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Estimados,

La situación de fuerza mayor esgrimida por ustedes como causal para resolver el contrato, me
parece a mi juicio, inexistente. Esto por cuanto no se cumplen los requisitos propios que
configuran dicha institución. En ese sentido es pertinente recordar lo que dispone el artículo 45 de
nuestro Código Civil. A saber, “se llama fuerza mayor o caso fortuito el imprevisto a que no es
posible resistir, como un naufragio, un terremoto, el apresamiento de enemigos, los actos de
autoridad ejercidos por un funcionario público, etc.”.

La resolución de un organismo público, en este caso la del Consejo de Monumentos Nacionales,


en que se determina la no factibilidad de la ejecución del proyecto de demolición a desarrollar por
mi parte, no constituye en caso alguno una situación imprevisible ni irresistible. Lo anterior ya que
el debido estudio de las condiciones en que se celebraría el contrato, incluyendo el análisis de las
bases de la licitación a ofertar, es responsabilidad de le entidad pública.

La imposibilidad de demoler el inmueble en razón estar en una zona de protección histórica no es


un hecho imprevisible, toda vez que dicha característica del terreno estaba determinada con
anterioridad a la celebración del contrato. Distinto es el caso en que la declaración como zona
protegida hubiese tenido lugar con posterioridad, supuesto en el cual sí podría considerarse una
situación no previsible. La necesaria evaluación de los antecedentes en que se funda la licitación
implicaba examinar cuestiones como éstas, vale decir, impedimentos administrativos de
conocimiento público.

Debido a lo anteriormente expuesto, resulta forzoso concluir que la terminación del contrato no
tiene lugar por ninguna de las causales contenidas en las Bases de la Licitación. No existe
incumplimiento imputable a mi parte, ni se presenta el caso fortuito o fuerza mayor alegado por
ustedes (capítulo X de las Bases de Licitación). Así las cosas, la resolución del contrato es infundada
y arbitraria, configurando una terminación unilateral del contrato. En virtud de esto es que la
indemnización que como contratista debo recibir, no se limita al avance efectivo de la obra, pues
dicha situación tendría lugar cuando el contrato sí se haya extinguido por las razones ya
mencionadas en este párrafo.

La reparación económica que debo percibir comprende todos los gastos incurridos en la
realización del contrato (daño emergente), así como los ingresos que dejé de percibir en razón de
avocarme a la prestación del servicio requerido por ustedes (lucro cesante). Por lo demás cabe
señalar que la futura remuneración derivada de la prestación que como contratista estaba
dispuesto a cumplir, constituye un derecho adquirido por mi parte, que no puede soslayarse sino
por los requisitos extraordinarios de terminación del contrato (que no se configuran en el caso). El
vínculo jurídico bilateral existente entre el contratista y ustedes supone la obligación de respetar el
contrato y ejecutarlo conforme a la buena fe, según dispone el artículo 1546 del Código ya citado.

En el presente caso debe considerarse, en razón de lo anterior, los gastos y perjuicio económico en
que he incurrido producto de la tardanza en la liquidación y resolución del contrato. En este
sentido, el tiempo invertido en la ejecución de la prestación realizada por mi parte debe ser
compensado conforme hubiese sido la remuneración normal recibida. De esta manera, a los gastos
generales debe añadirse lo relacionado con este ítem.
Finalmente Es menester destacar que, aun cuando la administración tenga facultades especiales y
exorbitantes en la contratación pública, tales como la dirección y modificación del contrato, dichas
facultades no autorizan para lesionar los derechos del particular que se adjudica la licitación,
debiendo siempre quedar indemne si ello ocurre.

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