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L años, fue saludada como un evento de alcance histórico. A juzgar por las
opiniones que en aquellos días se expresaron, eran dos las Constituciones
que tipificaban toda la aportación doctrinal del Concilio: la constitución “ Lu
men Gentium” y la “ Dei Verbum” .
En este 25 aniversario la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto quiere
presentar la publicación actualizada del Cometario que, bajo la dirección del P.
Alonso Schókel, se publicó en 1969 y que hace tiempo se encuentra agotado. No
se trata pues de una mera reedición sino de un “aggiornamento” que ha supuesto
la supresión de algunos capítulos, la reforma de otros y el añadido de un amplio
suplemento que recoge todos los trabajos referentes a la “ Dei Verbum” en gene
ral y las aportaciones en lengua española de los principales capítulos bíblicos. De
este modo, manteniendo sustancialmente idéntica la estructura de la publicación
de 1969, la obra viene a ser una oportuna actualización de lo que hace cuatro lus
tros se ofrecía al público de lengua española. A la pretensión primera de memoria
teológica viva de la “ Dei Verbum” , se une la circunstancia de la celebración del 70
cumpleaños del P. Luis Alonso Schókel. Los discípulos del maestro que trabajan
en la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto le ofrendan esta nueva
edición como homenaje digno al que ha sido desde su cátedra del Pontificio Insti
tuto Bíblico el mayeuta de numerosas vocaciones consagradas al estudio de la Pa
labra de Dios.
En colaboración con
A. A ntón - J. F. A shton - R. J acob - G . Ruiz ( f )
J. M. Sá n c h e z C aro - J. R. Á. ÜSBBL
1991
Universidad de Deusto Ediciones Mensajero
Apartado 1 Apartado 73
48080 BILBAO 48080 BILBAO
Quedan prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o par
cial de esta obra por cualquier medio o procedimiento informático, y la
distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos,
así como la exportación e importación de esos ejemplares para su d istri
bución en venta fuera del ámbito de la Comunidad Económica Europea.
Págs.
PRESENTACION ................................................................................................. 17
LISTA DE COLABORADORES ........................................................................ 21
ABREVIATURAS ................................................................................................. 23
BIBLIOGRAFIA ....................................... 26
HISTORIA DE LA CONSTITUCION «DEI VERBUM», por Gregorio Ruiz.
In tro d u c c ió n ........................................................................................................ 45
I. El primer esquema «De fontibus revelationis» ............................ 47
1. Preparación .......................................................................................... 47
2. Exposición del esquema .................................................................. 49
3. Discusión del esquema del Concilio ............................................. 50
II. El esquema segundo «De divina revelatione» ................................. * 53
1. La preparación del esquema .......................................................... 53
2. Exposición del esquema .................................................................. 54
3. Discusión dei segundo esquema ................................................... 55
III. El tercer esquema «De divina revelatione» ...................................... 58
1. Preparación del nuevo esquema ................................................... 58
2. Exposición del esquema .................................................................. 59
3. Discusión en el aula c o n c ilia r.......................................... 61
IV. El cuarto esquema «De divina revelatione» ...................................... 64
1. La preparación del esquema .......................................................... 64
2. Exposición del esquema .................................................................. 65
3. Votación y enmiendas del esquema ............................................ 66
V. El texto final de la constitución .............................................................. 67
1. Preparación de texto ....................................................................... 67
2. El texto con las enmiendas de los modi ................................. 73
3. La votación sobre las enmiendas .................................................. 74
Epílogo: La promulgación de la constitución ............................................. 75
Fechas clave de la historia de la constitución «Dei Verbum» ......... 78
7
Págs.
COMENTARIOS
UNIDAD Y COMPOSICION, por Luis Alonso Schókel ... ... ... ... ... 179
8
Págs.
9
Págs.
10
Págs.
11
Págs.
12
Págs.
EXCELENCIA DEL NUEVO TESTAMENTO, por Luis Alonso Schokel ... 493
13
Págs.
14
Págs.
15
Págs.
16
PRESENTACION
17
2
a una iniciativa que no dudamos será bien acogida por los estu
diosos de la Teología Sistemática y la Inroducción General a la
Sagrada Escritura. Se trata de la publicación actualizada del Co
mentario que, bajo la dirección del P. Alonso Schókel, se publicó
en 1969. En efecto, ya no es el caso de pensar en nuevos comen
tarios. El primer lustro del postconcilio agotó ya ese género lite
rario. Pero no es menos verdad que no se puede prescindir de un buen
comentario a una constitución tan esencial. Ahora bien, el texto edi
tado por el P. L. A. Schókel estaba hace tiempo agotado. Concebido
con unos criterios muy originales, a base de un estudio de carácter
temático y de preocupaciones preferentemente bíblicas, el libro cono
ció una amplia difusión sobre todo en el mundo hispanoparlante. Los
profesores de Propedéutica Bíblica encontraron en sus páginas toda la
temática de su especialidad. En efecto, si se prescinde del Canon y
de la Crítica Textual, todos los grandes capítulos de la Introducción
General estaban presentes en aquella obra. Los profesores de Teología
Fundamental hicieron también una positiva utilización de la misma,
como puede apreciarse por las obras de Pié i Ninot, y Torres Queiruga.
El comentario había entrado en la ciencia bíblico-teológica espa
ñola como un instrumento de trabajo imprescindible. Buena oportuni
dad era el XXV aniversario de la «Dei Verbum» y de la clausura
del Vaticano i! para una actualización de su contenido. Mas no de
bía ser una simple reedición. La extensión generosa del texto de
1969 (800 págs.) imponía un recorte. El paso de la historia exigía
también algunas modificaciones de contenido. A base de estas ele
mentales constataciones se pensó en un «aggiornamento». Por eso
se han suprimido algunos capítulos como El carácter personal de la
fe, La Parádosis en el NT, La evolución del dogma, Las Versiones
Modernas de la Biblia. Otros han sido profundamente reelaborados,
como Escritura y Teología, y Lectura eclesial de la Biblia. La Biblio
grafía se ha completado a base de un amplio suplemento que recoge
todos los trabajos referentes a la Dei Verbum en general, y las apor
taciones en lengua española de los principales capítulos bíblicos. El
capítulo de los Géneros literarios ha sido retocado. Se han suprimido
los resúmenes que en 1969 ofrecían una ayuda pedagógica intere
sante a los alumnos de Teología. De este modo, manteniendo sus
tancialmente idéntica la estructura de 1969, la obra viene a ser una
oportuna actualización de lo que hace cuatro lustros ofrecía al pú
blico de lengua española.
A la pretensión primera de memoria teológica viva de la Dei
Verbum, se une otra circunstancia que otorga particular interés al
libro. En el curso de este año cumple ei P. Luis Alonso Schókel
sus 70 años, buena parte de ellos gastados en actividades cientí
ficas condicionadas por la temática de la Dei Verbum. Los discípu
18
los del maestro que trabajan en esta Facultad le ofrendan esta
nueva edición como homenaje digno al que ha sido desde su cátedra
del Pontificio Instituto Bíblico el mayeuta de numerosas vocaciones
consagradas ai estudio de la palabra de Dios.
Deusto, abril de 1990.
19
LISTA DE COLABORADORES
21
ABREVIATURAS
23
DBS Dictionnaire de la Bible (Supplément).
DialEcum Diálogo Ecuménico.
Div Divinitas.
DowR Downside Review.
DTC Dictionnaire de Théologie Catholique.
DThom Divus Thomas (Piacenza).
DSchm Denzinger-Schönmetzer: Enchiridion Symbolorum.
EB Enchiridion Biblicum.
EphMar Ephemerides Mariologicae.
ErbAuf Erbe und Auftrag.
EstBi Estudios Bíblicos.
EstE Estudios Eclesiásticos.
EstMar Estudios Marianos.
EstMerced Estudios Mercedarios.
ETL Ephemerides Theol. Lovanienses.
EvangForum Evangelische Forum.
EvQ Evangelical Quarterly.
EvT Evangelische Theologie.
EXav Ecclesiastica Xaveriana.
ExpTim Expository Times.
FrancLA Studii Biblici Franciscani über Annuus.
Greg Gregorianum.
HerderKorr Herders Korrespondenz.
HeythJ Heythrop Journal.
HPTh Handbuch der Pastoral Theologie.
Interp Interpretation.
IrTQ The Irish Theological Quarterly.
JBL Journal of Biblical Literature.
JBR Journal of Bible and Religion.
JOESt Journal of Oecumenical Studies
JTS Journal of Theological Studies.
KerDo Kerygma und Dogma.
LaFactT Lima La Facultad Teológica (Lima).
LuVitor Lumen (Vitoria).
LumVi Lumière et Vie.
Mar Marianum.
MCom Miscelánea Comillas.
MünchTZ Münchener Theologische Zeits.
MS Mysterium Salutis.
NatGrac Naturaleza y Gracia.
NRT Nouvelle Revue Théologique.
NT Novum Testamentum.
NTS New Testament Studies.
OecumR Oecumenical Review.
PalCI Palestra del clero.
PG Patrología graeca.
PL Patrología Latina.
QDisp Quaestiones Dipustatae.
RAgEsp. Revista Agustiniana (España).
RazF Razón y Fe.
RB Revue Biblique.
RBén Revue Bénédictine.
24
RBiArg Revista Bíblica Argentina.
RBiblt Rivista Biblia Italiana.
RBiCal Revista Bíblica Calceatense.
REB Revista Eclesiástica Basileira.
RechBi Recherches Bibliques.
RelCult Religión y Cultura.
RHE Rev. d’Histoire Ecclésiastique.
RHPhiIRe! Rev. d’Histoire et Philosophie Religieuses.
RScPhilT Rev. des sciences philosophiques et théologiques.
RSR Recherches de science religieuse.
RThPhil Rev. de philosophie et théologie.
RUnCompIt Revista de la Universidad Complutense.
RUnOtt. Revue de l’Université d’Ottawa.
Salmant Salmanticensis.
SalTer Sal Terrae.
SAns Studia Anselmiana.
SC Sources chrétiennes.
ScE Sciences Ecclésiastiques.
Scho! Scholastik.
ScotJT Scripta Theologica. Pamplona.
ScrioTPamp Scottish Journal of Theology.
ScriptVict Scriptorium Victoriense.
ScuolCat La Scuola Cattolica.
SelT Selecciones de Teología.
SemBiEsp Semana Bíblica Española.
SemEspT Semana Española de Teología.
SNT Studia Neotestamentica.
ST Studia Theologica.
StimZ Stimme der Zeit.
SvExAb Svensk Exegetisk Arsbok
TeoIVid Teología y Vida.
TGI Theologie und Glaube.
TheoIJb Theologische Jarbuch.
TheoIPhil Theologie und Philosophie.
TLZ Theologische Litteratur Zeitung.
TPQ Theologisch-Praktische Quartalschrift.
TR Theologische Revue.
TheolSt Theological Studies.
Trad Traditio.
TRu Theologische Rundschau.
TTod Theology Today.
TübTQ Tübinger theologische Quartalschrift.
TZBas Theologische Zeitschrift. Basel.
UnSa Una Sancta.
VD Verbum Domini.
VerbC Verbum Caro.
VerdVi Verdad y Vida.
VieSp La Vie Spirituelle.
VigChr Vigilïae Christianae.
ZAW Zeits. für die altttestamenliche Wis.
ZKT Zeits. für kathol. Theologie.
ZNTW Zeits. fü r die nt. Wiss.
ZTK Zeits. fü r Theol. und Kirche.
25
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27
B) HISTORIA DEL TEXTO DE LA CONSTITUCION
a) Libros
b) Artículos
28
C) COMENTARIOS PARTICULARES
Capítulo I
A) HISTORIA Y REVELACION
a) Libros
b) Artículos
a) Artículos
C) FE
a) Lïbros
29
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32
b) A rtícu lo s
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b) Artículos
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und ihre Bedeutung für den ökumenischen Dialog: TGI 56 (1966) 303-35.
P. ZERAFA, The Limits of Biblical Inerrancy: Ang 38 (1962) 92-119.
C) INTERPRETACION
a) Libros
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b) Artículos
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R. SCHNACKENBURG, Zur Auslegung der Heiligen Schrift in unserer Zeit:
BiLeb 5 (1964) 220-36.
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A. G. WRIGHT, The Literary Genre Midrash: CBQ 28 (1966) 105-38. 417.57.
Capítulo IV
a) Libros
Extraordinario sobre AT: SeIT 5,17 (1966) 1-119.
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3 (Cambridge, Mass., 1966).
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d u cto in Sacros Utriusque Testament Libros 2 (Napoli 61963).
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b) Artículos
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P. J. MURNION, Sensus Plenior and the Progress of Revelation: Dunwoodie
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M. L. RAM LOT, Une décade de théologie biblique. Chronique d'AT: RThom
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H. RINGGREN, Literarkritik, Formgeschichte, Überlieferungsgeschichte. Erwä
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G. E. WRIGT, OT Scholarship in Prospect: JBR 28 (1960) 182-93.
Capítulo V
EVANGELIOS
a) Libros
Género literarios en los S. Evangelios. Otros estudios: Semana Bíblica Es
pañola 17 (1956, ed. 1959).
K. ALAND (ed.), Synopsis quattuor Evangeliorum. Locis parallelis evange-
liorum apocryphorum et Patrum adhibitis (Stuttgart 21964).
J. ALONSO D IA Z -A . SANCHEZ-FERRERO MARTIN, Evangelio y evangelistas.
Las perspectivas de los tres primeros Evangelios en sinopsis (Ma
drid 1966).
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G. AUZOU, La tradición bíblica. Historia de ios escritos sagrados del pue
blo de Dios (Madrid 21966) rev.
R. BULTMANN, Die Geschichte der synoptischen Tradition (Göttingen 61964).
F. L. FISHER, How to Interpret the NT (Philadelphia 1966).
E. FUCHS, Zur Frage nach dem historischen Jesus (Tübingen 21965).
H. HÖPFL-B. GUT-A. METZINGER, Inrtoductio specialis in NT (Napoli 61962).
W. G. KÜMMEL, Das NT, Geschichte der Erforschung seiner Probleme (Frei
burg im Br. 1958).
— Einleitung in das NT. Begründet von P. Feine und J. Behm. Völlig neu
bearbeitet von W. G. Kümmel (Heidelberg 141965).
X. LÉON-DUFOUR, Études d’Évangile, Parole de Dieu (Paris 1965).
— Los Evangelios y la Historia de Jesús. Tr. por P. DARNELL, revis, por
J. MARTINEZ ESCALERA (Barcelona 1966).
B. M. METZGER, Index to periodical Literature on Christ and the Gospels.
Compiled under the direction of B. M. METZGER: NT Tools and Stu
dies 6 (Leiden 1966).
W. PESCH, Matthäus der Seelsorger. Das neue Verständnis der Evangelien
dargestellt am Beispiel von Matthäus XVIII: Stuttgarter Bibelstudien 2
(Stuttgart 1966).
I. DE LA POTTERIE, De Jésus aux Evangiles (Gembloux 1967).
A. ROBERT-A . FEUILLET, Introducción a la Biblia. Il: NT (Barcelona, 2 ed.
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J. RHODE, Die redaktionsgeschichtliche Methode: Einführung und Sichtung
des Forschungsstandes (Hamburg 1966).
J. R. SCHEIFLER, Así nacieron los Evangelios (Bilbao 1967).
K. H. SCHELKLE, VJort und Schrift. Beiträge zur Auslegung und Auslegungs
geschichte des NT (Düsseldorf 1966).
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K. SCHUBERT (ed.), Der historische Jesus und der Christus unseres Glau
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A. N. WILDER, The Language of the Gospel. Early Christian Rhetoric: NT
Library (New York-London 1964).
D. YUBERO GALINDO, La formación de los Evangelios (Madrid 1966).
H. ZIMMERMANN, Métodos históricos críticos en el NT, Madrid (BAC 195)
1969.
b) Artículos
COMMISSIO BIBLICA, Instructio de histórica Evangeliorum ver i täte (21-4-1964):
AAS 56 (1964) 712-18.
S. GONZALEZ DE CARRERA, El método histórico-redaccional en los evange
lios sinópticos: NatGrac 11 (1964) 205-25.
R. SCHNACKEN BURG, El método de la «Historia de las Formas» en la in
vestigación de los Evangelios: SeltT 3 (1964) 261-66.
39
Capítulo VI
A) LA ESCRITURA EN LA IGLESIA
a) Libros
B. W. ANDERSON (ed.), The OT and Christian Faith. A Theological Discus-
sion (New York 1963-London 1964).
L. BOUYER, La Biblia y el Evangelio. El significado de las Escrituras: del
Dios que habla al Dios hecho hombre: Conocer la Biblia 4 (Barcelo
na 1965).
K. FÖRSTER (ed.)f Die religiöse und theologische Bedeutung des AT,
von H. GROSS u.a.: Studien und Bericht der Kath. Akademie in Ba
yern 33 (Würzburg 1965).
C. LARCHER, Acualidad cristiana del AT, Barcelona (Estela).
T. KAMPMANN, El AT hoy. Perspectivas kerigmáticas del AT: Biblia y Ke-
rygma 1 (Navarra 1965).
N. LOHFINK, Valores actuales del AT. Tr. de H. KAHNEMANN: Orientaciones
Bíblicas 11 (Buenos Aires 1966).
b) Artículos
H. CAMPENHAUSEN, Das AT als Bibel der Kirche vom Ausgangs des Ur
christentums bis zur Entstehung des NT: H. Campenhausen, Aus der
Frühzeit des Christentums (Tübingen 1963) 152-96.
H. G. GEYER, Zur Frage der Notwendigkeit des AT: EvT 25 (1965) 207-37.
W. KASPER, Die Bedeutung der Hl. Schrift für Kirche und christliches Leben
nach der dogmatischen Konstitution Über die göttliche Offenbarung:
BiKi 21 (1966) 54-67.
B) TRADUCCIONES DE LA BIBLIA
a) Libros
Die Bibel in der Welt: Jahrbuch des Verbandes der Evangelischen Bibel
gesellschaften in Deutschland 7 (1964ss.) hrg. von R. Steiner.
— Le traduzioni dei lib ri liturgici: A tti del Congresso tenuto a Roma
il 9-13 novembre 1965 (Città del Vaticano 1966).
— The Bible Translator: Published Quarterly by the United Bible Socie
ties 19 (London 1968).
J. BECKMANN (ed.), Die HI. S chrift in den kath. Missionem: Gesammelte
Aufsätze. In Verbindung m it W. Bühlmann und J. Specker herausge
geben von J. Beckmann: NZMissWiss Suppl. 14 (Schöneck-Beckenried
1966).
W. BÜHLMANN, Zusammenarbeit m it den Protestanten fü r die Überstzung
und Verbreitung der Bibel in den Missionem: NZMissWiss 20 (1965)
37-44.
S. L. GREENSLADE (ed.), The Cambridge History of the Bible. The West
from the Reformation to the Present Day (Cambridge - New York 1963).
E. A. NIDA, Toward a Science of Translating. With Special Reference to
Principles and Procedures Involved in Bible Translation (Leiden 1964).
H. ROST, 2000 Jahre Bibel. Ein kulturgeschichtlicher Bericht (München 1966).
40
b) Artículos
J. SCHM1D, Moderne Bibelübersetzungen. Eine Übersicht redigiert von...:
ZKT 82 (1960) 290-332.
C) ESCRITURA Y TEOLOGIA
a) Libros
H. U. von BALTHASAR, Ensayos teológicos. I: Verbum Caro. Traducción de
A.-P. SANCHEZ PASCUAL (Madrid 1964).
G. EBELING, Theologie und Verkündigung. Ein Gespräch m it R. Bultmann:
Hermeneutische Untersuchungen zur Theologie 1 (Tübingen 1962).
W. KASPER, Dogma y Palabra de Dios, Razón y Fe (Madrid 1968).
H. KRUSE, Die Hl. S chrift in der theologischen Erkenntnislehre. Grundfragen
des katholischen Schriftverständnisses: Konfessionskundliche Schriften
des J. A. Möhler-Institutes 5 (Paderborn 1964).
R. MARLÉ, El problema teológico de la hermenéutica: Biblioteca RazFe de
Teología 8 (Madrid 1965).
H. PETRI, Exegese und Dogmatik. Göttliche Offenbarung und kirchliches
Dogma im Verständnis der katholischen Theologie (Paderborn 1966-
München 1966).
E. SCHILLEBEECKX, Revelación y Teología, Salamanca 1968.
H. VORGRIMLER (ed.), Exegese und Dogmatik (Mainz 1962).
b) Artículos
L. ALONSO SCHÖKEL, Argumento de Escritura y teología bíblica en la
enseñanza de la teología: Semana Bíblica Española 18 (Madrid 1957,
ed. 1960) 225-41.
J. BEUMER, Schriftbeweis und Traditionsbeweis: TGI 54 (1964) 1-9.
E. BIERZYCHUDEK, La Biblia, alma de la teología: RBiCalz 28 (1966) 12-18.
J. BLENKINSOPP, Biblical and Dogmatic Theology: The Present Situation:
CBQ 26 (1964) 70-85.
F. DUENSING, Das Verhältnis von Exegese und Dogmatik in evangelischer
Sicht: UnSa 20 (1965) 152-59.
P. GRELOT, Exégèse, théologie et pastorale: NRT 88 (1966) 3-14.132-48.
H. HAAG, Zum Verhältnis Exegese-Dogmatik: TübTQ 142 (1962) 1-22.
N. LOHFINK, Text und Thema. Anmerkungen zum Absolutheitsanspruch der
Systematik bei der Reform der theologischen Studien: StiZt 181
(1968) 120-26.
L. SCHEFFCZYK, Die Auslegung der Hl. Schrift als dogmatische Aussage:
MÜTZ 15 (1964) 190-204.
O. SEMMELROTH, Dogmatik und Exegese als glaubenswissenschaftliche Dis
ziplinen: Scho! 36 (1961) 497-511.
D) LECTURA DE LA BIBLIA
a) Libros
K. FRÖR, Wege zur Schriftauslegung. Biblische Hermeneutik für Unterricht
und Predigt (Düsseldorf 1966).
S. MUÑOZ IGLESIAS, Introducción a la lectura del AT (Madrid 1965).
41
R. SCHNACKENBURG u.a., Exegese und Verkündigung. Die Referate von
R. Schnackenburg und H. Kahlefeld beim 80. Deutschen Katholikentag
in Stuttgart. M it einem Anhang von H. Schürmann und O. Knoch
(Stuttgart 1964).
O. SEMMELROTH, Palabra eficaz, San Sebastián (Dinor) 1967.
b) Artículos
F. HOYOS, «Palabra de Dios» - «Palabra del Señor». Reflexiones sobre la lec
tura bíblica y la inspiración: RBiCalz 27 (1965) 129-39.152.
N. LOHFINK, Bibel in der Gemeinde in katholischer Sicht: Stimme 23 (Frank
fu rt am M. 1966) 719-33.
R. MARLÉ, Le chrétien d ’aujourd’hui devant la Bible: Ét 321 (1964) 627-39.
J. R. SCHEIFLER, La «Palabra de Dios» y la vida espiritual: Manresa 38
(1966) 203-22.
42
COMENTARIOS A LA CONSTITUCION
DOGMATICA «DEI VERBUM»
SOBRE LA DIVINA REVELACION
HISTORIA DE LA CONSTITUCION “ DEI VERBUM’’
Por Gregorio Ruiz, SJ.
IN T R O D U C C IO N 1*
1 Los libros que más he usado para este estudio son los siguientes:
— Il Concilio Vaticano II. Cronache del Concilio Vaticano il edite da
«La Civiltà Cattolica» a cura di GIOVANNI CAPRILE, S. J. (Roma, Ed. «La
Civiltà Cattolica», 1965-1966); voi. 1: L’annunzio e la preparazione p. 1.a
(1959-60) XVI + 438 págs.; p. 2.a (1961-62) XX + 772 págs.; vol. 3: Secondo
periodo (1963-64) XII + 674 págs.; vol. 4: Terzo periodo (1964-65) XIl + 584
págs.
— R. LAURENTIN, L’enjeu du Concile (Paris 1962). Eds. du Seuil,
206 págs.; Bilan de la première Session (1963) 134 págs.; Bilan de la deu
xieme Session (1964) 318 págs.; Bialn de la troisième Session (1965)
415 págs.; Bilan du Concile (1966) 449 págs.
— Vaticano II: Documentos conciliares completos (Madrid 1967). Ed. Ra
zón y Fe-Apostolado de la Prensa. XXIV + 1540 págs.
— Y, sobre todo, U. Betti, O.F.M., Storia de la Costituzione dogmatica
«De/ Verbum» p. 11-68, en La Costituzione dogmatica sulla divina Rivela
zione (Torino 31967). Elle Di Ci. 350 págs. (El artículo del P. Betti, del que
— Y, sobre todo, U. BETTI, O.F.M., Storia de la Costituzione dogmatica
me he servido largamente —y valga esta cita por todas— , es un estudio
documentadísimo, de primera mano, como de quien ha podido seguir paso
a paso desde sus comienzos la génesis de la constitución. El formó parte,
primero, de la Comisión teológica preparatoria, como consultor; de la Co
misión mixta después, como perito, y fue nombrado, por fin, secretario
de la subcomisión que preparó los esquemas tercero y cuarto, en cuya
redacción tomaba él mismo parte como encargado del espinoso capítulo
sobre la Tradición).
45
rante tres años. El primer esquema «de liturgia» estrenaba el aula
el 2 de octubre de 1962 y quedaba promulgado el 4 de diciembre
de 1963. El «de la Iglesia» se extiende desde el 1 de diciembre de
1962 hasta el 21 de noviembre de 1964. El primer esquema «de la
Iglesia en el mundo», desde el 20 de octubre de 1964 hasta el 7 de
diciembre de 1965, catorce meses después. La constitución «sobre
la revelación», sin embargo, comenzó a discutirse un mes después
de haber comenzado el concilio, el 14 de noviembre de 1962, y sólo
veinte días antes de terminar éste tendría lugar la promulgación2.
Se trata de un largo itinerario, lleno de incidencias, identificado
estrechamente en su extensión con el del concilio.
Un itinerario tan extendido demostraba la importancia vital del
tema de la revelación. Ella es la que crea, constituye y mantiene
la Iglesia.
Las repetidas incidencias dejaban claro que esos aspectos posi
tivos de la revelación, familiares a la teología católica de los últimos
años, necesitaban, sin embargo, una lenta labor de asimilación por
parte de muchos padres del concilio, preocupados como estaban en
seguir asistiendo en una posición crítica y defensiva respecto al
tema.
Por fin, el hecho de confundirse tan estrechamente este itinera
rio con el del concilio nos ofrece el mejor método de acercarnos a
su estudio. Los cuatro esquemas por los que pasó el texto coinci
den exactamente con los cuatro períodos del concilio3. La prepara
ción de esos esquemas, con los períodos de intersesión y prepara
ción del concilio; su discusión, con las sesiones del mismo concilio4.
La preparación, exposición y posterior discusión de cada uno de los
cuatro esquemas y del texto final constituirán así los tres apartados
que veremos siempre repetidos en los cinco capítulos de esta his
toria.
46
I. EL P R IM E R E S Q U E M A «DE F O N T IB U S R E V E L A T IO N IS »
1. Preparación
5 Eran éstos: monseñor Fe!ici (S. Rota), Coussa (S. C. Igl. Or.), Dante
(S. C. Ritos), Ferretto (S. C. Consistor.), Larraona (S. C. Relig.), Palazzini
(S. C. Concilio), Philippe (S. Oficio), Samoré (Asuntos Ecl. Extra.), Si-
gismondi (Propag. Fide), Staffa (S. C. Seminar, y Univ.), Zerba (S. C. Sacram.).
6 Véase G. CAPRILE, o.c., vol. 1, p. 1.a, p. 163.
7 De los 2.594 obispos contestaron 1.998 (el 77 por 100); de los 156
superiores religiosos, 101 (el 64,74 por 100); de las 62 facultades, 51 (el
82,25 por 100). Véanse estas estadísticas más pormenorizadas en G. CA-
PRILE, ib., p. 171-172.
8 Eran unas 108 propuestas fundamentalmente, que se agruparon en
tres capítulos. El primero, de la Sagrada Escritura, comprendía los siguien
tes apartados: De historicitate librorum sacrorum, de inspiratione S. Scrip-
turae, de inerrantia S. Scripturae, de versionibus S. Scripturae, de S. Scrip-
tura ínter pretanda, de generibus litterarüs, de quaestionibus novis in re
bíblica, de auctoribus Commissionis biblicae, de error i bus damnandis, de
S. Scripturae usu in fideiium institutione. El segundo capítulo se titulaba:
De catholica Traditione. Y el tercero, De S. Scripturae propagatione.
47
se ponga en claro su naturaleza e importancia y su relación con la
Escritura.
La Congregación del Santo Oficio prefiere se aborde el tema
desde un punto de vista exclusivamente doctrinal, y casi se diría
polémico. Propone que se reafirme la objetividad de la revelación;
que se repita la doctrina católica sobre la autenticidad, inspiración,
inerrancia e interpretación de la Sagrada Escritura, aplicándola ex
presamente a la historidad de los evangelios; que, al aclarar la no
ción de Tradición, no se silencie la mayor extención de su conte
nido con respecto a la Sagrada Escritura; y, por fin, que se declare
sin reservas que es la Iglesia, y no cada cristiano, la depositaría e
intérprete del depósito revelado.
En las contestaciones de las facultades católicas no sólo se apun
tan, sino se estudian documentalmente, los tres temas mayores:
Revelación, Escritura, Tradición. También se sugiere ya que estos
temas se traten en el concilio en una cuestión aparte, que podría
llamarse de fontibus revelationis9.
El 5 de junio de 1960, el Papa declaraba concelado el primer
tiempo del concilio (de preparación) y abierto el segundo (de pre
paración inmediata). Con el «motu proprio» Superno Del nutu creaba
10 comisiones encargadas de elaborar, a base de las sugerencias
recibidas, los esquemas que habrían de servir de materia de discu
sión en el concilio. De los 75 esquemas que elaboraron estas 10 co
misiones, nueve serán obra de la Comisión teológica. Uno de ellos,
el de fontibus revelationis. Otro, que entrará de algún modo a for
mar parte de la constitución final, es el de deposito tidei custodiendo.
La Comisión tenía al cardenal A. Ottaviani como presidente, y al
P. S. Tromp, S.I., como secretario, y estaba compuesta de varios
obispos y teólogos en calidad de miembros y consultores. Estaba
establecido que la Comisión trabajara siguiendo las sugerencias y
propuestas conciliares, pero en el Schema compendiosum constitu-
tionis de fontibus revelationis, de trece puntos, que elaboró, no era
difícil adivinar la influencia dominante ejercida por la respuesta del
Santo Oficio, antes citada.
Nombrada una subcomisión que desarrollase los 13 puntos, ésta
sometió sus trabajos al juicio de la Comisión teológica el 13 de fe-
48
brero de 1961 10, que dio nuevas directivas en orden a corregir varios
puntos. Terminada esta corrección el 23 de junio de ese año, fue
enviada a todos los componentes de la Comisión teológica y reto
cada de nuevo en ei mes de septiembre, según las observaciones
recibidas. Los días 19 y 20 del mismo mes discutía la Comisión teo
lógica nuevamente ei esquema y pedía a la subcomisión llevar a
cabo algunas correcciones. El 4 de octubre el esquema estaba pron
to para ser presentado al examen de la Comisión preparatoria central.
Esta, creada también el 5 de junio de 1960 para coordinar los
trabajos de las comisiones, lo examinó el 10 de noviembre, y pro
puso algunas enmiendas que fueron insertadas, si bien con gran
autonomía, en la revisión de la Comisión teológica. Así fue a la im
prenta, y el 13 de julio mandaba a los padres el Papa, por medio
del cardenal Cicognani, lo que llamamos esquema prim ero11.
49
4
Esta intatisfacción se podía adivinar en e! hecho de que, antes
de comenzar en el aula la discusión del presente esquema, ya cir
culaban entre los padres otros esquemas completos, alguno de los
cuales era patrocinado por casi todas las conferencias episcopales
centroeuropeas 12.
50
escolástico, ajeno a preocupaciones pastorales y ecuménicas, y la
falta de perspectiva en los temas tratados.
En cuanto a la revelación se comenzaba a hablar de ella sin ha
ber determinado aún su naturaleza, el modo concreto cómo Dios
salva al mundo y sin explicar que Cristo es, en cuanto Dios hecho
hombre, el compendio y cumbre de esa revelación.
En cuanto a la Tradición, sólo se preocupaba el esquema de con
traponerla a la Escritura sin explicar tampoco claramente su natu
raleza y su manifestación e influencia en la vida de la Iglesia.
La doctrina expuesta en el esquema sobre las dos fuentes se
convirtió en el mejor índice de lo que para cada uno significaba el
esquema. Una minoría veía en esa doctrina satisfecha la necesidad
de aclarar nuestra fe, profundizando lo dicho en Trento y en el Va
ticano I, mientras que, para la mayoría, en el modo de tratar este
problema aparecía ya sin ambages aquel estilo de considerar la ver
dad con distancia y frialdad, sin preocuparse de la dimensión pas
toral de esa verdad, de su influjo en la vida de la Iglesia y sin tener
en cuenta la posibilidad de establecer con su ayuda un diálogo con
los separados y no creyentes. Concretamente se oponían a que se
hablase de la Tradición como una fuente de revelación independien
te — aunque fuera sólo en algunos casos— de la Escritura14. No
se veía la necesidad de oponer al principio protestante 15 de la S c rip
tu ra s o la otro principio, por cierto no aprobado por el maigsterio, de
una T ra d itio s o la . Más bien se debía tratar de rechazar el principio
de la S c rip tu ra so la , demostrando que necesitábamos no sólo de la
Escritura, sino también de la Tradición.
Respecto a las afirmaciones sobre la inspiración, inerrancia y
valor histórico de la Escritura, daba la impresión el esquema de
51
amonestar y descorazonar más que de animar a los estudiosos de
la B iblia16.
Por fin, la insistencia sobre la autoridad del magisterio en la lec
tura e interpretación de la Escritura olvidaba que ese magisterio
debe someterse y dejarse guiar a su vez por la Escritura 17.
Todas estas dificultades, manifestadas masivamente en el aula,
alcanzaban hasta tal punto la totalidad del esquema, que hacían du
dar de la conveniencia de ir discutiéndolo y retocándolo punto por
p unto18. El 19 de noviembre, al final de la 22.a Congregación gene
ral, se reunía el Consejo de presidencia, allí mismo en el aula, para
deliberar sobre ese problema, cuya urgencia crecía con la misma
intensidad que la tensión de las intervenciones en el aula. AI día
siguiente iban a terminar las intervenciones sobre el esquema en
general. ¿Convendría comenzar la discusión por capítulos contando
con una mayoría opuesta tan fuertemente a todo el esquema? El re
sultado de la deliberación se conocía al día siguiente. El secretario
general, interrumpiendo las intervenciones, anunciaba — y lo repe
tían los cinco subsecretarios en sus respectivas lenguas: español,
francés, inglés, alemán, árabe— que se iba a sondear la opinión
de los padres sobre la oportunidad de seguir examinando el esquema.
Dado que deberían contestar p la c e t o n o n p la c e t, el modo de
formular la pregunta había de causar confusión en no pocos padres.
Pues no se les preguntaba si agradaba o no el esquema, sino si
agradaba o no enviar el esquema a la comisión competente para
una posterior reelaboración. De los 2.209 padres presentes, excluidos
19 votos nulos, votaron n o n p la c e t (esquema aceptado como base de
dicusión) 822, y votaron p la c e t (esquema rechazado como base de dis
cusión) 1.368. La mayoría era del 62 por ciento, pero no alcanzaba
los dos tercios exigidos por el reglamento del concilio. Por eso se
pasó al examen concreto de los capítulos. Esto se hizo ese día y
al siguiente en una situación incómoda que hubiera ido agravándose
de no intervenir el Papa.
Juan XXIII intervenía en el desarrollo del concilio, pero sólo para
sacarle del atalíadero. Convirtiendo en mayoría jurídica aquella ma
yoría real, comunicaba el día 21 a los padres por medio del Secre
tario de Estado, cardenal Cicognani, que el Papa decidía no sólo
suspender la discusión del esquema, sino encargar su reelaboración
52
a una comisión especial, que ya desde entonces habría de llamarse
Comisión mixta, formada por la Comisión doctrinal y por el Secre
tariado para la Unión de los C ristianos19.
Según se notificaba tres días después, el 24 de noviembre, que
daba constituida esta Comisión mixta por todos los miembros de la
Comisión doctrinal y por los miembros del Secretariado que fuesen
también padres conciliares, a excepción del abate Minisci, y ade
más seis cardenales nombrados directamente por el papa: Liénart,
Frings, Meyer, Lefebvre, Ruffini y Quiroga y Palacios20. Presidentes y
secretarios de la nueva comisión eran los respectivos de la Comi
sión doctrinal y del Secretariado. Vicepresidentes, los cardenales
Browne y Liénart.
53
se conseguía cuando se tra tó de la relación en tre E scritura y Tra
d ició n .
Para entonces ya estaba en fu n cio n e s la C om isión cardenalica,
creada el 17 de d ic ie m b re de 1962 con el fin de co o rd in a r los tra
bajos co n cilia re s. Esta co m isió n aprobaba el 30 de enero de 1963
los acuerdos conseguidos hasta entonces, y, re sp e cto a la c u e stió n
E scritura-Tradición, declaraba a la C o m isión m ixta que, en el caso
de no e n co n tra r una fó rm u la unificadora que co n sig uie se dos te rc io s
de los vo to s dentro de la co m isió n , se lim ita s e n a re p e tir las fó rm u
las de T rento y del V aticano I 21.
Con el in te n to de e n co n tra r esa fó rm u la se re unieron p rim e ro
por separado el 22 de fe b re ro la C om isión d o ctrin a l y el S e cre ta
riado para la Unidad. M ie n tra s éste d e cid ió de común acuerdo o ri
lla r la cu estió n de las dos fu e n te s, la C o m isió n d o c trin a l te rm in ó la
reunión sin d e cid irs e por ninguna de las cinco fó rm u la s sobre la
re la ció n E scritura-Tradición que se prop u sie ro n . A l día s ig u ie n te , en
la reunión plenaria de la C o m isión m ixta , se acordó con gran ma
yoría (29 p o sitivo s contra ocho negativos y una a b stención) e v ita r
en el te x to e xpresiones que h icie ra n re fe re n c ia a la m ayor o me
nor extensión de la T radición en re la ció n con la E scritura, o que
indicasen sim p le m e n te la separación de ambas.
Sin em bargo, esta vo ta ció n no fue aceptada. Se había realizado
en la ausencia y sin el b e n e p lá cito del co-presidente, cardenal O tta-
v ia n i, y contando además con la opo sició n de su delegado, el v ic e
p re sid e n te cardenal B row ne. Por ello se re c u rrió al p re sid e n te de la
C o m isión coordinadora, al tie m p o que se le pasaba una fó rm u la ,
preparada por el cardenal Brow ne y m onseñor Párente. Como ta m
bién el Papa m a n ife stó su agrado ante la fó rm u la , el asunto podía
darse por zanjado, ya que tam bién en ese te x to se evitaba to c a r la
cu e stió n de la m ayor e xte n sió n o b je tiva de la T radición.
Hasta el 4 de m arzo se s ig u ió trabajando en la elaboración del
re s to del esquema, que re c ib ió la aprobación de la C om isión co o r
dinadora el 27 de marzo ju n to con o tro s nueve te x to s . El 22 de ab ril
era enviado a los padres c o n c ilia re s 22 con los o tro s nueve, una vez
re cib id o el v is to bueno del Papa.
54
Tradición. El nuevo título prometía un estudio sobre la naturaleza
de la revelación.
Para ello se incorporaba un amplio proemio sobre la naturaleza
de la revelación, tomado — aunque con gran diferencia de conteni
do— del capítulo cuarto del anterior esquema, d e d e p o s ito fid e i. En
cambio, se abreviaba el capítulo sobre la inspiración, reduciendo a
medio párrafo ios cuatro del anterior esquema23.
Más importantes que los cambios de estructura son los de con
tenido. No sólo había quedado el esquema reducido a la mitad de
su extensión primera, sino que, en las cuestiones claves, tomaba
el actual esquema una actitud del todo nueva. Así, por ejemplo,
se exaltaba en el n. 8 la mutua relación de Escritura y Tradición
contra la anterior afirmación de la T ra d itio s o la respecto a determi
nadas verdades. Si bien se admitía a continuación, en el n. 9, que
el Magisterio es la norma próxima de fe, se añadía que la remota
es el sagrado depósito de la revelación. No se volvía a hablar más
de la inerrancia en un sentido negativo. En el párrafo desinado antes
a la Vulgata, se recomendaban y alentaban traducciones de la Es
critura a lenguas vernáculas. Se acentuaba la importancia de la ho
milía litúrgica, y se concluía el esquema con una comparación nue
va: la palabra, como la eucaristía, ha de dar incremento e impulso
a la vida de la Iglesia.
55
tiembre y 1 de octubre respectivamente. Los motivos aducidos para
colocar la doctrina de Sagrada Escritura y Tradición en el contexto
d e E c c le s ia , como elementos vitales para la misma, eran el de dar
unidad, cohesión y más profundidad a la doctrina y el de hacer en
tonces innecesario entrar en los problemas de la relación Escritura-
Tradición surgidos en la primera sesión.
Este deseo no se realizó. El Papa anunciaba el 4 de diciembre,
en el discurso de clausura de la segunda sesión, que la cuestión
de la revelación era una de las que seguían esperando dei concilio
una respuesta defensiva y directiva al tiempo. Pero sí influyó posi
tivamente aquel voto para que no se realizase la discusión conciliar
sobre aquel esquema de la segunda sesión.
Y esto fue un gran bien. Sin el peligro de enredarse en discu
siones ya conocidas, fueron llegando cada vez con más distancia y
objetividad nuevas observaciones de los padres. Habían comenzado
a llegar en el mes de julio de 1963 y seguirían llegando hasta abril
del 64, a pesar de que el plazo se había fijado para el 31 de enero.
El número de padres que mandaron observaciones se acercaba
a los 3.000. De ellos, 75 hablaban en nombre propio. Otros, como
miembros de conferencias episcopales o grupos enteros. El mayor
número de los que se manifestaban colectivamente correspondía a
60 obispos de lengua alemana. El mayor fervor renovador, quizá a
ios 28 de Indonesia. No abundaban las críticas completamente ne
gativas del esquema. Hay que exceptuar dos grupos de padres que
pedían fuese abandonado el esquema, si bien por razones diversas
(para unos es un esquema sin interés por no tratar de los temas
candentes, mientras que para los otros no debía llevarse adelante el
esquema, pues se iba a ver forzado a tratar cuestiones disputables).
Tampoco abundaban, por otra parte, las alabanzas incondicionales.
Sólo unos 60 padres lo juzgan así.
La línea predominante en las observaciones mandadas era la de
reconocimiento del gran progreso realizado junto con el deseo de
una revisión a fondo que decidiese sobre puntos silenciados en el
esquema por motivos bien conocidos.
El número de enmiendas propuestas (¡2.481!) y su diversa pro
cedencia explica que no todas estén de acuerdo en la valoración y
solución de aquellos puntos silenciados o indecisos. Unos encuen
tran el lenguaje falto de precisión. Otros, demasiado escolástico. Al
guno alaba la ausencia de condenaciones, mientras otros le achacan
un afán de encontrar errores por todas partes, y, por fin, otros echan
de menos más condenaciones positivas de errores24. Mientras hay
quien desea se anime más positivamente a los exegetas, otros po-
56
eos temen que con el presente esquema se lancen en sus estudios
esos exegetas con más osadía aún que antes.
Estas discordancias no impedían, sin embargo, advertir la común
preocupación de revisar el esquema completándolo en aquellos pun
tos que no se habían perfilado con decisión. Los resumiremos aquí
brevemente:
Al proemio se le pedía un desarrollo más amplio del concepto
de revelación, aclarar que no se revelan tanto verdades sobre Dios
cuanto Dios mismo, que se manifiesta no sólo con palabras, sino
también con obras. Asimismo se le pedía destacar claramente el
puesto de Cristo como mediador, plenitud y consumación de esa
revelación. Al hablar de la fe que responde a la revelación, no se
la describía adecuadamente ni se señalaba con claridad a Dios re
velador como objeto inicial y final de esa conversión de la gracia,
que es la f e 25.
Al capítulo primero todos le pedían una exposición más amplia
de la Tradición. Algunos, con el fin de aclarar que la Tradición es
una fuente distinta de la Escritura. Los más, sin embargo, con el
fin de aclarar su origen divino (el mandato de Cristo a los apósto
les de transm itir íntegra su revelación) y de resaltar el aspecto di
námico de la Tradición (no una mera tradición doctrina, sino viva y
operante en la vida de la Iglesia; que se relaciona no sólo con el
magisterio de la Iglesia, sino con to d a la Iglesia; que no sólo in
terpreta el depósito, sino vive de él).
Del capítulo segundo, se lamentaba el lenguaje escolástico (ins
trumento, autor principal), empleado al tratar de la inspiración, y
la falta de claridad al tratar de la historicidad e inerrancia, que no
tienen en cuenta las dificultades de hoy.
En el capítulo tercero se debería insistir más en el hecho de ser
historia de la salvación que en el de ser historia de un pueblo, y
enmarcar ésta en aquélla. Debería mencionarse también la diferencia
de ética entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Respecto al capítulo cuarto, extrañaba que se hablase sólo de
los evangelios y en un tono puramente apologético. Se deberá ha
blar de todos los escritos del NT, y en un aspecto doctrinal histó
rico, y afirmar también que los evangelios son p ra e c o n iu m siempre,
no sólo a liq u a n d o , como indica el texto.
En el capítulo quinto sobre la Escritura en la Iglesia piden la
mención de la Tradición y de la parte que toca a la Escritura en
la catequética y vida sacramental. Que se nombren, además de la
Vulgata, la traducción de los LXX y otras orientales. Que se quiten
alabanzas sobre la práctica anterior a la iglesia en la lectura de la
Escritura, pues a esas alabanzas Ies falta utilidad y sinceridad. Que
57
se recomiende la lectura privada y se nombre especialmente a se
minaristas y religiosos. Por fin, que se proponga una labor común
con los hermanos separados para confeccionar modernas traduc
ciones.
m. EL T E R C E R ESQ U EM A «DE D IV IN A R E V E L A T IO N E »
58
taba la subcomisión en varias reuniones por grupos y en cuatro
plenarias de las modificaciones examinadas por ios peritos, y se
fijaba el texto que había de sustituir al elaborado por la Comisión
mixta un año antes.
El texto, comunicado previamente al Secretariado para la Unidad,
que le daba luz verde en carta del 30 mayo28, fue examinado por la
Comisión doctrinal en cuatro sesiones, del 3 al 5 de junio, y apro
bado sin mayor dificultad. Solamente surgieron divergencias respec
to a la cuestión del mayor contenido objetivo de la Tradición con
relación a la Escritura. Una votación dio ios dos tercios requeridos
(17 votos contra 7) al texto propuesto, en que se prescindía de
aquella cuestión. Sin embargo, para que los puntos expresados por
la minoría no quedasen enterrados para siempre en la discusión
intracomisional, se designó al obispo de Split, Franic, como relator
de la minoría, para que representase a su tiempo aquellos puntos
de vista a la consideración de los padres. Al mismo tiempo se de
signaban como relatores de la mayoría a monseñor Florit para la
primera parte y a monseñor Dodewaard, obispo de Flaarlem, para
la segunda.
El 26 de junio lo aprobaba la Comisión coordinadora. Y el 3 de
ju lio se imprimía para enviarlo a los padres29. Aparecía junto al
texto del anterior esquema en doble columna. A cada capítulo se
guía una relación de los peritos, en que recogían las principales
observaciones de los padres y razonaban los cambios introducidos.
Al final se añadía una relación general sobre las observaciones re
cibidas y el modo cómo había desarrollado la subcomisión creada su
trabajo de asimilación.
59
El capítulo segundo, correspondiente al anterior De Verbo Dei
revelato, se titula ahora más exactamente De divinae revelationis
transmissione. En él se entrevera un número completamente nuevo
sobre la Tradición, siguiendo el común deseo de los padres.
También en el capítulo quinto se atiende a ese deseo antepo
niendo un párrafo nuevo sobre la excelencia del Nuevo Testamento.
El número 19 del esquema anterior sobre la labor de los exegetas
no se veía por qué había de aplicarse concretamente al Nuevo Tes
tamento. Por eso se le trasladaba algo modificado al capítulo ter
cero, en que se trata de la Escritura en general.
El capítulo sexto ya no se titula del «uso» de la Sagrada Escri
tura en la Iglesia, sino de la Sagrada Escritura en Ja «vida» de la
Iglesia. Y se agrupan en uno solo los números 25 y 26, pues tratan
los dos de la lectura de la Escritura.
En cuanto al contenido, la revisión ha sido radical. Sobre todo
en los dos primeros capítulos, que habían recibido el mayor número
de observaciones. Para no repetir aquí qué observaciones de las
enunciadas en II,3 se aceptaron en el texto final, bastará indicar que
la subcomisión se marcó la siguiente norma de trabajo: Mantenién
dose en lo posible fiel al texto anterior, aceptar todas aquellas en
miendas cuyos enunciados se encuentran en pacífica posesión y abs
tenerse de aquellas que tocan cuestiones debatidas30. Por otra parte,
siempre que la subcomisión y comisión se encontraron frente a va
rias enmiendas contradictorias, les fue fácil seguir la tendencia de
la mayoría representada en las enmiendas, pues esa mayoría existía
también en el seno de las comisiones31.
Era de esperar que esa misma mayoría se encontrase también:
presente en el aula conciliar32.
60
3. Discusión en el aula conciliar
crum depositum), una vez que había conseguido esta fórmula del segundo
esquema, mitigar, con la adición de la norma remota, al afirmación tajante
del n. 6 del primer esquema (M agisterii Ecclesiae... utpote proximae et
universalis credendi nonmae). De la misma manera, al dejar a un lado el
esquema segundo la mención de la Vulgata y la de los LXX y otras orien
tales, para no tocar así la espinosa cuestión de la autenticidad y preemi
nencia de la Vulgata, proclamada en el esquema primero, dejaba el camino
libre al esquema tercero para que sine ira et studio pudiera citar las tres
en paridad siguiendo un orden puramente temporal.
61
también bajo el pastoral, y llamaba la atención de los padres sobre
los principales cambios, de que hemos hablado antes, haciendo notar
al fin la importante parte que había tenido en la reelaboración del
capítulo sexto el esquema D e V e rb o De¡, preparado ya antes de la
primera sesión por el Secretariado para la Unidad.
En los debates del aula intervinieron estos días 69 padres, pero,
junto con las intervenciones presentadas sólo por escrito33, se ele
varon a 121. La inmensa mayoría no sólo aceptaba el esquema, sino
lo alababa sinceramente. Se estimaba en concreto su estilo posi
tivo y claro, su estructura orgánica y bien equilibrada y la doctrina
expuesta, densamente apoyada en la Escritura y Tradición. Eran con
tados los que manifestaban su parecer contrario al conjunto del es
quema, sea por su estilo oscuro y desigual, sea por su contenido
(poca profundización del Antiguo Testamento, peligroso silenciamien-
to de errores y abusos).
El esquema se aceptaba, pues, en conjunto, con enorme mayo
ría. Las enmiendas propuestas, o intentaban aclarar algo más puntos
particulares, o proponían cambios de expresiones concretas343 .
5
La aceptación del esquema en bloque por una mayoría tan fuerte
mostraba no sólo el acierto del nuevo esquema, sino también la
anchura de miras y asimilación de contrarios pareceres, en una vi
sión universalmente católica de las cosas, que se había operado en
los padres a lo largo del concilio. Por otra parte, las numerosas
enmiendas propuestas, que podían dar quizá la impresión de una
matización ridiculamente menuda, mostraban a su vez el empeño que
se habían tomado de ponderar el texto hasta la última coma. En
definitiva, significaba también la aceptación del texto como estaba
con el deseo de darle el último perfil.
Conviene, sin embargo, observar que, aunque algunas de esas me
nudas enmiendas afectan puramente a la latinidad33, en las demás
se trata de un verdadero aumento de claridad con la palabra em
pleada36, y no pocas intentan un sentido completamente nuevo37.
62
En cuanto a las observaciones de mayor importancia, se pedía:
En el capítulo primero, que se distinguiese la revelación sobre
natural, en el n. 3, más claramente de la revelación en las cosas
creadas3 38, y se afirmase la voluntad salvífica universal de Dios ya
7
desde un principio; que en el n. 4 se aclarase más en qué consiste
la revelación de Cristo por medio de su persona; y que se diera
en el n. 5 una descripción de la fe más bíblica y personalista39.
Cuanto al capítulo segundo, aunque todavía expresaron algunos
su deseo de que no se soslayase la afirmación del distinto, mayor
contenido objetivo de la Tradición en relación con la Sagrada Escri
tu ra 40, la gran mayoría aceptaba c u m ía u d e el nuevo capítulo y pro
ponía las siguientes enmiendas: afirmar con más claridad que en el
n. 8 se trata de la tr a d itio a p o s tó lic a , y aprovechar el n. 9 para dis
tinguir el oficio transmisor de los apóstoles y el de los obispos41;
suprimir la comparación con la mujer evangélica de la levadura por
no estar bien fundada exegéticamente; resaltar la importancia de la
Tradición en dar a conocer a la Iglesia el canon de los libros inspi
rado y en ayudar a conocer más profundamente la Escritura; matizar,
por fin, las calificaciones de «infalible» y «supremo» concedidas al
magisterio de la Iglesia, ya que no se trataba sólo del extraordinario.
AI capítulo tercero se le pedía una formulación más positiva aún
de la inerrancia42, indicando que la Escritura enseña sin error las
verdades de nuestra salvación, la indicación de que los hagiógrafos
son verdaderos autores, y la omisión de las palabras s a lv a s e m p e r
63-
Dei veníate et sanctitate que se mantenían colocadas ahí sin espe
cial necesidad desde el primer esquema.
En el capítulo cuarto se debería matizar lo que se dice de la
imperfección del AT y añadir que en el fondo manifiesta una real
pedagogía intentada por Dios, haciendo además justicia al tesoro
de oraciones y doctrina sobre Dios que nos ofrece.
Del capítulo quinto no agradaba la frase del n. 19: ex creatione
communitatis, que cedía demasiado a la historia de las formas, una
opinión más y en receso hoy43. Se debería evitar también las pa
labras historia e historice, equívocas en el lenguaje actual, y la ex
presión non ficta, también equívoca en la lengua latina. También se
deseaba que, entre los escritos del Nuevo Testamento, se nombra
sen expresamente las epístolas de San Pablo.
Por fin, respecto al capítulo sexto, todavía algunos se quejaban
de que no se mencionase a la Tradición y deseaban una estructura
más lógica. Las principales enmiendas propuestas se referían al texto
inicial de Ireneo, que podría ser omitido; al establecimiento de la
Escritura como regla y no más bien alimento de la predicación; a
las traducciones en coperación con los no católicos que a alguno44
no agradaba; mientras seis padres se quejaban de que el deseo de
cooperación se expresaba en el texto de una manera muy irreal y,
de igual modo, las alabanzas a los exegetas católicos reflejaban un
fuerte desafecto a los no católicos. Se deseaba, por fin, que se
resaltase, a propósito de la lectura de la Biblia, la necesidad de
acompañarla con la meditación y la oración45.
IV. EL C U A R T O E S Q U E M A «DE D IV IN A R E V E L A T IO N E »
64
A los trabajos de la primera sección, presidida por su relator y
que contaba como miembros los obispos Pelletier, Heuschen y el
abate Butler, asistían también como peritos los siguientes monseño
res y padres: Tromp, Philipps, Cerfaux, Schmaus, Moelíer, Congar,
Salaverri, Trapé y los dos responsables del primero y segundo ca
pítulos: PP. Smulders y Betíi.
La segunda sección tenía como presidente al presidente de la
subcomisión, monseñor Charue, y formaban parte de ella, además
de monseñor Dodewaard, varios peritos de la subcomisión, además
de los responsables de los diversos capítulos: Grillmeier (3.°), Ke-
rigan (4.°), Rigaux (5.°) y Semmelroth (6.°).
El trabajo se realizó los días 21 y 22 de octubre, aunque toda
vía hubo que estudiar después algunas observaciones por escrito
que siguieron goteando hasta el 26 de octubre.
El esquema refundido es discutido por el pleno de la Comisión
doctrinal los días 10-11 de noviembre. La comisión lo aprueba sus
tancialmente, y ni siquiera juzga necesario, como en la reunión de
cinco meses antes, designar un relator de los puntos de vista de
la minoría, con respecto sobre todo a la cuestión de la Tradición.
El 20 de noviembre ya se podía distribuir a los padres el nuevo
esquema46, que se publicaba, como ya se hizo con el anterior, en
dos columnas: en la de la izquierda, el tercer esquema, y el nuevo
en la de la derecha. A cada capítulo seguía la relación de las en
miendas propuestas y la razón de su aceptación o rechazo. Por fin
aparecían dos relaciones en que se resumían las principales enmien
das introducidas. La primera, sobre el capítulo primero y segundo,
firmada por monseñor Florit, y la segunda, sobre los restantes ca
pítulos, más sucinta, firmada por monseñor Dodewaard.
65
En cuanto a las transformaciones del texto, las enmiendas in
troducidas, en forma de variantes o adiciones, no pasaban de 50
líneas en el fascículo distribuido a los padres conciliares. Estos
tenían ya el texto en su manos la víspera de la clausura de la ter
cera sesión. El mismo día 20 en que se repartía el texto, anunciaba
el secretario general que no se recibirían más enmiendas hasta su
votación en la próxima sesión.
66
El promedio de participación en estas votaciones había sido de
2.161 votantes, con cuatro nulos, 1.903 positivos (88 por 100), los
negativos, 0,1 por 100) y 249 m o d i (11,5 por 100).
El texto, pues, quedaba aprobado, y no quedaba sino completarlo
con la ayuda de los m o d i propuestos. Estos sumaban en total 1.498,
aunque muchos, naturalmente, coincidían entre sí.
El elevado número de m o d i se debía entre otras cosas 50 al hecho
de que los padres conciliares habían tenido en sus manos el últi
mo texto un año entero. Muchas de las enmiendas pensadas (y aun
mandadas, por no haber entendido bien el aviso del concilio) durante
este tiempo se convertirían en m o d i a la hora del escrutinio.
V. EL TEXTO F IN A L D E LA C O N S T IT U C IO N
67
24 al quinto y 33 al sexto). La comisión los examinó, dando a cada
uno una motivada respuesta.
La respuesta era negativa para tres cuartas partes de los m o d i
sintetizados.
Unos 20 quedaban rechazados por parecer a la comisión contra
rios al contenido del esquema, ya sea porque proponían pequeñas
correcciones de palabras que destruían el sentido indicado por el
texto, ya porque daban la impresión de no haber entendido lo que
en determinadas frases se pretendía expresar5 23.
5
1
Alrededor de 40 resultaban contrarios no al contenido del es
quema como tal, pero sí a las normas que debían inspirar la co
rrección de un texto ya aprobado en congregación general. Por esto
se rechazaban los que proponían la adición, supresión o traslado de
frases y párrafos enteros, o los que proponían cuestiones controver
tidas 54, o querían volver a formulaciones de anteriores esquemas,
ya rechazadas y motivadas en las relaciones que acompañaron los
respectivos textos 55.
Si una cuarta parte de los 212 m odi eran rechazados por parecer
a la comisión más o menos contrarios a la materia o al espíritu
del esquema, casi la mitad (unos 90) quedaban sin ser admitidos
por juzgarlos innecesarios la comisión. O bien se referían a temas
no propios de este esquema, ampliamente tratados ya en otros es
quemas del concilio56 o en otros párrafos del mismo esquema, o
68
bien adiciones que no servían para aclarar o profundizar el te x to 57.
Incluso en algunas ocasiones los m o d i pretendían sustituir formula
ciones del esquema que estaban literalmente tomados de otros con
cilios o encíclicas. Otros, finalmente, eran alarmas infundadas ante
algunas afirmaciones del esquema, consideradas en un sentido ex
clusivo, no pretendido en realidad58, o temían el significado equívoco
de palabras, como Tradición (sentido activo o pasivo) y Verbum D ei
(Cristo o Escritura), cuyo contexto, sin embargo, aseguraba clara
mente en el esquema para cada caso el sentido concreto.
Los m o d i admitidos constituían la cuarta parte de los propues
tos, y se pueden constatar fácilmente recorriendo las notas de la
sinopsis, señaladas con letras del alfabeto. La mayoría se refieren
a pequeños cambios o adiciones. Aunque alguna vez no tienen más
fin que una perfección y claridad del latín, ordinariamente sirve no
sólo para precisar mejor la idea59 o encuadrarla mejor en el con
te x to 60, sino también para dar paso a un nuevo aspecto, que com
pleta y en cierto sentido corrige a veces el considerado anterior
69
mente en el esquema61. Por fin, en varios casos62 se trataba de co
rregir o completar citas escriturísticas o de concilios.
Los modi aludidos eran —valga la palabra— modi minores. Cinco
correcciones, en cambio, eran en realidad «palabras mayores». Res
pondían también a las cuesiones que habían sido el blanco de ma
yor número de modi. Eran éstas: la especificación del papel de los
obispos como sucesores de los apóstoles en el desarrollo de la Tra
dición; la afirmación — en el mismo capítulo segundo— de la nece
sidad que la Sagrada Escritura tiene de la Tradición; declarar sin
equívocos la extensión de la inerrancia de la Escritura, en el capí
tulo tercero; establecer firmemente, en el capítulo quinto, la histo
ricidad de los evangelios; y tratar también, en el sexto, del papel
de la Tradición en la vida de la Iglesia.
Al primer deseo se dio satisfacción con la corrección de la nota d
en el capítulo segundo, que reproducía ¡as palabras de San Ireneo63
(tune ex praeconio eorum qui cum episcoporum successione charis-
ma veritatis certum susceperunt), pero sin citarle para que no pa
reciese que el concilio se decidía por una de las muchas interpre
taciones que pueden darse de las palabras chrisma veritatis certum.
Al deseo, respecto al capítulo sexto, citado en último lugar, se
respondía que de la Tradición ya se hablaba bastante en el capí
tulo segundo. Sin embargo, en las enmiendas, que en la sinopsis
figuran en las notas / y n del capítulo sexto, se atendía en cierto
modo la demanda, señalando, de una parte, la importancia del estu
dio de la Tradición para la mejor comprensión de la Escritura, y de
otra, cierta paridad entre ambas, ya que la Tradición no se reduce
a ¡a explicación de la Escritura.
70
De las otras tres enmiendas tenemos que hablar más detenida
m ente64, pues la Comisión doctrinal admitió casi sin retoques el
resto de las correcciones propuestas por la Comisión técnica de
acuerdo con los modi. Sin embargo, la discusión se iba alargando
imprevisiblemente, sin poder llegar a un acuerdo, al tratar del ma
yor o menor contenido de la Escritura y de la Tradición, de la ex
tensión de la inerrancia o, mejor, de la verdad de la Escritura y de
la historicidad de los evangelios. Los ánimos se iban poniendo tan
tensos dentro de la Comisión doctrinal, que alguno expresamente y
todos tácitamente deseaban ia intervención del Papa. Este lo hizo
escribiendo al presidente de 1a Comisión doctrinal, cardenal Ottavia-
ni, por medio del Secretario de Estado, una carta en que se le pedía
con mucha delicadeza tuviese a bien su comisión examinar una vez
más con plena libertad la oportunidad de hacer en esos tres puntos
alguna adición que, sin contravenir el parecer de la mayoría ya
aprobado en el aula conciliar, añadiese más precisión a las cues
tiones y permitiese una mayor unanimidad y tranquilidad de concien
cia a la hora de promulgar la constitución. El Papa manifestaba
también su deseo de que asistiese a las deliberaciones el carde
nal Bea. Así sucedería. Pero ahora conviene que recojamos breve
mente el estado concreto en que se encontraba la discusión sobre
cada uno de los tres puntos en el momento de la intervención
papal.
En cuanto al problema Tradición-Escritura, la Comisión técnica
se había decidido, después de prolongadas discusiones, a admitir la
adición propuesta por 111 padres al n. 9 [...quo fit un non omnis
doctrina catholica ex (sola) S. Scriptura (directe) probari queat). Pero
no pensó lo mismo ia Comisión doctrinal al llegar el momento de
aprobar las enmiendas. La inserción se prestaba a interpretar, por una
parte, que todo, aunque sea indirecte, se puede probar a partir de
la Escritura, y, por otra parte, también exactamente la tesis con
traria, ya que la nota que la Comisión técnica se proponía añadir
(indirecte, in quantum Scriptura aperte docet exsistentiam Magiste-
r ii et indefed ibilitatis Ecclesiae) insinuaba la existencia de verdades
contenidas exclusivamente en la Tradición sin fundamento en la Es
critura.
Pero tampoco nuevas fórmulas dejaban contentos a los miem
bros de ia comisión. Y bastó que alguno manifestara el deseo de
afirmar en el texto claramente la diversidad de contenido de las
dos fuentes para que fuese tomando cuerpo en el seno de la comi
sión precisamente la actitud opuesta de no tocar el problema en
absoluto y dejar el texto tal como le había aprobado ya en el aula
una mayoría suficiente. Esta actitud desencadenó un gran malestar
dentro y fuera de la comisión en algunos, que empezaban a pensar
71
en la posibilidad de un documento anejo al esquema, parecido a la
famosa Nota praevia. En esta situación se produjo el deseo y Sa rea
lidad de la intervención del Papa.
Reunida la comisión con el cardenal Bea, se estudió la opor
tunidad de añadir alguna de las siete fórmulas que en e¡ decurso
de la discusión habían sido propuestas65. Después de la interven
ción del cardenal Bea, que consideraba también oportuna la adición
y decía preferir por su parte la tercera, se procedió a la votación.
De los 28 miembros, 16 se inclinaban también por la tercera, cinco
por la primera, dos por la quinta y séptima, uno por la cuarta y sexta,
ninguno por la segunda. El segundo escrutinio daba a la tercera 17
votos, justamente los dos tercios necesarios, y la hacía pasar al
texto definitivo de la constitución.
El segundo escollo, el de las dificultades sobre la extensión de
la verdad de la Escritura, se centraba en el adjetivo salutarem aña
dido a veritatem en el n. 11. Mientras tres grupos de 76, 73 y 10
padres conciliares habían propuesto en sus modi nuevas fórmulas,
184 habían pedido que simplemente se eliminase el adjetivo saluta
rem por el peligro que entrañaba de recortar la extensión de la
inerrancia a las verdades de fe y costumbres. La comisión no se
decidía a hacerlo, puesto que las múltiples citas de la nota 5, apuesta
a salutarem, aclaraban y justificaban al tiempo su inserción. Por otra
parte, la expresión salutarem no da a entender una limitación mate
rial de la verdad de la Escritura, sino quiere indicar su especifica
ción formal. Por fin, no se podía contravenir un texto votado ya por
la mayoría.
En esta situación se produjo la intervención del Papa y, a con
secuencia de ella, la nueva reunión de la Comisión doctrinal con el
cardenal Bea. Este se pronunció por la omisión de la fórmula, pero en
las votaciones (18 omittatur, siete maneat y tres astenuti), aunque
sí se llegaba al número requerido por el Derecho canónico (can. 11,1
n. 1) para la mayoría (dos tercios sobre el número de votos válidos),
no se llegaba a los dos tercios sobre el número de presentes re
querido por el reglamento del concilio. Eso hizo prolongar las deli
beraciones hasta decidirse por una vía media: mantener la fórmula,
pero explicada en el mismo texto ( . . . veritatem , quam Deus nostrae
65 Estas eran: 1) quo fit ut non omnis doctrina catholica ex sola Sacra
Scriptum probari queat; 2) quo fit ut non omnis doctrina catholica ex Sa
cra Scriptura directe proba ri queat; 3) quo fit un Ecclesia certitudinem
suam de omnibus revelatis non per solam Sacram Scripturam hauriat;
4) quo fit ut Ecclesia certidudinem suam non de omnibus veritatibus reve
latis per solam Sacram Scripturam hauriat; 5) Sacrae Scripturae comple-
xum m ysterii christiani referunt, quin omnes veritates revelatae in eis ex-
presse enuntientur; 6) Sacrae Scripturae complexum m ysterii christiani con
tinent quin omnes veritates revelatae ex ipsis solis probari queant; 7) non
omnem veritatem catholicam ex sola Scriptura sine adiutorio Traditionis et
Magisteri certo hauriri posse.
72
s a lu tis ca usa L itte r is S a c ris c o n s ig n a r i v o lu it). Así pasaba ai texto
final.
El tercer punto de discusión, la verdad histórica de los evange
lios, también había llegado a un punto muerto en el momento de la
intervención del Papa. Ciento ochenta y cuatro Padres habían votado
p la c e t iu x ta m o d u m al capítulo tercero, precisamente por las pala
bras del n. 19: ... E v a n g e lia ... ita s e m p e r u t « ve ra e t s in c e ra » de
le s u n o b is c o m m u n ic a re n t. Teniendo en cuenta que en el n. 12 se
hacía equivaler la verdad a lo que el autor desea expresar, sin que
sa necesariamente concorde con la realidad (v e rita s , s e u id q u o d
a u c to r a s s e re re v o lu it), y que la sinceridad dice relación a la disposi
ción subjetiva del autor, que puede, sin embargo, engañarse sobre
los hechos narrados, no parecía que ambas palabras (v e ra e t s in
c e ra ) pusiesen a salvo suficientemente la historicidad de los evange
lios. La comisión, si bien con alguna lucha de pareceres, había deci
dido suprimir la palabra v e rita s del contexto del n. 12, pero no
quería añadir ninguna de las precisiones sugeridas, ya que las pa
labras h is to ria o h is to r ic e traspuestas al lenguaje moderno (Ges-
chichte, geschichtlich) no obtiene el efecto deseado, mientras que,
por otra parte, v e ra se llaman aquellas cosas que concuerdan con la
realidad, y s in c e ra era el elemento subjetivo que completaba el ob
jetivo.
En la carta del Papa se sugería la sustitución de ve ra e t s in c e ra
por ve ra s e u h is to r ic e fid e d ig n a . En la comisión se hizo notar que
tampoco esto obviaba la dificultad, ya que la fid e s h is tó ric a bultman-
niana, por ejemplo, es el acto del creyente que proyecta su fe
existencial en una narración que puede ser, sin embargo, ficticia. Se
dejó, pues, v e ra e t s in c e ra , pero se añadió unas líneas más arriba
definitiva y menos equívocamente. ... E c c le s ia ... E v a n g e lia «q u o ru m
h is to r ic ita te m in c u n c ta n te r a ffirm a t» .
La labor de la Comisión doctrinal en lo que tocaba al texto de
la constitución sobre la revelación se podía dar por terminada.
73
y el obispo Van Dodewaard, que explican las correcciones de la
primera y segunda parte del esquema, respectivamente.
Nada queda por decir después de haber expuesto en el apartado
anterior los m o d i admitidos. Unicamente que al comienzo de la ex
posición se habían colocado las palabras V e rb u m D e i re lig io s e a u d ie n s
e t fid e n te r p ro c la m a n s , siguiendo la sugerencia de varios padres, que
deseaban para la constitución un in c ip it que la diferenciase de las
otras constituciones y declarase a la vez el contenido de ésta.
Unos días más tarde, el 6 de noviembre, aprobadas las enmien
das, se repartiría a los padres el texto definitivo67.
74
fieles según la mente del concilio. Ahora bien, en ia Dei Verbum,
lo mismo que en la Lumen gentium, no se encuentra ninguna abierta
definición dogmtáica. Es el criterio segundo el que debe aplicarse
a toda la constitución, según la mente dei concilio.
Este, que había terminado respecto a la constitución Dei Verbum
la fase consultiva, iba a realizar ahora su función legislativa.
EPILOGO
LA PROMULGACION DE LA CONSTITUCION
75
píacuerunt Sacrosancti Concilii Patribus. Et Nos, apostólica a Christo
nobis tradita potestate, illam una cum venerabilibus Patribus in Spi-
ritu Sancto approbamus, decernimus ac statuimus et quae synodaliter
statuta sunt ad Dei gloriam promulgare iubemus. Romae apud Sane-
tum Petrum, die XVIII me tisis novembris anno MCMLXV. Ego Paulus,
catholicae Ecclesiae Episco pus.
A la firma del Papa se añadían después las de los cardenales
y las de los obispos, que se habían ido recogiendo en folios, repar
tidos mientras tanto por las tribunas. Cerraba todas el Ita est,
suscrito por el secretario general, Pericles Felici, y por los dos no
tarios del concilio, J. Rossi y Francisco Aníbal Ferretti.
La constitución dogmática De divina revelatione era la tercera
de las constituciones (segunda dogmática) y el undécimo de los
documentos que el concilio promulgaba.
Había seguido un itinerario estrechamente ligado al del concilio.
Los cuatro esquemas y las discusiones que los siguieron reflejan
exactamente el diverso espíritu de las cuatro sesiones; primera, de
tanteo; segunda, de encauzamiento; tercera, crítica, cuarta, de ma
durez de frutos y resultados70.
Con la promulgación de la Dei Verbum podía ver realizado el
Papa lo que exactamente tres años antes, el 18 de noviembre de
1962, con motivo de los primeros debates del esquema De fontibus
revelatis escribía, todavía cardenal: «Es el momento de esperar, con
gran respeto y confianza y orando al mismo tiempo, que la verdad
se pronuncie en una síntesis final, como una nueva luz sobre el
mundo» 71.
76
FECHAS CLAVE DE LA HISTORIA DE
1959
1960
13-16 feb.
23 junio
16-19 sept.
19-20 sept.
10 nov.
1962
22 enero
20 junio
1 julio
13 julio
«Motu proprio» Apropinquante concilio: Sustitución
de Comis. Teológica Com. Doctrinal. 6 agosto
11 oct.
14-21 nov.
Primera sesión 21 nov.
25 nov.- 7 die.
1963
30 enero
23 feb.- 4 marzo
27 marzo
23 abril
29 sept.
Segunda sesión jun. 63-enero 64
4 dic.
1964
3 enero
7 marzo
78
LA C O N S T IT U C IO N «DEi VERBUM
ACONTECIMIENTOS DE LA CONSTITUCION
79
ACONTECIMIENTOS DEL CONCILIO
14 mayo
30 mayo
1-6 junio
26 junio
7 julio
14 sept.
30 sept.- 6 oct.
Tercera sesión 20-21 oct.
10-11 nov.
20 nov.
21 nov.
1965
i 14 sept.
20-22 sept.
22-30 sept.
21 sept.-19 oct.
18 oct.
Cuarta sesión .......... 25 oct.
20 oct.
6 nov.
15 nov.
18 nov.
CLAUSURA DEL CONCILIO 8 die.
80
A C O N T E C IM IE N T O S DE LA C O N S T IT U C IO N
Discusión del esquema III en el aula conciliar (91.a a 95.a Congr. general).
Subcomisión enmienda el texto a la vista de observaciones de los padres.
Comisión doctrinal aprueba el trabajo de la Subcomisión.
CUARTO ESQUEMA DISTRIBUIDO A LOS PADRES CONCILIARES.
81
6
COMISIONES QUE INTERVINIERON EN LA1
Creada
- -
I
1 La constante promoción de nuevos miembros a lo largo de los trabajos conci
liares hace difícil que estas listas resulten de todo completas. Tampoco se especi
fican en ellas, por razones de simplicidad y de espacio, el grado eclesiástico de sus
componentes. Sin embargo, casi siempre la columna de presidente la ocupan car
denales; la de miembros, obispos y arzobispos; la de peritos y secretario, monse
ñores y sacerdotes del clero secular y regular.
82
1
ELABORACION DE LA CONST. «DEI VERBUM
2 Estos nombres son ios únicos que no guardan e! orden alfabético, sino el
orden en que se comunicó el resultado de la votación conciliar, que permitía sos
pechar un orden según los votos obtenidos por cada uno.
83
en para Presidente Secretario
Subcomisión In 7-111-64 Refundir el segundo es Charue Betti (c. 2.“)
terna (de Com, quema según observacio
Doctrinal) nes de los padres
84
Miembros Peritos (consultores)
PAPA: Frings, Lefebvre, Liénart, Meyer, Qui- COM. DOCTRINAL: Bàlie, Castellino, Di
roga y Palacios, Ruffini. Fonzo, Fenton, Kerrigan, Lattanzi, Van
COM. DOCTRINAL: Todos sus miembros. den Eynde; otros, acompañando a
SECRETARIADO: Charriére, De Smedt, Hart, miembros de la Comisión.
Heenan, Holland, Jaeger, J. M. Martin, Minis- SECRETARIADO: Baum, Feiner, Hamer,
ci, Niermann, Van Velsen, Volk, Katkoff3. Maccarrone, Stakemeier, Thils, Vodo-
pivez4.
Barbado y Viejo, Butler, Fiorii (parte I), Heus- Betti (c. 2.°), Castellino, Cerfaux, Co
chen, Pelletier, Van Dodewaard (parte II). lombo, Congar, Gagnebet, Garofalo,
Grillmeier (c. 3.°), Kerrigan (c. 4.°),
Moeller, Philipps (coordinador), Pri-
gnon, K. Rahner, Ramírez, Ratzinger,
Rigaux (c. 5.°), Semmelroth (c. 6.°),
Schauf, Smulders (c. 1.°), Tromps. Des
pués: Salaverri, Schmauss, Trapé.
Betti, Fiorii (parte 1), Heuschen, Philipps, Grillmeier, Kerrigan, Rigaux, Semmel
Trops, Van Dodewaard (parte II). roth.
85
VOTACIONES CONCILIARES SOBRE LA CONSTITUCION
«DEI VERBUM»
86
SINOPSIS DE LOS
L — PLAN GENERAL
Schema I Schéma II
88
CUATRO ESQUEMAS
DE LOS ESQUEMAS
1. Prooemium. 1. Prooemium.
Caput I: De ipsa revelatione. Caput I: De ipsa revelatione.
2. De revelationis natura 2. De revelationis natura
et obiecto. et obiecto.
3. De evangelicae revelationis prae- 3. De evangelicae revelationis prae-
paratione. paratione.
4. De Christo Revelationis consum- 4. De Christo revelationis consum-
matore. matore.
89
Schem a S c h e m a II
DE FONTIBUS REVELATIONIS *
Caput II: D e S c rip tu ra e in s p ira tio n e , Caput II: D e Sacrae S c rip tu ra e divi
in e rra n z a e t c o m p o s itio n e lu te r a na in s p ira tio n e e t interpretatione.
na.
7. S. Scripturae inspiratio et cano- 11. S ta tu itu r fa c tu m inspirationis
nicitas.
8. Inspirationis propria natura et de-
finitio.
9. Plures auctores humani.
10. Inspiratio personalis hagiographi
et communitas.
11. De extensione inspirationis.
12. De inerrantia ut consectarium in et inerrantiae S a cra e S c rip tu ra e .
spirationis.
13. Quomodo inerrantia diiudicanda 12. Quomodo S. S c rip tu ra s i t in te r
sit. p re ta n d a .
(19. Exegsis catholica.)
14. Divina condescensio. 13. D ei condescensio.
90
S c h e m a III S c h e m a IV
Caput 11: De divinae revetationis trans Caput li: De divinae reveiationis trans
missione. missione.
7. Apostoli 7. Apostoli
eorumque successores, praecones eorumque successores, praecones
Evangeli!. Evangelii.
Caput III: De Sacrae Scripturae divi Caput ili: De Sacrae Scripturae di
na inspiratione e interpretatione. vina inspiratione et de eius inter
pretatione.
11. Statuitur factum inspirationis 11. Statuitur factum inspirationis
12. Quomodo S. Scriptura sit inter 12. Quomodo S. Scriptura sit inter
pretanda. pretanda.
91
Schem a S c h e m a II
92
S c h e m a IH S c h e m a IV
20. De ceteris scriptis Novi Testa 20. De ceteris scriptis Novi Testa
menti. menti.
Prooemium. Prooemium.
93
Schem a ! S c h e m a II
94
S c h e m a III S c h e m a IV
mus vobîs, ut et vos societatem ha- mus vobis, ut et vos societatem ha-
beatis nobiscum, et societas nostra sit beatis nobiscum, et societas nostra
cum Pâtre et cum Filio eius lesu sit cum Patre et cum Filio eius lesu
Christo» (1 lo 1,2-3). Propterea, Con Christo» (1 io 1,2-3). Propterea, Conci
cila Vaticani I inhaerens vestigiis , ge- ni b Vaticani I inhaerens vestigiis, ge-
nuinam de divina Reveiatione ac de nuinam de divina Reveiatione ac de
eius transmissione doctrinam propone- eius transmissione doctrinam propone-
re intendit, ut mundus universus au- re intendit, u t c mundus universus
diendo credat, credendo speret, spe audiendo credat, credendo speret, spe
rando am e t1. rando am e t1.
95
Schem a S c h e m a II
96
Schem a HI S c h e m a IV
97
Schem a I S c h e m a I!
98
S c h e m a III S c h e m a IV
99
Schem a S c h e m a II
100
S c h e m a HI S c h e m a IV
11 vero
101
Schem a I S c h e m a II
22. [ R e ce n s r e la tiv is m i f o r m a ] . . .
102
S c h e m a IH S c h e m a IV
103
Schem a I Schem a H
27. [T e s tim o n ia s ig n a q u e in te r
n a ]...
104
Schema Hi Schema IV
Schem a I Schem a H
15 Cf. CONC. TRID., sess. 6.a, deer. 1 CONC. VAT., sens. 3.a, const. dogm.
De iustificatione c. 6: DENZ. 798. De fide cath. c. 2: DENZ. 1786.
16 CONC. TRID., sess. 5.a, deer. De
peccato originali: DENZ. 788: «Totumque
Adam per illa praevaricationis offensam
corpus et animam in deterius commuta-
tum fuisse»; cf. S. THOMAS, Summa theo-
iogica I q. 95 a. 1.
106
S c h e m a IH S c h e m a IV
107
Schem a 3 S c h e m a II
DE FO N TIB U S R EV E LATIO N IS
17 CONO. VAT., sess. 3.a, const, dogm. i Cf. CONC. TRID., sess. 4.a, decr. De
De fide cath. c. 2; cf. S. THOMAS, Sum can. Scripturis: DENZ. 783.
ma Theol. I q. 1 a. 1.
18 Cf. PIUS XII, litt, encycl. Humani
generis: DENZ. 2324.
108
S c h e m a III S c h e m a IV
7. [ A p o s to li eorumque successo 7. [ A p o s t o li e o ru m q u e s u c c e s s o -
r s , praecones E v a n g e l i i ] . Q uae D e u s re s , p ra e c o n e s E v a n g e li i ] . Quae Deus
a d s a lu te m c u n c ta ru m g e n tiu m re v e la - ad salutem cunctarum gentium revela-
v e ra t, e a d e m b e n ig n is im e d is p o s u it u t verat, eadem benignissime disposuit
in a e vu m in te g ra p e rm a n e re n t o m n i- ut in aevum integra permanerent om-
b u s q u e g e n e ra tio n ib u s tra n s m itte re n - nibusque generationibus transmitteren-
tu r. Id e o Christus Dominus, in qu o tur. Ideo Christus Dominus, in quo
s u m m i D e i to ta re v e ia tio c o n s u m m a tu r summi Dei tota reveiatio consumma
(c f. 2 C o r 1,20; 3,16-4,6), mandatum tur (cf. 2 Cor 1,20; 3,16-4,6), manda-
109
Schem a I S c h e m a II
1 CLEMENS ROMANUS, Ep. and Cor. 2 Cf. CONC. TRID., Le.; CONC. VA
42, n. 1-3: PG 1,292. TICANO I, sess. 3.a, const, dogm. De
fide cath. c. 2; DENZ. 1787.
110
S c h e m a HI S c h e m a IV
111
Schem a ! S c h e m a II
112
S c h e m a Ul S c h e m a IV
4 Cf. CONC. NIC. II: DENZ. 303 (602); c Unde Apostoli, tradenfes quod et
CONC. CONSTANT. IV, sess. 10 can. 1: ipsi acceperunt fideles monent ut teneant
DENZ. 336 (650-652). traditiones quas sive per sermonem sive
5 Cf. CONC. VAT. I, const, dogm. De per Epistulam didicerint (cf. 2 Thess 2,15)
fide cath. c. 4: DENZ. 1800 (3020). utque prò semel sibi tradita fide decer
tent (cf. ludae 3).
d tum ex praeconio eorum qui curri
episcopatus successione charisma verità
tis certum acceperunt.
e donec in ipsa consummentur verba
Dei.
113
8
Schem a I Schem a U
4 Cf. GONG. VAT.: ib. et GONG. TRID., 3 Cf. COMC. TRIO., I.c.
sess. 4.a, decr. De can. Script.: DENZ.
783; EB 57.
114
S c h e m a III S c h e m a IV
6 Cf. CONC. TRIO., sess. 4.a: Le.; f Sacra Traditio ergo et Sacra Scrip
DENZ. 783 (1501). tum
s consignafi/r; Sacra...
h quo fit ut Ecclesia certitudinem
suam de omnibus reveiatis non per so-
lam Sacram Scripturam hauriat.
115
Schem a I Schem a H
10. [Conclusio]. P a te t ig it u r S.
S c rip tu ra m , S. T ra d itio n e m ac E c c le
s ia e M a g is te riu m , iu x ta s a p ie n tis s i-
m u m D e i c o n s iliu m , ita in te r se in te r -
n e c ti e t c o n s o c ia ri, u t u n u m s in e a liis
c o n s is te re n o n p o s s it. T ria s im u l ad
a n im a ru m s a lu te m su o m o d o e ffic a c i-
te r c o n fe r u n t; s e n s u q u o q u e fid e liu m
s u b o rd in a te c o n c u rre n te .
5 Cf. PIUS XII, litt, encycl. Humani ge 4 Cf. PIUS XII, litt, encycl. Humani
neris, 12 aug. 1950: ASS 42 (1950) 567. generis, 12 aug. 1950: AAS 42 (1950) 567-
569; DENZ. 2314; EB 611. 569.
6 lb., p. 569; DENZ. 2314; EB 611. 5 Cf. PIUS XII, Le., p. 569: DENZ.
2314.
116
S c h e m a IH S c h e m a IV
et S. Scriptura unum verbi Dei sacrum et S. Scriptura unum verbi Dei sacrum
depositum c o n s titu a n t , Ecclesiae com- depositum constituunt, Ecclesiae com-
m issum , c u i inhaerens to ta p ie b s sane- missum, cui inhaerens tota piebs sanc-
ta sa ce rd o tib u s su is adunata in d o c tri ta SACERDOTIBUS1 suis adunata in
na A p o sto ìo ru m e t com m unione, in doctrina Apostoìorum et communione,
fra c tio n e pañis e t o ra tio n ib u s iu g ite r fractione pañis et orationibus iugiter
p e rs e v e ra i (cf. A c t 2,42 gr.), ita u t in perseverai (cf. Act 2,42gr.}, ita ut in
tra d ita fid e tenenda, exercenda p ro fi- tradita fide tenenda, exercenda profi-
tendaque s in g u ia ris fia t a n tis titu m e t tendaque singuiaris fiat Antistitum et
fid e liu m consp i r a t io 7. fidelium conspiratio7.
M unus autem verbum D e i s c rip tu m Munus autem verbum Dei scriptum
v e l tra d itu m 8 a u th e n tice in te rp re ta n d i vel traditum 8 authentice interpretandi
s o li vivo et infallibili Ecclesiae Magis soli vivo Ecclesiae Magisterio concre
terio concreditum e s t9, p e r quod su ditum e s t9 cu iu s auctoritas in nomine
prem a a u c to rita s in uno nom ine le su lesu Christi e xe rce tu r. Quod quidem
C h ris ti e t in una Eius E cclesia e st Magisterium non supra verbum Dei
c o n s titu ía . Quod quidem Magisterium est, sed eidem ministrat, docens non
non supra verbum Dei est, sed eidem nisi quod traditum est, quatenus illud,
ministrat, docens n o n n is i quod tra d i ex divino mandato et Spiritu Sancto
tum est, quatenus illud, ex divino man assistente, p ie audit, sánete custodii
dato et Spiritu Sancto assistente, et fideliter exponit, ac ea omnia ex
sánete c u s to d ii e t fid e lite r exponit, ac hoc uno fidei deposito haurit quae
ea om nia ex hoc uno fid e i d e p o sito tmquam divinitus revelata credenda
h a u rit quae tam quam d iv in itu s re v e la proponit. Patet igitur S. Traditionem,
ta credenda p ro p o n it. Patet igitur S. Scripturam et Ecclesiae Magiste
S. Traditionem, S. Scripturam et Eccle rium, iuxta sapientissimum Dei consi
siae Magisterium iuxta sapientissi- lium, ita inter se connecti et conso
mum Dei consilium, ita inter se con- ciari, ut unum sine aliis non consistât,
necti et consociari, ut unum sine aliis omniaque simul, singula suo modoj ad
non co n sistâ t, om niaque simul, singula animarum salutem efficaciter confé
suo modo ad animarum salutem effi- rant.
caciter conférant.
117
Schem a S c h e m a II
>
Caput II: D e s e ri p iu m e in s p ira tio n e , Caput II: D e S a cra e S c rip tu ra e d iv in a
in e rra n tia e t c o m p o s itio n e litte r a r ia . in s p ira tio n e e t in te rp re ta tio n e .
118
S c h e m a HI S c h e m a IV
119
Schem a I S c h e m a II
4 Pi US XII, litt, encycl. Divino afflan 1 PIUS XII, litt, encycl. Divino afflan-
te: EB 556. te Spiritu, 30 sept. 1943: EB 556.
5 S. Pi US X, decr. Lamentabili, 3 jul. 2 LEO XIII, litt, encycl. Providentissi
1907, et litt, encycl. Pascendi, 7 sept. mus Deus, 18 nov. 1983: DENZ. 1952; EB
1907: DENZ. 2009-2010; EB 200-201 et 125.
272-273.
Cf. quoque CONC. VAT. I, ib:. DENZ.
1787; EB 77.
LEO XIII, litt, encycl. Providentissimus
Deus: DENZ. 1952; EB 125.
120
S c h e m a HI S c h e m a IV
121
Schem a I S c h e m a II
122
S c h e m a HI S c h e m a IV
Cum ergo o rlin e id, q u o d a u c to r in s - Cum ergo omne id, quod auctor ins-
p ìra tu s s e u h a g io g ra p h u s a s s e r ii , r e ti- piratUS seu hagiographUS asserlTd
n e r i d e b e a t a s s e rtu m a S p ir itu S a n cto , retineri debeat assertum a Spiritu
inde S c rip tu ra e lib r i in te g r i c u m o m n i Sancto, inde Scripturae libri INTEGRI
b u s s u is p a rtib u s 4 v e rita te m s in e u llo CUM OMNIBUS SUIS PARTIBUS4 ve
e rro re d o c e re p r o f ¡te n d i s u n t 5. ritatem S A L U T A R E M IN C O N C U S S E e t
fid e lit e r , INTEGRE e t sine errore e do
cere profitendi su n t5. Ita q u e o m n is
S c rip tu ra d iv in itu s in s p ira ta f u t i l i s ad
docendum , ad a rg u e n d u m , ad c o rri-
4 LEO XIII, epist. encycl. Providentis- d quod auctores inspirai/ seu hagio-
simus Deus, 18 nov. 1893: DENZ. 1952 graph/ asserunt
(3293); EB 125. e inde Scripturae libri veritatem, quam
5 Cf. S. AUGUSTINUS, Gen. ad litt. Deus nostrae salutis causa litte ris sacris
2,9,20: PL 23,270-71; Epist. 82,3; PL 33, consignari voluit, firm iter, fid e lite r et si
277; CSEL 34,2, p. 354; S. THOMAS, De ne errore
ver. q. 12 a. 2 C; CONC. TRID., sess. 4.a, f inspirata et utilis ad...
De canonicis Script: DENZ. 783 (1051);
LEO XIII, enc. Providentissimus: EB 121.
124.126-127; PIUS XII, enc. Divino afflan-
te: EB 539.
123
Schem a I S c h e m a II
124
S c h e m a III S c h e m a IV
p ie n d u m , ad e ru d ì en d u m , in lu s t i t i a :
u t p e rfe c tu s s it h o m o D e i, ad o m n e
o p u s b o n u m in s tr u c t u s » (2 T im 3,16-
17).
125
Schem a Schem a H
gis e rro ris arguì debent quam curri pa in ve n ia n tu r, non m agis e rro ris eadem
ria ac s im ilia in co tid ia n o usu adhi- arguì debent, quam curri paria a u t si-
bebantur, im m o adhibentur, proinde- m ilia in q u o tid ia n o usu h a b e re n tu r,
que S crip tu ra e sacrae a u c to rita ti ac proindeque a u c to rita ti e t s a n c ita ti
s a n c ita ti m in im e o ffic iu n t. S crip tu ra e m in im e o ffic iu n t.
C u n c ta a u te m haec, de ra tio n e in -
te rp re ta n d i S c rip tu ra m , ad n o rm a m
h e rm e n e u tic a e ra tio n is e t c a th o lic a e
E c c le s ia e iu d ic io u ltim e s u b s u n t.
126
Schem a ü l S c h e m a IV
nia in divino eloquio, quod pro homi- num commercio passim adhiberi sole-
nibus modis verbisque humanis expri- b a n t8.
m itu r9, inveniantur, non magis erroris
eadem arguì debent quam cum paria
aut similia in quotidiano usu h a h ita
s in t immo habeantur, proindeque auc-
toritati et sanctitati Scripturae minime
officiunt.
9 Cf. PONT. COMM. BIBL, epist., 16 k Sed, cum Sacra Scriptura eodem
ian. 1948: DENZ. 2302 (3863-64); EB 581. Spiritu quo scripta est etiam legenda et
10 Cf. CONC. VAT. I, const, dogm. interpretanda s it (cf. BENEDICTUS XV,
De fide cath. c. 2 de revelatione: DENZ. enc. Spiritus Paraciltus, 15 sept. 1920:
1788 (3007). EB 469; S. HIERONYMUS, In Gal 5,19-21:
11 S. IOANNES CHRYSOSTOMUS, In PG 26,417A), ad recte sacrorum textuum
Gen. 3,8 (hom. 1,1): PG 53,134, «Attem- sensum eruendum, non minus diligenter
peratio» graece dicitur synkatabasis. respiciendum...
1 totius
m Scripturae sensum penitius intelli-
gendi/m et exponendum
n salva semper Dei veritate et sanc-
titate
127
Schem a I S c h e m a II
sumpta carne, per omnia nobis assimi manae infirm itatis asumpta carne, ho-
lar! voluit praeter peccatum (cf. Hebr m in ib u s q u o a d omnia
simile fa c tu m
4,15)11 et ignorantiam. e s t, «a b sq u e peccato»
(Hebr 4,15).
128
S c h e m a HI S c h e m a IV
firm itatis assumpta carne, hominibus QUOAD O M N IA0 humano sermoni as-
quoad omnia simile factum est. sim iiia facta sunt, sicut olim Aeterni
Patris Verbum, humanae infirmitatis
assumpta carne, hominibus QUOAD
O M N IA0 simile factum est.
129
Schem a I S c h e m a II
130
S c h e m a HI S c h e m a IV
132
Schema III Schema IV
Schem a I S c h e m a II
134
S c h e m a IH S c h e m a IV
Caput V: D e N o v o T e s ta m e n to . Caput V: D e N o v o T e s ta m e n to .
17. [De Novi Testamenti excellen- 17. [N o v i T e s a m e n ti e xce lle n tia ^\.
tia ]. V e rb u m D e i q u o d in E v a n g e lio Verbum Dei, quod v ir tu s D e i e s t in
o p e ra tu r in s a lu te m o m n i c re d e n ti salutem omni credenti (cf. Rom 1,16),
(c f. R om 1,16) p ra e c e lle n ti m o d o p e r in scriptis Novi Testamenti praecellen-
s c rip ta N o v i T e s ta m e n ti in s p ira ta e f- ti modo p ra e s e n ta tu r e t v im su a m ex-
fic a x a d e s t. U b i e n im v e n it p le n itu d o h ib e t. Ubi enim venit plenitudo tem
te m p o ris (c f. G a l 4,4), V e rb u m c a ro poris (cf. Gal 4,4), Verbum caro fac
fa c tu m e s t e t h a b ita v it in n o b is p le tum est et habitavit in nobis plenum
n u m g ra tia e e t v e r ita t is (c f. Io 1,14). gratiae et veritatis (cf. Io 1,14). Chris
C h ris tu s R e g n u m D e i in te r r is in s ta u tus Regnum Dei in terris instauravit,
ra v a , fa c tis e t v e rb is S e ip s u m m a n i factis et SIGNISa P a tre m s u u m ac
fe s ta v a , a tq u e m o rte , re s u r re c tio n e e t Seipsum manifestavit, atque morte, re
g lo rio s a a s c e n s io n e m is s io n e q u e S p i surrectione et gloriosa ascensione
r itu s S a n c ii o p u s su u m c o m p ie v a . missioneque Spiritus Sancii opus
E x a lta tu s a te rra o m n ia ad S e ip s u m suum complevit. Exaltatus a terra
t r a x it (c f. Io 12,32), u t p o tè s o lu s ve r- 0/77/7es ad Seipsum t r a h it (cf. Io 12,
ba v ita e a e te rn a e h a b e n s (c f. Io 6,68). 32 gr.), UTPOTE solus verba vitae
Q u o d a u te m a liis g e n e ra tio n ib u s n o n aeternae habeNS b (cf. Io 6,68). Quod
e s t p a te fa c tu m , re v e la tu m e s t s a n c tis autem aliis generationibus non est pa
A p o s to lis e iu s e t P ro p h e tis in S p ir itu tefactum, revelatum est sanctis Apos
(c f. te x . g ra e c. Eph 3,4-6), u t ip s i Evan tolis et Prophetis in Spiritu (cf. Eph
g e liu m p ra e d ic a re n t, fid e m in le s u m 3,4-6 gr.) ut IPSIc Evangelium praedi
C h ris tu m ac D o m in u m e x c ita re n t e t carent, fidem in lesum Christum ac
E c c le s la m c o n g re g a re n t. Q u a ru m o m Dominum excitarent et Ecclesiam con
n iu m re ru m s c rip ta N o v i T e s ta m e n ti gregarent. Quarum rerum scripta Novi
e x s ta n t te s tim o n iu m p e re n n e a tq u e d i Testamenti exstant testimonium pe
v in u m . renne atque divinum.
18. [ E v a n g e lio ru m origo apostoli 18. [ E v a n g e lio ru m e rig o a p o s to li
ca]. Neminem autem fugit inter om- c a ].Neminem fugit inter omnes,
nes, etiam Novi Testamenti Scripturas, etiam Novi Testamenti Scripturas,
Evangelia merito exceilere, quippe Evangelia merito exceilere, quippe
quae praecipuum testimonium sint de quae praecipuum testimonium sint de
Verbi Incarnati Salvatoris nostri vita Verbi Incarnati Salvatoris nostri vita
atque doctrina. atque doctrina.
a factis et verbis.
b Ipse qui solus verba vitae aeternae
habet.
c Hoc autem mysterium aliis genera
tionibus non est patefactum, sicut nunc
revelatum est sanctis Apostolis Eius et
Prophetis in Spiritu Sancto (cf. Eph 3,4-6
gr.), ut Evangelium praedicarent.
135
Schem a I Schem a il
136
Schem a ìli S c h e m a IV
1 Cf. S. IRENAEUS, Adv. haer. Ili 11,8: d Evangelia, quorum historicitatem in-
PG 7,885; ed. Sagnard, p. 194. cunctanter affirmat, fid e lite r tradere
2 Cf. Io 14,26; 16,13. quae...
c usque in diem qua assumptus est
(cf. Act 1,1-2).
f post ascensionem Domini, ¡Ha quae
Ipse.
137
Schem a S c h e m a II
23. [De v e ra c ita te d o c trin a e A p o s - 20. [De ceteris libris Novi Testa
to lo ru m in S c rip tu ris c a n o n ic is ]. Doc- m enti]. N o v i v e ro T e s ta m e n ti v o lu
trinam autem Apostolorum, quae in m en, p ra e te rq u a m e x q u a ttu o r E vange
reiiquis Novi Testamenti canonicis liis , e tia m e x a liis A p o s to lo ru m lib r is
Scripturis continetur, nefas est dicere S p ir itu S a n c to in s p ira n te c o n s c rip tis
nonnisi humana industria humanisque c o n s ta i, q u ib u s , e x s a p ie n ti D e i c o n s i-
inventis vel ex Iudaeorum aut gentium lio , v e rita s v ita e C h r is ti c o n firm a tu r,
placitis, praeter vel contra ea quae g e n u in a e iu s d o c trin a m a g is m a g is q u e
Chritus ipse et docuit et voluit, tem- d e c la ra tu r a tq u e s a lu tife ra v ir tu s d iv i
poris decursu esse concinnatam. Apos- n i o p e ris C h r is t i p ro c la m a tu r. A p o s to -
toiis enim suis, quos ipse docere om- lis e n im s u is D o m in u s le s u s , s ic u t p ro -
nes gentes in mundum Universum mi m is e ra t, a f f u it (cf. Mt 28,20), e t iis
serat, Christus adstitit (cf. M t 28,20), Paraclitum suum misit, ut omnia eos
138
S c h e m a IH S c h e m a IV
139
Schem a I Schem a H
140
S c h e m a IN S c h e m a IV
Apostolis enim suis Dominus lesus Apostolis enim suis Dominus lesus
sicut promiserat affuit (cf. Mt 28,20) sicut promiserat affuit (cf. Mt 28,20)
et iis Paraclitum S p ir itu m misit, qui et iis Paraclitum Spiritum misit, qui
eos in « o m n e m v e rita te m » in aevum eos qui plenitudinem veritatis induce-
servandam in d u c e r e t (c f. lo 16,13 g r.) ret (cf. lo 16,13).
ad aeternam humani generis salutem.
Caput VI: D e S acra S c rip tu ra in v ita Caput VI: D e S a cra S c rip tu ra in v ita
E c c le s ia e . E c c le s ia e .
141
Schem a I S c h e m a II
In s a c ri s e n im Li b r is P a te r q u i in
c a e lis e s t f i l ii s s u is p e ra m a n te r o ccu -
r r i t e t c u m e is fe re c o llo q u itu r; ta n ta -
q u e v e rb o D e i v is ac v ir tu s in e s t, u t
E c c le s ia c s u s te n ta c u iu m ac v ig o r e t
E c c le s ia e f i l i i s fid e i ro b u r, a n im a e c i-
bus, v ita e s p ir itu a lis fo n s re a p s e exs-
te t K
3 CONC. TRID., sess. 4.a, decr. De i Cf. A ct 5,20; 13,26 1 Cor 1,18; Hebr
can. Script.: DENZ. 785; EB 61; PIUS XII, 4,11.
litt, encycl. Divino aff ¡ante: DENZ. 2292;
EB 549.
142
S c h e m a Ul S c h e m a IV
22. [ C o m m e n d a n tu r a c c u ra ta e v e r 22. [ C o m m e n d a n tu r a c c u ra ta e v e r
s io n e s ;]. Christifidelibus aditus ad Sa- sio n e s :]. Christifidelibus aditus ad Sa-
cram Scripturam late pateat o p o rte t. cram Scripturam late pateat oportet.
Q u a d e cau sa ia m ab o rig in e sua Ec Qua de causa IAM AB ORIGINE SUA
c le s ia g ra e c a m iila m a n tiq u is s im a m Ve- Ecclesiaf graecam illam antiquissi
te r is T e s ta m e n ti v e rs io n e m a LXX vi- mam Veteris versionem a LXX viris
r is n u n c u p a ta m s u s c e p it, quam s ic u ti nuncupatam u t su a m suscepit; alias
a lia s v e rs io n e s o rie n ta le s e t v e rs io v e ro versiones orientales et versio-
n e m la tin a m quam V u lg a ta m v o c a n t, nEM latin A M g quam Vulgatam vocant
s e m p e r in h o n o r e h a b e t. C u m a u te m semper in honore habet. Cum autem
v e rb u m D e i o m n ib u s te m p o rib u s p ra - verbum Dei omnibus temporibus praes-
e s to e s s e d e b e a t, Ecclesia sua aucto- to esse debeat, Ecclesia materna sol
ritate m a n d a i et materna sollicitudine licitudine c u ra t, ut aptae ac rectae
s a ta g it, ut accuratae e x a re n tu r in va exarentur in varias Ìinguas versiones,
rias ìinguas versiones, in lit u r g ia a t- E T IA M h ex primigeniis sacrorum li
q u e c a te c h e s i n e c n o n in p ia le c tio n e brorum textibus. Quae si, annuente
a d h ib e n d a e , ex primigeniis scilicet sa auctoritate Ecclesiae, ex o p p o rtu n ita te
crorum librorum textibus. Q uae s i confic/antur communi etiam cum fra-
c o n fic e re n tu r c o m m u n i e tia m c u m fra - tribus seiunctis nisu, ab omnibus
tr ib u s s e p a ra tis n is u , ab o m n ib u s christianis adhiberi poterunt.
c h r is tia n is a d h ib e ri p o s s e n t.
143
Schem a I S c h e m a II
144
S c h e m a 111 S c h e m a IV
145
10
Schema I Schema H
14 LEO XIII, litt, encycl. Providentissi- 2 Cf. PIUS XII, litt, encycl. Humani
mus Deus, 18 nov. 1893: EB 144. generis, 12 aug. 1950: DENZ. 2314.
4 S. GREGORIUS M., Reg. Past. 2,11:
PL 77,50.
5 S. HIERONYMUS, Ep. ad Nepotian,
8: PL 22,534.
146
S c h e m a III S c h e m a IV
147
Schem a I S c h e m a II
«qui non est intus auditor»6. Sacrae non est intus auditor» 3, e t u t v e rb i d i
autem Litterae «possunt instruere ad v in i a m p iis s im a s d iv itia s , im p r im is in
saluterò per fidem, quae est in Christo c u itu lit u r g ic o , o v ib u s s u is c o m m u n i
lesu (2 Tim 3,15), cum ex manu Eccle- c a re v a le a n t.
siae accipiantur ac pium lectorem mo-
veant mentis docilitas et desiderium
discendi quae ad spiritualem aedifica-
tionem faciant.
27. [De le c tio n e S. S c rip tu ra e a p u d 26. [ Ite m f id e lib u s ]. C h r is tifid e le s
Nostro tempore, divina fa- q u o q u e ad s a c ru m ip s u m te x tu m lib e n -
f id e le s ].
vente Providentia, laudabiliter factum te r a c c é d a n t, s iv e p e r s a c ra m l it u r -
est ut non pauci quoque fideles Sa- g ì am d iv in is e lo q u i is c o n fe rta m s iv e
cram Scripturam in textibus primige- p e r c e te ra s a d id a p ta s in s titu tio n e s ,
niis Iegant, et ut, maxime ad omnium quae, a p p ro d a n te a u c to r ita te E c c le s ia e ,
usuiti et bonum, conversiones pluri- u b iq u e n o s tro te m p o re fa u d a b ilite r d if-
mae Librorum sacrorum ex iisdem tex fu n d u n tu r.
tibus primigeniis in vulgatas linguas
confectae s in t7. Maxime autem gau-
dendum est de actuoso amore quo
praesertim Christi Evangelia et Apos-
tolorum scripta in dies vulgantur et
manu versantur. Etenim haec sacra
lectio, ut Ecclesiae Patres et Docto-
res testantur, sanctique viri semper
experti sunt, mentem illuminât, volun-
tatem firmai, cor ad amorem Dei
accendit. Attamen haec Sacrosancta
Vaticana Synodus enixe christifideles
monet ut ad sacrum ipsum textum
accédant, attenta Ecclesiae doctrina et S a c ris a u te m A n tis titib u s , «apud
cum solida aptaque institutione. Quod quos est apostolica doctrina»4, fid e
in primis valet pro lectione Veteris le s s ib i c o m m is s o s a d re c tu m d iv in o -
Testamenti; sed etiam in Novo Testa ru m L ib ro ru m u su m o p o rtu n e in s titu e -
mento «sunt quaedam difficilia inte- re c o m p e tit p e r versiones s a c ro ru m
148
S c h e m a III S c h e m a IV
149
Schem a I S c h e m a II
S ic u t e n im ex a d a u c to S a n c tis s im a e
E u c h a ris tia e c u ltu E c c le s ia e v ita in c re -
m e n tu m a c c ip it, ita ex d ig n a a e s tim a -
tio n e e t c u ltu v e rb i D e i q u o d « m a n e t
in a e te rn u m » s n o v u m s p ir itu a l is v ita e
im p u ls u m s p e ra re lic e t.
150
Schema ll\ S c h e m a IV
portune instituere competit per sacro- instituere competit per sacrorum tex
rum textuum versiones, quae necessa- tuum versiones, quae necessariis et
riis et vere sufficientibus explicationi- vere sufficientibus explicationibus in
bus instructae sint, ut tuto ac utiliter structae sint, ut tute ac utiliter Eccie
Ecciesiae filii curri Scripturis Sacris siae filli cum Scripturis Sacris con
conversentur e a ru m q u e s p ir it a im b u a n - versentur earumque spiritu imbuantur.
tu r.
In s u p e r e d itio n e s S a cra e S c rip tu ra e , Insuper editiones Sacrae Scripturae,
d e b itis in s tru c ta e a d n o ta tio n ib u s , ad a p tis instructae adnotationibus, ad
u s u m e tia m n o n c h ris tia n o ru m e o ru m - usum etiam nonchristianorum eorun-
d e m q u e c o n d itio n ib u s a cco m m o d a ta e , demque conditionibus accommodatae,
c o n fic ia n tu r, quas q u o q u o m o d o s iv e conficiantur, quas quoquomodo sive
a n im a ru m P a s to re s s iv e c h r is tia n i cu- animarum Pastores sive christiani cu-
iu s c u m q u e s ta tu s s p a rg e re s a p ie n te r iuscumque status spargere sapienter
c u re n t. curent.
