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Arréglate como puedas

Crónica de una autobiografía no autorizada

Graciela Brunetti

Primera Edición
Texto 2013

ISBN-13: 978-987-45123-1-4
Todos los derechos reservados

Autora
© Graciela Brunetti
© 2013 M.A.M Editorial
© 2013 Miguel A. Morra
miguel.morra@gmail.com

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A mis padres y a mis hijos,

Con el amor del que estamos hechos.


Una escritora al borde de la ruina decide escribir una novela sobre la mujer más rica y misteriosa del país. Su tarea se ve facilitada
cuando un capricho del destino la lleva a involucrarse con el excéntrico personaje de manera directa, ya que es contratada como mucama, y
esta circunstancia es solo el comienzo.

Finalmente es requerida para componer su biografía autorizada. En esta instancia la irrupción de un nuevo e importante personaje
desvirtúa las intenciones de la protagonista.

Factores de poder y dinero, nuestras miserias descarnadas, son expuestas de manera brillante por Graciela Brunetti, que con descripciones
apasionadas nos sumerge en un mundo, para muchos oculto, para otros prohibido.
Arréglate como puedas

Crónica de una autobiografía no autorizada.

Índice:
Capítulo I:
Capítulo II:
Capítulo III:
Capítulo IV:
Capítulo V:
Capítulo VI:
Capítulo VII:
Capítulo VIII:
Capítulo IX:
Capítulo X:
Capítulo XI:
Capítulo XII:
Capítulo XIII:
Capítulo XIV:
Capítulo XV:
Capítulo XVI
Capítulo XVII
CAPÍTULO I

La inflación y la pobreza que amenazaban mi hogar, la lucha que sostenía con editores indiferentes, la vocación naufragando en un destino gobernado por
fuerzas sordas y fatales y, a pesar de todo, fascinante y mágico hasta lo sobrenatural, eran circunstancias inefables para escribir una novela. Pero cuando me propuse
relatar la vida de una de las mujeres más ricas del país, quede paralizada. No la conocía más que por diarios y revistas, y sin embargo pretendía pintar más cuadros sobre
ella de los que sus millones pudieran haber comprado en toda su misteriosa existencia.
Ya había llegado a la conclusión que escribir una autobiografía era tirar el tiempo a la basura, porque a nadie le podía interesar la vida de alguien que se
pareciera a la de cualquiera, y mi relación con la literatura se había restablecido con la finalidad de salir de la bancarrota, incluso como recurso para conmover la fibra
íntima de las mecenas más sensibles de la Argentina y conseguir, aunque más no fuera, un empleo de mucama, secretaria o, ya para exagerar, compaginadora de su
biografía autorizada.
Debía intentar hacerlo aún cuando mi padre, destacado escenógrafo, me había advertido que con el arte me moriría de hambre. Pero quizá lo dijo porque
cuando se acabó la herencia de la francesa acaudalada que murió al darlo a luz, debió dejar su vida de bacán para sobrevivir con lo que hasta entonces había sido un
hobby. O tal vez por haber sido educado por un padre que sacaba fajos de billetes de entre los ladrillos de su fábrica de carros para que “el niño” se comprara su
primera bicicleta, su primera moto, su primer viaje a Europa, mientras pasaba su juventud en La Plata, esta ciudad fraguada en la imaginación de Julio Verne, a quien su
propia madre había conocido en Amiens.
M i padre se había criado entre aquellas hermosas mansiones que, desgraciadamente, han desaparecido ante las incursiones de constructores y arquitectos
suburbanos, y a sus amorosos jardines y arbolados parques debió ese simple y apasionado amor a la naturaleza, que no lo abandonó a través de su vida, y que me
transmitió con mucho amor, aunque sin la información correspondiente a la verdadera perversidad del mundo. Naturalmente, es imposible que no sienta un fuerte
prejuicio por un hombre que me estafó emocionalmente, el primero de una larga lista que reedité para festín del psicoanálisis.
Porque yo creo fervientemente en el psicoanálisis desde que aquel terapeuta interpretó mi vida con una imagen más propia de un poeta que de un psicólogo.
Ya por entonces descubrió que “clavel del aire” era la esencia de mi naturaleza, y debido a que mi padre, desde el diván que descubrió tardía pero oportunamente, me
arrancó del árbol genealógico como si fuera un florido parásito capaz de succionar hasta su última gota de savia, entiéndase dólares, acepté de inmediato las
convenciones de una teoría que sustentaba que una malignidad original lo gobierna todo.
Solamente el cuádruple homicidio del dentista platense tornó la imagen de mi padre infinitamente bondadosa, porque el instinto moral puede ser llevado a un
grado tan elevado de perfección que hace su aparición dondequiera que no es requerido. Porque pensándolo bien, si el asesino hubiera vivido en la Roma imperial o en el
tiempo del Renacimiento alemán, o en cualquier otro país y cualquier siglo que un fuera éstos, o hubiera usado otros atuendos y hablado un idioma diferente del nuestro,
se hubiera arribado a una estimación perfectamente desprejuiciada de su posición y valor. Nadie con verdadero sentido histórico soñaría nunca con reprobar a Nerón o
censurar a Borgia.
Aquellas personas son como títeres de una representación y pueden infundir horror o admiración, pero no pueden hacer daño. No están en relación inmediata
y nada hay que temer de ellos. Han pasado a la esfera del arte o de la ciencia, y ni el arte ni la ciencia saben nada de aprobación o desaprobación moral. Y así puede
suceder algún día con este dentista demasiado contemporáneo para ser tratado con un fino espíritu de curiosidad desinteresada. Sin embargo, el arte no olvida a quienes
son tan poderosos como para inspirar en la ficción algo mucho más importante que en la simple realidad, y hasta es grato rendirle algún homenaje.
En todo caso, usarlo como paralelismo con mi padre es suficiente castigo para ambos, creo que superior al de que todos los seres humanos se hayan
convertido en una multitud de órbitas blancas y pupilas curiosas. Por inverosímil que pueda parecer a los hombres sanos, creo que será de provecho, para aquellos que
no sientan repugnancia al asomarse a la naturaleza humana, saber que cuatro disparos de una Víctor Sarasqueta proveniente de Europa en manos de una de las víctimas,
no son menos mortales que los que mi padre disparó con su Winchester a liebres, perdices y chanchos salvajes a través de toda mi tierna infancia.
Ojos abiertos y redondos de buenas y sencillas gentes, ojos claros y serenos de jovencitas no enamoradas todavía, ojos negros, profundos y viciosos, que
esperan la noche, ojos velados de niños, ojos pardos, pero apasionados, de hombres que ya no son jóvenes, ojos mortecinos e hinchados de noctámbulos, ojos falsos y
ojerosos de mujeres, ojos entornados entre los párpados enrojecidos por el llanto. Ojos separados de todo, que se mueven aquí y allá espiándolos para descubrir lo que
hacen. Todos los ojos del mundo los perseguirán en la libertad que nunca perdió uno, y la que pronto recuperará el otro.
Aunque por la existencia de esta clase de criminales, aquél es un castigo inocuo comparado con el de tener que sospechar de todo y de todos, como padecemos
los que no somos capaces de matar ni una mosca. Y quizá por eso se hace tan natural envidiar a la clase de asesino capaz de tomar el control de su vida, poniéndola en
su verdadera dimensión y haciendo desaparecer cinco mil años de civilización. Aunque una millonaria que renegó del premio literario promovido por su propia
fundación al no contribuir a exaltar los valores más elevados del espíritu humano, solo por tratarse de una obra de alto contenido erótico, no osaría admitir que envidia a
un asesino.
Que decepción sufrió el joven psicólogo, después de haber merecido el halago de tan ilustre y excelso jurado, al recibir un cheque contaminado con la
hipocresía de una mujer que vivió a la sombra de sus mejores instintos. El destino del premio quizá estaba atascado en la frustrada vida sexual de la bienhechora y la
irrupción indebida del moralismo, o incluso en la actividad ímproba del licenciado en disección de personalidades. Una razón tan antigua como la discriminación bien
podía haberse desatado contra los psicoanalistas en el instante mismo en el que Freud, con su modelo de la mente, desafió la filosofía moderna.
Pero como la mayoría de los crímenes, el arte solo sucede, y aunque fuera la manera de romper la inercia frente a la nívea página conminatoria, no era elegante
comenzar la narración de la vida de una mujer sobresaliente poniendo en tela de juicio su salud mental, su vida íntima y la cualidad de sus instintos. Y todo eso sin saber
de ella más que por diarios y revistas, con lo tendenciosas que son esas publicaciones del corazón, cuanto más las políticas y económicas. Y siendo que desde su
matrimonio con Alfonso Forestier, el empresario del que fue tan amada, ella aparecía frecuentemente en todas, y mucho más después que su viudez la obligó a
encabezar el directorio de la empresa de minería y derivados más importante del país.
No menos me intimidaba el constante reproche contra los artistas y hombres de letras sobre la carencia de una visión integral de la naturaleza de la cosas.
Parecía la regla, pero pensaba que esto no debía ser necesariamente así. La concentración de visión e intensidad de propósito que caracteriza el temperamento artístico
es, en sí misma, una limitación. Para aquellos que están preocupados con la belleza de la forma nada parece tener mucha importancia, y sin embargo recordé grandes
excepciones en cada artista que ofició como embajador, consejero de Estado, diplomático en Asia, bibliotecario y hasta inspector de gallos y gallineros.
M ientras miraba la página amenazadora deduje que quizá sería necesario ser un engranaje del mundo para saber cómo funcionan realmente las cosas del
mundo. Ensayistas y novelistas modernos no parecen desear otra cosa que transformarse en representantes diplomáticos de su país, y muchos son los que siguen otros
llamados además del llamado del arte. Quizá ya era hora de ser no sólo una empresaria del transporte vertical, sino una novelista, pintora, anticuaria, diletante de las
cosas más encantadoras, falsificadora de gran capacidad, bailarina de lo inconsútil y una sutil y secreta envenenadora de ambientes asépticos.
Y lo único que podía extraer de aquellas publicaciones era su belleza rescatada de fotografías que no siempre la favorecían. Una belleza silenciosa que
paradójicamente decía mucho más de lo que le hacen confesar esos periodistas con veleidades de formadores de opinión, que convierten la vida de todos sus
entrevistados en una fantochada con la que entretener a un público que se le antoja más imbécil que ellos mismos. No me podía arriesgar a usar fuentes de las que
brotaban cosas como: ”Yo nunca me enamoré de una persona si esa persona no se enamoraba de mí”, cuando diez renglones más abajo decía que le había mandado
estampitas a un actor del que estaba terriblemente enamorada, aunque nunca lo llegó a conocer.
M uchas historias se cuentan así. M uchas vidas se describen con la inexactitud de un espíritu frívolo hasta transformar la vida misma del personaje en una
fantasía de la que no hay retorno. M uchos protagonistas pasan a la ficción día a día, haciendo del mundo una especie de holograma en suspenso sobre el daguerrotipo de
una miseria creciente. Pero muchos oportunistas se aprovechan de esta profusión informativa para hacernos creer que son lo que nunca fueron, y con su ayuda poder
alcanzar los podios más altos del poder. Como el caso de esta compañera, entiéndase de colegio, que hoy está viajando a París para ver si encuentra la cigüeña que la
dejó caer en la casa de un pobre matrimonio argentino, para matarla.
Su pasado la condena, pero no hay quien no la ayude y la comprenda en su campaña por deshacerse de las imágenes más tristes de su vida. Después de todo,
a nadie le gusta ser pobre y, mucho menos, recordar que lo ha sido. Pero esto está lejos de suceder con mi heroína porque ella desciende de una familia acomodada de la
sociedad argentina, y no le interesa administrar los bienes del pueblo porque ella, directamente, administra los bienes del Señor, según otras fuentes de las que emana el
mismísimo Evangelio, y que jamás me permitiría usar, porque ya me han dicho que esa vida que existe allende esta, es carísima.
Por eso es que todos los creyentes tratan de organizarse a tiempo. Y dejar un primer marido que, a pesar de sus apellidos rimbombantes, no prometía mucho,
por un empresario exitoso que garantiza abrir las puertas del más allá, es algo que el fruto de aquella primera unión puede reprochar, pero a la larga, con lo larga que se
hace la vida del más acá, el Evangelio se hace practicable, y entonces es posible imaginar que allá arriba se debe estar como en una especie de sueño. Aunque desde el
momento que la protagonista de mi novela no le teme al deceso, ya vive en una especie de sueño. Aunque esto lo he leído en alguna de esas publicaciones que no
resisten el menor análisis.
Parece ser que en algún momento que estuvo muy cerca de la muerte se entregó a la voluntad de Dios, aunque con las siguientes condiciones: mientras ella sea
útil para Él, la dejará acá, y el día que ya no lo sea, se la llevará con Él. Una voluntad que Dios duda mucho que sea propia, pero en todo caso no dista tanto de su
“modus operandi” como para que no se la puedan atribuir. Llegado el momento sabrá cómo endosar su devota al primer o segundo marido, o a aquel actor de cine,
inclusive. La cara de piedra de Dios fue elaborada con materiales extraídos de las minas de Forestier.
Aunque tampoco puedo comenzar echándome a los creyentes y a Dios en contra. Tendría que haber una forma verdaderamente auténtica de comenzar esta
narración. Una forma en que los recuerdos sean contundentes, las opiniones fidedignas y las pruebas tangibles y edificantes, sobre todo que enaltezcan los valores
humanos, no cosas como que “… ya destacaba su audacia en la juventud por usar una boina marrón cuando el resto de las chicas llevaban sombreros color pastel.” Esas
biografías contadas de atrás hacia adelante, modernizadas mediante los parámetros de actualidad, no sólo deforman el asunto con una perplejidad fantasmagórica, sino
que la dotan de una inconsistencia perjudicial hasta para la salud del protagonista, con grandes probabilidades de padecer fragilidad ósea, anemia existencial,
constipación cultural, paranoia cosmopolita y hartazgo generalizado.
No quiero decir con esto que mi heroína padezca alguna de todas estas cosas, que muy naturalmente podría padecer si quisiese, sino que ciertas vidas están
gravemente expuestas a las interpretaciones ocasionales de gacetilleros sin prestigio. Y como la saturación de información ha ido creando la maraña que me impide
desflorar esta pobre página virgen, tendré que hincarme a los pies de la Virgen Desatadora de Nudos, de la que soy devota desde que mi padre me daba las líneas de
pesca para que me entretuviera desatando sus “galletas”.
Le pediré ayuda en los intrincados problemas de mi vida, refugiándome en la misericordia bajo su manto, llena de la más viva confianza en que mis humildes
súplicas sean atendidas, no sin antes librarme de las tentaciones y alcanzar el perdón de mis pecados junto a su amado hijo Jesús. Para lo cual debo dejar esta hoja así
impoluta y llamar a mi agente de viajes.
A pesar de haber viajado bastante y haber subido a muchos aviones, enfrentando otras culturas y otros idiomas, el hecho de buscar la ayuda de esta Virgen en
la primera capilla del mundo que le fue dedicada en exclusividad, teniendo para esto que trasladarme nuevamente hasta un oscuro balneario brasileño en el que pasé
buena parte de mi vida, me dio la sensación de estar viajando por primera vez. Aunque todo me pareció habitual ni bien entré sin preámbulos en la sala de embarque,
con mi novelesca imaginación tan exacerbada vi que los pasajeros no eran los mismos que siempre se veían en las salas de espera.
Estaba el marido adúltero con su sonrisa de padrillo, la señorita cuyos atractivos se cotizaban en un pequeño televisor sobre su cabeza, la señora tonina y su
amiga, la señora foca. También estaba el fabricante de artículos de cuero, con botas de carpincho, campera de gamuza y valija de cocodrilo. Nunca había visto tanta gente
parecerse a otra cosa. Quizá fue eso lo que me hizo saber que a partir de ese momento no volvería a estar donde la gente no tiene más remedio que parecerse a sí misma.
Abrazada por una bocanada de aire tórrido en la explanada del aeropuerto brasileño, vi a un hombre de color azul, que me desnudaba con la mirada mientras
abría la puerta del coche que me llevaría a un hotel en Copacabana, donde pasaría sólo una noche. Como todavía el sol estaba alto me sentí con ganas de ir a la playa.
Pasé frente a los edificios que reproducen la tragedia de las calles en aerosoles multicolores mientras las palmeras le daban un golpe de plumero a las azoteas y unos
pequeños fantasmas en zapatillas, apoyados contra los muros pintarrajeados, balbuceaban lamentaciones con sus labios de momia. El sol había ablandado el asfalto y
las nalgas de las mujeres.
Allá fui con la alegría de mis ojotas de goma que me hacían rebotar sobre la arena. Bebí agua de coco en uno de esos quioscos que explotan la dramaticidad de la
rompiente y me recosté sobre una estera, al igual que todas esas chicas con ojos inyectados de horizontes y novelas, y unas señoras con poros abiertos como ventositas
y la temperatura siete veces más elevada que la normal. M ás tarde, en la terraza de un restaurante, bebiendo cerveza junto a una familia azul, comprobé que en Río de
Janeiro la vida urbana es simple, y pensé en dónde guardarían los quioscos, los ciclistas, las palmeras, los fantasmas en zapatillas y las bandadas de gaviotas.
Al atardecer, anestesiados por el sol, los bañistas volvían a sus casas siguiendo el camino marcado por un intenso olor a frituras. Y después la luna amarilla,
disgregándose en el mar, fingía un cardumen de peces dorados alrededor de las barcazas de la pesca nocturna, mientras llegaban al casino los automóviles afónicos con
mujeres que iban a perder su memoria al bacarat. Con chales negros y los ojos que matan, comenzaban a aparecer las hembras repiqueteando sus tacones por la acera
negra y blanca. No les perturbaba que a su paso no se derrumbaran las casas ni se despertasen los que dormían sobre cartones King size. Ellos solamente buscaban
ciertas señales en la mirada de los hombres que corrían el riesgo de perder el corazón.
Precedido por las cuatrocientas prostitutas que caminaban sobre un oleaje de cabezas, Cristo contemplaba desde la altura con los brazos bien abiertos, pero
sin proteger a nadie, los balcones de cuyos barrotes las mujeres aferraban sus ganas de cambiar de vida. M e fui a dormir antes de que las sombras adquiriesen más
importancia que los cuerpos, y sólo volví a ver a Cristo Redentor a la mañana siguiente, cuando me pasaron a buscar para llevarme a la península de Armacao dos
Buzios, ubicada a unos doscientos kilómetros hacia el norte.
Una vez que el vehículo se alejó a gran velocidad entre los morros por calles y avenidas que subían, titubeaban, se agachaban bajo los viaductos, se expandían
como las palmeras imperiales, espiaban por algunas ventanas y finalmente entraban en un puente altísimo que atravesaba la enorme Bahía de Guanabara, me despidió el
Señor que esta vez se encontraba rodeado por varias caravanas de montañas acampadas a su alrededor. Su bendición me hizo levitar unos sesenta metros sobre el nivel
del mar, y llegué a Buzios sin la menor contrariedad.
La recepcionista de la posada, con una sonrisa de dientes flamantes y una telaraña en las axilas, me mostró la sala desierta donde una quietud extraña surgía del
voltear de un instante sobre otro instante. Sentí que la naturaleza había entrado imperceptiblemente a través de las paredes y que acababa de ser atrapada por las lianas
colgantes, la mucosidad de las plantas carnívoras, las orquídeas insensibles y los lirios inermes. El silencio hacía latir mi corazón en medio del aire enrarecido mientras la
recepcionista me llevaba a mi habitación por un corredor tan fresco que parecía subterráneo.
La frescura del vidrio al apoyar la frente en la ventana me dejó tan sola que quise salir de ahí inmediatamente. Pero al andar por el pueblo me conmovieron los
horrores que aparecían de la nada, como un hombre sentado en una mecedora hamacando a su hijo muerto, un grupo de policías con fusiles al hombro dispuestos a
ejecutar a un traficante, marineros con cara de mascarón de proa que levantaban la falda de niñas con cuerpos herméticos y corazones tristes, que habían salido
contentas, y volverían desgraciadas. M ujeres vagabundas vendían a bajo precio unos instantes de olvido pero les pagaban con navajas o veneno. Vi cómo mataban a
tiros a un soldado de la Legión Extranjera en un bar lleno de gente. Ante mi mirada absorta el reloj avanzó velozmente y fue como si yo misma diera lúgubremente la
medianoche. De regreso a la posada, el trote de un caballo sobre los adoquines me emocionó sin razón y me hizo recordar el rechinar del tranvía sobre las curvas de
acero. La luna iluminó la cama que me esperaba con sus velas tendidas hacia un país mejor. Entonces comprendí que el mundo había muerto de tristeza y sólo yo estaba
tremendamente viva y era feliz. Gracias a la bondadosa somnolencia dormí sin que los ruidos de las inmediaciones adquirieran psicologías criminales.
A la mañana siguiente, mientras caminaba hacia la capilla contorneando la laguna en la que diferentes aves acuáticas se deslizaban tan apaciblemente como la
mañana, pensaba si no sería un acto puramente vanidoso ir por la ayuda de esta virgen sólo para escribir una novela. Podía pedirle cosas sustanciales sin sentirme
contrariada en mi humildad, sin embargo una fuerza apremiante me instaba a resolver las trabas que impedían la fluidez de mi narración, como si yo misma debiera
desatar los nudos que sujetaban algunas almas a ciertos cuerpos infelices. Y repentinamente aquello ya superaba mi vocación literaria conminándome a la adoración, que
siempre estuvo lejos de mi carácter, e instábame a la oración, que siempre me fue extraña. Y todo por esta millonaria que ni siquiera sabía que yo existía, y que tal vez
sólo necesitara de mis palabras para la salvación de su espíritu.
Dos ángeles de tamaño natural tallados en polvo de mármol asintieron mi asociación de ideas en la entrada de la capilla , y finalmente Nuestra Señora
Desatadora de Nudos apareció en todo su esplendor desde un tríptico de dos metros y medio, para escuchar mis oraciones. Sentada en una de las treinta y tres sillas que
la preceden, le conté las razones de mi presencia frente a ella, anoté una lista de pedidos en unas papeletas destinadas a tal fin que deposité en una caja de cartón
ubicada al pie del altar, firmé el libro de sus devotos, y me estiré sabiendo que esa breve escena era el comienzo de una larga amistad con mi adinerada heroína, por no
decir que había hecho un nudo que ni la misma Virgen podría desatar.
Caminé por las callejuelas bajo la sombra inquieta de los florecidos flombayants, imaginando que escribía uno de esos best-sellers en que el héroe es un
elegante terrateniente que se enamora de una mujer casada que se encuentra viajando bajo seudónimo, y a la acaba siguiendo hasta la casa de su padre para pedirla en
matrimonio, y se entera de quién es. También puede ser un empresario prominente con una fortuna de unos cientos de millones, que se la encuentra una noche en el
corso y el autor nos deleita con diez páginas de conversación. Supongo que habrán leído alguno. Son todos iguales.
Ella le recuerda su diferencia de estado civil, y ello da pie para meter con calzador tres sólidos y encendidos argumentos sobre virtuosismo, fidelidad y el costo
de deshacer un hogar sin destruir los cimientos de la familia. Ya sabrán cómo sigue la cosa si han leído alguno de ellos. No entiendo que existan cientos de miles de
personas que compran esta clase de libros. Aunque no me importara transformarme en la clase de escritores que construyen escenas consistentes aún mezclando a
turcos con granjeros escoceses, duques ingleses con pescadores de almejas de la costa norteamericana, condesas italianas con vaqueros mexicanos y cerveceros de
Bohemia con rajás de la India, quería ser consecuente con mis personajes.
Se trataría principalmente de personas de negocios manejándose con una aristocracia muy por encima de ellos, destinadas a mantenerla aún mucho después
que ésta se hubiera extinguido, cuando ya no se pudiera ocultar que nadie quiere de veras a la sociedad, a esa abstracción fría que llaman “los demás”, “el prójimo” y mil
otros nombres en el intento de disimular el menosprecio que inspira. Personas cuyo patriotismo es tan sincero cuanto egoísta, por lo que en él va envuelta su propia
conveniencia, y hasta su vanidad. Cerca del patriotismo anda la gloria , quintaesencia del egoísmo, pero mientras que el egoísmo se contenta con adorarse a sí propio
individualmente, el egoísmo que busca la gloria, el egoísmo heroico, busca que el mundo entero apruebe y le ayude a ser egoísta.
M is personajes transmutaran evolución en progreso, y aristocracia en nepotismo. La gente está dividida en clases, queramos o no admitirlo, y todo el mundo
siente el impulso de quedarse en su propia clase. Y así lo hacen, además. Cuando el amor familiar es el único progreso serio, grande y real, no cabe preguntarse cuál
habrá sido la verdadera vocación de mis personajes, ni la de su descendencia, más allá de la riqueza. Queda para los demás círculos sociales la coacción, la pena, el
convencionalismo, los sistemas, los equilibrios, las fórmulas, las hipocresías necesarias, la razón del Estado y otros arbitrios sucedáneos del amor verdadero. En las
familias ficticias de esta novela, ya existe el amor verdadero en sus primeros grados, la argamasa que puede unir las piedras para los cimientos del edificio social futuro.
Y eso serán mis personajes. Seres que aunque caminen lentamente del brutal egoísmo primitivo, sensual e instintivo, al espiritual y reflexivo altruismo, no
podrán evitar caer en la sinceridad de los afectos familiares, en la conducta entusiasta de los valores verdaderos, sentidos realmente. Personajes que si quisieran a sus
conciudadanos como se quieren a sí mismos, no necesitarían de la política. Y por elipsis o hipocresía, como quieran llamarlo, todos convienen en que cuando hablan de
sacrificios por amor al país, mienten, tal vez sin saberlo. Es decir , no mienten exactamente, pero no dicen la verdad.
Ninguno de mis personajes será utopista ni revolucionario en su casa, porque todos han llegado al amor real de la familia, y fuera de este amor quedan los
solterones empedernidos, los mal casados y los no pocos padres descastados. Pero no me juzguen discriminatoria ni pesimista: es que la evolución del amor humano no
ha llegado todavía más que a dar el primer paso sobre el abismo moral insondable del amor a otros. Sólo por eso mis personajes no hablan de corregir los defectos
domésticos con ríos de sangre, ni de reformar sacrificando miembros podridos, ni se conoce en sus hogares la pena de muerte, ni hay familia real donde, habiendo hijos,
sea posible un verdadero divorcio.
En el nepotismo se aúna la familia refugio, algo como el dinero para el avaro viejo. Una mano a la que nos agarramos en el trance de caducar y morir. Alguien
imita la familia real que no tuvimos o que perdimos, un pariente que finge amor en los días de decadencia, que puede imponerse a la debilidad senil. Esto no es el
verdadero amor familiar, lo que se hace en política por ese pariente suele ser egoísmo, o miedo, o precaución, o pago de servicios. Y mis personajes no tendrán cómo
escapar a este sino. Salvo mi heroína, claro, porque ella será el vórtice de la abnegación, porque su naturaleza alcanza la felicidad, dando. Porque ella es realmente feliz,
dando dinero, mejoras a quienes de ella dependen, arte u oportunidades y, lo más importante, dando a raudales optimismo, generando e impulsando proyectos, ideas y
creaciones, incesante y constantemente.
Incesante y constantemente creo que son casi la misma cosa, pero es una transcripción mnemotécnica de algún artículo de revista o diario, y bien puede haber
error. Considerando que estoy llegando a una de las playas más lindas del mundo, bien puedo estar cometiendo un “lapsus cálami”. Todo lo que pueda ocurrir de ahora
en adelante puede ser uno. La arena que se introduce entre los dedos de mis pies es lo suficientemente suave para acariciar hasta el alma de una pobre artista ilusionada.
El mar rompe desacompasado a causa del viento sudeste que mueve hasta los mangrullos de los guardavidas. Y comienzo a imaginar hasta qué nudos la Virgen es capaz
de desatar.
CAPÍTULO II

La pequeña península de Armacao dos Buzios es un lugar exuberante, escarpado, con muchas playas y grandes acantilados que caen a pico en las aguas
profundas. El puerto es apenas más grande que una caleta. La península emerge del mar como un gigante dragón adormecido y espléndido con sus escamas de esmeralda
y su semblante gris que se alza a los cuatro vientos. Pudo haber sido impelido desde las profundidades del Atlántico en un momento de gran conmoción, e instalado allí
como un pequeño trozo de tierra firme para resistir eternamente la furia del mar. Hace más de un siglo eran pocos los que conocían su existencia y muchos de los
marineros que divisaban su negro perfil en el horizonte creían que era apenas una roca solitaria que se erguía como centinela en medio del océano.
La población de Armaçao dos Buzios enseguida excedió las mil almas y sus habitantes son descendientes de pescadores, de esclavos y extranjeros arraigados.
Antiguamente su único medio de subsistencia era la pesca y el cultivo de la tierra. Hoy en día las cosas han cambiado considerablemente gracias a la proliferación del
turismo y la visita permanente de grandes barcos de pasajeros. Los habitantes forman un pueblo pacífico, nacidos para una existencia tranquila y sin preocupaciones,
tan monótona como las olas que rompen sobre la orilla de toda la península. No se presencian acontecimientos más importantes que los nacimientos, las muertes y los
cambios de estación. Sus vidas no están sacudidas por grandes emociones ni por grandes dolores. Sus deseos jamás han sido encendidos sino que permanecen
aprisionados dentro de sus almas.
Yo diría que viven a ciegas, felices como niños, contentos con andar a tientas en la oscuridad, sin buscar jamás lo que existe más allá de las tinieblas. Un sexto
sentido parece advertirles que en su ignorancia existe la seguridad y una felicidad que nunca es enloquecida, nunca triunfante, sino pacífica y silenciosa. Caminan con la
mirada fija en el infinito, que es igual que mirar hacia el horizonte que se ve de todos lados, o hacia el cielo que rara vez cambia. Pasan los veranos y los inviernos, los
niños se convierten en hombres y en mujeres, y en sus vidas no hay más que eso. M uy lejos se encuentran las otras tierras habitadas por gente extraña que dice que la
vida es dura y se debe luchar por la existencia.
Algunas veces algún habitante se va y vuelve con toda clase de noticias, donde la más importante es haber descubierto que, para ese mundo lejano, Buzios es
un lugar prácticamente inexistente, como si la península fuera un sueño, una quimera inventada por la imaginación de un marinero, algo que surge como un desafío a la
realidad y que se desvanece en el oleaje y en la niebla para ser olvidada, o para ser recordada años después, como si al revolver durante un azorado instante en la mente
polvorienta, apareciera un pensamiento muerto. Sin embargo para la gente de Buzios la península es una realidad, y tanto los barcos, como la gente que va y viene, una
quimera. Para ellos solo existe Buzios. M ás allá está lo fantasmal, lo intangible.
La verdad se encuentra en la roca insensible, en la tierra, en el sonido de la olas que rompen contra los acantilados. Esta es la creencia de los habitantes y los
humildes pescadores que arrojan sus redes durante el día, y charlan a la noche en el puerto o en el centro del pueblo, sin pensar jamás en las tierras del otro lado del mar.
Al amanecer los hombres salen a pescar y cuando sus redes están llenas regresan a la península y trepan el abrupto sendero hasta sus casas. El grupo de casitas se
amontona al borde del mar y rara vez hay más de dos habitaciones para albergar a toda una familia. Allí, las mujeres se inclinan sobre el fuego, cocinan, remiendan la
ropa de sus hombres y sus hijos, conversando pacíficamente desde el amanecer hasta la puesta del sol.
Era la última noche de Buzios y estaba entretenida en el puerto mirando cómo se mecían los botes de los pescadores, anclados para pasar la noche. Los
hombres conversaban entre los frágiles gritos de los niños. El pequeño muelle estaba resbaloso por la sangre y las escamas de los bonitos. Algunas esposas habían ido a
llamar a los pescadores para cenar, y conversaban mientras una de ellas, que venía de la Iglesia de Santana, ubicada en la suave colina, fue corriendo hasta donde estaban
los demás para avisarles que había comenzado a soplar el Sudeste. Cuando soplaba el Sudeste el mar se ponía furioso y el ventarrón era capaz de volarle la cabeza a más
de uno. Era un viento que alteraba el ánimo.
A pesar de estar al resguardo, en el puerto amarraron los botes a popa y a proa para disimular las posibilidades de que quedaran a la deriva. Tras haberse
asegurado de que todo estaba a salvo por esa noche, los pescadores se fueron a sus casitas remontando la Rúa da Brava, donde vivían la mayoría de las familias de
pescadores locales desplazadas por el turismo por el que sacrificaron, a precio de banana, sus tradicionales viviendas junto al mar. Desde donde estaba parada se veía la
posada en la que me hospedaba, que era apenas una casa de una planta con veinte habitaciones sobre la Orla Bardot. Había sido de un argentino que vivía con su hijo,
que se hizo cargo al fallecer aquél hacía poco más de un año.
Cuando regresé a mi habitación para cambiarme la ropa y bajar al comedor, me sentí inquieta y excitada. La atmósfera tranquila parecía oprimirme. El dueño de
la posada, desde una de las terrazas, miró por última vez el mar que después de la aceitosa calma del día se adentraba en el puerto con una breve marejada que
comenzaba a salpicar las rocas. Dio una mirada de reojo al cielo estampado de nubes, y bajando las escaleras que conducían al comedor , comió en silencio. Después de
cenar trató de distraerse reparando algo, pero le fue imposible fijar la atención en la tarea. Dio vuelta la cabeza y me miró como para iniciar una conversación. Sin
embargo no hicimos más que quedarnos escuchando el susurro del viento y el abofetear de las olas contra las rocas.
Regresé a mi habitación y me quedé un rato mirando el mar por la ventana. El corazón me latía extrañamente, me temblaban las manos. Oí pasos por el
corredor que subía enhebrando las habitaciones, y me aparté de la ventana con un cierto estremecimiento. M e asomé cuando creí que los pasos se habían alejado, pero
me encontré con el rostro de un hombre que me miró con expresión solemne y me pidió que cerrara la ventana para no dejar entrar el ruido del viento. Unos minutos
después escuché un estampido seco que hizo la vegetación, y enseguida los mismos pasos, que ahora descendían presurosos. Una puerta se abrió del otro lado del
pasillo y un huésped, un alemán que había llegado el día anterior, salió en dirección hacia donde había sonado el estampido.
Cuando finalmente salí de la habitación, el alemán volvía con la recepcionista, que dadas las circunstancias debió ocultar sus dientes flamantes, para mostrarle
el bulto que había al final del corredor, frente a una puerta de la que emanaba una luz mortecina y que iluminaba los contornos del cuerpo del dueño de la posada. Al
acercarme, mientras ellos se preguntaban si estaría desmayado, se vio un hilo de sangre correr por el piso a la altura de la cabeza. Girándolo levemente pudimos ver su
rostro destrozado y la recepcionista, ahogando una exclamación de espanto, corrió a la recepción para dar aviso a la policía que , aunque llegó a los diez minutos, no
vino a interrogarme. Yo había vuelto a mi habitación, de la que no salí sino hasta la mañana siguiente, cuando tanta era la confusión que , al llegar la camioneta que me
llevaría de regreso a Río de Janeiro, la abordé sin tener a quien pagar la estadía, que pareció resultar otra gentileza de la Virgen Desatadora de Nudos.
CAPÍTULO III

