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Sexualidad en las relaciones románticas

Las sanciones religiosas y legales en contra de las relaciones pre-


matrimoniales tienen una larga historia en muchas culturas, pero durante el siglo XX
tuvieron lugar cambios profundos en las actitudes hacia el sexo y en el compor-
tamiento sexual. Las actitudes hacia la sexualidad se tornaron cada vez más per-
misivas, y las interacciones sexuales se volvieron un componente común y
ampliamente aceptado de las relaciones románticas en gran parte del mundo.

CAMBIOS EN LAS ACTITUDES Y EL COMPORTAMIENTO SEXUAL. Estudios realizados


antes y después de la Segunda Guerra Mundial proporcionan evidencia de un gran
cambio hacia la permisividad sexual, especialmente en Estados Unidos, Canadá,
Europa y Australia. A finales de los años cuarenta, incluso las tablas estadísticas
que resumían los hallazgos de Alfred Kinsey y sus colegas fueron denunciadas como
un ataque inaceptable contra los valores morales que mantienen unida a la socie-
dad (Jones, 1997). Veinte años después, los cambios en los puntos de vista acerca
de la sexualidad fueron tan profundos y generalizados que se caracterizaron como
la «revolución sexual» de los sesenta (véase Figura 8.14). Como un ejemplo de estos
cambios, en la primera mitad de ese siglo, el sexo oral se consideraba tanto una per-
versión psicológica (en muchos estados de Estados Unidos) como un acto criminal.
En los años setenta, la mayoría de los hombres y mujeres estadounidenses mani-
festaron que practicaban el sexo oral con frecuencia y que lo disfrutaban (Michael
et al., 1994). Más recientemente, quizás influidos por las palabras del Presidente
Clinton, los estudiantes universitarios ni siquiera definían esa actividad como
«hacer sexo» (Bogart et al., 2000).
Pese a que los años cincuenta se han descrito como la última década de inocencia
sexual de Estados Unidos, fue de hecho el momento en que el sexo prematrimo-
nial se volvió una experiencia cada vez más común en las relaciones de pareja
(Coontz, 1992). En los años ochenta sólo el 17 por ciento de los estudiantes uni-
versitarios estadounidenses reportaron no haber tenido relaciones sexuales (Chris-
topher y Cate, 1985). El promedio de edad de la primera relación sexual ha caído
desde los años setenta y ahora es de 17 años para las chicas y 16 para los chicos
(Stodghill, 1998). En los años noventa sólo el 5 por ciento de las mujeres y el 2 por
ciento de los hombres en Estados Unidos reportaron tener relaciones sexuales por
primera vez en su noche de bodas (Laumann et al., 1994; Michael et al., 1994).

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FIGURA 8.14
Revolución sexual: los
tiempos cambiaron.
En Estados Unidos en los años
sesenta y setenta las protestas en
contra de la guerra de Vietnam,
los experimentos con drogas
ilegales, un nuevo tipo de música
y la causa de la libertad sexual,
se combinaron en una crítica
colectiva al estatus quo. La
liberación sexual se encuentra
entre los legados que han
permanecido de ese período;
como mínimo, las actitudes
sexuales cambiaron hacia una
mayor permisividad y tolerancia.

Una de las posibles explicaciones del cambio en las actitudes y la conducta sexual
se apoya en los mensajes dados por los medios de comunicación. En los programas
de TV más populares entre los adolescentes, hablar de sexo y de practicar sexo es
extremadamente común, y las relaciones sexuales aparecen o están fuertemente
implicadas en uno de cada ocho programas de televisión (Kunkel, Cope y Biely,
1999). Las telenovelas a menudo tienen líneas argumentales relacionadas con el
sexo, donde se presentan relaciones sexuales entre parejas que no están casadas, y
este tipo de contenidos se ha incrementado a lo largo del tiempo (Greenberg y
Woods, 1999). Las investigaciones indican que el contenido sexual de este tipo de
programas afecta las actitudes, expectativas y conducta sexual de los adolescentes
(Ward y Rivadeneyra, 1999).
Por supuesto, no hay una uniformidad perfecta en la sexualidad, las personas
difieren mucho en su conocimiento, actitudes y prácticas sexuales. Las actitudes
hacia las cuestiones sexuales varían desde extremadamente positivas y permisivas
—erotofilia— hasta extremadamente negativas y restrictivas —erotofobia— (Byrne,
1997; Fisher y Barak, 1991); en este sentido, los hombres tienden a ser más eroto-
fílicos que las mujeres. Las diferencias conductuales son igualmente variadas. Por
ejemplo, Simpson y Gangestad (1991, 1992) describen un continuo disposicional
de sociosexualidad. En un extremo del continuo están las personas (predomi-
nantemente hombres) que expresan una orientación sociosexual ilimitada donde
los miembros del sexo opuesto son vistos simplemente como compañeros sexua-
les sin ninguna necesidad de cercanía, compromiso o vínculos emocionales. En el
otro extremo de esta dimensión están las personas (predominantemente mujeres)
que expresan orientación sociosexual restringida en la cual una relación sexual es
aceptable sólo cuando está acompañada de afecto y ternura. Tanto para los hom-
bres como para las mujeres, un estilo de apego seguro está asociado con sociose-
xualidad restringida (Brennan y Shaver, 1995).
A pesar de que en la incidencia de la conducta sexual las diferencias de género
en esencia han desaparecido (Breakwell y Fife-Schaw, 1992; Weinberg, Lottes y Sha-
ver, 1995), existen diferencias de género en las actitudes erotofílicas y en restric-
tividad sociosexual. Los hombres aún juegan un rol tradicional al ser los que inician
la actividad sexual (O’Sullivan y Byers, 1992). Los estudiantes universitarios de sexo

