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PS.MIGUEL ROSELL LA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ................................................................................................................ 4

Cómo hay que entender esto ....................................................................................... 6

PARTE I: Fundamentando doctrina................................................................................... 7

La iniciativa es siempre de Dios .................................................................................... 7

La comunión con Dios manifiesta la salvación del creyente ..................................... 8

La suficiencia divina y la incapacidad humana ......................................................... 8

Por Su misericordia: muertos al pecado, vivos en Cristo ........................................... 9

La salvación, ¿es obra de Dios o del hombre? ............................................................ 10

El “presente continuo” de Dios: el concepto de eternidad ...................................... 11

Un cambio real de naturaleza ..................................................................................... 12

Cuando es fácil decir: ¡es usted salvo!, y luego decir: ¡oh, perdió la salvación! ........ 15

PARTE II: Analizando textos bíblicos que se malinterpretan para hacer creer que la
salvación se puede perder. ............................................................................................. 15

LOS QUE UN DÍA FUERON ILUMINADOS, PERO JAMÁS FUERON LUZ ........................ 16

ADVERTENCIA AL QUE PECA DELIBERADAMENTE ...................................................... 17

ACLARACIÓN DE HEBREOS 12: 15............................................................................... 21

ACLARACIÓN DE HEBREOS 2: 3................................................................................... 22

ACLARACIÓN DE HEBREOS 3: 6ss; 12-14 .................................................................... 22

ACLARACIÓN DE 1 PEDRO 5: 8.................................................................................... 24

ACLARACIÓN DE SANTIAGO 5: 19, 20 ......................................................................... 24

ACLARACIÓN DE 2 PEDRO 1: 10.................................................................................. 24

ACLARACIÓN 2 PEDRO 2: 1; 18-22 .............................................................................. 25

ACLARACIÓN DE COLOSENSES 1: 23 ........................................................................... 29

ACLARACIÓN DE 1 TIMOTEO 6: 20, 21........................................................................ 29

ACLARACIÓN DE GÁLATAS 5: 4 ................................................................................... 30

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ACLARACIÓN DE JUDAS 23a........................................................................................ 30

ACLARACIÓN APOCALIPSIS 3: 5................................................................................... 30

ACLARACIÓN 2 JUAN 1: 9............................................................................................ 31

ACLARACIÓN DE 1 CORINTIOS 15: 1-3 ........................................................................ 32

ACLARACIÓN DE ROMANOS 11: 17-24 ....................................................................... 34

PARTE III: avanzando en la argumentación. ................................................................... 34

¿Para qué advertir de la apostasía, si nadie salvo se puede perder?......................... 34

Concluyendo: al hermano anónimo............................................................................ 35

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LA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN

Por
Miguel Rosell Carrillo

Este es un estudio bíblico, no sólo un libro cristiano, y por tanto es menester estudiarlo
con la Biblia al lado, viendo el contexto de cada texto.

Colosenses 2: 13, 14 “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión


de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,
anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz”

INTRODUCCIÓN
Este libro NO va dirigido a creyentes meramente nominales, sino que va dirigido
exclusivamente a todos aquellos que saben que son salvos, porque han creído
conforme a salvación, y consecuentemente el Espíritu les da testimonio a su espíritu
de que son hijos de Dios (Ro. 8: 16).

Por ello no pretendo ni busco el hacer una apologética de lo imposible, cual es, tratar
el justificar a todos aquellos pecadores impenitentes que, amparándose en una mera y
conveniente creencia, pretenden ser lo que nunca han sido: salvos. ¡Jamás ha estado
esto en mi mente!

Los que dicen que se han convertido y son tan corrompidos como antes de convertirse,
no dicen la verdad. Si se han convertido ¿a qué se han convertido? Si se han convertido
a Cristo, o más bien, Cristo les ha convertido, entonces es imposible que vivan
conforme a su vida anterior. Por eso insistimos en que cuando hablamos de salvación,
implícita en ella está la santidad de Dios en el salvo, de otra manera todo es un simple
espejismo. Nadie se engañe, lo que el hombre sembrare, eso recogerá (Gl. 6: 8)

Nadie me podrá acusar aquí de estar defendiendo a los carnales, atribuyéndoles el


mensaje de “salvos, siempre salvos” cuando jamás han sido “salvos”. Los que opinan
que no importa lo mucho que los cristianos pequen después de convertidos, que jamás
van a perder la salvación, se equivocan por principio. Eso la Biblia no lo enseña. La
Escritura asegura que el que ha nacido de Dios no puede practicar pecado (1 Jn. 3: 9),
por lo tanto es una terrible mentira asegurar lo contrario. Dicho de otro modo, el que
peca como sistema de vida, aunque tenga mucho conocimiento de Dios en su mente,
jamás nació de Dios; no es salvo.

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Alguien escribió: “Hay dos extremos en lo que se refiere a la pérdida o mantenimiento


de la salvación. Hay quienes creen que la salvación se pierde por cualquier cosa; y hay
quienes piensan que no se pierde jamás por nada”. La verdad bíblica es que la
salvación como tal, es la realidad de la vida de Cristo en el individuo, obra directa de
Dios por elección en el individuo (Ef. 2: 8), y como tal, es eterna (Ap. 13: 8)

No se puede perder lo que jamás se tuvo; no se puede perder lo que se obtuvo de


parte de Dios. Esta máxima es concluyente en la cuestión salvífica.

Los que creen que la salvación se puede perder, argumentan diciendo que el cristiano
puede apartarse de la fe y perderse cuando se acostumbra a pecar, y no quiere
arrepentirse, y termina por pisotear semejante salvación. Esto de nuevo es un
contrasentido y es contrario a la revelación de la Escritura, cuando dice que el que ha
nacido de Dios no puede hacer eso, porque la simiente de Dios permanece en él; y no
puede continuar pecando como solía hacerlo en su vida anterior, justamente porque
ha nacido de Dios, y ha muerto a su vieja naturaleza pecaminosa (1 Juan 3: 9; Gl. 2: 20)

Como dijo Jesús: “O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su
fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol” (Mateo 12: 33)

El árbol bueno es siempre bueno, y el malo, malo, o como dice Santiago: “¿Acaso
alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos,
¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente
puede dar agua salada y dulce” (Santiago 3: 11, 12)

La confusión, cuando no se tiene una acertada teología, se genera cuando en la


experiencia de la vida uno se topa con muchos cristianos profesantes, que luego en un
momento dado se muestran como lo que realmente son: impíos; pero la Palabra es
muy explícita al respecto:

“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu


nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”
(Mateo 7: 22-23)

Hacían las obras de Dios, o así se mostraban ante los demás, pero no eran de Cristo.
No es que perdieron la salvación, es que jamás fueron salvos: “Nunca os conocí”.

Dios conoce a los que son Suyos; nosotros solamente podemos estar seguros en
cuanto a nosotros mismos (Ro. 8: 16)

Aunque no sean conscientes de ello, los que creen que la salvación se puede perder,
no creen en la seguridad de la salvación, lo cual de por sí es totalmente antibíblico.

En este libro probaremos que los que son verdaderos herederos de salvación, la
heredarán, sin duda alguna (Hchs. 26: 18)

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Este libro busca levantar ante los ojos del corazón del creyente la esperanza a la que
ha sido llamado, porque la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Ro. 5: 5

En ese sentido, iremos desmantelando todos esos comentarios presuntamente bíblicos


que se han ido haciendo a lo largo de los años, que pretenden demostrar lo contrario a
lo que vengo exponiendo, y que en ocasiones se han enarbolado por causa de meros
intereses doctrinarios denominacionales.

Somos salvos porque nacimos de nuevo, y nacimos de nuevo para ser salvos. Porque
Dios nos hizo nacer de lo Alto (Jn. 3: 3), hemos pasado de muerte a vida; vivimos en
una nueva vida, muertos definitivamente al pecado y a su poder.
(Efesios 2: 1-6)

Cómo hay que entender esto


En hermenéutica, es muy importante seguir el orden exegético establecido por la
misma Escritura en cuanto a la verdad expuesta. Quiero decir con eso que, una verdad
básica es como la misma expresión da a conocer: un fundamento sobre el que se
edifica el resto de verdades, y donde las demás verdades deberán estar sobre
fundadas y adheridas. No se puede quitar una verdad del contexto de la verdad, de
otro modo tendríamos una mentira o una incongruencia, según el caso. Doy ejemplo:

En cuanto a haber nacido de Dios, y por tanto no poder practicar o vivir


pecaminosamente como los incrédulos tenemos el siguiente pasaje, el cual constituye
una verdad básica: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde
el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo
aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios
permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3: 8, 9)

Vemos en ese pasaje una verdad básica e inamovible: El hijo de Dios no puede pecar a
modo del hijo del diablo.

No se puede ni añadir, ni quitar nada de esto, y no obstante los que aseguran que la
salvación se puede perder, y siempre a causa de practicar pecado, implícitamente
están negando esta escritura de 1 Juan conforme a verdad básica.

Y, ¿Cómo lo hacen?, pues con una verdad adyacente, pretendiendo con ella
fundamentar su teoría, como si fuera una verdad básica. Pongamos un ejemplo: “Pero
el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4: 1)

Esa es una de las varias escrituras que usan para hacer su particular apología. Aseguran
que como apóstatas han perdido la salvación, sin tener en cuenta que un verdadero
apóstata jamás fue de Cristo.

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Por lo tanto sigamos la regla correcta de interpretación de la Escritura, de otro modo,


iremos a ciegas. Hay que poner el peso en la base, si no, se desnivela todo.

PARTE I: Fundamentando doctrina.

La iniciativa es siempre de Dios


(Juan 15: 16) “No me elegisteis a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros…”

Los que enseñan que un hombre salvado por Dios, podría final y definitivamente
perder la salvación, lo creen así porque también creen que ese mismo hombre pudo
decidir ser salvo, y por tomar la iniciativa de serlo, debiera ser responsable de seguir
siéndolo. Si tomó la decisión de serlo, entonces podría tomar la decisión de no serlo.
Esto es antibíblico y perverso por principio, siendo una forma de “deísmo” (*), porque
excluye a Dios de toda la ecuación, no sólo de Su soberanía, sino en el ejercicio de, por
Su misericordia, la dádiva de Su gracia.