La ciudad de La Plata estaba helada a las siete y media de la mañana cuando llegué. Por las calles desiertas el viento hacía correr a ras del suelo un polvillo de
hielo. Tomé e1 diario que había en el auto y me sorprendió la información sobre otro crimen ocurrido hacía dos días a unos cien metros del boulevard : "Un guarda
descubrió en uno de los senderos el cadáver de un hombre que pudo ser identificado inmediatamente. Se trata de Luis Arrighi, un hacendado muy conocido que vivía en
la ciudad desde hacía varios años. Arrighi llevaba una intensa vida social, vestía traje de etiqueta y se supone que alguien debió atacarlo en la noche cuando volvía a su
casa. Una bala disparada a quemarropa con un revólver de pequeño calibre lo alcanzó en el corazón.”
El automóvil se detuvo. Cerré el diario y lo metí en mi cartera. Abrí la puerta y bajé al gélido mundo. M ientras desde el balcón veía el bosque agitado por el
viento como un dragón con pesadillas, y los torbellinos que arrancaban las hojas de sus tallos para levantarlas por el aire y así interceptar el vuelo de los pájaros, no
podía dejar de pensar en la manera drástica en que la Virgen Desatadora cumplió mi deseo de no volver a ver a mi ex marido. Todo esto ya comenzaba a inquietarme. Las
sirenas de las patrullas se escuchaban ir y venir en lejana sordina. Eso me recordó que debía hacer la denuncia de que habían desvalijado e1 departamento. La Plata está
cada vez peor, me dije. No comprendía cómo podían haberse llevado todo, absolutamente todo.
Pero en realidad había sido un grave error. Aunque era cierto que la ventana estaba abierta y mis huellas en los cristales, como posteriormente determinaron los
peritos, no debieron creer esa versión de que hubiera matado a mi marido para después huir volando realmente, como quedó asentado en la exposición que tuvieron que
firmar mis familiares ante las autoridades.
Aunque era muy capaz de sobrevolar la ciudad y el continente, el Universo incluso, y replegar mis alas sólo frente al lecho nocturno, y ellos no me conocían
lo suficiente como para determinar que no lo hubiera hecho, por una cuestión de sentido común, no debieron aceptarlo. En realidad no salía casi de mi piso frente al
Paseo del Bosque y aunque parecía desaparecer con frecuencia, no me gustaba viajar y no me ausentaba por más de tres o cuatro días, sólo para visitar a mis hijas que
vivían en San Isidro.
Por eso a Luis le resultó extraño no encontrarme durante toda esa semana ni la semana siguiente y decidió dar aviso a la policía. Las indagaciones se llevaron a
cabo con mucha dificultad por la falta del cuerpo del delito. E1 Departamento de Investigaciones de la Bonaerense puso a disposición una moderna unidad bien
equipada para buscar el cuerpo de una mujer adulta de uno sesenta y ocho centímetros de altura, cabello rubio y dentadura completa. A veces parecía que esperaban
encontrarla paseando por la ciudad, porque se paraban en alguna calle céntrica y chiflaban a todas las rubias que pasaban, no precisamente para saber si se trataba de la
desaparecida. Dos semanas después, cuando Luis y mis familiares fueron obligados a firmar el acta de desaparición bajo amenaza de una breve estadía en la cárcel por
falsa denuncia, todos accedieron de buena voluntad.
Después que se repartieron el mobiliario, los libros, la batería de cocina y la ropa, el asunto quedó olvidado para todos, menos para la policía. No hubiera sido
así de no ser por el extraño asesinato, que supusieron había perpetrado gracias a la premeditada coartada de haber desaparecido, y como en la repartija nadie se interesó
por un cuaderno que quedó tirado en un rincón de la habitación, que era mi diario íntimo, uno de los peritos se lo llevó para leerlo durante sus horas de guardia. El
manuscrito narraba gran parte de mi vida y a1 investigador se le ocurrió que podía develar la misteriosa desaparición. E1 diario comenzaba hacia mis doce años, el día
que un hombre me siguió desde el colegio para mostrarme su formidable pene desde el zaguán de una casa vecina.
La descripción del miembro masculino apenas visto era minuciosamente detallada, pero lo más impresionante era la certeza de que ese hecho determinaría la
perspectiva del mundo que tendría por el resto de mi existencia, como le confesaba al hijo de la panadera con el que salía a andar en bicicleta por las tardes. E1 mismo
día del hecho me encontré con é1 en la Plaza M oreno, y después de persignarme frente a la Catedral, le agradecí que hubiera ido a pesar de la hora y la oposición de la
madre, porque me sentía profundamente perturbada y necesitaba hablar. Era cierto que había visto “aquella cosa", como decía en mi diario, y contaba de inmediato el
episodio del exhibicionista.
M e había seguido a cierta distancia desde el colegio sin que me diera cuenta. Apuró la marcha y se adelantó a1 cruzar una calle. Se metió en el pasillo de una
casa vecina sin que lo notase, y me esperó ya con el pene en la mano. La presencia de alguien en el pasillo de una casa amiga me llevó a mirar automáticamente hacia
dentro, y verlo. Por la descripción del rostro con los ojos vidriosos y e1 rictus tenso del hombre, me había encontrado con la primera sonrisa de lascivia de mi vida. Pero
mi preocupación no estaba en la perversidad del hecho, sino en que a mí me gustaban los bebés. M i madre acababa de darme un hermano con e1 que estaba encantada.
Siempre hablaba de tener muchos hijos, y la visión de "aquella cosa", sabiendo cómo venían los niños al mundo, me había desmoralizado.
"¿Y eso te tienen que meter para hacerte un bebé?" Pregunté a mi amigo sin esperar respuesta, a1 tiempo que é1 presenciaba mi transformación definitiva en
una chica sombría, que parecía siempre pensativa o nostálgica. Ya no volvimos a hablar del asunto hasta unos años después cuando tuve mi primer novio. Con el hijo de
la panadera no habíamos pasado de unos besos y algunas caricias. Nos queríamos, pero siempre estaba el fantasma de "aquella cosa", y cuando me ponía tensa é1 sabía
que tenía que parar ahí. Pero cuando conocí a Luis le dije: "Luis no tiene 'aquella cosa' que me mostró el exhibicionista. Dudo mucho que me pueda hacer un bebé".
Enseguida dejé de ver a Luis por esa razón, aunque habían dicho que era porque é1 me había engañado con otra chica. Pero no era cierto.
Desde ese día comencé a extorsionar a Luis para no revelar la insignificancia de su miembro viril. Con el pasar de los años nos hicimos amantes, y después
finalmente nos casamos, pero yo lo seguía extorsionando y donando dinero a monasterios de distintas partes del país en los que hacía retiros espirituales en mi afán de
convertirme en ángel. Este deseo no estaba motivado por la necesidad de ser buena, ni de ser redimida por mis pecados, sino por la de proveerme un par de alas con las
que abandonar el mundo. Porque ya entonces creía que el suicidio era la única salvación de las mujeres, aunque no conocía muchas que quisieran hacerlo, y ninguna que
lo hubiera logrado dignamente.
La cosa es que cuando interrogaron a Luis, confesó que para evitar que siguiera dilapidando su dinero en monasterios para mí y prótesis para él, me convenció
de que la única forma de ser feliz era encontrar mi engarce perfecto y nos divorciamos. Lo decía irónicamente en referencia a mi nombre, Perla Busquet. El que figura en
la portada es, c1áro está, un seudónimo. El juego de palabras me pareció bastante imbécil porque ya no conservaba la inocencia que aparentaba, y simulé olvidarme del
suicidio, las alas de ángel y mis amigas de tenis del Paseo del Bosque, y me puse a pensar en cómo iba a sobrevivir con la miserable mensualidad que me pasaba. Cómo
iba a mantener mi auto y el de mis hijas, el departamento y la casa de fin de semana, la lancha en el Club Regatas y el geriátrico de mi padre.
Entonces se me ocurrió escribir una biografía, y pasó todo lo que ustedes ya saben. Y cuando los investigadores llegaron al pueblo de pescadores dos días
después del asesinato de mi ex marido, no estaba registrada en ninguna posada y sólo encontraron a un chofer que manifestó haber llevado a una mujer de mis
características a un hotel frente al Palacio do Catete porque estaba muy interesada en saber cómo se había suicidado Getulio Vargas.
Así que cuando me presenté para hacer la denuncia de robo en mi departamento, los investigadores del caso estaban en Brasil y nadie me reconoció. Solo unas
dos horas después, ya sentada en la peluquería, se me ocurrió entretenerme con el diario que aún tenía en la cartera, y por una gacetilla al pie de la nota principal, me
enteré que estaba sospechada de homicidio. Comprendí inmediatamente que ya no podía regresar a mi departamento ni a buscar la valija. Pero lo que realmente me
preocupaba era la manera en que la Virgen pensaba desatar los otros nudos que le había solicitado.
M ientras hojeaba el diario, ya casi más para esconderme detrás que para leerlo, encontré un gran anuncio que decía : 'M ucama fina', y un teléfono donde
solicitar una entrevista. Llamé en ese instante y me citaron para esa misma tarde. M i estilista no podía creer que yo finalmente hubiera accedido a teñirme de pelirroja, y
se repetía a sí mismo que la gran ventaja de viajar es que a uno se le abre la cabeza.
CAPÍTULO IV

M e anuncié en la planta baja ante un eficiente recepcionista que a su vez llamó por teléfono para anunciar mi llegada. Después de dejar mi documento nacional
de identidad con el afable señor con un acendrado rictus de hartazgo ante su propia eficiencia, me indicó cómo acceder a los ascensores para dirigirme al piso veinte. La
gran puerta telescópica de acero se abrió frente a un espejo que reflejó el espejo interior del elevador creando una ilusión de transposición de la realidad por la ficción.
Apareció presuroso un hombre de cabello blanco en riguroso traje negro que parecía haber olvidado los guantes en su casa, lo que aparentemente le causaba una gran
ansiedad, y a1 que seguí por amplios pasillos rodeados de una atmósfera acogedora hasta una bellísima recepción frente al Río de La Plata.
Si el mundo fuera como se ve desde el piso veinte de esa torre de marfil, sería un lugar maravilloso. Las puertas de grueso cristal azul de un salón lateral se
abrieron por algunos segundos y dejaron ver una larga mesa de más de seis metros y un gran cuadro que representaba otra gran mesa rodeada de campesinos llevando a
cabo un almuerzo. Bajo é1 estaba mi heroína sentada en una silla director con tapizado símil cebra, encabezando una reunión de ejecutivos.
Yo, que había comenzado a sentirme una suerte de Alicia en el país de las maravillas desde que salí del ascensor, temí por mi cabeza. Comprendí entonces la
ansiedad del conejo blanco que se acercó acompañado por una señorita que traía una de esas cámaras fotográficas que revelan instantáneamente, con la que me retrataron
de medio cuerpo y cuerpo entero, para desaparecer después por la puerta azul que se cerró a sus espaldas.
M edia hora estuve en la soledad más absoluta de las alturas aguardando la aparición de algún ser vivo. M i referencia ímproba por tratarse de una señora, casi
una madre para mi lamentablemente fallecida, no podía llevarles tanto tiempo.
Quizá el cabello pelirrojo no le había caído bien a la reina de corazones. Quizá mi heroína era un nudo muy difícil de desatar para la Virgen. Tal vez habían
leído la noticia del asesinato y habían llamado a la policía. Y como una cosa trae la otra, también se habrían enterado que me fui sin pagar de la posada de Buzios. ¡Qué
sistema de información no deben tener estas compañías multimillonarias!
Sin embargo el conejo blanco apareció con una amplia sonrisa y se acercó extendiendo ceremoniosamente la mano con un papelito en el que estaba la dirección
donde debía presentarme trabajar ese mismo día. M ientras iba en el taxi hacia la dirección que el chofer había reconocido de inmediato, tanto como que llevaba a una
nueva mucama para el fabuloso departamento de tres plantas, con piscina en la terraza techada en vidrio que describió como si hubiera estado una tarde cualquiera
tomando mate con los pies en e1 agua, me advirtió que el problema no sería la limpieza del vetusto mobiliario, sino aguantarla a ella.
M e contó que había conocido a varias que duraron menos de una semana. Y vinieron a mi mente las recomendaciones del conejo: humildad, nunca hable sin
que le pregunte, nunca la toque, nunca la mire a los ojos, nunca pronuncie su nombre. No se trata de una simple viejecita a la que amar y cuidar, sino de su empleadora,
la que le pagará cinco veces más de lo que ganaría en cualquier buen trabajo, la que tiene derechos y poderes sobre su persona y hasta sobre sus ideas.
Solo me detuve en una farmacia para comprar un cepillo de dientes, y un piso antes, en el departamento de su hija, donde un señor con aspecto de secretario o
escribano, me pidió que firmara una declaración de reserva absoluta de todo cuanto viera y escuchara de allí en adelante, y que es lo que motiva que no mencione su
nombre sino hasta nuestra primera entrevista formal.
Luego que salí de ese departamento por una puerta de servicio que conducía a las escaleras, subí a1 siguiente piso hasta otra puerta de servicio, abierta en ese
instante por una recepcionista que, después de indicarme que esperara en una silla junto a una Virgen de Luján de unos ochenta centímetros de alto, protegida por una
caja de vidrio, volvió a sentarse en una oficina con varios teléfonos, computadoras, pantallas y cámaras de circuito interno.
Veinte minutos después apareció una mujer baja, joven y ágil, con aspecto de niña y gran sonrisa que se presentó como la gobernanta y me mostró la
habitación en la que dormiría, con un baño a compartir con otra de las mucamas, en total, cuatro, más Elia, en un área que me pareció muy estrecha y que, mientras me
explicaba las tareas habituales, comprendí que era realmente sofocante. Porque en definitiva había una cocina de seis por ocho metros, reducida a casi nada por mesadas,
heladeras, armarios y una mesa central con capacidad para sentar apretadamente en torno de ella a seis personas.
Y esa era la cantidad de mujeres que viviríamos en ese cubículo: las cuatro mucamas, la recepcionista y la gobernanta, que padecía la misma ansiedad que el
conejo de la torre. Recorría con pasos cortos y veloces el extenso corredor que unía los ambientes del frente del departamento con la trastienda doméstica, donde
parecían cocinarse algo más que manjares, y cuando me dio cinco uniformes para que eligiera los dos más apropiados, asumí que enterrarme en vida tenía tres ventajas:
esconderme de la policía hasta saber qué hacer, ganar cinco veces más que en cualquier otro buen empleo y escribir mi dichosa biografía.
La mirada de la Virgen en su caja de cristal no por compasiva era menos cómplice, proporcionándome el alivio de sentir que estaba en el lugar correcto en el
momento correcto, por lo que debía sentirme agradecida. Una vez que vestí uno de los uniformes y dejé mi cepillo de dientes en el baño, la gobernanta me ofreció un
resumen de las actividades : Limpieza, nada. Es decir, la casa no se limpia nunca. Cerca de la fecha de alguna recepción importante viene una empresa especializada.
Lavar, tampoco. Las sábanas de la señora solamente, que se cambian una vez cada quince días. Sus medias, sus toallitas de rostro. Sus pañuelos para cubrirse los ojos
cuando duerme, que a veces se engrasan con crema. Sus camisones. Nada más. E1 resto va a la tintorería. Y después las cosas de uso del servicio : servilletas,
individuales y carpetitas para el pan. Y de uso de las mucamas: toallas, uniformes, delantales, guantes, repasadores y sábanas.
E1 servicio a la señora consta principalmente de dos funciones: higienizar su baño y servirle las comidas. Ella pasa todo el día en la cama. Su reposo es
permanente debido a la doble cirugía realizada en su cadera, los dolores intensos que padece y la fuerte medicación que toma. Eso la deja un tanto nerviosa. Hay que ver
que tiene que pasarse todo el día en su habitación y casi nadie la visita. E1 almuerzo se lo sirven dos mucamas y la cena las otras dos. Pero deben entrar sólo las
mucamas nuevas, mientras que las otras harán la asistencia en el cuarto intermedio. Le gusta ver rostros diferentes. Pero no por eso va a comunicarse con alguna de ellas.
Es solamente una cuestión que hace a la estética del ambiente ya su necesidad de renovación.
No tardé en descubrir que no se trataba de una actitud doméstica o servil, como nos querían hacer creer a las mucamas nuevas, quizá para demostrar que
habían utilizado e1 tiempo en algo más que en aumentar de peso. Se trataba de que todas sus relaciones se establecieran bajo sus propias condiciones todos los ámbitos
de su vida. No quería amigos que constantemente hicieran demandas en nombre de la amistad o del amor.
Prefería a las personas excitantes e indiferentes, y que alguien no llenara sus expectativas simplemente la desquiciaba. M ientras sus mucamas injuriaban a mi
heroína sin piedad, era evidente que la pobre millonaria tenía un piadoso afecto por estas fieles servidoras, aunque ya no quería ni verlas.
Y estaba en su libertad de hacerlo, por algo había sido una persona independiente durante toda su vida. Valoraba mucho la libertad en el sentido de hacer lo que
quisiera sin tener que depender de otros, aunque no había aprendido a manejar las energías de la libertad misma, y por eso no respetaba la libertad de los demás, no
respecto de hacer lo que realmente quisieran, sino de aflojarles el yugo para dejarlos ir a sus casas en sus días francos. Enseguida supe que lo que realmente despertaba la
animosidad de sus mucamas era ese claustro. Semana tras semana veían pasar los asuetos sin asomar la nariz a la calle. Por el viaje que se llevaría a cabo, o por el que se
acababa de llevar a cabo, o por simple capricho, lo que era más frecuente, nadie tenía acceso a su día de descanso.
Pero esa disciplina extrema era necesaria porque se envolvía en ella para poder desenvolverse apropiadamente, hasta parecer que el orden es el único aspecto
que vale la pena en la vida. Como si no fuera necesario, como a todos los demás, aprender los valores más humanos, para no ser fría e insensible hacia las debilidades de
las personas. Pero eso ya no tenía arreglo. Todo lo que era lo había fraguado desde muy joven y ya nada podría cambiar. Ni siquiera tenía intenciones en cambiar algo,
dicho sea de paso, porque estaba muy orgullosa de ser quién y cómo era. Pero eso me lo confesaría mucho tiempo después, cuando ya no fuera la mucama fina que
intentaba huir de la policía, ni la madre de familia que intentaba huir de la pobreza, ni la ignota periodista que intenta escribir una biografía.
Después de reconocer la vajilla que se utilizaba habitualmente, La ceremonia de una copa de agua que debía estar siempre llena en su mesa de luz, y a la pareja
de cocineros profesionales que preparaban la comida especial que la señora degustaba en su cama tanto al mediodía como a la noche, debía hacer guardia en una puerta.
La pareja estaba risueña, bien porque acabarían de hacer el amor, lo que era poco probable porque llevaban demasiados años de casados, o porque no tendrían que
cocinar para la exigente mujer, la razón más probable, porque saldría a cenar con un amigo.
La gobernanta comenzó a correr con la ropa, una mucama repasó una blusa, otra lustró los zapatos mientras mascullaba que con todos los zapatos que tiene
por qué querría ponerse justo los que estaban más usados. Era evidente que por ser los más cómodos. Transcurrió una hora de agitación, nerviosismo y mal humor en
esa cocina con sólo dos ventanas de tamaño estándar para ver un mundo tanto más real que aquél, para esas tiernas mujeres de barrio que se sacrificaban para mantener a
sus familias en las casas que ellas pagaban, con los autos que ellas compraban, y hasta la ropa que tejían con todo amor en ese encierro casi religioso, desde donde
compartían telefónicamente los preparativos de un nacimiento, de una boda o de un cumpleaños a los que, con muchas oraciones a la Virgen de Luján y un poco de
suerte, podrían asistir.
M ientras esperaba tras la puerta del palier a que llegara el amigo de la señora, me compadecí de esas mujeres superadas por todas y cada una de las demandas
de mi heroína, que ciertamente sabían que no estaban a la altura de las circunstancias y ella no se privaría nunca de hacérselos notar. Hacía cuatro horas que estaba en su
casa y ya había aprendido más del mundo que en toda mi vida de correrías por el planeta. Quizá era una nueva forma de dar becas a los artistas, ya que el dinero del
fondo que presidía se había usado para comprar la casa de una de nuestras escritoras ilustres en tres millones de dólares y ya no quedaba para otra cosa.
Por un altoparlante me anunciaron que subía el amigo de la señora. Procedí a abrir una de las hojas de la puerta del palier y aguardar. Cuando llegó e1 elevador,
invité a pasar al hombre y lo conduje hasta la sala de recepción y, sin indicarle dónde ni esperar a que se sentara, me retiré. A1 tiempo que mi mecenas salta de su cuarto
para recibir a su amigo, coloqué su silla director con tapizado imitación cebra dentro del ascensor, y volví a montar guardia al lado de la puerta aún abierta. Cuando
ambos salieron de la sala de recepción hacia el palier, cerré la puerta y entré tras ellos al ascensor para conducirlos a la planta baja. Una vez que salieron, dejé la silla de
la señora a un costado de los elevadores para su regreso.
M ientras volvía a la cocina por el ascensor de servicio, me regocijé por haber estado por primera vez ante su presencia. Imaginé que era como un cuadro vivo,
una pieza de arte o una de esas híbridas rosas aterciopeladas que llegan a ser casi negras. Con la diferencia de que mientras aquellos son creados por alguien, ella se ha
creado a sí misma, y monta el escenario donde quiere vivir su existencia de eterna heroína, de rara avis, donde casi siempre los extras son lo que ella espera, y hacen
mutis por el foro cuando deben, y las pocas veces que no es así, ella intenta no molestar a Dios con estas pequeñeces, y hace todo lo posible para adaptarse a la vida
que le toca, a cambio de una libertad ilimitada para mantenerse impertérrita en este mundo despreciable.
Cada vez más hundida en su misantropía, la señora no conservaba ya más que una amistad masculina : la del ex coronel y abogado que alguna vez administró
sus campos y con el que mantuvo un largo romance en los días oscuros. Ya cerca de los ochenta años, solo y algo rico según la presunción de estar incluido en su
testamento, no son las únicas condiciones que los asemejan. Se parecen también en sus gustos aristocráticos, en su amor a los viajes y a los libros de buena literatura y
en su concepto despreciativo del mundo. Y además en su melancolía, mutuamente oculta en la trivialidad chispeante de las conversaciones, de no haber llegado a ser lo
que hubieran querido quizá un presidente, una primera dama. E1 ex coronel concurría asiduamente desde hacía muchos años, y no era extraño que saliesen a comer en un
clima de dulce amistad, ligeramente velada de irónica tristeza, que no excluía el respeto un tanto ceremonioso en é1, ni la afabilidad un poco regañona en ella.
Ambos hacían sin esfuerzo su papel de amigos en el grado y con los modos que a cada cual correspondían. Aunque ya se habían referido todo cuanto les era
de mutuo interés, conservaban, como gentes bien educadas, el secreto de su tristeza. Por lo demás, ya se sabe que todos los ricos son un poco tristes, y esto era lo que
se decían también para adentro cuando pensaban con el interés que se presume, é1 en la misantropía de ella, ella en la melancolía de é1. Los matrimonios de almas,
mucho más frecuentes de lo que se cree, están consumados cuando e1 secreto de amargura que hay en cada uno de los consortes espirituales, y que es como quien dice el
pudor de la tristeza, se rinde al encanto confidencial de las intimidades.
La señora y su amigo se encontraban en un caso análogo. Si aquella tristeza que conocían, pero cuyo verdadero fundamento ignoraban, se les hubiera revelado,
habrían comprobado con asombro que ya no tenían nada que decirse. La conservaban, sin embargo, por ese egoísmo de la amargura que es el rasgo característico de los
superiores, y también porque les proporcionaba cierta inquietud, preciosa ante la perfecta amenaza de hastío que estaba en e1 fondo de sus días solitarios. Treinta años
atrás, cuando se vieron por primera vez reconoció que, como ella, no tenía esos risueños abandonos de los niños criados en las rodillas por ser predilectos. La miraba
con unos ojos tan tristes, con su frente alta y despejada, que lo consideró su amigo de inmediato, sin importarle que le atribuyeran el romance que después acabaron
teniendo, más por la complicidad de llevar la vida que las revistas promovían, que por una verdadera pasión.
Pero se divertían, que era lo que ella necesitaba en los momentos cruciales en los que estaba tomando el control de la empresa de su fallecido esposo. Las
relaciones se estrecharon después, pero ya de otro modo. Ella, en su independencia orgullosa de viuda rica, acogió amablemente al coronel que encontró en la casa de la
famosa dama, a pesar de las etiquetas y los cumplimientos, el calor de hogar, no muy vivo, que le faltaba.
Por un acuerdo inconfeso aunque no menos evidente, sus pasatiempos fueron cambiando con los años. Después de las fiestas, la música, después de la
música, las conversaciones, después de las conversaciones, las cenas casi silenciosas. Y de tal modo estaban compenetrados sus pensamientos y sus gustos, que cuando
una noche de sus ochenta y siete años, el ex coronel encontró en el salón lila un tablero de ajedrez junto al cerrado piano, sin notar que aquella clausura del instrumento
indicaba el fin de toda una época, hizo sus reverencias de costumbre y jugó durante dos horas como si no hubieran hecho otra cosa en toda la vida.
Ni siquiera preguntó a la señora cómo sabía que a é1 le gustaba el ajedrez. La verdad es que ella se habría encontrado llena de perplejidad ante esa pregunta. La
diferencia de universos había desaparecido para aquellos dos seres. Ambos tenían blancas las cabezas, aunque ella lo ocultaba bajo su eterno platinado, y esto les
bastaba. Tal vez la misma diferencia de sexos ya no existía entre ellos, sino como una razón de cortesía.
La señora se conservaba fresca, sonreía muy bien, y para el colmo de la suerte prescindía de los anteojos. Su palabra era fluida y su cuerpo delgado. La vida no
la aplastaba con su peso de años plenamente vividos, sino al contrario, la abandonaba suavemente, volviéndola translúcida y ligera. No podía decirse, en realidad, que
fuese vieja. Carecía de esa plácida majestad de los ancianos satisfactoriamente reproducidos. Y é1 era un viejo caballero que podía ser novio aún. Sus cabellos blancos,
su talante un poco estirado, mas lleno de varonil elegancia, sus trajes irreprochables, constituían un ideal de corrección.
Sin embargo no voy a extenderme más en estas apreciaciones que no constituyen la historia de amor principal de la biografía, sino una secundaria de rango
infame, aunque necesaria. Sé algo de literatura, aunque esté en el negocio del transporte vertical. Estas historias de amor son una farsa y, sin embargo, nadie se sube a un
tren ni a un avión sin comprar alguna de ellas. No puede salir nada bueno de una alianza internacional entre la aristocracia del Viejo Continente y un recio coronel de los
nuestros. Cuando la gente se casa en la vida real, suele escoger casi siempre a una persona de su misma clase. Un hombre elige por lo general a una muchacha que ha ido
al mismo colegio que é1 y pertenecido al mismo club de tenis. Cuando los jóvenes millonarios se enamoran, siempre seleccionan a la distinguida joven que le gusta la
misma salsa que a é1 en la langosta.
Cuando mi heroína regresó de su cena con el ex coronel y ex amante, me tocó desvestirla. La otra mucama nueva la esperó en la planta baja del edificio, puso la
silla director dentro del ascensor, la acompañó hasta el cuarto y la dejó a mi cuidado, que fui recogiendo sus prendas a medida que se las iba quitando en dirección al
baño. Entonces se desplomó sobre la silla del tocador con la pollera a medio salir y me pidió ayuda. Se la retiré hacia abajo cuidando de no tocarle las piernas. Después
arrojó los zapatos y me pidió que le pusiera la robe. Era imposible hacerlo con ella sentada, de manera que cuando no acertaba a colocar el brazo en la manga, le tomé
delicada y enérgicamente la muñeca para indicarle el camino.
'No me toque', dijo sin molestarse, a modo informativo. Quizá supuso que los ineptos de sus empleados de la torre no me lo habían notificado. En todo caso,
si no la hubiera tocado, con su ligera ebriedad y mi ligero nerviosismo, todavía estábamos allá. Y aunque hubiera tenido la intención de protegerme de su toque de M idas,
ya era tarde. Esa era una apostilla suya tan legendaria como el rey de Frigia, que sin ser pobre, deseaba más y más riquezas, entonces cuando Dionisio le ofreció un
deseo, le pidió que todo cuanto tocara se convirtiera en oro. Lo que me hacía pensar que alguna noche de inconsciencia juvenil o etílica, con el Dios del vino dentro o
fuera del cuerpo, mi heroína ciertamente había ejercido el poder de pedir ese deseo.
Dionisio procedió a cumplir el deseo de M idas al instante, al punto de convertir en oro una rama que quebró de regreso al reino, y una piedra que tomó en el
camino, y las mismísimas puertas del palacio cuando las abrió, porque rey y todo, no tenía servidumbre apostada a la entrada de su casa, como la señora que, segura de
ser la mujer más rica del país ordena un banquete lujoso, pero cuando lo toca resulta incomible. Y no por tener malos cocineros, porque hasta al partir un pan, sale oro
en polvo. Todo lo que toca se cambia en oro sólido que no puede usar para nada. Todo el mundo, incluyendo su familia, tiene miedo de acercarse a ella.
Después del toque me sentí mágicamente iluminada por un rayo de sol que sólo yo veía, brillando como esos anillos que ella depositaba en una bandeja de
plata sobre el tocador, y desde ese momento comencé a pensar obsesivamente en el oro. M ientras guardaba su tailleur en un kilométrico guardarropa de tres cuerpos,
dejaba su blusa para repasar en un vestidor recubierto con espejos hasta el techo y alineaba sus zapatos junto a otros que alcanzarían para calzar a todas las señoras de
algún pequeño pueblo, pensaba si todos los hombres y mujeres que han ganado fortunas enormes, saborearon realmente las riquezas adquiridas al precio de empobrecer
a sus conciudadanos.
No era momento de analizar los escándalos pasados y actuales de un país entrañablemente corrupto, pero me hice una pregunta más profunda. ¿ Por qué,
como el Rey M idas, quisiéramos tener riquezas que nunca podemos consumir? La respuesta la encontré esa noche en la lectura de Isaías dirigiéndose a "los que tienen
sed."(55:1) No se refiere a la sed ordinaria, claro. Al contrario, tenemos un anhelo que ninguna cosa ni persona en este planeta puede calmar. Es muy raro. M i gatito, a
pesar de estar lleno de energía, se tranquiliza cuando alcanza ciertas cosas : comida, compañía, protección y cariño. Pero no he encontrado un ser humano que pueda
estar tranquilo por mucho tiempo. E1 momento presente generalmente es doloroso para e1 hombre, y por eso siempre está pensando en el futuro. Trata de arreglar el
futuro para ser feliz, y como siempre se está preparando para ser feliz, nunca lo es.
Sin ir más lejos, encontré a Isaías en la Biblia que había en el cajón de la mesa de luz de mi dormitorio de mucama fina, y si no hubiera sido por sus sabias
palabras, me hubiera sentido muy desdichada por no disponer de lectura más interesante. Hubiera tomado al pasar cualquier libro de los que la señora tiene en su
biblioteca personal, pero no quería cerrar mi primer día de trabajo con una transgresión, más allá del inevitable 'M idas touch', cuyas consecuencias transformaron
definitivamente mi vida desde esa misma noche en la que me descubrí viviendo en su departamento de la avenida Libertador.
No pude dormir bien. Pero no fue a causa de la calefacción ni del encierro, sino más bien porque me sofocaba ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta
en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan cada objeto como un sustento del espíritu. M e era amargo entrar en el ámbito donde alguien que vive
bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma : aquí los libros, de un lado en español, del otro en francés e inglés, allí los almohadones
alineados, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal, una fotografía del esposo muerto, y todo protegido por el aire inodoro, el silencio y la ausencia de
plantas. Qué difícil oponerse al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia.
M e sentía culpable sólo de haber pensado en tomar un libro de su biblioteca. Tomar ese libro podía llegar a alterar el juego de relaciones de toda la casa, de
cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante dormida. Y no pude destapar la cama introduciéndome como en el ataúd
de un niño, ni acercar los dedos más que al libro sagrado, ni circunscribirme apenas al cono de luz de la lámpara, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pasara
por la mente como un bando de gorriones.
Ella no sabía por qué estaba en su casa. Le parecía tan natural verme, como siempre que no se sabe la verdad. M e quedaba en su departamento porque la
Virgen Desatadora de Nudos elaboró un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que, descubierto el asesino de mi esposo, me lanzara a alguna otra casa,
aquí o en otro país. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no me llevaron a ninguna parte, que haberme mudado en
unas pocas horas a su residencia, cargando tan sólo un cepillo de dientes, me daba la sensación de haber vuelto a la casa de mi madre.
Quizá por eso tenía esa sensación de culpa. Porque para mi madre todos eran culpables hasta que no demostraran lo contrario. Y dormir en aquel cuarto era
tan agobiante como vivir dentro de su realidad implacable, donde nada escapaba al malentendido, la traición y la desgracia. Pero nada podía refutarle porque ese era
realmente el mundo real, del que yo me refugiaba en mi insaciable sed de viajera, en mi conquistas amorosas y en mi imaginación literaria. La realidad era ese cono de luz
que bajaba sobre mi cabeza con la-misma modestia que había caído el rayo de sol en la habitación de la señora. Era el claroscuro del universo. Un intenso brillo que
proyecta oscurísimas sombras.
Pero si viajaba, me enamoraba y escribía, era para ser feliz y seguir siendo amable, y no parecer desengañada de todo, sumamente escéptica, con un
escepticismo mordaz con el que ponía de manifiesto, con una sola palabra, las hipocresías humanas. Era la impronta familiar. M i madre había sido una vez una mujer
bondadosa y tímida, y por cuya fortuna, bastante considerable, mi padre le hizo la corte y acabó por casarse con ella.
Toda su vida fue un martirio. De alma delicada, temerosa y amante, fue maltratada por aquel hombre de noble cuna, que no parecía ser por su aspecto ni por
sus inclinaciones, el desastroso esposo y padre que fue. A1 cabo de un mes de matrimonio, tenía por querida una criada de la casa, sin dejar por eso de perseguir y hacer
el objeto de sus torpes amores a las hijas y mujeres de sus amigos.
Nada de esto le impidió tener dos hijos de su mujer, M i madre nada decía. En aquella casa llena de ruido y alegría, vivía mi madre como esos ratoncitos que se
ocultan debajo de los muebles. Asustada, acobardada, estremecida, miraba a la gente con ojos profundos e inquietos, siempre moviéndolos de un lado a otro con los ojos
propios de una persona azorada, dominada siempre por el miedo. Era bonita : sin embargo. Una morocha muy bonita. Entre los amigos de mi padre, que venían
constantemente a la casa, se encontraba un profesor de filosofía, viudo, hombre temible, de carácter a un tiempo tierno y violento, y capaz de las más enérgicas
resoluciones. Devoraba todos esos libros filosóficos que han ido poco a poco preparando y realizando la transformación de nuestros antiguos usos, de nuestros
prejuicios, de nuestras rancias y antiguas leyes, de nuestra moral estúpida e hipócrita.
Amó a mi madre y fue correspondido. Aquellas relaciones permanecieron secretas hasta el punto de que nadie las sospechó. La pobre mujer, abandonada y
triste, debió unirse a aquel hombre de una manera desesperada, y adquirir con su trato su mismo modo de pensar: teorías del libre sentimiento, audacias de amor
independiente. Pero como era tímida hasta el punto de no osar levantar la voz, todas aquellas teorías fueron encerradas, condensadas, prensadas en su corazón, que no
se abría jamás. M i hermano había sido duro, arisco con ella como mi padre. Nunca la acariciaban, y acostumbrados a lo poco que se le consideraba en la casa, la trataban
casi como a una criada. Yo fui la única que la quiso verdaderamente y a quien ella también amó. M urió cuando yo tenía veinte años.
Afectada por la fiebre del oro : durante esa noche de insomnio recordé el consejo judicial que se había pronunciado eh el matrimonio sobre una separación de
bienes en provecho de mi madre. Había conservado, gracias a los artificios de la ley y a los buenos oficios de un notario que la apreciaba, el derecho de testar a su
capricho. Fuimos prevenidos de la existencia de un testamento en casa de aquel notario e invitados a asistir a su lectura. M e acordaba de aquella tarde como si fuera
ayer, porque había sido una escena grandiosa, dramática, burlesca, sorprendente, producida por la protesta, por la indignación y la revelación póstuma de aquella
muerta, por aquel grito de libertad, aquella reivindicación desde el fondo de la tumba, de aquella mártir oprimida por nuestras costumbres durante su vida, y que lanzaba
desde su sepulcro un grito desesperado de independencia.
M i padre, un hombre hermoso, fino, elegante, y mi hermano, un muchachito con quince años, esperaban tranquilamente sentados la lectura del documento. E1
profesor de filosofía, que fue invitado a presenciar el acto, entró colocándose detrás de mí. Estaba vestido con un traje negro que hacía resaltar su intensa palidez, y con
un movimiento nervioso mordisqueaba su bigote que comenzaba a blanquear. Indudablemente sabía lo que allí iba a suceder. E1 escribano cerró la puerta y comenzó la
lectura, después de haber roto en nuestra presencia el sobre lacrado del cual ignoraba el contenido:
"Yo, la abajo firmante, Yolanda M oroni de Busquet, esposa legítima de Esteban Hugo Busquet, sana de cuerpo y alma, expreso aquí mis últimas voluntades.
Pido perdón a Dios por el acto que voy a realizar. Creo a mi hijo dotado de bastante buen corazón para comprenderme y perdonarme. He sufrido horriblemente toda mi
vida. He sido casada por cálculo, después despreciada, desconocida, oprimida, engañada sin cesar por mi marido. Yo lo perdono, pero no le debo nada. M i hijo no me ha
querido, no me ha consolado con sus caricias, con sus cuidados, apenas me ha tratado como a una madre. Yo he sido para ambos, durante mi vida, lo que debía ser. No
les debo tampoco nada después de mi muerte. Los lazos de la sangre no existen sin la afección constante, sagrada, de cada día. Un hijo ingrato es menos que un extraño.
Es un culpable, porque no tiene e1 derecho a ser indiferente con su madre. Yo he temblado siempre ante los hombres, ante sus leyes injustas e inicuas, sus costumbres
inhumanas y sus infames prejuicios. Ante Dios no temo nada. M uerta ya, arrojo de mí la vergonzosa hipocresía, me atrevo a decir mi pensamiento, declarar y firmar el
secreto de mi corazón. He dejado en depósito toda la parte de mi fortuna de que la ley me permite disponer a mi amante Juan Ignacio Estrada, a quien adoro, para que
sea entregada enseguida de su muerte a mi querida hija Perla. Y ante el Juez Supremo que me escucha declaro que habría maldecido al cielo y a la existencia si no hubiese
encontrado la afección profunda, constante, tierna de mi amante. Si en sus brazos no hubiese comprendido que el Creador ha hecho los seres para amarse, sostenerse,
consolarse y llorar juntos en las horas de amargura. Yo ruego a Dios, amo y señor de todos los hombres y de sus destinos, que coloque por encima de los prejuicios
sociales al padre y al hijo, que les inspire un mutuo y eterno cariño y respeto hacia mi memoria. Tal es mi último pensamiento y mi postrer deseo".
M i padre se había levantado, gritando :
-Ese es el testamento de una loca.
Entonces Ignacio Estrada avanzó un paso y con voz fuerte, con voz cortante, pronunció estas palabras:
-Yo, Juan Ignacio Estrada, declaro que este escrito no encierra sino la estricta verdad. Estoy pronto a probarlo por cartas que conservo en mi poder.
M i padre se abalanzó hacia él. Yo creí que iban lanzarse uno sobre otro. Y estaban allí frente a frente, grandes los dos, delgado y pálido el uno, elegante y
apo1íneo el otro, ambos estremecidos de furor. M i padre, con voz alterada por la rabia, balbuceó:
- ¡Es usted un miserable!
El otro pronunció con el mismo tono vigoroso y seco :
- En otro lado nos entenderemos. Ya le hubiera a usted provocado y abofeteado hace mucho tiempo si no me hubiese preocupado, ante todo, la tranquilidad y
el sosiego durante su vida de la pobre mujer a quien tanto ha hecho usted sufrir.
Después, volviéndose hacia mí, me dijo :
-Quiere seguirme? Yo no tengo el derecho de llevarla a usted conmigo, pero me lo tomo si quiere acompañarme.
Yo estreché su mano sin pronunciar palabra, y salimos juntos.
Pero aquellos recuerdos y todos los graves pensamientos que aparecieron después del 'toque', como síntomas de una enfermedad mortal, asociados a la
presencia del coronel y temiendo que pudiera ser desheredado a último momento, a la sed literal de la que no hablaba Isaías y que era producto de la excesiva
calefacción, a las críticas desalmadas de las mucamas, a la madre que hubiera deseado tener, al rayo de sol que me cayó en la cabeza en medio de la noche, me fueron
venciendo cuando comenzaba a amanecer, y me dormí con la sensación de haberme desmayado al mediodía en pleno desierto.
CAPÍTULO V