26. [Epilogus]. Ita e rg o le c tio n e 26. [E p ilo g u s ]. ita ergo lectione et
e t s tu d io S a c ro ru m L ib ro ru m « se rm o studio Sacrorum Librorum «sermo Dei
D e i c u rr a t e t c la r if ic e t u r » (2 Thess currat et clarificetur» (2 Thess 3,1),
3,1), th e s a u ru s q u e re v e la tio n is , E c c ie thesaurusque revelationis, Ecciesiae
s ia e c o n c re d itu s , m a g is m a g is q u e c o r concreditus, magis magisque corda ho
d a h o m in u m im p le a t. Sicut ex adaucto minum impleat. Sicut ex a s s id u a fr e
Sanctissimae Eucharistiae cultu Eccie q u e n ta ti one m y s t e r ii E u c h a ris tic i Ec
siae vita incrementum suscipit, ita ex ciesiae vita incrmentum suscipit, ita
digna aestimatione et cultu verbi Dei n o v u m s p ir itu a iis v ita e im p u ls u m s p e
quod «manet in aeternum» (Is 40,8; ra re lic e t e t a d a u c ta v e n e ra tio n e v e r
cf. 1 Petr 1,23-25), novum spirituaiis b i D e i, quod «manet in aeternum»
vitae impulsum sperare licet. (Is 40,8; cf 1 Petr 1,23-25) r.
151
CONSTITUCION DOGMATICA
SOBRE LA DIVINA REVELACION *
PROEMIO
CAPITULO I
NATURALEZA DE LA REVELACION
[N a tu ra le z a y o b je to d e la R e v e la c ió n ]
153
33,11; Jn 15,14-15) y trata con ellos (cf. Bar 3,38) para invitarlos y
recibirlos en su compañía. El plan de la revelación se realiza por
obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza
en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y
las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras pro
claman las obras y explican su misterio. La verdad profunda de Dios
y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, res
plandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación2.
[ P re p a ra c ió n de la re v e la c ió n e v a n g é lic a ]
[E n C ris to c u lm in a la re v e la c ió n ]
2 Cf. M t 11,27; Jn 1,14 y 17; 14,6; 17,1-3; 2 Cor 3,16; 4,6; Ef 1,3-14.
3 Epist. ad Diognetum c. 7,4: FUNK, Patres Aposto!ici I, p. 403.
154
La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca
pasará; ni hay que esperar otra revelación pública, antes de la glo
riosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor (cf. 1 Tim 6,14; Tit
2,13).
u-
[ L a re v e la c ió n d e b e re c ib ir s e co n fe]
5. Cuando Dios revela, el hombre tiene que s o m e te rs e con la
fe (cf. Rom 16,26; coll. Rom 1,5; 2 Cor 10,5-6). Por la fe el hombre
se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece «el homenaje total
de su entendimiento y voluntad»4, asintiendo libremente a lo que
Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia
de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del
Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos
del espíritu y concede «a todos gusto en aceptar y creer la ver
dad»56 . Para que el hombre pueda comprender cada vez más profun
damente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente
la fe con sus dones.
[L a s v e rd a d e s re v e la d a s ]
6. Por medio de la revelación Dios quiso manifestarse a sí mis
mo y sus planes de salvar al hombre, para que el hombre participe
de bienes divinos que superan totalmente la inteligencia humana4.
El Santo Sínodo profesa que el hombre «puede conocer con cer
teza a Dios, con la razón natural, por medio de las cosas creadas»
(cf. Rom 1,20); y enseña que, gracias a dicha revelación, «todos los
hombres, en la condición presente de la humanidad, pueden cono
cer fácilmente, con absoluta certeza y sin error las realidades di
vinas, que en sí no son inaccesibles a la razón humana»7.
CAPITULO II
155
mitido a todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud
de la revelación (cf. 2 Cor 1,20 y 3,16-4,6), mandó a los Apóstoles
predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda verdad
salvadora y de toda norma de conducta1, comunicándole así los bie
nes divinos; el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo
cumplió y promulgó con su boca. Este mandato se cumplió fielmente,,
pues los Apóstoles con su predicación, sus ejemplos, sus institu
ciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras
y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; ade
más, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por
escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo2.
Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en
la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos,
«dejándoles su cargo en el magisterio»3. Esta Tradición con la Es
critura de ambos Testamentos, son el espejo en que la Iglesia pe
regrina contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en
que llegue a verlo cara a cara, como El es (cf. Jn 3,2).
[ La sa g ra d a T ra d ic ió n ]
156
Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva
de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a ia práctica y a la
vida de la Iglesia que cree y ora. La misma Tradición da a conocer
a la Iglesia el canon de los Libros sagrados y hace que los com
prenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos. Así Dios,
que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Es
posa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva
del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero,
va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite
en ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col 3,16).
[ M u tu a re la c ió n e n tre T ra d ic ió n y E s c ritu ra ]
[ E s c ritu ra , T ra d ic ió n y M a g is te r io ]
10. La Tradición y la Escritura constituyen un solo depósito sa
grado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho de
pósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera
siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la eucaristía y
la oración (cf. Hch 2,42 gr.), y así se realiza una maravillosa concordia
de Pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida7.
El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral
o escrita8, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la
Iglesia9, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magis
terio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio,
para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y
157
con la asistencia de! Espíritu Santo, ío escucha devotamente, lo cus
todia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de
la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser
creído.
Así, pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia,
según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo
que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según
su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen
eficazmente a la salvación de las almas.
CAPITULO III
[ In s p ira c ió n y v e rd a d d e la E s c ritu ra ]
1 Cf. CONC. VAT I, const. dogmática Dei Filius, c. 2: DENZ. 1787 (3006).
PONT. COMM. BIBLICA, decr. del 18 de junio de 1915; DENZ. 2180 (3629):
EB 420; S. C. S. OFICIO, carta de! 22 de diciembre de 1923: EB 499.
2 Cf. PIO XI!, ene. Divino affiante Spiritu, del 30 de septiembre de 1943:
a a q ?6 f1Q4m 14- FR 666
3 En y por e l’ hombre:' cf. Hebr 1,1; 4,7 (en); 2 Sam 23,2; M t 1,22 y
frecuentemente (por); CONC. VAT. I, Scherna de doctrina cathol. nt. 9:
Col!. Lac. VIS 522.
4 LEON XIII, ene. Providentissimus Deus, de! 18 de noviembre de 1893:
DENZ. 1952 (3293); EB 125.
5 Cf. SAN AGUSTIN, Gen. ad litt. 2,9,20: PL 34,270-271; CSEL 28,1,46-47
y la Epist. 82,3: PL 33,277; CSEL 34,2, p. 354. SANTO TOMAS, De Ver.
158
E s c ritu ra , in s p ira d a p o r D io s , es ú t il p a ra e n s e ñ a r, re p re n d e r, c o rr e
g ir, in s tr u ir en la ju s tic ia ; p a ra q ue e l h o m b re d e D io s e s té en fo rm a ,
e q u ip a d o p a ra to d a o b ra b u e n a (2 Tim 3,16-17 gr.).
[ C ó m o h a y q u e in te r p r e ta r la E s c ritu ra ]
159
{L a c o n d e s c e n d e n c ia d e D io s ]
CAPITULO IV
EL ANTIGUO TESTAMENTO
[L a h is to r ia d e la s a lv a c ió n en e l A n tig u o T e s ta m e n to ']
[ Im p o rta n c ia d e l A n tig u o T e s ta m e n to ]
160
Dios y del hombre y el modo como Dios, justo y misericordioso, trata
con los hombres. Estos libros, aunque contienen elementos imper
fectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía divina 1. Por eso los
cristianos deben recibirlos con devoción, porque expresan un vivo
sentido de Dios, contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una
sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración
y esconden el misterio de nuestra salvación.
[U n id a d d e a m b o s T e s ta m e n to ]
CAPITULO V
EL NUEVO TESTAMENTO
[E x c e le n c ia d e l N u e v o T e s ta m e n to ]
1 Cf. PIO XI, ene. M it brennender Sorge, del 14 de marzo de 1937: AAS
29 (1937) 151.
2 Cf. SAN AGUSTIN, Quaest. inHept. 2,73: P
3 Cf. SAN IRENEO, Adv. haer. III 21,3: PG 7,950; 25,1; HARVEY, 2, p. 115.
SAN CIRILO DE JERUSALEN, Cateh. 4,35: PG 33,497. TEODORO MOPS., In
Soph. 1,4-6: PG 66.452D-453A.
161
n
[ O rig e n a p o s tó lic o ]
18. Todos saben que entre los escritos del Nuevo Testamento
sobresalen los Evangelios, por ser el testimonio principal de la vida
y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador.
La Iglesia siempre ha defendido que los cuatro Evangelios son
de origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por man
dato de Jesucristo, después ellos mismos con otros de su genera
ción lo escribieron por inspiración del Espíritu Santo y nos lo en
tregaron como fundamento de la fe: el Evangelio cuádruple, según
Mateo, Marcos, Lucas y Juan '.
[ C a rá c te r h is tó r ic o ]
19. La santa madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes
la historicidad de los Evangelios: es decir, que narran fielmente lo
que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y en
señó realmente, para la eterna salvación de los mismos, hasta el
día de la ascensión (cf. Hch 1,1-2). Después de este día, los Após
toles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor
comprensión que les daban la resurrección gloriosa de C risto 12 y la
enseñanza del Espíritu de la verdad3. Los autores sagrados compu
sieron los cuatro Evangelios escogiendo datos de la tradición oral
o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de
las diversas Iglesias, conservando el estilo de proclamación: así nos
transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús4.
Sacándolo de su memoria o del testimonio de los «que asistieron
desde el principio y fueron ministros de la palabra», lo escribieron
para que conozcamos la «verdad» de lo que nos enseñaban (cf. Le
1,2-4).
[ O tro s e s c rito s d e l N u e v o T e s ta m e n to ]
162
CAPITULO VI
[V e n e ra c ió n p o r la E s c r itu r a ]
[T ra d u c c io n e s b ie n c u id a d a s ]
[D e b e re s d e lo s e x e g e ta s y d e lo s te ó lo g o s ]
163
orientales y occidentales, y el estudio de la liturgia. Los exegetas
católicos y los demás teólogos han de trabajar en común esfuerzo
y bajo la vigilancia del Magisterio para investigar con medios opor
tunos la Escritura y para explicarla, de modo que se multipliquen los
ministros de la palabra capaces de ofrecer al pueblo de Dios el
alimento de la Escritura, que alumbre el entendimiento, confirme la
voluntad, encienda el corazón en amor a Dios L El Santo Sínodo ani
ma a todos los que estudian la Escritura a continuar con todo em
peño, con fuerzas redobladas, según el sentir de la Iglesia, el tra
bajo felizmente comenzado1 2.
[ E s c ritu ra y T e o lo g ía ']
[ L e c tu ra a s id u a d e ¡a E s c ritu ra ]
164
dicho fin se organizan hoy por todas partes con aprobación o por
iniciativa de los Pastores de la Iglesia. Recuerden que a la lectura
de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se rea
lice el diálogo de Dios con el hombre, pues «a Dios hablamos cuan
do oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras»6.
Los Obispos, «como transmisores de la doctrina apostólica»7,
deben instruir a sus fieles en el uso recto de los libros sagrados,
especialmente del Nuevo Testamento y de los Evangelios, emplean
do traducciones de la Biblia provistas de comentarios que realmente
expliquen; así podrán los hijos de la Iglesia manejar con seguridad
y provecho la Escritura y penetrarse de su espíritu.
Procuren la elaboración de traducciones anotadas para uso de
los no cristianos y adaptadas a su condición, y procuren difundir
las discretamente los mismos Pastores o los cristianos de cual
quier estado.
26. Que de este modo, por la lectura y estudio de los Libros
sagrados, se d ifu n d a y b r ille la p a la b ra de D io s (2 Tes 3,1); que
el tesoro de la revelación encomendado a la Iglesia vaya llenando
el corazón de los hombres. Y como la vida de la Iglesia se desa
rrolla por la participación asidua del misterio eucarístico, así es
de esperar que recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la re
doblada devoción a la palabra de Dios, q u e d u ra p a ra s ie m p re (Is
40,8; cf. 1 Pe 1,23-25).
Todas y cada una de las cosas que en esta Constitución se dis
ponen recibieron el benepláctio de los Padres del Sacrosanto Con
cilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica que nos ha sido
otorgada por Cristo, juntamente con los venerables Padres, las apro
bamos en el Espíritu Santo, decretamos y estatuimos, y ordenamos
que se promulgue para gloria de Dios lo que ha sido conciliarmente
establecido.
Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.
165
DE LAS ACTAS DEL S. CONCILIO ECUMENICO VATICANO II
NOTIFICACION
HECHA POR EL EXCMO. SECRETARIO GENERAL DEL CONCILIO EN LA
CONGREGACION GENERAL 171, EL DIA 15 DE NOVIEMBRE DE 1965
f PERICLES FELICI,
A rz o b is p o tit u la r d e S a m o sa ta ,
S e c re ta rio g e n e ra l d e l S. C o n c ilio
166
UNIDAD Y COMPOSICION DE LA CONSTITUCION
“DEI VERBUM”
Por Luis Alonso Schokel
El título
167
su carácter carismástico; como escritura, pide una interpretación que
responda a su carácter divino y humano (III). La Escritura se com
pone de dos grupos de libros: el Antiguo Testamento, que recoge
la antigua economía, la hace presente, la incorpora en forma de pa
labra al NT (IV); y el Nuevo Testamento, que comprende los evan
gelios en el puesto central y otra serie de escritos sobre el miste
rio de Cristo y la vida de la Iglesia (V). La Escritura vivifica de mu
chos modos a la Iglesia, y el cristiano debe colaborar a su acción
por la lectura, el estudio, la predicación (VI).
Las cuestiones están abordadas con mayor amplitud, la visión
es más rica, se buscan las grandes conexiones. Los problemas o te
mas no están sugeridos por errores actuales sino por un impulso
pastoral de tomar conciencia y articular dicha conciencia. Algunos
temas, como «fe y razón», ya fueron zanjados por el Vaticano 1,
y no pareció necesario volver sobre ellos.
Finalmente, aunque la revelación se declara «divina», la consti
tución presenta con gran relieve su aspecto humano: a los hom
bres se dirige (I), hombres la transmiten (II), hombres colaboran
en su formulación e interpretación (III), con los hombres vive en la
Iglesia (VI). Lo cual no rebaja la revelación sino que eleva al
hombre.
El comienzo
168
sidad corresponde a los capítulos más reelaborados, más independien
tes del primer esquema. La razón litúrgica y pastoral han influido
sin duda, pero también un nuevo estilo teológico.
Estilísticamente, el término v e rb u m resulta un «leitmotiv»: ¿tam
bién conceptualmente? Pues hay que observar que v e rb u m , unas ve
ces, es término personal de Cristo, V e rb u m ¡n c a rn a tu m ; muchas
veces es el hablar de Dios, de Cristo, de profetas y hagiógrafos;
varias veces va ligado a los hechos, como medio de revelación; al
final se refiere a la palabra de la Iglesia.
¿Se trata de un uso ambiguo o expresa la unidad profunda? Es
lícito llamar «palabra de Dios» a toda manifestación de Dios al
hombre, incluso de aquellas que preceden toda articulación riguro
samente verbal; una inspiración al alma sería «palabra de Dios» lo
mismo que una experiencia mística auténtica y preverbal. Además,
cuando la palabra de Dios se encarna en palabra humana, la des
borda y trasciende, de modo que no es legítima la perfecta ade
cuación. En este sentido, «palabra de Dios» sería un equivalente de
«revelación», y su presencia repetida en el documento sería indicio
de unidad temática.
Pero la palabra sigue siendo el medio privilegiado de comuni
cación humana, y Dios lo asume para comunicarse a los hombres «al
modo humano» (III 12). Partiendo de la experiencia humana y de su
correspondiente sobrenatural, «palabra de Dios» se nos convierte en
concepto y símbolo para expresar y captar realidades semejantes
y unidas entre sí. Cristo es la Palabra de Dios a los hombres, él
pronuncia palabras, la Iglesia pronuncia palabras en nombre de Cristo.
El uso de un término común no debe crear ambigüedad sino mani
festar la unidad de un contexto analógico. Su fórmula sería: Palabra
hecha carne - palabra inspirada - palabra de la Iglesia. O bien, sin
concretar: Palabra hecha carne - palabra de Dios - palabra de la Iglesia.
Volvemos a preguntar: ¿En qué relación se encuentran los tres
elementos de la fórmula? La respuesta nos llevará al centro, al
alma que unifica orgánicamente la constitución.
169
Como Cristo es toda la revelación, ésta adquiere un carácter per
sonal, de persona a persona, de Dios al hombre. Se realiza por obras
y palabras intrínsecamente unidas. Sucede por vía de encarnación.
Cristo es, en fórmula medieval, «la palabra abreviada» o resu
mida: funda y explica toda la Escritura en cuanto palabra de Dios.
Unifica el Antiguo Testamento; como punto de convergencia, que es
también punto de atracción, lo pone en movimiento como historia;
además, enviando por delante a su Espíritu, unifica el AT como libro
inspirado. Unifica el Nuevo Testamento, porque él es su único ob
jeto y porque envía su Espíritu inspirador. Finalmente, unifica ambos
Testamentos que se convierten en un solo libro y cuyo tema es el
único misterio de la salvación en Cristo.
Cristo Palabra es vida que se desarrolla en la Iglesia: enviando
su Espíritu, hace a la Iglesia cuerpo suyo. Por eso el Antiguo Testa
mento, como palabra de Cristo, ha de vivir y desarrollarse en la
Iglesia, en la Tradición viva y total. Como la palabra de Cristo es
verdad y vida, así perdura en la Iglesia: presente como verdad del
misterio y como fuerza de salvación. También esto sucede por vía
de encarnación, por medio de hechos y palabras íntimamente liga
dos.
El que lea la constitución fijándose en las continuas menciones
de Cristo, comprenderá que la imagen de la revelación no es apo
logética, sino cristológica. Si uno se fija en las menciones del Es
píritu o de su acción, lo encontrará con más frecuencia en el ca
pítulo segundo, sobre la Tradición. La estructura trinitaria está muy
clara al principio, y resuena de algún modo en los capítulos segundo
y sexto2.
170
otro aspecto, o la pura adición paratáctica, que rompen la armonía
de la construcción (cuando ésta existía): esto se hacía cediendo
a las instancias de algunos grupos de padres. Esto era irremedia
ble, y refleja a su modo el procedimiento conciliar: es una compo
sición coral en que no todas las voces van a tiempo, y sólo se jun
tan en el calderón del voto final. En este sentido es un indicio es
tilístico interesante, aunque no muy agradable.
Pero lo importante es que un espíritu dominante allana lo esca
broso y traza sendas transitables. Esto es lo que nos interesa aquí.
Primera característica: te n d e n c ia o rg á n ic a . A la diferenciación ana
lítica, a la delimitación antitética, el Concilio ha preferido de ordi
nario la visión orgánica. Se podía y se solía preguntar: ¿en qué se
distinguen?, ¿cómo se oponen?, ¿cómo se excluyen?; ahora se pre
gunta más bien: ¿cómo se relacionan, cómo se integran?, ¿cómo
se iluminan mutuamente?, ¿dónde se reducen a unidad? Lo cual
significa no un cambio de respuestas sino un cambio de preguntas.
Alguno pensó que se escamoteaban los problemas; en rigor, el con
cilio se elevaba a un puesto de observación más alto, capaz de su
perar la oposición.
Esto significaba la superación de la teología polémica. Hacia
afuera, la teología de controversia antiprotestante; hacia dentro, la
teología de escuelas opuestas. Los protestantes han dado fe del
cambio3, y los orientales también dieron testimonio de ello 4.
El ejemplo más resonante es la relación entre Tradición y Escri
tura, porque sobre ese terreno se libró una batalla decisiva en el
concilio, ya durante la primera sesión. Pero no olvidemos la relación
entre obras y palabras, revelación personal y doctrinal, fe personal
e intelectual, tradición real y verbal, magisterio y palabra de Dios,
magisterio y pueblo cristiano, contemplación y estudio, continuidad
y progreso, verdad y fuerza, sacramento y palabra, Antiguo Testa
mento, historicidad y labor literaria de selección y adaptación.
Los teólogos se encargarán de seguir analizando; el concilio ha
querido hablar el lenguaje de la síntesis orgánica.
Segunda característica: e s tilo h is tó ric o . La teología precedente nos
tenía acostumbrados a un lenguaje más bien ahistórico; sus argu
mentos de Escritura aparecían extraídos de su contexto histórico
original. El Vaticano II habla un lenguaje nuevo.
No se trata de novedad absoluta. Cuando el Vaticano I expone
los fundamentos del primado, en su constitución P a s to r a e te rn u s
apela a la historia: véanse los números 3.050 y 3.053 del Denzinger-
Schónmetzer. En cambio, la manera de tratar la revelación en el
Vaticano II no se puede llamar histórica.
171
Por eso la D e i V e rb u m tiene un sonido tan nuevo. Véase la can
tidad de historia comprimida que nos ofrece el c. 1, y la visión de
la Iglesia y la Tradición en su dinamismo histórico según el c. 2;
si el c. 3 es parco en este aspecto, con su breve e importante re
ferencia, los dos siguientes están dominados por la historia; el c. 6
se presta menos a la visión histórica, dedicado como está al presente
vivo de la Iglesia.
Uno que habita espiritualmente en la Escritura, sobre todo si es
tudia el AT o los Evangelios o los Hechos, se encuentra a gusto en
la constitución. Lo de menos son las citas de hechos históricos;
más importante es el tomar la historia como expresión y manifes
tación de una realidad. La revelación muestra su ser y su carácter
en el desarrollo histórico.
Esta manera de ver ha sido dominante en la cultura occidental
del último siglo — y hoy apuntan síntomas de una reacción contra
ria— . El historismo no era más que una derivación exagerada del
sentido histórico. La mentalidad histórica había penetrado en casi
toda la cultura humana, y la mayoría de las personas cultas de hoy,
y a su modo el pueblo, están formados en ese modo histórico de
ver la realidad humana. En este sentido, el Concilio habla una len
gua moderna, introduce una mentalidad moderna en la teología. Esto
tendrá consecuencias importantes, pues también otros documentos
conciliares expresan la misma mentalidad5.
Tercera característica: el le n g u a je b íb lic o . Es otra constante con
ciliar. ¿Significa esto una renuncia al lenguaje riguroso de la teo
logía dogmática?, ¿es un simple recurso para facilitar la actividad
pastoral? Creo que se trata, más bien, de un volver a las fuentes
para revitalizar la teología.
Si se querían fórmulas nuevas y aptas para proclamar hoy día el
mensaje cristiano, esto no se conseguía traduciendo simplemente
las fórmulas de ayer, sobre todo Jas fórmulas de la neoescolástica.
Había que volver al h u m u s fecundo, al lenguaje original de la Biblia,
con sus fórmulas ricas y menos diferenciadas, más vitales y más
trabadas entre sí. A partir de las fórmulas bíblicas primarias era
dado ensayar trasposiciones nuevas o modernas.
Si se querían superar controversias de confesiones y controver
sias de escuelas, el método seguro era remontarse a las fórmulas
que todos aceptaban, para intentar desde ellas nuevos planteamien
tos de los problemas. Lo cual no era una renuncia a las definicio
nes dogmáticas, debidamente citadas en el texto o en notas.
Si se quería fecundar una teología empobrecida por la rutina es
colar, por la clausura del Denzinger, por exagerada especulación6,
172
había que guiarla a la Escritura y ofrecerle muchos textos todavía
no bastante estudiados ni explotados.
Este contacto con la Escritura hará a la teología más auténtica,
más rica, y también más predicable y meditable. De ahí su valor
pastoral. Esta observación se puede formular al revés: por necesi
dades pastorales hay que promover una teología más rica y más vital,
lo cual se consigue volviendo a la Escritura.
A primera vista, la constitución tiene dos modos de citar la Es
critura: unas veces textualmente, con la referencia en paréntesis:
otras veces libremente, con la referencia precedida de un c f. El
primer caso sería una prueba, el segundo caso, una ilustración: es
decir, ambos casos adventicios son añadidos por autoridad a un texto
ya constituido. Esta «primera vista» es engañosa, al menos si se ge
neraliza. Porque la realidad es que el texto conciliar brota muchas
veces de las palabras bíblicas, como su expansión natural, o toma
las palabras bíblicas como su primera y mejor expresión. El lenguaje
conciliar no es una retraducción a lenguaje bíblico del lenguaje
dogmático, sino que es una vuelta al original.
Es claro que, cuando los padres quisieron expresar su intención
y actividad, no encontraron mejor fórmula que las palabra de Juan
citadas en el proemio. Que nadie llame cita o ilustración adventicia
a lo que es constitutivo. Lo mismo en el n. 11, para enunciar el
poder de la palabra de Dios, y en tantos casos.
A las citas patentes, confesadas en un paréntesis, hay que aña
dir las fórmulas, los términos rigurosamente bíblicos que suenan
a lo largo del texto: «predicación, consumación, trasm itir, recibir,
plenitud, etc.».
El lenguaje bíblico es una gran riqueza, pastoral y teológica, de
la constitución D e i V e rb u m .
173
PROEMIO
(DV. 1)
175
Vida eterna es comunión. La comunidad de testigos se abre para
que otros se incorporen a ella, para que compartan la vida con ella:
Juan llama a esa comunidad «nosotros», y podemos llamarla Iglesia.
Ahora bien, la Iglesia, en cuanto tal, vive de la vida divina, de su
comunicación con Dios; por eso, el que se incorpora a ese «nos
otros», entra realmente en esa participación de vida divina. Es unión
con el Padre y con su Hijo Jesucristo, o, si queremos, es la unión
de Jesucristo con el Padre, que Jesucristo nos regala (Juan no cita
aquí al Espíritu Santo como realizador de esa unión).
El concilio, como conciencia expresada de la Iglesia, sabe que
las palabras de Juan son realidad hoy en la vida de la Iglesia, son
formulación permanente, actual, del ser de la Iglesia. Por eso el
concilio proclama esas palabras ante la humanidad, invitando a todos
los hombres a participar en esa vida eterna, que es creer, esperar
y amar.
Así es la revelación: una iniciativa de Dios Padre, que envía a
su Hijo como revelador y revelación; la aparición histórica de una
persona que es palabra y es vida; para comunicar a todos los hom
bres esa vida de Dios; en una comunidad y en una tradición que
puedan alcanzar a todos los hombres.
176
CAPITULO I
NATURALEZA DE LA REVELACION
12
UNIDAD Y COMPOSICION
(DV. 2)
179
Dios es sujeto, y objeto y fin de al revelación, revelador y revelado.
Cristo es objeto de la revelación en cuanto realizador del «misterio
de la voluntad» divina y en cuanto plenitud; es además sujeto re
velador en cuanto «mediador»; es también el medio supremo de la
revelación. La salvación es tema u objeto y es también fin; la reve
lación habla de la salvación y la realiza. Esta superposición y esta
continuidad circular nos dicen que el texto conciliar no pretende enu
merar sucesiva y escolarmente los aspectos de la revelación; más
bien la hace girar, como misterio único, para que aparezcan sus
facetas; de tal modo que cada faceta, por trasparencia y delimitación
mutua, permita ver las restantes. Unidad más orgánica que lógica,
más coherente con el misterio.
He querido destacar los aspectos para despertar la atención del
que lee el texto conciliar, proponiendo al mismo tiempo una ter
minología útil para ¡as páginas siguientes. De todos los aspectos se
ñalados, son de extrema importancia el carácter personal, que ya
enunció, aunque con menos fuerza, el concilio Vaticano 1lm, en se
gundo lugar, la estructura trinitaria de la revelación12. Otro aspecto
importante y bastante nuevo en un documento de la Iglesia es el
describir los hechos como medio de revelación, o como parte inte
grante de la economía de la revelación. A este tema va dedicado
uno de los artículos temáticos del comentario.
El n. 3 de la constitución describe brevemente las etapas de la
revelación, ya que ésta se despliega en un tiempo articulado, que
ella misma configura. Siendo su objeto radicalmente el mismo, se
da, con todo, una diferenciación, el modo y medio de presentarse.
Primero, el medio es la naturaleza, que se ofrece como «testimonio
perenne» de Dios creador y conservador; este medio, aunque cro
nológicamente sería coextensivo con la historia de la humanidad,
en su función se puede considerar como precedente; la naturaleza
precede al hombre, pero lo exige como destinatario del testimonio.
Sgundo, surge el hombre, y la revelación despliega su contenido
y fin de salvación, que tras la caída aparece como redención y se
ofrece como promesa de un futuro; la salvación comienza a ser dra
mática, y así la revela Dios; comienza a diferirse en el tiempo,
creando la tensión del deseo y la esperanza. Tercero, una larga
etapa anónima que abarca a toda la humanidad, para excitar en
todos los hombres el deseo de la salvación y para realizar dicha
salvación por la respuesta de las obras humanas. El hombre per
cibe en su mismo desear y responde con su obrar; no se afirma
nada más sobre el contenido articulado ni sobre el medio de la
180
revelación en esta etapa, que abarca a los que se llamarán más
tarde gentiles o paganos.
La cuarta etapa presenta la revelación en forma de llamada di
rigida a un hombre en particular. Aunque el texto conciliar no lo
dice expresamente, por la referencia bíblica completamos que la re
velación es ahora elección y promesa, y que se forma como desti
natario y portador especial un pueblo. Tras la etapa patriarcal su
cede la cuarta etapa, inaugurada por Moisés bajo el signo de la
alianza: destinatario es un pueblo escogido, la revelación se realiza
por mediadores humanos, Moisés y los profetas, la palabra de Dios
se hace palabra profètica y alcanza una cumbre histórica: el conte
nido de la revelación divina se especifica y diferencia: Dios se ma
nifiesta con creciente intensidad único, y vivo y verdadero, se muestra
en la doble dimensión de Padre providente y juez justo; exi
giendo la respuesta humana del reconocimiento. Además va acla
rando el contenido de la promesa, que es una persona, un Salva
dor, y exige la respuesta humana de la esperanza. En esta etapa,
la revelación se diferencia y aclara en los contenidos, progresa en
claridad, y asume formas que no serán abolidas sino incorporadas.
Si la promesa constituye todo el tiempo intermedio en esperanza
y expectación, esto se aplica sobre todo a la etapa del pueblo de
Israel.
Ampliar estos temas sería escribir una teología del Antiguo
Testamento, como contenido, modo y desarrollo de la revelación. La
teología del futuro tendrá que prestar este servicio3.
El n. 4 trata de la etapa central, que es cualitativamente diversa,
porque en ella convergen todos los aspectos. A este tema va de
dicado uno de los principales artículos temáticos del presente co
mentario, de enfoque claramente bíblico.
El n. 5 habla de la respuesta del hombre a la revelación. El
acto entero de revelar se dirige hacia el hombre, exigiendo y ha
ciendo posible la respuesta humana. El hombre responde a la reve
lación con la fe, que es acto personal y, por ello, total. La respuesta
responde a la revelación en la misma esfera de salvación, a la que
es elevado el hombre por la acción del Espíritu, inicial y repetida.
Sobre el carácter personal de la fe presentamos a modo de comen
tario una síntesis de una obra que hoy se puede considerar clásica
y que influyó en la formulación conciliar.
Hay correspondencia entre el revelarse personal de Dios y la res
puesta personal del hombre. A la «verdad» del n. 2 corresponde la
respuesta del entendimiento en n. 5; a la atracción de n. 2 corres
3 Las cien últimas páginas del citado volumen, Mysterium salutis li,
estudian este problema. Quizá no sean muchas, proporcionalmente al volu
men, las setenta páginas dedicadas al AT; la división es más diferenciada:
patriarcas, alianza sinaitica, de Josué a David, David y la monarquía, des
tierro y comunidad postexílica.
181
ponde la respuesta de la voluntad en n. 5. En cuanto a la estruc
tura trinitaria, habría que comentar los textos bíblicos aducidos en
paréntesis: Rom 1,5 habla de la fe: p a ra que p o r su n o m b re to d o s
lo s g e n tile s a c e p te n la fe, y el contexto precedente menciona a Dios
( = Padre), al Hijo de Dios y al Espíritu santificador; Rom 16,26 es
el final de la epístola, y contiene una doxología en que se mencio
nan Dios ( = Padre) y Jesucristo, con otros aspectos de la revela
ción y la fe.
Con el n. 5 se cierra la estructura del capítulo. El n. 6 da la im
presión de ser añadido a una composición literaria ya realizada. Re
pite algunos puntos del n. 2, repite varias frases del Vaticano I. En
la situación presente del ateísmo, este párrafo quiere reafirmar la
cognoscibilidad de Dios.
Además nos presenta el aspecto de la revelación como doctrina,
tema al que está dedicado el último artículo del comentario al ca
pítulo primero.
182
CARACTER HISTORICO DE LA REVELACION
(DV. 3)
Distinciones
183
En este sentido se contrapone a una revelación por la natura
leza. Claro está que esa revelación de la naturaleza se va ofreciendo
y realizando en la historia de la humanidad; pero no con el carácter
lineal y único de la revelación histórica. Este tema ya se encuentra
en el tercer esquema, con fórmulas muy parecidas a las definitivas,
sobre todo cuando habla del «testimonio» de Dios en la naturaleza
y cita el texto clásico Rom 1,20. Del Antiguo Testamento se podría
citar el comienzo del salmo 19:
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
184
historia: la posesión de la tierra no es un dato obvio sino que es
un don histórico. Hubo un tiempo en que Israel no estaba allí, y
este límite temporal revela el sentido de la tierra, la hace revela
dora. La cosecha actualiza el don histórico, y la ofrenda de las pri-
micas es testimonio de reconocimiento paralelo a la profesión de f e 5.
Cuando decimos «hechos», por lo tanto, únicos e irrepetibles,
no queremos negar la verdad de su narración. Al haber sucedido y
ser reconocido como tal, se hace absoluto y definitivo, por siem
pre es suceso sucedido, y su enunciado participa en el carácter
absoluto de la verdad formal. En este sentido, el símbolo de fe
contiene «verdades». Por otra parte, la fe y su profesión no recaen
sobre la historicidad como cualidad abstraída del hecho «creo en
la historicidad de la salida de Egipto», sino sobre el hecho y su sen
tido globalmente. La frase de Bellarmino es inaceptable: n o n n a rra n -
tu r q u ia p e r tin e n t ad fid e m , s e d p e r tin e n t a d íid e m q u ia n a rra tu r;
esta frase, llevada a sus consecuencias, haría de la Escritura en
lo histórico lo que algunos pretendieron en las ciencias naturales,
a saber, suministrar informaciones científicas reveladas, neutras en
el orden de salvación.
La revelación manifiesta y explica la salvación, y es parte de ella;
y la salvación como unidad es primariamente un plan que se realiza
en el tiempo, su realización es historia salvadora. Por eso la reve
lación tiene por objeto, por artículos, hechos más bien que ideas
o teorías. Es verdad porque manifiesta y hace entender; es doctrina
porque enseña: su tema primario son los hechos con su sentido.
Cuando decimos «hechos» en este contexto, excluimos la ficción
en cuanto tal; no porque la ficción literaria o narrativa se resista
a ser cauce de revelación verbal, sino porque la ficción se refiere
a hechos sucedidos a través de estructuras intermedias diversas del
simple enunciado del hecho. Esto tampoco prejuzga el modo cómo
se narra el hecho sucedido: épica, poesía heroica, folklore, e tc .6.
c) En un tercer sentido, «histórico» puede decir que algunos
hechos prueban la realidad de la revelación: es el valor apologético
de ios hechos. Ya en el AT, el cumplimiento comprobaba la verdad
de la profecía y la legitimidad del profeta, Dt 18; y los evangelios
utilizan varias veces el argumento apologético: p a ra que v e á is q u e
185
e l H ijo d e l h o m b re tie n e a u to rid a d ... S e ñ a l de que ha lle g a d o el
r e in o d e D io s ... D io s n o e s c u c h a a lo s p e c a d o re s ...
Una atención apologética, integrada en la totalidad de la teolo
gía, es necesaria; un análisis apologético de profecías y milagros
puede descubrir un sentido parcial de los hechos. El peligro nace
cuando la actitud apologética se hace exclusiva, o se hace domi
nante dictando ley a la reflexión teológica. Si la función apologé
tica es decisiva y formal, lo mismo prueba la autoridad reveladora
de Cristo el dar vista a un ciego como el tirarse del alero del tem
plo en espectáculo circense.
Entre los sentidos de un hecho puede estar esa función de tes
timonio y argumento prestado a otro hecho o a una persona. Valor
de referencia y de servicio que de ningún modo empobrece la sig
nificación intrínseca del hecho. Por eso la función apologética de los
hechos debe estar integrada en una reflexión teológica total.
Esta d o ctrin a está claram ente form u la d a en la c o n s titu c ió n D e i
F iliu sdel c o n c ilio V aticano I (Denz. 3.009-3.034). A llí se habla de
«argum entos externos de la re v e la c ió n ..., es d ecir, hechos d ivin o s
que, por d e m o stra r la o m n ip o te n cia y el saber in fin ito de D ios, son
señales c e rtísim a s de la re ve la ció n d ivina, aptas para la in te lig e n c ia
de todos». La c o n s titu c ió n D e i V e rb u m no in s is te expresam ente en
esta verdad.
Resumen
186
arriba descrito. La última frase parece adición, como si algún miem
bro de la comisión hubiera pedido esta aclaración; el verbo em
pleado, «anunciar», no tiene fijeza terminológica, resulta vago y se
opone claramente al término «revelar», que se reserva para el acto
de hablar: lo c u tio q u e ... m y s te ria s a lu tis ... te s ta tu s e s t (ib., n. 17);
resulta que los misterios se revelan en las palabras y se anuncian
en los hechos. Más abajo (n. 19) se habla de «los misterios mos
trados en cada hecho de la historia de la salvación» (m y s te ria in
s in g u la rib u s fa c tis h is to ria e s a lu tis e x h ib ita ); quizás «mostrar» sea
más que «anunciar», pero queda la indecisión terminológica y se
confirma el deseo de evitar para los hechos el término «revelación».
«Aunque hay que reconocer que la revelación se nos ha dado
en la historia de la salvación humana, predicha o contada...»8. La
fórmula ¡n h is to ria nos podría llevar al primer sentido arriba ex
puesto; incluso la especificación «de la salvación humana» no ex
cluiría esa acepción, ya que la historia de salvación es parte de la
historia humana; pero los dos predicados «predicha y contada» nos
llevan claramente al terreno de la palabra; así lo indica también la
cita de San Agustín: Q u id a u te m a g a tu r c u m g e n e re h u m a n o , p e r
h is to ria m c o m m e n d a ri v o lu it [ D e u s ] e t p e r p ro p h e tia m (n. 4). Así re
caemos en la historia como objeto o tema de la revelación.
En cuanto al tercer sentido, «apologético», este esquema se ex
tiende generosamente. El n. 23 habla de las «señales externas de
la revelación», «múltiples señales de la revelación». El n. 24 des
taca «milagros y profecías»: si las profecías son palabras, los mi
lagros son hechos. El n. 25 destaca la «resurrección corporal de
Cristo», que ocupa el puesto principal entre estas señales y es una
refulgente señal histórica9. El n. 26 habla de la Iglesia como señal
de revelación. Y el n. 27 menciona las señales internas al alma,
pero insistiendo de nuevo en la importancia y función de las se
ñales externas. Puede decirse que el valor apologético de los he
chos es el que más estima y considera este esquema. Naturalmente,
estas señales externas, por ser hechos, pertenecen a la historia hu
mana: por su carácter público y su referencia social (n. 23), son
«señal histórica» (n. 25), están presentes en el mundo (n. 26).
Si preguntamos por el cuarto sentido, los hechos reveladores,
medios de revelación, la actitud de este esquema es negativa o de
extrema desconfianza. Vale la pena detenerse, porque representa una
tendencia frecuente en la teología preconciliar.
187
En primer lugar, ia insistencia en lo verbal, apenas moderada
por un adverbio: «Esta revelación de la Nueva Alianza se esparció
sobre todo por la predicación y fue recibida escuchando... Cristo,
durante su vida, manifestó de viva voz los misterios del reino de
los cielos... los apóstoles predicaron la doctrina de Cristo. El minis
terio de la palabra siempre se ha conservado en la Iglesia... los
obispos siempre transmitieron la doctrina por medio de la predica
ción. Los apóstoles recibieron de la boca de Cristo o por inspira
ción del Espíritu Santo y lo entregaron a la Iglesia... para que en
ella se transmitiera por la predicación eclesiástica»101 .
En segundo lugar, el planteamiento por oposición induce a extre
mar los términos: «Aunque hay que reconocer que la revelación se
nos ha dado en la historia de la salvación humana, predicha o con
tada, sin embargo, de ningún modo se puede aceptar que la reve
lación consista en los puros hechos, de modo que las palabras de
Cristo, Hijo de Dios, y de los otros mensajeros de Dios sean sim
ple complemento secundario» n.
Está claro el énfasis m e r is . .. s e c u n d a rle ta n tu m ; y la nota, re
conociendo el carácter histórico «del objeto de la revelación», toma
postura contra G. Tyrrel, muchos protestantes y algunos católicos:
p lu re s p ro te s ta n te s ... q u íd a m c a th o líc i. Planteada tan agudamente
la oposición, ¿no queda un tercio entre los extremos?, ¿no resulta
extremista la opción?
En tercer lugar, aplicada la oposición a Cristo, el valor revela
dor de su vida queda seriamente minimizado. «Cristo... enseña las
principales verdades de fe..., muestra en su vida el camino de la
salvación. Con todo, es cierto que en la doctrina de Cristo, pala
bra de Dios hecha carne, hay que poner la causa de que toda su
vida tenga el carácter de testimonio d ivin o ...»12.
188
En consecuencia, la muerte y resurrección de Cristo no revelan;
son objeto revelado y prueban la validez de la revelación; si bien,
por otra parte, el objeto de la revelación de Cristo son «las prin
cipales verdades de la fe». Lo mismo, un milagro de Cristo no es
revelador: es un hecho revelado si lo cuenta el Evangelio, y es
prueba de que hay revelación en las palabras de Cristo.
En cuarto y último lugar se propone una definición de la reve
lación que la identifica con la palabra. Si en sentido asertivo la
definición es válida, en sentido exclusivo habría que legitimarla;
de lo contrario, o prejuzga toda la cuestión o la reduce a una q uaes-
t io de n o m in e . Y si es cuestión de terminología, muchos preferirán
una terminología más fiel a los datos bíblicos. R e v e la tio e x te rn a e t
p u b lic a , qua o b ie c tu m fid e i c a th o lic a e d iv in itu s c o m m u n ic a tu m e s t
c u m E c c le s ia , e s t J o c u tio qua b e n ig n is s im u s D e u s, oJim in p ro p h e -
tis , n o v is s im e in F ilio (cf. Heb 1,1), s e m e tip s u m , m y s te ria s a lu tis
v e rita te s q u e co n n e x a s te s ta tu s e s t. Si dejamos el contenido y los
trasmisores, obtenemos: la revelación a la Iglesia es un hablar en
el que Dios da testimonio» (D e d e p o s ito ... n. 17). En las notas se
repite lo mismo: Q u o d r e v e la tio s it lo c u tio D e i c u i c o rre s p o n d e a t
fieles, c o n s ta t im p rim ís e x S a cra S c rip tu ra ... n o tio n e m re v e la tio n is
u t lo c u tio n is D e i a tte s ta n tis .
El documento quiere probar su definición con una serie de citas;
pero hay que decir que la mayoría de las citas aducidas repiten
que Dios ha hablado, no identifican plenamente la revelación con
este hablar de Dios (muchos ni siquiera emplean el término reve
lación). Pero, si por definición la revelación consiste formalmente
en palabra, los hechos no pueden revelar.
189
p ro p o s itio n ib u s c o n s ta n te m , muchos piden que se afirme el valor re
velador de los hechos: v o lu n t e x p re s s iu s s ig n ific a r i D e u m se re v e
la re e tia m p e r o p e ra p a tra ta ; otros piden que se afirme que Cristo
mismo es la revelación: in s p e c ie v o lu n t s ig n ific a re C h ris tu m ip s u m
e s s e r e v e la tio n e m 14. Otros padres protestaban contra la preocupa
ción demasiado apologética del esquema y pedían que se afirmase
positivamente el valor revelador de los signos y la persona de
Cristo 1S.
Así se llega al esquema tercero, que, salvo dos retoques, será
el texto definitivo. Las diversas relaciones nos informan sobre eí
sentido de la nueva formulación. Ante todo se quiere superar el
planteamiento dilemático, pasando a una visión orgánica; la des
cripción resultará más rica y más bíblica16.
El cambio introducido por el cuarto esquema resultará más sig
nificativo cuando examinemos la conexión positiva entre las pala
bras y obras en la economía de la revelación.
190
lógica sobre el AT ha entrado en el texto promulgado la idea;
de los hechos reveladores: primero en el esquema segundo, c. 3:
D e V e te re T e s ta m e n to , y desde allí invade todo el documento conci
liar. Me contentaré con una breve descripción, con ejemplos.
a ) En las intervenciones de Dios es corriente que las acciones
vayan unidas a las palabras, ambas con poder revelador. P. ej., para
realizar la salvación sacando a su pueblo de Egipto, Dios envía a
Moisés, ministro de la palabra y actor de las plagas; Dios envía las
plagas «para manifestar», para hacer ver al faraón, y éste pronun
cia su reconocimiento por la experiencia de las plagas.
b ) El concepto de milagro como signo, ’ót: el signo es verda
dera manifestación de Dios en el signo, y no se le atribuye valor
indirecto, de mera confirmación. Sobre el aspecto de «milagro», de
«maravilla» (nipla*) predomina el carácter de signo, de símbolo. De
modo semejante, los milagros de Cristo, en su contenido real, hacen
presente la acción salvadora de Dios, que realmente da luz a los.
ciegos, salud a los enfermos, vida a los muertos; la salvación se
revela en su símbolo, para el que tenga ojos para ver.
c ) Como a la palabra corresponde el oír, y escuchar y obede
cer (sm'), así a las acciones corresponde el ver (r’h). Dios hace ver
al pueblo (hifil), se deja ver al menos en su gloria (nifal), el pueblo
es testigo ocular (qal). Por haber visto las obras de Dios, el pue
blo está comprometido a creer, a confiar, a esperar. La generación
que no ha asistido al suceso histórico, que no ha visto las obras
de Dios, puede actualizarlas en la memoria cúltica; a ellos se les
repite la fórmula v o s o tro s h a b é is v is to , v u e s tro s o jo s han v is to (véa
se p. ej., Dt 11,7; 29,1.2). Una fórmula sintética: h o y h e m o s v is to
s u g lo ria y h e m o s o íd o su vo z (Dt 5,24).
19 T
3 se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel;
los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
192
¿Hechos o palabras? ¿Hecho o hechos?
193
13
5. a El acontecimiento de Cristo revela la divinidad del Dios de
Israel, no en cuanto suceso aislado, sino en cuanto miembro de la
historia de Dios con Israel.
6. a Al formarse en las comunidades étnico-cristianas las ideas
de la revelación ajenas a las judías, se expresa la universalidad de
la manifestación de Dios en el destino de Cristo.
7. a La palabra se refiere a la revelación como predicción, como
precepto y como narración. La predicción se convierte en manifes
tación de Dios al cumplirse; el precepto sigue a una manifestación
o prueba indirectamente, por el hecho de que Dios establece el de
recho; la narración, o kerigma, es revelación indirecta, en cuanto
que refiere el acontecimiento escatológico.
Las tesis de Pannenberg chocan con la doctrina protestante, que
da primacía a la palabra; por ello han provocado fuertes reacciones
en contra 18.
La Escritura presenta una estructura compuesta de la revelación:
palabras y hechos en conexión íntima. Esta realidad ha podido en
gendrar explicaciones unilaterales según se exagere un elemento y
se sacrifique el otro: la teología de manuales excluía los hechos;
Pannenberg quiere excluir las palabras. La constitución intenta una
visión completa y orgánica.
Palabras y hechos
194
da abierta la posibilidad reveladora de determinados hechos indi
viduales.
Entre dichos textos son importantes los que se refieren a Cristo.
Veíamos en el esquema D e d e p o s ito p u ré c u s to d ie n d o a Cristo en
señando «las principales verdades de la fe» y mostrando «el ca
mino de la salvación» (n. 20); en el esquema D e d u p lic i fo n te leía
mos que «Cristo manifestó oralmente a los israelitas los misterios
del reino de los cielos». Esta visión de Cristo revelador tan estre
cha y tan poco bíblica tuvo que dar paso, ya en el esquema tercero,
a una exposición rica, aunque sintética; del esquema tercero al
texto promulgado suceden algunos cambios que perfeccionan la enu
meración y su orden 19. Lo importante aquí es notar que Cristo, como
centro y culmen de la revelación, es también modelo de la índole
de la revelación. Como Cristo revela al Padre con sus obras y pa
labras, en la unidad íntima de su persona, así la revelación sucede
en obras y palabras intrínsecamente unidas, y con carácter personal.
Relación orgánica
Las obras que Dios realiza en la Las obras que Dios realiza en la
historia de la salvación manifiestan historia de la salvación manifiestan
y confirman la doctrina y la realidad y confirman la doctrina y las realida
que las palabras significan; a su vez, des que las palabras significan; a su
las palabras proclaman las obras y vez, las palabras proclaman las obras
explican su misterio. y explican su m ite rio 20.
195
en la expresión «realidad del sacramento», para significar la reali
dad profunda que las palabras significan y los hechos expresan...
Por ser tradicional la analogía entre las obras de la Escritura y los
sacramentos cristianos, la comisión conserva el término. Pero juzga
que estará más clara su intención escribiendo «la doctrina y las rea
lidades» 21.
En los modos propuestos al cuarto esquema encontramos algu
nas aclaraciones. Algunos padres proponen otra fórmula: «el senti
do de las obras que Dios realiza en la historia de la salvación se
nos manifiesta en las palabras de! mismo Dios»; la comisión no
acepta esa fórmula, que rebaja el valor de los hechos, y añade por
su cuenta que «obras, en el texto, indica no sólo los milagros, sino
todas las obras salvadoras». Otros padres proponen la fórmula: «las
obras... manifiestan el misterio del plan divino», m y s te riu m b e n e -
p la c it i d iv in i m a n ife s te n t; la comisión no admite la enmienda, por
que «intenta precisamente exponer la relación intrínseca entre doc
trina y realidades; ‘ realidades’ incluye aquí el plan de Dios y los
hechos salvadores».
Comentando el texto promulgado: Las obras de la historia sal-
vífica encierran un misterio, que es el plan salvífico y su realización:
ésta es su realidad profunda y su sentido; la realidad profunda se
realiza, y por ello se manifiesta en la obra histórica. Así resulta
que el hecho empírico tiene una capacidad significativa que se
actualiza para los que saben ver. El hecho con su sentido, es decir,
con la realidad profunda que realiza y manifiesta, puede convertirse
en enseñanza formal; de algún modo, ya es enseñanza en su mani
festación de sentido, pero no formal. Por eso podemos decir que
manifiesta una doctrina, es decir, enseña algo; y confirma una doc
trina formal, porque es su objeto auténtico, real y no ficticio, por
que no deja a la doctrina en pura especulación o teoría. La ense
ñanza sobre el plan salvífico de Dios y su realización se apoya ne
cesariamente en el hecho.
Por su parte, las palabras toman el hecho con su sentido, ha
cen explícito y formal ese sentido al articularlo y pronunciarlo. Ya
en la forma de pura proclamación, pues se trata de una proclama
ción de la fe, que sólo es tal porque ha captado el sentido pro
fundo de los hechos, y responde a él con la entrega gozosa expresa
da, con «el sacrificio de la alabanza». No contenta con proclamar
lo que ha captado, la fe quiere penetrar en el misterio y explicarlo:
10G
esto lo hace con nuevas palabras que articulan y explicitan el mis*
terio inagotable de la salvación realizada.
El sentido de los hechos llega a madurar en la palabra; la so*
lidez y densidad de la palabra procede del hecho. Por su sentido
manifestado, el hecho se parece a la palabra; porque acaece con
el hecho, la palabra es también hecho. Esta doble semejanza y apro
ximación llega a su conjunción en Cristo, revelador y revelación,
P a la b ra h e ch a carne.
Cabe desarrollar más la breve explicación conciliar.
El hecho humano
197
tegoría o a diferenciarlo por la conjunción peculiar de varias cate
gorías. Fácilmente, lo irreducible es para él excepción, anomalía,
anormalidad.
Un lugar privilegiado ocupa el observador literario, el novelista
y el dramaturgo. Ellos poseen la máxima penetración para observar
la vida humana, para captar y penetrar el sentido de las acciones
humanas; y después para reconstruir dicho sentido en la obra lite
raria. Aunque algunos novelistas afectan la negación de esta acti
vidad, es decir, pretenden ofrecer al lector hechos en bruto, sin
interpertarlos ni liberar su sentido, dejandoesta tarea al lector (si
se empeña); con todo, no es éste el modo ordinario de la novela,
sino un caso límite.
Junto al grupo precedente podemos colocar al historiador (me
refiero ai historiador que se eleva por encima de su fichero de
datos). El verdadero historiador quiere comprender y proponer el
sentido de los hechos. El tiene una doble ventaja: ai ensanchar su
horizonte, puede descubrir estructuras estables y contar con inter
pretaciones previas; además, por la distancia temporal, puede con
templar el desenlace de los hechos, que también es manifestación
de sentido (y no sólo las causas, que indagaba la historia genética).
Esas últimas ventajas nos permiten recordar cómo, por parte del
hecho o de la acción, puede atenuarse la ambigüedad por la repe
tición de acciones semejantes o por la conclusión de un proceso
comenzado. El primer caso nos permite conocer el carácter de una
persona, y, desde él, comprender, valorar, no dar importancia, per
donar una acción particular: «son sus cosas, esta maldita ira, siem
pre lo mismo...».
En esa ambigüedad del hecho se conjugan dos propiedades: una
de ellas es la d e n s id a d , que podríamos llamar también espesor o
complejidad del acto. La superficie que se muestra revela y es
conde un gran volumen interior; la interioridad del hombre es pluri-
dimensional. De donde se sigue que el hecho, aunque esté bastante
clara su dirección primaria, pueda ofrecer estratos de sentido que
poco a poco penetramos. No habíamos apreciado al primer encuen
tro la intensidad del amor o del odio. Desde el primer momento
aquello se manifestó como amor auténtico, pero ¿quién pudo cal
cular su potencia? Esto es lo que nos fascina y sobrecoge en el
ahondar incansable de Dostoyevsky dentro de sus personajes.
La otra propiedad es la u n ic id a d : un hecho humano nunca es to
talmente reductible a un tipo, una serie, una categoría; ni se puede
repartir en la suma de muchos aspectos típicos. Todos nuestros co
nocimientos nos ayudan al enfrentarnos con el nuevo hecho, hasta
que a un cierto punto nos abandonan y nos dejan a solas con lo
único: ¿es indescifrable eso único? Dios va a sacar a su pueblo
de Babilonia: esta salida se parece a la primera salida de Egipto;
con todo, el profeta dice a sus paisanos en nombre de Dios:
198
Is 43,18: No recordéis lo de antaño,
no penséis en lo antiguo;
19 mirad que realizo algo nuevo,
ya está brotando, ¿no lo notáis?
199
La palabra con el hecho
200
gicas, religiosas? La repetición de casos semejantes en la historia
antigua puede revelar una tendencia nomádica, un desarraigo urba
no de un determinado pueblo o raza, y esto es significativo. Pero
nuestro caso es particular: la palabra litúrgica, que nombra el pro
tagonista trascendente del hecho, declara el sentido auténtico del
hecho; se trata de salvación manifestada. Esto lo percibe la fe; por
eso algunos rebeldes pueden acusar a Dios de haberlos sacado de
Egipto para hacerlos morir a manos de los cananeos (núm. 13). Por
temor, estos israelitas se han cerrado a la llamada del hecho y han
intentado desacreditarlo; en su esfuerzo por ofrecer una interpreta
ción divergente, reconocen que el hecho tiene sentido y que per
tenece al orden de salvación y perdición. Su resistencia no es neu
tral, porque el hecho no lo es; y a través de esa resistencia es
cuchan otros la auténtica exigencia del hecho.
La proclamación litúrgica tiene otra cualidad, y es su posibilidad
de ser repetida por sucesivas generaciones, actualizando eficazmen
te su sentido.
En el capítulo de la proclamación puede entrar la p ro fe s ió n d e
fe en símbolos articulados. En ellos, un grupo de hechos recons
truye una unidad significativa que explica orgánicamente el sentido
de cada uno. P. ej., el credo de Dt 26 tiene un claro movimiento
hacia la tierra prometida y un desarrollo alternante de desamparo
y liberación. El símbolo expresa la unidad ontològica de lo que era
un hecho en desarrollo y que pudo parecer a sus protagonistas una
serie de hechos incomprensibles o extraños.
e) El israelita y el cristiano no se contentan con proclamar sino
que n a rra n . Es significativo el género narrativo (no mítico) de la
Escritura. ¿Es casual?, ¿es puro procedimiento literario «para ilus
trar verdades»? Todavía hay quien piensa así, o al menos se ex
presa en estos términos inaceptables. Es que, si la salvación es
hecho, la forma connatural de interpretarla verbalmente es la narra
ción. Porque contar es una forma humana elemental de interpretar
hechos humanos. Lo que nos parece un contar «objetivo» es en reali
dad un colosal trabajo de selección de datos importantes, «signi
ficativos» (¿significativos para quien?), es un trabar y encadenar in
cidentes, es asignar peso e importancia a los diversos momentos
o personajes, es nombrar protagonista y antagonista y repartir pa
peles secundarios, es tomar una actitud de interés, o pasión, o dis
tancia (tan actitud del sujeto es la distancia como el interés; aun
que el positivismo creyó ingenuamente que la distancia, o la neu
tralidad, no son actitudes de un sujeto).
Una salvación que se realiza en hechos pide una palabra narra
tiva para ser interpretada. Por eso tenemos tantos libros narrativos
en el AT, y tenemos los evangelios y los Hechos de los Apóstoles.
La narración puede alcanzar diversos grados de interpretación: pue
de aplicar esquemas repetidos, puede intercalar discursos reflexivos,
puede poner explicaciones en boca de sus personajes. Tiene una
serie de procedimientos narrativos que no son simple didáctica doc
trinal. Esto interesa menos aquí, y pertenece más bien al capítulo
sobre los géneros y modos literarios (c. 3, n. 12).
La narración no sólo interpreta, sino que también representa,
presenta. La buena narración, la que llamamos «poética» en sentido
amplio, hace vivos y presentes los sucesos. Con ello salva la dis
tancia temporal, crea una contemporaneidad ideal, ofrece los hechos
a la ulterior consideración. Aquí empalma la actividad de volver a
contar, ampliando, analizando, explicando más, superponiendo nue
vos estratos de interpretación.
f) La e x p lic a c ió n se desprende de la simple narración y camina
hacia la didáctica, puede convertirse en una «doctrina» sobre los
hechos. Puede enfentrarse directamente con el hecho o bien con
su mediador, que es la narración. ¿Qué significan estas piedras?
(Jos 4), ¿por qué no conquistamos en seguida toda al tierra? (Jue
3), ¿por qué fuimos al destierro? (2 Re 17,24). Ben Sira es un es
critor tardío que lanza semejantes preguntas a textos bíblicos, ya
recibidos como Escritura sagrada, bien sea que recuente las glorias
de los antepasados (c. 43ss), bien sea que indague sobre el origen
del pecado (c. 15). Y San Pablo quiere comprender y explicar el
hecho misterioso de Cristo.
Se trata de una actividad que podemos llamar teológica, pues es
fe que interroga para comprender. Puesta en marcha, tiende a con
tinuar sin descanso, afirmando con su actitud el sentido inagotable
de los hechos.
g ) He propuesto una enumeración esquemática de tres palabras
que interpretan el hecho antes y otras tres que lo interpretan des
pués. Un caso particular son las a c c io n e s s im b ó lic a s de los profe
tas. Son predicción, y por ello pertenecen al grupo primero; pero
se realizan en varios tiempos. El Señor manda a Jeremías tomar
un cacharro de loza, reunir a varios ancianos, ir con ellos a la puer
ta de los Cascotes y romper allí el jarro: primer tiempo, palabra.
Jeremías lo ejecuta, hasta romper solemnemente el jarro: segundo
tiempo, cumplimiento; la palabra de mandato se ha convertido en
hecho de ejecución, y el hecho declara un significado formal, «obe
diencia»; ¿cuál es el significado material? Jeremías pronuncia una
palabra profètica, en nombre de Dios: A s í ro m p e ré y o a e s te p u e
b lo y a e s ta c iu d a d : tercer tiempo, palabra que explica el hecho
precedente como símbolo real. Sobreviene el destierro, cumpliendo
y desentrañando el alcance del símbolo profètico, a la vez que re
cibe de él una explicación fundamental: cuarto tiempo, final en la
economía. Todo el arco de sucesos nos lo cuenta un escritor: quinto
tiempo, posterior a los sucesos, destinado a las futuras generacio
nes. Podemos englobar toda la actividad posterior en un sexto tiem
202
po, que se ejercita en interrogar de nuevo los sucesos y las pre
vias interpretaciones, siempre en busca de más sentido: actividad
teológica.
Consecuencia teológica
203
Esta actividad que encontramos en el AT a lo largo de los siglos,
y en el NT comprimida en una generación, ¿se cierra con valor cons
titutivo? ¿O se abre con valor ejemplar? ¿Puede el teólogo tomar
un hecho del Evangelio y buscar en él más sentido de lo que el
autor había explicitado? ¿Puede tomar el sentido expuesto por el
autor también como luz para descubrir más? La contemplación cris
tiana hace esto con toda naturalidad, y así progresa la tradición
(como veremos en el c. 21); porque el hecho tiene algo nuevo que
decir a este cristiano particular, en este siglo nuevo, en sus cir
cunstancias personales. Pues la actividad teológica no tiene que ser
totalmente distinta, si bien se distinga en métolo y en rigor.
Sobre la teología volveré comentando el capítulo cuarto. Por ahora
quiero mencionar una obra teológica de gran amplitud que ha to
mado decididamente esta dirección. Se titula M y s te riu m s a lu tis . C o m
p e n d io de d o g m á tic a s e g ú n la h is to r ia de s a lv a c ió n . El primer volu
men ofrece los fundamentos de dicha dogmática: una reflexión filo
sófica y teológica sobre el concepto de «historia de salvación»; am
plios artículos sobre la revelación, su permanencia por la Escritura
y la Tradición, su actualización en la Iglesia; respuesta del hombre:
fe y teología. El primer volumen del «compendio» ocupa más de mil
páginas de apretada lectura, y es en este momento el mejor co
mentario a la constitución D e i V e rb u m sin pretenderlo. El segundo
volumen se titula La h is to r ia d e s a lv a c ió n a n te s d e C r is t o 22.
Consecuencia pastoral
La constitución nos enseña que los hechos son, con las palabras,
reveladores; y nos resume las etapas históricas de ese proceso
revelador. Nosotros preguntamos: ¿qué sucede después de Cristo?
¿Se hace la historia opaca e incapaz de revelar? La constitución nos
dice que «la economía cristiana, por ser la alianza nueva y defi
nitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública
antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor».
Pero esto de ninguna manera excluye que la historia siga siendo
reveladora.
Ante toda la Ig le s ia . Podemos considerar la Iglesia como reali
zación del misterio de Cristo en forma de historia. La Iglesia no
añade nada a Cristo, sino que lo recibe de él; pero, recibiendo a
través de los siglos, la Iglesia realiza el don de la salvación. Por
eso la Iglesia, en su vida histórica, es y debe ser una continuada
revelación de Cristo, sin añadir nada a su plenitud. Sencillamente
despliega la interna dimensión de Cristo. La historia de la Iglesia
204
se desarrolla ligada constantemente al hecho central y definitivo de
Cristo, y, además, está ligada a una palabra precedente, anuncio y
mandato, que ayuda a interpretarla. Los Hechos de los Apóstoles
son la primera eclesioíogía, no en estilo doctrinal y sistemático,
sino en forma narrativa; son palabra posterior a los hechos de una
generación, y al mismo tiempo anterior a todos los hechos suce
sivos. El cristiano tiene que mirar la historia de su iglesia, también
la contemporánea, para ir comprendiendo a la Iglesia y a Cristo
en ella.
Además, el cristiano va realizando su vida dentro de la Iglesia.
También él está unido vitalmente a Cristo y vive a la luz de la
palabra del Espíritu. Por eso su propia vida tiene que ser revela
dora para él y para otros. El salmista dice: F ie le s d e D io s , v e n id a
e s c u c h a r, o s c o n ta ré lo q u e ha h e c h o c o n m ig o (Sal 66,16); a la luz
de la experiencia histórica y de la palabra que la acompaña, es capaz
de comprender el sentido de un suceso personal. Dios se revela
al hombre en su propia vida: entrando en ella, configurándola, dán
dole sentido. Y hay cosas de la revelación, bien formuladas y expli
cadas, que no acabamos de comprender hasta que se hacen un
pedazo de nuestra vida. Entonces vemos que no son pura doctrina,
meras palabras, sino palabras poderosas y salvadoras.
Por eso el cristiano debe entrenarse para convertirse en obser
vador penetrante y certero; debe colocar los sucesos de su vida a
la luz de la palabra inspirada, en actitud inquisitiva de fe. Pero debe
también abrirse a la llamada y exigencia de esa paiabra, para que
por él no se quede en mera palabra.
Va Pedro de noche, detrás del desconocido, y « te n ía la im p re s ió n
d e e s ta r soñ a n d o » ¿qué le sucede?, ¿qué significa eso? Sigue ade
lante. A tra v e s a ro n la p rim e ra y la s e g u n d a g u a rd ia , lle g a ro n a l p o rtó n
d e h ie r r o que d a b a a la c a lle , y é s te se a b rió so lo . S a lie ro n , y, en
c u a n to r e c o r rie r o n una c a lle , e l á n g e l lo d e jó . E n to n c e s P ed ro «cayó
e n la c u e n ta » y d ijo : « A h o ra ve o c la ro » q u e e l S e ñ o r ha m a n d a d o
u n á n g e l y m e ha lib ra d o (Hch 12).
205
CRISTO, MEDIADOR Y PLENITUD
DE LA REVELACION
(DV. 4)
INTRODUCCION
207
Jación». A primera vista parece que la fórmula aquí usada nada
añade a la anterior: C h ris tu s D o m in a s in q uo s u m m i D e i to ta re -
v e la tio c o n s u m m a tu r (n. 7). Acerca de esta frase, la detallada r e la tio
afirma explícitamente: P e r v e rb a « to ta re v e ía tio » in d ic a tu r m u n u s a
D o m in o A p o s to iis c o n c re d itu m ad o m n ia re v e la ta e x te n d í s iv e N o v i
s iv e V e te ris T e sta m e n t í 4.
En la versión final del mismo párrafo, donde se dice que Dios
se refleja como en un espejo en la Tradición y en la Escritura, las
palabras u triu s q u e T e s ta m e n ti fueron colocadas antes de S c rip tu ra
para remover toda posible sospecha de que S c rip tu ra , en este lugar,
se refería al solo Nuevo Testamento5. Así, la versión final dice: H a e c
¡g itu r S acra T ra d itio e t S a cra u triu s q u e T e s ta m e n ti S c rip tu ra v e iu ti
s p e c u iu m s u n t in q u o E c c le s ia in te r r is p e re g rin a n s c o n te m p ia tu r
D e u m ... (n. 7).
La relación de interdependencia existente entre los dos Testa
mentos está, por supuesto, explícita en el decreto: D e u s ... ita sa-
p ie n te r d is p o s u it, u t N o v u m in V e te re la te re t, e t in N o v o V e tu s pa-
te re t. N a m ... í ib r i V e te ris T e s ta m e n ti in te g r i in p re c o n io e v a n g é lic o
a s s u m p ti, in N o v o T e s ta m e n to s ig n ific a tio n e m su a m c o m p íe ta m ac-
q u iru n t e t o s te n d u n t, iliu d q u e v ic is s im iilu m in a n t e t e x p fic a n t (n. 16).
Este texto nos da una larga explicación de cómo debemos tomar la
frase citada arriba: C h ris tu s D o m in a s in q u o s u m m i D e o to ta re v e -
la t ió c o n s u m m a tu r (n. 7).
Un comentario adecuado sobre nuestro tema requeriría nada me
nos que una teología desarrollada de toda la Biblia. Con tal que
tengamos presente la importancia central del Antiguo Testamento en
la exposición, podemos comenzar provechosamente por una breve
discusión de las nociones correlativas de la revelación y fe (I),
seguir con una ojeada al significado de m e d ia to r — «reveíatio re-
velans» (II)— y con un examen, necesariamente rápido, de algunos
importantes temas neotestamentarios (III). Estos nos llevarán a una
corta consideración del lugar del Antiguo Testamento en el Nuevo
(IV), para concluir con una reflexión sobre el evangelio de San Juan,
que nos da la teología de la revelación más plena y desarrollada
que encontramos en la Biblia (V).
I. REVELACION Y FE
4 Doc. p. 54.
5 Doc. p. 114.
6 Der Begriff der Offenbarung im Neuen Testament (Tübingen 1929).
208
sado de crecer, ía claridad con que Bultmann propone sus ideas
hace de él un buen punto de partida, en especial porque el concilio,
al identificar revelación con el Cristo total, ha hecho imposible
para el cristiano mantener una visión exclusivamente intelectualista
de esa respuesta a la revelación, que es la fe: «(1) Revelación es
la c o m u n ic a c ió n d e c o n o c im ie n to m e d ia n te la p a la b ra , es decir, es
información a través de la cual nos familiarizamos con algo que
anteriormente nos era extraño, de forma que en adelante nos es
conocido. En este sentido, !a instrucción, por ejemplo, puede ser
medio de la revelación, y nosotros decimos que un libro de lectura
o una conversación fue para nosotros ‘una revelación’, que ‘ha abier
to nuestros ojos', etc. (2). Revelación es un a c o n te c im ie n to q u e m e
p o n e en una n u e v a s itu a c ió n c o m o p e rs o n a (como ‘ego’), en el cual,
ciertamente, se da la posibilidad de conocimiento (a saber, acerca
de mí en mi nueva situación), pero sin considerar si este conoci
miento se hace explícito o no. En un crimen, por ejemplo, se me
revela el abismo de la naturaleza humana; y en la muerte de un
amigo se me revela algo de lo que significa morir. A través de una
experiencia, mis ‘ojos’ se abren acerca de mi propio ser — digamos,
mi debilidad o falta de escrúpulos— . Una persona se ‘revela’ a otra
en un acto de amistad o amor, y también en un acto de odio o
ruindad. Y, en realidad, si en tales casos la revelación se efectúa
por una palabra, esta palabra tiene el carácter de un acontecimiento,
y no es meramente una comunicación, mediadora e informadora,
sobre un estado de cosas. La palabra reveladora es, más bien, en
ella misma, el estado de cosas, o al menos pertenece indisoluble
mente a é l» 7.
Para Bultmann, estos dos conceptos de revelación son mutua
mente exclusivos: «Si la revelación nos hace llegar a nuestra auten
ticidad, entonces tiene que valer una sola de las dos posibilidades;
y uno de los dos sentidos tiene que ser falso, equivocado»8. Ex
puesta así, escuetamente, su opinión, es evidentemente arbitraria,
porque no hay razón alguna para que la revelación no incluya am
bos aspectos, y ésta es precisamente la doctrina católica. Así po
dríamos distinguir no dos, sino tres puntos de vista diferentes,
aun cuando nos limitemos a la problemática de Bultmann. Ya que
la revelación tiene la fe como su directa correlativa — siendo la fe
la respuesta del hombre a la revelación que Dios hace de sí mis
mo— estos tres puntos de vista pueden exponerse en términos de
teorías dirigentes sobre la fe:
1) Fe es el asentimiento a una serie de proposiciones acerca
de Dios y su naturaleza, y su nueva relación con el hombre esta
blecida por medio de la encarnación.
7 O.c., p. 68.
8 O.c., p. 70.
209
14
2) Fe es la libre respuesta deí individuo al desafío de Dios»
que se revela en Cristo y exige decisión de creer.
3) Fe es la pronta aceptación, inspirada por el Espíritu Santo»
de la paternidad de Dios, tal como nos ha sido revelada en Jesu
cristo, Hijo suyo y hermano nuestro,
En último término, la tercera de estas descripciones (ninguna
es una definición precisa) incluye los elementos positivos de las
otras dos. Difiere de ellas en que recalca no tanto la naturaleza de
la fe (¿es ésta, primordialmente, un asentimiento del entendimien
to o de la voluntad?) cuando su objeto, y es el objeto de la fe lo
que nos permite sacar conclusiones acerca de su naturaleza. Esto
significa que la naturaleza de la respuesta, que es la fe, está de
terminada por el hecho de que lo revelado es el amor paterno de
Dios y nuestra nueva relación hacia El como hijos para quienes los
actos salvíficos de Cristo han obtenido el perdón. Un asentimiento
meramente nocional a tal revelación no es asentimiento.
Pero el texto conciliar es aún más llamativo. Aquí se identifica
la revelación con Cristo, y, por consiguiente, la respuesta a la re
velación es, por definición, de tipo interpersonal. Indudablemente, la
fórmula conciliar no añade nada a San Juan, pero desde el punto
de vista dogmático representa un abrir camino. Vale la pena obser
var que pasó algún tiempo antes de que las consecuencia de esta
fórmula penetraran en la sección sobre la fe (n. 5). En el tercer
esquema, la imagen de la fe era todavía predominantemente inte-
Iectualista, y contrastaba intensamente con el nuevo concepto de
revelación. Pero dicha incoherencia era intolerable, y así se sentía:
P ia re s p o s tu la n t u t p ra e b e a tu r «d e s c rip tio fid e i» m a g is b íb lic a e t
p e rs o n a lis tic a q u a e m e liu s c o rre s p o n d a t d e s c r ip tio n l d a ta e de re v e -
la tío n e ¡psa. U t h u ic d e s id e rio s a tis fia t, in s e rta e s t s e n te n tia : «q u a
h o m o se to tu m lib e r e D e o c o m m ittit» 9.
Por otra parte, fallaron las tentativas de eliminar las palabras
y una versión adap
s e u v o lu n ta rio s v e r ita t i ab eo re v e la ta e a se n su s,
tada de esta fórmula llegó hasta la redacción final. Es interesante
la razón dada por la Comisión para rechazar la enmienda propuesta:
N a m h a e c v e rb a e x p rim u n t, fid e m e s s e n tia lite r c o m p re h e n d e re a sse n -
s u m d o c trin a e d a tu m , e t ab a lte ra p a rte h u n c a s s e n s u m e s s e n tia lite r
e sse d e d itio n e m p e rs o n a le m 10. La dicotomía bultmaniana es inadmi
sible. El asentimiento personal no excluye la aceptación de un co r-
p u s d o c trin a e .
Sin embargo, negar en la fe todo contenido racional, es estar
totalmente de acuerdo con Bultmann, y su posición en este punto
es, a mi modo de ver, el protestantismo más puro e inaceptable
para un católico. Concediéndole la necesidad de dar un puesto de
honor al asentimiento voluntario a Cristo como persona, debemos
9 Doc. p. 109ss.
10 Doc. p. 110.
210
protestar contra la exclusión hecha por él de todo lo clasificado
como dogma. Si la Palabra de Dios está encarnada ante todo en la
persona viva de Cristo, también está encarnada en su enseñanza,
tal como ha sido registrada en la Escritura y ha sido transmitida
en la Iglesia. No hay inconsistencia en estas dos formas de «encar
nación»: Al contrario, la respuesta existencia! del hombre (que en
una fe viva es siempre primordial) está condicionada y afectada
radicalmente por ¡o q u e él cree acerca de Cristo y su enseñanza.
Porque la vida espiritual del cristiano depende particularmente de
los dogmas centrales de la Trinidad y la Encarnación. Los Padres,
especialmente en los períodos claves de los siglos IV y V, vieron
las herejías, en primer lugar, como ataques a la v id a cristiana: al
romper la imagen cristiana de la relación familiar con el Padre y
el Hijo, destruían toda posibilidad de vivir esa relación aquí en la
tierra. Los dogmas, al proteger el organismo contra un ser extraño
que lo pudiera destruir, se desarrollan gradualmente hasta llegar a
ser una perla, que no es una simple excrecencia, sin importancia.
Sin duda alguna que esa perla no puede ser extraída del organismo
en el cual creció sin perder su lustre, y es aquí donde el cristia
nismo existencia! de Bultmann proporciona un «correctivo» valioso a
esa especulación vacía que a veces pasa por ser teología. No obs
tante, el Cristo predicado por la Iglesia es mucho más que un
desafío existencial.
Cuánto más es precisamente lo que intentamos delinear. El pro
blema no es fácil, pues una vez que admitimos que Cristo mismo
es el objeto de la revelación, p le n itu d o r e v e la tio n is , las verdades
«reveladas» no son simplemente c u a lq u ie r clase de verdades: deben
estar tan directamente vinculadas con la persona de Cristo, que se
pueda ver que son, en cierto sentido, la expresión de su ser. Esto
es cierto tanto de las definiciones dogmáticas como de las verda
des inmediatamente discernibles en la Biblia; ahora bien, ya que
aquí nos ocupamos solamente de la Biblia, dejamos el problema
dogmático para la teología dogmática.
11 1 Tim 2,5 no fue incluido entre los pasajes que el texto conciliar
nos indica, posiblemente porque parecía tener sólo una importancia indi
recta. Sin embargo, apreciado en su contexto, el versículo es muy suges-
211
La epístola a los Hebreos subraya el papel de Cristo como reve
lador (como también la importancia de la fe en la vida cristiana):
M u c h a s v e c e s y en m u c h a s m a n e ra s h a b ló D io s en o tr o tie m p o a
n u e s tro s p a d re s p o r m in is te r io d e io s p ro fe ta s ; ú ltim a m e n te , en e s
to s días, n o s h a b ló p o r s u H ijo (Heb 1,1-2). Cristo, como los profe
tas, pero en forma enteramente nueva, es mediador entre Dios y
los hombres: en E l pronuncia el Padre su última y definitiva palabra.
(La sustancia de esa palabra, expresada en la segunda mitad de
la frase, es la encarnación y la ascensión; la epístola a los Hebreos
muestra que ése es nuestro camino de acceso a Dios).
La función reveladora de Cristo es tan evidente en Sos evangelios,
que no requiere comentario. Muchas de sus parábolas (v.gr., la del
sembrador y la de la viña) se refieren a esa función, que, como ve
remos, penetra todo el evangelio de San Juan. Pero vale la pena
insistir en la exclusividad de la pretensión de Cristo: N a d ie c o n o c e
a l P adre s in o e l H ijo y a q u e l a q u ie n e l H ijo q u is ie re re v e lá rs e lo (M t
11,27). Para San Juan, todos los otros profetas son «ladrones y sal
teadores»: T odos c u a n to s han v e n id o e ra n la d ro n e s y s a lte a d o re s (Jn
10,8), y, aunque es improbable que los profetas clásicos de Israel
deban ser incluidos entre esos ladrones y salteadores (el tiempo
presente parece indicar pretensiones contemporáneas), con todo,
Jesús no trata de mitigar la exclusividad de su expresión. En rea
lidad, ¿qué puede ser más claro que: Yo s o y e l ca m in o , Ja v e rd a d
y la vid a ? Podremos interpretar esa frase como queremos, pero
siempre será la expresión de la prerrogativa de ser el único ca
mino hacia el Padre, el único mediador entre Dios y el hombre.
III. EL N U E V O T E S T A M E N T O
1) La teología de Lucas
tivo: Esto es bueno y grato ante Dios nuestro Salvador, el cual quiere que
todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad. Por
que uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el
hombre Cristo Jesús...» (1 Tim 2,4-5). Nada más claro: la salvación y «el
conocimiento de la verdad» son íntimamente interdependientes, y la me
diación de Cristo se extiende a ambos.
212
de un problema que preocupó a la Iglesia desde los primeros días).
San Juan, al trascender la distinción, da una solución más sutil y
profunda, que, sin embargo, sólo se hace plenamente inteligible a
la luz de la tradición evangélica que le precedió.
Al principio del libro de los Hechos, Jesús todavía habla a los
apóstoles sobre el reino de los cielos (1,3), y el Espíritu Santo aún
no ha descendido sobre ellos. Cuando El venga, ellos serán testigos
de Cristo (1,8): deberán predicar, no ya el reino de Dios sino a
Cristo mismo. Jesús, el que antes hablaba, es ahora la palabra ha
blada; ya no es el heraldo, sino el objeto de la proclamación. Aun
que justificada por la distinción explícita hecha por el mismo Lucas,
ésta es claramente una síntesis inadecuada de su posición. Ei Espí
ritu Santo, cuya presencia impregna el libro de los Hechos, es el
E s p íritu d e J e sú s (16,7), y así, por El, también Jesús está presente: a
veces directamente (como en la conversión de Pablo), a veces me
diatamente, por la predicación y esfuerzos misioneros de los após
toles. No obstante, como ha visto Conzelmann, la ascensión cons
tituye para Lucas una línea divisoria importante, porque a través
de la resurrección y la ascensión Jesús llegó a ser constituido Señor
y Cristo (2,36). Anteriormente, Jesús era presentado como el «maes
tro» de los apóstoles, y la actitud de éstos hacia él era similar a
la de cualquier grupo de jóvenes judíos hacia el rabbi que habían
decidido seguir. Ahora él posee el título de «Señor», un nombre so
bre todo otro nombre.
Lucas ilumina hábilmente esta concepción mediante un uso sutil
de indicaciones geográficas. El área de la actividad de Jesús, bas
tante amplia al principio, se va estrechando en la narración del largo
viaje hacia Jerusalén; y en el libro de los Hechos, la Iglesia, a par
tir de ese punto focal, deliberadamente restringido (jreducido antes
de Pentecostés a los confines de una sala!) extiende su misión hasta
abrazar Judea, Samaría y, finalmente, el mundo entero (1,8).
Con todo, a pesar de su amplia perspectiva teológica, Lucas res
peta escrupulosamente sus fuentes, buena parte de las cuales se
resisten al esquema de su propia concepción personal. (Cómo y por
qué sus precisas divisiones geográficas son tan borrosas, ha sido
aclarado por el trabajo de los críticos, que han contribuido a ilu
minar el carácter del material evangélico).
Considerada simplemente como m é to d o , la crítica formal hace el
útil servicio de poner al descubierto los complejos lazos que unen
al Jesús de los evangelios con el Señor resucitado, proclamado y
adorado en la Iglesia. Elevada a la categoría de dogma por los ex
tremistas, tiene el efecto opuesto de cortar esos lazos. Pero mien
tras recordemos que Jesús prometió no abandonar nunca a su Iglesia
y (lo que es esencialmente lo mismo) enviar al Paráclito para guiar
la y enseñarla, podemos ver todo el problema sin alarmarnos: Que
el Jesús de los Evangelios deba ser el o b je to de la revelación, y que
213
la Iglesia deba ser el m e d ia d o r de esta revelación a la humanidad,
es solamente un aparente cambio de papeles. Porque Jesús vive en
ia Iglesia mediante su Espíritu, y la Iglesia habla con su voz.
Lucas mismo puede sostener que la vida de Jesús está entre
la antigua y la nueva economía, en «el medio del tiempo» (título
del libro de Conzelmann sobre el tercer evangelio). Pero un evan
gelio no es simplemente la presentación de la vida terrena de Jesús.
El gran respeto que Lucas muestra hacia su resistente material es
prueba suficiente de esto. Entonces, ¿qué son los evangelios y cuál
es su mensaje central?
214
Para el c o n te n id o del mensaje, el término más común es «el rei
no de Dios/cielo», y esta debatida expresión requiere palabras de
comentario.
3) El reino de Dios
215
que la palabra hablada es «el misterio del reino», presentada fran
camente a los apóstoles y a sus compañeros, y velada a todos los
demás. Esta distinción, característica de la apocalíptica judía, es
subrayada fuertemente por Marcos: no contento con darle lugar
prominente entre la parábola y su explicación, la repite en forma
algo diferente al fin de la serie de las parábolas del reino: Y co n
m u c h a s p a rá b o la s c o m o é s ta s le s p ro p o n ía la p a la b ra , s e g ú n p o d ía n
e n te n d e r, y n o le s h a b la b a s in o en p a rá b o la s ; p e ro a s u s d is c íp u
lo s se la s e x p lic a b a to d a s a p a rte (Me 4,33-34).
De esta manera, Marcos hace resaltar el hecho y la manera de
la revelación mucho más que su contenido. «Parábola», «oír», «pa
labra», «decir», «ver», «percibir», «entender»: ésos son los términos
que se repiten una y otra vez en este capítulo. Las dos parábolas
que se refieren al hecho de la revelación (la del sembrador y la de
la lámpara) se complementan con dichos de Jesús acerca de la dis
tinción entre las dos clases de oyentes. Las otras dos parábolas re
ciben menor atención, y Marcos admite explícitamente que la ex
plicación que ellas ofrecen del reino de Dios es inadecuada para
una plena inteligencia del misterio.
La siguiente escena, el calmar la tormenta, está íntimamente uni
da a cuanto precede. Marcos recalca en particular la conexión,
subrayando que ocurrió e l m is m o d ía (4,35). Pasada la tormenta,
los discípulos se miran llenos de asombro y se preguntan: ¿ Q u ié n
es é s te ? Es la pregunta (que Mateo suaviza en TcoTociróq: ¿ Q ué
c ía s e d e h o m b re es é s te ? ) que proporciona la clave de lo que pasó
anteriormente. Pues, a pesar de las explicaciones directas que Jesús
ha dado a sus discípulos (explicaciones, sea dicho de paso, que
Marcos omite), ellos todavía no saben quién es él: ni lo sabrán
hasta su pasión y resurrección. El misterio, para Marcos, es el mis
terio de la identidad de Jesús: conocer quién es él es haber en
tendido la palabra y haber conocido e l m is te r io d e l re in o de lo s
c ie lo s . El problema de Marcos es su aguda percepción de que Jesús
era incapaz de explicar este misterio solamente con palabras; sólo
después de su muerte pudo verse que, como dijo el centurión, é s te
e ra e l H ijo d e D io s . Por esto se explica una cierta incoherencia en
su presentación del misterio a n te s de la pasión.
La a b ie rta revelación del misterio será cometido de Mateo y
Lucas. La hermosa oración de Jesús es acción de gracias al Padre,
el «grito de júbilo», es mucho más explícita que cualquier cosa en
Marcos. De nuevo, el fondo apocalíptico se hace evidente. La reve
lación es recibida solamente por los especialmente privilegiados, y
esto mismo es el motivo de la acción de gracias: Y o te a la b o, Padre,
S e ñ o r d e l c ie lo y d e la tie rra , p o rq u e has o c u lta d o e s ta s c o sa s a
lo s s a b io s y a lo s p ru d e n te s y Jas re v e la s te a lo s p e q u e ñ o s . Sí,
Padre, p o rq u e ta l ha s id o tu b e n e p lá c ito . Todo m e ha s id o e n tre
g a d o p o r m i Padre, y n a d ie c o n o c e q u ié n es e l H ijo s in o e l Padre,
216
y q u ié n es e l P adre s in o e l H ijo y a q u e l a q u ie n e l H ijo q u is ie re
re v e lá rs e lo (Le 10,21ss).
Lucas añade un versículo que, indirecta pero ciertamente, re
cuerda la famosa amenaza de Isaías (Is 6,9-10) que tan prominente
mente figura en las tres versiones del lo g io n sobre el misterio del
reino. No es necesario que supongamos una referencia intencional;
basta suponer que los dos pasajes se originan en el mismo com
plejo general de ideas.
Todo esto no es más que una elaborada justificacón de una an
tiquísima intuición. Vale la pena citar entero el pasaje que contiene
la maravillosa fórmula aóTofkxaiXeíoc de Orígenes: «Porque él es el
Rey de los cielos, y así como él es la misma Sabiduría, la misma
Justicia y Verdad, podemos decir también que él es el reino mis
mo, tomando reino, no de las cosas de abajo, ni como parte de las
cosas de arriba, sino como todo lo que existe arriba, que se llama
cielo. Y si uno se pregunta en qué sentido S u yo es e l re in o d e lo s
c ie lo s (M t 5,3), uno puede responder porque suyo es Cristo, ya que
él es el reino m ism o»15.
La inteligencia de «misterio» en Marcos presenta considerables
conexiones con el uso paulino del término. León-Dufour considera
esas derivaciones como improbables, en vista de que el término
se encuentra abundantemente en los textos de Qumrán; pero, si no
erramos al detectar con Wrede una referencia directa a la persona
de Cristo, en el uso que del término hace San Marcos, el origen
paulino resulta más probable. En todo caso, permanece la vincula
ción con la apocalíptica judía: Si el NT habla del Evangelio como
de un misterio publicado, es debido a la idea de misterio y de pu
blicación de la apocalíptica ju d ía 16.
4) Misterio
217
De ese modo, en la Apocalíptica se cuenta con dos clases de
revelaciones: en este tiempo, una revelación especial a los justos,
según la cual, ellos reciben conocimiento de los misterios divinos,
mientras éstos permanecen aún y deben permanecer ocultos ante
el mundo; al final de los tiempos, la entrada en aparición de los
misterios, ante todo el cosmos18. Característica del Nuevo Testa
mento, en oposición a la concepción judía, es su suposición de
que la entrada en aparición de ios hasta ahora misterios ocultos
ya ha empezado19.
Conocido este transfondo apocalíptico, requieren poca explica
ción ulterior las frecuentes referencias al misterio que encontramos
en San Pablo. Para él, el misterio es, sencilla e indudablemente,
Cristo mismo... p a ra m o s tra r la p le n itu d de la p a la b ra d e D io s , e l
m is te r io e s c o n d id o en la s a n tig u a s e d a d e s , q ue h o y se ha m a n ife s
ta d o a s u s s a n to s , a q u ie n e s D io s q u is o d e c la ra r e n tre lo s g e n tile s
la riq u e z a d e g lo ria de e s te m is te r io , a sa b e r, C ris to en v o s o tro s (6ς
έστιν χριστός έν υμΐν), e sp e ra n za de la g lo ria (Col 1,25-27). Poco
más adelante, el misterio de Dios es identificado, casi casualmente,
con Cristo (2,2, cf. 4,3), en una expresión concisa del maravilloso
himno de alabanza que encontramos en la epístola a los Efesios:
la d is p e n s a c ió n d e l m is te r io e s c o n d id o desde lo s s ig lo s en D io s ,
(Ef 3,9), una dispensación y un miste
C re a d o r de to d a s la s co s a s
rio ya expuestos con amplitud en un pasaje del primer capítulo,
que el concilio cita en una nota al texto que estamos comentando
(Ef 1,3-14; D e i V e rb u m n. 2). Este, en efecto, fue el misterio reve
lado al mismo Pablo (3,3) e l m is te r io d e C ris to (3,4) o e l m is te r io
d e l E v a n g e lio (6,19).
Uno de los pasajes más llamativos al respecto es la doxología
final de la epístola a los Romanos: A l q ue p u e d e c o n firm a ro s s e g ú n
m i e v a n g e lio y la p re d ic a c ió n de J e s u c ris to — se g ú n la re v e la c ió n
d e l m is te r io te n id o s e c re to en lo s tie m p o s e te rn o s , p e ro m a n ife s
ta d o a h o ra m e d ia n te lo s e s c rito s p ro fé tic o s , c o n fo rm e a la d is p o
s ic ió n de D io s e te rn o , q ue se d io a c o n o c e r a to d a s la s g e n te s p a ra
q u e s e rin d a n a la fe —, a ! D io s s o lo S abio, sea p o r J e s u c ris to la
g lo ria p o r lo s s ig lo s de lo s s ig lo s . A m é n . «También aquí — comenta
Sjoberg— encontramos la doble revelación: la entrada en aparición
en el fin de los tiempos y el anterior conocimiento en un círculo
restringido20. En este caso, el círculo de los primeros profetas, que
tuvieron el privilegio de recibir (y este punto es impoi tante) la mis
ma revelación que debía venir, ya que Cristo era el núcleo del men
saje profètico.
Finalmente, para resumir el contenido del misterio. Pablo extrae
de un antiguo himno un credo miniatura, cuyo modelo y estructura
18 SJOBERG, o.c., p. 2.
19 Ib., p. 13.
20 O.c., p. 19.
218
deberemos examinar en algún detalle, puesto que es la culminación
de una larga línea de dichos y discursos, en los cuales los prime
ros cristianos formulaban sus creencias centrales:
κ α ι όμολογουμένω ς μ έγ α έστ'ιν τό τή ς εύσεβείας μυστήριον;
δς έφανερώθη έν σ αρ κί
έδικαιώ θη εν πνεύματι
ώφθη ά γ γ έ λ ο ις
έκηρυχθη ,έν έθνεσιν
έπιστεύθη έν κόσμω
άνελήμφθη έν δόξη
(1 Tim 3,16).
5) Fórmulas de profesión de f e 21
219
contrapunto a este contraste tenemos el paralelismo ligeramente d i
de cielo y tierra, ángeles y hombres.
fe r e n te
Encontramos un ejemplo menos complejo de este tipo de fór
mula en la exhortación de Pablo: A c u é rd a te de que J e s u c ris to , d e l
lin a je de D a v id , ha re s u c ita d o d e e n tre lo s m u e rto s , s e g ú n m i e va n
g e lio (2 Tim 2,8]. Esta fórmula recuerda la más elaborada y primitiva
confesión de fe que encontramos en la epístola a los Romanos
— garantía personal de Pablo sobre su propia ortodoxia— : Pablo,
s ie rv o de C ris to Je sú s, lla m a d o a l a p o s to la d o , e le g id o p a ra p re d i
c a r e l E v a n g e lio de D io s q ue p o r su s p ro fe ta s h abía p ro m e tid o en
la s s a n ta s E s c ritu ra s , a c e rca d e s u H ijo , n a c id o de la d e s c e n d e n c ia
d e D a v id s e g ú n la ca rn e , c o n s titu id o H ijo de D io s p o d e ro s o s e g ú n
e l E s p íritu d e s a n tid a d a p a r t ir de la re s u rre c c ió n de e n tre lo s m u e r
to s, J e s u c ris to n u e s tro S e ñ o r... (Rom 1,1-4].
La fórmula más sencilla y fundamental de todas es para San Pa
blo J e s ú s e s e l S e ñ o r (1 Cor 11,3; Rom 10,9; Flp 2,11). El título
S e ñ o r J e s ú s es tan común en sus cartas, que podríamos sentirnos
tentados a no darle la significación debida: grave error, como lo
prueban los pasajes en que San Pablo se toma la molestia de ex
plicar el título: P o rq u e s i c o n fie s a s c o n tu b o ca a l S e ñ o r J e s ú s y
c re e s en tu co ra z ó n que D io s le r e s u c itó de e n tre lo s m u e rto s , s e rá s
sa lv o . P o rq u e co n e l co ra zó n se c re e p a ra la ju s tic ia , y c o n la b o ca
se c o n fie s a p a ra la s a lv a c ió n (Rom 10,9-10). Esto es, para Pablo, el
crisol de la fe cristiana.
Neufeld resume su capítulo sobre San Pablo así: «La primitiva
h o m o lo g ía (profesión) cristiana que Pablo conoció y expresó en sus
epístolas era κύριος Ιη σ ο ύ ς, J e s ú s es S e ñ o r. Mediante esta h o
m o lo g ía , los cristianos reconocían dos hechos importantes pertinen
tes a su fe: 1) es Je sú s, la persona que vivió y murió en un tiempo
específico de la historia, quien 2) es el S e ñ o r del cristiano y de la
Iglesia por virtud de su resurrección de entre los muertos. La creen
cia en este doble hecho y su reconocimiento en la Iglesia era esen
cial a la fe cristiana. Para los de antecedentes judíos esto signifi
caba atribuirle a Jesús el nombre que en los Setenta se usaba casi
exclusivamente para el Dios de sus padres; para los cristianos gen
tiles significaba la designación de Jesús como el verdadero κύριος
entre muchos κύριοι. Para todo cristiano significaba el reconoci
miento de Jesucristo como el Señor que resucitó y ascendió a los
cielos, el κύριος de cada δούλος cristiano, el Señor de la Iglesia,
el Señor del mundo creado y, en resumen, el Señor de todo.
«No es difícil percibir que la doble idea contenida en κύριος
’ Ιησούς es igualmente la base de las fórmulas antitéticas que se
encuentran en las epístolas de San Pablo. Ya sea expresada como
ó καταβάς ó άναβάς, ó άποθοα/ών ó έγερθεις, ó γενόμενος, ó
όρισθείς, o bien κα τά σάρκα-κατά πνεύμα, es la vida terrestre,
humana de Jesús la que se contrasta con la nueva posición de auto-
220
rielad otorgada por Dios en la resurrección. Aun en el caso de que
estas fórmulas no puedan ser equiparadas a la homología primitiva,
completan, sin embargo, y explican lo que la confesión Je s ú s es
S e ñ o r quiere decir. Apoyan, por lo tanto, la conclusión de que se
debe dar el énfasis adecuado tanto a Ιη σ ο ύ ς como a κύριος en la
h o m o lo g ía . Sumarios cronológicos más largos, como en 1 Cor 15,3-5
y FIp 2,5-11, son básicamente ampliaciones de este doble aspecto
de la fe en el señorío de Jesús»22.
Mientras San Pablo acentúa el señorío de Jesús, los evangelios,
especialmente los sinópticos, acentúan su m e s ia n id a d . Basándose en
éstos, Neufeld llega a la conclusión de que «la forma más primitiva
de la homología era ’ Ιησούς έστιν ó χρ ισ τό ς23. Pero es difícil de
terminar aquí prioridades cronológicas, y bien puede ser que Neufeld
no tome suficientemente en cuenta los diversos fines y propósitos
de las epístolas y los evangelios. En todo caso, nadie negará que
la afirmación de la mesianidad de Cristo era central para la Iglesia
primitiva. En el evangelio de San Marcos, por ejemplo, destacan dos
cumbres: la confesión de Pedro: Tú e re s eJ C ris to (8,29), y la del
centurión: V e rd a d e ra m e n te e s te h o m b re e ra h ijo d e D io s (15,39), lo
cual en el contexto equivale al título post-pascual de κύριος. (Los
dos títulos se encuentran juntos en la pregunta solemne del sumo
sacerdote: ¿ Eres tú e l M e s ía s , e l h ijo d e l B e n d ito ? (14,61).
En este particular, como en otros muchos, Juan sigue muy de
cerca a Marcos, dándonos el propio sumario de sus objetivos al
fin de la primera edición de su evangelio: ...p a ra q ue c re á is que
J e s ú s es e l M e s ía s , h ijo d e D io s , y p a ra que, c re y e n d o , te n g á is
v id a en s u n o m b re (20,31). Juan se empeña explícitamente en de
mostrar que Jesús era 1) el Mesías (en un sentido matizado que ex
plica cuidadosamente en el curso de su evangelio) y 2) el hijo de
Dios. Aunque su uso del término κύριος es relativamente restrin
gido, su repetición en el episodio de María Magdalena y en la con
fesión de Tomás indica que Juan no ignoraba su trascendencia para
la Iglesia primitiva. De hecho, cuando Tomás tartamudea su S e ñ o r
m ío y D io s m ío , añade él a este título fam iliar la expresión más sim
ple posible de la intuición fundamental de Juan: Y o y e l P adre s o
m o s una s o la c o s a : e l q ue m e ha v is to a m í ha v is to a l P adre. Pero
la fórmula característica de Juan sigue siendo la misma que la de
los evangelios sinópticos: Sí, S e ñ o r; y o c re o q ue tú e re s e l M e s ía s ,
e l H ijo de D io s , q u e ha v e n id o a e s te m u n d o (11,27):
Dos observaciones finales vienen al caso aquí:
1) La insistencia de todos los evangelios en que Jesús era el
Cristo, el Mesías, prueba sin lugar a duda que el cumplimiento
de las profecías del Antiguo Testamento era un elemento esen
22 O.c., p. 67.
23 Ib., p. 142.
221
cial de la fe de la Iglesia primitiva. El título de Mesías, característico'
de los evangelios, mira hacia atrás: resume y termina una era de pa
ciente expectación. El título S e ñ o r , del que San Pablo nunca se
cansa, es, al menos en parte, escatológico: m a ra ñ a th a (1 Cor 16,22).
Ambos se encuentran juntos en la afirmación de la resurrección, que
constituye la cumbre del discurso pentecostal de Pedro (Hch 2,36;
cf. Hch 4,10; Rom 4,24). Como Cristo y Señor, Jesús resucitado abar
ca el pasado y el futuro hasta hacer evidente que, démosle el título
que queramos, no podemos esperar encerrar su misterio en ningún
marco humano. Podemos ciertamente resumir nuestra fe en una
simple fórmula, pero solamente con tal de que recordemos que el
sujeto de esta fórmula se retrotrae hacia el pasado y se proyecta
hacia el fin de los tiempos.
2) Creemos en Jesús con una fe personal, pero también cree
mos (maTEÚco) q ue J e s u c ris to es e l H ijo d e D io s (Hch 8,37 — un
versículo interpolado, pero que representa la fe de la Iglesia— ). La
palabra maxic; tiene dos significados en el Nuevo Testamento: ade
más del significado activo, el homenaje de una fe personal, signi
fica igualmente el objeto de la fe, el cuerpo doctrinal formulado en
el credo y profesado por la Iglesia (Rom 1,5; Gal 1,23; 2 Tim 4,7;
Jds 3,20). Del mismo modo, verbos como maxEÚco, pocpxupáco, ópo-
Áoyéco abarcan dos objetos: en primer lugar, la persona de Cristo
(o el Padre), y en segundo lugar, la afirmación acerca de él. Este
segundo uso prueba que algún elemento doctrinal es inseparable
de la fe cristiana, pero también que el elemento doctrinal mismo
es consecuencia y expresión de una fe, de un testimonio y de una
confesión cuyo objeto primero es la persona de Cristo.
222
en el Antiguo, ambos Testamentos se iluminan mutuamente en tal
forma, que ninguno puede ser plenamente comprendido sin el otro
[D e i V e rb u m n. 16). Esto quiere decir que toda la luz de la antigua
revelación, difusa y aún no centrada, es captada y reflejada por
Cristo como diamante que atrae la luz y la refleja con incesante
esplendor. El diamante debe su brillo a su habilidad de atraer y re
flejar la luz que no es suya. En esto difiere de Cristo, quien no so
lamente determinó qué dirección tomaría finalmente el juicio de Dios,
por tanto tiempo amenazado, sino que también añadió sustancial
mente a lo que Dios había ya revelado de sí mismo. Sin embargo,
cuando dice: n o he v e n id o a a b ro g a r la Le y y lo s P ro fe ta s , s in o a
c o n s u m a rlo s (M t 5,17) quiere decir que, en su persona, c o m o h o m
b re , muestra to d o lo que había sido revelado hasta entonces. San Pa
blo expresó lo mismo a los corintios: P o rq u e e l H ijo de D io s , C r is to
Je sú s, q u e os h e m o s p re d ic a d o yo, S ilv a n o y T im o te o , no ha s id o s í
y no, a n te s ha s id o sí. C u a n ta s p ro m e s a s h a y d e D io s , son en El
s í; y p o r E l d e c im o s am é n , p a ra g lo ria de D io s en n o s o tro s (2 Cor
1,19-20). Hasta el adviento de Cristo no era claro qué forma tomaría
la sentencia final de Dios sobre el mundo, si sería un sí o un no.
Solamente en el sí triunfal de la resurrección encontró su expre
sión última e irrevocable el juicio de Dios.
La frase de Juan e l V e rb o se h iz o c a rn e es la expresión más bre
ve de esta verdad, pero quizá no siempre nos damos cuenta de que
esta tan clara y a la vez tan difícil declaración es la resolución,
casi en sentido musical, de una compleja compilación de temas que,
en las partes más discursivas del Nuevo Testamento, suenan discor
des. El λόγος es el p la n de Dios, y mientras no nos percatemos
de que algunos indicios de este plan han sido ya revelados, no po
dremos comprender de qué trata el Nuevo Testamento, ya que el
plan de Dios, que se encarna en Cristo, es simplemente el cumpli
miento de todo lo que está prefigurado en el Antiguo, donde Dios
ya se había mostrado a sí mismo como fiel, misericordioso, liberta
dor, insistiendo sobre todo en el homenaje de fe, en una lealtad
que de hecho nunca recibió, amante del pobre, del débil, del desam
parado. Todo lo que Dios reveló de su propia naturaleza, lo que po
dríamos llamar sin falta de respeto s u p e rs o n a lid a d , se encarna en
Jesucristo. Muchos peritos modernos deploran lo que ellos deno
minan interpretaciones p s ic o lo g iz a n te s de relatos evangélicos, y has
ta cierto punto tienen razón. Nadie desearía volver a la exégesis
efusiva de los pietistas alemanes. Sin embargo, ellos pierden de
vista algunas veces el hecho de que las características humanas
mostradas por Yahvé en el Antiguo Testamento encuentran plena ex
presión humana en la persona de Cristo. Por lo tanto, cuando Felipe
le pidió a Jesús: S e ñ o r, m u é s tra n o s a l P adre y n o s b a sta , Jesús pudo
contestar: E l q u e m e ha v is to a m í ha v is to a i P a d re ; ¿ có m o d ic e s
tú : «Muéstranos al Padre?» (Jn 14,8-9). Pero el Padre no es un Dios
223
completamente desconocido, revelado ahora por primera vez. Ya se
ha manifestado parcialmente a sí mismo y su naturaleza a los hom
bres. Y aunque sea cierto que Cristo como hombre es la revelación
total de Dios, podemos todavía aprender mucho acerca de Dios —y,
por lo tanto, acerca de Cristo— en el Antiguo Testamento. Jesús,
lejos de ser una voz aislada que llama a cada individuo a su auten
ticidad, tiene una personalidad, tiene características y cualidades hu
manas, en las cuales las manifestaciones — necesariamente más re
motas— de Yahvé resaltan en una forma que nosotros podemos in
mediatamente comprender y apreciar. Si, por lo tanto, queremos «des
encarnar» nuestra idea de Jesús sin caprichos o sentimentalismo,
no podemos descuidar las indicaciones variadas de la naturaleza de
Dios en el Antiguo Testamento.
Hay un sentido importante, por lo tanto, en el cual el Antiguo
Testamento es ju s ta m e n te la fuente del Nuevo. A llí y en ningún otro
lugar se encuentra una tradición de revelación directa. Allí y sola
mente allí están asentadas y registradas las intervenciones persona
les de Dios en la historia antes de la encarnación. Y de esta tradi
ción y registro, fueron Jesús sus contemporáneos y seguidores, los
herederos legítimos. Esto no es decir que no haya otras fuentes:
negar que el Nuevo Testamento pudo absorber y transformar influen
cias del judaismo rabínico o aun del mundo esotérico de la espe
culación gnóstica sería no comprender y minimizar el significado de
la encarnación.
Además, el Nuevo Testamento reconoce abiertamente su deuda.
Aun en las secciones que tratan más explícitamente de la abroga
ción de la antigua ley — San Pablo, San Juan, la carta a los He
breos— se encuentra un sentido profundo de c u m p lim ie n to . La frase
invariable: p a ra q ue fa s E s c ritu ra s s e c u m p lie ra n , o bien: se g ú n Jas
E s c ritu ra s equivale a «según la voluntad de Dios», «para que se hi
ciera la voluntad de Dios». Cristo dice: H e m e a q u í qu e ve n g o — en
el volumen del libro está escrito de mír— p a ra h a c e r, ¡o h D io s !, tu
v o lu n ta d (Heb 10,7 / Sal 40,8), y esto nos da una definición precisa
de la actitud de los autores cristianos más antiguos ante las «Es
crituras». La voluntad de Dios, expresada previamente en las pági
nas del Antiguo Testamento, sólo ahora se activa y se cumple ple
namente. Como el nuevo Israel, Cristo repite el largo viaje de Egipto
y triunfa felizmente de tentaciones análogas citando las Escrituras:
E s c rito e s tá : N o s ó lo de pa n v iv e e l h o m b re , s in o de to d a p a la b ra
q u e s a le d e la b o ca d e D io s (M t 4,4 / Dt 8,3). Y esto se convierte
en San Juan en: M i a lim e n to es h a c e r la v o lu n ta d d e l q u e m e e n v ió
(Jn 4,34). Llevar a cabo su obra es posible por
y c u m p lir s u o b ra
que Jesús encarna la voluntad del Padre: en él se hizo carne la
palabra poderosa, positiva, constructiva de Dios, palabra cuyo cono
cimiento nos viene del Antiguo Testamento.
224
V. REVELACION EN SAN JUAN
225
Jesús satisface el hambre v e rd a d e ra de la multitud. Pero mientras
Marcos se contenta con insinuar, Juan explícita: Cristo mismo se
convierte en pan, ya que es precisamente él el contenido real de
la revelación. Además, él mismo distribuye el pan, ya que él es
igualmente su abastecedor: m e d ia to r s im u ¡ e t p le n itu d o ; quizá sea
el relato de Juan de este milagro la más clara justificación y, a la
vez, el comentario más profundo del texto conciliar: En ve rd a d , en
v e rd a d o s d ijo : El q u e c re e tie n e la vid a e te rn a . Yo s o y e l pan d e
v id a [Jn 6,47-48).