(*) Deísmo es la herejía que enseña que Dios no interfiere en la vida de los humanos.

El asunto es muy distinto. Es Dios quien llama y justifica al que elige justificar, por Su
gracia, y por Su gracia, mantiene salvo al individuo (Ro. 5: 1; Ef. 2: 8, 9)

“Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hchs. 2: 39)

El llamamiento es el de Dios, no el del hombre, de otra manera estaría el hombre


pactando con Dios, lo cual es improcedente.

Por otro lado, simplemente seamos realistas: si la salvación se pudiera perder, ¡ni a
usted ni a mí nos duraría la salvación un día! ¿Qué fuerza existe en nosotros mismos
para hacer la voluntad de Dios? Ninguna.

Cuando estábamos muertos en nuestros delitos, violaciones y pecados (Ef 2: 1), Dios
nos dio vida. La iniciativa fue de Dios (Jn. 15: 16), la obra es de Dios (Fil. 2: 13).

Esa vida nueva, no es nuestra, sino Cristo en nosotros, en cada uno, por Su amor, por
Su entrega en la cruz (Gl. 2: 20). Nuestro viejo hombre, no sólo quedó atrás, sino que
fue crucificado juntamente con Cristo, de modo que el cuerpo del pecado fuera
destruido, para que no sirvamos más al pecado (Ro. 6: 6)

¡Estas son las Buenas Nuevas de salvación! ¡Esta es la obra perfecta de un Dios que es
Perfecto! ¿Quién podrá deshacer lo que Dios ha hecho?

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5: 17)

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“porque Cristo, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”
(Hebreos 10: 14)

La comunión con Dios manifiesta la salvación del creyente


En este libro deseo explicar lo que sé que está en el corazón de Dios hacia sus
escogidos, y lo sé porque lo dice la Escritura: que Le conozcan; “y nuestra comunión
verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Juan 1: 3).

Para ello Él tiene paciencia, porque en Su misericordia, no retarda la promesa de su


Advenimiento, sino que hace cumplir sus designios de salvación hasta el último
individuo: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino
que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos
procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3: 9)

Todos y cada uno de los elegidos según la presciencia de Dios Padre, predestinados
para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de Su
voluntad, llegarán a conocerle; llegarán a esa preciosa comunión o relación con El. Ni
uno de ellos se perderá, porque poderoso es Dios para hacer que abunde en ellos toda
gracia (1 Pr, 1: 2; Ef. 1: 5; 2 Co. 9: 8)

Esa es el Ancla de nuestra salvación, la seguridad que proporciona el hecho de creer lo


que podemos y debemos creer: que todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él
Amén (2 Corintios 1: 20)

“tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza
puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que
penetra hasta dentro del velo” (Hebreos 6: 18, 19)

La seguridad de la salvación es el ancla firme de nuestra alma por Cristo Jesús.

La suficiencia divina y la incapacidad humana


La salvación de Cristo para el individuo que ha de ser salvo, es algo tan elevado, santo,
sublime, e importante para Dios, que no puede quedar rebajado su concepto por la
simple debilidad, negligencia o mediocridad humanas. En otras palabras la salvación es
de Dios, y Dios jamás se equivoca a la hora de elegir a los que han de ser herederos de
salvación (He. 1: 14). Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios (Ro.
11: 29)

Concretamente, en cuanto a los asuntos salvíficos, Dios no deja nada al azar ni a la


presunta libertad de presunta elección de los hombres. Uno de los atributos de
nuestro Dios es que es Soberano. La palabra soberano significa el superior o el más
alto, supremo en poder, superior en posición antes todos los otros.

Cuando decimos que Dios es soberano estamos diciendo que Él es el número uno, el
único, gobernador en el universo. Aplicación: La idea de la soberanía es un alentador

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único, porque asegura al cristiano que nada está fuera del dominio de Dios, y que Sus
planes se llevan a cabo triunfalmente (Romanos 8:28).

Dios no preparó y ejecutó su obra de expiación en Cristo, y como que la colocó a la


vista de toda la raza humana, servida sobre una mesa para que quien quiera, pueda ir y
ser salvo, dejándolo de ese modo todo al albedrío de hombres muertos
espiritualmente, perdidos en sus deseos carnales, haciendo la voluntad de la carne,
enemigos de Dios e hijos de ira por naturaleza (Ro. 5: 10; Ef 2: 3). Si hubiera sido así,
hubiera sido un rotundo fracaso, porque nadie se hubiera acercado, como no se
acercan los hombres amadores de su pecado a la Luz, y eso éramos todos nosotros: “Y
esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Juan 3: 19) Ahí vemos que ha sido
imprescindible la elección de Dios para venir a salvación.

El hombre natural es totalmente ajeno al Espíritu de Dios, por haberse cortado aquella
relación con el Creador ya desde sus inicios. El hombre natural, muerto
espiritualmente, no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son
locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Co. 2:
14; 1: 23)

La naturaleza pecaminosa del hombre natural le lleva a pecar sin más (Ro. 5: 12); esa
es su manera de vivir, es lo terriblemente natural en él.

Por ello, Dios en Su soberanía y a causa de Su misericordia (Ro. 9: 15), escogió en amor
y según el puro afecto de Su voluntad a los que iban a ser adoptados hijos suyos, por
medio de Jesucristo (Ef. 1: 5), porque no depende del que quiere, ni del que corre, sino
de Dios que tiene misericordia (Ro. 9: 16)

Por Su misericordia: muertos al pecado, vivos en Cristo


(Colosenses 1: 21) “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y
enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado”

Esa reconciliación es el don de Dios por Su gracia (Ef. 2: 8), por Su iniciativa, no por la
nuestra, cual no existía: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a
vosotros…” (Juan 15: 16)

“Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3: 3)

La Escritura no puede ser más clara. Hemos muerto a nuestra vieja naturaleza de
pecado, y hemos nacido de Dios (1 Jn. 3: 9), y lo que ahora somos está escondido con
Cristo en Dios. Esto tiene tres lecturas como poco:

1) Los creyentes tenemos una vida espiritual común con el Padre y el Hijo (1 Co. 6:
17; 2 Pr. 1: 4)
2) El mundo no puede entender todo lo que significa la nueva vida del creyente
(Ro. 8: 19; 1 Co. 2: 14)

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3) Los creyentes estamos asegurados por la Eternidad, protegidos de todo


enemigo espiritual (Jn. 10: 28; Ro. 8: 31-39)

Esto último, significa que la salvación está asegurada para aquél que verdaderamente
está EN Cristo, porque para aquél que no está en Cristo, sino que simplemente se
llama cristiano, esto no se aplica.

Si nuestra vida está escondida en Dios, significa que en términos de eternidad, ese ha
sido Su designio, y aquí la Palabra nos habla en términos de eternidad, porque la
salvación es un asunto, no de temporalidad, sino de eternidad, y la pregunta que los
escépticos debieran hacerse es: “¿En qué momento se puede detener la Eternidad?”, o
“¿Se puede detener un proceso eterno, como es la salvación, que es la vida eterna?”
Evidentemente, no.

LA SALVACIÓN, LA VIDA ETERNA, ES UN ASUNTO DE ETERNIDAD, NO DE


TEMPORALIDAD.

De esto trata este libro, hermanos; de que el que es verdaderamente de Cristo, no ha


de temer que en un momento de su vida pueda perder lo que ya está escondido en
Dios.

La salvación, ¿es obra de Dios o del hombre?

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2: 8, 9)

Contrariamente a lo que visto, porque la Biblia así lo dice, los que enseñan que la
salvación se puede perder, se basan en que esa salvación depende de que el creyente
la sepa y pueda guardar. Si fuera así, la salvación sería por obras, en este caso, para
“preservar” dicha salvación.

Si nuestra salvación dependiera de nuestros esfuerzos humanos por sostenerla...


¡entonces nadie sería salvo! La salvación es de Dios para nosotros, no es nuestra (Ef. 2:
8, 9).

Si la salvación hay que sostenerla en nuestras fuerzas, entonces ¿por qué no haberla
ganado? ¿Qué diferencia habría realmente? Si el hombre pudiera sostener su
salvación, podría también haberla obtenido. Pero como cristianos, sabemos que no es
así.

Como nadie puede ganarse su salvación, tampoco la puede sostener.

Si mi salvación depende de mi esfuerzo para no perderla, entonces he entrado de


pleno en la doctrina de Roma: salvación por obras.
Piénselo bien: Cuando se llega a creer que la salvación se puede perder (hablo de la
verdadera regeneración en el individuo) entramos en un contra sentido. Por un lado la

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seguridad de la salvación se esfuma, negando Romanos 8: 1 “Ahora pues, ninguna


condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, por otro lado, entramos en el concepto
de la salvación, no sólo por gracia, sino por obras (catolicismo).

El “presente continuo” de Dios: el concepto de eternidad


“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5: 10)

Ese “seremos salvos por Su vida”, significa que seguimos, y seguiremos siendo salvos
por Su vida, hasta que se manifieste esa salvación (1 Jn. 3: 2) porque Cristo, nuestra
vida, está en nosotros, los que somos verdaderamente salvos (Col. 3: 3).

Los salvos o regenerados, lo somos en el momento de recibir ese don aludido. Cuando
se dice, lo somos, es que lo seguimos siendo, y jamás por obras, sino por la misma
gracia salvífica expresada. Así como fuimos salvados, seguimos siendo salvados. El que
considere que depende su salvación de su obra, contradice esta Escritura que dice: que
no es por obras (Ef. 2: 9).

“porque Cristo, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados”
(Hebreos 10: 14)

Este solo versículo define de manera absoluta la esperanza de nuestra fe: Cristo con su
sacrificio, en términos eternos hizo perfectos a los que hemos sido santificados, es
decir, apartados para Dios. Esta obra es consumada en nosotros, los que hemos sido
sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia (Ef. 1:
13, 14)

SI COMO SALVOS YA ESTAMOS EN LA ETERNIDAD, ¿QUIÉN NOS PODRÁ SACAR DE


ELLA?

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni


potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”
(Romanos 8: 38, 39)

De forma diáfana, la Palabra aquí nos declara que ninguna cosa creada, incluida
criatura alguna, nos podrá separar del amor de Dios, lo cual implica comunión con Él.
Ahora bien, nótese que cada uno de los salvos es una criatura también. Así pues
clarísimamente la Escritura nos enseña que uno no puede perderse a sí mismo; la
Palabra excluye toda posibilidad en ese sentido.