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masculino y de sexo femenino también difieren con respecto a cuánto tiempo con-
sideran que deben conocer a una persona, antes de considerar aceptable el tener rela-
ciones sexuales con esa persona. Como se muestra en la Figura 8.15, los hombres
están más dispuestos que las mujeres a tener relaciones sexuales con alguien a quien
conocen desde hace un día o menos, pero las mujeres prefieren conocer a alguien
por un período de tiempo más largo antes de intimar con esa persona (Buss y Sch-
mitt, 1993). El sexo casual todavía es parte de la vida universitaria, y el término
conexión se aplica a un encuentro sexual breve entre dos personas que son extra-
ñas o que se conocen desde hace poco. En un estudio, aproximadamente uno de cada
tres estudiantes reportaron haber experimentado una conexión, la mayoría de las
veces cuando estaban embriagados con una persona que adoptaba un estilo de amor
lúdico (Paul, McManus y Hayes, 2000).

¿HA TERMINADO LA REVOLUCIÓN SEXUAL? Aunque los «chicos flor» de finales de los
años sesenta y principios de los años setenta tenían grandes esperanzas de que el
mundo se tornara en un lugar mejor donde las personas escogieran «hacer el amor
y no la guerra», comenzaron a aparecer señales de advertencia de una reacción vio-
lenta al final de ese período. Parece que la sexualidad permisiva no era la solución

Después de un largo período de


tiempo de conocerse, la diferencia
entre los géneros desaparece
7
Los hombres están más dispuestos
que las mujeres a tener relaciones 6,1 6,3
6,0 6,0
6 sexuales después de un corto 5,8
¿Tenerrelacionessexuales?Sí=7,No=1

período de tiempo de conocerse

5,0
5
4,4

4 3,7

3 2,8 2,7

2
Mujeres
1,1 1,2 Hombres
1
Una Un Un Seis Dos Cinco
hora día mes meses años años
¿Desde cuándo conocías a la persona?

FIGURA 8.15
Después de qué período de tiempo es apropiado practicar sexo:
diferencias de género.
Se le preguntó a estudiantes universitarios, «¿si las condiciones fueran apropiadas, considerarías
tener relaciones sexuales con alguien que te parece deseable y a quien conoces desde hace una
hora?», «¿un día?» (y así sucesivamente, hasta llegar a cinco años). Los estudiantes respondieron en
una escala de siete puntos que iba de «definitivamente no» a «definitivamente sí». Los hombres
más que las mujeres decían que sí al sexo en todos los niveles de conocimiento mutuo hasta los
dos años, aunque tanto hombres como mujeres tendían a decir que sí a medida que el período
de tiempo aumentaba. En el punto de los cinco años, desaparecieron las diferencias de género.
[FUENTE: BASADO EN DATOS DE BUSS Y SCHMIT T, 1993.]

