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ELECCIONES DE 1988
Por Amanda Nava
Por su parte, México le daba la bienvenida a la década con elecciones presidenciales en las que
saldría triunfante Miguel de la Madrid Hurtado, quien recibiría la herencia de la nacionalización de
la banca orquestada por su antecesor José López Portillo, con una crisis económica incluso peor que
la de 1976 que dio como resultado la implementación del Programa Inmediato de Reordenación
Económica (PIRE), con el estancamiento de los sueldos de los trabajadores, la inflación y la
devaluación del peso, con manifestaciones de protesta por parte de movimientos obreros,
estudiantiles, agrarios y sindicales, el afianzamiento del Partido de Acción Nacional, tensiones en las
relaciones internacionales con Estados Unidos, el encarcelamiento de “La Quina” y Durazo, la
explosión de San Juanico y el terremoto de 1985 en la Ciudad de México (llamada Distrito Federal,
por aquél entonces), el mundial de futbol y la “nueva” reforma política, el “crack” bursátil y el pacto
de solidaridad, así como del acontecimiento político de mayor importancia en la vida democrática
del país, hasta ese entonces: las elecciones presidenciales de 1988, que fueron precedidas por el
incendio del salón de sesiones de la Cámara de Diputados en San Lázaro en 1989.
Estas elecciones fueron un parteaguas en la historia del país ya que venía precedida por dos
reformas políticas de orden estructural de gran alcance, la de 1977 y la de 1986, con las que se
esperaba lograr el respeto al sufragio de los mexicanos y de su derecho constitucional de elegir a
sus gobernantes y representantes políticos.
La reforma de 1977 tuvo para mostrar su eficacia las elecciones de Diputados de 1979 y 1985,
además de las presidenciales de 1982, dejando en evidencia su incapacidad para legitimar el sistema
electoral regente en el momento. Debido a esto, fue sustituida por la reforma de 1986, la cual tuvo
su prueba de fuego en las elecciones para presidente de 1988, en las cuales quedó demostrado las
modificaciones propuestas por el partido hegemónico y aprobadas por el poder legislativo no nacían
de un compromiso con el país y la democracia sino de un intento por paliar las demandas sociales y
políticas de la nación, sin atacar los focos rojos ya identificados de ilegalidad en la democracia y
mantener la misma estructura de poder.
SALDO DE LA REFORMA POLÍTICA DE 1977
La reforma de 1977 promovida por López Portillo, tuvo su primera confrontación con la realidad
política del país en las elecciones legislativas de 1979. Los aspectos más representativos de esta
reforma fueron:
Es decir, aunque no se reflejara en los resultados evidencia de que la reforma estuviera fomentando
la competencia equitativa entre los partidos, el porcentaje de abstencionismo y el de votos obtenido
por el PRI (69.84%, la menor cantidad obtenida desde 1946), da muestra del hartazgo social y de la
crisis de representación política por la que atravesaba la nación, quienes iban perdiendo la fe en el
partido hegemónico y la confianza en las instituciones.
Sin embargo, la reforma tendría una oportunidad más, en las elecciones federales de 1982, en las
que se elegiría presidente, diputados y senadores. Los resultados de esta elección fueron:
En estas elecciones, el PAN obtuvo 2 diputaciones menos que en las elecciones anteriores, lo cual
hacía evidente que la apertura a la oposición sólo se permitía en el área destinada a la minoría. Por
otro lado, el PARM y el PSD perdieron el registro, lo cual evidenciaba las complicaciones que
representaba la reforma y el registro condicionado para el establecimiento de nuevos partidos
políticos.
Las últimas elecciones bajo la normativa de la reforma de 1977 fueron las de 1985:
Como se puede observar, el registro al PARM le fue devuelto para las elecciones de 1985. En estas
elecciones se comienza a observar una alternancia mayor, y por ende mayor fuerza de competencia
de los partidos políticos de oposición, en la constitución de la Cámara de Diputados.