El problema de creer que la salvación “se puede perder” estriba en el mal


entendimiento que ha entrado en materia de soteriología en el seno eclesial, y sobre
todo éste, fomentado por ciertos intereses denominacionales. Me explico.

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Si se cree que la salvación depende en mucha manera de la capacidad vital de la


persona salva, porque esa persona debe vivir en una santidad en sus fuerzas, entonces
es lógico que la conclusión sea, que la puede perder. De hecho todos la perderíamos
sin excepción. Pero si se cree que la salvación es un asunto cerrado, establecido en
relación al salvo, desde antes de la fundación del mundo, decretado por Dios,
entonces, no sólo estamos en la verdad, sino que la entendemos.

Insistimos. No nos estamos refiriendo aquí a aquellos que aparentaron una salvación
que no era tal, sino a los verdaderamente salvos.

Un cambio real de naturaleza

Teológicamente también, es menester entender cual ha sido la obra salvífica


producida por Dios, por los únicos y suficientes méritos de Cristo: un cambio de
naturaleza; de la pecaminosa, a la regenerada: “De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2
Corintios 5: 17)

Habiendo muerto a la naturaleza degenerada y de muerte espiritual, habiendo sido


resucitado nuestro hombre interior, y habiendo recibido una nueva naturaleza en
Cristo, evidentemente existe un antes, y un después: “Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8: 1, 2)

El Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha librado para siempre del poder del pecado y
de la consecuente muerte espiritual.

“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo
la gracia” (Romanos 6: 14)

Esta es una promesa que nos asegura que el pecado no tiene ya poder sobre la nueva
naturaleza en Cristo.

Hermanos, aquí no hay condiciones, no hay un: “bueno eso sí, siempre que no se
aparten de Cristo”. Es una incongruencia enseñar que uno se puede apartar de Cristo,
cuando es de Cristo, cuando se está en Cristo. O se está, o no se está, pero no se puede
ir y venir de un estado de muerte a vida y lo contrario. Eso no es cierto. De otra
manera, es que tal persona, aunque haya incluso gustado del don celestial (He. 6: 4),
realmente jamás fue de Cristo.

O ESTAMOS EN CRISTO, O NO SOMOS DE CRISTO

Enseñar otra cosa, es mentir, aunque la intención sea la de lanzar el mensaje de crecer
en santificación; aunque sea una intención más o menos loable, no deja de ser falsa, y
consecuentemente repudiable.

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El pretender causar un impacto de búsqueda de la santidad en el creyente,


asegurándole que la salvación se puede llegar a perder, no es más que un recurso
manipulador, legalista y carnal, contrario a la revelación de la Escritura (1 Pr. 1: 3-5; 1:
13; He. 10: 39; 1 Pr. 2: 24; Ef. 2: 1; 2 Pr. 2: 9; Ro. 8: 29, 30; Jn. 15: 16; etc. etc.) Ese es el
recurso fácil, pero sin base escritural, y que lo único que consigue es el fomento del
legalismo religioso.

Cuando se llega a creer que la salvación depende de la elección del hombre para
recibirla y de sus fuerzas para mantenerla, tenemos simple religiosidad y falsedad.

Por la creencia que dice que un hombre salvado por Dios, podría en un momento
dado, final y definitivamente perder la salvación, muchos entran en una gran
inseguridad e incertidumbre, y jamás pueden estar seguros de su salvación. Si uno cree
que su salvación se puede quedar por el camino, no puede vivir en la libertad de Cristo,
porque vive en inseguridad y temor, aunque no lo admita abiertamente (propio del
legalista)

¿A qué les lleva esa inseguridad?, intuitivamente les lleva a buscar una santidad en sus
fuerzas, lo que la Biblia denomina, “en la carne”. Una “santidad” legalista. Una simple
religiosidad. Un seguir doctrina de hombres.

Leemos en Colosenses 2: 16-23

“Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna
nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es
de Cristo. Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles,
entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente
carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y
uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios. Pues
si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si
vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni
aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas
se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría
en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor
alguno contra los apetitos de la carne”

Los creyentes de corte legalista suelen basar su concepto de santidad en las cosas
visibles: “no manejes, ni gustes, ni aun toques” (Col. 2: 22)

Los creyentes de corte legalista suelen basar su concepto de santidad en usos y


costumbres: “nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna
nueva o días de reposo” (Col. 2: 16)

Los creyentes de corte legalista suelen basar su concepto de santidad en cuestiones


puramente formalistas y conforme a apariencia: “tendrán apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella…” (2 Ti. 3: 5)

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Dios detesta el legalismo. Ese fue uno de los grandes pecados de aquellos fariseos que
juzgaban y acusaban a Jesús: “Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He
aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores”
(Mt.11: 19)

Las formas, los usos, las costumbres, lo ceremonial, ni nada por el estilo, define la
santidad de Dios en el creyente: “¿por qué… os sometéis a preceptos tales como: No
manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de
hombres), cosas que todas se destruyen con el uso?” (Col. 2: 21)

Si se pretende combatir contra el pecado, jamás el legalismo, el rigorismo, que no son


más que actitudes farisaicas servirán para nada. Pablo clarísima mente lo dijo “…no
tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (V. 23)

La verdadera santidad es la producida por Dios en nuestras vidas por el efecto salvífico,
por Su gracia. Esa santidad es imputada, no meritada; es por gracia, no por obra
alguna. Es de Dios, no del hombre.

“tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza
puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que
penetra hasta dentro del velo” (Hebreos 6: 18, 19)

La seguridad de la salvación produce en nosotros la paz de Cristo en nuestras vidas:


“justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (Romanos 5: 1)

Esa paz nos lleva al gozo del Señor, a amarle y buscar el agradarle, no en nuestras
fuerzas, sino en el poder del Espíritu Santo.

“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez
sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5: 1)

“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos
8: 15)

Cuando uno vive en la libertad de Cristo que proporciona la seguridad de la salvación,


el ancla de nuestra fe, sin lugar a dudas que vivirá en la santidad de Dios, creciendo en
santificación.

Leemos en 1 Corintios 2: 15, 16 “el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es
juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas
nosotros tenemos la mente de Cristo”

¡Nosotros tenemos la mente de Cristo, no la mente de la religiosidad! El pensar


conforme a la mente de Cristo, nos lleva a la libertad de Cristo, y esto, no puede ser ni
juzgado, ni entendido por la mente religioso-legalista, propia del fariseo.

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Cuando es fácil decir: ¡es usted salvo!, y luego decir: ¡oh, perdió la salvación!

Predica el evangelista o el pastor, y hace un llamamiento a salvación. Se levantan unas


cuantas o muchas manos, se les hace pasar al frente, se ora por ellos, y se les dice ¡ya
son salvos, hermanos!… ¿ya son salvos? ¿Cómo lo sabe el predicador? ¿Es que acaso se
puede decir esto fehacientemente? La respuesta es no.

¿Pero qué pasa?, Pues se presenta el siguiente caso: que de los 5 o 20 o 50 o los que
sean que han pasado al frente, sólo algunos (más, o menos) entran en la iglesia, y
después de un tiempo más o menos largo, de aquel grupo, puede ser que la mayoría se
hayan vuelto al mundo, a su antigua vida, entonces dice el pastor y algunos hermanos
con él: “¡Oh, se han ido al mundo, han perdido la salvación!” ¿De veras han perdido la
salvación, o más bien es que nunca fueron salvos?

La realidad es que se dice con demasiada ligereza que este tipo de profesantes son
salvos. Primero, nadie sabe si lo son, sino Dios y cada uno de ellos (Ro. 8: 14), y por
tanto no se puede decir lo que no se debe decir. En la iglesia primitiva, y sobre todo en
el contexto de persecución, no se reconocía a nadie si era verdadero creyente, y por
tanto salvo, sino hasta que daban un fruto digno de cambio de vida, de amor a Dios y a
Jesús, de amor a los hermanos (cosa esta última de la que carecen hasta pastores que
llevan muchos años en el ministerio). Si no daban es fruto, no se les consideraba
hermanos en la fe. Esto es porque sabían que para que una persona haya sido salvada
por Dios, deberá dar un fruto al respecto.

Pero claro, lo más fácil es decir: ¡Oh ha perdido la salvación! Hermanos, Dios no es
como el hombre. A quien quiere salvar, Él salva, y esa salvación se hace evidente
siempre; El no puede ser burlado, pero de ahí que para muchos sea evidente que la
salvación se pueda perder. Pero otra vez decimos, no se puede perder lo que no se
tenía.

PARTE II: Analizando textos bíblicos que se malinterpretan para hacer


creer que la salvación se puede perder.

En esta sección estaremos haciendo un estudio exegético de aquellos pasajes de la


Escritura que pudieran ser interpretativos de lo contrario de lo que venimos diciendo y
explicando en este libro, y que algunos con, o por ignorancia, han estado blandiendo al
respecto.

Acordémonos que tenemos que seguir la norma de la hermenéutica para tener un


entendimiento correcto de estas cuestiones salvíficas, como apunté en la introducción
de este libro. Tengamos también en cuenta de que cada escritor sagrado, se dirige en
primera instancia a su lector, y esto es muy importante tenerlo en cuenta, a la hora de
hacer una exégesis correcta.

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Vayamos entonces viendo esos pasajes, y haciendo el correspondiente análisis y


comentario al uso del tema en cuestión. Empecemos.

