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Reseñas

Revista de Filosofía

Carla Cordua. Once ensayos filosóficos. Ediciones de la Universidad Diego Portales,


Santiago de Chile, 2010.

Junto con el libro de Carla Cordua –Once ensayos filosóficos– publicado por la ya
prestigiosa Editorial de la Universidad Diego Portales, y dentro de la colección sobre
“pensamiento contemporáneo”, encontramos a su vez otra obra de Carla, a saber,
Incursiones, como también obras de destacados filósofos nacionales, como Clarence
Finlayson, Eduardo Sabrovsky, Roberto Torretti y Jorge Millas.
Quiero partir en esta Reseña por decir algo referente a la tapa del libro, ya que
sobre ella me ha dicho la propia filósofo algunas cosas. Se trata de una fotografía de
una “Tela africana tejida por el pueblo Asanfe de Ghana”. Pues bien, la fotografía que
observamos en la tapa es un resultado de un arreglo fotográfico, a partir del material
suministrado por la autora que reconoce tener una gran admiración y cariño por estos
diseños. Destaco esto, ya que las telas mencionadas hacen un juego muy acertado con
la idea de la exposición de “once ensayos filosóficos”. En estos tejidos del pueblo
africano observamos líneas horizontales con distintos motivos que se presentan con
una marcada simetría con el conjunto. Y esto es lo que encontramos justamente en estos
Ensayos: ellos constituyen 11 exploraciones sobre distintos temas ligados a filósofos
con los que Cordua reconoce una cercanía filosófica, en particular: Sloterdyk, Nietzsche,
Wittgenstein, y también Hegel y Kant. Precisamente nos detendremos en algunos de
estos Ensayos, en los cuales (me atrevería a presuponer) el hilo conductor (y la simetría
del tejido) está dado por las ideas de hominización (Sloterdyk), apropiación del cuerpo
(Hegel) y el sentido místico del silencio (Wittgenstein).
El primero de ellos –Extremismo, exageración e hipérbole – basado en Sloterdyk
y en particular en su libro Tienes que cambiar tu vida (Du musst dein Leben ändern)
aborda la cuestión de la tarea incesante de la “hominización de la animalidad”, de la
superación del animal que también somos en aras de humanizarnos cada vez más. De
modo renovado se manifiesta en esto cierta correspondencia entre el desarrollo filo- y
ontogenético, ya que las etapas recorridas por la humanidad, cada individuo se supone
que también las recorre y con la ilusión asociada de creer haberlas dejado atrás.
Citando Esferas III, de Sloterdyk, la autora destaca uno de los conceptos centrales
del filósofo alemán: Verwöhnung, ‘regaloneo’ o ‘mala crianza’, de la que habría gozado
el humano en su larga historia. Cordua:

“La sociedad de la abundancia (affluent society) es la obra de arte conjunta de la


lujosa mala crianza (Verwöhnung) que los hombres se han procurado a sí mismos,
una obra que tiene una tendencia a expandirse, incluyendo a un número cada vez
mayor de participantes en su campo, pero que, al propio tiempo, va acompañada
de la creación de un desnivel creciente entre los de adentro y los de afuera. «La
mala crianza o facilitación (Verwöhnung) integral excesiva de la existencia puede
ser determinada como la amalgama de una libertad sin lucha con una seguridad sin
estrés y con una remuneración sin necesidad de obtener logros; de una facilitación
parcial se puede hablar tan pronto como esté disponible la participación en una
cualquiera de estas funciones»” (Sph III, 805).

