y lo otro. El Ávila casi ha sido despojado de los bién ha muerto algo de nuestro espíritu.
bosques. Es impresionante el silencio. Tarda el pasaje-
ro en oír un canto. A veces se familiariza uno con estos El Universal, Caracas, 31 de agosto de 1942.

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NIEBLA Y JARDINES

Como si los muertos no reclamaran


también la sombra de un árbol.

Los restos de Juan Vicente González se han perdi- haya estado largo tiempo en la mesa de algún profesor
do. Se sabe que fue enterrado en Los Hijos de Dios, el de anatomía o en poder de algún estudiante, de esos
viejo cementerio hoy en ruinas, pero no ha sido posible que violan fosas para apoderarse de restos humanos y
identificar el sitio preciso donde fueron depositados no solo estudiar en ellos sino someterlos a toda clase
sus restos. Los libros del cementerio desaparecieron de irreverencias. Puede también haber sido víctima de
después de que la política obligó a clausurarlo. Solo alguna venganza póstuma. No han pasado cien años
con ellos podría averiguarse la situación del nicho. y su huesa es y ha sido ignorada. También no está de
Grande sería hoy la risa del gran periodista, su in- más recordar que a la clausura del cementerio, cuando
dignación, al ver el acicalamiento, la mezquindad y se exhumaron los restos de otros hombres notables allí
la hipocritona ñoñez de su propio país en el presen- depositados, nadie recordó al que fue en su patria au-
te. Reléanse sus páginas y se tendrá una vaga idea. téntico genio de su época.
Grandes cosas diría ante el fenómeno de los mixtifi- Las lápidas de mármol con inscripciones y símbo-
cados que se automixtifican con tanta solemnidad y los funerarios –aún se ven algunas con la columna rota
cómico desenfado. Nada de raro sería que su cráneo y la encina desgajada– fueron robadas en gran número

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y compradas por los marmolistas. Otras pueden ver- sobre los despojos de otros. La renuncia de los grandes
se desprendidas junto a los nichos vacíos. Los que las deberes comienza por el abandono de la casa donde
ofrendaron con promesa de amor constante, de impo- hemos vivido o de los huesos de los muertos a la espe-
sible olvido, también han muerto. Han pasado las nie- culación. El amor al país, su vida misma se forma de
blas que bajan de la montaña cercana. todo esto. En cambio, nada dicen a un espíritu estéril
Este rincón del Cementerio de Los Hijos de Dios o al espíritu de un país si ha muerto. No les concede
podríamos convertirlo en un jardín y dedicarle allí un valor y los abandona con indiferencia. Es el momento
monumento a Juan Vicente González, ya que no po- favorable que aprovecha el extraño.
demos honrar sus restos. Hace pocos años se pretendió Desde la colina de Los Hijos de Dios se distingue
transformar aquel sitio en una urbanización de casas el hotel construido recientemente con el nombre de
baratas como si no hubiera otros sitios y como si los Ávila en lo que fue Gamboa. Los jardines de Gamboa
muertos no reclamaran también la sombra de un árbol desaparecieron hace tiempo. El hotel o fonda de ex-
o una sombra de piedad. El ejemplo cundió, y como tranjero es símbolo de todo esto, en medio de otros
ocurre siempre, ya existe un proyecto de urbanización tantos símbolos.
sobre los viejos cementerios de Valencia. Algo maca- Con jardines y nieblas, sobre todo con jardines
bro, de no muy buen agüero, resultan esos proyectos de desaparecidos, muy bien se podrían escribir varios
construcciones de viviendas sobre despojos humanos. poemas o un solo poema: el dolor nuestro por las cosas
Ocurre con esto lo que con ciertas propiedades que que pasan a poder del extranjero sin que tengamos po-
tienen y adquieren un valor espiritual. No podemos der o capacidad para defenderlos. Las nieblas corren
defenderlos y caen en poder del extraño. El extranjero presurosas por la montaña.
pasea la mirada satisfecha a su alrededor. Es el amo, ha
comprado todo, lo que es también un modo de vivir El Universal, Caracas, 3 de noviembre de 1942.

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AR ÍSTIDES ROJAS Y ESAS FLORES DEL CAMINO

Se solazaba y estudiaba esas fores


y plantas que adornan las cruces en los caminos
y los altares en el hogar pobre
y dan su aroma a las tradiciones
y a los arcones familiares.

El nuevo médico se avecinda en algunos pueblos veneno, mientras llega a practicar la cura desde su
de Trujillo y en Barquisimeto, Mérida, Maracaibo y vivienda lejana. Lo importante es saber cuál de los
Puerto Cabello. Desde el principio se halla con un dos saldrá victorioso de ese encuentro, si el sabio del
rival poderoso a quien hasta entonces solo conocía campo o el de la ciudad. Por lo pronto el médico sa-
de oídas (…). Ahora experimenta la influencia del lido de la Universidad anota todo lo que ve (...).
curandero, sabio en conjuros y ensalmamientos, En las paredes de las viejas viviendas, junto a las
que conoce todos los males y la virtud secreta de las imágenes de los santos y las cruces de palma bendi-
hierbas, incluso las que sirven para unir o separar ta, cuelgan manojitos de espadilla, la planta de flor
voluntades; y prepara talismanes, filtros, brebajes de amarilla con los pétalos en forma de media luna,
mágico efecto. El sombrero del curioso aplicado a auxiliar del médico de aldea que hace bajar la fie-
las mordeduras de serpiente detiene los efectos del bre. “Ya tomó su agua de espadilla”, dice la madre,

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mientras el médico toma el pulso al niño enfermo. jardín; la rosa montaña y la befaría glauca o purpúrea;
Ciertas plantas típicas se ven en esas viviendas de las espigas y lirios y el cardón. En el Ávila se da la
campos y ciudades. Son las plantas aromáticas, me- palma tierna y dorada que el indio ofreció para la fies-
dicinales o religiosas del hogar pobre, las cuales co- ta del Domingo de Ramos. También se encuentran
nocemos desde la infancia. En sus viajes de médico y allí las flores de los araguaneyes y de los apamates, del
naturalista Arístides Rojas ha descubierto el encanto bucare y la atapaima, el guamacho y el cují o acacia
de esos patios y rincones humildes donde florecen las de flor amarilla; la de las clavellinas, la cayena, la ber-
virtudes sencillas. Este descubrimiento le pertenece bería y la astromelia. Rojas tiene fervores franciscanos
por entero en Venezuela. Al contrario de los que afec- por cada una de estas flores, pero entre todas, su pre-
taban no ver nada a su alrededor en el suelo nativo, dilecta es la pasionaria. Otros pueblos, dice, tienen el
Rojas se solazaba y estudiaba esas flores y plantas que mirto, el olivo y el laurel, nosotros tenemos la pasio-
adornan las cruces en los caminos y los altares en el naria, flor del alba y del ocaso. La hay de dos clases:
hogar pobre y dan su aroma a las tradiciones y a los la pasionaria flexible o enredadera y el árbol o pasio-
arcones familiares. Ahí están la pebetera, el romero, naria glauca. “En ninguna parte –dice Rojas– la he
la malagueta, la borraja y la pesgua; la yerba de clavo admirado tanto como en el altar del hogar pobre”. Su
y la angelonia, la escorzonera, la sidra, la manzanilla, amor por estas flores humildes llega a simbolizarlo en
la yerbabuena e infinidad de hojas y raíces cuya virtud un pequeño relato que parece entresacado de algún
curativa aumenta si son recogidas a la luz de la luna poema pastoril, episodio fúnebre en medio de gozo-
la noche del Viernes Santo. Allá está el caudal de oro sa primavera. Cierta mañana, al pasar la quebrada de
y plata de las florecitas silvestres; las flores moradas Baruta, Arístides Rojas se halló con unos labradores
o azules de pascua; las buenas tardes de monte y de que llevaban un blanco ataúd y se dirigían al templo