Por otro lado, se puede observar que con, excepción de las elecciones para presidente, el
abstencionismo va en aumento; que la cantidad de votos por las que gana el PRI es cada vez menor
y que no hay aun afianzamiento real de los partidos de oposición, con excepción del PAN. Para Silvia
Gómez, estos fenómenos son elementos que constatan la falta de legitimidad de los procesos
electorales:
Hay cuando menos tres aspectos que indican la falta de legitimidad de los
procesos electorales: el abstencionismo, la debilidad de la oposición y el
predominio del PAN, y los conflictos que se suscitan alrededor de los procesos
electorales.
“Los conflictos” a los que Gómez hace referencia son aquellos de los que toda la sociedad sabía,
pero cuyo uso ya se había normalizado en los procesos electorales y que en la elección de 1985
aumentaron: “padrones adulterados, hostigamiento y ‘ninguneo’ a la oposición, desconocimiento
de representantes, robo y relleno de urnas y proclamación apresurada de ‘carro completo’” (Reyes
del Campillo, 1993).
Por lo que, a pesar de que la reforma de 1977 se implementó para legitimar el sistema político
mexicano, ésta no pudo, hasta 1985, recobrar la confianza perdida desde las elecciones de 1976,
dejando un saldo de mayor desconfianza en que se pudiese alcanzar un verdadero cambio a través
de los procesos electorales y del voto.
Para la estructuración de esta nueva reforma, se realizaron audiencias públicas hasta que en
noviembre de 1986 el presidente emitió la iniciativa de reforma constitucional que sería aprobada
en diciembre. En esta iniciativa, se manifiesta que:
La reforma consistió en la modificación de los artículos 52, 53, 54, 60 y 77, así como el artículo 18
transitorio de la Constitución; además de la promulgación del Código Federal Electoral (CFE), mismo
que, aunque fue aprobado en diciembre, se publicó en el Diario Oficial de la Federación (DOF) el 12
de febrero de 1987. Los principales cambios derivados de este Código fueron (Cámara de Diputados,
Instituto Nacional Electoral):
Aunque la reforma, nuevamente, en la “forma” modificaba ciertos puntos en los que la LFOPPE
había fallado en abarcar, como la abolición del registro condicionado o la aprobación de las
coaliciones y frentes electorales, de “fondo” no atacaba los obstáculos legales que en materia de
procesos electorales el PRI frenaba la transición. En palabras de Irma Méndez:
Entre los mecanismos legales utilizados para limitar a los partidos de oposición
en su lucha por desafiar al partido en el poder destacan tres: en primer lugar,
durante el proceso de organización y validación de las elecciones los partidos
tenían escaso control sobre la administración electoral, la cual estaba bajo el
dominio del poder ejecutivo (a través de la Secretaría de Gobernación). En
segundo lugar, el proceso de registro de partidos era conducido por el Secretario
de Gobernación en calidad del máximo órgano electoral, quien gozaba de
facultades discrecionales para decidir la pertinencia de abrir el registro de
partidos y otorgar el mismo. En tercer lugar, la fórmula electoral permitió por
muchos años la sobrerrepresentación del partido mayoritario y la
subrepresentación de los partidos de oposición. (Méndez, 2004)
A pesar de que Méndez coloca en último lugar la “sobrerrepresentación del partido mayoritario”,
bien podría ser ésta el mecanismo legal principal en torno al cual giran el resto de las contradicciones
que surgen de la reforma, y de cuyo seno emana la “Cláusula de gobernabilidad”.
En su “forma” menos maquiavélica, esta reforma pretendía garantizar que las “minorías” no
volvieran al país “ingobernable”, sin embargo, la simple propuesta permite entrever la anticipación,
de un partido hegemónico que va perdiendo cada vez una mayor cantidad de diputaciones, a la
posible derrota; así como su afán de no perder el poder legislativo que esta supremacía conlleva: la
aprobación de reformas que no alteren los privilegios de su elite política.