Aprendí a jugar al tenis en el Jockey Club de La Plata, con el profesor García, un señor muy simpático que pasaba a buscar a sus alumnos en su Peugeot 303
color celeste. E1 tenis es un deporte fantástico, a pesar de haberse popularizado. Lo que en realidad podría haberse evitado, de haberse implementado un reglamento que
determinara que debía ser jugado solo por aquellas personas que comprenden cabalmente las ironías de la vida y trasmitido de padres a hijos, exclusivamente. M e
atrevería a decir que si esto hubiera sido posible, no habría tanto chiquilín insultando en todas las canchas del país, ni tanto padre invirtiendo en las costosas clases de
profesores que pretenden haber hallado un talento.
Aprendí, y punto. No fue como con el ballet, que enajené diez años de mi vida. Ni como con el esquí acuático, cuyas competencias me llevaron otro tanto.
Quizá por eso, precisamente, fue que me hice amiga del tenis y lo juego hasta hoy. No es que no me guste bailar, y lo hago a pesar de la vergüenza que provoca en mis
hijas, como suele suceder. Y cuando asisto al ballet termino siempre llorando, de placer y nostalgia, claro está. Y no me privo de subirme a un mono esquí o a un
wakeboard cuando puedo. Pero e1 tenis no necesita tanta producción y me divierte, me mantiene en forma, me proporciona amigos y, sobre todo, me recuerda que la
vida es maravillosa.
Por eso tenía la fantasía de que, llegado mi primer franco, podría practicarlo en algún club cercano. Fantasía que se tomó una imperiosa necesidad después de
la primera semana de trabajo, cuando las dos viejas mucamas ya me habían estresado más que las deudas, los policías y los crímenes de los que huía. Sin embargo el
franco brilló por su ausencia. Ellas se reían agarrándose la barriga, aunque también habían comparecido a un aviso solicitando mucama fina. Yo, que de fina no tenía nada
y no había sido mucama más que de mis hijas, me vi expuesta a miles de pruebas, abiertas y solapadas, tendientes a demostrar que no tenía la menor idea de lo que era
servir a la gente rica.
La verdad es que, salvo la posición de los cubiertos y las copas, no recordaba los detalles de etiqueta necesarios para servir correctamente una mesa, lo que no
era una contrariedad porque lo que servía, en realidad, era una bandeja. Pero las señoras mucamas, despreciadas por la señora ama de casa, en la inercia del efecto dominó
me despreciaban de todas las formas posibles aunque sin encontrar mi consentimiento. E1 asunto era hacerme pagar un supuesto derecho de piso, obligándome a lavarlo
todos los días, así como la ropa de todas, la vajilla y otras ignominias que no hacían a las funciones para las que había sido contratada pero que, en la trastienda de la
vida ingrata que estas mujeres sobre llevaban, parecían ser necesarias para calmar su infelicidad, y por eso hacía con sumo placer.
Después comprendí que hacerlo con sumo placer era contraproducente, tanto como entrar a la habitación de la señora con una sonrisa confiada y amistosa, y
mientras le servía el almuerzo, preguntarle si e1 origen de la escultura que había en el centro del palier era la sede del Jockey Club de La Plata. Es que tanto unas
mucamas resentidas, como una señora que tiene todo bajo control, no pueden tolerar que alguien aproveche las magníficas oportunidades de observar todas las ironías
de1 mundo. M e hice odiar de inmediato. La señora comenzó a arrojarme los diarios por la cabeza. Las mucamas rompían cosas y le decían a la gobernanta que había sido
yo quien las había roto y, encima, escondido.
Cuando le pregunté por la escultura la señora me devolvió una sonrisa y me contestó que no recordaba exactamente, porque la había comprado en una galería
de arte. Pareció, incluso, que podríamos conversar sobre el asunto. Sin embargo hundió el tenedor en el guacamole, apretó los labios y me mandó retirar de inmediato,
sugiriendo, además, que borrara esa estúpida sonrisa de mi cara. Su cambio de actitud provino de preguntarse cómo una simple mucama podía conocer las esculturas de
la sede del Jockey Club, cuyo mobiliario fue diezmado hacía veinte años cuando unos delincuentes determinaron su falencia y posterior venta.
Ya tenía la guerra en e1 frente y en el contra frente. Faltaba tener una arriba y estaría completamente rodeada. No tardó en llegar y no fue con Dios ni con el
Olimpo, sino con el idiota del cocinero. Al vejete amuchachado, aunque se hacía el intuitivo como el famoso cocinero buziano que conocí en la Posada de la Praça dos
Ossos en mi primer viaje a Brasil, la señora le mandaba todos los platos de vuelta, porque erraba siempre. Se empeñaba en seguir estrictamente el menú de una dieta de
la que ella estaba harta, repetía hasta el cansancio los postres a pedido de las glotonas que ya no podían adelgazar ni lavando e1 piso, y me acusó de tardar en llevar los
platos cuando le fueron devueltos dos huevos fritos helados.
Así que cuando más necesité jugar al tenis, vi esfumarse la posibilidad durante tres fines de semana seguidos, luego de los cuales comenzaron a aparecer, no sin
suspenso, los días que le correspondían a cada una de las cinco mujeres. A1 cabo de la segunda semana ya dejé de lavar el piso por sugerencia de la propia gobernanta,
que me dijo que no era mi trabajo y que no quería que estuviera desalineada cuando la señora llamaba para cualquier recado. M e sentí culpable de no haberlas podido
aliviar por más tiempo, pero les aclaré que era una orden inapelable y no me molestaron más, al menos con eso.
Encontraron placer en hablar a los gritos cuando me retiraba una media hora a descansar. La recepcionista de la mañana me había tomado fastidio también. Se
creía que mi aire ausente se debía a una arrogancia que no podía tolerar, porque era el papel que ella había escogido para esa comedia doméstica y yo quería, pensaba
ella, arrebatárselo. Se creía ofensiva hablando en doble sentido sobre asuntos que rondaban siempre temas sobre el estatus, el nivel y lo más fino, originados siempre en
notas, reportajes y fotos de aquellas revistas que yo no tocaba ni con una caña, para no atentar contra e1 buen gusto. Ella había instaurado la modalidad de usar mi baño
sin interrumpir la conversación con las que quedaban en la cocina, por lo que con su vozarrón de hija de verdulera, me despertaba siempre.
Así y todo sobreviví hasta mi primer franco, que aproveché para ir al pedicuro, jugar un partido de tenis y ver a mi abogado, que prometió ocuparse del
asunto de mi marido y cancelar algunas deudas impositivas de la empresa antes de perderla. A mi regreso me tocó recibir la visita de un popular cantante que había
estafado al padre de mi hijo, radicado en los Estados Unidos desde hacía treinta años. La joven promesa se estancó después del gran éxito obtenido en tiempos
inmemoriales y salió al mundo a hacer negocios. Creía que su fama de cabotaje le aseguraría relaciones productivas, pero, cruzando el charco, nadie lo conocía.
En M iami mi primer ex marido le ofreció conducir un espectáculo de televisión, pero a1 ídolo le pareció mejor robarle la idea y los inversionistas. Pudo comer
durante unos cuantos años y hacerse lo suficientemente conocido como para encarar nuevamente sus ambiciones en el mundo del espectáculo. Pero la mafia tiene sus
códigos de honor, y al contratar a la voz más famosa de los Estados Unidos, alguien lo reconoció como el traidor de M iami y fue su último negocio. M i heroína lo
ayudaba desde entonces. La razón me la revelaría en detalle más adelante. Por el momento no podía hacer más que espiar por la puerta lateral, aunque no estuviese
contemplado en la etiqueta:
-Pasa, pasa.-le dijo la señora mientras mi compañera le abría la puerta principal.
Tres segundos después, el visitante se inclinaba ante la señora. Pero ella, irónica y afectuosa, le sonrió con los ojos:
-Nada de cumplidos. Creo que nos conocemos bastante, perdulario.
É1 ya no era joven, tenía ligeros toques de blanco en la oscura cabellera, visiblemente teñida y peinada a la última moda, pero de un modo sobrio. E1 cuerpo
gallardo, la cara simpática, morena y expresiva, sin hacer del visitante un Adonis, podían incluirle todavía entre los tipos que atraen a primera vista y explican cualquier
desvarío amoroso de cierta clase de mujeres.
La señora le indicó a su lado una silla.
-¡Qué guapa estás! M ás que nunca! -, murmuró é1.
Y envalentonado por la buena acogida, trató de apoderarse de una mano de la dama. Ella, sin esquivez, la retiró, diciendo:
-Hablemos formalmente, eh?
-¿A qué llamas hablar formalmente?
A que sepamos a qué atenernos desde el primer instante.
Yo no contaba con tu visita, lo cual no quiere decir que no te reciba con mucho gusto. Pero conviene que sepas que no pienso volver a permitir tus visitas de
cortesía sin previo aviso.
Él sonrió con sorna, mortificado por el prematuro desahucio, y le dijo:
-¿Y de dónde sacas que vine a hacer una visita de cortesía?
-Está bien, - repuso ella. - Entonces, si de eso no se trata...
Se levantó, fue hacia su secreter y tomó un fajo de billetes verdes que puso en manos de su admirador.
-Por lo mismo que entre los dos ya no hay ni eso-dijo con desdén-, permíteme que te ofrezca esta ayuda de amiga..., de vieja amiga cariñosa.
-¿M e das dinero? -, tartamudeó é1. -¿Por qué me das dinero?
-Porque si no has venido a hacer una visita de cortesía, y aquí amor no existe, ¿de qué tratamos sino de asuntos de dinero? Y yo conozco el estado de los
tuyos y cómo te trae el ocio perenne en el que vives.
-No.-dijo él. La negación fue firme y categórica, con sabor de dignidad varonil. -M ira,-añadió el viejo ídolo, fijando sus ojos en la señora con insistencia
abrasadora-. Es exacto que no he venido a hacerte una visita de cortesía. Pero harías la mayor locura del mundo si creyeras que no te aprecio. No tengo cabeza ni sentido
común, y lo sabes de sobra : soy incorregible. Eres la mujer que más admiro, por eso no quiero engañarte.
-No puedes engañarme, que es diferente. Si no aceptas este dinero es porque quieres pedirme más. Pero llevo años invirtiendo en proyectos que no ven la luz
del día. Te ayudo porque me apenan las penurias de tu origen, pero no quieres esa ayuda porque te obliga a recordar quién eres y de dónde vienes.
-No me avergüenzo de nada de eso.
-Comienzo a dudarlo. Te gustaría tener la solvencia económica, si fuera a través de un gran éxito mejor, que te alejara de la humillación de seguir recurriendo a
mi ayuda. Pero no para ahorrarme el dinero, sino para ahorrarte la molestia. Pero no quiero discutir.
-Porque prefieres ver en mi a un cantante de aquellos tiempos en que hacía serenatas a1 pie de una ventana , que al hombre que conociste cuando los
procedimientos se habían perfeccionado, y las trovas las cantaba en el propio y misterioso gabinete de nuestra dama. - Recuerdas? -, dijo e1 viejo ídolo, y con mezcla
de cómico serio, se medio arrodilló ante la señora, y en el respaldo de lira de una silla imperio hizo ademán de tocarla.
- ¡Eres de remate! -, exclamó la señora, sofocada, a pesar suyo, por la risa.
- Bueno.-, murmuró él, levantándose-. Te hago reír. Preferiría otra cosa... Pero ¿sabes lo que te profetizo? Que hoy vas a pronunciar a solas mi nombre,
suspirando. Sí, lo harás, porque soy eso que se sueña, a lo que aspira, sin saberlo nosotros mismos, todo nuestro ser. Nada te falta: fortuna, éxito, admiración,
renombre, el mundo te halaga, vas a todas partes.
Pero eso, sin amor, es un paisaje que le falta el cielo. Y el amor no lo encontrarás en los cocktails, ni lo encontrarás en los pretendientes que te salgan, no lo
encontrarás sino en mí. Te digo más, me adoras, y por eso me ayudas. Aún cuando me lo hayas negado, siempre he conseguido hablarte o verte a solas. Tus ojos decían
que sí y tu boca que no... Yo creo a tus ojos, a los dos lagos brillantes.
- M ira-, dijo ella, no sino un poco agitada y con la cara encendida-, tu conversación es muy interesante, pero es la hora en que a algún familiar pueda
ocurrírsele venir a verme, y sabe Dios lo que pensarían... Estamos perdiendo el tiempo. Nuestras vidas van por distinta órbita... Es decir, que debes irte.
-¿No será que estás esperando a algún amigo o algún pretendiente? No. No creas que voy a pedirte cuentas.
-Ni yo a dártelas...
Un instante permanecieron mirándose, como si desafiasen sus almas en aquel duelo incruento de dos voluntades. Los ojos cruzaron un relámpago. Y de pronto
él, con movimiento lleno de soltura, el airoso gesto del que recoge una flor, rodeó el talle de la señora, la atrajo a si, y ella, vencida, se dejó ir, sintiendo sobre su pecho,
entre un vértigo que la desvanecía, el batir y golpear del corazón del ídolo. Las palabras que é1 murmuraba a su oído no pude escucharlas, pero ciertamente fueron para
ella como una música distante, suave y arrobadora.
-¿Lo ves? Si yo lo sabía. En cuanto te acercases a mí, me sentirías. ¿Y qué tiene de extraño?
Y lo primero que ella pudo articular fue, en tono de súplica:
-M ira vas a irte… Te lo pido por favor…De un momento a otro espero gente.
-¿Gente?... ¿Qué gente?
Ni el uno ni el otro pensaban en lo que decían. Hablaban en sueños. Ella se desvanecía de felicidad.
-Gente, gente... ¿Qué más da? Visitas...
-Si puedo volver esta noche..., te suelto ahora. Si no, me quedo, aunque venga el Papa. Y la ahogaba en caricias, entre un susurro tierno, mientras ella, rendida,
ya había olvidado la inminencia de las visitas anunciadas, que no eran invención para alejarle, sino un hecho cierto que ocurriría de un momento a otro.
Fue é1 el primero que recobró la razón.
-Te dejo, no quiero perjudicarte, entiendes ? A las diez vuelvo..., y de tus visitas nos vamos a reír. Esperas a ese aspirante a tu mano. ¿A que sí? ¿A que he
adivinado perfectamente?
-No, te aseguro…
-¡Boba! Pero si todo se sabe, y he oído esta temporada muchas cosas... A que te las cuento y no las puedes negar? Es ese ex coronel. ¡Vaya, vaya! ¡Era
verdad! ¡Te has sobresaltado!
Pues entre ese señor y yo no hay competencia ni afinidad. ¿Para qué quieres un viejo pudiendo tener un hombre veinte años más joven? ¡ Dale con confundir!
Si está bien, muy bien. Lo más indicado. Viejo, personaje, algunos negocios, un cacho de influencia política... A pedir de boca. M ira, es perfecta tu elección. Pero puedes
tenerme también a mí.
Y mientras ella, temblando aún, se alisaba e1 pelo revuelto y levantaba el auricular para avisar que el invitado se retiraba, él, dirigiéndose hacia la puerta, le
hacía el halago de enviarle un rápido beso volado de despedida.
-¡Hasta luego, mi tesoro!
Quince minutos después llegaba el ex presidente del Banco Nación. Por poco no se cruzaron, lo que hubiera sido vergonzoso para la señora. Bajo la mirada del
exitoso economista, el ídolo en decadencia hubiera parecido el lustrabotas del barrio, alguien que no tenía nada que hacer en la mansión de nuestra dama. Ya saben que la
señora usa un solo par de zapatos que se lo lustra sus mucamas. E1 apuesto y elegante Cary Grant se deslizó hacia e1 recibidor bajo la mirada esquinada de los
arlequines cúbicos que colgaban a los lados de una imponente mesa de mármol decorada con objetos de cristal modernos.
Una vez en e1 salón, fuera de la mirada de extraños, se acercó a la mesa rodante que oficiaba de bar en el extremo de la habitación, junto a la chimenea, y se
sirvió una generosa medida de whisky. No se trataba de un atrevimiento de su parte, sino de una concesión hecha por la señora para que el joven economista se sintiera
a gusto. Y ciertamente lo conseguía. Era uno de los pocos lugares del mundo en el que se sentía confiado y relajado. Hacía algunos años que administraba la fortuna de la
señora y habían logrado una relación afectuosa y cordial.
Cuando la señora llegó, se acercó a saludarla y esperó que dejara su bastón de acrílico contra la silla director y se sentara, para entonces sentarse también é1 en
una silla moderna de hierro, con tapizado negro, que la otra mucama había colocado especialmente para é1 junto a la mesa, de frente a la señora. Ella lo había contratado
persuadida por las enormes referencias sobre sus capacidades técnicas, intelectuales y personales. Admiraba que durante su gestión e1 país hubiera podido transitar la
crisis internacional y que terminado el período no aceptara renovar su mandato. Además, admiraba su compromiso con los sectores pobres y los excluidos.
Cary no había venido a una reunión de trabajo, sino a contarle a la señora la propuesta recibida por la coalición opositora para dirigir el M inisterio de
Hacienda. Por lo que a la pregunta de la señora sobre la candidata de la coalición, el joven respondió:
-Es una gran mujer.
-Eso me parece. Aunque intentan destruir su credibilidad con todo tipo de bajezas, no han podido con ella.
- Por supuesto que mi acercamiento va más allá de lo político y lo profesional. Es el respeto personal hacia ella, además de coincidir en principios como la
defensa de la República, la distribución del ingreso y e1 desarrollo sustentable.
-M e gusta su propuesta de un gobierno ético con desarrollo económico y justicia social.
-Usted sabe muy bien, señora, que hay que terminar con tanto impuesto sobre el consumo y ningún impuesto sobre la renta. Y reconstruir la infraestructura
vial para tener un país integrado y federal.
-Y potenciar los valores agregados de nuestra economía, porque este país tiene una oportunidad única que nos la da el precio de las cosas que producimos bien
y que están siendo necesarias en el mundo.
-Debemos hacer un llamado a que la bonanza económica no nos anestesie como sociedad y nos impida ver que uno de cada tres de nuestros compatriotas no
llega a fin de mes y que diez millones de argentinos tienen que elegir entre el hambre y la dignidad.
-Como usted bien dice, Cary, no es posible sostener esta fantasma de crecer a nueve por ciento anual. M ás vale crecer al seis por ciento pero con una inflación
más baja y no como la actual, que supera el veinte por ciento anual.
-Es que a pesar de cinco años de crecimiento, la distribución del ingreso no mostró ninguna mejora consistente. Nuestra obligación moral hoy es distribuir
ingresos, con instrumentos concretos para el desarrollo sostenible, combatiendo el cortoplacismo y la volatibilidad, porque los que más sufren son los excluidos.
-Hay que eliminar los subsidios generales que benefician a los más ricos y perjudican a los pobres y concentrarse en el gasto social, ¿no es cierto?
Como debía esperar hasta que el invitado se retirara, para no dormirme detrás de la puerta con la fluida exposición de los conceptos económicos necesarios
para sacar a nuestro país del surrealismo, me entretuve imaginando que el espíritu de investigación, que no tiene límites, llevaba a los Estados Unidos y a Europa a
descubrir la existencia de una especie de monos hispanoamericanos capaces de expresarse por escrito, réplicas quizá de este mono diligente que, a fuerza de teclear una
máquina termina por escribir, azarosamente, una novela.
Tal cosa, como es natural, llena a estas buenas gentes de asombro. Y no falta quien traduzca nuestros libros, ni ociosos que los compren, como antes
compraban las cabezas de los jíbaros. Hace algunos siglos los europeos se convencieron de que éramos humanos y de que teníamos un alma porque nos reíamos. Y
como no saben que, siendo un país exportador de granos, dejamos morir de hambre a nuestros compatriotas, van a convencerse de lo mismo, sólo porque opinamos y
escribimos.
Cuando nos ven deambulando por sus pagos, piensan que los jóvenes descendientes de los colonizadores de América han ido a visitar la vieja Europa. Que
vamos a ver sus monumentos y sus decaídas ciudades, del mismo modo que ellos peregrinan hoy para visitar las magnificencias del Asia M eridional. Dentro de cien
años, iremos nosotros. E1 Támesis, el Danubio, el Rin, seguirán fluyendo aún. E1 M ontblanc continuará enhiesto con su nevada cumbre. Las auroras boreales
proyectarán sus brillantes resplandores sobre las tierras del Norte.
Pero hoy no todos sus descendientes podrán verlo, porque una generación tras otra se ha convertido en polvo, y series enteras de grandezas han caído en el
olvido, como aquellas que hoy dormitan bajo el túmulo donde el rico, en cuya propiedad se alza, se mandó instalar un banco para contemplar desde allí el ondeante
campo de mieses que se extiende a sus pies.
'¡Europa!' Exclaman las jóvenes generaciones argentinas. ¡La tierra de nuestros abuelos, la tierra santa de nuestros recuerdos y nuestras fantasías! Llega el
avión lleno de viajeros. Ya se avista Europa, es la costa de Irlanda la que se vislumbra, pero los pasajeros duermen todavía. Solo se despertarán cuando estén sobre
Inglaterra. Allí pisarán el suelo de Europa, en la tierra de Shakespeare, como la llaman los hombres de letras. En la tierra de la política y de las máquinas, como la llaman
otros. La visita durará un día: es el tiempo que la apresurada generación concede a la gran Inglaterra y a Escocia.
El viaje prosigue por el túnel del canal hacia Francia, el país de Carlomagno y de Napoleón. Se cita a M oliére, los eruditos hablan de una escuela clásica y otra
romántica, que florecieron en tiempos remotos, y se pondera a héroes y sabios que nuestra época desconoce, y que nacieron sobre este cráter de Europa que es París. El
avión vuela por sobre la tierra de la que salió Colón, es la cuna de Cortés, el escenario donde Calderón cantó sus dramas en versos armoniosos, hermosas mujeres de
negros ojos viven aún en los valles floridos, y en estrofas antiquísimas se recuerda al Cid y la Alhambra.
Surcando e1 aire, sobre el mar, sigue e1 vuelo hacia Italia, asiento de la vieja y eterna Roma. Apenas hay tiempo para arrojar una moneda en la fuente, y luego
a Grecia, para dormir una noche en e1 lujoso hotel edificado en la cumbre del Olimpo. Poder decir que se ha estado allí, da un nivel. E1 viaje prosigue por el Bósforo,
con objeto de descansar unas horas y visitar el sitio donde antaño se alzó Bizancio. Pobres pescadores lanzan sus redes allí donde la leyenda cuenta que estuvo el jardín
del Edén en tiempos de los turcos. Pero e1 guía, magnífico guía descendiente de dioses olímpicos, nos hace ver lo que verdaderamente queremos ver.
Continúa el itinerario aéreo, volando sobre las ruinas de grandes ciudades. A1 fondo se despliega Alemania, cruzada por una densísima red de ferrocarriles y
canales, el país donde predicó Lutero, cantó Goethe y M ozart empuñó el cetro musical de su tiempo. Nombres ilustres brillaron en las ciencias y en las artes, nombres
que ignoramos. Un día de estancia en Alemania y otro para el Norte, para Noruega, la tierra de los antiguos héroes y de los hombres eternamente jóvenes del
Septentrión.
Islandia queda en el itinerario de regreso, donde el géiser ya no bulle y el Hecla está extinguido, pero como la losa eterna de la leyenda, 1a prepotente isla
rocosa sigue incólume en el mar bravío. Cuando aterrizan en la inmensidad de los campos y cuando se encuentra a su familia de monos. “Hay mucho que ver en
Europa”, dice una señora que se ha puesto un pañuelo blanco en la cabeza para resguardarse de la eterna humedad rioplatense, “y lo hemos visto en ocho días”,
concluye. Y entonces tal vez hayamos acrecentado un poco, gracias a ella, nuestro acervo cultural. Y entre los monos que fuimos y los aborígenes que exterminamos,
quizá surgió esta extraña humanidad que sobrevivirá a su propia aniquilación, simplemente por no haber recibido educación sexual.
Y si mi padre, agorero fatal de los tiempos venideros, artífice ejemplar del triunfo de la estupidez humana, que siempre que veíamos a un torpe mono
agenciarse de las riquezas que holgaban en otros primates menos astutos, me decía: ¡'Y viven...'!, para leerme después, me viera ahora trabajando de mucama fina, tendría
que darle la razón, mal que me pese, y reconocer que en esta fraudulenta confabulación de insípidos solamente yo tengo problemas económicos, solamente yo creo que
sembré mi prole para un mundo mejor, y solamente yo recuerdo me empecino en creer que la aristocracia es el gobierno de los más aptos.
Pero finalmente el invitado se va. Y las fantasías que me mantienen en pie se extinguen como el volcán islandés en el estrés de la etiqueta y las formas en las
que ya nadie cree y todos observan, por la necesidad de crear un puente entre lo que deberíamos ser y lo que realmente somos. Entonces es la hora de admirar a mi
heroína, que triunfa sobre la barbarie, aún con la insensibilidad que todos le adjudican, porque en la precariedad de su orden está el secreto del pueblo, de la nación que
ella heredó como en sueños, sin saber más de la vida que la necesidad de ser amada y comprendida, como nuestra Argentina.
M ás tarde, después de cenar, darme una ducha relajante y ponerme el camisón, fui hasta la cocina a buscar un vaso de agua para atravesar el desierto, cuando
la oficina de recepción me hizo un guiño y “En el silencio de la noche intenté nuevamente comenzar a escribir”.'Pero nunca, jamás, intenten comenzar una crónica de este
modo. No hay apertura peor, porque además de ser seca, sin relieve y carente de imaginación, comienza en primera persona, y cuando el cronista empieza a hablar de si
mismo más que del mundo, deja de ser un cronista. Aunque en este caso resulta permisible porque siendo la crónica de una autobiografía no hay como separar al 'yo',
por más que sea gramatical.
Además el siguiente párrafo, que debería haber inaugurado la narración, es demasiado extravagante, descabellado y ridiculo para que se lo lance a la cara del
lector, sin preparación alguna:
'No se puede cruzar el océano desde una pecera'.
¡A quién se le ocurre que un periodista pueda buscar información dentro de una pecera! Para explicarse este inicio el lector pensaría que se trata de la vida de
un ictió1ogo, O de un navegante en solitario, O que se han terminado las langostas en la Tour D'Argent, y luego, considerando que esta teoría era errónea, se dignaría a
permitir que el relato continúe.
Cierto escritor afirmó una vez que el mundo era una ostra y que é1 la abriría eon su espada. En realidad, acertó más de lo que merecia. No es dificil abrir una
ostra con una espada. Pero ¿alguna vez se vio que alguien tratara de abrir a este molusco utilizando una máquina de escribir? Es mejor que no esperen que sean muchos
los que se dediquen a hacerlo. Yo he logrado apartar las valvas con esa incómoda arma lo suficiente como para mordisquear un poquito del frio mundo interior.
Sabia tanto de mecanografia como puede saber una frustrada graduada de la Escuela Superior de Periodismo que pudo ingresar a la brillante galaxia de los
talentos oficinescos mediante una sencilla prueba para ocupar un puesto en el M inisterio de Educación de la Nación. M i batalla contra el mundo tal como va, ya está
definitivamente malograda por haber escrito miles de autorizaciones para la compra de combustible de los coches oficiales para viajes de fin de semana de los
funcionarios. Algún día seré condenada por esto, lo sé.
M i entusiasmo por la literatura redundó es beneficio de un modelo de autorizaciones redactadas hasta el momento de manera casi ilegible, en un idioma que
parecía castellano antiguo y dispuestas de modo tal que, si uno no se andaba con cuidado, podia autorizar la venta de armas al exterior. M i jefe sintió tan agracedido por
estas observaciones, que me exilió mandándome a los galpones del Departamento de Imprenta, una repartición fuera del palacio ministerial. Esto implicaba una
degradación Social no sólo porque allí los empleados, en vez de vestir ropas de ejecutivos en ascenso, usaban guardapolvo para protegerse de la grasa de las máquinas,
sino porque tampoco habfa suficiente gente, tabiques y confusión como para tener sexo en horario administrativo, como era el derecho de quien tenía escalafón.
Aunque para mi resultó el mismísimo paraíso, porque aquellas máquinas me causaron una fuerte impresión, que dado el contexto es una expresión bastante
adecuada. En los galpones se alineaban aquellos monstruos de la linotipia, con sus piezas engrasadas y sus manivelas, sus rodillos, sus poleas, sus hilos de acero, cuyos
bufidos de animal enjaulado me sugerían la fatigosa búsqueda de libertad de expresión. Aunque mientras que la velocidad del sistema offset, junto a un curso
especializado en Composer IBM que tomé, le había rendido enormemente a la Dirección de Servicios con las correspondientes glorias para su director, el Jefe de
Departamento no me atribuía suficiente autoridad para corregir la ortografía de sus espeluznantes “memos”'.
Solo eso sería suficiente para explicar al lector por qué en la pecera, esa recepción vidriada con computadoras, teléfonos pantallas de circuito cerrado y fax, era
imposible encontrar forma de iniciar la biografa que pretendía escribir sobre la señora más rica del país, aún cuando prácticamente convivía con ella. Un borrador a lápiz
de lo que el destino depararía a los lectores, era más conveniente. Así que volví a mi habitación, me quité el uniforme que había vestido directamente sobre el camisón
para disimular cualquier aparición inoportuna, y volví a garrapatear estrofas sobre un cuaderno de hojas lisas como en el tiempo de las cavernas.
Y como un ladrón abriendo un boquete en la pared de su celda, fui avanzando en mi tarea noche tras noche con la esperanza de encontrar lo mismo que aquél:
libertad. M e abría paso, desataba nudos, fluctuaba entre la prosa informativa, que sintetiza, y el nuevo periodismo, como le dicen ahora al tipo de crónica que desde
hace cincuenta años busca recursos en otros géneros literarios para situar, ambientar, pensar y narrar con detalles. Aunque mi predilección es, como buen ladrón, la de
saquear, copiar, falsificar, para encontrar nuevas maneras de contar el mundo que veo.
CAPÍTULO VI