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de Chacao. Sobre el ataúd se veía una corona de cla- “No, eran sus flores preferidas que la consolaban en
vellinas amarillas, helechos y flores del naranjo. Los sus padecimientos y quiso que también la acompa-
cargadores se detienen para reemplazarse y Rojas les ñasen en la muerte”. Y los labradores se alejan con su
pregunta a quién llevan a enterrar. “Es una niña que carga en medio de las colinas llenas de sol.
ha muerto –le responden– en el mayor infortunio”.
“Y esas flores –pregunta–, ¿son recuerdo de ustedes?”. Arístides Rojas, Anticuario del Nuevo Mundo, 1944.

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LOS ADORNOS DEL SAMÁN DE C AT UC H E

Es el árbol que dio sombra


a los sueños de nuestros primeros poetas.

La municipalidad tomó cartas en el asunto, se es-


Hace un año escribía yo en este mismo diario y
cribieron informes, oficios, se hicieron transcripciones,
en defensa del samán de Catuche lo siguiente:
que con otros y otras de más reciente fecha fueron a dar
a las gavetas de la dirección de obras públicas munici-
Existe un proyecto de ornamentación, un nuevo peligro
pales. Suerte reservada a la inmensa mayoría de oficios
para el samán que no necesita bancos donde los pasean-
e informes que en Venezuela se envían de una parte a
tes puedan sentarse a verle morir ni otros adornos de ba-
otra. De una oficina a otra oficina. En torno del samán
ratillo. Le bastaría su cerca formada de cañones de viejos
de Catuche ya están instaladas los adornos de baratillo
fusiles. Es lo más apropiado. En el informe de Fontana
con el beneplácito de todos aquellos que tienen predi-
–el técnico forestal Emilio Fontana–, se indica que es
lección por esa clase de adornos.
preciso abrir en torno del árbol una circunferencia de
Contra lo dispuesto por las autoridades municipa-
varios metros para que pueda recibir conveniente can-
les ha sido despojado de su amplia baranda de viejos fu-
tidad de abono nitrogenado. Sobran, pues, los adornos
siles, reemplazada por otra, más propia para un tierno
con que se pretende desagraviarlo.
arbolillo que para un árbol corpulento. A los lados han

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instalado unos bancos y fuentecillas o cosa por el estilo requerida limpieza en las ramas ni se le ha dado al tron-
que resultan en aquel sitio sencillamente ridículo. Así co la pintura con cal y azufre. Según Fontana el árbol
lo ha dispuesto el señor Felipe Gagliardi, propietario de se encontraba al final de su existencia, lo cual no parece
los nuevos edificios adyacentes y a lo que parece del mis- cierto. En la estación de las lluvias a pesar del polvo de
mo samán. El señor Gagliardi, como tantos otros, se es- las fábricas vecinas, que oscurecía su follaje, estaba en
fuerza en demostrarnos que la República está en deuda todo su esplendor. Ya conocida la longevidad de estos
con él por esas construcciones, fruto de la “colaboración árboles. El samán de Catuche aún no cuenta doscientos
privada”, etcétera, y se anuncia a bombo y platillo –los años. Su padre, el de Güere, según calcularon sabios via-
recursos de la publicidad son innumerables–, que la pla- jeros encantados con su magnificencia, estaba en la épo-
zoleta del samán, obra del señor Gagliardi, será pronto ca de descubrimiento lo mismo que en los comienzos
entregada a la municipalidad. Es decir, le será entregada del ochocientos. En todo caso su vida puede prolongar-
a la municipalidad o Junta Municipal una plazoleta que se si se le presta a tiempo ciertos cuidados. El samán de
le pertenece, con obras de ornamentación que el propio Catuche o de la Trinidad está prácticamente prisionero
municipio prohibió hacer. O entregará lo que queda de en medio de una serie de construcciones adyacentes que
la antigua plazoleta del samán bastante mutilada, que valen propiamente lo que el samán. Bajo un lenguaje de
muy bien podría ser símbolo de otras mutilaciones. finezas insinuaciones –el propio lenguaje de los bancos
Tampoco se ha dado cumplimiento a las recomen- de cemento– se ocultó el interés y el vehemente deseo
daciones del técnico Fontana en lo tocante al cuido del de cortarlo. Es una antigualla y las antiguallas deben
árbol. Si bien se le ha hecho la circunferencia, la cual desaparecer. Pero este árbol es quizás el más antiguo de
tendrá seis metros escasos, no se le ha adicionado la la ciudad, acaso su más preciada reliquia. Es el árbol que
cantidad de abono nitrogenado. Ni se le ha hecho la dio sombra a los primeros sueños de nuestros primeros

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poetas. Representa en cierto modo su tradición lírica. sus grandezas, tiene sus límites, y si cuenta con formida-
Sin embargo, a menudo se cambia un viejo árbol por ble número de protectores o defensores, el samán no se
unos bancos de bajo precio. Se cambia oro por baratijas. encuentra solo. Y la ciudad, a la postre, puede al menos
Se trueca lo más por lo menos. Y si la necesidad y el ham- pedir que se quiten esos adornos ramplones indignos
bre pueden forzar a vender la primogenitura por el plato del samán.
de lentejas, la venta se hace a veces sin esa necesidad, por
simple amor a lentejuelas y abalorios. Sin embargo debe El Nacional, Caracas, 23 de febrero de 1946.
saberse que la misma “colaboración privada”, con todas

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MANZANAS

En otro tiempo, se lee en viejos libros,


el valle de Caracas producía en abundancia
manzanas, melocotones y membrillos.

