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Universidad Autónoma de Entre Ríos

Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales


Lengua y Literatura
Literatura Grecolatina (Prof. Mg. Betiana Marinoni)

LUCRECIO, De rerum natura o Acerca de la naturaleza de las cosas

SELECCIÓN DE PASAJES

I.1-43

Madre de los descendientes de Eneas, gozo de los hombres y de los dioses, Venus nutricia, que
bajo los signos errantes del cielo llenas con tu presencia el mar surcado de naves y las tierras ricas
en mieses, puesto que por ti todo el linaje de los seres vivientes es concebido y, tras nacer, ve los
rayos del sol. De ti, diosa, y de tu llegada huyen los vientos y las nubes del cielo; para ti, la
industriosa tierra hace brotar suaves flores; para ti, ríen las llanuras del mar y el cielo aplacado
resplandece con luz difusa. Pues tan pronto como se abre el aspecto primaveral del día y, liberado,
se acrecienta el soplo fecundo del favonio, a ti, diosa, y a tu llegada, primero las aves aéreas
celebran, con sus corazones sacudidos por tu fuerza. Luego, las fieras, los ganados, retozan
saltando por las llanuras fecundas y cruzan a nado las raudas corrientes y, así, cautivadas por tu
gracia, te siguen amorosamente hacia donde decides conducir a cada una. En suma, por mares y
montes y ríos voraces y por las frondosas casas de las aves y los campos verdeantes, inculcando en
todos un tierno amor a través del pecho, haces que las generaciones se propaguen, según su
especie, de manera gozosa. Puesto que tú sola riges la naturaleza de las cosas y nada sin ti nace
hacia las riberas divinas de la luz ni nada se vuelve ni fecundo ni amable, deseo que tú seas mi
aliada para escribir estos versos, que intento componer acerca de la naturaleza de las cosas para
nuestro descendiente de Memnio, a quien tú, diosa, en todo momento quisiste que sobresaliera
adornado con todas las virtudes.
Por esto, da, oh diosa, aún a mis versos una eterna gracia. Haz que, entre tanto, los feroces
aprestos militares, por los mares y toda la tierra, reposen adormecidos. Pues tú sola puedes asistir
a los mortales con una tranquila paz, dado que Marte, poderoso en armas, que erige los poderosos
aprestos militares, a menudo se recuesta en tu regazo, vencido por la eterna herida del amor, y,
así, mirando hacia arriba, reclinada su torneada cabeza, apacienta de amor sus ávidos ojos,
suspensos hacia ti; de tu boca pende el aliento del que está recostado. A éste, tú, diosa, que se
reclina en tu cuerpo santo, abrazándolo derramas suaves palabritas de tu boca, pidiendo para los
romanos una plácida paz, ínclita. Pues ni yo puedo componer en las circunstancias hostiles de la
patria con espíritu pacífico ni el claro descendiente de Memmio puede, en tales circunstancias,
estar ausente de la defensa de la patria.

I.54-61

Pues comenzaré a explicar acerca de la suprema doctrina del cielo y los dioses y mostraré los
primeros elementos de las cosas a partir de los cuales la naturaleza crea y nutre todo y en los
cuales la misma naturaleza disuelve de nuevo una vez que se destruye. Nosotros solemos
llamarlos materia y cuerpos genitales en la doctrina que desarrollo y semillas de las cosas y
también solemos llamarlos cuerpos primeros, porque a partir de estos existen todas las cosas.
I.62-79

Yacía la vida humana a la vista, torpemente oprimida en la tierra bajo el peso de la


superstición, que mostraba su cabeza desde las regiones del cielo, amenazando a los mortales
desde arriba con su horrible aspecto. Primero, un varón griego osó levantar sus ojos mortales en
su contra y desafiarla, a quien ni la leyenda de los dioses ni los rayos ni el cielo con su amenazante
bramido contuvieron sino que excitaron la virtud de su espíritu tanto que deseó romper, el
primero, los ajustados cerrojos de las puertas de la naturaleza. La fuerza encendida de su espíritu
venció definitivamente y se lanzó más allá, lejos de las inflamadas murallas del mundo, y recorrió
toda la inmensidad con el espíritu y el pensamiento. De allí, nos dice victorioso qué puede nacer y
qué no y, por último, por qué causa existe para cada uno una potencia finita y un mojón hincado
profundamente. Por esta razón, la superstición es arrojada a los pies humanos, es destruida; la
victoria nos iguala al cielo.

I.117-127
Como cantó Enio, el primero en recibir del agradable Helicón la corona de perenne verdor,
que llevó célebre a través de los pueblos de los hombres de Italia, aunque expuso en versos
eternos que existen los lugares el Aqueronte en donde nuestras almas y nuestros cuerpos no
permanecen sino como macilentos espectros, donde recuerda que se le apareció la imagen del
siempre floreciente Homero y él comenzó a verter saladas lágrimas y a explicarle con palabras la
naturaleza de las cosas.

I.136-139
No se me escapa que es difícil dar luz a los descubrimientos oscuros de los griegos en versos
latinos, sobre todo porque muchas cosas deben ser tratadas con nuevas palabras a causa de la
pobreza de la lengua latina y de la novedad de los temas.