LOS QUE UN DÍA FUERON ILUMINADOS, PERO JAMÁS FUERON LUZ

“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don
celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la
buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez
renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y
exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6: 4-6)

Son las personas que gustaron el don de Dios. Es decir, realmente tuvieron una
experiencia mística con Dios, pero en definitiva no eran de Dios. De esos ha habido
muchos. No dice que nacieron de nuevo, sino que tuvieron una experiencia con Dios,
pero luego recayeron. Veámoslo con cierto detenimiento:

a) “…fueron iluminados…”: Es decir, habían recibido instrucción en la verdad bíblica


por medio de su intelecto; pero “entender el Evangelio” no equivale necesariamente a
“ser regenerado” (ver Hebreos 10: 26, 32)

En Juan 1: 9 leemos; “Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este
mundo”. Claramente vemos que a pesar de que Cristo, la Luz del mundo, alumbra a
todo hombre, todo hombre no es de Cristo.

b) “…gustaron del don celestial…”: En el N.T. “gustar” significa experimentar algo de


forma consciente. Escribe John McArthur:

“Cristo gustó la muerte (He. 2: 9) sólo por un momento, y no fue una experiencia
continua ni permanente. Todos los hombres experimentan la bondad de Dios, pero esto
no significa que todos sean salvos (cp. Mt. 5: 45; Hchs. 17: 25)”

Esas personas aludidas gustaron por un momento o por un tiempo del don celestial, lo
que llamaríamos, tuvieron una experiencia mística con Dios, y nada más.

c) “…fueron hechos partícipes del Espíritu Santo…”: En el mismo sentido que “gustaron
del don celestial”, estuvieron en el mover del Espíritu Santo (muchos incluso
profetizaron, como Saúl, y echaron fuera demonios, etc.), pero eso no les convirtió en
verdaderos creyentes, como no lo fue Saúl.

Yo conocí a un creyente que “tenía” el ministerio de echar fuera demonios de las


personas, y lo hizo por años, ¡los mismos que vivió en práctica de adulterio!

No nacieron de nuevo, sin embargo apostataron de la fe, ¿de la fe que realmente


tenían?, no, de la fe que simplemente profesaban. Otra vez, conforme a Dios, si no
fueron salvos al final, tampoco lo fueron al principio.

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El que está sellado con el sello del Espíritu Santo (Ef. 1: 13), en la economía de Dios lo
está desde el momento en que antes de la fundación del mundo Él determinó que así
fuera. Acordémonos que la salvación es un asunto conforme a la eternidad.//

ADVERTENCIA AL QUE PECA DELIBERADAMENTE


Comentario bíblico

(Leer Hebreos 10: 26- 39)

¿Puede un verdadero cristiano pecar deliberadamente? Obviamente, no. Un


verdadero cristiano puede tener luchas constantes; caídas; inmadurez; pecado no de
muerte (1 Juan 5: 16), pero como dice el libro de Proverbios: “Porque siete veces cae el
justo, y vuelve a levantarse” (24: 16). Pero el que peca a sabiendas y sin conciencia, no
es de Dios, aunque haya andado cerca de Dios, caso del profeta Balaam.

Este pasaje va en línea de Hebreos 6: 1-8. Trata el pecado de la apostasía que es el


retroceso o la deserción intencional. Los apóstatas, por definición, se sienten atraídos
a Cristo en un principio, oyen y aparentemente entienden el Evangelio, esto último al
menos en su mente natural, y están como a punto de entrar en la salvación, o al
menos pretenden que han entrado en la salvación, pero al punto, se rebelan y dan la
espalda. “Estaban con nosotros, pero no eran de nosotros” (1 Juan 2: 19).

Este apercibimiento contra la apostasía, es sin duda, una de las advertencias más
serias en toda la Escritura. Es obvio, por esta descripción, que no todos los hebreos a
los que se dirige esta carta iban a ser verdaderamente salvos.

Los que se acercaron al trono de gracia pero siguieron en su empecinamiento de pecar


voluntariamente, esto último, así como lo enseñaba y aplicaba la ley de Moisés, debían
morir irremisiblemente; en este caso, muerte espiritual, y su consecuencia final y
definitiva: el lago de fuego, con mayor motivo, cuando tal pecado voluntario implicaba,
e implica, una afrenta directa al Hijo de Dios, por tener por inmunda Su sangre (al
seguir en sus pecados), y por tanto, afrentar también al Espíritu de gracia.

Evidentemente este texto no nos habla de pérdida de salvación, sino de manifestación


de perdición de los que pretendían lo que no eran; es decir, ser salvos.

Los que pecan deliberadamente jamás fueron salvos, porque los salvos no pueden
pecar así: “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente
de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3: 9)
“Porque el pecado no se enseñoreará más de vosotros, pues estáis bajo la ley, sino bajo
la gracia” (Romanos 6: 14)

Analicemos esos versículos cuidadosamente:

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(V. 26) “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el


conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados”: El autor habla
en sentido retórico de “nosotros”. Esto tiene tres explicaciones:

1) Se entiende que dicho autor no iba a pecar voluntariamente a modo de los


apóstatas.
2) Los verdaderos creyentes no pueden pecar a modo de los apóstatas.
3) En el versículo 39, expresamente se excluye a sí mismo y a todos los verdaderos
creyentes.

“…si pecáremos voluntariamente…”: El término griego alude a la idea de una intención


deliberada, y que además es habitual.

“…después de haber recibido el conocimiento de la verdad,…”: El pecado en sí esta vez


es el de rechazar a Cristo de forma deliberada, en lo cual se muestra la apostasía.

Los hebreos aquellos a los que se dirige esta carta entendían muy bien de qué trataba
el asunto, porque según la legislación mosaica, tales actos de pecado deliberado y
premeditado, demandaban la exclusión inmediata de la congregación de Israel
(Números 15: 30, 31). También eran expulsados del culto colectivo (Éxodo 21: 14).
Además, los individuos que cometían tal tipo de pecados, quedaban incluso excluidos
de entrar en las ciudades refugio (Dt. 19: 11-13).

Con todo esto, aquellos hebreos que recibieron esta carta, podían entender bien la
gravedad de apostatar de Cristo. Obviamente, hubo quien apostató, como hay quien
apostata, y esto demuestra que no todos los creyentes profesantes, son de Cristo:

“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que
son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2
Timoteo 2: 19)

“…conocimiento…”: La palabra griega es “epignosis”, e implica algo más que un simple


conocimiento general o a la ligera. Implica un conocimiento específico.

Aunque el conocimiento no era defectuoso ni incompleto, la aplicación del


conocimiento era incorrecta. Dicho de otro modo, los apóstatas jamás vivieron
conforme al conocimiento que tenían de Cristo de cara a Dios. Un ejemplo de esto lo
tenemos en la persona de Judas Iscariote. El tenía conocimiento (estuvo con Cristo
como uno de sus doce), pero jamás fue de Cristo: “… ¿No os he escogido yo a vosotros
los doce, y uno de vosotros es diablo?” (Juan 6: 70)

“…ya no queda más sacrificio por los pecados”: el apóstata pierde todo acceso a la
salvación porque ha rechazado el único sacrificio que puede limpiarlo de pecado, y
traerlo a la presencia de Dios. Sólo hay un sacrificio, y no hay otra alternativa. Esto va
en línea con Mateo 12: 31: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será
perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada”
(Mt. 12: 31)

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La obra de convicción del Espíritu Santo opera conforme a la verdad revelada de Cristo
y su obra. Si esa obra se menosprecia, más aún cuando se ha llegado a conocer
(epignosis), no hay otra opción para el apóstata. Obviamente ese apóstata, al jamás
haber vivido la fe que profesó, jamás ésta le benefició. La fe en el individuo deberá ser
la implantada por Dios, por haber sido regenerado el individuo (2 Co. 5: 17). Si ese
individuo no fue regenerado, su hombre interior era ajeno a esa fe. Sólo vivía un
engaño mortal.

¿Cuál es el otro pecado de ese apóstata? El fingir ser lo que no era: un verdadero
creyente, y tratar así de engañar, no sólo a los demás, sino al propio Espíritu Santo. Un
paralelismo de esto lo vemos en la parábola de la fiesta de las bodas: (Mateo 22: 11-
14) “Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba
vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas
él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle
en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes. Porque muchos son
llamados, y pocos escogidos”. Ahí estaba ese hombre que no había sido invitado, pero
pretendía ser uno más de entre los invitados. Estos son los apóstatas.

(V. 27) “sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de
devorar a los adversarios”: Todos hemos sido enemigos o adversarios de Dios, pero los
que siguen siéndolo hasta el final, tendrán su destino en lago que arde con fuego.

(V. 28) “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere
irremisiblemente”: Mención a Deuteronomio 17: 2-7

(V. 29) “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios,
y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al
Espíritu de gracia?”: Si dice “mayor castigo”, es que también habrá “menor castigo”, lo
cual implica que existen diferentes grados de castigo en el infierno (ver Mateo 11: 2-
24)

“…el que pisoteare…”: El levantar el pie en dirección a una persona era el gesto más
obvio de desprecio en el oriente antiguo. Esa clase de desprecio demuestra un rechazo
completo de Cristo como Salvador y Señor.

“…y tuviere por inmunda la sangre del pacto…”: el pecar voluntariamente, después de
haber conocido la verdad, es tener por inmunda la sangre de Cristo.

“tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado…”: el que fue
santificado fue Cristo (no el apóstata). Cristo fue santificado, porque fue apartado para
Dios de esta manera, para dar su vida.“Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que
también ellos sean santificados en la verdad” (Juan 17: 19). Sólo Cristo, como primicias
(1 Co. 15: 20), fue santificado, y luego todos los verdaderos creyentes somos
santificados en él.

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“…e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?”: Rechazar a Cristo es un insulto al Espíritu


quien obró a través de él, y da testimonio de él (Jn. 15: 26) El que hace afrenta al
Espíritu de esa manera, es el que blasfema contra Él, y esa ofensa no puede ser
perdonada: “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los
hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (Mt. 12: 31)

(V. 30) “Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor.
Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo” Esto está tomado de Deuteronomio 32: 35,
36.

Algunos piensan que cuando dice el Señor juzgará a su pueblo, es cuando se pierde la
salvación, pero no es así, puesto que en Israel no todos eran judíos conforme a la
descendencia espiritual de Abraham, y el Señor hizo diferencia entre unos y otros. Lo
vemos aquí:

“Mía es la venganza y la retribución;


A su tiempo su pie resbalará,
Porque el día de su aflicción está cercano,
Y lo que les está preparado se apresura.
Porque Jehová juzgará a su pueblo,
Y por amor de sus siervos se arrepentirá,
Cuando viere que la fuerza pereció,
Y que no queda ni siervo ni libre” (Deut. 32: 35, 36)

Por amor a Sus siervos, no abandonó para siempre a Israel.