Pedro de los Altos algún duraznero reseco y cubierto


En estos días un aroma de manzanas se expande
de polvo. En Galipán producen los viejos árboles que
por las calles. Las tierras que las producen están lejos.
todavía existen, pero nadie se cuida de plantar otros
Son manzanas argentinas o norteamericanas. Las
nuevos. Nosotros, pueblo rico, hemos abandonado
venden a un bolívar o real y medio, rosadas y áureas,
el laboreo de la tierra. Se venden en nuestras calles lo
verdaderas gotas de oro. En otro tiempo, se lee en vie-
que cosechan otros pueblos. Que trabajen para noso-
jos libros, el valle de Caracas producía en abundancia
tros argentinos, chilenos, colombianos, norteameri-
manzanas, melocotones y membrillos. Estos últimos
canos, holandeses, suecos, ingleses y todos los demás
llegaron a ser silvestres. Todavía los de este siglo al-
pueblos de la tierra. Nosotros divagamos en los cafés.
canzamos a ver las cosechas de durazno de Galipán
Perdemos lo mejor de la existencia en los ocios de la
y de Macarao, San Pedro, etcétera. Hoy no. Los pue-
ciudad. Tenemos abundancia de partidos. No hay
blos de los alrededores, las mismas poblaciones de la
venezolano que no tenga su programa de gobierno, el
tierra adentro, no producen frutos sino en muy escasa
secreto de la felicidad de la tierra. Se admiran muchos
cantidad. A veces se halla en algún camino por San

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de la abundancia de cuentistas. Pero el número de no abandona la tierra: “¿Qué hace un país con todo el
estadistas es mayor todavía. Ya veremos las constitu- dinero del mundo si no tiene qué comer? Otros países
ciones y constitucionalistas. Lo que no hay son frutos. le quitarán el dinero”. Así es en efecto. Y no solo el
Nuestros campos parecen abandonados. La agricul- dinero. La observación de este campesino se viene a la
tura, según parece, es propia de pueblos inferiores, mente cuando se ve esta abundancia de manzanas en
de pueblos esclavos. Mejor es el urbanismo. Las ur- las calles de Caracas.
banizaciones. Lee uno que la decadencia del pueblo Puede verse además la multitud de hombres fuer-
romano comenzó cuando grandes áreas de terreno tes entregados a oficios poco lucrativos e impropios de
fueron dedicadas a mansiones de placer, extensísimos su misma edad y condición. Los alrededores del his-
jardines. Lo que Roma consumía se llevaba de pueblos tórico de San Jacinto, para no ir más lejos, presentan el
distantes. Sus magnates estaban rodeados de filósofos, más curioso y no menos histórico espectáculo, demos-
de poetas, oradores, retóricos, esclavos. El pueblo se tración de cómo se aprovecha o desperdicia en nuestro
distraía en los juegos públicos. En el valle de Caracas país gran parte de energía humana. Allí puede verse
las tierras que antes producían excelentes cosechas a un hombre en lo mejor de su edad dándole a una
se han convertido en extensos barrios de residencias bolita pegada a una raqueta de ping-pong. Más allá un
con cines y jardines. Hay profundo contraste entre el mocetón, capaz de echar abajo un bosque y sembrar
Ávila grave y majestuoso y los jardincillos adornados un fundo, tiene en los brazos un cajoncito lleno de hor-
con frutos, las muelles avenidas que han extendido a quillas, peinecitos y jabones. Junto a él otro que no le
sus pies, en el sitio de antiguos cafetales, de huertos y cede en talante y robustez se dedica a la gloriosa fun-
granjas numerosas. Ya nadie siembra y es lo que me ción de vender una irrigadora brasileña. El demás acá
decía un campesino encanecido, que por lo mismo ya se entretiene en hacer pompas de jabón para demostrar

50
la novedad de su producto. Todos estos hombres se nuestros jugos, a los que se dice, de frutas preparados
contentan con poco. en California, papas chilenas o manzanas argentinas.
En general diríase que no tienen ninguna aspi- Nunca un plátano o una naranja de propia cosecha.
ración. Les basta con ir al cine y hacer una mala co-
mida. Mientras tanto los campos están desiertos y El Nacional, Caracas, 14 de agosto de 1946.
abandonados. Puede usted encontrar en un pueblo

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DEFENSA Y M U E RT E D E L A PA L M E R A

La historia de Caracas, de Venezuela,


en los últimos cincuenta años (1948)
puede escribirse a la sombra
de sus árboles cortados.

Sobre la palmera del Municipal o de San Pablo individuo a quien mandó a buscar unos restos: “No
cayeron a un tiempo la ingeniería municipal, la comi- lo he mandado a usted a buscar los restos sino a traer-
sión técnica de reforestación del MAC la suposición los”. La ingeniería, pues, se salió con la suya auxiliada
de que allí debían encontrarse los restos de Lamas. eficazmente por la comisión de urbanismo. Lo raro
Como si no fuera bastante lo que de él nos queda es que mientras se cortan árboles porque estorban el
en su obra. Como si no fuera mejor imaginarse que tráfico, se erijan columnillas de cemento en arterias
los cubría el jardincillo del teatro y el teatro mismo. principales, las cuales sirven de blanco y obstáculo a
Naturalmente los restos de Lamas no han podido ha- toda clase de vehículos. Y en otras ciudades el mejor
llarse. A menos que hagan con ellos lo que con los res- ornato de grandes avenidas son sus frescos y anchos
tos de Cedeño y Plaza. Como es sabido se perdieron árboles. Yo estaba convencido de la suerte que tarde o
hace tiempo y fueron conducidos luego al Panteón. temprano habría de caer a la palmera. Multitud de ve-
O como la contestación que dio Crespo a cierto ces rogué a fotógrafos amigos que la retratase cuando

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se hallaba en su mejor belleza y esplendor, pero no fue Si nuestras autoridades municipales se hallaran dota-
posible. La muerte de la palmera ha sido lenta y cruel. das de cierto sentido estético, nada hubieran omitido,
Primero mutilaron sus raíces. Luego para establecer por oneroso que fuera, para cuidar esta palmera. Pero
el equilibrio, según me explicó un técnico de la di- el sentido estético rara vez tiene que hacer con las acti-
rección forestal, fue preciso hacerle a poda. La comi- vidades municipales, desde el régimen español hasta
sión de urbanismo recomienda ahora un trasplante, nuestros días, y así la palmera tenía que ser derribada
toda clase de mimos y cuidados, y “quede asegurada o trasplantada. Ninguna consideración, ni aun el en-
su existencia y ofrezca el mismo aspecto y belleza”. Y sanche de la calle era suficiente para cortar la palmera.
sabe, no obstante, que habrá de secarse. Pero el hacha es nuestro primero y último recurso.
Un reportero me preguntaba si la palmera es Las tres letras O.P.M. pintadas en una tabla amarilla
histórica. Simplemente le diré que era una bella pal- son el réquiem del árbol.
mera y por esto solo ha debido conservarse. Debía Claro que todo es histórico. Nada más histórico
conservarse como la ceiba de San Francisco y la de la que el cielo y la tierra que nos rodean. Los objetos más
Bolsa, el samán de Catuche, los cipreses de Los Hijos insignificantes pueden ser históricos. Los son todos
de Dios, los caobos de Mosquera. Como han debido aquellos actos menudos, insignificantes a primera
conservarse las araucarias del Capitolio, los matapa- vista, que forman el carácter de un país. Y nada más
los de San Jacinto y de la plaza Bolívar, los tamarin- significativos que la falta de sentido poético en una
dos de Capuchinos, la ceiba de Candelaria o el cedro colectividad. Del amor al árbol tan encarecido en
sembrado por Ascensión Sánchez en la esquina de teoría, tan desconocido en la práctica. La historia de
Monroy, los árboles de San Martín, el Panteón, los de Caracas, de Venezuela, en los últimos cincuenta años,
San Bernardino, los árboles cortados en todas partes. puede escribirse a la sombra de sus árboles cortados.