Al mismo tiempo, las imágenes y símbolos que Juan usa mues
tran tanto la manera como el significado del mensaje de Jesús. Es
él la luz que brilla en la oscuridad, el agua viva, el sendero hacia
el Padre, el pastor y la vid. Las necesidades del hombre al igual
que la bondad de Dios se hacen evidentes, ya que todos ios sím
bolos se pueden comprender solamente en un contexto humano. El
lisiado, el ciego que anda a tientas en la oscuridad, el cadáver sin
vida, imágenes de la condición humana sin Dios, son casi correla
tivos necesarios del camino, de la luz, de la vida. Enriquecen el
mensaje sin distraer de él. Es la verdad (o la palabra) la que rompe
las cadenas del pecado para poder caminar nuevamente: ía v e rd a d
o s lib ra r á (8,32); v o s o tro s e s tá is ya lim p io s p o r la p a la b ra que os
h e h a b la d o (15,3). Es la verdad la que nos abre los ojos para que
podamos distinguir entre el bien y el mal, entre la fealdad y la be
lleza, y así vivir sin tropiezos: Yo he v e n id o a l m u n d o p a ra un ju ic io ,
p a ra que lo s q u e n o v e n v e a n ... (9,39). Finalmente, es la verdad la
que da vida, una clase especial de vida, por supuesto, pero una en
la que todas las cualidades de vida, energía, movimiento, actividad
vigorosa y comunicación social, desempeñan su papel: En ve rd a d ,
en v e rd a d o s d ig o q u e e l qu e e s c u c h a m i p a la b ra y c re e en e l q ue
m e e n v ió , tie n e v id a e te rn a (5,24).
Cristo es así indistinguible de su palabra (y o «soy» la v e rd a d );
y, por lo tanto, cuando decimos con Juan que la verdad hace todas
estas cosas, respondemos a una persona. Aceptamos la relación es
pecial presente entre Cristo y sus seguidores, entre el revelador
y los que fielmente creen en él.
Es significativo que el P. De la Potterie, en su minuciosa exégesis
de Jn 14,6, haya sido impulsado, por razones puramente exegéticas,
a una interpretación dogmática del texto: «el análisis de este ver
sículo demuestra que esos tres títulos atribuidos a Jesús descri
ben a la vez un movimiento descendente y un movimiento ascen
dente: el m o v im ie n to d e s c e n d e n te va del Padre hacia los hombres
y se realiza en la encarnación por medio de la revelación que para
nosotros es el C ris to -v e rd a d ; el m o v im ie n to a s c e n d e n te va de los
hombres hacia el Padre y pasa por C ris to -c a m in o . Unicamente El pue
de ser así camino hacia el Padre, porque únicamente El es a la
vez «carne» entre los hombres y «Verbo de vida» cerca del Padre.
226
En un sentido es, pues, el término οδός el que es aquí el más
importante: porque expresa formalmente esta mediación de Jesús
y describe en resumen todo io esencial de la obra de salvación, que
consiste en hacernos participantes de la vida del Padre. Por otra
parte, el término άλήθευα, que explica οδός, expresa también él la
mediación de Jesús, pero desde un punto de vista diferente y de
una manera subsidiaria. En cuanto «Verdad», Jesús es mediador en
tre el Padre y los hombres: es mediador en el orden del conoci
miento (movimiento descendente) porque El es el re v e la d o r p o r e x c e
le n c ia y la p le n itu d de la re v e la c ió n . Pero más todavía en cuanto
«Camino» es Jesús mediador entre los hombres y el Padre; aquí
Jesús es mediador en el orden de la comunión y de la vida, porque
por medio de El y en El tenemos acceso a la vida del Padre (movi
miento ascendente). La primera mediación está subordinada a la
segunda: por ser V e rd a d es Jesús para nosotros la Vida y, por con
siguiente, también la V ía; la mediación de la v e rd a d está ordenada
a la mediación de la comunión; Jesús es la verdad para poder dar
nos la vida.
De lo dicho se deduce que una interpretación precisa de este
título de C ris to ή αλήθεια, requiere una especie de dialéctica cons
tante entre los dos lados del misterio de Jesús, el de su encar
nación (la carne de Jesús) y el de su vida divina (el Verbo «de
cara a Dios»), el Hijo orientado hacia el seno del Padre. Esto es
lo que explica por qué es tan difícil interpretar este versículo de
una manera correcta y matizada: y se comprende que muchos co
mentadores hayan cedido a la tentación de ver en «la verdad», que
es Jesús, o bien únicamente uno de sus títu lo s d iv in o s , o bien, por
el contrario, una simple fu n c ió n s a lv ífic a que El realiza en la his
toria. Pero éstos son, en realidad, dos aspectos igualmente esen
ciales de la persona y de la obra de Cristo-Verdad. No pueden
separarse: al suprimir uno de ellos... se suprime de golpe el mis
terio mismo de Jesús»27.
27 O.c., p. 937-938.
227
simples vainas vacías. Es aquí donde podemos mostrar que Bultmann
se equivoca al no reconocer en San Juan ningún tema sacramental.
Pues lo sacramentos son simplemente el medio de atraer a Cristo,
en persona, al creyente. Por lo tanto, si no se reciben con una fe
que sea la respuesta a la palabra de Cristo (la cual incorporan de
una manera concreta, palpable), los sacramentos son realmente inúti
les. Cuando el cristiano recibe un sacramento, responde a la invita
ción que Cristo le ha extendido: es decir, el Cristo sacramental
permanece un Cristo qu e h a b la — es aún y lo será por siempre «der
Qffenbarer» (el revelador). Por supuesto, el sacramento no deriva
su poder de la fe del recipiente, así como el oído no configura las
ondas que transforma en sonido. Sin embargo, ¿qué es el sonido
para un sordo, qué es el color para un ciego? La fe es la condición
necesaria no solamente para la recepción fructuosa de un sacra
mento, sino también para su existencia misma. En la noción de sa
cramento está incluida una estructura de diálogo, y no hay diálogo
sin respuesta, menos aún si no se puede oír. Una vez dada la res
puesta a las insinuaciones iniciales de Cristo, recibimos en e l sa
c ra m e n to el agua viva del Espíritu, el pan de la vida que es Cristo,
p le n itu d o to tiu s re v e la tio n is .
228
REVELACION Y DOCTRINA
(DV. 5-6)
229
El objeto de la revelación en los esquemas
Temas doctrinales
230
Nosotros hacemos la distinción y, buscando encasillados en los
diversos esquemas, encontramos la fórmula del segundo esquema:
«principios para la vida temporal», tomando la palabra principios
con holgura y pensando en la vida temporal también bajo su aspecto
religioso. Difícilmente encontramos en los Proverbios verdades inac
cesibles totalmente a la reflexión humana por sí misma. Buscando
en el texto promulgado, escogeríamos «la verdad sobre Dios y so
bre la salvación del hombre», pensando en el orden real de la sal
vación, que abarca íntegra la vida humana. Si es verdad que los
Proverbios no utilizan los términos clásicos salvar, salvación (dos
excepciones: 20,22: e s p e ra en e l S e ñ o r, q ue é l te s a lv a rá ; 28,18:
e l q u e anda co n h o n ra d e z se s a lv a ); en cambio usa un sinónimo
también común en los salmos, librar, liberar: p. ej., 10,2 = 11,4: la
ju s tic ia lib r a d e la m u e rte ; 23,14: lo lib ra s d e l a b is m o .
En todo caso, la verdad que nos proponen los Proverbios, no es
de tipo histórico. Lo mismo la gran controversia sobre la retribu
ción, que lleva como protagonistas a los autores del libro de Job
y del Eclesiastés. El primero hace un montaje narrativo, como pro
cedimiento literario para situar el gran debate sobre el dolor; el se
gundo parece meditar a solas, criticando el valor del placer. Se
trata de un problema teológico, en cuanto que la retribución viene
de Dios; pero no es historia, sino problema, doctrina tradicional
sometida a revisión. Y el Eclesiastés polemiza negando el sentido
de la historia: N ada h a y n u e v o b a jo e l s o l. Los dos coinciden en
una actitud: su enseñanza o doctrina no tiene nada de doctrinaria,
está enraizada en la vida y la experiencia, es apasionada o melan
cólica.
Ben Sira (^Eclesiástico) sigue en gran parte a sus predecesores;
se distingue de los Proverbios porque procede más sistemáticamen
te, es decir, desarrolla temas determinados según sus diversos as
pectos. El carácter de doctrina es patente.
El modo doctrinal
231
la soberbia, 10,4-17, sospechamos que el autor tiene delante algún
oráculo contra el rey de Babilonia del libro de Isaías.
Todo esto prueba en nuestro autor un distanciarse consciente de
la actitud puramente histórica; mientras le asigna puesto preponde
rante en el gran himno final al Dios de la naturaleza y de la histo
ria de Israel («alabanza de los padres»), en el resto del libro pre
domina la actitud doctrinal, y a ella se subordinan sus conocimien
tos históricos ganados en la meditación de la Escritura. Ben Sira es
además interesante porque unifica expresamente la reflexión sa
piencial con la revelación — sabiduría y ley— , sabiduría humana y
sentido religioso: el himno del c. 24 es decisivo.
Posterior a Ben Sira es el libro de la Sabiduría, tratado griego
que dedica la mitad de sus páginas a una exposición midrásica de
historias del Exodo.
Los libros sapienciales son parte integrante de la Escritura y,
por lo tanto, de la revelación. Sería ilusoria una teoría de la reve
lación que no tuviera sitio para encajar estas obras. El modo sa
piencial nos presenta un humanismo con Dios, nos revela ai hombre
a la luz de Dios, de un Dios que se hará hombre para salvar la
totalidad del hombre. Y no olvidemos que el modo sapiencial pene
tra en otras muchas páginas del Antiguo Testamento.
En el Nuevo Testamento, la situación es aún más clara. Junto
a los tres sinópticos, que presentan tan «históricamente» la vida de
Cristo, tenemos a San Juan, que insiste además en la doctrina sobre
Cristo. Los Hechos de los Apóstoles nos dicen contando lo que es
la Iglesia, mientras que San Pablo nos da la doctrina sobre el mis
terio de Cristo y de su Iglesia. Las fronteras no son rigurosas: el
tema es fuertemente histórico, los escritos surgen condicionados por
la historia de la Iglesia primitiva. Lo interesante es ver cómo con
viven el modo histórico y el modo doctrinal: en la carta a los Ro
manos, la historia de Abrahán (c. 4) entra en el tratado sobre la
justificación, y el destino de los judíos es un tratado con gran den
sidad de historia; en la segunda carta a los Corintios, Pablo habla
de sus fatigas y experiencias personales; la carta a los Hebreos es
una homilía que expone la doctrina de Cristo sacerdote utilizando
los datos del culto israelítico, y apela a la historia pasada para ex
hortar a los lectores (c. 11); en la carta de Santiago domina un
modo sapiencial.
Lo dicho condena cualquier actitud exclusiva. Si queremos una
teología más «narrativa», más «histórica», es respecto a la neoesco-
lástica reciente, que se olvidaba de la historia en momentos esen
ciales; de ningún modo es contra la actividad reflexiva y doctrinal
de la teología, que recomiendan egregios modelos de ambos Testa
mentos.
232
Precisiones
233
«por el nexo de los misterios». Lo que no puedo decir es que mi
catálogo ha agotado finalmente la Escritura o el misterio; y esto
tampoco io podrá decir nunca la Iglesia peregrina (como muestra
el capítulo siguiente de la D e ¡ V e rb u m ).
Finalmente, al hablar de doctrina no entendemos doctrinarismo,
ni ideología, ni simple te o ría ni s is te m a . El modo «docente» es mu
chas veces pedagógico, va siguiendo el desarrollo del alumno; es
muchas veces experiencial, es decir, obliga al alumno a repetir la
experiencia. La distinción entre enseñanza teórica y enseñanza prác
tica no es típica de la Biblia. Y esto, no sólo porque la cultura de
entonces no había realizado la división, sino porque toda la ense
ñanza del misterio es a la vez llamada y exigencia, oferta y entre
ga de vida.
Al final del capítulo primero debe resonar con fuerza el proemio,
y en él, las palabras de San Juan.
Problemas pendientes
234
4) Si la Iglesia revela a Cristo en su existencia, ¿qué revelan
las Iglesias de hoy, la de Roma y la de Antioquía? ¿Entran también
en el proceso las Iglesias separadas? ¿Cómo hay que contemplar y
escribir la historia de la Iglesia para que aparezca su función re
veladora?
5) ¿En qué relación se encuentran la historia de salvación y el
resto de la historia humana? ¿Es su diferencia cuantitativa o cuali
tativa?
6) Fuera de la Iglesia, como institución visible, ¿hay historia
o acontecimientos reveladores? ¿Qué relación con la revelación tie
nen los «signos del tiempo»? Si la Iglesia tiene algo que aprender
del mundo, ¿es esto puramente cultural?
7) Si la palabra se apoya en el hecho, ¿deja de revelar la pa
labra cuando la vida no concuerda con ella? ¿Basta una relación
global de la palabra con el conjunto de la historia, o se requiere
una relación individual palabra-hecho? ¿Hasta qué punto invalida la
mala vida la buena palabra de Dios?
8) Si Cristo es plenitud de la revelación, ¿cómo construir una
teología que sea el despliegue sistemático de Cristo? Si Cristo es
modelo de la revlación, ¿cómo presentar la naturaleza y estructura
de la revelación partiendo del modelo de Cristo?
235
CAPITULO II
TRANSMISION DE LA REVELACION
DIVINA
UNIDAD Y COMPOSICION
(D V . 7)
239
quien constituye en revelación esas «obras y palabras», haciendo que
los apóstoles «aprendan», y el Espíritu ratifica y completa la ense
ñanza. Así, en el momento decisivo, se instala la acción del Espí
ritu, que será el impulso constante de la transmisión: la Tradición
es una realidad esencialmente carismàtica. Bajo la acción del Espí
ritu, la actividad transmisora de los apóstoles es plural: «con su
predicación, sus ejemplos, sus instituciones», y, también, poniendo
«por escrito el mensaje».
Este momento de la transmisión originaria se convierte en mo
delo de toda transmisión sucesiva, como un código genético que no
sólo transmite sino que enseña también a transmitir.
El n. 8 comienza el arco en la «Tradición apostólica» propiamente
dicha, distinguiéndola de las «tradiciones eclesiásticas». Los após
toles transmiten a los fieles, y la comunidad entera de los fieles
con sus pastores transmite y desarrolla dicha Tradición; de este
modo, la iglesia tiende «a la plenitud de la verdad», que alcanzará
en la consumación. El arco ha terminado igual que el anterior. Es
un arco en tiempo más breve, porque arranca después de Cristo; en
espacio más ancho, porque incluye a todo el pueblo de Dios.
Al segundo párrafo de este número corresponde el artículo es
pecial sobre la evolución del dogma y un artículo amplio sobre el
dinamismo de la Tradición.
El n. 8 § 3 se fija en algunos puntos particulares: la función de
los Santos Padres como testigos privilegiados de la Tradición, y el
testimonio de ésta sobre la Escritura. Domina en el párrafo el tema
de la vitalidad actualizadora de la Tradición: esto significa que los
Santos Padres no son la Tradición, sino testigos de su presencia;
y que la Tradición no sólo informa acerca de la Escritura sino que
la mantiene activa. Es un punto de extraordinaria importancia que
exigirá una exposición más amplia en el c. VI.
Finalmente, el párrafo concluye con otra referencia a la pleni
tud y la consumación.
El n. 9 recoge el tema apuntado en el n. 7, e intenta comparar
Tradición con Escritura: lo que tienen en común, lo que las distin
gue. El elemento común está expuesto concisa y eficazmente; io dis
tintivo se ofrece en forma descriptiva, refiriendo ambas realidades
a la «palabra de Dios». Este había sido el punto de fricción, el te
rreno de batalla, la sombra de disensión en diversas etapas del
concilio: sólo una formulación cauta aseguraba el consentimiento
casi unánime. Es de notar que toda comparación cuantitativa está
evitada: Tradición y Escritura se distinguen sencillamente en el modo
de transm itir la palabra de Dios. Y la frase añadida a última hora
habla de la «certeza», que es categoría de cualidad lógica, no de
cantidad de contenido.
El n. 10 nos habla de los portadores de la Tradición, y a él va
dedicado un amplio artículo. Lo importante y nuevo es el puesto de
240
primer plano que ocupa el «pueblo cristiano entero, unido a sus pas-
tores». Por la cita de los Hechos, la actividad presente se remonta
a la primera comunidad cristiana y se expresa ejemplarmente en
la acción litúrgica. De donde brota una unidad carismàtica que sus
tenta la distinción orgánica y funcional entre Iglesia docente e Igle
sia discípula.
Llegados a este punto es posible situar el puesto y función del
magisterio, en su doble servicio al pueblo de Dios y a la palabra
de Dios. Su función es hermenéutica: «interpretar», y su carácter
específico es ser intérprete «auténtico», es decir, con autoridad de
norma obligatoria, con autoridad divina: «en nombre de Jesucristo»
y «con la asistencia del Espíritu Santo». El magisterio es una ins
titución carismàtica y no sólo jurídica.
Al final dei capítulo salen a escena los tres personajes principa
les: Tradición, Escritura, magisterio, y aparece también el director,
que es el Espíritu Santo, y el autor, que es el Padre. Afirmada, sin
más explicaciones, la unidad, el capítulo concluye.
241
16
EL DINAMISMO DE LA TRADICION
(D V . 8)
Planteamiento
243
El planteamiento tridentino era de inspiración polémica: defini
ción de doctrina auténtica por oposición a doctrina falsa, contrarre
forma contra la reforma. Los protestantes promulgaban la doctrina
de la s o la S c rip tu ra , como único principio de autoridad e interpre
tación; los católicos reafirmaban la validez de la Tradición como
principio de autoridad e interpretación. Después del concilio, los
controversistas bajan a la lucha y, casi sin querer, se convierten en
paladines de la Tradición frente a los paladines de la Escritura, que
serán en adelante los protestantes. Parece que quitar importancia a
una es dársela a la otra: cuanto más clara quede la insuficiencia de
la Escritura, su limitación de contenido, su dificultad de interpreta
ción, más probada queda la necesidad, casi la suficiencia práctica,
de la Tradición. El planteamiento lleva paulatinamente a extremar
las posiciones: una de las dos realidades tenía que disminuir para
que la otra creciera. Es innegable que, en la práctica, la ruptura con
el principio de la Tradición llevó a la reforma a multiplicar las con
fesiones, atenidas a la autoridad única de la Escritura; y el defen
der la Tradición a costa de la Escritura llevó a los católicos a una
desestima bastante general de la Escritura3.
Dos factores pueden horadar y socavar el claro planteamiento por
oposición: un movimiento amplio y lento, una crítica cerrada.
Entre los protestantes ha sucedido en los últimos decenios un
lento redescubrimiento del papel y la importancia de la Tradición;
tanto, que el congreso mundial del Consejo de las Iglesias, cele
brado en Montreal en julio de 1963, se ocupó expresamente del pro
blema de la tradición4. Entre los católicos, el movimiento litúrgico
y bíblico despertaban un nuevo y entusiasta interés por la Escritura.
Este doble movimiento invalidaba, al menos en parte, el plantea
miento postridentino por oposición, ya que los viejos paladines de la
«Escritura sola» se veían enfrentados con la función importante de
la Tradición primitiva, con la realidad innegable de tradiciones con
fesionales; mientras que los viejos paladines de la «Tradición sobre
244
todo» volvían a sentir ia inexcusable llamada de la Escritura, de la
Palabra soberana.
En este clima general cayó la crítica tortísima de J. R. Geisel-
mann contra Ja doctrina de las «dos fuentes»5. Lo más interesante
de este acontecimiento es que se produjo por el estudio histórico
de la Tradición, escuchando lo que la Tradición dice de sí misma,
buscando sus huellas en el Nuevo Testamento (Je s u s d e r C h ris tu s ),
analizando su naturaleza. Geiselmann era profesor de teología funda
mental: sus obras no se encaminan en primer lugar a favorecer el
movimiento bíblico o a promover la exégesis (aunque también con
siguen este efecto); se encaminan a conocer lo que es la Tradición.
Y así ofrece dos correcciones importantes: primero, si se acepta
el planteamiento postridentino, los manuales no podían reclamar un
apoyo dogmático definitivo; segundo, el planteamiento por oposición
no bastaba para comprender teológicamente la Tradición.
Junto al maestro, maduro, podemos citar a un joven doctor, em
pujado por la onda de los tiempos: P. Lengsfeld defiende en 1959
en la Gregoriana una tesis sobre la Tradición, y la publica en 1960
en la serie ecuménica de Paderborn6. Señalo algunos aspectos sig
nificativos: el título es Ü b e rlie fe ru n g . T ra d itio n u n d S c h r ift in d e r
e v a n g e lis c h e n u n d k a th o lis c h e n T h e o lo g ie d e r G e g e n w a rt (T ra d ic ió n
y E s c ritu ra en la te o lo g ía c a tó lic a y p ro te s ta n te d e h o y ); es decir,
enfrenta las dos teologías en un esfuerzo por comprender; y la
casa editorial indica la intención ecuménica del estudio; esta inten
ción se hace explícita en la edición francesa de la obra: T ra d itio n ,
E c ritu re e t E g lis e d a n s le d ia lo g u e o e c u m é n iq u e (Paris 1962). La in
troducción estudia precisamente el planteamiento antiguo de la cues
tión, y el primer capítulo es un trabajo de teología bíblica sobre la
p a rá d o s is : utilizando el concepto bíblico, ensancha el contexto de
modo que podrá superar el viejo planteamiento7.
El primer esquema
5 Véase, sobre todo, su artículo Das Konzil von Trient über das Verhältnis
der Heiligen Schrift und der nicht geschriebenen Traditionen, en el volumen
Die mündliche Überlieferung, editado por M. Schmaus (Munich 1957); ade
más, Die Heilige Schrift und die Tradition vol. 18 de Quaestiones Disputatae
(Friburgo 1962); La Tradición, en el volumen Panorama de la Teología actual
(Madrid 1961), editado por Feiner, Trütsch y Böckle.
6 En otra parte ofrezco el resumen de un capítulo del libro,
7 Creo que estas dos obras son particularmente significativas del mo
vimiento; elio no disminuye en nada la importancia de las aportaciones
como las de J. BEUMER, Die mündliche Überlieferung als Glaubenquelle
(Friburgo 1962), y de Y. DE CONGAR, La tradición y las tradiciones (l-II)
San Sebastián 1964.
245
miento, clara y unitaria la respuesta de los teólogos, importante el
testimonio de los catecismos, definitivo el lenguaje de encíclicas
recientes. Sólo falta elevar esta doctrina a definición dogmática, y
el esquema preparado invitará a los padres a dar semejante paso.
«La Santa Madre Iglesia, enseñada por los mandatos y ejem
plos de Cristo y los apóstoles, siempre ha creído y cree que la
revelación entera está contenida no en la Escritura sola, sino en
la Escritura y en la Tradición, aunque de modo diverso» 8.
246
La actitud defensiva respecto a fa Tradición suena al comienzo
del n. 5: «Por lo tanto, que nadie se atreva a menospreciar la Tra
dición o a negarle su autoridad» n . A lo cual se añade la insistencia
en la palabra oral (opuesta a hechos o a palabra escrita): «disemi
nada por la predicación y recibida por el oído... manifestó de viva
voz... mandó que predicasen... en su nombre predican la doctrina...
la misma predicación se llama Palabra de Dios... (2). El ministerio
de la palabra... siempre transmitieron la doctrina por medio de la
predicación... la proclamación viva de los apóstoles (3)... de boca
de Cristo o por indicación del Espíritu Santo... para que se trans
mitiesen en la predicación eclesiástica... no de los libros, sino de
la proclamación viva en la Iglesia... (4)».
No es que las frases citadas sean falsas; lo que yo quería era
subrayar el tono concesivo por un lado, insistente por el otro; pues
en ese tono se escucha una actitud. En cambio, la siguiente frase
no parece aceptable: «Al magisterio de la Iglesia toca juzgar... so
bre el sentido y la interpretación tanto de la Sagrada Escritura
como de los documentos y monumentos en los que, a lo largo de
la historia, ha sido registrada y manifestada la Tradición» (n. 6 ) 12.
Frente a esta distinción, la exégesis moderna mantiene que la Escri
tura es precisamente el primer registro de dicha Tradición, y, por
lo tanto, no se puede oponer sin más Escritura a documentos de la
Tradición; el modo de hablar del n. 3 resulta mucho más aceptable.
El planteamiento por oposición, la respuesta sobre la mayor ex
tensión, la actitud de defensa, creo que brotan de considerar la
revelación de modo exclusivo o preferentemente proposicional. Por
que, si la revelación se nos da en proposiciones formales de Dios,
habrá una serie de proposiciones que queden fuera del recinto li
mitado y afirmativo de la Escritura; la distinción «oral-escrita» divide
claramente las proposiciones.
La teoría proposicional
247
cielos», a rca n a re g n i c a e lo ru m . N. 4: «los libros del Antiguo y Nuevo
Testamento contienen las cosas reveladas», re v e la ta c o n tin e n t. N. 5:
«para enunciar e ilustrar las verdades de la fe... algunas verdades
reveladas», a d e n u n tia n d a s e t illu s tra n d a s v e rita te s f id e i... q u a e d a m
v e rita te s r e v e la ta e ...
La teoría proposicional de la revelación se fija en un aspecto
verdadero. El peligro surge cuando ese aspecto es exclusivo o pre
ponderante, con merma de otros aspectos también importantes, o de
la consideración orgánica. Los textos citados, y otros que se po
drían citar, muestran que el primer esquema no es exclusivista; pero
sí da gran preponderancia al aspecto proposicional: se trata de
«cosas reveladas», de «verdades de fe» que la Escriura ilustra, de
«verdades reveladas» que sólo la Tradición conoce.
Pasemos a otro aspecto ligado al anterior: el problema de la
conservación y progreso de la Tradición. Naturalmente, una teoría
proposicional no deja mucho campo para el desarrollo e insistirá
sobre todo en la conservación. Por eso, la visión del progreso puede
ser una piedra de toque. Al final de nuestro capítulo, n. 6, se enun
cia brevemente un tema al que otro esquema de la constitución dedi
ca un capítulo: el tema se enuncia así: Al magisterio de la Iglesia
toca también «ilustrar y explicar lo que está oscuro o implícito en
las dos fuentes» de la revelación. Lo oscuro se hace claro, lo im
plícito se saca afuera13.
La Comisión teológica preparatoria proponía otro esquema de
constitución dogmática: D e d e p o s ito f id e i p a re c u s to d ie n d o . Desde
el título suena el acento colocado sobre la conservación, que es
uno de los aspectos esenciales de la Tradición. El proemio desarrolla
el tema de la conservación frente a los peligros actuales; es cu
rioso observar que, de los cinco textos bíblicos aducidos, tres se
refieren a desviaciones y errores.
Este esquema tiene un capítulo entero que trata d e p ro g re s s u
d o c trin a e , y se divide en tres párrafos: «29. En Cristo está completo
el tesoro de verdad que ha de alimentar la vida cristiana hasta el
fin del mundo; los apóstoles lo transmiten como precioso depósito,
y a la Iglesia toca custodiarlo fielmente. 30. Esta custodia no es
mera conservación y repetición, sino que se realiza por el magisterio
de la Iglesia solicitado por las mismas verdades reveladas, la piedad
de los fieles, los errores y necesidades de los tiempos; lo cual exi
ge el estudio de las fuentes y la penetración de los misterios. 31. Se
da un progreso en el entender y proponer la doctrina de la fe, en
la definición de verdades reveladas; lo cual no significa aumento,
pues todo estaba en el depósito, al menos implícitamente».
248
Valoración
14 «Quare quae divina Traditio ratione sui continet, non ex libris, sed
ex vivo in Ecclesia praeconio, fidelium fide et Ecclesiae praxi hauriuntur»
(esquema de fontibus n. 4).
15 «Prout sane postulent tum sincera revelatorum intelligentia, tum fide
lium pietas ad altiorem divitiarum Christi investigationem impellens, tum
errantium impugnationes, tum demum novae temporum necessitates novae-
que quaestiones solvendae» (esquema de deposito n. 30).
16 «Quamobrem docet Sancta Synodus ipsam naturam sacri Magisterii
secumferre et investigationem revelationís fontium, et sedulam ac piam
sobriamque ipsorum fidei mysteriorum perscrutationem» (ib.).
17 Ib., n. 31.
249
El primer esquema fue retirado de la discusión conciliar: ¿signi
ficaba este acto retirar también el tema de la Tradición y de su
relación con la Escritura? De ninguna manera; ya veremos cómo
crece el tema de la Tradición. Lo que se excluía era la teoría de
la mayor extensión de la Tradición respecto a la Escritura, y esto
de modo definitivo: a todos los intentos y peticiones posteriores
responderá la Comisión teológica invocando el convenio previo de
no tocar el asunto, la v e x a ta q u a e s tio 18. La adición de última hora,
sugerida por el Papa, que quebrantaba dicho convenio, como clara
mente manifestó el relator, cardenal F lo rit19.
El segundo esquema
250
mente: «por escrito o de palabra...», la palabra de Dios «escrita o
transmitida», lo que procede de una fuente forma «un solo depó
sito de la fe » 21, cosa que ya afirmaba el primer esquema.
Más fácil resultaba hablar de la mutua relación. Una fórmula ne
gativa salva todas las discrepancias a fuerza de decir poco: «no
son ajenas la una a la otra»22. A continuación, una fórmula positiva
recoge en otros términos lo ya dicho: «manan de la misma fuente,
se unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin»; la fuente
es el Evangelio, el caudal es el depósito, el fin es la salvación23.
El magisterio «ilustra y explica lo que está oscuro o implícito en
cualquiera de las dos partes del depósito»24: ya no son dos fuentes,
sino dos partes de un depósito.
Esta fórmula de compromiso, aunque ofrecía algunos elementos
interesantes — que llegarán hasta el esquema promulgado— , no po
día satisfacer a los padres conciliares: el que se haya retirado un
planteamiento no exime de tratar seriamente de la Tradición. El re
lator de la subcomisión resume así algunas peticiones de los padres:
«Se desea una exposición más larga y profunda sobre la Tra
dición, de modo que se subraye su importancia»; «Que se dé a
la Tradición el primer puesto, ya que en la realidad y en el tiem
po precede a la Escritura»; «Que se le conceda un capítulo en
tero o al menos un párrafo especial»; «Que no se presente como
meramente verbal, sino también como real y viva, impresa y acti
va en la vida de la Iglesia» 25.
251
El tercer esquema
Dinamismo de la Tradición
252
ñanza es dinámica y su movimiento enseña. De otro modo: su ense
ñanza pasa a la vida, su vida se hace enseñanza.
La Tradición viva
253
un contexto amplio, y por ello complejo»28. Si yo aíslo un aspecto,,
la revelación formulada en una serie de proposiciones, reunidas en
catálogo completo (al menos implícitamente), transmitido oralmente
de generación en generación, entonces ia descripción del fenóme
no será relativamente sencilla y lineal; pero no será más rica ni
más objetiva. Aislar un factor ayuda a la claridad, no a la riqueza;
y si el factor no se ofrece expresamente como dato aislado, puede
inducir a simplicaciones lejanas a la realidad29. Aquí nos vamos a
fijar en el contexto amplio de la vida y en su carácter dinámico,
recogiendo el comentario breve del relator del tercer esquema:
«Después de afirmar el ámbito de la Tradición, se afirma ahora su
aspecto dinámico, por el cual todo aquel ámbito se presenta como
realidad viva... Por esa fuerza dinámica de la Tradición, la Iglesia
entera está viva, y en cierto sentido sustenta la Tradición y es sus
tentada por ella»30.
El acto de transmitir
254
todos los transmite al darse a sí misma vitalmente; siendo la Igle
sia una sociedad orgánica, todos los miembros a su modo parti
cipan en la función de transm itir vida. Por esa transmisión es la
Iglesia idéntica a sí misma en la historia de generación en gene
ración. Porque, al dar vida, transmite también la capacidad de vol
ver a transmitir.
Ese plano vital — vida de Dios participada— es el sustrato am
plio o el horizonte en que suceden otras formas específicas. Si
pensamos en la salvación, la Iglesia la transmite, y así la va rea
lizando como realidad histórica sin quiebras; si pensamos en la re
velación como salvación manifestada, la Iglesia la transmite, haciendo
avanzar dicha manifestación y su inteligencia. Podríamos especificar
más, pensando en el culto, el sacrificio y los sacramentos. Pero esta
toca al contenido y al medio, que nos ocupará más adelante.
El objeto transmitido
255
la Iglesia: éste es sin duda uno de los elementos transmitidos. Ade
más, el depósito conservado tendía a presentarse como un catálogo
atemporal de verdades: y es cierto que muchos elementos de la re
velación han adquirido ya el estado de formulación en una sentencia
que, en su formalidad asertiva, supera la limitación temporal; dichas
formulaciones ya adquiridas también se transmiten.
Pero la constitución toma un punto de vista mucho más amplio:
no sólo transmisión de doctrina, sino transmisión de vida total. El
esquema tercero decía: «La Iglesia conserva y transmite a todas las
edades lo que ella es, todo lo que tiene, todo lo que cree»; y el
relator comentaba: «por la Tradición se conserva no sólo la doctri
na, sino la vida entera de la Iglesia»33. El esquema cuarto suprime
la pieza «todo lo que tiene», según el relator, «para que se vea más
claro que de la Tradición apostólica procede todo aquello y sólo
aquello que pertenece a la sustancia de la Iglesia»34. En esta mis
ma línea dice el n. 7 que los apóstoles predicaron el Evangelio al
mundo «ocmunicándole los bienes divinos»; y el relator subraya:
«Los apóstoles transmitiendo lo que habían recibido o aprendido de
Dios, no sólo comunican doctrina, sino además todos los bienes
espirituales»35. Esta es una novedad importante de la constitución,
en la cual se advierte el influjo de Lengsfeld: una Tradición real y
vital.
La cosa transmitida es viva. Se transmite un «depósito». Y no
es un depósito inerte, no es el depósito del hombre que cavó para
esconder el talento, para poder devolvérselo al dueño exigente. Es
como quien depone una semilla, que crece y se hace árbol y se
ofrece a todos los pájaros del cielo. Si pensamos en un «cuerpo»
de doctrina, no es como un «corpus inscriptionum», sino como autén
tico cuerpo orgánico, que exige y realiza su propio desarrollo.
Eso vale para la doctrina. La revelación se nos ha dado también
hecha «palabra de Dios», en promulgación oral y en registro escrito.
En cualquier forma, la palabra de Dios «es viva» (Heb 4,12). Es mis
terio manifestado, que cada vez manifiesta más de sí mismo. Sería
peligroso concebir la revelación exclusivamente en proposiciones
atemporales e inmutables. Se pueden llamar inmutables algunos
enunciados en cuanto que su sentido nunca será abolido, su verdad
nunca se convertirá en falsedad; pero no son inmutables en el sen
tido de que el misterio, en su configuración verbal y en su capta
ción humana, esté agotado para siempre.
256
Tomemos la Escritura, que es una de las primeras realidades
transmitidas, uno de los principales objetos de la Tradición. La Es
critura, como palabra formal de Dios, es una realidad viva, que cre
ce en sentido; no por negación del precedente, sino por superación
que incorpora y eleva lo anterior. Crece en sentido solamente en
la fidelidad total al misterio de Cristo. Dice San Gregorio Magno,
y es doctrina favorita suya, que la Escritura «ayuda al lector con
sus palabras sencillas y lo eleva con su sentido sublime, y en cierto
modo crece con los lectores; la gente sin estudio la reconoce, mien
tras que los hombres cultos la encuentran siempre nueva»36.
Si operamos con el concepto de lo «implícito», hemos de tomar
lo con grandísima amplitud. Un enunciado científico puede contener
implícitos datos sobre los términos, puede contener implícitas con
clusiones rigurosas; crece su material implícito si el enunciado se
asocia en un tratado con otros enunciados, y no por mera suma.
La Escritura no es un tratado que contenga un número N de enun
ciados, sino que tiene un carácter claramente literario, con unida
des y estructuras de orden no científico, con muchas formulaciones
de carácter simbólico. Quizá aquí el tecnicismo «implícito» resulte
demasiado estrecho y sea necesario operar con otros conceptos, co
mo contenido global, simbolismo polisémico, planos de significación,
presentación en la representación, etc. Categorías literarias que in
tentarían explicar de algún modo que la Escritura, como palabra de
Dios, contiene y hace presente el m iste rio 37.
Si admitimos que la Escritura contiene íntegra la revelación,
diremos que la contiene globalmente, no articulada o desmembrada
hasta lo último, pero con una fuerza interior que la empuja a esa
sucesiva articulación o unidad orgánica. Si a esto lo llamamos
«implícito», será en senido más orgánico que lógico.
No pensemos que el acto de fijar por escrito matase o inmovi
lizase la vida del cuerpo literario. El escrito fija, en cuanto que de
termina para siempre una o muchas estructuras verbales: esta fijeza
es garantía de estabilidad, de continuidad, es control siempre posi
ble; pero no fosiliza ni sujeta — «la palabra de Dios no está encar
celada»— , ni transforma una realidad literaria compleja en un ca
tálogo de enunciados técnicos38. Y si esto sucede con las obras
literarias grandes, grandes por el tema humano profundo, por la in
tuición ancha del autor, por su maestría de lenguaje, ¿cuánto más
sucederá en la Escritura, cuyo tema es el misterio de la salvación,
su autor es Dios y su palabra es carismàtica?
257
17
Por eso podemos concluir: la Tradición transmite la revelación,
en primer lugar, transmitiendo la Escritura; y lo que transmite es
una realidad viva, hecha y nunca acabada.
Lo mismo, o algo parecido, podemos decir de una transmisión
de la revelación por predicación oral o por escritos no inspirados.
También, en este caso, la realidad transmitida es viva. En algunas
de sus formulaciones dogmáticas, que también son objeto de trans
misión, el concepto de io «implícito» tendrá más fácil aplicación:
p. ej., si consideramos un grupo de formulaciones emparentadas.
Si Cristo tiene dos naturalezas, tiene dos voluntades. Pero ¿hasta
qué punto el dogma de la Asunción de María está implícito en el
dogma de su Concepción Inmaculada?; ¿no estará implicada en un
horizonte de revelación más ancho?; ¿no habrá que incluir el mis
terio de la glorificación de Cristo, su victoria sobre la muerte, la
tendencia escatológica de la Iglesia y de todas las criaturas, el
vínculo entre pecado y muerte, la hostilidad satánica pisoteada, etc?
Sobre este ejemplo concreto han discutido los teólogos en años
recientes39. Quizá esa necesidad de acumular datos de la revela
ción para explicar un paso hacia adelante signifique en último tér
mino que la unidad de toda la revelación es Ja fuerza viva que
actúa en cada uno de sus «artículos» o miembros; de modo que un
grado mayor de manifestación en un miembro repercute en todo el
cuerpo. En tal caso, no sé si la categoría lógica de lo «implícito»
que «se explica» sirva para hacer comprender plenamente el pro
blema.
La Iglesia tiene que transm itir la revelación entera, y entera la
tiene que recibir cada generación. La integridad es primaria, los
actos individuales son subsecuentes. Si una generación de la Igle
sia dejase de transm itir una parte de la totalidad, deformaría el todo,
sería infiel a su destino: esto no sucede, gracias al carisma que
posee la Iglesia para continuarse a sí misma. Dentro de la transmi
sión total, cabe una atención particular dedicada a un aspecto, y a
veces creemos encontrar desatenciones y hasta olvidos. ¿Son éstos
posibles?; ¿se olvidó en el siglo XVIII del sentido de la historia de
salvación, del sentido cristiano del Antiguo Testamento?; ¿cayó
alguna vez en olvido la doctrina de la libertad cristiana, sumergida
quizá por la doctrina de la obediencia?; ¿dónde había quedado el
sentido teológico de la resurrección de Cristo?
Es muy distinto no haber llegado todavía a la percepción clara
de un dato y olvidarse de dicho dato. Cuando decimos que una
generación de la Iglesia tiene que descubrir de nuevo un dato, es
tamos diciendo que ese dato se había olvidado, se había encubierto.
258
Ahora bien, ¿es el olvidar un dejar de transmitir?; ¿cómo puede uno
transm itir lo que ha olvidado?
Estas preguntas nos llevan a otro campo de la Tradición, que
de nuevo incluye la cosa transmitida y el medio de transmisión.
Ante todo respondemos que, si una generación transmite a la si
guiente la Escritura, transmite en ella la integridad de la revelación
(según la opinión probable de muchos teólogos). Además, cualquier
generación transmite globalmente a la siguiente el cuerpo entero de
definiciones como logros irreversibles. Esto en el campo de la doc
trina, de una tradición que se puede llamar «verbal».
A la que se añade otra no menos importante, la Tradición real:
la que transmite vida y actividad. Vida, en cuanto distinta, aunque
no desligada de la doctrina. La que transmite hechos y realidades
que todavía no han sido elaborados doctrinalmente.
Todas las generaciones de la Iglesia ofrecen al Padre el sacri
ficio místico de su Hijo: esta práctica, centro y fuente de la vida
de la Iglesia, se transmite de edad en edad. El sacerdote que apren
de a celebrar y celebra, transmite algo sustancial de la vida de la
Iglesia: aunque no explique doctrinalmente el sacrificio, lo realiza;
aunque no comprenda toda su profundidad y riqueza, lo realiza; y así
lo transmite, como parte esencial de la vida transmitida, en memo
ria del Señor, perpetuando su memoria viva. Y lo mismo ios sacra
mentos: la Iglesia los recibe y los administra, es decir, Sos trans
mite como parte de su vida, como cauces de vida divina participada.
Dándolos los transmite antes de formular una doctrina rigurosa sobre
ellos: los decretos del concilio Tridentino sobre el sacrificio de la
misa y sobre los sacramentos llegan quince siglos después de su
transmisión real y viva. La caridad cristiana es más práctica que
doctrina, porque no hemos de amar con palabras, sino con obras y
de verdad. La caridad es esencial a la vida de la Iglesia. Pues bien,
la monja sin estudios que ha consagrado su vida a la caridad cor
poral está transmitiendo caridad como parte esencial del depósito
cristiano; su vida sacrificada es testimonio y transmisión de una
realidad antes que de una doctrina, a saber, del misterio «del amor
de Cristo que nos incita». Y así transmiten otros, individuos o cor
poraciones, la vida de pobreza, de castidad, de obediencia, como
parte de la vida cristiana en que se realiza el misterio de Cristo;
esto es parte de lo transmitido aun antes de convertirse en doc
trina. Y así la oración y tantas otras prácticas que se transmiten
como parte de la vida total de la Iglesia.
Muchas veces, cuando los Santos Padres hablan de cosas trans
mitidas de origen apostólico que no están en las Escrituras, se
refieren a prácticas o realidades de la vida cristiana. Y. Congar cita
algunos ejemplos: según San Ireneo, el ayudo pascual; desde Orí
genes, el bautismo de los niños; desde San Esteban papa, la vali
dez del bautismo de los herejes; San Basilio cita muchos usos li
259
túrgicos; el segundo concilio de Nicea, la veneración de las imáge
nes. En la línea de los Padres continúan algunos teólogos y padres
del concilio Tridentino: el signo de la cruz, los votos monásticos,
el mezclar agua al vino en la misa, el ofrecer la misa también por
los difuntos, la distinción de las órdenes menores, e tc.40. Este modo
de hablar, aunque exagere a veces considerando apostólicas algunas
tradiciones simplemente eclesiásticas, muestra una conciencia clara
de la «tradición real»41.
La vida, en un sentido, lo abarca todo, y así la hemos presen
tado al principio de este estudio; en otro sentido se contrapone a
la mera doctrina; y así la hemos considerado en los últimos pá
rrafos. El resultado es que hemos complicado la imagen esquemática
de la tradición pasiva, o realidad transmitida, a fuerza de conside
rar su vitalidad. Con ello no hemos respondido satisfactoriamente a
las preguntas lanzadas más arriba sobre el olvido en la transmi
sión; el problema nos conduce al cuarto punto de nuestro análisis.
El medio de la transmisión
260
enseña con su presencia, como realiza con su significado; mientras
que la palabra explica el rito y actualiza el misterio. La liturgia
habla también con los gestos y realiza también con las palabras.
Como es centro y modelo de vida cristiana, así también es centro
y modelo de transmisión. La llamamos «acción litúrgica», como tér
mino más inclusivo.
Esa relación paralela y cruzada entre lo transmitido y el medio
de transmisión doble nos obliga a representar la Tradición en movi
miento dialéctico. Su complejidad real es tan grande que sólo po
demos esquematizar algunas líneas o direcciones del movimiento.
La palabra tra ta de la vida, el mensaje trata de Cristo, que es
vida y que vino para que los hombres tengan vida cada vez más
abundante; el Evangelio es fuente de toda verdad salvadora y de
toda norma de costumbres.
La palabra se tra n s fo rm a en vida: la palabra de mandato se cum
ple, se realiza por la obediencia; la palabra de exhortación o con
sejo se realiza por la aceptación y ejecución práctica. Así, trans
formada en vida, la palabra crece y se desarrolla por ahora en for
ma de más vida. «Las palabras de los Santos Padres atestiguan
la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a
la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora».
La palabra tr a n s m ite vida: porque es palabra de Cristo pronun-
cida por su Iglesia, porque es doctrina salvadora: La fe p ro c e d e d e l
m e n s a je , e i m e n s a je tra ta de C r is to ... y es una fu e rz a s a fv a d o ra
(Rom 10,17; 1,16).
La palabra re a liz a vida en el acto sacrificial y sacramental.
Y así, las paiabras de Cristo y de la Escritura poco a poco se
van realizando en la vida de la Iglesia «hasta que se cumplan en
ella plenamente las palabras de Dios».
La vida es, en cierto modo, palabra por su naturaleza de signo.
La Iglesia es sacramento, signo, manifestación de la voluntad sal
vadora del Padre; en este sentido es también palabra. El simple
celebrar el sacrificio de la misa es ya memoria, y, en este sentido
amplio, es palabra.
La vida se tra n s fo rm a en palabra, que la proclama, la explica,
la investiga. La doctrina formula la vida, explica el misterio. La
Iglesia contempla su propia vida, recibida de Cristo, y en un mo
mento de su historia se expresa a sí misma. Así es la constitución
conciliar L um en g e n tiu m , expresión auténtica de la vida de la Iglesia;
en cuanto expresión, es vida hecha palabra. Esta es la tarea de la
teología pastoral (no la teología de la pastoral): consultar la vida
concreta presente, los problemas vitales inminentes, y elevarlos a
expresión teológica de esa vida de la Iglesia. Esa teología pastoral
conserva una gran cercanía a la vida, no tanto porque es inmedia
tamente aplicable, sino más bien porque parte constantemente de
la vida.
261
La vida solicita a la palabra: para entenderse a sí misma, y tam
bién para encontrar solución a los nuevos problemas con que toda
vida se ha de enfrentar.
La vida c o n firm a y en cierto modo explica la p a la b ra , mostrando
su dimensión vital, su dinamismo, ofreciendo un marco de referen
cia. Así la palabra no queda remota y desencarnada, sino que con
serva siempre su inserción vital.
Los precedentes datos esquemáticos pueden dejar una inpresión
de linearidad; repito que el movimiento es dialéctico. Por ejemplo,
una palabra se transformó en vida; como vida, se desarrolló; ese
nuevo desarrollo produce una nueva palabra que lo formula: la pa
labra de Cristo se hace palabra de la Iglesia, pasando por la vida.
Otro ejemplo: un hecho se vuelve palabra; como palabra, se di
funde por la predicación y la meditación; así transforma una vida
convirtiéndose en vida: la vida de Cristo se hace vida cristiana, pa
sando por la palabra.
A la palabra y acción, como medios de transmitir, añade Feiner
la «imagen», o sea, el arte como transm isor43. Urs von Balthasar
desarrolla el tema, estudiando primero el carácter de «forma» que
posee la revelación, como manifestación de la gloria de Dios y co
mo transformación del caos del pecado, y reflexionando después so
bre la función del arte y de las diversas artes en la proclamación
eclesiástica 44.
Ahora creo que podemos responder a las preguntas anteriores:
¿dónde estaba el sentido de la historia de salvación en la Iglesia
del siglo XVIII?; ¿dónde el sentido teológico de la resurrección de
Cristo en generaciones posteriores? Respondemos: por lo menos, en
la celebración litúrgica, en la celebración de la Pascua y del d ie s
d o m in ic u s = día del Señor. La conciencia refleja quizá lo había ol
vidado o descuidado; pero, en una especie de subconsciente y en la
práctica ininterrumpida, la doctrina subsistía y se transmitía en for
ma de vida. Se producirá una lenta maduración o una aurora repen
tina, y un teólogo contemplador traerá a la conciencia refleja esa
parte de la vida. Y los cristianos, al escucharlo, se reconocen a sí
mismos sin dificultad y con gozo, y un concilio vuelve a proclamar,
con más riqueza y penetración, lo que parecía olvidado.
A la luz de lo dicho, repasemos algunas frases del capítulo co
mentado:
7. Los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus insti
tuciones, transmitieron lo que habían aprendido de las obras y pa
labras de Cristo (el medio de la transmisión, que corresponde al
medio de la revelación y a lo revelado por Cristo).
262
8. Lo que ios apóstoles transmitieron comprende todo lo ne
cesario para una vida santa y para una fe creciente del pueblo de
Dios;
así la Iglesia, con su enseñanza, su vida y su culto, conserva y
transmite a todas las edades todo lo que es y todo lo que cree.
8. Crece la comprensión de las palabras e instituciones trans
mitidas..., comprenden internamente los misterios que viven...
9. ...la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pa
sando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora.
10. ...persevera en la doctrina apostólica y en la unión, en la
eucaristía y la oración.
Antes de pasar a un punto nuevo, recojo aquí una parte de la
clasificación de Y. Congar en La tr a d ic ió n y la s tr a d ic io n e s II, p. 131:
Tradición en sentido oral = transmisión de un objeto a otra per
sona.
En sentido activo: el acto de transmitir.
En sentido objetivo: lo que se transmite, el contenido.
Respecto al sujeto:
tradición apostólica;
tradición eclesiástica.
263
Los dos p o lo s de la T r a d i c i ó n
264
A s í ya no s e re m o s n iñ o s , flu c tu a n d o a la d e riv a d e c u a lq u ie r
v ie n to ‘d o c trin a l, e x p u e s to s a Jas tra m p a s de g e n te h á b il en lo s m a
n e jo s d e l e rr o r (Ef 4,14);
c o n s e rv a lo tr a n s m itid o , e v ita n d o la s c h a rla s va cía s y p ro fa n a s
y la s o b je c io n e s d e una fa ls a g n o s is , que, p o r s e g u irla , a lg u n o s
fa lla ro n en i a fe (1 Ti m 6,20);
la g e n te no s o p o rta rá la d o c trin a sana, s in o que a p a rta rá el
o íd o de la v e rd a d y se v o lv e rá a la s fá b u la s (2 Tim 4,4).
Cambio de orientación
265
la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin
temores, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el ca
mino que la Iglesia recorre hace veinte siglos. Si la tarea del con
cilio fuera discutir uno u otro artículo de la doctrina fundamental
de la Iglesia, repitiendo con mayor difusión la enseñanza de los
Padres y teólogos antiguos y modernos, que suponemos conocéis y
que tenéis presente en vuestro espíritu, para esto no era necesario
un concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tran
quila, a todas las enseñanzas de la Iglesia en su integridad, trans
mitidas con la precisión de términos y conceptos que es gloria par
ticularmente de los concilios de Trento y del Vaticano I, el espíritu
cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso
adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las
conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fide
lidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y poniéndola en con
formidad con los métodos de la investigación y con la expresión
literaria que exigen los métodos actuales»48.
La constitución trata de la Tradición con este nuevo enfoque que
el Pontífice imponía a todo el concilio: los dos polos de la realidad
están ligados en las fórmulas o en los párrafos. Escuchemos el tema
de la conversación:
7. Dios quiso... que se c o n s e rv a ra íntegro y fuera transmitido a
todas las edades.
7. Para que este Evangelio se c o n s e rv a ra siempre vivo y en
tero en la Iglesia.
8. Se ha de c o n s e rv a r por transmisión continua hasta el fin del
tiempo.
La Iglesia c o n s e rv a y transmite a todas las edades... los m a n
te n g a s ie m p re activos; sigue c o n s e rv a n d o s ie m p re .
266
T e n d e n c ia e s c a t o ló g i c a d e la T r a d i c i ó n
267
verlo cara a cara, como El es». La imagen de Pablo (1 Cor 13,12)
dice la limitación del conocer, ordenada a la contemplación perfec-
ta; el texto del Apóstol dice: P o rq u e in m a d u ro es n u e s tro s a b e r e
in m a d u ro n u e s tro p re d ic a r; p e ro c u a n d o ve n g a la m a d u re z, lo in m a
d u ro s e a cabará. C u ando y o e ra n iñ o , h a b la b a c o m o un n iñ o , s e n tía
co m o un n iñ o , ra zo n a b a c o m o un n iñ o . C u a n do m e h ic e un h o m b re ,
a ca b é co n Jas c o sa s de n iñ o . A h o ra v e m o s c o m o en un e s p e jo d e
a d iv in a r; e n to n c e s v e re m o s ca ra a cara. M i c o n o c e r es p o r a h o ra
in m a d u ro ; e n to n c e s p o d ré c o n o c e r c o m o D io s m e co n o ce . San Agus
tín suele aplicar la imagen a la Escritura: «Omnia quae hic cons
cripta sunt, speculum nostrum sunt. Posuit tibí Deus speculum
Scripturam suam». Se puede decir que esa mirada en espejo es tam
bién deseo y esperanza de visión, y, como tal, impulsa y sostiene
a la Iglesia en su peregrinación. El relator comenta la frase: «Se
subraya la importancia de Tradición y Escritura en la Ig le s ia . Pues
por medio de ellas puede la Iglesia contemplar a Dios, en la me
dida permitida a la vida presente, la cual es introducción y un cierto
comienzo de la perfecta visión escatològica»50. El esquema cuarto
retiró la cita expresa de Pablo, por escrúpulo exegético, y la susti
tuyó con una referencia a la primera carta de Juan 3,2; esto no
puede impedir que las palabras de la constitución procedan direc
tamente de Pablo y de Juan combinados 51.
El n. 8 registra dos etapas: los apóstoles, los fieles de todas las
edades; después desarrolla la idea del progreso, y concluye: «la
Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la ver
dad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios».
El esquema tercero tenía un texto diverso: «La Iglesia, a través
de los siglos, imita a la mujer del Evangelio, que mezcla fermento
a tres medidas de harina hasta que toda la masa fermenta»52, el
cambio se justifica en la relación del cuarto esquema: «se omite
la comparación con la mujer del Evangelio, porque no tiene buen
fundamento exegético. Ei nuevo texto conserva la idea de la vivi
ficación que la Iglesia recibe de la Tradición, y se afirma su pro
greso, que tiene como término la consumación escatològica de la
Iglesia» 53.
268
Es muy significativo en este párrafo el uso del singular «verdad»;
en toda la constitución nunca se emplea el plural «verdades»; lo con
trario del esquema preparatorio D e d e p o s ito p u ré c u s to d ie n d o , que,
en su capítulo cuarto, usaba generosamente en plural (cito página
y línea):
36, 5 mysteria salutis veritatesque connexas
21 nisi per veritates quae in eis latent
26 veritates universales, tum naturalis tum supernaturalis ordinis
29 summan veritatum revelatarum iure nuncupaverunt «doctrinae
fidei» nomine
37, 9 praecipuas fidei veritates homines docuit
21 assensum... veritatibus revelatis
23 ad veritates revelatas profundius intelligendas
38, 3 enuntiationes et conceptus quibus, etsi utique incomplete et
imperfecte, veritates revelatae communicantur.
269
en la formulación dogmática. En el movimiento de penetración por
el misterio, una definición dogmática es a la vez llegada y partida.
Y lo mismo se diga del difundir y comunicar salvación. La dirección
escatològica infunde un poderoso y constante dinamismo a la Tra
dición: esa tensión escatològica es la razón profunda del progreso
de que habla el n. 8.
Progreso de la Tradición
270
el cardenal pone la dimensión escatológica como consecuencia de!
progreso. Esto es puramente didáctico, por razones de exposición;
pues en realidad es la escatología causa y no efecto del progreso.
El progreso está vivo así: no por adición extrínseca, sino por desa
rrollo interno; ese desarrollo no cambia esencialmente el sujeto,
sustituyéndolo por otro, haciendo que deje de exitir para dar paso
a otro diverso; ese desarrollo no consiste en la producción de
efectos extrínsecos que no afectan al sujeto en desarrollo, pues el
desarrollo perfecciona realmente al sujeto. Junto a este lenguaje,
inspirado en el mundo orgánico, pierden relieve las categorías ló
gicas de lo oscuro y lo implícito.
Actualización
271
Cristo, f) Los destinatarios de la actualización de la revelación.
2.c) Mediatez de la revelación en la actualización de la Iglesia»56.
Este principio de la actualización es fundamental para compren
der el c. VI de la constitución, sobre la Escritura en la vida de
la Iglesia.
272
la Iglesia su misterio, para que ella lo viva y lo contemple, y así
lo realizan las generaciones de los cristianos: misterios de la vida
de Cristo en eí rosario, en los ejercicios, en el ciclio litúrgico.
Cuando nos ponemos así en presencia del misterio, éste se nos abre,
y entramos por él, se nos despliega, o nos penetra y nos envuelve.
El misterio se puede convertir después en objeto de estudio teo
lógico, con eí que también crece la inteligencia. En la magnífica
fórmula del Vaticano I: «la razón humana, iluminada por la fe, si
busca con diligencia, con devoción y medida, puede conseguir por
don divino una inteligencia muy fructuosa de los misterios: bien
por analogía de lo que conoce naturalmente, bien por la relación
de los misterios entre sí y con eí fin último del hombre»57.
Esa mayor inteligencia es parte de la realización del misterio
salvador en la vida de la Iglesia, y además queda acumulada para
ser transmitida a nuevas generaciones. La mayor inteligencia del mis
terio en alguno de sus aspectos se hace componente de la nueva
experiencia, influyendo así en la nueva inteligencia del mismo as
pecto o de otros aspectos; y, por la unidad total del misterio, cual
quier progreso afecta a la totalidad, cualquier aspecto manifestado
manifiesta de algún modo los demás.
El misterio se hace presente en muchas formas: en los sacra
mentos, en la palabra, en toda la vida cristiana, y también en la
proclamación de los obispos, sucesores de los apóstoles, que con
autoridad anuncian, y explican y realizan el misterio. Por su «sacra
mento del apostolado», los obispos no son meros conservadores de
una realidad inerte o de una doctrina teórica, sino que son órganos
privilegiados de la Tradición y de su progreso.
La constitución alude a María, como tipo de esta Tradición de
la Iglesia (cf. Le 2,19.51). María participaba en la realización del
misterio de salvación y era testigo inmediato y privilegiado de los
hechos; no contenta con la primera inteligencia, recogía los sucesos
y los contemplaba en su interior, aumentando así constantemente su
inteligencia del misterio. Así hasta la consumación escatológica de
su asunción, por la que se incorpora definitivamente a la plena glo
rificación del H ijo 58.
Es muy interesante la primacía que la constitución concede a la
contemplación cristiana sobre el estudio, y la prioridad frente a la
57 «At ratio quidsm, fide illustrata, cum sedulo, pie et sobrie quaerit,
aliquam Deo dante mysteriorum intelligentiam eamque fructuosissiman asse-
quitur: tum ex eorum quae naturaliter cognoscit analogía, tum e mysterio
rum nexu Ínter se et cum fine hominis ultimo» (Denz. 3016).
58 Dice De Lubac en su Meditación sobre la Iglesia: «Cuando como
«Madre muda de la Palabra callada» — Verbi silentis muta w ater— se unía,
sin comprenderlos, a los misterios de Dios hecho hombre, observándolo
todo, y los conservaba y repasaba en su corazón, María prefiguraba esa
larga serie de recuerdo y de intenso rumiar que son el alma de la Tradi
ción en la Iglesia» (p. 197-198).
273
is
proclamación. Arrastrados por el nuevo descubrimiento de la procla
mación, del valor de la palabra en la Iglesia, en la liturgia, fácil
mente podemos olvidar un elemento no menos importante en la
Iglesia: el silencio. Silencio litúrgico, para detenerse a mirar el
misterio presente; silencio interior para dejar resonar y posarse las
palabras de la Escritura; silencio, que es h u m u s fecundo donde ger
mina la semilla de la palabra, que da raíces y savia a la predicación,
que hace profunda y significativa la acción; silencio, que es la zona
del Espíritu cuando da testimonio a nuestro espíritu. Los antiguos
Padres enunciaron ya este principio y lo llamaron s ig é ; moderna
mente se habla del apostolado del testimonio. Si dedicar la vida
entera al ejercicio de la contemplación es vocación de pocos cris
tianos, indispensable en la Iglesia, la capacidad y el ejercicio de de
tenerse ante el misterio para penetrarlo y dejarse penetrar por él
es don ofrecido y pedido a todo cristiano.
También la teología, como «estudio de hombres creyentes», ad
quiere profundidad en la contemplación previa o alternada. Notemos
que «contemplación» es una categoría ajena a «especulación y dato
positivo»: una teología positiva sin contemplación puede caer en
positivismo, en colección de datos y fichas, mientras que una teo
logía especulativa sin contemplación puede convertirse en juego in
telectual. Los grandes teólogos cristianos, del pasado y del presen
te, poseen esa capacidad de abrirse ante el misterio calladamente.
V sin esa presencia vertiginosa del misterio, ia teología no es
auténtica teología cristiana.
Ya el AT nos ofrece la imagen de una creciente inteligencia del
misterio de salvación: no sólo de lo nuevo que se va realizando,
sino de los hechos pretéritos que hay que meditar, volver a contar,
estudiar. G ra n d e s so n ¡as o b ra s d e l S e ñ o r , d ig n a s de e s tu d io p a ra
lo s que la s a m a n , dice el salmo 111.
274
«vuelta a las fuentes» tiene también el sentido teológico de un
enfrentarse consciente con el propio comienzo.
Un f in con carácter de finalidad, que influye en cada momento,
aunque a distancia; acortando con el influjo la distancia y hacién
dose así más presente; exigiendo con su constante llamada la rea
lización sucesiva.
Principio y fin abarcan la existencia histórica de la Iglesia, sin
que ella pueda disponer de esos límites, porque es Cristo en su
doble aparición quien constituye el límite. Como la primera venida
constitutiva es toda don de Cristo, así la segunda venida conclusiva
es acto soberano de Cristo. Nadie podrá, ni siquiera la misma Igle
sia, por infidelidad, imponer el límite final. Por otra parte, el límite
no es algo extrínseco y violento, sino que tiene el carácter de ma
durez final, y, en este sentido, empuja desde dentro: no para con
sumir, sino para consumar. Porque el fin se refiere a la existencia
histórica de la Iglesia; el fin es sobre todo glorificación trascendente
y definitiva.
275
este sentido es ingenuo pensar en soluciones definitivas que auto
ricen a una jubilación del esfuerzo. Tal contentamiento sería una
renuncia al futuro, sería opuesto a la condición histórica de la Igle
sia. No se dará semejante renuncia en el cuerpo entero de la Iglesia,
aunque algunos miembros suyos sucumban a la tentación. Y en esta
zona no cabe el concepto de vejez, sino el de madurez.
Por otra parte, la realización del futuro es c o n s c ie n te , y se tra
duce en un crecimiento de conciencia. La vuelta para mirar al pa
sado se hace siempre según el grado de conciencia presente, y así
crece la inteligencia de dicho pasado. Al mismo tiempo, la realiza
ción consciente del futuro hace crecer el pasado, no sólo cronoló
gicamente en tantos días y años, sino en virtualidad presente y ma
nifestada. Es un subir que va ensanchando el horizonte del camino
ya recorrido.
Además de consciente, la realización del futuro es lib r e : es ta
rea que empeña a todos los cristianos como miembros de la Iglesia,
a cada uno según su función. Decisiones de la cumbre y de todos
los niveles de la pirámide. Pero ¿no es un riesgo el tener que rea
lizarse libremente la Iglesia? Claro que es un riesgo: y la indecisión
no menos que la decisión.
El presente de la Tradición
276
Objeciones
277
los, puede dejar de significar; y entonces ya no es expresión, sino
rutina.
Tomemos un ejemplo bien cercano: el ayuno eucarístico. Tal co
mo se practicaba hace veinte años era una tradición eclesiástica:
en ella la piedad cristiana expresaba su respeto por el misterio único
de ese pan de vida, y la fe cristiana en la presencia corporal de
Cristo se expresaba con un acto de homenaje. San Pablo condena
al que no d is tin g u e e l C u e rp o d e l S eñor, y afirma que tr a n s m ite
¡o que ha re c ib id o : por lo tanto, se trata de Tradición apostólica, que
se hace presente y activa y vivificante en esa expresión histórica
mente limitada. Comparada con la Escritura, muestra su carácter
«eclesiástico», ya que la institución y la celebración primitiva de
la eucaristía sucedía inmediatamente a una comida. Como expre
sión condicionada, puede cambiar, desaparecer, dando paso a otra
expresión más significativa; como logro de conciencia cristiana ante
el misterio, no debe pasar.
¿Y no son posibles expresiones desacertadas y aun equivocadas?
Una expresión legítima, ¿cuánto se ha convertido en rutina, al in
tentar sobrevivir a su función? ¿Cómo distinguir tradiciones autén
ticas de usos falsos? Queremos una norma, un criterio reconocible.
Tenemos estos dos: la Escritura, como norma escrita; el magis
terio, como norma viva. La Escritura es registro auténtico de la
Tradición apostólica, en forma de palabra formal de Dios; sin mez
cla de errores y sin confusión con tradiciones puramente eclesiás
ticas. El Evangelio, que define el ser y la tarea de la Iglesia para
siempre, está ahí presente. El magisterio es un órgano institucional
y, como tal, parte de la vida total que se transmite: es el colegio
de los obispos con su Cabeza, que enseñan auténticamente.
Los teólogos de los últimos tiempos han elaborado ampliamente
la doctrina del magisterio, ayudando así a una conciencia más clara
y firme de este órgano de la Iglesia. Su origen, que es la institu
ción de Cristo; su objeto, que es la doctrina revelada, el depósito
de la fe. Su sujeto, el Sumo Pontífice, los obispos, los concilios ge
nerales. Su ejercicio, ordinario y extraordinario; sus grados de ejer
cicio y de consiguiente certeza, infalible e irreformable, reformable.
La constitución no entra en estas distinciones; a lo largo del capí
tulo nos dice que «los apóstoles nombraron como sucesores a los
obispos, dejándoles su cargo en el magisterio» (Ireneo); que los mis
terios «los proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el
carisma de la verdad»; en el n. 10 habla explícitamente usando el
término moderno: «El oficio de interpretar auténticamente la palabra
de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado únicamente al magis
terio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo».
El segundo esquema decía: «Escritura y Tradición, como depósi
to sagrado de la palabra de Dios, no han sido encomendadas a cada
uno, sino al magisterio vivo e infalible de la Iglesia». El esquema
278
tercero suprime el inciso negativo y especifica con el adverbio
«auténticamente»: «El oficio de interpretar auténticamente la pala
bra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado exclusivamente
al magisterio vivo e infalible de la Iglesia». El esquema cuarto omi
te el adjetivo «infalible», porque «las decisiones de! magisterio,
aunque son todas auténticas y, por lo tanto, posean autoridad, no
todas se proponen como infalibles» 61.
Tenemos, pues, dos normas que nos ofrecen certeza: del ma
gisterio afirmamos que «enseña puramente lo transmitido»; a la Es
critura, como registro del Evangelio, atribuimos autoridad normativa,
¿son dos normas coexistentes? ¿Son una simple alternativa? ¿Se
reparen amistosamente los campos? Se había ensayado la distinción:
«regla remota, el depósito de la revelación; y regla próxima, el ma
gisterio»; pero no le pareció oportuna ni exacta a la subcomisión62.
En esto respondían a numerosas observaciones de padres concilia
res contra la fórmula y contra el contenido.
La constitución habla en general del depósito de la revelación,
sin limitarse a la Escritura. En el terreno del conocimiento cierto y
de su criterio, la Escritura tiene un valor único (como dice el n. 21
de esta constitución); por eso es lícito restringir metódicamente
el campo.
Sólo podemos entender magisterio y Escritura, en su función de
criterio, en interdependencia continua. Siendo la Escritura palabra
formal de Dios, está por encima del magisterio; el magisterio está
al servicio de dicha palabra, porque la misma palabra exige y pro
voca semejante servicio. La constitución lo dice en esta fórmula:
«Pero el magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino
a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues, por man
dato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devo
tamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente».
La constitución concluye señalando la unidad de esos tres ele
mentos: Tradición, Escritura, magisterio. Se contenta con afirmarlo,
sin exponer analíticamente las relaciones mutuas; ésta será una de
las tareas de la teología futura. El magisterio, como órgano vivo de
enseñanza, transmite doctrina, es sujeto de la Tradición; al mismo
tiempo, como órgano vivo, es una de las realidades transmitidas en
la vida total y orgánica de la Iglesia. El magisterio, como sucesión
ininterrumpida del colegio episcopal, marca la duración y el proce
so de la Tradición viva. En sus actos formales de enseñanza da tes
timonio de la Tradición, porque todo lo que propone lo saca de la
Tradición pasiva u objetiva.
279
El orden de la realidad
280
7. «lo que el Espíritu Santo les enseñó» (apóstoles);
«inspirados por el Espíritu Santo» (Escritura).
8. «Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la
asistencia del E.S.»,
«por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia».
9. «escrita por inspiración del Espíritu Santo» (Escritura);
«encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles»
(Tradición);
«iluminados por el Espíritu de la verdad» (obispos).
10. «por mandato divino y con la asistencia del E.S.» (magisterio);
«bajo la acción del único Espíritu Santo» (Escr. Trad. magiste
rio),
281
exige que la Iglesia cumpla por siempre su oficio, el Espíritu Santo
suministra siempre vida y fuerza, que conserva y hace crecer a
la Iglesia... Baste afirmar que, como Cristo es Cabeza de la Iglesia,
así el Espíritu Santo es su alma: «Lo que en nuestro cuerpo es el
alma, eso es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia»63.
Contemplamos al Espíritu Santo como protagonista de la conser
vación y desarrollo de la Tradición. Nuestro capítulo no menciona
explícitamente la acción del Padre. Comienza hablando del plan de
Dios, sin mencionar ese primer acto de «tradición» por el cual el
Padre envía y entrega a su Hijo. Más adelante leemos que «Dios,
que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Es
posa de su Hijo amado». La cita de la carta a los Hebreos tiene
como sujeto a Dios Padre, y el texto conciliar que llama a la Igle
sia «Esposa de su Hijo» nos dice que el sujeto del «hablar» es el
Padre. Tampoco está explícita la mención del Padre cuando se ha
bla de la consumación escatológica. Tocará a la teología mostrar
cómo Dios Padre es el límite único que abarca todo el desarrollo
de la Tradición: la inicia, enviando a su Hijo, y la recoge al final,
de manos de su Hijo.
Finalmente, Cristo. Como síntesis de toda la revelación, es él
el verdadero objeto de la Tradición; como Cabeza del cuerpo, que
es la Iglesia, él es sujeto primario de la Tradición. Cristo está al
principio de la Tradición con su mandato a los apóstoles de predi
car a todo el mundo el Evangelio y porque él es el Evangelio. Cristo
está en cada momento de la Tradición, porque su palabra habita
intensamente en los creyentes. Cristo está, al fin, como plenitud
de la verdad y la gloria.
Cristo es el camino, la verdad y la vida. Se puede interpretar
esta frase en senido riguroso y lineal: Cristo es camino en cuanto
trae la revelación y por ella la vida; porque es verdad en cuanto
282
manifiesta la revelación, en cuanto revela al Padre y porque la re
velación del Padre es don de v id a 64.
Se puede interpretar el texto más ampliamente, como estructu
ra ternaria, en la que ningún elemento es ajeno o puro intermedio
lineal entre los dos. Con esta perspectiva son legítimas las expli
caciones: Cristo es el camino verdadero o auténtico, vivo y vital;
Cristo es la vida verdadera, la vida que se desarrolla; Cristo es la
verdad viva, la verdad que se va desplegando. Es decir, la cualidad
«camino» afecta de hecho a los otros dos términos. Y esto, porque
Cristo no es sólo camino vertical hacia el Padre para cada hom
bre, sino también camino horizontal o ascendente a lo largo de la
historia: entre sus dos venidas, su presencia se va desarrollando.
La Iglesia esperegrina, el mortal es «viator» o caminante: para
ambos, en su existencia temporal, Cristo es el camino que recorren,
paso a paso, por el desierto del mundo (transformando el desierto
en jardín, como canta el Deutero-lsaías). Recorren a Cristo como
vida y lo recorren como verdad. Y la Tradición, en su calidad his
tórica, es el largo camino de Cristo, o Cristo como camino: ni la
verdad ni la vida de Cristo están todavía totalmente recorridas.
283
LA COMUNIDAD CREYENTE,
PORTADORA DE LA REVELACION
(DV. 10)
Revelación y comunidad
285
que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se
conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades»4.
Sin embargo, el misterio de la salvación realizado en Cristo y
perennemente presente en la comunidad de creyentes tiene un sig
nificado más universal, que trasciende los límites visibles del Pue
blo de Dios y logra una presencia activa allí donde la Iglesia no
ha llegado todavía a hacerse presente en su dimensión visible. El
drama de Dios en la realización de esta historia de la salvación,
abierta a toda la humanidad, presenta tanto en la vieja como en la
nueva alianza una historia vinculada, sin renunciar a su destino uni
versal, a la realidad y destino histórico del Pueblo de D ios5.
La revelación sigue el mismo proceso histórico que la historia
de la salvación. Lograda su plenitud con la venida de Cristo y con
sumado el misterio de Cristo con su glorificación y con la misión
del Espíritu de verdad, esta revelación se continúa en el seno de
la comunidad creyente por la predicación y fe de la Iglesia primero
y por su consignación escrita luego en la Escritura, como libro de
la comunidad eclesial y en unión indisoluble con la Tradición o ra l6.
De este modo la revelación ha adquirido para siempre una pre
sencia visible y eficazmente salvífica en el seno de la comunidad
eclesial para seguir su destino a lo largo de la historia de la sal
vación en su sentido más restringido durante la peregrinación de la
Iglesia en el mundo y en el tiempo hasta la parusía de C risto 7. Eí
mensaje de la salvación revelado en Cristo llega de ordinario al hom
bre de cada generación histórica por mediación de esta comunidad
de creyentes en Cristo
Aun la acción reveladora y salvífica de Dios más allá de los
límites visibles de la comunidad escatológica es una donación divi
na de verdad y gracia con un destino y una estructura eclesial,
que tiende hacia la integración total de este sacramento de la ver
dad y gracia salvadoras en la comunidad eclesial.
La constitución de un pueblo para que sea portador de la reve
lación y objeto de una acción salvadora de Dios en su sentido
286
particular no significa la revocación del primer designio universal
de salvación. Ante Dios prevalece siempre el ofrecimiento más uni
versal. Este ofrecimiento adquiere ahora una configuración concreta
e histórica en el seno de su pueblo, para que éste aparezca al mun
do y a los ojos de los hombres — en conformidad con su consti
tución óntica de espíritu y materia con sus tendencias sociales—
como signo e instrumento eficaz de esta presencia visible de la
verdad y gracia de Dios en la tierra.
Se trata de un dinamismo capaz de extender la revelación, y
con ella la gracia de la salvación, a todos los pueblos. Dios hace
a su Pueblo depositario de tesoros y promesas divinas, pero pues
tas al alcance del conocimiento y de la decisión de los hombres en
su estructura visible e histórica. De esta manera se abre un ca
mino para conciliar la universalidad más absoluta del plan salvífico*
de Dios con la realidad de este pueblo, que Dios llama a la exis
tencia para señalar a los hombres el modo concreto de realizar este
encuentro con Dios. La DV nos describe ya la misma elección de
Israel como el instrumento que realice la historia de la salvación:
«Deseando Dios con su gran amor ( s o líic it e ) preparar la salvación
de toda la humanidad, escogió un pueblo en particular a quienes
confiar sus promesas»8.
El binomio re v e la c ió n y c o m u n id a d c re y e n te radica en la consti
tución y existencia mismas de ambas realidades. El nacimiento del,
Pueblo de Dios tanto en la vieja como en la nueva alianza manifiesta
una serie ininterrumpida de vínculos de dependencia con el cons
tituirse mismo de la revelación y con su desarrollo progresivo a lo
largo de la historia de la salvación. La trabazón intrínseca de las
dos realidades de este binomio re v e la c ió n y P u e b lo de D io s en su*
punto de partida determina su existencia en la historia.
El Pueblo de Dios recibe su existencia de la revelación, y la re
velación supone necesariamente el Pueblo de Dios, que la recibe y
transmite vitalmente en su peregrinar histórico. La Iglesia no pue
de existir sin la revelación, y la revelación no puede transmitirse
sino en la Iglesia. Pues la Iglesia es la presencia visible y actua
ción eficaz de la revelación en el mundo, preparada por Dios en la
alianza vieja, Nevada a su plenitud en Cristo con su Espíritu y des
tinada a continuarse hasta su plena consumación en la visión glo
riosa 9.
La revelación, pues, ha sido entregada a la Iglesia para que,
en el seno de esta comunidad de salvación, el mensaje cristiano
llegue a todos sus destinatarios en este tie m p o m e d io , desde la
entronización del Jesús resucitado a la derecha del Padre y su se
287
gunda venida al fin de los tiempos como Juez glorioso de la huma
nidad entera. La unión intima de! binomio re v e la c ió n y c o m u n id a d
c re y e n te viene expresada con todo su vigor teologico en esta des
cripción sintética que K. Rahner ha dado del ser fundamental de
la Iglesia: «La iglesia es la comunidad legítimamente establecida
en su constitución social, en la que la re v e la c ió n de Dios (como
comunicación de sí mismo), escatològicamente consumada en Cris
to, permanece presente para el mundo como realidad y verdad por
la fe, esperanza y caridad» 101 .
E! binomio re v e la c ió n y c o m u n id a d c re y e n te suscita una temática
muy vasta que trasciende la perspectiva de su transmisión en el
seno de la comunidad eclesial. Esta temática arranca de la cons
titución misma de sus dos realidades. A los orígenes mismos vete-
rotestamenarios de la revelación y del Pueblo de Dios había que re
montarse un estudio más exhaustivo del presente tema, pasando
luego por los diversos estadios de su historia. Pues, en su primer
estadio veterotestamentario, de preparación y promesa, se delinean
ya los rasgos esenciales de interdependencia e intercomunicación
entre los dos miembros de este binomio, que, en el estadio de cum
plimiento y plenitud en la nueva alianza, se manifiesta con toda
su validez y perennidad.
La revelación, entregada a la Iglesia y transmitida en la Iglesia,
ha alcanzado su estadio escatològico y definitivo. Con la venida de
Cristo llegó a su plenitud, y «no hay que esperar otra revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro
Señor»n. Este mensaje revelado de la salvación se conserva ín
t e g r o 12 por todas las edades de la historia. Su transmisión, sin em
bargo, en el seno de la comunidad eclesial, es un proceso vital
sujeto al progreso y evolución de todo lo vital. Se trata de un
proceso histórico sometido también -— dentro de sus debidos lími
tes— a la ley de cambios y transformaciones de la historia. La trans
misión de la revelación en la comunidad creyente está caracterizada
por esa tensión, que acertadamente se ha denominado a s in to tic a , a
saber, la ley de fidelidad al pasado para responder más consciente
mente a! imperativo del presente y abrirse a las exigencias del
futuro sin traicionar el pasado 13.
288
La presencia de la revelación en la comunidad creyente y su
transmisión viva a lo largo de su peregrinar histórico constituye la
m is ió n del «pueblo cristiano entero, unido a sus pastores»14. To
das las categorías de personas dentro de la comunidad eclesial,
en el puesto y grado de responsabilidad propios, contribuyen acti
vamente a la transmisión del mensaje revelado de la salvación 15.
El título del presente estudio suscita una temática vastísima,
como las sugerencias que preceden — por vía de introducción— han
puesto de manifiesto. Ante la necesidad ineludible de lim itar el
campo de esta problemática en torno al binomio re v e la c ió n y c o m u
n id a d c re y e n te , el autor ha elegido una perspectiva nada más del
problema, a saber, la c o m u n id a d e c le s ia l en c u a n to en s u to ta lid a d
e s p o rta d o ra d e la re v e la c ió n .
El tema de la comunidad de creyentes en su función de pueblo
profètico y, por lo tanto, portador de la revelación, atrae cada vez
más la atención en el campo eclesiológico desde que la constitu
ción dogmática sobre la iglesia L u m e n g e n tiu m se decidió en el
capítulo segundo sobre el Pueblo de Dios, a proponer toda una teo
logía de la comunidad creyente en todos sus aspectos más funda
mentales antes de tratar de las funciones específicas de las diver
sas categorías de personas dentro de la comunidad eclesial.
«Si la jerarquía es un polo de la realidad eclesial que necesaria
mente incluye el otro polo del laicado, ¿por qué no comenzar por
los elementos comunes a estas dos estructuras eclesiales? No pa
rece un procedimiento lógico tratar primero de la jerarquía como
estructura particular de la Iglesia, y luego del Pueblo de Dios en
su to ta lid a d , es decir, en cuanto comunidad de creyentes en Cristo
(...). Lamentables desviaciones amenazan a una eclesiología que adop
te sin más este procedimiento. De estos peligros nunca se vio com
pletamente libre la eclesiología anterior al Vaticano II (...). De la
precedencia y acentuación teórica y práctica de la estructura jerár
quica a una absorción y acaparamiento teórico y práctico de res
ponsabilidad en la vida de la Iglesia y, consiguientemente, en la
eclesiología, no hay más que un paso 16.
El capítulo segundo, con esta teología de la comunidad de cre
yentes, entró en la constitución dogmática L u m e n g e n tiu m con la
espontaneidad de! fruto que madura y se desprende del árbol. Su
inserción después del capítulo primero, sobre el misterio de la Igle-
14 «Cui inhaerens tota plebs sancta Pastoribus suis adunata» (DV II 10:
ETV, p. 431; Vat. II-B A C , p. 167).
15 Cf. J. FEINER, La Iglesia como fin de la revelación, MS, 1/2, pp. 480-
482; M. LOHRER, La función de la Iglesia como un todo. El pueblo cris
tiano y la transmisión de la revelación, MS, 1/2, pp. 625-635; K. RAHNER,
Das Grundwesen der Kirche. Die ganze Kirche als Subjekt heilsverm ittelnder
Tätigkeit, en HPTh I, p. 118-120.151-152.
16 A. ANTON, El capítulo del Pueblo de Dios en la eclesiología de la
comunidad: EstE 42 (1967) 155-181, particularmente 160-161.
289
1Q
sia, y antes del capítulo tercero, sobre su constitución jerárquica,
señala claramente el punto de partida de la eclesiología posconciliar.
Esta, si quiere ser fiel a las líneas fundamentales de la L u m e n gen-
tiu m , ha de partir de la consideración de la comunidad de creyen
tes y tiene que estar basada sobre la realidad total del Pueblo ecle-
sial para luego trazar la teología particular de sus dos polos es
tructurales, a saber, jerarquía y pueblo cristiano.
La trascendencia de este cambio, que justamente podríamos lla
mar c o p e rn ic a n o , en la nueva estructuración de la eclesiología pos
conciliar sólo podrá apreciarse debidamente a una mayor distancia
del concilio. La opinión autorizada de Y. Congar se anuncia con tono
profètico muy prometedora: «Las consecuencias de la decisión to
mada al poner el capítulo D e p o p u lo D e i en el lugar que decimos
se irá manifestando con el tiempo. Estamos convencidos de que
serán considerables» 171 .
8
En esta orientación nueva de la eclesiología, que toma en serio
el proceso de lo común a lo específico, la función profètica de
toda la comunidad creyente adquiere un relieve muy particular. La
Iglesia en su totalidad es una comunidad eminentemente profètica,
fundada en la doble función de escuchar y proclamar la palabra de
Dios, o sea, de recibir con la plena sumisión y firmeza dei acto de
fe el mensaje de salvación revelado en Cristo y, a su vez, hacerlo
eficazmente presente en el mundo, cada uno según la categoría y en
el puesto en que se encuentre dentro de este pueblo, pero en ser
vicio de una misión que es común a todos los miembros de la co
munidad creyente.
Se trata de una misión que no puede agotarse en la actividad
estrictamente doctrinal del magisterio jerárquico, que, a su vez, tiene
la misión específica de «interpretar auténticamente» y de «custodiar
celosamente y explicar fielmente» el depósito de la fe en espíritu
de devoción y servicio a la palabra de Dios ,8.
La transmisión de la revelación en el seno de la comunidad cre
yente está sometida a lo que podíamos llamar le y de lo s va s o s c o
m u n ic a n te s en aquello que los dos polos de la realidad eclesial, o
sea, Pueblo cristiano y magisterio jerárquico, dan y reciben, res
pectivamente. A ia luz de esta reflexión tan fundamental en la ecle
siología posconciliar se ha hecho más urgente el «considerar de
nuevo el fundamento verdadero de aquella distinción clásica de E c c le
s ia d o c e n s y E c c le s ia d is c e n s , es decir, no en el sentido de una se
paración más o menos consumada, sino en virtud de este misterio
290
de comunión, en el que la E cclesia docens , bajo muchos aspectos,
es discens, y la E cclesia d isce n s tiene que ser también d o c e n s» 19.
Las reflexiones hechas han presentado en sus líneas generales
la problemática que suscita el binomio re ve la ció n y com unidad c re
yente. El presente estudio tiene que prescindir de no pocos aspectos
de esta problemática tan vasta, para concentrarse más intensamente
en el tema propio del artículo 10 de la DV. El autor cree justificado
su punto de vista si se limita a considerar, en un enfoque más res
tringido, algunos aspectos nada más de la transmisión de la reve
lación en el seno de la comunidad creyente. La comunidad eclesia!
es portadora de la revelación ya plenamente c o n s titu id a . Pero nues
tra consideración no puede prescindir en este trabajo de los esta
dios precedentes de la revelación en el proceso histórico de su
constitución.
En este pueblo, pues, esencialmente profètico, se da una función
com ún a todos sus miembros de perpetuar la revelación en el tiem
po, y una función esp e cífica de las diversas categorías de personas
que constituyen la comunidad creyente en cuanto es portadora de
la revelación. Ilustrar este misterio de comunión o influjo recíproco
ante el todo y las partes de esta comunidad al servicio de la pala
bra de Dios jusifica el enfoque y punto de vista del presente tra
bajo.
291
cial [o m n ib u s q u e g e n e ra tio n ib u s ) 21 de este mensaje de salvación re
velado en Cristo. La presencia personal histórica en el mundo de la
Palabra divina hecha carne significa la c im a de este devenir de la
revelación en el tiem po22. Es obvio que una existencia de la Palabra
encarnada prolongada ilimitadamente en el espacio y en el tiempo
está en contradicción con la irrevocabilidad histórica del misterio de
Cristo y con la constitución misma del ser humano. La continuidad,
sin embargo, de esta plenitud de la revelación alcanzada en Cristo
está asegurada hasta su parusía por su vinculación con la comu
nidad escatológica del creyentes. En la Iglesia perpetúa la Palabra
personal de Dios en Cristo su presencia socialmente visible e his
tórica en el mundo. En la comunidad creyente ha creado la Palabra
encarnada ía expresión más genuina de sí mismo que asegure su
continuidad en el espacio y en el tiempo. «La Iglesia es, después
de la ascensión de Cristo, el órgano de la Palabra de Dios en el
mundo» 23.
Una característica del comunicarse de Dios a los hombres, uni
versalmente válida en la economía de la salvación, es que el sujeto
primario de la revelación, tanto en su fe de preparación y promesa
como en la fe de plenitud y consumación escatológica, no sea el
individuo aislado en su individualidad, sino el miembro de una co
munidad y, consiguientemente, la comunidad misma. De esta revela
ción escatológica y plena que nos ha sido dada en Cristo «el sujeto
primario es la Iglesia; el individuo participa de la palabra de Dios
revelada por la comunidad eclesial»24.
La revelación en la fase de su entrada en la historia y en la
fase de su transmisión continua en el tiempo y en el espacio im
plica una comunidad de creyentes que reciba y transmita la palabra
de Dios revelada, y esta comunidad creyente implica por su misma
naturaleza la revelación. Para comprender la necesidad de esta vincu
lación mutua y simultánea de la revelación y de la comunidad cre
yente es preciso apartarse de una concepción bastante común, pero
poco objetiva, de concebir a la Iglesia como una congregación de
hombres ya existente y constituida en sí y a la que posteriormente
se le confía una revelación, un depósito que custodiar y transm itir
a lo largo de la historia.
En esta concepción, la Iglesia no aparecía tan esencial y vital
mente vinculada ni al suceso mismo de la revelación ni a su trans
misión histórica. En realidad, la Iglesia es: «in ihrem Wesen nach
21 DV II 7: ETV, p. 428.
22 «Christus Dominus in quo Summi Dei tota revelatio consummatur»
(DV I 7: ETV, p. 428); cf. R. LATOURELLE, Le Christ, signe de la révélation
selon la constitution «Dei Verbum»: Greg. 47 (1966) 685-709.
23 L. SCHEFFCZYK, Von der Heilsmacht des Wortes. Grundzüge einer
Theologie des Wortes (München 1966) p. 173 (sigla: Scheffczyk, Von der
Heilsmacht...).
24 La actualización de la revelación por Cristo, MS, I/2, pp. 587-597.
292
selbst die geschichtliche Präsenz der in Christus geschehenen Offen-
barung in der Zwischenzeit zwischen ihrem ersten Ankommen in der
Welt und ihrer Vollendung durch die Parusie C hristi»25.
La constitución DV enfoca el tema de la continuidad de la re
velación en esta perspectiva comunitaria. Siguiendo una tradición
antiquísima, la Iglesia, en cuanto portadora de la revelación, ha visto
siempre en María su imagen ejemplar, porque María, en represen
tación de la humanidad redimida, ha e s c u c h a d o la palabra de Dios
(que simultáneamente ha tomado carne en su seno) y ha conserva
do en su corazón con una fe firme y una entrega profundamente
personal el misterio de las palabras y obras de su Hijo para la sal
vación de la humanidad26. Esta realidad viene formulada en un co
mentario de la DV con palabras muy acertadas: «La Iglesia, en ca
lidad de Esposa, a quien el Esposo ha hablado en la palabra reve
lada, reúne en sí la pluralidad de sus miembros como comunidad
en un momento determinado del tiempo y como realidad histórica
a lo largo de todo el curso de los tiem pos»27.
La conclusión es obvia. La revelación, que ha sido dada a la
Iglesia y permanece presente en la Iglesia, debe ser anunciada en
toda su universalidad espacial y temporal. La asamblea conciliar es
plenamente consciente de su misión de «escuchar con devoción la
palabra de Dios y proclamarla con valentía, como lo reconoce en el
proemio mismo de la D V 28.
25 Ib., p. 492.
26 En esta función de recibir y transm itir la palabra de Dios presenta
la Lumen gentium a María como tipo de la Iglesia. «Como ya enseñó
San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la
fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo... Creyendo y obede
ciendo, engendró en la tierra el mismo Hijo del Padre, y, sin conocer va
rón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, que
presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al men
sajero de Dios» (LG VIII 63; Vat. II - BAC, p. 142-143).
27 O. SEMMELROTH - M. ZERWICK, El Concilio Vaticano II y la «Dei
Verbum», Buenos Aires 1968.
28 «Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans» (DV l 1).
29 Cf. Esquema III. Reí. gen. ad c. 2,1.
293
Esta segunda, a saber, la horizontal en el tiempo y en ei espacio,
es estrictamente transmisión de la revelación ya constituida, que se
perpetúa constantemente en el seno de la comunidad de creyentes
y está garantizada por la misión específica de enseñar y proclamar
la palabra revelada confiada por Cristo a los apóstoles y legítima
mente transmitida a los obispos. Al magisterio de ios obispos en
comunión con la Cabeza de este colegio episcopal incumbe el trans
m itir fie lm e n te el mensaje revelado recibido de los apóstoles en su
predicación oral y escrita. De este modo existe una g a ra n tía d e id e n
tid a d sustancial entre la predicación apostólica y la predicación de
la Iglesia en cualquier momento de su peregrinación en el tiempo
hasta la parusía de Cristo, y, por lo mismo, entre la Iglesia apos
tólica y postapostólica.
Si la DV distingue entre la revelación del tiempo apostólico, es
decir, en la fase de su constitución, y la transmisión de esta mis
ma revelación en el tiempo postapostólico, no es menos patente su
insistencia en acentuar la c o n tin u id a d entre ambas etapas de la re
velación y, consiguientemente, de la Iglesia. Justamente se ha po
dido afirmar que esta c o n tiu n id a d de la revelación es el p e n s a m ie n to
c e n tr a l de todo el artículo íntimo de la D V 30.
En p r im e r lugar se formula el principio de continuidad entre la
revelación en la cima de su plenitud en Cristo y su transmisión en
todo el tie m p o s ig u ie n te hasta su consumación definitiva en la vi
sión celeste. Esta es una conclusión que se desprende de toda la
economía de la salvación y del puesto que Cristo tiene en ella.
Siendo Cristo la plenitud de la revelación, de Cristo ha de partir
toda su transmisión en la dimensión horizontal de la historia, y a
Cristo y a su misterio ha de rem itir todo ulterior desarrollo del men
saje revelado en cualquier momento determinado de la historia.
Desde que Dios quiso consumar la historia de la salvación con
la revelación de su Hijo en la carne, el tiempo siguiente está úni
camente al servicio de una mayor evolución y dilatación de esta
acción de Cristo en la plenitud del tiempo (Gál 4,4). Después de la
aparición de la Palabra personal del Padre, otras palabras sólo
pueden revivir, desarrollar y difundir esta Palabra hecha carne y su
plenitud inagotable. Se trata de la plenitud reveladora del misterio
de Cristo y consecuencia necesaria de la mediación universal de
Cristo en la economía de la salvación.
En se g u n d o lugar se afirma y se asegura el principio de continui
dad entre C ris to y su Ig le s ia . La consideración de la DV va primero
al tramo de Jesucristo a los apóstoles, o al tiempo apostólico de
la constitución del «depósito de la fe», llamado re v e la c ió n v e r t ic a l31,
294
que parte de Cristo y del Espíritu Santo a los apóstoles, para dis
tinguirlo de la p a rá d o s is h o riz o n ta l, es decir, de los apóstoles a la
Iglesia postapostólica bajo la asistencia también del Espíritu de la
verdad. Son momentos de un proceso que hay que distinguir, pero
que no se pueden separar. Este constituirse de la revelación en el
tiempo apostólico atraviesa a su vez d iv e rs o s e s ta d io s desde su
promulgación directa en Cristo hasta su consignación en la Escri
tura sagrada.
P rim e ro : Son los apóstoles los que escuchan y reciben directa
mente de labios de Jesús el mensaje revelado. C u a n do lle g ó Ja p le
n itu d d e lo s tie m p o s (Gál 4,4), la P ala b ra se h iz o c a rn e y h a b itó e n tre
n o s o tro s lle n o d e g ra c ia y de v e rd a d (Jn 1,14)32. De la manifestación
del misterio de Cristo en toda su plenitud fueron los apóstoles te s
tig o s in m e d ia to s . «Cristo... se manifestó a sí mismo y a su Padre
con obras y palabras, llevó a cabo su obra muriendo, resucitando y
enviando el Espíritu Santo... A otras edades no fue revelado este
misterio como lo ha revelado ahora el Espíritu Santo a los após
toles y profetas para que prediquen el Evangelio, susciten la fe en
Jesús, Mesías y Señor, y congreguen la Iglesia»33. Y, por fin, del
mismo Cristo reciben el mandato de «predicar a todo el mundo el
Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma
de conducta, comunicándoles así los bienes divinos; el Evangelio
prometido por los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con
su boca»34.
S e g u n d o : Son los apóstoles los que, a su vez, transmiten el men
saje recibido de Cristo con su predicación oral y el testimonio de
su vida. La palabra revelada queda así vinculada a la Iglesia en
cuanto comunidad de los que creen y aceptan el mensaje salvador
revelado en Cristo y testimoniado por los apóstoles. Los apóstoles
ejercen así la misión que recibieron directamente de Cristo de pre
dicar el Evangelio, convertir la humanidad entera a esta fe en Cristo
y de este modo congregar la Iglesia35.
T e rc e ro : Son, por fin, «los apóstoles y otros de su generación» 36
los que «pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados
por el Espíritu Santo»37, que había sido objeto de su predicación
oral. De este modo, el mensaje revelado pasa a las páginas de la
Escritura «para salvación nuestra»38; que, como tales, estos libros
295
de la Escritura han sido confiados a la Iglesia39 y constituyen su
libro.
Un magnífico resumen de la doctrina de la DV sobre la trans
misión de la revelación en esta época apostólica nos lo ofrece el
relator del capítulo segundo: «El designio de Dios de que todas
las cosas por El reveladas se transmitan íntegras hasta el fin de
los tiempos, se manifiesta en el mandato dado por Cristo a los após
toles de predicar el Evangelio a todo el mundo. Este mandato fue
puesto en práctica por los apóstoles de d o s m a n e ra s, a saber: por
la p re d ic a c ió n o ra i y por la predicación escrita. El objeto de esta
predicación b ifo rm e es cualitativamente el mismo, ya que abraza to
das aquellas cosas que los apóstoles de alguna manera habían re
cibido de Cristo o habían aprendido por inspiración del Espíritu
Santo concernientes a la constitución, doctrina y vida de la Iglesia.
Atendida esta identidad cualitativa de las cosas transmitidas, la pre
dicación o ra l se distingue de la predicación e s c rita , no porque cons
te solamente de palabras, sino porque no es escrita»40.
296
p ro m e s a s hechas por Dios en el Viejo Testamento y fue preanun
ciado por sus profetas. Ahora ha hallado su c u m p lim ie n to (a d im p le v it)
en la doctrina y en la persona misma de! Verbo hecho carne. Más
que con su predicación, Cristo p a m u lg ó este Evangelio de salvación
con su presencia y con la actividad de toda su vida, o, como afirma
otro pasaje de la DV, «con obras y palabras... muriendo, resucitando
y enviando el Espíritu Santo»43. Cristo, pues, consuma la revelación
hecha ya en el Viejo Testamento, la lleva a su plenitud en sí mismo
y en su obra, de la que los apóstoles son testigos directos.
La expresión to ta r e v e la tio quiere acentuar esta continuidad de
la revelación del Viejo al Nuevo Testamento, cuya totalidad viene
confiada a los apóstoles44. Los títulos C ris to S e ñ o r (Xristós-Kyrios)
evocan sobre todo al Jesús resucitado y han sido introducidos en
este contexto con una intención muy particular45. La obra reveladora
de Cristo no se consuma sino con la misión del Espíritu de la ver
dad. Aquellos días de convivencia del Jesús resucitado con sus
apóstoles y demás discípulos fueron muy fecundos para completar
la revelación de los misterios del reino comenzada en los días de
su vida mortal.
El mandato dado por Cristo a ios apóstoles de p re d ic a r este
Evangelio significa transm itir toda esta plenitud de la revelación en
Cristo, que es v e rd a d s a lv a d o ra , y comunicar los b ie n e s d iv in o s a
toda la humanidad46. La transmisión de la revelación por medio de
los apóstoles — lo mismo diremos luego de la transmisión en la
Iglesia postapostólica— no se puede agotar en un catálogo de ver
dades recibidas de Cristo, sino que implica también la re p ro d u c c ió n
de otros actos dotados de valor salvífico. Tampoco la revelación he
cha en Cristo fueron sólo palabras, sino toda la vida y existencia
terrena del Verbo hecho carne. Como la vida de Cristo fue un h a c e r
y e n s e ñ a r (Hch 1,1), así también en la transmisión de la revelación
297
por medio de los apóstoles no pueden faltar otros actos salvíficos
realizados por Cristo y encomendados a los apóstoles47.
El binomio o b ra s y p a la b ra s penetra toda la doctrina sobre la re
velación en la constitución DV y, por lo mismo, es un concepto clave
para su interpretación. Las obras son elemento esencial de la reve
lación, si bien no siempre manifiestan todo su sentido profundo, ve
lado a veces en el misterio. De aquí la necesidad de que sean ilus
trados por la palabra, que, junto y en paridad con los hechos, es el
otro elemento constitutivo del evento mismo de la revelación y de
su transmisión en la historia. «La revelación se realiza por obras y
palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la
historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las rea
lidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman
las obras y explican su m isterio»48. La predicación de los apóstoles
no cumpliría con su misión de hacer presente y transm itir el men
saje de Cristo si no fueran también comunicados los bienes espi
rituales y divinos que van unidos al Evangelio»49.
La constitución pasa a continuación a testimoniar el fiel cumpli
miento de parte de los apóstoles de este mandato de transm itir el
mensaje revelado en Cristo a todos los pueblos y hasta el fin de
los tiempos. «Este mandato se cumplió fielmente, pues los apóstoles,
con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de
palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y
lo que el Espíritu Santo Ies enseñó»50.
Los apóstoles realizan su misión primero por medio de la p re d i
c a c ió n o ra l, o, para usar un término más general que incluya no sólo
sus palabras, sino también s u s e je m p lo s e in s t it u c io n e s 51, del texto
298
mismo de la DV, por medio de la p re d ic a c ió n n o e s c rita . Los após
toles han sido testigos directos de la revelación neotestamentaria
con un conocimiento experimental adquirido en años de convivencia
con C risto 52. El contacto personal ha penetrado en la esfera más ín
tima de su ser hurmano.
Toda esta experiencia apostólica de la revelación en la plenitud
de Cristo y de su misterio no podría expresarse adecuadamente en
fórmulas que se transmitieran estereotipadas a las generaciones post
apostólicas. Este testimonio apostólico implica el ejercicio de una
misión que no se puede agotar en el ministerio estricto de la pa
labra. La realización cotidiana del misterio cristiano en la vida mis
ma de los apóstoles y toda su actividad litúrgico-sacramental estuvie
ron al servicio de esta misión de transm itir la revelación.
La constitución concede la p re c e d e n c ia a las p a la b ra s tanto en
el recibir la revelación de labios de Cristo como en transmitirla a
la comunidad cristiana. Un rasgo resalta como algo muy peculiar en
la conciencia eclesial en los primeros años de existencia de la Igle
sia, a saber: su entrega a este ministerio de la palabra. Su celo de
predicar y extender el mensaje evangélico sobre Jesús no podía te
ner otro origen que el ejemplo y el mandato expreso del mismo
Jesús histórico.
Apenas fortalecida la comunidad con la posesión del Espíritu,
inaugura Pedro su predicación misional, que es una invitación a
convertirse a la fe en Cristo y, por el bautismo en su nombre, a in
corporarse a su comunidad de salvación. Otros apóstoles imitan el
ejemplo de Pedro, y todos ellos deciden instituir el grupo de los
«siete» (cf. Hch 6,1-6], que se encarguen de la actividad benéfica de
la Iglesia, para poder entregarse ellos más exclusivamente al mi
nisterio de la predicación.
Lucas, que resumió la vida de Cristo revelador en «hacer y en
señar» (Hch 1,1], junta también estos dos elementos en aquella ins
tantánea que nos dejó de la vida de esta comunidad cristiana en
los primeros años de su existencia, recién fortalecida con la po
sesión del Espíritu de la verdad: Y se e n tre g a b a n co n p e rs e v e ra n c ia
a r e c ib ir la in s tru c c ió n d e io s a p ó s to le s , a la m u tu a ayuda, a la
fra c c ió n d e l pan, y a la o ra c ió n (Hch 2,42).
La transmisión apostólica del mensaje de la salvación revelado
en Cristo se realizó no sólo en su dimensión n o c io n a l, sino tam
bién en su dimensión re a l. Ellos hicieron eficazmente presente esta
salvación traída por Cristo testimoniándola con su palabra, con su
299
actividad sacramental y con el ejemplo de su vida integralmente
cristiana. Para la actuación concreta del misterio de Cristo tenían
a su disposición algunas in s titu c io n e s sacramentales recibidas de
C risto 53. Cristo no determinó personalmente muchas de estas insti
tuciones. Los apóstoles, después del milagro de Pentecostés, con la
asistencia del Espíritu Santo, estaban capacitados para ir determi
nando esta actuación del mensaje revelado en la vida religiosa, sa
cramental y ética de la Iglesia en conformidad con la mente del
Jesús histórico. Se lo había prmetido Cristo. E l E s p íritu S a n to , q u e
e n v ia rá e l P adre en m i n o m b re , é l o s lo e n s e ñ a rá to d o y o s re c o r
d a rá to d o c u a n to y o os b e d ic h o (Jn 14,26).
La transmisión apostólica de la revelación comprendió todo !o que
ellos habían oído y visto durante la vida mortal del Jesús histórico y
en su contacto con el Señor resucitado, para usar la frase de Lucas,
c u a n to J e s ú s «hizo» y « enseñó» d e s d e su s in ic io s h a s ta e l d ía d e
(Hch 1,1-2). Por esto, el candidato a ocupar el puesto
s u a s c e n s ió n
de Judas en el colegio apostólico ha de ser uno — según el discurso
de Pedro— d e e n tre lo s h o m b re s , q u e a n d u v ie ro n co n n o s o tro s to d o
e l tie m p o , a p a r t ir d e l b a u tis m o d e Juan h a s ta e l d ía q u e n o s fu e
a rre b a ta d o h a c ia e l c ie lo (Hch 1,21-22). La predicación apostólica se
encuentra garantizada en la asistencia del Espíritu Santo54, que Ies
guía a conocer la verdad plena (e is te n a lé th e ia n p a s a n ) (cf. Jn
16,13), es decir, a una mayor profundización del misterio de Cristo
(cf. Jn 14,26).
Si los apóstoles, en un primer lugar con la predicación oral, con
la actividad cúltico-sacramental y con el testimonio de su vida, fue
ron portadores de la revelación neotestamentaria, además, los mis
300
mos «apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el
mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo»55. Las
páginas sagradas del Nuevo Testamento son la consignación escrita
— espontánea y natural— de la predicación no escrita, comunicando
así a esta última un carácter especial de estabilidad. Una tendencia
universalmente válida a conservar con mayor fidelidad el mensaje
de la salvación, objeto ya de la predicación oral, es e! móvil general
de todos los escritos neotestamentarios. No pocos de éstos, sin em
bargo, obedecen a necesidades particulares de Iglesias locales.
Existía ciertamente una garantía de fidelidad en la transmisión
oral de la revelación por medio de ios apóstoles. Pues bien, la Es
critura es la consignación escrita de la predicación oral de todo el
colegio apostólico, es decir, de los testigos directos de la revela
ción hecha en Cristo e investidos de la misión específica recibida
del mismo Cristo de transm itirla fielmente bajo la asistencia del
Espíritu de la verdad. Es un hecho que los autores de estos escritos
fueron los apóstoles mismos — como consta de la mayor parte de
estos escritos neotestamentarios— u hombres de aquella misma ge
neración apostólica y en íntimo contacto con ellos.
La constitución hace mención expresa — sin que entre a discu
tir más particularidades— de otra garantía de fidelidad, a saber: la
inspiración del Espíritu Santo56. El carácter ocasional de algunos
de estos escritos y su destino más inmediato a personas determina
das o comunidades locales venía impuesto por las necesidades pas
torales de las Iglesias en las que trabajaron los apóstoles esparci
dos por el mundo. Los vínculos territoriales de su apostolado no
excluían la c o m m u n io universal de todos los apóstoles y cooperado
res apostólicos y de todas las comunidades locales con la Ig le s ia
m a d re y con el mensaje revelado y confiado a los apóstoles. La doc
trina de los apóstoles (cf. Hch 2,42) era el punto de confrontación.
Pablo ha dado las pruebas más convincentes de su afán por obte
ner la aprobación de su apostolado de parte del colegio apostólico
y por conservar viva la c o m m u n io con la Iglesia jerosolimitana.
Más aún, esta consignación escrita del mensaje revelado se pre
sentó como un camino más apto para una difusión f ie l al origen apos
tólico de este mensaje verdaderamente universal. El pensamiento
central de no pocos escritos de San Pablo es excitar a las comu
nidades locales a vivir la pureza del Evangelio que Ies ha predicado
confrontándolo con la lectura de sus cartas (Col 4,16). El carácter de
p e re n n id a d del mensaje revelado y consignado por escrito aparece
301
más obvio y más garantizado. Esto mismo afirma la constitución en
el artículo siguiente. «La predicación apostólica, expresada de un
modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por trans
misión continua hasta el fin del tiem po»57. Y Pablo recomienda en
carecidamente a los cristianos de Tesalónica que conserven las tra
diciones que él Ies ha enseñado d e v iv a voz o p o r c a rta (2 Tes
2,15).
Sin que pretendamos entrar en el tema de las relaciones entre
Escritura e Iglesia, de lo dicho se desprende cómo la Escritura, en
cuanto predicación escrita y transmisión escrita de la revelación,
es un elemento esencial de la comunidad creyente, portadora en el
espacio y en el tiempo de esta misma revelación. Si estas páginas
sagradas nacieron de la predicación oral y, por lo tanto, en un mo
mento cronológicamente posterior, ellas han contribuido notablemen
te a la formación de estas comunidades locales entregándolas el
mensaje revelado cuando el apóstol no podía estar presente y diri
giendo sus primeros pasos por el camino de una vida cristiana. Estos
escritos se leían en el momento más intenso de la vida eclesial de
una comunidad, es decir, en la celebración litúrgica. La Escritura es*
pues, un elemento esencial de la Iglesia, no precisamente porque
los apóstoles y hombres de aquella generación la entregaran a la
Iglesia ya plenamente constituida, sino porque ella ha surgido de
ese misterio de comunión de vida eclesial de la Iglesia naciente
y, por lo tanto, como un momento esencial de la misma Iglesia.