(Vv. 32-39) En esta sección se ofrece una palabra de ánimo para equilibrar el discurso
respecto a lo dicho en este segmento (del 19 al 31). El escritor declara que las
experiencias pasadas de los hebreos deberían estimularlos a perseverar; la proximidad
de la recompensa debería fortalecerlos, y el temor a incurrir en desagrado de Dios
debería impedirles un retroceso al judaísmo.

(V. 32) Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido
iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos. Alude a la noción de recordar
con solicitud y reconstruir con precisión en la mente, no un simple acto de recordar. El
ser iluminados, se corresponde con Juan 1: 9 “Aquella luz verdadera, que alumbra a
todo hombre, venía a este mundo”. No todos los iluminados son de Cristo. Las pruebas
y persecuciones pueden ayudar a ver quién es quién.

(v. 33) “por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos
espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una
situación semejante”: Unos compañeros de otros. Algunos de esos hebreos no
convertidos habían estado cerca de los creyentes que fueron perseguidos por su fe. Es
posible que hubieran sufrido por su cercanía o identificación con ellos, lo cual pudo
haber incluido la pérdida de algunas propiedades, pero todavía no habían retrocedido
porque seguían interesados en la posibilidad de ir al cielo (v. 34).

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(V. 34) “Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros


bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable
herencia en los cielos”: Esta era la situación en aquel entonces, tanto para verdaderos
creyentes, como para creyentes nominales. Los que sufrían con gozo, evidentemente
eran los verdaderos. Aquí se dirige a los salvos.

(V. 35, 36) “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón porque os
es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la
promesa”: ¿Puede un cristiano perder la confianza? En términos absolutos no, pero en
términos relativos sí. Ahora la confianza en términos relativos también tiene grande
galardón, pero para recibir el resultado de la promesa de la herencia, es necesaria la
paciencia y el perseverar pacientemente, como manera de hacer la voluntad de Dios.

“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que


padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados”
(Romanos 8: 17)

El término herencia, tanto es recepción de la salvación en términos absolutos, como


recompensas. En el caso que nos ocupa no puede tratarse de la salvación, ya que esta
no depende de nuestra obra, por ser don de Dios.

(V. 37-39) Basado en Habacuc 2: 3, 4. Aquí se describe a los orgullosos que no viven
por fe. El orgulloso no valora la paciencia que se necesita para seguir en el Señor, por
su auto suficiencia. Vivir por la fe significa vivir en la dependencia de Dios.

(V. 38) “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma”: Aquí se iba
a ver quién era quién. Los justos perseveran, pero los que se denominan justos pero
retroceden, es que no son justos. Por otra parte ese retroceder puede enclavarse en
los términos de la confianza para alcanzar la promesa o herencia. A Dios no le agrada
cuando un hijo suyo retrocede de Su voluntad, y eso puede ocurrir hasta cierto punto.

(V. 39) “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que
tienen fe para preservación del alma”: Este es el contrapunto final, que da todo el
sentido a toda esta escritura respecto al tema que nos ocupa: NOSOTROS NO SOMOS
DE LOS QUE RETROCEDEN PARA PERDICIÓN. Esta es una aseveración de que quien es
de Cristo y ama a Cristo, no retrocede, esta vez, para perdición.//

ACLARACIÓN DE HEBREOS 12: 15

(Hebreos 12: 15) “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que
brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados”

La traducción literal del griego es esta: “Vigilando de continuo para que nadie esté
falto de la gracia de Dios, no sea que alguna raíz de amargura hacia arriba brotando
cause disturbios, y mediante ella sean contaminados los demás”

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No se trata por tanto de dejar de alcanzar la gracia de Dios como tal cosa, lo que
redundaría, de ser eso posible, en pérdida de la salvación (ya que por gracia somos
salvos Ef. 2: 8), sino de “pérdida de las bendiciones que garantizan el régimen del
Evangelio” (cit. Matthew Henry)

Por tanto, esa palabra no se puede aplicar de forma rotunda al verdadero creyente, ya
que éste jamás dejará de alcanzar la gracia de Dios, la cual Él, que no miente, ha
prometido a los Suyos; y, por la razón también escritural que nos dice que todo aquel
que ha nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece
en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios (1 Jn. 3: 9). Decir lo contrario a esto,
es contradecir la misma Palabra de Dios. La enseñanza que obtenemos de ese
versículo, y siempre dentro del contexto del mismo, es que hemos de crecer en
santificación (1 Ts. 4: 3, Col 3: 1-3; 5ss. etc.), y por tanto, conforme al sentido de este
versículo, perdonar a nuestros adversarios siempre.//

ACLARACIÓN DE HEBREOS 2: 3

“¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual,


habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que
oyeron”

El escritor a los Hebreos, en ese párrafo, no está hablando concretamente a los salvos
de entre esos hebreos que sufrían persecución (estudiar el sentido de la epístola a los
Hebreos), sino en general a todos sus oyentes, entre otros, judíos que creían en Jesús
como el Mesías hombre, y que todavía seguían en su práctica conforme al sistema
levítico. El autor vindica la importancia de la salvación.

Si la desobediencia al pacto antiguo de la ley traía juicio inmediato, ¡cuánto más severo
será el juicio por la desobediencia al nuevo pacto del evangelio de salvación, que fue
mediado por el Hijo quien es superior a los ángeles!//

ACLARACIÓN DE HEBREOS 3: 6ss; 12-14

(V. 6) “…la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el
gloriarnos en la esperanza”: La casa somos nosotros los creyentes en Cristo, la Iglesia
(ver 1 Ti. 3: 15). Si somos Iglesia, retendremos con firmeza la confianza y el gloriarnos
en la esperanza hasta que esa salvación se manifieste, de otra manera, los que se dicen
ser Iglesia y caen de esa firmeza, en realidad, no lo son (1 Juan 2: 19).

De cara a los primeros y directos destinatarios de esta epístola, los judíos profesantes
de aquel tiempo, la perseverancia en fidelidad en la fe en Cristo era prueba de una fe
real. Por contrapartida, los que volvían a practicar los rituales del sistema levítico para

22
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de alguna manera contribuir a su salvación, mostraban que nunca fueron de la


auténtica casa de Dios.

Es evidente por el contenido, que esta amonestación va dirigida a los que se les puede
identificar, según parecidas características, con aquella generación que pereció en el
desierto sin haber podido llegar a la tierra prometida. Estos eran judíos dubitativos e
incluso incrédulos, o con algún tipo de incredulidad, que estaban entre los “hermanos
santos”. Debían tomar de una vez la decisión de seguir a Cristo con todas las
consecuencias.

Era necesario que se reconociese y se amonestara a los que hubiera de entre ellos con
“corazón malo de incredulidad”. Esto último no significa no creer en Dios, sino no
creerle a Dios. En esa amonestación, debía haber una continuidad en la misma. Escribe
McArthur:

“En esta admonición se alude a que los creyentes individuales deben rendirse cuentas
entre sí, y que la iglesia como cuerpo, tiene una gran responsabilidad ante Dios.
Mientras siguieran los días angustiosos de inquietud, y ellos se sintieran tentados a
someterse otra vez al sistema ineficaz de las obras levíticas, ellos debían animarse unos
a otros para identificarse por completo con Jesucristo”

“…para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”: El engaño del
pecado (ya que en la base del pecado está el engaño), de ahí que el que practica el
pecado, practica el auto engaño.

Ese engaño produce endurecimiento. De ahí que el que es constantemente engañado


(porque se deja engañar), se va endureciendo más y más. Esta es la razón en lo natural,
por la cual a las gentes en general hoy en día no les interesa la verdad de Dios. Toda su
capacidad de absorber la verdad la tienen copada con el engaño que han querido
creer.

En cuanto a los judíos incrédulos, algo parecido operaba del mismo modo. Ellos
estaban llenos de engaño. Ellos creían que su rechazo de Jesucristo suponía fidelidad al
sistema del pacto antiguo (AT). A causa de su engaño, y de la libre aceptación del
mismo, esto les impedía creer la verdad revelada; que Jesucristo implica el total
cumplimiento de la ley en sí mismo.

(V. 14, 15) “Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme
hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su
voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación”:

Lo que demuestra que somos hechos participantes de Cristo, no es un simple


asentimiento mental o vocal, sino el retener firme hasta el fin nuestra confianza del
principio, con total genuinidad. Lo contrario, lo compara el autor con la infidelidad de
aquel Israel del desierto que tenía puestos sus ojos en el desierto, y no en el Dios de su
liberación, y que a causa de ello, y de que su corazón no era para Dios, se olvidaron de
la promesa de la nueva tierra, y jamás llegaron a ella.//

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ACLARACIÓN DE 1 PEDRO 5: 8

“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar” (1 Pr. 5: 8)

Pedro está aquí hablando de la actividad del diablo, cual es matar y destruir. No es que
lo pueda hacer con el verdadero creyente al nivel de destrucción total, pero sí hará si
se le da permiso todo el daño que pueda. Por eso es menester andar en el temor de
Dios, pues la voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Ts. 4: 3).//

ACLARACIÓN DE SANTIAGO 5: 19, 20

“Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace


volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de
muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados”.

El extraviado en la fe que puede llegar a volver a la fe, no significa que se extravió


totalmente si es que era verdadero hermano. Pudiera haber sido engañado por el
diablo en esto o aquello (eso nos puede ocurrir a todos). El volver a la fe es señal de
que a pesar de que empezó mal el camino, o que se apartó por un tiempo, era un
verdadero creyente, salvo, por tanto.

El decir: “el que haga volver al pecador del error de su camino”, implica que ese
pecador es un extraviado, pero que al ser escogido de Dios (Ef. 1: 4), iba a volver al
camino, como así fue. Esa es una experiencia muy común.