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Es la vuelta a la colonia. En el último tercio del siglo en la Universidad, en las actividades políticas, en el
XIX la tendencia anticolonial se caracteriza por cierto espíritu nacional, en fin. Es urbanismo sin árboles.
esfuerzo en la creación de parques y jardines. Así sur- Hay otras cosas que son árboles en sí mismos y mue-
gen el Calvario, los árboles del Capitolio y de la plaza ren por causa de la misma penuria espiritual. La casa
Bolívar, la Misericordia, Capuchinos y Candelaria. de Miranda, por ejemplo, lo que de ella quedaba, era
Trátase de un urbanismo con árboles. La reacción co- un viejo árbol. Y así nada tiene de particular que haya
lonial con su odio al árbol se muestra en todo lo que va quien encuentre muy natural y hasta recomiende el
de siglo XX. De la tala de árboles viene ese aspecto re- corte de la palmera en el Municipal.
seco, árido que toma el contorno ciudadano, el paisaje
nacional. Se refleja en lo que se escribe casi siempre, El Nacional, Caracas, 31 de julio de 1948.

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EL PA RQU E “DÍAZ RODRÍGUEZ”

El mejor monumento a quien tanto amó


aquel paisaje de su tierra nativa.

La hacienda “San José”, “Juan Díaz” o “La Ciénaga” en caminos y veredas, o destrozados por los automovi-
de Los Dos Caminos, uno de los últimos rincones que listas, como sucede a diario en Los Caobos. También
aún ofrecen la sombra de sus viejos árboles, se haya a vendrán las flores exóticas, cuando las nuestras caen
punto de convertirse en propiedad pública. Se salva así en desuso o vienen a ser exóticas. La rosa montaña
de ser urbanizada o parcelada, suerte común e inevita- o palocruz, por ejemplo, antes tan común en patios
ble de las fincas agrícolas en el valle de Caracas. Al pasar y jardines, comienza a ser ya una flor desconocida.
a propiedad de la Nación se convertirá en un parque. Quizá podremos encontrarla con más facilidad en al-
Ya sabemos lo que esto significa, a juzgar por lo ocu- gún invernadero del Norte. Desaparecerán las crista-
rrido en otras zonas destinadas a parques o jardines. linas y doradas acequias y la casa del trapiche, donde
Desaparecerá el magnífico adorno de las flores silves- hay todavía olor de molienda. Ya no es posible tener
tres y con ellas los largos callejones entre cafetos y ta- haciendas en Caracas, en el corazón de la ciudad que
blones de caña. Probablemente los árboles de troncos avanza hacia el Este. La industria de la construcción
rugosos serán reemplazados por arbolillos de creci- dio un golpe de muerte a la industria agrícola. Los
miento problemático. Veremos sus restos hacinados campesinos se convirtieron en albañiles. La ciudad

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mata al campo, aunque luego trata de recordarlo en en la historia de Venezuela. La casa del trapiche está
sus parques. La forma, el carácter de sus parques, la hoy a cargo de Eleazar Chapellín, tipo de novela de
zona de arbolados urbanos, los espacios destinados una época que muere, cuyo retrato podría enriquecer
al aire libre, son los que ofrecen con más fidelidad el cualquiera colección de pinturas. Sus palabras, acom-
modo de ser de una ciudad a los ojos de viajeros y ha- pañadas del hirviente rumor de las abejas, evocan
bitantes. La adquisición de “San José” ofrece excelen- o reviven todo el ayer agrícola. Chapellín achaca el
te oportunidad para que Caracas –aunque Los Dos fracaso de famosas empresas, donde se han perdido
Caminos se halle en la ficción del estado Miranda– millones, a la ignorancia de los técnicos y administra-
tenga al fin un parque digno de este nombre, sin que dores, a los advenedizos que a menudo se escudan con
lo amenace la cerca o muralla de viviendas, tal como su soberbia intelectual. Es el eterno conflicto entre la
ocurrió en Los Caobos. Podría conservar en lo posible teoría y la práctica. Los papelones de Chapellín son el
su aspecto rústico o de jardín silvestre. Conservar sus resultado de una ciencia que en vano trataría de bus-
bucares, mangos, cedros y jabillos. Preservarlo a fin de carse en libros y escuelas, a no ser la suya propia. De él
que no se convierta en uno de esos parques amanera- podría decirse lo que de cierto sabio norteamericano,
dos, sin carácter, sin belleza. Uno de esos parques que que sus métodos no son científicos, pero sus resulta-
parecen hechos expresamente para dar la idea más dos lo son. Esta casa de pilares debidamente refaccio-
pobre y casera de nuestra naturaleza. Donde al pare- nada, también podría servir al parque.
cer se suprimen los grandes árboles, las más hermo- La hacienda San José es la misma de Díaz
sas plantas, toda exhuberancia. Los mismos cafetos Rodríguez, el autor de Églogas del Ávila y de esa otra
podrían servir de raro elemento decorativo. Además égloga en prosa que llamó Peregrina, la trabajó con sus
de su maravillosa floración recuerdan un momento manos. Esas hectáreas de tierra están consagradas

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por su recuerdo y también por su pensamiento. Años Una foto del grupo de su curso de medicina. Otra
atrás hubo el proyecto de erigirle un monumento en de la conferencia panamericana de Buenos Aires, en
la casa donde nació, en la hacienda “Los Dolores”, en 1910. Cerca del tablón de “la Cruz”, al pie de unos man-
Chacao, hoy Altamira. Díaz Rodríguez pudo muy gos corpulentos, solía recogerse a contemplar el Ávila.
bien llamarse Altamira o Altamirano. Sería, pues, de Tenía preferencia por esa piedra del Ávila, por el silen-
justicia que el nuevo parque se le diese su nombre. Las cio confortante y generoso que de él desciende. Fue él
ventanas de la casa del escritor miran hacia el Ávila, quien descubrió una tarde que era de amatista. Manos
cubierto ahora de lluvias y nieblas. Desde allí se des- filiales han cuidado hasta hoy de esa casa construida
cubren las quebradas del Pajarito, Tocóme y Sebucán hacia 1923, al regreso del último viaje a Italia. La vieja
que brotan de sus entrañas. El largo diálogo de la casa de la hacienda se hallaba en ruinas. Podría con-
montaña y el Ávila o del poeta y el Ávila. Una estre- servarse y tal como se halla, al abrigo de la destruc-
cha escalera conduce al cuarto de trabajo, más propio ción, sin que el abandono o el olvido, como ocurrió en
de hombre dado a rudas tareas del campo que a refi- Altamira, selle sus puertas. Sería el mejor monumento
namientos intelectuales. Un modesto y viejo escrito- a quien tanto amó aquel paisaje de su tierra nativa.
rio. La silla de madera, incómoda, sin más brazos ni
espaldar que un sencillo y angosto cerquillo de made- El Nacional, Caracas, 19 de mayo de 1950.
ra. Dedicatorias de Rodó y Amado Nervo. Elegías de
Propercio. Obras de Chateaubriand, Victor Hugo y
Saint- Beuve, II Fuoco, de D’Anunnzio.

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EL ÁR BOL NACIONAL

Un árbol es lo menos que puede


improvisarse.