302
No es éste el contexto para exponer todos los m om entos d iv e r
sos en la realización de este plan fundacional del nuevo pueblo de
creyentes de parte de Jesús. La constitución de esta comunidad de
salvación comienza en la actividad de su vida pública, se intensifica
y echa su base fundamental en los misterios de su muerte y resu
rrección, se perfila aún más en los días de su convivencia como
Señor resucitado entre sus discípulos y se consuma con el envío de
la virtud de lo alto, el Espíritu de la verdad, a la comunidad mesiá-
nica creyente en Cristo (Le 24,49; Hch 1,8).
Si el fundarse de esta comunidad abarca un tramo de tiempo y
comprende una serie de acciones fundacionales en la vida del Jesús
histórico y resucitado, es cierto que en todo este proceso los após
to le s fueron desde un principio las piedras fundamentales (cf. Ef
2,20) y los pilares de este edificio (cf. Gál 2,9), que se estaba cons
truyendo. La fundación de la comunidad de creyentes incluye, desde
un principio hasta su consumación, a los apóstoles. Primero, con el
Jesús histórico, ellos entran en este proceso fundacional y sobre este
colegio de los doce apóstoles — cuya elección señala el primer acto
con intención y valor fundacionales— de este nuevo Pueblo de Is
rael; luego, entronizado ya Jesús a la derecha del Padre y habiéndo
les fortalecido con la misión de su Espíritu, ellos solos — bien que
invisiblemente unidos con la Cabeza Cristo— son ya los realizado
res y consolidadores de esta nueva comunidad escatológica en con
formidad con los planes de Dios revelados por Jesús.
Para ulteriores reflexiones en el curso de este trabajo conviene
destacar un aspecto en esta misión de los apóstoles como funda
dores de la comunidad eclesial y portadores de la revelación. Se
trata de un aspecto no desarrollado por la constitución DV, pero
que se deduce necesariamente del contexto mismo de los hechos
que constituyen la fundación de la Iglesia y echa el fundamento
para una concepción equilibrada de la función del ministerio jerár
quico en la comunidad eclesial de todos los tiempos.
Si es una tentación constante — a la que nos pocas veces ha
cedido la eclesiología— el colocar a los apóstoles fuera y encim a
de la comunidad como fundadores y promotores de la misma, en
realidad, en una eclesiología más armónica de las estructuras co
munes y específicas de la comunidad eclesial, ha de prevalecer el
considerar a los apóstoles como miembros incorporados a ella y go
bernándola desde dentro, si bien su incorporación, en el caso de los
apóstoles, posea un carácter verdaderamente fu n d a m e n ta l y exclu
sivo en la Iglesia58.
Los apóstoles empezaron también siendo llam ados por una pala
bra reveladora y salvadora del Verbo personal del Padre hecho carne
a creer en El e incorporarse a la comunidad, o p u s illu s g re x de sus
303
seguidores. La respuesta positiva significó para ellos la adhesión a
una vida nueva. Este núcleo comunitario de apóstoles y discípulos
de Cristo era ya Ig le sia en una configuración embrionaria, en la for
ma de una célula fundamental, que encierra en sí la fuerza vital
y las líneas maestras de su desarrollo.
En esta concepción, del todo conforme con la sucesión real de
los hechos, la Iglesia, en cuanto comunidad de los llamados y ele
gidos por Cristo, posee una p re ce d e n cia respecto a la consideración
de cada apóstol en particular y de todo el colegio apostólico inves
tido del ministerio jerárquico59. Esta situación se desprende espon
táneamente de cada uno de los relatos de la vocación de los após
toles (Me 1,16-20; M t 9,9-13; Jn 1,35-43) y de la narración de la elec
ción y constitución del colegio apostólico (Me 3,13-16; Le 10,12-16).
Los efectos que esta concepción reporta para la eclesiología, no
sólo de este primer proceso de la fundación de la Iglesia en el
tiempo apostólico, sino a lo largo de toda su existencia en la his
toria, merecen toda consideración. Los apóstoles son fundam ento
(Ef 2,20), colum nas (Gál 2,9) y co laboradores de D ios (1 Cor 3,9) en
la fundación y ulterior desarrollo de la Iglesia, p rim e ro como miem
bros de esta misma comunidad participando con los demás de una
misma vocación, de una misma fe y unos mismos sacramentos; y
Juego como ministros investidos de una misión específica dentro de
la comunidad creyente. «La ulterior edificación de la Iglesia en re
lación a su existencia y configuración primitivas es en este senti
do un proceso orgánico de la propia vida interna y un proceso de
crecimiento que los apóstoles condeterminan de modo decisivo, pero
en virtud de aquella fuerza que les viene por estar ya presente em
brionariamente en su totalidad»60.
La eclesiología que toma en serio esta realidad deberá partir
también de la comunidad para explicar el proceso de la transmisión
de la revelación en la Iglesia. Los apóstoles están igualmente suje
tos a ese movimiento pendular de escuchar y transmitir, de recibir
y dar dentro del misterio de comunión de la Iglesia. Antes de ser
ministros de la palabra revelada en la comunidad creyente, han es
cuchado y creído en esa misma palabra de alguna manera, visible
ya en el primer grupo de seguidores de Cristo, y se ha incorporado
a la comunidad escatológica naciente. Su actividad específica dentro
de la comunidad de creyentes como ministros de la palabra aparece
más claramente en su verdadera dimensión in s tru m e n ta l de colabo
rar con Dios, que le hace eficaz en ios corazones de los fieles (1 Tes
2,13; Heb 4,12-13).
59 Ib., p. 183.
60 Ib., p. 183.
304
La comunidad creyente, portadora de la Palabra
61 Ib., p. 173-176.
305
20
De la comunidad de cristianos de Tesalónica dice Pablo que pro
clamaron (e k s e je ta i) la palabra del Señor no sólo en Macedonia y
Acaya, sino que su fe en Dios, es decir, el testimonio de su vida
cristiana, se extendió a todos los sitios (1 Tes 1,8).
En Filipos, la prisión de Pablo favoreció el progreso del Evan
gelio, porque la m ayoría de lo s herm anos, anim ados en e l Señor
p o r m is cadenas, han cobrado más audacia para p re d ic a r sin te m o r
la palabra de D ios (Flp 1,12-14). La historia de la iglesia naciente
testimonia la eficaz transmisión del mensaje cristiano por medio de
comerciantes y viajeros hasta las más lejanas provincias del Imperio
romano.
Estas breves reflexiones se han propuesto evitar dos p e lig ro s ,
que frecuentemente amenazan a una comprensión equilibrada del
binomio reve la ció n y com unidad c re ye n te tanto en su primera épo
ca apostólica como después, a lo largo de toda su existencia his
tórica.
El p rim e r peligro se manifiesta en una tendencia en el campo teó
rico, y más aún en el campo práctico, a m onopolizar en favor de
los ministros sagrados esta misión de transm itir la palabra revela
da, que es propia de toda la comunidad creyente, separándolos del
seno de la comunidad eclesial y colocándolos sobre ella, como si
sirvieran el pan de la palabra de Dios desde a fu e ra .
Esta concepción se opone a la estructura interna de la comuni
dad eclesial. Los ministros sagrados tienen frente a la palabra re
velada una m isió n específica con una d o ta ció n correspondiente co
municada por el mismo Cristo con la elección al apostolado y con
la participación de su propia misión sobre la comunidad mesiánica
de la nueva alianza. Pero estos ministros de la palabra son ante
todo miembros de la comunidad de creyentes y, por lo tanto, ejer
cen su misión desde dentro, participan de la fe y de los carismas
de toda la totalidad de los fieles. Incorporados, pues, a la comuni
dad eclesial viven el misterio de com unión en un recíproco dar y
re c ib ir, que se escapa a ulteriores determinaciones en fórmulas hu
manas, pero no por eso menos real y necesario para la vida de la
Iglesia62.
Esta vinculación indisoluble de los ministros sagrados a la co
munidad tiene como consecuencia práctica el alejar de la eclesio-
logía un segundo p e lig ro , a saber: una tendencia a disociar la Igle
sia docente de la Iglesia disce n te , monopolizando la primera toda
actividad e iniciativa y considerando a la segunda sujeta a una fun
ción exclusivamente receptora.
Una concepción que secunde esta tendencia se opone también af
principio más universal de comunión recíproca entre todos los miem
bros de la comunidad creyente. Este misterio de comunión eclesial
halla su expresión en categorías bipolares, como la de la Iglesia
306
docente y discente, cuya interpretación recta debe evitar monopolios
exagerados que abocarían necesariamente en el error. En la Iglesia
d o c e n te no podemos olvidar ese aspecto tan real de recibir la pa
labra revelada de la Palabra personal de Dios hecha carne, del Es
píritu de la verdad, de la fe de la comunidad creyente garantizada
con la asistencia del mismo Espíritu. Su misión de interpretar autén
ticamente la revelación presupone ese primer momento de escuchar
la en cada momento histórico del Espíritu y de la comunidad de cre
yentes. La constitución ha distinguido ambos momentos en las pri
meras palabras del proemio. La asamblea santa escucha con devoción
la palabra de Dios y la proclam a con valentía63.
Como la Iglesia docente recibe a su vez de otro la palabra re
velada — en última instancia, de la Palabra encarnada— , por eso
está al servicio de la Palabra de Dios presente en la Iglesia. Por
otra parte, la Iglesia d is c e n te no ejerce una función meramente re
ceptora y pasiva frente a los ministros sagrados, sino da testimo
nio activo de este mensaje revelado de la salvación con la presen
cia de su vida cristiana en el mundo, con la profesión pública de
su fe, con su actividad litúrgico-sacramental y con el mismo ejercicio
activo del anuncio de la palabra revelada.
307
comunidad de creyentes. Algunos elementos nada más aparecen dis
persos por todo el capítulo segundo, concluyendo con la formulación
de un par de principios generales en el artículo décimo.
En primer lugar hay que hacer constar con pena que la DV, en
un tema tan decisivo, no haya seguido el camino abierto por la
constitución sobre la Iglesia L u m e n g e n tiu m , saludado en el campo
eclesiológico como uno de los mayores avances de la eclesiología
del Vaticano II. Con la inserción del capítulo segundo en la L u m e n
g e n tiu m se dio definitivamente la precedencia a la teología de la
comunidad sobre la teología de las diversas categorías de personas
dentro de esta misma comunidad64. Centrando la eclesiología en la
comunidad ciertamente jerarquizada — en contra de toda tendencia a
una concepción puramente democrática de la Iglesia— , el misterio
de comunión entre los individuos y la comunidad adquiere todo su
relieve en la vida de la Iglesia.
Se trata de una teología de la comunidad que parte de sus es
tructuras trascendentales. Es un pueblo que trae su origen de a rrib a ,
es decir, de una elección y convocación de parte de Dios. Su exis
tencia como pueblo profètico está enraizada en el misterio de Cristo
y participa de la misiónprofètica del Señor. El difunde la revela
ción hecha en Cristo con el testimonio vivo, sobre todo, de su fe
y de su caridad. La asistencia del Espíritu de la verdad garantiza
la pureza de esta fe de la comunidad creyente, y le ayuda a pene
trar más profundamente en la palabra de Dios y a traducirla más
plenamente en el testimonio de su v id a 65.
Uno hubiera deseado encontrar en la DV, al hablar de los por
tadores de la revelación en el tiempo postapostólico, este mismo
orden — de la teología de la comunidad a la teología de sus estruc
turas específicas— , considerado como un gran acierto en la ecle
siología postconciliar. Se puede comprobar ciertamente en la DV
una clara tendencia a resaltar el papel de la comunidad creyente en
la transmisión de la revelación, pero el esquema eclesiológico de
lo común a lo específico no se abrió camino. Más aún, en la DV
encontramos todos los elementos esenciales para describir amplia
mente esta misión de la comunidad creyente frente a la palabra de
Dios, pero éstos se hallan dispersos por los cuatro artículos del ca
pítulo segundo. Merece la pena el agrupar todos los elementos que
la DV atribuye a los diversos portadores del mensaje de la salva
ción revelado en Cristo y destinado a ser transmitido íntegro hasta
el fin de los tiempos.
La DV enfoca el problema en la perspectiva siguiente. El ke-
ry g m a apostólico — por ser normativo para la Iglesia de todos los
tiempos, bien que con una dotación personal diferente en los su
cesores de los apóstoles— había de pasar a la fe de la comunidad
308
creyente para ser transmitido siempre vivo y entero en la Iglesia;
por lo cual, «los apóstoles nombraron como sucesores a los obis
pos, ‘dejándoles su cargo en el magisterio’»66, quedando así consti
tuidos, en virtud de una misión específica, en pregoneros del men
saje revelado en la Iglesia. Ha sido una preocupación constante de
la DV, que comprobamos en varios pasajes de este capítulo, el con
siderar a los ministros sagrados expresamente d e n tro de la comu
nidad, evitando así todo conato teórico y práctico de sacarlos y
contraponerlos a la misma comunidad. Se trata, si no de un influjo
directo de la Lumen g e n tiu m sobre la D e i Verbum , al menos de un
rasgo común de ésta con aquélla.
El orden, pues, adoptado por la DV es partir de los ministros
sagrados en el ejercicio de su función específica a la comunidad
creyente; de la revelación p ropuesta por el magisterio jerárquico, a
la revelación creída por la comunidad de fieles. Nos encontramos en
el centro de divergencia de ambas constituciones. Se trata sola
mente del punto de partida, ya que la DV da amplia cabida a la
misión de la comunidad creyente como portadora de la revelación.
Pero es muy frecuente que el punto de partida determine decisiva
mente el curso del desarrollo y la importancia que un tema particu
lar tenga en el plan de conjunto.
Con todo, si bien la DV ha partido de una transmisión de la
revelación en línea jerárquica, o sea, de Cristo a los apóstoles en
el ejercicio de su misión apostólica, y de éstos a sus legítimos su
cesores, los obispos, en cuanto portadores de esta misma misión
en sus funciones esenciales del ministerio de la palabra, del mi
nisterio de la actividad litúrgico-sacramental y de la cura pastoral
de la comunidad; no por eso ha echado en olvido la misión de toda
la comunidad creyente en la transmisión de la palabra revelada ni
la ha relegado a un segundo lugar. La preocupación en el Vaticano I!
por establecer un sano equilibrio teórico y práctico entre la comu
nidad y sus diversas categorías de personas le ha llevado a reco
nocer en toda su validez la función profètica de la Iglesia como
portadora de la revelación.
Como queda ya dicho de los apóstoles67, vale también compro
bar que el mensaje revelado en Cristo se perpetúa en la Iglesia
postapostólica en virtud de ese misterio de comunión manifestado
en un d ar y re c ib ir recíproco de los ministros y el pueblo cristiano,
en el predicar y escuchar la palabra de Dios en la Iglesia post
apostólica, por lo que tanto los fieles como los ministros sagrados
sean igualmente portadores de la revelación. Naturalmente, los mi
nistros jerárquicos, en virtud de su misión apostólica, son porta
dores e intérpretes a u té n tic o s de! depósito revelado68.
309
La doctrina expuesta en la DV sobre la comunidad creyente en
su función de portadora de la revelación representa una novedad
en el magisterio de la Iglesia. Todos estos elementos dispersos
por la constitución esperan el trabajo teológico sistemático de con
frontación mutua y con otros dogmas de la teología que manifieste
su grado de coherencia y fecundación dentro del sistema teológico.
El momento de una sistematización definitiva todavía no ha llegado.
El presente trabajo se limita a un breve recuento y comentario de
estos elementos esparcidos por el capítulo segundo de la D V 69.
310
que constituyó !a comunidad apostólica, está presente en la fe y
en la palabra de la Iglesia.
Mientras el presente pasaje enfoca la transmisión de la reve
lación por medio de la comunidad creyente en una perspectiva per
sonal, evoca los dos aspectos de la tensión escatológica. Por una
parte, la Iglesia posee la palabra revelada y de ella depende vital
mente durante toda su peregrinación terrestre; por otra parte, su
conocimiento de la palabra de Dios por la fe, comparado con la vi
sión de Dios en la consumación escatológica, es imperfecto. En la
palabra revelada oral y escrita es D io s m is m o el que se da a la
Iglesia, bien que de un modo aún imperfecto y transitorio. La alu
sión al menos implícita a 1 Cor 13,1273 recalca más el sentido de
esta tensión a la que está sometida la Iglesia peregrinante entre
la re v e la tio g io ria e que ya le ha sido comunicada y la r e v e la tio g lo -
ria e que espera en la consumación. La Tradición y la Escritura dan
testimonio perenne de la revelación de Dios dada en Jesucristo y
hecha presente por el Espíritu Santo en la comunidad de creyentes
y esencialmente proyectada hacia su consumación futura. La rea
lidad imperfecta, que ya posee, constituye la esperanza cierta de la
plenitud que le ha sido prometida. El mensaje cristiano de salvación,
en su doble realidad de la palabra y de los sacramentos, remite a
la obra redentora de Cristo en un pasado histórico, lo hace eficaz
mente presente en cada situación de la comunidad creyente y an
ticipa el futuro de la consumación escatológica.
La intención de la asamblea conciliar de acentuar la realidad de
esta tensión de la revelación por la Tradición y Escritura y a pre
sente en la iglesia, pero to d a v ía no en su estado de consumación
definitiva, la puso de manifiesto la Comisión doctrinal al explicar la
entrada de este pasaje en el esquema III. Mediante la Tradición y la
Escritura, la Iglesia puede contemplar a Dios en la medida propia
de la situación de esta vida presente, que es ya como un anticipo
y comienzo de la visión perfecta escatológica74.
Por otra parte, se lee en la relación oficial de este pasaje que
la contemplación que la Iglesia tiene de Dios ahora en el espejo
de su palabra oral y escrita no es un conocimiento puramente inte
lectual, sino una experiencia existencialmente vital para la Iglesia,
que vive de la realidad de este mensaje cristiano de verdad y gra
cia o, como se expresa el texto conciliar, que re c ib e todo de Dios,
presente en la palabra revelada75.
73 Hasta la tercera redacción, el texto de los esquemas remitía a 1 Cor
13,12, que fue suprimido en la cuarta redacción para no entrar en las di
ficultades exegéticas que presenta el texto paulino en la imagen del es
pejo (cf. MO ad n. 7,19). La cuarta redacción, en cambio, introdujo la re
ferencia a 1 Jn 3,2, que tiene el sentido exclusivo de la visión en la gloria
(cf. esquema IV. Reí. ad n. 7,11).
74 Cf. esquema III. Reí. ad n. 7H.
75 DV II 7: Vat. II-B A C , p. 165; el término accipit excluye una con
templación puramente abstracta. Cf. MO ad n. 7,18.
311
La comunidad, pues, de creyentes es po rta d o ra de esta palabra
oral y escrita durante su peregrinación terrestre. La revelación que
esta comunidad cree y hace presente fue consumada en C risto 76. En
esta plenitud de la revelación ya comunicada funda la comunidad
eclesial su esperanza de alcanzar lo que todavía no posee, a saber,
la revelación escatológica de la gloria, es decir, la revelación consu
mada de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor 1,7; 2 Tes 1,7).
La Iglesia, como portadora de la revelación en este tiempo me
dio, vive sometida a las fuerzas dialécticas de una tensión entre
presente y futuro, conocimiento por la fe y visión directa de Dios,
cruz y gloria. El Señor, en el Espíritu Santo, sostiene a la comuni
dad creyente en un equilibrio inestable para que no se incline de
masiado durante su peregrinación terrestre a ninguno de estos dos
polos de atracción, que equivaldría a una defección del plan fun
dacional de Cristo sobre ella y a una destrucción del misterio ecle
sial. En el ejercicio de su misión de hacer eficazmente presente
al mundo la palabra de Dios revelada en Cristo, como portadora de
la revelación en la historia, esta tensión escatológica se manifiesta
en múltiples imperfecciones a las que está inevitablemente some
tida su actividad en el ministerio de la palabra.
Sin embargo, en virtud de la presencia del Señor y de la asis
tencia del Espíritu de la verdad, la comunidad de creyentes del Nue
vo Testamento no es Synagoga, sino E kklesia de Cristo, es decir,
no se apartará de la verdad del mensaje revelado en Cristo y no
cederá su puesto en la economía de la salvación a otra Iglesia, sino,
firme en la fe y en la verdad — a pesar de sus limitaciones y defi
ciencias en la realización de su misión presente— , ella tiene su
existencia garantizada hasta que pase al estado de consumación en
la visión celeste. Una anticipación exaltada de la re v e ía tio g lo ria e
en su peregrinación terrestre llevaría a la comunidad eclesial a trai
cionar su responsabilidad con el presente histórico huyendo del mar
co que ahora ocupa en el tiempo y en el espacio. El cerrar, en cam
bio, los ojos a la meta que le espera al fin de su peregrinación va
vinculado a diversas manifestaciones de pesimismo y a tentativas
radicales de reforma más allá de los límites impuestos por la fide
lidad a las líneas esenciales que trae de su fundación histórica en
Cristo.
312
describe más detalladamente la función de la comunidad de creyen
tes como portadora de la revelación en la historia. Su enfoque es
primariamente desde la perspectiva del objeto de esta transmisión
de la revelación por la tr a d ic ió n v iv a de la Iglesia.
La presencia de la revelación en la comunidad eclesial se trans
mite v ita lm e n te y abarca toda la v id a de la Iglesia. La plenitud de
la revelación hecha en Cristo no pasa exclusivamente — ni aun prin
cipalmente— al pueblo de Dios en forma de una serie de verdades
y enunciados de fe más o menos fijos para así perpetuarse en la
historia, sino más bien este mensaje revelado se encarna en la vida
toda de la comunidad creyente, y en ella va realizándose vitalmente
la historia de la salvación en su fe escatológica, es decir, en el
tiempo medio de la Iglesia. La comunidad creyente es portadora
de la revelación en todos los aspectos de su vida eclesial. El tes
timonio de la DV es bien preciso: «lo que los apóstoles transmitie
ron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una
fe creciente del Pueblo de Dios; así la Ig le s ia , con su enseñanza,
su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que
es y lo que cree»78.
La presencia perenne de la revelación de Dios en su Iglesia está
garantizada por la Tradición. La continuidad de esta revelación des
tinada a ser transmitida en el tiempo medio desde la ascensión a
la parusía de Cristo, es el tema de la primera proposición del texto
conciliar: «la predicación apostólica79, expresada de un modo espe
cial en los libros sagrados80, se ha de conservar por transmisión
continua hasta el fin del tiem po81.
El presente artículo se centra en la Tradición, si bien ésta com
prende también de algún modo la Escritura82. Más aún, la predica
ción apostólica, en su consignación escrita, es un elemento esencial
313
de la realidad misma de la iglesia en cuando ésta es comunidad
de creyentes en el misterio de Cristo, y forma así también el sa
cramento de la presencia permanente de Dios en su comunidad de
salvación 83.
La conservación perenne de la p re d ic a c ió n a p o s tó lic a en la comu
nidad creyente está garantizada por la s u c e s ió n in in te rru m p id a en
el ministerio apostólico. La alusión a los obispos, sucesores legíti
mos de los apóstoles84, es manifiesta. La asamblea conciliar se ha
bía propuesto acentuar la continuidad perenne y la autenticidad apos
tólica de la palabra revelada y presente en la Iglesia. De aquí su
interés en destacar la misión de los ministros sagrados como por
tadores auténticos de la revelación en la comunidad eclesial.
La predicación apostólica posee un carácter n o rm a tiv o para ia Igle
sia del tiempo postapostólico. Por eso recomienda encarecidamente
Pablo a los fie le s q ue c o n s e rv e n la s tra d ic io n e s a p re n d id a s de p a la
b ra o p o r c a rta (2 Tes 2,15), y la carta de Judas, que luchen por
conservar la fe recibida (Jds 3). Sin olvidar la misión específica de
los ministros sagrados de custodiar la autenticidad del mensaje re
velado, las dos citaciones bíblicas tratan de establecer el equilibrio
entre la misión común de los fieles todos y la específica de los mi
nistros jerárquicos.
Esta misión de toda la Iglsia como portadora de la revelación se
perfila con nuevos detalles cuando el texto conciliar describe el ob
jeto de la Tradición. Su contenido se encarna en toda la realidad
vital del misterio de la Iglesia. La Tradición no puede traducirse
adecuadamente en enunciados verbales. Ella está presente en la
doctrina apostólica, en la organización y vida de la Iglesia, en su
interpretación de la Escritura y en toda su actividad litúrgico-sacra-
mental. Se trata, pues, de manifestaciones limitadas y contingentes
del mensaje revelado.
La presencia de Cristo y la asistencia del Espíritu garantizan a
la Iglesia la identidad sustancial del mensaje de la salvación en
cada situación determinada de su historia con el mensaje apostólico,
y es siempre capaz de discernir «todo lo necesario para una vida
santa y para una fe creciente del pueblo de D ios»85. En este Pueblo
de Dios, como portador de la revelación, se da una cohesión indi-
sociable entre aquello que cree y lo que enseña y realiza en su vida
comunitaria; lo que él c re e está enraizado en lo que es, y lo que
él es está enraizado en lo que él cre e .
314
Al tratar, pues, de la transmisión de la revelación en el tiempo
postapostólico por la Iglesia, la constitución establece una paridad
de elementos transmisores con los arriba indicados en el tiempo
apostólico, a saber: a n te s , predicación oral-ejemplos-instituciones86;
a h o ra , enseñanza-vida-culto. Estos tres elementos constituyen la exis
tencia de una Tradición re a l· La comunidad creyente no sólo perpetúa
una p a rá d o s is doctrinal, sino real, manifestada en la totalidad de la
vida de la Iglesia, es decir, en todo lo que la comunidad es y lo
que cree.
Aquella experiencia vital de los apóstoles, como testigos direc
tos de la vida, muerte y resurrección de Cristo, pasa de alguna ma
nera a la experiencia eclesial de la primera comunidad cristiana.
Era el testimonio de los que habían convivido con Cristo. La comu
nidad naciente vive en comunión con los apóstoles (Hch 2,42) el
misterio de Cristo en toda su vitalidad y saca de él lo que debe s e r
y debe c re e r.
Cuando la DV describe a continuación la evolución progresiva y
desarrollo histórico de la Tradición en el seno de la Iglesia, viene a
precisar más la función de la comunidad de creyentes en su fun
ción de portadora de la revelación. «La Tradición apostólica va cre
ciendo en la Ig le s ia con la ayuda del Espíritu Santo87. Siendo la Tra
dición del mensaje revelado una función vital de la Iglesia, está
también sometida a la ley de progreso histórico, que es condición
indispensable de la existencia misma de esta comunidad de cre
yentes en la historia.
El desarrollo progresivo es ley ineludible de la conservación de
todo ser viviente. La Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes, está
enraizada en la historia y camina entre las coordenadas de espacio
y tiempo hacia su consumación celeste. Si esta comunidad viviente
en su fe, en su doctrina y en el testimonio de su vida cristiana se
cerrara a un sano progreso histórico, traicionaría su destino de tra
ducir el mensaje de la salvación encarnado en las diversas situa
ciones de la historia.
Gracias a este dinamismo vital, el mensaje cristiano, revelado
en Cristo y presente en la fe de la Iglesia, sin traicionar su origen
y su contenido primigenio, se desarrolla constantemente según este
progreso, que trasciende las leyes de pura lógica y otros resultados
de la sola comprobación histórica. Se trata de un desarrollo que
retiene la identidad sustancial con el mensaje cristiano primitivo
revelado en Cristo confiado a los apóstoles. Excluye, pues, un aumen
to en forma de pura adición numérica de elementos nuevos. El texto
de la constitución88, por otra parte, supone claramente un progreso
315
interno que recae en la realidad misma de este mensaje cristiano,
sin que por eso cambie sustancialmente su contenido. La asistencia
del Espíritu, que dirigió la constitución de la predicación apostólica,
garantiza ahora ia transmisión íntegra de la tradición apostólica en
carnada en la vida eclesial de la comunidad creyente.
La constitución no permite dudar de que al comunidad entera es
portadora de esta tradición en crecimiento. Su desarrollo, pues, no
es función exclusiva del magisterio jerárquico, aunque éste tenga
una responsabilidad especial en asegurar la autenticidad de esta evo
lución. La DV no sólo afirma categóricamente que el crecimiento de
la tradición apostólica se realiza en la Ig le s ia , sino, al describir los
factores que contribuyen a esta más clara conciencia de la revela
ción en la historia de la Iglesia, nombra en primer lugar la reflexión
y el estudio de los fie le s . En los creyentes crece la comprensión
del mensaje revelado no exclusivamente por vía de una profundiza-
ción intelectual y por deducción lógica, sino, sobre todo, por vía de
una asimilación experimental y comprensión interna de los misterios
que vive la comunidad creyente.
En segundo lugar menciona la DV la función específica de los
obispos, sucesores de los apóstoles en la proclamación del mensaje
revelado, dotados del carisma de la verdad. Si toda la comunidad
de creyentes coopera tan activamente al desarrollo del mensaje cris
tiano, el m a g is te r io eclesiástico, en su misión particular de inter
pretar auténticamente el depósito de la fe, y los te ó lo g o s , en su
trabajo de profundizar en la inteligencia de la fe, deben fomentar el
contacto más íntimo con la comunidad creyente y dar expresión con
creta a este misterio de comunión en la vida de la Iglesia. Se trata
de un misterio de comunión en el que toda tendencia a independi
zar o separar el magisterio de la comunidad, o la comunidad del
magisterio, amenaza destruir el misterio mismo de la Iglesia.
Por eso la L u m e n g e n tiu m insiste en la necesidad de una «direc
ción por parte del magisterio sagrado» 89, para que la comunidad de
creyentes se adhiera indefectiblemente al mensaje revelado y a ella
confiado, y para que penetre más profundamente en él con juicio
certero y le dé una más plena expresión en su vida eclesial. Si el
magisterio sagrado posee esta misión específica en la transmisión
íntegra y siempre en crecimiento del mensaje revelado, la DV da
precedencia aquí a la misión de la comunidad creyente y, cierta
mente, concibe la función del magisterio ejercida d e s d e d e n tro y en
íntima unión con la comunidad entera.
La constitución menciona una vez más, en este contexto del pro
greso de la Tradición en la Ig le s ia , la tensión escatológica a la que
está sometida su misión de portadora de la revelación. «La Iglesia
camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta
316
que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios»90. Si la
Iglesia de alguna manera participa ya de la plenitud de la revela
ción dada en Cristo, sin embargo, como Iglesia peregrinante, to d a
v ía n o ha llegado a la posesión consumada de la revelación, que
espera para el día en que vea a Dios cara a cara, como El e s 91. Mien
tras la Iglesia sea portadora del mensaje cristiano de fe en su pe
regrinación terrestre: «Dios, que habló en otros tiempos, sigue con
versando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu
Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y
por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la
verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra
de Cristo» 92.
La constitución desarrolla aún más esta p re s e n c ia v iv ific a d o ra de
la revelación en la Iglesia. Las primeras redacciones de la DV ha
blaban simplemente de la Tradición v iv a 93. La vitalidad del mensaje
revelado en la Iglesia quedó formulada con decisión en el texto
definitivo, cuando habla de una «presencia vivificadora de la Tradi
ción, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la
Iglesia, que cree y o ra94.
La vitalidad de esta transmisión de la revelación mediante la co
munidad creyente no solamente consiste en que la Tradición avance
en su proceso vital, sino en que ella misma es fuente de vida. La
riqueza de este influjo vital pasa a la práctica y a la vida de la
Iglesia creyente y orante. En este misterio de mutua fecundación de
creencias y prácticas se desarrolla a su vez vitalmente la Tradición
en el seno de la comunidad eclesial.
Este proceso vital que experimenta el mensaje revelado en su
devenir histórico es propio de la Iglesia de todas las edades. La
palabra de Dios, siendo anunciada en situaciones históricas las más
diversas, debe llegar al hombre en su mundo y en su ambiente pro
pios para que se entable el diálogo de salvación entre él y Dios.
Al hombre del siglo XX debe la Iglesia creyente y orante hacer pre
sente y anunciar el mensaje revelado en Cristo con la misma fide
lidad y frescura con las que la Iglesia naciente proclamó y extendió
el misterio de Cristo a las primeras generaciones cristianas. En este
hacer presente la revelación, la Iglesia experimenta en sí una vez
más la tensión de la mayor fidelidad a la palabra de Dios, que le
ha sido confiada de una vez para siempre en Cristo por medio de ios
317
apóstoles, y, por otra parte, de su responsabilidad con los hombres
de cada situación histórica concreta.
La Iglesia del Vaticano II ha sentido esta preocupación urgente
y ha hecho esfuerzos quizás más radicales que en otras épocas de
su historia para anunciar la revelación al hombre de hoy en toda
su novedad y dinamismo. En su misión de hacer perennemente pre
sente y n u e v o el mensaje cristiano y para que la viva voz del Evan
gelio resuene por medio de su testimonio en el mundo entero, vive
ella en calidad de E sposa d e l V e rb o en su conversación con Dios,
mientras el Espíritu Santo coopera también introduciendo a los fieles
en la verdad plena de Cristo, hecha presente en la Iglesia.
Un signo de la vitalidad de la Tradición en la vida de la Iglesia
se manifiesta en la eficacia que comunica a la palabra de Dios he
cha de alguna manera institución en la Escritura sagrada. Sin entrar
a discutir el problema de la extensión de la Tradición y de la Es
critura en el plano de su contenido material, la DV acentúa la impor
tancia de la Tradición viva en relación a la Escritura bajo un doble
aspecto. P rim e ro , la Tradición viva, en cuanto testimonio vital de toda
la Iglesia creyente, da a conocer el ca n o n de los libros sagrados; y,
se g u n d o , gracias a esta misma Tradición, comprende siempre más
profundamente los libros sagrados y los conserva activos en la
Iglesia959 .
6
La Escritura ha surgido de la Tradición viva de la comunidad
creyente, y el testimonio vivo y perenne de esta fe comunica una
comprensión más profunda de la palabra escrita para que su efica
cia se perpetúe perennemente en la comunidad eclesial. «La Escri
tura no es un documento de una época histórica determinada — dijo
el relator oficial— sino contemporánea de todas las edades». De
aquí se deriva su actividad perenne en la Iglesia.
Determinado el canon de los libros sagrados, la Tradición no
cesa en la Iglesia. «La Tradición y la Escritura están estrechamente
unidas y compenetradas»97. En virtud de esta dependencia mutua, la
cesación de una reportaría inevitablemente la pérdida de la otra.
La Escritura permanece vinculada a la Tradición, de la que salió como
consignación escrita de la predicación apostólica. El Espíritu Santo
es el garante de este influjo benéficio mutuo entre la Tradición y
la Escritura en la vida de la Iglesia, en su misión de transm itir la
revelación entera a todas las edades. La asamblea conciliar recalcó
la necesidad de ambas y se abstuvo de formular la suficiencia ab
soluta de una de ellas.
318
M is ió n de la c o m u n i d a d en la t r a n s m is i ó n de la r e v e l a c i ó n
319
que todos sus miembros constituyen una comunidad de creyentes,
con unos mismos vínculos de fe y de sacramentos, y todos partici
pan de una responsabilidad común en la realización de la misión
específica de esta comunidad de salvación.
Al partir la DV de ios elementos comunes a todos los miembros
de la Iglesia, ha seguido el camino abierto ya en la L u m e n g e n tiu m ,
que ha antepuesto en el capítulo segundo la teología de las diver
sas categorías de sus miembros y ha insistido en diversos pasajes
en la igualdad fundamental de todos los creyentes. En el Pueblo de
Dios «es común la dignidad de sus miembros, que deriva de su
regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la
llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e
indivisa la caridad Aun cuando algunos, por voluntad de Cristo,
han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pas
tores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en
cuanto a la dignidad y a la acción, común a todos los fieles, en
orden a la edificación del Cuerpo de Cristo. Pues la distinción que
el Señor estableció entre los ministros y el resto del Pueblo de
Dios lleva consigo la solidaridad, ya que los pastores y los demás
fieles están vinculados entre sí por recíproca necesidad 105.
Las constitución jerárquica del Pueblo de Dios le es tan esencial
como la igualdad fundamental de todos sus miembros en la partici
pación de los dones comunicados en Cristo y en el destino sobre
natural común a la totalidad del Pueblo. Unos han sido puestos, en
nombre de Cristo, en el ministerio sagrado de la palabra y de los
sacramentos al servicio siempre de sus hermanos y, por ellos, del
Pueblo entero de Dios; y otros reciben de Cristo, por medio de sus
ministros, el pan de la palabra de Dios y la participación sacra
mental en los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo,
hechos presentes en los sacramentos. Sin embargo, la responsabili
dad de hacer presente y transm itir íntegramente el depósito reve
lado con el testimonio de su fe y vida cristiana pesa sobre toda la
comunidad creyente y sobre cada uno de sus miembros — con pala
bras de la DV— : sobre «el pueblo cristiano entero unido a sus pas
tores».
La constitución se ha propuesto equilibrar posiciones exageradas
en la explicación de la responsabilidad de esta comunidad creyente
frente a la palabra revelada. Esta responsabilidad se especifica den
tro de la Iglesia según las diversas categorías de personas que la
constituyen concretamente, de acuerdo con su constitución jerár
quica de m in is tr o s s a g ra d o s y p u e b lo fie l. Esta diversidad es un
rasgo constitutivo de la Iglesia, que trae su origen del Jesús histó
rico. Nunca ha sido fácil encontrar la interpretación equilibrada de
esta diferenciación dentro del misterio de la comunidad eclesial.
320
Hemos visto 100 una posición extrema representada en la tenden
cia teórica y práctica a separar de la totalidad del Pueblo de Dios
al magisterio eclesiástico. La DV previene este peligro dando la pre
cedencia a la función de toda la comunidad frente a la función
específica de los ministros sagrados; en otras palabras, afirmando ca
tegóricamente que el depósito revelado ha sido entregado a la Igle
sia, entendiéndola como Pueblo cristiano entero unido a sus pas
tores.
La otra posición extrema — en su forma radical es un principio
fundamental de la eclesiología protestante— sería sacrificar la fun
ción específica del magisterio eclesiástico con el depósito revelado
en favor de una concepción eclesiológica que h y p o s ta tiz a la palabra
de Dios escrita como único criterio de verdad y rectitud en la co
munidad cristiana y nivela, bajo el dominio absoluto de la palabra,
todas las categorías de personas en la Iglesia.
Cristo hizo partícipes a los apóstoles — y en éstos a sus legí
timos sucesores— de su misión profètica y les ha constituido intér
pretes auténticos de su mensaje de salvación. Esta misión especí
fica del magisterio eclesiástico no significa una amenaza a la tras
cendencia de la revelación, ya que, al anunciar e interpretar autén
ticamente el mensaje cristiano, el magisterio no ejerce un acto de
d o m in io sobre la palabra revelada, sino de s e rv ic io a ésta, y no se
coloca s o b re la palabra revelada, sino «la escucha con devoción y la
proclama con valentía» 1 *07.
La doctrina sobre esta misión comunitaria de todo el Pueblo pro
fètico de Dios en la transmisión de la revelación no puede llamarse
nueva en un sentido estricto, pero constituye ciertamente un as
pecto que en los manuales eclesiológicos ni bajo el tema del m a g is
te r io , ni en la doctrina d e lo c is th e o lo g ic is obtuvo la atención que
merecía. Los tratados de eclesiología partieron siempre de la mi
sión específica del magisterio eclesiástico de interpretar auténtica
mente el depósito revelado. Este punto de partida determinó nota
blemente la prevalencia dada en los manuales eclesiológicos a la
consideración dei magisterio eclesiástico y el olvido casi completo
de la comunidad creyente. Al hablar de los ó rg a n o s de la Tradición,
era frecuente hacer una mención poco más que honorífica del s e n s u s
fid e ], s e n s u s E c c le s ia e , c o n s e n s u s fid e i y de la infalibilidad de la
Iglesia creyente. En los documentos del magisterio de la Iglesia — por
ejemplo, en el Vaticano I y en la encíclica H u m a n is g e n e r is 108, que
más directamente han tocado los temas de la Revelación, Tradición,
Escritura e Iglesia— , el depósito revelado ha sido considerado en su
relación al magisterio eclesiástico109.
321
oí
La DV revaloriza esta realidad durante largos siglos relegada a un
segundo plano. El testimonio de la Comisión doctrinal no deja lugar
a dudas: «En este artículo (...) se establece la relación existente
entre el único depósito revelado (constituido por la Tradición y la
Escritura) y to d a la Ig le s ia , que incluye a los s im p le s fie le s y a la
je ra rq u ía a un mismo tiempo. Este depósito de la fe debe conside
rarse confiado a la Iglesia, no para que ésta lo interprete auténtica
mente (que es misión exclusiva del magisterio), sino para que viva
de él y, al vivirlo, la Iglesia de cualquier época histórica imite fiel
mente a la Iglesia apostólica» no.
La constitución, pues, adopta en ese tema una posición que jus
tamente puede llamarse nueva, es decir, en el sentido de una ver
dad que pasa a primer plano en la conciencia de la Iglesia y de la
que justamente se puede esperar un influjo fecundo en el futuro.
En la realización concreta de esta misión de la comunidad cre
yente como portadora de la revelación en la historia, la constitución
distingue tre s a s p e c to s fundamentales m.
El p rim e ro es que en esta transmisión participa to d a la Ig le s ia ,
realizando así el misterio de comunión que une a todos sus miem
bros. El texto conciliar habla del p u e b lo c ris tia n o e n te ro u n id o a
s u s p a s to re s como sujeto colectivo de esta transmisión de mensaje
revelado y de una m a ra v illo s a c o n c o rd ia d e p a s to re s y fie le s en el
testimonio de su fe. A la luz de esta doctrina, la transmisión de la
revelación no puede considerarse más misión exclusiva del magis
terio eclesiástico. Cada uno de los miembros de la comunidad ecle-
sial es, por su parte, responsable de esta tarea, común a toda la
Iglesia, y la debe realizar concretamente en la profesión y testimonio
de su fe, recibida de la Iglesia y conservada en la Iglesia 1 l12.
0
El se g u n d o aspecto se refiere a la c o n tin u id a d de esta transmi
sión en una comunidad creyente que « p e rs e v e ra s ie m p re en la doc
trina apostólica y en la unión, en la eucaristía y en la oración». La
fe en la d o c trin a a p o s tó lic a es a un mismo tiempo principio de iden
tidad e igualmente de desarrollo vital en la Iglesia de todos los
tiempos. La apostolicidad es propiedad esencial de la comunidad
cristiana en todas las fases de su peregrinación terrestre. El anun
cio del mensaje revelado y su presencia salvifica en la Iglesia de
322
una determinada época histórica está caracterizado por esta tensión
que dirige la permanencia de la Iglesia en la historia e
a s in tó tic a ,
implica siempre una relación esencial de perseverancia del keryg-
ma apostólico primitivo.
El te r c e r aspecto fundamental de la transmisión del mensaje re
velado en la Iglesia es su dimensión antropocéntrica. La revelación
ha partido de la iniciativa de Dios para salvar al hombre. Su con
servación en la Iglesia debe ir dirigida por el principio fundamental
de hacer posible y fomentar este encuentro del hombre con Dios. Un
rasgo de la nueva conciencia eclesial suscitada por el Vaticano II
ha sido una más profunda convicción en todo el Pueblo de Dios,
desde los obispos hasta los últimos fieles laicos, de que la Iglesia
es el sacramento e instrumento universal de salvación. La Iglesia
considera toda su existencia puesta al servicio de la salvación de
la humanidad. De esta preocupación conciliar se hizo intérprete Pa
blo VI en su alocución el día en que se clausuraba el Vaticano II:
«Tal vez nunca como en esta ocasión ha sentido la Iglesia la nece
sidad de conocer, de acercarse, de comprender, de penetrar, de ser
vir, de evangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla, por de
cirlo así, de alcanzarla casi en su rápido y continuo cambio»113.
323
Las palabras siguientes de la DV tocan un aspecto n u e v o que
hasta el Vaticano II no había hallado entrada expresa en los docu
mentos del magisterio eclesiástico. «Pero el magisterio no está por
encima de la palabra de Dios, sino a su servicio» 116. La teología ca
tólica nunca ha negado esta subordinación deí magisterio a la pa
labra divina, pero diversos factores históricos de responder a las
tentativas de h y p o s ta tiz a c ió n de la palabra en la teología reformada
contribuyeron a que esta verdad quedara relegada a un segundo plano
en la investigación teológica y en la conciencia de la Iglesia. El
despertar de los estudios bíblicos en el campo católico y un acer
camiento de la teología católica y reformada favorecieron investi
gaciones más profundas en diversos aspectos de la teología de la
palabra, cuyos resultados positivos han dado sus primeros frutos 117.
El Vaticano II, desde la discusión del esquema 1 en la primera
sesión conciliar sobre «las dos fuentes de la revelación», se ha
mostrado muy sensible al problema de la tra s c e n d e n c ia de la pala
bra de Dios. En el aula conciliar se oyeron voces invitando a un
examen de conciencia en la Iglesia sobre su misión frente a la pa
labra revelada. La trascendencia de esta palabra debe ser recono
cida teórica y prácticamente en la vida de toda la Iglesia, incluida,
naturalmente, la actividad específica de su magisterio jerárquico.
La DV ha tratado de llenar un vacío en la teología católica. La
misión del magisterio no es de dominio sobre la palabra de Dios,
sino de servicio, enseñando fielmente lo transmitido, «pues, por man
dato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devo
tamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente y de este de
pósito de fe saca lo que propone como revelado por Dios para ser
324
creído» 118.0 2
1
9 El magisterio no está sobre la palabra de Dios, sino su
bordinado a ella. Interpreta el mensaje revelado, pero sin aumentarlo
ya que no puede enseñar sino lo que éste contiene, es decir, lo
que fue transmitido por los apóstoles. Su misión empieza escuchan
do la palabra revelada oral y escrita bajo la asistencia del Espíritu
de la verdad, para luego pasar a interpretarla celosamente y expo
nerla fielmente.
Esta función de servicio a la palabra trascendente de Dios por
parte del magisterio eclesiástico se contenía implícitamente en una
distinción ya clásica en la teología. La palabra de Dios es n o rm a
n o rm a n s , mientras el magisterio, frente a esta palabra trascendente
e irrevocable de Dios, es n o rm a ñ o r m a ta . El magisterio es norma de
fe en cuanto saca del depósito «todo lo que propone como revelado
por Dios para ser creído». La palabra de Dios permanece para siem
pre norma suprema de fe y fuente de toda verdad ,19.
La última frase: «y de este despósito de fe saca todo lo que pro
pone como revelado por Dios para ser creído», enuncia el objeto
o extensión del magisterio en los mismos términos del Vaticano 1,
sin entrar a discutir detalladamente la problemática que el tema pre
senta a los teólogos 12°. El depósito revelado y conservado en la
Tradición y en la Escritura constituye, pues, la n o rm a n o rm a s, es
decir, la norma objetiva de lo que los fieles creen. El magisterio
tiene la misión de exponer y proclamar fielmente el depósito re
velado y, en este sentido, es también de alguna manera n o rm a d e
fe . Más aún, para los fieles, el magisterio es una norma p ró x im a y
segura. Lo cual no significa que entre en concurrencia con la Tradi
ción y la Escritura como norma re m o ta . La distinción entre n o rm a
p ró x im a y n o rm a re m o ta se refiere solamente al grado de accesibi
lidad de la verdad revelada a los fieles y no pretende establecer una
jerarquización de valores. Cuando la DV dice que el magisterio no
está sobre la palabra, sino a su servicio, equivale a afirmar que
325
no está sobre la Tradición y la Escritura, sino subordinado a ella
y al servicio de su transmisión fiel en la historia m .
Cristo ha hecho a la Iglesia el sacramento de su verdad y gracia
en el mundo y el instrumento vivo por medio del cual proclama a
la humanidad entera y de todos los tiempos el mensaje de la sal
vación. El magisterio vivo de la Iglesia está al servicio de este
mensaje de Cristo y realiza su misión, no en nombre de la comu
nidad, sino en nombre de Cristo y con la asistencia del Espíritu m .
El colegio de los obispos, como sucesores legítimos de los após
toles, son los garantes de la integridad de esta transmisión. Los
obispos tienen primero, como cre ye n te s de la comunidad eclesial, la
obligación de dar testimonio de la verdad del Evangelio, y, como
sucesores de los apóstoles, la misión específica de interpretar autén
ticamente la palabra revelada. Ellos ejercen esta su misión, singu
larmente, como pastores de sus iglesias locales, y colegialmente, en
unión con la Cabeza, el Obispo de Roma, a todo el pueblo creyente.
El Obispo de Roma es la Cabeza del magisterio vivo y ejerce su
misión — no separado del colegio ni de la Iglesia, sino en comunión
con el colegio de todos los obispos y con la fe de la Iglesia— sin
gularmente, fuera del concilio, y con los obispos reunidos en con
cilio 1
2
*23.4
2
1
La función del magisterio es de un s e rv ic io doble. El p rim e ro es
a la palabra revelada, para que ésta se transmita por todas las eda
des de la historia bajo el signo de una plena integridad y fidelidad
a su origen en Cristo y de la mayor actualidad a cada situación his
tórica. El segundo es a la misma Iglesia, en la que los ministros sa
grados, como creyentes, comparten con todo el pueblo su existencia
cristiana y desde d e n tro ejercen su misión específica.
El magisterio eclesiástico en todas las formas de su actividad
doctrinal recibe y escucha (p ie a u d it) el sentido exacto del mensaje
revelado en la fe y en la vida de la comunidad creyente, para pasar
luego, con la asistencia del Espíritu, a interpretarlo auténticamente
y exponerlo fielmente. «Adempiuta la funzione magisteriale, che li
mette al di sopra ma non al di fuori della comunità alla quale pre
siedono, sono di nuovo riportati nella condizione di semplici cre
denti, accomunati nella stessa esigenza di permanente dipendenza
del deposito rivelato che essi, in forza del loro ministero gerarchico,
hanno proclamato» m .
Esta insistencia de! Vaticano il al describir la misión específica
del magisterio como una función de s e rv ic io a la palabra revelada,
327
Escrïtura-Tradicïôn-Magïsterîo en la Iglesia
328
mite la revelación traduciéndola y encarnándola en la vida toda de
la Iglesia. El magisterio, bajo la asistencia del Espíritu, dirige este
proceso vital en el seno de la Iglesia.
Al insistir la DV en este complemento mutuo de la Escritura,
Tradición y magisterio en la vida de la Iglesia, no ha sido su inten
ción el colocarlos en un mismo plano. El peligro de una n iv e la c ió n
de estas tres realidades fue anunciado en la discusión conciliar134.
El texto de la constitución conjura este peligro subrayando la diver
sidad de planos en que se mueven las tres ralidades con la acota
ción «cada uno según su carácter», que pone a salvo lo más par
ticular de cada una.
La presencia y actividad del Espíritu de la verdad ha hecho su
aparición en cada uno de los pasajes más significativos de este ca
pítulo segundo. La constitución misma del depósito revelado y su
transmisión en la palabra oral y escrita de la Iglesia están garanti
zadas con la a c c ió n d e l ú n ic o E s p íritu S a n to . Como anunció Pablo VI
al inaugurar la tercera sesión conciliar: «El Espíritu Santo obra in
ternamente, dentro de cada una de las personas, como también so
bre la entera comunidad, animando, vivificando, santificando»135.
Conclusión
329
rio de la Encamación y de toda la economía nueva. La infalibilidad
del magisterio se refiere a la interpretación de la palabra revelada,
que garantice su identidad sustancial con el misterio de Cristo sin
excluir un justo desarrollo y perfeccionamiento para responder al
imperativo de cada situación h istó rica 137.
Dos son las conclusion e s que sobre el presente tema se despren
den con claridad del capítulo segundo de la DV. P rim era , la consti
tución afirma expresamente que el depósito revelado ha sido entre
gado a la iglesia para que sea transmitido por Ja totalidad de la co
munidad creyente. Segunda, la constitución parte de esta misión
común a todos los miembros de la Iglesia ·— incluidos los ministros
sagrados— para pasar luego a describir la misión específica del ma
gisterio eclesiástico con el depósito revelado. Este punto de partida,
es decir, de lo común de toda la comunidad a lo específico de sus
categorías de personas, ha sido claramente adoptado en el artículo
décimo, dedicado expresamente al tema de los portadores de la re
velación. En los artículos precedentes de este capítulo parte de la
misión específica de los apóstoles y de sus sucesores legítimos, los
obispos, si bien insiste la constitución en que éstos ejercen su mi
sión en el seno de la comunidad eclesial.
De estos datos positivos sacados del mismo texto de la DV se
deduce, sin exponerse a caer en interpretaciones subjetivas, la do
b le in te n ció n de la asamblea vaticana en este tema de los porta
dores de la revelación en la Iglesia. La p rim e ra es afirmar que el de
pósito revelado constituye la herencia de toda la comunidad de cre
yentes, y, por lo tanto, ésta tiene una misión activa en la transmi
sión del mensaje revelado. La contraposición m in is tro s sagrados y
p u e b lo fie l no puede traducirse en términos equivalentes a función
a ctiva y fu n ció n pasiva, o a dar y re c ib ir contrapuestos, respectiva
mente. Estas categorías bipolares, con las que expresamos el mis
terio de la Iglesia, no pueden entenderse en sentido exclusivo. La
segunda es acentuar que la única realización posible de esta misión
de la Iglesia con la palabra revelada no es por el camino de sepa
rar y aislar estos dos polos de la realidad eclesial: m a g is te rio e cle
s iá s tic o y pueblo fie l — lo cual equivaldría a destruir el misterio
eclesial— , sino por el camino de un estrechar cada vez más este
misterio de comunión y solidaridad de todos los miembros de la
comunidad creyente y así llegar a esa m a ra villo sa co n co rd ia de pas
tores y fieles de la que habla la constitución DV y la pone como
ideal de una transmisión de la revelación en la Iglesia conforme a
la mente de su fundador, nuestro Señor Jesucristo.
330
PROBLEMAS PENDIENTES
Por Luis Alonso Schókel
331
puesta podrá influir en la actividad teológica, para que sea a la vez
erudita y contemplativa. Las consecuencias para la exégesis son
evidentes.
3. El tema del «pueblo de Dios» tendrá que ocupar su puesto
en la teología; teniendo en cuenta también otros documentos con
ciliares.
332
CAPITULO III
335
que informará el primer artículo. Ahora bien, los temas recientes y
discutidos difícilmente han alcanzado una madurez conciliar. Y no
es despreciable el que se promulgue el carácter realmente humano
de la Escritura.
Acerca de la hermenéutica, la respuesta también es histórica.
Lo que los exegetas consideraban adquisición permanente, por la
sanción de Pío XII en su gran encíclica (1943), al salir de la clau
sura investigadora y difundirse, había encontrado resistencia, opo
sición. La controversia parecía alcanzar niveles altos, y se hizo ne
cesario zanjarla al supremo nivel conciliar. No era un avance, pero
se evitó una marcha atrás.
La tercera respuesta es positiva: busquemos en este capítulo lo
nuevo y lo fecundo, como punto de partida:
1) La formulación sobre la «verdad» bíblica es un importante
avance. A ello va dedicado un copioso artículo informativo.
2) El mencionar expresamente la «utilidad» (fuerza salvadora)
como consecuencia de la inspiración es un avance importantísimo.
Como recibirá redoblada atención en el c. VI, aquí nos contentamos
con una nota para subrayar el nexo y la importancia.
3) La teoría de la interpretación, normas y métodos, está co
brando actualidad. Es conveniente comentar y afinar las fórmulas del
documento en función de lo ya adquirido y de las tareas presentes
o próximas. A ello va dedicado un amplio artículo de análisis e in
formación.
4) El principio de «entender en Espíritu» es capital para tratar
teológicamente el problema hermenéutico. Sin entrar de lleno en la
materia, me ha parecido que la cita y el breve comentario del dis
curso de un padre conciliar dejan claramente planteado el problema
y enuncian las líneas de solución.
Otra cosa sorprende en este capítulo, y es el lenguaje tan poco
bíblico y tan poco pastoral. La inspiración está formulada sólo en
términos de concilio; dos de las citas aludidas en el paréntesis
podían haber ofrecido la doble visión complementaria del autor ins
pirado y de la Escritura inspirada. Sigue el número ajeno al estilo
bíblico: se podría comparar con la abundancia de textos bíblicos
que ofrece Pesch en su tratado de 1905. Finalmente, la utilidad está
dicha puramente con las palabras de Pablo; otras cuantas se po
dían haber citado en el paréntesis, precedidas de c f. El n. 12 no
tiene ni una referencia bíblica: en parte, porque apenas hay en la
Escritura reflexión explícita sobre el arte de interpretar; en parte,
por el estado de la controversia en aquel momento. Lo referente
a las normas teológicas de interpretación sí podía aprovechar refe
rencias bíblicas. En conjunto, el n. 12 es bastante escolar.
El n. 13 tiene un rico acento patrístico y pastoral, concorde con
su riqueza teológica.
336
LA INSPIRACION DE LA SAGRADA ESCRITURA
(DV. 11a)
I. H IS T O R IA
a) E l V a tic a n o I
1 «Eos vero Ecclesia pro sacris et canonicis habet, non ideo quod sola
humana industria concinnati, sua deinde auctoritate sint approbati; nec ideo
dumtaxat, quod revelationem sine errore contineant, sed propterea quod
337
,22
definición que formaba parte del capítulo segundo (sobre la reve
lación) de la constitución dogmática D e i F iliu s 2. En aquella defini
ción quería la Iglesia oponerse al racionalismo contemporáneo y, en
la materia bíblica en concreto, pretendía defender con toda claridad
el origen divino de las Escrituras. Tenía la fórmula definitoria dos
partes: una primera en que se afirmaba la inspiración divina de la
Escritura, y una segunda en que se condenaban las teorías sobre
la inspiración subsecuente y la inmunidad de error como explicacio
nes insuficientes para explicar el origen divino de la B iblia3.
Aquella difinición conciliar marca época. Frente al pasado, las con
troversias postridentinas y las discusiones inmediatamente anteriores
al concilio quedaban superadas. Frente a los errores contemporáneos,
se establecía firmemente el origen sobrenatural de la Escritura. Fren
te al futuro, se oficializaba una expresión técnica (inspiración) y
se la relacionaba estrechamente con la idea de Dios Autor, ya varias
veces conciliar4.
338
cesaría la intervención de León XIII en su encíclica P ro v id e n tis s im u s
D e u s,que ha influenciado la teología inspiracionista tanto o más
que la definición del Vaticano I 6.
El problema al que tenía que hacer frente era el de la inerran
cia. El origen divino de la Biblia estaba firmemente definido en el
concilio. Los autores católicos no lo negaban. La dificultad estaba en
salvar su verdad. Como punto de partida para su doctrina sobre la
inerrancia, León XIII utiliza la noción de autor, definido por los con
cilios, especialmente el Vaticano I. Pero la utiliza en el sentido de
autor-escritor tal como la expusiera Franzelin. Para que Dios sea
autor de un libro, tienen que ser de él las ideas del libro; para ello
es necesario que intervengan de modo especial en su inteligencia
y en su voluntad y en las facultades ejecutivas, toda vez que se re
quiere también que la redacción del libro sea obra de su autor7.
Este desarrollo teológico venía muy bien para explicar y defender
la inerrancia. En efecto, si Dios-autor influye en el entendimiento
del hagiógrafo mediante una sobrenatural iluminación y mueve efi
cazmente su voluntad y contribuye con su asistencia a la obra de
la redacción, es evidente que toda la Biblia está libre de error.
Dos cosas quedaban firmemente establecidas en aquel documen
to: 1) La extensión de la inspiración y de la inerrancia a toda la
Biblia. 2) No puede haber conflicto entre la verdad de la Biblia y
la ciencia, toda vez que tienen puntos de vista diferentes.
Con este documento se abría una nueva etapa en la historia del
dogma de la inspiración. Ante todo, a partir de esta encíclica co
mienza a imperar el uso de la expresión d e in s p ira tio n e para deno
minar el tratado correspondiente, con la preferencia consiguiente por
esta categoría teológica sobre la de Dios-autor.
La encíclica de León XIII influenció de tal manera la teología
posterior, que apenas se encontrará un solo texto escolar que no
construya su exposición sobre la inspiración basándose en la defi
nición de la P ro v id e n tis s im u s , con su triple distinción del influjo so
bre las potencias del escritor sagrado.
Sin embargo, hoy nos damos cuenta de que la formulación leo
nina tenía varios graves inconvenientes. En primer lugar, el que se
definiera la naturaleza de la inspiración en función casi exclusiva
de la inerrancia; en segundo lugar, el que dicha formulación partiera
de un concepto tan antropomórfico cual es el de Dios-autor-literario
de la Biblia. El primero de estos hechos ha condicionado de tal ma
nera la teología posterior, que ha impuesto una cierta obsesión por
6 EB 81-134.
7 EB 125.
339
salvar la inerrancia. Todas las intervenciones magisteriales posterio
res, hasta los días del concilio Vaticano II se han visto condiciona
das por esta preocupación de salvar la inerrancia.
340
marca el fin de la problemática centrada en el AT. Con la aplicación
del principio de los géneros literarios se fueron resolviendo la ma
yoría de los problemas del AT. Pero su utilización en los textos del
NT presentaba problemas nuevos y bien espinosos. Estos afloraron en
los años de la preparación al concilio, principalmente con ocasión
de la llamada p o lé m ic a ro m a n a de los años 60-62. El punto cumbre
de la controversia se situaba en la cuestión de la morfocrítica y su
aplicabilidad a la exégesis del NT. La Comisión Bíblica en su ins
trucción de 21-4-64 señaló los límites dentro de los cuales es lícita
su utilización, al mismo tiempo que expuso su doctrina sobre la
verdad histórica de los Evangelios16. Por fin, después de una lenta
elaboración a lo largo de todas las sesiones del Vaticano II, el 18
de noviembre de 1965 se promulgaba la constitución D e i V e rb u m ,
cuya doctrina vamos a exponer.
Pero previamente ofreceremos una breve síntesis de las reflexio
nes teológicas que han ido presentándose en este espacio intercon
ciliar.
341
Los años del modernismo no fueron favorables a nuevos avances
en materia de inspiración. El interés de la Iglesia se centró en la
defensa del dogma definido en el Vaticano 1. Tampoco fue propicio
el tiempo entre las dos guerras para investigaciones originales en
el campo de la inspiración. Sólo después de la última empezaron
a aparecer trabajos de cierto interés. Esta renovación se debió sin
duda al clima nuevo creado por la D iv in o a ffla n te S p iritu . El primer
intento original se debió al P. Benoit en la presentación francesa
del tratado de Santo Tomás s o b re la p ro fe c ía . En un importante apén
dice ofrecía sus reflexiones, ordenadas a considerar desde un pun
to de vista nuevo la doctrina sobre la inspiración. Distinguió bien
la inspiración de tipo p r o fè tic o de la inspiración e s c r ltu r ís tic a pro
piamente dicha, aplicando luego la doctrina de la a n a lo g ía a la ex
plicación de su naturaleza y extensión 1 89. Más tarde se ocupó tam
bién de la inspiración de los LXX20, llegando en los mismos días
del concilio a publicar un profundo estudio sobre las relaciones en
tres inspiración y revelación21.
Pocos años más tarde, otro autor, N. I. Weyns, sometía a
un agudo análisis el objeto de la definición de! Vaticano I sobre la
inspiración, centrando su atención en la cuestión del sentido que
en aquella definición tenía la expresión a u to r aplicada a D ios22. El
trabajo era una réplica a! estudio positivo que publicara diez años
antes el P. Bea sobre el origen y significado de aquella expresión23.
La escuela jesuítica, que venía repitiendo las doctrinas clásicas en
obras como las de Dorsch, Tiomp y Bea, dio muestras de originali
dad y nuevo vigor con la publicación del trabajo del P. Rahner. Este
trabajo, profundamente dependiente de Franzelin, ofrecía bastante in
terés por un planteamiento nuevo, cual era el de considerar la Biblia
como elemento esencial de la Iglesia o modo de objetivación de la
fe del período apostólico. En un estado de opinión profundamente
trabajado por la inercia, este folleto produjo impacto saludable24.
342
Otro jesuíta, profesor en Frankfurt, B. Brinkmann, publicó poco más
tarde un trabajo bien sugestivo sobre el C anon y la inspiración, soste
niendo que es la Iglesia la que, a su juicio infalible, ha constituido el
C a n o n 25. Desde América, otros investigadores jesuítas añadieron nue
vas aportaciones. Merecen citarse particularmente los artículos de los
PP. McKenzie y McCarthy sobre el carácter social de la inspiración26.
En España se ha distinguido entre todos el jesuíta P. Schokel, el cual
lanzaba al público, nada más cerrado el Vaticano II, su obra La p a
la b ra in s p ira d a , en que plantea los clásicos problemas de la inspira
ción desde los supuestos de la Biblia como obra literaria, aplicando
las leyes de la ciencia del lenguaje27.
Sobre la cuestión concreta de la verdad de la Biblia, las obras
más importantes — publicadas precisamente en pleno concilio— han
sido el trabajo de N. Lohfink, sobre la inerrancia28, y el libro de
Grelot La B ib le p a ro le d e D ie u 29. Este último, con su orientación
hacia la verdad de la Biblia, intentando corregir la obsesión de la
inerrancia; y el primero, con su teoría de la totalidad de la Escritura
como sujeto de la inerrancia, han contribuido en forma decisiva a
la exacta formulación de la doctrina del Vaticano II sobre la verdad
de la Biblia.
II. COMENTARIO
343
1. Revelación e inspiración
344
generaciones venideras. Ahora bien, en orden a ia transmisión de
la palabra de revelación, Dios dispuso una doble vía: la predicación
oral y la consignación escrita. Según la constitución, el objeto de la
inspiración en relación con la palabra de la revelación es precisa
mente esta fijación y consignación escrita, mediante la cual la pa
labra de revelación se hace E s c ritu ra .
345
acción sobre las facultades ejecutivas. En la definición leonina, aquel
influjo significaba más bien una asistencia para evitar todo error ma
terial en el trabajo último de la redacción. La triple influencia de la
inspiración se entendía según la triple exigencia de la inmunidad de
error: iluminación del entendimiento para evitar el error de los ju i
cios; el influjo en la voluntad para mover eficazmente esta facul
tad; la asistencia sobre las facultades ejecutivas con el fin de «asis
tir» para que no se deslizara error material alguno en la redacción.
Esta era la manera más generalizada de entender la naturaleza de
la inspiración según la definición leonina. Como hemos indicado más
arriba, la definición partía del principio de que Dios era el autor de
las Escrituras, y no hacía otra cosa sino detallar el modo de inter
vención divina en las tres etapas que constituyen la elaboración li
teraria de una obra.
La constitución D e i V e rb u m tiene una perspectiva diferente. La
doctrina central es la doctrina sobre la revelación. Según el n. 4
de la constitución, la plenitud de !a revelación tiene lugar en Cristo,
el cual, con la totalidad de su presencia y manifestación, mediante
sus palabras y sus acciones, sus señales y prodigios, y especialmente
por su muerte y resurrección, completa y lleva a su perfección la
revelación. Según el n. 7 de la misma constitución, los apóstoles
recibieron esa revelación de boca de Cristo en el continuo trato
con el mismo y en la enseñanza de sus obras, y — una vez enviado
el Espíritu Santo por el mismo Cristo— tenían un principio interior
de iluminación que les «sugería» todo cuanto Cristo les enseñara.
Pero era designio de Dios que todo este depósito de revelación per
maneciera por siempre y se transmitiera a todas las generaciones.
Para ello Ies dio un mandato explícito.
Ahora bien: esta economía de transmisión se lleva a cabo por
doble vía: por la predicación oral y por la consignación escrita, rea
lizada, por inspiración del mismo Espíritu Santo, sobre los após
toles y otros varones de la misma generación apostólica.
Según esta doctrina, hay una economía de revelación y una eco
nomía de conservación y transmisión. Una acción del Espíritu que
tiende a instruir e ilustrar internamente sobre el contenido de esa
revelación; y una acción del Espíritu ordenada a poner por escrito
ese mensaje de salvación. Esta acción divina es la inspiración. El
enfoque de la P ro v id e n tis s im u s ha cambiado. La D e i V e rb u m mira a
la inspiración desde el punto de vista de la conservación y trans
misión de la revelación por vía escrita. Aunque no precisa la cons
titución cómo se verifica el conocimiento de la verdad revelada, se
deja adivinar se realiza por obra del Espíritu Santo como perfeccio-
nador de la revelación de Cristo, mediante sus internas sugerencias,
pero en el ámbito del carisma de la revelación. La inspiración es
346
un carisma diferente, ordenado a la puesta por escrito de dicho co
nocimiento de revelación, en forma análoga al carisma de la trans
misión infalible por la predicación oral apostólica37.
347
verdad es que desde León XIII se iba introduciendo en la literatura
magisterial la expresión técnica de in s tru m e n to para designar la na
turaleza de la colaboración del autor humano. Pío XII precisió el sen
tido de esta instrumentalidad describiéndola como la operación de
un ó rg a n o vivo, dotado de razón. Incluso dentro del concilio se le
vantó la voz del obispo de Barbastro, Mons. Jaime Flores, pidiendo
se indicara con más claridad que los hagiógrafos son verdaderos
instrumento en la composición de los libros sagrados41. No obstante,
el concilio ha preferido prescindir de esa terminología.
En realidad, la aplicación del concepto de instrumentalidad a una
operación vital e inmanente, cual es el pensamiento del autor sa
grado, venía encontrando de cierto tiempo a esta parte serias di
ficultades entre los teólogos, incluso dentro del mismo tom ism o42.
El P. Benoit, p. ej., se mostraba partidario de un sentido «large et
impropre»43. Bien es verdad que el Card. Bea se levantó contra esa
manera de interpretar la naturaleza de la instrumentalidad y exigió
una instrumentalidad en sentido estricto en el acto del juicio infa
lib le 44, pero su razonamiento tiene sentido únicamente en el caso
de que la elevación del juicio sea por igual esencial en la revela
ción e inspiración.
La sobria formulación de la constitución constituye un acierto, no
sólo por la omisión de toda terminología filosófica, sino porque la
nueva fórmula describe mejor, y con expresiones bíblicas, la apor
tación humana bajo ¡a acción inspiradora de Dios. Sin embargo,
hay que hacer notar que, con esta eliminación de la terminología
de «instrumento», retornamos a una situación semejante a la de los
siglos II-III, cuando — a causa del uso abusivo de los montañistas—
la patrística prefirió prescindir de las expresiones referentes al ins
trumento. En nuestros días, las razones de la omisión han sido di
versas, pero el hecho es que, después de unos setenta años de
curso oficial, cae nuevamente en desuso un término que la teología
neoescolástica de la inspiración consideraba como pieza clave. Lo
mismo cabe decirse de la expresión «causa principal» aplicada a
Dios. Expresión que iba entrando también en la terminología magis
terial y se consideraba como un complemento necesario de la doc
trina instrumental aplicada al hagiógrafo. Pero la decantación a que
ha sometido el concilio la doctrina de los precedentes decenios no
348
ha consentido la canonización de ninguna de estas dos expresio
nes. La idea sí que queda, y bien expresada en la fórmula: O b ra n d o
D io s en e llo s y p o r e llo s .
*5 c . 2,n. 8.
46 C. 2, n. 11.
47 C. 2, n. 8,9.
48 C. 2, n. 12.
49 C. 2, n. 11.
50 C. 3, n. 11.
51 C. 3, n. 11: «Clarius apparere debet, hagiographos ipsos vero aucto
res esse» (EB 3202).
52 «Si homo (causa secunda) sensu proprio est et dicitur auctor libri,
eo ipso negatur Deum (causam primam) esse auctorem libri» (o.c., p. 317).
53 Cf. n. 23.
349
qua. No obstante el ataque de Weyns, el padre Schokel sigue cre
yendo que las afirmaciones patrísticas y la analogía con expresiones
como lo c u tu s «parecen favorecer el sentido de autor literario»54. No
obstante este c o n s e n s u s , creemos que el tema necesita de un plan
teamiento complementario en un nivel más elevado, el de la teolo
gía especulativa, precisamente en el tratado de los n o m b re s d iv in o s .
En efecto, no basta el que la teología positiva descubra el matiz
de autor literario en los textos para afirmar sin más que Dios es
escritor de la Biblia. Hay que preguntarse ulteriormente si esa de
nominación se aplica a Dios en forma unívoca o análoga. Evidente
mente, no hay lugar para la univocidad. Entonces se trata de pre
cisar la razón formal de analogía según la cual se puede aplicar el
término a Dios y al hagiógrafo. Y en este plano hay que razonar de
la siguiente manera: sólo los atributos que indican perfecciones
puras se pueden atribuir a Dios según su razón estricta; mientras
en los atributos que significan perfecciones mixtas, la razón estricta
se da sólo en la criatura, y a Dios se le aplican en forma impropia55.
Ahora bien, nadie puede admitir que la idea de escribir y de ser
autor literario sea una perfección pura cuya razón formal se puede
aplicar por igual a Dios y al hagiógrafo. Estamos ante uno de esos
atributos metafóricos y antropomórficos como el de hablar, reírse,
airarse, etc., que se dan propia y formalmente en el hombre y a
Dios se la aplican en forma impropia. No obstante, en la Encarna
ción se han asumido actividades específicamente humanas como
estrictamente aplicadas a Dios. Dios «ha hablado» en sentido propio.
El nombre de a u to r se puede, pues, aplicar a Dios en sentido pro
pio gracias a la acción instrumenta! que le atribuye acciones estric
tamente humanas.
350
de Dios, de donde se sigue por necesidad el que la Biblia carezca
de e rro r5 565
. Recientemente, el P. Schòkel ha querido corregir este en
7
foque y prefiere hablar de «consecuencias de la inspiración», que
serían, principalmente, dos: una en el contexto de la Escritura, co
mo lo g o s , y sería su v e rd a d ; otra en el contexto del e s p ír itu , y sería
su f u e r z a 51. Este punto de vista no carece de interés y contribuye
a situar el problema en una perspectiva más amplia y sugestiva.
Pero creemos que aún necesita cierta matización y una terminología
más rigurosa.
Ante todo, la constitución obliga a revisar la idea de la Escri
tura como palabra de Dios por la inspiración. Según la constitución,
revelación y palabra de Dios se identifican. La Escritura no es pala
bra de Dios por la inspiración. Lo es por contener la revelación,
que es palabra de Dios. La palabra-revelación se transmite en doble
forma: Tradición y Escritura, constituyendo ambas la única palabra58:
la Escritura, como p a la b ra e s c r it a 59, y la Tradición, como palabra con
fiada a los apóstoles y sus sucesores, para su perenne transmisión
o ra l60.
Por lo tanto, la Escritura es palabra de Dios por ser revelación.
Y es Escritura formalmente por ser la palabra consigada por es
crito mediante la inspiración. Así, el efecto propio y formal de la
inspiración es constituir a la palabra de Dios en palabra conservada
por escrito. En otras palabras: el efecto formal de la inspiración es
la Escritura (la consignación escrita de la revelación).
En cuanto a la verdad de la Escritura, la constitución distingue
dos tipos de verdad: primeramente, una verdad de salvación que
Dios ha querido consignar en la Escritura61; además, una verdad de
consignación exenta de e rro r62. La primera es lo que pdemos llamar
la verdad ontològica de la Biblia como palabra de Dios; es decir,
la verdad trascendental, que se identifica con la naturaleza misma de
la palabra como revelación de una economía de salvación. Esta ver
dad no es en modo alguno ni efecto ni consecuencia de la inspira
ción: es la propiedad trascendental de la revelación como tal, la
verdad de salvación que Dios nos ha comunicado por la revelación
escrita, que es la Biblia.
352
sobre la In tro d u c c ió n a lo s lib r o s s a g ra d o s 65, en que primero se
trata del Pueblo de Israel y de su historia, para presentar luego la
Biblia como palabra de vida a modo de objetivación de la fe de Is
rael, primeramente vivida en forma colectiva. La explicación iba a
recibir cierta forma de oficiI¡alidad y consagración en los tratados
de introducción bíblica cuando los profesores Cazelles y Barucq, en
la In tro d u c tio n a la B ib le , le consagraron una sección con el título
de E l in s p ira d o en la c o m u n id a d 6
56. La tentativa recibió una franca
desaprobación por parte de las autoridades romanas en la nota del
«Osservatore Romano» dedicada al libro en cuestión67. No obstante,
en la segunda edición de la obra continuó la sección sobre el tema
del aspecto social de la inspiración con ligeros retoques68. Poste
riormente ha sido en los Estados Unidos donde el tema ha recibido
mayor desarrollo69, aunque también el sistema de Rahner valorizaba
ya mucho este aspecto social. En efecto, al ser la Escritura un ele
mento esencial de la Iglesia, precisamente como objetivación de la
fe de la comunidad en la era apostólica, con función definitiva
mente normativa para la fe de la futura Iglesia, ocupa parte impor
tante la sociología de la comunidad, que exige la formulación escrita
de su fe. Bien es verdad que esta objetivación de la fe de la Iglesia
se realiza mediante la intervención de personalidad concretas que
ejercen esa funcionalidad objetivadora, con lo cual queda suficiente
mente salvada la individualidad del carisma inspirativo.
Así los teólogos han ido precisando poco a poco el alcance del
aspecto sociológico del carisma. En los días mismos en que se ulti
maba el esquema de la revelación en pleno concilio, Grelot, en su
libro La B ib lia , p a la b ra d e D io s , daba franca acogida a esta doctrina
sosteniendo que, siendo la economía de salvación una realidad esen
cialmente social, la función del carisma de inspiración no se puede
comprender sino dentro de las leyes sociales de la comunidad de
salvación70.
Conclusión
71 P. 185-198.
354
Vaticano I. En efecto, toda la elaboración teológica a partir de la
había estado condicionada por la necesidad de
P ro v id e n tis s im u s
salvar la verdad de la Biblia, lo cual trajo un desarrollo unilateral
de los aspectos de la inspiración relacionados con la inerrancia. AI
formularse ahora la verdad de la Biblia desde supuestos diferentes,
es decir, desde la revelación como verdad de salvación, se tiene la
impresión de que nuevamente es preciso emprender la tarea de es
tructurar la teología de la inspiración. Para esta tarea hay algunas
orientaciones fundamentales de gran importancia en la constitución.
Ante todo, la inspiración se libera de la hipoteca en que le tenía la
inerrancia y vuelve a centrarse en torno a la revelación, como en la
definición del Vaticano I. Esto trae evidentemente grandes cambios
en cuanto a su lugar de inserción en la teología. Desde la D e i V er-
b u m , el lugar teológico propio de la inspiración es la teología fun
damental, en conexión con el tratado de la revelación, mejor que la
propedéutica bíblica. Fuera de esto, las aportaciones de la constitu
ción no son sustanciales.
A veinticinco años de distancia, el posconcilio en materia de inspi
ración ha traído importantes mutaciones. Ante todo, el interés por el
tema ha decrecido. Los nuevos tratados de Teología Fundamental le
otorgan un reducido espacio. Las nuevas Propedéuticas no aciertan a
darle el adecuado desarrollo. La nueva In tro d u c c ió n a l e s tu d io de la
E s c ritu ra de la Asociación Bíblica Española ha tratado de renovar el
tratado pero la crítica radical a que sometió la inspiración el alemán
O. Loretz en su obra D a s E nde d e r In s p ira tlo n (E l fin de la I.)
ha tenido efectos dañinos. Todo fin marca un nuevo comienzo,
y el tratado de las Insp. busca ese nuevo comienzo. Entretanto
ha surgido un nuevo interés entre los católicos por los temas
de Canon. La Inspiración aparece más bien como el dogma que co
loca a la Escritura en el rango de Libro Sagrado en el concierto de
las grandes religiones. Dentro del mismo Cristianismo, lo que inte
resa es la normatividad de la Escritura, más que su inspiración. Por
otra parte, la historia comparada de las religiones tiende a negar a
la Biblia cristiana sus pretensiones de unicidad y absolutez72. Esto hace
que el tema de la Inspiración se convierta en una preocupación pri
maria de diálogo religioso y de fundamentación de las pretensiones
de unicidad de la Biblia como el libro de la verdadera y definitiva re
velación. Ciertos problemas regionales de la teología de la inspira
ción han perdido actualidad, surgen otros nuevos, más esenciales y
más vastos que inciden en los fundamentos mismos de la fe en la
revelación cristiana como culminante, definitiva e insuperable.
En la actualidad el interés por la I. apunta hacia la interpretación
«in Spiritu» a la cual alude la DV en su n. 12.
356
ZANECCHIA, D., Divina Inspiratio Sacrarum Scripturarum ad mentem S. Tho
mas Aquinatis (Romae 1898), importante para la historia de la reac
ción dominicana contra Franzelin y la nueva impostación a base de
la idea de inspiración que distingue a la escuela dominicana.
Para la situación postconciliar ver A. M. ARTOLA, Treinta años de reflexión
sobre la Inspiración Bíblica: Boletín Crítico, en EstBi 47 (1989)
pp. 363-415.
357
LA VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA
(DV. 11b)
Estado de la cuestión
359
I. H IS T O R IA D E L P R O B L E M A
360
autores sagrados han gozado es muy variable101 . Por desgracia, en los
años que siguieron se olvidaron fácilmente tales matizaciones, y el
pensamiento de Santo Tomás, reducido solamente al adagio arriba
citado, fue tenido como regla absoluta hasta el siglo XVI n.
Podemos concluir con el P. P rat12: «Si el consentimiento unánime
de los Padres no es una quimera, si la constancia, la perpetuidad y
la universalidad de una doctrina es una regla de fe, no existe dogma
más sólidamente establecido que la inerrancia de la Escritura».
36 f
En el siglo XIX es el progreso de las ciencias humanas el que
viene a someter a discusión una noción de inerrancia mal compren
dida: los exegetas católicos se sienten incómodos y se aplican a la
búsqueda de la solución. La crítica histórica discutía todos los libros
históricos de la Biblia. Todo parecía llevar a un callejón sin salida,
como muy cabalmente lo anotó Renán: «Las doctrinas católicas más
moderadas no permiten que se admita en el texto sagrado ningún
error caracterizado, ninguna contradicción, incluso en puntos que no
conciernen a la fe y las costumbres. Ahora bien, supongamos que,
entre las mil escaramuzas a que se entregan la crítica y la apolo
gética acerca de los detalles del presunto texto, hay algunos donde,
por coincidencia fortuita y contrariamente a las apariencias, tenga
razón la apologética; es imposible que la tenga mil veces en su apues
ta, y basta que deje de tener razón una sola vez para que la tesis
de la inspiración quede anulada» ló. El P. Grelot, que cita este texto,
subraya que «ahí todavía el racionalismo crítico y la apologética tra-
dicionalista, razonando a partir de premisas opuestas, se situaban
sobre un mismo terreno» 1 67*. Desde entonces, los ensayos de solución
propuestos por los exegetas estaban condenados por adelantado.
362
Pero estas diversas soluciones no podían tener éxito. Partiendo
de ios mismos criterios que las ciencias profanas, se daba con una
inerrancia puramente negativa. Además, se limitaba, de una u otra
forma, el campo de aplicación de la inerrancia. Se establecía arbi
trariamente una limitación material, tratando de distinguir en la Bi
blia una parte profana y una parte sagrada, o estudiando verdades
abstractas, proposiciones, siendo así que Dios se revela v e rb is g e s-
t is q u e 21. Al no plantear de entrada que la Biblia es por entero de
Dios y por entero del hombre, se volvía a dar — guardadas las de
bidas proporciones— con las mismas dificultades que habían ya
surgido a propósito de la encarnación.
4. Las encíclicas
21 Dei Verbum 2.
22 Enchiridium Biblicum 126.
23 EB 121, citando a San Agustín.
24 EB 121, con referencia a Santo Tomás, I q. 170 a. 1 ad 3.
25 Es curioso observar cuánto se aproxima la encíclica a los principios
establecidos por Galileo. Esta observación ha sido frecuentemente hecha
en el curso de estos últimos años; cf. VACANDARD, G alilée: DTC (1920)
6/1060-1061; A. M. DUBARLE, a.c., p. 87, muy favorable a Galileo, ve en él
un «doctor de la Iglesia in petto».
363
¿Pero se podía aplicar idéntico principio a la historia? ¿Se po
día hablar de historia «según las apariencias», o podrían ser falsos
los hechos desde el momento en que el autor expresa la opinión de
su época? Grande era el peligro, que, llevado hasta el fondo, habría
derribado todo el misterio de la salvación, basado en la revelación
de Dios en la h is to ria de la humanidad. La encíclica de Benedicto XV
viene a poner coto a estas desviaciones: «Se apartan de la doctrina
de la Iglesia quienes piensan que las partes históricas de la Escri
tura se apoyan, no sobre la verdad absoluta de los hechos, sino sobre
la que ellos llaman relativa... Sostienen... que los hagiógrafos, ha
biendo en estas materias hablado según las apariencias, también
han narrado por ignorancia los hechos tal como aparecen según la
razón popular o conforme a testimonios erróneos»26.
En fin, por medio de la encíclica D iv in o a ffla n te , el papa Pío XII
completa la obra de sus predecesores. Las investigaciones históri
cas, las de la exégesis, habían progresado seriamente27, de suerte
que el Papa podía trazar con toda seguridad líneas directrices. No
sería correcto, hace notar en primer lugar, juzgar el modo de escri
bir de los antiguos valiéndonos de nuestras concepciones modernas:
«Los orientales, para expresar lo que tenían en la mente, no han
empleado siempre las formas y modos de hablar que hoy empleamos
nosotros, antes bien, los que eran usuales de los hombres de su
tiempo y de su país»28. Por lo tanto, el estudio de los géneros lite
rarios se impone a un exegeta prudente como una necesidad». Para
poder responder como es debido a las necesidades actuales de los
estudios bíblicos, añade Pío XII, el exegeta católico, al exponer la
Sagrada Escritura, al probar y defender su absoluta inerrancia, use
prudentemente de este recurso; investigue de qué modo la forma
de hablar o el género literario empleados por el hagiógrafo pueden
conducir a la verdadera y exacta interpretación y persuádase de que
no puede descuidar esta parte de su tarea sin gran detrimento de
la exégesis católica»29.
El conjunto de estos tres documentos pontificios es de importan
cia capital: la inerrancia es, con toda la Tradición, reafirmada ince
santemente, pero Pío XII indica los principos directivos que harán
posible librarse del callejón sin salida en el que corría peligro de
meterse la exégesis.
26 EB 456.
27 EB 579; la Comisión Bíblica habla de los «resultados obtenidos duran
te estos últimos cuarenta años».
28 EB 558.
29 EB 560.
364
5. La exégesis después de la «Divino afflante Spiritu»
365
dida en que se trata de juicios en que el hagiógrafo trata de ense
ñar, empeñar su autoridad y, por ello, la autoridad divina. Dios es
siempre verídico. Igualmente, el autor inspirado, en tanto que nos
transmite juicios divinos»36. «Para discernir la presencia de juicios
formales... conviene escudriñar la intención de los autores»37; pero
por eso J. Coppens estima, contrariamente al P. Benoit, que «el re
curso a criterios materiales es absolutamente indispensable»38; pro
pone: la noción de verdad que poseía el hagiógrafo, el contexto li
terario próximo y lejano, los diversos géneros literarios. Pero la in
vestigación de los juicios formales no bastará siempre para explicar
el contenido de los textos, porque «el hagiógrafo obra siempre bajo
la influencia de una luz que le sobrepasa. Puede, desde entonces,
gozar de una a c c e p tio te rm in o ru m y consignar por escrito nociones
que, bajo ciertos aspectos, sobrepasan el terreno de su conciencia
y se convierten en vehículo de sentidos plenarios de los que la Igle
sia, instrumento de conocimiento connatural a estas verdades, puede
tomar conciencia con certeza»39. Este «sentido profundo, llamado sen
tido plenario..., no es un segundo sentido literal: es el sentido li
teral profundizado y aprehendido en todas las dimensiones que la
inspiración y la revelación han podido conferirle»40. El P. Benoit sus
cribirá gustosamente esta definición, a reserva de subrayar más que
la distinción entre los dos sentidos es «muy real»41.
Conclusión
366
II. IN V E S T IG A C IO N E S P R IV A D A S A N T E S D E L A « D E I V E R B U M »
367
ciones, depende del contexto mayor en el que fueron insertos»47. El
último resultado, es decir, el Nuevo Testamento, en sus escritos y
realidades: el hecho de C risto 48. ¿Cuál será entonces el alcance de la
inerrancia? Ya no es posible limitarla de alguna manera. Como muy
bien lo resume J. Coppens, «la inerrancia en el sentido estricto de
la palabra... pertenece (para N. Lohfink) a la Escritura considerada
como un todo indiviso, consecuentemente en su totalidad y unidad
intrínseca»49. Para evidenciar la inerrancia en los textos, N. Lohfink
subraya, tras otros muchos, que no bastan los géneros literarios. Hay
que acudir, bien a la teoría del sentido plenario, bien a una tipología
entendida ampliamente que parece contar con sus preferencias.
Desde la aparición de este artículo, J. Coppens expresó su pro
fundo asentimiento a los puntos de vista del autor50. Contrariamente
a N. Lohfink, estima, no obstante: 1) que «el recurso a los géneros
literarios sigue siendo el paso inicial y prim ordial»51, y 2) que, cuan
do este primer trabajo no ha dado entera satisfacción, «no hay que
optar entre sentido plenario o sentido típico, sino utilizar los dos, a
reserva de comprender sus relaciones mutuas»52. Aparte de estas
reservas, se muestra muy favorable y sitúa su propio pensamiento
en esta línea. «La inerrancia, en el sentido más formal de la pala
bra, pertenece, por consiguiente, a los libros sagrados y a sus enun
ciados particulares, en primer lugar en fu n c ió n de la relectura final
y definitiva, cuya expresión por excelencia fueron los escritos del
Nuevo Testamento, fruto y testimonio ellos mismos del kerigma cris-
tico y de las tradiciones apostólicas»53. Tal concepción no es nueva:
«conservamos en la Escritura el privilegio tradicional de la inerran
cia, pero tratamos de situarlo lo más exactamente posible en el
nivel en que se ha realizado»54. Más profundamente «estos puntos
de vista demuestran que las Escrituras lo que pretenden darnos no
es simplemente historia, ni siquiera lo que llamaríamos historia sa
grada, sino, en primer lugar, una interpretación religiosa de la his
toria»: es «esta mira de fe a la que Pablo parece llamar el espíritu
de los libros sagrados»55.
368
¿Qué verdad se busca en la Biblia?, se pregunta L. Alonso Scho-
k e l56. Con demasiada frecuencia nos hemos aferrado a una verdad
«lógica»57, basada en el análisis de proposiciones bien definidas. Pero
acudir de este modo a la Biblia significa excluir por adelantado toda
verdad que no haya de ser proposicional. Y esto no puede admitirse.
Ciertamente se mantenía la idea tradicional de inerrancia; porque es
tas mismas afirmaciones, que tienen un carácter limitado bajo una
forma positiva, recobran un valor universal cuando se las formula bajo
forma negativa: no hay error en la Biblia... Aplicada directamente a
la Biblia, esta fórmula tiene evidentemente la ventaja de la precisión.
Pero ofrece también un grave peligro, cuando se hace posible do
minar toda la verdad en la Biblia, reduciendo la Escritura a un ca
tálogo de proposiciones form ales58. Para evitar eso, conviene plan
tear la cuestión de la inerrancia en el contexto más amplio de la
verdad de la Biblia. Lo original y sugestivo de esta aportación con
siste en remontarse de los géneros literarios y procedimientos de
estilo al problema genérico de la verdad literaria. El autor comienza
distinguiendo entre verdad como manifestación de sentido (algo así
como verdad ontològica) y verdad en forma de proposiciones forma
les (verdad lógica): las dos se encuentran en la Escritura. La pri
mera es una totalidad unitaria que se desenvuelve en hechos: pala
bras es el misterio de la salvación en Cristo en cuanto manifestado.
La presentación de esta verdad y de su desarrollo puede tomar for
ma de enseñanza o doctrina (sin ser doctrinaria). El autor (siguiendo
a Meyerhoff) estudia después el modo peculiar de la verdad litera
ria: «Como la vida enseña, también la literatura enseña». Distingue
las informaciones introducidas en la obra, funcionales y subordina
das a la verdad central; las teorías o doctrinas propuestas mediata
o inmediatamente; la verdad de coherencia interna, convincente; la
manifestación de personas o realidades por familiaridad, por inferen
cia o analogía; la iluminación del lector por la obra, la iluminación
del ser. Añade la verdad con valor de testimonio y la verdad como
término e incitación de una búsqueda, incluso dialéctica. Después
de esta amplia exposición, el autor considera la verdad lógica de
las proposiciones en su forma positiva y negativa, empalmando con
la problemática común59.
Réstanos por examinar el trabajo del P. G relot60, que «prepara
inmediatamente... la doctrina de la constitución conciliar»61. Uno de
56 L. ALONSO SCHÔKEL, The Inspired Word, S crittu re in thè Light of
Language ant Literatura (New York 1965); La Palabra inspirada. La Biblia a
la luz de la ciencia del lenguaje (Madrid, 3.a ed. 1986).
57 ALONSO SCHÔKEL, o.c., p. 311.
58 ALONSO SCHÔKEL, o.c., p. 311ss.
59 ALONSO SCHÔKEL, o.c., p. 311 ss.
60 P. GRELOT, La Biblia palabra de Dios, Barcelona (Herder) 1968, es
pecialmente La verdad de la Escritura, pp. 140-186.
61 I. DE LA POTTERIE, La vérité de la Sainte Écriture et l ’Histoire du
salut d ’après la Constitution dogmatique «Dei Verbum»: NRT (1966) 152.
369
24
los principales méritos del autor es — lo hemos ya subrayado— el
haber desembarazado definitivamente a la investigación de la idea
falsa que acompañaba siempre al concepto de inerrancia. N. Lohfink y
J. Coppens habían intentado iibrarse de ella de forma todavía un
tanto tímida. P. Grelot, en el citado artículo de 1963 62, luego en su
libro de 1965, «sustituye deliberadamente la problemática corriente
de la inerrancia por una problemática más exacta: la de la Escritu
ra»63. Pero su más original aportación consiste, sin duda alguna, en
los principios a los que acude para resolver el problema de la ver
dad de la Escritura:
1) E l o b je to fo r m a l de la r e v e la c ió n 64. La palabra de Dios está
orientada hacia una revelación: «Dios no revela allí, en el fondo,
más que una sola cosa: el misterio de la salvación, realizado en
C risto»65. «Ninguna realidad de este mundo es objeto de una en
señanza divina dada por modo de revelación si no es desde el ángu
lo particular de su relación con la salvación»66; «la revelación divi
na tiene un dominio propio, o mejor dicho (empleando el lenguaje
escolástico), un o b je to fo rm a l q uo que especifica todos los objetos
materiales a los que puede afectar la palabra de Dios. Las ense
ñanzas que se deben buscar en la Escritura pertenecen exactamente
al mismo dominio. En ella no hay una verdad divinamente garantizada
más que en los puntos que a ésta se refieren, puesto que fuera de
ahí no aporta enseñanza alguna positiva que exija de nuestra parte
una adhesión de fe » 67.
2) El c a rá c te r p ro g re s iv o d e la r e v e la c ió n 68. La revelación total
ha sido dada solamente en Cristo. Su misterio se ha ido revelando
poco a poco, de forma incoativa, en el Antiguo Testamento. Pero
incluso tras «el acto revelador» de la muerte y de la resurrección,
la revelación «virtualmente terminada»69 debe todavía ser explicitada
en la Iglesia e interpretada en su tradición bajo la acción del Espí
ritu Santo, que lleva los hombres a la entera verdad (cf. Jn 16,13).
El contenido positivo de cada texto debe, por lo tanto, «ser apre
ciado en una perspectiva dinámica; la verdad de cada texto debe en
tenderse teniendo en cuenta el conjunto de la revelación y su ca
rácter progresivo»70. Tales dos principios son de una importancia ca
pital. P. Grelot continúa su exposición recordando que hay igual
370
mente que tener en cuenta las variedades del lenguaje humano. El
estudio de los géneros literarios, caro a J. Coppens, ocupa un buen
lugar71; la investigación de la intención del autor debe de agradar
al P. Benoit72. En fin, para descubrir el sentido profundo de ios tex
tos, el autor propone acudir, más allá del sentido literal, a un sen
tido plenario, que analiza muy ampliamente, y en el cual engloba
el sentido tipológico como una forma particular del sentido plenario
en el Antiguo Testamento73.
III. LA C O N S T IT U C IO N «DEI V E R B U M »
371
Esquema I: ex hac divina inspirationis extensione ad omnia,
directe et necessario sequitur immunitas absoluta ab errore totius
Sacrae Scripturae. Antiqua enim et constanti Ecciesiae fide edo-
cemur nefas omnino esse concedere sacrum ipsum errasse scrip-
torem, cum divina Inspirado per se ipsam tam necessario excludat
et respuat errorem omnem in qualibet re, religiosa vel profana,
quam necessarium est Deum, summam Veritatem, nullius omnino
erroris auctorem esse» (14 noviembre 1962).
Esquema il: <dnde totam Scripturam divinitus inspiratam ab
omni prorsus errore immunem esse consequitur» (abri! 1963) 78.
372
in d u c it m a te ria le m lim ita tio n e m v e r ita t is S c rip tu ra e , s e d in d ic a i e iu s
s p e c ific a tio n e m fo rm a le m , c u iu s ra tio h a b e a tu r in d iiu d ic a n d u m q u o
s e n s u n o n ta n tu m re s fid e i e t m o ru m a tq u e fa c ta cu m h is to ria sa
lu tis c o n iu n c ta ... s e d o m n ia quae in S c rip tu ra a s s e ru n tu r s u n t ve ra .
U n d e s t a t u ii C o m m is s io e x p re s s io n e m e sse s e rv a n d a m » 838
. Cuando los
4
padres supieron que este documento era transmitido a! Papa el 14
de octubre, reaccionaron de diferentes formas: se hizo saber ai Papa
que esta fórmula era peligrosa... o, por el contrario, que estaba en
la línea tradicional. El 17 de octubre Pablo VI comunicó su perple
jidad en una carta enviada simultáneamente al presidente de la Co
misión doctrinal y al presidente de la Comisión para la unidad: su
gería que se sustituyera la fórmula s a lu ta re m a causa de los incon
venientes siguientes: «sia p e rc h é s i tr a tta d i d o tt r in ta a n c o ra n o n
c o m m u n e n e ll'in s e g n a m e n to b ib lic o te o lo g ic o d e lla C h ie s a , sia p e r
c h é n o n p a re ch e la fo rm u la s ia s ta ta a b b a sta n za d is c u s a n e ll a u la
c o n c ilia re , e s ia p e rc h é ... ta le fo rm u la n o n è s c e v ra d a l p e ric o lo d i
c a ttiv a in te r p r e ta tio n e M. El 19 de octubre, en el curso de la reunión
de la Comisión mixta, el cardenal Bea subrayó la inoportunidad de
la fórmula ire r ita s sa Ju ta ris, a partir de la cual se podría restringir la
inerrancia a solas las cosas de fe y costumbres. Se pasó a la vo
tación, pero después de tres turnos de escrutinio, la mayoría de los
dos tercios de los miembros de la Comisión, exigida por el regla
mento no se había alcanzado todavía (2/3: 19; 3r. turno: 17 a favor
de rechazarla, 8 a favor de su mantenimiento, 3 abstenciones). Se
propuso entonces una fórmula sin equívoco, que es la de la cons
titución:
v e rita te m , q u a m D e u s n o s tra e s a lu tis
ca u sa L itte r is S a c ris c o n s ig n a ri v o l u i t 85
373
Este párrafo 11 constituye ciertamente una aportación capital del
concilio. Tenemos ahí, en efecto, el principio teológico del que ma
nan como de una fuente las conclusiones que siguen. Algunos de
los recientes descubrimientos se encuentran así ratificados por la
autoridad suprema: «Para ver claramente lo que Dios mismo ha que
rido comunicarnos», hay que buscar «con atención lo que los hagió-
grafos querían decir y lo que Dios quería dar a conocer con dichas
palabras»87. «Para descubrir la in te n c ió n d e io s h a g ió g ra fo s hay que
tener en cuenta, entre otras cosas, lo s g é n e ro s lit e r a r io s . . . ; en efec
to, para comprender exactamente lo que el autor propone por escrito,
se deben tener muy en cuenta los modos de pensar, de hablar o de
narrar que eran de uso corriente en tiempos del escritor y las for
mas de expresión al uso en las relaciones humanas88. Pero hay igual
mente que tener en cuenta e í d e s a rro llo de la h is to ria d e la s a lv a
c ió n y la u n id a d de to d a la E s c ritu ra : puesto que «la Escritura se ha
de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita; por tanto, para
descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy
en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición
viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe » 89. Estas diferentes lí
neas trazadas por el concilio deben perm itir a los exegetas com
prender mejor y, por lo tanto, interpretar mejor, la verdad que Dios,
para nuestra salvación, ha querido ver consignada en las Sagradas Le
tras» 90.
1. Diversas posiciones
El comentario de P. Grelot en un sentido formal es de los más
claros91. «Valía más — escribe— una referencia a nuestra salvación
374
para indicar el punto de vista en el que se sitúa siempre la Biblia
cuando ofrece una enseñanza cualquiera. Porque, y recogiendo una
noción de lógica formal que algunos teólogos parecen haber olvidado
sobre la marcha, no basta considerar e l o b je to m a te ria l del que ha
blan los autores sagrados para saber lo que enseña la Biblia; hay
que preguntarse, además, desde qué ángulo lo miran (o b ie c tu m fó r
m a le ), y ía Biblia no enseña nada que no esté determinado por este
punto de vista específico. Ya se ve qué importancia puede tener este
principio en materia de enseñanza histórica; los hechos humanos
pueden muy bien ser objeto de enseñanza inspirada, pero desde el
ángulo exclusivo de su referencia al designio de salvación»92.
Se trata del mismo aspecto formal que se complace en subrayar
el P. De la Potterie93: «El criterio de la verdad de la Escritura no
es, por lo tanto, como se decía hace medio siglo, el criterio mate
rial de las materias religiosas y morales; no es siquiera el de la
exactitud de los hechos narrados, la correspondencia precisa entre
el texto y el acontecimiento; es más bien un criterio formal, a saber,
Ja intención verdadera del autor inspirado, que es también la de Dios:
esta intención no es simplemente la de narrar hechos, sino la de
mostrar en éstos ía acción de Dios en la historia, la relación de
ellos con el misterio de la salvación»94. Interesándose especialmente
por el problema de la historicidad, que «debe distinguirse del de la
‘verdad’ de la Biblia»95, el autor subraya que «la verdad de la Es
critura supone la realidad de los acontecimientos históricos cuando
éstos afectan al misterio de la salvación y por el hecho de que le
afectan»96. Esta claridad aportada por el concilio es, por otra parte,
tradicional. ¿Cuál es la verdad enseñada?97. No se trata de la verdad
de los griegos98, que significaba una realidad objetiva, tal como
volvemos a encontrarla en el siglo XIX: una verdad sinónima de
exactitud. La concepción de la Biblia es la de Pablo: «la palabra de
verdad, el evangelio de vuestra salvación»99; es la de Juan: «la gra
cia y la verdad ha venido por Jesucristo» 10°; es la de Cristo: «Yo
soy el Camino, la Verdad y la Vida»101. La verdad es, por lo tanto,
la revelación del misterio de las personas divinas, revelación que
375
es, a la vez, para los creyentes una doctrina y una norma de vida:
«la verdad de la Escriura, que la inspiración garantiza es, por lo
tanto, esta verdad de la revelación, que se refiere siempre de algu
na manera a la salvación de los hombres» 102.
Es, igualmente, por la «verdad de la Biblia»103 por lo que se in
teresa el P. Benoit en un artículo menos científico, pero más suges
tivo. La verdad que Dios nos propone no está esclerotizada: es «una
verdad de vida, de encuentro y de amor, que pone en marcha y no
que hace cosquillas al espíritu»104. Conocer es amar, es caminar
hacia Dios: «no se ve bien más que con el corazón; lo esencial es
invisible para los ojos»105. Se trata de descubrir la verdad que Dios
me propone, «estudiar la intención del autor sagrado, y de Dios
detrás de él, para ver lo que me quiere decir, lo que le interesa,
dóndo está su mensaje, y buscar la verdad ahí solamente, sin de
tenerse en las inexactitudes materiales»106. No hay, sin embargo,
que rechazar nada, porque el menor detalle tiene su importancia,
«por él pasa un destello de verdad y de belleza..., él colabora a la
obra to ta l» 107. La verdad no aparece, sin embargo, en seguida en
todo su esplendor al autor humano: «nos equivocamos, como hacen
todavía algunos teólogos hoy, al identificar pura y simplemente el
pensamiento del autor humano y el de Dios... Dios hace conocer al
autor humano todo lo que éste puede conocer, pero él sabe mucho
más»108. El estudio del sentido típico y del sentido plenario pueden
ayudar a descubrir estas puntualizaciones progresivas en el descu
brimiento cada vez más luminoso de la verdad. Tal es el interés de
esta investigación, la cual viene a añadirse a la del P. De la Potterie.
En lo sucesivo, la verdad se comprende mejor. La αλήθεια no se iden
tifica con la α κρ ίβ εια en el sentido de exactitud. Sino que la αλήθεια,
que se opone a la falsedad, a la mentira, es vida.
La verdad comprendida así «en la plenitud del sentido bíblico» 1091 0
parece desprenderse mejor, según A. Grillmeier 1,0f interpretando el
texto en un sentido formal, lo mismo que hace P. G re lo t111. De esta
forma se concibe mejor que tal afirmación de la Biblia pueda tener
una relación más o menos grande con la salvación. Además, queda
376
mejor subrayado el lazo de unión entre las encíclicas precedentes
y la constitución D e i V e rb u m . Al autor le habría gustado el empleo
del inciso v e rita te m s a lu ta re m , en el cual ve la inerrancia incluida
en la línea de la revelación de la voluntad salvadora de Dios (en
este caso, preferiríamos hablar de voluntad salvífica). En definitiva,
el autor está satisfecho con la fórmula final; subraya que, «de esta
forma, todo en la Escritura tiene parte en la verdad que Dios ha
querido consignar para nuestra salvación, o bien inmediatamente por
su contenido, o mediatamente en tanto que sirva a la afirmación de
la salvación»112.
El interés del reciente estudio de N. Lohfink113 estriba en el in
tento de situar la crítica con relación a los datos recientes de la
investigación teológica. En el pasado se ha opuesto sin razón la crí
tica y el dogma de la inspiración. Ahora bien, «el método histórico
no es más que una suma de técnicas, de medios y de reglas, útiles
para responder a la cuestión histórica»114; ésta es la que pregun
tará ¿cómo ha ocurrido eso de verdad? Pero yo puedo preguntar a
un texto de diferentes formas: puedo pedir a un texto de Platón que
me informe sobre el carácter de Sócrates, y esto será una cues
tión histórica; pero puedo también preguntarle lo que me quiere de
cir, para vivir del pensamiento de Platón. Todo cambia según la pre
gunta que yo formule al texto. Para un cristiano la Biblia es, ante
todo, palabra de Dios. «El interés histórico del nacimiento de este
libro y de la forma real de los acontecimientos que en él se narran,
es (por lo tanto) solamente secundario: tiene un valor en tanto que
sirve para favorecer la interpretación del te xto » 115. El empleo del
método histórico-crítico en las ciencias bíblicas es, por lo tanto,
muy delicado, en la misma proporción que la pura crítica no ha apor
tado todos los resultados que se esperaban. Se había creído que el
descubrimiento de un texto explicaría todo; pronto se ha compren
dido que era al revés: «antes no se sabía nada, pero no se presen
taba lo que habríamos debido saber. Ahora se presenta todo eso
porque se sabe un poco. Con la luz vienen la tinieblas»116. Por otra
parte, el método histórico debería conducir al conocimiento de la
verdad. El método tiene evidentemente el mismo valor para un ateo
y para un cristiano, porque se trata de un método. Pero, mirándolo
de cerca, la cosa es más compleja: este método supone ya un co
nocimiento lejano de la realidad que él no puede crear. Y un his
toriador que, en su visión de la realidad, no admite la posibilidad
de Dios o de lo milagroso, no adoptará, ante los textos, la misma
377
actitud que el sabio cristiano117. De este modo, por lo tanto, la in
vestigación histórico-crítica no puede ser impulsada sin que entre
en juego una filosofía de conjunto. Cuáles van a ser las incidencias
de todo eso en la crítica histórica es algo que no se puede aún
prever. La crítica sigue siendo válida, pero exige todavía más pru
dencia: según el uso que de ella se haga, será «tigre o caballo de
montar» 118.
378
salvación de todos los pueblos»1 125. Y los evangelistas refieren fiel
4
2
mente «lo que Jesús ha realmente hecho y enseñado p a ra (ad) la
salvación eterna de los hombres»126. Esclarecido así por el propio
contexto de la constitución, nos parece que el inciso n o s tra e s a íu tis
c a u s a hay que comprenderlo más ampliamente, en un sentido final.
No se trata, por io tanto, de oponer aspecto final y aspecto for
mal. El aspecto formal deriva, en efecto, del hecho de que una cosa
está orientada hacia un fin. Sin embargo, el aspecto formal insiste
e n la in te n c ió n que reside en el corazón de la cosa; el aspecto final
parece más amplio, puesto que engloba el fin hacia el que esta in
tención está orientada. Si pensamos en la salvación, en la verdad,
realizadas en Cristo, la Escritura nos parece expresar la verdad de
forma más o menos luminosa, y necesariamente se insiste en el
aspecto formal. Pero no hay que olvidar que las Escrituras, la ver
dad, deben vivificarme a c tu a ím e n te ; de otro modo no servirían para
nada. En la Escritura se encuentra la revelación, que está actuali
zada para mí, que se me hace presente, que me convoca al diálogo
con Dios, para vivificarme y llevarme al Padre. Recogiendo el len
guaje de Orígenes, deberíamos decir: es el Padre el que es la Ver
dad to ta lis t o t a lite r ; Cristo es V e rita s p ro n o h is . En la Escritura en
cuentro la verdad que me llama a h o ra y me impulsa h a c ia la p a ru sía .
