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Más que desconcentrarlo, los gestos que hace el público cuando el orador
está hablando, le orientan para que pueda matizar y adaptar su discurso a
su auditorio y a las circunstancias concretas en las que está hablando. Sí,
se debe adaptar el discurso, aunque éste se haya preparado
minuciosamente.
Así como el público interpreta los gestos y las posturas del orador, así
también, o mayormente aún, el orador debe escudriñar los gestos, las
miradas y las posturas de los que le oyen, e interpretar los mensajes que
sus constantes y discretos escrutinios le revelen, para adaptar
favorablemente el discurso a la situación dada.
Para la búsqueda de esos mensajes que sus ojos y sus oídos habrán de
percibir, debe el orador, con toda naturalidad mover la cabeza y aun el
cuerpo, en la medida en que esto sea necesario, según la distribución y
dimensiones del auditorio, cuidándose de no perder de vista a nadie.