El mes siguiente amenazó también con ser eterno pero terminó, abruptamente, con mi despido. Y esto no es un recurso literario sino la pura verdad. Hacía un
mes mi heroína había viajado a Grecia, luego pasó una semana en su dúplex de Nueva York, y antes de regresar a Buenos Aires, estuvo tres días en su penthouse de
M iami. Volvió al pais porque tenía muchos asuntos pendientes en Buenos Aires. Las mucamas me dieron una revista para que me enterara de todo y me dijeron que
cuando viajaba por mucho tiempo, al llegar solía restringir los francos, para compensar la vagancia ala que habían estado abocadas. No era justo que las buenas, O sea mi
compañeray yo, sufriéramos por las malas, pero no había reclamo posible, sobre todo después de mi comentario sobre la escultura ecuestre del Jockey Club.
A pesar de la rápida lectura de la revista en cuestión, esa misma noche fui victima de una reacción alérgica que convirtió mi boca en una especie de zona
volcánica, invadida por llagas ardientes como cráteres en erupción. Aunque no tengo la costumbre de humedecer los dedos para pasar las páginas, parecia un castigo
desmedido por haber posado mis manos en aquellas hojas que no hicieron más que mentirme, diciendo que laseñora adora su hogar y que los fines de semana va a su
quinta de San Isidro o a alguna de sus veinte estancias', cuando en realidad no salía de su cama desde que yo habia llegado, no se desplazaba más que para ir a la sala a
recibir algún invitado, invitado o no, y sólo una vez habia salido a cenar, con su ex coronel.
Irritada por la perspectiva del mes que comenzaba, y previendo que sería idéntico al anterior, con sus traiciones domésticas, las histerias del cocinero y la
dama, e1 encierro y la reaeción alérgica, me pasaba todas las noches dando vueltas en la cama, siempre sofocada por la intensa calefacción. M e apremiaba salir a jugar al
tenis, pero más aún a resolver muchos asuntos de los que no me podfa esconder para siempre, y mi abogado, con el que afortunadamente podía comunicarme, me pedía
la firma de documentos impositivos, contractuales, municipales y demás, todo con suficiente urgencia para crear aquella ansiedad ante la idea de no poder salir.
Sumado a esto, aunque faltaba más de un mes para el cumpleaños de la señora, ya había comenzado la sicosis generalizada. Aparecían técnicos de las más
variadas disciplinas para arreglar los objetos más insólitos. Subíamos unas quince veces por día a los salones donde se realizaría e1 evento para acompañar a
1impiadores, restauradores, pintores, deeoradores y hasta al afinador del piano. También comenzamos a limpiar portarretratos, reliquias, lámparas, petit muebles y
todo lo que se eonsiderara digno de ser higienizado por las delicadas manos de las mucamas finas, mientras las mucamas gruesas se reían con la boca llena de tostada con
mermelada.
Todo el mes asi. Sirviendo los huevos fritos helados, la milanesa grasienta, el pollo seco que volvían. Arreglando su cama demasiado rápido, apenas en el
tiempo que iba al baño a orinar, nunca a bañarse, aunque más no fuera para que pudiéramos arreglar su habitación en un plazo razonable. A pesar de que las antiguas
mucamas decían que había aprendido a ser una sucia en los años que pasaba largas temporadas en París, yo creía que no lo hacía por temor a caerse en la bañera, como le
pasaba a tantas personas mayores, y si andaba con aquél bastón de acrilico, por algo debía ser.
Uno de aquellos días aciagos, sin saber si era martes o viernes, miércoles o domingo, en una de las tantas veces que pasé por la cocina de la planta alta hacia los
salones que se preparaban para la recepción, vi una bandeja similar a la que estaba en el salón de recibir, de la que el joven economista se había servido, y comencé a
entrever que sería mi salvación para conciliar el sueño. Una vez que los técnicos se retiraron, los cocineros se fueron a su casa y las mucamas se fueron a dormir, me
deslicé hasta nuestra cocina y, tomando un vaso al que le puse dos grandes piedras de hielo, subí hasta la cocina profesional para servirme un poco de aquel whisky.
M i falta de costumbre hacia esa bebida, porque siempre me incliné hacia las blancas, el gin, la vodka, la cachaça, el tequila, me proporcionó un reconfortante
descanso de toda la noche, que perduró unas cuantas horas del día siguiente, relajando y cambiando mi humor, a pesar de la insistencia con la que me lavaba la cara entre
tarea y tarea. Ese mismo día, al acompañar de los técnicos otra vez a los salones superiores, pasando otra vez por el pasillo de la cocina profesional frente a la bandeja
en cuestión, el hombre me dijo que realmente se necesitaba un trago de esos para encarar aquellos trabajos con el calor mortal que hacia allá arriba.
Un rato después, cuando tuvimos que subir con mi compañera para continuar con la limpieza fatídica, en un vaso de plástico que había encontrado en un
armario, después de colocar una piedra de hielo en la cocina de abajo, me detuve frente a la bandeja y servi una media medida de whisky para el hombre que había dejado
trabajando arriba. M ientras me agradecia y tomaba el vaso con un gesto de espantosa incredulidad, me alejé hacia el salón verde. Unos minutos después el hombre
apareció con el casi vacío para preguntarme qué hacia con él. Yo bebí el vaso último trago y lo tiré dentro del balde donde tenia los elementos de limpieza, y me olvidé
del asunto.
Pero se ve que el hombre no pudo olvidar semejante desaforo a la autoridad, a la riqueza, a la confianza de la patrona, a la antigüedad del resto del personal de
servicio, y antes de morir de un ataque de culpa o paranoia eterna, y después de contarlo a todos, y después de haber pedido consejo a esos todos, y después de
escuchar, como era obvio, que esos todos le dijeran “ Tenés que contarle a : (en este espacio iria el nombre de la autoridad que atiende estos asuntos, porque ciertamente
la señora no recibe a ningún técnico para escuchar ningún chisme), me delató. Y así, a las frustradas carreras de bailarina, periodista y esposa, le sumé la de Cenicienta.
No se puede ser bueno. Está bien que me hacia la generosa con el whisky ajeno, pero es que estaba tan aburrida, tan encerrada, tan harta de las miserias de las
mucamas, del servilismo de la gobernanta, de las veleidades de la recepcionista, de las histerias del cocinero y de las humillaciones de la señora, que algo tenía que hacer
para salir de alli. M e pagaron el período completo, con lo que pude pagar deudas, honorarios, otra tintura y compré algunos muebles para el departamento desvalijado
por mis parientes para instalarme en alguna parte hasta pensar cómo escribiría la novela lejos de mi heroína.
Y he aquí que una fría tarde frente al Paseo del Bosque, precisamente el Dia de la Independencia, leyendo un diario en Internet, para que no me atacara
nuevamente la alergia, encontré los primeros indicios de que mi compañera de colegio, aquella que habia ido a Paris a matar a la cigüeña, andaba con ganas de emular a
una ex primera dama americana y le rondaba en la cabeza la idea de hacerse del trono. No le iba a resultar dificil cuando, en realidad, la que siempre mandó en casa fue
ella.
Con decirle 'Che, Ernesto, mirá que el horno no está para bollos. Los tenés a todos hartos con tu mal genio. ! Déjame a mi mover un poco el pelo y la labia, y
hagamos un rescate emotivo del pueblo argentino, salud!', lo dejaría pateando latas de bebida energética en el jardín trasero de la quinta presidencial, aditivo que toman
los empleados de la quinta para seguirles el ritmo a los dos 'estadistas', y llamando a uno y otro amigo presidente, canciller o dictador, para organizar su vida social a
partir de la concertación de su esposa.
Entonces comprendi por qué andaba dando vueltas por e1 mundo, haciéndose amiga de empresarios y banqueros. Es eierto que ella üene un cargo legislativo.
Pero hay otros que tienen su mismo cargo y no por eso se reúnen con dirigentes de todo el planeta. Sí, aquí hay felino demorado, me dije. Pero no era la única. LIuvia de
información, principalmente lluvia ácida, caia a raudales de todo medio interesado en defender el patrimonio nacional, desde el sillón de Rivadavia a las extensiones
sureñas de las que se habían agenciado familia y entenados de mi amiga, que para haber nacido en una modesta casita de Tolosa, habia progresado bastante.
Debía haber sido a causa de los Virginia Slim que fumaba por entonces, y ahí se me dio por irme en el humo de los recuerdos para verla cuando jugábamos en
las calles de tierra de Tolosa, con su carita regordeta y su piel un tanto bronceada, su carácter más bravo que el de mi prima, que ya era decir mucho, sus fantasías de
primera dama porque su mamá la había llamado Jaquelin, y le deeia Jaqui, como le decían a la esposa de Kennedy. M e preguntaba si aquél mundo había sido verdadero,
o el mundo verdadero había comenzado después de su asesinato, y por un momento me pareció que lo que era blanco era negro y lo que era negro, blanco.
En ese instante comenzó a nevar. VolvÍ al mundo surrealista y un vahido me nubló la vista. Pero a pesar de no ver con claridad lo que caía
imperceptiblemente, percibía las pequeñas gotas que se helaban formando un cuerpo mayor, que en vez de precipitarse flotaban como la pluma de un ave pequeña que
no debió haber salido del nido, y aumentaban hasta convertirse en verdaderos copos de nieve. Salí al balcón y el aire helado me despertó definitivamente. Cacé algunos
copos y los seccioné en la palma de mi mano para ver de qué estaban hechos. Y llegué a la conclusión de que si nevaba, podia pasar cualquier cosa.
Porque ocurre que, por nuestro carácter vehemente, o quizá por falta de experiencia civica, los argentinos somos propensos siempre a tomar la política
demasiado a pecho. La guerra civil, por ponerle un nombre decoroso al estúpido fratricidio, nos dejó deshechos, orgullosísimos, y con la incómoda sensación de haber
sufrido una burla sangrienta. Apenas nos consuela ver a algunos de sus organizadores juzgados y condenados por readaptados al medio y a los tiempos como la
cucaracha, y no nos unimos más que para complacernos a nosotros de no tener remedio, siempre abocados a abrir de nuevo el tajo y caer al hoyo.
Ningún escarmiento nos basta, ni jamás aprendemos a distinguir la política de la moral. Nadie ignora que la política tiene sus reglas, que es una especie de
ajedrez, y nada se adelanta con patear el tablero. Si los hermanos han de estar unidos porque esa es la ley primera, porque si entre ellos se pelean los devoran los de
afuera, no deberìan cifrarse todas nuestras esperanzas en el triunfo de aquellas mismas personas que acabarán entregándonos por un puñado de dólares, atados de pies y
manos, a la voracidad mundial.
Esta extraña pareja se introdujo subrepticiamente en la politica sin que nadie los viera. Allá en los pagos de él, hacia donde Buenos Aires ni miraba, y tiene la
firme convicción de haber militado una vez, allá lejos y hace mucho, para justificar de alguna manera su desinteresado interés en la conducción del país, sabiendo que
nadie se quiere acordar de aquello y por eso la memoria no se aguza lo suficiente para hacer cuentas y llegar a las conclusiones más obvias y necesarias. Porque si este
matrimonio no tiene la delicadeza de asumir que unos y otros, los argentinos de ambos bandos, estábamos engañados en nuestros cálculos, es porque todavia quieren
aquellos huesos para hacer la escalera que necesitan para subir.
Pero si aquellos razonamientos podían ser correctos e irreprochables por los principios en que se fundaban, ni siquiera eran de ellos. Para entonces,
abandonada ya mi carrera de periodista, vivía yo en la ciudad de Río de Janeiro, por donde pasaban algunos escapados de aquel infierno. Y tuve ocasión de hablar con
varios. Recordé, entre otros, a un joven de acaso treinta años, o no muchos más, tan nervioso el infeliz que cuando alguien lo interpelaba, saltaba como una pulga. Y se
comprende : nueve años habia vivido con la barbilla sobre el hombro, de un lugar a otro, bajo nombre supuesto. Era un maestro de La Plata quien, al producirse la
sublevación militar, escapó de la ciudad, y huido había estado desde entonces, prácticamente, hasta ese momento.
No iba a ser tan cándido, decía, que estando inscripto en un partido de izquierda se quedara allí para que lo liquidaran. Su familia habia tenido amistad con un
diputado, y asi le había ido. No consegui que me contara, ni tampoco me pareció discreto, piadoso, insistir demasiado en lo que a su familia le había pasado.En fin,
mientras nos tomábamos nuestros 'cafecinhos' en un bar de la avenida Copacabana hasta la hora en que iria a ver una pequeña pieza para alquilar, el hombre me contó lo
que buenamente quiso, con miradas de soslayo a las mesas vecinas y siempre en palabras medio envueltas, acerca de la que él llamaba su odisea.
Una odisea de tierra adentro, cuyos puertos habían sido poblaciones muy distantes, donde trabajaba por nada, apenas por poco más que la comida, y esto era
lo pmdente, y de donde se iba tan pronto como lo juzgaba también prudente, casi todas las veces a pie, hacia otro pueblo cualquiera, pues en todos ellos siempre había
estudiantes rezagados a quienes preparar para los exámenes, u opositores encantados de aprovechar los servicios de un profesor tan menesteroso, como el abogado para
el que empezó a trabajar en Río Gallegos poco antes de que volviera la democracia.
¿Que por qué no había intentado salir antes del país? Porque esperaba que concluyese la guerra, con el triunfo de la democracia. ¿Que por qué, ahora que casi
habia terminado, se iba? Ésta era la cosa. Sonrió con una sonrisa amarga, y se bebió de un trago el café dulzón, porque echaba a su “ jícara” una cantidad absurda de
azúcar. M e contó luego que la noticia del triunfo radical en las primeras elecciones le había sorprendido. Cuando se supo la noticia, él estaba en Río Gallegos, donde se
ocupaba en llevarle los libros a un estraperlista de marca mayor.
Al otro día se produjo un fenómeno increíble. Ya los peces gordos estarían haciendo sus valijas, pero los jerarcas provincianos, con menos recursos, tenían que
acudir a congraciarse por todos los medios, y buscaban a los parientes de las victimas, les daban explicaciones no pedidas, querían convidar, se sinceraban: 'Vení acá,
viejo, vamos a tomarnos una ginebra, que tengo que hablar con vos. M irá. Yo quiero que sepas…A vos te han contado que a tu padre fui yo quien... Si, sí, no digas que
no. Yo sé muy bien que te han metido esa idea en la cabeza, es más, me consta que M engano ha sido quien te vino con el cuento. Pero, ¿sabes por qué? Precisamente,
para sacarse él el muerto de encima. Escuchame viejo:es bueno que estés enterado de cómo pasó todo. Resulta que M engano... Pero tomate otra ginebra.” Etcétera.
"Y a vuelta de vueltas se producían propuestas de amistad, ofrecimientos de un empleo “digno de vos” o de participación en algún negocio, porque, lo que yo
digo, hoy por ti y mañana por mí, mientras que los ahora solicitados, que no se chupaban el dedo, callaban, asentían, se contemplaban la punta de los zapatos,
saltándoles dentro del pecho el corazón de gozo a la vista de mejoras económicas y sociales. Entre ellos mi jefe, que se fue metiendo en todo lo que pudo, sin
escrúpulos, siempre justificándose y amparándose en principios que flexibilizaba a su antojo.
El y su mujer habían estudiado en La Plata, pero mientras que otros desaparecían por culpa de la dictadura, se refugiaban en el extranjero o andaban
escondiéndose como yo, ellos se fueron Rio Gallegos y enseguida empezaron a hacer dinero. Como decían haber pertenecido al grupo de jóvenes platenses
revolucionarios, que por esos tiempos nos jugábamos la vida, yo le preguntaba al flaco si no tenia miedo de que lo fueran a buscar, y é1 me decía que no, que no era para
tanto, y a mi. M e daba impresión su sangre fría.
Pero después pensé que no era sangre fría, sino que el tipo no tenía vinculaciones con nadie, que no debía haberse jugado en ninguna acción, ni habia puesto en
peligro su vida ni la de nadie, mucho menos matar a alguien, porque eso, realmente, te cambia. Y ellos andaban muy sueltos de cuerpo, de acá para allá, sin importarles
nada. Entonces comencé a sospechar de ese progreso en medio del terror imperante, y me ocupé de llevar una agenda de todo lo que hacían. É1 no desconfio de nada
porque creía que yo era un zurdo inofensivo, además de un microcéfalo que necesitaba de la agenda para no olvidarme lo que tenía que hacer.
Eso me extrañaba también de él, porque cuando se integra una fuerza, uno se siente igual que el otro, pero él se sentía superior a mi, siempre establecía su
jerarquía de jefe, patrón o empleador, y me subestimaba un poco, no a mi persona, sino a lo que yo representaba, como si haber militado determinara una ignorancia
que, por alguna razón, no lo habia alcanzado a él. Yo anoté todo, todo, nombres, entrevistas, cifras.
El estudio estaba en una esquina ventosa, en el centro de Río Gallegos, y se dedicaban a cobranzas y recupero. El flaco era eficiente y los clientes aumentaban,
y de los buenos. Teníamos empresas automotores, casas de articulos para el campo, comercios de electrodomésticos, tiendas. Cuando algún comprador no pagaba la
cuota mensual, alli íbamos a tocar a la puerta de su casa para llevarnos el bien en cuestión. Pero sus mejores empleadores de entonces eran los bancos y las financieras.
Cuando empezó a manar esas cuentas, el flaco se dio cuenta de las enormes posibilidades que ofrecía la especulación.
Eran los tiempos del ministro de Economia que liberó la tasa de interés, haciéndole un gran favor al flaco. Las disposiciones del ministro permitian indexar las
deudas de dinero según la inflación. Pero la clave estaba en su asesoramiento legal a una financiera que le permitía contar con información privilegiada sobre quiénes
dejaban de pagar sus cuotas. Ese era el modus operandi empleado para adquirir la gran mayoria de esas propiedades a precios ínfimos. Y yo lo tengo todo anotado,
todo. Cuando la financiera le avisaba al flaco que algún deudor había dejado de pagar la cuota mensual del crédito que le habían otorgado, é1 se reunía con el deudor para
explicarle las pocas opciones: no podia resignarse a que le remataran la propiedad y así perder casi todo el valor del inmueble, O también podía venderla a un precio
bastante menor al que tenía en realidad.
El comprador era él mismo. De ese modo, el deudor en aprietos al menos se quedaba con algo de dinero. El flaco se hacía e1 héroe, tenía un amigo que lo
llamaba el Robin Hood trucho, y por otro lado sumaba metros y más metros cuadrados, eludía el trámite del remate y luego negociaba la deuda del inmueble con sus
patrones de la financiera, Era una práctica cuestionable, pero no penada por la legislación provincial de ese entonces. M ientras el flaco se ocupaba de adquirir casas a
precio de remate, su esposa estaba concentrada en deudores de otros rubros.
Todas las tardes, casi sin falta, iba al juzgado con aires de diva y alli revisaba los expedientes de los morosos para ver cómo evolucionaban los juicios
ejecutivos que les habian iniciado en nombre de sus clientes. Se pasaba horas alli adentro y ya parecía parte del decorado, yo la veía algunas veces que le llevaba
documentación o escritos firmados por el flaco, porque ella nunca firmaba nada. Nunca supe por qué. Llegaba con una extensa lista de deudores, y abandonaba el
juzgado a1 atardecer con los nombres de sus próximas presas,
En un buen día podían salir unas diez o quince órdenes de embargo. Con esa información de último momento, el flaco iba a reclamar el bien embargado : una
heladera, una bicicleta, a veces algún auto. Siempre salían airosos. Los vecinos ya los miraban con cierto temor. Una vez arrojaron una bomba molotov en la oficina, que
no produjo destrozos, pero los puso en guardia, y como se habían asociado a un prestigioso abogado, les gustaba explicar que se había tratado de un atentado político
por razones insondables.
¿Pero qué pasó? ¿Por qué te fuiste? Porque no podía tolerar tanta miseria humana, dijo el militante de izquierda. Las bombas se sucedieron, Yo había huido
para salvar mi vida de una guerra en la que había peleado por convicciones, y no quería morir al estallar un explosivo de los que le mandaban sus víctimas. Para colmo,
además de no empacharse en hacer todos los contactos con militares que le fuera posible, al momento que me fui el estudio tomaba la defensa de un policía de la
dictadura acusado de violación. Entonces yo me dije, ¿Qué estoy haciendo acá?"
Y aunque esto parezca, no es ficción. Es que los argentinos jamás terminamos de aprender las reglas del juego, somos incapaces de entender la politica porque
la tomamos demasiado a pecho, nos obcecamos, nos empecinamos, y nos volvemos vulnerables. Todo esto se me había venido como un alud, que para estar nevando es
una comparación bastante adecuada, y no fue dificil llegar a la conclusión de que aquél infeliz me había contado la vida secreta de nuestra pareja presidencial.
¿Qué habría hecho con todas aquellas notas que decía tener? ¿ Qué habría hecho con su fabulosa agenda? ¿Dónde encontrarlo? ¿Como se llamaba? Nada de
aquello volvería de forma alguna. Había sido un hecho tan extraordinario como la nieve que caía cada vez más decidida, pero se desintegraría como un copo entre mis
dedos si intentara materializarla buscando pruebas y testigos. Qué más daba. ¿Adónde podría ir a parar todo aquello más que a una autobiografa no autorizada?
Dicho y hecho. La señora lanzó su candidatura oficial. Y1o hizo en el Teatro Argentino de La Plata, aquél lugar sagrado en el que pasé más de diez años de mi
vida, cursando desde las tres de la tarde a las nueve de la noche, bailando por un sueño, dirian hoy, por una vocación, por una herencia artística, mientras ella bailaba en
los centros de estudiantes del interior, de nueve de la noche a tres de la mañana, por la única vocación de enganchar un idiota que la mantuviera hasta encauzar su
herencia monárquica. Sin embargo no apoyaría sus pies sobre mis pasos porque el escenario al que ella accedería no era el mismo en el que yo estrenaba semanalmente el
raso de mis zapatillas.
Era un escenario ficticio, como toda su vida. E1 palacio neoclásico fue reemplazado por una mole de cemento. Cemento provisto probablemente por Forestier
o por mi heroína, a esa altura de la partida de ajedrez. Cemento que era el material predilecto de los militares para hacer los monumentos de sus héroes y las lápidas de
sus victimas. Cemento de licitaciones arregladas, negociados millonarios y ese adefesio que heredamos en el corazón de nuestra ciudad como si allí estuvieran enterrado
simbólicamente todos los que aqui murieron.
Un incendio en la azotea del palacete fue la excusa perfecta para tirarlo abajo. E1 teatro estaba en pie pero ellos argumentatran, mientras secaban
disimuladamente la baba que les caía de la comisura de la boca, que había sufrido daños en sus estructuras.¿Dónde están hoy? ¿Presos? ¿M uertos? ¿Estafados por
otros? ¿Y todo para qué? El Teatro Argentino no está más. Nos quedó su mausoleo. Y aunque su sala fue copiada exactamente, no es la misma. Y aunque la señora no
entró nunca en aquél, no entra ahora sino en la tumba de todos los que murieron por convicciones que ella nunca tuvo, por un cálculo errado, por no saber que la política
no tiene nada que ver con la lógica ni con la historia.
Traje blanco a lo “Jacqueline”, mamá, esposo e hijos en la primera fila, y todos los que fueron juntando a sus filas en las filas de atrás, redundancia necesaria
para afiliados, aún los que eran contra y que también estaban entre sus filas. Porque “El cambio recién empieza”, como rezaba un cartel a sus espaldas, pensado por ella
o por cualquier otro que ignora que la palabra “comenzar”es mil veces más elegante que “empezar”. Sólo alguien brillaba por su ausencia : su primer amor.
A él si lo tenía que encontrar, Todavia recordaba el departamento de la calle 46 y las dos veces que pasamos la tarde en el inicio de un romance que no
prosperó. M e preguntaba, como todo periodista que se precie, qué sentiria ahora que veia que su primer amor se estaba por convertir en Presidenta. Dos dias después
nos encontramos en un café, en el centro de La Plata, donde todavía vive. Estaba un poco gordito, como le pasa a los rugbiers cuando abandonan el entrenamiento pero
no el tercer tiempo.
Yo fui directamente al punto preguntándole por qué habia sido tan breve nuestra relación, y él contestó inmediatamente que ella lo dejó sin ganas de estar con
nadie. Es que cuando nos conocimos no se acostumbraba ya a salir mucho, era preferible entrar, más bien. Y ellos entraron durante cinco años, pero a él le molesta un
poco que ella haya difundido que fue su primer amor, porque le parece un abuso de su parte haberlo metido como protagonista de su biografia autorizada.
-¿Viste lo que escribió esta mina? Cuando vino a entrevistarme yo qué le iba a decir. M e enganché, viste que yo soy un buen tipo, manso, y me pareció que
tenia que decir la verdad, y la verdad es que yo fui su primer amor y ella el mío, pero nunca me imaginé que me iban a usar como un extra que confirma que puede tener
relaciones normales. Todos los libros de esta mina son muy críticos, sin embargo trata a Jaqui como si fuera la Reina de Java.
-Pero ustedes se quisieron mucho, en todo ese tiempo.
-M irá, vos sabés cómo una mujer podia tener a un tipo agarrado. Vos y yo hablamos mucho pero no pasó mucho, y con ella pasó lo que tenía que pasar de
entrada. Si ella no fue una más, fue porque siempre pasó lo que tenia que pasar, pero después me di cuenta que, en realidad, fue la más una más de todas, a pesar del
tiempo que duró. No fue tan “especial” para mi. No digo que no la quise, pero la quise como uno queria entonces, sin muchas concesiones, y por eso terminamos, y por
eso ella debería haber tenido la decencia de no molestarme.
-¿Por qué? ¿Terminaron mal?
-M irá, de lo que era yo entonces no queda nada. Ahora soy un hombre, y entonces era aún un crio. Pero ella ya era una mujer y sabía bien lo que queria. Lo
sabía hacia tiempo, y yo no le podia seguir el ritmo. Admiraba a las primeras damas americanas, desde Jacqueline Kennedy hasta Elizabeth Ford, que en esa época
aparecían por todas partes. Pero se angustiaba mirando sus fotografias con esos trajes blancos, rosados y celestes, y le roía como un desasosiego. En algunas ocasiones
también le acometia el furor contra las primeras damas, manifestando una especie de odio socialista.
-¿Y se pelearon por eso?
-No sé bien. Todo ocurrió a finales del invierno, una tarde y una mañana Viviamos juntos, casi escondidos, en una habitación que daba a una avenida. A llegar
a casa enfurecida por haber tenido que tropezar con tanta gente pobre, desagradable y ordinaria, me dijo con el gesto y la voz descompuestos : “¿¡ Cuando nos veremos
libres del gobierno de esta mujer?¡” Yo sorprendido, le pregunté :”¿Que te pasa?” Y ella me respondió: “M e pasa, que ya estoy harta de ver tanta injusticia. ¿No te das
cuenta que hay que cambiar el pais?”
Esa noche Jaqui me dijo que tenía que irme, o irse ella, porque ya no teníamos nada que hacer juntos. Le supliqué que dejara que probásemos de nuevo, estaba
acostado a su lado y la abrazaba. Ella me dijo : “¿Con qué finalidad?” Hablábamos en voz baja, a oscuras. Luego Jaqui se durmio y yo tuve hasta la mañana una rodilla
pegada a la suya. Amaneció y hacía mucho frio, Jaqui tenía el pelo sobre los ojos y no se movia. En la penumbra yo miraba pasar el tiempo, sabia que pasaba y corría, y
que afuera había niebla. Todo el tiempo que había vivido con Jaqui en aquella habitación era como un solo día y una noche, que ahora terminaba por la mañana. Entonces
comprendí que nunca volveria a salir conmigo entre la niebla fresca.
-¿Terminaron sin decirse nada?
-No. Yo crei que era mejor que me vistiera y me fuera sin despertarla. Pero tenía en la cabeza una cosa que preguntarle. Esperé, intentando adormilarme.
Cuando estuvo despierta, me sonrió. Seguimos hablando. Ella dijo :”Es bonito ser sinceros, como nosotros.” Y yo le dije :"¿Qué haré al salir de aquí? ¿Adónde voy a
ir?"
-¿Era eso lo que tenías que preguntarle?
-Si. Sin apartar la nuca del almohadón, ella sonrió de nuevo y me dijo :”Bobo, irás a donde quieras. ¿No es hermoso ser libre? Conocerás a muchas chicas,
harás todas las cosas que quieras. Te envidio, palabra.” La mañana llenaba el cuarto y sólo había un poco de calor en la cama. Jaqui esperaba paciente.
-¿Y qué hiciste?
-“Sos una interesada”, le dije y siempre lo has sido. Ella ni abrió los ojos.”¿Estás mejor ahora que lo dijiste?', me dijo.Entonces me quedé como si ella no
estuviera, y miraba al techo y lloraba sin ruido. Las lágrimas me llenaban los ojos y corrían sobre la almohada. No valía la pena que se diera cuenta. M ucho tiempo ha
pasado, y ahora sé que aquellas lágrimas mudas fueron la única cosa de hombre que hice con Jaqui, sé que lloraba no por ella sino porque habia entrevisto mi destino,
había comprendido quién sería en el futuro. Luego Jaqui me dijo : “Ya basta. Tengo que levantarme.” Nos levantamos juntos, los dos. Estuve pronto de pie frente a la
ventana, y miraba las plantas mientras me vestia. Detrás de la niebla estaba el sol, el sol que tantas veces habia entibiado el cuarto. También Jaqui se vistió pronto, y me
preguntó si no me llevaba mis cosas. Le dije que primero queria calentar el café, y encendí la tostadora. Ella, sentada a1 borde de la cama, se puso a arreglarse las uñas.
En el pasado se las habia arreglado siempre en la mesa. Parecía abstraída y el pelo le caía continuamente sobre los ojos. Entonces daba sacudidas con la cabeza y se
liberaba. Yo deambulé por el cuarto y recogí mis cosas. Hice un montón sobre una silla y de repente Jaqui saltó y corrió a apagar el café que se derramaba.
-éY te fuiste asi?
Si. Saqué una valija y meti las cosas. M ientras tanto, por dentro me esforzaba por recoger todos los recuerdos desagradabies que tenía de Jaqui : sus
futilidades, sus malos humores, sus frases irritantes, sus arrugas. Eso me llevaba de su cuarto. Lo que dejaba era una niebla. Cuando acabé de guardar todo, el café estaba
listo. Lo tomamos de pie, junto a la cocina. Jaqui dijo algo, que ese dia iría a ver a un tipo, a hablar de un asunto. Poco después dejé la taza y me fui con la valija. Afuera
la niebla y el sol me cegaron.
-¿Y hoy qué creés que fue lo que pasó?
-Creo que fue el destino
Hay personas que nacen con un instinto, una vocación sencillamente, un deseo especial que despierta en cuanto comienzan a balbucear y a pensar, y Jaquelin
Isabel Hernandez, desde su infancia, tuvo una idea fija : ser primera dama.
-Pero ahora quiere ser presidenta. ¿Se le subieron los humos a la cabeza?
-¿Viste? De tanto tratar de convencernos de que se puede , acabó convenciéndose a sí misma. No bastándole su aplicación para conseguir el título de abogada,
pudo casarse y trabajar hasta hacerse rica, llegar a vivir como burguesa distinguida, sin trato social, orgullosa de conocer a un senador, y a dos o tres diputados. Pero
progresó, y la idea fija que concibió en su infancia no la abandonó.
-Como a mí. Se ve que le resulta más fácil abandonar a las personas que a las ideas.
CAPÍTULO VII

E1 final de una relación, las vicisitudes de un maestro, el anuncio de una candidatura, y la opinión en un diario, desencadenaron e1 resto. O era La Virgen
Desatadora la que desencadenaba, o era el desencadenamiento natural de las cosas.Refugiada en mi departamento de La Plata, frente al Paseo del Bosque, leyendo en los
diarios por internet, cada centímetro de la vida de mi no amiga y su esposo, encontré una nota que disparó un recuerdo inevitable, porque hacía referencia a nuestro
arraigado juego de "truco", ese referente cultural del que pocos escapan, y sin pensarlo dos veces redacté prontamente una opinión sin atisbar las consecuencias :
“La nota en la que el periodista observa el último recurso de imagen utilizado por la candidata del oficialismo, confirma cuánto es necesario mentir para
alcanzar una meta polì tica. M e recuerda que además de fumar en clase, Jaquelin jugaba al truco y mentia muy bien. M entia al esconder su nombre de primera dama,
Jacqueline, malogrado al registrarla. M iente cuando dice que su nombre de reina es por Isabel, porque nunca hubiera tolerado llamarse como en aquella época le decían a
la primer actriz de desnudos del país. M iente sobre su título. Ni siquiera nació en La Plata. Nació en Tolosa, en casa de una partera cerca de la casa de mis abuelos. Su
madre queria que ascendiera socialmente, originando sus inseguridades y, por ende, sus mentiras. Aprendió de su madre a despreciar a su padre, un chofer de colectivo,
trabajador, radical y simpatizante de San Lorenzo. Prevaleció la educación materna, monárquica, peronista y fanática del Lobo. Llena de presunciones y complejos, no
encajó en ningún grupo platense. Hizo carrera en los centros de estudiantes del interior, conquistando a uno borracho, y casándose en cinco meses cuando no pudo
casarse en cinco años con el “'chico bien”, el rugbier al que no le interesaba militar ni bailar, y por eso lo abandonó a su suerte una mañana cualquiera sin más
explicaciones que la de no existir finalidad alguna para seguir juntos,'
De inmediato, algunas opiniones se desviaron hacia la mía. Se dejaron recados, hubo llamados, entrevistas telefónicas, y me vi contando cosas que ya ni me
acordaba que recordaba. Todo fue muy rápido. Inútil es detallárselos extensamente porque seguramente lo vieron, lo escucharon, alguien se los contó, O ni se enteraron.
Da lo mismo. Estratégicamente ubicada en La Plata, con la duda enquistada en la sociedad sobre la falta de título que acreditara lo que la candidata decía ser, con el
Decano de la Universidad escondiendo los legajos, falsos o no, reales o no, bajo las siete llaves de un banco platense, con la aparición de certificados adulterados y con la
mar en coche, terminé rodeada de periodistas, cámaras de televisión y vigilancia en la esquina.
A tal punto trascendi que, cuando mi heroína me hizo eso que suele llamarse “una proposición” con respecto a su biografia autorizada, la comunicación me
llegó directamente de sus editores. No me sorprendió saber, al celebrarse la entrevista, que habían recibido algunas presiones por parte de la millonaria en cuanto a la
publicación de “Toda mi vida”. Debía aceptar trabajar con ella y sus notas, que habia tomado durante buena parte de su existencia, teniendo muy bien documentada su
juventud y sus matrimonios, aunque debían prevenirme de no indagar demasiado en sus relaciones con Forestier porque, por lo que sabían, pretendía que fuera un
capitulo muy especial.
Sin duda un capítulo especial sobre su marido sería también un capítulo muy delicado para el biógrafo, porque desde los primeros dias de su desgracia, habia
podido apreciarse por parte de la viuda e1 sentimiento de lo que había perdido, y basta de lo que habia faltado. Un observador poco iniciado bien podía esperar que se
derivara una actitud de reparación, incluso exagerada, a favor de un hombre distinguido como era Alfonso Forestier, y aunque yo tenía la impresión de estar iniciada, no
esperaba oir que me había mencionado como la persona en cuyas manos depositarfa con más confianza los materiales para el libro.
Esos materiales: diarios, cartas, apuntes, notas, documentos de muchas clases, estarían totalmente en mis manos, sin condiciones de ninguna clase referentes a
toda información intima, familiar y de parte de su herencia, de forma que era libre para hacer uso de todo aquello como quisiera, e inclusive, no hacer nada. Era una
respuesta que Amelia también esperaba, no sólo por lo cerca que había estado de ella, sino también porque sabia que yo era una persona relativamente poco conocida,
una periodista de oficio, todavía joven, que vivía al día y que, como suele decirse, tenía todavia poco que mostrar.
M is obras eran pocas y pequeñas, mis relaciones escasas y vagas. Habia varios escritores a los que, para quienes conocían a la señora, habría sido más natural
acudir. Pero la preferencia que había expresado, según los editores de una forma indirecta y considerada que me dejaba cierta libertad, me hacía pensar que por lo menos
debía ir a verla ya que, en cualquier caso, tendria mucho de qué hablar. La llamé inmediatamente, ella me dio una hora, y lo hablamos. Pero sali de la entrevista con mi
idea personal mucho más reforzada. Era una mujer extraña, agradable solamente cuando queria serlo, sólo que ahora veía algo que me conmovia en su impaciencia
jactanciosay atolondrada.
Quizá había entrevisto a la chiquilla que hacía todo lo posible para librarse de una rigida educación, y la biografa podia proporcionárselo, por eso quería
hacerla con la persona que, entre los del grupo de sus conocidos, consideraba más fácil de manejar. Esa persona tenia que encargarse de escribirla, apoyándose en todas
aquellas notas que había redactado con la intención de hacerla ella misma, algún día, aunque nunca llegó a tomarlo demasiado en serio. Pero hoy sabía que la biografia
tenía que ser una respuesta contundente a cualquier imputación que se le hiciese.
No sabía gran cosa de cómo se hacían esos libros, pero había estado mirando y había aprendido algo. Desde principio, me alarmó un poco ver que estaba
decidida a fijar la cantidad de páginas, y hacer un gran volumen, si fuera necesario. Pero yo también tenía mis ideas al respecto.
-Pensé inmediatamente en usted.-M e dijo en cuanto entré al recibidor y, después de admirar su “ensamble” negro de Lemoniez, sonrei al tropel de caballos que
simulaban venir hacia mí, pero se habían detenido en el bronce del Jockey Club de mi primera juventud.
-Parece una ley inviolable volver a la escena del crimen.-tanteé irónicamente como respuesta, mientras esperaba que me condujera, como a todos, al salón de
visitas.
-Usted era la que más me gustaba.- dijo obviando mi comentario, pero demostrando que lo había escuchado.-Poco importa que luego puedan preguntarse si
usted misma me ha conocido lo bastante bien como para poder asegurar todo lo que escribirá.
-Creo que mi testimonio sobre ese punto tampoco interesa demasiado-dije.
Aparte de eso, no podía haber humo sin fuego. Ella, al menos, sabía lo que quería decir, y yo no era una persona a la que pudiera tener interés en adular.
Decidió que fuéramos a su estudio privado, que estaba en la parte de atrás de su dormitorio, cuyas puertas de acceso estaban disimuladas con grandes espejos por el
lado del baño, y por la propia pared por el lado del vestidor.
-Aquí puede trabajar perectamente-dijo-. Este sitio va a tenerlo exclusivamente para usted, voy a ponerlo todo en sus manos, de forma que, sobre todo por las
noches, tendrá tranquilidad y aislamiento, ¿comprende? Va a ser un sitio perfecto.
M e pareció la perfección misma al mirar a mi alrededor el espacio conocido, el sofá con profusión de almohadones alineados, los objetos emocionalmente más
valiosos, las fotografías significativas, la mesa plegadiza, la pequeña ombrilla, todo estaba allí. La habitación estaba llena de la presencia de su dueña, todo lo que había
allí había pertenecido a un presente más o menos lejano de su vida, todo profundamente querido.
En el momento, fue demasiado para mí, un honor demasiado grande, y hasta un cuidado demasiado grande también. Recuerdos aún recientes volvían a mi
memoria y, mientras el corazón me latía más rápido, mis ojos se llenaron de lágrimas.La presión que ejercía sobre mí un repentino sentimiento de lealtad, me parecía más
de lo que podía soportar. Al ver mis lágrimas, la señora amenazó llorar también y, durante unos segundos, las dos estuvimos mirándonos. Yo casi podía escucharla decir
:'iAyúdeme a poder sentirme como usted sabe que quiero sentirme!'
Comencé a ir allí tan pronto como pude arreglar mis cosas, y fue luego, cuando en aquel silencio especial, entre la luz de la lámpara y del fuego, empecé a notar
que una sensación cada vez más fuerte iba apoderándose de mi, LIegaba alli después de recorrer la autopista desolada y atravesar la peligrosa Buenos Aires. Pasaba por
la casa grande y silenciosa, entraba al vestidor alfombrado en rosa Dior, y no encontraba en mi camino más que a alguna de las mucamas que conocía, muda y bien
entrenada respecto de su trato hacia mí. O a la señora, vestida como para un almuerzo, un cocktail o una entrevista de negocios, y su sonrisa que me expresaba
aprobación.
Y luego, sólo con tocar aquella puerta tan bien hecha, que hacía un clic seco y agradable, me quedaba encerrada durante cuatro o cinco horas con el espíritu del
personaje que había elegido para mi novela. M e senti no poco asustada cuando, ya la primera noche, se me ocurrió pensar que lo que verdaderamente me había atraído
más de todo el asunto era el privilegio y el lujo de tener esa sensación. M e daba cuenta de que no había pensado mucho en el libro, sobre el que todavía tenía mucho que
pensar y trabajar.¿ Cómo podía saber, sin pensarlo más, cómo hacer del libro y de su vida en conjunto, una cosa deseable?
El arte de la biografía es una cosa importante, pero había vidas y vidas, y había temas y temas. Recordaba confusamente,como si nada preestablecido pudiera
ser aplicado en este caso, lo que pensaba de las compilaciones contemporáneas, y las distinciones que yo misma hacía en cuanto a otros héroes y otros panoramas.
Recordaba incluso que, en algunos momentos, había creído que una carrera literaria no podía darse por satisfecha con algunas biografias, porque un artista es lo que hace,
no es nada más que eso. Pero, por otro lado, ¿cómo no iba, una sencilla periodista de oficio como yo, a lanzarme sobre la ocasión de pasar unos meses en una intimidad
tan prometedora?
La reunión con los editores habia sido cosa de ellos, para deslumbrarme, nada más que eso. No querían perder la oportunidad de hacerse los importantes
aunque más no fuera, frente a mì. No habían sido verdaderos los términos que mencionaron, quizá para que desistiera con la esperanza de encontrar alguien menos
inabordable o insobornable que yo, aunque en su despacho decian que estaban muy bien que yo escribiera la biografia. Quizá era el propio Forestier, su compañía, su
contacto y su presencia, el que queria que las cosas resultaran asi, ejerciendo la posibilidad de manejar ciertos asuntos a su antojo, debido a una relación más estrecha
con la vida de lo que me era posible verificar. ¡Que raro me resultó que fuera la muerte la que tenìa menos secretos y misterios! La primera noche que me quedé sola en
el estudio tuve la sensación de que, también por primera vez, él y ella estaban realmente juntos.
Durante la mayor parte del tiempo, la señora me había dejado sola, pero habia ido de vez en cuando para ver si disponía de todo lo necesario, y asi tuve la
oportunidad de darle las gracias por el buen juicio y el celo con que me había suavizado el carnino. Ella misma habia estado repasando las cosas, y habia podido reunir
varios grupos de cartas. Además de eso, habia puesto en mis manos, desde el primer momento, las llaves de algunos cajones y armarios, además de informarme sobre el
posible paradero de otras cosas. En resumen : me lo había entregado todo y, si su marido había o no confiado en mí, lo que si estaba claro era que, al menos ella,
confiaba.
Sin embargo, comencé a tener la impresión de que, a pesar de todas esas demostraciones, no se sentía tranquila, que cierta ansiedad que no podía aplacar
continuaba siendo tan grande como su confianza. Aunque se mostrara considerada, no dejaba de estar claramente alli: a través de un sexto sentido que se había
desarrollado en mi junto a todo lo demás, la veía, la sentía planear algo al otro lado de las puertas, y comprendia, por la rutina silenciosa, que estaba vigilándome,
esperando. Una noche, sentada a la mesa plegadiza, perdida en las profundidades de la correspondencia, me llevé flor de susto al tener la impresión de que había alguien
que estaba detrás de mí. Ella habia entrado sin que la sintiera abrir la puerta, y me obsequió una sonrisa forzada al ver que me levantaba de un salto.
-No quise asustarla,-dijo.
-Un poco nada más, estaba tan absorta. Por un instante, -le expliqué- fue como si su esposo estuviera aqui.
E1 asombro hizo que su cara pareciera todavia más rara :
-¿Alfonso ?
-Parece estar tan cerca desde que estoy leyendo su correspondencia...-le dije.
-¿A usted también le pasa?
Esa pregunta me extrañó :
-¿Le pasa a usted lo mismo?
Tardó un poco en contestar, sin moverse del sitio en que había aparecido, pero mirando a su alrededor, como si quisiera penetrar en los rincones más oscuros
del estudio. Tenía una forma especial de levantar la ceja derecha que hacia que la mirada de sus ojos resultase todavia más ambigua :
-Algunas veces.
-Aquí-dije-, es como si fuera a entrar en cualquier momento. Por eso es que he pegado ese salto hace un momento. A medida que avanzo en la lectura de sus
notas siento que hasta hace poco tiempo solia entrar, aunque no fuera exactamente a este lugar, sino a su vida, para estar cerca suyo. He pensado en que usted debería
guiarme un poco en el capitulo del señor Forestier.
La señora, sin bajar la ceja, me escuchaba con interés :
-¿No le molestaria?
-No, me gustaría.
-¿Tiene usted siempre esa impresión de que está...personalmente en el estudio?
-Bueno, como le decía hace un momento -le contesté riendo-, al notar que estaba detrás de mi, pareció que era eso lo que creia. Qué es lo que él quiere, después
de todo, sino estar aquí con usted?
-Si, -me miró fijamente- puede ser…
La cosa era bastante poco normal, pero yo respondí con una sonrisa:
-Entonces tenemos que hacer que se quede. Deberíamos hacer únicamente lo que le gustaria a él.
Sus ojos sombrìos parecìan lanzar la pregunta con cierta tristeza.
-¿Eso quiere decir que yo tengo que ayudarle a escribir su capítulo?
-Sí, seguro que es eso.
Dio un pequeño suspiro y volvió a mirar a su alrededor :
-Bueno -dijo al despedirse- pensaré en la forma en que puedo ayudar.
Cuando ya se había ido, pensé que, efectivamente, sólo habia entrado alli para comprobar que todo iba bien.
CAPÍTULO VIII