Esta mayoría legislativa llegó a ser la base de toda la estructura que sustentaba al presidencialismo
y, al mismo tiempo, un círculo vicioso, ya que los organismos electorales encargados de vigilar,
supervisar y resolver las quejas en materia electoral tenían relación con el poder legislativo o con el
ejecutivo:
Estos organismos son sólo una muestra del alcance del control electoral ejercido por el PRI, ya que
a estos faltaría agregar que los Colegios Electorales de cada una de las cámaras, tanto la de
Diputados como la de Senadores, eran quienes se encargaban de la calificación final de las
elecciones; que las comisiones, tanto la Federal como la local, eran las encargadas del cómputo de
los votos y de expedir las constancias de mayoría en sus respectivos ámbitos; que el Código
establecía periodos muy breves de tiempo a partir de la calificación emitida por el Colegio Electoral
de cada cámara para que el TRICOEL recibiera los recursos de apelación o queja con sus respectivas
evidencias.
El elemento faltante de los mencionados por Silvia Gómez se refiere a la aplicación subjetiva de las
premisas objetivas establecidas por la ley en cuanto al registro de los partidos políticos, cuyo
ejemplo más contundente se puede observar en la pérdida del registro por parte del PARM y su
nueva aparición en las elecciones de 1985, a pesar de que su retorno a las boletas es un fenómeno
favorable para la consolidación de una oposición plural que le den legitimidad al sistema electoral
validando los procesos que lo conforman desde una perspectiva de equidad y de justicia, también
es muestra de cómo los organismos electorales de la reforma de 1977 no aplicaban la ley en su
cabalidad.
Aunque a la luz de la historia se puede observar con claridad que la reforma político-electoral de
1986 no brindaría los resultados esperados, debido a que no había partidos de oposición que
pudieran significar un obstáculo a las decisiones del presidente, ya que la ley se aseguraba de que
ninguna oposición, ni que la suma de oposiciones, pudiera llegar a alcanzar la mayoría, asegurando
que en materia legislativa y electoral, el PRI siempre tendría la última palabra; a esta reforma todavía
le haría falta probarse a sí misma en las elecciones de 1988.
Emanado de las luchas internas del partido hegemónico este Frente fue el adversario más
contundente en el proceso electoral para el PRI en la contienda electoral de 1988.
Hasta cierto punto, esta premisa resulta evidente si se analiza que el presidencialismo se regía por
dos ciclos, que se repetían incansablemente y por medio de los cuales se conseguía su perpetuación.
El primero, lograba que las cámaras legislativas siguieran las pautas establecidas por el presidente
en materia de política exterior e interior. Y el segundo, que era el presidente quien elegía a quienes
asumirían los puestos más altos de la estructura del gobierno, secretarios, embajadores, presidente
del partido e, incluso, al próximo candidato presidencial, y que la decisión presidencial se basaba en
simpatías, fidelidad, sumisión y confianza. De esta forma, quienes tenían la capacidad de generar
algún cambio no lo hacían por alguna de estas razones.
Con el control de este monopolio de acceso a los puestos más importantes, con tantos políticos
tocando a su puerta y haciendo fila de espera para poder participar de uno de esos cargos, pero al
mismo tiempo con la perpetuidad de los antiguos políticos afianzados del partido, dio como
resultado que el movimiento más poderoso de oposición al PRI fuese organizado por la gran
cantidad de activistas que ya no coincidían ideológicamente con el autoritarismo presidencial que
regía porque al mismo tiempo era esta línea la que les privaba de su derecho democrático a ser
tomados en cuenta, tanto para los puestos políticos más relevantes, como para el establecimiento
de las directrices nacionales, entendidas como el programa del gobierno, tanto al interior, como las
estrategias y principios que regirían al propio partido, como al exterior de la vida democrática del
país.
De esta forma, la corriente democrática del PRI, pidiendo que se eligiera democráticamente un
candidato a la presidencia, tratando de eliminar esta capacidad fundamental del presidente, del cual
se cimentaba uno de los mayores pilares de la rígida estructura del presidencialismo y cuestionando
la política económica que seguía el país, rompería de manera inconciliable con el partido.
Además, con la reforma de 1977: se rompió con el poder ideológico de la oposición, se tomó el
control de la decisión de elegir qué partidos sí entraban al juego político y cuáles no, además de las
dificultades que implementaba para constituirse como un partido político, dio como resultado que
la pluralidad de partidos en las contiendas electorales no pudiera acumular el peso necesario para
echar abajo la hegemonía del PRI.