Todavía hay que comprender bien la finalidad cristiana. No es un
fin presente o futuro. Porque la salvación está ya realizada total
mente en Cristo. Es todo el misterio de C h ris tu s s e m p e r, h e rí e t
h o d ie . Nosotros tenemos y no tenemos la verdad. Tenemos un ya-
verdad, como sugiere el P. Proulx. Habiendo ya conocido la verdad,
llegados al fin, retrocedemos, tomamos todo lo creado y a nosotros
mismos para llevarlos a la verdad de la que vivimos ya. En este
movimiento, la Escritura y la Eucaristía tienen su parte: «la Iglesia
toma el pan de vida en la mesa de la palabra de Dios y en la del
cuerpo de Cristo y lo ofrece a los fieles»127. Un alimento para nues
tra salvación actual y futura: ¿no podemos acaso ver ahí un aspecto
final?
Por otra parte, incluso ios comentaristas que insisten en el aspecto
formal no ignoran el aspecto final. M. Zerwick subraya que la cons
titución considera alrededor de veinticinco veces la finalidad de la
revelación128. El propio I. de la Potterie escribe en la conclusión de
su artículo: «Una actitud semejante ante la Escritura respeta a la vez
el realismo histórico de la revelación y su finalidad esencialmente
religiosa, orientada hacia la salvación de los hombres»129. Esto per
mite pensar que el autor tal vez ha insistido casi exclusivamente
379
en el aspecto formal, pensando sobre todo en la crítica histórica; el
título de su artículo es, por otro lado, limitativo, a partir del mo
mento en que examina la relación de la verdad y de la h is to r ia de
la salvación. Por otra parte, para comprender el conjunto de su pen
samiento, hay que remitirse a su segundo artículo, en el que analiza
la frase: «Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida», confiando en que
la publicación de su tesis, de la que este artículo constituye el ter
cer capítulo, no se demorará.
Además, la fórmula empleada: n o s tra e s a iu tis ca u sa , no deja de
recordar nuestros credos. El símbolo de Nicea contiene: p ro p te r no s
h o m in e s e t p r o p te r n o s tra m s a lu te m 13°. Esta expresión es recogida
después en todos los sím bolos1 131. La fórmula de Dámaso contiene
0
3
la expresión: ad n o s s a iv a n d o s 132. El inciso n o s tra e s a iu tis ca u sa pa
rece claramente integrarse en toda esta larga tradición de la Iglesia.
La Tradición, el contexto, todo parece indicar que se está a punto
de tomar la expresión en un sentido final. Ello no quita en nada valor
a todas las investigaciones citadas precedentemente. La verdad me
jor comprendida, la crítica mejor situada, son otras tantas bases más
sólidas que no pueden menos de animar «a continuar hasta el final
el trabajo felizmente emprendido, con una energía renovada cada
día y una intensidad total, y conforme al sentido de la Iglesia»133.
Conclusión
130 Denz. (1960) n. 54. En griego clásico, διά tenía sentido causal; pero
ya en el NT διά, más acusativo, tiene sentido final; cf. ZERWICK, Graecitas:
Bíblica (Roma 1960) n. 12.
131 Cf. Cirilo de Jerusaíén (Denz. 9), Epifanio (13), Dámaso (16), Ata-
nasio (40), Nicea (54), Constantinopia (86), IV Lateranense (429), decreto
pro iacobitis (708).
132 Denz. 16.
133 Dei Verbum 23.
380
salvación, ha querido ver consignada en las Sagradas Escrituras».
Tras cuatro siglos de intentos más o menos fructuosos, henos aquí,
pues, de vuelta a una santa tradición, para la cual «los libros están
hechos para enseñar la salvación de las almas y no astronomía; nos
dicen cómo se va al cielo, no cómo va el cie lo » 134.
¿Quiere esto decir que todo esté resuelto? No, ciertamente. La
constitución marca un remate; pero debe ser también un punto de
partida. Algunas cuestiones siguen planteadas. Así, el concilio no
ha querido zanjar la cuestión del sentido plenario, como habrían
querido algunos exegetas 135. No ha abordado en detalle las cuestio
nes de la suficiencia de la Escritura, del carácter histórico de los
Evangelios: cómo los Evangelios contienen este testimonio histórico
sobre Jesús. Estudios profundos, como hemos visto, han puesto ya
en claro la noción de verdad. La de instrumentalidad, la de analogía,
¿están suficientemente estudiadas como para poder ser utilizadas
siempre con pleno conocimiento? Y la propia crítica, ¿no tiene que
repensarse completamente? Sobre este punto, las sugestivas indica
ciones de N. Lohfink se incorporan sorprendentemente a la reflexión
científica actual. Durante años se había creído encontrar un fácil lazo
de unión entre la ciencia y la fe: la reflexión científica, profundi
zando, debía necesariamente desembocar en la fe en una brillante
línea evolutiva. Pero nos hemos dado cuenta de que este punto de
vista era demasiado simple. Una reflexión científica lea! podía muy
bien continuar siendo atea y construir su síntesis en torno a su
punto de partida filosófico. Desde entonces no se puede hablar ya
de evolución lógica. Queda un paso por dar, una opción que escoger.
Hay que plantear la opción «Dios» (lo que hace justamente el cre
yente), y entonces se puede de nuevo esclarecer todo el dato y
la propia ciencia, con esta mirada de fe: todo aparece así en me
dio de una luz superior. Igualmente, ¿no hay que admitir con Lohfink
la opción Dios en la base de la crítica bíblica? ¿Y deducir de ahí
las consecuencias? ¿Cómo está presente la verdad en las Escrituras?
381
He aquí todo el problema que se plantea ahora que tenemos un prin
cipio teológico seguro. La investigación prosigue. Querríamos sola
mente subrayar, para terminar, una aproximación que nos parece in
teresante y que frecuentemente se ha silenciado actualmente. La
constitución escribe: «En la composición de estos libros sagrados,
Dios ha escogido hombres y los ha empleado en el pleno uso de
sus facultades y medios, para que, obrando El mismo en ellos y por
ellos, pusieran por escrito, como verdaderos autores, todo lo que era
conforme a su voluntad y sólo eso»136. Hagamos un paralelo con el
texto de Calcedonia sobre la encarnación: u n u n m e u n d e m q u e C h ris -
tu m F iliu m D o m in u m u n ig e n itu m , in d u a b u s n a tu ris in c o n fu s e
(ocauyxuTcoc;), im m u ta b ilite r, in d iv is e , in s e p a r a b ilite r a g n o s c e n d u m
(dcxcoptaxcoc;), n u s q u a m s u b la ta d ifíe r e n tia n a tu ra ru m p ro p te r u n itio -
n e m m a g is q u e sa lv a p ro p r ie ta te u triu s q u e n a tu ra e , e t in un a m p e r
sonara a tq u e s u b s is te n tia m c o n c u rre n te , no n in d u a s p e rs o n a s p a r
titu r a a u t d iv is u m 137. Desde hace cuatro siglos, las dificultades re
ferentes a la Biblia proceden de un olvido de este paralelismo
primordial. Se encontrará fácilmente un monofisismo latente, o un
nestorianismo larvado, detrás de esta o aquella desviación. El P. De
Lubac lo ha subrayado suficientem ente138, pero tal vez convendrá
que nos acordemos de ello en el momento en que la exégesis está
dando un giro. Las dificultades futuras serán en parte allanadas si se
hace referencia a la teología de la encarnación y a su evolución des
pués de Calcedonia. En el fondo, es el propio concilio el que nos
invita a ello en una frase, desgraciadamente poco comentada:
«En efecto, las palabras de Dios, expresadas por medio de las
lenguas humanas, han tomado la apariencia del lenguaje de los
hombres, de la misma forma que antaño el Verbo del Padre eter
no, habiendo tomado la flaqueza de nuestra carne, se hizo seme
jante a los hombres»139.
382
UTILIDAD DE LA ESCRITURA
Por Luis Alonso Schókel
1 Es extraño que un libro tan rico como el de P. Grelot [La Biblia, pa
labra de D ios[1965]) no trate del poder salvífico.
383;
doctrina estaba incompleta: no basta con hablar de la verdad de la Es
critura, hay que hablar también de su valor salvífico. Y hay que
hablar del tema, o al menos enunciarlo, en el capítulo sobre la ins
piración; porque es una doctrina que pertenece directamente al mis
terio de la inspiración y no es sólo una recomendación edificante.
La importante adición pasa sin luchas ni comentarios; y los comen
taristas de la constitución ya promulgada no acaban de enterarse del
particular: la toman como nueva afirmación del hecho de la inspi
ración o la pierden de vista, solicitados por el problema de la ver
dad 2.
La palabra de Dios en la Escritura, en cuanto proclamación del
Evangelio, no es una simple enseñanza como otra cualquiera. Pro
clamar el Evangelio es hacer presente el misterio, ofrecerlo, recla
mar la respuesta del hombre. En este sentido, la palabra bíblica se
parece más a la palabra poética que hace presente por represen
tación el objeto a la experiencia; o a la palabra jurídica, que enun
cia y realiza el derecho.
El Evangelio promulgado se recibe por la fe, que él mismo sus
cita y hace posible. Ahora bien, la fe no es aceptación intelectual
neutra de enunciados que nos tocan sino que es apertura total a la
salvación. Escuchar el Evangelio es enfrentarse con la realidad de
cisiva que exige la decisión radical. Una palabra que coloca al hom
bre en esta situación es claramente una palabra enérgica. Pensar
de esta palabra únicamente en términos de no contener errores es
una limitación peligrosa; porque puede llevar a pensar que una lec
tura de la Biblia sin sentirse tocado es auténtica lectura.
Tenemos que tomar el texto paulino, citado como representante
de otros muchos, como prenda de un terreno reconquistado (que se
extiende por el c. VI). Los teólogos bíblicos y dogmáticos deberían
ensanchar la conquista, no despreciarla por su aparente pequeñez.
También en este punto el concilio es un comienzo, y no es tarea
teológica dar marcha atrás.
Recordemos lo que dice el relator: un tratado de inspiración que
descuide este aspecto es un tratado incompleto.
384
INTERPRETACION DE LA SAGRADA ESCRITURA
(DV. 12)
La cuestión estructural
385
25
P rim e r p r in c ip io te o ló g ic o
386
Dios quiere decirnos tenemos que entender lo que el autor dice».
El texto promulgado establece la ecuación no entre el decir de Dios
y el decir humano, sino entre lo que Dios «quiere» decir y lo que
el hombre «quiere» decir: más allá de las palabras, se sube a la
intención. Segundo, el texto promulgado añade una pieza difícil: «lo
que Dios quería dar a conocer con dichas palabras». Uniendo esta
cláusula a la final precedente obtenemos un extraño resultado: para
saber lo que Dios quiere comunicarnos, tenemos que saber lo que
Dios quiere darnos a conocer con esas palabras. Otra vez la ecua
ción de querer y querer; pero ¿no sobra algo aquí? (Más abajo vol
veré sobre el tema). La fórmula conciliar ha sido elaborada con di
ligencia en los esquemas sucesivos. El relator del tercer esquema
comenta que la adición aporta un principio teológico de hermenéu
tica a la hermenéutica puramente racional. O sea, que se reparte el
tema: junto a un principio de hermenéutica racional suena otra de
hermenéutica sacra. Así nos quedamos con esa formulación difícil y
ligeramente ambigua. ¿En qué relación están las dos voluntades sig
nificativas, de! hombre y de Dios?
387
Consideremos ahora el segundo segmento, de la obra al lector
Supongamos que el lector no capta la ironía, no percibe la alusión,
se cierra a las sugestiones; que reduce la ambigüedad a su propio
sentir, que añade su carga emocional. Supongamos que el lector
vive a siglos de distancia, o pertenece a otra cultura, o no posee
familiaridad con el tema. La línea obra-lector no será directa, ni mu
cho menos. Recuerdo un caso significativo; el castellano procede
del latín por evolución fonética y transformación semántica. Nuestra
palabra «virtud» viene del latín «virtutem», que en latín se refiere
principalmente a la valentía, la fuerza, la energía; y en castellano
pertenece al orden moral o religioso; nuestra «enfermedad» viene
del latín «infirmitatem», que se refiere a la falta de fuerzas, la de
bilidad; mientras que nuestra palabra habla de un estado clínico;
nuestro verbo «perfeccionar» procede del latín «perficere», que sig
nifica realizar, llevar a término; mientras que nuestro verbo habla
de una acción final o sucesiva que mejora lo bueno. Esto supuesto,
leamos una frase latina y dos interpretaciones castellanas:
virtus in infirmitate perficitur
la virtud en la enfermedad se perfecciona
la fuerza en la debilidad se realiza
388
ram satis patent per se, reliqua quia sunt manifesta secundum lit-
teram exponere superfluum ducimus» 5.
La actitud crítica, como mentalidad, recibe un gran impulso en
la segunda etapa del Renacimiento y conquista rápidamente todas
las manifestaciones de la cultura de entonces: astronomía (Kepler,
Galileo), filosofía (Descartes), hagiografía (Bolandistas), filología
(Erasmo). Cuando la crítica intenta apoderarse metódicamente de la
Escritura, se desencadenan grandes batallas tanto en campo protes
tante como en campo católico y judío (Spinoza, Capelli, Simón), y
la crítica sale derrotada. El iluminismo le concederá un triunfo só
lido (Semmler), inaugurando una nueva era que desemboca en el
racionalismo. Los católicos, naturalmente, rechazan el racionalismo y
con él la crítica; hasta que comienza el gran movimiento de incor
poración con Lagrange, Hummelauer y otros. La crisis modernista
frena fuertemente el movimiento, sin suprimirlo, y Pío XII proclama
la necesidad del método crítico para el estudio de la Escritura6.
Después de Pío XII sobrevino un nuevo ataque a los métodos
críticos en vísperas del C oncilio7. La tendencia anticrítica tenía gran
de influjo en la Comisión teológica preparatoria; con todo, un ele
mento de crítica suena ya en el primer esquema «diiudicanda... ali-
ter... aliter». El texto promulgado, enunciando el principio de la in
tención del hagiógrafo, defiende la actitud y el método crítico: el
sentido obvio no se puede identificar en principio con el sentido
literal.
389
así determina Ja significación de la palabra: «componer un poema,
una sinfonía, un pleito, componérselas»; la sentencia puede tener
varios sentidos, el autor determina que sea afirmativa, o interroga
tiva, o irónica, principal o subordinada, determina su grado de pro
babilidad, limita su carácter absoluto con circunstancias, etc. Entre
la muchas posibilidades del lenguaje, el autor determina o delimita
con su intención.
Esta descripción es válida, mirando desde abajo, observando la
tarea artesana de ir colocando palabras. En realidad, el proceso co
mienza por una percepción o recuerdo global que quiere articularse
en palabras: es un proceso de división que va convocando las pa
labras ya delimitadas, sin pensar en todas las posibilidades que esas
palabras o sentencias exhiben en el diccionario. El autor posee asi
milado el vocabulario y los esquemas gramaticales, etc.; en el acto
de expresar, una fuerza configuradora trae a la conciencia elemen
tos del lenguaje con criterio selectivo. La distinción expuesta es de
gran alcance para todo lo que sigue.
En nuestras lenguas conservamos un modo de hablar que expre
sa estas realidades: la palabra italiana «poste» q u ie re d e c ir «correos»;
la palabra sueca «gata» q u ie re d e c ir «calle»; aquí el autor q u ie re
d e c ir: ¿qué q u ie re V. d e c ir con esas palabras?; los italianos usan
dos formas «vuol dire» y «intende dire». A cualquiera, guiado por su
lengua, le parece razonable distinguir entre lo que otro dice y lo que
quiere decir, al menos en determinadas ocasiones. Esta distinción
ya es de algún modo crítica. Los alemanes distinguen entre «bedeu-
ten» y «meinen».
La retórica clásica ha desarrollado y expuesto la teoría de la
«intención» con miras, sobre todo, al proceso legal, que resulta fin
y modelo. La retórica prefiere el término v o lu n ta s . La distinción fun
damental es: v is v e rb o ru m -v o lu n ta s a u c to ris , o bien v o lu n ta s -s c rip -
tu m . P. ej., en el caso de una ley: al surgir un nuevo caso, una nue
va situación, la ley resulta corta o dudosa; y entonces el gobernante,
o el juez, tienen que aplicarla remontándose a la v o lu n ta s le g is la to -
r is ; en algún caso tendrán que estirar el alcance de la ley más allá
de la voluntad del legislador, confiriendo así a la ley un s e n s u s
p le n io r.
El caso del lenguaje literario es más complejo y significativo. La
retórica toma como norma el lenguaje p ro p io , sentido auténtico y
primario de las palabras; de él se aleja el autor por un acto de su
voluntad. P. ej., el proceso de la metáfora: el autor retira la pala
bra propia, introduce la palabra impropia, quiere decir v o lu n ta s , la
propia. La palabra impropia tiene una nueva significación por la vo
luntad del autor, y el lector la descubre por el contexto de obra o
situación. De modo semejante, la «figura» o «schema» se define: in
s e n s u i/e l s e rm o n e a liq u a a v u lg a ri e t s im p lic i s p e c ie c u m ra tio n e
m u ta tio ; q u o d a s im p lic i a tq u e in p ro m p tu p o s ito d ic e n d i m o d o poe
390
tic e ve! o ra to rie m u ta tu m est. La comparación que emplean también
es significativa: el cuerpo en descanso es la o ra tio s im p le x ; el cuer
po en movimiento es la o ra tio ornata; el movimiento expresa vida
y afecto, alejándose de la quietud, que es lo normal.
Toda esta construcción es de una claridad engañosa. Util quizá
como esquema mental, como coordinada abstracta y convencional.
Según el ejemplo de la quietud y el movimiento, la expresión no es
función radical del lenguaje, no es dato normal de la comunicación
humana, sino hecho extraordinario que se consigue por alejamiento
de la normalidad. ¿Es la quietud el estado normal de la vida? Más
aún, cuando uno lee el ejército de tropos y figuras que la retórica
clásica consigue clasificar, uno se pregunta cómo será posible ha
blar «normalmente», es decir, sin incurrir en tropos y figuras. En
cuanto a la metáfora, muchas veces la metáfora es el nombre pri
mero; después la metáfora se lexicaliza y se actualiza; el proceso
de lo propio a lo metafórico discurre en ambas direcciones. O tome
mos el ejemplo de la ambigüedad, que, según la retórica, se ha de
resolver apelando a la vo lu n ta s del autor: a m b ig u ita te m vero se m -
p e r co n ie ctu ra e x p lic a ri necesse e s t... guia cum s it m a n ife stu m ver-
b orum in te lle c tu m esse d u p lic e m , de sola q u a e ritu r v o lú n ta te 8. ¿Y si
el autor buscaba precisamente la ambigüedad? ¿Y si la ambigüe
dad resulta por comparación con un ideal de precisión mía que el
autor no compartía?
Un último ejemplo. Entre los ejercicios que e! alumno ha de prac
ticar — e x e rc ita tio n e s , progym nasm ata — , se encuentra la paráfrasis.
Esta se realiza en tres tiempos (suponiendo paráfrasis de verso en
prosa): primero, so lve re versus, o sea eliminar el metro y ritmo poé
ticos; segundo, in te rp re ta r!, que consiste en sustituir palabras y ex
presiones poéticas por otras no poéticas; tercero, tratar el material
así obtenido con diversos m odi, como a d ie c tlo -d e tra c tio , p ro p rie ta s-
tro p i, serm o rectus-flgurao. Y añade Quintil ¡ano salvo m odo sensu
poetae, «respetando el sentido del autor»; ¿qué queda del sentido
del autor después de tales operaciones? ¿El ritmo no afecta al sen
tido? ¿La forma poética no es creadora de sentido? ¿El modo es
extrínseco al sentido?9.
La retórica clásica realizó un enorme esfuerzo de clasificación de
fenómenos literarios que obtenía por inducción; y los definió o des
cribió por referencia a un sistema de coordenadas que llamó lo sen
cillo, lo propio, lo directo, lo inmediato. Esta «normalidad» es útil
cuando la usamos conscientemente, como ficción convencional que
nos permite comprender el fenómeno real. La gran falacia y el gran
peligro es creer que esa «normalidad» es la pura realidad, es juzgar
según ella la realidad auténtica; falacia es pensar que esa «nor
malidad» es una etapa previa en una cultura, y es una etapa previa
o inicial en el proceso psicológico del escritor.
391
Aplicada a la interpretación bíblica, dicha visión se da aires de
crítica, pero se queda a medio camino. Es un acto crítico controlar
el sentido obvio de un texto con la intención del autor, pero ¿es la
intención del autor la única instancia? Pío X li nos dice en la D iv i
n o a fila n te (EB 557) que «la norma suprema de interpretación es la
que hace percibir y definir lo que el escritor quiere decir»9 10. Tam
bién el texto conciliar coloca en primer puesto, como principio ge
neral, «lo que los autores querían decir».
392
b) El lenguaje como re a lid a d social. El literato no crea de la
nada la expresión de sus experiencias sino que opera sobre la rea
lidad social del lenguaje. El repertorio de palabras, con sus inevita
bles asociaciones, con sus cargas emocionales, con su aureola alu
siva, se lo dan de antemano; y lo mismo un repertorio de relaciones
sintácticas, modismos, frases hechas, formas de la tradición litera
ria, etc. El literato solamente puede dominar el material del lenguaje
aceptándolo como lo encuentra, haciéndolo quizá más expresivo, más
flexible. Es perfectamente posible que el literato no sea actualmente
consciente de toda la carga de connotaciones que una frase posee
por su historia o por su uso; aunque el escritor no caiga en la cuen
ta de ello al usar dicha frase, ésta penetra en el escrito con toda
su carga. En este caso, la dimensión social del lenguaje explica
una cantidad de sentido que no ha pasado por la intención cons
ciente del autor; la intención no lo explica todo.
c) D e c ir y hacer. El escritor que compone una obra no sólo dice,
sino que también hace: los griegos nos han iegado las palabras
p ó ie sis, poie té s, póiem a, que proceden del verbo p o ie in = hacer, y
en castellano resultan poesía, poeta, poema. El literato hace una
obra, como realidad espiritual y orgánica: en ella los miembros en
tran en relación orgánica y adquieren nueva dimensión de sentido.
¿Por qué, cuando escribimos en prosa, evitamos una rima llamativa
de dos palabras? ¿Por qué corregimos la rima que se nos escapó?
Porque la rima subraya una palabra o la enlaza significativamente con
otra. Y, si se me escapa o me olvido de corregirla, ¿deja de fun
cionar dicho efecto porque faltó mi intención? El que colocó así las
palabras, aun sin caer en la cuenta, ha hecho un acto que tiene
consecuencias de sentido. Junto a la intención de decir existe la in
tención de hacer. La intención consciente de decir no explica ade
cuadamente el sentido.
d ) Porque la obra lite ra ria adquiere una cierta autonomía. Ya la
retórica clásica consideraba el caso en que el s c rip tu m desbordaba
la intención o vo lu ntas del autor bajo la presión de situaciones nue
vas; el s c rip tu m adquiría un sensus p le n io r. La moderna ciencia li
teraria nos dice que aquello no es un caso extremo o rarísimo, sino
que la obra literaria posee una cierta autonomía respecto al a u to r12..
Algunos objetan: el autor no pensó en eso, luego eso no está en la
obra; la objeción peca contra la lógica, concluye más de lo debido
y posible. Otros, más modestos, después de oír un análisis pene
trante, preguntan: ¿pero es posible que el autor pensara en todo
eso? Y la pregunta es ingenua. Porque el autor no necesita «pensar
en todo eso» para ponerlo en su obra, no necesita mirar y medir
393
cada paso para caminar. No creo signo de modernidad caer en el
psicologismo de hace cincuenta años. El autor tiene siempre una
intención global que le dirige, muchas veces hace actos explícitos de
intención significativa; pero la intención no explica la totalidad de
sentido de la obra.
e) Mucho más si tenemos en cuenta el c o n te x to : contexto de
la sociedad, que recibe y utiliza la obra; contexto cultural, contexto
literario, en el que la obra individual adquiere una especie de exis
tencia social. Así puede la obra desarrollar su sentido desbordando
la intención consciente del autor; el autor de algún modo acepta
este destino, al entregar su obra a la sociedad presente y futura I3.
Podemos concluir: la intención del autor es factor primario en la
determinación del sentido, no es factor único. El intérprete debe
indagar la intención del autor, pero no puede contentarse con ello.
Esto en las obras puramente humanas.
394
parecía insinuar esto cuando decía que el miembro añadido: «y Dios
quería dar a conocer con sus palabras» enunciaba un principio teo
lógico de interpretación.
Se trata de buscar ecuaciones hermenéuticas para establecer el
sentido divino del texto, su valor como revelación:
1) Dios habla por medio del hombre:
Dios dice
lo que el hombre dice.
2) Dios habla por medio del hombre:
Dios quiere decirme
395
decir Dios sin más. Es una restricción que va unida a una amplia
ción.
En sentido ampliado, podemos comentar la frase: Dios quiere co
municarse a sí mismo y su misterio de salvación. Eso lo hace por
medio del hombre en lenguaje humano; pero su medio de comuni
cación no es exclusivamente la intención consciente del autor, sino
también sus palabras, e o ru m v e rb is . De esta manera se supera un
psicologismo estrecho y peligroso: Dios emplea las palabras de los
hombres como medio de comunicación; las palabras de los hombres,
el lenguaje humano en su realidad compleja, en los determinantes
primarios y secundarios de sentido. En las palabras de los autores
toman la palabra tradiciones más antiguas, se hace presente la so
ciedad de su tiempo, esas palabras pasan a nuevos contextos de ex
periencia religiosa, se incorporan a textos nuevos. Dios abarca y di
rige, como autor superior y único, todo este movimiento, en el que
la intención consciente del autor es un momento precioso, quizá cul
minante, pero de ningún modo lo es todo.
La idea de Dios como autor superior y único es una verdad teo
lógica; por eso la subcomisión afirma justamente que ha querido
añadir un principio teológico de interpretación. De aquí no saque
mos la conclusión de que sólo Dios puede desbordar la intención
consciente del autor, pues hemos visto que en la actividad literaria
humana la intención del autor es primaria, pero no lo es todo.
Si pensamos en la intención global del autor, esa intención que
orienta el todo como unidad y lo realiza por sucesiva articulación,
entonces hemos de decir que el autor sacro quiere expresar la fe y
la vida religiosa del pueblo escogido, quiere manifestar e interpre
tar la salvación en alguno de sus aspectos. Esta intención global
debe orientar toda nuestra interpretación si queremos entender la
totalidad y las partes en función del todo.
396
de una tradición oral anterior y paralela a la fijación escrita, se cla
sifican y describen las formas literarias, se diferencian las técnicas
de composición y las tendencias propias de cada autor. Entre todo
este instrumental, la constitución escoge y destaca de modo espe
cial el estudio de los géneros literarios: ¿por qué?
La razón es histórica: los géneros literarios, en su aplicación a
la hermenéutica bíblica, han sido repetidas veces campo de batalla
en los últimos sesenta años. Al principio de siglo (1905), Humme-
lauer formula y desarrolla el principio aplicado al AT, al mismo tiem
po que Gunkel proclamaba y aplicaba el nuevo método. Ni Humme-
Iauer ni sus discípulos pudieron corregir y perfeccionar el método;
quince años más tarde, la encíclica S p ir itu s P a ra c litu s se expresaba
negativamente respecto al método de los géneros. Poco antes, la
idea de Gunkel había saltado al NT, por obra de un grupo de discí
pulos, K. L. Schmid, Dibelius, Bultmann, y se desarrollaba con el nom
bre de «historia de las formas»; la tarea de Gunkel y sus discípulos
se fue consolidando y dando frutos excelentes, de los que tímida
mente podían beneficiarse los exegetas católicos, hasta que Pío XII
Ies abrió soberanamente la puerta con su encíclica D iv in o a ffia n te .
Aunque mentalmente se refería sobre todo al AT, el NT no queda
ba excluido: los exegetas católicos se aplicaron generosamente a re
cuperar el tiempo perdido en la investigación de ambos Testamentos.
Pero sobrevino otro nuevo ataque que miraba ante todo al «método
de las formas» en el NT, pero a través de él se extendía también
al AT. Uno de los documentos más significativos de esta reacción
es el artículo del cardenal Ruffini (miembro de la Comisión Bíblica)
en «L’Osservatore Romano» de 24 de agosto de 1961 14.
397
Pero su opinión no se ha impuesto. Toda ciencia tiene que cla
sificar, para dominar y comprender su materia. La literatura puede
clasificar atendiendo al tiempo o al espacio, a estilos y escuelas,
a los autores; también puede clasificar según diversos tipos lite
rarios. El Congreso Internacional de Historia de la Literatura, cele
brado en Lyon en 1939, estudió expresamente ei tema y publicó sus
actas en la revista «Helicón» (1940). Los géneros literarios son for
mas orientadoras que la poesía utiliza de hecho y tiene que usar.
Ya Goethe, en su comentario N o te n u n d A b h a n d lu n g e n zu m D iw a n ,
distinguía entre las «formas naturales de la poesía» y «géneros»151 .
6
Formas naturales son la épica, la lírica y la dramática. E. Steiger
describe con precisión y penetración dichas formas, y desde ellas
pasa directamente a la obra, sin detenerse en los géneros ló. A Jolles
investiga las formas que llama «simples»: E in fa c h e F o rm e n (1930,
1956). Estudia las formas sencillas primitivas, que se encuentran en
cualquier cultura y evolucionan indefinidamente: saga, leyenda, mito,
enigma, caso, anécdota, cuento, c h is te 17. Su libro ha tenido poco
influjo en la investigación bíblica.
398
portiva, propaganda, manifiesto. Más aún, la fijeza y el rigor del «gé
nero» los observan más fielmente estos productos no «literarios»18.
En esta distinción está implícito el problema de la condición de
la literatura. La distinción entre obras literarias, autónomas, y obras
funcionales no literarias no valía en la antigüedad, y hoy está res
quebrajada. Los salmos, por ejemplo, son obras rigurosamente funcio
nales y buena parte de ellos son egregias obras literarias; el anun
cio mural es estrictamente funcional, y desde Toulouse-Lauírec puede
alcanzar dignidad artística, entrar en museos y exposiciones.
En el caso de la Escritura nos interesan toda clase de géneros
que encontremos: no operamos una eliminación a p r io ri.
399
Un poeta, por encargo de su comunidad y con motivo de un
suceso en la vida de su sociedad, realiza la síntesis de un argu
mento determinado con unas formas determinadas. La circunstancia
social es determinante, porque el antiguo poeta no es un romántico
o un «poeta maldito», sino que escribe funcionalmente, como la voz
de su pueblo: p. ej., para la boda del jeque, por una victoria, para
una fiesta cúltica... Así resulta su obra popular, en cuanto que ex
presa el sentir del pueblo, y su nombre cuenta poco.
La vida de la sociedad se repite a sí misma, ofrece nuevas oca
siones semejantes: bodas, victorias, fiestas cúlticas. El nuevo poeta
tiene que dar forma a dichos argumentos: entonces se dirige a los
poemas conservados y transmitidos en la comunidad, los toma por
modelos y realiza una síntesis semejante a la anterior. Lo mismo
hacen poetas sucesivos, hasta que se establece una tradición. La
forma individual del primer poema se ha convertido en modelo que
imitar. A lo largo de la tradición, la imitación puede hacerse mecá
nica a falta de aliento poético: la forma se hace formulismo.
En el curso de la tradición, cada nuevo poema brota de un autén
tico impulso creativo que discurre por el cauce de la forma tradi
cional. Pero puede suceder que un impulso poderoso no respete
puramente el cauce tradicional sino que lo modifica desde dentro.
La forma se transforma y, si la transformación se repite, nace una
nueva forma derivada. Algo semejante ocurre cuando la situación so
cial cambia y exige nuevas formas derivadas. La tradición comienza
a ser historia, con evolución y peripecias.
Por lo tanto, una síntesis concreta de argumento y forma, cuando
se repite, se convierte en género; el género literario nace en un
individuo fecundo. En cuanto tipo, se ofrece y se impone como mo
delo: la tradición y las situaciones sociales le confieren una cierta
autoridad. Las escuelas literarias y los poetas reconocerán más o
menos dicha autoridad, usarán más o menos el ofrecimiento del gé
nero.
En las formas no literarias, la fuerza creativa tiene poco que ha
cer cuando no estorba; por eso ios géneros se conservan con te
nacidad.
400
máticos posteriores, imperó en el siglo XVIII: Boileau, Blair, Luzán,
Gottsched.
Los hebreos ni desarrollan una clasificación coherente ni mucho
menos erigen una legislación. Se atienen a las convenciones con
variable libertad.
401
26
En cuanto clasificación inductiva, admite divisiones y subdivisio
nes: es legítimo hablar de subgéneros y de variaciones. Los géneros
literarios clasifican y configuran obras enteras, no piezas ni miem
bros de obras. El exordio no es un género literario, ni la invitación
hímnica, ni la motivación parenética.
La terminología y el método de los géneros son fluidos. El rigor
científico prohíbe terminantemente la rigidez.
402
G é n e ro s l i t e r a r io s en e l A n tig u o T e s ta m e n to
El principio filológico
403
llamaba «alegoría». El movimiento filológico moderno es muy cons
ciente, si bien puede caer en la ingenuidad de creer en una «objeti
vidad» pura y absoluta, en la ingenuidad de pensar que el sujeto
interpretante puede ser eliminado del acto de interpretar, en la in
genuidad de pensar que el credo positivista no es un prejuicio, etc.
Indudablemente, la actitud moderna es más consciente, más críti
ca. La filología hace un esfuerzo por establecer el sentido de un
texto con toda precisión; para ello se traslada al contexto total de
dicho texto, autor, época, cultura, lengua, fuentes, influjos, etc.
E. R. Curtius nos dice que la filología es a las ciencias del espíritu
lo que la matemática es a lasciencias de la naturaleza; la geome
tría demuestra con figuras; la filología, con textos; la matemática
se gloría de su exactitud, pero también la filología es capaz de pre
cisión21. Para realizar con éxito este salto hacia atrás, hacia el tiem
po remoto del autor, la filología se vale de todas las técnicas su
bordinadas: consulta el testimonio interno del texto y el externo
de la arqueología; estudia la lengua y la literatura de la época;
compara el texto con otros del mismo género, o época, o tema. La
filología busca la máxima aproximación al sentido original del texto,
usa un método controlable y lo formula, tiene por ideal la precisión.
Como San Agustín aplicó a la Escritura la ciencia literaria de su
época, así nosotros aplicamos a la Biblia la filología en busca del
sentido originario. Este es el programa optimista de la encíclica D i
v in o a ffla n te S p rritu .
Los modos
Géneros y modos
404
modos de expresión. El género literario afecta a la unidad total;
el modo de expresión, o procedimiento de estilo, puede afectar a
una sola parte. El himno es un género, la anáfora es un procedimien
to. El paralelismo es un procedimiento de la poesía hebrea, la syn-
k r is is un género griego.
Cuando hablo de la unidad literaria, no me refiero necesaria
mente al libro, que puede ser una colección de unidades pertene
cientes a diversos géneros. Este es el error del primer esquema,
que habla del «carácter general del libro», ex in d o le g e n e ra li iib r i.
El libro de los salmos tiene un carácter genérico: oración; lo cual
no me dice nada sobre el género de un salmo determinado. Decir
que el libro del Exodo es histórico no sirve para entenderlo; porque
ese libro contiene una alianza; ésta contiene leyes de dos géneros
diversos (al menos), nos ofrece una narración de vocación profè
tica (Moisés) y una narración de carácter épico; introduce un gran
canto lírico (c. 15) y narraciones de carácter cúltico. Decir de un
fragmento bíblico que es de carácter profètico, sapiencial, sirve para
desbrozar el terreno; pero el libro de Jeremías contiene un poema
claramente sapiencial, y la primera colección del libro de los Pro
verbios utiliza a sabiendas fórmulas y procedimientos proféticos.
Todo esto es bien sabido y se utiliza con precisión en la inves
tigación bíblica, aunque no abunden los tratados sistemáticos.
Fórmulas
Escribir y afirmar
405
a «afirmar». «Afirmar» por una parte restringe la amplitud de «sig
nificar»; por otra parte, su alcance queda abierto: puede referirse
a sentencias y pasajes sueltos, puede referirse al sentido global,
lo que algunos llaman el kerigma o el mensaje de la unidad lite
raria.
Tampoco se puede tomar muy a la letra el término «scripto», ya
que el autor no siempre es escritor; aunque toda la Biblia se en
cuentra en forma de «escritura», no se puede decir que la inten
ción de significar o afirmar actúe solamente en la etapa del escri
bir, ni mucho menos se pueden restringir los modos de «pensar y
decir» ai momento del escribir. Finalmente, como muchas veces se
da una distancia temporal entre la composición literaria y su regis
tro por escrito, ios modos literarios que interesan son los de la
época del autor, no ios de la época del escritor o copista; solamente
cuando el que pone por escrito es verdadero autor, hay que tener
en cuenta los modos de su época.
La distinción «significar» «afirmar» podría abrir la puerta a una
reflexión moderna sobre el lenguaje, tal como lo ha desarrollado
J. R. Searie se trata de la «inlocución» o modo de tomar la palabra.
P. ej. no es lo mismo contar un hecho presenciado por un amigo o
contarlo como testigo ante un tribunal. Dentro de la Biblia hay di
versidad de maneras de tomar la palabra, cosa que el exegeta debe
tener en cuenta. El texto conciliar al no precisar mucho, deja puer
tas abiertas.
Clasificación de modos
406
Th. Boman, D as h e b rä is c h e D e n k e n im V e rg le ic h m it d e m G rie c h is c h e n
{Göttigen 1952); C. Tresmontant, E ssa i s u r la p e n s é e h é b ra 'iq u e (Pa
ris 1953); James Barr (T he S e m a n tic s o f B ib lic a í Language, Oxford
1961) ha hecho una fuerte crítica de ios dos primeros.
Gran éxito tuvo en casi todo el mundo católico el libro de Ce
lestino Charlier, L e c tu ra c ris tia n a de la B ib lia ; publicado el año 1950
y traducido a muchas lenguas, dio un buen impulso al movimiento
bíblico católico.
Mucho más serio y detallado es el estudio de J. Schildenber-
ger, O.S.B., monje de Beuron, que publicó su libro el mismo año 1950
(V o m G e h e im n is d e s G o tte s w o rte ; E in fü h ru n g in das V e rs tä n d n is d e r
H e ilig e n S c h rift) , pero no alcanzó el éxito de su colega benedictino.
Recientemente he publicado un libro de síntesis, con bibliografía
pertinente en cada capítulo: M a n u a l d e p o é tic a h e b re a (Madrid 1987).
Para la prosa narrativa pueden consultarse las obras de Alter, Fischer,
Lict y sobre todo Sternberg. Para el NT, especialmente los escritos
paulinos y allegados, se va abriendo camino el estudio retórico.
NORMAS TEOLOGICAS
(DV. 12c)
407
Pero esa revelación se ha encarnado totalmente y sólo se mues
tra por vía de encarnación; por lo tanto, llegando con mi esfuerzo
humano a la humanidad de la Biblia, ¿no alcanzo ya lo divino de
ella? — Con puro esfuerzo humano no lo alcanzo— .
San Juan dice que lo hemos visto y oído y tocado, que hemos
visto su gloria; pero otros muchos lo vieron sin verlo, porque no
vieron en él la Palabra de vida. Quien ve a Cristo ve al Padre, si
mira con ojos de fe. Si Cristo no se hubiera encarnado, no podría
verlo la fe; la Palabra hecha hombre, sin fe, no podemos verla.
Cuando Cristo desciende, nos levanta a los hombres, y así esta
mos a nivel. Si no nos levantara, no bastaría su bajada para esta
blecer el nivel. La fe no es un acto humano sobre una realidad di
vina puesta ya a su alcance; la fe alcanza lo divino porque es cre
cimiento y subida a la nueva esfera sobrehumana.
Lo mismo la Escritura como revelación humanizada. ¡Cuántos la
leyeron o la escucharon sin percibir en ella la Palabra de vida!
Todas las técnicas humanas no llegan a su núcleo, que es misterio,
a su verdadero sentido, que es revelación.
Por el largo camino hasta el sentido originario de un texto pue
den caminar juntos largos trechos el exegeta creyente y el que no
cree. Pero habrá ratos o un momento decisivo en que el creyente se
queda solo. Y la diferencia no es solamente cuestión del tema: los
dos pueden estudiar el mismo tema, que para uno es teológico, de
revelación, y para el otro es documento de una creencia o una su
perstición histórica. En el trabajo total quedan diferencias radicales:
el que investiga con fe, se acerca a su objeto como realmente es,
actúa con verdadera objetividad. Es pura ilusión pensar que, para
la percepción objetiva, para la auténtica comprensión, hay que dejar
aparte la convicción de la fe; y doble ilusión sería pensar que di
cho criterio no prejuzga nada. Algo así como decir que, para compren
der a un hombre que da su vida por una causa, es necesario no com
partir su adhesión a dicha causa; para comprender a hombres que
darían su vida por su causa, es necesario no estar dispuesto a dar
la vida por causa alguna; el escéptico total es el que mejor puede
comprender a los que dan la vida por la causa. Al hombre sólo lo
entenderemos humanamente, y a Dios, divinamente, y al Espíritu, es
piritualmente.
Esto se refiere a la comprensión íntegra del texto. Otra cosa se
ría el análisis exclusivo de aspectos, en su vertiente puramente hu
mana o fenoménica. Como una pieza musical puede ser analizada
mecánicamente, en las proporciones de su movimiento, en las rela
ciones de intervalos, etc.; pero eso no es comprenderla como obra
de arte. El animal oye los sonidos y el movimiento de una pieza,
incluso emite y escucha ultrasonidos; pero no oye «música». De
modo semejante, el «hombre carnal» no comprende «lo espiritual».
408
Es posible desdoblar la actividad de comprensión en etapas: una
primera etapa simplemente racional, otra etapa espiritual; se pue
den alternar. Para la objetividad del trabajo crítico es esencial ser
conscientes de los principios que nos guían en cada paso; no es
esencial dar los pasos en un orden determinado. Esa conciencia re
fleja es dominio, es posesión, y por eso puede dar razón de sí mis
ma y de su método. Pero volvamos al Espíritu.
Sobre el tema contamos hoy con un estudio histórico de la fórmu
la: Mario Molina, La in te rp r e ta c ió n de la E s c ritu ra en e l E s p íritu (Bur
gos 1987).
Testimonios selectos
409
to, y comunica él mismo dicha intimidad, la cual nos resultaría
extraña e incomunicable sin el Espíritu. Por ser la intimidad de
Dios y de Cristo que el Padre y el Hijo se dan mutuamente, nos
permite participar de la intimidad de Dios. Dios es Espíritu, por
eso hemos de creer que lo que dice el Señor es Espíritu... «Las
palabras que os he dicho son espíritu y vida»; y, si Dios es Espí
ritu, tenemos que escuchar espiritualmente lo que dice el Espíritu.
Orígenes pasa fácilmente de «espíritu» como naturaleza espiritual
común a Padre, Hijo y Espíritu Santo, a «Espíritu» en sentido per
sonal, el Espíritu que Cristo envía.
Orígenes considera el te m a de la Escritura, que son «los mis
terios inefables». Considera también la in te n c ió n , que denomina
b o u ie m a con la retórica clásica: la intención determina el sentido
espiritual de la Escritura, que son ios misterios espirituales, no pre
cisamente lo externo y fenoménico. Otras veces habla del fin del
Espíritu al inspirar la Escritura, el cual coincide prácticamente con
la intención, y es el verdadero sentido de dicha Escritura.
De aquí se sigue la necesidad de escuchar espiritualmente.
Gógler termina así su capítulo: «La inspiración ha obrado en el ha
cerse de la Escritura de tal modo, que no es posible escuchar en
ella la palabra (logos) de Dios sin una nueva asistencia del Espí
ritu. El Espíritu Santo no ha dado su inspiración tan absoluta y de
finitivamente que podamos, sin su continuo influjo, percibir en la
Escritura su intención inspirada, el sentido espiritual. Como la Es
critura nació de la colaboración vital entre la inspiración divina y
la actividad del autor humano, con fe obediente y libertad de expre
sión, así dicha Escritura vuelve a hablar por la colaboración de la
continua asistencia del mismo Espíritu y de la actividad del hom
bre que escucha e indaga con fe» (p. 297-98).
Saltando unos nueve siglos, llegamos a San Bernardo, un autor
que no es independiente de Orígenes25. Dos tendencias limitan el
pensamiento de San Bernardo: por un lado, entiende «espiritual» en
sentido demasiado antropológico, en oposición a lo corpóreo sensi
ble; en segundo lugar, piensa de ordinario en la experiencia místi
ca. «La Palabra (logos) es espíritu, y el alma es espíritu, y tienen
sus lenguas con las que conversan y declaran su presencia. Cuando
la Palabra mueve esta lengua suya, el alma no puede dejar de
oírla, porque la palabra de Dios es viva y eficaz». El Espíritu habla
en la Escritura, creando el sentido espiritual; sólo el hombre espi
ritual es capaz de percibir la riqueza de la Escritura; resumiendo a
San Pablo dice: S p ir itu s e s t q u i io q u itu r s p ir itu a lib u s s p ir itu a lia co m -
p a ra n s .
410
Cito algunos testimonios tomados de Molina: «En las palabras
del Espíritu no toca a cualquiera interpretar lo que se dice, sino
sólo al que posee el Espíritu de discernimiento» (S. Basilio, pg. 76).
«Podrán conocer con exactitud el significado de tales palabras so
lamente aquellos que escruten la profundidad del misterio por medio
del Espíritu» (Gregorio de Nisa, pg. 81). «Con frecuencia compara
Crisóstomo la explicación de la Escritura a una navegación en la
que el mar inmenso es la Escritura, el piloto es Cristo y el viento
que empuja la nave del discurso espiritual es el Espíritu Santo»
(pg. 85). Según Ambrosio, «la esposa es la Iglesia, y Cristo le en
seña los misterios que se esconden en él, dándole la gracia del
Espíritu Santo con el beso en la boca» (pg. 93). Según Jerónimo, los
herejes «no poseen el evangelio de Dios, porque no poseen el Es
píritu Santo, sin el cual, se vuelve humano el evangelio que se en
seña» (pg. 97). Según Ruperto de Deutz, «la Escritura explicada se
gún en el Espíritu es el verdadero paraíso en cuyo medio está el
árbol de la vida, Cristo» (pg. 124).
El gran principio del Espíritu se despliega en unas pocas normas
Intimamente relacionadas entre sí.
La luz de la fe, sustentada por el Espíritu, y en último término
idéntica a él, es el horizonte a priori dentro del cual son aprehen
didos los objetos individuales de la revelación. De manera pa
recida a lo que sucede en el ámbito natural, dentro del cual el
ser, en cuanto tal, es el horizonte a priori hacia el cual el espí
ritu en su trascendencia aprehende el objeto individual y sólo así
lo hace inteligible (p. 37).
411
Incluso una visión profana podría tomar la Escritura como uni
dad cultural; más difícil sería establecer la unidad de los dos Tes
tamentos, a pesar de las múltiples referencias. Vería la unidad en
forma de proceso dialéctico, de incorporación progresiva; o bien en
forma de alternancia, tensión y síntesis de tendencias. Las «historias
de la religión de Israel», y aún más las auténticas teologías bíblicas,
quieren descubrir y manifestar esta unidad por encima del análisis
exegético.
La investigación, con la consiguiente especialización, ha progre
sado en el dividir y distinguir: el Pentateuco no sólo se divide en
cinco libros sino que se divide en cuatro documentos previos, cada
uno con su tendencia intelectual propia; y así se dividen los libros
proféticos en pluralidad de autores y doctrinas. Y se corre el peli
gro de desconocer que, ya en el seno del Antiguo Testamento, su
cede el proceso de unificar: de los cuatro documentos JEDP se com
pone una narración seguida, se reúnen los oráculos proféticos tam
bién con criterios significativos. Si la exégesis minuciosa articula
cada vez más los contenidos, la visión teológica tiene que unificar
los en síntesis superior. Y en esta segunda etapa del proceso se
vuelven a iluminar los contenidos particulares, los libros y oráculos
individuales.
La Escritura es una por su tema o contenido, el misterio de la
salvación; por su autor, que es el Espíritu: esta conciencia de uni
dad y totalidad debe gravitar sobre la percepción de cada elemento,
de modo cada vez más consciente y reflejo.
Como veremos en el capítulo próximo, una de las aplicaciones
máximas de esta norma de interpretación es la unidad de los dos
Testamentos. La moderna especialización hace cada día más difícil
esta conciencia activa de unidad.
El concilio no ha querido decidir si ese contenido de toda la
Escritura es globalmente la totalidad de la revelación .Si adoptamos
esta teoría, la totalidad global pide una articulación de su conte
nido, determinando cada momento de la explicitación. En esta teo
ría, no menos que en su contraria, hay que contar además con otro
contexto de interpretación.
412
progresivas formulaciones se incorporan a! cuerpo de conocimientos
articulados y al grado de conciencia actual; por eso se convierten
en contexto vivo y en contexto cognoscitivo.
El intérprete cristiano vive y debe actuar en el momento histó
rico suyo de articulación de contenidos y de claridad de conciencia.
Lo cual, como pluralidad y como unidad, influye en su interpreta
ción de la Escritura. Esto no es un prejuicio, sino un contexto pro
pio: las consecuencias de una realidad dinámica explican dicha rea
lidad en su ser inicial; el término, o una etapa del proceso, delatan
lo que sólo estaba germinalmente, y por eso no aparecía.
El exegeta cristiano no dice que hasta él no se ha entendido la
Escritura; pero debe y quiere entenderla desde el momento de la
Iglesia en que le toca vivir. De esta manera, actuando iluminado
por la Tradición, comienza a ser sujeto de Tradición, empujándola
hacia adelante.
(En la teoría que asigna una mayor extensión de contenido a la
Tradición, la Escritura no es contexto total, ni siquiera globalmente.
Solamente sumando Escritura y Tradición se obtiene el contexto ín
tegro. En tal caso, el concepto de «contenido y unidad de toda la
Escritura» tiene un valor muy relativo)2Ó.
La analogía de la fe
413
misterio presente en la Escritura. Si los Papas insisten en el aspecto
de norma negativa, creo que el intérprete debe tomarla también
como norma positiva.
Esta doctrina nos obliga a considerar el AT en su momento «es-
catológico», de incorporación formal al Nuevo Testamento en el na
cer de la Iglesia28.
El magisterio
414
M ir a d a re t r o s p e c t iv a
El texto promulgado
416
arte de hallar el sentido, y proforística, o arte de exponerlo. Dis
tinción ya conocida por san Agustín en su D e D o c trin a C h ris tia n a ,
presente parcialmente en la D iv in o a tfia n te , normal en los manuales
de la época. Pero no hay que separar demasiado las dos actividades
cuando se trata del sentido de la Escritura, es decir, del misterio
de la salvación revelado en sus palabras. La exposición con sus
exigencias, con sus horizontes de preguntas, debe influir en la bús
queda, de modo que la tarea de exegética quede informada por
ese espíritu de servicio a la palabra de Dios y al pueblo de Dios.
417
27
DISCURSO DE MGR. NEOPHYTOS EDELBY
(con breve comentario de Luis Alonso Schokel)
AD CAPUT 111
Venerables padres:
a) El n. 12, que trata de la interpretación de la Sagrada Escri
tura, contiene excelentes elementos respecto a la aportación de las
ciencias auxiliares de la exégesis, en particular de la crítica litera
ria. Sin embargo, parece que el párrafo segundo (es decir, desde
la línea 21 a la 32, p. 28) es demasiado débil con respecto al pri
mero y necesita algún desarrollo, de acuerdo con los principios con
tenidos en el capítulo segundo. Querríamos proponer el testimonio
de las Iglesias de Oriente a propósito de los principios estricta
mente teológicos de la interpretación de la Escritura. Nuestros her
manos ortodoxos reconocerán en este testimonio nuestra fe común
más pura.
b) La timidez de este párrafo se explica, sin duda, por la difi
cultad de las Iglesias latinas para salir de la problemática postri-
dentina. Ahora bien, la edad de la controversia con la Reforma está
superada. Ha sido siempre ajena a las Iglesias orientales, como lo
419
es a las nuevas Iglesias de Africa y Asia. Es necesario salir defini
tivamente de esta obsesión y entrar en la totalidad del misterio de
la Iglesia. Pues de la Iglesia integral se trata precisamente en este
esquema, y no de debates escolares, sutiles y estériles.
c) Ciertamente, los reformadores han opuesto la Escritura a la
Iglesia; pero la razón de este hecho es que la Iglesia latina, en
la que habían nacido, había dejado atrofiarse el sentido auténtico
de la Tradición, que habían vivido juntos Oriente y Occidente du
rante el primer milenio. Al separarse de sus fuentes orientales, la
Iglesia latina ha desembocado en la esterilidad del siglo XVI y en
los falsos problemas que nos agobian, en particular acerca de la
interpretación de la Escritura.
d) El remedio de este mal es volver a! centro del misterio de
la Iglesia. Hay que hacer pedazos la mentalidad demasiado jurídica,
más aún, nominalista, en la que se han encerrado reformadores y
latinos. Esta mentalidad es la que oponía ya en la Edad Media, con
sagración y epíclesis; y la que recientemente concebía todavía pri
mado y colegialidad como dos realidades separadas. Y es también
esta mentalidad la que aquí reaparece yuxtaponiendo Escritura y Tra
dición. El problema está mal planteado. Hay que volver al misterio
de la Iglesia, núcleo de este concilio.
1. No se puede separar la misión del Espíritu Santo de la de la
Palabra hecha carne. Es el p r im e r p r in c ip io teológico de toda inter
pretación de la Sagrada Escritura.
Sería preciso recordar que, por encima de todas las ciencias
auxiliares, el fin de la exégesis cristiana es la in te lig e n c ia e s p ir i
tu a l d e la E s c ritu ra a la lu z d e C ris to R e s u c ita d o , conforme al ejem
plo del Señor, que inició a los apóstoles en tal inteligencia (cf.
Le 24).
2. S e g u n d o p rin c ip io : la Escritura es una
realidad litú r g ic a y
p ro fè tic a ; una proclamación, más que un libro;
el testimonio del Es
píritu Santo sobre el acontecimiento de Cristo, cuyo momento pri
vilegiado es la liturgia eucaristica. Por este testimonio del Espíritu,
la economía entera de la Palabra revela al Padre. La controversia
postridentina ha visto en la Escritura, ante todo, una norma escrita.
Las Iglesias orientales ven en ella la consagración de la historia de
salvación bajo especies de palabra humana, inseparables de la con
sagración eucaristica, que recapitula toda la historia en el cuerpo
de Cristo.
3. T e rc e r p rin c ip io : esta consagración requiere una epíclesis, la
Tradición santa. La T ra d ic ió n es la e p íc le s is d e la h is to r ia de s a lv a
c ió n , la teofania del Espíritu Santo, sin la cual la historia es incom
prensible y la Escritura es letra muerta. Sería necesario desarro-
420
Mar este punto bajo la fórmula in v iv a E c c le s ia e tr a d itio n e (I 23).
Nuestro esquema está en el centro del misterio de la Iglesia, es
decir, del Pueblo de Dios reunido por el Espíritu Santo para con
vertirse en el cuerpo de Cristo maduro.
4. De aquí el c u a rto p rin c ip io :
interpretar la Escritura en la
En una p rim e r ia e ta p a , el Es
to ta lid a d d e la h is to r ia d e s a lv a c ió n .
píritu de Dios suscitó acontecimientos salvíficos, y asimismo una
comunidad, testigo y actor de estos acontecimientos. Los escritos
del Antiguo Testamento son como la primera epifanía de Dios en
su Pueblo. En una se g u n d a etapa, el acontecimiento salvifico y la
comunidad se realizan de una vez para siempre en Cristo: es la
economía de la palabra hecha carne de la cual los escritos del
Nuevo Testamento son como la epifanía única. Pero, en una te r
c e ra e tapa, la definitiva en que vivimos, el Espíritu Santo se extien
de personalmente, para hacer presentes en toda la historia la eco
nomía de la Palabra hecha carne y el poder de su resurrección. Es
la economía del Espíritu o la Tradición en la era de la Iglesia.
4.1.De aquí se deduce que la Tradición, o sea, la Iglesia, es
e s e n c ia lm e n te litúrgica, al
transm itir la efusión de la economía de
la Palabra. Lex o ra n d i, le x
c re d e n d i. Hemos comenzado este conci
lio por el misterio de la liturgia; lo hemos profundizado con la sa-
cramentalidad del episcopado colegial; nos queda sacar sus conclu
siones sobre el misterio total de la Tradición.
4.2. Una de las aplicaciones a la interpretación de la Escritura
se refiere al criterio de tal interpretación, pues el Espíritu no está
desencarnado, sino que es el Espíritu del cuerpo de Cristo. Hay que
contemplar y vivir la Tradición, en primer lugar, a la lu z d e l s a c ra
m e n to d e la a p o s to !ic id a d , es decir, d e l e p is c o p a d o . Este signo li
túrgico y profètico es también una epíclesis de la unidad de fe in
falible del Pueblo de Dios. Y, digámoslo de pasada, ¡qué deseable
sería que la infalibilidad del sucesor de Pedro se explicara mejor
conforme a este misterio de la epíclesis! La autoridad, como rea
lidad jurídica, deriva de !a autoridad en cuanto realidad litúrgica y
profètica; no es su fuente, al igual que la misión canónica no es
la fuente del orden episcopal.
5. Mencionemos un ú ltim o p rin c ip io , que no es el menor: e l
El Dios que se revela es el «Dios escondido».
s e n tid o d e l m is te rio .
La revelación no nos debe hacer perder de vista el abismo de vida
del Dios trinitario, vivida por su Pueblo, pero siempre inagotable. El
Oriente dice que la revelación es, ante todo, a p o fá tic a , es decir, vi
vida en el misterio antes de ser expresada en palabras. Este dato
apofático de la revelación es para la Iglesia el fundamento de la
riqueza siempre viva de la Tradición. Una de las causas de los ato
lladeros teológicos en los últimos siglos ha sido la pretensión de
421
encerrar el misterio en un encasillado de fórmulas. Ahora bien, la
plenitud del misterio desborda no sólo la formulación teológica sino
aun los límites de la letra de la Escritura. Aunque el concilio no
haya de decidirse sobre la cuestión del sentido p le n io r de la Escri
tura, debería afirmar la necesidad de la lectura «espiritual», o sea,
en el «Espíritu», de las Sagradas Escrituras. Se trata, más que de
la analogía de la fe, del sentido de la to ta lid a d de Cristo resucitado,
cuyo testimonio y parusía realiza progresivamente en la Iglesia el
Espíritu Santo.
COMENTARIO
422
la doctrina. Ei juridismo lleva a defender derechos y a la rebelión
contra ellos; el nominalismo lleva a la oposición mental de reali
dades orgánicamente unidas: en este horizonte se encuentran y se
separan reformadores y latinos.
1. La Palabra se hace carne por la acción del Espíritu: El E sp í
r it u S a n to v e n d rá s o b re t i y la fu e rz a d e l A lt ís im o te c u b rirá c o n su
s o m b ra ; p o r eso e l s a n to q ue va a n a c e r se lla m a rá H ijo de D io s
(Le 1,35); por el Espíritu es glorificado en la resurrección: s e g ú n e l
E s p íritu s a n tific a d o r r e c ib ió lo s p o d e re s d e H ijo d e D io s a p a r t ir d e
su re s u rre c c ió n de e n tre lo s m u e rto s (Rom 1,4). Por su parte, Cristo
resucitado asciende al cielo para enviar el Espíritu Santo, y perpe
tuamente lo envía a la Iglesia. Las dos misiones están inseparable
mente unidas: por el Espíritu, la Palabra se hace carne; por el Espí
ritu, la vida de Cristo se transforma en palabra. Pero una palabra
divina sólo en el horizonte divino puede ser rectamente escuchada,
por una elevación del hombre a dicha esfera; esto es lo que hace
el Espíritu en ei cristiano. Una palabra pronunciada en el Espíritu
— palabra inspirada— , sólo en el Espíritu puede ser entendida. El
Espíritu enviado por Cristo resucitado es la «luz de la fe», ante la
cual se abren las Escrituras; esta luz supera toda técnica y actividad
humanas.
2. El Espíritu Santo se llama «paráclito», que es nombre de
oficio, e incluye la tarea de atestiguar o testimoniar. El da testimo
nio de Cristo en el alma del cristiano (cf. Jn 15,27), iluminando la
vida entera de Cristo para que se haga enteramente reveladora. Sin
ese testimonio no se entiende la paradoja de una vida que concluye
en el fracaso; con ese testimonio, la gloria de la resurrección se
proyecta sobre todos ios momentos de la vida de Cristo, para que
aparezcan a su verdadera luz, para que se vuelvan transparentes del
Padre: Q u ie n m e ve a m í ve a l Padre.
Es peligroso insistir en la condición del libro de la Escritura pa
ra hacer de ella simplemente un código o norma escrita. Como la
Palabra se hace carne por la sombra del Espíritu sobre María, que
consagra el «santo», así el hecho se hace palabra bajo el Espíritu,
quedando así consagrado. La historia de salvación — hechos— se
transforma en palabra — creación literaria— por la acción del Espí
ritu — inspiración— : los hechos quedan consagrados bajo especie de
palabra2. Esta tiene que volver a sonar, vuelve a ser palabra, vuel
ve a ser consagrada por la acción del Espíritu, vuelve a presentar
como reveladores los hechos de la historia de salvación. Ahora bien,
la consagración es acto litúrgico y, como tal, está referido al acto
litúrgico central: la consagración eucarística. Cristo recopila en sí
423
toda la historia de salvación, vuelve a hacer realidad plena todas
las palabras anteriores de la Escritura, cumpliéndolas todas en sí
y llevándolas a la gloria de la resurrección. Ese cuerpo de Cristo
glorificado de nuevo se hace presente a la comunidad cristiana al
ser consagrado bajo las especies de pan. Por eso las dos consa
graciones, pan y palabra, forman una unidad: tradicionalmente van
unidas la liturgia de la palabra y la liturgia del sacrificio eucaristico.
3. Este dato inicial... Sin el Espíritu es inútil repasar las narra
ciones bíblicas, no hacen sentido, su sentido verdadero; no se en
tienden; sin el Espíritu, la palabra es letra muerta; a lo sumo, pa
labra de otro orden. La Iglesia invoca al Espíritu para que vuelva
sobre el pan, sobre la letra escrita, repitiendo perpetuamente la
consagración, haciendo que los hechos vuelvan a revelar, conducien
do así a la Iglesia hacia la plenitud de la verdad. El Espíritu res
ponde a esta invocación o epíclesis de la Iglesia y le va dando el
conocimiento espiritual creciente de la Escritura. Este conocimiento
creciente, en anchura y profundidad, es la Tradición. Pero por ser
conocimiento vivo, engendra y acrece la vida, hace madurar a la
Iglesia como Cuerpo de Cristo. Tradición real y Tradición verbal.
4. El Espíritu que invoca la Iglesia es enviado por Cristo y ani
ma toda la vida de la Iglesia. Notemos que, en nuestro credo, los
artículos sobre la Iglesia pertenecen a la tercera parte: «Creo en
el Espíritu Santo». El Espíritu Santo anima un cuerpo organizado,
con sus miembros, que ejercen funciones específicas. La Iglesia
queda constituida cuando los apóstoles reciben el Espíritu Santo
en Pentecostés: queda constituida como realidad carismàtica.
Esa estructura apostólica, llena de carisma, no pasa, porque es
constitutiva de la Iglesia; continúa por una sucesión ininterrumpida
y corporativa, incorporando nuevos miembros al grupo, incorporán
dolos por un sacramento en que se comunica el carisma del Espí
ritu para seguir constituyendo la Iglesia. Ese sacramento es la con
sagración episcopal, «sacramento del apostolado». Por él la Iglesia
se mantiene unida como un cuerpo, por él se expresa la fe infa
lible de la Iglesia de modo auténtico, por él se realiza la Tradición
como interpretación perpetua de la Escritura. El mismo Espíritu que
la inspiró se da a todos los miembros de la Iglesia para que la
entiendan, y en especial al colegio apostólico o episcopal, para que
garantice la interpretación. No se trata, pues, de simple organiza
ción social o política, no es lo primario la estructura jurídica del
poder; lo primario es esa invocación al Espíritu y su venida para
realizar la consagración de la Iglesia, de sus miembros, de su culto,
de sus dones, de su palabra; de esta intimidad carismàtica brota
lo jurídico, que es, por lo tanto, secundario.
5. La interpretación de la Escritura se concibe a veces como
un ir superando poco a poco los pasajes difíciles y oscuros; como
424
el descifrar de una lengua antigua recién descubierta en sus docu
mentos sepultos: empezamos por las letras, por algunas palabras,
algunas conexiones, funciones sintácticas, etc. Paso a paso, la len
gua se nos va manifestando, ocupamos sólidamente su territorio,
hasta que, finalmente, la conocemos bien. No es así la Escritura: no
es enigma humano ofrecido al ingenio de los investigadores. El
sentido de la Escritura es el misterio, presente en sus palabras,
pero desbordándolas. Su desbordar no se ha de concebir o repre
sentar en extensión: la Escritura presenta con claridad una zona aco
tada del misterio, y más allá de su horizonte verbal continúa el
misterio, como la atmósfera terrestre en el espacio cósmico. El
desbordar es en profundidad: cada sector verbal de manifestación
está desbordado por la hondura del misterio que ha aflorado a la
superficie; la frase más clara de la Escritura sobre el misterio es
por siempre misteriosa: rica, no enigmática; ligada a la totalidad, no
analíticamente aislada. La palabra abre la puerta al misterio, deja
brotar la luz del misterio: el hombre puede penetrar indefinidamente
por ese misterio, o dejarse iluminar crecientemente por su luz inago
table. Por ser el tema de la Escritura el misterio, la Escritura es
inagotable, siempre exigirá y provocará una Tradición que vaya ex
trayendo sus riquezas. Cada partícula, o porción, o aspecto de mis
terio extraído lo podemos encerrar en una fórmula precisa, y pode
mos coleccionar esas fórmulas precisas. Pero ni todas ellas encie
rran el misterio ni cada una agota la parcela de misterio formulada.
La Tradición nunca puede ser un fichero completo de formulaciones
del misterio.
La conclusión es la necesidad de leer la Escritura con el Espí
ritu con que fue escrita.
425
LA CONDESCENDENCIA DE DIOS
(DV. 13)
Encarnación en lenguaje
427
sustentación), que el Hijo de Dios se aplica externamente como un
vestido, y así lo sustenta K Más bien hay que representarse al Hijo
único del Padre constituyendo desde dentro la realidad concreta del
hombre que asume, como realización de su salida y manifesación1 2.
Esta encarnación, ontològicamente la primera, funda las demás y
de algún modo las explica. En particular, la encamación de la pala
bra divina en lenguaje humano. Naturalmente que preexiste una
lengua hebrea, como preexistían las moléculas del cuerpo de Cristo;
con todo, la imagen de vestir tampoco nos sirve aquí. La palabra de
Dios, por acción del Espíritu, constituye desde dentro la palabra
humana concreta en que realizar su salida y manifestación. Esto su
cede en la Escritura, de modo que la palabra de Dios se asemeja
ahora enteramente al lenguaje humano, puede pasar inadvertido co
mo puede acompañar profundamente al hombre.
Consecuencias y problemas
428
Desde un punto de vista más bíblico y más arraigado en el len
guaje he escrito mi libro La p a la b ra in s p ira d a (3.a ed. esp. 1986,
2.a ed. italiana 1987, ed. alemana 1968, ed. inglesa 1965, ed. francesa
1971, ed. polaca 1983). Sigue esta línea el manual de V. Mannucci,
B ib b ia c o m o P a ro la d i D io (9.a ed. italiana en 1989; ed. española y
portuguesa).
429
CAPITULO IV
INTERPRETACION DE LA S. ESCRITURA
LA INTERPRETACION DE LA ESCRITURA
COMENTARIO LITERAL
(DV. 14-16)
Título y composición
433
28
enseñanza». Este número enuncia las etapas principales de la anti
gua economía y concede un puesto capita! a la palabra, sobre todo
a la palabra profètica. Esta economía desemboca en su cristalización
como libro.
Tomando e! n. 15 como eje, el número siguiente presenta el An
tiguo Testamento después del giro decisivo que Cristo imprime:
consumando la unión con el Nuevo, en cuanto libro. Con toda cla
ridad afirma que el Antiguo Testamento es, ya y para siempre, un
libro cristiano: no por una tolerante aceptación, sino por algo in
trínseco y constitutivo que, por fin, se ha manifestado.
Hay una vieja «economía» que se desarrolla en etapas con la
acción de la palabra y se transforma en libro (n. 14). Dicha economía
se refería ya a Cristo y a su reino, y, como libro, pasa a manos
de la Iglesia de Cristo (n. 15). De modo que los libros del Antiguo
Testamento forman con los del Nuevo una unidad de sentido (n. 16).
Esta es la sencilla construcción del capítulo cuarto. Para apreciar
su mérito, se podría comparar con la del primer esquema: 15. Auto
ridad del Antiguo Testamento en la Iglesia; 16. Relación entre el
Antiguo y el Nuevo Testamento; 17. Naturaleza del Antiguo Testa
mento; 18. Autores humanos del Antiguo Testamento. El esquema
segundo de la Comisión mixta ya dio con la estructura acertada.
434
obvia, y io es una vez que nos la han señalado. Entre los protes
tantes recientes, la distinción de las dos piezas es normal, y la re
lación entre ambas se ha vuelto problemática. Hempel distinguía
fa c ía fa c ía y fa c ía d ic ta ; Von Rad ha desatado una controversia a
propósito de su teología montada sobre «enunciados de la fe»: ios
hechos proclamados, ¿son verdaderos hechos?; y, si no lo son, ¿fun
dan una auténtica fe? En términos parecidos nos encontraríamos con
el problema de la historicidad: ahora bien, nuestro esquema no si
gue esta línea problemática cuando distingue economía y libro — co
mo lo hará el capítulo quinto— , sino que emplea la distinción para
estructurar el discurso.
El primer esquema todavía no había llegado a formular clara
mente la distinción. Leemos allí: «Por medio de los escritos del An
tiguo Testamento, ya desde tiempos antiquísimos, Dios procuró ins
tru ir a su pueblo acerca de los planes de salvación que había de
realizar entre los hombres; al pueblo escogido como propiedad per
sonal y unido a sí en alianza de amistad»2. Aun suponiendo algo
escrito en tiempos de Moisés — al menos el documento de la
alianza— , aunque nuestra Biblia hebrea contenga en algunos pasa
jes huellas de ortografía del siglo X, con todo, es falta de perspec
tiva colocar «los escritos del AI» ya en aquella época, como ins
trumento didáctico que acompaña, y no como registro posterior que
fija y conserva. Y en el horizonte de la moderna ciencia antropoló
gica, ¿se puede llamar «edad antiquísima» al siglo XIII a.C.? Y si
los planes de salvación que Dios había de realizar se refieren al
futuro escatològico, ¿es legítimo colocar sin cualificación una con
ciencia escatològica ya al principio? Estas objeciones inmediatas
muestran que el párrafo citado carece de horizonte histórico, no ha
sabido mirar la economía en su desarrollarse, antes de transfor
marse en libro.
El citado esquema continúa: «Por lo tanto, sobre todo en lo que
toca a los fundamentos perpetuos de la religión cristiana, sea en
las palabras o en los hechos históricos, no se puede decir que haya
disminuido la fuerza, la autoridad y el provecho del Antiguo Testa
mento» 3. Así resulta que el valor perenne de dichos libros no pro
viene precisamente de su inspiración, de ser «palabra de Dios», sino
de que Dios los empleó como instrumento para enseñar a su pue
blo, y de parte de su contenido temático. La falta de perspectiva
temporal, el olvido de la economía, ha originado una exposición con
fusa e inaceptable.
435
Era imposible enmendar el párrafo; por eso la Comisión mixta
redactó otro enteramente nuevo, con la distinción fundamental eco
nomía-libro. La economía aparece en un horizonte universal y se de
sarrolla por etapas; la autoridad perenne del AT como libro pro
viene de ser «verdadera palabra de Dios». Esta nueva visión trae
consigo dos descubrimientos importantes: la revelación dinámica de
Dios en hechos y palabras, la función de la palabra en la economía.
436
vestigación sobre la tradición oral en el antiguo Israel y sobre la
génesis compleja de los libros sagrados5.
Esta visión desaparece a partir del esquema tercero, porque el
enunciado sobre la inspiración se traslada a la escritura de los
libros. La constitución promulgada llama «autores sagrados» a los
que producen la palabra o transforman la economía en palabra, y
llama «inspirados» a los libros. Tocará a la teología enfrentarse con
el problema y aclarar la supremacía de la palabra: el hecho se
transforma en palabra, la palabra se recoge en el libro, el Espíritu
obra ya en la primera etapa; las dos etapas pueden coincidir en
algunos casos; de ordinario no coinciden.
Especies de la palabra
437
cúltica de los sucesos, p. ej.f como aparece en los Salmos; explicar
se refiere a una fracción de libros sapienciales, como el final de
Ben Sira, mientras que se debería aplicar a buena parte de la pa
rénesis del Deuteronomio, a varios salmos; sin olvidar que el con
tar de los historiógrafos sacros es auténtico explicar o interpretar
ios hechos en su sentido salvifico.
Como se ve, la pretendida «alusión» es ligerísima, casi nemo
técnica. En cambio, es justo observar cómo la palabra acompaña
dialécticamente a los hechos en la vieja economía. Puede ser, por
ejemplo, que el jefe o profeta anuncie de antemano lo que va a
suceder y aun explique brevemente su sentido; cuando el hecho
sucede, el pueblo lo presencia y lo comprende en su sentido re
velador; otras veces el anuncio cumplido sirve para atestiguar la
autoridad del profeta; en estos casos tenemos el esquema anuncio-
cumplimiento = palabra-hecho. A veces el hecho sucede sin previo
aviso, y el pueblo no lo comprende hasta que un guía lo interpreta;
o bien el pueblo logra una primera intelección, que después se de
be profundizar y enriquecer por la explicación del maestro; el es
quema es en este caso suceso-interpretación = hecho-palabra. En
cualquier caso, los hechos salvadores se conservan en la memoria,
los repite articulados la profesión de fe, los proclama la memoria
cúltica, los repasa la meditación devota, los recoge la narración in
terpretativa, los comenta la parénesis y la narración midrásica, los
indaga y organiza la reflexión teológica; y así descubren los hechos
su riqueza inagotable, que poco a poco se va volviendo palabra;
esquema hechos-palabra.
Siendo dialéctica la relación hecho-palabra, muchas veces la pre
dicción es narración por adelantado y es explicación, mientras que
la narración interpretativa es auténtica explicación; la narración del
pasado paradigmático puede explicar el futuro y funcionar así como
predicción; un esquema narrativo de un hecho pasado puede u tili
zarse para narrar y encuadrar así un hecho nuevo, etc.
Así mirada, la división tripartita especifica algo la palabra del
Antiguo Testamento en su relación con la economía y ordenada a
convertirse en libros. La constitución no especifica más. En el volu
men P alabra y m e n s a je . In tro d u c c ió n c rític a y te o ló g ic a a lo s p ro b le
m a s deJ A n tig u o T e s ta m e n to , propongo la siguiente división:
438
3. E x p a n s ió n d e ¡a p a la b ra : a ) parénesis de la alianza (Dt);
b) oráculo de respuesta; c ) escatología; d ) oración (Salmos); e ) his
toriografía; f ) palabras de los sabios (sapienciales).
4. La p a la b ra c o m o c a te g o ría te o ló g ic a : a ) en la creación; b ) en
en la historia de la salvación: mandato y anuncio; c ) como ficción
literaria (apocalíptica)7.
Resumiendo: Dentro de la economía se da un hablar de Dios,
revelador, de ordinario, por medio de profetas; un hablar de Dios
va explicando la economía, todavía como parte de dicha economía;
un hablar de Dios, mandato o anuncio, mueve la economía; esta
economía se va transformando en palabra que narra y explica, to
davía como parte de la economía y ya en orden a los libros; esa
palabra se encuentra como palabra formal de Dios en los libros
inspirados del Antiguo Testamento. Esta visión nos muestra el pues
to capital de la palabra; y nos dice lo precario de un tratado de
inspiración que se olvida de la economía de salvación y de la pa
labra.
Dinamismo y etapas
439
pañero» de su existencia, conviviendo con éi — «Dios con nos
otros»— , a través de la experiencia iluminada por ia palabra: «De
este modo Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios
con los hombres».
«Caminos de Dios» es un hebraísmo, imagen iexicalizada que se
remonta a la vida cotidiana. De la misma estirpe etimológica son
nuestras palabras «conducta» (d u c e -re = guiar), «proceder» (p ro
c e d o = avanzar), «método» (m e th ’ o d o s = con camino). Pueden
tener un significado mora! y designar el «estilo» de una persona,
sus procedimientos o decisiones coherentes; además retienen el ca
rácter de lo sucesivo, en desarrollo dinámico, abierto a la sorpresa.
Israel no comprendió a Dios como un ser supremo dotado de atri
butos atemporales e inmutables, sino como una persona cercana
y remota, que en el obrar revela unas constantes, en síntesis de
polaridades; y así resulta a la vez familiar e imprevisible. Una acción
única de Dios es un punto que no hace figura; una serie de pun
tos pueden unirse en línea y hacer figura; una serie de figuras
pueden revelar un estilo. Como ese estilo de Dios es un estilo de
obrar, y de obrar en su pueblo y con su pueblo, el pueblo lo expe
rimenta en vivo, en su propia historia; la historia es el medio de
revelación de Dios. La experiencia tiene que hacerse cada vez más
consciente, y la conciencia tiene que ir articulando su riquísimo
contenido: ésta es la función de la palabra.
Podemos ilustrar lo dicho con un único ejemplo bíblico excep
cional. Fijémonos en el carácter personal, paternal de la enseñanza
divina; en el carácter experiencial que se da en la vida del pueblo;
en la reflexión posterior, que ilumina con la palabra los hechos pre
téritos.
«2Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te hizo
caminar estos cuarenta años por el desierto para afligirte, para
probarte, para saber lo que pensabas por dentro, si cumplías los
mandatos o no,
3Te afligió haciéndote pasar hambre y te alimentó con maná
—una comida desconocida para ti y tus padres— para enseñarte
que el hombre vive no sólo de pan, sino que el hombre vive de
cuanto sale de la boca de Dios.
4 La túnica que llevabas no se gastó, tus pies no se hincharon
estos cuarenta años;
5 para que comprendas internamente que, como un padre ins
truye a su hijo, así te instruye el Señor tu Dios» (Dt 8).
7 Resumen del primer articulo del volumen: Das A lte Testam ent als
(Echter-Verlag, Würzburg 1967).
M enschenw ort und G o tte sw o rt
440
Ámbito universal
441
precede. Preparación se refiere más bien a lo real; profecía a lo
verbal; el tipo fluctúa. Con estas salvedades podemos tratar las
tres categorías por separado.
Preparación
442
Llegado Cristo, los hijos de Abrahán se multiplicarán por una nueva
generación, que es re-generación.
Escuchemos a San Agustín: «Adán procede de la tierra, y Ma
ría, de Adán; luego María es tierra..., y la Verdad nace de la tie
rra » 9. «Cristo había de nacer según la carne, ya estaba oculto en
la raíz, en la semilla de los patriarcas, para revelarse a su tiempo
,al aparecer el fruto; según está escrito: Ha florecido un vástago de
la raíz de Jesé» 101 .
Naturalmente, la línea de la generación no es de hilo único.
Además de cruzar y reunir muchas sangres, sucede en un contexto
social que ella misma va recreando. Es generación de un pueblo y
en un pueblo, en el seno de la cual ha de aparecer, desarrollarse,
concluir la vida de Cristo. El hombre en la sociedad, y Cristo en
su pueblo. La antigua economía prepara ese contexto social como
parte de la realidad íntegra de Cristo; mediatamente, prepara tam
bién la nueva sociedad que Cristo va a congregar, el pueblo de Dios,
que continúa y hereda al antiguo. Esta preparación no es toda de
signo positivo: fuerzas adversas, la perpetua hostilidad de la ser
piente, también ha ido preparando una resistencia, una oposición,
y por ellas un desenlace trágico. Como Cristo, en su generación,
se ha encadenado genéticamente al pecado; así, en su presencia
social, penetra en el mundo del pecado y apura las consecuencias.
Uno de los vínculos esenciales de un pueblo, en cuanto realidad
espiritual, es el lenguaje; también aquí la vieja economía realiza
una obra colosal de preparación. Cuando el misterio se manifieste
en su plenitud buscará palabras para decirse, explicarse, articularse;
s \ el misterio crea sus propias palabras exclusivas, nadie entenderá
lo que dice; como el misterio es rico e inagotable, tiene necesidad
de todo un repertorio de lenguaje ya preparado para el nuevo acto
de formular. La economía antigua, incluidos los libros, ha ido reali
zando ese trabajo de preparación en el terreno del lenguaje: tér
minos, conceptos, símbolos, fórmulas, estructuras, procedimientos
literarios... Cristo los utilizará para exponer su mensaje, y los após
toles, para proclamarlo y explicarlo. El nuevo vino transforma desde
dentro en vez de rajar los odres.
Hace cien años se buscaban en el helenismo los antecedentes
de lenguaje del NT; hoy, sin excluir esa vena de influjo, se bus
can en el AT los antecedentes de lenguaje del NT. Testimonio mo
numental de esta orientación es el D ic c io n a rio te o ló g ic o d e l N u e v o
T e s ta m e n to n.
443
Si reconocemos la función capital de la palabra en el realizarse
y manifestarse la salvación, comprenderemos que la preparación del
lenguaje era una de las más importantes. Y apreciaremos la nece
sidad de conocer el lenguaje del AT para entender.
También es preparación el cultivar la expectación y la esperan
za: desarrollando la conciencia del límite, con la consiguiente insa
tisfacción; desarrollando la conciencia del pecado, con la consiguien
te ansia de salvación; superando las instituciones estables y los
hechos individuales. Precisamente los hombres satisfechos con lo
que tiene de sí y de Dios serán los grandes antagonistas del nuevo
don plenario.
Del carácter de preparación deducirá alguno la invalidez actual
del Antiguo Testamento: terminada la casa, se tiran los andamios; se
rompe el molde cuando ha fraguado la estatua. No es así, sino que
la antigua economía, convertida en libro, vuelve a ser preparación.
Para los nos cristianos, para quienes Cristo todavía no ha venido,
el AT puede servir de preparación y preevangelización. Los cristia
nos celebran litúrgicamente la venida del Señor, y el tiempo de
adviento actualiza las palabras del AT como auténtica preparación
litúrgica para la nueva venida. Y esto siempre se puede repetir,
porque Cristo todavía tiene que venir: el cristiano no puede con
tentarse con la venida pretérita ni con la venida actualizada del
Señor, sino que siempre tiene que prepararse para la futura veni
da definitiva. Los libros del AT lo pueden educar y ayudar en esta
continua preparación.
Juan el Bautista recapitula todo el AT cuando grita: «Preparad
el camino del Señor».
Profecía
444
La apologética utiliza las profecías rigurosas y precisas como
argumentos de credibilidad de la revelación; para que el argu
mento sea válido, la profecía tiene que ser exacta, unívoca, y tiene
que superar la posibilidad humana de deducción o conjetura de
la mente humana. El esquema D e D e p o s ito f id e i p u ré c u s to d ie n d o ,
en su capítulo cuarto, sobre la revelación, números 23 y 24, habla
de estos signos:
...D eus... ¡nternis S piritu s Sancti a u xiliis co n iu nxit m ultip íicia
reveiationis signa, eaque im prim ís externa, atque in d o li publicae
revelationis e t naturae sociaii hominum, qui ad fidem vocantur,
accomodata. Quae quídam signa e fficiu n t, u t recta ra tio divinam
reve la tio n is originem ce rtis argum entis probare v a le a t23. In te r
ea signa, m om ento e t p erspicuitate argum enti quod praebent, emi-
nent m iracula e t p ro p h e tia e 24.
445
Repito que la dificultad práctica no deroga el principio, el va
lor de las profecías como argumento apologético. Ahora bien, la
constitución que comentamos, sin derogar en un punto definiciones
precedentes 14f toma un punto de vista más teológico que apologé
tico. Habla de la dimensión cristiana del Antiguo Testamento. Y, en
este sentido, ya no se trata de unos cuantos pasajes aislados en
el contexto total, sino que los contextos parciales y el contexto
total se van volviendo a mirar hacia el futuro, se ponen a hablar de
él. Unas veces apuntan simplemente como un dedo ciego sin saber
exactamente cómo será; otras veces se hacen más explícitos y ha
blan de una venida de Dios, de un liberador, de una nueva alianza,
de un nuevo éxodo, de un sufrimiento salvador, de un reino de
paz, de una vuelta al paraíso...
Esos iluminados que miran hacia el futuro, lo vislumbran y lo
anuncian pueden llamarse profetas, aunque no se les haya mostra
do una primera visión cinematográfica de los acontecimientos antes
de suceder y con datos cronológicos. Los profetas no son cronis
tas por adelantado, son hombres con los ojos vueltos hacia aquel
futuro cierto que llegará. Con su actitud y con su palabra educan
al pueblo para que mire hacia dicho futuro. El pueblo de Israel está
educado a mirar el pasado, en el que se le ha ido revelado su Dios:
lo confiesa, lo proclama, lo medita, y corre el peligro de refugiarse
en el pasado glorioso, de habitar en el recuerdo. Tienen que venir
los profetas a gritarles enérgicamente: «Lo antiguo ya ha sucedido;
algo nuevo yo anuncio» (1s 42,9); «No recordéis lo de antaño, no
penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo» (Is 43,12); «Mi
rad que llegan días en que nos se dirá: ‘Vive el Señor, que sacó a
ios israelitas de Egipto’, sino que se dirá: ‘Vive el Señor que sacó a
la raza de Israel del país del norte y de los países adonde los ex
pulsó'» (Jer 23,7-8).
Este cultivo y educación de la esperanza es actividad profètica.
Puede ser que el primer autor de un oráculo todavía estuviera ab
sorbido por el presente o por el futuro próximo. Su oráculo pasa
a la comunidad, entra en nuevos contextos literarios, se somete a
nuevas interpretaciones vivas y termina volviéndose a anunciar el
futuro escatològico. La dimensión profètica mesiánica no está siem
pre explícita en el nacimiento del oráculo.
Este tipo de profecía, dirigida sobre todo al deseo y a la espe
ranza, puede contentarse con un contenido vago y genérico; de su
contexto total y envolvente se destacan algunas profecías de con
tenido intelectual más preciso.
Como se ve, la profecía tiene también la función de preparar.
Preparación, profecía, tipo son funciones que se interfieren y sobre
ponen.
446
Al llegar Cristo, la profecía se vuelve del revés, es decir, habla
del pretérito. Entonces nos es dado recomponer una figura con ele
mentos proféticos dispersos, reducir a unidad las contradicciones de
pasión y gloria, comprender el sentido de muchas fórmulas ai pa
recer materiales. Con esto, la profecía del AT, o sea, transformada
ya en libro, se convierte en explicación de una realidad ya suce
dida, a la que estaba antes apuntando o mirando.
Pero sucede que Cristo no está concluido, sino que despliega su
obra salvadora en la Iglesia, poco a poco hasta la consumación.
La economía antigua, transformada en libro, adquiere un nuevo ca
rácter profètico, anuncia el desenvolverse del reino escatològico y
apunta de algún modo a su consumación. La dimensión profètica del
AT no desaparece por completo, sino que es asumida y elevada;
de nuevo cumple con su función pedagógica, educando a los cris
tianos en la mirada hacia adelante, en la esperanza escatològica, en
el deseo de la plenitud. Es importante notar que la Sagrada Escri-
tuar se cierra con estas palabras: «Dice el que da testimonio de
todo esto: — Sí, vengo pronto. — Amén; ven, Señor Jesús» (Apoc
22,20). Entre cumplimiento y consumación se extiende una nueva
etapa para la profecía.
Tipos
447
po ni a arquetipos alojados en un metatiempo primordial. Son co
rrespondencias de hecho a hecho por una semejanza estructural
de acción. Estas correspondencias comienzan ya en el seno del AT,
basadas precisamente en el «estilo» constante de la acción divina.
Por ejemplo, el éxodo se vuelve tipo de la vuelta del destierro;
Sodoma y Gomorra, tipo del castigo de ciudades enemigas.
En los escritores antiguos se encuentran dos esquemas de co
rrespondencia, uno binario y otro ternario. El primero es «imagen-
realidad» (eikon-aletheia): los hechos del AT son imagen de la rea
lidad que viene en el Nuevo. El segundo es: «sombra-imagen-reali
dad»: los hechos del AT son sombra de una imagen que viene en
el NT, anticipando la realidad celeste (skia-eikon-aletheia).
San Agustín explica así las correspondncias:
«Cuando llega el emperador, se retiran las imágenes. La ima
gen se mira donde el emperador no está presente; donde está
el que la imagen representa, se retira ésta. Las imágenes se lle
vaban por delante antes de que llegara nuestro emperador, Jesu
cristo, Señor. Retiradas las imágenes, resplandece la presencia
del emperador» 151.
6
«Como un artesano, antes de hacer objetos de bronce o de
plata, hace con cera moldes de las formas que desea fundir; y el
modelado inicial prepara las figuras macizas, en cuanto que es el
molde que se ha de llenar; así también el Señor al pueblo anti
guo le dio en figuras los bocetos y los moldes; al pueblo nuevo
se los llenó, infundiendo hasta colmarlos»ló.
448
V a lid e z y l i m it a c io n e s de lo s li b r o s
Limitaciones
449
90
Cuando leemos el Antiguo Testamento, por su parte, recorda
remos y experimentaremos estas limitaciones. Pero con esto no está
dicho todo, porque el AT está transformado y no lo hemos de leer
por separado (como veremos más abajo).
Validez
Sin duda, una lista interesante, con algunos miembros poco aten
didos hasta ahora, con algunas formulaciones felices. Esa lista pue
de servir para una serie de conferencias sobre el carácter del AT.
Pero una teología sistemática del Antiguo Testamento habrá de
buscar otra división, otra organización. La D e l V e rb u m no preten
día dar una síntesis temática de teología bíblica, sino más bien
señalar aspectos y funciones permanentes de la vieja economía y
de sus libros.
450
ción los pone? La Iglesia posee dos grupos de libros sagrados: ¿En
qué relación los considera?
La constitución va a responder a la primera pregunta utilizando
una frase lapidaria y muchas veces citada de San Agustín. Comen
tando Ex 20,19, el doctor africano escribe:
«Háblanos tú; que no nos hable Dios, porque moriremos (Ex
20,19). Con fuerza y claridad se indica que al AT pertenece más
bien el temor, como al NT el amor. Aunque en el Antiguo se
encubre el Nuevo, y en el Nuevo se descubre el A ntiguo»17.
451
de salvación, ha enviado su Espíritu para hacer registrar ese plan
y su realización en una obra unitaria.
La fórmula «Dios, autor de ambos Testamentos» se lee en el
concilio Tridentino (1546), en el concilio Florentino (1442), en la pro
fesión de fe propuesta a Miguel Paleólogo (1274) y se remonta al
siglo VI en la profesión del obispo consagrando. La constitución
duplica «autor» en «autor e inspirador». Como está hablando de li
bros, «inspirador» determina algo el sentido de «autor», sin entrar
en la controversia reciente sobre el sentido de la fórmula «Dios,
autor de la Escritura» 18. De este modo, la constitución sintentiza dos
enseñanzas tradicionales iluminándolas mutuamente. En seguida pasa
a explicar esa misma doctrina en la última sentencia del capítulo.
452
Aquí terminaba la sentencia, ei número, el capítulo en el esque
ma tercero. Y parecía a muchos que la frase estaba redondeada y
acabada. No era así, faltaba una parte esencial a la exposición, y
su falta oscurecía gravemente incluso el sentido de lo que se afir
maba. Además, lo que faltaba pertenece a la tradición de la Iglesia.
Gracias a la petición de muchos padres, el esquema cuarto comen
zó a enmendar la última sentencia añadiendo: «y a su vez lo ilus
tran». La fórmula no satisface, porque se exponía a una interpre
tación superficial; a petición de tres padres, el texto se corrige: «y
a su vez lo iluminan y lo explican». O sea, los libros del AT no sólo
reciben sentido, sino que lo aportan; la luz recibida de Cristo la
reflejan para iluminar los libros del Nuevo. Por su complejidad y
riqueza sirven para desentrañar o explicar el misterio de Cristo con
tenido en los libros del Nuevo Testamento. Sólo este principio jus
tifica realmente la lectura del AT en la Iglesia, pues si esos libros
sólo reciben sentido y no lo aportan, si no añaden nada, ¿para qué
molestarse en leerlos y estudiarlos? No basta el NT. Pero si, in
corporados al Evangelio, aportan sentido, entonces también los li
bros del Nuevo quedan incompletos sin los del Antiguo y quedan
faltos de luz. Este tema es capital, y quiero desarrollarlo con algu
na amplitud en artículo aparte; antes, algunas observaciones gene
rales.
453
A este propósito es interesante notar que ía constitución con
ciliar cita la encíclica de Pío XI M it b re n n e n d e r S o rg e , condenando
el nazismo.
b ) La segunda es la razón filosófica aristotélica. A la línea de
pensamiento griego le falta sentido de la historia: el mundo es eter
no, y la historia es circular; la poesía es más verdadera que ía
historia; el hecho individual irrepetible no es objeto de la ciencia.
El triunfo del aristotelismo trajo un lento declinar del interés por
el AT. Es curioso que, cuando Metz quiere encontrar en Santo To
más el dinamismo de signo cristiano, tiene que leer entre líneas,
tiene que esforzarse por descubrir una estructura subyacente.
c ) La tercera razón es de orden cultural: la cultura técnica no
puede aceptar la visión ingenua del AT; el hombre moderno no pue
de comprender su lenguaje. Esta objeción se extiende consecuente
mente al NT. En el campo cristiano se encuentra esa resistencia
al AT en nombre de la modernidad, de la actualidad. Se podría re
batir la objeción apelando al interés recobrado por el mito y su
presencia en la literatura contemporánea; el uso de símbolos y
arquetipos entre las categorías de la investigación psicológica; la
visión del hombre como historia y de la historia como ciencia; el
personalismo. Todas estas razones no hacen mella en los oposito
res del AT, y esto demuestra que el camino definitivo para moder
nizar y actualizar el AT es la actualización cristiana: es el camino
que adoptaron los padres, que actúa en una larga tradición teoló
gica, en el uso litúrgico, etc. El concilio, sin bajar a polémicas,
afirma serenamente esta actualidad: ya desde el primer esquema,
el AT ocupa un capítulo aparte. Ese mismo principio lo desarrollan
con amplitud tres obras que quiero mencionar aquí: C. Larcher,
L 'a c tu a U té c h ré tie n n e de I ’A n d e n T e s ta m e n t (París 1962); P. Grelot,
S e n tid o C ris tia n o d e i A n tig u o T e s ta m e n to (trad. esp. Bilbao 1967);
P. Beauchamp, Ley, P ro fe ta , S a b io s. L e c tu ra s in c ró n ic a d e l A n tig u o
T e s ta m e n to (trad. esp. de L ’un e t l ’a u tre T e s ta m e n t) Madrid 1977.
COMENTARIO TEMATICO
Por Luis Alonso Schokel
Cristo resucitado
455
palabra que explica un hecho: la Pascua; porque es una palabra
que se funda en un hecho: la glorificación.
Todo el AT está buscando la gloria de Dios, refiriéndose a ella:
Israel quería contemplarla, la temía, la cambiaba por al imagen de
un toro que come hierba (Sal 106,20); los serafines cantan: «La tie
rra está llena de su gloria» (Is 6,3), y el fiel invoca en el templo:
«Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria» (Sal
57,6); está en templo (salmos), y se marcha (Ezequiel); está en el
cielo, y el cielo la proclama (Sal 19,2); amanecerá sobre Jerusalén,
la verán todos los hombres. Era una gloria extraña: presencia y po
der sin imagen, esplendor reflejado, claridad oscura y enigmática.
Hasta que Cristo, cumpliendo las profecías, hace presente esa
gloria en sí mismo, como imagen del Dios invisible (Col 1,15; Heb
1,3), y los hombres vemos su gloria (Jn 1,14). De manera todavía
encubierta durante su vida mortal, por adelantado en la transfigura
ción. Por eso la transfiguración, que es vislumbre de glorificación
por adelantado, atrae a Moisés y a Elias, la Ley y ios Profetas. Es
una atracción necesaria, que los Padres han señalado con penetra
ción. Escuchemos a Orígenes:
«Cuando Jesús se transfiguró en gloria, también Moisés y Elias
aparecieron con él en gloria; para que comprendas que la ley y
los profetas y el Evangelio siempre convergen y permanecen en
una misma gloria» (PG 12,468).
«Cuando el Logos los tocó, alzaron los ojos y vieron a Jesús
solo, y a nadie más. Moisés, la Ley, Elias, la Profecía, se han
convertido en una sola cosa, se han identificado con Jesús, que
es el Evangelio. Y ya las cosas no son como antes: ya no son
tres, porque los tres son ahora un solo ser» (PG 14,33).
456
realidad todas las palabras del libro sean sólo el desarrollo de la
palabra densa, que es el título. El título condensa cuando sobreviene
al final; el título es célula germinal, que lo contiene todo, cuando
antecede.
El AT, según la carta a los Hebreos, es una multiplicidad de pa
labras de Dios; en tanto son éstas palabras de Dios en cuanto
dividen la auténtica Palabra de Dios, que es Cristo: «En distintas
ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nues
tros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha
hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por
medio del cual ha ido realizando las edades del mundo» (Heb 1,1-2).
Porque Dios habla en Cristo, por eso habla también y primero por
los profetas. Si buscamos un título que resuma todas las palabras
llamadas «Antiguo Testamento», ese título es «Cristo». Y poco im
porta que cronológicamente llegue al final, porque el tiempo de la
salvación no es realidad puramente cuantitativa, sino que es cuali
tativo: tiene un centro, que es su plenitud.
Como todo lo que hay de gracia y salvación en la historia pro
cede de Cristo y se reduce a él, del mismo modo, cuanto hay de
revelación divina en palabras procede de la Palabra y se refiere a
ella.
Resumiendo: el acontecimiento de Cristo glorificado da sentido
y revela el sentido del Antiguo Testamento; la palabra glorificada
de Cristo, llena de su Espíritu, explica el sentido del Antiguo Tes
tamento, d ie rm e n e u s e n .
Cuando nosotros actualizamos las palabras bíblicas, les damos
algo de nuestro espíritu; si, como cristianos, invocamos al Espíritu
— epíclesis— , ponemos en acto el Espíritu sobre las palabras. Cuan
do Cristo pronuncia las viejas palabras de la Escritura, les infunde
un nuevo espíritu, su Espíritu, porque él mismo es epíclesis; de
algún modo durante toda su vida; con plenitud después de su glo
rificación.
Un día «Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en
la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en
pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías,,
y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor sobre mí,
porque él me ha ungido;
me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
para dar libertad a los oprimidos,
para anunciar el año de gracia del Señor» (Is 61,1-2).
457
Eí texto de Isaías comienza enunciando la presencia del Espíritu
y la misión de anunciar, proclamar. Jesús es el Mesías-Ungido-Cristo,
tiene el Espíritu y viene a proclamar el Evangelio, la buena noticia.
Cuando Jesús lee las palabras del profeta, íes presta su voz y su
palabra, les infunde su Espíritu, y las palabras se cumplen, se vuel
ven realidad en presencia de los oyentes. Hasta ahora nadie había
oído perfectamente ese texto, porque nadie lo había leído en primera
persona con pleno derecho: sólo Cristo puede leer en primera per
sona ese texto llenándolo de sentido.
Distinciones
458
Cuando los Santos Padres comienzan a desarrollar en gran es
cala el comentario al AT (no de modo ocasional, como los autores
del NT), llega un momento en que se ven obligados a establecer
una técnica, a formular un método con su terminología: en parte los
orienta el ejemplo de los escritores apostólicos, en parte los urge
y ayuda la teoría hermenéutica de autores no cristianos, sobre todo
alejandrinos. En el plano de la técnica, de la aplicación de un prin
cipio idéntico, muy pronto comienzan a diferenciarse dos escuelas
de interpretación.
Esquema de técnicas
459
temática de A. Fernández sobre la hermenéutica. P. Grelot hace una
breve exposición histórica en su obra S e n s C h ré tie n d e l ’A n c ie n
T e s ta m e n t, y en La B ib le , p a ro le d e D ie u . Una exposición clara, inte
resante, con bibliografía selecta: Robert M. Grant, A S h o rt H is to ry
o f th e In te rp re ta tio n o f th e B ib le (Nueva York 1963).
1. — Alegoría
460
ética. Recibir este procedimiento en la exégesis cristiana podía apor
tar algunas ventajas parenéticas y una cierta recomendación ante la
cultura de la época; pero tenía peligros graves. Primero, vaciar la
historia de realidad y significado concreto; segundo, quedarse en una
visión puramente ética; tercero, construir la vida cristiana sin pasar
por Cristo. Peligro que podía compensar en segunda instancia la pre
dicación específicamente cristiana.
Fórmula b ): letra-alegoría-moraiidad. Este esquema es específica
mente cristiano, sin correspondencia cultural. La letra narra hechos
reales y misteriosos; su sentido misterioso es Cristo y su Iglesia;
en Cristo y su Iglesia se desarrolla la vida y práctica cristiana. Esta
fórmula no niega la realidad histórica de los hechos, afirma una
correspondencia entre hechos antiguos y hechos nuevos en la dimen
sión del misterio, como consecuencias para la vida cristiana. Poner
a Cristo como centro y clave de inteligencia es acto específicamente
cristiano: toma a Cristo como categoría hermenéutica.
Ahora bien, la práctica de Orígenes todavía no está fijada con
rigor definitivo, porque aún no ha madurado hasta unificarse y adqui
rir perfil metódico. En algunas ocasiones. Orígenes imita a sus
maestros paganos o judíos, y en ello no da testimonio puramente
cristiano; en otros muchos casos, Orígenes emplea la fórmula b), y
esto es lo importante, el que la fe cristiana produzca desde dentro
una nueva manera de entender los libros sagrados; finalmente, hay
casos en que Orígenes piensa en esquema cristiano, pero, por ra
zones pedagógicas, se salta la etapa intermedia o la reserva para
el final.
Normalmente, Orígenes reconoce el sentido literal de los textos,
la realidad histórica de los hechos narrados. Cuando a veces dice
que el texto no tiene sentido literal, entiende que algunos textos,
tomados a la letra, no hacen sentido, y, por lo tanto, se han de
tomar como metáfora o como ficción; y así se impone abiertamente
la necesidad del sentido espiritual4.
El influjo de Orígenes, directo o indirecto, en discípulos o con
tradictores, fue inmenso. Ese río impetuoso, que no discurre ente
ramente limpio, que arrastra a tantos autores y se mezcla con tantas
corrientes, lo encontramos mansamente encauzado en la doctrina
medieval de los cuatro sentidos. Vamos a contemplarlo allí.
1. H is to r ia e s t fu n d a m e n tu m . — La historia, la realidad de los
hechos, el sentido literal del texto que los presenta, es el funda
mento de todo. Si un autor rechaza la letra, se refiere a una letra
que desconoce a Cristo; si desprecia la letra, es que la compara
con el espíritu; si llama a la letra «imaginativa», quiere decir que
el hecho es a la vez imagen. Los hechos narrados pueden ser hu
4 No hay aquí espacio para discutir los errores del alejandrino, porque
nos interesa escuchar lo válido: el testimonio de una tradición que resuena
desde Alejandría.
461
mildes, como la humanidad de Cristo; pueden ser gloriosos, como
cuando se trata de milagros; pueden ser escandalosos, y exigen una
purificación en Cristo; pueden ser extraños. No por ello se niega su
realidad.
El sentido literal, ¡ itte ra o h is to r ia , se considera obvio, se toman
las palabras sin crítica, sin esfuerzo por corregir la perspectiva;
por eso, salvo algunas excepciones, la letra es fácil, patente, no
requiere esfuerzos de explicación, no ocupa mucho espacio en li
bros o sermones. Cuando la letra es difícil, no detiene al comenta
dor medieval, sino que lo lanza en seguida a la reflexión espirituaL
Del sentido literal o letra se pasa al espiritual, que ha de co
menzar por la alegoría.
2. A lie g o ria a e d ific a t fidem .< — No hay que confundir esta ale
goría bíblica con la alegoría retórica, en la que se busca una co
rrespondencia articulada entre dos planos sensibles, o entre un
plano sensible y otro espiritual. Ni es la alegoría pagana, que niega
la historia y la suplanta con ideas. Es alegoría cristiana, que afirma
la historia, la trasciende hacia otro hecho, por la novedad del mis
terio de Cristo. Objeto central de la alegoría es el misterio de
Cristo, Dios hecho hombre, misterio que sólo la fe contempla. Cuan
do a la luz de la fe trasponemos el AT para penetrar y desentra
ñar el misterio de Cristo, crece la inteligencia de la fe. Por eso la
alegoría a e d ific a t fid e m construye la inteligencia del misterio, es
una teología. Y es una construcción siempre creciente, porque el
misterio es inagotable, y la actividad movida por la fe no descansa..
Cristo está unido a su Iglesia, su Esposa, su Cuerpo. La alegoría
puede fijarse también en la Iglesia, en cuanto misterio de Cristo.
El paso de uno a otro es libre y fácil. Algunos autores, en busca
de rigor sistemático, distinguen esas dos dimensiones dentro de la
alegoría: pero la unidad es más importante que la distinción.
En rigor, sólo el AT se somete a la alegoría, ya que el Nuevo
habla de Cristo y de su Iglesia en sentido literal.
3. T ro p o lo g ía a e d ific a t m o r e s . — El cristiano vive en la Iglesia
incorporado a Cristo, repitiendo como miembro el misterio de la
Iglesia. Por eso la alegoría conduce a la tropología, a la inteligencia
de la vida cristiana. Esa radicación en Cristo distingue la tropolo
gía del moral ismo pagano: si éste se llama s im p le x m o ra l ¡tas, la tro
pología es m y s tic u s m o r a lita tis s e n su s.
El AT no es edificante por sí mismo sino pasando por Cristo: el
paso no lo niega, sino lo sublim a5. La inteligencia del misterio, que
es fe y teología, no reposa en el puro conocimiento, sino que lleva
462
dinámicamente a la acción, a la vida cristiana. El cristiano aprende
por la tropología lo que debe hacer: la tropología edifica sus cos
tumbres y, en cierto modo, edifica una teología moral, radicalmente
bíblica.
4. A n a g o g ia a e d ific a t s p e m .i — Anagogía es una latinización libre
del griego a nagoge, que significa subida o elevación. Ni el misterio
de Cristo, ni la Iglesia, ni la vida cristiana están completos, puesto
que son movimiento hacia una venida, una llegada, una consumación.
Todo lo que se traspone hacia Cristo y su Iglesia en la tierra queda
automáticamente incompleto, por el carácter peregrinante de dichas
realidades. No que Cristo, ya glorificado, esté incompleto en sí mis
mo; pero su misterio de salvación no se ha realizado completa
mente en este tiempo de la Iglesia. El Antiguo Testamento, al ser
traspuesto a la venida de Cristo, recibe un impulso irresistible hacia
la otra venida, y la significa no menos que a la pretérita; el cris
tiano que entiende esa dirección dinámica aprende a esperar: la
anagogía edifica su esperanza.
Esperanza es tensión hacia un hecho futuro: por eso la anagogía
consuma la correspondencia de los hechos. Del hecho histórico an
tiguo, al hecho central de Cristo, al hecho metahistórico del cielo.
Esto es completamente ajeno a una trasposición de los hechos al
mundo inteligible de las ideas puras o de los enunciados absolutos.
Lo admirable de la esperanza cristiana es que ya posee en algún
modo, que ya se ocupa de la realidad futura y aun goza de ella:
ésta es la contemplación de las realidades celestes. La contempla
ción se adelanta a la posesión, la anagogía alimenta la contemplación.
Algunos autores distinguen este doble aspecto de la anagogía:
el aspecto subjetivo o elevación hacia lo espiritual y eterno; el as
pecto objetivo o gloria consumada. Pero sólo la consumación da sen
tido a la contemplación cristiana, ofreciéndole un objeto no intem
poral, sino futuro: m y s te ria v e n tu ra .
5. A lg u n o s e je m p lo s . — Orígenes, primera fórmula: La lepra de
María, hermana de Moisés, es el sentido litera! lit te r a o h is to ria de
la narración bíblica. Y significa la lepra del que murmura contra el
prójimo (como María contra su hermano). Y significa la lepra espi
ritual de judíos y herejes que no reconocen e! verdadero anuncio
de Moisés. Orígenes, segunda fórmula: El libro de Josué narra la
conquista de Jericó, la cual es el sentido literal de la narración,
litte r a , h is to ria . En alegoría, Josué es Jesús, los muros son la idola
tría, las trompetas son el anuncio evangélico, el grito unánime es
la oración de dos o de los doce con María. En tropología, por la fe,
Cristo es tu jefe, toca las trompetas de la Escritura, gira ceñido ai
arca de los preceptos, unánimes en el canto carne y espíritu, pen
samientos y sentimientos.
463
Fórmula cuaternaria medieval: el ejemplo clásico y didáctico es
Jerusalén. Según la letra, la ciudad de Palestina; según la alegoría,
la Iglesia; según la tropología, el alma cristiana; según la anagogía,
el cielo. Santo Tomás ofrece como ejemplo del Génesis «¡Exista la
luz!»: literalmente es la creación inicial de la luz; alegóricamente
es el nacimiento de Cristo en la Iglesia; tropológlcamente es la ilu
minación del alma por Cristo; anagógicamente es la entrada por
Cristo en la glo ria 6.