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universal para los problemas políticos o incluso para los problemas asociados con
el amor y las relaciones.
En primer lugar, muchas personas se dieron cuenta de que tener relaciones sexua-
les no era necesariamente una decisión personal. El sexo no era siempre una expre-
sión agradable de la libertad tanto como un asunto de conformarse a la presión social
(véase Capítulo 9). Cualquiera que se abstuviera era probable que fuera caracteri-
zado como mojigato, reprimido y aislado (DeLamater, 1981). Muchas mujeres repor-
taban que se sentían vulnerables, culpables y explotadas (Townsend, 1995; Weis,
1983).
Además de estas preocupaciones subjetivas, los años ochenta y noventa traje-
ron una mayor conciencia de dos consecuencias potenciales muy serias del sexo
indiscriminado. El sexo casual no era sólo diversión y juego, sino una actividad que
podía resultar en embarazos no deseados y/o enfermedades de transmisión sexual
o ETS (véase Figura 8.16).
Los embarazos no intencionados, no deseados y poco aconsejables hicieron
sonar la primera alarma. Una proporción sorprendentemente grande de los ado-
lescentes y de los adultos jóvenes sexualmente activos no utilizaron anticon-
ceptivos efectivos o los utilizaron de forma inconsistente, en parte debido a que
obtenerlos, usarlos e incluso hablar de anticonceptivos era visto como algo no
espontáneo y embarazoso (Buysse y Ickes, 1999; Byrne y Fisher, 1983). Además,
los hombres decían que proponer el uso de preservativos disminuía las posibi-
lidades de que las mujeres aceptaran tener relaciones sexuales (Bryan, Aiken y
West, 1999). El alcohol y otras drogas también jugaron un papel, ya que reducían
el miedo a asumir riesgos (Murphy, Monahan y Miller, 1998). Incluso el atractivo
físico de la pareja influía; tanto hombres como mujeres decían que era menos pro-
bable que hablaran sobre los riesgos de tener relaciones sexuales sin protección
si la pareja era atractiva, y los hombres incluso percibían a las parejas atractivas
como de menor riesgo que las no atractivas (Agocha y Cooper, 1999). La com-
binación del sexo casual y la anticoncepción casual durante los años setenta dio

FIGURA 8.16
Las oscuras consecuencias de la revolución sexual.
Se encontró que la mayor permisividad y libertad sexual tuvo consecuencias
negativas. La Era de Acuario comenzó a parecer menos brillante y
esperanzadora a la luz de la realidad de los embarazos no deseados y las
infecciones de VIH que probablemente se transformen en SIDA.

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como resultado más de un millón de embarazos adolescentes cada año en Esta-
dos Unidos, datos similares se reportaron en muchos otros países también. Esta
epidemia de embarazos adolescentes se convirtió en una fuente de gran estrés,
tanto para los individuos directamente involucrados como para la sociedad en
general.
Las enfermedades transmitidas sexualmente constituyeron la segunda conse-
cuencia negativa de la nueva libertad sexual. Las infecciones conocidas y tratables,
como la sífilis, la gonorrea, el herpes genital y la clamidia eran bastante serias. Sin
embargo, estas ET S pronto fueron seguidas por una enfermedad viral que aún no
tiene cura —la infección por el VIH (virus de inmunodeficiencia humana)—, la cual
puede transformarse en SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). El SIDA
es una enfermedad dolorosa y debilitante que es fatal. La evidencia médica indica
que la enfermedad primero se propagó de los simios a los humanos ya en el siglo XVII ,
pero fue en los años ochenta que estalló repentinamente en la escena mundial como
una epidemia (Boyce, 2001). Al principio, la enfermedad parecía limitada a las «cua-
tro Hs» —homosexuales, haitianos, hemofílicos y heroinómanos— pero pronto se
supo que el riesgo era general (Boyce, 2001).
Las mujeres que tienen intimidad sexual sólo con un hombre no están a salvo
de adquirir estas enfermedades. Por ejemplo, en Estados Unidos, cerca de tres millo-
nes y medio de mujeres tienen el riesgo de contraer ETS debido a que asumen erró-
neamente que están en una relación monógama cuando, en realidad, sus parejas
están siendo infieles (Lowy, 1999).
La constatación de los problemas de los embarazos no deseados y de las enfer-
medades incurables no tuvo un efecto inmediato en las prácticas sexuales. Una
explicación para esto es que las personas jóvenes a menudo consideran que estas
amenazas no son relevantes a nivel personal. Entre ellos hay una tendencia gene-
ral a creer que son invulnerables a las enfermedades y a los accidentes (Buzwell y
Rosenthal, 1995; Rosenthal y Shepherd, 1993). Yo (DB) ilustraré esto con un ejem-
plo no sexual. Recuerdo numerosos momentos en que los intercambios con cada
uno de mis cuatro hijos eran algo así: «no subas a esas rocas, te puedes caer». «No
me caí». «Pero podrías haberte caído». «No, no me caeré». Es muy reconfortante,
pero incorrecto, creer que esto no me ha pasado a mí, y que no me pasará, porque
no me puede pasar a mí. Desafortunadamente, puede y es posible que te pase. Como
discutimos en el Capítulo 4, es muy difícil provocar el cambio actitudinal y con-
ductual, incluso en adultos.
Sin embargo, en su momento, la realidad de palabras como epidemia se hicie-
ron difíciles de ignorar. Las campañas de servicio público impulsaron el cambio
(Middlestadt et al., 1995) al igual que el centrarse en el impacto de los embarazos
no deseados o de una enfermedad mortal sobre individuos específicos —tanto rea-
les como ficticios—. En Estados Unidos, parece que ha pasado el punto más alto
en ambos aspectos y que están mejorando lentamente.
Por ejemplo, en Estados Unidos los partos de adolescentes han caído hasta un
punto bajo sin precedentes (Schmid, 2001), y el reporte de los Centros de Control
y Prevención de Enfermedades indica una disminución del 20 por ciento en los
embarazos adolescentes con respecto al punto más alto nunca igualado de 1991
(Bjerklie, 2001). Según el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados
Unidos, la disminución de embarazos más fuerte ha sido entre los adolescente afro-
americanos con edades entre 15 y 17 años, con un descenso del 30 por ciento a lo
largo de la pasada década (Song, 2000). Este descenso en apariencia se debe no a una
disminución de la actividad sexual, sino a una contracepción más consistente y más
efectiva (Dickinson, 1999).
Con respecto a las infecciones por VI H y el SIDA , las noticias contienen al-
gunos puntos positivos, pero las perspectivas de mejora son mucho menos
esperanzadoras. Hasta la fecha, el «microbio más mortífero del mundo» ha
matado a más de quince millones de personas, y cuarenta millones más tienen