I.404-409
Como los perros que con su olfato encuentran a menudo las cuevas de las fieras de los montes,
tapadas por los árboles, cuando descubren una huella certera del camino, así tú mismo podrás ver,
de un modo o de otro, tales cosas e introducirte en las ciegas cuevas y de allí extraer la verdad.

I.931-933 (...) 936-950


...primero, porque enseño grandes cosas y rompo los lazos de la superstición que oprimen el
ánimo; después, porque compongo poemas tan luminosos acerca de un tema tan difícil,
realzándolos con poética gracia. (...) Pues así como los médicos cuando intentan dar a los niños un
remedio repulsivo untan los bordes de la copa con el dulce licor rubio de la miel para que la edad
incauta de los niños se engañe sólo fuera de los labios y, entonces, poder hacerles beber el amargo
líquido del ajenjo no para dejarlos en el engaño sino para que, tras convalecer, se repongan, así yo
ahora, puesto que esta doctrina parece ser bastante amarga para los que no la conocen y el vulgo
se estremece y se echa atrás, quise para ti explicar esta doctrina en el suave discurso de las Musas
y untarlo nuevamente con la dulce miel, por si acaso pudiera así retener tu ánimo atento, mientras
entiendes toda la naturaleza de las cosas, de qué consta y cuál es su figura.

II.1-13
Es suave cuando los vientos revuelven las aguas del vasto mar observar desde la tierra el gran
esfuerzo del otro, no porque sea dulce que alguien sea atormentado sino porque es suave incluso
discernir de qué males estás tú exento; aún es suave observar las grandes luchas de la guerra,
alineadas a lo largo de los campos, sin tener parte en el peligro; y nada es más dulce que poseer
los templos serenos, elevados, construidos por la doctrina de los sabios, desde donde puedas
mirar desde arriba a los otros y verlos errantes por doquier y dispersos buscar el camino de la
vida, rivalizar en torno al talento, competir por el linaje, esforzándose a través de las noches y los
días con el esfuerzo que acucia, elevarse hacia las sumas riquezas y adueñarse de las cosas. ¡Oh
míseras mentes, oh pechos ciegos, en qué tinieblas tan grandes y en cuántos peligros de la vida se
consume este tiempo, cualquiera que sea! ¿Acaso no ven que la naturaleza reclama para sí
ninguna otra cosa sino que el dolor esté ausente, apartado del cuerpo, y gozar en la mente de un
sentimiento agradable, alejado de la preocupación y del miedo?

II.55-61
Pues como los niños trepidan y temen todo en las tinieblas ciegas, así nosotros de día tememos
a menudo cosas que no deben de ninguna manera ser temidas, más que la que los niños temen en
las tinieblas e imaginan que van a suceder. Es necesario, entonces, que despejen este temor del
espíritu no los rayos del sol ni las luminosas flechas del día sino la manifestación de la naturaleza
y la doctrina.

II.1090-1094
Si tienes bien conocidas estas cosas, la naturaleza parece al punto libre y despojada de
soberbios amos; ella por sí misma, por su propia voluntad, hace todas las cosas, desprovista de los
dioses. Pues, ¡por los sagrados pechos de los dioses, que en tranquila paz pasan un plácido tiempo
y un vida serena!

III.1-30
¡Oh a ti, que has podido elevar, el primero, en medio de tinieblas tan densas, una luz tan
resplandeciente al iluminar los deleites de la vida, te sigo, oh gloria del pueblo griego, y en tus
señales impresas ahora asiento las hincadas huellas de mis plantas! No tanto por deseo de
emulación cuanto a causa de mi amor anhelo imitarte; pues, ¿en qué podría retar la golondrina a
los cisnes o en qué los cabritos de trémulos miembros podrían compararse en la carrera y la fuerza
al vigoroso caballo? Tú eres el padre, tú eres el creador de las cosas, tú nos supeditas los preceptos
patrios, tal como las abejas en los floridos bosques liban todo; nos apacentamos de tus palabras
áureas, áureas siempre dignísimas de una vida perpetua. Pues, en cuanto tu filosofía, nacida de
una mente divina, comienza a proclamar la naturaleza de las cosas, huyen los temores del espíritu,
se desvanecen las murallas del mundo. Por todo el vacío veo que se crean las cosas. Aparece el
numen de los dioses y las sedes pacíficas a las que ni los vientos golpean ni las nubes mojan con la
lluvia ni la nieve, que cae blanca, endurecida por la áspera escarcha, y siempre un cielo sin nubes
la cubre y ríe con una luz ampliamente difusa. La naturaleza, en adelante, proporciona todas las
cosas y ninguna aleja la paz del alma en ningún momento. Por el contrario, nunca aparecen los
templos del Aqueronte ni la tierra impide que todo, cualquier cosa que sea, pueda ser vista y bajo
los pies se generen a lo largo del vacío. Un cierto placer divino me atrapa y cierto horror, porque
así la naturaleza, evidenciada tan manifiesta por tu esfuerzo, se descubre en toda su estructura.

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