Después de unos días en los que había estado trabajando silenciosamente en su cuarto, llevándose algunos papeles de vez en cuando, Amelia entró una tarde y
dejó sobre la mesa dos grupos de hojas manuscritas con lo siguiente :
"Que quede claro que alguien como Alfonso Forestier, cuando me conoció, bien pudo decirse a si mismo :'Esta no se escapa. No se me escapa aunque se
opongan a mi triunfo me todas las potencias infernales', porque me siguió a algunos pasos de distancia, sin apartar los ojos de mi, sin cuidarse de mi esposo, sin pensar
en los peligros que aquella aventura ofrecía. Después confesó que cuando me recordaba alta, rubia, esbelta, de majestuoso y agraciado andar, de celestial y picaresca
sonrisa, de grandes y expresivos ojos y una nariz terminada en una hermosa linea levemente encorvada que daba a mi rostro, según él, una expresión de desdeñosa
altivez, capaz de esclavizar a medio mundo, se dio cuenta de que estaba perdidamente enamorado. Recordaba también, entonces, mi respiración ardiente y fatigada,
marcando con acompasadas depresiones y expansiones voluptuosas e1 movimiento de la máquina sentimental, que anda con una fuerza de caballos de buena raza
inglesa, como los que tenia en e1 campo.
No sé como podrá explicar lo que é1 me decía, recordando el dia que me vio por primera vez después de casada. Recuerde que ya nos conocíamos, y que no
asistió a mi boda, a pesar de haber sido invitado. Decía que a todos lados lo seguia la mirada indefinible de mis ojos, medio cerrados por el sopor normal que la
irradiación calurosa de mi propia tez me producía, de los que saltan furtivos rayos, destellos perdidos que quemaban su alma. Pero su alma queria quemarse, y no
cesaba de revolotear como imprudente mariposa en torno a aquella luz. En torno de mis labios de finísimo coral, de mis manos, mármol delicado y flexible, de mis
pequeños pies que parecían convertir en flores los adoquines cuando yo pasaba, de los movimientos de mis brazos, de las oscilaciones de mi busto, del encantador
vaivén de mi cabeza.
En fin, recuerdo que me decia todas esas cosas, y quería estar cerca de mi cuerpo, que se había transformado en el centro de una infinidad de irradiaciones
eléctricas, suficientes para dar alimento para un año a toda su planta de cemento. Hasta mi voz podía convencer al mundo de postrarse a mis pies. Parecía que hablaban
todos los ángeles del cielo por mi boca. M i voz, que había pronunciado. Estas palabras, que no pudo olvidar :
-Fernando : ¿sabes que comería una suculenta langosta?
-Ángel mío- dijo mi marido, que era el que me acompañaba- es imposible que consigamos una langosta por aquí. Pero el Restaurante del Siglo podremos comer
jamón con melón, si quieres.
Entramos. Entró Alfonso detrás. Nos sentamos. Alfonso sentó enfrente. Comimos. Comió. Nosotros, jamón eon melón…no recuerdo lo que comió Alfonso
pero lo cierto es que comió. No me quitaba los ojos de encima, Yo lo miré dulcemente al salir. M i marido, en cambio, le lanzó una mirada terrible, expresando que no las
tenía todas consigo. De cada nervio de su cara pareeia salir una chispa de fuego indicándole que había herido la fibra más oculta y delicada de su corazón, la fibra de los
celos.
Salimos, salió. Alfonso era entonces uno de los hombres más célebres de la capital. Hacia ya una década que manejaba la fábrica de cemento más importante
del pais, además de haber heredado hectáreas de tierras, miles de cabezas de ganado y varias propiedades en todo el estado. Asi y todo nos siguió como un hombre
común, y cuando nos paramos, se paró. Nosotros entramos, y esperó. Subimos, y pasó a la acera de enfrente. En el balcón del quinto piso apareció para verlo. Se
acercó, miró a lo alto, extendió una mano, abrió la boca para hablar, cuando de repente, cayó sobre él un diluvio. Yo me largué a reír a las carcajadas, y él se fue.
Después me dijo cuán humillado se sintió. Recordaba la calle abovedada por un diminuto y plumoso follaje verde y amarillo, sostenido por árboles cuyos
troncos eran de una negrura violenta y como carbonizada, que parecían empapados por toda la lluvia de los dias anteriores, parecia la cueva de un pirata. Innumerables
hojas verdes y amarillas derribadas por el agua sobre el pellejo negro y graso del asfalto habían quedado adheridas haciéndolo parecer manchado como la piel de un
leopardo. En un sitio se había formado un gran montón de esas hojas verdes y amarillas, mezclándose y reluciendo por el agua, que daban la ilusión de un oro copioso
que se habia escapado por la rotura de un cofre. Era una extraña visión, digna de ser interpretada como una gran riqueza inexplicablemente abandonada y despreciada.
Así se sentia Alfonso, y aquellos colores lo hacían sufrir, como todo detalle de excesiva evidencia produce en una sensibilidad herida, que le atribuye
inmediatamente a todo un significado. En cuanto salió de la casa, notó el color de esas hojas y de esos troncos, pero sacudiendo la cabeza se dijo que no tenia la mente
para esas cosas y se abocó al trabajo, que era lo único que lo calmaba porque, sin saberlo todavía, lo acercaba a mí. Se venía acercando lentamente desde que volvió de
Paris, a la muerte de su padre. Se acercó un poco más cuando se dejó tentar por los que fabricaban cemento en la zona. Y aún cuando se casó con una gran mujer a través
de la que 1legaron las ayudas adicionales de los gobiernos de turno.
Pero debió pasar mucha agua bajo el puente hasta que nos uniéramos definitivamente en matrimonio. Una década desde el día que nos vimos por primera vez
hasta las deseadas nupcias. Hace ya mucho tiempo que la curiosa manera en que terminamos nuestros respectivos matrimonios dejó de ser tema de interés en los
círculos en los que nos movíamos. Nuevos escándalos lo eclipsan todo, y los detalles más interesantes apenas si son conocidos por las viejas mucamas y el servicio de
seguridad y choferes, que ya lo archivaron en el olvido. Las nuevas generaciones ignoran este drama que ya tiene medio siglo de antigüedad, aunque a mi me parezca
todavia que fue ayer."
Antes de llegar a ninguna conclusión respecto de cómo insertar esta valiosa información, decidí revisar el otro grupo de páginas, en el que se narraba lo que le
habia contado un amigo de su primer marido inmediatamente después de la separación, cuando lo dejó por causa de Alfonso. Había una introducción actual pero el
resto, por el color amarillento de las hojas y el tipo de tinta, parecía haber sido escrito hacia mucho años :
“ Y como son los tiempos que corren, nadie se sorprendería con aquellas pequeñas traiciones. Quienes son mis protegidos sólo quieren ver en mí a la mujer
justa y generosa que los ampara. A nadie le interesa escuchar los ruegos de una esposa por preservar la herencia de su hijo, ni el rencor de un marido despechado hace
cincuenta años, cuando el pobre caminaba con un amigo y le contaba todo esto, que yo no sé si tendrá algún valor literario, porque lo escribí con demasiada culpa como
para haberlo hecho bien, ni si tendrá valor biográfico tampoco :
'-En fin- le decía a su amigo-, si me hubiese dicho : “Amo a Alfonso y a ti ya no te amo” paciencia... Por lo menos ésta seria una razón clara... pero ¿por qué
inventar todas esas mentiras? “Alfonso es un hombre positivo, un constructor, en cambio tú no construyes nada, no piensas en el futuro”. Alfonso un constructor,
seguro que sí, con esa cara de buey, esa frente estrecha, esos ojos redondos... Un bruto, eso es lo que es. Construye porque tiene cemento.
-Tu esposa es una de esas mujeres que no saben reconocer la verdad y necesitan siempre creer que estánjustificadas por razones de orden miora1-le contestó
el amigo, observando el bordado elegante de las hojas que sobre las aceras se aglomeraban alrededor de los árboles hasta formar una alfombra.
-La verdad, en cambio, es que é1 es rico y yo soy pobre...constructor, si, claro que lo es, futuro constructor de su desprovisto guardarropa... constructor de
vestidos, zapatos, joyas, viajes, langostas... Has oído con qué tono ha dicho : estoy cansada de vivir entre estrecheces?
Su amigo dijo que lo habia notado todo. Pero ¿qué le iba a hacer? Se había ilusionado acerca de esa mujer, eso era todo. Diciendo esto, con la punta del
paraguas restregaba la tierra entre la hojarasca, que se acumulaba ante la punta en un montón resistente que parecía adherido al asfalto por una película adhesiva de agua
de lluvia.
-Ella es una boba... O, mejor dicho, una persona muy simple... Esos discursos sobre la construcción y destrucción no son cosa suya... son de esas revistas
culturales que lee... Y él, con sus discursos, en mi ausencia, la ha fascinado... porque él de veras cree ser un hombre positivo por los cuatro costados, un constructor,
precisamente... y ella, en su pértida ingenuidad, me los ha ofrecido tal cual... como un papagayo... Tanto es asi que, cuando la he intermmpido y le he preguntado qué
entendia por constructor, se ha quedado con la boca abierta y no ha sabido decir nada... No podía contestarme que por constructor entendìa un hombre rico y nada
más...
Su amigo le dijo que razonar de esa manera era inútil, a menos que, más que dolerse por la forzada separación de su esposa, le importase demostrar su propia
superioridad y la poquedad de esos dos. M ientras tanto, aún discurriendo, habian llegado al final de la calle, alli donde desemboca en la avenida a lo largo del rio. Se
acercaron al murallón de la costanera y prosiguió:
-¿Yo destructor?... ¿y qué destruía, por favor? Tal vez sus malas costumbres... como la de no bañarse. Cuando la conocí, ella creía que la vida era una cuestión
de dinero, de automóviles, de vestidos, de excursiones, de cenitas y diversiones... lo creía con ingenuidad, como si no hubiese ni pudiese haber en el mundo nada más... la
verdad es que ella andaba en cuatro patas... y yo, por algún tiempo, la he hecho caminar erguida... pero ahora ha vuelto a caer en cuatro patas, con la cara en el
cemento... y para siempre...
Por encima de las defensas del río, se descubría el cielo pesado de nubes oscuras e inmóviles, parecido a una frente pensativa y fruncida. Como un rostro
detrás de un brazo, la ciudad los miraba desde atrás, tendida y mortecina. A lo largo del parapeto se alineaban unos cañaverales que habian crecido hasta gran altura, de
manera que al pasar no se veía otra cosa que cañas y más cañas, inclinadas o erguidas, eon las hojas elevadas hacia lo alto. Pero desde la cima, el viento las arrancaba de a
puñados y caían, desagradables y duras, una tras otra, hasta reunirse con sus compañeras esparcidas en abundancia sobre las aceras.
Su amigo le dijo que é1 no podía juzgar sobre cuántas patas habia de caminar la hermosa mujer que no queria tener más nada que ver con él. Probablemente le
habia pedido demasiado, ella se había esforzado por seguirlo, después le habían fallado las fuerzas y habìa vuelto a su vieja vida. Acaso ella venía de una familia de
buena posición, con varios ramales de ferrocarril para irse dónde y cuándo quisiese.
-Ah, ¿no se debería pedir nada a la gente? Yo sólo le habia pedido que fuese una persona decente... en cambio ya has oido lo que ha dicho... que yo la hacía
volverse fea... ¿has oido con qué tono de obstinada desolación lo ha dicho? Es que él le lleva treinta años y la hace sentir una lolita. Quiero saber cómo se va a sentir
dentro de un tiempo, cuando él sea un vejete.
Nadie pasaba por la avenida junto al rio. En determinados puntos las hojas muertas formaban altos montones, verdaderas tribus que murmuraban y bullian
según el viento.
-Tal vez no la halagabas lo suficiente- le dijo el amigo.
-¿Para qué sirven los halagos? Yo querìa que se convirtiese en una persona, eso es todo... y para lograrlo le dije que ante todo tenia que reconocer la verdad de
sus propias condiciones... tenia que darse cuenta de que era pobre, ignorante, con la cabeza llena de pájaros, malcriada, que mentia constantemente ante si misma y ante
los demás, que desquiciaba a sus padres... Yo pensaba que la verdad, aunque amarga, habría de tener para ella más valor que los halagos que le prodigaban Alfonso y sus
demás pretendientes...
Su amigo se echó a reír y le dijo que las mujeres querían dulces frases y no sermones.
-Sin embargo- dijo como acordándose-, al principio me amó precisamente porque le decia esas verdades... M e explicaba que nadie le habia hablado jamás de
esa manera... M e agradecía que lo hiciese... Y ¿ te acuerdas? al principio conseguí que abandonase a ese noviecito que tenía.
Su amigo volvió a reír y le dijo :
-Probablemente, para abandonarlo le habrá repetido punto por punto las mismas frases que tú en aquel momento le ibas suministrando... Habrá hecho con
aquel pobre novio lo que ha hecho hoy contigo... le habrá dicho que tú eras un constructor y él un destructor... y entonces, como hoy, no era cosa de ella...¿no crees que
habrá sido así?
Él dijo con estupor :
-Así ha sido... pero era la verdad... Yo era el único que podia hacerle bien... y ella lo sabe... y por eso está tan empecinada contra mi...
De pronto se encontraron en un remolino de viento, en una explanada de la cual bajaban las escalinatas hacia el rio. Las hojas se elevaban del suelo girando
hacia lo alto.
-Tu error ha sido tomarte demasiado en serio tu papel de moralista, de constructor, como dice tu esposa.,"Tentas que pensar que nada es más fácil que un
moralista revele después ser un inmoral, y que el constructor de ayer se vuelva el destructor de mañana... ¿Qué frenesí es el de ustedes? Esta mujer parece del tipo a la
que no se acercan sino hombres que la quieren salvar...se comprende que termine por creerle sucesivamente a cada uno de ellos.
-Será como dices tú... pero lo que hace que yo sea distinto de los demás es que durante todo el tiempo, mientras hacía toda clase de esfuerzos por cambiarla,
sentía que era en vano... y que pese a todo, precisamente por eso, habia que hacerlo... Tal vez tú nunca hayas experimentado esa sensación... M e parecia estar entregado
a una empresa que no tenia ninguna posibilidad de éxito... pero esa sensación de fundamental vanidad era justamente lo que me hacía persistir y me hacía amar a mi
esposa...la sensación de hacer algo sin esperanza...
El crepúsculo se había ya convertido en una penumbra casi nocturna. La masa gris de un autobús de rojos faroles encendidos, pasando y desapareciendo por
una calle transversal, lo hizo hundirse con toda su bruma, y se hizo la noche. Caminando en la oscuridad, su amigo le contestó :
-Entonces no te quejes... Has obtenido lo que deseabas...ella te ha inspirado la voluntad de cambiarla, que anhelabas de corazón, y, al mismo tiempo, la
sensación de la imposibilidad de dicho cambio... De ella, más no podías esperar.
-Eso es verdad... pero no quita que perderla sea muy amargo...
-¿Cuántas cosas querrías!-dijo su amigo que había entrado en un gran montón de hojas, sin darse cuenta, : y casi experimentaba placer moviendo los pies y
haciendo el mayor ruido posible.
-iAcaba ya con eso! éQué te ha dado?-dijo el marido desdichado, y agregó :
-Asi que se acabó.
-Eso, se acabo.- dijo su amigo como un eco, arrastrando los pies entre las hojas. Se sentía incapaz de tomar en serio el disgusto de su amigo. M ás aún,
experimentaba una especie de sentimiento de hilaridad, como si todo se hubiese producido según un orden superior y preestablecido.
Una semana después le presentó una corista con la que al poco tiempo se “casó."
CAPÍTULO IX

Aquellas escenas de su conquista y del despecho de su primer marido quedaron unos dias dándome vueltas por la cabeza hasta que me di cuenta que no valían
nada, ninguna de las dos. Eran cosas ìntimas y debían permanecer asi. No quitaban ni agregaban nada a la mujer que era hoy. Todas las conquistas son más o menos
iguales y todos los despechos, parecidos. Incluir alguna de esas notas como pruebas de naufragio o iniciación literaria, seria harto inútil, me dije, ya que no se podría
desentrañar verdaderamente lo que aquellos acontecimientos significaban en aquellas circunstancias.
Pero a pesar de esa decisión, aquella relación propicia que habia existido de verdad con Alfonso Forestier mientras escribia la biografia de Amelia, y que había
continuado durante dos o tres semanas, se habia interrumpido. Eso quedó suficientemente probado por el desconsuelo con el que, a partir de la tarde que su esposa
habia comenzado a ayudarme, me di cuenta que habia empezado a echarlo de menos. La señal fue una sensación repentina y sorprendente, un dia que habia perdido una
maravillosa página que, por más que la buscara, no quería aparecer.
M i estado protegido estaba, a1 fin y al cabo, expuesto a ser algo confuso, y hasta a sufrir alguna depresión. Si para que todo fuera bien, él y yo habíamos
estado juntos desde el principio, a Ios pocos días de haber tenido la primera sospecha de que todo comenzaba a andar mal, comencé a pensar que debía asumir el extraño
cambio de que dejáramos de estarlo. Y a pesar de que al contemplar los materiales no podía ver más que masa y cantidad de papeles donde antes había tenido la
agradable impresión de ver un camino despejado, durante cinco noches seguidas al instante en que Amelia me entregó sus notas manuscritas con tenor literario, continué
luchando.
Ya casi sin sentarme a la mesa, yendo de un lado para otro, buscando referencias sólo para volver a dejarlas, asomándome a la ventana, alineando los
almohadones, pensando cosas raras, y tratando de oir señales y sonidos, no como los que imaginaba, sino como los que deseaba escuchar e invocaba inútilmente, hasta
que llegué a la conclusión de que, al menos por el momento, había sido abandonada.
Lo extraordinario era que el hecho de no poder sentir la presencia de Forestier no sólo me entristecía, sino que me producía un gran desasosiego. En cierto
modo, era más raro que no estuviera alla de lo que había sido que sí estuviera. Tan raro, que mis nervios acabaron por no poder soportarlo. Habia tomado con bastante
calma lo que era algo que no me podia explicar, pero tenia la irreverencia de sospechar del regreso a un estado normal, de la desaparición de lo falso. No podía ya
dominarlos, y una noche, después cle resistir una o dos horas, decidf salir del estudio. Por primera vez me era imposible estar alli.
Sin propósito definido, pero jadeando un poco, y como una persona verdaderamente atemorizada, pasé por el corredor de siempre, y llegué a lo alto de la
escalera de la cocina para tratar de perderme en los amplios salones de la otra planta. Desde allí vi a la señora Amelia, que estaba abajo, mirándome desde el pie de la
escalera principal, como si supiera que iba a subir. Encendió las luces desde abajo y me alcanzó por el ascensor. Lo más singular de todo fue que, aunque no habia
pensado para nada en recurrir a ella, no habia hecho más que buscar un alivio escapando de alli, y me aliviaba verla. M i estado le pareció natural, lo vio como parte de
una monstmosa opresión que se cernia sobre mi,
Y fue asombroso cómo, en el Buenos Aires moderno, entre las alfombras de Aubusson y la luz eléctrica brotando de las arañas de caireles, llegó hasta mí y
volvió luego hasta ella, la idea de que sabía lo que ella queria decirme porque tenía aire de saberlo. Entró entonces en el salón lila y se acercó hacia el piano color crema
que estaba próximo a la terraza, desde donde yo, sentada en la banqueta, miraba la piscina vacía. Junto a mí, todavia en silencio, se vio obligada a hacer las confesiones
inherentes a sus extraños movimientos.
M e quedé sin aliento al comprender por qué me había abandonado su esposo :
-Ha estado con usted- le dije.
-iQué es lo que usted supone que está pasando?- preguntó ella como si cualquiera de las dos pudiera haberlo hecho.
Comencé a recorrer con mi vista la gran habitación llena de objetos valiosos. M uchos portarretratos con algunos presidentes contemporáneos, de aquí y del
extranjero, con ella o con dedicatoria, otros con familiares demasiado jóvenes, o demasiado felices. Una vitrina con una colección de objetos de oro. Un Buda del tamaño
de un niño de siete años. Un par de colmillos de elefante. M esas de acrìlico, de roble, de vidrio con estructura metálica. Pequeñas alfombras persas sobre la carpeta color
beige. Ceniceros de cristal, de bronce, de plata. Veladores pequeños y grandes. Una escribanía con una pila de libros revestidos en cuero. Y al final de mi recorrido
terminé en una habitación surrealista, preparada para parecer bonita, acogedora, prometedora, pero cuyo efecto resultaba extravagante, recargada y, sobre el fondo lila,
decadente.
Amelia querìa dejar las cosas claras :
-Esta noche he comprendido todo.
-¿Sabía usted que él estaba conmigo?
Vaciló un poco :
-Noté que estaba en el estudio, tratando de inducirla a presentar una buena imagen de él, pero cuando comencé a ayudarla, se marchó.
-Pero usted no impuso su colaboración, fui yo que se la pedi. Y esas páginas tan especiales que usted me dio las desearté completamente, ahora comprendo
que fue a causa de esa influencia.
-Lo que pasa es que más de una vez ha estado en la casa, para hacerme compañía, me decía. Pero en realidad era para vigilarme. Y desde que decidi hacer la
biografia no me ha dejado un minuto, porque sabe que diré toda la verdad, que ya no puede engañarme. No necesito más su compañía, como antes, porque ahora la tengo
a usted.
-¿¡Qué?! -pregunté para saber el alcance de aquella confesión.
-Si. Él la sedujo como a mí, sólo que esta vez le faltaron las armas materiales. No me amó más de lo que puede amarse a un trofeo, y no signifiqué para él más
de lo que significa para un hombre conseguir el amor imposible. Pero, mientras que para la mujer el amor es la novela de su vida, para el hombre es sólo un capítulo.
M e paraba y caminaba por la habitación porque no podia comprenderla. En cualquier caso esa noche, al ver su cara, supe cuál era su estado. Habia cargado
todos esos años el rencor de un amor no correspondido. La imagen del empresario que la había conquistado como en un cuento de hadas, era falsa. La imagen de la mujer
despótica que lo había maltratado y, decían las malas lenguas, hasta asesinado, era mentira. Era ella la que se había enamorado locamente de él al punto de abandonar a
su esposo y a su pequeña hija para correr tras sus pasos. Era ella la que habìa sido humillada por la pretensiön de hacerla suya cuando ambos ya habían constituido una
familia.
-¿Y por eso se fue ahora?
-Nos tratamos muy mal los últimos años antes de que él falleciera. Le reprochaba que nunca fuera a sentirme plena, que nunca me sentiría completamente
segura, que la traición me había marcado para siempre y que nunca me dejaría ser completamente feliz, Y eso no podría cambiarlo ni con todo el poder ni con todo el
dinero del mundo.
Ella me tendió la mano y, durante un minuto, estuvimos así tomadas, en silencio. Ninguna de las dos notaba ahora una presencia más especial que la de una
para la otra. Y era como si aquel salón excéntrico hubiera quedado de repente consagrado a una pieza teatral en la que debíamos improvisar el desenlace.
-Entonces, ¿qué es lo que haremos?-pregunté.
-Yö sólo quiero hacer lo que sea mejor para todos- contestó pasado un momento.
-¿Y no lo estamos haciendo?
-Eso es lo que me pregunto. ¿No se lo pregunta usted?
-Creo que lo mejor es revelar las cosas como fueron sin las interpretaciones posteriores de lo que comprendió que en realidad fueron. Pero tenemos que
pensarlo.
-Tenemos que pensarlo- repitió ella.
Y lo pensamos. Lo pensamos mucho. Esa noche, juntas, y luego, separadas, durante muchos dias después. Yo suspendi por algún tiempo mis visitas y mi
trabajo, tratando de descubrir cualquier error que hubiera podido ser la causa de algún trastorno. ¿Habría seguido, en algún punto importante, alguna línea o alguna idea
equivocada? ¿Habia desfigurado algo con buena intención o insistido más de lo que convenía? Y al volver por fin con la idea de haber adivinado lo que podía haber
entorpecido el camino, tuvimos una entrevista, abajo, mientras ella continuaba igual de preocupada.
-Cuando usted me dio sus notas manuscritas, su esposo comprendió que habia perdido su influencia sobre mi para que escribiera la historia a su manera.
Fueron sus notas en medio de la mesa las que bloquearon el camino. Pero aquel bloqueo fue en su camino, no en el nuestro.
-¡Lo sabía!- exclamó con aire de triunfo.
-¿Usted les dijo a los editores que me previnieran de sus intenciones de querer trabajar personalmente en el capítulo de su marido?-le pregunté.
-No. para nada,
-Entonces su esposo estuvo muy ocupado últimamente tratando de impedir que usted escriba su biografìa.
-¿Como lo sabe?
-Pues por cosas que pasaron. Las cosas más extrañas. No puedo describirlas... y usted tampoco las creería.
-iSí, si que las creería!- murmuró la señora Amelia
-Es que creo que su esposo intervino en la reunión con sus editores.- dije tratando de explicarle.
Amelia me escuchaba con ansiedad.
-¿Qué reunión?
-La que usted mandó que tuviera con los editores, donde me amedrentaron un poco trasmitiéndome sus exigencias.
-Yo no mandé que tuvieran ninguna entrevista con usted, ni exigí nada de usted ni de ellos. Solamente les pedi que la localizaran y se pusiera en contacto
conmigo.- dijo la señora con los ojos muy abiertos, y esperó un momento para agregar :
-¿Quiere decir que él estuvo también en la editorial?
-Tengo la impresión de que en cualquier momento podria verlo. Estoy desconcertada. Tengo miedo -le dije sin tapujos.
-¿De é1?- preguntó Amelia abriendo un poco más los ojos.
-Bueno..., de lo que estoy haciendo. -respondì a pesar de saber lo ridfculo que era sentir aquél miedo irracional.
-¿Qué es lo que está haciendo, entonces, que sea tan horrible?- me preguntó Amelia con una leve sonrisa que la relajaba a ella también,
-Lo que usted me propuso que hiciera. M eterme en su vida.
-¿Y no le gusta hacerlo? Además estamos hablando de mi vida. Hace mucho que él no manda en mi vida, ni por aqui.
-¿Pero le gustará a é1 que lo pongamos al descubierto, que lo ofrezcamos a los demás, que se lo entregamos al mundo?
La pobre señora Amelia, como bajo amenaza, lo meditó un instante con profunda tristeza :
-¿Y por qué no habríamos de hacerlo?- respondió finalrnente.
CAPÍTULO X

A medida que progresaba en su capitulo, me parecia sentir con más claridad la presencia personal de Forestier. Una vez admitida esa idea, ya la acogia con
gusto, la alentaba, la mirnaba, esperando todo el día con ilusión que apareciera por la noche. Los menores detalles se adaptaban a la biografia y la confirmaban y, al cabo
de tres o cuatro semanas, habia llegado a considerarla como la consagración de empresa. ¿No resolvía eso la cuestión de lo que hubiera podido pensar Forestier respecto
de lo que yo estmaba haciendo allí?
Lo que estaba haciendo era lo que ellos querían que hiciese, ella desde su cuarto y él desde su medio, y podian continuar, paso a paso, sin ningún tipo de
escrúpulos o dudas. En algunos momentos, me alegraba mucho de tener esa seguridad : a veces, cuando me sumergia en las profundidades de algunos de los secretos, era
muy agradable para mi poder pensar que tenía el consentimiento de ambos. M e estaba enterando de muchas cosas que no habia sospechado, descorriendo muchas
cortinas, abriendo muchas puertas, aclarando muchos enigmas, pasando, como decían, por la parte de atrás de casi todo.
Y era al encontrarme con algún recodo brusco en una de esas andanzas por la trastienda cuando sentía de repente, de forma íntima y perceptible, que estaba
cara a cara con la realidad, de manera que apenas podia interpretar si aquella existía en la estrechez de ese instante, o en el pasado del que ya nada podia volver. ¿Era el
eje blando de 1976 o era simplemente el otro lado de la mesa? Pero, por suerte, incluso bajo la luz más vulgar que pudiera arrojar la publicidad, podía verse la forma en
que Forestier estaba quedando en la biografia de su esposa. Y estaba quedando bastante bien, demasiado bien, todavia mejor de lo que ella podría haberse imaginado.
Pero, al mismo tiempo, ¿cómo iba a poder explicar a otra persona la impresión tan especial que yo tenía ahora? No era una cosa para ir por ahì hablando de
ella, era una cosa sólo para sentirla. Habia momentos, por ejemplo, que estando inclinada sobre sus papeles, estaba tan segura de notar en el pelo el aliento del marido
muerto como de tener los codos apoyados en la mesa. Habia momentos en los que, de haber podido levantar la cabeza, habría visto al marido de la señora sentado en el
sofá, tan bien como veia la página a la luz de la lámpara. Que en ese preciso momento no pudiera mirar era asunto suyo, porque la situación estaba dominada,
naturalmente, por delicadezas profundas y timideces exquisitas, por el miedo a revelarse demasiado pronto.
Lo que se palpaba en e1 aire era que si Forestier estaba allí no era tanto por sí mismo como por la mujer que veía televisión del otro lado de la pared, que iba y
venía, planeaba y se detenía a veces, y casi podria haber sido, metida entre los libros y papeles, una bibliotecaria silenciosa y discreta, que estaba haciendo esas cosas
especiales, prestando esa ayuda callada. Entretanto, el propio Forestier iba y. venía también, cambiaba de sitio, vagaba en busca de cosas definidas o vagas y, más de
una vez, cuando lo habia oído mover suavemente documentos que estaban encima de la mesa, me había encontrado, al volverme, con alguna carta traspapelada que
estaba otra vez a la vista, con algún misterio, aclarado gracias a algún antiguo diario, abierto por la fecha misma que yo necesitaba.
¿Cómo habría podido acertar con la caja o el cajón, entre los cincuenta que había, que era el que necesitaba, si ese ayudante milagroso no hubiera tomado la
precaución de torcer la tapa o dejarlo medio abierto para que pudiera fijarme en el? Eso sin contar con el hecho de esos intervalos en los que, si hubiera podido realmente
mirar, habría visto a alguien delante de la chimenea, un poco distante y más erguido de lo normal, alguien que me miraba con una pizca más de dureza que si estuviera
vivo.
Pero la más viva de los tres era ella, que en medio del mes cumplió años y decidiò festejarlos, como estaba previsto, junto a trescientos invitados en la
intimidad de su casa. La cita fue a las ocho de la noche y todos quisieron estar presentes. El elegante departamento especialmente decorado con orquídeas y rosas
blancas, fue el escenario ideal de una velada cálida y agradable. A medida que llegaban los comensales eran agasajados con un buffet froid que incluía salmón, pavita,
quesos, caviar y otra variedad de exquisiteces. Todo acompañado por jugos naturales, vinos franceses traídos especialmente, asi como el famoso champán predilecto de
la señora, que hizo su entrada en la sala principal cuando ya habian llegado casi todos los invitados.
Estaba elegantìsima, con un vestido color lila, de la última colección de Oscar de la Renta, que ella misma había encargado en su viaje directamente de Nueva
York. Para complementar su vestuario usó un chal de seda rosa, y zapatos y cartera del mismo tono. Estaba radiante. M e impresionó su distinción, su glamour, con ese
peinado estilo M arilyn M onroe y una gargantilla de esmeraldas que resaltaban sus ojos.
Fiel a su pasión por el tango, la señora contrató a1 hijo de un famoso intérprete, quien sorprendió a todos con su repertorio acompañado por guitarras.
Cuando se escucharon los primeros compases, su nieto mayor la invitó a bailar. Ambos demostraron ser expertos en el dos por cuatro y se lucieron en la pista al ritmo
de "La Cumparsita", pero el tema más aplaudido, sin duda, fue "Pobre mi madre querida", el tango favorito de la señora. Antes de la medianoche, todos los invitados le
ayudaron a apagar las velitas de una enorme torta color rosa y cantaron el feliz cumpleaños, momento en el que la señora no pudo ocultar su emoción. Todo habia salido
como estaba previsto :una reunión amena, con sus mejores amigos, su música preferida y un brindis que lo decía todo.
Cuando los últimos convidados se despidieron, ella atravesó los desiertos salones y se encaminó a su habitación, mirando de pasada aquellos sitios donde, por
su gracia y hermosura, habia sido la reina de la noche. Se sentia un poco fatigada, pero al mismo tiempo, alegre y satisfecha. El baile había resultado suntuosisimo. Todo
lo que la gran ciudad ostentaba de más valor, la habia acompañado : la nobleza de la sangre, del dinero y del talento, desfiló por sus salones, adornados con
deslumbradora magnificencia.
Pero la nota sensacional, la que arrancó frases de admiración, de entusiasmo, era la de las flores, de un pálido matiz de aurora, desparramadas con tal profusión
por todos lados, que parecìa una nevada caida en los vastos aposentos, cubriendo las consolas, los muebles, los bronces, derramándose sobre los tapices y haciendo
desaparecer bajo sus niveas plumillas la soberbia cristaleria de la mesa del buffet. Si, aquel pensamiento originalísimo habia sido de ella, únicamente de ella, y no podia
menos que sonreír al recordar la cara de sorpresa del viejo administrador cuando le dio orden de comprar semejante cantidad de flores.
Obsesionada por tan deliciosos recuerdos, se metiö en la cama, y ya la gobernanta abandonaba en puntillas el aposento cuando la voz de su señora la detuvo.
Un deseo repentino, un capricho de niña mimada la habia acometido de pronto. Querìa dormirse respirando la suave fragancia de aquellas flores que tan dulces
sensaciones le habian proporcionado. Obedeciendo las órdenes de su ama, la joven derramó encima de los cobertores puñados de pétalo. La habitación quedó en silencio
y poco a poco fue haciéndose más hondo el sopor de la bella durmiente.
De pronto se encontró transportada a la Casa Rosada. Era el día de la primavera, sin viento, tibio, el cielo sin una nube estaba azul y risueño. Si lo hubieran
hecho por encargo no habria resultado un dia más perfecto para la Fiesta Nacional de la Flor.Los balcones estaban ornamentados con miles de plantas y flores por
primera vez en la historia. ¿ O quizá por segunda vez?, se preguntó ella mientras saludaba a un niño de cuatro años que, de la mano de su madre, asistía a la fiesta de
inauguración. Los sueños son tan inciertos, se decía, sabiendo que a ese rostro lo habia visto en alguna parte. ¿No era acaso su marido? Podia ser. Pero en esta primavera
su marido estaba muerto, así que no podia tener cuatro años, Siguió caminando hacia los balcones sin importarle aquel niño que un día sería su marido y que otro día
moriría. Estaba deseosa de llegar a alguno de los balcones de la calle Balcarce para ver de cerca aquella obra floral de intenso color y creatividad natural. A medida que se
aproximaba sentía la fragancia de los jazmines polianta, y cuando llegó al balcón la estaban esperando varios personajes ilustres : el Excelentisimo Señor Presidente, el
Principe del Japón y el Príncipe de Turquia, que le rindieron homenaje por su hermosura y su distinción, como si fuera la flor más bella de todas. Pero lo que más le
interesaba a ella eran las rosas. Las únicas flores que a todos interesan y cientos de ellas, literalmente, habían abierto en la noche. Pero a pesar de que los paisajistas
trabajaron desde la madrugada, las rosas no estaban en los balcones de la Casa Rosada, y ella se sintió tan decepcionada que no prestó atención a los discursos. Y hasta
se sintió molesta consigo misma por soñar un Dia de la Primavera sin rosas, una Fiesta Nacional de la Flor sin la reina de todas. Pero al ver que la invitada de honor
estaba decepcionada, el Principe del Japón la llevó en el helicóptero presidencial al lugar donde estaban las mejores rosas y, entre ellas, la más bella de todas, la
conquista de los hibridores, la magnífica Fuego Negro. La intensidad púrpura de sus veintinueve pétalos aterciopelados que le acariciaron el corazón mostrándole las
profundidades del alma, no fue suficiente sin embargo para amortizar el espanto que aproximaba : sobre una alfombra de lirios venía caminando hacia ella una mujer
enfundada en un ceñido vestido de encaje blanco. A la distancia quiso ver su propio rostro, pero la proximidad no la dejó engañarse. Con una corona de brillantes no
menos suntuosa y elegante que un collar de perlas a lo “Jackie”, la candidata a presidenta, o simplemente Jaquelin, entró en su sueño para ser coronada Reina de la
Primavera. En ese instante un grito espantoso recorrió los pasillos, los salones, las escaleras de la residencia. M ientras se ponía sus zapatillas para ir a1 rescate de la
señora, la gobernanta se dijo :"iYa lo sabía yo! Dormir con flores es como dormir con muertos. Se tienen pesadillas horribles."
CAPÍTULO XI