Hace algún tiempo –previa campaña realizada guaraúnos del moriche. El ideal del “olvido histórico”
al efecto– el araguaney fue declarado árbol nacional. se realiza plenamente en nuestro país. Se desdeña o ig-
Elegir un árbol nacional no es futileza como a primera nora la experiencia, el trabajo acumulado de las gene-
vista parece. La existencia de los pueblos llega a identi- raciones. Debido a este olvido comenzó a buscarse un
ficarse con sus árboles. El cedro, el ébano, la palmera, símbolo en el mundo vegetal. La tierra de Venezuela
el bambú, el sauce, el incienso, el ciprés y el oliva resu- abunda en árboles que suministran maderas útiles
men civilizaciones. Por eso es bastante raro que a un y preciosas, bálsamos, alimentos y olorosas resinas.
pueblo se le proponga buscar lo que ya tiene, y entre Humboldt se admira y hace constante referencia de
otras cosas un árbol a cuya sombra se ha desarrollado árboles gigantes que le hacían perder la cabeza a él y
su historia. Un árbol es lo que menos puede improvi- a Bomplandt. Ceibas de enormes circunferencias de
sarse. Si a un mexicano se le preguntase por el árbol las cuales podían sacarse cuatro canoas. Algarrobos de
que más sobresale en sus recuerdos nacionales, nom- nueve a diez pies de diámetro. Cocoteros de cincuenta
brará enseguida el ahuehuete. Los galos hablarán de a sesenta pies de alto. Artesas para el guarapo de caña
sus encinas. Del ombú los de las Pampas del Sur. Los labrada en el tronco de enormes jabillos. Menciona,

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entre otros árboles, el Samán de Güere que descolló “árbol social”, o el algarrobo, cuya goma sirve de an-
a sus ojos a una legua de distancia en el camino de torcha o lámpara en las selvas del Orinoco; no así
Turmero, inmensa bóveda vegetal agobiada de flo- el samán que a tanta distancia de tiempo sobresale.
res y plantas parásitas. Lleno de satisfacciones refie- En su presencia el araguaney viene a ser como una
re que su propietario –porque el samán tenía dueño poesía de abanico junto a un poema antiguo y vene-
entonces–, demandó a un hacendado porque tuvo la rable. Ningún otro árbol le aventaja en fuerza, gloria,
osadía de cortarle una rama, y el autor del delito fue longevidad y belleza. Cuando Bello quiso hallar una
condenado. Humboldt lo vio tal como lo hallaron imagen digna del Liberador, no halló otra más pro-
los conquistadores. Y más adelante dice que en la cera, de más profundas raíces en el pasado, que este
Isla del Burro, en el lago de Tacarigua, un campesino árbol milenario.
hizo esconder a una hija suya, atrayente moza, en la
copa de un samán, mientras pernoctaban en la isla Pues como aquel samán que siglos cuenta
unos cazadores de Mocundo. Venezuela es tierra de de las vecinas gentes venerados,
samanes, como es también tierra de palmeras. que vio en torno a su base corpulenta
El araguaney es un bello árbol, no cabe duda, y el bosque muchas veces renovado,
su madera dura y resistente tiene diversas aplicacio- y vasto espacio cubre con la hojosa
nes. Sus flores son de un hermoso efecto en verano. copa de mil inviernos victoriosa;
Pero el árbol de vera, el apamate, el bucare, el cedro, así su gloria al cielo sublima
el ceibo, el caucho, pueden reclamar iguales dere- libertador del pueblo colombiano
chos. Más que el araguaney podría ser el matapalos, digna de que la lleven dulce rima
el laurel nuestro, o la palmera que Humboldt llama y culta historia al tiempo más lejano.

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El poeta señala así cuál es nuestro árbol nacional, Francisco. La Conquista, el ocaso del Imperio espa-
y lo recomienda al amor de las generaciones venide- ñol, el templo, la universidad y la bolsa de valores.
ras. El mismo Bello le dedica al samán de Catuche, Díaz Rodríguez, olvidado sin duda del samán, con-
vastago del Güere, uno de sus poemas juveniles. Era cede a la ceiba el derecho de ser grabada en el escudo
entonces el árbol predilecto de la ciudad. Se le vio de la Ciudad. En nuestros días el araguaney es elegi-
hasta no hace mucho rodeado de una verja hecha do árbol nacional. No hay ciertamente un araguaney
con cañones de fusiles, como uno de sus más vene- que como el samán pueda invocar tantos legítimos
rables monumentos. Esta verja fue puesta en 1856. títulos. Compárese un bosque de samanes con uno
Desde las últimas décadas del siglo anterior la cei- de araguaneyes y se verá la diferencia. Del de Güere,
ba de San Francisco, asociada al recuerdo de las úl- dice Codazzi, que a su sombra podía reposar fácil-
timas generaciones, hace relegarse al samán. Este mente un batallón en columna. En torno suyo cele-
cuenta dos siglos. La ceiba data del septenio, es de- braban sus ritos los indios libres. Ha presenciado el
cir, de ochenta años. Las mudanzas de los tiempos comienzo y el fin de un ciclo histórico. Tiene ahora
pueden apreciarse en la preferencia por estos árbo- una existencia ideal, mucho más allá del tiempo y
les simbólicos, adheridos a la historia de la ciudad o de la extensión que cubrían sus hojas. Todavía, en su
del país. Durante nuestro rudo siglo XVII el cedro de intento de reverdecer, quiere demostrar el valor de su
Fajardo a la orilla del Guaire. Desde mediados del estirpe. El samán es nuestro árbol sagrado.
siglo XVIII, en vísperas de la Independencia, el samán
de Catuche. Desde fines del siglo XIX, la ceiba de San El Nacional, Caracas, 25 de mayo de 1950.

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CORTE DE ÁRBOLES

Mientras más hermoso sea un árbol


mayor es el peligro que lo amenaza.

“¿Por qué usted no escribe sobre el corte de árboles los dejasen crecer. En respuesta, los encargados de las
en Valencia?”, me dice un amigo con aire indignado. obras de Camoruco procedieron a cometer un arbo-
“¿Pero cree usted que eso traiga algún resultado?”, ricidio. La destrucción de árboles en Valencia viene
le contesto. Ya el mal está hecho. Además, ¿cuán- desde hace tiempo. Frente al Teatro Municipal había
tas veces se ha escrito en los diarios de Caracas y de unos hermosos apamates, y fueron cortados. Los ár-
toda Venezuela acerca de la ruin costumbre de ta- boles de la plaza de la Libertad, cortados. En la plaza
lar árboles? Yo mismo escribí muchas veces sin otro Bolívar quedan algunos por milagro. Mientras más
resultado que el de ver el derribo de otros árboles. hermoso sea un árbol mayor es el peligro que lo ame-
Siempre una tala de árboles viene precedida de una naza. Aquí no hace mucho cortaron los de la avenida
campaña a favor de los mismos. Es la protesta contra del Cementerio como han cortado centenares de ár-
toda defensa que se haga de los árboles. La Sociedad boles en todas partes para reponerlos, eso sí con unos
Amigos de Valencia lleva a cabo una reforestación cuantos arbolitos importados. La gente nace con
de las tierras que rodean la ciudad. Han plantado no cierta predisposición contra el árbol, una predisposi-
sé cuántos arbolitos los cuales darán ancha sombra si ción que no logra corregir la misma Universidad. ¿Ve