Fórmula cuaternaria desdoblada, según Honorio: las bodas del
Cántico son literalmente los esponsales y el matrimonio; alegórica
mente son la unión de Cristo con la naturaleza humana y la unión
de Cristo con la Iglesia; tropológlcamente son la unión del alma con
Cristo por amor y la unión del alma vegetativa con el espíritu; ana
gógicamente son la glorificación de Cristo y la glorificación de toda
la Iglesia7.
6. O b s e rv a c io n e s . — Como dijimos, la alegoría se refiere al AT.
El NT trata directamente de Cristo y de su Iglesia, que es su sen
tido literal; y de este sentido se pasa directamente a la tropología
y a la anagogía. Puestos a distinguir, encontramos en el NT frag
mentos tropológlcos en sentido literal, como son las exhortaciones
de las epístolas; mientras que el Apocalipsis contiene anagogía en
sentido literal cuando trata de la consumación celeste.
La alegoría es propiedad del texto y no necesariamente de los
autores: del texto en cuanto leído en contexto cristiano a la luz de
la fe. Los alejandrinos y sus seguidores medievales no analizan el
problema psicológico del conocimiento del autor sagrado.
6 «Per hoc enim quod dico fíat lux, ad litteram de luce corporal!, per-
tin e t ad sensum litteraíem. Si intelligatur fíat lux, id est, nascatur Christus
in Ecclesia, pertinet ad sensum allegoricum. Si vero dicatur fíat lux, id
est, ut per Christum introducamur ad gloriam, pertinet ad sensum anago-
gicum. Si autem dicatur fíat lux, id est, per Christum illuminemur in inte-
llectu et inflammemur in affectu, pertinet ad sensum moralem» {In Galatas
c. 5, lect. 7).
7 «Hic líber agit de nuptiis, quae fiunt quatuor modis, se., hístorice,
allegorice, tropologice, anagogice...
luxta historiam fiunt nuptiae duobus modis, aut carnis commixtione aut
sola desponsatione...
luxta allegoriam quoque fiunt nuptiae duobus modis. Uno quo Verbum
Dei carnem sibi coniunxit, id est, quod Deus humanam naturam sumpsit...
Alio, quo Christus Deus homo universam Ecclesiam, id est, totam fidelium
multitudinem, per commixtionem corporis sibi sociavit...
luxta tropologiam etiam fiunt nuptiae duobus modis. Uno, quo anima
Christo per dilectionem copulatur; alio, quo anima, quae est inferior vis,
interioris hominis spiritui, qui est superior vis eius, per consensum divinae
legis coniungitur...
luxta anagogen nihilominus fiunt nuptiae duobus modis: uno, quo Chris
tus resurgens a morte novus homo ad cáelos ascendit, et multitudinem
angelorum sibi sociavit; alio, quod adhuc post resurrectionem totam Eccle
siam in visione deitatis suae gloriae copulavit» [Expositio in Canticum pro!.:
PL 172,349).
464
Los sentidos espirituales se encuentran de modo germinal en la
Escritura, y han de crecer por la meditación y penetración de los
creyentes. Así crece la Escritura en la Iglesia y en el alma cris
tiana.
Los tres sentidos son una división sencilla, que brota del modo
propio de la salvación cristiana: C risto-vida cristiana - consumación.
Esta divisón sigue siendo válida aun cuando cambie el método de
interpretación.
La teoría de ¡os cuatro sentidos es, además de una técnica de
interpretación, una visión armónica y luminosa que organiza todo
el saber sacro centrado en la Escritura: teología, moral, espiritua
lidad; y acuerda dicho saber con la vida. Si en el manejo de la
técnica los medievales exageran o son poco críticos, no podemos
desconocer la armonía y grandeza de su concepción.
2. — Theoria
465
30
«No se oponen historia y teoría superior: al contrario, la his
toria es la base y el apoyo de visiones más altas. Lo que siempre
hay que evitar es que la teoría aparezca como deformación (sub
versión) del sentido literal; pues eso no sería teoría, sino ale
goría» (DIODORO DE TARSO).
466
en la narración de los primeros»9. Esas escapadas no abandonan
el objeto, sino que lo penetran en profundidad, lo desbordan.
c ) No todas las narraciones históricas tienen ese cúmulo de
sentido. Más aún, en un contexto regularmente histórico, el profeta
tiene momentos de elevación en que contemplan también el futuro,
para volver de nuevo al plano puramente histórico; la teoría no in
terrumpe la continuidad del discurso, sino que en algunos puntos
ensancha su cauce y su horizonte.
d ) El intérprete desanda el camino, con criterios objetivos: cuan
do la profecía se cumple plenamente en el pueblo, no hay sentido
mesiánico; cuando la profecía no se cumple de ningún modo en el
pueblo, el vaticino es estrictamente mesiánico; cuando el vaticinio
se cumple en el pueblo, desbordándolo, se da la teoría. Y así res
ponde la actividad del intérprete a la visión del autor sagrado.
e ) La th e o ria es un sentido literal, percibido por el profeta y
puesto en el oráculo; tiene un doble cumplimiento, parcial y pleno;
se opone al sentido puramente literal o histórico. No se trata de
dos sentidos, sino de doble cumplimiento.
En la mente del autor no se separaban los dos objetos, aunque
la atención podía moverse; tampoco se separan en sus palabras,
que globalmente abarcan la esfera menor de la historia y la esfera
envolvente del mesianismo. Así sucede que, en la descripción, el
hecho histórico asume las proporciones del escatològico, y éste
toma ios colores del histórico. De aquí procede el estilo peculiar
de los profetas10. Al comparar el texto con su cumplimiento histó
rico, descubrimos que lo desborda, lo excede: los antioquenos llaman
a este desbordamiento « k a th ’u p e rb o lc n , p ro s h u p e rb o le n , mientras que
el cumplimiento en Cristo es k¿ita to aJethés (de verdad).
Vemos que la teoría, al igual que la auténtica alegoría, defiende
el sentido histórico. A diferencia de ella, restringe su campo de ope
raciones a un grupo de profecías mesiánicas, aduciendo un criterio
hermenéutico. Además, los antioquenos muestran una preocupación
psicológica, procuran describir el proceso mental del profeta. Para
ello se pueden apoyar en textos como Jn 12,41, en que Cristo afirma
que Isaías vio la gloria del Mesías; o Hch 2,24-36, en que Pedro cita
467
el salmo 16 con referencia psicològica: «Pero, como era profeta y
sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono
a uno de su descendencia, previéndolo, habló de la resurrección del
Mesías, diciendo que no lo entregaría a la muerte, y que su carne
no conocería la corrupción».
El método antioqueno es más sobrio, más controlable que el ale
jandrino. Sólo que tuvo poco fortuna: aun muchos que se profesan
antioquenos o que polemizan contra los alejandrinos, hacen largo
uso de la alegoría. Los fuertes ataques de los antioquenos contra
los alejandrinos, la condenación de Orígenes no desbancan al ale
goría; la relación de los antioquenos con los judíos, la condena
ción de Teodoro parecen haber limitado su influjo, sin destruirlo
totalmente.
Los nombres más importantes de la escuela antioquena son: Teo
doro de Mopsuestia, Teodoreto Ciro, Diodoro de Tarso, Juan Crisòs
tomo, Pablo Persa, Junilio Africano, Julián de Eclana y Adriano el
Monje.
3. — Tipología
468
rresponden otras en la nueva: las primeras son tip o , las segundas
son a n titip o . La correspondencia no se debe concebir como puro
asalto intelectual, sino que se funda en una continuidad histórica.
Esta continuidad incluye una diferencia cualitativa: el antitipo es
central, es primario. Es la realidad respecto a su imagen (a le th e ia ,
e ik o n ), es el cuerpo respecto a su sombra (so m a , s k ia ). El antitipo
puede ofrecer una correspondencia de semejanza o de oposición,
p. ej., Adán y Cristo. Cristo y la Iglesia, como antitipos, concentran
en sí multitud de tipos diversos, cada uno de los cuales ¡lustra un
aspecto del antitipo central.
¿Cómo sabemos que una realidad de la antigua economía signi
fica típicamente la nueva?, ¿cómo sabemos que Dios, con el hecho
antiguo, se refería al nuevo? Responden algunos autores: solamente
lo podemos saber si Dios mismo lo dice, es decir, por el testimo
nio explícito de un texto del Nuevo Testamento. Así queda el texto
del AT situado entre dos piezas que lo determinan: la realidad de
que habla, portadora de un sentido aún no patente, y el testimonio
inspirado, que revela aquel sentido. El tipo, como categoría herme
néutica, queda perfectamente restringido, y al exegeta no se le per
mite añadir nuevas lecturas típicas. Cristo, en cuanto antitipo, no
es una luz nueva que ilumina con su presencia e incidencia múlti
ples textos bíblicos, luz que irá descubriendo el sentido típico de
nuevos textos a lo largo de la tradición; los tipos están fijados por
ios escritores del NT dentro de un n u m e ru s cía u su s. Lo que a esto
se añada, será ejercicio alegórico o acomodación, útiles quizá para
la piedad, pero un poco sospechosos. Ni Cristo es luz general, ni
los escritores del NT proponen un ejemplo que imitar: «Si por ale
goría se entiende una realidad sensible que el intérprete traspone
para que signifique una realidad superior, entonces no se conoce
con certeza la intención de Dios, y, por lo tanto, no existe verda
dero tipo, sino simple acomodación; si por alegoría se entiende...
una metáfora continuada..., entonces tenemos sólo sentido lite ra l» 11.
Según estos autores, es de la esencia del sentido típico que sea
conocido con certeza, por manifestación expresa de Dios.
En cambio, otros autores recientes, defensores o expositores de
la tipología, piensan que la práctica de los Padres y de la tradición
es mucho más amplia: es imitación de los apóstoles, desarrollo y
continuación de una tendencia. Ciertamente, el estudio histórico fa
vorece ampliamente esta segunda opinión. Además, tal como con
cibe la tradición nuestra constitución, hay que aceptar una lectura
carismàtica en la Iglesia, continuación de los apóstoles; hay que
469
admitir un progreso en la percepción y elaboración de la Escritura;
hay muchas cosas que se encuentran en la Escritura por una es
pecie de implicación total, por las conexiones del misterio, por la
organicidad de la revelación; estas cosas no han llegado a formula
ción explícita ni siquiera bajo la pluma de los apóstoles, pero es
peran ser descubiertas como riquezas dadas y presentes. Entre estas
riquezas estaría el sentido típico de muchos textos del AT, que la
Iglesia puede ir descubriendo. Uno de los órganos privilegiados de
percepción de la Iglesia es la liturgia: sería juicio superficial eti
quetar de simples acomodaciones las grandes intuiciones de la li
turgia» 12.
Como testimonio histórico, copiaré aquí las conclusiones con que
Daniéiou cierra sus estudios sobre la tipología: S a c ra m e n tu m fu tu ri.
É tu d e s s u r íe s o rig in e s d e ia ty p o lo g ie b ib liq u e (París 1950).
470
vían su verdadero carácter. En primer lugar, el influjo de Filón,
presente sobre todo en Clemente y Orígenes, en San Gregorio de
Nisa y en San Ambrosio. El gran defecto de la exégesis filoniana
consiste en dar sentido simbólico a todos los detalles de la Es
critura. Además, siguiendo a la exégesis gnóstica, busca corres
pondencias entre el mundo sensible y el mundo inteligible.
7. Un segundo influjo es el de la exégesis judía. Según el tes
timonio de San Justino y San Jerónimo, dicha exégesis veía el
cumplimiento de las figuras en sucesos del AT. Este influjo se
hizo sentir sobre todo en la escuela antioquena, reduciendo exce
sivamente las interpretaciones mesiánicas.
8. Ultima conclusión de nuestro estudio. A través de estas
variaciones y desviaciones encontramos a las diversas escuelas
unánimes en torno a las figuras fundamentales. Lo cual muestra
que estamos en presencia de una realidad que es parte del de
pósito de la tradición» (o.c., p. 257-58).
13 O.c., p. 377.
471
ción estructural y la continuidad propias del tipo, aunque no se dé
todavía la referencia a Cristo. Serían tipos, pero no como especi
ficación del sentido cristiano del AT.
La encíclica D iv in o a fila n te S p ir itu , no muy entusiasta del sen
tido espiritual, admite uno, y lo describe con rasgos que responden
al sentido típico: «Y no es que se excluya de la Escritura todo sen
tido espiritual. Porque ios dichos y hechos del AT han sido sabia
mente dispuestos por Dios, de modo que el pasado significara es
piritualmente el futuro de la nueva alianza. Por lo tanto, el exegeta,
como debe descubrir y exponer el sentido literal, intentado y ex
presado por el hagiógrafo, así también el espiritual, con tal de que
conste rigurosamente que Dios lo proponía. Sólo Dios podía cono
cer y revelarnos ese sentido espiritual. Ese sentido nos lo indica
y enseña Cristo en los Evangelios; los apóstoles ¡o profesan, de
palabra y por escrito, siguiendo el ejemplo de su Maestro; lo mues
tra la doctrina tradicional de la Iglesia; lo declara el uso antiquísimo
de la liturgia»14.
4. — Sensus pleníor
472
Estas preguntas, disparadas apenas ha sonado el nombre, nos
dicen la situación polémica en que se encuentra. Dejemos la polé
mica y subamos a la presentación que del sentido p le n io r hace el
que pasa por su descubridor, Andrés Fernández.
Recogiendo probablemente una sugerencia y fórmula de Cornely,
Fernández expuso la idea en la primera edición de las In s titu tio n e s
B íb lic a s (1926) 15. Vamos a seguir a Fernández en su edición de 1951,
traduciendo y entresacando.
«Dios lo conoce todo con claridad infinitamente mayor que el
hagiógrafo, pero ni quiere ni puede manifestarlo a los hombres con
claridad infinita. Con todo, podemos preguntar: ¿intenta Dios a ve
ces, en las palabras del hagiógrafo, proponer un sentido más abun
dante y lleno que el que conoció y quiso expresar el hagiógrafo?
No se trata de dos sentidos heterogéneos, sino de un sentido más
amplio, que cabe en la capacidad significativa de las palabras, y
que el autor sagrado no ignora completamente».
Dios deseó ese sentido más completo (p le n io r e m ) y quiso expre
sarlo por medio del hagiógrafo. La existencia de este sentido no la
deducimos sólo del texto, sino de la comparación de otros muchos
textos; y a veces... recurriendo a la tradición de la Iglesia».
«Por lo tanto, el sentido pretendido por el autor primario puede
a veces desbordar (la tiu s p a te r e j el sentido del autor secundario...
Pero no hay diversidad, sino identidad, ya que el objeto expresado
como apéndice il de su obra The Letter and the S p irit (Londres 1957)
p. 120-142.
15 R. CORNELY publica en 1885 su obra H isto ria e t c ritica in tro d u ctio
in utriusque Testam enti lib ro s sacros (París). Hablando de los sentidos, dis-
tigue un sentido consecuente (mal llamado así) por extensión: «Idem prae-
dicatum, si de duobus diversis subiectis edicitur, pro subiectorum natura
aut arctiorem vel latiorem aut uberiorem et abundatiorem sensum exprimit.
Homini enim alicui potentiam, sapientiam, sanctitatem interdum attribuimus,
sed Deum quoque et Christum dicimus potentem, sapientem, sanctum.
Quanta autem sit idearum diversitas quae iisdem verbis alterutro in casu
exprimatur, nemo non videt; in priore enim non nisi imperfectam, limitatam,
finitam; ¡n altero autem perfectissimam et infinitem inteiligimus. lam vero,
cum h¡ sensus non primarie quidem voci illi subsint, sed secundarte et con-
sequenter ad eius cum hoc subiecto coniunctionem exoriantur, aliqui accu-
rationem et píeniorem hunc sensum vocant consequentem, monentque hac
ratione explicari multa, quae ab aliis multiplicem sensum habere dicuntur;
id enim quod de aliquo subiecto praedicatur, interdum tarn abundantem
sensum habet, ut in plures quasi partes eum dispescere debeamus, si sen
sum quaeramus plenum... Omnino igitur plenum et abundantem hunc sen
sum admittendum et diligenter interpreti ad eum attendendum esse conce-
dimus, ñeque a Patribus interdum eum nomine s p iritu a lis exornari negamus;
ac accurationem hanc et pleniorem vocis alicuius explicationem a sensu
literali distinguí et sensum consequentem iure vocari non arbitramur» (p. 527-
28). Por lo demás, ya la retórica clásica conoce un sensus ple n io r de una
ley por extensión a un caso nuevo, no claramente previsto por el legisla
dor. Véase H. LAUSBERG, Handbuch der lite ra risch e n R hetorik (Munich
1960) I, p. 116.
473
por Dios y el hagiógrafo es el mismo, y la diferencia está en el
grado de claridad con que quieren expresarlo».
«Este sentido lo conocieron los Padres antioquenos cuando u tili
zaron la th e o ria para explicar profecías mesiánicas...».
[Fernández termina dando carta de tradición a su doctrina her
menéutica; en la manera de expresarse parece indicar que su mé
todo es más amplio que el antioqueno.]
El año 1949, J. Coppens, profesor de Lovaina, exponía y defen
día el sentido pleno en su libro Les H a rm o n ie s de d e u x T e s ta m e n ts .
Un breve resumen de este libro iluminará el tema.
Argumentos a favor de dicho sentido: 1) El empleo de la Escri
tura que hacen Cristo, la Iglesia apostólica, los Padres; 2) ei em
pleo dogmático del AT que hace el magisterio; 3) la unidad de re
velación e inspiración de los dos Testamentos; 4) la presencia de
un sentido divino, oculto, profètico, que nuevas revelaciones, la luz
de la fe, el magisterio, el Espíritu, irán manifestando o percibiendo.
Objeciones contra dicho sentido: 1) El sentido pleno es ajeno al
autor humano; por lo tanto, no es sentido. Coppens responde distin
guiendo entre la actividad del escritor como simple inspirado, que
realiza con Dios la obra, y su actividad como profeta, que conoce
por adelantado. Gribomont distingue más bien grados de conciencia
y claridad en el conocimiento. La th e o ria antioquena sería otra res
puesta válida. Además, considerando el lenguaje, las palabras tie
nen una cierta capacidad de expansión significativa, tienen un amplio
círculo de connotaciones y referencias; una vez escritas adquieren
vida independiente del autor y entran en relación con nuevos hom
bres y nuevas épocas; el estilo hebreo no usa tantos términos pre
cisos y definidos como el estilo griego; «todos los elementos del
vocabulario obedecen a la tendencia a convertirse en símbolos, ad
quiriendo así mayor valor» (p. 53). Ultima objeción: se introduce de
nuevo la pluralidad del sentido literal. Responde Coppens, con Be-
noit y Synave, que no hay duplicación, sino continuación.
El tercer tratadista formal del sentido pleno es Raymond E. Brown,
que dedicó al asunto su tesis doctoral: The S e n s u s P íe n io r in S a e re d
S c rip tu re (Baltimore 1953). Esta tesis y ei artículo The S e n s u s P ie -
n io r in th è la s t Ten Y e a rs : Catholic Biblical Quarterly 25 (1963)
262-285, ofrecen información clara y bibliografía completa.
A estos tres autores hay que añadir la exposición amplia en sus
dos libros, de P. Grelot: S e n tid o C ris tia n o d e i A T y La B ib íia Pa
la b ra d e D io s . En el primero ofrece un cuadro-resumen de los diver
sos sentidos; en el segundo desarrolla la técnica del sentido pleno.
Lo simbólico
475
ellos. Los gestos son expresión: modo de hacerse presente lo
que en sí no es presente, mediante un elemento intermedio. El
rostro del hombre es alma que se hace visible, espíritu que se
hace observable...
Todas las cosas se manifiestan como inmediatamente reales y
entitativas; pero a la vez hacen percibir que no son todavía lo
último, sino válvulas de escape para que surja lo realmente ú lti
mo y auténtico; formas de expresión que lo hacen aparecer. Eso
significa: todas las cosas tienen carácter simbólico. La mirada
percibe en ellas un movimiento peculiar: algo que está detrás
de ellas, o encima de ellas, surge a través de ellas, invade el es
píritu y le lleva, regresando por ellas hasta el punto de donde
procede. Las cosas significan lo que son ellas mismas y, a la
vez, algo más que ellas mismas. Son entes inmediatos y, a la vez,
símbolos» ló.
476
Vamos a fijamos por un momento en este último poeta: ve la
rosa, presente y profunda, sencilla y reveladora de la unidad, inte
gridad, plenitud del mundo. Leamos ¡a estupenda décima de Guillén:
«Queda curvo el firmamento
compacto azul sobre el día;
es el redondeamiento
del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa
central, sin querer, la rosa,
a un sol en cénit sujeta.
Y tanto se da el presente,
que el pie caminante siente
la integridad del planeta».
477
He hablado del símbolo literario, porque la literatura, en concre
to, la poesía es el terreno natural del símbolo. Pero también la cien
cia y la filosofía tiene sus símbolos: p. ej., cuando Santo Tomás
dice que el profeta conoce a la luz de la verdad divina, está usando
una fórmula simbólica, y lo mismo Rahner cuando habla del «ho
rizonte» 17.
478
realidad está polemizando contra la lectura superficial, sin profundi
dad simbólica. Otras veces quieren decir que el símbolo es lite
rario, es decir, que comienza a funcionar en la configuración verbal
de la experiencia; p. ej., cuando Dios se llama «roca», la denomi
nación no es una metáfora secundaria para disimular un concepto
abstracto, sino que, significando la roca experimentada por el honv
bre, significa una experiencia de Dios.
Segunda desviación: se abandona el símbolo global e inclusivo,
se desmenuza en piezas y detalles, se buscan racionalmente corres
pondencia para dichas piezas. Esto es sencillamente bajar del sím
bolo a la alegoría, de la contemplación al discurso, del arrebato
intelectual al ingenio. Y como los alejandrinos descuidan el autor
y se concentran en la obra, fácilmente pierden un punto de refe
rencia válido; el texto se convierte en pretexto para las cabriolas
del ingenio. Esto no es alegoría, sino alegorismo; es sustituir el
símbolo por la alegoría retórica. Muchos comentadores no han sabi
do distinguir: sentenciando justamente contra el alegorismo, han
condenado injustamente la alegoría cristiana.
Los alejandrinos no se han planteado el problema de la inter
pretación en términos modernos del símbolo literario. No exagere
mos diciendo que toda su actividad es lectura simbólica, en sen
tido estricto; pero podemos decir que la sustancia de su método
hermenéutico es la lectura simbólica del AT, por la maduración que
a la obra impone el acontecimiento de Cristo y la incorporación ai
NT.
3. La tip o lo g ía afirma en primer lugar que los hechos, o per
sonas, o instituciones de la antigua economía son imágenes de
hechos, personas, instituciones de la nueva economía. Si la teoría
se preocupaba del aspecto psicológico del autor, si la alegoría in
siste en la realidad literaria de la obra, la tipología asciende hasta
las mismas realidades, anteriores a la obra y al autor. Esas reali
dades existen o existieron, son sensibles y presentes; en su pre
sencia, dentro del contexto de salvación, tienen una profundidad sig
nificativa de otras realidades superiores y futuras. Dicho en nuestra
terminología moderna, tienen una naturaleza simbólica. ¿Cómo co
nozco yo esa naturaleza simbólica en concreto? Según algunos, hace
falta una revelación explícita, externa al dato fenoménico, que de
clare formalmente su referencia simbólica. Según otros, basta en
principio la afirmación general de la correspondencia de las dos
economías: dentro de esta correspondencia general, será posible
descubrir correspondencia de unidades enteras; pero será peligroso
bajar la correspondencia a los detalles.
Otro punto discuten los autores: si la estructura simbólica se
da ya en las realidades, o solamente en esas ralidades en cuanto
presentadas en la Escritura, o en cuanto experimentadas en fe. La
pregunta se puede afinar: concediendo que algunas realidades ten
479
gan ya en sí la significación simbólica de que hablamos, ¿no habrá
casos en que dicha referencia simbólica adviene sólo en el acto
de decir o narrar?; ¿habría que llamar a esto tipología?
En cualquier caso, estas discusiones no derogan la observación
fundamental: que la tipología opera con una estructura simbólica,
al menos a nivel de las realidades; y que en ella se funda nuestra
interpretación simbólica. Y si así son los dos extremos, de algún
modo tiene que funcionar simbólicamente la misma Escritura. En
este horizonte parece ilegítimo restringir la tipología a los casos
explícitamente declarados por el Nuevo Testamento.
4. El sensus p le n io r contempla las palabras de la Escritura lle
nándose de sentido homogéneo. Significando el primer objeto, ma
duran hasta alcanzar en dicho acto significativo también el otro ob
jeto. Esta técnica hermenéutica considera la estructura simbólica
sobre todo a nivel de la obra. Pero el padre de la técnica, A. Fer
nández, se fija también en la fase psicológica, señala en ella un
límite de claridad acerca del objeto alcanzado; y afirma también
que las palabras pueden contener esa mayor cantidad de sentido:
A g itu r de sensu quodam a m p lio ri, qui p o te s ta te vo cis co n tin e tu r,
quiq ue a s c rip to re sacro non om nino ¡g n o re tu r; y es útil recordar que
Fernández identifica en buena parte su sentido pleno con la teoría
antioquena. P. Grelot insiste mucho en la experiencia de fe del
autor sagrado, cuyo objeto es el misterio, futuro y ya presente.
O sea: el misterio futuro está ya presente en símbolos que va
enviando por delante; la fe es una visión simbólica del misterio en
sus símbolos presentes; la formulación de esta experiencia es sim
bólica, porque las palabras significan en primer plano la realidad
presente, y por ella significan en profundidad el misterio futuro.
5. Nos parece descubrir en cuatro técnicas o métodos funda
mentales una coincidencia central, más practicada que formulada,
más significativa por las polémicas entre ellas. Es la estructura sim
bólica de la realidad de la antigua economía, de su experiencia en
fe, de su formulación inspirada, de nuestra percepción en el Es
píritu.
Esa coincidencia de las cuatro técnicas, ¿es un resultado cul
tural? — pues todos pertenecemos a la cultura occidental— . ¿O es
un hecho simplemente humano, que radica en un modo nuestro
de conocer? ·— pues hay que observar que el sentido simbólico está
muy desarrollado en otras culturas— . ¿O hay algo más profundo,
que funda la estructura simbólica de los seres, de nuestro conocer,
y en particular de nuestra interpretación bíblica?
La respuesta es afirmativa: el fundamento es Cristo, como sím
bolo primario.
480
C ris to e s el p ro to s ím b o lo
481
31
ginariamente anterior a él, como el hombre, uno y total, supera
y antecede al alma y al cuerpo individualmente considerados» 1S.
482
Cristo, primera criatura, funda la existencia de todas las criatu
ras, que en él tiene consistencia. Cristo, primer símbolo, funda el
sentido de todas las criaturas, que en él cumplen su función sim
bólica 20.
483
Ahora bien, salvación no hay más que una. Su desplegarse en
el tiempo no la multiplica ni la divide; la articula y declara. Salva
ción no hay más que una, porque uno es el Salvador, que lleva por
nombre «Dios salva», y no hay otro nombre por el que podamos
salvarnos. Salvación no es idea abstracta, predicable por igual de
muchos individuos; ni es accidente pasajero. Salvación es, ante todo,
una persona que salva, haciéndose presente, manifestándose, unién
dose a sí. No falsifica la Vulgata cuando traduce el y e s u ’a t hebreo o
el s o te ria n griego (Is 52,10) por el personal salutare — Salvador.
Por lo tanto, si la antigua economía es presencia histórica de
salvación, es presencia del Salvador, Cristo. Prepara su advenimien
to en cuanto ya lo contiene, en símbolo. La antigua economía, sus
instituciones y sucesos, son salvación por su estructura simbólica
radicada en Cristo.
2. P e rc e p c ió n . — Cualquier miembro del pueblo escogido puede
vivir las incidencias históricas; algunos miembros las vivirán con
una conciencia histórica nada común en el Oriente antiguo. Pero
vivirlas con conciencia de estar recibiendo y realizando salvación,
eso sólo lo puede dar la fe, porque sólo la fe puede penetrar en
el misterio. El recibir una buena cosecha como bendición de Dios,
fiel a su alianza, el aceptar una derrota como castigo impuesto por
Dios exigente, es recibir y aceptar con fe.
Ayudan a dicha percepción los milagros y prodigios que la fe
contempla como «signos». Dada la estructura social del pueblo, hay
hombres cuya función es aclarar, hacer consciente, hacer pene
trante la mirada de la fe. Son mediadores en el orden del conocer
la salvación de Dios.
En el movimiento de la fe hacia su objeto, que es misterio, va
mos a señalar dos caminos. Primero: el fiel israelita experimenta y
comprende la salvación aquí presente; la liga quizá con la salvación
precedente, que es historia asumida; la refiere quizá a una miseri
cordia de Dios, «que es eterna»; en este último dato entra una aper
tura del horizonte, la salvación continuará, porque cada acto no
agota la misericordia eterna. Con todo, este israelita ni percibe ni
refiere conscientemente la salvación actual al único Salvador futuro.
En el orden vital, cierto que se ha puesto en contacto con el mis
terio futuro: la fe penetra en el misterio, pero mucho más el mis
terio penetra en el hombre con fe. Por eso, cualquier acto de fe
pone al israelita en contacto objetivo con el Salvador, sin que esto
llegue a una objetivación consciente. Segundo caso: la realidad mis
teriosa y su experiencia vital suben a la conciencia y su iluminan
con variable claridad: en clara comprensión fulminante, en un con
fuso barruntar o vislumbrar, en una contemplación que va penetrando.
Lo importante es que el segundo caso se extiende, se hace más
común, hasta dominar las actitudes al término de un proceso tem
poral. La salvación, al realizarse históricamente, va poniendo las con
484
diciones para ser captada como misterio futuro. Llega un momento
en que no sólo unos cuantos privilegiados, sino la comunidad, pasan
de la simple apertura a la continuidad, «porque su misericordia es
eterna»; a la expectación: «mirad que llegarán días». Cuando la fe
ha madurado y ha encontrado su punto cardinal de orientación, en
tonces experimenta la salvación actual referida ai futuro. Si hay sal
vación ahora, es porque continúa una historia que comenzó; si con
tinúa esa historia, es porque debe llegar a un término final. Ese
término final es la razón de que algo hay comenzado y continúe
ahora.
Llegados a este punto, la percepción de la salvación futura es
consciente, aunque no cristalice en formulaciones exactas. Una ma
nifestación curiosa de esta conciencia es el engaño temporal o de
contenido concreto: se creen que este suceso histórico o el de
mañana es ya el día esperado; que este don presente es ya el don
prometido; creen haber llegado al término. Este error de juicio
concreto nos muestra cómo la percepción del misterio futuro por
la fe está ligada a los símbolos, y no los puede absolutizar21.
3. F o rm u la c ió n . — La experiencia de la fe, global y oscura, busca
conciencia y claridad formulándose: sólo en la fórmula alcanza un
momento de reposo, se hace comunicable y repetible.
Simplificando por ahora las cosas, vamos a distinguir una for
mulación conceptual y una formulación simbólica. Entiendo aquí por
formulación conceptual la que busca precisión, la que ciñe y exclu
ye, la que busca término propios; formulación simbólica es la que
busca totalidad, provoca resonancia y apunta a un trasfondo. La in-
clusividad de la formulación simbólica no se refiere precisamente
a lo emocional, en cuanto opuesto a lo cognitivo; sino que, en el
orden cognitivo, hace presente y consciente el más de la profun
didad.
Supuesta la descripción de los dos puntos precedentes, está
claro que la formulación simbólica será más apta para presentar el
misterio. Dicho de otro modo, la experiencia del misterio busca
connaturalmente una formulación simbólica, y en ella encuentra un
espacio de presencia global, con una escala amplia de claridad. Así
resulta que la formulación simbólica no es más «primitiva», más
«imprecisa» (con sentido peyorativo); la imprecisión es en realidad
inclusividad, riqueza no diferenciada todavía22.
21 Sobre estos dos puntos, véanse las obras citadas de Grelot, quien
insiste en la experiencia de la fe.
22 Recuérdese lo que dice Guardini sobre algunos símbolos religiosos:
«Esas imágenes no son alegorías ni comparaciones poéticas o didácticas
con que se haya de ilustrar algo que en realidad debería decirse de otro
modo, al modo de la ciencia natural, sino que en ellas se ve y percibe
inmediatamente lo acontecido» (Religión y revelación, p. 144).
485
La formulación simbólica se vuelve aún más necesaria cuando
el israelita quiere formular su experiencia de fe, y la conciencia
del misterio futuro en la salvación presente; una fórmula concep-
tualizada precisamente no le permitirá presentar la doble dimensión,
la profundidad futura del presente. Y cuando se enfrenta directa
mente con el futuro, otra vez su instrumento cognitivo y expresivo
será el simbólico: símbolos tomados de las exigencias históricas,
de arquetipos vitales, de formas cúlticas cargadas de prestigio.
La distinción precedente, entre fórmula conceptual y fórmula sim
bólica, es muy esquemática y exige una aclaración. Las palabras en
el diccionario se ofrecen con un círculo o abanico de posibles sig
nificaciones; al ligarlas en sentencia, se restringe la significación.
La sentencia estrecha y cierra la palabra, el párrafo estrecha y cie
rra la sentencia. Esta descripción es unilateral: ¿no es el diccio
nario una abstracción?; ¿es siempre al hablar un puro estrechar
sentido?; ¿no activa la sentencia y el párrafo eso que habíamos
abstraído como palabra aislada? Hay palabras o sentencias de ca
rácter abierto, expansivo; hay otras con vocación de clausura. El que
dice o coloca una palabra abierta, la expone a que se cargue de
sentido; el que dice una palabra expansiva, pone en marcha un mo
vimiento.
Las formulaciones bíblicas de la fe son más bien de este se
gundo tipo: o funcionan desde el principio como símbolos o nacen
con la vocación de cargarse de función simbólica.
4. La ob ra . — El israelita medio escuchó y repitió muchas fórmu
las religiosas acuñadas por otros. En el pueblo escogido hubo una
serie de hombres encargados de formular establemente para la co
munidad y para la posteridad. Además de decir, hicieron obras du
raderas, breves o extensas.
La obra literaria se presenta como realidad cerrada: con comienzo
y fin. Acota un espacio de la realidad para transformarlo en un uni
verso completo. Pero no nos engañemos con esta aparente clausura.
La obra humilde y la obra de categoría tienen una apertura irreme
diable, en cuanto que han de ser perpetuamente repetidas, releídas,
escuchadas. Perduran en el seno de una sociedad histórica que las
utiliza. Si dicha sociedad es vital, no se contentará con repetir
mecánicamente la obra, sino que la conserva viva en simbiosis con
su propia vida: recibiendo y dando. Eso significa que la obra viva
está siempre abierta a la vida de la comunidad, sometida a un
contexto portador, que la puede ahogar, pero también la puede
enriquecer.
La obra literaria entra normalmente en un sistema literario más
amplio: forma parte de la producción total de un autor, de una
época, de una escuela, de una tradición. Puede formar parte senci
llamente de una obra más amplia. Sólo abriéndose es capaz de
486
entrar, para dar y recibir. Porque, si no se abre ai contexto, co
existirá nada más, como un quiste, como cuerpo extraño.
Si la forma inicial era ya simbólica, colocada en la vida y entre
gada al contexto de vida y literatura, podrá desarrollar su riqueza y
manifestar cada vez más su valor simbólico. Si la fórmula inicial era
simplemente abierta, puede irse profundizando en símbolo por in
flujo del contexto. Lo que al principio sonaba como una voz, em
pieza a despertar armónicos y hasta se vuelve voz de contrapunto.
No cambia la fórmula en su aspecto verbal, y, sin embargo, se ha
enriquecido de sentido; la dimensión futura, que al principio era una
posibilidad, una apertura, se va realizando por invasión lenta o fu l
minante.
Este enriquecimiento ha dejado huellas literarias en el seno de
los libros de la antigua economía: un análisis agudo de la historia
de una tradición logra descubrir estratos sucesivos de reelaboración,
que aportan sentido. Hay adiciones que explicitan la nueva intelec
ción del viejo texto, y composiciones que sitúan el texto en nueva
perspectiva. Por ejemplo, Dios, como pastor, reúne sus ovejas dis
persas; más tarde la dispersión se aplica al destierro, y se dice:
«yo mismo reuniré a mis ovejas del país adonde las expulsé»; más
tarde la dispersión es general, y se pone un plural: «de los países
adonde las dispersé»; esta universalidad es de signo mesiánico (cf.
Jer 23).
En la antigua economía sobrevienen acontecimientos que impiden
a los textos solidificarse con una fijeza cerrada: la incalculable ca
tástrofe del destierro, la desaparición de la monarquía, el silencio
definitivo de los profetas. Acontecimientos que con violencia ele
mental sacuden lo dormido y ponen en movimiento lo entumecido.
Hay que vivir a solas con los textos, y hay que comprenderlos con
la nueva luz crítica de los acontecimientos.
Así la expectación del futuro se hace vigorosa, envolvente, y
los textos recibidos entran en un contenido vital escatológico.
5. C ris to . (Y aquí habría que repetir la primera página de este
estudio). — Cristo lo centra todo, lo ilumina todo. Como Palabra
plena del Padre, sobre todo como Palabra glorificada llena del Es
píritu, declara definitivamente el sentido simbólico del Antiguo Tes
tamento, que él mismo ontológicamente constituía.
En la línea del contexto vital, la expectación escatológica desem
boca en un final que supera toda expectación. Este desbordamiento
de realidad, en vez de anular la estructura simbólica, la tensa hasta
el límite.
En la línea de las palabras abiertas y expansivas, Cristo adviene
llenándolas del sentido máximo que pueden poseer. Por ejemplo,
«‘ immanu ’el» = «Con-nosotros-está-Dios», era fórmula abierta y ex
pansiva, siempre devorando y diciendo más sentido; hasta que dice
todo lo más que puede, «Cristo», y queda llena de sentido.
487
En la línea de la obra, los libros del Nuevo Testamento, como
unidad superior, acogen y transforman los libros del Antiguo Testa
mento.
6. L e c tu ra e in te rp re ta c ió n . — El cristiano vive en el contexto
vital de la Iglesia, donde Cristo Señor está presente y el Espíritu
actúa: en este contexto vivo de fe recibe y lee el Antiguo Testa
mento. El cristiano tiene la clave de dichos libros, que es Cristo.
Lo sabe por la fe, que es un saber vital, y ni puede ni quiere pres
cindir de esta clave para entender realmente el Antiguo Testamento.
El cristiano toma el AT como libro cristiano, y practica una lec
tura simbólica, referida más o menos explícitamente al misterio de
Cristo en sus diversas manifestaciones.
Esta lectura simbólica es de signo contemplativo, como la de
otros símbolos artísticos. De modo distinto leemos un racionicio filo
sófico, un teorema científico, un poema. No quiero decir que la lec
tura simbólica del Antiguo Testamento sea puramente una contem
plación artística, pues se trata de un fenómeno aparte e irreducti
ble. Pero, si le buscamos una analogía entre las actividades huma
nas espirituales, la encontraremos no en el género discursivo, sino
en el poético. Leer simbólicamente a Cristo en Jeremías, mártir de
la palabra, se parece mucho más a contemplar en la rosa la armo
nía del mundo que a clasificar la rosa botánicamente o a establecer
la fórmula de su aroma. Más aún: la lectura poética puede ser un
buen entrenamiento para la lectura cristiana-simbólica del Antiguo
Testamento (ya los antiguos se preparaban con la retórica al estudio
de la Escritura). Más aún: el que sea incapaz de toda contempla
ción artística, difícilmente ¡legará a la lectura simbólica cristiana
del Antiguo Testamento; llegará quizá por largos rodeos discursivos
a descubrir un sentido cristiano, pero eso no es símbolo, porque el
símbolo tiene que entregarse a la visión, no se deja forzar por ra
ciocinios.
La contemplación es connatural a la vida cristiana; el misterio se
hace presente en la palabra y en el rito, el alma penetra en el
misterio, se deja penetrar por él.
Lo dicho plantea el problema de la interpretación simbólica cien
tífica: contemplación no es estudio científico. ¿Dónde queda el mé
todo riguroso, controlable? Ante todo, sigue en pie el principio teo
lógico y debe continuar la práctica cristiana; negarles validez por
que no sepamos controlarlos científicamente sería positivismo.
Pero es que, sin el método riguroso y controlable, la lectura sim
bólica está expuesta a graves exageraciones. Hay una lectura sim
bólica fantástica y otra fiel a su objeto; la fantástica, sin funda
mento, y la hay bien fundada. Los cinco puntos de la exposición
precedente justifican el sexto. Y, si éste encierra peligros, no me
nos peligroso sería quedarse en una lectura superficial y minimista.
488
¿Pero hay algún criterio, siquiera alguna orientación? Ciertamen
te: el ejemplo de Cristo, de ios apóstoles, la convergencia de las
escuelas en algunos bloques centrales, la unanimidad de las litur
gias en los grandes temas, deben constituir una segura orientación.
Pero ¿cómo convertir esta orientación genérica en método articu
lado?
He aquí una gran tarea. La primera lectura simbólica, o contem
plación, puede volverse sobre sí misma, buscando la justificación
de cada caso, reduciendo la práctica repetida a método. En este
momento, la lectura simbólica, hecho radical e indiscutible, comien
za a diferenciarse en técnicas y métodos, que pueden variar con las
épocas. Los antiguos, sobre todo la exégesis medieval, realizaron
esta tarea dentro de su horizonte cultural. ¿Seremos los modernos
capaces de realizar una tarea semejante?; ¿nos lo impide nuestro
horizonte cultural? El concilio ha pronunciado una primera palabra,
proclamando la fe de la Iglesia: a los exegetas toca escuchar esa
palabra y realizarla en su trabajo.
Por ahora, la contribución más importante en este sentido es
la de Grelot. Las últimas páginas de su libro La B ib lia , P alabra de
D io s , quieren ser una m e to d o lo g ía de ese sentido cristiano; y se
articular así:
Indagación del sentido pleno:
El sentido pleno en el AT.
Reglas fundadas en la relación de ambos Testamentos:
profundizar las formulaciones incoativas,
recurso a la dialéctica de las figuras bíblicas.
Reglas fundadas en la complejidad del misterio do Cristo.
489:
CAPITULO V
EL NUEVO TESTAMENTO
EXCELENCIA DEL NUEVO TESTAMENTO
(DV. 17)
493
2. La palabra viene descrita como «fuerza de Dios para la sal*
vación», fórmula tomada de Rom 1,16, que Pablo aplica a la pro
clamación del Evangelio. Sobre el dinamismo de la palabra puede
verse la breve nota al n. 11: U tilid a d de ia E s c ritu ra , y el comen
tario al n. 21 que encabeza el capítulo sexto.
3. El número distingue entre economía y libros, como hacía el
número correspondiente del capítulo anterior al tratar del AT: IV 14.
La parte sobre la economía repite, con ligeros cambios de for
mulación y orden, muchos elementos de I 4 (sobre la revelación).
Véanse las correspondencias:
Núm. 4 Núm. 17
En esta etapa final Cuando llegó la plenitud de los tiem
pos
Dios envió a su Hijo, la Palabra eterna la Palabra se hizo carne
para que habitara entre los hombres y habitó entre nosotros
alumbra a todo hombre lleno de gracia y de verdad
Dios está con nosotros estableció en la tierra el reino de*
Dios
con su presencia y manifestación se manifestó a sí mismo
quien ve a JC ve al Padre y a su Padre
con sus palabras y obras con obras y palabras
realiza la obra de salvación llevó a cabo su obra
con su muerte y gloriosa resurrec
ción muriendo y resucitando
con el envío del Espíritu de la verdad y enviando al Espíritu Santo
habla las palabras de Dios posee palabras de vida eterna.
494
El Espíritu Santo da testimonio de Cristo (Jn 15,26) y, en los
escritos que El inspira, deja testimonio duradero para todas las
edades. Con una particularidad: mientras un documento humano so
brevive a su autor y se desprende de su presencia viva, en las
páginas del NT, el Espíritu Santo está presente y atestigua actual
mente.
El cristiano no puede contentarse con leer el NT, los Evangelios,
en busca de información, sino que debe escuchar en ellos el tes
timonio vivo del Espíritu, que lo va transformando en te stig o 2.
495
LOS EVANGELIOS*
(DV. 18-19)
497
32
cuádruple en que se nos ha transmitido la Buena Nueva, o Evange
lio único. De los tres es, sin duda, el primero el más importante,
y a la vez, en la aparente sencillez de su razonamiento, el más
obvio. Sin embargo, necesitará el complemento del n.19, sin el que
la excelencia evangélica dejaría de ser la afirmada por el concilio.
Por eso se puede decir que el acento principal de! n. 18 se des
plaza al segundo de sus aspectos, y aun al tercero.
CONTEXTO HISTORICO
Excelencia evangélica
1 Cf. S. IRENAEU3, Adv. haer. Ill 11,8: PG 7,885; ed. SAGNARD, p. 194.
2 Cf. la prueba contraria en C. H. DODD, The Apostolic Preaching and
its Developments (Hodder and Stoughton, London, new ed. 1944; rep. 1963);
A. M. HUNTER, The Unity of the New Testament (SCM Press, London 1943);
J. MUNCK, Paulus und die Heilsgeschichte (Aarchus 1954); N. ALEXANDER,
498
Apostolicidad de los Evangelios
499
continua de los hechos narrados. Este será el tema del n. 19. No
parece descabellado pensar que esta misma concepción de la apos-
tolicidad haya movido, más o menos conscientemente, el empeño
de algunos por hacer de Mateo el primero de los cuatro Evangelios
y fuente principal de los otros dos sinópticos, nunca considerados
como obra directa de alguno de «los doce». AI mismo tiempo, una
interpretación fácil de la diversidad particular de Juan, como com
plemento de las lagunas dejadas por los sinópticos, completaría el
origen apostólico de todo lo narrado en los Evangelios. Explicación
demasiado simple quizá de la apostolicidad, y demasiado fácil del
complejo problema literario de los Evangelios, que muestra, sin em
bargo, cómo históricamente la creencia en el origen apostólico de
los Evangelios ha estado unida a la de su autenticidad humana y
al llamado problema sinóptico y cuestión juanea. En realidad, éstos
son los problemas que juegan mayor papel en el fondo histórico
de la constitución conciliar.
500
católicos6. Sin embargo, cada vez fue apareciendo más claro que la
autenticidad literaria era distinta de la apostolicidad, y una cues
tión puramente crítica, libre, por lo tanto, entre los católicos, y
que debía decidirse por razones de crítica histórico-literaria. Hoy bas
tantes autores católicos, y algunos protestantes, continúan apoyan
do las razones de la Comisión Bíblica u otras semejantes; pero otros
muchos !a ponen en duda o las encuentran muy débiles frente a los
argumentos contrarios de la crítica moderna7. Además de que las
tradiciones que señalan la paternidad literaria de los Evangelios
no son todo los antiguas como para una prueba definitiva, tampoco
parecen del todo ajenas a razones teológicas, ni están exentas de
ambigüedad. La idea referida de la apostolicidad ha podido tener
su influjo en ella, y la identificación de los nombres transmitidos
por dichas tradiciones no es siempre tan fácil, por ejemplo, en el
caso de Juan. Por otra parte, la crítica ha demostrado que la su
puesta paternidad literaria no es tal que no permita adiciones de
otras manos distintas de las de los cuatro (cf., p. ej., Jn 21, obra
quizá de algún discípulo del evangelista). Desde luego, el tema ha
perdido el antiguo interés8. En apologética, el problema se ha lle
vado definitivamente a otro terreno más real; desde el punto de
vista crítico, los problemas de composición interna de cada evan
gelio son mucho más fecundos; y aun en el terreno de cada evan
gelista interesa más, y es más efectivo que el de su identificación
personal, el estudio de sus propias perspectivas teológicas frente
a las de los demás.
501
tamiento rigurosamente científico hasta el siglo XVIII (G. E. Lessing,
1778; G. Cr. Storr, 1786; J. J. Griesbach, 1789; Herder, 1796) 10. Des
pués de evidentes conquistas e hipótesis aparentemente definitivas,
ha llegado a una época de cansancio y mayor complejidad.
La hipótesis de las «dos fuentes» (Me y Q, de los que Mt y Le
toman lo que les es común con Me, o entre sí), enunciada por
Schleiermacher (1832), se impone desde 1863 con su aceptación por
tres primeras figuras (H. J. Holtzmann, C. von Veizsácker y B. Weiss).
A pesar de un juicio negativo de la Pontificia Comisión Bíblica
(26-VI-1912), numerosos católicos continúan apoyándola (H. Vogels;
M. Meinertz; J. Schmid; A. Wikenhauser; J. Levie). Sin embargo,
no está desprovista de dificultades, y ei principio en que se funda
dio origen a una proliferación exasperante de fuentes. No es extra
ño que algunos críticos intentaran rehabilitar a M t como primer evan
gelista, bien en su primerísima traducción griega del original arameo
(P. Vannutelli), bien en su forma actual (J. Chapman y B. C. Butler).
Me lo abreviaría, y Le lo explanaría. El camino propuesto por L. Va-
ganay es mucho más complejo: antes de llegar al evangelio de Me
y su influjo sobre Mt y Le actuales, es preciso tener en cuenta la
tradición oral, las primeras tentativas escritas, el evangelio de Mt
en arameo y su primera traducción griega.
Ninguna de estas hipótesis se ha impuesto, y algunas tienen
poquísima esperanza de sobrevivir. La de las «dos fuentes» con
tinúa teniendo las preferencias11; pero se va abriendo paso la idea
de que no hay un documento base de los sinópticos, sino toda una
documentación o aglomeración de documentos, con contactos y pa
rentesco literarios entre sí; y, paralela a ellos, la tradición oral,
todavía activa hacia el año 70, fecha aproximada de la composición
de los sinópticos (V. Taylor; W. L. Knox; L. Cerfaux; A. Descamps,
e tc .)12. Como se ve, dada la complejidad del problema y los datos
actuales, la solución parece una esperanza todavía lejana13.
502
En parte por todo lo anterior, muchos de los trabajos críticos
actuales se orientan hacia el estudio de las relaciones presinópti
cas, es decir, a la historia de la redacción de los episodios evan
gélicos en formas anteriores a los sinópticos, pero ya diversificadas
entre sí. Es el trabajo de la ñ e d a k tio n s g e s c h ic h te , o H is to ria d e la
re d a c c ió n 14. Otros estudios tratan ¡a última fase de las redacciones,
es decir, la cuádruple forma inspirada de los Evangelios. Desecha
das como irreales las «concordancias» o «cuatro evangelios en uno»,
se hacen indispensables, como instrumento de trabajo, las «sinopsis»,
o Evangelios dispuestos a tres o cuatro columnas en sus pasajes
más o menos paralelos. El fin es estudiar y poner de relieve la
visión del misterio de Cristo, según cada una de las redacciones
canónicas, distintas entre sí, no sólo como obras literarias, sino
también como comprensiones teológicas de la historia de salvación 15.
Sobre este tema volverá la constitución en el número siguiente.
503
de los Evangelios, y se verifica en el esquema segundo. En éste
adquiere prácticamente el n. 18 su forma actual.
Excelencia evangélica
504
o se juzgaron inconvenientes. Sin embargo, dan pie para que se
insista en que los Evangelios son testimonio de la vida de Cristo
(no sólo ofrecen el testimonio), porque su esencia es ser testimo
n io 192
. Tampoco se creyó necesario explicitar entre la vida de Cristo,
0
su muerte y resurrección, ni añadir a su doctrina su persona™.
Origen apostólico
505
tólico» y «autores humanos» de ios Evangelios; pero afirmó con se
mejante firmeza la constancia del parecer de la Iglesia repecto a
los dos puntos, aunque para este segundo no usó la expresión «creyó
y cree», sino «sostuvo y sostiene» [t e n u it ac te n e t). Que los Evan
gelios son auténticos significa que fueron escritos por aquellos cu
yos nombres llevan en el canon. Y esto es lo que según el esque
ma primero, la Iglesia ha afirmado y afirma. No se dan más que
los nombres de los evangelistas sin precisión ulterior; sólo a Juan
se identifica con «aquél a quien Jesús quería».
Según lo dicho en el «contexto histórico» a esta afirmación del
esquema primero seguía una línea muy discutida aun entre los ca
tólicos en un punto exclusivamente crítico. Por eso, ya desde las
primeras observaciones24, se hace notar que no pertenece al con
cilio determinar quiénes sean los autores humanos de los Evange
lios; no es materia que pertenezca a la fe, ni se encuentra en la
Escritura ni en la Tradición dogmática, sino únicamente en la his
tórica. Por todo esto, esta tercera afirmación del esquema primero,
correspondiente al actual n. 18, desaparece desde el esquema se
gundo, sustituida por otra que, con poquísima variación, pasará al
texto conciliar. Además, en este esquema segundo, al explicar el
origen apostólico, se distingue expresamente entre la predicación
apostólica y la puesta por escrito de la misma, bien sea por algu
nos de los apóstoles, bien por otros «varones apostólicos», inspira
dos todos por el Espíritu Santo. La aparición en este texto de los
«varones apostólicos» no es, sin embargo, ajena al esquema primero.
Se los mencionaba en el n. 3, en un texto y contexto muy seme
jantes a éstos25, en que evidentemente se aludía también a Me y
Le. La Comisión, manteniendo la conjunción «y» («ellos mismos y
los varones apostólicos»), manifiesta expresamente no querer decidir
cada sobre la autenticidad de ninguno de los Evangelios, tampoco
del primero y el cuarto26. No era necesario en el contexto del es
quema segundo. Este quiere soslayar el problema crítico de los auto
res humanos de los Evangelios e insistir en la u n id a d sustancial del
E v a n g e lio y, a la vez, en el aspecto diferencial de s u s c u a tro fo rm a s
distintas: «un Evangelio cuadriforme, según Mateo, Marcos, Lucas
y Juan»27. Se vuelve a ¡a expresión tradicional y canónica, en la que,
aun en el aspecto diferencial, la identificación de los autores es
muy secundaria. El texto de la constitución se ha fijado definitiva
mente.
24 N I 4a.
25 Ouidam ex Apostoiis vei apostoiieis viris reveiationem, divino afilante
Spiritu, íitteris quoque mandaverunt: E I p. 10, n. 3.
26 Modi p. 51, n. 15.
27 Adv. haer. III 11,8: PG 7,885; ed. SAGNARD, p. 194. La cita desapa
rece en E III, para reaparecer en el V y en el texto definitivo. Cf. Modi p. 51,
n. 15.
506
En este proceso, el primer énfasis del esquema primero, que
desde su título recaía en los autores humanos de los Evangelios,
ha desaparecido casi por completo. Sin perder nada de su valor teo
lógico, la excelencia de los Evangelios, que el esquema segundo
quería poner de relieve, deja paso independiente a la afirmación
sobre el origen apostólico y carácter singular y múltiple del Evan
gelio.
SI. COMENTARIO
507
en particular sobre los hechos y vida de Jesucristo. Pablo hubiera
podido ignorar casi toda la vida del Maestro, menos su muerte y
resurrección. Sólo frente a estos documentos tan exiguos, y en un
sentido muy limitado — como expondremos en el n. 19— , podríamos
hablar de los Evangelios como de «biografías» del Salvador.
Pero los Evangelios son más que el testimonio que puede ofre
cer una biografía. La constitución habla del testimonio sobre la vida
del «Verbo encarnado, nuestro Salvador». Sólo la fe nos habla de
la vida del «Verbo encarnado» y de su doctrina como hechos ver
daderamente salvíficos (de «nuestro Salvador»). Esto es exactamente
lo que testifican los Evangelios. Los Evangelios son la fe de los
evangelistas, de la Iglesia, dando testimonio para «fundamento de
nuestra fe». Es la fe la que ha identificado, lo mismo en los Evan
gelios que en la constitución, a Jesús de Nazareth con el Verbo en
carnado y salvador nuestro. Así, los hechos y doctrina del Verbo
encarnado son susceptibles de testimonio histórico, por ser los de
Jesús de Nazaret. La excelencia de los Evangelios resulta de este
testimonio único de fe cristiana, no independiente de la fe histórica,
sobre la vida y doctrina de Jesucristo, Verbo encarnado y salvador
nuestro30.
Es muy probable, sin embargo, que este aspecto del testimonio
evangélico, testimonio de fe y de historia, sobrepase ahora la in
tención del concilio. Estamos muy acostumbrados a usar indistinta
mente este lenguaje mixto (Jesucristo; Verbo encarnado; Salvador),
en que implicamos sin remedio ese doble testimonio; tal vez por
ello no podamos deducir una intención expresa del concilio sobre
este tema en el presente texto de la constitución. En el número
siguiente lo trataremos más detenidamente.
508
intrínseco, se transmitió su origen apostólico. De una u otra ma
nera, la fe descansa en el testimonio de aquellos expresamente ele
gidos por Jesucristo para ser los testigos de su vida, muerte y
resurrección, adornados para ello con un carisma especial. Si los
Evangelios han de ser «fundamento de nuestra fe», tienen que des
cansar en ese testimonio autorizado. Pero por ser a la vez testimo
nio humano, sensible, puede quizá haber dejado huellas en la his
toria, recognoscibles por los métodos de la crítica. Este trabajo crí
tico ha sido objeto de varios ensayos, a diversos niveles de la his
toria, coronados por el é x ito 31, sin tratar por eso de explicar el
hecho de la fe en la apostolicidad evangélica. La constitución, na
turalmente, no hace ni una cosa ni otra; se limita a consignar esta
doble vía del conocimiento de la apostolicidad evangélica con las
discutidas palabras «sostuvo y sostiene», en lugar de las propues
tas «creyó y cree».
El origen apostólico de los Evangelios consiste en la predicación
previa del Evangelio por los apóstoles, según el mandato de Cristo
(cf. también n. 7). «Pues lo que los apóstoles predicaron, más tarde,
ellos mismos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por
escrito». Así, lo que con la terminología de la Comisión podemos
llamar transmisión «vertical»32 de la revelación, acabó en la edad
apostólica (no precisamente con la muerte del último apóstol)33;
sin embargo, la transmisión «horizontal» continúa, gracias a la apos
tolicidad de la Iglesia. Esta transmisión «horizontal» a todos los
hombres se realiza ya por la predicación, instituciones y ejemplos
de los apóstoles, ya por los Evangelios que ellos mismos o los va
rones apostólicos pusieron por escrito (cf. n. 7). El número que co
mentamos precisa más claramente el carácter apostólico de los Evan
gelios: la unidad o continuidad entre la predicación oral de la Bue
na Nueva y su redacción escrita. Sin prejuzgar en absoluto otros
problemas pendientes, se afirma la identidad real de una serie de
tradiciones apostólicas que pasan a ser además Escritura34. Por ello,
509
y sin precisar ahora la identidad, sea quien fuere el autor literario
de los Evangelios, tienen éstos origen apostólico35.
Probabíemente, como dejamos dicho, era esta aposto!icidad lo que
la Iglesia antigua quería significar con la dependencia de Me y Le
de la predicación de Pedro y Pablo. Y un testimonio de lo mismo
pueden ser las palabras de San Justino, a mediados del siglo II, so
bre las M e m o ria s de Jos A p ó s to le s (dTcopvrjpovsupaTa) que se leían
en las reuniones dominicales de los cristianos36. No se duda de que
con este nombre significativo se alude sobre todo a los Evangelios.
Ya para entonces se sabía, según el mismo Justino, que el segundo
y tercer Evangelio habían sido compuestos no por los apóstoles,
sino por dos de sus discípulos. Pero la Iglesia quizá no había for
mulado nunca tan clara y solemnemente esta continuidad entre el
Evangelio predicado y escrito. Ahora lo hace, a la vez que distingue,
con la misma claridad, la predicación apostólica del Evangelio, de
la redacción inspirada de los Evangelios; el origen apostólico de los
mismo, de sus autores humanos.
Para esta redacción escrita de los Evangelios, la constitución exi
ge la inspiración del Espíritu Santo. Se trata del carisma escriturís-
tico, de que se ha hablado en el n. 11. A! recordarlo ahora, en ma
nera alguna se niega la inspiración «apostólica» en la predicación
oral de los apóstoles; pero se distinguen los dos carismas, sobre
todo en el caso de que el autor humano de alguno de los Evangelios
no sea apóstol, en el sentido propio de la palabra. Con esto y pa
rece adelantarse de alguna manera que la inspiración escriturística
no se va a reducir a la asistencia del Espíritu para memorizar la
predicación apostólica y transcribirla fielmente.
Por la historia del texto conciliar dentro del contexto de los es
tudios bíblicos, es evidente la intención del concilio de no declarar
nada sobre los autores humanos de los Evangelios, sobre su identi
dad y pertenencia al colegio apostólico. Salvado el contacto nece
sario con la predicación evangélica, lo que propiamente afecta a la
fe de la Iglesia, la constitución soslaya las cuestiones puramente crí
510
ticas de! origen de los Evangelios. Es un ejemplo más de la nueva
orientación del magisterio, o del progreso en la delimitación concre
ta entre la crítica literaria y la fe. Otra cuestión más que, tenida
tal vez como relacionada de cerca con la fe, o como necesaria para
una apologética sobre los fundamentos históricos de la fe, aparece
hoy en su desnudo interés crítico; por ello el concilio, premedita
damente, no quiere tratarla, ni menos tomar una actitud autoritativa
sobre su solución.
El esquema segundo eligió una vieja y sabia fórmula para refe
rirse al Evangelio: «Evangelio cuadriforme según Mateo...». Con ella
ha pretendido soslayar los dos problemas críticos, el de la autenti
cidad y el sinóptico. Pero sobre todo ha señalado dos aspectos igual
mente importantes de los Evangelios: unidad y diversidad de! men
saje evangélico.
Un Evangelio, una Buena Nueva de salvación, como una sola fe,,
y un solo Señor, que es en realidad el objeto único de la Buena
Nueva y de la fe cristiana. «Evangelio» en el Nuevo Testamento
significa «anuncio de la Buena Nueva» 37. La Buena Nueva predicada
por Jesús mismo (M t 11,5 par.), ya que su misión es «evangelizar»
o «proclamar el Evangelio» (Le 4,43; 8,1; 20,1; Me 1,14; Mt 4,23).
Esa misma será la misión de sus apóstoles (M t 24,14), quienes «evan
gelizan» a Jesús (Hch 8,35; 17,18), que es el Cristo (Hch 5,42), el
Señor (Hch 11,20). Este es el «Evangelio de Cristo» según San Pablo
(2 Cor 2,12; 10,14; Gal 1,7), porque tiene por objeto a Cristo y se
remonta hasta la persona de Jesús. La predicación apostólica es,
pues, el «Evangelio». En el siglo II se continúa usando el término
en singular38. Pero al mismo tiempo se llama ya así al Evangelio
e scrito39, e incluso a todo el Nuevo Testamento40, y en particular
al E v a n g e lio c u a d r ifo r m e 41, es decir, según Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. La continuidad de esta predicación con la obra escrita llega
51t
con la palabra «Evangelio» hasta la persona misma de Jesús, como
veremos en el número siguiente.
Pero un Evangelio c u a d rifo rm e , en expresión de Ireneo. Cuatro vi
siones divino-humanas de esa persona infinita, del misterio de su
vida y riqueza de su doctrina. No es el Evangelio d e Mateo, ni el
d e Marcos, porque no hay más que uno, el de J e s u c ris to pero es
el Evangelio s e g ú n Mateo, s e g ú n Marcos, porque, con sus personali
dades humanas, cualidades literarias y tendencias religiosas distin
tas, dirigidos por el Espíritu Santo, lo concibieron así, con esas mo
dalidades propias, distintas entre sí y distintas de las de Lucas y
Juan. La armonía y unificación no hay que buscarlas al nivel de las
redacciones distintas, sino de la predicación apostólica (no de un
apóstol), y en la persona proclamada, Jesucristo, en su vida y en
señanza. La unidad no debe absorber la diversidad, ni ésta desinte
grar la unidad.
512
HISTORICIDAD DE LOS EVANGELIOS
(n. 19)
CONTEXTO HISTORICO
De la fe histórica al mito
513
33
caricaturizar. Pero es lo único a que se puede aspirar en pocas
líneas.
El problema de la historicidad de los Evangelios está planteado
en forma general, desde la antigüedad cristiana43. Se puede decir,
sin embargo, que su planteamiento científico, agudo y profundo es
reciente. Su proceso histórico está marcado por períodos perfecta
mente datables. Hasta época muy reciente no ha entrado de lleno
en el cercado de la exégesis católica, y muy parcialmente en el
de la cultura religiosa del mundo católico.
Hasta el siglo XVIII, las «vidas de Jesús» nacen de un interés
más piadoso que histórico. La fe se compenetra con la historia, y
la historia y narraciones evangélicas son instrumento para embelle
cer y confirmar los datos de la fe. La fe histórica en los Evangelios
es el gran apoyo de la fe cristiana en Jesucristo. Surge entonces,
fuera de la Iglesia católica, la reacción contra el dogmatismo y cris-
tología reinantes a favor de un historicismo que se cree cristiano:
si Jesucristo es el centro del cristianismo, las formulaciones de la
fe tiene que acomodarse a El, no al revés, como se afirma sucede
en la teología. Se impone, pues, la investigación histórica de este
Jesús con objeto de normar así la teología. El movimiento coincide
con el historicismo moderno y nacimiento de las ciencias naturales.
La pacífica e ingenua posesión de la verdad histórica de los
Evangelios recibe el primer golpe rudo en nombre de la historia
científica. Lessing publica la obra postuma de Reimarus, Von d e m
Z w e c k e Je su u n d s e in e r J ü n g e r (Wolfenbüttel 1778), séptimo de los
famosos W o lfe n b ü tte l F ra g m e n te . Reimarus cree poder demostrar,
contra los Evangelios, que Jesús es un Mesías político fracasado.
Los apóstoles, en cambio, lograron no perder la ocasión de realizar
su sueño personal: hicieron de ese Jesús histórico el Mesías espi
ritualista que describen los Evangelios. De un solo golpe desacre
dita Reimarus al Jesús histórico: hombre ambicioso de gloria; y al
Cristo de los Evangelios: invención irreal de los apóstoles. Lo más
importante de la obra de Reimarus es que hace ver que los Evan
gelios no son las relaciones históricas objetivas, como se las creía
hasta entonces; mucho menos desde el punto de vista de la historia
crítica moderna y su búsqueda del suceso desnudo.
Otro profesor alemán, D. F. Strauss, también con afán crítico, se
propone arrancar el mito popular que envuelve en los Evangelios la
vida de Jesús. Pero, a! hacerlo, cree no descubrir nada real y obje
tivo debajo. Pretende escribir una vida crítica de Jesús ( Leben Je su
k r itis c h b e a rb e ite t I, II, 1835-6) y descubre en los Evangelios lo que
514
Mama el carácter «maternal» de la historia: poesías populares, fan
tasías, mitos, etc.; en definitiva, el mito del cristianismo, que oculta
al Jesús histórico. Ese mito consiste en una narración religiosa,
fabricada por la comunidad cristiana con la idea que Israel y ella mis
ma se había hecho del Mesías.
515
división apareció clara desde el título de la obra de M. Káhler, D e r
s o g e n n a n te h is to ris c h e J e sú s u n d d e r g e s c h ic h tlic h e b ib lis c h e C h ris -
tu s [E l a sí lla m a d o J e sú s h is tó r ic o y e l h is tó ric o - b íb lic o C r is to , Leip
zig 1892). Nacida esta obra de la ortodoxia contra la escuela libe
ral, era en realidad un reto a las dos escuelas. La ortodoxia debía
abandonar el mito de que el Cristo de los Evangelios es una figura
histórica; sin embargo, es el único que tiene importancia para
nuestra fe. La escuela liberal debía renunciar a reconstruir una figu
ra histórica de los Evangelios, ya que éstos no eran ni fuentes his
tóricas; además, ese Jesús histórico no significaría nada para la fe,
sino el anuncio en el kerygma. La obra de Káhler, en un tiempo en
que la escuela liberal parecía dominar el campo bíblico, cayó en un
discreto silencio. Su importancia para el problema se puede vislum
brar, sin embargo, de su reedición en 1956 por el profesor de Nuevo
Testamento de Marburg, Rudolf Bultmann.
Otra escuela iba a florecer a comienzos de siglo, la de la H is
to r ia de la s re lig io n e s . El centro del cristianismo no es el Jesús
histórico, sino el Cristo del culto, este Cristo K y rio s (Señor) rela
cionado con los K y rio i de las religiones helénicas de misterios, di
vinidades que mueren y resucitan. El centro del culto sería la expe
riencia numinosa de ese Cristo que también muere y resucita. Otro
aspecto más por el que se rompía la relación entre el Jesús histó
rico y el Cristo, símbolo central del culto.
516
simultáneamente, autores de primera categoría (K. L. Schmid.t M. Di-
belius47, R. Bultmann48, etc.) la exponen y practican en sus obras
exegéticas de los Evangelios. El método es esencialmente crítico-
literario. Sobrepasándolo, aigunos de sus más famosos inventores,
M. Dibelius y R. Bultmann, toman actitudes muy radicales sobre el
valor histórico de ios Evangelios. Ciñéndonos a lo más relacionado
con este valor histórico, para la H is to ria de la s fo rm a s , los Evan
gelios comienzan por no ser obras literarias, sino mosaicos de uni
dades precedentes, engarzadas sin criterio alguno histórico; los dis
tintos episodios o tradiciones son testimonio y creación de la fe
de las primeras comunidades; por lo tanto, sin valor histórico. En
busca siempre de la tradición más antigua de cada episodio y de su
primitiva forma literaria, el método descubre, p. ej., que las explica
ciones de las parábolas son ajenas y posteriores a éstas, y sus
moralejas muy secundarias; lo cual no quiere decir que las parábo
las, en su forma primitiva, se remonten a Jesús; nacen y viven en
el ambiente de la antigua comunidad cristiana.
Expuesto el método después de la primerra guerra mundial, el
problema de la historicidad de los Evangelios adquiere una actuali
dad extraordoinaria después de la segunda. Un nombre va unido in
defectiblemente a este período: R. Bultmann. Se le puede considerar
como sucesor de Strauss49 y, a la vez, muy ligado a Káhler; en
cierto sentido pertenece a la escuela de la H is to ria de la s r e lig io
n e s y a la de la nueva interpretación de la historia; filosóficamente
depende de la escuela existencial de Kierkegaard, y en teología lleva
al extremo el concepto protestante de fe, como acto de absoluta
confianza en Dios sin apoyo humano posible. Para Bultmann, los
Evangelios son testimonio de la fe de la comunidad cristiana, que
nace de la c re e n c ia en la resurrección. En la predicación de esta
fe se me comunica el acto salvífico de Dios, o Dios me salva. De
esta manera, la predicación sobre Cristo es Palabra de Dios, o Je
sucristo es Palabra de Dios. Pero lo que los Evangelios me narran
de Jesús pertenece a la mitología del Nuevo Testamento; ésta de
pende de las concepciones cosmológicas, apocalípticas y escatoló-
gicas de los judíos. A esta mitología pertenece el nacimiento virgi
nal, el bautismo, la resurrección, la ascensión... Ninguno de esos
hechos es histórico; tienen un significado religioso que el exegeta
debe traducir al lenguaje de hoy, es decir, debe desmitologizarlos
para mitologizarlos de otra manera. Históricamente, Bultmann se
muestra completamente escéptico; religiosamente defiende una es
pecie de fideísmo o misticismo; en dogma ha creado nuevas cate
517
gorías docetas. Es cierto que aígo se puede saber de Jesucristo por
los Evangelios, pero muy poco; ni vale la pena saber más, ya que
el Jesús histórico, como tal, es una persona ordinaria, aunque noble
hasta morir por un ideal elevado. Que Jesús existió y murió es el
presupuesto necesario para que sobre él descanse la proclamación
de la fe en Cristo. Esto aparece claro en Pablo y Juan; ninguno de
los dos necesita más para su proclamación que es D a ss (el qué, el
hecho desnudo) de esa vida y muerte. Pero de ninguna manera es
ese D ass, ese hecho, el fundamento de la fe. La fe conoce en el
momento que viene a la existencia que lo que cree ya existía antes
que ella, y se cree precisamente a causa de esa prioridad.
Los postbultmannianos
518
vadora (Stauffer, Althaus, J. Jeremías), incluso entre los mismos dis
cípulos de Bultmann se ha planteado el problema sobre la fidelidad
del maestro al mensaje del Nuevo Testamento.
El peligro de docetismo, o de una fe reducida a un misticismo
o moralismo, parece muy próximo si no existe continuidad real en
tre el Jesús histórico y el Cristo de la f e 53. Los apóstoles, como
nosotros, eran incapaces ele separar la fe de la historia, un ser ce
lestial del Nazareno. El Cristo pascual no se puede comprender sin
el Jesús terretres. El problema fundamental está en la continuidad
intrínseca entre el anuncio de Jesús y el anuncio pascual de los
apóstoles545. Esta continuidad sería lo que los Evangelios tienen de
historia. Así piensan, con diferentes matices, algunos de los prin
cipales discípulos de Bultmann.
El maestro, sin embargo, se mantiene en un minimismo respecto
a esta continuidad. Existe ciertamente entre Jesús y el kerygma
(anuncio) de sus apóstoles, en cuanto que son fenómenos históri
cos relacionados entre sí (el primero es causa u ocasión del se
gundo); pero no entre el Jesús histórico, terrestres, y el predicado
por los apóstoles; porque éste, es decir, el resucitado, no ha exis
tido; es el Jesús histórico, in te rp re ta d o m ito ló g ic a m e n te en el ke
rygma. Así el kerygma presupone el Jesús histórico; pero sólo su
hecho desnudo (el D a s s ) de su existencia; en cambio, se desinte
resa del contenido y carácter (W a s y W ie ) de su historia50.
New York 1966); P. VAN BUREN, The Secular Meaning of Gospel: SCM
(London 1966); H. COX, The Secular City: SCM (London 196).
53 K. E. KASEMANN, Das problem des historischen Jesus: ZKT 51 (1954)
125-153, en Exegetische Versuche und Besinnungen I (Vandenhoeck, Göttin
gen 1960) 187-214.
54 En esta continuidad, los «marburgenses» se diferencian entre sí.
Käsemann niega a Jesús la conciencia de su mesianidad; ésta es obra del
Kerygma. Bornkamm parece ir más lejos: aunque no se aplicara título me-
siánico alguno, su obra fue realmente mesiánica, y así resulta posible
hallar la historia en el Kerygma de la fe. Cf. G. BORNKAMM, Jesús von
Nazareth (Stuttgart 1956), p. 153.154-169, y los artículos de H. BRAUN, Ur
christentum, y de H. CONZELMANN, Jesus-Christus, en Religion für Ges
chichte und Gegenwart 3.a ed.
55 R. BULTMANN, Das Verhältnis der urchristlichen Christusbotschaft
zum historischen Jesus (Carl W inter Univers. Verlag; 4.a ed. Heidelberg
1965) p. 15-22. En este importante y breve trabajo el autor no acaba de
aclarar — a mi juicio— su pensamiento, ya que algunas de sus expresiones
resultan o pueden resultar ambiguas.
519
tica que aún hoy admira: J. E. Kuhn, D as Leben J e su w is s e n s c h a ftlic h
b e a rb e ite t I (Mainz 1838).
Kuhn rechaza con Strauss la visión de la Ilustración sobre la
vida de Jesús, ya que los Evangelios no dan datos suficientes para
una biografía. Cuanto a la historia en sí misma, hay que distinguir
la profana y la sagrada. La primera responde a la pregunta «de dón
de» (cusas históricas); la segunda, «a dónde» (fin de los sucesos).
La primera es antropológica; la segunda, teocéntrica. Los Evangelios
no tratan la historia profana de Jesús, hijo de José, sin la sagrada
de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. A este fin selecciona el material
de la tradición y lo presenta de acuerdo con él. Strauss se refugia
en el mito para explicar los fenómenos sobrenaturales o transhistó
ricos; para Kuhn, estos elementos significan que los aspectos his-
tórico-sagrados se revelan dentro de la historia misma. La historia
sagrada tiene como objeto llegar a un fenómeno que cae dentro de
la historia y da origen a otro fuera de la historia, siempre en fun
ción del primero. Kuhn es el primero en reconocer que los Evange
lios son la redacción escrita del Evangelio; que son el kerygma,
es decir, la proclamación de Jesús como Mesías en su significación
para la fe. Pero Kuhn considera que este Jesús-Mesías, que está
ya presente en la tradición desde el principio como parte del men
saje apostólico y del mismo Jesús, no es creación de la comunidad
postpascual y a su servicio.
Alguno ha considerado la obra de Kuhn como cien años adelan
tada a su tiempo y, a la vez, como el punto de vista católico hasta
el día de hoy56. Si las dos cosas son verdad, quiere decir que hace
cien años fueron pocos los que convinieron en la posición avanzada
de Kuhn. En realidad, la exégesis católica en aquel tiempo estaba
más preocupada por problemas de la inspiración y del Antiguo Tes
tamento que por los del Nuevo. Lejos de los extremismos de Rei-
marus y Strauss, el campo neotestamentario se consideraba seguro
y pacífico dentro del catolicismo. Más tarde, cuando a la vuelta del
siglo estalló la crisis modernista y se enfrentaron las dos escuelas,
la «large» y la «rigoureuse», el P. Lagrange se retiró prudentemente
del Antiguo Testamento al Nuevo, comenzando sus valiosos comen
tarios a los Evangelios. Cuando a la historicidad de los Evangelios
se impuso entre los católicos una visión críticamente ingenua. Entre
1905 y 1918 se publicaron las famosas respuestas de la Pontificia Co
misión Bíblica sobre los autores de los cuatro evangelios, la cues
tión sinóptica y la historicidad de Juan. Con estos decretos y el
miedo que sucedió a la crisis, la historicida de los Evangelios pa
recía a salvo dentro de su formulación estrecha e ingenua. Apolo
géticamente, se basaba la historicidad evangélica en la fidelidad de
los testigos oculares, presentes, más o menos inmediatamente, en
520
los evangelistas. Las diferencias evidentes entre los evangelios se
intentaban resolver por métodos concordísticos, con más ingenio que
éxito. Se quería hacer coincidir las narraciones dispares a base de
rellenos gelatinosos, lagunas, silencios, inclusiones o errores de los
copistas.
521
la razón más profunda de la repulsa del método en muchos era un
miedo inconfesado a lo desconocido. El miedo propio de los comien
zos al admitir algo, en determinados casos hasta evidente, pero cu
yas consecuencias lógicas no se sabe hasta dónde descenderán.
Abierta una brecha en el secular muro de la historicidad, admitida
como un solo bloque, y negadas hoy cosas que ayer no dudábamos
eran históricas, ¿qué llegaríamos a negar mañana?
Ya en los últimos años del gran promotor de los estudios bíbli
cos que fue Pío XI!, comienza a manifestarse al exterior cierta in
quietud y desconfianza en algunos organismos respecto a Ja exégesis
y determinados exegetas católicos. A la vez se observa esta para
dójica actitud: la Pontificia Comisión Bíblica, con tendencia a inte
grarse más y más con los especialistas bíblicos, se manifiesta abierta
en la dirección de la encíclica D iv in o a fila n te S p ir it u 57; por otra
parte, otros organismos de la Curia romana intervienen directamente,
en sentido estrecho, a menudo condenatorio, en cuestiones bíblicas
que parecían corresponder más bien a la Comisión58.
Por fin, en 1960, se desencadena abiertamente un furibundo ata
que contra un gran sector de la exégesis católica59 que, en materia
de Evangelios, defendía la segunda posición arriba indicada. Pronto
cayeron las primeras víctimas ante lo inesperado del ataque de la
posición conservadora, bien amparada en puestos curiales. A dos
profesores del Pontificio Instituto Bíblico de Roma se les prohíbe
la enseñanza de la exégesis de! Nuevo Testamento desde el primer
semestre de 1961, por orden del Santo Oficio. Aunque no se comu
nicaron a los interesados las razones de la suspensión en sus cáte
dras, estaban en juego opiniones sobre la historicidad de los Evan
gelios atribuidas a dichos padres. Poco más tarde, el 6 de junio de
1961, el mismo Santo Oficio hizo público en «L’Osservatore Romano»
un m o n itu m sobre el tema de la historicidad evangélica. En él se
llamaba la atención sobre los errores que ponían en peligro la his
toricidad de los Evangelios, incluso cuanto a los hechos y dichos
522
del Señor06. Casi inmediatamente publicaba el mismo periódico va
ticano la condena de la obra del sacerdote J. Steinmann, La V ie de
J é s u s (Ed. Club de Libraires de France, París). El m o n itu m dio ori
gen a una abundantísima literatura. Una parte lo consideraba como
la condena de la exégesis católica moderna6 61, representada en la
0
obra de Steinmann. El 24 de agosto del mismo año aparecía, tam
bién en «L’Osservatore Romano», un artículo del cardenal Ruffini,
G e n e ri le tte r a r i e ip o te s i d i la v o ro n e i re c e n ti s tu d i b ib lic i. El ar
tículo fue enviado por la Sagrada Congregación de Universidades y
Seminarios, «dada la significación del autor y del momento», a todos
los superiores de seminarios, por lo menos de Ita lia 62. En la prác
tica, y quizá inconscientemente, el artículo resultaba un ataque bas
tante directo a las normas y directrices de la D iv in o a ffla n te S p ir itu
sobre los métodos y hermenéutica modernos63.
523
En 1963 son nombrados consultores de la misma cinco exegetas re
conocidos por su competencia y orientación (G. Castellino, X. León-
Dufour, B. Rigaux, R. Schnackenburg y C. Spicq), y en 1964 tres nue
vos cardenales, dos de ellos especialistas bíblicos (B. Alfrink, F. K6-
nig e I. Antoniutti), son nombrados miembros de la misma. El 21 de
abril de 1964, antes de la tercera sesión conciliar, la Pontificia Co
misión Bíblica publica una instrucción, S a n cta M a te r E c c le s ia , sobre
la historicidad de los Evangelios 66. No se hizo pública hasta el 14 de
mayo, fecha en que apareció en «L’Osservatore Romano». La instruc
ción, suficientemente amplia y detallada, está redactada en el tono y
en la línea orientadora de la D iv in o a fila n te S p ir itu y documentos
posteriores de la Comisión Bíblica. Con ella se cierra una disputa
y una época en la exégesis evangélica. Su exposición ocupará la
mayor parte del comentario al n. 19 de la constitución conciliar.
Para concluir, podíamos resumir ahora las principales dificultades
que se esgrimen contra la historicidad de los Evangelios. Los Evan
gelios son testimonio de fe de la comunidad cristiana. Como obras
literarias, son muy posteriores (los primeros, unos cuarenta años)
a la vida terrestre de Jesús; nacen cuando ésta está ya coloreada
y transformada por la fe en la resurrección; son una especie de
mosaico en que se han yuxtapuesto distintas narraciones y tradi
ciones de distinto origen y muy diverso valor histórico. Una prueba
de todo lo dicho lo ofrece el análisis detenido de los Evangelios
sinópticos y Juan tanto en sus semejanzas como en sus tendencias
particulares y diversidad aun en perícopas paralelas.
Las razones en pro de la historicidad, concebida al estilo anti
guo, podían resumirse así. La atribución de los Evangelios a testi
gos oculares de los hechos o a discípulos de ellos. La aparente sin
ceridad de los autores y ausencia de todos aquellos motivos que
hubieran podido inducirles a engañarse y engañarnos. La confirma
ción de ciertos descubrimientos arqueológicos han supuesto para
detalles materiales de algunas narraciones evangélicas. Y, desde otro
punto de vista, la doctrina de la inspiración e inerrancia aplicada
rígidamente según el principio de que «lo afirmado por el autor sa
grado es afirmación del Espíritu Santo».
524
de Cristo en los Evangelios», «Sobre la verdad de las palabras de
Cristo en los Evangelios».
En realidad, el primer número consignaba la creencia de la Igle
sia en la historicidad evangélica. Esta podía no convenir con los
cánones de la historia moderna, pero respondía al fin de los auto
res sagrados: comunicarnos sinceramente los hechos y doctrina de
Cristo, y así confirmarnos en la verdad de la enseñanza recibida. Los
dos números siguientes eran una condenación de los errores contra
esta fidelidad histórica de los Evangelios respecto a los hechos y
dichos de Jesucristo.
Estos dos números eran los más concretos y significativos sobre
la manera de entender la historicidad enunciada en el número an
terior, y sobre la actitud frente a otros puntos de vista. Respecto
a la historicidad, usaba unas palabras del m o n itu m del Santo Oficio,
antes citado, pero iba más lejos que él. El m o n itu m Humaba la a te n
c ió n sobre ciertas o p in io n e s que «ponen en grave peligro» la «autén
tica verdad histórica y objetiva» incluso respecto a las palabras y
hechos de la vida de Cristo. No se precisaba más cuál fuese dicha
«a u té n tic a y o b je tiv a verdad histórica», que cualquiera de las posi
ciones católicas podía alegar querer defender con sus esfuerzos. Y,
si el contexto histórico parecía poder precisar la intención del S. Ofi
cio, la fórmula elegida era intencionadamente vaga. En cambio, el
esquema primero co n d e n a b a los errores con los que se «niega o
debilita, de c u a lq u ie r m o d o y p o r la cau sa q ue fu e s e » , dicha ver
dad respecto a los hechos de Jesucristo, según se referían en los
Evangelios. Entre los hechos de la vida de Jesucristo afectados por
estos errores se citaban, como más importantes por relacionarse
con la fe, la infancia, los milagros, la resurrección y ascensión de
Jesucristo. La expresión «negar o debilitar de cualquier modo y por
cualquiera causa», llevaba evidentemente a una concepción rigidísi
ma de la historicidad evangélica. Es verdad que el mismo esque
ma primero era algo más amplio respecto a las palabras del Señor.
Exigía se considerasen como tales las que el Evangelio le atribuía,
«por lo menos cuanto al sentido», y de ninguna manera se las tu
viera como expresión de la mente del evangelista o de la comuni
dad primitiva. Esta última expresión contenía una alusión clara al
método de la H is to ria de la s fo rm a s . En concreto, el esquema pri
mero zanjaba la cuestión entre los católicos, decidiéndose por la
tendencia más estrecha, condenando como errónea la actitud más
abierta. En la precisión de los límites de la historicidad, la fórmula
elegida a propósito de los hechos del Señor era de una rigidez
absoluta: «negar o debilitar, de cualquier modo y por cualquiera
causa, la verdad histórica de los hechos de la vida del N. S. J. s e g ú n
c e n a rra n en los Santos Evangelios. Con esta fórmula por lo menos
se daba pie a que se considerase obligatorio para los católicos
adm itir la rigurosa historicidad de todos los mínimos detalles narra
525
dos en los Evangelios sobre los hechos de Jesucristo, aunque fue
ran evidentemente contradictorios en los distintos Evangelios.
Este punto de la historicidad evangélica, junto con el de la re
lación entre Escritura y Tradición, pareció a muchos padres el más
inaceptable del esquema. Aparte de la actitud condenatoria, contra
ria a la de muchos obispos y a las señales de los tiempos, el con
cepto de historicidad que se quería imponer era exageradamente
estrecho. Reducía a los evangelistas prácticamente al papel de sim
ples cronistas, contra la evidencia evangélica y la opinión de la ma
yoría de los exegetas católicos67. Por eso se propuso una nueva
y más abierta redacción del tema. Bastaba recomendar prudencia a
los exegetas católicos, para quienes algunos padres pedían una ala
banza expresa. De condenar algo, opinaban otros, era suficiente con
denar la absoluta negación de la historicidad evangélica, como la
negaban los autores acatólicos más radicales.
526
una estricta narración histórica. De todas maneras, los Evangelios
nos transmiten una «historia verdadera y sincera». La conclusión es
suficientemente vaga y queda precisada por lo que le antecede y
sigue en el esquema.
El esquema primero (n. 20) hablaba indirectamente 68 de las fuen
tes del material conservado en los Evangelios. Las reducía a una:
el testimonio y la tradición de los testigos oculares y ministros
de la palabra. La frase se presta a cierta ambigüedad. La diferencia
entre testimonio y tradición, si hay alguna, parece ser ésta: el tes
timonio apostólico es inmediato al avangelista; la tradición es pre
cisamente la transmisión y continuación de ese testimonio. Pero el
sujeto del que nacen testimonio y tradición es el mismo: el colegio
apostólico, significado con las palabras de San Lucas (1,2). Para el
esquema segundo, la tradición llega a los evangelista de dichos tes
tigos oculares y ministros de la palabra. Pero existe otra fuente, la
memoria y recuerdo de los parientes (p r o x im i) y discípulos de Jesús.
Con estas dos fuentes, los autores sagrados componen los Evange
lios con el fin señalado en el esquema primero, usando las pala
bras de Lucas para su Evangelio: coníirmarnos en la verdad de la
enseñanza recibida.
De los números condenatorios, el esquema segundo no conser
va nada. En su lugar, bajo el título de «La exégesis católica», da
algunas reglas generales a los cxegetas: trabajar bajo la dirección
del magisterio guardando las normas de hermenéutica racional y ca
tólica. Dentro del contexto histórico y del texto del esquema pri
mero, esta última alusión a la hermenéutica racional no deja de
ser significativa.
Se puede concluir con el título que hemos dado a este párrafo:
el esquema segundo, sin rehacer desde cero el tema de la historici
dad, ha dado un cambio de ciento ochenta grados.
527
las sesiones, que la gran mayoría del resto de la asamblea conci
liar aceptaba dicho esquema segundo.
Una de las cosas que más sorprende a los que manifiestan sus
reparos al esquema segundo es la supresión de las condenaciones.
Este será un punto delicado hasta los últimos momentos. Aunque
muchos padres habían pedido que se alabara expresamente a los
exegetas católicos70, sólo dos manifiestan ahora explícitamente su
satisfacción al ver desaparecer del texto las condenaciones del es
quema primero. Otros varios insisten en que se las mantenga, por
ser muy propias del concilio y convenientes para evitar mayores
audacias de los exegetas. Con el mismo fin se insiste se vuelva al
m o n itu m del Santo Oficio, como en el esquema prim ero71. La rela
ción general sobre las observaciones al esquema segundo cree de
be llamar la atención sobre este punto de las condenaciones. Para
ello se base en recientes declaraciones de Pablo VI, sobre todo en
el discurso de clausura de la segunda sesión conciliar, en que ex
presamente alude el Pontífice a esta discusión conciliar72, y en una
nota de puño y letra deí Papa, añadida, para la Comisión, a la ob
servación del cardenal Micara. Este se había quejado ante la asam
blea (4-X-1963) de la supresión de las condenaciones73. El Papa es
cribió, por primera vez, al pie de la observación: «Lo que aquí se
dice parece digno de consideración»74.
Discutidas las observaciones por las subcomisiones, el esquema
tercero que de allí resultó fue aprobado para ser presentado a los
padres, primero por la Comisión coordinadora (26-VI-1964), y poco
más tarde por el Papa (3-VII-1964).
En el n. 19 que nos ocupa se mantiene el tono absolutamente
positivo. No se reintroduce ninguna condenación ni se vuelve a ha
cer mención expresa de los errores contra la historicidad evangé
lica; se los considera suficientemente descartados en la forma po
sitiva del te x to 75. Sin embargo, el esquema segundo sufre varias
modificaciones de importancia. Se suprime la introducción histórica
528
sobre las circunstancias que motivan los principios siguientes, pre
cisamente para dar mayor fuerza a éstos con una enunciación más
absoluta76. El número sobre la exégesis católica (n. 19) aplicable a
todos los libros sagrados, pasa al contexto sobre la hermenéutica
general (n. 12) 77. En cambio, el tema central sobre la historicidad
se amplía notablemente con una explicación más positiva sobre la
formación de los Evangelios. Este es el cambio más importante, de
bido a circunstancias bien precisas.
La adición se introduce para atender a la instrucción S a n cta M a-
t e r E c cíe sia , de la Pontificia Comisión Bíblica78, y a las observacio
nes de varios padres. A la vez, con ella se quiere insistir más en
el aspecto positivo del problema79. La instrucción es recientísima,
y las fechas de estos documentos pueden tener significación histó
rica. Las seis sesiones de la subcomisión en que quedó redactado
el n. 19 del esquema tercero tuvieron lugar del 20 al 24 de abril
de 1964, aunque el esquema no recibió el pase a la asamblea hasta
el 26 de junio y 3 de julio. La instrucción, fechada el 21 de abril,
se hizo pública por primera vez el 14 de mayo. La coincidencia de
fechas no puede ser mayor. Entre los peritos de la subcomisión
hemos citado antes a Cerfaux, Castellino, Rigaux, etc. Algunos ya
eran consultores de la Comisión Bíblica; Castellino y Rigaux habían
sido nombrados en 1963, cuando se debió de pensar o se trabajaba
ya en la instrucción. Quizá sea lo más obvio pensar que, antes de
la publicación de la instrucción, y aun quizá de su datación, se en
tregara su texto a la subcomisión que redactaba el del esquema ter
cero.
A esta instrucción se deben los principales cambios introducidos
en el esquema tercero, de suerte que los párrafos 2.° y 3.° están
tomados casi a la letra de ella. Es decir, lo que se refiere a !a pre
dicación apostólica, a la tradición oral y escrita subsiguiente y a la
redacción definitiva de los Evangelios.
Los demás cambios también son significativos. AI inciso, que ya
en el esquema segundo recordaba la forma de predicación conser
vada por los Evangelios, se suprime la limitación temporal «algunas
veces». La razón parece ser la que daban los obispos de lengua
alemana, los de Escandinavia e Indonesia: que los Evangelios son
s ie m p re predicación80. La conclusión de todo el proceso literario de
los Evangelios no es ya que ellos nos ofrecen «una verdadera y sin
cera historia», sino «cosas verdaderas y sinceras acerca de Jesús»
(v e ra e t s in c e ra d e Je su ). En el último párrafo vuelve a modificarse
el inciso que se refiere a las fuentes usadas por los evangelistas.
El esquema segundo las señalaba así: «tomándolas ya de la tradi
529
34
ción de ios testigos oculares, ya de la memoria y recuerdo de ios
parientes y discípulos». Ahora se afirma que ios evangelistas escri
bieron sirviéndose «ya de su propia memoria y recuerdo, ya del tes
timonio de los testigos oculares y ministros de la palabra», es de
cir, de los apóstoles. Las distintas formulaciones de este inciso en
los tres esquemas8 81f y las propuestas hasta el fin a l82 indican al
0
menos la dificultad de resumir en pocas palabras una realidad com
pleja. Y quizá la dificultad no haya sido superada del todo felizmente.
Por fin se hace notar que la última palabra, la «verdad», que los
evangelistas tratan de confirmar en nosotros, se pone entre comillas,
aludiendo a Le 1,2-4, para que se la entienda en el sentido de ese
texto original, como «firmeza», «certeza» (á a c p a X e ia )83.
Con este esquema tercero, el n. 19, sobre la historicidad de los
Evangelios queda prácticamente concluido. Todavía se luchará por
causa de una reducida minoría que representaba la tendencia del
esquema primero. Pero ésta queda definitivamente excluida de la
constitución desde este esquema tercero.
530
instrucción ha aclarado la posición católica frente al método de la
H is to ria de la s fo r m a s 85. Treinta obispos irlandeses piden, por su
portavoz, que se tenga en cuenta la doctrina de la Iglesia (!); ésta
habría declarado el sentido de la historicidad de muchas partes de
los Evangelios, por la predicación, oración, liturgia, catecismo, e tc .86.
Se presentan «modos» a la subcomisión, que ésta estudia con se
riedad. Discute cuatro de ellos que insisten en puntos ya tratados
anteriormente.
Una cosa debe quedar muy clara a esta altura de la discusión
conciliar. Aprobado en general el esquema cuarto por una gran ma
yoría, ninguno de los modos que en adelante se apruebe y se in
troduzca en el texto puede significar nada distinto ni modificar fun
damentalmente el sentido del texto aprobado. Esto exige la fidelidad
al mismo concilio. Así lo hace notar expresamente el relator oficial
J. van Dodewaard87.
Las últimas propuestas son las siguientes, por lo menos las prin
cipales. Se vuelve a insistir en que se repongan las palabras que la
Iglesia «ha creído y cree» en la historicidad evangélica888 . La Comi
9
sión se reafirma en las del esquema segundo, «tenuit et tenet»,
con un sentido más amplio de fe y a la vez de testimonio histórico.
Unos 170 padres piden la inclusión de la palabra «historia» o
«histórica», de modo que se hable de «verdad histórica» o de «his
toria verdadera», al estilo del esquema segundo8t). El Papa apoya
la petición90, y propone la fórmula: v e ra se u h is tó ric a fid e d ig n a
(«cosas verdaderas o dignas de fe histórica»). Pero «historia» es pa
labra ambigua en el lenguaje moderno y teológico. Puede aplicarse
a cosas sobrenaturales y entenderse en el doble sentido de las
palabras alemanas H is to r ie y G e s c h ic lite , usadas en la interpretación
existencial de la historia (H is t o r ie : hechos desnudos, objetivos;
G e s c h ic h te : los hechos del pasado cuando me ponen en una si
tuación semejante de decisión personal). También «fides histórica»
se puede entender en un sentido bultmanniano, ajeno a la histori
cidad de los hechos. Y aunque no lo dicen las respuestas oficiales,
las dos palabras juntas («verdad histórica» o «historia verdadera»)
podrían — ciertamente ignorando por completo el contexto histórico
y literario del texto— interpretarse en el sentido estrecho de una
historia-crónica o una historicidad de anales. La Comisión elige el
substantivo abstracto h is to r ic ita te m a secas («cuya historicidad ha
531
sostenido...») y deja intactas las palabras de la conclusión: «de mo
do que siempre nos comuniquen co n s in c e rid a d la v e rd a d respecto
a Jesús» [v e ra e t s in c e ra de lesu). V e ra («cosas verdaderas») no
significa aquí «lo que el autor quiere decir», término aplicado al
sentido literal en la hermenéutica bíblica, sino «lo que concuerda
con la realidad», en sentido lógico de verdad; y s in c e ra representa
el elemento subjetivo que completa el objetivo, no simplemente la
intención ajena al engaño, aunque de hecho se equivoque el autor
en lo que afirma. Como veremos, aun en la verdad lógica no es po
sible evitar el problema de la realidad. La adecuación de la mente
debe ser con la realidad que el autor quiere expresar, no la que
yo puedo entender por sus palabras.
Desde el esquema tercero se viene aludiendo a la historicidad de
los Evangelios como testimonio de las cosas que «Jesús hizo y
enseñó» (Hch 1,1) «para salvación eterna de los hombres». Pero los
Evangelios contienen además hechos de otras personas que tampoco
se refieren directamente a la vida eterna. Se pretende explicitar la
resurrección como hecho histórico, es decir, con huellas en la his
toria (sepulcro vacío, apariciones, e tc .)91. La Comisión elige la
fórmula completa de Hch 1,1 para comprender todo el contenido de
los Evangelios sin distinción: «las cosas que Jesús hizo y enseñó
hasta el día en que subió a los cielos», sin necesidad de explicar
ningún otro hecho o suceso.
Por último, tampoco se admite la sugerencia de debilitar con
algún adverbio temporal la afirmación sobre la «forma de predica
ción» conservada por los Evangelios. Desde luego, se trata de una
auténtica proclamación, en la que naturalmente se proclaman tam
bién sucesos92. Siempre conservan los Evangelios esa forma, y así
siempre son una nueva proclamación del misterio salvífico93; pero
esa forma tampoco es la única, de modo que excuya toda otra con
sideración de tipo, p. ej., histórico94.
Con las poquísimas modificaciones introducidas al esquema cuar
to, queda redactado el quinto. Este se aprueba, con todo el c. 5, por
2.115 votos contra 19 negativos y cinco nulos, en noviembre de 1965.
El texto es ya exactamente el de la constitución.
532
II. COMENTARIO
Fe e historia
533
de la historia de salvación han dejado sus huellas en la historia
humana, uno de cuyos documentos fidedignos, y el más importante,
son los Evangelios. Esto es lo que ha querido poner de relieve la
constitución con las palabras s o s tu v o y s o s tie n e , «transmitir fie lm e n
t e » y «cuya h is to ric id a d afirma sin cesar»97.
Esta fidelidad histórica abarca todo el Evangelio, incluidos ios
hechos de otros personajes, p. ej., el Bautista, y sin hacer distin
ción entre las etapas de la vida de Cristo: infancia, ministerio pú
blico y vida gloriosa; ni entre aquellas acciones de unos y de otros,
dirigidas o no directamente a la salvación eterna de los hombres.
Consta expresamente por los documentos (cf. «Redacción del texto
conciliar») que el Concilio no ha querido hacer distinción material
en el contenido de los Evangelios, sino que lo ha comprendido todo,
e n g e n e ra l , con la frase «lo que hizo y enseñó Jesús hasta el día
en que subió a los cielos». La precisión y limitación de la histori
cidad de los distintos episodios dependerá del análisis ulterior.
Sobre la relación íntima entre la historia y la fe en los Evange
lios, la constitución no dice ya nada más.
534
Hechos y enseñanzas de J e s u c ris to
" Que Jesucristo haya enseñado como rabbí se impone, según las fuen
tes, aun al mismo Bultmann ( Geschichte der synoptischen, p. 52), aunque,
por otros motivos, niegue después la historicidad de la tradición. Cf.
E. SCHWEIZER, Gemeinde und Gemeindordnung im Neuen Testament (1954)
p. 24; C. H. DODD, Jesus als der Lehrer und Prophet, en Mysterium Christi
(1931) p. 69ss.; E. FASCHER, Jesus der Lehrer: TLZ 79 (1954) 325ss.;
B. GERHARDSSON, Memory and Manuscript. Ural and Written Transmission
in Rabbinic Judaism and Early Christianity (Uppsala 1961) p. 326ss.;
H. SCHANKS, Is the Title «Rabbi» anacronistic in the Gospels?: JQR 53
(1963) 337-345.
100 Cf. B. RIGAUX, Die «Zwölf» in Geschichte und Kerygma, en RISTOW,
p. 468-486.
101 Cf. la obra de B. GERHARDSON, citada en n. 96, y algunas de las
principales críticas: M. SMITH: JBL 82 (1963) 169-176; W. D. DAVIES: NTS
6 (1962-3) 14-34; G. WIDENGREN: Numen 10 (1963) 42-83; C. K. BARRETT:
JTS 14 (1963) 445-449; P. BENOIT: RB 70 (1963) 269-273.
535
depositan y viven, y sóio ella es el verdadero puente con la siguien
te etapa, la predicación apostólica y comunidad postpascual m .
Todavía a ia primera etapa pertenecen también los hechos del
Señor, su vida. Toda la vida de Jesús, como la de cualquier hombre,
fue patente a los que, de más o menos cerca, le rodearon; así puede
ser objeto de historia si contenía hechos dignos de ser recordados.
Entre los sucesos que se narran en los Evangelios, algunos, por su
misma naturaleza, exigían una fijación inolvidable y transmisión para
el futuro, p. ej., los milagros, resurrección, etc. La constitución no
los distingue de otros sucesos más normales, aunque también para
ella tienen éstos especial valor. Si no queremos proceder por pre
juicios de cualquier clase — sin necesidad todavía de admitir la
realidad misma de lo que entendemos por milagro, etc.— , debemos
admitir que estos hechos, por superiores que parezcan, pudieron
dejar, por lo menos, huellas capaces de confrontación histórica.
Nadie, fuera de los críticos más radicales, y generalmente por
motivos distintos de la historia, niega que Jesús realizara hechos
extraordinarios capaces de llamar la atención de las multitudes, so
bre todo, curaciones, etc. Las tradiciones posteriores sobre los mi
lagros resultan inexplicables sin un fundamento histórico del mismo
orden. Esta clase de acciones extraordinarias debían formar parte
de aquella «preparación» (Hch 10,41] que los testigos privilegiados
necesitaban para creer en la resurrección. Esta, con las caracterís
ticas que en seguida diremos, resultaba imposible para la fe, o un
milagro tan grande como ella misma, sin una preparación de esa
fe, en la que, con otros muchos elementos de la vida de Jesús,
entraba sin duda la persuasión en un poder extraordinario de su
persona sobre la naturaleza. Como en todos los fenómenos sobre
naturales, la determinación exacta de la esencia de dichas obras
extraordinarias no puede ser obra de comprobación sensible. Que
el poder de Jesús fuera la mano de Dios actuando en El sería la
explicación dada por la fe, como tantas otras veces en la historia
de Israel. Pero el hecho de que los mismos Evangelios conservaran
otras interpretaciones de los hechos extraordinarios de Jesús — «en
nombre de Belcebú lanza éste los demonios»— es una prueba de
que algo había en sus obras que necesitaba una explicación anormal.
536
mente, afirma no sólo su realidad objetiva, sino la veracidad de las
narraciones evangélicas al transm itir el hecho de la resurrección.
Veracidad que ere una vez más comprobable a través de las hue
llas dejadas en la historia, de las que también dan cuenta los Evan
gelios.
Pero las huellas de un suceso no son el suceso mismo. El se
pulcro vacío puede ser la consecuencia de la resurrección; no la
infiere necesariamente, n; menos se identifica con ella. Lo mismo
las apariciones. En cuanto son la presencia de Jesús en una exis
tencia sobrenatural, distinta de la anterior a su muerte, no implican
necesariamente la resurrección de lo que llamamos cuerpo, ni en sí
mismas son objeto de comprobación sensible. Sólo aquellos que
de antemano habían sido elegidos son testigos y preparados para
ello (Hch 10,41), tendrán conciencia inconfundible de la presencia de
Jesucristo resucitado, no sin haber dudado antes en aquella mani
festación o irrupción de lo sobrenatural al hombre sensible. La divi
sión de apariciones o la disyuntiva entre su esencia, apariciones ob
jetivas o subjetivas, puede ser una simplificación humana de fata
les consecuencias. La tendencia a identificar lo objetivo con lo fí
sico, con la apariencia sensible, exterior al sujeto, y comprobable
por los sentidos y datos históricos, es muy vieja en el catolicismo.
Más de uno se sorprendería y comenzaría a reflexionar a la pregunta
de si, en las apariciones pascuales, Jesucristo hubiera sido foto-
grafiable — como en su vida terrestre— de haber existido entonces
la cámara fotográfica. Esto a pesar de que estamos acostumbrados
a conceder en las recientes apariciones, verdaderas o falsas, que
la aparición «sensible» es privilegio tan sólo de los videntes, aun
cuando se encuentran rodeados de una multitud. Es decir, las apa
riciones de Jesús resucitado pueden ser objetivas, pero al mismo
tiempo de tal naturaleza, que no se pueden probar por medios sen
sibles ni sirvan por sí como p ru e b a h is tó ric a de la resurrección .
Lo mismo sucede, no con las huellas, sino con el hecho mismo
de la resurrección. Esta supone una vida distinta de la anterior,
en sí misma extramundana, fuera de las categorías del tiempo y
del espacio. En este aspecto, la resurrección de Jesucristo es esen
cialmente distinta de las que se atribuyen a Elias y Elíseo, y tam
bién de la resurrección de Lázaro en el Evangelio de San Juan, su
puesta la intención histórica del evangelista. Parece que en esas na
rraciones se da a entender que los resucitados volvieron a una vida
normal, idéntica a la anterior a la muerte. Con Jesús no sucede
así. Fuera ya del tiempo y del espacio, ¿no es Jesús en este nuevo
género da vida «gloriosa» simplemente inaprehensible por los sen
tidos? ¿Exige necesariamente tal resurrección la vitalización de la
parte material que se suponía en el sepulcro? Y esta vitalización a
una vida superior, ¿hubiera sido sensible de haber habido personas
en el interior del sepulcro? ¿Exigía esa revitalización el sepulcro
537
vacío? Esta última tradición sobre el sepulcro vacío puede ser sig
nificativa, como muchos elementos en la narración de las aparicio
nes, para identificar la persona del resucitado con Jesús, muerto en
la cruz, punto esencial de la creencia en la resurrección. También
es significativo el dato evangélico de la ausencia de testigos en el
acto y momento de la resurrección. ¿No estaremos deformando la
naturaleza y significado de la resurrección de Jesucristo cuando la
queremos reducir, con fines apologéticos, a categorías medióles y
comprobables por los sentidos? La Escritura nos habla de una re
surrección que es la victoria definitiva sobre la muerte y el cum
plimiento perfecto del misterio de la Encarnación. Estos misterios
rebasan con mucho las categorías humanas y, por lo tanto, las his
tóricas. La constitución no entra en ninguna clase de detalles, menos
en los que se rozan con la relación de fe e historia, por lo que
todo este campo pertenece a las cosas que deja abiertas el con
c ilio 103.
Predicación apostólica
538
La predicación apostòlica está fuera de toda duda histórica. Je
sucristo, que no consta escribieran ni mandara escribir, envió a sus
discípulos con el precepto de predicar su Evangelio. Huellas de lo
que fue esta predicación nos han quedado en las cartas de Pablo
y en los Hechos de los Apóstoles1{M. El tema fundamental era la
muerte y resurrección del Señor. La narración de la pasión conser
vará a los cuatro Evangelios señales de mayor antigüedad literaria
que el resto, y, a la vez, probablemente por eso mismo, de mayor
uniformidad, en contraste con episodios tan próximos a ella como
las apariciones1 105. La instrucción S a n cta M a te r E c c le s ia cita expre
4
0
samente este tema de la predicación apostólica, y antes los mila
gros. Es evidente que desde el principio tuvieron estos hechos la
preferencia en la fe cristiana.