Amelia pasó el labial color naranja que combinaba con su vestido nuevo y examinó el resultado en e1 espejo con aprobación. Era el color que más sentaba a su
piel, dándole una calidez a su mirada que ni el rojo ni el rosado conseguían. Solamente teníamos que esperar que llegara la estilista de Nueva York, que estaba en camino.
Se preparaba para una sesión de fotos de la que saldría la que sería tapa de la biografía autorizada que habíamos escrito juntas y que nos había deparado una relación
insospechada.
-Estoy de un ánimo excelente- me djo-como para que alguien con un futuro inconfundible me haga un retrato.
-La juventud- le dije- debe sugerir inocencia.
-Pero nunca seguí esa sugerencia. Ni siquiera creo que ambas cosas vayan de la mano. La gente habla mucho sobre la inocencia de los niños, pero no los pierde
de vista por más de diez minutos. Creo en los balances de las compañías, en la transparencia de las elecciones y en las mujeres que se casan por amor, incluso en un
sistema para ganar en la ruleta. Pero si vigilas la leche, no se derrama cuando hierve.
-Sí, si. Ya sé que de lo único que eres inocente es de lo que se te acusa.
-Nunca perdí la fe y estoy segura de mi inocencia. Soy inocente de lo que todo el mundo me está acusando ahora, pero por la que veo que se viene, sus
acusaciones permanecerán infundadas. Por eso quise que mi biografa se publique ahora, y no después de mi muerte.
-Una actitud inesperada de tu parte.
-A mí me encanta la gente que hace cosas inesperadas. Yo misma soy capaz de hacer muchas cosas inesperadas cuando estoy aburrida. Pero sigamos con esta
inocencia desafortunada. Hace tiempo, cuando estuve peleando con más gente de la que acostumbro, tuve la idea de que me gustaría escribir un libro. Iba a ser un libro
de reminiscencias personales, sin dejar nada de lado.
-iLo sé!
-Como yo andaba en plan de provocar, se lo dije a unos cuantos. Y lo que sucedió, por supuesto, fue que la gente creyó que había escrito el libro y estaba a
punto de publicarlo. Después, los más conocidos me llamaban y me rogaban, y hasta me ordenaban, que quitara cosas que yo ya había olvidado que habían sucedido.
Como el incidente en el palco del teatro, por el cual el ex presidente me llamó insistiendo en que tenía que quedar afuera.
-Pero no quedó afuera en éste.
-M e prometiste que no lo mencionarías. ¿ Nunca rnantienes tus promesas?
-Tenías demasiadas notas sobre el asunto como para dejarlo afuera. Además leíste la prueba de galera y no lo objetaste.
- Porque no se menciona exactamente a qué ex presidente me refiero.
-Aunque es muy fácil darse cuenta.
- Es que cuando la gente dejó de mirarnos, lo vi rasgar la hoja del programa, unos minutos antes de que se desabrochara el saco y se recostara hacia atrás,
resoplando. No era el muchacho que yo creia. M e sentí como si fuera un águila que hubiera llegado al Olimpo con el Ganímedes equivocado. Ni me quedé hasta el último
acto. Aunque siempre digo a la prensa que él es un hombre finísimo.
-También está el asunto de las pinturas. No menciono a ninguno de los chismosos, pero lo merecen. Enseguida se regodearon en decir que vendías los cuadros
porque tenías problemas económicos. Justo ellos, que viven del arte como inversión. ¿No era acaso un excelente negocio vender en doce millones lo que habías
comprado en dos? ¿ No podían llegar a la conclusión de que podias querer modernizar alguna planta, o hacer una nueva? A veces pienso que los americanos viven en
una burbuja, y que cuando pisaron la Luna, se quedaron allá.
-Pero nuestras relaciones actuales son dignas de una novela. Nuestro presidente se ha convertido en el chaperón de su esposa. Se contenta con ser un estúpido
y vestirse como ella le dice. Y cuando le da por ser epigramático parece un hornero tratando de hacer nido en un ventarrón.
-Como ya sabe que no se lo menciona en el libro, me ha estado persiguiendo para que incluya un diálogo donde te dice alguna ocurrencia suya acerca de los
candidatos que van contra la museta. Y está molesto porque no lo harás.
-Es un imbécil. No sabe distinguir entre una autobiografia y un manifiesto. Su estrechez no le permite imaginar que aún en estos tiempos mercenarios que nos
ha impuesto su partido, hay bastante gente que cree que la literatura y los libros son más importantes que la política y los políticos.
-Y que el fútbol, las novelas de la televisión y e1 baile del caño.
-Todavía hay bastante gente dispuesta a disfrutar el delicioso placer de la palabra escrita antes que sufrir infarto cerebral con las del discurso proselitista.
Cuando hablo con él parece el diálogo de un sacerdote con un moribundo. Está desahuciado como el ciervo que al sentirse acorralado, su desorientado instinto no hace
más que conducirlo al precipicio.
-Êl está yendo hacia el precipicio desde que conoció a Jaquelin.
-Necesito saber todo sobre su vida antes de la reunión que tendré con ella. La esquivé como senadora y como primera dama, pero no tendré más remedio que
aceptarla como presidenta. Pero quiero que me clientes todo muy bien, porque ustedes se conocían, ¿no?
-No es algo que ella vaya a admitir, como tantas cosas de su vida. M uchos compañeros de la Universidad saben que no llegó a recibirse.
-Hay todo un escándalo en torno de eso.
-Yo misma dejé la Escuela Superior de Periodismo en tercer año, en esa época todavia no era Facultad.
-Eran tiempos difíciles para los estudiantes, sobre todo en La Plata, y en ese tipo de carreras.
-Pero a mi no me impresionaban sus discursos de pasillo porque la conocía desde la infancia. Ella había asistido al mismo Colegio de barrio que mis primos
cuando quedaron huérfanos y fueron criados por mis abuelos.
-¿Y cómo era de chica?
-Sigamos después, Amelia. E1 Gulfstream está a quince minutos de aterrizar y quiero recoger a tu nueva estilista personalmente.
-Sí, debemos causar una buena impresión.
-¿M ejor impresión que mandarle tu avión a buscarla, pudiendo haberle pagalo un taxi aéreo? Para causar una buena impresión seria conveniente que me
recuerdes su nombre.
-Estás con problemas de memoria. Te lo dije tres veces ya. ¿Por qué no lo anotas?
-Lo anoté en mi agenda, pero me la olvidé en la cocina.
-Espero que tus 'amigas' no te arranquen todas las hojas. Se llama Rhianne Zeta, y deberias decirle que haga algo con tus puntas florecidas.
A mi regreso, mientras Rhiane hacia despliegue de profesionalismo en el majestuoso cuarto de baño desde donde se pueden ver los bosques y, más allá, el rio,
que no distrajo ni un ápice de sus maletines estilista más procurada del jet-set americano, retornamos la conversación :
-¿Cómo era chica?
-Jaqui, como la llamaban, era la perfecta señorita desde que nació. No solo lo decía Rufina, su madre, sino todos los que la habían visto desde los primeros
meses de su vida, cuando la llevaban en e1 cochecito forrado en raso blanco. Dormía cuando debía dormir. Al despertar, sonreía a los extraños. Casi nunca mojaba los
pañales. Fue facilisimo enseñarle las buenas costumbres higiénicas y aprendió a hablar extraordinariamente pronto. Aprendió a leer cuando apenas tenía dos años. Y
siempre hizo gala de buenos modales. A los tres años empezó a hacer reverencias al ser presentada a la gente. Se lo enseñó su madre, naturalmente, pero Jaqui se
desenvolvia en la etiqueta como un pato en el agua.
-No me gusta que exageres.
-No exagero.”Gracias, lo pasé maravillosamente decía con locuacidad a los cuatro años, haciendo una reverencia de despedida al salir de una fiesta infantil.
Volvía a su casa con su vestido almidonado tan impecable como cuando se lo puso. Cuidaba muchísimo su pelo y sus uñas. Nunca estaba sucia, y cuando veía a otros
niños corriendo y jugando, haciendo flanes de barro, cayéndose y pelándose las rodillas, pensaba que eran completamente idiotas.
-Tiene una sola hermana, ¿no ?
-Tiene sólo una, menor, asi que Rufina se las arreglaba muy bien con las dos hijas. Otras madres más ajetreadas, con tres o más vástagos que cuidar, alababan
la obediencia y la limpieza de Jaqui, y eso le encantaba. Se complacia también con las alabanzas de su propia madre. Ella y su madre se adoraban.
-¿Pero eras amiga de ella, en la infancia?
-No. Ella siempre fue como es ahora. Nada de amigas o amigos. No le contaba nada a nadie. No compartía un secreto. No escribía poemas o cartas. Sus
temores, ansiedades y frustraciones, nacían y morían en ella. Su vida era hermética y hablaba sinceramente sólo con la madre, la que después le contaba a mi abuela o a
alguna vecina que encontraba en la carnicería o en la peluqueria.
-No entiendo cómo puede vivir únicamente para la politiea y no tener amigas con las que juntarse a comer, ir de compras, viajar. Las únicas relaciones
afectivas que tiene son las incondicionales : madre, hermana e hijos.
-Es una mujer soberbia y lejana. Una estratega de la simulación de emociones envuelta en un tailleur, su prenda preferida desde que era chica. El año que nació
se trasmitió el glamoroso casamiento del Senador de los Estados Unidos con la bella joven de la alta sociedad, y su madre no encontró nada mejor que ponerle su
nombre. Cuando el senador se convirtió en presidente, Rufina comenzó a enseñarle, como a una primera dama, todo lo qule creia útil para el ascenso social de su hija. Y
en consecuencia, a crearle todas las inseguridades.
-¿Y a qué jugaba?
-Las barras empezaban a los ocho, nueve o diez años. Eran grupos informales que recorrían la ciudad en patines o bicicleta. La Plata era una típica
urbanización de clase media alta. Pero si un niño no participaba de esas correrias sin destino por las calles residenciales, y los carnavales de barrios contra barrios, y los
veranos en el balneario sobre el rio, ese niño no contaba. Habia que hacerlo todo, porque aunque participara solamente de alguna de esas cosas, no pertenecía al grupo. Y
Jaqui no pertenecía.
“No me importa nada, porque no quiero ser uno de ellos”, decía Jaqui, según contaba orgullosa su madre. “Jaqui hace trampas en los juegos del recreo, por eso
no queremos que venga con nosotros', respondían mis primos cuando nuestra abuela les sugeria que la invitaran a la casa. E1 padre de Jaqui era chofer de colectivo y
casi no la veía. Hacía mucho tiempo que sospechaba que la madre le llenaba la cabeza con esas presunciones, pero habia mantenido la boca cerrada, confiando en que la
cosa mejorara. Jaqui era un misterio para él. ¿Cómo era posible que un hombre tan nornal y trabajador, hubiese engendrado una chica tan madura y soberbia?
“Las niñas nacen mujeres, decía Rufina. Los niños no nacen hombres. Tienen que aprender a serlo. Pero las niñas ya tienen un carácter de mujer. ''Pero eso no
es tener carácter, decía e1 padre. Eso es ser intrigante. El carácter se forma con el tiempo. Como un árbol. “Rufina le sonreía, tolerante, y él tenía la impresión de que
hablaba como un hombre de la edad de piedra, mientras su mujer y su hija vivian en la era supersónica.
-Al parecer, el principal objetivo en la vida de Jaqui siempre fue hacer desgraciados a sus contemporáneos.
-Había contado una mentira sobre una chica, en relación con un chico, y la chica había llorado tanto que casi tuvo una depresión nerviosa. E1 padre no podía
recordar los detalles cuando le contó a mi abuelo, aunque si había comprendido la historia cuando la oyó por primera vez, resumida por Rufina. Jaqui había logrado
echarle toda la culpa a la otra chica. M aquiavelo no lo hubiera hecho mejor.”Lo que pasa es que ella no es una sinvergüenza - decía Rufina al esposo -. Además, puede
jugar con Carlitos, asi que no està sola.”
-¿Y quien era ese Carlitos?
-Era un chico que tenía diez años y vivía tres casas después de la de ella, y que estaba aislado por la misma razón. Parece ser que fue el único amigo verdadero
de, Jaqui, perdido fatalmente. Una tarde vimos con mis primos cómo uno de los chicos del barrio hacia un gesto grosero, en silencio, al cruzarse con Carlitos por la acera
.”¡Gusano!, le respondió Carlitos inmediatamente, y echó a correr, por si el chico lo perseguía, pero el otro se limitó a volverse y decir : “¡ Eres un mierda, igual que
Jaqui!
-No era frecuente el uso de tales palabras en boca de los chicos, por aquella época.
-Ni experimentar con el sexo tan temprano, al menos en nuestra clase social. E1 padre de Jaqui estaba preocupado por eso. A veces le pedía consejo a mi
abuelo cuando se encontraban los domingos en el club San M artin para jugar bochas. Pero Rufina estaba ansiosa por casarla. “Pero, ¿qué hacen solos?', le preguntaba a
su mujer. “Dan paseos. No sé, -decia Rufina-. Supongo que Carlitos está enamorado de ella.” Rufina ya lo había pensado. Jaqui poseia una belleza de cromo que le
garantizaría el éxito entre los muchachos cuando llegara a la adolescencia y, naturalmente, estaba empezando antes de tiempo. Pero Rufina no tenia ningún temor de que
hiciera nada indecente, porque pertenecía al tipo de las provocativas y básicamente puritanas.
-¿Pero entonces qué hacían los dos solos?
-Por entonces era observar la excavación de un refugio subterráneo con túnel y dos chimeneas en un solar alejado a un kilómetro de distancia de aquél barrio.
Jaqui y 'Charly', como ella lo llamaba, iban alli en bicicleta, se ocultaban detrás de unos arbustos cercanos y espiaban, riéndose por lo bajo. M ás o menos una docena de
miembros de una barra estaban trabajando como peones, sacando cubos de tierra, recogiendo leña y preparando papas asadas con sal y manteca, punto culminante de
todo esfuerzo, alrededor de las seis de la tarde. Jaqui y Charly tenían la intención de esperar hasta que la excavación y la decoración estuvieran terminadas y se
proponían destruirlo todo.
-¡ Qué perversos!
-M ientras tanto se les ocurrió mandar una nota mecanografiada a la mayor correveidile de la escuela : Norita, diciendo que una niña llamada Jennifer iba a dar
una fiesta sorpresa por su cumpleaños en determinada fecha, y que por favor se lo dijera a todo el mundo, menos a, Jennifer. Supuestamente la carta era de la madre de
Jennifer. Entonces Jaqui y Charly se escondieron detrás de los setos de la casa de enfrente a deleitarse con la frustración de sus compañeros del colegio presentándose
en casa de Jennifer, algunos vestidos con sus mejores galas, casi todos llevando regalos, mientras Jennifer se sentía cada vez más violenta, de pie en la puerta de su casa,
diciendo que ella no sabia nada de la fiesta. Como la familia de Jennifer tenia una posición social envidiable y su casa era una de las más lindas de la ciudad, todos los
chicos habían pensado pasar una tarde sensacional.
-¿Y qué pasó con el tùnel?
-Cuando el túnel, la cueva, las chimeneas y las ornamentaciones estuvieron acabadas, Jaqui y Charly fingieron tener dolor de estómago un día, en sus
respectivas casas, y no fueron al colegio. Por previo acuerdo se escaparon y se reunieron a la mañana con sus bicicletas. Fueron al refugio y se pusieron a saltar sobre el
techo del túnel hasta que se hundió. Entonces rompieron las chimeneas y esparcieron la leña tan cuidadosamente recogida. Incluso encontraron la reserva de papas y sal
y la tiraron en el bosquecito. Luego regresaron a casa en sus bicicletas.
-iEra para matarlos!
-Parece que esa fue la reacción 1ógica y justificada, porque dos días más tarde, un jueves que era dia de clases, Charly fue encontrado a las cinco de la tarde
detrás de los olmos de un descampado, muerto a puñaladas que le atravesaban la garganta y el corazón. También tenía heridas en la cabeza, como si lo hubiesen
golpeado repetidamente con piedras ásperas. Las medidas de las puñaladas demostraron que se habían utilizado por lo menos siete cuchillos diferentes.
-Eso es lo que inspira esta clase de gente. ¿Y Jaqui?
-Jaqui quedó totalmente traumatizada, si no desquiciada. Debió sentirse culpable. No eran habituales los tratamientos psicológicos por entonces, Se cerró más
que antes. E1 padre se quedó profundamente impresionado. Para entonces ya se había enterado del episodio del túnel y las chimeneas destruidas. Todo el mundo sabía
que Jaqui y Charly habían faltado al colegio el martes en que había sido destrozado el túnel. Todo el mundo sabía que Jaqui y Charly estaban constantemente juntos. Su
padre temía por la vida de su hija. La policía no pudo acusar de la muerte de Charly a ninguno de los miembros de la barra, y tampoco podían juzgar por asesinato u
homicidio a todo un grupo. La investigación se cerró con una advertencia a todos los padres de los niños del colegio.
-¿Pero Jaqui qué decía?
-Repetia para todos :”Sólo porque Charly y yo faltáramos al colegio ese mismo día no quiere decir que fuésemos juntos a romper ese estúpido túnel”, mentia
como un consumado delincuente. A un adulto le resultaba dificil desmentirla.
-Asi que para Jaqui la edad de las barras terminó eon la muerte de Charly.
-Luego vinieron los novios y el coqueteo, oportunidades de traiciones y de intrigas, y un constante rio, siempre cambiante, de jóvenes entre dieciséis y veinte
años, algunos de los cuales no le duraron más de cinco dias. Tocó el cielo con las manos cuando su más próxima rival, una chica llamada Elizabeth, tuvo un accidente de
coche, y se rompió la nariz y la mandíbula y sufrió lesiones en un ojo, por lo que ya no volvería a ser la misma. Se acercaba el verano, con todos esos bailes en las
terrazas y fiestas en las piscinas. Incluso corria el rumor de que Elizabeth tendría que ponerse la dentadura inferior postiza, de tantos dientes que se rompió, pero la
lesión del ojo seria lo más visible.
-Pobre chica.
-Cuando Jaqui tuvo un accidente, muchos años después, revivió en carne propia el horror de quedar desfigurada. A pesar de haber corrido peligro su vida,
despertó en el hospital pidiendo desesperadamente un espejo. Pero en cambio Jaqui escapaba a todas las catástrofes, como si algo protegiera a las perfectas señoritas
como ella. Nada le pasó. Apenas un rasguño sobre el ojo que le dejó una pequeña rnarca que, si fuera por ella, ya la habia sometido a una plástica.
-¿Y por qué aquella chica era una rival?
-Porque había un deportista, al que todas queríamos seducir, que no tenia ojos más que para Elizabeth. Después del accidente esto cambió y Jaqui entró en
escena. Hasta yo misma intenté tener una furtiva relación después del largo noviazgo que mantuvieron. Para mí el sexo era solamente una experiencia, si no me
movilizaba, pasaba la página. Pero Jaqui era muy carente emocionalmente, la falta de figura paterna la llevaba a buscar en sus novios un poco de protección. A algunos
les gustaba esto y a otros no.
-¿Pero por qué el padre estaba tan ausente?
-No sé si era la ausencia del padre por causas laborales, o era la demasiada presencia materna lo que la desestabilizaba. Como si la madre viviera a través de ella
pero la manipulara para que lo hiciera a su manera. Como las madres que instan a los hijos a cumplir sueños que en realidad fueron suyos. Si el padre era de un partido,
ella se hacía del partido de la madre. Si el padre era hincha de un club de fütbol, ella era hincha del club de fiitbol de la madre. Y todo asi. Y quizá ella no odiaba a su
padre, pero su madre sí. Quizá ella quería vivir como una chica común y corriente, y era su madre la que quería vivir mejor y a su esposo no le daba el cuero.
-No solo le puso nombre de una chica de la alta sociedad, aunque no sabia que se convertiría en primera dama, sino que en aquel año justamente se realizó la
coronación de la reina de Inglaterra, y por eso su segundo nombre es Isabel.
-Nombre que preferiria usar en lugar de Jaquelin, visiblemente americanizado en aquellas oficinas de registro civil donde decidieron podarle la “c” posterior a
la “a”, y la “e” final. También blasfema de su apellido paterno Hernández, de origen español, que no le permitia colocarse en lo máximo de la vida social platense.
Hubiera preferido el apellido de origen irlandés de la madre, Doherty. Tuvo problemas en el colegio porque firmara sus exámenes como Jacqueline Doherty.
-Con estos antecedente, creo no equivocarme si digo que hasta hoy no vive más que la vida que le fabricó la madre. A fuerza de buscar su aprobación sigue el
camino del ciervo acorvalado,
-No saltará al abismo sin dar una buena batalla antes, te aseguro. Ahora cuidan las formas por las inminentes elecciones, pero a mediados del año próximo
comenzará a pensar seriamente en el divorcio. Si deja de ser la esposa del ciervo puede convertirse en un águila y sobrevolar todos los abismos del mundo y recuperar la
juventud perdida. El ciervo la trajo hasta acá, ahora puede seguir sola.
-Es probable, por los cambios rápidos que produce. Primero se mostró independiente, rompiendo prácticamente el protocolo de primera dama. Ni siquiera se
dejó llamar primera dama.
-Igual que su casi homónima americana, a la que “Primera dama” le sonaba a nombre de caballo de carrera.
-Jamás se dejó ver sumisamente detrás de su marido. O arrancaba caminando adelante lo más campante,o avanzaba relajadamente diez metros atrás como una
estrella de rock.
-Nunca entró en la foto. Pero ahora se acerca y le acaricia la espalda como una esposa comprensiva y amorosa.
-Ya vas a ver cómo después de la asunción se instaurará automáticamente el machismo absoluto, del que renegará el próximo año, divorciándose en medio de
una cruzada por la defensa de los derechos de la mujer.
-Entonces no sólo seremos un pais casi bananero, sino que seremos casi amazonas.
-¿Y cómo era de joven en la Facultad?
-En La Plata se podía y se puede ser feliz, al menos, en lo que hace al marco que ofrece la ciudad. No era distinto en aque11a época. La ciudad era joven y
moderna, y los platenses estábamos abiertos a las novedades que llegaban del extranjero, más entusiasmados con asimilar los nuevos conceptos imperantes en el mundo
que en la lucha de clases. Vivíamos en un ambiente acogedor, en un escenario formidable, prácticamente una maqueta artística. Teníamos muchos bares abiertos durante
e1 día y la noche, donde ensayaban y tocaban nuestros amigos con sus bandas de música. Teniamos los bailes de los viernes en el Jockey Club y los juegos de mesa y
billar en e1 subsuelo de la Catedral, donde nos juntábamos para estudiar.
-No era como estar en Buenos Aires o en Córdoba.
-Y no, era distinto, La Plata era más próspera. Pero Jaqui no participaba de la vida de la ciudad como estudiante platense. A1 igual que cuando era chica, no
pertenecía. Prefería reinar entre los estudiantes del interior, que eran más fáciles de conquistar y donde tenía menos competencia, porque las chicas de los pueblos eran
más timidas. Prefería los centros de estudiantes donde se armaban guitarreadas y bailes. Su novio deportista no la seguia alli, no le interesaba ni militar ni bailar. Fue en
una de esas reuniones telúricas donde conoció a Ernesto.
-Otro paralelismo con la primera dama americana, que estaba de novio con un corredor, no precisamente deportista, sino corredor de bolsa, pero su madre era
partidaria de que se casara con un politico con futuro promisorio.
-Dicen que él estaba borracho cuando se conocieron y no lo niega, quizá para justificar a posteriori cualquier desenlace. Aunque te aseguro que la que debía
estar muy borracha era ella,porque Ernesto no era para nada el tipo de muchachos que le gustaba. En todo caso le gustaría como Carlitos, para tener con quien destruir
los planes de sus contemporáneos, porque ambos estudiaban derecho y militaban un poco, y eso le debe haber resultado interesante.
-Entonces eran partidarios en ese tiempo de las acciones armadas, lo que suponía, cuanto menos, celebrar los asesinatos de personas malas en nombre de una
guerra reparadora de las afrentas que habia sufrido e1 pueblo a lo largo de la historia.
-Cuando decían el pueblo, más bien se referian al pueblo integrante de su partido en particular, que sería técnicamente la semilla del pueblo de hoy.
-Y por pueblo entendían a las clases no propietarias, con pequeños patrimonios y no comprometidos con la extensión sin fin del capitalismo y el mercado.
-Eran los malos de la película, por supuesto, conocidos como la oligarquía, y sus asistentes, la burguesia gerencial. Pero no creas que eran activistas. Eran tan
sólo seguidores. M e hubiera resultado escalofriante verla declamando un discurso cargado de resentimiento contra sus eternos enemigos imaginarios, ascendiendo
posiciones subrepticiamente a fuerza de saltar sobre las cabecitas de estudiantes inocentes y desprevenidos que la escucharan fascinados, como habia saltado sobre la
cueva y había fascinado con su discurso inocente a los padres de sus compañeros y hasta a la misma policía.
-La facción de izquierda tenía también una imaginación bastante surrealista, de ninguna otra manera compones una canción que dice que con los huesos de tu
victima vas a hacer una escalera.
-Era una cuestión de códigos. De esa manera también se burlaban de las canciones que componían las bandas de 'chicos bien' para demostrar que se podía crear
desde un perfil culto pero divertido, desde manifestaciones de goce y vida. M uchos de ellos habían sido victimas de secuestros. Hasta con hijos nacidos en cautiverio,
pero después de tanto sufrimiento tenían la necesidad de abrirse, de generar algo que moviera a la gente.
-La Plata fue la ciudad con más desaparecidos.
-Sí, alli creció una generación de personas dedicadas a la política y en su honor dieron la vida muchos. Otros muchos zafaron, por creer que no era para tanto.
-Pero Jaqui y Ernesto aprovecharon para hacerse ricos en cuanto pudieron.
-Y, si. Porque Rufina seguía con la idea fija de casar a Jaqui, y con el golpe de estado, cuando los militares y la policía salieron a la calle para levantar
militantes y eliminarlos, Jaqui esperó que Ernesto rindiera sus últimas materias, se casaron a pesar de llevar unos pocos meses de noviazgo, y se fueron a la ciudad natal
de él, donde abrieron un estudio jurídico y se fueron acomodando patrimonialmente de una manera extraordinaria, alcanzando números millonarios en dólares. Allá
tuvieron sus hijos, y se reengancharon en cuanto pudieron con la política.
-Después de haberlo tenido todo, nos toca una mujer sin amor.
CAPÍTULO XII

M e recluí en el escritorio para estructurar unas notas que dejó sobre mi mesa sobre un reciente recuerdo de un día muy lejano en el que ella estaba en plan de
sentirse feliz, serena y bondadosa. El mundo en que vivìa era un lugar ameno, y ese día mostraba una de sus facetas más generosas. Alfonso habia logrado venir a casa
para almorzar y fumarse un pitillo en el acogedor cuartito de descanso, el almuerzo había estado bueno y aún quedaba tiempo para hacerles justicia al café y al tabaco.
Ambos eran excelentes a su modo, y Alfonso era un marido excelente, y Amelia se sentía más bien tentada a sospechar que como esposa era encantadora, y sospechaba
de sobra que tenía una modista de primera.
-No creo que en todo el Barrio Norte pueda encontrarse una persona más contenta-observó Amelia, aludiendo a si misma-, con excepción quizás de Ciro, -
prosiguió, echando una mirada al gran gato persa que descansaba sobre su coterránea alfombra muy a sus anchas en la esquina de la habitación-. M íralo ahì, soñando y
ronroneando, estirando las patas de vez en cuando en un rapto de mullido bienestar. Parece la mismísima encarnación de todo lo que es suave y sedoso y aterciopelado,
sin un ángulo brusco en su postura, todo un visionario cuya filosofía es la de soñar y dejar soñar, y luego, cuando cae la tarde, sale al jardín con un destello rojo en la
mirada y atrapa algún gorrión desprevenido.
-Teniendo en cuenta que son plaga, porque cada pareja de gorriones empolla más de diez crìas al año, mientras sus fuentes de alimentación permanecen
estacionarias, está muy bien que a los gatos del barrio se les ocurra pasar una tarde entretenida- dijo Alfonso.
Habiéndose aliviado de este sabio comentario, encendió otro cigarrillo, se despidió de Amelia con cariño juguetón y partió al ancho mundo.
-Recuerda : esta noche cenamos un poquito temprano, porque después iremos al teatro- alcanzó a gritarle ella.
Ya a solas, Amelia continuó el proceso de contemplar su vida con ojos plácidos e introspectivos. Si no tenìa todo lo que quería en este mundo, por lo menos
estaba muy contenta con lo que habia conseguido. Estaba muy satisfecha, por ejemplo, con e1 cuartito de descanso, que de algún modo lograba ser acogedor, primoroso
y costoso al mismo tiempo. Las porcelanas eran piezas raras y bellas, los esmaltes chinos adquirian maravillosos tintes a la luz del hogar, las coltinas y alfombras
seducían la vista a través de suntuosas armonias de color. En aquel cuarto se podia atender con toda propiedad a un embajador o un arzobispo, pero también alli sería
posible recortar láminas para álbum. Y tal como ocurría con el cuartito de descanso, igual pasaba con el resto de la casa, y tal como con la casa, igual con las demás
esferas de la vida de Amelia. En verdad tenía razones para ser una de las mujeres más contentas del Barrio Norte.
De este humor de efervescente satisfacción con su suerte pasó a la fase de sentir una lástima generosa por los miles de seres a su alrededor cuyas vidas y
situaciones eran aburridas, vulgares, áridas y vacías. Las empleadas, las vendedoras, toda esa clase de gente trabajadora que carece tanto de la libertad despreocupada de
los pobres como de la ociosa libertad de los ricos, estaba especialmente en la mira de su conmiseración. Daba pena pensar que habia jóvenes que tras una larga jornada
de trabajo tenían que pasarla solas en sus frios y deprimentes dormitorios porque no tenían con qué pagar una taza de café y un sándwich en un restaurante, y mucho
menos para un teatro.
El tema todavìa rondaba en la cabeza de Amelia cuando salió a pasar la tarde en una excursión de compras por antojo. Seria muy grato, se decía, si pudiera
hacer algo, dejándose llevar por el impulso, para arrojar siquiera un destello de placer e interés sobre la vida de una o dos trabajadoras de corazón anhelante y bolsillos
vacíos. Aquello acrecentaría en gran medida el disfrute de la función de esa noche. Resolvió conseguir dos billetes de segundo piso para una obra popular, entrar a un
salón de té barato y regalárselos a la primera pareja interesante de trabajadoras con quienes pudiera entablar una conversación casual.
Podía explicar las cosas arguyendo que ella no estaría en condiciones de utilizar los billetes y no queria que se desaprovecharan, y que, por otro lado, no
deseaba tomarse la molestia de devolverlos. Tras meditarlo más, decidió que lo mejor sería conseguir un solo billete y dárselo a alguna muchacha de aspecto solitario que
encontrara sentada ante una comida frugal. A lo mejor la muchacha trababa conocimiento con su vecino de butaca y así echaba los cimientos de una amistad duradera.
M ovida por ese fuerte impulso de hada madrina, Amelia fue hasta el Teatro M oderno y, seleccionando con infinito esmero un puesto en e1 gallinero, compró
una entrada para “Las de Barranco”, una obra de teatro que por esos días despertaba numerosas críticas y discusiones. Partió después en busca del salón de té y la
aventura filántropica. En un rincón de un saloncito anónimo encontró una mesa libre, en donde se instaló rápidamente, motivada por el hecho de que en la mesa contigua
había una joven de facciones bastante ordinarias, mirada apátiva y cansada y un aire general de resignada soledad. Su vestido era de mala calidad, pero aspiraba a estar a
la moda. Tenía un bonito pelo y un cutis más bien feo.
Estaba terminando una modesta merienda de té con tostadas, y no difería mucho de las miles de jovenes que en ese preciso momento terminaban, empezaban
o seguían tomando el té en los salones de Buenos Aires. Las posibilidades estaban muy a favor de la suposición de que jamás hubiera visto"Las de Barranco".
Evidentemente, proporcionaba excelente material para el primer ensayo de Amelia como benefactora por azar. Ella pidió también té con tostadas y luego dirigió una
mirada amistosa a su vecina, con e1 propósito de llamarle la atención. Justo en ese momento la cara de la muchacha se iluminó de placer, sus ojos chispearon, se
sonrojaron sus mejillas y estuvo a punto de lucir bonita.
Un hombre joven, a quien saludó con un cariñoso 'iHola querido!', vino hasta su mesa y tomó asiento frente a ella. Amelia miró con ojos penetrantes al recién
llegado. Tenía cara de ser unos años más joven que ella misma y era mucho más guapo que Alfonso, de hecho, bastante más guapo que cualquiera de los jóvenes de su
grupo de amigos. Conjeturó que seria un cortés dependiente de algún almacén de ventas al por mayor, que se las apañaba para subsistir y divertirse con un salario
diminuto y que dispondría de unas vacaciones de dos semanas al año. Era consciente, por supuesto, de ser bien parecido, pero con la cohibición propia de los
anglosajones y no con la flagrante complacencia del latino.
Era obvio que mantenía estrechas relaciones de amistad con la muchacha con quien conversaba. Probablemente derivaban hacia un compromiso forrnal. Amelia
se imaginó el hogar del muchacho, en una esfera muy reducida, con una madre latosa que a todas horas quería saber cómo y dónde pasaba él las noches. A su debido
tiempo cambiaría aquella pesada esclavitud por un hogar propio, regido por la falta crónica de dinero y la escasez de casi todas las cosas que hacen la vida cómoda y
atraetiva. Amelia sintió piedad en extremo de él.
La muchacha había terminado el té y dentro de poco regresaría al trabajo. Cuando el joven estuviera solo, le seria muy fácil decirle : “M i marido tiene otros
planes para mi esta noche. ¿Le interesaría hacer uso de este billete, para que no se pierda?'. Y después podía volver allí una tarde a tomar el té y, si se lo topaba,
preguntarle cómo le habia parecido la función. Si era un joven agradable y mejoraba con el trato, podía darle más billetes de teatro y tal vez invitarlo un domingo a tomar
el té en su casa de Barrio Norte. Amelia decidió que si mejoraría con el trato, que le iba a simpatizar a Alfonso y que el asunto del hada madrina iba a resultar más
entretenido de lo que habia previsto en un comienzo.
E1 muchacho era claramente presentable : sabia peinarse, posiblemente por aptitud imitativa, sabía qué color de corbata le sentaba, por intuición quizás, y era
exactamente del tipo que atraía a Amelia, por accidente, desde luego. En fin. Se sintió bastante complacida cuando la chica miró el reloj y dio un cálido pero apresurado
adiós a su compañero. Él despidió con la cabeza, bebió el té de un buehey proeedió a sacar del bolsillo del sobretodo, un libro.
Las leyes de etiqueta de un salón de té prohiben, tanto antes como ahora, que uno ofrezca entradas de teatro a un desconocido sin haber antes llamado su
atención. Resulta todavia más conveniente si uno puede hacer que le pase una azucarera, habiendo previamente disimulado el hecho de que uno tiene una azucarera
repleta en la propia mesa. Esto no es dificil de lograr si la carta del menú es casi del tamaño de la mesa y uno puede pararla.
Amelia puso manos a la obra con optimismo: se enredó con la camarera en una larga y más bien estridente discusión sobre supuestos defectos de las tostadas,
hizo ruidosas y lastimeras averiguaciones sobre el servicio de subterráneo a un suburbio inconcebiblemente apartado, le habló con brillante insincinseridad al gatito del
local, y como último recurso tumbó una jarrita de leche y renegó con gran finura. En suma, llamó mucho la atención, pero ni por un instante la del muchacho bellamente
peinado, que estaba a miles de kilómetros de distancia, en las calcinadas llanuras del Indostán, entre casitas de campo abandonadas, bazares hormigueantes y cuarteles
amotinados, escuchando un latir de tambores y lejanas descargas de mosquetes.
Amelia regresó a su casa en Barrio Norte, que por primera vez se le hizo insulsa y recargada. Traía la amarga convicción de que Alfonso iba a resultar aburrido
durante la cena y que después, aunque fuera por otra compañia, le aburriria ver nuevamente 'Giselle'. M irándolo todo, su estado de ánimo mostraba una marcada
divergencia con la ronroneante placidez de Ciro,que otra vez estaba arrollado en su esquina favorita, respirando una inmensa paz por cada curva de su cuerpo. Claro que
él sí había atrapado su gorrión.
Pero resultó ser que Alfonso no vino a cenar y le avisó que no podría acompañarla al teatro porque había surgido un asunto en la empresa que tenìa que
resolver. Todavía Amelia no sospechaba que Alfonso pudiera serle infiel. Ningún pensamiento oscuro le impidió decidir que en vez de asistir sola al Teatro Colón,
podia aprovechar la entrada de su caridad frustrada yendo a ver 'Las de Barranco'. Hoy considera que ese fue el inicio de su gusto por la caridad bien entendida, la
cultura contemporánea y la independencia matrimonial.
Antes de llegar a esbozar siquiera qué tratamiento podria darle a todo este asunto, tuve que recibir al fotógrafo que llegó veinte minutos antes, que dijo ser el
tiempo que demoraba en armar todo el equipo para que estuviera listo puntualmente. Y como era exactamente el tiempo que habiamos calculado que le llevaría hacerlo
después de su llegada, Amelia apareció veinte minutos después de que el fotógrafo terminó de armar el equipo en el salón verde, el que habíamos elegido porque
combinaba con su estado de ánimo, sus ojos y su collar de esmeraldas.
Dejé que Amelia sedujera al joven fotógrafo sin testigos y fui a acompañar a Zeta, con la que nos pusimos a hablar del tiempo, que era el único asunto que mi
anquilosado inglés permitía. Entonces el almanaque, mentiroso, dijo que había llegado la primavera. La primavera llega cuando llega, aunque se presuma que el
equinoccio hará su entrada el 21 de septiembre, cumpleaños de mi madre. El frio se aferraba causando tanto asombro como las heladas nieves del crudo invierno que
cayeron, inexorables, sobre las calles de la ciudad.
M ientras ibamos hasta el avión pudimos ver que los cirujas, ascendidos a “cartoneros” por nuestra ilusión de un pais que mejora, seguían conduciendo
agotados caballos que arrastraban los carros llenos de cartones húmedos bajo la lluvia, y las vidrieras que se habían vuelto coloridas, porque este año no vestiremos una
paleta sobria ni elegante, cálida ni formal, sino alegre, muy alegre, tan alegre como estamos todos, ¿verdad? Sobre todo sabiendo que el cambio recién empieza, y que los
hombres ricos empezaron a pagar las primeras cuotas de los vestidos primaverales, y los pobres porteros, ascendidos a “encargados”, empezaron a apagar la calefacción
aunque la ciudad sigue en las garras del invierno.
M e despedí de Zeta y seguí hasta La Plata. En la helada tarde de primavera en la que tomé un receso literario para atender mi casa, temblando en mi elegante
dormitorio mientras miraba por la ventana los altos muros sin aberturas del M olino Campodónico, me invadió una tristeza opresiva, como si alguien mle llamara desde
una de esas ventanas inexistentes para ir a jugar a un mundo inestable, un mundo que había sidö y ya no era, un mundo al que pronto iria para no volver. El llamado
venia de otras primaveras, cuando el calor incipiente hacía que mi padre me pidiera que lo acompañara en la aventura de buscar las barras de hielo para nuestra heladera.
Veníamos hasta el M olino en el Chevrolet Súper Sport color verde oscuro, y mientras él abría el baúl, tomaba dos bolsas de arpillera donadas por el verdulero
y se disponía a cargar aqueIlas dos barras de hielo fabulosas, yo inventaba una expedición a la NASA, pegaba mi oreja a algún silo para escuchar, en las semillas que
caían, el encendido de los motores de un cohete próximo a partir y espantaba los gorriones que podían interferir en el curso de la nave. Finalizada la excursión, ayudaba
a mi padre con los bloques de hielo, colocando dentro del baúl esa punta de la bolsa que, de quedar afuera, impediria que la tapa cerrara correctamente, justo cuando ésta
caía a escasos centimetros de mi mano y mi padre casi se moria del susto.
Después llegaba rápidamente el verano y nos íbamos a M ar Chiquita. Dependiendo de la situación financiera de la familia, podíamos ir a un chalet frente al
mar o a una casa rodante frente a la laguna, pero siempre íbamos. Papá cargaba el Esquife Veloz, un bote que él mismo había hecho con un shape escenográfico, y me
pasaba tres meses en “topless” agarrando cangrejos, corriendo tucu tucus, pescando pejerreyes, robando lisas, cazando lenguados, juntando leña y cauterizando mis
pies con los cristales de cuarzo de la arena incandescente.
M e parecia increíble recordar que aquel mundo había estado en este país. M e pareció mentir a que el tiempo, en vez de tornar todo mucho mejor, lo hubiera
hecho desaparecer. Pero no era el tiempo el que lo desaparecía sino la gente, antes de desaparecer. Y aquellos campamentos que hacíamos con los franceses, con los
Prieto, con los Roy, con mis tías, estaban destinados a desaparecer. La tristeza me oprimió el pecho nuevamente, algo impedia que aquellos que eran recuerdos felices,
florecieran como siempre en mi memoria. La primavera no era primavera. El invierno había sido helado.
Los recuerdos ya no eran felices, y todo tenía una explicación muy simple : Jaqui desplegaba una impúdica campaña politica por la presidencia. En ese
momento, parada frente al muro de cristal, contemplé el bosque cubierto de césped, sombreado por p1átanos, coniferas y gingko bilobas, y bordeados por matas y
rosetas silvestres, Los heraldos reales de la primavera eran demasiado sutiles para la vista y el oído de la gente que cree que sólo un gobierno puede ordenar el comienzo.
Necesitamos ver florecido el jacarandá y estrellado el bosque de pensamientos, o escuchar el graznido de las garzas en los lagos para creer que es el comienzo
de la primavera. En cambio, para los hijos dilectos de ese viejo mundo, hay mensajes directos y dulces de la Futura Presidenta, diciéndonos que no seremos sus hijastros
a menos que así lo deseemos, O más especificamente, que la verdadera reforma política es que cada argentino pueda organizar su vida a través de su propio trabajo. Un
concepto grandioso si no proviniera de un discurso hueco y contradictorio que sirve para amparar a quienes ya tienen los trabajos que querian, las casas que querían, las
tierras que querían, los autos y el poder que querían.
Dicho desde ahi, la frase suena más bien a: arreglate como puedas.
Al escribir nunca se debe cambiar de asunto así. Es mala literatura y mutila el interés. Es preciso dejar que la acción camine y camine. A las siete y media de la
tarde, la pareja del departamento vecino comenzó a discutir, el hombre del piso de arriba comenzó a practicar la escala en su piano, la luz comenzó a perder un poco de
potencia, el precio del tomate comenzó a mientras sólo sus gobernantes viven en paz.
Y si no están suficientemente cansados, comenzarán a estarlo al punto de no ofrecer más resistencia. Y como la ley de la menor resistencia garantiza la
inviolabilidad de los fenómenos, cuando se aproximen aquellos que “dan testimonio del trabajo y del compromiso en un pais donde las palabras vacías, los discursos sin
sentido y las promesas caídas, han hecho perder las esperanzas de millones de argentinos”, no habrá quién trabe una lucha denodada contra eso, cosa que lo fortalecería,
y podremos avanzar enérgicamente en sentido contrario.
Cuando la Futura Presidenta, como la llama el Presidente, nos dice “que como ciudadana argentina siente el compromiso de devolvernos todo lo que la vida le
ha dado”, no le digan que su frase es una perfecta falacia. Que si la vida le dio algo, que se lo agradezca a la vida, a la Virgen de Luján, a la Desatadora de Nudos, a Dios o
al equilibrio Universal. Que si hubiera terminado la carrera y se hubiera instruido un poco, en vez de estar ocupada amasando una fortuna para poder hacer política,
sabría significado de los términos empleados es algo inadmisible en la buena literatura, y por culpa de ustedes no obtendré buenas crìticas. Que no debe devolvernos
nada, a menos que nos lo haya quitado.
Pero no habrá quien le diga esto ni muchas otras cosas que ya fueron dichas hasta el cansancio para llegar precisamente cansados a la instancia electoral, que
normalmente es un problema para los políticos y una incomodidad para el resto de los ciudadanos, pero esta vez pretende ser transformada en un suceso
insoportablemente importante, con un trasfondo efectista tendiente a convertirlas en un simbolo de libertad que disimule el hecho de seguir siendo esclavos del precio
internacional de los granos, la carne, y la tasa a la que nos prestan dinero para financiar inversiones obligatorias en infraestructura que den marco al desarrollo de
industrias que empleen mano de obra de manera extendida.
La inmoral campaña proselitista, sirve también para intentar distraer al que observar que el mandato presidencial ha vencido hace ya mucho tiempo sin
cumplir sus promesas. Sin embargo, como en su viejo diario intimo, no hay citas con los de su clase, no hay citas para calificar a los trabajadores que deberian adaptarse
al cambio del paradigma tecnológico, ni citas con los que se habituaron a no trabajar, y ya nunca lo harán, para explicarles que no tienen que salir a robar y a matar a
aquellos que pretenden la formalidad de una vida burguesa, en la agenda de la Futura Presidenta, como le dice el Presidente, y si insisto con esta frase es porque no hay
un solo texto en la Historia de la Literatura Universal que abrigue semejante expresión.
En eso oì el timbre de la puerta, por lo que tuve que abandonar estas elucubraciones que me conducian fatalmente a la conclusión de que un mandato por
matrimonio, a razón de un período por cónyuge es todo lo que soporta la Constitución respecto de la periodicidad de las funciones, para atender a la propietaria.
¡Ustedes hubieran hecho lo mismo! Cerré la puerta y continué con mis experimentos en el laboratorio de políticas públicas, para descubrir que la rata que finalmente
habia conseguido salir de este laberinto con diagonales no era yo sino la que, usufructuado el mito de la mujer humillada en una sociedad de machos, acabó demostrando
que la democracia se perfecciona porque se hace ciega al género.
No piensen que al género de la finada dipterita, no sean maliciosos. ¿No saben qué es una diptera? ¡¿ Acaso ustedes tampoco tienen titulo?! Bueno, tampoco
quieren ser presidentes. ¿O sí? ¿Quiere decir que estoy escribiendo esta magnifica crónica para un montón de ignorantes? ¡No lleva tres meses haciendo proselitismo y
ya todos se le parecen! La diptera es ese insecto atado al que comúnmente llamamos mosca, e interrumpir la fluidez del relato de esta manera, para explicar el significado
de los tèrminos empleados es algo inadmisible en la buena literatura y por culpa de ustedes no obtendrè buenas crìticas.
CAPÍTULO XIII