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usted aquel arbolito que nace? Ya tiene mil ojos que de otro estilo de vida. Una época donde como nun-
acechan el momento de cortarlo. Hace pocos años, ca se dio culto al árbol. Este culto vino a señalar
creo que en 1948, vi derribada en Bárbula la más her- en Venezuela una etapa en la evolución de las cos-
mosa avenida de árboles que pueda imaginarse, casi tumbres. Las plazas, antes de tierra, o de piedra o
todos centenarios, con el objeto, según se informó, ladrillos, se vieron cubiertas de árboles y flores. Se
de instalar allí una colonia de locos. A un lado y otro plantaron muchos a lo largo de las avenidas. Hubo
del camino se hacinaban inmensos troncos de árbo- ciudadanos cuya memoria podría honrarse solo por-
les derribados. Puede que los que hayan cortado los que fueron grandes plantadores de árboles. Ernst re-
árboles de Camoruco sean escapados de la colonia de cibía encargo de averiguar si el gas del alumbrado
Bárbula. La foto publicada por El Nacional no deja causaba algún daño a los árboles. Esa tala de árbo-
lugar a dudas. Los hombres que ahí aparecen no pue- les en víspera de conmemorarse el cuatricentenario
den ser sino locos escapados de Bárbula. de la ciudad es bastante significativa. No se guardó
Los árboles de la Avenida Camoruco, o la fa- ningún miramiento a lo que ellos representaban.
mosa bóveda de apamates y de cedros que le daban Eran testimonio de amor a la naturaleza y a la ciu-
sombra, procedían de la época de Guzmán Blanco, dad, de fe y esperanza en el porvenir. En síntesis, el
cuando el ilustre tenía casa en aquel paraje, y cuyas poema acariciado en la mente y el corazón de varias
ruinas se vieron hasta no hace mucho. La sucesivas generaciones. Buen asunto para el cuatricentenario
Juntas de Fomento, compuesta de los vecinos, tu- el derribo de estos árboles.
vieron a su cargo el cuido y replantación de estos
árboles. Eran vestigios de otra época, de otra mente, El Nacional, Caracas, 30 de julio de 1954.

66
EL CEDRO DE FAJA R D O
Y OTRAS REMINISCENCIAS

Una tarde a mediados del siglo xix


el cedro de Fajardo fue cortado.
La madera sirvió para construir una mesa
sobre la cual pusieron un retablo de imágenes
descoloridas.

El cedro de Fajardo –decíase plantado por el fun- derechos del hombre. El oro del poniente se diluía en
dador del hato o ranchería de San Francisco– daba las aguas del río y un silencio grave interrumpía a veces
sombra a la antigua cuadra Bolívar, junto al Guaire. las conversaciones. Trataban de emancipar su espíritu.
Señalaba por aquel lado el término del valle y era En doscientos cincuenta y cinco años el Guaire corrió
también un hito entre dos edades. Descendientes de junto al cedro solitario, mientras la ciudad de Santiago
encomenderos, discípulos de la Universidad Real y de León crecía hacia el norte. Doscientos años y pare-
Pontificia acostumbraban a sentarse allí por las tar- cía mucho tiempo. Allá se perfilaban sus torres y la
des. Leían a Montesquieu y a Raynal, a Voltaire y a vida seguía su curso como si nada aconteciese en el
Rousseau. Tenían admiración por Washington y mundo. Allá estaban los señores de la real audiencia,
Jefferson. Tenían plantaciones de añil, café y cacao, y los notarios de la bula de la Santa Cruzada y los del
numerosos esclavos y una elegante conciencia de los Santo Oficio contra la pravedad y herejía, personas

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graves y cautas que podían llevar armas: los cobrado- deploran el fin trágico de Fajardo, olvidan que él tam-
res de diezmos y los señores de la real audiencia que se bién ahorcó a un cacique de nombre Paisana que vino
titulaban “alteza”, depositarios del real sello, y el verdu- a él en son de paz, y engañó a los indios que vivían pa-
go o ministro de la real justicia, un viejo esclavo en la cíficos en sus tierras. La conquista del valle estaba des-
cárcel real; y los expedientes de limpieza de sangre. Los tinada a otros. Con Losada llegó en cambio Cristóbal
hombres vestidos de negro que administraban justicia Cobos, y se le dio por expiación del crimen de su padre
a nombre del Rey y exigían del Ayuntamiento rela- salir a la conquista de los cumanagotos.
ción del más ínfimo gasto, así fuera en los de la propia Las orillas del Guaire producían abundantes y
jura del soberano. Sus antepasados habían sido alcal- olorosas maderas, y pequeñas embarcaciones baja-
des, procuradores, regidores perpetuos. Y todo el valle ban hasta el real de las minas de Nuestra Señora. El
se presentaba a sus ojos como una página en la cual cedro de Fajardo pudo ver todo esto. Los discípulos
estaban escritos los signos de un tiempo inmemorial. de los enciclopedistas se dispersaron por los cuatro
Fajardo murió a manos de Alonso Cobos que le tendió puntos cardinales. Murieron en las batallas y en los
una emboscada cuando preparaba nueva expedición patíbulos. Otros sobrevivieron a tantos aconteci-
al valle de los Caracas. Fajardo era mestizo, hijo de la mientos. Vivieron como al despertar de un sueño.
india Isabel y del español Diego Fajardo, otros dicen No se recibían aquellos pliegos de las reales cédulas
que de Juan Guevara. Hablaba todas las lenguas de los que el regidor decano ponía sobre su cabeza en señal
indios que había aprendido para el mejor éxito de su de ciega obediencia, y luego besaban como buenos
empresa. Luego, Fajardo era el descubridor o poseía el vasallos, fechadas en Escorial, El Buen Retiro, El
secreto de las vetas o minas de oro. Pero la historia se Pardo o Aranjuez, nombres que irradian a distan-
escribe a menudo con bastante parcialidad, y los que cia la gloria del poder real. Pero el cedro de Fajardo

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subsistía y a su sombra iba a sentarse algún pasean- arrendatario de la quinta. La madera sirvió para
te vestido de negro, meditabundo y solitario. Una construir una mesa sobre la cual pusieron un retablo
tarde, a mediados del siglo XIX, el cedro de Fajardo con imágenes descoloridas.
fue cortado. El nombre del que derribó lo ha con-
servado la tradición. Llamábase don Juan Gutiérrez, El Nacional, Caracas, 25 de octubre de 1954.

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EN BUSCA DEL “A V E N A C I O N A L”

Iguales méritos podrían reclamar los curufatas,


cucaracheros, azulejos, capas-negras, arrendajos,
cardenales y paraulatas. No hay que olvidar
el pájaro de siete colores que nos recuerda el iris.