Pero la predicación tenía que dar más detalles biográficos del
Señor y sus enseñanzas. Mientras la persona de Jesús fue contem
poránea y conocida de los oyentes, se podía pasar por alto en la
predicación primera hechos conocidos de todos. Lo mismo en una
catequesis posterior, una vez predicada la persona de Jesucristo
(cf., p. ej., el poco uso que hacen San Pablo y San Juan en sus
cartas de recuerdos biográficos del Maestro). Pero, para los judíos
de la diàspora o los gentiles de fuera de Palestina, era necesario,
por la misma naturaleza humana, un conocimiento histórico de la
persona de quien se afirmaba había muerto y resucitado. Aunque
existiera en la primera comunidad cristiana un deseo profundo de
la venida definitiva del Señor, como esperanza de una fe ya poseída,
en un período lógicamente previo, el interés por la vida terrestre
de Jesús no se puede ignorar sin negar la naturaleza humana. Que
la comunidad tratara de inventar mitos y su existencia, por ejemplo,
en los fabulosos evangelios apócrifos, no es sino una confirmación
de esta necesidad imperiosa en una multitud muy lejana de las dis
tinciones y sutilezas bultmannianas. Para la narración de la misma
muerte del Señor, si no se trata del fin más o menos trágico de
una persona vulgar ni de un mito (y todos admiten la muerte de
Jesús), se impone también una introducción biográfica, una historia,
104 Cf. lo que se considera el resto más antiguo del kerygma, 1 Cor 15,
3-10, o los restos del kerygma en los Hechos, según ZEDDA, p. 142, y
C. H. DODD, The Apostolic Preaching., p. 21-24; The prim itive catechism
and the sayings of Jesus, en Studies in the Memory of T. W. Manson (Man
chester 1959) p. 106-118; A. N. WILDER, Kerygma. Eschatology and social
Ethics, en The Background of the New Testament and Its Eschatology (Cam
bridge 1964) p. 509-536.
105 No es extraño que se hayan definido los evangelios como la narra
ción prolongada de la pasión; cf. PH. VIELHAUER, Erwägungen zur Christo
logie des Markusevangeliums, en Zeit und Geschichte. Dankesgabe an
R. Bultmann (Mohr, Tübingen 1964) p. 155-169; X. LÉON-DUFOUR, Passion
(Les récits de la): DBS 6 (1960) 1419-1491.
539
por breve que sea, de Jesús 106. A las enseñanzas de Jesús dedica
la predicación apostólica una gran parte de su contenido. La prime
ra garantía de su posible historicidad quedó explicada antes.
Comparada con la llamada realidad objetiva, aun de los sucesos
y enseñanzas prepascuales de Jesús, no es extraño que esta pre
dicación apostólica vaya más lejos y la trascienda en varios aspec
tos. La predicación no puede menos de reflejar el conocimiento
a ctual de los apóstoles. Este es más claro, más profundo y más ex
tenso que en los tiempos en que seguían a Jesús en sus correrías
apostólicas. No en vano han tomado parte en los sucesos gloriosos
de Jesucristo. Por «sucesos gloriosos» entiende la constitución, en
primer lugar, la resurrección. La cruz no habría sido la última pala
bra en el problema de Jesús. Que Dios dijera su última palabra
sobre Jesús resucitándole daba sentido mucho más claro a muchas
de las acciones y palabras del Nazareno. Estaban además, entre los
«sucesos gloriosos», las enseñanzas del resucitado en todo el tiem
po hasta la ascensión. La alusión a este hecho, recordado por Lucas
(24,1-35.44-47) y Hechos (1,3), es manifiesta en la instrucción.
Estas enseñanzas postpascuales del Maestro llevaban consigo la
in te rp re ta c ió n de la vida terrestre de Jesús. Es cierto que los após
toles la interpretaron, a raíz de la Pascua, según los textos del An
tiguo Testamento. Los Evangelios atribuyen esta instrucción bíblica
de los apóstoles a Jesús resucitado. Dejando para más tarde la
comprobación histórica de esta continuidad, nada hay que contra
diga su posibilidad, lo que es suficiente por ahora.
En este mismo sentido hay que entender la ilustración del Espí
ritu Santo, prometida, según el Evangelio, por el mismo Jesucristo
(cf. Jn 14,26; 16,12; 7,35). El texto de la constitución habla clara
mente de «una inteligencia más completa» de los apóstoles en vir
tud de esos sucesos gloriosos. No han servido sólo de despertador
de cosas relegadas a la memoria y olvidadas; ni siquiera se puede
excluir, a p rio ri , la posibilidad de conocimiento aun materialmente
nuevos sobre la vida mortal de Jesús, obtenidos sólo a raíz de sus
experiencias pascuales 107.
Continuando el análisis de la predicación apostólica, nos tenemos
que preguntar, una vez examinado su contenido, por su forma. El con
cilio no habla de ella. La comprende en una palabra que se refiere
más a un concepto teológico que a una forma literaria. Usa la pala-
540
fora técnica «transmitieron ( tra d id e ru n t) io que El había dicho y he
cho», para expresar la idea de «tradición», que constituye la aposto-
licidad expuesta en el número anterior. La Comisión Bíblica, sin em
bargo, alude a géneros distintos de la predicación de los apóstoles.
Enumera la «catequesis, narraciones, testimonios, himnos, doxolo-
gías, preces y todos los géneros literarios usados en aquel enton
ces». El análisis literario descubre estas formas en los Evangelios.
Lo mismo que la aplicación de un mismo mensaje a pueblos distin
tos, judíos, griegos y bárbaros, sabio e incultos. Después hablare
mos de las diferencias concretas, en estos respectos, de Mt y Le,
y lo mismo podíamos decir de Me y de Jn. Las diferencias de gé
neros son demasiado obvias para detenernos aquí en ellas. Hay que
recordar que cada una tiene su lenguaje adecuado. No os el mismo
el de una parábola al pueblo de Galilea o el de una discusión con
los doctores en la que se pueden utilizar sus modos rabínicos de
argumentar. No se puede juzgar unívocamente una misma expresión
en dos géneros distintos, y, ciertamente, sería un error craso de
hermenéutica elemental medir con el sentido de la crítica histórica
actual lo que en la predicación apostólica fue una narración simbó
lica o exclamación doxológica.
Como conclusión de este primer recorrido por lo que fue la pre
dicación de los apóstoles, no se puede descuidar la inteligencia de
éstos, su interpretación pascual de los hechos y dichos del Señor
y su acomodación, a la hora de narrarlos y explicarlos, a las cir
cunstancias propias de auditorios y comunidades diversas. El cono
cimiento más profundo de un hecho, o la interpretación del mismo,
es claro que no contradicen ni merman la historicidad de su narra
ción si conocimiento e interpretación responden a ia realidad del
suceso y no son creación del narrador. La aplicación a la mentalidad
y circunstancias de los oyentes es la primera regla de toda pedago
gía, necesaria a la naturaleza humana y esencial de toda narración;
nadie la juzgará en sí misma contraria a la historia. Siempre que no
demos a la historia el sentido apocado de la sucesión biográfica de
imágenes estáticas.
541
Nueva, el a n u n c ia d o , el Cristo, identificándolo con la Buena Nueva
prometida. ¿En qué sentido podemos hablar de continuidad entre la
predicación y enseñanza de Jesús y ia de sus apóstoles? Si Jesús
predicó el reino de Dios y envió a sus apóstoles a predicar el adve
nimiento de ese mismo reino, ¿son éstos fieles al Maestro y a la
historia predicando a Cristo e identificando de alguna manera el reino
de Dios con la persona del Salvador?
Es evidente que aquí está también implícito el problema de 1a.
interpretación de la vida y muerte de Jesús. Los apóstoles las inter
pretan como redentoras, y en particular la muerte, como el acto final
de toda una vida «para salvación eterna de los hombres». Conse
cuentemente predican también a Jesucristo como «el fin de los tiem
pos», el acto definitivo de Dios en la historia. La afirmación su
prema de los apóstoles, como se ha indicado antes, sería el título
dei «Señor»: «Que Jesús es el Señor»; «¡hemos visto al Señor!»108.
La continuidad entre la predicación de Jesús y de los apóstoles
exigiría, en sentido estricto, la conciencia mesiánica de Jesús, y aun
de su divinidad, manifestada por El mismo; en un sentido más lato,
bastaría para esa continuidad el cumplimiento real de la salvación
mesiánica en la vida y muerte de Jesús y la manifestación personal
de Dios en su persona.
Sin duda que la mayoría de los padres conciliares suponía en
Jesucristo la conciencia mesiánica y de su personalidad divina, co
mo un hecho aceptado por la fe y recognoscible además por el tes
timonio histórico de los Evangelios. Pero la comprobación científica
de este hecho exige el estudio de los títulos que la predicación
apostólica atribuye a Jesús: el Cristo (Mesías), Hijo del hombre,
Siervo de Yahvé, Hijo de Dios... ¿Qué certeza tenemos de que Jesús
se los aplicó o apropió? ¿Pronunció por lo menos esas otras frases
equivalentes, p. ej., sobre las relaciones íntimas con su Padre, según
aparecen en el Evangelio de San Juan? Aunque el problema no sea
insoluble, su complejidad aparece con sólo asomarnos a la inmensa
literatura que acompaña a cada uno de estos títulos en los estudios
modernos.
Lo mismo tendríamos que decir de todo lo relacionado con el
pensamiento escatológico de Jesucristo. ¿Tenía conciencia de que su
venida suponía el fin de los tiempos? Y, si consideraba que no pa
saría aquella generación sin que este fin se cumpliese (Mt 16,28;
24,34), ¿cómo se confiesa también ignorante del día final? (Mt 24,
36). Y una proximidad tan grande de la parusía, ¿no plantea todo el
problema de la historicidad de la fundación de la Iglesia (M t 16,16;
28,16), máxime admitida la misión de Jesús sólo para la casa de
Israel? (M t 15,24). Bastan estas preguntas, a las que no podemos
dar solución ahora, para comprender el camino que supone recorrido
108 Cf. T. W, MANSON, The Teaching of Jesús. Studies of its Form and
Contení, 2.a ed. (Cambridge U. P,, Cambridge 1963); N. PERRIN, o.c.
542
la constitución, y en el que quizá no sea necesario seguir todos un
mismo sendero.
En sentido lato, la continuidad entre las dos predicaciones se
salvaría si la vida y muerte de Jesucristo hubiera sido en realidad
la salvación mesiánica de Dios por un Verbo, aun cuando Jesús no
lo hubiera expresada así explícitamente o no hubiera tenido clara
conciencia de ello. No habría quizá identidad material de predica
ción, pero sí real. Jesucristo y los apóstoles predicarían el mismo
suceso. El primero quizá en abstracto, como algo esperado o pró
ximo; los discípulos, como algo concretado en la persona del Maes
tro, presente y vivo. Pero esta identificación real es necesaria. Por
que el paso de la predicación de Jesús, anunciador del reino, a este
Jesús predicado como el Cristo, Mesías, Hijo de Dios, podría ser
también perfectamente explicc<ble como fruto de la fe apostólica en
la resurrección. La c re e n c ia en un hecho tan extraordinario como la
resurrección de Jesucristo, directamente por la mano de Dios, po
dría haber llevado a los apóstoles a la afirmación de su mesianidad,
y aun quizá de su divinidad, aunque nada de esto estuviera clara
mente expresado en el Antiguo Testamento como exigencia o pre
rrogativa del Mesías. Pero si esta fe de los apóstoles hubiera sido
puramente subjetiva, como afirma Bultmann, sin realización objetiva
en la persona de Jesús, la predicación apostólica quedaría en el
aire. Lo mismo sucedería para el caso anterior de la continuidad
estricta. Que la conciencia mesiánica o divina de Jesús no fue la
de un anormal o un engreído necesita una justificación. En caso con
trario, la continuidad histórica de las dos predicaciones se desvane
cería en las fantasías y pretensiones de un soñador. Si se prueba,
por el contrario, que a la fe de los apóstoles y a la conciencia de
Jesucristo sobre su persona responde su resurrección, la continui
dad que buscamos queda garantizada razonablemente como histórica,
en el sentido de una correspondencia con la realidad.
Por otro lado, desembocamos también ahora en el hecho de la
resurrección. Pero no en sí misma, sino en cuanto conocida o en la
conciencia de los apóstoles. Si Jesucristo resucitó, como dicen los
Evangelios, su resurrección pudo ser conocida, a la manera expuesta
ai hablar de los hechos extraordinarios de Jesucristo. Pero ¿qué ga
rantía tenemos de que a la fe de los apóstoles en ella responde
una resurrección objetiva? Porque sólo sabemos de esta resurrección
por el testimonio de fe de los mismos apóstoles. ¿No han podido
éstos c re á rs e la , y después, con la mejor voluntad del mundo, c re é r
s e la ? Aquí también toda investigación tiene que partir de las hue
llas que hecho tan sobrenatural ha podido dejar en la historia. Se
impone, por lo tanto, la exclusión razonable de la teoría de las alu
cinaciones. ¿Es humanamente explicable una transformación tan total
de los apóstoles, tan distintos entre sí, y psicológicamente — a pesar
de la preparación referida anteriormente y exigida por las fuentes—
543
tan poco dispuestos a admitir la resurrección, sin una experiencia
personal religiosa provocada por una misma realidad, externa a los
mismos apóstoles? Sin duda, sería una realidad sobrenatural en sí
misma, como las mismas apariciones de una persona en estado glo
rioso y, por lo tanto, sólo perceptible en su totalidad por la fe pre
parada por medio de una serie de sucesos. Pero, a la vez, la única
realidad que da satisfacción a todos aquellos sucesos de la vida
terrestre de Jesucristo y los que se narran de después de su muerte.
545
35
conservan referidos en el mismo orden, en contextos evangélicos
distintos entre sí (cf., p. ej., M t 8,23-34; 9,15-25 y par.; y Me 4,35,
en que se narran ¡cuatro milagros realizados en el atardecer de un
mismo día;). Esto mismo sucedería con los dichos del Señor; el
sermón del monte ofrece un conjunto de sentencias y resúmenes
agrupados a veces por la materia, a veces por palabras corchetes.
Materias homogéneas en el fondo y en la forma parecen haber con
tribuido a la formación del Me 8,34-9,1. La disputa inicial de Jesús
con los judíos, que según Me 2,1-3,6, llega al clímax, históricamente
más propio del fin de su vida, es probablemente una prueba de esta
reunión de materiales dispersos en una sola disputa, poco verosímil,
en su forma actual, desde el principio, pero resumen fidedigno de
una actitud real.
El lugar en que las tradiciones se han desarrollado y fijado ha
sido sin duda vario. No parece aventurado atribuir en este aspecto
un gran papel al culto, como ambiente vital de muchas tradiciones
sobre Jesús. En particular, la eucaristía, con el recuerdo necesario
de la pasión del Señor116. No es extraño que muchos de los re
cuerdos de la vida del Señor se conservaran como catequesis pre
via a la eucaristía o himnos cristianos de aquella forma primitiva
del culto (cf. Jn 1,1-18).
En todo este proceso de desarrollo, es casi necesario que las
tradiciones y recuerdos pierdan circunstancias de lugar, de tiempo,
detalles, etc. ónteresaba, sobre todo, lo que Jesús había dicho y
hecho; no tanto, en ocasiones al menos, dónde y cuándo. Y esta
pérdida será ya irremediable para un interés estrictamente biográ
fico. Incluso las distintas formas de culto pueden afectar a las mis
mas palabras del Señor en la celebración eucarística, lo que basta
ría para explicar las diferencias que nos han conservado sobre ellas
las distintas tradiciones de Mc-Mt y Pablo-Lc.
546
gelistas cambiar el orden de los hechos y dichos, de modo que los
puedan presentar en distintos contextos. No afecta a la verdad de
la narración ei que se la coloque aquí o allí; ni que no se refieran
a la letra las palabras del Señor, con tal que se mantenga su sen
tido. Como las anteriores, estas palabras de la instrucción están con
firmadas por el análisis de los críticos.
Se habla claramente de un fin particular de cada uno de los
evangelios, acomodado sin duda a los lectores previstos por los
evangelistas. Toda la obra literaria del evangelista estará en cierto
modo en función de este fin. La constitución lo había insinuado ya
en el número anterior al hablar del «Evangelio cuadriforme según
Mateo...». A primera vista, esta observación sobre el objetivo de
cada evangelio puede parecer una limitación u obstáculo serio a la
historicidad. En realidad es la limitación intrínseca a la naturaleza
humana, y, por lo tanto, a toda obra histórica, aun la más exigente.
Se trata de la capacidad limitada de observación y sensibilidad de
todos los que han contribuido a la formación de los Evangelios,
desde los mismos testigos oculares a los últimos autores o redac
tores. Los observadores más perspicaces no llegan a captar más que
un 30 por ciento de la realidad sensible. Naturalmente, no todos
somos sensibles de la misma manera y a los mismos detalles o
matices. Todavía más, es también natural la inclinación a destacar
precisamente aquellos aspectos de la realidad captada más de acuer
do con las tendencias, gustos o convicciones del observador. No
exponer toda la realidad histórica de un suceso o una vida y orien
tar lo expuesto a un fin determinado, no es, de por sí negación o
menoscabo de la historicidad. Al referirnos al fin particular de un
evangelista, no tenemos que pensar necesariamente en un fin teo
lógico (o apologético), como contradistinto de lo histórico. Basta
— para no hablar de lo utópico de una historia completamente obje
tiva— que dicho fin caiga dentro del contenido real del suceso que
se narra y que no fuerce los datos contra su sentido original. En
ese caso, en manera alguna el fin particular estaría en pugna con
Ja historicidad de la narración.
Supuesto el fin propio del evangelista, la selección del material
es obvia y necesaria. Para un evangelista que se propusiera, por
ejemplo, presentar a Jesucristo como «legado divino», podría ser
indiferente qué hizo Jesús durante la vida oculta, en que no se ma
nifestó como legado, o cuánto tiempo estuvo en Jerusalén, o qué
le sucedió durante su infancia. Que esta selección se dio está ates
tiguada expresamente por Jn 20,25. Pero no haría falta este testi
monio; el análisis detenido de los Evangelios lo descubre, cualquiera
que sea la solución de la cuestión sinóptica y juanea. Por ejemplo,
parece imposible que Jn desconozca totalmente las parábolas del
Señor. El análisis descubre señales de que no es a s í117, sino que,
por una razón o por otra, las ha omitido. Otra muestra de esta se
547
lección la daría el problema sinóptico, aunque en realidad este ejer
cicio de selección sea previo a dicho problema. Si se da la priori
dad al Mt griego sobre Me y Le, estos dos habrían seleccionado su
material del primero; si se concede la prioridad a Me, mientras Mt
lo hubiera asimilado casi completamente, Le habría dejado de lado
casi la mitad.
Sobre el trabajo de síntesis baste repetir la opinión hoy gene
ral, y desde el punto de vista literario indiscutible, sobre el sermón
del monte en Mt, como síntesis de discursos predicados en diver
sos tiempos y lugares1 718, y reunidos en la unidad literaria de la
1
presentación inaugural del reino. Lo mismo habría que decir de la
unidad cronológica de las parábolas en Mt 13 119 y de Me 8,34-9,10.
Las sentencias de este pasaje, resúmenes o conclusiones de expli
caciones más amplias, aparecen en otros contextos en los demás
evangelistas 120.
A la selección y síntesis hay que añadir la adaptación de las
tradiciones a circunstancias nuevas, distintas de las originales. Este
triple trabajo de redacción se completa y se hace más inteligible
en función del fin particular de cada evangelista. Aunque no se
acepten como esenciales las estructuras literarias, más o menos
ingeniosamente descubiertas por los autores en cada evangelio, es
clara, por ejemplo, la tendencia de Le a poner de relieve la ciudad
de Jerusalén, la tendencia al universalismo de su Evangelio, su es
píritu misericordioso y radicalismo respecto a la pobreza. Con estas
particularidades a la vista, se comprende el orden de las tentaciones
en el tercer evangelio (la del pináculo del templo en último lugar),
la misteriosa subida de Jesús a Jerusalén 121, sus imprecaciones con
tra los ricos 1221
3 y sus palabras en la cru z m . Todos son rasgos pro
2
pios de Le, más o menos opuestos a los datos de otros evange
listas. ¿No tendrá que ver con la distinta concepción de los evan
548
gelistas que, para Mt, el evangelista de la Iglesia-lsrael, la entrada
oficial de Jesús sea el sermón de la montaña, y, para Le, la esce
na de la sinagoga de Nazareth? Y ¿supuesto el distinto destino de
los Evangelios (Mt para los judíos, Le para los gentiles), no se
comprende las distintas referencias de las palabras del Señor: «no
hacen esto también (los p a g a n o s )» (M t 5,47), «(los p e c a d o re s )?»
(Le 6,33); «seréis odiados de (to d o s lo s g e n tile s )» (M t 24,9) (de
to d o s }» (Le 21,17). Probablemente responderán a dos situaciones di
versas de la predicación y de la tradición las dos moralejas de la
parábola de la oveja perdida: «Así no es la voluntad de mi Padre
que perezca ni uno de esos pequeñuelos» (M t 18,14) y «Yo os digo
que habrá más alegría en el cielo por un pecador que haga peni
tencia que por noventa y nueve que no necesitan de ella» (Le 15,
16) m . Pero hay que decir que, si esta conclusión estaba ya en
la fuente que tenía Le, era la que mejor encajaba en su tendencia
misericordiosa, y por eso la conservó.
Es evidente que muchos de estos cambios suponen la prehistoria
de la etapa anterior, y aun la precedente, en la que muchos de estos
episodios circularon sueltos, desligados de todo contexto geográfico
y cronológico. Se comprenderá por todo lo dicho que pueden dejar
de tener sentido una serie de interrogaciones disyuntivas que han
preocupado a exégetas y fieles de otros tiempos: ¿Dónde o cuándo
tuvo lugar el sermón del monte, el P a te r n o s te r, la escena de la si
nagoga de Nazaret?; ¿de acuerdo con las indicaciones de Mateo o
de Lucas? Y ¿no resultan superlluas quizá muchas de las antiguas
cuestiones sobre la duplicidad de determinadas escenas (purifica
ción del templo, multiplicación de los panes, apariciones a las mu
jeres, etc.)?1 125. ¿No habrá que decir lo mismo sobre las palabras deí
4
2
Señor? ¡Si ni siquiera de las palabras de Jesús sobre el vino en
la última cena tenemos absoluta certeza histórica! 126. ¿Qué «Padre
nuestro» enseñó Jesús, el de Mateo o el de Lucas? Admitido nece
sariamente el hecho de la diversidad de las redacciones y el prin
cipio reducido por la Pontificia Comisión Bíblica sobre la conserva
ción del sentido, ¿no nos podemos preguntar dónde están los lími
tes de estos cambios? ¿Dónde nos debemos detener en la admisión
de cambios posibles en los episodios de los que no conservamos
más que un testimonio? Aunque muchas de estas preguntas quedan
más bien para los «problemas pendientes», abiertos por el concilio,
una cosa parece clara: aunque el concordismo, en el que tanto in
549
genio se derrochó en años pasados, continúe siendo, dentro de ia
doctrina de ia Iglesia, una solución posible a algunos de estos
casos, en la práctica queda ahora relegado y desautorizado, como
literariamente estaba ya desacreditado.
A pesar de este trabajo redaccional de los evangelistas, han
conservado éstos la primitiva forma de proclamación del Evangelio,
es decir, de anuncio de la Buena Nueva de la primitiva predicación
apostólica. Esta es otra de las características literarias dei género
evangélico. Tampoco por este motivo se podrá considerar éste como
estrictamente histórico al gusto moderno. Sin embargo, el resultado
definitivo de toda esta elaboración es comunicarnos «siempre cosas
verdaderas y sinceras acerca de Jesús», es decir, de acuerdo con
los hechos objetivos y certeza subjetiva de los autores.
En un inciso del último párrafo del n. 19 se vuelve al tema de
las fuentes del material evangélico. El inciso es una acomodación
y arreglo de un texto no excesivamente claro desde el esquema pri
mero. El texto actual señala una doble fuente; la propia experiencia
del autor y la tradición, oral o escrita. La experiencia personal su
pone al autor testigo ocular de la vida de Jesús, aunque probable
mente también se puede considerar como tal el contacto directo con
los testigos oculares. Por fin, el concilio aplica a los cuatro evan
gelistas lo que Le dice de sí mismo, y a nosotros, lectores de este
hoy de la Iglesia, lo que directamente dirigía el tercer evangelista
a Teófilo: «para que conozcamos la firmeza de la verdad en que
hemos sido enseñados». Para Teófilo, esta verdad es, sin duda, la
del Evangelio predicado; para nosotros es el contenido de los Evan
gelios mismos. La aplicación conciliar es legítima supuesta la iden
tidad sustancial entre el Evangelio predicado y su redacción escrita
a través de todas las etapas anteriores.
Así, en este número 19, el concilio ratifica lo que es quizá lo
más notable de toda la instrucción de la Pontificia Comisión Bíblica:
que los Evangelios, tal como los poseemos, no nos refieren los he
chos y dichos del Señor con la objetividad de la misma realidad o
copia exacta de ella, ni la de la primera predicación apostólica, sino
en la forma en que los evangelistas los han compuesto y editado.
Esta forma refleja, sin embargo, las fases anteriores, y más ia se
gunda que la primera 127.
550
(cf. «Contexto histórico»). Muchas de las cosas afirmadas son con
clusiones logradas de la aplicación de dichos métodos. Esta alusión
implícita a la H is to r ia d e la s fo rm a s resulta todavía más clara te
niendo presente la cita que la constitución hace de la instrucción
tantas veces aludida (AAS 56 [1965] 715). Tanto en el contexto his
tórico como en la instrucción, el método de la H is to r ia de la s fo rm a s
juega un papel importante. E l m o n itu m del Santo Oficio se quiso
considerar como una condenación del m étodo129. La instrucción es
el primer documento del magisterio que cita expresamente dicho
método. El juicio que de él emite es, en conjunto, positivo. La apro
bación de su uso, en las circunstancias históricas del concilio, es
significativa. Naturalmente, la instrucción no puede menos de conde
nar los abusos del método y los falsos principios filosóficos y teo
lógicos, con que a veces se ha aplicado. Estos fueron expuestos más
arriba: negación del orden sobrenatural o intervención de Dios en el
mundo y en la historia humana; posibilidad y existencia de las pro
fecías; escepticismo radical cuanto a la historia, y concepción de una
comunidad anorgànica con un poder creador desmedido. Con esto,
la hermenéutica católica, confirmada en la misma línea de las orien
taciones de la D iv in o a ffla n te S p ir itu , tiene las normas que le ase
guran su necesaria libertad y su serena y tradicional seguridad.
Conclusiones
551
ría limitaciones de la historicidad evangélica. Ausencia casi completa
de personajes identificables históricamente; carencia de nombres geo
gráficos (es común: «en una casa», «en la montaña», «a orillas del
lago», «en el desierto») y datos cronológicos concretos (frases más
ordinarias: «en aquel tiempo», inmediatamente después», «entonces»,
«por aquellos días», «después de estas cosas»...); falta la continui
dad de descripción, con grandes lagunas sensibles a simple vista
aun en la vida pública (según los sinópticos, habría podido durar
poco más del año y aun no llegar a él); no existe cronología fija
ni para hechos tan importantes como la muerte del Señor, próxima
a la Pascua; ni tampoco un proceso psicológico (fuera del dramá
tico, pero sencillo: aceptación inicial, conflicto y desenlace), y mu
cho menos un estudio de la personalidad humana de Jesús. Limita
ciones semejantes existen cuanto a las paalbras del Señor, lugar,
fecha, tenor exacto...
Por otra parte, los Evangelios superan los límites de este his-
toricismo. Nos dan la interpretación, significado y consecuencias de
una vida, muerte y resurrección, concepciones y realidades de un
orden superior inasequible al dato histórico. Los Evangelios son la
historia de Jesucristo visto con los ojos de aquéllos que, testigos y
discípulos de Jesús de Nazaret, creen en El. Sólo en la fe y en la
vida de la Iglesia revelan todo su valor eterno, porque han nacido
en la Iglesia, de la Iglesia y para la Iglesia.
552
En primer lugar, queda a este trabajo de los investigadores una
profundizaron cada vez mayor, y una prueba más y más firme y
convincente, de las afirmaciones de la constitución. Estas, y en su
tanto también las de la instrucción, supuesto el trabajo de la exé-
gesis católica, no han podido pasar de simples consignaciones de lo
que actualmente se considera científicamente logrado en este campo
de la formación e historicidad de los Evangelios. Es lo que ha pre
tendido insinuar este comentario, también de una manera sintética
y general. Restan todavía muchas cosas por precisar, que pretene-
cen más bien al análisis científico de esta materia.
Historia y fe
553:
tantas veces, el acto único del creyente. ¿Qué prueba histórica tu
vieron los apóstoles en la resurrección, y cómo creyeron en ésta
de modo sobrenatural y religioso? Si la historia, como ciencia hu
mana, no me da más que una c e rte z a h is tó ric a (es decir, con los
datos a mi disposición ahora; quizá ni siquiera absolutos frente a
datos en contra de un mañana) sobre la existencia de la revelación,
y sobre ella elevo mi acto de fe por el que c re o a b s o lu ta m e n te en
esa palabra de Dios, o en su contenido, ¿no trato en realidad de
sustituir un grado de certeza por otra heterogénea? Esto no sería
razonable, ni tampoco un obsequio a Dios. Y, sin embargo, es de
temer no sea la actitud, más o menos clara, de muchos, atacada
con razón por los adversarios, y no aclarada suficientemente por los
autores católicos. Estos, por suponerla tratada en otros lugares teo
lógicos o apologéticos, no la exponen nunca con la suficiente am
plitud y precisión. Entre los dos extremos: un misticismo que no
quiere más prueba de la revelación que ella misma, sentida y vivida
como «palabra de Dios», y un historicismo, que muy a menudo con
funde la fe cristiana con la prueba científica pretendida de la histo
ricidad evangélica, está la posición auténticamente católica. Pero tal
precisión, ¿no está ya condicionada por sí misma a la certeza de!
hecho s o b re n a tu ra l (revelación de Dios), de cuyas huellas sensibles,
a lo más, podríamos tener conocimiento histórico? Y ¿no quedaría
entonces el elemento sobrenatural sólo como una de las posibles
explicaciones a aquellas huellas terrenas? Con esto nos encontra
mos más o menos en el segundo de los puntos anunciados.
La constitución habla de la verdad histórica de los Evangelios;
es cierto, sin embargo, que muchas veces se refiere a un te s tim o
n io d e fe dado por los Evangelios. La fusión o cruzamiento de los
dos elementos es tan corriente, que hace no caigamos en la cuenta
de ello. Se habla de «las cosas que hizo y dijo Jesús, el H ijo de
D io s » , «para la s a lv a c ió n e te rn a de los hombres»; de la «ascensión
del S e ñ o r» , de «los acontecimientos gloriosos de C ris to » , de la nue
va inteligencia que los apóstoles recibieron del E s p íritu S a n to ; se
habla de una verdad de las palabras evangélicas en las que se hace
intervenir a Dios como persona real actuando entre los hombres.
En todo esto hay mucho que sobrepasa los datos y conclusiones
históricas, o que sólo es apreciable por la fe. «Siempre que nos em
peñamos en la investigación histórica, tropezamos con la fe de la
Iglesia primitiva» 130. Los evangelistas, es cierto, y la primera comu
nidad, lo mismo que los padres conciliares, hoy no separan la fe
y la historia en su testimonio. Pero científicamente hay que anali
zarlo y distinguir sus aspectos. El problema se puede plantear así:
cuando los Evangelios nos dan un testimonio que, en último término,
sólo es aprehensible por la fe, ¿hasta dónde llega el testimonio
histórico? Por ejemplo, en la muerte del Señor como salvífica y
554
redentora, ¿me puede la historia dar algo más que el testimonio
de una muerte como la de todo hombre, aunque serena y heroica?;
¿qué valor puede tener el testimonio histórico de la expresión del
centurión, aun cuando pensara en la filiación divina auténtica, más
que el de su creencia personal? Y, si la prueba del significado re
dentor de la muerte es la resurrección, aun prescindiendo de la
prueba histórica de ésta, ¿qué valor histórico puedo atribuir a esta
relación, aun concedida su existencia en la mente del mismo Jesús?
Lo mismo se puede decir de los milagros de Jesús como obra d e la
m a n o s de D io s . Y, en particular, de la encarnación y del milagro má
ximo, la resurrección. ¿Dónde acaba lo que puede haber de histo
ricidad en los fenómenos a consecuencia de la resurrección (sepul
cro vacío, apariciones) y dónde comienza el testimonio sobre su mis
terio? ¿Es la resurrección, acaecida significativamente sin testigos,
y de un género distinto de las otras resurrecciones transmitidas
lo mismo por el Antiguo que por el Nuevo Testamento, un hecho
históricamente comprobable en sí mismo? ¿Son las apariciones un
fenómeno comprobable históricamente y garantía histórica de la re
surrección? No se puede dudar del testimonio histórico sobre la per
suasión de ¡os apóstoles de que Cristo había resucitado; se puede
no dudar de que esta persuasión era objetiva, es decir, respondía
a un encuentro real con la misma persona de Jesús, cuya muerte
había quedado históricamente comprobada por Pilatos, pero ¿pode
mos tener prueba histórica de tal persuasión objetiva?; mas ¿podían
tenerla los mismos apóstoles, aquellos testigos preparados de ante
mano (Hch 10,41), si aquella preparación suponía una serie de ele
mentos sobrenaturales? ¿Qué era en realidad lo que vieron los após
toles, cuando dijeron: «Hemos visto a l S e ñ o r» ? El Nuevo Testamento
da ciertamente la impresión de insistir de la misma manera en la
muerte y sepultura de Jesús que en su resurrección (cf. 1 Cor 15,3-4;
Rom 6,4; Hch 2,25-32). Y ¿no pretenden los apóstoles dar un testi
monio histórico de la resurrección y apariciones de Jesús, como
de la muerte el centurión ante Pilatos? Si no precisamos bien los
términos y el alcance de nuestras afirmaciones, ¿no corremos el pe
ligro de convertir el kerygma evangélico en simple historia de la an
tigüedad?; ¿no sería esto volver a un neoliberalismo que haría el
kerygma igualmente innecesario?
555
parece se podría usar como hipótesis o conclusión de trabajo que
la transfiguración y la confesión de Pedro hubieran tenido lugar des
pués de la resurrección. Cuanto a las palabras de Jesús, dado el
proceso evangélico, parece más razonable dudar a p r io r i de la exac
titud de todas ellas. ¿Qué criterios y métodos poseemos para lo
grar una garantía histórica de las mismas, sobre todo cuando se nos
transmiten por un único testimonio? 131. Y si es conclusión científica
que tenemos que conservar como histórico por lo menos el sentido
de las transmitidas en los Evangelios, ¿hasta dónde se puede alar
gar o estrechar este sentido?; ¿no es algo esencialmente elástico
y dependiente precisamente de las palabras usadas? ¿Sería ir contra
la afirmación conciliar poner en boca de Jesús palabras que jamás
hubiera pronunciado, pero de acuerdo con su d o c trin a , es decir, con
otras palabras suyas que, en cuanto al sentido al menos, sean his
tóricamente ciertas? Por ejemplo, la interpretación de la muerte de
Jesús puesta en su boca como la del Siervo de Yahvé, ¿puede ser
una interpretación postpascual de los apóstoles después de conoci
do por la resurrección el valor redentor de la muerte? ¿Bastaría que
Jesús hubiera tenido conocimiento, antes o después de la resurrec
ción, del valor redentor de su muerte, para que tal interpretación de
los apóstoles se considere conforme al « s e n tid o » de las palabras
del Señor? No se puede olvidar el elemento apologético y teológico
que sin duda tuvo parte en la transmisión de estas tradiciones. El
anuncio de la cruz resultaba un escándalo para todos; la manera
más obvia religiosamente de deshacerlo era poner a Dios queriéndola,
y al mismo Jesús previéndola y aceptándola por conformidad con la
voluntad de su Padre. Si es esto último lo que se me quiere decir,
en la manera evangélica de expresarse, con las predicciones de la
pasión puestas en boca de Jesús, aunque no las hubiese pronuncia
do, ¿estarían las predicciones inventadas dentro de ese s e n tid o ? ¿Ha
brían traspasado los límites que la constitución da a la palabra
«verdad», en el sentido lógico de adecuación de la expresión con
la realidad? Y, en último término, ¿cuáles son los criterios autén
ticos para discernir la historicidad de las palabras del Señor?
El problema puede resultar todavía más delicado y complejo a
la vez. En el n. 12 de la constitución se habla de «textos de diversa
manera históricos» y de la necesidad de interpretarlos a la luz de
556
los géneros literarios, etc. Por otra parte, el n. 19 no afirma más
que la historicidad limitada de los Evangelios en general, sin des
cender, como dijimos en las conclusiones, a ningún pasaje en con
creto. La instrucción de la Pontificia Comisión Bíblica, en el mismo
contexto de la constitución, habla de diversos géneros literarios en
la misma predicación apostólica: catequesis, testimonios, himnos,
etc. Supuesto todo esto, ¿qué clase de historicidad puede ser la de
la narración de las tentaciones de Jesús? Escena sin testigos, llena
de referencias al Antiguo Testamento, de simbolismos y cosas en
sí mismas poco verosímiles y aun sobrenaturales. ¿En qué clase de
historicidad catalogar los episodios de la infancia? Si en éstos se
llegara a la conclusión de que los sueños de José en M t y las apa
riciones de ángeles en Le son representaciones literarias de auténti
cas revelaciones, pero in te rn a s , a los interesados, ¿sería muy dis
tinto el caso de las apariciones de Jesús resucitado?
He aquí un amplísimo campo en el que el exegeta e investigador
queda mucho por trabajar y por decir, pero hacia el que la consti
tución ha abierto una puerta segura.
557
LOS ESCRITOS APOSTOLICOS DEL NUEVO
TESTAMENTO
(DV. 20)
5 59
Desde su preparación, el concilio había centrado su atención en
los Evangelios, porque su interpretación ofrecía delicados problemas.
Pero la referencia explícita a los e s c rito s a p o s tó lic o s en párrafo
aparte era exigida ya desde el esquema primitivo por fidelidad al
título que siempre encabezó el capítulo: «Nuevo Testamento»3.
No era solamente cuestión de compromiso con el título; los es
c r ito s a p o s tó lic o s son también te s tim o n io p e re n n e y d iv in o del m is
te r io d e C ris to (n. 17). Esta es la razón fundamental de que el docu
mento conciliar tratara de los e s c rito s a p o s tó lic o s . En el comenta
rio no podremos perder de vista esta perspectiva, pues sólo ella
nos precisará el sentido de las frases y explicará la selección de
los temas tratados.
560
En e l o rd e n lit e r a r io :
561
36
te re s a rá ta m b ié n p o r d e c la ra r la c o n tin u id a d d e la e n se ñ a n za a p o s
tó lic a c o n la d o c trin a d e Je sú s. Este tema inicia! será siempre el nú
cleo fundamenta! de !os sucesivos esquemas elaborados por el con
cilio. Y, sin embargo, variará notablemente el enfoque y también el
contenido desde el primer proyecto hasta la definitiva doctrina con
ciliar.
Esquema i
562
No se condenaba la evolución doctrinal durante el período apos
tólico; sí, en cambio, un proceso puramente humano que rompiera
con la enseñanza y la voluntad del mismo Cristo.
El esquema exponía a continuación la ra zó n te o ló g ic a de la con
denación. Esta razón no cambiaría fundamentalmente en las sucesi
vas redacciones, aunque recibiera sensibles retoques hasta el final
del concilio: la garantía de la continuidad se encuentra en la asis
tencia de Cristo a sus apóstoles y el envío del Espíritu Paráclito
que les había prom etido6.
El texto hace resaltar excesivamente el contraste entre la acción
sobrenatural de Cristo y del Espíritu, y el proceso humano elabora-
dor de los e s c rito s a p o s tó lic o s . No hay una plena aceptación de todo
el esfuerzo humano, con todos los posibles influjos externos, en
el concepto integral de inspiración. Es un caso concreto, aplicado a
los e s c rito s a p o s tó lic o s , de las reticencias en el concepto de inspi
ración propuesto en este mismo esquema preconciliar (c. 2, n. 8) que
presentaba la obra de los autores humanos con más rigidez que la
doctrina conciliar definitiva (const. D e i V e rb u m c. 3, n. 11-12). Si en
tráramos en los más íntimo de la conciencia conciliar, podríamos
decir que está todavía por darse el voto de confianza al hombre,
tal como es históricamente, como maravillosa obra de Dios en activo.
Las críticas y correcciones de la asamblea conciliar, en su pri
mera sesión (1962), no se fijaron en este número7. Hecho nada
extraño, dado el interés capital del tema central, el carácter histó
rico de los Evangelios.
No había dificultad en aceptar, en principio, la penetración apos
tólica en la doctrina de Cristo, con la asistencia del Espíritu Santo,
y su contribución así al perfeccionamiento de la revelación. Para
muchos, y también para la Comisión preconciliar que elaboró el pri
mer esquema, la dificultad se hallaba en admitir el influjo de esta
progresiva penetración apostólica en la formación de los Evangelios,
debido al «concepto excesivamente rígido del género histórico» que
se tenía de los Evangelios, como decían las indicaciones ofrecidas a
los padres conciliares por los profesores del Pontificio Instituto Bí
blico 8.
tra ea quae Christus ipse et docuit et voluit, temporis decursu esse con-
cinnatam».
6 «Apostolis enim suis, quos ipse docere omnes gentes in mundum
universum miserai, Christus adstitit (cf. M t 28,20), iis tandem Paraclitum
Spiritum a Patre promissum misit, ut omnia eos doceret et omnia ipsis sug-
gereret (cf. lo 14,26) quae Christi erant (cf. lo 16,14), ad aeternam humani
generis salutem in aevum servandam».
7 Así, por ejemplo, las anotaciones de los consultores de los episco
pados español, italiano y alemán, así como el juicio de los obispos de
indonesia, no aluden a este tema.
8 Vota Pontifica Instituti Biblici ad parandum Cone. Oecumenicum Va-
ticanum II (multicop.) p. 11.
563
Esquema II
564
«Apostolis enim suis Dominus lesus, sicut promiserat, affuit
(cf. M t 28,20), et iis Paraclitum suum misit, ut omnia eos doceret
et iis suggereret quaecumque iis Christus dixerat (cf. lo 14,26),
ad aeternam humani generis saiutem in aevum servanda»101 .
Esquema III
565
Los cambios ya realizados pueden dividirse en dos grupos: los
primeros, y precisamente en las primeras líneas, son modificaciones
de forma, precisiones o mejoras literarias; los últimos, en la se
gunda parte del texto, afectan al fondo del tema.
— «Novi vero Testamenti ca n o n p ra e te r q u a ttu o r E v a n g e lia ...»:
en lugar de «volumen», aparece el término técnico ca n o n , que no
era mencionado anteriormente en todo este capítulo.
— S c rip ta a p o s tó lic a ...: que sustituye con mayor exactitud a la
expresión anterior de «libros de ios apóstoles», puesto que no todos
los escritos fueron elaborados por los mismos apóstoles.
— «£a qua e s u n t d e C h ris to D o m in o confirmantur...»: en lugar
de «veritas vitae Christi». La nueva fórmula es más acertada, por
que se sale de un planteamiento biográfico a otro nuevo, más amplio
y completo, alejándose del enfoque inicial del Esq. I 12.
Las dos modificaciones de la segunda parte son, como decíamos,
más importantes y contribuyen notablemente a una mejor compren
sión de la mentalidad conciliar.
a ) El Concilio había centrado su atención en el misterio de la
Iglesia. Por este tiempo se trabajaba intensamente en la preparación
de la const. L u m e n g e n tiu m , que acabaría siendo promulgada en
esta misma sesión tercera el 21 de noviembre, y que, por consciente
decisión de toda la asamblea conciliar, representada en ambos casos
por la misma Comisión teológica, hacía acto de presencia en todos
ios documentos conciliares en preparación.
Ya en nuestro mismo esquema D e d iv in a re v e la tio n e se había in
cluido un nuevo capítulo, el segundo, sobre la transmisión de la
revelación divina, con toda una nueva formulación de doctrina sobre
las relaciones de Escritura y Tradición con la vida y el magisterio
de la Iglesia. Además, el último capítulo, sobre la Escritura en la
vida de la Iglesia, quedaba también notablemente ampliado.
También nuestro texto, dentro de su modestia, corresponderá al
mismo espíritu, el 17, introductorio a todo el capítulo quinto, en
frase que permanecerá en la constitución definitiva casi con las
mismas palabras. Dice así el final de la introducción (E sq u e m a III
n. 17):
567
Jn 16,13: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará
(gr. οδηγήσει; Vulgata, docebit) hasta la verdad com pleta1S1; pues
6
no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga y os anun
ciará lo que ha de venir».
Esquema IV
15 Suele ser ésta la lectura preferida entre las variantes del texto griego.
16 Cf. M. ZERWICK, De S. Scriptura in Constitutione dogmática «Dei
Verbum»: VD 44 (1966) 40-41.
17 Las razones que se citan son las dadas por la Comisión correspon
diente (Esquema IV, p. 36).
— Se mencionan expresamente las cartas de San Pablo entre los
e s c rito sa p o s tó lic o s , ya que ocupan un puesto privilegiado por su
número, amplitud y testimonio del misterio de Cristo.
— AI referirse al contenido de los Hechos de los Apóstoles se
prefiere in it ia a in s titu tio , «porque la institución de la Iglesia no sólo
se narra en los escritos apostólicos, sino ya en los Evangelios».
— Y, finalmente, el párrafo termina con mayor concisión «por
la dificultad del texto de Jn 16,13, y en razón de una mayor sencillez
y solemnidad de la frase». Termina así: «...et iis Paraclitum Spiritum
misit, qui eos in plenitudinem veritatis induceret (cf. lo 16,13}».
Se han suprimido del texto conciliar los incisos in a e v u m s e r -
va n d a m y a d a e te rn a m h u m a n i g e n e ris s a lu te m , y se ha preferido la
formulación definitiva in p le n itu d in e m v e rita tis , más fiel al sentido
del texto griego que la anterior in « o m n e m v e rita te m » , literalmente
de la Vulgata.
No es ésta la única dificultad del texto de Jn 16,1318. Sin em
bargo, lo único que se pretende con su referencia es poner de re
lieve la calidad testimonial de la generación apostólica, y para esto
ciertamente se basta. Toda añadidura del texto conciliar que haga
relación a la permanencia del anuncio apostólico encontraría su lu
gar propio en el n. 8 de la constitución, sobre la Sagrada Tradición.
En la sesión cuarta, la última, durante el mes de septiembre de
1965, todo el esquema de la constitución dogmática sobre la reve
lación divina pasa a votación. Número a número, los p la c e t alcanzan
una notable mayoría, hasta casi la unanimidad. El día 22 de sep
tiembre se vota nuestro capítulo: el n. 20 alcanza 2.219 votos favo
rables de los 2.231 votantes19. Es el número mayor de votos favo
rables que ha alcanzado un texto de esta constitución. AI menos
en esto le benefició su proximidad al tema capital, el carácter his
tórico de los Evangelios, que atrajo a tantos padres al aula conciliar.
Los m o d o s finales dan los retoques de última hora: p ra e n u n tia tu r
en vez de re v e la tu r, al referirse a la plenitud gloriosa de la Iglesia,
que sólo tendrá su plena manifestación en la «parusía»20. No se
acepta, en cambio, la sugerencia de enumerar los libros del canon
del NT, por no considerar necesaria la repetición de la doctrina de
Trento (D 784/1503), recordada ya en el Vaticano l (D 1809/3029),
ni la de reintegrar el inciso final in a e v u m s e rv a n d a m , eliminado ya
del te x tu s e m e n d a tu s por las razones ya apuntadas y que ahora se
repiten.
569
Y así el texto definitivo de la constitución fue votado favorable
mente en la congregación general del 29 de octubre y en la sesión
solemne del 18 de noviembre, pasándose inmediatamnte a su pro
mulgación.
570
y d iv in o del m is te r io de C ris to (n. 17 fin). ¿En qué forma
re n n e
concreta?
El comentario al n. 20 pretende responder a esta pregunta en
dos partes, correspondientes a sus dos párrafos.
571
Se señalan los dos grupos fundamentales de escritos: ios Evan
g e lio s y los e s c rito s a p o s tó lic o s . Y entre estos últimos se destaca
el conjunto de los 14 escritos que integran el «Corpus paulinum».
La razón de esta mención explícita parece que hay que encontrarla
no sólo en e! número y amplitud de las cartas, sino, especialmente,
en la calidad testifical sobre el misterio de Cristo que nos ofrece
el apóstol San Pablo (cf Ef 3,4).
El inciso S p ir itu S a n c to in s p ira n te e xa ra ta , dadas las posibilidades
gramaticales y el tenor del contexto, se refiere ciertamente a todos
los escritos neotestamentarios. Con este tecnicismo teológico se
aplica a todos ellos el concepto de inspiración bíblica contenido en
los números 11-12 de la constitución.
Nuestro texto distigue en los escritos apostólicos la acción ins
pirativa aquí descrita, que es común con todos los escritos sagra
dos, de la asistencia del mismo Espíritu Santo, propia de la gene
ración apostólica, con la que se ratifica la autoridad personal de
estos autores humanos.
En cada hagiógrafo puede existir un don peculiar del Espíritu
— compartido incluso por quienes no son hagiógrafos— que se ma
nifiesta de diferentes formas, según su función personal o genera
cional en la historia de la salvación. El carisma de la inspiración
integrará ese valor personal, propio de su condición de autor huma
no, en la función unitaria plena que desempeña el mismo hombre
como escritor sagrado en la historia de la salvación, pues su pala
bra está llamada a encontrar eco en la Iglesia y en la humanidad
de siempre.
Tarea de la teología será la de investigar cómo se integran esos
dones personales en el carisma de la inspiración bajo el movimien
to de un mismo Espíritu, que obra mediante el mismo hombre para
los distintos tiempos de la historia. E igualmente queda por precisar
en qué medida ese don personal y aun generacional — como en el
caso de la generación apostólica— sirvieron históricamente de cri
terio concreto para admitir sus escritos como normativos y, en de
finitiva, como inspirados.2
572
que los dos últimos aparecen preferentemente en los Hechos y en
el Apocalipsis.
En realidad todos ellos son distintas facetas del misterio de Cris
to. Y esta es la razón de su presencia en nuestro texto. Los e s c ri
to s a p o s tó lic o s prolongan el testimonio de los Evangelios, pero de
un modo diferente. Así, los apóstoles, y, dependiendo de ellos, la
generación apostólica, completa su función propia e intransferible
como testigos directos del misterio de Cristo: es un testimonio irre
petible, p e re n n e . Y al mismo tiempo d iv in o , por cuanto es Dios mis
mo, quien con su peculiar asistencia confirma las garantías perso
nales humanas con el aval de su inmediata presencia.
Tratemos de encontrar el sentido de cada inciso.
E x s a p ie n ti D e i c o n s iiio . — La Sabiduría divina dirige la historia
humana por caminos insospechados; la inteligencia religiosa — la
sabiduría verdadera del hombre— llega a descubrir luego parcial
mente el sentido de esa historia salvífica.
Aplicado este principio bíblico a nuestro caso, podemos descu
brir el desarrollo del plan de Dios a través de la variedad de los
e s c rito s a p o s tó lic o s , que despliegan las recónditas riquezas del mis
terio de Cristo: variedad y armonía del testimonio apostólico en los
escritos redactados en diferentes épocas y circunstancias de la Igle
sia. La Sabiduría de Dios ha dirigido la historia humana de la era
apostólica, lo mismo que en la era veterotestamentaria, para prolon
gar su revelación y hacer brillar mejor el misterio de Cristo (cf.
Rom 11,33-35; 1 Cor 2,6-16; Ef 3,3-5.9-12.18-19).
El creyente, con su fe, rastrea las huellas divinas. Su inteligen
cia creyente descubre nuevas razones y armonías. El encuentro pro
gresivo con la Sabiduría divina en la variedad y en la convergen
cia, en la matización y desarrollo del misterio de Cristo en la era
apostólica y a través de los e s c rito s a p o s tó lic o s , le lleva a una nue
va gnosis amorosa de Cristo.
Ea quae s u n t de C h ris to D o m in o c o n firm a n tu r. — Esta fórmula ha
ce referencia a los datos personales de Jesús conocidos ya por los
Evangelios. Fórmula preferible a la anterior de v e rita s v ita e C h ris ti.
Esta última expresión evocaría sus datos biográficos, o simple
mente la verdad de su existencia. Pero los Evangelios nos dan algo
diferente: más que el hecho de su existencia, y algo diferente a
una biografía. Son los rasgos fundamentales de su persona y de su
razón de ser para el hombre: Lo qu e Je sú s, H ijo d e D io s , v iv ie n d o
e n tr e Jos h o m b re s , h iz o y e n s e ñ ó re a lm e n te p a ra s u s a lv a c ió n , h a s ta
e l d ía en qu e fu e e le v a d o a l c ie lo ... lo q u e ha b ía d ic h o y o b ra d o
(n. 19; cf. también n. 4). Son los principales acontecimientos de su
historia terrena, de su pasión y muerte, de su resurrección gloriosa,
de su mensaje salvador. Ya indicamos, al hacer la historia de la
573
redacción, e! acierto de la fórmula más completa C ris to S e ñ o r, con
su referencia a la fe y al culto de la Iglesia primtiva.
¿En qué forma nos corroboran los e s c rito s a p o s tó lic o s lo rela
cionado con Cristo que aparece en nuestros Evangelios? Podemos
resumir a sí22:
]— ai recogernos de una manera explícita (v.gr., 1 Cor 7,10; 11,
17-27) o implícita (v.gr., epístola de Santiago con sus referencias al
sermón de la Montaña) retazos de la tradición evangélica;
— al transmitirnos en la predicación kerigmática (v.gr., 1 Tes
1,9-10; Hch 3,12-26), en la catequesis moral o exhortativa (v.gr., 1 Pe
2,21-25), en los himnos litúrgicos prim itivos (v.gr., Flp 2,6-11; 1 Tim
3,16) o en las confesiones de fe (v.gr., Rom 10,9) los elementos
fundamentales de la cristología primitiva;
— al poner como base de toda fe y teología cristiana la referen
cia a Jesús de Nazaret, Cristo y Señor.
Así, el testimonio de fe e historia de los e s c rito s a p o s tó lic o s
corrobora el testimonio de fe e historia de los Evangelios.
G e n u in a E iu s d o c trin a w a g is m a g is q u e d e c la ra tu r. — El concilio
mantiene en este inciso el planteamiento del primer esquema: con
tinuidad y explicitación progresiva de la doctrina de Jesús. Pero co
mo una afirmación positiva, sin reticencias. El mensaje de Jesús, el
núcleo germinal cristiano, fue desarrollando su vitalidad en el evo
apostólico, expresándose en las enseñanzas de la primitiva Iglesia.
C o n tin u id a d . — La generación apostólica se siente fiel deudora de
Jesús. Sus más calificados representantes, Pedro, Juan, Santiago, Pa
blo, recurren a las enseñanzas del Maestro.
El valor de la p a rá d o s is , el recurso a su p a la b ra , la dependencia
personal de Jesús Señor por parte de los mismos, que siguen con
siderándose «sus discípulos», «los que están en Cristo Jesús», «cris
tianos»; la vigencia de la misión apostólica inicial también en aque
llos nuevos discípulos (los siete, los presbíteros, los epíscopos o
diáconos) que participan activamente en ella; son todas ellas liga
duras firmes que garantizan la continuidad en un orden estructural.
Y en el orden histórico: el bilingüismo arameo-griego ya desde
la primera comunidad de Jerusalén y ante los ojos de los mismos
apóstoles; el movimiento centrífugo y centrípeto desde los núcleos
574
misioneros de Jerusalén, Antioquía, Tesalónica, Efeso...; la comunión
entre las varias Iglesias locales dentro de las comunicaciones fre
cuentes en esta época mediterránea; los datos de comunes confe
siones de fe y de mensaje apostólico común.
Y todo ello en el clima esencial de fe, amor y culto de unas co
munidades que mantienen como principio fundamental de su exis
tencia su relación vital consciente con Jesús Señor, especialmente
en la eucaristía, memorial del Señor.
E x p licita ció n p ro g re s iv a . — La aceptación del principio de «la evo
lución homogénea progresiva» ha resultado fecunda e iluminadora
para quien ha seguido las etapas de la historia de la salvación a
lo largo del Antiguo Testamento.
La aplicación, aún incipiente, de este mismo principio dentro de
la historia salvadora del Nuevo Testamento permite iluminar tam
bién muchas zonas oscuras y dar razón de los datos objetivos de
los e s c rito s a postólicos. Es el progreso doctrinal debido a hombres
privilegiados por su cercanía al misterio de Jesús, a las singulares
experiencias del nuevo camino y a la especialísima asistencia del
Espíritu.
Esta explicitación doctrinal deberá ser concretada por el trabajo,
de una exégesis, inteligente y creyente, que sabe plegarse a la ley
de la historia y aceptar hasta un sabio proceso desigual, con luces
y sombras, con vacilaciones y estabilizaciones temporales, en la ex
plicitación del misterio de Cristo.
Esta penetración continua y progresiva en el misterio de Cristo,,
expresada en los e s c rito s a p o s tó lic o s , es — por su misma singulari
dad— una fase modélica para la transmisión del mensaje cristiano,
en todo tiempo de la Iglesia.
S a lu tífe ra v irtu s d iv in i o p e ris C h ris ti p ra e d ica tu r. — «Jesucristo, la
Palabra hecha carne, ‘hombre enviado a los hombres’, habla pala
bras de Dios (Jn 3,34), y lleva a cabo la obra de la salvación que el
Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4)... Confirma con el testimonio di
vino que Dios vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas
del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna» (n. 4).
La acción salvadora de Jesús es anunciada y ya iniciada en su
vida terrena. Es acción divina, con poderes y leyes propias. Pide
¡a aceptación libre de la fe y opera con la energía inexorable y flexi
ble del dinamismo divino. Adopta formas sensibles, materiales y hu
manas, incapaces de llevar por sí solas la corriente vital electrizante
de la comunicación divina. El misterio de Cristo — Dios Hombre·—
nos hace ver mejor los caminos de la obra divina.
Los e s c rito s ap o s tó lico s proclaman la acción salvadora de! mis
mo Cristo Señor en la Iglesia de entonces y de siempre. Las leyes
de la sacramentalidad, de la fe y del amor, de la virtualidad de
575 '
Cristo muerto y resucitado a través de ios signos bautismales, euca-
rísticos y jerárquicos, en la palabra y en el hombre.
Textos conciliares como los de las constituciones sobre la Igle
sia (n. 3-4) y sobre la liturgia (n. 5-6), entretejidos de citas de los
escritos paulinos y joánicos, constituyen el mejor exponente de có
mo los e s c rito s a p o s tó lic o s p ro c la m a n i a fu e rz a s a lv a d o ra d e la o b ra
d iv in a d e C ris to .
576
La consumación gloriosa alcanzará a la Iglesia entera al llegar a
su plenitud al final de los tiempos: es el encuentro con el Señor
y la realización plena en la humanidad de un proceso análogo al de
Cristo.
Este misterio de Cristo es realizado ya en cada época y en cada
creyente, que alcanza su consumación parcial en el tiempo. Por eso
la tensión escatológica es razón de la tensión personal e institucio
nal cristiana. Vivir en la escatología es vivir en la fe de una pre
sencia de Cristo que progresivamente nos conduce a la gloria, en
la esperanza activa de que su acción salvadora se realiza en el hom
bre y en el mundo.
Es problema fundamental de la Iglesia, en sí misma y en sus
relaciones con el mundo, que el Concilio quiso tratar en sus docu-
fnentos L u m e n g e n tiu m (c. 7) y G a u d iu m e t s p e s (n. 18.22.39.45).
Los e s c rito s a p o s tó lic o s son todos ellos, y especialmente el Apo
calipsis, una explicación iluminadora y revelada, de este paso pro
gresivo de los fieles, en la Iglesia y en el mundo, hacia la plenitud
de la gloria en Cristo.
«Mira, pronto vendré y traeré una recompensa conmigo para
pagar a cada uno según su trabajo. Yo soy el Alfa y la Omega,
el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin» (Apoc 22,12-13, cita
do en Gaudium et spes, n. 45 fin).
577
37
Es de notar en el texto cómo las sucesivas modificaciones han
llevado a poner a Jesús como único sujeto de las dos oraciones,
cambiando el tenor de la redacción p rim itiva 26.
D o m in u s le s u s es el nombre adecuado para el Señor que vive
en su Iglesia y que, como lo había prometido, asistió a sus após
toles y les envió el Espíritu. Nótese el cambio de tiempos: del pre
sente de las primeras frases al pretérito de estas últimas ( a ffu it-
m is it ) para subrayar la peculiaridad de la acción de Cristo en los
apóstoles, en una época singular; a pesar de que los textos bíblicos
que se aducen (Mt 28,20 y Jn 16,13) hubieran permitido referir esa
acción asistencial de Cristo a la Iglesia de siempre.
La asistencia personal de Jesús, el mismo que los apóstoles han
conocido durante el ministerio terrestre y de quien dan testimonio,
queda completada por la misión del Espíritu Paráclito.
Ya vimos la vicisitudes del te x to 27 para dejar bien claro que la
Iluminación del Espíritu sobre los apóstoles pretendía llevarles a
la plenitud de lo que habían visto y oído. Es un refuerzo de su ca
lidad de testigos sobre la Verdad, que es el mismo Cristo. El Espí
ritu guía (Jn 16,12-13), recuerda (Jn 14,26; cf. 2,19.21-22), anuncia
(Jn 16,13b), como intérprete que es del misterio de C risto 28.
La autoridad de los apóstoles, por consiguiente, se apoya en su
testimonio personal: los mismos que han sido testigos de vista y
oído de Cristo, durante el ministerio terreno y la primera fase de
su vida gloriosa, son reafirmados en su conocimiento del misterio
de Cristo, por la asistencia continuada del mismo Señor Jesús y por
la acción interpretativa del Espíritu Santo enviado por Jesús.
Ellos vieron y creyeron (Jn 20,8-9.27-29); con la fe completaban
su visión de los hechos. Esa fe, ya calificada como de testimonio,
encuentra nueva solidez y apoyo en la continuada asistencia del
Señor, porque tenían que ser ellos, a su vez, roca firme en que se
asentara la fe de los que creyeran sin ver. Su predicación de la Pa
labra de Dios tendrá, por lo tanto, un valor insustituible como tes
timonio.
Los escritos que de ellos emanen en las diversas circunstancias
de la Iglesia primitiva serán te s tim o n io d iv in o y p e re n n e del m is te
r io de C ris to (n. 17).
--------- i
20 Cf. supra, p. 567.
27 Cf. supra, p. 567.
28 Este sentido de interpretación, peculiar de la literatura apocalíptica,
es señalado por M. Zerwick (Le.).
578
111. P E R S P E C T IV A S Y P R O B L E M A S P E N D IE N T E S
579
su Espíritu en la Iglesia que les sucede peregrinando hacia la ple
nitud de la verdad.
Así, la palabra de Dios en los e s c rito s a p o s tó lic o s tendrá aún ma
yor vigencia en la Iglesia de cada época, al sentirse más próxima
mente interpelada a dar en su tiempo el testimonio propio del mis
terio de Cristo.
CAPITULO VI
583
la Escritura. La interpretación pretérita ilumina la nueva compren
sión; entre las interpretaciones pasadas tienen especial valor las de
los Padres [cf. n. 8) y la liturgia, que es no sólo actualización
[n. 21), sino también interpretación. A la interpretación pretérita
se une el estudio presente de todos los teólogos, exegetas o no,
los cuales realizan su tarea con sus propias técnicas y bajo la vi
gilancia del magisterio [cf. n. 21). (De este modo se multiplicarán
los ministros de la palabra = n. 24) (que repartan a los fieles este
alimento — n. 21).
24. La interpretación de la Escritura es tarea teológica espe
cífica; además, su estudio debe informar toda la teología. También
el ministerio de la palabra toma de la Escritura su doctrina y su
eficacia.
25. Además del estudio y la predicación, la Escritura ha de lle
gar al pueblo por la lectura (en primer lugar, los ministros de la
palabra = n. 24); después, los religiosos y todo el pueblo. La lectu
ra se realiza en la liturgia, en privado, con otros medios; la lectura
debe unirse a la oración (pues así se actualiza el diálogo con
Dios = n. 21).
Es tarea de los obispos instruir al pueblo en el uso de la Es
critura (usando traducciones = n. 22) (provistas de interpretacio
nes = n. 23); también es tarea suya procurar (que se elaboren tra
ducciones anotadas) y difundirlas.
26. De este modo, con la lectura (n. 25) y el estudio (n. 23. 24),
la palabra de Dios será viva y vivificante (n. 21).
Las repeticiones del capítulo nos dicen algo más: son debidas al
estilo p a re n é tic o que asume este capítulo final. Al estilo parenético
se debe alguna insistencia, se deben las motivaciones reiteradas.
El primer número es el más doctrinal, pero aun en él penetra la ex
hortación. El número final, que cierra el capítulo y toda la constitu
ción, está entre la exhortación y la súplica esperanzada.
Los protestantes han leído este capítulo con particular agrado.
A primera vista, esta reacción se podría interpretar como satisfac
ción por el triunfo: «finalmente, los católicos aceptan lo que nos
otros hemos defendido con tanto entusiasmo y perseverancia». Pero
es legítimo seguir ahondando. Al colocar la Escritura en el centro
de la vida de la Iglesia, volvemos a una situación anterior a la
Reforma, superamos la visión polémica de oposición. Si todos los
cristianos leen un mismo libro sagrado — incluso en la misma tra
ducción— , establecemos un centro vital de unidad y empleamos un
lenguaje espiritual común. Si la Escritura se convierte en alma de
la teología, muchas controversias quedarán cortadas en raíz, no po
cas diferencias subsistirán como simples diferencias de escuela; y,
al realizarse el acercamiento de los teólogos, el camino de la uni
dad se hará más llano. Si la predicación y la vida espiritual vuelven
a nutrirse ante todo de la Escritura, será fácil un intercambio y apro
584
vechamiento de materia! pastora!, con e! consiguiente movimiento
hacia !a unidad sustancial.
El comentario de este capítulo dedica especial atención al n. 21,
por su valor doctrinal y programático, y al tema «Escritura y teo
logía», por su importancia en el futuro próximo. De carácter más
informativo serán los comentarios a las traducciones y lectura de la
Biblia.
585
PAN DE VIDA
(DV. 21)
Comienzo
587
Las palabras «nunca estuvo escondido» aluden a la parábola de los
talentos más bien que a las parábolas del tesoro escondido en el
campo.
La encíclica D iv in o a fila n te resumía así la diligencia de la Iglesia
a través de los siglos: «ese tesoro... que recibió son mancha de
mano de los Apóstoles, lo custodió con todo cuidado, lo defendió
de toda interpretación falsa o perversa y lo empleó diligentemente
en el ministerio de comunicar la salvación celeste, como atestiguan
casi innumerables documentos de todas las edades»3.
Para entender la última frase, hay que remontarse a la encíclica
P ro v id e n tis s im u s , que enumera los Santos Padres (EB 83-93), auto
res medievales (EB 94-95), en particular escolásticos (EB 96) los con
cilios de Viena y Trento (EB 98). En esta enumeración descriptiva
impresiona el vacío de los últimos siglos comparado con la abun
dancia de los primeros, y los autores medievales está muy mal re
presentados. Cuando se medita en esa laguna patente, la conclusión
que saca la encíclica resulta hoy de un triunfalismo intolerable;
«El que considere con atención, como es debido, todo lo dicho,
concederá que la Iglesia no ha dejado nada por hacer para llevar
hasta sus hijos las fuentes de la divina Escritura»4. Los padres
conciliares procurarán que desaparezca ese tono de lenguaje.
Comenzando así, con el recuerdo de un hecho, el capítulo 6 de
la constitución conciliar ofrece un caso de tradición real: la prác
tica constante de la Iglesia atestigua la fe, es tradición viva antes
que doctrinal y puede ser elevada a definición dogmática y a refle
xión teológica. Dicha tradición real tiene su expresión primaria en el
acto litúrgico (cf. II 8a).
Composición
588
PAN DE VIDA
589
bajo las especies de pan; la historia de salvación bajo ias especies
de palabra, ambas consagración por la epíclesis o invocación al Es
píritu 5.
Hay que citar ante todo el gran discurso del c. 6 del evangelio
de Juan. Cristo se llama a sí mismo pan de vida (6,35.48), pan
vivo (41), pan de Dios (33), pan del cielo (32), que baja (33.41.50.
51.58), el Padre lo da (32), y Cristo lo da para la vida del mundo (51).
Primariamente el pan de vida es el mismo Cristo, él es el «autén
tico pan del cielo»; a lo cual responde un movimiento personal del
'hombre: «el que viene a mí no pasará hambre» (6,35), que es radi
calmente el movimiento de la fe: «el que cree en mí nunca tendrá
sed»; «lo que el Padre me da vendrá a mí, y al que venga a mí no
lo echaré afuera» (6,37); «ésta es la voluntad de mi Padre: que el
que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna» (6,40). El movimiento
del hombre hacia Cristo se realiza concretamente escuchando su
palabra y comiendo su cuerpo: «el que oye al Padre viene a mí»
(6,46); «las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (6,63);
«el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (6,54).
Hace unos decenios todavía se discutía si este capítulo se re
fiere a la palabra o al sacramento, y algunos resolvían el dilema
repartiendo una mitad a la palabra y otra mitad al sacramento;
hoy día se ve más bien la unidad de los dos temas a lo largo de
todo el capítulo, con algunas frases más ceñidas a uno de los dos
aspectos. Ya en el AT, el milagro del maná está puesto en clara
relación con la palabra de Dios: «Te hizo pasar hambre y te ali
mentó con maná (manjar desconocido de ti y de tus padres), para
enseñarte que el hombre no vive de pan sólo, sino que el hombre
vive de todo lo que sale de la boca de Dios» (Dt 8,3); el mandato
divino y la bendición divina son palabras necesarias a la vida del
hombre no menos que el pan, y ese pan inesperado y «llovido del
cielo» es signo y testimonio de ello.
Cristo se da en su palabra y se da en su carne: en ambos casos
es el pan de vida, que da vida eterna, porque hace participar en
la vida que Cristo recibe y comparte con el Padre. Por eso es legí
timo hablar de una sola mesa.
La vinculación se encuentra también en los Padres. P. ej., San Je
rónimo decía que «comemos su carne y bebemos su sangre no sólo
en el sacramento, sino también leyendo la Escritura» 6. Según San Má
ximo de Turín, «este es el alimento que da vida eterna, y aparta de
590
nosotros las asechanzas de la tentación diabólica. Que leer la Es
critura es vida lo atestigua el Señor cuando dice: «Las palabras que
os he dicho son espíritu y vida»7. San Ignacio dice de pasada en
su carta a F iía d e lfia refugiándose en el Evangelio como en la
carne de Cristo». San Agustín habla de dos mesas (PL 9,709).
Sacramentalidad de la palabra
7 CC. 23,74-89.
8 Hay que tener en cuenta que Scheffczyk no sólo piensa en la pala
bra formal de Dios, palabra bíblica inspirada, sino también en la palabra
de la predicación eclesiástica. Aun así, creo que sus diferencias no son
fronteras rígidas, sino más bien aspectos predominantes.
9 Como se ve, el intento de explicación todavía no resulta convincente;
lo interesante es que se haya abordado la cuestión.
591
De un modo semejante explica la cuestión Semmelroth10. Cristo
es la palabra del Padre a los hombres; a la vez, es la respuesta de
los hombres, en cuanto que, sacrificado al Padre, ascendió a su
derecha como cabeza del género humano. Esta dialéctica de la re
dención comprende la vida toda de Cristo, sus hechos (encarnación-
cruz-resurrección) y sus palabras. Lo que antes se sustentaba en la
única persona de Jesucristo, ahora se prolonga en la Iglesia, en la
vida sacramental, convergente hacia la misa, y en la Escritura, pro
clamada y centrada sobre todo en el sacrificio eucarístico. De este
modo, la redención subjetiva de cada hombre es la participación en
ese diálogo recibiendo, por la fe en la Palabra, al Verbo de Dios
(Escritura) y respondiendo, con la participación en su sacrificio y re
surrección, a ía invitación del Padre (sacramento).
No se trata, por lo tanto, de oponer palabra a sacramento, como
dos alternativas de gracia y salvación dejadas a la libre elección
humana. Ni menos se trata de rivalidad o competencia de dos fuer
zas que se excluyen y se disputan un puesto. Las dos fuerzas for
man un sistema único, porque proceden de la fuerza única del Es
píritu.
Presencia litúrgica
La constitución conciliar sobre la liturgia se refiere también al
presente argumento desde otro punto de vista: es el aspecto de la
«presencia». Naturalmente, no es una presencia inerme de Cristo,
sino activa y eficaz p ra e s e n s a d e s t.
Punto de partida es la fórmula «presencia eucarística», parte del
dogma, devoción del pueblo, tema de la teología. La presencia euca
rística no es la única presencia de Cristo, porque hay otras; es
única, porque no es una más entre tantas. La «pluripresencia» for
ma un contexto unitario, que la constitución quiere subrayar: hay
una presencia especial en las acciones litúrgicas, con un centro en
la misa, sacrificio y sacramento; una presencia con poder en los sa
cramentos, y una presencia paralela en la palabra; y una presencia
Intercesora en la oración de la Iglesia. Aunque la constitución habla
explícitamente de «poder» sólo con relación a los sacramentos, es
evidente que toda presencia de Cristo en su Iglesia es activa y
eficaz. La estructura del párrafo está clara: un centro, que es la
misa y los dones consagrados; de allí parte una acción desdoblada
en sacramento y palabra; ésta se cierra en la oración de la Iglesia.
Todo este ámbito está lleno de la presencia dinámica del Señor11.1 0
592
LA FUERZA DE LA PALABRA
Situación preconciliar
593
38
señanza revelada, al menos podía haber aceptado el problema para
analizarlo.
Nada de eso sucedía. Incluso, cuando un texto necesario al tra
tado contenía referencias de este tipo, el texto se citaba parcial
mente. Así sucedía de ordinario con el texto clásico Tim 2,16, en el
cual el valor salvífico es primario y el adjetivo «inspirado» entra
oblicuamente. Pero muchos manuales se las arreglaban para dar ca
bida sólo al dato de la inspiración. El manual teológico empleaba la
Escritura exclusivamente para probar sus tesis; ninguna tesis del
manual consideraba el valor salvífico de la palabra; luego ningún
texto bíblico sobre la materia era utilizado en el manual. Y el ma
nual no tenía una tesis sobre la materia, porque no leía la Biblia
como fuente, sino como lo c u s a rg u m e n to ru m . El círculo era cerrado
y vicioso.
Cuando yo comencé a exponer estas ideas a públicos españoles
e hispanoamericanos, al principio del concilio, encontré con frecuen
cia extrañeza, dificultad para aceptarlo o para encajarlo en el sis
tema aprendido; incluso alguno lo rebatía como «protestante». Hoy
la situación está muy cambiada, gracias al documento del Concilio
y gracias también a otros hechos que lo fueron preparando12.
En la práctica fue el movimiento litúrgico, que tomó cuerpo y
extendió su influjo sobre todo después de la primera guerra mun
dial. Síntoma, el éxito, incluso editorial, de los misales traducidos
para los fieles. La palabra, en una lectura personal, simultánea y
plural, de! mismo texto en traducciones diversas y en misales indi
viduales, abre paso a la experiencia de la palabra. La reflexión lle
gará pronto. En la teoría, los documentos oficiales sobre la Biblia
van aportando llamadas que el movimiento bíblico recoge y provoca.
Una teología en diálogo con los protestantes no puede eludir el
tema de la palabra.
En la doctrina bastará citar algunas frases de las últimas encí
clicas bíblicas. P ro v id e n tis s im u s : «confiere al orador sagrado auto
ridad, libertad apostólica, elocuencia robusta y persuasiva» (se queda
muy por debajo de los textos aducidos, 1 Tes 1,5 y Hb 4,12). La
S p ir itu s P a ra d itu s presenta a la Escritura como alimento de vida
espiritual (EB 482), como fuerza de la predicación (EB 484). La
D iv in o a fila n te : «La Escritura es ...rica de sentido propio; dotada
de fuerza divina, vale por sí misma» (EB 553); «es fuente límpida y
perenne de vida espiritual» (EB 567).
Las palabras de Pío Xli no fueron estériles: la posguerra fue
testigo de un imponente desarrollo del movimiento bíblico.
594
El poder de la palabra
595
Iglesia. El humilde pan cotidiano encubre el cuerpo glorioso de Cris
to y une a los fieles en un Cuerpo, que es la Iglesia. Mgr. Edelby
dice: «el Pueblo de Dios, reunido por el Espíritu Santo para conver
tirse en el Cuerpo de Cristo maduro».
Creo que algo semejante debemos decir de la palabra como pan
de vida. La Iglesia lleva en sí la palabra de Cristo, y es palabra de
Cristo dicha al mundo, en su presencia y actividad y proclamación.
La Iglesia recibe, es decir, escucha y acepta esa palabra de Dios,
en concreto por medio de la Escritura, y así se va realizando con
tinuamente como palabra de Cristo. La palabra de Cristo convoca y
une a los cristianos, primero en la asamblea litúrgica, desde allí
en toda la vida cristiana.
El tomar y recibir es una forma de tradición. Porque la Iglesia
recibe, puede dar; recibe para dar, y no puede quedarse con lo que
recibe. Recibe y da vida, tanto en el cuerpo de Cristo como en su
palabra.
LA ESCRITURA, NORMA DE FE
(DV. 21)
596
La Escritura, norma de fe
597
La pregunta no tiene lugar cuando nos enfrentamos con una for
mulación dogmática del supremo magisterio: en ella tenemos una
«norma próxima de fe». Pero ante ella podemos y debemos pregun
tarnos: ¿cómo debo entender tal definición de modo que no deforme
el sentido original mi lejanía temporal o cultural? No pensemos que
las formulaciones dogmáticas son siempre claras y sencillas para
todo el mundo; no pensemos que los términos por ellas empleados
se sustraigan totalmente a la evolución semántica. Precisamente
porque aceptamos la definición dogmática queremos entenderla.
Buscamos una norma final, definitiva. El magisterio es norma pró
xima, pero el magisterio también necesita su norma. La norma ú lti
ma de toda la fe de la Iglesia es la Tradición apostólica, es decir,
el Evangelio de Cristo proclamado en vivo por los apóstoles y la
generación apostólica, hasta que la Iglesia cristaliza. En adelante, la
Iglesia poseerá siempre el carisma de ser fiel a dicha Tradición
constitutiva. Esa Tradición, según se enseña en el c. 2 de la cons
titución, se fija por escrito en un cuerpo que llamamos técnica
mente Nuevo Testamento, sigue viva en el sentir y creer y obrar de
la Iglesia.
Entre las dos formas de perduración hay una diferencia impor
tante. En la vida de la Iglesia, la Tradición apostólica se mezcla a
elementos que ella misma origina; es decir, se mezcla a tradicio
nes eclesiásticas, de autoridad limitada. En cambio, el Nuevo Testa
mento ofrece la Tradición apostólica pura, todavía no mezclada a
tradiciones puramente eclesiásticas. El NT es testimonio privilegia
do de la Tradición apostólica, y, por ello, es norma perpetua de la
fe de la Iglesia.
598
blema en el horizonte de una situación orgánica, en ia que los
elementos se implican y se condicionan mutuamente 16. La Escritura
exige su contexto de recepción, al que está ordenada, y que en
cierto modo crea y configura; la recepción se refiere ai libro, de
pende de él a la vez que lo mantiene. Esta situación no es única
en la Iglesia, aunque tenga aspectos peculiares.
En un organismo, los órganos, aparatos y sistemas dependen mu
tuamente unos de otros: el sistema nervioso, del riego sanguíneo;
y el sistema sanguíneo, de la excitación nerviosa; ¿quién alimenta
a las hormonas que regulan el proceso de la alimentación? Si algo
muestra la biología moderna, es la compleja unificación de los ele
mentos de un organismo. En el mundo espiritual sucede algo se
mejante, en grado superior. Se podría analizar, como ejemplo, la
intelección de una sentencia gramatical compuesta. Si en lo físico
el organismo es la realidad superior en la que subsisten estructu
ralmente ios órganos, en lo espiritual tenemos que pensar en la
persona y en las personas. Aplicado a la literatura: la obra litera
ria es realización de la persona en la sociedad y de la sociedad
por la persona, es diálogo comenzado que debe continuar, es obra
de una cultura que influye en dicha cultura, porque en ella encuen
tra su espacio vital de desarrollo; por encima de la validez cultural
limitada, puede alzarse a validez sencillamente humana, expresión
del hombre, que el hombre escucha y recibe.
Volviendo a nuestro caso: Los libros del Nuevo Testamento ex
presan una realidad viva, que es la Iglesia, fundada por Cristo; y
son recibidos por la iglesia, como elemento esencial de su exis
tencia. Si los libros necesitan del contexto vivo propio, que es la
Iglesia, la Iglesia necesita de esos libros como testimonio perma
nente. Entre los dos hay una h a rm o n ía p ra e s ta b ilita , armonía esta
blecida por Cristo, palabra y vida. Partiendo de la Iglesia: ésta se
ha expresado a sí misma de modo auténtico, se ha transformado
en palabra, conserva y lleva esa palabra, en ella se vuelve a encon
trar. Partiendo de los libros: la palabra, como expresión de la vida,
busca el sujeto y espacio vivo donde seguir viviendo, es decir,
comunicando y actuando.
Pasando al tema de ia fe. La Escritura ha sido la expresión pri
vilegiada de la fe de la Iglsia, y, por ello, será norma perpetua de
toda nueva expresión de la misma fe por parte de la Iglesia. Pero
no una Escritura abstraída, arrancada de su situación viva, despo
jada de su contexto de intelección, sino entendida en y por la
Iglesia. La fe viva de la Iglesia entiende lo que es expresión de la
fe de la Iglesia, y tiene un órgano para formularlo con autoridad,
el magisterio.
599
Parece que volvemos a caer en el círculo vicioso, o que apelamos
a un d e u x e x m a c h in a , que hemos llamado h a rm o n ía p ra e s ta b ilita .
No es así: existe la instancia suprema, el horizonte unificador, la
fuerza viva de cohesión: es el Espíritu de Cristo. Cristo envía su
Espíritu a la Iglesia para que la vivifique, para que impulse y dirija
la expresión de la fe en libros inspirados, para que oriente la in
teligencia de la Iglesia y garantice sus nuevas formulaciones. El Es
píritu es el horizonte total en que todo lo demás sucede, o que
hace suceder todo lo demás, y sus acciones se especifican en forma
de carismas: carisma de fe y vida cristiana, carisma de inspiración
bíblica, carisma de interpretación auténtica. La presencia activa del
Espíritu está garantizada a la Iglesia globalmente, porque Cristo ha
enviado y envía constantemente su Espíritu; las intervenciones sin
gulares del Espíritu no se pueden encasillar ni organizar humana
mente en ciclos regulares y previsibles.
¿Norma inmutable?
600
tura verbal utiliza el medio de la escritura para asegurarse, medio
típico de una cultura bien definida19.
La palabra de Dios, bajo el carisma, ha asumido una forma hu
mana concreta y organizada; en esa forma ha sido fijada por escrito,
también bajo el carisma. Aunque la palabra soberana de Dios des
borda la palabra humana, incluso aquella en que se encarna, con
todo, por el Espíritu, está presente y ofrecida en forma concreta y
estable. Esta es su fijeza y su inmutabilidad. De modo semejante,
aunque Dios en Cristo desborda el contorno definido de su vida te
rrena, no es menos cierto que Dios se revela en Cristo, en la figura
concreta y definitiva de aquella existencia. La vida de Cristo, consu
mada, posee ya una fijeza inmutable, que el Espíritu vivifica; es
«ephapax» = de una vez para siempre; la palabra de Dios, realizada
en los escritos del NT, posee también una fijeza inmutable, que el
Espíritu vivifica; son también «de una vez para siempre».
¿Norma pretérita?
601
apuro o de duda, sino que es norma viva y presente de ia fe de la
Iglesia.
Es la segunda razón que aduce nuestro texto: «en las palabras
de los apóstoles y los profetas hace resonar la voz del Espíritu
Santo».
Consecuencias
ACTUALIZACION
Actualidad, actualización
602
Actualización dice algo más. Lo que Dios reveló a Jeremías es
importante para mí, me responde o me demanda: esto es actuali
dad. Dios, que se reveló a los israelitas en las palabras de Jere
mías, se vuelve a revelar a mí en dichas palabras: esto es actua
lización en el sacramento: el misterio de la última cena vuelve a
suceder aquí. Nos cuesta más trabajo entenderlo en la palabra:
Cristo Señor está hablando en esta lectura del Evangelio. Nos cues
ta quizá porque no estamos acostumbrados a la idea, porque con
cebimos la palabra objetivada en el escrito, porque consideramos
el lenguaje sólo en su aspecto proposicional, informativo, comuni
cante neutral de ideas.
Un estudio del lenguaje muestra la primacía de la palabra ha
blada como comunicación interpersonal; y muestra la necesidad y
posibilidad de actualizar la obra literaria, conservada en su registro
escrito o sonoro21.
El texto conciliar insiste en el tema de la actualización: en el
número que comentamos leemos dos frases: «hace resonar la voz
del Espíritu Santo... En los libros sagrados, el Padre que está en
el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conver
sar con ellos».
603
La actualización de «la voz del Espíritu» entra en el tercer es
quema y permanece.
Ambas fórmulas del texto promulgado responden a la tercera
representación gráfica: la voz del Espíritu resuena (línea vertical)
en las palabras de apóstoles y profetas (línea horizontal); el Padre
sale al encuentro (línea vertical} en los Libros sagrados (línea ho
rizontal).
Esta doctrina es fundamental para el resto del c. 6, y ya estaba
preparada y aun enunciada en capítulos precedentes.
Otros testimonios
604
ni simple crónica del pasado, sino que es voz viva, por la acción del
Espíritu en la Iglesia. El texto sugiere una estructura trinitaria de
la actualización, que se podría comentar citando alguna frase de
Mgr. Edelby: «Por el testimonio del Espíritu, la economía entera de
la Palabra revela al Padre»22.
Otra observación obvia comparando dos textos del c. 2 y del c. 6.
«El Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena
en la Iglesia»;
«las palabras de los apóstoles y los profetas hacen resonar
la voz del Espíritu Santo».
Actualización y actualismo
605
que es nada más un testimonio humano de aquella palabra, testi
monio falible por ser humano. La palabra de Dios no puede con
vertirse en objeto o cosa, no puede ser fijada ni manipulada; sólo
existe en el acto de ser pronunciada de nuevo por Dios. La Escri
tura puede ser una ocasión, un excitante para que suceda el nuevo
acto de Dios; puede, como testimonio, abrir al oyente para que
escuche a Dios. El actualismo subraya hasta el extremo el carácter
de «acontecimiento» de la palabra (Bultmann niega incluso el con
tenido al acto de revelar, a la palabra con que Dios llama al hom
bre). El hombre no puede contar con la Escritura, porque esto se
ría mengua de la sabiduría de Dios; solamente puede entregarse
con fe para que suceda en él la palabra de Dios, por medio de la
Escritura o de cualquier otro modo23.
Los orientales ligan la doctrina de la actualización a la doctrina
de la epiclesis o invocación de la Iglesia al Espíritu.
No es justo, por lo tanto, definir el cristianismo como «religión
del libro», ya que es religión de la «Palabra viva». Y así volvemos
al gran principio de la encarnación: la P a la b ra se h a ce carne. Una
realidad humana visible, audible, palpable, es verdadera presencia
de Dios para el hombre; esa realidad glorificada es contemporánea
de todas las generaciones como tal realidad humana, no sólo por
acciones singulares externas a esa realidad. De modo semejante, la
realidad humana de la palabra inspirada, la Escritura24.
La importancia de esta doctrina para la vida espiritual es evi
dente. Por la palabra, el cristiano tiene acceso al Padre, su exis
tencia cristiana se eleva realmente a la compañía divina; el cris
tiano, recordando lo que otros oyeron y vieron, se hace testigo
del misterio en la palabra; por ella es introducido a la Trinidad. La
palabra es uno de los medios por lo que la existencia cristiana se
va formando en parte de la historia de salvación.
De estos temas nos hablarán los párrafos siguientes.
606
ESCRITURA Y TEOLOGIA *
(DV. 24)
607
La p rim e ra trae sus orígenes del último medievo y consiste en
la concepción predominante, por no decir exclusiva, de la Biblia co
mo depósito doctrinal y fuente de verdades. La Escritura se conver
tía así en una especie de «depósito» de materiales a disposición
del teólogo para construir sus tesis, generalmente tomadas del ma
gisterio.
La se g u n d a proviene de la separación entre Escritura y Tradi
ción, cada vez más radical a partir de las disputas con los refor
madores protestantes y su doctrina de la «sola Scriptura». La doc
trina de Trento sobre la necesidad de la Tradición y el magisterio
para interpretar la Escritura fue llevada a veces a extremos peligro
sos por la teología controversista de los siglos XVI y XVII y crista
lizó en la doctrina de las dos fuentes de la revelación. La Escritura
era uno de los elementos con que se construía la reflexión teológica
y su uso estaba casi siempre condicionado a la tesis teológica pro
puesta desde otras fuentes de la revelación aparentemente más
claras.
La te rc e ra causa es el auge de los métodos histórico-críticos en
la exégesis católica a raíz de la encíclica D iv in o A fila n t e S p iritu .
Nacidos estos métodos en gran parte en el seno de una ideología
racionalista, no fueron fácilmente acogidos por los teólogos, mien
tras que la mayoría de los exegetas católicos que los usaban los
consideraron como técnicas inevitables, pero carentes de significado
teológico. Se produjo así un notable divorcio entre el exegeta y el
teólogo, caminando cada uno por su vía, con mutuos recelos y casi
sin contactos.
El número 24 de la constitución D e i V e rb u m responde sustan
cialmente a esta situación, en un momento en que ésta se había
comenzado a hacer patente a teólogos y biblistas. Sin embargo,
como vamos a ver, las soluciones apuntadas no convencían del todo.
Hacía falta cambiar no sólo de método en el quehacer teológico y
bíblico, sino principalmente encontrar un modelo nuevo sobre el que
construir la teología y la exégesis. A mi juicio esto ha sido posible
sólo con la asimilación progresiva, y todavía en curso, de la refle
xión hermenéutica que la filosofía había emprendido desde finales
del siglo pasado. Hoy también la teología y la exégesis se hallan
inmersas en la reflexión hermenéutica. Por eso, lo más interesante
de la situación actual no es ya, sin más, el reflexionar sobre la re
lación exégesis-teología; sino situar este problema general en el más
concreto de la hermenéutica. En este sentido, hay que felicitar a
los organizadores de la Semana de Teología al plantear la cuestión
bajo el título preciso de las relaciones entre «teología sistemática
y hermenéutica bíblica». Quizá se debiera dar un paso más y situar
el segundo sustantivo también en el primer miembro de la frase:
«hermenéutica de la teología y hermenéutica bíblica». Aquí radica
el problema capital y desde esta perspectiva lo vamos a tratar.
608
». BREVE APUNTE HISTORICO
609
Sí)
Nuevo Testamento, como ha puesto de relieve entre otros Agustín
dei Agua, quien ha llegado a hablar de escuelas derásicas cristia
nas en el Nuevo Testamento5. Tras la puesta a punto y el uso cada
vez más afinado de! análisis de la composición (Redaktionsgeschichte),
hemos descubiero que no sólo Pablo y Juan, sino también los evan
gelistas sinópticos son verdaderos teólogos. Sus métodos son muy
diversos. Pero en todos ellos hay algo común, que sorprendente
mente coincide con el modo de hacer teología propio de los autores
veterotestamenarios: la asunción consciente de unas raíces, ahora ya
cristalizadas en una Escritura, el Antiguo Testamento; la relectura e
interpretación de ellas a la luz del nuevo acontecimiento decisivo,
Cristo, con las categorías culturales del judaismo y helenismo am
biental; y la perspectiva de futuro, que marca una nueva actitud
ante la historia y que los constituye en nuevo pueblo, e k k le s ía ca
minante hacia el e s c h a to n definitivo, que consumará la historia: Cris
to, el Señor.
610
Padre de Jesucristo; apelación a la tradición viva de la Iglesia bajo
la guía del Espíritu para discernir el canon de las Escrituras y los
límites del pluralismo teológico; diálogo cultural abierto y actualiza
ción de la Escritura.
Las construcciones de Orígenes y la Escuela de Alejandría, así
como las de la llamada Escuela de Antioquía no son más que la
continuación de esta tarea, intentando afinar y poner a punto, cada
vez con más precisión, el instrumental imprescindible para inter
pretar la Escritura en continuidad sustancial con las líneas que he
mos señalado. La herencia máxima del sistema alejandrino de in
terpretación será, como puso de relieve H. de Lubac, la teoría me
dieval de los cuatro sentidos, que no es sólo un método de interpre
tación, sino una clara teoría hermenéutica dentro del modelo de una
teología unitaria, solidaria e inseparable de la Escritura, como el que
antes hemos descrito7.
611
cualificado de la revelación. Y la finalidad teológica de la interpre
tación de la Escritura (concebida como la verdad de la revelación
de la doctrina para la instrucción de los hombres) le lleva a una
reelaboración de la teoría de los cuatro sentidos, en la cual el sen
tido literal es el único que en rigor puede servir para fundamentar
la reflexión teológica. El mismo Santo Tomás elabora una teoría her
menéutica del uso de la Biblia por el teólogo, que supone una in
dependencia entre el método teológico de leer la Escritura y el que
hasta entonces se había practicado leyendo a los Padres. Bien es
verdad que Santo Tomás no llevará dei todo a la práctica esta inde
pendencia, como tampoco lo harán otros teólogos medievales. Pero
la separación entre Escritura y Teología se consumará cuando los
teólogos nominalistas acepten que, en último término, el criterio de
verdad teológica es la garantía de interpretación bíblica literal dada
por el Magisterio de la Iglesia (a esto se reduce el matizado con
cepto tomista de Tradición), sin profundizar los lazos que unen a uno
y a otro 9.
Nada pues tienen de extraño en este ambiente las quejas del
humanista Erasmo sobre la teología escolástica y su propuesta de
volver a una teología como «elucidatio Scripturae», según la orienta
ción patrística y del primer m edievo10*. Su propósito sin embargo
no pudo llevarse a cabo a causa de la controversia con los refor
madores protestantes. Al principio de la «sola Scriptura», interpre
tado a la luz del Espíritu presente en las mismas Escrituras y sin
ninguna autoridad humana, Trento opone el de la interpretación de
la Iglesia, en conexión con su Tradición viva y bajo la guía del ma
gisterio. Pero ni la orientación luterana en su pureza, ni la valora
ción medida de Trento serán seguidas en la teología posterior. Los
reformadores posteriores a Lutero no siempre se atuvieron en todo
a su enseñanza, e insistirán en el principio tradicional de la inspi
ración verbal de la Escritura y de su autoridad infalible, lo que con
vierte a la Biblia en fuente doctrinal que se dirige sobre todo a la
inteligancia y es la base de posteriores reconstrucciones dogmáticas.
Por otra parte, la teología controversística posterior a Trento, en
reacción polémica con el protestantismo, acentuó sobre todo el pa
pel de la tradición, convirtiendo a la Escritura en uno, el primero
ciertamente, de los «lugares teológicos», de donde se sacan argu
mentos para justificar las doctrinas propuestas11. El exegeta ya no
612
es más que un técnico, cuya misión es preparar los materiales o
argumentos de Escritura, que el teólogo usará después en sus dis
cusiones contra los protestantes o los no creyentes. La exégesis
se ha convertido así en una servidora de la teología dogmática y
de la apologética. Las consecuencias de todo esto, al aparecer la
crítica bíblica, serán desastrosas.
613
mo a todas las caricaturas, no le falta su apoyo en la realidad. Por
lo demás, el repaso que lleva a cabo acerca del uso que algunos
teólogos dogmáticos de los años 70 hacen de la Escritura, no es
demasiado positivo. Y no son infundadas algunas de sus críticas al
modo de citar la Escritura que se halla en algunos documentos del
magisterio. Una de sus conclusiones sostiene que todavía en ese
tiempo costaba mucho cambiar el modelo de teología sistemática
que concibe a la Escritura preferentemente como arsenal de datos:
«los teólogos muestran tendencia a apoyarse en la Escritura única
mente como cantera de datos» 1 23. Yo mismo juzgué críticamente al
gunos intentos de nuestro tiempo, pero constatando sin embargo
una nueva tendencia del teólogo a situarse de manera nueva ante la
Escritura14. Por otra parte, el intento francés de la «iniciación a la
práctica de la teología» en sus dos volúmenes de teología dogmá
tica supone un nuevo paso 15. Aún es pronto para juzgarlo. Pero todo
esto indica que vamos hacia un cambio de modelo en las relaciones
entre Sagrada Escritura y teología sistemática.
En cuanto a la actitud de los exegetas antes del Concilio, tampo
co ellos están exentos de crítica. En no pocos casos el biblista se
ha refugiado en su técnica exegética y ha renunciado en teoría a
ser teólogo, como si se pudiesen separar estas funciones (a me
nos que uno se reduzca a ser sólo filólogo, o sólo historiador, o sólo
fenomenólogo de las religiones)16. En otros el biblista se ha redu
cido a ser una especie de acarreador de materiales para el dogmá
tico. También esto tiene algo de caricatura y simplificación. Pero
tampoco le falta realidad. En el primer caso ha operado la inevita
ble especialización como coartada justificativa. En el segundo, la ne
cesaria conexión con la reflexión teológica. Y también aquí se hacen
esfuerzos para superar estas situaciones. Los trabajos de H. Schlier,
R. Schnackenburg y H. Schürmann, de X. Léon-Dufour y P. Benoit,
de L. Alonso Schokel y P. Grelot, entre otros muchos, marcan una
actitud más integradora de la tarea del exegeta hoy, que sin re
nunciar a una especialización técnica exigente, saben abrirse al diá
logo con los teólogos.
614
III. HERMENEUTICA Y ESCRITURA:
PROPUESTAS PARA UN NUEVO MODELO
1. El Vaticano II
615
cisamente en esta ocasión se dio paso a un estudio de las tenden
cias hermenéuticas en la Sagrada Escritura. Quizá por aquí encon
tremos el camino. Intentaré ahora pergeñarlo.
616
intérprete es mostrarse uno mismo»26. Y es que en el fondo de
toda exégesis siempre hay ai menos un mínimo de teología.
No es fácil definir lo que se entiende por hermenéutica. Sin en
trar en mayores averiguaciones, podemos entender con esta pala
bra, siguiendo a la filosofía contemporánea, la teoría general de las
operaciones de la comprensión, especialmente en su relación con
la interpretación de textos de la Sagrada Escritura27. Tarea del in
térprete o hermeneuta es buscar el sentido que aparece en el texto,
es decir la orientación de su significado, teniendo en cuenta para
ello dentro de lo posible la orientación del autor. El sentido del
texto bíblico, por su parte, nos conduce a la verdad que buscamos.
Esta no es otra que «la verdad que Dios quiso que fuera consignada
en las Escrituras Sagradas a causa de nuestra salvación» (DV 11).
No se trata pues de una proposición teológica, ni de un conjunto
de verdades dogmáticas o de tipo histórico, filosófico, científico;
sino de la revelación del misterio de Dios en Jesucristo, es decir,
el Evangelio que había sido prometido por los profetas, fue promul
gado y cumplido por Cristo, y los Apóstoles trasmitieron en la Iglesia.
Precisamente porque esta verdad, captada y verbalizada en un
texto, es el mismo misterio de Dios, no puede ser agotada por ese
texto, y de aquí también que podamos descubrir en el texto nue
vas profundidades de la verdad en él expresada. Esto se lleva a
cabo mediante la apropiación o actualización del texto, por la cual
descubrimos cómo en la Escritura «el Padre que está en los cielos
se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (DV 21). La actua
lización de la Escritura es el descubrimiento de que en ella se
ofrece una palabra viva y actual, mediante la cual Dios o Jesucris
to entra en contacto con el lector e ilumina las cuestiones del pre
sente.
Lo interesante de estas precisiones, es que todo lo dicho hasta
ahora puede valer también para la tarea del teólogo. Al fin y al cabo
su misión no es otra que la de ahondar en el misterio de Dios en
Cristo: captar su verdad salvífica y contrastar con ella la realidad
presente, para que ésta quede iluminada por la Palabra de Dios y
transformada por su fuerza. Encontramos ya aquí un modelo de pen
samiento, que puede ser común para el biblista y el teólogo. Pero
precisemos algo más.
617’
3. Introducción de la hermenéutica en la Biblia
618
Jado por Bultmann en la interpretación bíblica31. Mientras que la
«Teología de la Esperanza» de J. Moltmann, junto con su hermenéu
tica política y la teología política de J. B. Metz, han ayudado a des
cubrir que la interpretación de la Escritura tiene también por objeto
incidir en las estructuras humanas y cambiarlas32. Desde aquí la
llamada exégesis sociológica y la exégesis socio-histórica nos ayu
dan a comprender los condicionantes sociales de producción de los
textos bíblicos33; mientras que la lectura materialista de la Biblia
parte de los presupuestos hermenéuticos del materialismo histórico.
Así como la interpretación de los teólogos de la liberación, o la
interpretación feminista, aceptan una pre-comprensión concreta que
condiciona plenamente su interpretación de la Biblia: leerla e inter
pretarla desde una opción por el oprimido, sea éste el hombre la
tinoamericano sumido en la miseria que clama al cielo, sea la situa
ción de la mujer en una sociedad patriarcal en la que siempre se
ha sentido marginada34.
De nuevo notemos que este tipo de interpretaciones bíblicas fun
damentan y dan vida a diversas teologías. Discutibles, si se quiere,
pero en las que no se viven ya esas distonías entre exegeta y
teólogo sistemático.
A esta evolución interpretativa de la Biblia, habría que añadir
la influencia que en los últimos años ha tenido en la exégesis el
diálogo con las ciencias humanas. Ya he hecho alusión a la socio
logía. Tendríamos que añadir la lingüística, con todo lo que supone
la aplicación de la semiótica o el análisis estructural a la Biblia;
la fenomenología, con todo el proceso de reflexión, iniciado y aún
en curso por P. Ricoeur, acerca de la interpretacóin de los símbo
los y el mundo del texto; la psicología, con los ensayos de lectura
psicoanalítica de textos bíblicos; la reflexión crítica sobre la forma
ción y la función del canon a lo largo de la historia de la Biblia, y
su consecuencia que es el llamado «análisis crítico canónico»; o
diversos estudios desde la literatura, como los planteamientos del
619
análisis crítico retórico, o del análisis e stilístico 35*. Es verdad que en
la mayoría de los casos no se trata de propuestas hermenéuticas
globales, sino más bien de métodos o lecturas, que completan los
métodos histérico-críticos. Pero la abundancia de estos métodos, así
como su proveniencia de las ciencias humanas, enriquecen el estu
dio de la Biblia, abren nuevas perspectivas y tienen incidencia her
menéutica.
620
lizada del texto, en la comprensión de lo constatado como verdad37.
Según McKenzie el último estadio de la tarea del exegeta es «dar
a conocer el pensamiento, la visión, el mensaje incorporados en su
obra por el autor antiguo, el impacto que todo ello ca^só en sus
contemporáneos y el posible alcance que pueda tener para la actual
generación»38. Este es el concepto de teología bíblica expuesta por
P. Beauchamp, para quien teología bíblica es la le c tu ra b íb lic a : «leer
es dejar voluntariamente, en el silencio que envuelve las decisiones,
que el texto bíblico venga como llamada de un modo que no ha
nacido todavía completamente y que espera nacer en nuestro mun
do»39. Desde esta perspectiva la teología bíblica es cualquier expo
sición continua que establezca la relación de un texto bíblico con
la fe cristiana actual40. Y Alonso Schókel: «Si la exégesis se agota
en la definición exacta de la intención del autor, la interpretación
interna a la Biblia no es exégesis. Pero si la exégesis así enten
dida no es más que una parte de la interpretación, ¿nos toca exclu-
sivamene el oficio de exegetas o debemos ser intérpretes?; y si nos
contentamos con la exégesis pura, ¿a quién toca interpretar?»41.
c) El biblista, y para esto también necesita la ayuda del teó
logo, debe elaborar una teoría hermenéutica católica de la interpre
tación bíblica en diálogo con la reflexión filosófica y con las cien
cias humanas, capaz de integrar la crítica literaria, ios métodos his-
tórico-críticos y las peculiaridades de una comprensión católica de
la Biblia. Dentro de esta teoría hermenéutica habrá que tener en
cuenta algunas cuestiones que no le son indiferentes ni a él, ni al
teólogo. Entre otras tiene máxima importancia el problema de la uni
dad y diversidad de la Escritura, la relación entre el Antiguo y el
Nuevo Tesamento y la necesidad de actualizar el texto bíblico, su
perando las antiguas propuestas del sentido pleno de la Escritura,
igualmente debe tratar de formular en su dimensión hermenéutica
las relaciones Escritura-Tradición, tal como figuran en la conciencia
católica.
Este es el programa. No puedo plantear aquí con toda amplitud
el desarrollo de este programa, que requerirá un trabajo largo, en
el que colaboren juntos teólogos y biblistas, al lado también de
filósofos y otros cultivadores de las ciencias humanas. Pero tampo
co quiero quedarme en el mero programa. Misión de estos encuen
tros es ser provocador y tratar de abrir caminos. Con conciencia
de su imperfección y abierto a discusiones correctoras, aquí va un
37 Ibid. 36.
38 Cf. R. MacKENZIE, «La auíocomprensión del exegeta»: Concilium 70
(1971) 447-8.
39 p. BEAUCHAMP, «Teología bíblica», en Iniciación a la práctica de la
Teología, I, 193.
40 Ibid., 194.
41 «La Biblia como primer momento hermenéutico», en Hermenéutica
de la palabra, 159s.
621
esbozo del modelo de hermenéutica bíblica católica que parece per
geñarse en estos momentos. No todo puede justificarse ahora. Bas
tará con señalar un camino, por si merece la pena.
622
logo proveerá de materiales ai exegeta que, como veremos, actúa
desde el principio con una inevitable precomprensión teológica.
623
dición y del magisterio. Sin olvidar que ambos, biblistas y teólogos,
se encuentran embarcados en un diálogo con las ciencias humanas,
a veces difícil, pero con frecuencia fructífero.
El tercer principio de este modelo hermenéutico que estamos
intentando construir es el principio de la lectura de la Sagrada Es
critura «en el Espíritu», formulado también por la DV 12. Podemos
expresarlo del siguiente modo:
C24
a la comunidad desde su puesto en ella. Todo esto lo comparte el
exegeta con el teólogo dogmático.
Y es desde aquí como tiene que llevar a cabo no una mera lec
tura personal de la Escritura, sino una interpretación en sintonía
con el Espíritu que vive en la Iglesia, vivifica la letra muerta de
la Biblia y la hace Palabra viva y eficaz.
625
40
de que ellos dan testimonio. En su tarea, por tanto, el proponer
cómo los distintos textos del Antiguo Testamento anuncian en cier
to modo o preparan el Evangelio; y cómo en el Nuevo Testamento
cada libro da testimonio del único Evangelio y del único Cristo. Será
preciso aquí también hacer una jerarquía de textos, reconocer que
no todos ellos tienen el mismo valor, aunque todos sean inspirados
(cf. DV 18), y que no todos se refieren con la misma fuerza al men
saje central, al Evangelio, aunque todos se orienten a él. Los mé
todos y las fórmulas para lograrlo no siempre son fáciles. Pero ésta
es la convicción radical que sostiene la posibilidad de una lectura
cristiana del Antiguo Testamento, y en último término de una teo
logía bíblica global.
También aquí el diálogo conjunto exegeta-teólogo se impone. El
primero ayudará a situar cada texto, cada libro, en su contexto his
tórico e ideológico concreto mediante un estudio cuidadoso y crí
tico de ellos. El segundo ayudará a perfilar los grandes ejes a par
tir de los cuales puede elaborarse esta lectura coordinada y com
pleta de la Escritura. Y recibirá del exegeta un contexto amplio en
el que situar los textos bíblicos que maneja, así como elaboraciones
parciales de teología bíblica que pueda integrar en su pensamiento
y reflexión.
Y para ambos sigue siendo válida la exigencia de considerar
global y dinámicamente el conjunto literario e histórico en que se
sitúa cada texto, así como la exigencia de una apertura al Espíritu
en cuyo ámbito los textos fueron escritos. Esta apertura se da, cier
tamente, cuando el intérprete lee el texto de la Escritura en el con
texto de la Iglesia, ámbito en el que se desarrolla la acción del
Espíritu.
626
textos, cargados de nueva significatividad, se iluminan de manera
nueva con los acontecimientos del presente, que a su vez enrique
cen el significado de los textos del pasado con una dimensión actual.
Esto es lo que H. G. Gadamer llama «fusión de horizontes»45,
que en una hermenéutica católica bíblica se realiza, sobre todo,
cuando la Escritura se lee «en el mismo Espíritu en que fue com
puesta», es decir, abiertos al Espíritu que actúa en nuestro interior;
lo cual es tanto como estar inmersos en la corriente de la Tradi
ción viva de la Iglesia.
Desde esta perspectiva, el exegeta no se limitará a descubrir
lo que un texto quería decir en el pasado, sino que ha de leer ese
texto también en consonancia con las relecturas posteriores que de
él ha hecho la Tradición. Esta tarea, sin embargo, desbordará en la
mayoría de los casos la capacidad y preparación del biblista y pa
sará al teólogo. Será él quien con frecuencia tome el relevo del
exegeta y continúe descubriendo las relecturas posteriors. P. Beau-
champ formula esta operación a la que da el nombre de «sentido
pleno», del siguiente modo: «Según esto, llamaré ‘sentido pleno’
de un texto al que pone de manifiesto el recorrido completo de
sus relecturas, sin olvidar que al final del recorrido la manifesta
ción total se debe a la revelación de C risto»46. El se refiere natu
ralmente a la relectura hecha en el interior del canon bíblico. Pero
en cierto modo estas relecturas se continúan a lo largo de la vida
de la Iglesia bajo la acción del Espíritu. La teología dogmática es
en gran parte una relectura de este tipo, aunque incluya otros ele
mentos de reflexión. En todo caso, el resultado final (siempre pro
visional) acontece, cuando en el curso de esta relectura formulamos
al texto las preguntas que la realidad actual nos plantea. El teólogo
tiene aquí la misión de plantear nuevas cuestiones al biblista, que
intentará responderlas (aunque no siempre sea posible) desde una
nueva relectura bíblica hecha en otra perspectiva y continuada por
el teólogo sistemático.