Si ustedes creen que un hombre no tiene derecho a entrar en el salón a primera hora de la mañana, cuando la mucama está ordenando las cosas y quitando el
polvo, estarán de acuerdo en que la gente civilizada no tiene derecho a opinar sobre lo que está bien o mal en una región sin colonizar. Solo cuando los hombres
encargados de dicha misión han preparado esas tierras para su llegada, pueden aparecer con sus baúles, su sociedad, y toda la parafernalia que los acompaña. Por eso,
donde llega la Ley de la Reina, es irracional esperar que se acaten otras normas menos imperiosas.
Los hombres que corren por delante de los carruajes de la decencia y del decoro, y que abren caminos en medio de la selva, no se pueden juzgar con el mismo
patrón que las personas apacibles y hogareñas que integran las filas del kitsch corriente y moliente. Por eso, estos días previos a las elecciones están caracterizados por
una apatía general, que contrarresta la grandiosidad que el gobierno quiere darle a la supuesta futura asunción de la realeza como conquista sobre la barbarie que domina
estas tierras.
Desde hace algunos meses, la Reina se dedica a un proselitismo impúdico que realiza con, acabamos de enterarnos, dinero del Estado. No existe una opinión
pública muy desarrollada sobre éstos límites, pero si lo bastante respetable para mantener el orden. Cuando el gobierno sugjrió que el poder de la Reina debía extenderse
hasta la malversación, se dio la orden mediante decretos presidenciales, y algunos hombres cuyo deseo es ir siempre por delante de la corriente de respetabilidad,
avanzaron desordenadamente con sus tropas.
Son esa clase de individuos incapaces de aprobar exámenes, y demasiado osados e independientes para convertirse en funcionarios de provincia. Gentes que
prefieren trabajar sin límites para gastar dinero que no sea propio. Gentes que harán cualquier cosa para no perder e1 tren de vida que tienen, aunque de esta manera
pierdan para siempre el tren de la vida que deben abordar para ser gente como la gente.
E1 Supremo gobierno, instalado en lo que queda entre lineas cada vez más finas, intervino tan pronto como pudo, con sus códigos y reglamentos, aceptando al
menos los pedidos de informes cursados a lajusticia sobre el manejo irregular de los fondos estatales. Pero se necesitan muchos hombres fuertes para recuperar el poder,
e1 dinero y la tierra. E1 hombre más poderoso, la opinión pública, más poderosa que la Ley de la Reina y los Decretos del Presidente, todavia brilla por su ausencia.
Con o sin titulo, la Reina sabe de leyes y militó desde muy joven. Y aqui investigué tres horas, límite de tiempo establecido por la Ley de M urphy para
investigar un absurdo, y concluí que este es el único caso de una reina que haya militado en la izquierda. Ahora bien, hay una dimensión desconocida en la que no se
puede determinar si estudió derecho porque militaba, o si militaba porque estudiaba derecho. Parece también que la universidad le otorgó el titulo de abogada en tercer
año a fin de que pudiera militar tranquila y llegar a la presidencia lo más rápido posible, para imponer la monarquía antes de que fuera declarada definitivamente
anacrónica por los organismos internacionales que atienden asuntos latinoamericanos.
Llego a esta conclusión por la “profundidad” de sus convicciones : la M onarquia Hereditaria es una concepción politica tan profunda que no está al alcance de
todas las inteligencias el comprenderla. Por eso todo es “profundidad” en sus discursos. Todo tiene la “profundidad” esos traumas que están en la conciencia profunda
de saber que, mientras otros luchaban por sus ideales, ella estaba haciéndose rica para imponernos su ignorancia, para hurgar en las heridas que habían “empezado” a
cicatrizar, para arrastrarnos en una revisión histórica donde se inventó un pasado heroico, y cuya mitomanía puede conducir a justificar sus malversaciones con tal de
hacer realidad el sueño de Belgrano, San M artin y O'Higging de crear una M onarquia Sudamericana.
Porque si bien es cierto que “Para hacer polìtica se necesita tener dinero”, como bien dice, no se trata de armar un cuadro político como el conductor televisivo
arma un equipo de voley. Evidentemente muchas cosas se aprenden después del tercer año del ciclo terciario, como por ejemplo que la idea de Belgrano no prosperó no
porque no tuviera consenso entre e1 grueso del pueblo y las tropas, sino porque tuvimos hombres en nuestra historia que eran probritánicos, proitalianos, profranceses,
y lo que menos querían era una monarquía inca.
Por eso ocurre con la Reina lo que con Juan Bautista Tupac Amarú, e1 pequeño hermano del Tupac Amarú líder de la mayor sublevación indoamericana hasta
su descuartizamiento, figura elegida por M anuel Belgrano para el “Plan del Inca”, un proyecto que impulsaba la restauración de un descendiente de la casa de los Incas
en el trono de las Provincias Unidas de Sudamérica : su vida es un rompecabezas que poco a poco va tomando forma. ¿Y quién, mejor que ella para ayudar a que se
conozca la verdadera identidad de Sudamérica? A pesar de que probablemente prefiera el modelo de las monarquias europeas.
Es que estas le permiten usar el cuadro como corte, La Corte para Ia publicidad oficial y para que todo cierre hasta en los más mínimos detalles, Robin Hood,
fuera de palacio tratando de ganarse la admiración de alguien, lo que no le resulta fácil siendo que tanto la arqueria como la política requieren de un mínimo de visión
equidistante. No puede siquiera aspirar a la simpatía de pobres y oprimidos, felices ya de ascender a súbditos. Ni encaramarse en algún árbol como para combatir al
principe Juan Sin Tierra, que utilizaba la fuerza pública para apoderarse ilegitimamente de las riquezas de los nobles que se le oponían, porque en la corte no hay un
Juan que no tenga sus terrenitos, ni una Juana que quiera emular a la Azurduy. Claro que no lo digo por la Reina, porque sus bienes personales son de la época de su
militancia inmobiliaria.
Las cosas tienen su explicación. Nuestros gobernantes tienen sus defectos, pero saben sumar : Uno más uno, es igual a dos. Por lo tanto dos, es más que uno.
Si un periodo tiene cuatro años dos periodos tienen ocho. A razón de cuatro períodos alternados, cualquiera de sus hijos estará en condiciones de suceder al trono. Lo
que pasa es que ellos tienen una obsesión, y es la de afianzar y consolidar la monarquía. Saben muy bien que esta monarquía se nos impone de refilón, que nos la cuelan
con mafias, dando a escoger al pueblo entre la continuidad del partido oficial mediante una campaña que le cuesta cincuenta millones, o los partidos opositores
devastados por el encarnizado desplazamiento político promovido desde el gobierno, justo lo contrario de lo que debería hacer.
Y entonces lo que parece apatía no sea sino la tranquilidad y confianza del pueblo que supone que esa inversión tiene que tener algún retorno, sino a los ojos
del sistema, ni del poder, a los del Todopoderoso. ¿Acaso la Reina no prometio “devolver” todo lo que la vida habia hecho por ella? ¿Por qué “devolver” y no
simplemente dar a otros lo que la vida le dio? ¿No es un lapsus terriblemente desafortunado? ¿Y por qué mejor en lugar de preocuparse por devolver, o en el mejor de
los casos, dar, no deja de interferir en lo que la vida tiene para darles a los otros?
Si se quiere que haya pluralidad de partidos, concertación, cierta libertad de prensa, relativa, por no decir relativísima, es menester imponer la monarquia. Pero
éstas no son maneras de hacer las cosas. Quien mal anda mal acaba, y anda mal quien asi se establece o restableee. Y aún sabiéndolo, en los círculos rectores, de diverso
pelaje o colorido en sus adscripciones ideológicas, todos se desvelan en hacer cuanto esté en sus manos para realzar la presunta legitimidad del sistema vigente.
Pero la esencia profunda de una Nación no depende sólo de la voluntad general expresada en unas elecciones concretas. Ningún pais ha sido edificado por una
sola generación. No se puede prescindir de todo el pasado que no sea militante o no militante. En una democracia “profunda”, también las generaciones pasadas poseen
el derecho a ser oídas desde la domesticidad de la vida que trasmitieron a sus descendientes para formar, a través de los siglos y de muchas generaciones, una sociedad
más justa y más libre.
Algún viejo debe haber por ahí que haya sobrevivido con su exigua jubilación. Claro que si hubiese cobrado a tiempo, antes de enfermarse, hubiera sido una
parte vital de la sociedad. Ahora sólo sirve como curiosidad ancestral para las fotos de campaña mientras juega al truco en la plaza de la esquina. ¿O será modelo
publicitario? éLe habrán pagado? ¿Le habrán dejado un kilo de carne para él y su esposa, y un cacho de bofe para el gato? No, seguramente le dieron un terrenito en el
sur, cerca del Lago Argentino, para que puedan vivir con un poquito de verde como cuando tenían la casita que perdieron porque no pudieron pagar la hipoteca que
pesaba sobre ella por el crédito que les dio una financiera para hacerla antes de que lo echaran del trabajo y se pulverizaran sus ahorros.
Solamente el despliegue monáquico disfrazado de democraeia presidencialista puede superar el surrealismo de las viviendas, las escuelas y los hospitales que
no se hicieron ni se harán. O, si prefieren cortar la parte de abajo de la foto para que no. se le vean las piernas y sólo la corona, podria decir que solamente la monarquia
tiene un plan de salvataje para salir del infierno en tren bala, dejando atrás, en el andén, todo tipo de bolsas y valijas llenas de drogas, dólares, sobreprecios y
bolivarianos, mientras observan por la ventanilla un paisaje de patotas sindicales que se tirotean frente a los restos de su lider, funcionarios que toman comisarías y
calles sembradas de muertes impunes.
La amiga de Amelia, famosa actriz uruguaya, llegó puntualmente. Increíblemente ehispeante, de buen humor y riendo con los ojos, en cuanto entró a la
biblioteca, le dijo :
-Así que finalmente te vas a despachar con tu biografía. ¿No era que esperabas estar muerta para tirar la bomba?
-Cambié de idea. He decidido disfrutar el proceso y satisfacer mi curiosidad de conocer las reacciones.
-Sí, te entiendo. Cosa que muerta no podrias, eso está claro.
-Te presento a Perla Busquet, mi biógrafa y secretaria.
-¿No es la mucama que echaste hace unos meses porque te tomaba el whisky?
-¿De dónde sacaste eso?
-iM e lo contaste vos misma! iYo tengo una memoria para los nombres! Es que justo te llamé el día que te enteraste. Estabas que volabas.
-iAh! Ahora me acuerdo. Querías convencerme de que hablara con ella y la perdonara.
-Y vos me dijiste :¿ quién te perdona en este mundo?
-Hice bien en echarla, ves?
El diálogo que mantuvieron frente a mí como si yo no estuviera, más que una descortesía fue una demostración de confianza . La sabiduría espontánea de
ambas me obligó a dejar caer otro velo de los tantos que tienen las relaciones humanas, aunque lo hicieran sólo para que estuviera atenta a lo que se venía.
-Quiero que le cuentes a Perla el día que salvé mi vida. El día que elegí ser esta millonaria de dudosa reputación, antes que una vieja pobre, olvidada de todos.
-¿Por qué? ¿No lo recuerdas bien?
-M ás o menos, pero con tu memoria, entre las dos recordaremos exactamente cómo fue.
-M e acuerdo que entraste como una exhalación en mi camarín y empezaste a reír a carcajadas, con toda la fuerza de tus pulmones, con tantas ganas como te
habías reído un mes antes al contarme que acababas de engañar a tu marido para vengarte, nada más que para vengarte, y por esa sola vez, porque verdaderamlente, tu
esposo, era tan estúpido y mujeriego,como celoso.
Amelia se dejó caer sobre el diván de almohadones alineados para escuchar la narración de su amiga, que era toda una puesta en escena de un capitulo de su
vida.
-Yo dejé el libreto que leía sobre una silla y la miré con curiosidad, contagiada por su alegría, -dijo la actriz dirigiéndose a mí.
-¿Qué has hecho, vamos a ver, qué has hecho?-le pregunté.
-iAh!... querida mía... querida mia... Es fantástico, fantástico iM e he salvado!... ¡M e he salvado!... i M e he salvado!... ¡SI, Salvado! - me contestó.
-¿Pero de qué? ¿Cómo salvado?- le tuve que preguntar yo, porque no entendia nada.
- ¡De mi marido, amiga, de mi marido! iYa estoy libre!- dijo Amelia como si fuera todo clarísimo.
-¿Libre?... ¿En qué?...-insistía yo.
-¿En qué?... ¡Ah, el divorcio!... ¡SI, ya tengo en mi mano el divorcio!
-¿Te has divorciado?- le pregunté como una estúpida,porque hacía casi tres semanas que no hablábamos.
-No. mujer, no. ¡Qué cosas tienes! ¡No se divorcia una en tres horas! ¡Pero tengo pruebas... pruebas de que me era infiel...un flagrante delito... un flagrante
delito... ya lo he conseguido!...
-Dijo Amelia, que empezaba a largar poco a poco lo que había pasado.
-¡No! ¡Cuéntame, cuéntame! ¿De modo que te engañaba? le pregunté.
-Sí... Es decir, no... Si y no... no lo sé. En fin, tengo pruebas, que es lo esencial.-M e contestaba evasivamene.
-¿Pero qué ha sucedido?- le pregunté con firmeza, entonces me dijo:
-¿Qué ha sucedido? Pues ahora verás... Te aseguro que lo he hecho bien... ¡bien!... Desde, hace un año mi marido estaba insoportable, odioso, btutal, grosero,
déspota, innoble, en fin.
“Esto no puede seguir asi”, me decia a mi misma, “ el divorcio impone, pero ¿cómo?'. La cosa no era fácil de obtener. He hecho todo lo posible para que me
pegara : no lo he podido conseguir.
M e contrariaba desde la mañana hasta la noche, me obligaba a salir cuando no quería, a quedarme en casa cuando yo deseaba salir, me hacía vida imposible
durante todos dias de la semana, pero no pegaba. Entonces traté de averiguar si tenía querida. Sí, en efecto, tenía una, pero tomaba todo género de precauciones para ir a
su casa. Era imposible sorprenderlos juntos. Entonces, ¿sabes lo que he hecho?
-¡Que sé yo!- le contesté ya impaciente - ¡Si no me lo cuentas de una vez!
-¡Claro! Le pedi a nuestro chofer que me consiguiera un retrato de la mosquita muerta.
-¿De la querida de tu marido?--pregunté para cerciorarme.
-Si. Al día siguiente, y mediante tres mil pesos, habia conseguido el retrato y el original... Y es guapa. Y mi chofer me ha dado interesantes. Detalles sobre su
talle, el color de sus cabellos... sobre mil cosas...
-No comprendo el interés que tenías...- le decía yo, que no me podia imaginar a dónde quería llegar.
-Ahora verás. Cuando supe todo lo que quería saber, me fui... ¿cómo te diré? a ver a uno de esos hombres que se dedican a toda especie de negocios... agentes
de... publicidad y de complicidad... de esos hombres... en fin, ya comprendes.
-iYa, ya! ¿Y qué le has dicho?
-Pues me fui a su casa y enseñándole la fotografia de la mosquita muerta, le dije : Necesito una criada que se parezca a la mujer de este retrato. Es preciso que
sea bonita, elegante, fina, limpia. Le pagaré lo que quiera, no reparo en el precio. La tendré a mi servicio tres meses, como mucho.
El hombre aquel me preguntó, con un aire algo asombrado:
-¿Desea usted que esa persona sea irreprochable?
Yo me puse colorada y contesté :
-Si, en cuanto a probidad.
-El hombre continuó :
-¿Y en cuanto a... costumbres?
Yo no me atreví a responder, sólo tuve valor para hacer un signo con la cabeza que queria decir : no. Pero de pronto comprendì que el agente tenía una horrible
sospecha y exclamé precipitadamente, avergonzada por la malicia de aquel hombre :
-¡ M ire... es para mi marido, que me es infiel, que me engaña fuera de mi casa... y yo quiero que me engañe en mi propio domicilio... para sorprenderlo.
¿Comprende usted?
-El hombre de negocios se echó a reír y en la mirada que me dio comprendí que me habia devuelto su estimación, hasta e1 punto de que estoy segura de que,
en aquel momento, sentia ganas de aplaudirme.
-Dentro de ocho días -me dijo- tendré lo que usted necesita. Si no reúne las condiciones deseadas se cambiará por otra. No respondo del éxito. Usted me
pagará después de que el asunto esté del todo terminado. ¿ De modo que esta fotografía representa a la querida de su esposo?
-Sí, señor.
-Es guapa... delgada...bien ; ¿y el perfume?
Yo no comprendí al principio su pregunta.
-¿Cómo "el perfume" ?-dije.
El continuó sonriendo.
-Sí, señora, el perfume es esencial para seducir a un hombre, porque le inspira inconscientes recuerdos que lo colocan en excelente disposicion. E1 perfume
establece oscuras confusiones en su espíritu, lo turba y lo enerva, recordándole sus placeres. También nos convendria saber lo que su señor esposo tiene costumbre de
comer cuando está en compañía de esa señorita. De esa manera podria usted servirle los mismos platos el dia señalado para la sorpresa. ¡Ah, ya son nuestros, señora,
son nuestros!
M e fui contentísima, encantada. Decididamente había tenido la suerte de encontrar en aquel agente un hombre inteligentisimo. Tres dias después vi llegar a mi
casa una muchacha alta, morena, muy linda, con un aire atrevido y modesto al mismo tiempo, un aire de taimada que daba gusto verla. Estuvo correctisima conmigo y
yo, no sabiendo quién pudiera ser aquella mujer, la saludé llamándola “señorita”. Entonces ella me dijo :
-¡Ay! M e llamo Celia Ramos. La señora me puede llamar Celia, sencillamente.
Y comenzamos a hablar.
-Y bien, Celia, ¿usted sabe para qué viene usted a mi casa?
-Algo me fue explicado, así que lo sospecho, señora.
-M uy bien... ¿Y eso... le... le disgusta... a usted?
-¡Ay! Señora, con éste será el quinto divorcio que habrè facilitado, estoy acostumbrada.
-Entonces, perfectamente . ¿Le hará a usted falta mucho tiempo para conseguir... la cosa?
-¡Ay! Eso depende absolutamente del carácter del señor.
Cuando lo haya visto a solas durante cinco minutos, podré responder exactamente a la señora.
-Va usted a verlo enseguida, Celia, pero le advierto a usted que es bastante mayor.
-¡ Bah! Eso no me importa, señora. He separado a algunos que eran horrorosos. Pero... me permitiré preguntar a la señora si se ha informado del perfume...
-Si, querida Celia : Vetiver
-Tanto mejor, señora, es el que yo uso. ¿La señora puede decirme si la... amiga del señor usa ropa interior de seda?
-No. Celia, de batista con encajes.
-¡Ay! Entonces se trata de una persona distinguida. La seda va haciéndose cursi.
-iEs verdad! Tiene usted razón, Celia.
-Si la señora me lo permite voy a empezar mi servicio.
Y, en efecto, comenzó a ocuparse de los quehaceres de la casa, como si en su vida no hubiera hecho otra cosa. Una hora después volvió mi marido. Celia no
levantó siquiera los ojos hacia é1, pero... é1 si los levantó hacia ella. Celia olía a Vetiver a una lengua de distancia . Al cabo de cinco minutos Celia salió. Y Alfonso me
preguntó en el acto :
-¿Quién es esa muchacha?
-M i nueva doncella,
-¿Quién te la ha recomendado?
-La Señora M ontes de Oca me la ha enviado con los mejores informes.
-¡Ah ! Es bastante mona,¿ no ?
-¿ Eso crees?...
-¡Psch... para una criada!
Aquella misma noche Celia me dijo :
-Puedo asegurar a la señora que el asunto no durará más de quince días. ¡El señor es muy fäcil!
-iAh! ¿Ha ensayado usted ya?
-No. señora, pero eso se nota a primera vista. He comprendido que tenía ganas de besarme al pasar a mi lado.
-¿No le ha dicho a usted nada?
-No. señora. M e ha preguntado solamente cuál era mi nombre... para oír de ese modo el timbre de mi voz..
-M uy bien, Celia, muy bien, vaya usted tan rápido como pueda.
-No se preocupe, señora. No resistiré más que el tiempo necesario...
A1 cabo de ocho dias mi marido apenas salta de casa. Lo veía a toda hora por los pasillos, y lo que había de más significativo en su conducta era que no me
impedía a mí salir. Y, por mi parte, yo estaba fuera casi todo e1 día... para... para dejarle el campo libre. A1 noveno día Celia, al tiempo de hacer mi toilette para
acostanne, me dijo con un aire tímido y candoroso :
-Ya está, señora, desde esta mañana...
Al principio me senti sorprendida, hasta un poco emocionada, no de la noticia, si no más bien de la manera en que Celia me la dijo, y balbuceé :
-Y... y ha sucedido sin dificultades?...
-Ay, sin ninguna, señora... Desde hace tres días el señor se mostraba más solicito y más apremiante conmigo, pero yo no he querido ir demasiado rápido. La
señora tendrá la bondad de prevenirme para cuándo desea el flagrante delito.
-Si, Celia. Vamos a marcar el jueves.
-M uy bien, el jueves. A fin de interesarle más no le concederé nada al señor hasta ese día.
-¿Está usted segura del éxito, Celia?
-Ay, segurísima, sì, señora. Emplearé los grandes recursos para tenerle entretenido hasta el momento preciso que la señora tenga a bien designarme.
-Bueno, entonces, el jueves a... las cinco de la tarde. ¿Le parece a usted bien?
-Perfectamente...¿ Y en qué sitio?
-Pues... En mi cuarto.
-Sea. En el cuarto de la señora, el jueves, a las cinco en punto.
Ya comprenderás lo que hice después de esa conversación.
Fui primero a buscar a mi hija Julia, luego a mi tio Gerardo, y después a Ricardo Carnevale, el juez amigo de mi marido. No les adverti lo que iban a presenciar.
Los hice entrar a todos, andando de puntillas hasta la puerta de mi cuarto. Alli esperé a que fueran las cinco, las cinco en punto... i Ah! ¡Cómo me latía el corazón! Hice
que subiera también el portero para tener un testigo más... Por último, en el momento en que empezó a sonar la campana del reloj... ¡pam! Abrí la puerta de par en par...
¡Ah, amiga mía, qué escena! Qué cara... Si hubieras visto su cara...¿Porque el muy imbécil volvió la cara hacia nosotros!... IYo me retorcía de risa!... M i tío Gerardo
queria pegarle a mi marido, mientras el portero lo ayudaba a vestirse... Alli delante de nosotros... ¡Delante de nosotros!. ¡Y le abrochaba los tirantes!...¡Estaba
graciosísimo! ¡ En cuanto a Celia, perfecta... perfectísima!... Y lloraba... Iloraba muy bien. Te aseguro que es una joya de la actuación.
-Y aquí me tienes... que he venido a contarte inmediatamente el caso. ¡Ya soy libre! ¡Viva el divorcio! -me dijo Amelia, que empezó a bailar alrededor del
camarín.
-M ientras vos, -agregó Amelia- entre pensativa y preocupada, me preguntaste :
- ¿Y se puede saber por qué no me has invitado a ver eso?
-Y gracias a Celia Ramos te salvaste de que su hijo te dejara en la calle.
-Así hubiera sido. E1 Juez Carnevale, que había sido amigo de mi padre en los tiempos del ferrocarril, ya me había confiado ciertos detalles de su testamento.
El muy cretino pretendía gozar de una mujer treinta años más joven que él, y después dejarla en la calle. Había algo para mí, sí, una casita acá, un campo allá, pero la
posición que tenía a su lado, ya no la tendría. Ya sabés qué hipócritas que son los argentinos. Si no tenés marido, se te acabó la vida social. Te aguantan si sos rica o
famosa Y yo iba a dejar de ser ambas cosas cuando Alfonso muriera, porque iba a tener que ir vendiendo todo para vivir, y un buen día iba a ser solo un recuerdo, como
la rubia M ireya.
-Pero te salvaste- dije yo.
-M e salvó mi orgullo leonino. Los últimos años habían sido terribles. Se le había dado por hacerse el moralista conmigo, como si yo no fuera respetable por
haber dejado a mi primer marido, y a mi hija sin su hogar natural. La vejez primero, y la proximidad de la muerte, después, le habìan agriado el carácter, por no decir que
estaba ya medio desequilibrado.
-Y paranoico.- acató la actriz- Recuerdo que siempre decía, en tono de broma, que tratabas de envenenarlo para quedarte con todo.
-Si, y cuando en privado le reprochaba esas bromas ¿saben qué me decía? “ Difama, difama, que algo siempre queda.”
-¿Y qué pasó después del flagrante?-pregunté.
-Su abogado le aconsejó que para evitar el escándalo de divorcio, cambiara el testamento a favor de Amelia.- contestó su amiga.
-Sí. Entendí todo muy tarde, pero ¿saben ? nunca es tarde para entender. Cuando Alfonso murió se me vino todo encima, pero no quería dejar mi vida en
manos de nadie, encaré todo como si entendiera, y al final entendí, entendì muy bien.
CAPÍTULO XIV

El Día de la M adre Amelia entró furiosa a la biblioteca y me preguntó:


-¿Vos sabías que mi amiga, la actríz, posó con la mosquita muerta para su campaña política?
-Sí la vi el otro día.
-¿Y no me dijiste nada? Tu deber es informarme todo lo que tenga que ver con mi vida y mis intereses.
-Sí, Amelia, pero se la debe haber sacado en algún momento con un grupo de actores mientras ensayaban. Jaqui iba buscando fotos por todas partes. Tu amiga
no tiene la culpa, no tuvo más remedio que sacársela. Si la mirás bien, vas a ver la cara de resignada que tiene.
-¿Cómo la voy a ver bien o mal si no uso internet? ¡Odio la computadora!
-¿Y cómo te enteraste?
-M e contó mi nieta.
-No puede ser que una mujer como vos no use internet, Amelia. ¿Querés verla?
-Claro que quiero verla.
Abri la página, le cedí mi silla y me fui a la cocina en busca de una taza de té. Pasé por la recepción donde me informé de las llamadas recientes y conversé con
la gobernanta. A mi regreso Amelia hablaba por teléfono con su amiga actriz.
¿No la viste? ¿Cómo que no la viste? No, yo tampoco uso internet, ni siquiera uso la computadora. Pero me dijo mi nieta, y ahora la estoy viendo. Te
advierto que toda la página es de una obsecuencia insoportable. No apta para librepensadores. Puede despertarte todo tipo de reacciones adversas. Cuando mi nieta me
contó que estabas en una foto de la campaña, no lo pude creer. No lo pude creer. ¿Estás abriendo? Sí, si, te espero. ¿Anotaste la dirección? Bueno, no es difícil. Está en
la página de inicio, dejás correr algunas fotos y allí aparece en medio de todos ustedes, la leíste. Sí, ya sé que es en el teatro, lo que no entiendo es cómo juntaron todos
para esa foto. ¿Todos participan de Teatrísimo? Ah la leíste ¿No te dije? Si piensa que no es de los políticos que hacen llorar y reír mejor que los actores, hay que darle
ya un M artín Fierro. Nada más que por esa frase a pié de página, se lo merece : “Queremos un país donde los que vuelvan a hacer reír o llorar a la gente sean los artistas
y no los políticos” No sé que sería del país sin ella. Podremos volver a reír y a llorar ¿te das cuenta ? No. No te rias, es para llorar. Que una mujer como ésta esté a la
cabeza del país me da náuseas, te aseguro. Escalofríos.No entiendo cómo podemos ser tan permisivos. No tenemos sangre en las venas. No puede haber otra razón pára
dejar que una tilinga mentirosa nos lleve de las narices, A quien no puede.usar, lo compra. A quien no puede comprar, lo desplaza. Bueno, no. No sé en tu país, pero acá
levantar al ejército es muy caro.
Además tengo entendido que está desmantelado. Y todos los grados responden al cuadro. Los que no quisieron pensar como cuadro, fueron removidos de la
pared enseguida. Si, un francotirador es mejor idea. M ás accesible, al menos. Tres o cuatro entonces, no pueden errarle. O mejor que parezca un accidente, con un grupo
comando disfrazado de ladrones comunes que la matan al asaltar su casa, como le pasa todo el tiempo a tanta gente. Si, sí. Dejame pensarlo y después te llamo.
-¿Se puede saber de qué estás hablando?
-De matar a la Futura Presidenta. No me mires con esa cara. ¿A quién no le gustaría matarla? ¿Acaso no te gustaría que alguien la matara? ¿No sería genial
despertarse a la mañana, tomar el diario, vos no porque te da alergia, abrir la página del diario en internet, y enterarte de que la presidenta ha sido asesinada?
-No sé qué decirte.
-Algo deberías decir, es tu novela. ¿No te encanta que en el argumento se planee el asesinato de la Futura Presidenta?
-No creo que vaya más allá de una loca conversación. Ninguna idea de esa índole puede surgir de una mente sana.
-Es cierto. También nos hubiera gustado ver muerto a mi 'finisimo' acompañante de teatro, y sin embargo lo aguantamos hasta que se hizo el harakiri.
-Una burda forma de mantener el mito de que nunca fue derrotado electoralmente.
-Hasta el otro día.
-Es que é1 ya no puede volver, porque del ridículo no hay retorno.
-Se creía invulnerable al ridículo. Podía afirmar algo hasta diez veces, y hacer todo lo contrario sin que se le moviera un pelo. Podía crear una antinomia
política, y al rato quejarse de las antinomias históricas.
-Renunció a su candidatura para desairar a su adversario sin importarles las instituciones y las reglas de juego qué el mismo creo.
-Y aseguró que hubo fraude en las elecciones más limpias de las que se tiene memoria. Pateó el tablero, y no lo matamos.
CAPÍTULO XV