Los ornitólogos de la Sociedad de Ciencias propio canto y belleza, cuando se le quiera hacer objeto
Naturales se han dado a la tarea de elegir un ave que de tales honores. Los de Guatemala honran el quetzal,
pueda servir de emblema o símbolo de nuestro país. del que se dice que muere cuando se ve cautivo, lo cual es
Los egipcios tenían el ave fénix que nadie había visto, ser de noble condición. En nuestro país tenemos la gar-
pues hacía su aparición cada quinientos años. Sus alas za, de gran variedad de tamaños y colores en las llanu-
eran doradas y rojas, dice Herodoto, y comparable a un ras y en los manglares a orillas de los ríos y lagunas. En
águila por su fuerza y tamaño. En escala menor tenían cierta época del año invaden las orillas del mar en gran-
los egipcios otras aves sagradas, entre ellas el ibis que des excursiones de pesca. Un garzón hace de centinela.
prestaba un servicio invalorable como era el matar las En Guayana, los ornitólogos lo saben, sobre todo si van
serpientes aladas cuando iban de Arabia hacia la tie- de cacería a buscar raros ejemplares para sus colecciones
rra de Egipto, en la primavera. Estos ejemplos indican y museos, abundan los pájaros fabulosos. No hablemos
las cualidades que debe tener un ave, por encima de su del tucán, de vuelo alto y tendido, tan común en las

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leyendas indígenas. Del campanero que da las horas o una región donde abundaba el pájaro de este nombre,
del inamú arisco y solitario. Sería necesario interrogar y el mismo origen del suyo alegaban los quiriquires.
a las tribus de aquella región que guardan sus secretos. Oviedo y Baños habla de un pájaro luminoso que guió
Del moriche se dice que canta donde hay oro, lo cual a Francisco Infante y a los compañeros suyos, perdidos
podría ser mérito extraordinario, si no se le opusiera el de noche en una montaña de Lagunillas. Páez refiere
águila o cóndor de nuestros Andes. El moriche, símbo- que en el cráneo del comandante Pedro Aldao, puesto
lo del Dorado, frente al águila, que lo es de Libertad. en una pica en la Plaza de San Fernando, hallaron un
El Dorado y la Libertad, las dos rutas características de nido de pájaros amarillos, el color de los patriotas. (No
nuestra historia que hemos señalado en otra ocasión. vengan a decirnos ahora que eran turpiales). Amarillo
Desde la cumbre del Potosí, Bolívar oponía la libertad era también el color de cierto pájaro que servía de em-
al oro, a los tesoros que se hallaban a sus pies. blema a los patriotas cubanos, al cual alude Martí en
Desde la Conquista deben haberse extinguido aquellos versos:
unas cuantas especies o variedades de pájaros, y otras,
como el modesto cucarachero, amigo de los tejados, ¡Yo pienso cuando me alegro
llamado el ruiseñor del trópico, se hayan a punto de como un escolar sencillo
extinguirse, lo cual sirve a los ornitólogos de pretexto en el canario amarillo
para exhibírselos embalsamados en sus museos, en que tiene el ojo tan negro!
medio de paisajes de cartón, y con fines educativos,
según dicen. Mucho más lo sería conservarlos vivos y El turpial, que hasta hoy parece llevar la ventaja
libres en los jardines públicos. Los toromaynas, pobla- en la elección de “ave nacional”, tiene inclinación a
dores del valle de Caracas, se decían provenientes de olvidar fácilmente la cautividad con su propio canto.

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Hace ya tiempo se proclamó árbol nacional al ara- cucaracheros, azulejos, capas-negras, arrendajos, car-
guaney. denales y paraulatas. No hay que olvidar el pájaro de
Estuvimos entonces por el samán como el único siete colores que nos recuerda el iris. Al mencionarlo
digno de competir con los árboles venerables de otros en el orden de los gorriones, Codazzi lamenta que no
países. El araguaney nos parecía más propio de una se le pueda domesticar.
poesía de abanico. Lo mismo podría decirse del tur-
pial, tan manoseado además por una literatura bara- El Nacional, Caracas, 31 de octubre de 1957.
ta. Iguales mérito podrían reclamar los curufiatas,

73
MÁS S O B R E E L PÁJA RO NAC I O NA L

No puede ser inventado


ni adquirido como un objeto de lujo.

La elección de un pájaro como emblema nacional inventado ni adquirido como un objeto de lujo. El pá-
no puede salir de una deliberación apresurada. No jaro simbólico debe ostentar cualidades por encima
puede salir de las predilecciones de grupos determina- de su propio canto y belleza de su plumaje. Debe es-
dos, de este o aquel ornitólogo ni de una colección de tar en abierta contradicción con todo lo que signifique
pájaros disecados. Ni de los que se venden en el mer- adocenamiento y vulgaridad. De lo contrario no será
cado para solaz de particulares. Ha de salir más bien el pájaro nacional por más que lo designen como tal,
de la poesía, de la historia y la leyenda, del fondo de así como el araguaney no es el árbol nacional. Este no
los tiempos, o de las selvas de nuestros grandes ríos, de puede ser sino el samán.
los confines del mundo mágico, o más sencillamente
del mito, que es la verdad en todo caso. No puede ser El Nacional, Caracas, 10 de noviembre de 1957.

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LA SEQUÍA

Se vive entre el temor


a la sequía y a las inundaciones.

A pesar de la sequía los árboles han reverdecido. El oposición. Ningún signo de política audaz que pueda
que no parece reverdecer es el espíritu nacional. En la poner en tensión las energías de un pueblo. Ante un
época de las plantas atómicas, de las explosiones nu- territorio desierto la vida se haya estancada con sus ran-
cleares, de los satélites artificiales, nuestros dirigentes chos y conspiraciones.
disertan como hace cien años. Sus discursos reclaman Cualquiera diría, al enterarse de las ofertas que
la indumentaria del siglo XIX. La vida del país prosigue de tiempo en tiempo se hacen a otros países, que en
por los mismos cauces. Todo lo que leamos en la prensa Venezuela no se carece de nada, pero la verdad es que
diaria nos parece haberlo leído antes. Comentarios, ar- ni siquiera dispone de locales propios para sus ofici-
tículos, editoriales diríanse recortados de los diarios de nas. La misma Tesorería Nacional, según puede verse
hace treinta, cuarenta años. Sus autores han alcanzado desde la avenida Bolívar, se haya montada en un piso
una envidiable longevidad. Hay desde luego un solo de alquiler. Los niños de Venezuela carecen de locales
cuadro de caballos. Y hay también una conspiración. suficientes. Han de esperar turnos para ir a la escuela.
La vida de nuestros países americanos es casi siempre No tienen, se dice, el número de maestros requeridos,
una conspiración. Se conspira desde el poder y desde la y ya se habla de importarlos de países más pobres, más

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pequeños, pero capaces de ofrecérselos al más “rico”. agua. Calcula para este aprovisionamiento un mínimo
Los niños de Venezuela emigran a otros países, emi- de cien litros por habitante. Se refiere a los acueductos
gran sobre todo a los países vecinos, largos éxodos de es- de Roma con un total de cuatrocientos cuarenta y tres
colares que contribuyen a la prosperidad de los colegios kilómetros de largo que conducían a un millón de me-
y escuelas de esos países. Nuestros pueblos y ciudades tros cúbicos de agua potable. Cada habitante disponía
carecen de agua o sufren escasez de agua. de cuatro metros cúbicos de agua. Este librito se escri-
Un particular puede dar lo suyo y quedarse si le bió para la época de los tranvías, pero sus teorías y prin-
place en la miseria. Una nación es diferente. Hay bas- cipios para la fundación y mantenimiento de ciudades
tantes asociados que pueden no estar de acuerdo con son de hoy y de siempre. Los fundadores de Santiago de
ayudas monetarias, dádivas y ayudas a otros países tan León eligieron un hermoso valle, regado por tres ríos e
atrasados como el nuestro. Nadie agradece la generosi- innumerables quebradas, torrentes del Ávila, pero no
dad de los manirrotos. Si esto ocurre con los individuos sospecharon lo que iba a ocurrir en la época del petró-
en mayor grado sucederá con los pueblos. No se ha vis- leo, no previnieron los delirios de la especulación ni la
to a los grandes pueblos dar lo suyo, a no ser a cambio obra destructora de varias generaciones.
de alguna ventaja relacionada con su propia existencia. Los ríos, bosques y quebradas desaparecieron bajo
Acaso no hay en el mundo un pueblo más ajeno a sus los planes urbanísticos. El valle de Caracas fue destrui-
propios intereses que el de Venezuela. do. Con la ilusión de tener agua suficiente, se han gasta-
En un librito El urbanismo al alcance de todos (París, do unos cuantos centenares de millones desde la época
1925), por Juan Raymond para uso de funcionarios mu- de Guzmán Blanco. Las lujosas urbanizaciones care-
nicipales y coloniales, se lee que antes de fundar una ciu- cen de agua tanto como los barrios donde la población
dad es indispensable asegurar su aprovisionamiento de se hacina en viviendas infectas.