“…salvará de muerte un alma”, es sinónimo de decir, que esa alma aludida no iba a ser
engullida por la muerte eterna por la razón ya expuesta.//

ACLARACIÓN DE 2 PEDRO 1: 10

“Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección;
porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás”:

Algunos se atreven a argumentar que la salvación se puede perder basándose en este


versículo, lo cual es incongruente. Justamente lo quiere decir ese versículo, es lo que
dice, que no caeremos jamás (recordando que el justo cae siete veces y vuelve a
levantarse Prov. 24: 16) si crecemos en el Señor (ver el contexto). Caer no significa
perder la salvación, de otra manera, nadie sería salvo.//

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ACLARACIÓN 2 PEDRO 2: 1; 18-22

FALSOS PROFETAS Y FALSOS MAESTROS

Comentario bíblico

(Leer 2 Pedro 2: 1, 18-22)

Los falsos profetas que siempre ha habido, tanto en Israel como en la iglesia, Pedro en
su epístola los describe a modo de Balaam, quien evidentemente fue usado por Dios
hasta cierto punto, pero que jamás fue de Dios: “Han dejado el camino recto, y se han
extraviado siguiendo el camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la
maldad” (V. 15)

“El camino recto” es una metáfora del AT que representa la obediencia a Dios (Hchs.
13: 10). Un creyente simplemente profesante puede seguir el camino de la obediencia
a Dios en su forma externa, aunque no esté regenerado; más tarde o temprano dejará
ese, para él, intransitable camino.

Ese fue el caso de Balaam, como podemos leer, y de todos los falsos profetas como él.
Balaam no amó a Dios, sino que amó el dinero, y negoció con la verdad, con cualquiera
que le pagara el precio estipulado. Lo mismo ocurre hoy en día con muchos de los
falsos apóstoles de la prosperidad, que hacen mercadería de los creyentes con
palabras fingidas (V. 3)

Balaam es el clásico ejemplo del apóstata. Jamás fue de Dios, pero Dios lo usó, como
también fue el caso de Judas Iscariote, como también es el caso de innumerables
falsos profetas de hoy en día, que se creen justificados ante Dios porque tienen
muchos seguidores. Dios sabe lo que está haciendo, y lo que está permitiendo. Como
dijo Pablo: “…Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Ro. 11:
33)

(V. 1) “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros
falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun
negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina”:

Aquellos falsos profetas de entonces y los actuales, como los ve Dios, jamás fueron de
Cristo. Cuando dice que los “rescató”, no se está refiriendo a que los salvó o que les
dio la salvación, sino que los “compró” (agorazo en gr.). Fueron usados por Dios para
sus propósitos, como lo fue Balaam, o como lo fue Judas Iscariote… ¡o como lo es el
mismo diablo!

Ese negar al Señor, es porque tenían conocimiento de las cosas de Dios, pero como es
típico de los apóstatas, jamás fueron de Cristo.

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El término griego "agorazo", se usa para expresar la redención o compra. Su significado


técnico implica la compra del esclavo. Conlleva la idea de libertarlo de la esclavitud (1
Co.6: 20; 7: 23; Ap. 5: 9; 14:3-4), sin embargo, el término "exagorazo", que también se
traduce por redimir, implica algo más, puesto que la partícula “ex”, que significa “de” o
“fuera de”, está combinado con “agorazo”, indicando así que el esclavo es comprado, y
es sacado del mercado. Esta última define más si cabe, nuestra redención (ej. Gl. 3: 13;
4: 5).

En cuanto a esos falsos profetas, fueron comprados (agorazo) por el Dueño - que es
como se traduce del griego “Despotes” cuando dice aquí “Señor” – para Sus propósitos
“Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo, y aun al impío para el día malo”
(Prov. 16: 4). Dios tiene Sus propósitos, otra cosa es la responsabilidad del individuo,
en este caso la de los falsos profetas.

Vemos en ese versículo que Dios, como Dueño y creador de esas personas, se duele de
su apostasía, y Pedro al escribir ese párrafo debía tener en mente Deuteronomio 32: 5,
6, que dice:

“La corrupción no es suya: a sus hijos la mancha de ellos, generación torcida y


perversa. ¿Así pagáis a Jehová? pueblo loco, e ignorante: ¿no es él tu padre [jefe: “ab”
heb.] que te poseyó? [compró: qanáh] Él te hizo y te compuso” RV 1865

Como podemos ver los falsos profetas aludidos no eran hijos de Dios por adopción que
luego supuestamente se torcieron y apostataron, sino que, aunque jamás fueron
elegidos por Dios para salvación, eran individuos que Dios compró (qanáh, en heb.),
que podían haber hecho las cosas con cierta dignidad, pero lejos de eso, introdujeron
“encubiertamente herejías destructoras”, y como dice Gary D. Long: “Sin duda, la
existencia de los falsos maestros dentro de la cristiandad profesante en el sentido de II
Pedro 2: 1, es solamente temporal, porque el futuro juicio sobre ellos es tan cierto
como el hecho de que el juicio cayó sobre Sodoma y Gomorra”.

(V. 18) La palabrería ostentosa de los falsos maestros, engaña y engañaba a los débiles
en la fe, con esas palabras que les hacían quedar como eruditos y acreedores de una
acentuada sabiduría espiritual, y en medio de su discurso, daban a conocer lo que
llamaban “una nueva revelación”, poniéndose de ese modo como especiales
sacerdotes, por encima del sacerdocio universal del creyente (1 Pr. 2: 9)

Con su verborrea lo que hacían (y hacen), es simplemente contradecir las enseñanzas


más claras y básicas de las Escrituras, como por ejemplo, el asunto que nos concierne:
la salvación (más básico e importante que este asunto, no lo hay para nosotros).

La mayoría de los falsos maestros no tienen una preparación adecuada bíblica, y por
tanto, no saben lo que dicen, mezclando cosas, levantando doctrinas de algunas
ventanas de luz, y así anulando en cierta medida la verdad básica sobre la que se basan

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todas las verdades. Dicho de otro modo, sacan el texto de contexto, para hacer un
nuevo texto.

“…seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones…”: A pesar de su lenguaje


vacío, los falsos maestros logran seducir a muchos. Su estrategia está basada en la
seducción verbal. Como dice John McArthur:

“Ofrecen a las personas comunes una especie de religión a la que pueden acogerse sin
tener que abandonar sus deseos carnales y su sensualidad”

Esa seducción también opera en el sentido de la falsa espiritualidad. Los falsos


maestros de la “religión evangélica” actúan a modo de aquellos fariseos, falsos
maestros, los cuales fomentan entre sus adeptos una religiosidad vacía, simplemente
en cuanto a forma.

Todo esfuerzo en “mantener” la salvación es simple y llana religiosidad, legalismo,


rigorismo y fariseísmo. No es el fruto del Espíritu, es fruto de la carne. Por
contrapartida, cuando la salvación es real, se ven las obras, y el fruto consiguiente, el
cual le da verdadera gloria a Dios.

“…a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error”: La traducción
mejor es esta: “a los que apenas están escapando (“apofeugo” en gr.) de los que se
conducen en error”. La cosa ya cambia aquí.

Evidentemente estos aludidos no son personas salvas, sino aquellas con tendencias
religiosas, muy vulnerables, porque tienen un gran sentido de culpa y ansiedad
emocional; lo que llamaríamos actualmente gente con una problemática, o bien
familiar, sentimental, de soledad, desamparo, etc. etc.

Algo en común a todo los falsos maestros, sean del corte que sean, es que explotan a
todos sus seguidores para su propia satisfacción de poder, fama, y dinero (según el
caso).

(V. 19) Los falsos maestros prometen ese bien que sus seguidores anhelan, de ahí el
éxito de “soñar para conseguir lo que quieras”, pero son promesas falsas, porque ellos
mismos, lo vean o no, son “esclavos de corrupción”. Como muy bien dice McArthur:

“Los maestros falsos no pueden dar la libertad que prometen porque ellos mismos
están esclavizados a la misma corrupción de la que quieren escapar las personas”

Y esa corrupción, tanto es materialista, como espiritualista-religiosa.

(V. 20) “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo,
por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo…”:

Tanto los falsos maestros como muchos de sus seguidores en algún momento dado,
buscaron el escapar de la contaminación de este mundo (eso que se dice, “¡pero si

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empezaron bien…!) refugiándose en la espiritualidad del cristianismo, incluso en las


mismas palabras y conocimiento de Jesucristo (epignosis en gr.), a modo de los
apóstatas de He. 6: 4-6; 10: 26-39.

“…enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el
primero”: pero volvieron a caer en sus pecados antiguos, en su manera pecaminosa y
vieja de vivir. Esto es así porque jamás fueron regenerados como venimos diciendo.
Simplemente por un tiempo se acomodaron a la religión, y muchos de esos falsos
maestros perseveran en esa “religión” porque les es beneficioso.

Evidentemente, los que gustaron del don celestial (He. 6: 4) (2), habiendo recibido el
conocimiento de la verdad (He. 10: 26) (3), y luego se apartan, “su postrer estado viene
a ser peor que el primero”, y esto estamos cansados ya de verlo, cumpliéndose así
también lo dicho por Pablo a Timoteo acerca de aquellos falsos profesantes de la
piedad (2 Ti. 3: 1ss), los cuales “…irán de mal en peor, engañando, y siendo
engañados” (2 Ti. 3: 13)

(V. 21) “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que
después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado”.

“Porque mejor les era no haber conocido el camino de la justicia que, tras conocerlo,
dar la espalda al santo mandamiento que les fue entregado” (Trad. lit. gr.)

Sencillamente, aquí vemos la acción y las consecuencias de haber desertado.


Profesaron una experiencia cristiana, un gustar del don celestial, pero nada más. El
“camino de justicia” descrito por Pedro, es el mismo que vemos en el Evangelio:

“Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; pero los


publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, no os arrepentisteis
después para creerle” (Mt. 21: 32) Ese camino de justicia es el camino de Dios, el que
lleva al arrepentimiento verdadero y duradero. Muchos pecadores del tiempo de Jesús
le creyeron de verdad y permanecieron en ese camino, a diferencia de aquellos
fariseos religiosos, que después de ser bautizados por Juan renegaron de la verdad:

“Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su bautismo, les decía:
¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Mateo 3: 7)

Juan por el Espíritu Santo sabía que esos religiosos jamás fueron de Dios, por eso les
dijo eso, y aún y así, ellos iban a su bautismo de arrepentimiento… para luego negarlo.

Ese es el proceder típico y tópico de todos los apóstatas. Jamás fueron de Dios. Mejor
les hubiera sido no haber conocido la verdad (el santo mandamiento), que después de
conocerla, apartarse, y aún seguir fingiendo ser lo que jamás fueron: gente renacida
por el Espíritu Santo.

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Los falsos maestros que Pedro describe, no lo fueron fuera del cristianismo (“camino
de justicia”), sino dentro. Dentro de la iglesia, aunque jamás fueron parte de la iglesia
que Dios discierne.