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la infección viral que destruirá poco a poco su sistema inmune (Ho, 1999). Hay
nuevas drogas que ayudan a prolongar la vida y se presume que gracias a los cam-
bios en las prácticas sexuales, la incidencia de las infecciones por VI H ha dis-
minuido realmente en Australia, Nueva Zelanda y Europa occidental. Sin
embargo, hay un crecimiento explosivo de esta infección en el África Sub-Saha-
riana, Europa del Este, China, el Caribe y las islas del Pacífico (Altman, 1998b;
Fang, 2001; The spread of..., 1999). La tasa de crecimiento en Estados Unidos es
menor al 1 por ciento, pero esta cifra es al menos diez veces más alta entre los
pobres, los grupos minoritarios, los hombres gay y las chicas adolescentes entre
15 y 19 años de edad (A really scary..., 2001; Brown, 2001; Ho, 1999; Numbers,
2000; Okie, 2001).

P U N TO S C L AV E

■ Una característica que define las relaciones románticas es algún grado de intimidad física,
desde un apretón de manos a las interacciones sexuales.
■ Tal como ocurre con la atracción y la amistad, la atracción romántica se ve influida por
factores como la proximidad física, la apariencia y la similitud.Además, el romance incluye
la atracción sexual, el deseo de total aceptación por la otra persona y un grado de fan-
tasía basado en ilusiones positivas.
■ El amor implica múltiples posibilidades. Por ejemplo, el amor apasionado es una respuesta
emocional súbita e incontenible. Por el contrario, el amor de compañero es más similar
a una amistad cercana que incluye afecto, agrado mutuo y respeto.
■ Hendrick y Hendrick propusieron otros cuatro «estilos de amor», además del amor apa-
sionado y de compañero, y Sternberg conceptualizó el amor en términos de un trián-
gulo donde las tres esquinas representan el amor de compañero, el amor apasionado
y el de decisión-compromiso.
■ Los cambios generalizados en las actitudes y prácticas sexuales se denominó como la
«revolución sexual» de los años sesenta y setenta. Un resultado que ha permanecido
es la mayor permisividad con respecto a todos los aspectos de la sexualidad. Una con-
secuencia es que las relaciones sexuales prematrimoniales se han convertido en la
norma.
■ Las consecuencias más dramáticas de esa recién encontrada libertad sexual fueron los
embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual como el VIH y el
SIDA. Los recientes cambios de actitudes y de conducta parece que están teniendo efec-
tos positivos sobre los embarazos adolescentes, pero la epidemia del SIDA continúa
expandiéndose rápidamente en muchas partes del mundo,así como en segmentos espe-
cíficos de la población de Estados Unidos.

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