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Hace algunos meses se dieron informaciones refe- ranchos y automóviles. Perdería su carácter de capital,
rentes al aprovechamiento de caídas de agua utilizadas pero no su función rectora por los derechos del espíritu.
con fines de odiosa especulación. Pero tales propósitos Sería también un signo de voluntad creadora, de tiem-
concluyeron por olvidarse. Tampoco nadie se acuerda pos nuevos, como lo ha hecho ya el Brasil, entre otros
de las quebradas, en espera de una creciente, para dar países, y lo piensa hacer Colombia. Quedaría por elegir
rienda suelta a la literatura hipocritona de las catástro- el sitio de la nueva Capital. El Orinoco hace signo desde
fes. El aprovechamiento de estos hilos de agua es uno sus soledades. En ningún otro sitio debería hallarse la
de los más urgentes reclamos de esta colectividad. capital de Venezuela. Para comenzar podría ser la mis-
En más de una ocasión nos hemos referido a la ne- ma Ciudad Bolívar o Angostura. El Orinoco es el ca-
cesidad de fundar una nueva ciudad. Parece que a fines mino de la historia de Venezuela, y con esto no estamos
del siglo pasado se llegó a considerar este proyecto. De diciendo nada nuevo.
este modo se resolvería más de un problema, incluso
el del transporte colectivo. Caracas se vería libre de El Nacional, Caracas, 30 de abril de 1959.

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EL I N C E N D I O D E L ÁV I L A

Es un monte indefenso.

El incendio del Ávila ha servido entre otras cosas ardiese durante varios días para que desde el fondo de
para demostrar la miseria de nuestra propia ineficacia. sus despachos los funcionarios recordasen la “bentonita”.
La falta de recursos que disponemos para hacerle fren- Todos los años el fuego devasta buena porción de los bos-
te a cualquiera emergencia. Una ineficacia derivada de ques del Ávila –podría hacerse una tabla comparativa de
nuestra general desorganización. Si por desgracia so- tales incendios–, y cada año se alzan grandes clamores, se
breviniese algunas de las calamidades que son comu- movilizan efectivos de tropas y partidas de civiles, pero
nes a todos los pueblos, nuestros diarios se cubrirían de ni siquiera se dispone de un buen sistema de contrafue-
fotos, informaciones y artículos elegíacos, pero segu- gos. A pesar de todas las prohibiciones que pesan sobre
ramente careceríamos de los recursos necesarios para el Ávila, de las alambradas y avisos de “No se pasa” que
hacerle frente, y en medio de la imprevisión general las se ven por todas partes en sus inmediaciones, del celo de
proporciones del desastre serían mayores. Se sabía, por personas beneméritas, el Ávila no se haya protegido con-
ejemplo, que la “bentonita” y otras sustancias químicas tra el fuego. Es un monte indefenso.
son buenas para extinguir incendios, pero no se dis- Años atrás, camino de Galipán, solía encontrar a
ponía de cantidad suficiente y fue necesario traerla de un viejo agricultor que hablaba contra los funciona-
Curazao y Estados Unidos. Fue necesario que el Ávila rios técnicos, sus leyes y reglamentos extraídos, según

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decía, de libros escritos en otros países. Les atribuía la se decían de reserva se vieron de pronto cubiertas de
pérdida de nuestra agricultura, y citaba el caso de las edificios para fábricas y apartamentos. Barrios infec-
Dos Aguadas que antes eran graneros de Caracas. tos han nacido al pie del Ávila. Se ha pretendido ur-
Confieso que me entretenía aquella conversación, el banizarlo o rebajarlo, y es raro que a estas horas no esté
candor de sus palabras, el hecho de que alguien se cubierto de ranchos o de quintas.
atreviese a poner en duda la ciencia de la gente de allá El Ávila también ha sido y es víctima de una mala
abajo. Decía que el propósito de tales técnicos o de literatura. En esto la pobre montaña no es menos afor-
gente que estudiaba en el extranjero, era el de hacer tunada que la ceiba de San Francisco, por ejemplo.
emigrar a los agricultores, a fin de que los terrenos Podrían formarse diccionarios de frases, de adjetivos
cobrasen valor, y así especular con ellos y obtener aplicados al Ávila, sobre todo en época de incendios,
mejores ganancias. El hombre tocaba sin saberlo, a fin de encajárselos a los muchachos en la memoria
aunque de modo vago e incierto, él, pobre agricultor para su mejor provecho. Mientras veo que el viento
desalojado, una parte de la verdad, aunque no estu- dispersa las cenizas de sus bosques, pienso para no ser
viese relacionado con aquellas leyes y reglamentos: menos, que el Ávila, llamado alguna vez Monte de la
la de la fiebre de urbanizaciones las cuales dieron Independencia, ha encendido su antorcha conmemo-
muerte al valle de Caracas. Grandes extensiones rativa de los ciento cincuenta años de aquel aconteci-
de bosques fueron sacrificadas a propósitos urba- miento, y ofrece a los habitantes de abajo, entregados
nísticos. Segaron sus quebradas y manantiales y se como siempre a sus odios y disputas estériles, el espec-
apoderaron de ellos, barrios enteros fueron privados táculo de su propia grandeza.
de agua, para especular con ella, venderla o distri-
buirla, de acuerdo a sus propios intereses. Zonas que El Nacional, Caracas, 6 de marzo de 1960.

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ÍNDICE

ENRIQUE BERNARDO NÚÑEZ: SU ACTITUD CON LOS ÁRBOLES 11

LAS NERVADURAS DE UNA PERSISTENCIA 23


El cardón 27
La fiesta del árbol 31
Árboles 33
Flores 35
Muerte de los pájaros 37
Niebla y jardines 39
Arístides Rojas y esas flores del camino 41
Los adornos del samán de Catuche 45
Manzanas 49
Defensa y muerte de la palmera 53
El parque “Díaz Rodríguez” 57
El árbol nacional 61
Corte de árboles 65
El cedro de Fajardo y otras reminiscencias 67
En busca del “ave nacional” 71
Más sobre el pájaro nacional 75
La sequía 77
El incendio del Ávila 81
E DIC IÓN DIGI TA L
M AYO D E 2018

C A R A C A S - VE N E Z U E L A

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