(V. 22) “Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito,
y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”

Ahí tenemos una descripción muy clara de que esas personas jamás fueron de Dios: los
compra con perros, y con cerdos.

“Como perro que vuelve a su vómito, así es el necio que repite su necedad” (Prov. 26:
11)

Dios, a la persona que realmente salva, le da una nueva naturaleza (2 Pr. 1: 4; 2 Co. 5:
17), pero estos falsos maestros y sus seguidores, jamás dejaron de ser lo que siempre
fueron, y por tanto, volvieron a las andadas.//

ACLARACIÓN DE COLOSENSES 1: 23

“…para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad


permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio
que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del
cual yo Pablo fui hecho ministro”

Otro de esos versículos que emplean los que persisten en decir que la salvación se
puede perder. ¿Será que la condición expresada por Pablo ha lugar en los verdaderos
discípulos de Cristo? No. Pablo se dirige a todos los creyentes en general de la iglesia
de Colosas, donde habían verdaderos cristianos, y otros que no lo eran, como en todas
las iglesias. El se dirige a todos.

Los que han sido reconciliados perseverarán en la fe y la obediencia, así como el sol
sale cada mañana, porque han sido declarados justos, y han sido convertidos en
nuevas criaturas (2 Co. 5: 17). Los que jamás fueron realmente reconciliados, sino que
simplemente estaban ahí, no perseverarán.//

ACLARACIÓN DE 1 TIMOTEO 6: 20, 21

“Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas


sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual
profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén”

Esos a los que se refiere Pablo que “habían profesado”, no significa que estuvieran
convertidos. Hay una diferencia abismal entre un convertido y un simple profesante. El
mismo diablo al disfrazarse de ángel de luz “profesa” serlo. Los ministros suyos, de

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igual manera cuando se disfrazan de ministros de justicia (2 Co. 11: 15). El “profesar”
puede ser de puertas para afuera perfectamente. //

ACLARACIÓN DE GÁLATAS 5: 4

“De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído”

(Ver el contexto)

La palabra griega que se traduce “desligasteis” significa “separarse” o “cortarse de”. La


palabra “caído” significa “perder el agarre firme a algo”. Aquí Pablo, dirigiéndose de
forma genérica a los gálatas, quiere dar a entender con claridad que cualquier intento
de justificarse por la ley, equivale a rechazar la salvación sólo por gracia y sólo por fe.
Estos que se justificaban diciendo que no sólo por Cristo, sino por cumplir con la ley
eran salvos, en realidad no eran salvos, si es que de veras lo creían así, ya que no
tendrían en ese caso el testimonio de la verdad en ellos por el Espíritu.

Así pues, los que estuvieron expuestos alguna vez a la verdad del Evangelio, y después
dieron la espalda a este Evangelio verdadero por dar cabida a la enseñanza judaizante
(caso de Hebreos 6: 4-6), y así buscar el ser justificados ante Dios, por guardar la ley (o
decir que la guardaban), además de “creer” en Cristo, se separaban definitivamente y
de forma irremediable de Cristo.

Esa deserción de Cristo y de Su Evangelio, sólo probaba (y prueba cuando es el caso),


que su fe nunca fue genuina. Jamás fueron salvos. Estos son apóstatas.//

ACLARACIÓN DE JUDAS 23a

(Judas 23) “A otros salvad, arrebatándolos del fuego…”: Estos a los que se refiere en
ese punto Judas, lo forman hermanos que han caído en la seducción de los maestros
apóstatas (los sensuales V. 19), pero no hay que perder la esperanza respecto a esos
hermanos, sino que hay que emplear todos los medios a nuestro alcance, sin regatear
esfuerzos, para arrancarlos del fuego (de ahí el esfuerzo del atalaya; de la defensa de la
fe). En cuanto al fuego, véase 1 Co. 3: 15.//

ACLARACIÓN APOCALIPSIS 3: 5

“El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de
la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”:

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La Escritura dice que los elegidos (o salvos) somos más que vencedores por medio de
Aquél que nos amó (Ro. 8: 37) “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores
por medio de aquel que nos amó”.

(1 Juan 5: 4) “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la


victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”

Todo lo que es nacido de Dios, somos los hijos de Dios (1 Juan 3: 1) y hemos vencido al
mundo, por nuestra fe. El que venciere, no es el que deba sostener su salvación hasta
el final (lo cual implicaría una salvación por obras). El que venciere es el que ya ha
vencido por medio de Cristo, y de esa manera vence al mundo, al diablo, y al pecado (1
Juan 3: 9; 1 Juan 5: 18), por Cristo en él (Gl. 2: 20)

Por otro lado, Cristo aquí lanza una admonición a los salvos, para que se santifiquen,
no habla en términos de pérdida de la salvación, ya que sus nombres están escritos en
el libro de la vida ya que son más que vencedores por Cristo, y no por obras (Ef. 2: 8,
9).

En el libro de la vida están escritos los nombres de todos aquellos que Dios ha escogido
para salvar y por ende, van a poseer la vida eterna (Ap. 13: 8; 17: 8; 20: 12, 15; 21: 27;
22: 19). Pero, ¿Quién sería el que no venciera? Aquél que jamás fue de Cristo, y en
concreto en la iglesia de Sardis, había muchos así. Nótese que el Señor se dirige al
ángel de la iglesia en Sardis: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y
estás muerto”; pero había unos pocos que sí eran de Cristo, a pesar de la apostasía
reinante: “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus
vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas” (3: 4). De ahí
que seguidamente el Señor exclamara: “El que venciere será vestido de vestiduras
blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de
mi Padre, y delante de sus ángeles” (3: 5).

Hay que tener en cuenta el contexto. La iglesia de Sardis estaba llena de apóstatas, la
excepción eran aquellos que no habían manchado sus vestiduras (3: 4), por eso Cristo
dice que no iba a borrar sus nombres del libro de la vida, porque eran fieles, lo cual no
implica que eso sea algo que Dios haga. De hecho no lo es, porque no puede ser, ya
que Dios lo sabe todo desde el principio. Hemos de agarrar sencillamente lo que dice:
que no iba a borrar esos nombres. Ir más allá de esto es mera especulación e interés
doctrinario.//

ACLARACIÓN 2 JUAN 1: 9

“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el


que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo”

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El mismo versículo lo dice. El que se extravía y no persevera, es que no tiene a Dios. Es


el típico cristiano de corte nominal o simple profesante, pero no renacido. En cambio
el que persevera en Cristo, es que es de Dios.//

ACLARACIÓN DE 1 CORINTIOS 15: 1-3

"Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también


recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra
que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano" (1 Corintios 15:1-3)

Pablo escribe esta epístola a la iglesia gentil de Corinto, una populosa iglesia
establecida en la capital de la provincia de Acaya. Como en todas las iglesias o
congregaciones, hay gente nacida de nuevo, por tanto salva, y hay personas que,
aunque han hipotéticamente creído, en realidad no han nacido de nuevo (Jn. 3: 3).

Pablo se dirige a los “hermanos”, pero, ¿son todos ellos verdaderos hermanos? No
necesariamente, porque esa era una manera muy corriente de Pablo de dirigirse a los
demás. Esto lo vemos por ejemplo en Hechos 28: 17, donde se dirige a los judíos de
Roma, que no eran cristianos.

Es evidente que Pablo, de una forma genérica, se está dirigiendo a todos, sin discernir
unos de otros por el simple y constatado hecho de cada uno que es salvo lo sabe, pero
no tiene la seguridad o certeza de si su compañero realmente lo es. Este es el caso
claro donde la Escritura nos habla de la fe individual: “Es, pues, la fe la certeza de lo
que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11. 1). Así que Pablo,
implícitamente les habla a aquellos que se denominaban cristianos, pero seguían en
sus pecados de siempre, o volvían a ellos – esto es – a su antigua manera de vivir, y por
eso les dice: “…si no creísteis en vano”. Evidentemente los que creyeron en vano son
los que realmente jamás nacieron de lo Alto (Jn. 3: 3). Esos creyeron conforme a una fe
intelectual, nada más. Los únicos que pueden retener la palabra de Dios en sus vidas,
son aquellos a los que Dios salva, no aquellos que sólo se acercan, pero no han sido
llamados: “pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho”
(Juan 10: 26)

Con esta declaración aclaratoria, Pablo reconoció y les mostró que algunos de ellos
podrían tener una fe superficial, incompatible con la salvación producto del nuevo
nacimiento (Mt. 7: 13, 14, 22-27: 13: 24-30, 34-43, 47-50; 25: 1-30)

La diferencia entre los verdaderos creyentes y los creyentes que en realidad no lo son,
es que los primeros saben que son de Dios (Ro. 8: 16), mientras que los segundos
creen así como los demonios creen (Stgo. 2: 19); están convencidos en su mente de
que el Evangelio es cierto, pero no tienen amor a Dios, y más tarde o temprano
sucumben en el camino. Esto es así porque jamás fueron regenerados.

