Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Una sucesión de misteriosos
asesinatos en una abadía, narrados
por la reina francesa del crimen
ANDREA H.
JAPP
bóveda
MONASTERIO
MONASTERIO
ANDREA H.
JAPP
bóveda
ANDREA H. JAPP
Título original: Monestarium
© de la edición francesa por CalmannLévy
31 rue de Fleurus. 75006 París
Primera edición: febrero, 2009
© Andrea H. Japp, 2007
© traducción: M.a Elena Toro Benítez y Cristina Fernández Orellana, 2009
© de esta edición: Bóveda, 2009
Avda. San Francisco Javier, 22
41018 Sevilla
Teléfono 95 465 23 11. Telefax 95 465 62 54
www.editorialboveda.com
Composición: Grupo Anaya
ISBN: 9788493668419
Depósito legal: M62009
Impresión: Huertas, I.G.
Impreso en España Printed in Spain
Reservaos todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de
prisión y/o multas de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios para quienes
reprodujeren, plagieren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria,
artística o científica, su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de
soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ANDREA H. JAPP
NOTA
Los nombres propios y comunes seguidos de un asterisco
se explican en el glosario y en el apéndice histórico que se
encuentran al final del libro.
ANDREA H. JAPP
PERSONAJES
MONJAS PRINCIPALES:
Plaisance de Champlois: madre abadesa.
CLAUSTRO DE SAINTJOSEPH:
Hucdeline de Valezan: priora.
Alienor de Ludain: supriora.
Hermione de Gonvray: apoticaria.
Aude de Cremont: tesorera.
Barbe Masurier: cillerera.
Elise de Menoult: ropera.
Bernadine Voisin: secretaria de la abadesa.
Clotilde bouvier: monja encargada de organizar las comidas y la cocina.
Agnes Ferrand: portera.
Rolande Bonnel: depositaria.
Adelaide Baudet: supervisora.
CLAUSTRO DE LA MADELEINE:
Melisende de Balencourt: priora.
ANDREA H. JAPP
Dieciocho años antes. AlIskandariyah11,
Egipto, agosto de 1288
1 Alejandría
ANDREA H. JAPP
lado musulmán. Sin duda alguna, la nieva de la inminente muerte de su
vástago preocuparía o complacería a muchos, según fuesen o no aliados.
Firuz vaciló. Su camello todavía podía recorrer la distancia que lo
separaba del puerto; sin embargo, estaba cansado. La arena roja crujía
entre sus dientes y le irritaba las mejillas. Más valía hacer un alto en una de
esas chozas de paja y adobe que jalonaban el delta del Nilo. En aquellos
sitios se podía dormir por pocas monedas, hincharse de guiso de cordero
bien grasiento y degustar apetitosos dulces de sémola de trigo, dátiles,
especias y miel.
Bajó el escalón de entrada de la habitación alargada, que servía al
mismo tiempo de vivienda, cocina y dormitorio para los clientes. Una
cortina de paja pendiente del bajo techo delimitaba toscamente los dos
espacios. El frescor de la penumbra, horadada únicamente por los hilos de
luz que se colaban a través las estrechas ventanas escarbadas en los muros
de tierra parda, le sosegó ligeramente. Un hombre sentado en un rincón
con las piernas cruzadas se levantó y se acercó a él.
—¿Qué deseas, viajero?
—Un jergón y algo de comer para mí, y un trabón donde atar mi
camello.
Un chiquillo corrió hacia el armenio y le ofreció un cubilete de té
negro.
—Allí hay una habitación pequeña donde puedes dormir en paz,
pero tendrás que compartirla con él —añadió el hombre de piel bronceada
indicando con un movimiento de mentón el rincón opuesto.
Acto seguido desapareció tras la cortina.
Firuz se acercó unos pasos. Era frecuente que lo alojaran con otros
extranjeros en la misma habitación. El hombre, en cuclillas, alzó la cabeza.
Su piel negra de ébano brillaba del sudor. Levantó una de sus largas y
delgadas manos en señal de saludo. La otra reposaba sobre una gran
alforja de tela mugrienta. Firuz respondió con un movimiento de cabeza.
Una preciosa cabellera levemente ondulada caía en cascada sobre los
escuálidos hombros del extraño. Sin duda, se trataba de uno de esos
«hombres de tez negra y cabello lacio o crespo» como los calificara
ANDREA H. JAPP
sus últimas fuerzas a la gran bolsa de tela que descansaba sobre sus
piernas. A pesar de su flacura, era enorme y pesado. Firuz lo sostuvo como
pudo, luchando por no caerse. Intentó hacerse cargo de la bolsa, sin
embargo, el hombre se lo impidió arrancándosela de las manos con un
gesto brusco. La diminuta habitación que habían alquilado para pasar la
noche distaba solo unos pocos pasos. Con todo y eso, Firuz sudó sangre
para llegar allí junto con su carga. El hombre se dejó caer sobre la estera de
rafia y se encogió en posición fetal, estrechando su equipaje contra el
vientre.
—¿Te duele?
—No. Tengo sed. Y frío.