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Gerchunoff y Antúnez.

Capítulo III. De la bonanza peronista a la crisis del desarrollo.

El 45’ es un año de alta inflación (casi el 20%) cuyas consecuencias inmediatas fueron la caída
del nivel de actividad y de los salarios reales y la desaceleración en el ritmo de creación de
empleo, en particular empleo industrial. La principal preocupación fue frenar la expansión del
crédito y contener el desequilibrio fiscal. También fue el año en que la participación de la
industria manufacturera en el PBI superó por primera vez en la historia argentina a la del
sector agropecuario.

Después de la guerra

Perón tenía claro que el panorama que se venía después del fin de la guerra en Europa era
oscuro. Creía que no había resultado de la Segunda Guerra un vencedor claro, lo cual atraería
otra guerra en el futuro. Perón tampoco creía en las promesas de nueva economía basada en
la libre convertibilidad de las monedas y en el restablecimiento del comercio multilateral
porque creía poco en el éxito de las conferencias internacionales.

En un principio los organismos creados para combatir el bilateralismo y la decadencia europea


fracasaron, por lo que se volvió al plan de Keynes de que USA invierta en reconstruir la
economía europea. En el mundo había una ola de nacionalización de empresas y ampliación de
los roles del Estado.

La herencia de la industrialización

A perón le preocupaba la capacidad destructiva de la paz sobre la estructura productiva


argentina. La base de su triunfo electoral eran justamente los seis millones de ocupados y
especialmente el millón y medio de trabajadores industriales.

La industrialización argentina fue un proceso acumulativo. Entre 1880 y 1914 se dio “la
armonía de los opuestos”, en el que el ferrocarril se complementaba con la economía
británica; más tarde el estallido de la Primera Guerra dio el primer impulso al proceso de
sustitución de importaciones; en la década del 20’ durante el gobierno de Alvear se recibieron
inversiones extranjeras que ampliaron aceleradamente la gama de producción nacional;
durante los 30’, también floreció la sustitución de importaciones para satisfacer la demanda.

En la Segunda Guerra la dinámica fue distinta a la de la primera: sobraban divisas y faltaban


bienes, sobre todo los que se necesitaban para mantener en movimiento la maquinaria de la
producción. Las economías en guerra se concentraron en sus esfuerzos bélicos y se retiraron
de los mercados. Durante la guerra argentina tuvo superávit en todas sus balanzas. La llegada
de las exportaciones argentinas al área del dólar le permitieron acumular divisas de libre
disponibilidad.

La insuficiencia de bienes para importar en un periodo en el que el sector externo creaba


dinero tuvo una doble consecuencia: hubo que cuidarse de la inflación y no de la recesión, y se
abrió un espacio para una mayor consolidación de la industria y la sustitución de
importaciones.

Carlos Acevedo, sucesor de Pinedo en la cartera de Hacienda, lanzó un plan para frenar el
crecimiento del gasto público y reducir el poder de compra mediante nuevos impuestos. La
inflación era una preocupación. El programa de estabilización incluía un impuesto para
apropiarse del incremento de los precios ganaderos, un aumento en las alícuotas del impuesto
a los réditos y un gravamen a los beneficios extraordinarios. Esto fracasó gracias al frente
opositor liderado por los ganaderos.

Mientras tanto se seguía expandiendo el producto y el empleo industrial. Las manufacturas


abastecían el mercado interno e incluso se proyectaban al mercado exterior: el 20% de las X se
vio explicado por la industria en 1943. Esto fue gracias también a políticas específicas que la
alentaban. Desde el 30’ regía un control de cambios y en el 37’ se acompañó de un sistema de
permisos previos de importación; los redescuentos del Banco Central favorecieron más a la
industria durante la guerra; Castillo creó la Flota Mercante del Estado, etc.

A Perón se le heredaba un país con una industria en crecimiento, y lo que estaba claro era que
por razones económicas y políticas, había que conservar el principal activo que heredaba: la
industrialización.

MUNDO FELIZ (1946-1949)


Antes de que Perón asuma, Farrell nacionalizó y reformó el sistema financiero por decreto y
creó el IAPI como parte de ese sistema. También a pedido de Perón nombró a Miranda
presidente del Banco Central y titular del IAPI. Éste tenía como objetivo convertirse en el
custodio del desarrollo industrial argentino.

La edad dorada (1946-1948) estuvo marcada por la persecución del ideal de pleno empleo, el
aumento de los salarios reales y un profundo cambio distributivo. Esto se montó sobre el
legado de una estructura productiva profundamente modificada por la expansión de la
manufactura.

La Argentina tuvo, como otros países, políticas de industrialización acelerada, nacionalización


de servicios públicos y consolidación de políticas sociales, pero además una impresionante
política de reparto. La impronta del peronismo fue que las clases medias accedieran a todo un
nuevo conjunto de bienes y que los estratos sociales más sumergidos experimentaron la
multiplicación de su poder de compra.

¿Prosperidad sin fin?

Perón quería unificar en un movimiento político y bajo su liderazgo personal a los sectores que
lo habían apoyado en las elecciones de febrero de 1946. Naturalmente los incrementos
salariales y la distribución progresiva del ingreso eran funcionales a ese propósito.