El último domingo antes de las elecciones me sumerjo en la romería electoral de una esquina céntrica de La Plata, a dos cuadras de donde la Futura Presidenta
'estudió', a tres de donde vivia el 'primer amor de su vida', a muchas de donde ella estaba cuando los que tenían ideales morían por ellos.
Un matrimonio mayor y muy jovial, que viste buena ropa, se mueve con discreción, habla con un léxico culto habitual y está perdido como Adán en el dia de
la madre, me pregunta, mientras despliega una boleta que parece el mapa del Automóvil Club Argentino:
-¿Vos entendés estas boletas? Cuando votás intendente, la votás a ella. Cuando votás concejal, la votás a ella. Cuando votás presidente del consorcio, la votás
a ella. Está enganchada en todas las boletas.
-¿Ves ? -dijo él-. Si votás a éste, la votás a ella, agregó dando vuelta la boleta donde estaba su candidato a intendente.
-Sí. Yo no quiero que el intendente de La Plata quede a perpetuidad, y quiero votar a este otro. Pero como está con ella, la voto a ella también, y yo no quiero
votaria a ella. ¿Cómo hago? -dijo la mujer.
Feliz por las inquietudes y las necesidades de la ciudadanía, la Futura Presidenta, sin arrugar su sonrisa de afiche, le contestó entre dientes desde una pared:
arreglate como puedas.
¿Acaso ella no se arreg1ó como pudo? Desde que la cigüeña la tiró en la casa de ese pobre matrimonio que vivía en Tolosa ¿no se había esforzado mucho para
llegar hasta ese afiche? ¿Para qué enseñarle a la gente a pescar pudiéndoles vender el pescado, inclusive podrido? ¿Para qué gastar pólvora en chimangos, además, si el
pueblo al que ella aspira representar es una extraña masa abstracta , cándida y sin instrucción? Sólo ella podrá darnos lo que necesitamos. Esa es la gran estrategia de
estos grandes estrategas que la patria nos legó.
La mezcla de apatía durante la última semana previa a las elecciones y esta sensación de vacío que sólo puede llenar la llegada de 'nuestra'amiga, debe ser
producto de una estrategia superior, como el plan maquiavélico de Plutón cuando entra en cuadratura con Júpiter. Por eso recurri a mis fuentes astrológicas, donde
descubrí que esa es precisamente la configuración que puede deteminar el éxito de la Futura Presidenta en sus intenciones de ostentar el poder de influir sobre los demás.
Aun cuando su impaciencia y resistencia a que alguien más asuma sus actitudes, y la imposibilidad de refrenar su fuerte determinación, la hayan convertido en una
amenaza, y todos le impongan una fuerte oposición, porque la ven como una advenediza que debe ser puesta en su lugar.
Esta desorientación es el inicio de un ciclo de indefinición en la dirección de la vida de la Futura Presidenta, cuyos intereses egoístas y gloria personal deberían
ser sacrificados por un ideal más preciado. Hasta que lo encuentre, simplemente irá sin rumbo, al igual que la ciudadanía. Sí, se ha vuelto esclava de sus ideas y,
creyendo que iba del brazo de Pluto, Dios de la riqueza, iba en realidad de la cola de Plutón, Dios del Inframundo, que la lleva a la profundidad de su propio infierno
donde se encuentra todo aquello que todavìa no ha resuelto.
Un líder cuyas experiencias durante su precoz niñez han tenido un efecto inusualmente fuerte sobre su vida hasta nuestros dias, provocando patrones de
comportamiento compulsivo y malos hábitos, de los cuales ni siquiera es consciente, puede conducirnos a la terapia de grupo más numeroso que haya tenido la historia
del psicoanálisis. Las actitudes que recogió de sus rnayores limitaron seriamente su habilidad para emitir juicios sobre la base de sus propias experiencias, reflejado en el
discurso hueco que evidencia las pocas opiniones profundas que ha extraído acerca de la vida .
Es porque su madre ejerció demasiada influencia sobre ella, aún cuando ya había crecido y no la necesitaba, retrasando seriamente su desarrollo psicológico.
Por eso tiene una creencia muy fuerte en lo correcto y erróneo, y por no haber aprendido a tener más piedad con quienes pueden estar en el camino 'incorrectö' ni ser lo
suficientemente humilde para comprender que no tiene todas las respuestas, acaba de caer en su propia trampa, y será medida con la misma vara.
A1 menos por ahora, nada le importa más que el éxito material y la acumulación y fructificación de sus bienes, la belleza y los placeres sencillos por los que
luchó, manteniéndose en un trabajo rutinario durante mucho tiempo en el que, aunque le resultó dificil, desarrolló cierto control sobre el factor tiempo en aras de cumplir
sus compromisos. Pero el control excesivamente estricto sobre determinadas personas le representará retrasos respecto de sus planes previstos.
El peligro para e1 país no es solamente el de tener que someterse a una terapia de grupo, sino que la Futura Presidenta es capaz de tomar más
responsabilidades de las que realmente puede sobrellevar con tal de que sus esfuerzos den fruto y vaya subiendo gradual y firmemente en su posición laboral y material,
sin haber aprendido a delegar en otros y aplicar mejor sus capacidades ejecutivas. Pero como ocurre un desarrollo afortunado de los negocios a través de la ayuda y el
soporte de su marido, tanto emocional como financiero, unen sus fuerzas y recursos para alcanzar la meta.
Como ella, en un nivel interior, busca el rejuvenecimiento psicológico y emocional, asi como la curación, eliminación de viejos condicionamientos y modelos
negativos, es lógico que en sus discursos diga que está pavimentando e1 camino para mucho mejor. ¿M ejor para ella o mejor para nosotros? Eso,claro, lo irá
descubriendo entre sus deberes domésticos, las obligaciones y responsabilidades hacia la familia que parecen ir en aumento y ser un poco pesadas. Es que tendrá que dar
la atención que ellos parecen demandar y hacer todo lo que pueda para construir una fundación segura de solidaridad familiar y estabilidad personal.
Pero cuando la meta más próxima sea alcanzada, y ella sea desafiada a abrir su mente hacia nuevas perspectivas e información, se sentirá tímida o incluso
temerosa. Recuerden que sólo llegó hasta tercer año de la facultad. Nunca hizo un máster, nunca un postgrado, un congreso, una especialización. Se quedó en el tiempo.
Su capacidad ejecutiva es directamente proporcional a la visión anquilosada y retrógrada que tiene del pueblo. Dicho en otras palabras, si se cree capacitada para
gobernarnos como a un bando de ignorantes, es porque ella lo es.
Nunca mejor aplicable el refrán : en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Aunque si estábamos ciegos: ahora tenemos cuatro ojos. Nos benefició que nos
hayan obligado a enfrentarnos a su presunción presidencial. Nos beneficia el temor para permitir, cambios en su pensamiento, que la dejan preocupada, ansiosa y tensa.
Las nuevas fuentes de información son oportunidades que no debe dejar pasar, pero su inflexibilidad se lo impide. Nos beneficia su impaciencia por hablar de cosas que
recién conoce, incluso mostrándose un poco fanática acerca de la importancia de esas cosas. Y aunque sea un tiempo en el que sería mucho mejor aprender que enseñar,
no podrá evitar el dar lecciones a los demás acerca de asuntos que apenas comienza a conocer.
Nos beneficia que tampoco sea para ella un buen periodo de tiempo para tomar decisiones de mayor importancia en su vida, debido a que sus ideas y
perspectivas sobre las cosas están en un estado de gestación y tiende a ser guiada más por lo atractivo y estimulante de una idea que por los asuntos prácticos
relacionados. Entonces nos encomendamos al Altísimo, porque Él sabe más, para que nos ayude a recordar que la materia es sólo una manifestación del espíritu, y está a
su servicio.
Por eso cuando la dirección de su vida, sus metas y aspiraciones personales importantes, y el curso de su vida profesional, hayan cambiado radicalmente, y
descubra un talento o interés que la impele a seguir un camino muy diferente al que ha recorrido, y el seguir este nuevo camino implique correr riesgos y no contar con la
seguridad y las dependencias externas, nos dejaremos guiar mansamente. Pero no en los vaivenes de su impaciencia y rebeldía ante la autoridad y los deberes, ni
mientras haga cosas tontas o impulsivas simplemente para evitar la frustración que provocan las limitaciones y restricciones de su vida.
Pero para no seguir hurgando en este meandro y llegar a conclusiones que preferiría no llegar, decidí terminar la narración aquí. Si es arduo compaginar los
millones de la mujer rica del país, compaginar el misterioso rumbo que nos depara la Futura Presidenta es titánico. Total, para ella es lo mismo ser o no ser. Ella está
más allá del bien y del mal, donde nadie la puede juzgar, condenar, denostar, criticar. Está sola, solita y sola, para que la puedan ver bailar. No se resignó a un segundo
plano. M e encamino lentamente hacia mi departamento donde escribiré estas líneas en cuanto llegue. Digo lentamente porque hay tantas tragedias en e1 aire que casi no
se lo puede respirar. Dudo incluso de estar viva todavía y sé que puedo ser la próxima victima, ya no sólo del robo al bolsillo diezmado, O de secuestros más o menos
improvisados, sino de esta reedición de un viejo modelo de crimen : la subyugación. Bajo su designio la realidad, tal como la hemos conocido, ha dejado de existir bajo
nuestras narices, sin previo aviso ni promesas de retorno. Con lúgubre y abatido cinismo, las conclusiones de esta indolente semana me profetizan que en adelante lo
que era negro será blanco, y lo que era blanco, negro.
Por la calle también avanza un silencio opresivo, como el que precede las tormentas o las catástrofes. Como si la ciudad esperara ser bombardeada de un
momento a otro, O que desde cualquier esquina se irguiera la figura de un tanque de guerra con sus orugas taladrando el asfalto. No es que nuestra ciudad sea un objetivo
estratégjcamente interesante para los que acostumbran bombardear el mundo por estos días, sino un blanco perfecto para que los horrores en ella perpetrados se
instalen como recuerdos eternos.
En vez de las cuchillas de las orugas abriendo la tierra, escucho los cascos de un caballo tirando de un carro, E1 sonido hace eco en la memoria que cree
escuchar la llegada del lechero, y casi puedo sentir el olor del dulce de leche recién cocinado. Pero lo que se huele en el ambiente es la amargura de la mezcla de basura y
pólvora, y no necesito darme vuelta para saber que el que atraviesa la ciudad anestesiada es un cartonero. Lo siguen unas cuantas voces infantiles y más atrás, las
carcajadas de una mujer. Y toda esa alegre sonoridad que hubiera podido acompañar la detonación festiva de petardos o el remontar de un barrilete, termina en la
inspección de las bolsas de residuos.
Ya es la hora de la siesta, y de tanto en tanto prueban suerte en un portero eléctrico, y la mujer pide en todos los departamentos un poco de ropa y algo de
comida. Entonces los niños hacen silencio mientras mendigan, y parece que rezaran para que esta guerra de indiferencia y vanidad termine de una vez por todas. Juntan
los diarios que la gente ya ha leído esta mañana entre el olor a pólvora y dulce de leche, y las sobras del almuerzo que no han tocado, y la ropa que no les sirve más.
Cuando empieza a oscurecer, las luces mortecinas iluminan las veredas destrozadas en tiempos de guerra o de paz, que nadie se ocupó de arreglar jamás,
convirtiendo las calles en una boca de lobo por donde podrían correr todavía los estudiantes que se ocultaban del cañón de los tanques, mientras las horas de sus
perseguidores daban vuelta en la esquina. Hoy son otros los jóvenes que se visten para alguna fiesta por la noche y atraviesan la ciudad en los automóviles de motores
silenciosos, mientras dos aviones caza cruzan el espacio de regreso a sus hangares y la noche termina de borrar los rastros de dulce de leche y petardos.
LIego a tiempo para escuchar el espectáculo del vecino que se sienta junto a la ventana, del otro lado de la escalera, y saca a relucir su flauta. Y para escuchar
el ronroneo de los tres colectivos que usan esta esquina de terminal clandestina, que durará toda la noche, toda la mañana, toda la tarde, a perpetuidad como nuestro
intendente, y cuyos gases nos obligan a cerrar las ventanas para siempre. Y también para escuchar toda clase de gente subir y bajar atravesando el pasillo porque un
ascensor se ha quedado empacado en planta baja, y el otro no funciona desde ayer, y de los que no me ocupo porque la administradora del consorcio me pidió un
porcentaje del abono mensual, según la idiosincrasia imperante.
En ese momento me pregunté dónde iria a parar con este argumento, en el que una mujer que escribe una biografia que podria prefigurar su propio destino
siendo uno de los personajes, comprueba que la trama se desarrolla contra sus intenciones , que los personajes no obran como ella quería, que suceden hechos no
previstos, y que finalmente ocurre la catástrofe que ella misma trató, en vano, de evitar : un personaje secundario se convierte en el protagonista. Y mientras la escritora
espera la resolución del destino para este advenedizo personaje, la inicial figura principal pasa a ser autora de su biografa con ayuda de su secretaria y la novela se
convierte en la autobiografía de la mucama de la mujer más rica del pais.
EI dilema surge cuando, llegada la hora de su edición, innumerables datos contenidos en la autobiografía son un infranqueable impedimento para los editores
que no cuentan con las autorizaciones necesarias para la publicación y difusión de los personajes en cuestión. Por lo tanto, aunque muchos nombres son disfrazados
hábilmente por los correctores de la editorial, la propia escritora no autoriza la publicación de por temor a las represalias que puedan venir de aquel personaje
secundario que pugna por tomar el control de la vida de todos, aunque los editores prometen hacer la salvedad de que toda semejanza con la realidad es mera
coincidencia, y dejar bien en claro que no se trata más que de una ficción.
Así y todo, confiando en que la autobiografía no autorizada pudiera despertar algún interés debido a la profusión de anécdotas, ficticias o no, de la vida oculta
de los personajes, y a riesgo de sufrir las demandas correspondientes a su imprudente accionar, los editores falsiñcaron un titulo de propiedad intelectuai y lanzaron al
mercado este galimatías. Y ya sea por curiosidad, por entretenimiento, porque e1 titulo elegido por los genios del marketing resultó atractivo, porque la gente está
acostumbrada a comprar productos malos y leer cosas peores, porque la Virgen Desatadora de Nudos se toma muy en serio su gestión y, en fin, porque asi es la vida,
el libro es hoy todo un éxito de ventas.
Este hubiera sido un buen desenlace, porque cuando un sueño se hace realidad, otros diez ocupan su lugar. Pero no va a ser posible porque, según el INDEC,
cuando un sueño no se hace realidad, hay otros cien tipos para ocupan su cargo, y me han recornendado dejar de imaginar que la inflación y la pobreza amenazan mi
hogar y que el destino es gobernado por fuerzas sordas y fatales. La novela, abortada asi desde el mismo comienzo, para que otros sean los comienzos que recién
empiecen mostrando al mundo lo que sabemos hacer bien, y no lo que no sabemos hacer, será simplemente un referente de que en pleno siglo XXI aún existe censura.
Recuerden el eslogan, no lo olviden ni siquiera cuando tengan la cabeza dentro de un tacho con agua y una mano regordeta, con las uñas bien cuidadas, los
sostengan firmemente para evitar que puedan salir a respirar : E1 cambio recién empieza. La monarquía es inminente. En breve podrá suceder lo que en la madre patria,
donde un Juez decidió de oficio emprender acciones contra una revista, según é1, por injurias al sucesor de la Corona al mostrar, en una caricatura, a los principes en una
"actitud claramente denigrante y objetivamente infamante". Los autores de la caricatura, junto con los responsables de la revista, se enfrentan a penas que podrían
llevarles de seis a doce meses a la cárcel. Las penas están establecidas en el Código Penal español, oomo injurias al rey o la corona.
CAPÍTULO XVI

Comienzo entonces a dar término a esta crónica, aunque haya mucho para decir sobre asesinos y valijeros que no aparecen ni van a aparecer, sobre biografias
de millonarias que no escribí ni pienso escribir, y sobre e1 Ascendente de Revolución en Cáncer de la Futura Presidenta que indica la posibilidad de una mudanza, pero
con lo que no quiero alentar en todos la esperanza de que la familia real deje la Residencia más que para ir a Brasil, donde ya prometió hacer su primer visita como
Presidenta.
Porque total qué le importa que allá sepan muy bien que ganó gracias al alto porcentaje de gente no escolarizada, que tampoco lo será si continúa robándole
sus oportunidades cada vez que da un paso. ¿Cuántos años deberán mantener su analfabetismo para que considere sus derechos? ¿Cuántos viajes a Brasil reaiizará antes
de erradicar nuestras 'favelas'? ¡Que importa! ¡LIega el verano, la vida es bella, y ella, Presidenta! ¡Finalmente su vida se vuelve un poco interesante! Y hay suficientes
valijas para meter el par de ojotas y e1 par de inflaciones.
¿Qué le importa que allá sepan que usó el aparato estatal para su campaña proselitista, y que su nueve por ciento de crecimiento resbala en la falta de
inversiones en infraestructura, y que el control de precios de tarifas espante a los inversionistas extranjeros, si allá encontrará el apoyo necesario para sus ambiciosos
proyectos y planeará estratégicamente sus movimientos para alcanzar su principal objetivo : el éxito material?
Pero no todo será protocolo y obligaciones. También contará con el beneplácito del público. ¿Y quién dice que en una de esas, alguna 'escola de samba' no le
invente una alegoría para el carnaval? Una carroza llena de tomates, por ejemplo, que combinaría muy bien con su nuevo color de cabello, y a la que tendrá que subir
justo cuando tenga uno de sus ataques de incertidumbre y quiera que la trague la tierra. Pero la tentación de la reputación, la autoridad y el poder será más fuerte, y la
empujará hacia arriba en la escola y en la escala social. Aunque lo más importante que le suceda allá, en realidad, sea que finalmente podrá librarse de su pasado para
comenzar a entender el significado y el propósito de su existencia, y acercarse al cumplimiento de su destino.
Y aunque hay ciertos temas atractivos, pero demasiado horribles para ser objeto de una ficción, y los novelistas deben evitarlos si no quieren ofender o
desagradar, como yo no soy una novelista, sino apenas una biógrafa imaginaria y una periodista inconclusa, puedo abordarlos sin problema. De todas las calamidades
que pueda sufrir el ser humano, como epidemias, exterminios y suicidios en masa, siempre los padecimientos individuales están más llenos de sufrimiento esencial que
cualquiera de esos inmensos desastres generales. Porque la verdadera desdicha, la aflicción última, en realidad es particular, no difusa.
Y ser enterrado vivo es, sin ninguna duda, el más terrorífico extremo que jamás haya caído en suerte a un simple mortal.Y si es la muerte ahora mi recurso, es
porque la cultura de un gobierno se propaga forzosamente. E1 gobierno no se cansa de suscribir al argumento de que las heridas no cicatrizan fácilmente, pero
dificilmente lo harán si insiste en promover los enfrentamientos que sucedieron en los'70 y las polìticas que predominaron en los `90. Lo que ya sucedió, no puede ser la
prioridad de una sociedad. ¿ Acaso se necesita retroceder tanto para tomar impulso?
Recuerdo un ataúd quemado en un acto proselitista. Allí le daban muerte figurativamente a la oposición conformada por seres que no sabían usar la maquinaria
del estado, ni tocar el bombo, ni ser punteros. En síntesis eran unos, para decirlo con una palabra de actualidad : 'ridiculos'. Aquella imagen, quizá como una especie de
rito diabólico, tuvo el efecto paralizador deseado, al entrar en la retina de millones de cristianos domeñados por una fuerza poderosa, aunque no venturosa, puesto que
no es invencible.
E1 adversario político convertido asi en enemigo, hace que la ideología marque la relación entre las personas. Odio, revanchismo y desprecio no son los
componentes adecuados para una fórmula que quiere reanimar a la democracia como una manera de vivir y no sólo de votar. Cualquiera sea la dosis en la que aquellos
elementos de la conducta se combinen, provocan una grave ceguera frente a la noción de que la política es una actividad inherente al Hombre y como tal, no debe perder
su calidad humana, de lo contrario no tiene alma.
También fue dado por muerto recientemente un partido politico tradicional, aunque los lìmites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos,
borrosos e indefinidos.
M uchas veces el cese total de las funciones aparentes de la vida , no es más que una suspensión, para llamarle por su verdadeto nombre. Es tan sólo una pausa
temporal en el incomprensible mecanismo. Transcurrido cierto período, algún misterioso principio oculto pone de nuevo en movimiento las mágicas alianzas de piñones
y engranajes fantásticos.
La cuerda de plata no quedó suelta para siempre, ni irreparablemente roto el vaso de oro. Pero, entretanto, ¿dónde estaba el alma? ¿Estaría creando las
conexiones necesarias para dar continuidad a una vida? ¿Estaría junto a otras creando un puente invisible entre el glorioso ayer y el inocente mañana, el todavía? ¿
Estaría en el mismísimo carro triunfalista como palo en la rueda y estaca en el corazón? Sin embargo, aparte de la inevitable conclusión 'a posteriori' de que tales causas
deben producir tales efectos, los casos de vida en suspenso provocan, inevitablemente, entierros prematuros.
Por eso antes de entrar en el periodo de veda debo decir que en este momento en e1 que decidimos quién vive y quién muere por la patria, O dicho más
claramente, que la patria decide quienes serán sus héroes y no quienes decidieron ser héroes los que deciden si la patria vive o muere, no seamos tan exagerados de
enterrarnos en vida los unos a los otros. A decir verdad, todavia tenemos mucho que aprender, y no va a ser muertos que lo hagamos. Improperios habrá, y de los
peores, porque odios que yacen en el fondo del corazón, por otras causas, se reflejan en la necesidad de los que festejan siempre la misma payasada.
E1 circo vendrá una y otra vez mientras haya gente que no supere el tedio por la vida. No les importará ver a la misma mujer barbuda, ni a los mismos
equilibristas, ni a los mismos monos, ni a los mismos payasos. No les importará que la yegua esté más vieja, el elefante flaco, el león sarnoso, y el maestro de
ceremonia, bizco. Cualquier cosa que los saque por un rato del letargo mortal al que llegaron por falta de voluntad para vivir la vida, sirve. Otros, más osados
convendrán en hacerse pagar para demostrar lo divertida que puede ser la existencia y aún sacarle provecho.
Y esto me recuerda que mañana tendré que contener mi imaginación y refrenar este desborde fantasioso con el que convierto en mundos ricos los páramos que
me rodean, para votar. Dejaré para otra oportunidad la idea de que no hay que subestimar al hombre pobre y aburrido, que después que la Argentina entera se agite en
esa demencia que dura hasta después de los comicios, puede un día querer jugar a los soldados de una punta a otra del país.
Y entonces, fabricantes de géneros de punto querrán ser coroneles y desempeñar cargos de generales. Revólveres y puñales desplegarán en torno a gruesos
vientres pacíficos rodeados por cinturones rojos. Los hijos de pequeños burgueses se convertirán en guerreros de ocasión mandando batallones de voluntarios chillones.
El mero hecho de manejar armas, de tener fusiles complicados, enloquece a aquella gente que hasta entonces sólo ha manejado mesadas y plazos fijos, y asi surgirá la
nueva juventud idealista.
Ejecutarán a inocentes para probar que saben matar.M erodeando por las provincias, fusilarán a los perros vagabundos, a las vacas que rumian en paz, a los
viejos enfermos que ya no sirven para nada. Cada cual se creerá llamado a desempeñar un gran papel militar. Los cafés de los más miseros pueblos estarán llenos de
comerciantes de uniforme, aparecerán ambulancias, se improvisarán cuarteles. Las desquiciadas noticias obligarán al ejército a tomar una posicion, y en las capitales, una
extremada agitación perturbará los ánimos de los ciudadanos y los partidos contrarios se confrontarán violentamente.
A1 enterarse que le surgió un decidido adversario en el Padrino, un gordo sanguíneo, jefe del partido oficial, venerable miembro de la logia masónica, presidente
del cuerpo de bomberos, y organizador de la milicia rural que salvaría a la patria, el Gobernador de Buenos Aires, un hombrecito flaco incorporado al cuadro por su
ambición para ser balanceado 'a piacere' por la mano que mece la cuna, decidirá renunciar y refugiarse en M ónaco.
En quince dias se las habrán arreglado para convencer de defender al país a novecientos sesenta y tres mil voluntarios casados y padres de familia,
campesinos, comerciantes, obreros y desocupados prudentes, que se los adiestra todas las mañanas en todas las cárceles sanas y limpias, para seguridad y no para
castigo de los reos detenidos en ellas, junto a éstos. Cargados de pistolas, ametralladoras, fusiles y todas las armas que se capturan para la tropa, se les hace gritar : «
¡Viva la patria! » Finalmente la juventud idealista está dispuesta a dar batalla.
Lógicamente, la reina sería puesta prisionera, y se proclamaría la República. Así que para ella será preciso actuar. Su posición será delicada, y diría aún más,
peligrosa. Reflexionará unos segundos ante los rostros atontados de sus subordinados, y después les dirá :
-Hay que actuar sin vacilar, los minutos valen horas en semejantes momentos. Todo depende de la prontitud de las decisiones. Usted, se cruza a la Catedral
para buscar al cura y lo conmina a que toque a rebato para reunir a los cristianos, a los que voy a prevenir. Usted, toque llamada hasta los caseríos para reunir a la
milicia armada que tengan. Vos, querido, sacate la corbata de Los Pumas y ponte rápidamente el uniforme, sólo la guerrera desabrochada y el quepis. Vamos a ocupar
juntos el Edificio Libertad. ¿Entendido ?
Conducidos por un experto chofer capaz de pasar por encima de las personas, si fuera el caso, cinco minutos después la Comandante en Jefe de las Fuerzas
Armadas y su subalterno, armados hasta los dientes, aparecen en el predio en el mismo momento en que el Jefe del Ejército, con el fusil Lefaucheux al hombro,
desembocaba a rápidos pasos por la otra calle, seguido por sus tres guardias de guerrera verde, con el cuchillo sobre el muslo y el fusil en bandolera. M ientras el Jefe se
detenía estupefacto, la Comandante y su marido penetraron en el edificio cuya puerta se cerró a sus espaldas.
-Se nos han adelantado -murmuró el Jefe-, ahora hay que esperar refuerzos. No se puede hacer nada de momento. Vamos a la Plaza.
M ientras tanto, el Cruzado informó por radio a los mongarcas:
-E1 cura se ha negado a obedecer -dijo-, y hasta se ha encerrado en la iglesia con el sacristán y el guarda. Dice que no va a permitir un enfrentamiento entre
cristianos.
Y, al otro lado de la plaza , frente a la casa rosada, pintada recientemente de blanco Washington y cerrada , la iglesia , muda tras sus doce barrotes corintios,
mostraba su gran puerta de roble claveteada con herrajes. Entonces, cuando los intrigados habitantes asomaban la naríz por la ventana o salían al umbral de las casas,
aprovechaban para gritar estas palabras, que el eco de la ciudad vacìa llevaba a todas las esquinas:
“¡Viva la República¡ ¡M uerte a los traidores!”
Tras lo cual, el carnicero, el panadero y el farmacéutico, inquietos , echaban los cierres. Solo quedaron abiertas las tiendas de marroquinería para no
decepcionar a los brasileños que habían venido en gira de turismo electoral.
Sin embargo, los hombres de la milicia profesional o experimental llegaban poco a poco, vestidos de diversas maneras y armados con sus viejos fusiles
herrumbrosos, los viejos fusiles colgados desde hacía treinta años sobre las chimeneas o escondidos en las cocinas por sus madres y abuelas, y se parecían bastante a un
destacamento de guardias rurales. Cuando hubo unas centenas alrededor de él, el Jefe del Ejército, en pocas palabras, los puso al corriente de los sucesos, y después dijo
:
-Y ahora, actuemos.
Los habitantes se congregaban, examinaban y conversaban.
E1 Jefe decidió rápidamente su plan de campaña :
-Usted,- le dijo a uno de los uniformados- será mi teniente y avanzará hasta las ventanas de1 Edificio Alas y conminará a la Reina, en nombre de la República,
a entregarme el bastón que, después de todo, fue cincelado por cuatro millones novecientas noventa y nueve mil personas antes que ella.
Pero el teniente, un maestro albañil, se negó :
-Vos sí que sos vivo, ¿¡eh!? ! ¿Y si me pegan un tiro? No, muchas gracias. Arreglate como puedas.
Y como la cultura del gobierno se expande inevitablemente, dicho esto se canceló el golpe de estado, se disolvió la muchedumbre, todos volvieron a su casa,
algunos más apurados que otros, dependiendo del horario de inicio de las series, telenovelas y funciones de teatro y circos varios.
CAPÍTULO XVII

Finalmente fui a votar, y voy a decirles con toda franqueza el extraño estado de ánimo que esto me produjo, y ustedes juzgarán si no sería mejor que me
internaran en una clínica psiquiátrica en vez de dejarme presa de las imaginaciones y sufrimientos que me atormentan. porque esta historia, larga y exacta, de esta
singular enfermedad de mi alma, no es más que producto de haber vivido como todo el mundo, mirando la vida con los ojos abiertos y ciegos del hombre, sin
sorprenderme ni comprender. Viví como vivimos todos, cumpliendo todas las funciones de la existencia, analizando y creyendo ver, creyendo saber, creyendo conocer
lo que me rodea, hasta que un día me di cuenta de que todo era falso.
Fue exactamente el último domingo de octubre en el que estaba en una hacinada fila de cientos de personas en una escuela de barrio, con una misma finalidad
cuyo desenlace todos desconocíamos o fingíamos conocer, sabiendo que todos los que habían cruzado la puerta antes ya habían entregado sus cabezas, y las veía
colocadas en una larga hilera de vitrinas que estaban adosadas a la pared de enfrente. Debo confesar que el espectáculo me produjo un miedo súbito e intenso.
Durante cierto tiempo me sentí paralizada por el terror, pero sintiéndome incapacitada para pensar y actuar, estaba allí y tenía que entregar mi cabeza. Nada y
nadie podría evitarlo. La situación era en verdad aterradora. Parecía que no había distancia entre la vida que había dejado atrás ese domingo, del otro lado de la puerta, y
la que iba a iniciar en ese momento. Físicamente, la distancia sería de tres metros, tal vez de cuatro.Sin embargo lo que veía indicaba que la separación entre lo que fui y
lo que sería no podía medirse en terminos humanos.
-Entregué su cabeza- dijo una voz suave.
.¿La mía? – pregunté, con tanto miedo que a duras penas me oía a si misma.
- Claro ¿Cuál va a ser?
A pesar de que no era autoritaria, la voz llenaba todo el salón y resonaba como un eco entre las paredes descascaradas, cubiertas de cartulinas de colores con
dibujos, collages y pinturas infantiles con el motivo de primavera.
Tal vez eon el deseo inconsciente de ganar tiempo, pregunté.
-¿Y cómo me la quito?
-Sujétela fuertemente con las dos manos, apoyándo los pulgares en las curvas de la quijada, tire hacia arriba y verá con qué facilidad sale. Colóquela después
sobre la mesa.
Si se hubiera tratado de una pesadilla me habría explicado la orden y mi situación. Pero no era una pesadilla. Eso estaba sucediéndome en pleno estado de
lucidez, mientras me hallaba de pie en medio del pasillo frente al fiscal de mesa, que se impacientaba ante mi demora. No se veia una silla, y como temblaba de arriba
abajo debido al frio mortal que se habia desatado mis venas, necesitaba sentarme o agarrarme de algo. Al fin apoyé las dos manos en la mesa.
-¿No ha oído o no ha comprendido?- dijo la voz que parecía provenir del fiscal, que habia repetido la orden tantas veces que ya no le daba la menor
importancia a lo que decía. Al fin logré hablar :
-Sí, he oído y he comprendido -dije-. Pero no puedo despojarme de mi cabeza asi como así. Necesito algún tiempo para decidirlo. Comprenda que ella está
llena de mis ideas, de mis recuerdos. Es el resumen de mi propia vida. Además, si me quedo sin ella, ¿con qué voy a pensar?
La frase no me salió de golpe. M e ahogaba. Dos veces tuve que parar para tomar aire. Callé, y mle pareció que la voz emitia un ligero gruñido, como de risa
burlona.
-Aquí no tiene que pensar. Pensaremos por usted. En cuanto a sus recuerdos, no va a necesitarlos más : va a empezar una nueva vida.
-¿Vida sin relación conmigo misma, sin mis ideas, sin emociones propias? pregunté.
Instintivamente miré hacia la puerta por donde había entrado. Estaba atiborrada de gente y custodiada por varios policias que ejercían su autoritarismo innato
ordenando las filas con rigor geométrico. Volví los ojos a los dos extremos del pasillo. Había también varias puertas a lo largo y en los extremos que daban al patio, pero
ninguna estaba abierta. El espacio era largo y de techo alto, lo cual me hizo sentir tan desamparada como una niña a punto de recibir amonestaciones. Todos actuaban
como autómatas, siguiendo las órdenes de las voces, o de los ecos de las voces.
-Por favor, no nos haga perder tiempo, que hay otros esperando su turno -dijo la voz..
Por la abertura de la puerta se advertia que afuera había poca luz. Sin duda era la hora indecisa entre e1 cierre de los comicios y la prórroga inútil. En medio de
mi propio terror actué como una guerrillera experimentada, lanzándome impetuosamente hacia la salida, empujando a dos hombres que entraban y saltando a la calle.
Alguna gente se alarmó al verme correr con el rostro pálido y los ojos desorbitados, y de haber habido alli un policía de más, seguramente me hubiera perseguido. De
todas maneras, no me importaba. M i necesidad de huir era imperiosa.
Durante una semana, después de saber el resultado de los comicios, no me atreví a salir de casa. Oìa día y noche la voz y veía en todas partes los millares de
ojos sin vida y los centenares de cabezas sin cuerpo. Pero en la octava noche, ya anestesiada de miedo, me arriesgué a ir a la esquina, a un bar de mala muerte, visitado
siempre por gente extraña. A1 lado de la mesa que ocupé había otra vacía en la que al rato dos hombres se sentaron y uno de ellos me miró con intensidad diciéndole al
otro :
-Esa fue la que huyó cuando estaba a punto de votar.
Yo tomaba en ese momento una taza de café. M e temblaron las manos con tanta violencia que un poco de la infusión se me derramó en la camisa. M i mal es
que no tengo otra camisa ni manera de adquirir una nueva. M ientras me esfuerzo en hacer desaparecer la mancha, oigo sin cesar las palabras de aquel hombre de los ojos
sombrìos, porque ahora estoy en casa, tratando de lavar la camisa. El miedo me hace sudar frìo ; Y sé que no podré librarme de este miedo, que lo sentiré ante cualquier
desconocido.
Por supuesto que sería mejor si me encerraran y me pusieran un chaleco de fuerza que me impidiera lanzarme sobre el teclado para describir las cosas que dan
rienda suelta a mi paranoia y miedo acérrimo. Pero si no me encierran, corro el riesgo de describirlo, aunque sea tan extravagante que parezca imposible, porque hay
cosas desagradables que nadie se atreve a decir, pero al final despiertan el tácito agradecimiento hacia quien las diga de la mejor manera posible.
No lo haria si no estuviese segura de lo que he visto, de que en mis razonamientos no ha habido una falla, ni en mis comprobaciones un error, ni falta un
eslabón en la inflexible cadena de mis observaciones. Cosas extrañas ya han sucedido sin que se aclararan debidamente y muchas suceden en este preciso instante en el
que todavía algunos escribimos y leemos. Cosas concatenadas que conducirán a consecuencias conflictivas cuando hombres y mujeres comiencen a descubrir que han
perdido su cabeza.
Siempre he sido una solitaria, una soñadora, una especie de pensadora aislada, silenciosa y bondadosa, que me conformaba con poco, sin acritudes contra los
hombres ni rencores hacia el cielo. A pesar de mis maridos, amantes, hijos y demás parientes, he vivido prácticamente sola casi todo el tiempo. En todo caso he sido
honesta, porque la presencia de otras personas me produce una especie de molestia. No es que me niegue a tratar con la gente, a conversar o cenar con amigos, pero
cuando llevan mucho rato cerca de mi, aunque sean mis más cercanos familiares, me cansan, me fatigan, me enervan, y experimento un anhelo cada vez mayor, más
agobiante, de que se vayan o de irme yo.
Y muchas veces me encuentro con la gente sólo para recuperar el deseo de estar sola. Este anhelo es más que un impulso, es una necesidad irrefrenable. Tanto
me agrada estar sola, que nunca pude vivir mucho tiempo en Buenos Aires sin que me resultara una perpetua agonìa. En resumidas cuentas, se trata de un fenómeno
psíquico normal. Unos tienen condiciones para vivir hacia fuera y otros para vivir hacia adentro. En mi se da el caso de que la atención exterior es de corta duración y se
agota pronto, y cuando llega a su límite, me acomete en todo mi euerpo y en toda mi alma un malestar intolerable.
M i departamento se ha convertido en un mundo en el que llevo una vida solitaria pero activa, con mi gato Chulalongkorn como única compañfa, en medio de
aquellas cosas que hay en todas las casas, muebles, chucherias familiares, y que son para mi como otros tantos rostros simpáticos y lejanos. M e siento contenta y
satisfecha aqui dentro, aunque no feliz como en los brazos de mi adorable amante, que ha hecho construir nuestra casa en el centro de una jungla de cemento, aislada de
los carninos concurridos, a un paso de la ciudad maravillosa en la que me es dable encontrar, cuando se despierta en mi tal deseo, los recursos que ofrece la vida social.
Alrededor de un hermoso jardín mi amante, cuya frecuente caricia se ha convertido en una necesidad suave y sosegada, me proporciona tanto agrado y
descanso, que cuando me encuentro envuelta en la oscuridad de las noches, en medio del silencio de nuestra casa, perdida, oculta, sumergida bajo el ramaje de los grandes
árboles, todas las noches permanezco muchas horas saboreándolo a mis anchas, costándome trabajo meterme en la cama.
Pero el país de un trabajador siderúrgico no es lo mismo que el país de un estraperlista. Allá se puede respirar la simpleza de la vida con tanta facilidad como
aquí nos asfixiamos con la complejidad de la muerte. Por eso, mientras lavo la camisa para quitar la mancha de café, que cuánto más la refriego más se parece a una
mancha de sangre, pienso en volver a los protectores brazos de mi amado, al igual que hace treinta años busqué la protección del país vecino cuando e1 fuego cruzado se
inició en mi palaciega ciudad.
Ahora casi pierdo la cabeza. El hecho de haberla salvado no evitará que muchos pretendan pensar por mí, en el mejor de los casos. En el peor , cuando el
departamento de inteligencia de estado descubra que no entregué mi cabeza, no solo pinchará mi teléfono, sino las ruedas de mi bicicleta, y entonces ya será tarde para
huir. Es necesario estar preparada para partir cuanto antes. E1 ambiente ya está lleno de aquellos días inciertos en los que la humedad tenía olor a traición, confusión,
pólvora, sangre y napalm.
La vida da vueltas en cìrculo, y todos los argumentos, los programas, los personajes y los escenarios que parecían haber quedado atrás, conformando un
pasado irrecuperable, se reeditan para el solaz de los melancólicos y el espanto de los lúcidos. Si vuelven los almuerzos, los sábados circulares y el traje de baño de dos
piezas, también puede volver la coerción, la guerrilla, la represión y la tortura. Si vuelve el invierno en plena primavera, también los días oscuros de noches largas
pueden reemplazar a los tiempos en que todo parece comenzar a florecer.
Ya sin facultad para pensar, el horrible caso será percibido por el espíritu de los ciudadanos en forma de angustiosa sospecha, como una honda tristeza, como
una farsa cruel de sus endiablados nervios que suelen aliviarse con trágico humorismo. M e es imposible explicar la angustia que senürán cuando alarguen su mano y la
pasen de un hombro a otro sin tropezar en nada... El espanto les impedirá tocar la parte, no diré dolorida, pues es tan poderosa la anestesia que no alcanzan a sentir
dolor alguno..., la parte que aquella increíble mutilación deja al descubierto...
Algunos científicos y hombres de conocimiento se arriesgarán a meter los dedos en la vértebra cortada como un tronco de coliflor, palparán los músculos, los
tendones, los coágulos de sangre, todo seco, insensible, tendiendo a endurecerse ya, como espesa papilla que al contacto del aire se acartona... M eterán el dedo en la
tráquea, también en e1 esófago, que funcionará automáticamente queriendo tragárselo... El infalible tacto dará fe de aquel horroroso, inaudito hecho. Habrán de llegar a la
conclusión de que, reconociéndose vivos y hasta en perfecto estado de salud fisica, no tienen cabeza.
Por la inercia del hábito, los pensadores estarán un buen rato divagando en penosas imaginaciones. Su mente ausente, como una protuberancia viva dentro de
la cabeza inexistente al igual que el brazo amputado que todavía se prolonga con una activa sensación, después de juguetear con todas las ideas posibies, empezarán a
fijarse en las causas de la decapitación. Sus nervios no recuerdan e1 cortante filo de la cuchilla. Buscan algún rastro de escalofrío tremendo y fugaz, y no lo encuentran.
Sin duda sus cabezas han sido separadas del tronco por medio de una preparacion anatómica desconocida, y el caso es de róbo más que de asesinato, una sustracción
alevosa, consumada por manos hábiles, que los sorprendieron indefensos, solos y profundamente dormidos.
No sé en cuánto tiempo la turbación muda y ansiosa dará paso a la necesidad de llamar, de reunirse con los otros para examinar la situación. ¡Que situación!
Por de pronto, yo ya no podré salir a la calle porque e1 asombro y horror de los transeúntes habrán de ser un nuevo suplicio para mi. Aún superando el desprecio hacia
lo desconocido primero, y la compasión que después me invadiria, la extrañeza en todos me atormentarìa horriblemente.
De la desesperación de solo imaginarlo surgió la idea salvadora : me iría a Brasil como me habia ido en aquellos tiempos en los que también todos habían
perdido la cabeza y yo, que mal sabía si tenia una, la salvé sin que ella se enterara. Nadie tuvo tiempo entonces de saber si se la habían cortado violentamente o se la
habían sustraído por un procedimiento latinoanatómico, que no es novedad en la historia de la malicia humana.
La resolución de partir me alentó me vestí a toda prisa con la camisa todavía húmeda con su mancha indeleble que me recordaba la sangre que no había
derramado en contiendas en las que no había participado, por no haber podido integrar bandos que no había alcanzado a entender ni distinguir. ¡Ay! ¡Qué impresión tan
extraña la de reconocer que cuánto más lejos creía estar, ya había vuelto!

FIN

Graciela Brunetti
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Segunda obra de:

Graciela Brunetti

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Cartas abiertas a una abogada exitosa
Una serie de cartas dirigidas a la cabecilla de una banda de forajidos, que desde vencidas instituciones asola un país sudamericano, redactada por la biógrafa proscrita que recibe divinas y precisas
instrucciones del mismísimo Dios, devela la trama secreta del verdadero poder que rige el Mundo a través de gobiernos títeres y la miseria humana de quienes están destinados a ser herederos del
Testamento de Satán.

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