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Este Ensayo es, a su vez, de notable actualidad. Entre muchas concepciones antropológicas,
al ser humano lo podemos caracterizar también desde la perspectiva de extremismo,
exageración e hipérbole, y ello al mismo tiempo asociado con el ya destacado regaloneo.
Las autopistas que atraviesan en todas las direcciones posibles los distintos continentes,
el espacio aéreo no solo surcado por innumerables rutas de aviones de pasajeros sino
por la telemática, nuestras escaleras mecánicas, nuestros celulares, nuestro ciberespacio,
todo ello también puede verse desde la perspectiva del extremismo, del regaloneo o,
mejor, “auto-regaloneo” que se permite el humano que somos.
Por otra parte, no hay en esto una propuesta regresiva e ilusoria de “ecología
profunda”, de una vuelta a algún estadio primitivo de la humanidad, sino la invitación a
una toma de conciencia. La obra de Sloterdyk, que tiene ante todo presente aquí nuestra
filósofo, Tienes que cambiar tu vida, apunta también a la posibilidad de un cambio de
conciencia. En otras palabras, lo único que puede inducir a un cambio veraz de tu vida
es un cambio de conciencia.
Vistas las cosas bajo este prisma, diríamos que a fin de cuentas a lo más
podríamos leer lo antes dicho en el sentido de una alerta a un regaloneo futuro mayor,
más extremo e hiperbólico aun.
En el Ensayo sobre “Hegel: el cuerpo propio”, Cordua parte por destacar dos
supuestos que gravitan en el pensador germano: 1. que alma y cuerpo son sustancias
separadas y que solo pueden unirse por una intervención divina, y 2. que el alma es
el mediador entre el cuerpo y el espíritu. A partir de ello (y resonando el tema de la
hominización del Ensayo sobre Sloterdyk), el asunto que está en juego es el de la
apropiación del cuerpo por parte del alma, lo que tiene que ver desde luego con lo que
llamamos formación, cultura, civilización, y otros. Cordua expone esto diáfanamente:

“El filósofo justifica la apropiación de las cosas naturales por la persona en vías
de hacerse libre y definirse, sosteniendo que la persona es hasta aquí solo una
existencia abstracta que ha de salir de sí y darse realidad mediante aquello de que
se apropia. Tomar para sí algo, un trozo de madera, un pedazo de tierra, faculta
a la persona que carece de una identidad definida a tratar como suya a la cosa
y a referirse a sí misma como su propietaria. Convertida en propietaria podrá
presentarse ante otras personas, no ya como alguien en general, sino como dueño
de lo apropiado y de sus posibles usos”.

Como vemos, hay en esto una tensión permanente y que nos lleva a reconocer que la
formación no termina nunca: de uno u otro modo, en mayor o menor grado, siempre
estamos en ese proceso de apropiación.
Interesa destacar aquí además este otro rasgo singular en el presente análisis,
cual es el del logro de Hegel de poner en una misma constelación la relación con la
propiedad de la tierra, o la de flora y fauna, con la apropiación de nuestro propio cuerpo,
sin descuidar en ello naturalmente diferencias de grado. Y, por de pronto, alguna de
las aludidas diferencias se advierte en el suicidio. Cordua trae a colación la siguiente
cita de la Filosofía del derecho:

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“Poseo estos miembros, esta vida, solo en la medida en que lo quiero. Los animales
no son capaces de destruirse o de matarse, pero el hombre sí lo es”.