La relación exegeta-teólogo se convierte así en un diálogo mu
tuo, que nos ayuda a descubrir nuevas dimensiones en el texto bí
blico. Dimensiones sin fin, porque la Escritura es Palabra de Dios
inagotable y don escatológico de Dios a su Iglesia, según la feliz
formulación de H. Schlier47.
627
6. Leer la Escritura en el Espíritu significa finalmente tener en
cuenta la analogía de la fe.
V. CONCLUSION
628
de su respuesta a las preguntas decisivas que nos plantean los
hombres y las mujeres de hoy.
En fin, éste es el modelo hermenéutico de interpretación de la
Biblia que parece surgir de la constitución «Dei Verbum». Por su
puesto que aquí está sólo torpemente pergeñado y tiene aún nece
sidad de muchas precisiones. Pero, al reflexionar sobre el tema
planteado en esta Semana de Teología, me pareció que la relación
entre exégesis y teología no era sólo cuestión de buena vecindad.
Por eso era necesario intentar la presentación de un modelo co
mún que podamos compartir unos y otros, aún con el riesgo — ya
señalado— de no haber podido delinear con toda claridad el camino.
Lo que sí pone de relieve cuanto he intentado expresar es que
la relación exegeta-teólogo no puede solucionarse con la división
de trabajos especializados diferentes, ni tampoco señalando terrenos
perfectamente acotados. Lo que ambos tenemos entre manos es una
tarea común, en ¡a que no pocas veces pisamos el mismo terreno,
en la que todos acarreamos materiales diversos, en la que es pre
ciso trazar planes comunes y para la que usamos métodos diferen
tes y complementarios; pero en la que es preciso compartir el mis
mo modelo. Al fin y al cabo la tarea última del exegeta no es es
cribir comentarios, ni la del teólogo elaborar tratados dogmáticos.
La común tarea es presentar actualizadamente y de modo compren
sible el misterio de Dios revelado en Cristo como respuesta a las
preguntas y a los problemas de nuestros hermanos contemporáneos,
los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Y esta tarea la lleva
mos a cabo en el mismo mundo, en la misma Iglesia y bajo la acción
del mismo Espíritu: aquél en el que se escribió la Escritura.
629
EL MINISTERIO DE LA PALABRA
Por Luis Alonso Schókel
El texto conciliar
631
el texto está tomado de la D iv in o a ffia n te S p iritu . El n. 24 es el más
explícito, y habla de la predicación inmediatamente después de ha
blar sobre la teología; ¿podía haber comenzado por la predicación,
subiendo después a la teología?; tal parece ser el orden histórico;
en todo caso, el ligar sólidamente predicación a teología no es ta
rea inútil. El n. 25 recomienda la lectura de la Biblia, sobre todo
a los dedicados por oficio al ministerio de la palabra, que es repe
tir lo dicho en el n. 22. Denominador común es el ministerio de la
palabra, en sus diversas formas (24), su preparación teológica (22),
su enriquecimiento con la lectura (25), su norma y alimento (21).
Veamos ahora los textos reunidos:
21 «Toda la predicación de la Iglesia se ha de alimentar y regir
con la Sagrada Escritura».
23 «...de modo que se multipliquen los ministros de la palabra
capaces de ofrecer al pueblo de Dios el alimento de la Escritura,
que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad, encienda el
corazón en amor de Dios».
24 «El ministerio de la palabra, que incluye la predicación
pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y, en puesto
privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura ali
mento saludable y por ella da frutos de santidad».
25 «Todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáco
nos y catequistas, dedicados por oficio al ministerio de la palabra,
han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse
‘predicadores vacíos de la palabra, que no la escuchan por den
tro ’; y han de comunicar a sus fieles, sobre todo en los actos
litúrgicos, las riquezas de la palabra de Dios».
Explicación y cuestiones
632
íabra viva de los apóstoles, enviados a predicar? La palabra de la
Iglesia hoy, ¿se identifica con la palabra viva de los apóstoles?
¿Tiene que contentarse la Iglesia con repetir simplemente la palabra
bíblica y la palabra de los apóstoles? Evidentemente, no.
Aunque la palabra de Dios trasciende todas sus manifestaciones,
es legítimo distinguir éstas. Llamamos a la Escritura palabra formal
de Dios, en sus fórmulas y forma concreta, que se conserva sin mu
tación. Puedo decir que un predicador cristiano predica la palabra
de Dios, pero no puedo decir que cada una de sus frases y fórmu
las sean palabra formal de Dios; ¿qué predicador tendría la arro
gancia de identificar todas sus palabras con otras tantas palabras
'de Dios? Ni siquiera una definición dogmática puede llamarse pala
bra formal de Dios; el catálogo de las definiciones dogmáticas no
forman un libro bíblico añadido al Apocalipsis, ni cada una posee
la categoría única de la Escritura.
Entonces, ¿en qué sentido predicamos la palabra de Dios? ¿Ejer
cemos un ministerio de palabra humana que se refiere temáticamente
a la palabra de Dios; o, asistidos por el Espíritu, nuestras palabras
realizan verdaderamente una presencia de la palabra de Dios? La
cuestión comienza a interesar a los teólogos, y parece que sus res
puestas se orientan en la segunda dirección, reconociendo la impor
tancia central de! ministerio de la palabra en la Iglesia.
En P an o ra m a de la te o lo g ía a c tu a l (publicado antes del concilio)
hay un buen artículo informativo con bibliografía selecta: Ernst
Haensli, La p re d ic a c ió n h o y s e g ú n la v is ió n d e la te o lo g ía v iv a
(p. 569-597). Entre los autores posconciliares cabe destacar el es
tudio teológico de Leo Scheffczyk, D ie H e lls m a c h t d e s W o rte s (Mu
nich 1966).
La predicación recibe de la palabra de Dios su dos cualidades
fundamentales: su verdad y su fuerza. Establecida la Escritura en
la primera generación de la Iglesia, la palabra escrita ejerce un
dinamismo que le viene del Espíritu: necesita difundirse, expansio
narse, actualizarse; así ella misma, desde dentro, engendra ia pre
dicación y se hace presente en ella, con su verdad y con su fuerza.
Por eso la predicación es instrumento eficaz, y no sólo ocasional,
de santificación y edificación del Cuerpo de Cristo.
Es decir, e! ministerio de la palabra queda ligado horizontalmente
a la palabra bíblica, y por ella está ligado verticalmente a la acción
del Espíritu; y no puede suplantar la palabra inspirada ni prescin
dir de ella.
El ejemplo bíblico
633
El Antiguo Testamento es palabra de Dios todo él, pero no todo
él es palabra profètica que lleve el epígrafe «así dice el Señor».
Entre los diversos tipos de palabra, encontramos también en el AT
verdadera predicación, transformada por el carisma en palabra for
mal de Dios. De aquí su interés para nosotros: podemos estudiar
una predicación totalmente garantizada por Dios, debemos escucharla
como dirigida a nosotros, podemos imitarla los que sucedemos en
el oficio. El predicador cristiano será así continuador e imitador de
la predicación bíblica.
El libro típico del género es el Deuteronomio, si bien su tarea
y estilo se difunden también por otros libros del AT (p. ej., Jere
mías). El Deuteronomio es en gran parte parénesis o predicación
sobre la alianza y sus preceptos. El predicador explica el alcance
del precepto y razona su observancia con doble grupo de motivos
o argumentos: las acciones salvíficas de Dios como beneficios pre
vios; las bendiciones y maldiciones ligadas a la observancia o no
observancia de los preceptos. El pasado y el futuro gravitan así
sobre el presente, para conformar la vida religiosa según la volun
tad de Dios revelada: en el pasado, Dios tomó la iniciativa para
salvar la historia del hombre; en el futuro, Dios sancionará la res
puesta humana a su salvación; en el presente, el hombre se hace
responsable ante Dios y, con Dios, de su propio destino. Semejante
predicación está dirigida al pueblo de Dios como tal y al individuo
en cuanto ocupa un puesto en la comunidad (es interesante la alter
nancia de singular y plural en el Deuteronomio). Muchas veces el
predicador no se contenta con enunciar el pasado, sino que lo des
entraña y explica, realizando así una auténtica teología de orienta
ción pastoral L
La predicación p r o fè tic a es resonancia y presencia de Dios: «así
dice el Señor, Dios de Israel: Escuchad la palabra del Señor: Oíd,
cielos, que habla el Señor». Si muchas veces el profeta conmina
un castigo ineludible o predice una restauración cierta, otras mu
chas veces predica la conversión a Dios. En tal caso, el profeta
se suele referir a la institución central de la alianza con sus pre
ceptos, ataca la idolatría y !a injusticia social, denuncia la incons
tancia y la insinceridad. Los ejemplos que la Biblia conserva son
breves, oráculos más bien que sermones: su fuerza se concentra
en la densidad, en las imágenes vigorosas e hirientes, en las con
clusiones lapidarias, en frases descarnadas, escuetas; la lengua pro
fètica prefiere la repetición variando aspectos a la amplificación pro
piamente dicha.
La mayoría de estos «sermones» se lee en menos de cinco mi
nutos; los de Ezequiel son quizá los más largos. En muchos pode
mos sospechar que la tradición escrita ha recogido un resumen1
G34
sustancial del discurso, o su meollo con sus mejores frases (Baruc
resume a su maestro Jeremías); en otros casos sucede lo contra
rio: el texto actual es el resultado de ensanchamiento o de montar
varios oráculos menores. El c. 3 de Miqueas se compone de tres
oráculos: uno contra los poderosos; otro contra los malos profetas;
otro contra los jefes injustos; en total 13 versos, o dos minutos de
lectura pausada. Vale la pena citar algunos versos de muestra:
Miq 3,5: Así dice el Señor a los profetas
que extravían a mi pueblo:
Cuando tienen algo que morder,
anuncian prosperidad;
y declaran una «guerra santa»
a quien no les llena la boca.
6: Por eso os vendrá una noche sin visión,
oscuridad sin oráculo.
Am 8,11: Mirad que llegan días — oráculo del Señor—
en que enviaré hambre a la tierra:
no hambre de pan ni sed de agua,
sino de escuchar la palabra del Señor.
12: Irán vacilantes de oriente a occidente,
de norte a sur;
vagarán buscando la palabra del Señor,
y no la encontrarán.
635
tono negativo; en 50,4 confiesa el autor: «Mi Señor me ha dado una
lengua de iniciado, para poder decir al abatido una palabra de alien
to». Y entre estas palabras de aliento, podemos leer las siguientes:
Is 49,14: «Decía Sión: Me ha abandonado el Señor,
mi dueño me ha olvidado;
15: ¿puede una madre olvidarse de su criatura,
o dejar de querer al hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvide,
yo no te olvidaré.
16: Mira, en mis palmas te llevo tatuada,
tus muros están siempre ante mí».
636
el misterio de Cristo, brotando naturalmente de él. El tono no es
menos exigente que el de los profetas; en cambio, el aspecto po
sitivo domina completamente.
La predicación de la Iglesia no es «predicación apostólica» en
sentido técnico, ni es predicación profètica en el sentido riguroso
del Antiguo Testamento. Pero su punto de partida es la predicación
apostólica, que desarrolla y adapta a cada generación. Por eso la
predicación eclesiástica debe volverse siempre a toda la Biblia, y
en particular a la «predicación» bíblica, para encontrar allí su sus
tancia y su modelo.
637
mo puede verse en su defensa de la virginidad, donde el influjo
retórico no es sólo positivo. Siendo la retórica una de las discipli
nas del triv iu m , su influjo es permanente en toda la predicación
medieval, que sigue siendo bíblica durante siglos.
El renacido entusiasmo por los modelos latinos introduce un cam
bio lento, que se consuma en tiempos del barroco. La predicación
eclesiástica se aparta de la homilía. No que desaparezca totalmente
dicho género, pero los predicadores famosos de esa época y la
siguiente ya no son homiletas. Más bien componen una especie de
discurso judicial, en el que el predicador se propone probar una
causa y convencer de ella a los oyentes; para ello construyen tácti
camente los argumentos, que encuentran en diversos puestos o ío c i;
uno de esos puestos es la Sagrada Escritura. En la práctica, muchos
predicadores no leen personalmente la Escritura, de modo que sus
Io c i b ib lic i es alguna selecta de versos citables, alguna concordancia
latina que anula los contextos, o bien repertorios de predicadores
famosos cuyos sermones corren impresos.
El género panerírico se conserva incluso con su nombre griego:
las devociones locales a los santos y las diferentes novenas y fies
tas patronales exigen su cultivo. En tales discursos, la Escritura su
ministra citas ingeniosas o brillantes con que ilustrar las virtudes
del santo o las del predicador. El pueblo llamaba a estos oradores
«de campanillas».
Ahora bien, la descripción precedente es un esquema que pre
tente subrayar lo específico de una forma no bíblica y que subraya
sus peligros; y no pretende descalificar totalmente los tipos de pre
dicación no homilética (implícitamente aceptados en la constitución).
La posición fundamental del discurso retórico es la siguiente:
dado un tema o una causa, buscar citas para probarlo o ilustrarlo
también en la Escritura. El punto de partida no es el texto bíblico,
sino el tema, unas veces teológico, muchas veces moral. En cambio,
la predicación homilética sigue la dirección opuesta: su punto de
partida es el texto bíblico, que intenta desentrañar y adaptar a las
circunstancias. El sermón retórico toma la Escritura al servicio de
su tema; la predicación homilética pone los recursos literarios al
servicio de la Escritura. Por eso la forma primaria de predicación
cristiana es la homilía, y la formación del predicador debe conceder
puesto preferente a dicha forma.
638
es el «interno escuchar» de que habla la constitución citando a
San Agustín. Porque la palabra del Espíritu no crece ni madura en
un cultivo neutro, sino en el alma cristiana abierta a la contempla
ción. Santiago habla de la «palabra plantada», y, según el Evange
lio, la palabra es simiente que crece y da fruto en el terreno del
espíritu cristiano.
La palabra inspirada entra en diálogo con el lector en un acto
de hermenéutica fundamental: la palabra lo llama y reclama, acusa
y enseña, responde a sus preguntas o provoca a más investigación.
El verbo hebreo d rs originariamente se refería a Dios: «buscar a
Dios» era consultar, pedir un oráculo; más tarde el verbo se aplica
a la Escritura, en la que se encuentra el oráculo divino. El hombre
investiga y pregunta, y así recibe respuesta. Este es el crecimiento
dialogal de la palabra en el espíritu del creyente; la palabra inspi
rada no crece o se expande por disolución en palabras externas a
ella, ni por un artificio retórico, a m p lific a d o , aplicado por fuera. El
crecimiento procede del dinamismo o vitalidad de la simiente en
un terreno apto.
Cuando el creyente que medita o escucha internamente la pa
labra tiene en la Iglesia una función especial, como ministro estable
o transitorio de la palabra, su meditación posee un carácter minis
terial. La ecuación es justa: porque el cristiano escucha y deja
crecer en sí la palabra, tiene algo que decir en la Iglesia; porque
el ministro de la palabra tiene que actualizarla en la Iglesia, nece
sita escucharla y dejarla crecer internamente.
Hace años me confesaba un predicador activo que había hecho
propósito de no utilizar en sus sermones lo que se le ocurriera
en la meditación, para evitar así distracciones. Pase como medida
interina; como principio, vale lo contrario. Lo que la palabra sus
cita en la contemplación del predicador se ordena a la predicación,
será contenido de sus sermones. La consecuencia es que la prepa
ración del predicador cristiano debe ser el estudio y meditación de
la Escritura. En plano subordinado se requiere el estudio del estilo
y de la retórica según las tendencias de la época. De aquí habrá
que sacar consecuencias para la formación del futuro ministro de
la palabra, sea sacerdote o diácono.
Me he referido hasta ahora al aspecto personal del predicador..
No hay que olvidar el aspecto social: el predicador vive en el con
texto de la Iglesia, disfrutando de las riquezas de comprensión de
la palabra que muchos creyentes y ministros de dicha palabra han
ido acumulando. De ellos podrá y deberá tomar muchos elementos
para comprender el misterio revelado por la palabra. No tiene que
hacer personalmente todo el trabajo; en la antigüedad no era raro
el leer un buen sermón ajeno cuando el predicador no podía pre
parar el suyo. Pero los tesoros acumulados no lo dispensan del
639
contacto vivo y meditativo con el texto inspirado, al cual siempre
tendrá que volver, incluso para comprender e interiorizar lo que otros
comprendieron antes que él.
El lenguaje de la predicación
640
realidad, la página revela un momento de intenso lirismo que ha
movilizado y reorganizado múltiples fórmulas bíblicas en una nueva
realidad literaria, muy personal y expresiva. En sus sermones no
encontraremos tal acumulación, pero basta mirar por encima una
edición para advertir la abundancia de textos en cursiva, que son
citas bíblicas; y basta leer unos cuantos párrafos para comprobar
que no son citas externas, sino sustancia del discurso.
Por citar un ejemplo, escogido casi al azar, aquí están unas lí
neas del sermón 28 sobre el salmo 104,3: L a e te tu r c o r q u a e re n tiu m
D e u m . Obsérvese cómo los elementos de esa fórmula engendran el
desarrollo, recurren en variaciones, atraen otros textos emparenta
dos (la cita tiene que ser en la lengua original):
«Oportune namque etiam ventribus ieiuni sumus. Laetabitur cor
nostrum, si mentibus esuriamus. Cum aliqua suavia apponuntur in
epulis nostris, laetantur fauces quarentium cibum; cum varié co-
íorata blandeque depicta apponuntur aspectibus nostris, laetantur
oculi quaerentium videre luminosum; laetantur aures quaerentium
cantum; íaetatur olfactus quaerentium odorem gratum. Ergo laete
tur cor quaerentium Dominum.
Procul dubio singulis quae exhibentur diversis sensibus nostris,
singulos sensus delectant. Ñeque enim vel sonus delectat aspec-
tum, nec color auditum. Cordi autem nostro Dominus lux est, et
vox est, et odor est, et cibus est; et ideo omnia est quia nihil
horum est; et ideo nihil horum quia horum omnium creator est.
Est lumen cordi nostro cui dicimus: In lumine tuo videbimus
lumen (Ps 35,10). Est sonus cordi nostro cui dicimus: Auditui meo
dabis exultationem et laetitiam (Ps 50,10). Est odor cordi nostro
de quo dicitur: Christi bonus odor sumus (2 Cor 2,15). Si autem
cibum quaeritis quia jejunatis, Beati qul esuriunt et sitiunt iusti-
tiam (M t 5,6). De ipso autem Domino lesu Christo dictum et quia
factus est nobis iustitia et sapientia (1 Cor 1,30). Ecce epulae
praeparatae sunt: iustitia Christus est, numquam deest, non a
coquis praeparatur nobis, nec de transmarinis partibus velut po
ma peregrina a negotiatoribus aportatur. Cibus est quem sentit
omnis qui sanas fauces habet, interioris hominis cibus est. Se
ipsum commendans ait: Ego sum pañis vivus qui de cáelo des
cendí» (lo 6,51) (PL 38,182-183).
641
LA LECTURA ECLESIAL DE LA B IB LIA *
(DV. 25)
644
«1. Esto fue propuesto en el aula conciliar por Mons. Edelby.
2. Representa la doctrina vigente en toda la tradición antigua de
la Iglesia, que ha permanecido viva entre los orientales hasta
nuestros días. 3. Es oportuno mencionar al Espíritu Santo también
en relación a la interpretación de la Sagrada Escritura, que se
debe llevar a cabo bajo la luz de la fe » 6.
645
la esencia de la Iglesia el Espíritu que Jesús le entregó, para que
pudiese llegar a la verdad completa (cf. Jn. 16,13-15). Y del mismo
modo que no es posible la realidad de Cristo, si no se unen la
carne nacida del seno de María y la acción del Espíritu, igualmente
la Biblia no es palabra viva sólo por ser un libro, sino que necesita
la fuerza vivificante del Espíritu, que se manifiesta en la Tradición
viva de la Iglesia. En consecuencia, no se puede hablar de separa
ción o contradicción entre Tradición y Escritura. La Escritura es la
Tradición apostólica escrita y vivificada por el Espíritu en la Igle
sia 9.
Esta perspectiva abre un amplio horizonte a la reflexión teológica
sobre la Biblia como «libro de la Iglesia». Corrientemente este as
pecto se ha desarrollado en dos capítulos habituales de la teología
católica de la Sagrada Escritura: el dedicado a la inspiración bíblica
y el relativo al canon de las Escrituras. Pero en ambos se encon
traba alguna limitación notable. El primero se concentró durante
mucho tiempo en la explicación psicológica del carisma de la ins
piración en los hagiógrafos, con lo que se oscurecía la relación
entre Biblia e Iglesia; el segundo, punto de máxima controversia
con la teología nacida de la Reforma, no se libraba de la sospecha
de subordinar la Sagrada Escritura a la decisión de la Iglesia, quien
en definitiva establecía el canon concreto de los libros bíblicos.
Fue K. Rahner quien, por primera vez, intentó conjugar estos dos
elementos básicos de la Teología de la Sagrada Escritura con el
momento en que nace la Iglesia, al considerar a la Sagrada Escri
tura como elemento constitutivo de la Iglesia, en su conocido tra
bajo sobre la inspiración bíblica, no exento de críticas por otros
aspectos9 101
. Y, partiendo de este estudio, U. von Balthasar, en cone
xión con la clásica fórmula del «corpus triforme» de Cristo, nos re
cuerda que la Biblia es ciertamente Palabra de Dios, no de la Iglesia,
pero gestada y llevada por ella en la meditación de su fe; como
Cristo, hijo de Dios, es dado a luz por la carne y la fe de María.
Pues, al igual que en el caso de María, no es la fe de la Iglesia
la que engendra la Escritura, sino el Espíritu Santo que se sirve de
la fecundidad de la Iglesia y forma en ella la imagen de la fe que
le ha sido otorgadan.
Todas estas reflexiones nos ayudan a precisar un poco mejor cuál
es la naturaleza de la Escritura y cómo ésta se define en su rela-
646
ción necesaria con ia Iglesia. Se trata de profundizar un poco más
en nuestra concepción de la inspiración y el canon bíblicos. En cuan
to a la primera, no debemos centramos tanto en la inspiración como
carisma de un autor sagrado, cuanto en la inspiración como cuali
dad de un texto, que lo constituye en sagrado, único, en Escritura
Sagrada. Por eso, el proceso investigador ha de partir preferente
mente de la acción del Espíritu de Dios, que se manifiesta en el
pueblo de la Antigua Alianza sobre jueces y reyes, en la palabra y
la acción de los profetas. El pueblo de Israel, pueblo elegido por
Dios, es guiado por el mismo Espíritu para reconocer en esas accio
nes y palabras las acciones y palabras de Dios. Cuando todo ello
se pone por escrito bajo la acción del mismo Espíritu, es este mis
mo el que ilumina a la comunidad de Israel para reconocer en ellos
la propia Palabra de Dios, y como tal es recibida por Jesús y la
primera Iglesia. Pero el proceso se continúa en Jesús. Es el mismo
Espíritu el que en él actúa y como ta! es reconocido por sus dis
cípulos y por 1a Iglesia Apostólica. Este mismo Espíritu, que lleva
a la Iglesia Apostólica a reconocer la palabra externa de Jesús (el
Evangelio), es el que le hace ponerla por escrito; y es él, como
Palabra interna que guía e instruye a la comunidad eclesial, quien
le hace crecer, expresando su vivencia y su fe en Cristo muerto y
resucitado mediante palabras concretas y escritas, en las cuales con
su ayuda reconoce la Palabra de Dios. Por supuesto, todo ello se
realiza, al igual que sucede en todo proceso comunitario, mediante
personas concretas, con un carisma determinado y que en sí mis
mas no tienen por qué ser conscientes de la acción del Espíritu en
ellas 12.
De este modo la Escritura se presenta claramente como fruto del
Espíritu en la Iglesia. Y la palabra externa escrita, palabra inspirada
y normativa, es fruto de la acción doble y continuada del Espíritu
de Dios y de la Iglesia, a semejanza de la doble acción, divina y
humana, que hace posible el nacimiento de Cristo, que es para
siempre Dios y hombre. La constitución del canon de las Escrituras
no es más que una prolongación de esta acción del Espíritu en la
Iglesia. Es el mismo Espíritu, mediante la Tradición de la Iglesia,
que es su «teofanía» (Mons. Edelby), el que da a conocer (inno-
tescit, cf. DV 8) a través de criterios concretos el canon de las
Escritura. Es decir, el Espíritu lleva a la Iglesia a reconocer esa pa
labra escrita y su autoridad, y le guía en su función de delimitarla
647
y señalarla como canónica y normativa13. En consecuencia, es tam
bién el mismo Espíritu, que habita y vive en la Iglesia, como pala
bra interna a ella, el que sigue dándole a conocer esa Palabra escri
ta, haciendo posible su interpretación auténtica, convirtiéndola en
palabra eficaz hoy y en cada tiempo.
Cuando se concibe así la Escritura, se evita el malentendido de
oponerla a la Iglesia. Pues la Sagrada Escritura nace en la iglesia,
pero no es engendrada por ella, sino por el Espíritu de Dios, y por
eso es Palabra de Dios y a la vez humana. Por eso puede ser reco
nocida por la Iglesia, que se somete a ella como su canon y su
norma. Por eso la Iglesia puede presentar a todos los fieles de
modo infalible la lista concreta de los libros canónicos, como acto
de servicio y claridad a todos los cristianos, sin estar sobre la
Escritura. Por eso sólo en su seno, donde sigue actuando el Espí
ritu de Jesús, puede leerse e interpretarse adecuadamente.
Así, la fórmula conciliar que habla del «Espíritu con que ha sido
compuesta la Escritura», nos conduce al corazón mismo de la igle
sia (Mons. Edelby). Es verdad que no existiría Iglesia sin Sagrada
Escritura, como no existiría Iglesia sin sacramentos; pero tampoco
existiría Sagrada Escritura sin Iglesia14. Por lo demás, este plantea
miento nos ayuda a comprender igualmente que no es la Biblia la
última norma de la Iglesia, sino Cristo Jesús resucitado, que se
hace presente en su proclamación por la fuerza del Espíritu que el
Señor dejó a su Iglesia; es este Espíritu quien hace posible a la
Iglesia descubrir constantemente en la letra muerta de un libro la
Palabra vivificante y normativa del Señor. Por todo esto la Sagrada
Escritura es ante todo el libro de la Iglesia y por eso solamente
en la Iglesia puede leerse e interpretarse de modo auténtico, pues
sólo en ella sigue vivo el Espíritu que la hizo nacer (inspiración) y
que se la dio a conocer (canon).
648
II. EL ESPIRITU CON QUE HA DE SER LEIDA:
LA LECTURA ECLESIAL DE LA S. ESCRITURA
649
tan a un «presbítero» de la Iglesia y que circulaban en el siglo II
como tradición oral o ya escrita 18.
Según San Ireneo, «los profetas y los patriarcas sembraron la
palabra referente a Cristo, pero ha sido la Iglesia la que ha cosecha
do, es decir, ha recogido el fruto» (IV, 25.3). Comentando Jn. 4,37
(«uno es el que siembra, otro el que cosecha»), Ireneo hace ver
que la palabra de los profetas es realmente la semilla de la predi
cación apostólica y, por tanto, es en ésta donde hay que buscar el
verdadero sentido de las Escrituras. La razón es clara y la explica
en 26.1: esas palabras de los profetas eran como el tesoro escon
dido en el campo (cf. Mt. 13,44), es decir, en las Escrituras de la
Iglesia, porque estaban indicadas mediante figuras y parábolas que
no podían ser comprendidas antes de que se cumpliese lo profeti
zado, a saber, antes de la venida de Cristo. Ahora bien, los cristia
nos, que leen las Escrituras a la luz de la cruz de Cristo, pueden
descubrir el tesoro plenamente y entenderlas de modo adecuado,
pues el Señor se las ha explicado en plenitud a sus discípulos des
pués de la resurrección (cf. Le. 24,26.46). Por tanto, quien lee así
las Escrituras «será un discípulo perfecto y semejante a un amo
de casa, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas (cf.
Mt. 13,52)».
Pero, ¿cómo hacer esto con garantías?, ¿cómo ser ese discípu
lo perfecto, al que más adelante se denominará «discípulo espiri
tual»? Ireneo señala los siguientes criterios: 1. Ese discípulo per
fecto o espiritual es el que se sienta a la escuela de los presbíteros
y los escucha (26.2; 32.1-2; 33.1); 2. El que ha recibido el Espíritu
de Dios (33.1), que es el mismo Espíritu de los profetas (33.9).
3. El que mantiene la regla de la verdad (33.15). Tratemos de ex
plicar un poco todo esto.
a) En la e s c u e la de lo s p re s b íte ro s
650
naria y se reúnen del modo que sea, se deben mirar con descon
fianza: o como herejes que enseñan falsas doctrinas, o como cis
máticos llenos de orgullo y vanagloria, o finalmente como hipó
critas que trabajan para su propia ganancia y vanagloria» (26,2).
b) C on e l m is m o E s p íritu d e lo s p ro fe ta s
19 Cf. Adv Haer III, 2.2; 3,1; cf. A. ROUSSEAU, SC 210, 223 y 33, nota 1
(bibliografía); PH. BACQ, cit. 202; A. ORBE, Parábolas evangélicas en S. he
neo (Madrid, 1972) II, 444-6.
20 Cf. PH. BACQ, 202-3, nota 2, en que recoge las diversas interpre
taciones de esta frase, con bibliografía; sobre la expresión «sucesión ori
ginaria» (principalis successio) ibid. 203, nota 1, apoyándose en D. VAN
DEN EYNDE, Les Normes de renseignement chrétien dans la littérature
patristique des trois premiers siècles (Paris, 1993) 174-5; aquí se trata de
la «sucesión primitiva, original», es decir de la sucesión apostólica.
21 PH. BACQ 205; cf. también ideas parecidas en Adv Haer IV, 32.1-2.
22 Así se deben entender aquí las «economías de Dios», cf. PH. BACQ,
290-2.
651
Espíritu que interpreta correctamente las Escrituras del pasado, gra
cias a los auténticos presbíteros (26-33)23.
Según Ireneo, el discípulo espiritual posee el mismo Espíritu que
animó a los profetas en sus palabras y escritos. Y, como ellos fue
ron perseguidos, también lo es hoy la Iglesia (cf. Mt 5,12, que cita
a este propósito San Ireneo). Es más, en su persecución los pro
fetas prefiguraban la persecución de la Iglesia, «porque es perse
guida por los que no acogen al Verbo de Dios, en cuanto que sobre
ellos reposa el espíritu, si bien de forma nueva» (33.9). Ph. Bacq,
resumiendo todo este número, concluye de la siguiente manera:
«Gracias a esta última cita (Mt. 5,12), que centra la atención en
los profetas, Ireneo introduce la argumentación siguiente: porque
los profetas estaban animados por este Espíritu, por eso han podido
prefigurar en sí mismos toda la obra de Cristo; igualmente, porque
el discípulo espiritual está animado por este mismo Espíritu, por
eso puede, en la Iglesia, interpretar correctamente las profecías»24.
Así pues, el Espíritu que inspiró a los profetas es el mismo Es
píritu que reside en la Iglesia y el mismo que, dentro de ella, guía
al discípulo en la interpretación correcta de las Escrituras. Por eso
este discípulo «juzga a todos y no es juzgado por ninguno» (1 Cor.
2,15). Juzga a los herejes, a los hipócritas, a los falsos profetas,
a los cismáticos (cf. 33.1-7), «a todos los que están fuera de la
verdad, es decir, fuera de la Iglesia» (33.7). La razón última de todo
esto la describe bellamente Ireneo en III, 24.1:
«De hecho a la Iglesia25 se le ha confiado el Don de Dios
(cf. Jn. 4,10) como el aliento a la criatura plasmada, para que
todos los miembros tengan vida por su participación; y en ella
se ha depositado la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu
Santo, prenda de incorruptibilidad, firmeza de nuestra fe (cf. Col.
2,7) y escala de nuestra subida hacia Dios (cf. Gen. 28,12). Pues
‘en la Iglesia — dice— puso Dios apóstoles, profetas y doctores’
(1 Cor. 12,28) y toda la restante operación del Espíritu (cf. 1 Cor.
12,11). De él no participan cuantos no corren a la Iglesia, pri
vándose así de la vida a causa de sus falsas doctrinas y sus per
versas acciones. Porque donde está la Iglesia, allí está también el
Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la
Iglesia y toda gracia. Ahora bien, el Espíritu es la Verdad (cf.
1 Jn. 5,6). Por eso los que no participan de él, no se alimentan
para la vida a los pechos de la Madre, ni alcanzan la purísima
fuente que brota del Cuerpo de Cristo, sino que ‘se excavan cis
ternas agrietadas» (Jer. 2,13) hechas de barro y beben el agua
pútrida de una ciénaga: estos tales huyen de la fe de la Iglesia
25 Cf. ibid.
24 PH. BACQ, 223.
25 Traduzco siguiendo la reconstrucción de ROUSSEAU, SC 210, 390-3,
que muestra además cómo el «Don de Dios» es el Espíritu Santo; cf. tam
bién BELLINI, cit. 609, nota 3.
652
para no ser desenmascarados y rechazan al Espíritu para no ser
instruidos».
c) S e g ú n la re g la d e la v e rd a d
653
no es otra cosa, en su realidad concreta, que la vida de la Iglesia,
descrita aquí mediante cinco de sus componentes: la enseñanza de
los apóstoles, su origen apostólico, la sucesión ininterrumpida de
sus obispos, la fiel custodia y conservación de las Escrituras y el
don supremo del amor. Particular interés tiene para nuestro caso
el apartado dedicado a las Escrituras. Gracias a la Iglesia nos han
llegado éstas de modo íntegro, sin añadidos ni sustracciones, fór
mula que alude a la integridad del canon bíblico, y puede reflejar
la postura antimarcionita de S. Ireneo. Frente a las interpretaciones
heréticas, la Iglesia hace de la Escritura «una interpretación correcta
y armoniosa», palabras que parecen responder al original griego
«exégesis énnomos kai emmelés», lo que significa una interpreta
ción hecha «dentro de una norma» (énnomos), es decir, modelada
sobre la fe de la Iglesia, sobre la «regla de la verdad» que resume
esa fe. Deberá ser además una interpretación «entonada» (emmelés),.
es decir, respetuosa de la armónica unidad de la Escritura y dis
puesta a situar cada texto particular en la luz del conjunto que lo
ilumine 28.
Es, pues, en esta Iglesia y con esta gnosis, que es un don del
Espíritu, como puede el discípulo interpretar adecuadamente las pro
fecías, según lo muestra San Ireneo con ejemplos concretos en los
párrafos siguientes (33.10-14). Pero no sólo las profecías señaladas,
sino cualquier otra Escritura podrá explicarla adecuadamente el dis
cípulo espiritual, pues en esas condiciones utilizará siempre como
criterio de su interpretación «la misma regla de la verdad»,
— «reconociendo siempre al mismo Dios,
— reconociendo siempre al mismo Verbo de Dios, si bien ahora
manifestado en nosotros,
* — reconociendo siempre al mismo Espíritu de Dios, si bien en
los últimos tiempos ha sido infundido sobre nosotros de un
modo nuevo,
— reconociendo siempre al mismo género humano desde los orí
genes del mundo hasta su fin, del que cuantos creen en Dios
y siguen a su Verbo reciben la salvación, mientras que cuantos
se alejan de Dios, desprecian sus mandamientos, deshonran
con sus obras al que les ha creado y blasfeman con el pen
samiento al que Ies da el alimento (esos tales), acumulan sobre
sí el más justo juicio» (33,15).
654
Si quisiéramos ahora compendiar brevemente los criterios herme-
néuticos de San Ireneo para una lectura auténtica de la Sagrada Es
critura, podríamos hacerlo, diciendo que esa lectura se ha de hacer
según el Espíritu que hizo hablar a los profetas, es decir, según el
Espíritu que hizo posible las mismas Escrituras. Este Espíritu está
donde está la Iglesia, y lo posee quien, viviendo en el interior de
la Iglesia, se pone a la escucha de quienes tienen garantizado el
Espíritu por ser sucesores de los apóstoles, cuya enseñanza nos
llega sin engaño, transmitiéndonos así la misma palabra de Jesús,
que es la regla de la verdad, punto clave para interpretar correcta
mente las Escrituras. En resumen, interpreta adecuadamente la Sa
grada Escritura, según ireneo, quien está en la Iglesia, en ella reci
be el don del Espíritu por quien esas Escrituras fueron compuestas,
y se atiene consecuentemente a la regla de la verdad garantizada
por el mismo Espíritu a través de los sucesores de los apóstoles,
es decir, de los obispos. Una verdadera interpretación y lectura de
las Escrituras ha de hacerse en el Espíritu y en el seno de la Igle
sia, compartiendo su misma fe apostólica.
655
no menor cuidado al contenido y unidad de toda la Escritura, te
niendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analo
gía de la fe».
656
te las Escrituras, porque ha recibido «el Espíritu de Dios, que es
tuvo con los hombres desde el comienzo en todas las ‘economías’
de Dios, prediciendo el futuro, mostrando el presente y narrando el
pasado» (IV, 33.1). Ya mostramos anteriormente cómo este Espíritu
de que habla San Ireneo es el mismo que ha dirigido las distintas
etapas de la Historia de la Salvación, que estaba presente en los
profetas y que sigue actuando en la Iglesia. En consecuencia, según
el obispo de Lyon, la interpretación unificadora de la Sagrada Escri
tura es posible por dos razones: porque el Espíritu nos ayuda a per
cibir la dimensión histórico-salvífica del contenido de la Escritura y
porque ese Espíritu nos viene dado en la Iglesia. Por tanto, leer e
interpretar cualquier texto bíblico desde la unidad y el contenido de
toda la Escritura es una operación dinámica (no todos los textos
tienen el mismo valor, aunque todos sean inspirados, y se iluminan
unos a otros cuando se perciben en su dinámica histórico-salvífica,
no por mera yuxtaposición) y es a la vez una operación eclesial (pues
sólo en la Iglesia se tiene la garantía de participar del mismo Es
píritu que está en el origen y desarrollo de la Escritura, como antes
se ha dicho).
Esta parece ser también en sustancia la explicación contenida
en el cuarto principio de la intervención conciliar de Mons. N. Edelby,
que aún no habíamos señalado: «interpretar la Escritura en la tota
lidad de la Historia de la Salvación»34, distinguiendo en ella las tres
clásicas etapas. La primera contiene la acción del Espíritu suscitan
do acontecimientos salvíficos, así como una comunidad que es tes
tigo y partícipe de estos acontecimientos; en esta etapa «los es
critos del Antiguo Testamento son como la primera epifanía de Dios
en su pueblo». La segunda etapa es aquella en que el acontecimien
to salvífico y la comunidad se realizan de una vez para siempre en
Cristo: «es la economía de la Palabra hecha carne, de la cual los
escritos del Nuevo Testamento son como la epifanía única». La ter
cera es la definitiva y en ella vivimos: «el Espíritu Santo se extien
de personalmente, para hacer presentes en toda la historia la eco
nomía de la Palabra hecha carne y el poder de su resurrección. Es
la economía del Espíritu o la Tradición en la era de la Iglesia». La
consecuencia de todo esto, es que la percepción del contenido de
la unidad de toda la Escritura nos viene dada por la luz del Espíritu,
que anima la Iglesia y nos hace percibir la Sagrada Escritura en la
unidad histórico-salvífica de las distintas «epifanías de Dios». Esta
es una lectura sólo posible en el Espíritu que vivifica a la Iglesia.
Habría aún un tercer modo de abordar el tema de la unidad de la
Escritura, a saber, desde la perspectiva del canon bíblico. El canon
de las Escrituras no es el mero resultado de un proceso aleatorio
condicionado por la historia, como afirmaba Harnack y, en cierto mo
do, afirma von Campenhausen. Es más bien el resultado de la expe-3 4
657
42
riencia eclesial a lo largo de los siglos, que ha ¡do descubriendo
carismáticamente, es decir, bajo la acción del Espíritu, aquellos es
critos que contienen la Tradición apostólica, para proponérselos luego
en un servicio de claridad pastoral a los fieles en sus diversas de
claraciones m agisteriales35. En realidad, el canon bíblico, como obra
del Espíritu en la Iglesia, o como descubrimiento de la Iglesia guiada
por el mismo Espíritu que está en el origen de las Escrituras, es
lo que facilita la lectura de la Biblia como un único libro. Y no sólo
lo facilita, sino que lo exige36, pues sólo así puede leerse e inter
pretarse la Escritura «en el mismo Espíritu con que fue compuesta»».
Por consiguiente, es el canon el que, por todas las razones expues
tas, nos ofrece la posibilidad de una adecuada lectura bíblica, la cual
no puede ser sino eclesial.
En resumen, este principio del «contenido y unidad de la Sagrada
Escritura»» no es algo ajeno al principio general de la lectura bíblica
«en el Espíritu»». Es expresión lógica y concreta de ese mismo prin
cipio general y conduce en último término a una lectura eclesial de
la Biblia. Dicho de otro modo, sólo en el seno de la Iglesia es po
sible percibir el contenido y la unidad de la Escritura en toda su
plenitud, pues sólo en ella tenemos la garantía de la ayuda del Es
píritu, capaz de iluminarnos para percibir su unidad dinámica his-
tórico-salvífica. Y sólo en ella, bajo la acción de! mismo Espíritu, se
ha llevado a cabo el proceso unificador definitivo de la Biblia, que
es el canon de las Escrituras.
El segundo principio concreto se refiere a la T ra d ic ió n v iv a d e
to d a la Ig ie s ia . Se trata de la Tradicón con mayúscula, no de las
tradiciones eclesiásticas, y en ella están incluidos el «sensus fidei»»
del pueblo de Dios, las enseñanzas de los Padres de la Iglesia y
su mismo M agisterio37. Se refiere este principio, por tanto, a aquella
Tradición apostólica de la que se habla ampliamente en el capítulo II
de la «Dei Verbum»»: la Tradición que «va creciendo en la Iglesia con
la asistencia del Espíritu Santo»», que es atestiguada por «las pala
bras de los Santos Padres»», «por la cual se da a conocer (innotescit)
a la Iglesia el canon de los libros sagrados, se comprende la Sa
grada Escritura cada vez con mayor profundidad (penitius) y se hace
eficaz constantemente (indesinenter actuóse redduntur)»» (DV 8), la
Tradición que está estrechamente unida y compenetrada con la Es
critura (DV 9).
658
Entendida así, la Tradicón viva de la Iglesia es la corriente de
vida de la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, que dio origen en
ella a la Sagrada Escritura primero, y a su reconocimiento como ca
non después; es la presencia viva del Espíritu Santo a través de los
Padres y de la fe del Pueblo de Dios, presencia activa del Espíritu,
«por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por
ella el mundo entero», y que «va introduciendo a los fieles en la
verdad plena (cf. Jn. 16,13) y hace que habite en ellos intensamente
la Palabra de Cristo (cf. Col. 3,16)» (DV 8). Interpretar la Sagrada
Escritura teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia es
interpretarla sencillamente «en la Iglesia». La Tradición se convierte
así, por un lado, en norma negativa: no es posible una lectura co
rrecta de la Escritura fuera del contexto de la Tradición Apostólica,
tal como es transmitida y vivida en el interior de la Iglesia; pero
también, por otra parte, tiene el carácter de orientación positiva, pues,
inserto el intérprete de la Biblia en esta Tradición, recibe la luz
del Espíritu Santo, que le empuja a profundizar la Escritura y a des
cubrir su sentido actual en el momento concreto de la Iglesia en
que le toca vivir.
San Ireneo había expresado ya esta misma convicción, según he
mos visto, al hablar del discípulo que, para interpretar correcta
mente la Escritura, se pone a la escucha de los presbíteros, de los
obispos que poseen el «carisma cierto de la verdad», es decir, la
auténtica doctrina recibida de los Apóstoles, y a los cuales nutre
la Iglesia con el don del Espíritu.
Y Mons. Edelby, en el aula conciliar, traducía el significado de
la fórmula «in viva Ecclesiae Traditione», según las categorías de la
Iglesia Oriental, con la otra fórmula de la Tradición como «epíclesis
de la Historia de la Salvación, la teofonía del Espíritu Santo, sin la
cual es incomprensible la historia y la Escritura es letra muerta»38.
De aquí su afirmación de que «la Tradición, o sea, la Iglesia, es
esencialmente litúrgica, al transm itir la efusión de la economía de
la Palabra». Es decir, del mismo modo que la Iglesia en la Eucaristía
invoca al Espíritu (epíclesis), para que se lleve a cabo la transfor
mación del pan y del vino en Cuerpo y Sangre de Cristo, igualmente
la Iglesia invoca al Espíritu y recibe su ayuda en la Tradición, para
que la Escritura recobre vida y sea Palabra de Dios viva y eficaz,
actual en cada momento de la Iglesia. Así pues, la acción del Esp-
ritu, que se manifiesta en la vida de la Iglesia con todos sus caris-
mas y ministerios, es la Tradición viva de que aquí hablamos. En
ella va incluido su Magisterio, porque, siempre según Mons. Edelby,
«el Espíritu no está desencarnado, sino que es el Espíritu del Cuer
po de Cristo. Hay que contemplar y vivir la Tradición, en primer
lugar, a la luz del sacramento de la apostolicidad, es decir, del epis
copado. Este signo litúrgico y profètico es también una epíclesis
38 Cf. para los textos de Mons. Edelby, ver más arriba, pág. 419-422.
659
de la unidad de fe infalible del Pueblo de Dios». Por decirlo de
otro modo, también en el Magisterio de los obispos y del Papa se
hace presente la acción del Espíritu, y ellos son el signo visible de
la infalibilidad que el Espíritu de Dios comunica a todo el pueblo
santo de la Iglesia en la expresión de su fe, que es la fe que pro
fesa la doctrina apostólica.
De esta manera, leer e interpretar la Sagrada Escritura teniendo
en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia es leer la Escritura
dentro de la corriente de vida de la Iglesia; y esto, porque es el Es
píritu que ilumina y da vida a la Iglesia el que constituye básica
mente esa misma Tradición. Se trata, pues, de una lectura eclesial
de la Biblia en el Espíritu.
Finalmente, el tercer principio que expone la «Dei Verbum» es
la a n a lo g ía de la fe . Esta fórmula, derivada probablemente de Rom
12,3.639, no es fácil de entender. Quiere expresar la coherencia
de la fe objetiva de la Iglesia, que responde al nexo interno de los
misterios de fe entre sí, de que habla el Concilio Vaticano I 40.
Como criterio para el Sector e intérprete de la Biblia, le indica
en primer lugar, que su interpretación no puede estar en contradic
ción con la fe de la Iglesia, con el Credo profesado. Pero, además,
es una indicación positiva para profundizar el texto bíblico en cone
xión con los misterios de la fe, que proclama la Iglesia. La analogía
de la fe podría, por tanto, traducirse como la consideración global
de la fe profesada en la Iglesia. De hecho, esta fe es la misma fe
apostólica, nacida de la predicación de Cristo iluminada por su Espí
ritu y profundizada bajo su luz a lo largo de la historia de la Iglesia.
Probablemente debamos hacer coincidir la analogía de la fe así en
tendida con la «regla de la verdad», de la que dice San Ireneo, que
el discípulo espiritual ha de tener en cuenta a la hora de interpretar
la Sagrada Escritura de modo «consistente» y no «cambiante». De he
cho, esta regla de la verdad es la fe recibida por la Iglesia y pro
fesada por cada cristiano en el bautismo, la «gnosis verdadera» re
cibida del Espíritu de Dios en la Iglesia, como antes explicamos.
Consecuentemente, también este último criterio no es más que una
especificación del criterio general ya enunciado: leer la Escritura en
el Espíritu; y coincide, por tanto, con lo que hemos venido llamando
lectura eclesial de la Biblia.
660
III. LECTURA ECLESIAL DE LA BIBLIA Y VIDA DE LA IGLESIA
661
informe de ia sección ii de la Asamblea de Montreal de 1963 sobre
la Escritura, ia Tradición y las Tradiciones:
«La Tradición consignada por escrito, es decir, la Sagrada Escri
tura (compuesta del Antiguo y Nuevo Testamento) debe ser inter
pretada por la Iglesia en cada situación nueva que se presente...»
(n. 50). Esta necesidad de interpretar el texto sagrado suscita nue
vamente la cuestión del criterio de la verdadera Tradición. A través
de toda la hisoria de la Iglesia, vemos que se buscó ese criterio
en las Sagradas Escrituras «debidamente interpretadas». Pero, ¿en
qué consiste esa «debida» o «correcta interpretación»? (n. 51). Re
ducidos al papel de «documentos», las Sagradas Escrituras consti
tuyen tan sólo la «letra». El que las infunde vida es el Espíritu, que
es el Señor... Pero esto no resuelve el problema de criterio. Y así
nos vemos abocados a buscar un principio hermenéutico (n. 52). Los
principios hermenéuticos o criterios de las distintas confesiones cris
tianas son expuestos en el n. 53, que concluye: «En todos los ca
sos en que se establece el principio de interpretación fuera de la
Sagrada Escritura, nunca se considera la autoridad como extraña al
contenido fundamental de la Escritura. Al contrario, precisamente
el principio de interpretación no tiene más valor que el de propor
cionarnos una clave para comprender lo que dice la Sagrada Escri
tura». Ciertamente, en este camino de convergencia se ha situado
el Concilio, y en el mismo se ha querido situar nuestra reflexión,
tratando de poner de relieve cómo los criterios eclesiales no son
otra cosa que una concreción del principio básico, que exige leer
la Escritura con el mismo Espíritu con que fue compuesta41.
Es de interés subrayar, que, cuanto hemos intentado sugerir acer
ca de la lectura eclesial de la Biblia, se halla en la línea de la
actual re fle x ió n filo s ó fic a d e la h e r m e n é u tic a 42. El principio del con
tenido y la unidad de la Sagrada Escritura está en conexión estre
cha con la observación ya hecha por Scheliermacher acerca de la
visión global del conjunto literario, en que se inserta un te x to 43.
Y la necesidad de contar con la Tradición viva de toda la Iglesia,
662
para Interpretar la Escritura, puede inscribirse en la nueva valora
ción de la tradición, de la cual procede nuestro presente, según las
observaciones de H. G. Gadamer: «El horizonte del presente no
se forma al margen del pasado. No existe un horizonte del presente
en sí mismo, ni hay horizontes históricos que hubiera que ganar.
Comprender es siempre el proceso de fusión de estos presuntos
«horizontes para sí mismo»... La fusión tiene lugar constantemente
en el dominio de la tradición; pues en ella lo viejo y lo nuevo cre
cen siempre juntos hacia una validez llena de vida, sin que lo uno
ni lo otro lleguen a destacarse explícitamente por sí mismos»44. En
esta línea no carece de interés el intento de una cierta compren
sión del principio de la analogía de la fe a la luz del concepto filo-
sófico-hermenéutico de «horizonte» (el ámbito de visión que abar
ca y encierra todo lo que es visible desde un determinado punto),
especialmente tal y como el mismo filósofo lo describe a partir de
Nietzsche y Husserl: «El que no tiene horizonte es un hombre que
no ve suficientemente y que en consecuencia supervalora lo que le
cae más cerca... El que tiene horizontes puede valorar correctamente
el significado de todas las cosas que caen dentro de ellos según
los patrones de cerca y lejos, grande y pequeño. La elaboración de
la situación hermenéutica significa entonces la obtención del hori
zonte correcto, para las cuestiones que se nos plantean cara a la
tradición... Ganar un horizonte quiere decir siempre aprender a ver
más allá de lo cercano y lo muy cercano, no desatenderlo, sino pre
cisamente verlo mejor, integrándolo en un todo más grande y en
patrones más correctos»45.
Naturalmente, todo esto no significa que los principios de her
menéutica teológica propuestos queden sin más asumidos en unas
reflexiones filosófico-hermenéuticas que parten de determinados pre
supuestos, no necesariamente asumibles. Con las sugerencias ante
riores se quiere solamente indicar cómo los principios que están en
la base de una lectura bíblica eclesial no son independientes de una
teoría hermenéutica general. Al contrario, son susceptibles de co
nectar con muchas de las indicaciones que nos hace la actual re
flexión filosófico-hermenéutica, sin abdicar por ello de sus aspectos
originales 46.
663
Ya casi al final de nuestro estudio, quisiera señalar, más a ma
nera de indicación y sugerencia que como un tratamiento en pro
fundidad, una serie de consecuencias que cuanto llevamos dicho tie
ne en los distintos modos de leer e interpretar la Escritura.
En primer lugar, es preciso subrayar la importancia de la le c tu ra
de la S ag ra d a E s c ritu ra en la lit u r g ia (cf. DV 21.25; «Sacrosantum
Concilium» 24.51). Es el contexto de la celebración litúrgica donde
se realiza la lectura eclesial por excelencia de la Escritura, puesto
que la asamblea litúrgica, especialmente al celebrar la Eucaristía,
es la reunión de la Iglesia «para celebrar el misterio pascual, leyen
do cuanto a él se refiere en toda la Escritura, celebrando la Euca
ristía... y dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don ine
fable, en Cristo Jesús... por la fuerza del Espíritu Santo» (SC 6).
Es fácil descubrir cómo todos los elementos de la lectura eclesial
se dan aquí por excelencia. La h o m ilía , que forma parte de la cele
bración litúrgica (SC 35), se convierte así en el momento cumbre
de la interpretación eclesial del texto sagrado (por supuesto, con
sus caracterísicas propias) y debe atender a los criterios que son
propios de tal interpretación, huyendo de visiones subjetivas o ar
bitrarias del texto bíblico y de centrarse en textos e ideas ajenos a
la Escritura. En este sentido aparece la exactitud de las palabras ya
citadas de Mons. Edelby: «La Escritura es una realidad litúrgica y
profètica, una proclamación más que un libro, el testimonio del Es
píritu Santo sobre el acontecimiento de Cristo, cuyo momento pri
vilegiado es la liturgia eucaristica»47.
Esta lectura e interpretación eclesial de la Biblia previene ade
más contra la pretensión, por otra parte imposible del todo, de una
e x é g e s is puramente «técnica». Es claro que se necesitan aclaracio
nes filológicas e histórico-críticas de los textos bíblicos y que esto
es un servicio necesario del exegeta católico a la Iglesia. Pero, des
de el momento en que éste intenta interpretar el texto, tal función
sólo puede hacerla adecuadamente en el mismo Espíritu con que fue
compuesta la Escriura, es decir, eclesialmente. Una pura exégesis
filológica o histórico-crítica o lingüística, etc., supustamente neutra
y objetiva, no es interpretación adecuada de la Escritura y, en el
caso de que tal exégesis fuese posible, lo que no es tan evidente,
tendría el rango de ejercicio preparatorio de la verdadera interpre
tación del texto bíblico. Con ella no termina la tarea del exegeta
664
bíblico, como por lo demás han puesto de relieve las diversas lec
turas hermenéuticas surgidas en los últimos años. En todo caso,
no parece ser ésta la única función del exegeta católico, para quien
es imprescindible la lectura eclesial actualizadora del texto, en el
sentido que hemos intentado exponer. El exegeta católico, por tanto,
ejerce siempre una función de teólogo. Como, por otra parte, el teó'
logo católico no puede por menos de hacer función de intérprete de
la Escritura, si quiere cumplir el programa de convertir la Sagrada
Escritura en «el alma de toda teología» (DV 24). Para ambos, exe-
getas y teólogos, es además un deber tener en cuenta la tradición
interpretativa de la Biblia, que la liturgia y los Santos Padres han
ido construyendo a lo largo de la historia de la Iglesia. No tanto
porque cada una de sus interpretaciones esté garantizada por el Es
píritu Santo, cuanto porque globalmente la santidad de su vida y los
frutos de su enseñanza en la construcción de la Iglesia garantizan
una presencia real de la acción del Espíritu en su actividad. Es ésta
una tarea a veces complicada y difícil, pero no por ello descuidable.
Este mismo hecho puede ayudarnos a comprender cómo es po
sible que c ris tia n o s s in e s p e c ia l p re p a ra c ió n técnica exegética lle
guen a penetrar el texto bíblico con una hondura y profundidad que
no alcanzan muchas veces los exegetas profesionales. E incluso que
influyan de modo vitalmente decisivo en la interpretación y vivencia
de un texto de la Escritura a lo largo de siglos de historia de la
Iglesia. Difícilmente, en efecto, podrá separarse la interpretación del
seguimiento de Cristo en total generosidad y pobreza (cf. Mt. 19,
16-30 par.) de la viva interpretación que de ello hizo Francisco de
Asís; difícilmente podrá prescindirse de la experiencia mística de
Teresa de Jesús a la hora de comprender en profundidad el texto
paulino de Gal. 2,20: «es Cristo quien vive en m í»48; difícilmente
podrá dejarse de lado la interpretación vital del mandato de Jesús
de «hacerse como niños» (cf. Mt. 18,1-5 par.), que Teresa de Lisieux
ha llevado a cabo en su experiencia de infancia espiritual. En estos
y en otros casos la acción del Espíritu se percibe, tanto en los
frutos de santidad de vida de sus intérpretes, que han encarnado
la Palabra de Dios de manera reconocida y garantizada por la Igle
sia, como en los frutos de su interpretación, que muestran palpa
blemente la eficacia de la Palabra de Dios en la Iglesia. Estas in
terpretaciones me parece que, con todas las cautelas del caso, pue
den ser consideradas como verdadera «exégesis espiritual» de la
Escritura.
Finalmente, cuanto hemos intentado exponer, parece ser la mejor
base y garantía, para afirmar que la lectura e interpretación de la
Escritura tiene su ámbito más adecuado en e l g ru p o y la co m u n id a d .
48 Cf. Vida 6, 60; 18, 179; etc. Véase E. RENAULT, Thérèse d ’Avila. Aux
sources d’eau vive (París, 1978), esp. la introducción; S. CASTRO, «Vivir y
experimentar la Palabra de Dios», Rev. de Espiritualidad 43 (1984) 549-70.
665
Además de la acción litúrgica, que es el marco preferencial, la
lectura y el comentario bíblico en comunidad hacen visibles el ám
bito eclesial imprescindible de toda auténtica interpretación de la
Escritura, crean a la larga los correctivos necesarios para evitar
toda la interpretación subjetiva, y posibilitan una lectura viva de la
Sagrada Escritura, hecha desde los interrogantes concretos de la co
munidad cristiana. Marco eclesial en el que se realiza la acción del
Espíritu, diálogo desde la vida concreta y un cierto e imprescin
dible conocimiento del texto, parecen las mejores condiciones para
que se lleve a cabo la lectura eclesial comunitaria de la B iblia49.
Y todo ello en el contexto necesario de la oración (DV 25), porque
sólo esta actitud hace posible la apertura del cristiano a la acción
del Espíritu en la Iglesia, e! único que puede llevarnos a la verdad
completa (cf. Jn. 16,13).
666
Quienes así leen la Biblia sitúan a este libro en el corazón de la
iglesia, pero no usan criterios ajenos a la misma Escritura, por lo
que hacen posible un auténtico diálogo ecuménico con los otros
hermanos separados, que también ponen a la Sagrada Escritura como
punto de referencia clave de su fe y como camino privilegiado para
el reconocimiento y el encuentro de Cristo Jesús como Señor de
su vida.
Así pues, cuando hablamos de lectura eclesial de la Biblia no se
trata de una referencia jurídica y recortada a la lectura de la Bi
blia según las normas emanadas de la Iglesia jerárquica, sino, mu
cho más ampliamente, de la lectura e interpretación de la Biblia
en el mismo Espíritu con que fue compuesta: en el Espíritu que
sigue construyendo la Iglesia y que únicamente ella nos puede ga
rantizar.
667
P E R S P E C T IV A S
Por Luis Alonso Schokel
669
Lo que se realiza ocasionalmente en este terreno no parece que
se haya incorporado sistemáticamente en tratados y manuales teoló
gicos. En la práctica, la historia de la Iglesia sigue siendo en gran
parte un capítulo de la historiografía general, no de la teología.
670
Ex 28,3, la prudencia política rüh hokma de Dt 34,9, los cuatro «es
píritus» o carismas de Is 11,1-10.
En el NT son particularmente significativas las palabras referen
tes al «testimonio = martirio» cristiano. El lenguaje es del todo se
mejante al que se emplea para hablar de la inspiración bíblica, y
vale la pena recordarlo aquí:
M t 10,19s. Cuando os entreguen, no os preocupéis por lo que
vais a decir o por cómo lo diréis, pues lo que tenéis que decir
se os inspirará en aquel momento; porque no seréis vosotros
los que habléis, será el Espíritu de vuestro Padre quien hable
por vuestro medio. Paralelos Me 13,9-11; Le 21,14s.
671
Entonces ¿qué significa inspiración de ia «Escritura»? Sagrada Es
critura no puede ser el nombre de un fetiche o talismán, ni el
libro abierto sobre el ambón o pulpito nos debe capturar en una
visión demasiado material.
Por otra parte el registro sonoro en casetes es hoy tan fácil y
cotidiano, que permite recobrar el valor primigenio de la palabra
oral, de proclamación y escucha: «la fe por el oído». ¿Por qué no
se editan en gran escala Biblias en casetes o discos compact?
De aquí se salta sin querer a lo que Emilio Betti llama interpre
tación reproductiva: la del intérprete de música o teatro, la del lector
de textos narrativos o poéticos, etc. Adelantando datos, señalo aquí
la importancia de la buena lectura litúrgica como factor de comuni
cación inmediata y total.
2. In te rp re ta c ió n .
672
c ) Es posible pensar con categorías nuevas la relación entre
Escritura y Tradición. Aquí se puede inserir el estudio de la histo
ria de la interpretación, y no sólo en clave de puros hechos suce
didos, sino en clave hermenéutica, de suerte que la historia se in
tegre en el horizonte de comprensión.
La historia de la interpretación selecciona como textos privile
giados los comentarios; pero no puede olvidar otros numerosos tes
timonios en otras áreas de la cultura. En una historia así concebida
habrá sitio para las artes: pintura y escultura, música, y sobre todo
literatura. Se trabaja en este terreno; pero el campo es inmenso
y pertenece en gran parte al futuro.
d ) El tema del lenguaje ha de ser central en el próximo futuro.
Ya ha creado en bastantes exegetas una conciencia nueva sobre la
mediación y la crítica del lenguaje. Pero todavía tropieza uno con
reiteradas faltas de atención en este punto. De modo inconsciente
o rutinario, el lenguaje realista, corpóreo, del AT se espiritualiza o
se sustituye por otro sin suficiente justificación. Se discute pun
tualmente el género literario de los salmos u oráculos y se pasa
por alto su lenguaje.
Se ha trabajado mucho en el terreno de la traducción, porque es
tarea que enfrenta a uno irremediablemente con el lenguaje, mejor
dicho, con dos lenguajes. Los problemas teóricos (Mounin) y prác
ticos (Nida) de la traducción han sido analizados. El peligro consiste
en reducir el lenguaje de la lingüística olvidando la estilística. En
textos literarios, poéticos, este descuido puede ser fatal. El lenguaje
no está hecho solamente de morfología y sintaxis y léxico. Si el
estudiante de la Biblia estudia gramática y vocabulario, ¿no debería
estudiar también estilística?
e ) En concreto el lenguaje simbólico deberá ser tema de re
flexión teórica y de ejercicio práctico de interpretación. Si en la
vertiente teórica no faltan estudios importantes, los resultados no
han penetrado vitalmente en la práctica de la exégesis. Con relativa
frecuencia se suplanta el lenguaje simbólico de la Biblia por sis
temas conceptuales, se niega prácticamente su presencia «porque
no se puede probar que el autor lo pretendía», se limita su alcance,
se embota su vigor.
El estudio de los símbolos bíblicos nos permitirá recuperar vital
mente muchas interpretaciones de Santos Padres, que en este cam
po tenían bien desarrollada y entrenada la sensibilidad. Además, dado
el carácter expansivo de los símbolos, se abre espacio para la in
terpretación siempre renovada de la Escritura. La constitución Dei
Verbum habla de géneros literarios y modos de decir, no menciona
expresamente los símbolos. Ahora bien, el símbolo no es un modo
de decir entre tantos otros, sino que pertenece a la sustancia del
lenguaje religioso.
673
43
IV. El capítulo cuarto de la constitución está dedicado al AT. Si
gue en pie, si no el problema teórico, sí la aplicación práctica a
la relación entre ambos testamentos. Estudios teóricos valiosos
están ya hechos y registrados; al parecer no se encuentran ele
mentos nuevos o el tema no atrae el ingenio de pensadores. El
llamado «sentido cristiano del AT» sigue discutido: rechazado for
malmente por no pocos y descuidado por otros muchos. Se pueden
citar las reacciones al proyecto de «caleñas» modernas, de la comu
nidad de Monteveglio, la desatención prestada a la «catena» para
los salmos de Claude Jean-Nesmy. ¿Cuántos comentarios a los sal
mos aportan datos de la historia antigua de su interpretación o dan
sugerencias para la apropiación en contexto cristiano?
La constitución afirma que los libros del AT «encierran tesoros
de oración». ¿Se diría lo mismo de una colección de himnos y sú
plicas sumerios y acádicos? Afirma que «esconden el misterio de
nuestra salvación». Pues bien, ese misterio se realiza en Jesucristo.
V. Del capítulo quinto se puede subrayar el final, la gran apertura
hacia el futuro: «les envió el Espíritu Santo, que ios fuera intro
duciendo en la plenitud de la verdad (Jn 16,13)». El Espíritu no se
ha jubilado ni descansará jamás: la verdad del NT es inagotable.
677
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689
44
Sai 7 2 ,1 ............. 443. Is 6,3 . . . . . . 456.
Sai 7 3 ,1 7 ............ 272. Is 6,9-10 . . . . . 217.
Sai 7 4 ,5 ............. 448. Is 7,14 . . . . . 445.
Sai 8 4 ,1 2 ............ 443. Is 11 ,1-10 . . . . 671.
Sai 8 8 ................ 466. Is 1 4 ............... . 444.
Sai 89,27 ............ 488. Is 14-16 . . . . . 636.
Sai 95,1-3........... 129. 160. Is 14,25 . . . . . 200.
Sai 9 5 ,9 ............. 191. Is 40-55 . . . . . 635.
Sai 98,1-3........... 191. Is 40,8 . . . . . . 150. 151. 165,
Sai 10 4 ,3 ............ 641. Is 41,20 . . . . . 191.
Sai 106,7............ 192. Is 42,9 . . . . . 446.
Sai 106,13 . . . . 192. Is 43,12 . . . . . 446.
Sai 106,20 . . . . 456. is 43,18-19 . . . . 199.
Sai 106,21 . . . . 192. Is 45,3.6 . . . . . 191
274. Is 49,13.16 . . . . 191.
Sai 1 1 1 ..............
Sai 1 3 6 .............. 184. Is 50,4 . . . . - 636.
Is 52-53 . . . . . 488.
Prov 1,20-33 . . . 670. Is 52,10 . . . . . 484.
670. Is 61,1-2 . . . . . 457.
Prov 8 - 9 ...........
Prov 1 0 ,2 ........... 231.
Jer 2,13 ........... 652.
Prov 1 1 ,4 ........... 231.
Jer 3,17 ........... 129. 160.
Prov 1 3 ,7 ........... 230. Jer 15 ................ 670.
Prov 14,13 . . . . 230. Jer 20 ................ 670.
Prov 15,17 . . . . 230. Jer 23 ................ 487.
Prov 20,22 . . . . 231. Jer 23,7-8 . . . . 446.
Prov 23,14 . . . . 231. Jer 3 1 ,3 1 ............ 452.
Prov 28,18 . . . . 231.
Bar 3,38 ............. 97. 154.
Sab 1,4-6 . . . . 131.
Sab 9,13-19 . . . 106. Ez 16 ................. 635.
Sab 17 ............... 203. Ez 20 .................. 635.
Ez 36,25s............. 488.
Eclo 3,8-11 . . . 231.
Eclo 1 0 .............. 231. Os 1,10 ............ 466.
Eclo 10,4-17 . . . 232. Os 11,1 .............. 445.
Eclo 1 5 .............., 202.
Eclo 1 6 .............. 231. Am 8,11-12 . . . . 635.
Eclo 2 4 .............. 232.
Eclo 24,30-34 . . ., 670. Miq 3 ................. 635.
Eclo 39,1-11 . . ., 670. Miq 3,5-6 ............ 635.
Eclo 43ss . . . ., 202. Miq 5,2 .............. 466.
N.T.
690
Mt 5,17 ........... 161. 223. Mc 12,6 .............. 488.
Mt 5.17SS . . . . 131. Mc 13,9-11 . . . . 671.
Mt 5,47 ........... 549. Mc 13,1 0 ............. 214.
Mt 8,23-24 . . . . 546. Mc 14,61............. 221.
Mt 9,9-13 . . . . 304. Mc 15,34 ............. 488.
Mt 9,15-25 . . . . 546. Mc 15,39 ............. 221.
Mt 10,19s . . . . 671. Mc 16,14-20 . . . 307.
Mt 10,33 ............ 548. Mc 16,15... 110. 156.
Mt 10,38-39 . . . 548.
Mt 1 1 ,5 .......... 511. Lc 1,1-4 .............. 544.
Mt 11,27 ............ 97.154.212.488. Lc 1,2 ............ .. 527.
Mt 13 ................. 545. 548. Lc 1,2-4 .............. 136. 138. 139. 162.
Mt 13,11........ 215. Lc 1,35 ............... 423.
Mt 1 3 ,3 3 ...... 113. Lc 2,19 .............. 113. 156. 273.
Mt 13,44 ............ 650. . Lc 2,51 ............. 113. 156. 273.
Mt 1 4 ,6 .......... 217. Lc 3,4 ................. 444.
Mt 16,16 ............ 542. Lc 4 ................... 458.
Mt 16,24-28 . . . 548. Lc 4,16-21 . . . . 457.
Mt 16,28 ............ 542. Lc 4,16-22 . . . . 2 2 2 .
Mt 17,14-20,16 . . 545. Lc 4 ,4 3 .......511.
Mt 18,1-5 ........... 665. Lc 5,11 .............. 548.
Mt 18,14 ............ 549. Lc 5,28 .............. 548.
Mt 18,20 ............ 593. Lc 6,20 ............... 548.
Mt 19,16-30 . . . 665. Lc 6,30 ............... 548.
Mt 21,25 ............ 466. Lc 6,33 .............. 549.
Mt 24,9 .............. 549. Lc 6,34 .............. 548.
Mt 2 4 ,1 4 ...... 511. Lc 8 , 1 ....... 511.
Mt 24,20-21 . . . 544. Lc 9,23-27 . . . . 548.
Mt 24,34 ............ 542. Lc 9,51-53 . . . . 548.
Mt 24,35 ............ 103. Lc 10,12-16 . . . 304.
Mt 24,36 ............ 542. Lc 10,21 ss . . . . 217.
Mt 25,24 ............ 542. Lc 11,41 .............. 548.
Mt 28 ................. 270. Lc 1 3 ,2 1 ........ 113.
Mt 28,16 ............ 542. Lc 13,22-23. . . . 548.
Mt 28,18-29 . . . 110. Lc 14,16 .............. 548.
Mt 28,18-20 . . . 307. Lc 14,27 .............. 548.
Mt 28,19-20 . . . 156. Lc 15,16 ............. 549.
Mt 28,19 ............ 280. Lc 17,11 ............. 548.
Mt 28,20 ............ 138. 141. 162. 563. Lc 17,22 .............. 548.
565. 578. Lc 18,31 ............. 548.
Lc 19,11-28 . . . 548.
Mc 1 ,1 .......214. Lc 2 0 , 1 .......... 511.
Mc 1,3 ............. 444 Lc 21,14s . . . . 671.
Mc 1,10 ........... 488. Lc 21,17 .............. 549.
Mc 1 ,1 4 214. 511. Lc 22,20 .............. 131. 161.
.
691
Le 24,46 . . . 650. Jn 14,8-9 . . . . 223.
Le 24,49 . . . 303. Jn 14,9 . . . . 103. 154.
Jn 14,10 . . , . 94.
Jn 1,1-18 . . 101 . 154. 546. Jn 14,25-26 . . . 567.
Jn 1,3 . . . . 99. 154. 108. 137. 139,
Jn 14,26 . . . . 100 .
Jn 1,14 . . . 97. 135. 154. 161.
456. 140. 162. 300. 495,
295.
Jn 1,17 . . . 97. 132. 154. 375. 513. 540. 563. 565,
Jn 1,35-43 . . 304. 567. 578.
Jn 2,19 . . . 578. Jn 15,3 . . . . 226.
Jn 2 ,21-22 . . 578. Jn 15,14-15 . . . 97. 154.
Jn 2,22 . . . 139. 162. 513. Jn 15,27 . . . . 423.
Jn 3,2 . . . . 156. 268. Jn 16,12 . . . . 540.
Jn 3,11 . . . 92. 94. Jn 16,12-13 . . . 139. 162. 513. 578.
Jn 3,34 . . . 103. 154. 575. Jn 16,13 . . . . 115. 137. 141. 144.
Jn 4,10 . . . 652. 162. 300. 513. 568.
Jn 4,34 . . . 224. 569. 578. 659. 666.
Jn 4,37 . . . 650. 674.
Jn 5,24 . . . 226.
Jn 16,13-15 . . . 646.
Jn 5,36 . . . 102 . 103. 154. 575.
Jn 16,14 . . . . 108. 140. 563. 565.
Jn 5,39 . . . 10 2 . 131. 132. 160.
Jn 6,8 . . . . 130. Jn 17,1-3 . . . . 97. 154.
Jn 6,32 . . . 590. Jn 17,13 . . . . 94.
Jn 6,33 . . . 590. Jn 17,4 . . . . 103. 154. 575.
Jn 6,35 . . . 590. Jn 20,8-9 . . . . 578.
Jn 6,37 . . . 590. Jn 20,21 . . . . 307.
Jn 6,40 . . . 590. Jn 20,25 . . . . 547.
Jn 6,41 . . . 590. Jn 20,31 . . . . 119. 158. 2 2 1 .
Jn 6,44 . . . 106. Jn 27-29 . . . . 578.
Jn 6,46 . . . 590.
Jn 6,47-48 . . 226. Hch 1,1 . . . . 136. 137. 297. 299.
Jn 6,48 . . . 590. 532.
Jn 6,50 . . . 590. Hch 1 ,1-2 . . . 137. 162. 300.
Jn 6,51 . . . 590. 641. Hch 1,3 . . . . 213. 540.
Jn 6,54 . . . 590. Hch 1,8 . . . . 213. 303.
Jn 6,58 . . . 590. Hch 1,21-22 . . 300.
Jn 6,63 . . . 590. Hch 2,2-4 . . . 305.
Jn 6,68 . . . 135. 161.
Hch 2,24-36 . . 467.
Jn 7,16 . . . 96.
7,35 . . . 540. Hch 2,25-32 . . 555.
Jn
139. 162. 513. Hch 2,36 . . . . 222. 297.
Jn 7,39 . . .
Jn 8,25-28 . . 92. Hch 2,42 . . . . 117. 157. 299. 301.
Jn 8,32 . . . 226. 315. 319. 545.
Jn 8,38 . . . 94. Hch 3,12-26 . . 574.
Jn 9,39 . . . 226. Hch 4,10 . . . 222.
Jn 10,8 . . . 212. Hch 4,31 . . . 305.
Jn 10,38 . . . 104. Hch 5,12-13 . . 545.
Jn 11,27 . . . 221. Hch 5,20 . . . 142.
Jn 11,51-52 . . 139. Hch 5,42 . . . 511.
Jn 12,15 . . . 466. 299.
Hch 6,1-6 . . .
Jn 12,16 . . . 139. 162. 513.
Hch 6,2 . . . . 110 . 604.
Jn 12,25 . . . 548.
Jn 12,32 . . . 135. 161. Hch 6,7 . . . . 110 . 604. 636.
Jn 12,41 . . . 467. Hch 6,24 . . . 545.
Jn 12,50 . . . 94. Hch 8,4 . . . . 305.
Jn 13,18 . . . 488. Hch 8,14 . . . 545.
Jn 14,6 . . . 97. 154. 225. 226. Hch 8,35 . . . 511.
375. Hch 8,37 . . . 222.
692
Hch 10,41 . . . . 536. 537. 555. 1Cor 7,10-11 . . 544.
Hch 11,1 ........... 110. 604. 1 Cor 8,6 . . . . 653.
Hch 11,19-20 . . . 305. 1 Cor 10,6 . . . . 458.
Hch 11,20 . . . . 511. 1Cor 10,11 . . . . 130. 131. 160.458.
Hch 11,22 . . . . 545. 1 Cor 11,3 . . . . 220.
Hch 12 .............. 205. 1 Cor 11,17-27 . . 574.
Hch 12,24 . . . . 110. 604. 636. 1Cor 11,23 . . . . 1 1 2 . 113.
Hch 13,7 ........... 110. 604. 1 Cor 11,25 . . . . 131. 161.
Hch 13,26 . . . . 94. 142. 1Cor 12,11 . . . . 652.
Hch 13,48 . . . . 110 . 604. 1Cor 12,28 . . . . 652.
Hch 14,15-17 . . . 99. 1 Cor 13,10 . . . . 113.
Hch 15 .............. 545. 1Cor 13,12 . . . . 111. 268.311.
Hch 1 6 ,7 . 213. 1 Cor 14,16 . . . . 305.
Hch 16,16 . . . . 305. 1 Cor 14,24-25 . . 305.
Hch 17,18 . . . . 511. 1 Cor 14,26 . . . . 305.
Hch 17,27 . . . . 96. 1 Cor 15,3 . . . . 1 1 2 . 545.
Hch 19,20 . . . . 636. 1Cor 15,3-10 . . . 539.
Hch 20,32 . . . . 143. 163. 1 Cor 15.3-4 . . . . 555.
1Cor 15,3-5 . . . . 221
Rom 1,1-4 . . . . 220. 1Cor 16,22 . . . . 222.
Rom 1,4 . . . . 423.
Rom 1,5 . . . . 107. 155.182. 2 2 2 . 2 Cor 1,10 .... 109.
Rom 1,16 . . . . 135. 494. 2 Cor 1,19-20 . . 223.
Rom 1,17 . . . . 108-110. 2Cor 1,20 . . . . 156.
Rom 1,18-32 . . . 106. 2Cor 2,12 . . . . 511.
Rom 1,19-20 . . . 99. 154. 2 Cor 2,15 . . . . 641.
Rom 1,20 . . . . 107. 156. 184. 2 Cor 3,14 . . . . 131.
Rom 2,6-7 . . . 99. 154. 2€or 3,14-16 . . 131. 161.
Rom 2,10-11 . . 99. 2 Cor 3,16 . . . . 97. 154.
Rom 4 ............. 232. 2Cor 3,16-4,6 . . 109. 156.
Rom 4,24 . . . . 222. 2Cor 4,6 . . . . 97. 154.
Rom 5,5 . . . . 488. 2 Cor 10,5-6 . . . . 107. 155.
Rom 5,14 . . . . 447. 458. 2Cor 10,14 . . . . 511.
Rom 6,4 . . . . 555.
Rom 7,4 . . . . 131. Gal 1 , 7 ................... 511.
Rom 8-11 . . . . 576. Gal 1,23 .............. 2 2 2 .
Rom 8,2-3 . . . 131. Gal 2 .................. 545.
Rom 8,14-17 . . 488. Gal 2,9 ............... 303. 304.
Rom 9,26 . . . . 466. Gal 2,20 .............. 665.
Rom 10,9 . . . . 2 2 0 . 574. Gal 3,16 ............. 442.
Rom 10,9-10 . . . 220. Gal 4,4 ............... 135. 161. 294.295.
Rom 11,33-35 . . 573. 442.
Rom 12,3 . . . . 660. Gal 4,14 ............. 458.
Rom 12,6 . . . . 413. 660. Gal 5 .................. 464.
Rom 15,4 . . . . 128. 129. 160. Gal 5,19-21 . . . . 127. 159.
Rom 16,25-26 . . 131. 161.
Rom 16,26 . . . . 94. 107. 155. Ef 1,3-14 ............. 97. 154.218.
Ef 1 g 97 -j 53
1Cor 1,7 . . . . 103. 312. Ef 1|l3 ................. 375. 378.
1Cor 1,11 . . . . 447. Ef 2,18 ................ 97. 153.
1Cor 1,18 . . . . 142. Ef 2,10 ................ 303. 304.
1Cor 1,30 . . . . 641. Ef 3 , 3 ......................218.
1 Cor 2 409. Ef 3,3-5 ............... 573.
.
693
Ef 4 ,1 4 ............ . 265. Tit 2i,10 . . . . . 96.
Ef 5 ,2 6 ............ . 488. Tit S>,13 . . . . . 155.
Ef 6 ,1 9 ............ . 218.
Flm 3,8 . . . . . 149. 164.
Flp 1,12-14 . . . . 306.
Flp 2,5-11 . . . . . 221. Heb 1,1 ... . . 94. 100 . 108. 121
Flp 2,6-11 . . . . . 574. 158. 189. 247.
Flp 2 ,1 1 ........... . 220. Heb 1 ,1-2 . . . . 101 . 154. 2 1 2 . 457
Heb 1,2 . .. . . 108.
Col 1,15 . . . . . 97. 153. 456. Heb 1,3 . . . . . 456.
Col 1,15-19 . . . 482. Heb 4,7 . . . . . 121 . 158.
Col 1,25-27 . . . 218. Heb 4,11 . . . . 142.
Col 2,2 . . . . . 218. Heb 4,12 . . . . 143. 163. 256. 594
Col 2,3 . . . . . 247.
Col 2,7 . . . . Heb 4,12-13 . . . 304.
. 652.
Col 2,14 . . . . . 131. Heb 4,15 . . . . 128.
Col 2,17 . . . . . 458. Heb 5,6 . . . . . 297.
Col 3,16 . . . . . 115. 157. 659. Heb 7,17-21 . . . 297.
Col 4,3 . . . . . 218. Heb 8,5 . . . . . 458.
Col 4,16 . . . . . 301. Heb 10,1 . . . . . 458.
Heb 10,7 . . . . . 224.
1Tes 1,5 . . . . . 594. Heb 11 . . . . . 232.
1Tes 1,8 . . . . . 306. Heb 12,2 . . . . . 100 .
1Tes 1,9-10 . . . 574. Heb 13,17 . . . . 264.
1Tes 2,13 . . . . 110 . 143. 163. 304.
1Tes 4,15-17 . . . 544. S a n t................ . 595.
2Tes 1,7 . . . . . 312. 1 Pe 1,10 . . . . . 130. 131. 160.
2Tes 1,7-2,12 . . . 544.
1 Pe 1,23-25 . . . . 150. 151. 165.
2Tes 2,15 . . . . 112 . 113. 156. 302.
1 Pe 2,21-25 . . . . 574.
314.
2Tes 3,1 . . . . . 151. 165. 305. 1 Pe 3,15-16 . . . . 119.
G94
INDICE DE AUTORES
695
BENEDICTO XV, 340. 364. 415. CARMODY, J. M., 30.
BENOIT, P., 30. 34. 38. 342. 348. 356. CARREZ, M., 560.
365. 366. 371. 376. 474. 516. 535. CASAS GARCIA, V., 684.
614. CASCIARO, J. M., 681. 684.
BERKHOF, L, 684. CASTELLI, E., 35.
BERKOUWER, G. C., 28. CASTELLINO, G., 524.
BENABE URBIETA, C., 619. CASTRO, S., 665.
BERNARDO, S., 410. CASTRO AGUAVO, F., 681.
BERNHARDT, K. H., 37. CASTRO SANCHEZ, S„ 685.
BERNING, V., 29. GAZELLES, H., 353.
BETTI, U., 26. 28. 45. 59. 300. 326. CELSO, 360.
BEUMER, J., 31. 33. 41. 245. 258. 338. CERFAUX, L., 215. 502. 545.
340. 356. 389. 415. 522. 683. CHAPMAN, J., 502.
BIERZYCHUDEK, E., 41. CHARLIER, L., 324. 352.
BILLOT, 386. CHARLIER, C., 407.
BISHOP, E. F. F., 549. CHENU, M. D., 31.
BLAJOT, J., 30. 482. CHILDS, B. S., 37. 658.
BLANCO SAHAGUN, G., 683. CIPRIANO, S., 117.
BLENKINSOPP, J., 41. CIRILO, S., 222.
BLUM, G. G., 677. CIRILO DE ALEJANDRIA, S., 360.
BOADA, J., 574. CIRILO DE JERUSALEN, S., 131. 161.
BODIN, Y., 35. 380.
BOFF, L, 341. CLEMENTE ROMANO, S., 110. 470.
BOISMARD, M. E., 560. 471. 511.
BOJORGE, H., 684. COBB, J. B., 36. 618.
BOMAN, Th., 407. COLOMBO, G., 310.
BORNKAMM, G., 517. 519. 540. COMBLIN, J., 677.
BOUILLARD, H., 617. CONGAR, Y. M. de, 32. 34. 245. 259..
BOUYER, L, 40. 612. 260. 267. 277. 290. 655.
BOVON, F., 663. CONZELMANN, H., 519. 576.
BOWMAN, A., 34. COPPENS, J., 38. 365. 366. 367. 368.
BRAATEN, C. E., 29. 35. 36. 370. 371. 474. 475. 685.
BRAUN, H., 519. CORETH, E., 685.
BRAVO, C., 681. CORNELIS, H., 324.
BRETON, S., 405. CORNELY, R., 473.
BRINKMANN, B., 343. 356. COTHENET, E., 560.
BROWN, R. M., 28. COURTADE, G., 338. 356. 360. 362.
BROWN, R. E., 37. 38. 474. 475. 616. 365.
684. CROATTO, J. S., 29. 685.
BRUNNER, A., 29. 31. CROCE, B., 398.
BRUNNER, E., 324. CROWE, F. E., 31.
BÜHLMANN, W., 40. CULLMANN, O., 28. 327.
BULGAKOV, S., 645. CURTIUS, E. R., 404.
BULST, W., 30.
BULTMANN, R., 39. 208-9. 225. 229. D’HULST, Mns., 362. 363.
324. 397. 508. 516-19. 606. 618. DAMASO, S., 380.
BUREN, J. van, 519. DANIÉLOU, J., 470. 471. 475. 679.
BUTLER, B. C., 28. 33. 502. 677. DARLAP, A., 286.
BUZZETTI, C., 617. DAUBE, D., 545.
DAV! ES, W. D.. 535. 548.
CAMBIER, J. M., 560. DE LUBAC, H., 27.
CAMPENHAUSEN, H. F. von, 40. 538. DE BROGLIE, G., 30.
656. 657. DEFOIS, G., 677.
CANEVESSI, J. J., 684. DEISSLER, A., 37.
CANTINAT, J., 560. DEJAIFVE, G., 33. 681.
CAPELLI, 389. DELGADO VARELA, J. M., 683.
CAPRILE, G., 28. 45. 47. 71. 75. 76. DELITZSCH. F., 453.
371. 372. 373. 531. DESCAMPS, A., 502. 5 4 5 .
DESROCHES, A., 356. FITZMYER, J. A., 397. 415. 523. 534..
DEWAILLY, L-M., 31. 550.
DIAZ, A. A., 681. FLAVIO JOSEFO, 507.
DIAZ, J., 643. FLESSEMAN, E., 662.
DIBELIUS, M., 397. 517. FLICK, M., 31.
DIEGO, J. R. de, 33. FLORISTAN, C., 678.
DIEZ MACHO, A., 503. 609. FLORIT, H., 17. 28. 190. 207. 250..
DILSCHNEIDER, O. A., 540. 270. 293. 296. 313. 319. 348.
DIODORO DE TARSO, 466. 468. FOHRER, G., 36. 37.
DITTENBERGER, W., 511. FÖRSTER, K., 40.
DODD, C. H., 31. 498. 509. 535. 539. FRANIC, Fr., 28.
548. 574. FRANZELIN, J. B., 341. 348. 356.
DODEWAARD, J. van, 28. 565. FREY, H., 36.
DOMINGUEZ DEL VAL, U., 33. FRIES, H., 30. 324.
DORSCH, E., 342. 356. FRÖR, K., 41.
DREYFUS, F., 609. FUCHS, E., 35. 39. 497. 618.
DROSS, R., 36. FÜLLER, D. P., 29. 538.
DUBARLE, D., 361. FUNK, F. X., 154.
DUBARLE, A. M., 361. 363. 381.
DUENSING, F., 41. GADAMER, H. G., 618. 627. 662. 663.
DULLES, A., 27. 30. GAMPER, A., 29.
DUMONT, C., 685. GALLART, M., 681. 685.
DUNN, J. D. G., 618. 656. GARCIA CORDERO, M., 679. 685.
DUPONT, J., 549. 576. GARCIA ROCA, J., 685.
DUPUY, B. D., 607. 644. 678. . . GARIJO GUEMBE, M., 681.
DURRWELL, F. X., 32. GEFFRE, C., 616.
GEISELMANN, J. R., 32. 245. 497. 681.
GERHARDSSON, B., 32. 535.
EBELING, G., 29. 32. 41. 324. 618.
GESTEIRA, M., 27.
EDELBY, N., 171. 419. 601. 605. 624.
645. 647. 648. 657. 659. 664. GEYER, H. G., 40.
GHIDELLI, C., 678.
EFREN, S., 675.
GIAQUINTA, C. J., 681.
EICHHOLZ, G., 32. 35.
GIBLET, J., 684.
EISSFELDT, O., 37. 399. GÖGLER, R., 409. 644.
ELORDUY, E., 36. GOMEZ HERAS, J. M. G., 679.
EPIFANIO, S., 380. GOMEZ NOGUEIRA, A., 683.
ESCOBAR, S., 687. GOMEZ CAFFARENA, J., 685.
ESTEBAN, S., 259. GONDON, K., 34.
EUSEBIO DE CESAREA, 499. 511. GONZALEZ DE CARRERA, S., 39. 503.
EVANS, D., 30. CONZALEZ DE CARDEDAL, O., 613.
EVANS, O. E., 503. GONZALEZ RUIZ, J. M., 685.
EVANS, G. R., 611. GONZALEZ MARTIN, A., 685.
GONZALO MAESO, D., 37. 683. 685.
FARKASFALVY, D., 410. GRANADOS, A., 28.
FASCHER, E., 535. GRANT, R. M., 460. 472. 544. 546.
FAVALE, G., 26. 556. 611.
FEINER, J., 262. 286. 287. 289. 678. GRASS, H., 538.
FERNANDEZ, D., 30. GRECH, P., 618.
FERNANDEZ, A., 460. 469. 471. 473. GREEHHY, J., 678.
474. 475. GREENSLADE, S. L., 35. 40.
FERNANDEZ DE TROCONIZ, L. M., GREGORiO MAGNO, S., 146. 257. 462.
681. 674.
FERRANDO, M. A., 678. GREGORIO DE NISA, S., 411. 470. 471.
FERRIER-WELTI, M., 678. 685. GRELOT, P., 27. 28. 33. 36. 37. 41.
FETSCHER, L, 681. 343. 352. 353. 356. 360. 362. 365.
FEUILLET, A., 37. 39. 501. 522. 367. 369. 370. 371. 374. 375. 376.
FISCHER, L, 32. 381. 383. 454. 460. 474. 475. 483.
FISHER, F. L., 39. 560. 614. 620. 644. 656.
697
GRIBOMONT, J.f 474. 681. 360. 361. 378. 464. 470. 478. 498
GRIESBACH, J. J., 502. 499. 511. 610. 611. 649-52. 657.
GRILLMEIER, A., 27. 28. 34. 376. 377. ITURRIOZ, D., 28.
607. 615.
GUARDINI, R., 324. 475-6. 481. JACOB, R., 21. 359.
GUILLAMONT, A., 507. JAUREGUI, J. A., 576.
GUILLEN, J., 681. JAVIERRE, A. M., 285.
GUNDRY, R. H., 37. JEDIN, H., 243.
GUNKEL, H., 397. 401. JEREMIAS, J., 519. 556.
GUT, B., 39. JERONIMO, S., 127. 146. 149. 159. 164.
GUTIERREZ GONZALEZ, J., 679. 360. 407. 471. 590. 643.
GUTWENGER, G., 29. JIMENEZ DUQUE, B., 681.
JOEST, W., 35. 685.
HAAG, H., 41. JOLLES, A., 233.
HAENSLI, E., 633. JONES, W. P., 36.
HAMILTON, W., 518. JOSSUA, J. P., 677.
HAMMANS, H., 31. JOURNET, C., 288.
HAMPE, J. Chr., 26. JUAN XXIII, 265. 602.
JUAN CRISOSTOMO, S., 127. 160.
HÄNCHEN, E., 501.
468.
HANSON, A. T., 37.
JUAN DE AVILA, S., 641.
HANSON, P. D., 656.
JULIANO EL APOSTATA, 360.
HARNACK, A., 657.
JULIANO DE ECLANA, 465. 468.
HARTEL, 117.
JUNGMANN, A., 597.
HARVEY, V. A., 29. 111. 131. 141. 149.
JUNILIO AFRICANO, 468.
161. 165.
JUSTINO, S., 222. 360. 471. 510. 511.
HELLER, E., 36. 610.
HEMPEL, J., 185. 435.
HERDER, J. G., 502.
HERREJON PEREDO, C., 681. KAHLER, M., 516. 517.
HESSE, F., 185. KAISER, O., 35.
HIPOLITO, 360. KAMPMANN, T., 40.
HÖFER, J., 286. KÄSEMANN, K. E., 519. 618. 656.
HOFFMAN, A., 647. KASPER, W., 32. 40. 41. 399.
HOLSTEIN, H., 32. KELSEY, D. H., 616.
HOLTZMANN, H. J., 502. KENNEDY, G. A., 620.
HONORIO, 464. KERKHOFF, E. L, 478.
HOOKE, S. H., 538. KIRK, J. A., 685. 687.
HÖPFL, H., 37. 351. KLAUSNER, J., 507.
HORACIO, 400. KLEIN, G., 29.
HORST, U., 678. KLEIN, L, 35.
HOYOS, F., 28. 34. 42. KLEINHANS, A., 501.
HUERGO FERNANDEZ, J., 680. 685. KLOPPENBURG, B., 678. 680.
HUMBOLDT, W.V., 640. KNACKSTEDT, J., 549.
KNEVELS, W., 35.
HUMMERLAUER, F.v., 389. 397.
KNIAZEFF, A., 645.
HUNTER, A. M., 498. 509. KNOX, W. L., 502.
KOCH, K., 35. 517.
IBAÑEZ, J., 681. KÖNIG, F.,
IBAÑEZ ARANA, A., 27. 34. 38. 678. KRAUS, H. J., 37. 453.
683. KRINGS, H., 36.
IBARBÎA, J. A., 680. KRUSE, H., 41.
IDIGORAS, J. L., 683. KUHN, J. E., 520.
IGNACIO DE ANT., S., 591. KÜMMEL, W. G., 39.
ILLANES MESTRE, J. L., 680. 685. KÜRZINGER, J., 548.
INCIARTE ARMIÑAN, F., 685.
IRENEO, S., 70. 111. 130. 131. 136. LABOURDETTE, M., 348.
137. 141. 144. 148. 149. 150. 161. LAGRANGE, M. J., 341. 389. 415. 520.
162. 164. 222. 259. 278. 342. 357. 569. 613.
698
LAMADR1D, A. G., 685. MARROU, H. L, 640.
LAMPE, G. W. H., 472. MARTELET, G., 679.
LANGE, K., 36. MARTINEZ, F. J., 686.
LA POTTERIE, I de, 34. 39. 225. 226. MARTINEZ, J. M., 686.
227. 283. 359. 369. 371. 372. 373. MARTINI, C. M., 507. 678.
375. 376. 379. MARTUCCI, J., 30.
LARCHER, C., 40. 454. MATTHIAE, K., 497.
LATOURELLE, R., 29. 30. 33. 180. 229. MAXIMO DE TURIN, S., 590.
292. 300. 310. 321. 324. 327. 678. M cCa r t h y , D. J., 343. 356. 683. 686.
LAURENTIN, R., 45. McCOOL, F. J., 502.
LAURET, B., 614. MCDONALD, H. D., 30. 324.
LAUSBERG, H., 392. 394. 473. McGOVERN, Th., 683.
LEAL, K., 516. M cKe n z ie , j . l ., 3 4 3 . 356.
LECLERCQ, J., 29. M cKe n z ie , j ., 38.
LEER, van, 662. m c k e n z ie , r ., 6 2 1 . 686.
LEEUWEN, J. van, 679. McLEMAN, J., 538.
LEHMANN, K., 31. 538. MEDIAVILLA, R., 683.
LELOIR, L., 351. MEDINA, E. J., 681.
LENGSFEFLD, P., 31. 32. 33. 245. 254. MEHEDINTU, V., 645.
256. MEINERTZ, M., 342. 356. 502.
LEON XIII, 339. 340. 345. 347. 363. MEJIA, J., 28. 686.
404. 413. 415. 660. MENDOZA, F., 681.
LÉON-DUFOUR, X., 39. 217. 497. 502. METZ, J. B., 619.
503. 516. 524. 539. 545. 614. 617. METZGER, B. M., 39.
LEON MAGNO, S., 130. METZINGER, A., 39.
LERA, J. M., 615. MICHEL, A., 678.
LESSING, G. E., 502. 514. 518. MIDENBERGER, F., 37.
LEUBA, J., 647. MILLER, A., 501. 678.
LEVIE, J., 33. 415. 502. 503. MOLARI, C., 617.
LIEBER, D., 685. MOLINA PALMA, M. A., 409. 411. 612.
LIGIER, L., 70. 622. 686.
LOHFINK, G., 685. MOLTMANN, J., 619.
LOHFINK, N., 34. 35. 40. 41. 42. 684. MONTEFIORE, H. W., 507.
685. MONTINI, J. B., 76.
LOH^RER, M., 289. 322. 343. 367. 368. MORALDI, L., 501.
377. 378. 381. 607. 620. 634. MORAN, G., 30. 32.
LOHSE, E., 30. MORENO, J., 686.
LOISY, A., 613. MOULE, C. D. F., 497.
LORDA INARRA, J., 686. MOUROUX, J., 229.
LORETZ, O., 28. 34. 194. 355. MÜHLEN, H., 34.
LOTH, B., 36. MUNCK, J., 498.
LUBAC, H. de, 267. 273. 382. 460. MUÑOZ IGLESIAS, S., 38. 41. 338.
465. 611. 644. 645. 686 .
LUCAS, R. L., 37. MUÑOZ LEON, D., 609. 686.
LUDOCHOWSKI, H., 36. MURNION, P. J., 38.
LUTERO, M., 612. MUSCHALEK, G., 29.
LUZARRAGA, J., 686. MUSSNER, F., 540. 607. 685.
LYONNET, S., 310. 501. 522.
NARDONI, E., 686.
MAAG, V., 185. NEILL, S., 560.
MACGREGOR, G. H., 499. NEPPER-CHRISTENSEN, P., 503.
MANNUCCI, V., 429. 617. 618. 620. NEUENZEIT, P., 29.
645. 656. 662. NEUFELD, V. H., 219-21.
MANRESA, F., 686. NEUNER, J., 678.
MANSON, T. W., 542. NEWMAN, J. H., 362.
MARDONES, J. M., 619. NICHEL, A., 36.
MARIN, F., 683. NICOLAU, M., 27. 678. 680.
MARLÉ, R., 35. 41. 42. NIDA, E. A., 40.
699
NISSIOTIS, N. A .( 28. RAD, G. von, 38. 185. 435. 471. 618.
NOACK, H., 30. 36. RAHNER, K., 30. 31. 32. 33. 180. 258.
286. 287. 288. 289. 324. 342. 353.
O’COLLINS, C. G.f 29. 678. 356. 413. 414. 481. 646. 681.
O’FLYNN, J. A., 678. RAMAZZOTTI, B., 27.
OHLIG, H., 658. RAMIREZ, A., 681.
OLTRA, E., 33. RAMLOT, M. L, 38.
ORBE, A., 610. 649. 651. 681. RAMOS, L, 682.
ORIGENES, 130. 217. 259. 360. 409. RANDELLINI, L, 502. 618.
410. 459. 461. 470. 471. 611. RATZINGER, J., 27. 32. 258. 681.
ORTEGA, A. A., 680. RAUS, H. J., 37.
ORTIZ OSES, A., 686. REFOULÉ, F., 614.
ORTIZ DE URTARAN, F., 686. REIMARUS, S., 514. 515.
OSUNA FERNANDEZ, A., 31. REMOLINA VARGAS, G., 680.
OTTAVIANI, 526. RENAULT, E., 665.
RENDTORFF, R., 193.
PABLO VI, 323. 373. 647. RENDTORFF, T., 193. 503. 618.
PABLO PERSA, 468. RHODE, J., 39.
PACOMiO, L., 678. RICOUER, P., 617. 618. 663. 675.
PADILLA, C. R., 687. RIESENFELD, H., 510. 540. 548.
PANNENBERG, W., 29. 193-194. 618. RIGAUX, B., 502. 524. 535. 560. 565.
619. RINALDI, G., 501. 502.
PARADINAS, J. L., 686. RINGGREN, H., 38.
PARAMO, S. del, 523. 686. RISTOW, H., 497.
PASTOR, F., 615. 680. 681. 686. ROBERT, A., 37. 39. 501. 522.
PATRIZI, F. X., 385. ROBINSON, J. M., 36. 38. 497. 618.
PAUL, F., 609. ROBINSON, J. A. T., 518.
PEDERSEN, J., 406. ROHDE, J., 503.
PERARNAU, J., 27. 294. 644. ROMEO, A., 522.
PERENA, J., 352. ROST, H., 40.
PEREZ FERNANDEZ, M., 686. ROUILLER, G., 663.
PERRIN, N., 513. 520. 530. 542. 556. ROUQUETTE, R., 678.
PERROT, C., 560. ROUSSEAU, O., 329.
PESCH, Ch., 335. 341. 356. ROUSSEAU, A., 649. 651. 652.
PESCH, W., 39. ROVIRA BELLOSO, J. M., 27. 680.
PETRI, H., 41. RUBIO MORAN, L, 29.
PETZOLD, H., 36. RUDDER, J. P., 680.
PFAMMATER, J., 30. RUFFINI, E., 523.
PHILIPON, M. M., 680. RUIZ, G., 21. 680.
PHOTIADIS, E., 33. RUOTOLO, D., 415.
PIE I NINOT, 18. RUPERTO DE DEUTZ, S., 411. 675.
PIKAZA, X., 618. 686. RUSSO, 361.
PINERO SAENZ, A., 683.
PIO X, 340. 413. 500. 660. SABUGAL, S., 686.
PIO XI, 415. 454. SAGNARD, P., 141. 162. 498. 506.
PIO XII, 172. 340. 364. 389. 392. 397. SALAVERRI, J., 416. 682.
413. 416. 521. 522. 594. 660. SALGUERO, J., 683.
POLMAN, A. D. R., 683. SANCHEZ CARO, J. M., 407. 607. 614.
POLO CARRASCO, J., 684. 643. 658. 666. 679.
POLYCARPO, 511. SANCHEZ CHAMOSO, R., 686.
POZO, C., 31. 680. SANCHEZ-FERRERO MARTIN, A., 38.
PRAT, F., 361. SANCHEZ PASCUAL, A. P., 33.
PRETE, B., 678. SANCHO BIELSA, J., 682.
PROULX, P., 379. SANSEGUNDO, P., 38.
PRZYWARA, E., 414. 660. SANTAMARIA, D. A., 686.
PURDY, J., 549. SANZ, J., 682.
SAVAGE, P., 687.
OIJINTILIANO, 391. 400. SCHANKS, H., 535.
700
SCHAUF, H., 32. STANLEY, D., 341. 574.
SCHEFFCZYK, L, 41. 292. 303. 324. STAUFFER, E., 519.
428. 591. 593. 606. 607. 633. 660. STEIGER, E., 398.
SCHEIFLER, J. R., 21. 39. 42. 445. 497. STEINMANN, J., 523.
516. 546. 549. 551. 592. STEWART, J., 533.
SCHELKLE, K. H., 36. 39. 324. STONEHOUSE, N. B., 497.
SCHICK, E., 516. STORR, G. Cr., 502.
SCHIFFINI, 356. STRAUSS, D. F., 514. 515. 517.
SCHILDENBERGER J., 31. 38. 407. STRECKER, G., 503.
SCHILLEBEECKX, E., 30. 41. SUAREZ, L. P., 36.
SCHLEIERMACHER, F. B., 453. 502. SUETONIO, 507.
661. SYNAVE, P., 342. 356. 474.
SCHLEHE, H. R., 29. SZÉKELY, St., 385.
SCHLIER, H., 36. 39. 324. 614. 628.
SCHLINK, E., 37. TABET, M. A., 683. 687.
SCHMAUS, M., 245. TACITO, 507.
SCHMID, J., 39. 41. 502. 559. TAMAYO, J. J., 678.
SCHMID, K. L, 397. 517. TAVARD, G. H., 27.
SCHMITT, J., 574. 687. TAYLOR, V., 502.
SCHMUCKER, J., 30. TEODORO DE MOPSUESTIA, 131. 161.
SCHNACKENBURG, R., 31. 34. 37. 39. 468.
42. 516. 524. 560. 569. 614. THOMSON, J. G. S. S., 30.
THURIAN, M., 27. 171. 300. 679. 682.
SCHRÄGE, W., 508.
SCHREIBER, J., 503. TIESTOS LOSCOS, C., 33.
TOMAS, S., 106. 108. 112. 123. 158.
SCHREINER, J., 38. 687.
TORRES QUEIRUGA, 18.
SCHUBERT, K., 39. 497. 554.
TRACY, D., 611.
SCHÜRMANN, H., 536. 614.
TRAPIELLO, J. G., 679.
SCHUTZ, R., 27. 171. 300. 327.
TREBOLLE, J., 619. 682. 687.
SCHWARTZ, E., 511. TRENCHARD BARRAT, E., 687.
SCHWEITZER, A., 515. TRESMONTANT, C., 407. 680.
SCHWEIZER, E., 535. TREVIJANO, R., 619.
SCRIMA. A., 645. TRIFON, 360.
SEGNERI, P. A., 617. TRILLING, W., 503.
SEMMELROTH, O., 27. 30. 41. 42. 293. TROMP, S., 342.
324. 328. 592. TRÜTSCH, J., 30.
SEVERIANO DE GABALA, 465. TUÑI, J. O., 561.
SHEPHERD, M. H., 39. TURNER, H. E. W., 39.
SILANES, N., 680. TYRRELL, G., 96. 98. 188.
SIMON, R., 389. 613.
SIMONETTI, M., 610. UBIETA, J. A., 21. 559.
SIMONS, E., 30. UÑA JUAREZ, O., 687.
SIRI, G., 680.
SJÖBERG, E., 215. 217. 218. VACANDARD, 361. 363.
SKYDSGAARD, K. E., 32. 33. VACCARI, A., 459. 465.
SMALLEY, B., 611. VAGANAY, L., 502.
SMART, J. D., 36. VALENCEJA, F. F., 680.
SMITH, M., 535. VALVERDE, J. M., 687.
SMITH, D. M., 548. VAN DEN EYNDE, D., 31. 651.
SMITH, R. F., 683. VANHOYE, A., 560. 561.
SMULDERS, M., 679. VANNUTELLI, P., 502.
SÖHNGEN, G., 36. 414. 478. VARGAS-MACHUCA, A., 32. 682.
SPADAFORA, F., 523. 551. VAULT, J. J. de, 549.
SPICQ, C., 524. VICENTINI, J. I., 687.
SPINOZA, B., 389. VEIZSÄCKER, C. von, 502.
STÄHLIN, W., 36. 483. VIELHAUER, Ph., 539.
STAKEMEIER, E., 27. 243. 244. 300. VIGANO, E., 361.
326. 327. 509. 510. 531. 533. 571. VIGOUROUX, F.. 500.
701
VILLASANTE, L., 679. WILCKENS, (J., 193. 546. 607. 685.
VISCHER, L., 28. 277. 662. WILDER, A. N., 39. 539.
VISCHER, W., 36. WILLEBRANDS, J., 680.
VOGELS, H., 502. WILLIAMS, R. R., 32.
VOGELS, W., 647. WOOLLCOMBE, K. J., 472.
VOGTLE, A., 29. 30. 34. 36. 607. 680. WREDE, W., 215. 217. 515.
685. WRIGHT, A. G., 37.
VOLKEN, L., 30. WRIGT, G. E., 38.
VORGRIMLER, H., 27. 41. 607. 614.
VOSS, G., 27. 614. XIBERTA, B. M., 32.
VOSTE, J. M., 341. 356.
YARNOLD, G. D., 32.
WANDENFELS, H., 679. YUBERO GALINDO, D., 39. 682.
WARE, R., 613. 614.
WARNACH, V., 37. ZAMA, A., 679.
WEBER, J. J., 523. 679. 687. ZANECCHIA, D., 341. 357.
WEISS, B., 502. ZEDDA, S., 497. 511. 539. 545.
WEISS, M., 36. ZERAFA, P., 34.
WELLEK-WARREN, 392. 399. 478. 600. ZERWICK, M., 27. 293. 328. 371. 372
WELLHAUSEN, J., 515. 379. 380. 522. 568. 578.
WESTERMANN, C., 38. ZEVINI, G., 666.
WEYNS, N. I., 342. 350. 356. ZIMMERLI, W., 194.
WIDENGREN, G., 535. ZIMMERMANN, H., 39.
WIKENHAUSER, A., 39. 501. 502. 545.
559.