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Los creyentes verdaderos retienen el Evangelio con firmeza, sencillamente porque


todo lo pueden en Cristo que les fortalece (Fil. 4: 13), no por sus solas fuerzas (Jn. 8:
31; 2 Co. 13: 5; 1 Jn. 2: 24; 2 Jn 9)

Insisto en este punto, Pablo les predicó el Evangelio a todos los que formaban
visiblemente la iglesia de Corinto (como podía haberlo hecho a cualquier iglesia o
congregación de Cristo en cualquier lugar y tiempo), esperando una respuesta hacia
Cristo, así como cualquier pastor se dirige a su grey, e insta de forma genérica a
perseverar en Cristo, según el Evangelio que todos recibieron (y que para unos fue de
provecho, y para otros no)

Por tanto, no se puede usar este texto, u otros similares para buscar el defender ese
falso posicionamiento de que la salvación se puede perder, si realmente esa salvación
es real. Y no se puede perder, no por legalismo, rigorismo o potencial humano alguno,
sino porque CLARÍSIMAMENTE la Palabra de Dios dice que todo aquel que es nacido de
Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede
pecar, porque es nacido de Dios (1 Juan 3: 9). Porque el pecado no se enseñoreará de
vosotros… (Romanos 6: 14)

La obra de preservación es de Dios, el poder es de Dios. El sello es de Dios (Ef. 1: 13,


14); la no condenación es de Dios (Ro. 8: 1)

(Efesios 1: 13, 14) “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el
evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu
Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la
posesión adquirida, para alabanza de su gloria”

La gran noticia aquí es que podemos los que tenemos el testimonio del Espíritu Santo
(Ro. 8: 14) en nuestras vidas dar gracias a Dios porque nuestra salvación es firme y
segura, conforme al ancla, el ancla de nuestra salvación que es Cristo en nosotros. Por
lo tanto, y en este sentido podemos afirmar sin ninguna duda: Los que somos salvos
siempre somos salvos; hemos pasado de muerte a vida (1 Juan 3: 14); estamos
justificados, y ya, en términos de eternidad, estamos glorificados, sentados
juntamente con Cristo en los cielos, resucitados juntamente con El (Ro. 8: 29, 30; Ef. 2:
6)
Estas son las Buenas Nuevas de salvación… si no, ¿Qué buenas nuevas serían si
viviéramos siempre con la espada de Damocles sobre nuestra salvación, con miedo a
perderla en uno de esos pecados que ya no queremos cometer, pero que podemos
llegar a cometer? (1 Juan 1: 8). O dicho de otro modo… ¿Cuándo estaríamos seguros
de nuestra salvación; un día sí, al otro, no sé, y al próximo Dios dirá? Bien, Dios ya lo ha
dicho:“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5: 17)//

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ACLARACIÓN DE ROMANOS 11: 17-24

(En materia de soteriología)

Algunos toman estos versículos para argumentar que la salvación individual se puede
perder. Es un error. Hay que hacer una adecuada exégesis para no caer en semejante
improperio. Sin tomar demasiado espacio, decir que así como Israel (las ramas
naturales) fue desgajado (v. 17), no todos fueron desgajados; y así como por motivo de
orgullo, incredulidad y falta de permanecer en la bondad de Dios, las ramas silvestres
injertadas (los gentiles) podemos ser cortados, no todos somos cortados.

Así pues, ¿cómo hemos de entender este pasaje al respecto? Pues hemos de
entenderlo, no enfocando en el individuo, sino en la entidad. El individuo salvo, no
pierde la salvación; la entidad, es otro asunto.

El caso lo vemos claro en el ejemplo de una iglesia de Cristo como la de Efeso, fundada
en Cristo, pero que con el tiempo dio paso a la entrada de falsos hermanos y apóstatas
hasta llegar a un número insostenible en la iglesia, hasta que esta, como entidad, dejó
de ser de Cristo (Ap. 2: 5). ¿Perdieron la salvación los genuinos creyentes? no,
¿perdieron la salvación los falsos hermanos? Jamás fueron salvos. Hermanos “Conoce
el Señor a los que son suyos…” (2 Ti. 2: 19)

Las entidades cristianas están formadas por cristianos genuinos, y por cristianos
nominales. Dependiendo del número de unos o de otros, esas entidades como tales
realmente el Señor las contemplará como suyas, o no. En el sentido que venimos
argumentando, las entidades son impersonales.

No hagamos doctrina fácil… y errada. Dios se dirige a creyentes individuales, y también


se dirige a entidades cristianas (Ap. 2, 3), etc. Hay que saber discernir, y entender cual
es el mensaje cada vez al respecto.//

PARTE III: avanzando en la argumentación.


¿Para qué advertir de la apostasía, si nadie salvo se puede perder?

Alguien que piensa que el verdadero creyente (salvo), puede perder la salvación, me
inquirió así: “¿Para qué advertir de la apostasía, si nadie salvo se puede perder?”

En primera instancia parece lógica esa pregunta, pero está mal planteada. Está mal
planteada, porque el asunto poco tiene que ver con los apóstatas en sí; y sí y mucho
con los verdaderos creyentes. Cierto es que los apóstatas se pierden, pero no es
menos cierto que los salvos requerimos de un mensaje claro y específico de santidad,
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con el fin de crecer en la voluntad de Dios, que es nuestra santificación (1 Ts. 4: 3; Col.
3: 1-3, etc.)
¿Tenemos enseñanza cabal respecto a lo que acabo de decir en la Escritura? Ya lo
creo. Veámoslo:

“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo
la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el
mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida
espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero
de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto.
Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos
cosas malas, como ellos codiciaron” (1 Corintios 10: 1-6)

Así pues, el mismo mensaje que describe a los apóstatas, por ejemplo 2 Pr 2: 18-21; o
He. 10: 26-39, le sirve al creyente verdadero para que tema a Dios, y busque su
santificación y obre en consecuencia, siempre al amparo y poder de la gracia de Dios.

¿Está Dios interesado en los apóstatas, o en sus hijos?... pero todavía voy más lejos:
¿Está Dios interesado en el diablo? Obviamente no, entonces, ¿Por qué la Palabra se
dirige a él en varias ocasiones: Is. 14ss; Ez. 14ss; etc. etc.) ¿No será que Dios quiere que
conozcamos lo que ha decidido revelarnos? (Deut. 29: 29b) Evidentemente, sí. Y todo
ello es siempre para nuestra edificación.

Les doy otro ejemplo claro y práctico aquí: Pensemos en los verdaderos creyentes que
puedan estar presos espirituales y ciegos en la trampa de la tela de araña espiritual de
algunos de, entre otros, los famosos apóstatas de la prosperidad… ¿No creen ustedes
que esas advertencias a los apóstatas descritas en la Escritura, y declaradas por los
atalayas, les pueden ayudar a salir de ese engaño? Claro que sí.

Concluyendo: al hermano anónimo.

Para los que dicen que el tratar el tema de la salvación les hace pensar demasiado, y
les mueve a no estar tan seguros de esto o de aquello que habían aprendido por años,
les quiero decir que es normal y es bueno, porque acordémonos que el Espíritu Santo
nos quiere llevar a TODA la verdad (Jn. 16: 13). Si no somos de ese sentir, entonces
estamos andando mal ante el Señor, como holgazanes espirituales.

Por años se nos ha enseñado una teología salvífica muchas veces deplorable,
consecuencia de la incursión de la gran ramera en el medio evangélico desde siglos a
través de sus enviados; fíjese bien hermano: los evangélicos o protestantes de la
Reforma creían lo que este servidor está enseñando acerca de la salvación, en cambio,
la gran mayoría de los protestantes o evangélicos de la actualidad, creen otro mensaje
muy diferente. Nos llamamos por el mismo nombre que aquellos hermanos del
pasado, pero no creemos lo mismo… ¡grave dilema! Es el fruto del leudo, que ha
leudado toda la masa.

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Nadie pone en duda que la verdad absoluta la tiene Dios, pero no es menos cierto
tampoco que “…las cosas reveladas son para nosotros y nuestros hijos para siempre”
(Deut. 29: 29).

Déjeme hacerle una pregunta muy sencilla, querido hermano ¿lo que predicaba el
príncipe de los predicadores, así apodado por su elocuencia y sabiduría, Charles H.
Spurgeon, o en la actualidad hermanos como John McArthur, Paul Washer… o siglos
atrás, Melanchton, Zwinglio, Lutero, Calvino, Knox; Whitefield, etc. respecto a las
doctrinas de la gracia (todos enseñaban lo mismo), confundía a la gente creyente
siendo como era y es doctrina bíblica, y la mayoría de aquella gente con menor
conocimiento y formación que los nuestros de este tiempo? ¡Seamos serios! Por
supuesto que no, porque la verdad de Dios nos la revela Su Espíritu, y nada depende
de la formación académica de uno… ¿nos acordamos de aquellos discípulos
pescadores? ¿nos acordamos de lo que enseñaba Pablo?:

“Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni
muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para
avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte;
y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que
es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co. 1: 26-29).

Pensar al respecto de manera diferente, es pensar conforme al espíritu de este mundo.


¡No hagamos pequeño a Dios! Yo insto a indagar y a estudiar todo esto porque sé que
se dará cuenta que si lo hace verá que hay demasiados intereses creados,
denominacionalistas y profesionalistas a los cuales no les interesa en absoluto que se
prediquen y enseñen las doctrinas de la gracia.

Hay que volver a la raíz, a la senda antigua, que hemos abandonado en parte, a la
razón y raíz de nuestra seguridad en Cristo Jesús, a creer que Él y Su obra es el ancla de
nuestra salvación y motivo de nuestra fe y esperanza (He. 6: 19)

Los verdaderos cristianos de todos los tiempos, han estado seguros de su salvación.
Esa seguridad es lo que les mantenía enteros y sin fluctuar ante las persecuciones. No
obstante, el mensaje de muchos hoy es: “Cuidado, no pierda usted la salvación”, como
si tal cosa pudiera ocurrir cuando Dios que no miente, prometió desde antes del
principio de los siglos la esperanza de la vida eterna (Ti. 1: 2)

Por último, me hace a mí mucha gracia cuando se dice, pues hagamos esto en vez de lo
otro; prediquemos el evangelio y no perdamos el tiempo en discusiones… Vamos a ver,
1) ¿Qué es el Evangelio, sino todo el consejo de Dios? y, 2) Hemos hecho mucho
énfasis en ir en contra del G12, y de los falsos maestros de hoy en día, y a eso le
llamamos apologética; pero parece que muchos no le llaman apologética o defensa de
la fe, el poner a la luz doctrinas erradas y hasta heréticas que estamos creyendo ¿una
cosa sí, y la otra, no? Otra vez, ¡hay demasiados intereses creados de por medio, lo
cual es pecado ante los ojos de Dios!

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Los que amamos a Dios, los que estamos seguros de nuestra salvación, no tememos
perderla, no sólo porque eso es imposible, sino porque amamos a Dios, sabiendo que
Él nos amó primero. ¡Qué gran dicha saberse en las manos de Aquél que todo, todo lo
puede! ¡Qué gran dicha el poder creer la verdad revelada!

Y el Señor sigue diciendo: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi
misericordia…Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti
fijaré mis ojos. (Jer. 31: 3; S. 32: 8)

SOLI DEO GLORIA

Dios les bendiga

© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España


Diciembre 2011
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(Pueden hacer copias y divulgar con libertad este libro y todos mis mensajes, sólo respetando la
autoría. Dios les bendiga)

FIN

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