A partir de esta ruptura de la corriente democrática, se creó el FDN, en coalición con otros partidos
de oposición como el PPS, PARM, PST, y posteriormente, el PMS (tras la declinación de Heberto
Castillo); postulando a Cuauhtémoc Cárdenas como candidato presidencial. Es decir, la opción más
viable para crear una oposición competente venía del rompimiento de la propia estructura del PRI
y de la coalición de la oposición, cláusula que se afianzara en la reforma de 1986, pero que tiene sus
inicios desde 1977.
Aunque los procesos legales que acusaban al PRI de haber mancillado el proceso electoral no
prosperaron por diversas razones, la sospecha del “fraude electoral” trajo consigo, nuevamente,
una atmósfera cargada de desconfianza y de ilegitimidad del gobierno de Salinas.
A este respecto, Lehoucq (2007), tiene tres conclusiones teóricas con respecto al “fraude electoral”1
y sus implicaciones sociales:
1. “El fraude [electoral] puede adoptar una amplia gama de formas, desde las violaciones de
procedimiento a la ley electoral (con o sin la intención de alterar los resultados) hasta el
abierto uso de la violencia en contra de los votantes”.
2. “El fraude debilita la estabilidad política”.
3. “La fabricación de votos se incrementa con la desigualdad, pero la competencia, moldeada
en parte por las instituciones, determina las estrategias de los partidos en cuanto al fraude
electoral se refiere”.
Es decir, sí se puede considerar “fraude electoral” las prácticas de manipulación electoral utilizadas
en 1988, de las cuales Reyes del Campillo (1993) hace un recuento:
1
Aunque es un texto basado en las elecciones de 2006, sus conclusiones teóricas buscan construir un marco
conceptual al respecto de las definiciones de este término y las categorías derivadas, que de él pudieran
emanar.
de organizar la captura, procesamiento y entrega de los resultados y estadísticas
electorales (…)
Otra de las evidencias que originó la falta de legitimidad de este proceso electoral, es la controversia
de los resultados de la elección. Por un lado, las cifras oficiales tienen diferencias entre sí; por el
otro, el porcentaje oficial de abstencionismo (también con diferentes variaciones entre sí) que ronda
por el 52.58% no coincide con la experiencia empírica de los votantes quienes testifican que fueron
las elecciones con la mayor cantidad de electores en las casillas.
La forma en que se tergiversaron y manipularon los procesos electorales dejó constancia más
tangible de que el proceso de democratización del país aún tenía largo trecho por recorrer iniciando
por una nueva estructura institucional en materia electoral en cuanto a:
La reforma de 1986 está motivada por esta falta de credibilidad y legitimidad propiciada por los
órganos del gobierno. Sin embargo, aunque en teoría intenta sentar las bases para que todos los
partidos logren desarrollarse en un contexto justo, equitativo y democrático, para abrir la
competencia política a la oposición, la elección de 1988 evidencia los recursos, privilegios y
prerrogativas en favor del partido hegemónico.
Por lo que se evidenció el sistema político que, en teoría era democrático y cimentado en la elección
popular mediante el voto, como un sistema de política negociada, lo cual generaba
automáticamente la devaluación de la confianza en el voto como un medio de cambio. Esta política
negociada permitió que la falta de legitimidad brindada por el “voto” con la que el gobierno de
Salinas comenzó su mandato, fuese negociada en el ring de los “sacrificios” políticos.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Anaya, A. (2013). 20 años sin (la absurda) cláusula de gobernabilidad. Nexos. Consultado el 30 de
mayo de 2019 desde https://eljuegodelacorte.nexos.com.mx/?p=2512
Instituto Nacional Electoral. Para saber más: reformas estructurales de nuestro sistema electoral.
México. Consultado el 30 de mayo de 2019 desde
http://pac.ife.org.mx/para_saber_mas_reformas_estructurales.html.
Lehoucq, F. (2007). ¿Qué es el fraude electoral? Su naturaleza, sus causas y consecuencias. Revista
mexicana de sociología, 69. (1). 1-38. Consultado el 30 de mayo de 2019 desde
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032007000100001
Loaeza, S. (1989). Código Federal Electoral: entre la mayoría y el consenso. Nexos. Consultado el 30
de mayo de 2019 desde https://www.nexos.com.mx/?p=5410.