Lo que se juega en la relación de apropiación del alma respecto del cuerpo se expresa
a la vez como una relación entre cuerpo y vida, como también entre habitación y
habitante, el huésped que ha de acoger, y que lo hará para que en ella (en la habitación)
habiten la libertad y el espíritu. Vistas las cosas así, nuestro propósito ha de ser el de
la espiritualización del cuerpo.
Lo planteado tiene a la par implicaciones respecto de la enajenación. Cordua
nos recuerda la sentencia de la Filosofía del derecho: “El hombre es libre y nada
justifica tratarlo como apropiable por otro”. Hegel le resta toda posible legitimidad a
la esclavitud. Nuestra autora al respecto: “solo puedo enajenar partes de lo que soy sin
perderme en cuerpo y alma”.
Por otra parte, Cordua no omite hacer alusión a la legítima arremetida de
Nietzsche contra una concepción milenaria del cuerpo (y que en Occidente por de
pronto proviene del orfismo) que lo rebaja a ser nada más que un sirviente, la cual se
continúa también en Hegel. Para Nietzsche, el cuerpo es la “gran razón”, en contraste
con la conciencia que sería la “pequeña razón”. A su vez, lo espiritual viene a ser para
Nietzsche nada más (y nada menos) que el lenguaje simbólico (Zeichensprache) del
cuerpo –recuerda nuestra autora.
El tercer Ensayo que me interesa destacar aquí viene a ser el último del libro
(corresponde al XI), a saber, “Sentidos del silencio”. Por de pronto, Cordua parte
por decir (no sin cierto dejo de ironía) que quien habla demasiado del silencio acaba
contradiciéndose. Pues bien, el Ensayo XI está enteramente dedicado a los sentidos del
silencio en Wittgenstein, los cuales serían tres: lógico, moral y místico. Con el fin de
abordar esto, Cordua se centra en el Tractatus logicus-philosophicus, advirtiendo que
solo en dos pasajes hay referencias al silencio: en el Prólogo y en el No. 7. De alguna
manera, lo que hace Cordua es hacer hablar a estos tres sentidos, y ello se traduce
en una interpretación de Wittgenstein en que lo que prima en definitiva es el sentido
místico. La siguiente sentencia del Tractatus es reveladora al respecto: “Que haya
mundo es lo místico, no cómo es”. El “cómo es”, por lo tanto, apunta ante todo a lo
que obsesiona y le da su sello al pensador austríaco: tener siempre a la vista “lo que es
el caso”. Cordua nos recuerda que el soldado austríaco, Ludwig Wittgenstein, preso en
la Primera Guerra Mundial al norte de Italia, llevando el manuscrito del Tractatus en su
mochila, envía copias de éste en 1919 a Russell y Frege, y parece ser que justamente la
índole moral y mística de la obra en cuestión sería lo que Wittgenstein les reprocha no
haber entendido, lo que hace en carta del 19 de agosto de 1919, dirigida a Russell. La
Conferencia de Wittgenstein de 1929 y que estaba destinada a ser leída en la “Sociedad
de los Herejes” de Cambridge, es clarificadora relativamente a este punto, el cual, por
lo demás, es decisivo para entender el conjunto del pensamiento del filósofo, y no
solo el pensamiento de los Cuadernos Azul y Marrón, sino del propio Tractatus. Dice
Wittgenstein en la mencionada Conferencia, citada por Cordua:

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“Veo ahora que estas expresiones sin sentido /como las oraciones morales y
religiosas/ carecían de significado no porque yo no hubiera encontrado todavía las
expresiones correctas sino porque su falta de sentido es su verdadera esencia. Pues
todo lo que yo quería lograr con ellas era nada más que ir más allá del mundo y
esto es lo mismo que decir más allá del lenguaje significativo. Toda mi tendencia y
creo que la tendencia de todos los hombres que alguna vez han tratado de escribir
o hablar de ética o de religión, era chocar contra los límites del lenguaje”.

Y atendiendo al sentido místico del silencio radica parejamente la conexión con la


historia que emprende nuestra filósofo chilena, pues antes de hacerse cargo del triple
sentido del silencio, pone de relieve la relevancia que en la historia ha tenido el silencio,
así por de pronto en Oriente, y muy especialmente en el budismo. Veamos cómo se
presenta de un modo sugerentemente coloquial el alcance del silencio en Occidente,
sobre todo desde el cristianismo en adelante:

“el silencio que tienes dentro de ti puede revelarte algo muy importante que no
averiguarías de otro modo. Si le prestas atención y lo respetas, se manifestará en la
forma de una voz íntima con la que podrás entenderte mejor que con nadie otro que
tú. Podrás preguntarte y responderte, podrás meditar y encontrarás las conclusiones
que buscas; si eres parco en palabras y te prestas atención a ti mismo descubrirás
que eres un diálogo, esto es, uno que conversa consigo sin malentendidos”.

El silencio permite también considerar la diferencia gruesa que se puede hacer entre
antigüedad y modernidad, dado que en la primera época, él tenía sobre todo presencia
y justificación. En el mismo tenor, dejemos que la propia autora concluya la presente
reseña:

“El culto místico y la estimación tradicional del silencio, en cambio formaban


parte de un mundo en el cual el bien y la verdad ya están ahí, realizados y patentes
por sí mismos completos y exhibiendo su nuda presencia innegable, iluminados
desde el centro por su propio mérito. Las cosas definidas al cabo eran lo que eran
para cualquiera y para todos, lo único que hacía falta era admirar y comprender.
El bien y la verdad no eran entonces lo que para nosotros son ahora: resultados
debidos a la iniciativa humana, a la actividad y al pensamiento incesantes, a la
porfiada lucha contra la inercia de la materia”.

Cristóbal Holzapfel
Universidad de Chile
hcristob@yahoo.com

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