Por otro lado, entreveía un equilibrio político internacional inestable, con posibilidades de un
nuevo estallido bélico. Estaba convencido además de que la reconstrucción de Europa sería
lenta y costosa, signada por la escaza liquidez de las naciones y por un esquema de comercio
internacional básicamente cerrado. Por todo esto era necesario que Argentina se refugiase en
su mercado interno. Para hacer funcionar el mercado interno había que fortalecer la demanda
interna, lo cual se realizó con una suba de los salarios nominales y la consecuente expansión
del consumo y redistribución del ingreso impulsora de la producción.

Con el fin de la guerra fue desapareciendo el racionamiento de bienes importados. Volvía a


haber productos para comprar y medios de transporte para acercarlos al país. El retorno a la
normalidad ayudó al gobierno de Perón a cumplir sus objetivos. Este retorno abrió un espacio
muy cómodo para aplicar políticas monetarias, fiscales y salariales expansivas. Durante los
años previos, Argentina había estado ahorrando en exceso y disponía de un sobrante de
divisas, lo cual era una invitación a gastar, fuera para consumir, para invertir, para repatriar
deuda.

Algo falló inicialmente hacia 1944: los salarios subían por escalera y los precios por ascensor.
Estos precios eran los de los productos primarios que el país exportaba, pero a su vez estos
productos constituían los insumos para elaborar aquellos bienes que componían el núcleo de
la canasta familiar, de modo que los intentos por subir el nivel de compra de los trabajadores
se esterilizaban.

Hacia 1946, las cosas cambiaron favorablemente para los objetivos del gobierno. Las
cotizaciones internacionales de las exportaciones argentinas se mantuvieron en un nivel muy
alto hasta 1949, lo cual determinó que el país se beneficiara de los mejores términos de
intercambio exterior del siglo.

Hubo además una primera y eficaz herramienta: la abundancia de reservas internacionales de


oro y divisas de libre disponibilidad hicieron posible mantener estables los tipos de cambio
hasta la devaluación inglesa del 1949. Esto moderó la inflación y consecuentemente moderó
también la erosión de los salarios reales que la inflación producía.

La segunda y crucial herramienta fue el IAPI. Miranda lo convirtió en un poder autónomo y


multifacético dentro del aparato del Estado. El instituto financió la venta de productos
argentinos a países europeos que aún no tenían la liquidez para comprar; importó arpillera,
cemento, caucho, madera, maquinarias y material de transporte; subsidió precios de artículos
de consumo masivo; participó en la adquisición de los ferrocarriles de propiedad británica y
francesa; otorgó créditos a empresas públicas y a los ministerios para apoyar las inversiones
previstas en el Primer Plan Quinquenal; prestó en forma directa a firmas privadas a tasas de
interés que resultaron fuertemente negativas.

Su función más relevante fue la centralización del comercio exterior. Su intervención permitió
cortar el vínculo hasta entonces automático entre los precios internacionales y los precios
nacionales de los bienes agropecuarios, lo cual provocó el aumento de los salarios reales
durante los primeros años del gobierno de Perón. Era un mecanismo de transferencia de
ingresos del campo a la ciudad, sin llevar a los productores rurales a la quiebra por los altos
precios de los productos agropecuarios en el mercado internacional debido a los campos
devastados en Europa.

A la dinámica del aumento de la producción y la inversión por un aumento de la demanda


efectiva ocasionada a su vez por el aumento en los salarios reales, se le sumaron otras
iniciativas políticas: controles de precios, la institución del aguinaldo, la ley de alquileres, etc.

Entre 1946 y 1948 los salarios reales se incrementaron un 40%, el PBI creció a un 8% anual, el
consumo a un 14% y la inversión llegó al 16% del PBI en 1948. Estos cambios de produjeron a
raíz de una modificación en las cuentas externas, dejando de acumular reservas y
eliminándose según Perón un “indeseable superávit comercial”.

El poder adquisitivo alto y el crédito barato implicó un aumento del consumo en amplios
sectores del comercio. La expresión más visible fue el acceso masivo a los aparatos de radio.

Protección, crédito, industrialización

Hacia 1944 ya había voluntad oficial de proteger a la industria con el “Régimen para la
protección y promoción de la industria de 1944”. Se elevaron aranceles; se reforzaron en
algunos momentos y se relajaron en otros los permisos previos para la obtención de cambios;
se estableció un sistema de preferencias para la importación de materias primas y bienes de
capital; se mantuvo el control de cambios, con tipos de cambio múltiples según actividades
productivas. Durante los primeros años de Perón todo esto se volcó a favorecer el surgimiento
de nuevas empresas industriales y al reequipamiento de las existentes, aprovechando las
reservas internacionales.

Hacia 1946 la política monetaria y crediticia se convirtió en una potente palanca para el sostén
de la industria. Al tiempo que se ponía en funcionamiento el IAPI, se reformaba el régimen del
Banco Central. La nacionalización provocó que la cantidad de dinero ya no estuviera vinculada
a las reservas internacionales ni a los depósitos del público sino a las autorizaciones que el
BCRA otorgaba a las instituciones financieras para que éstas inyectaran dinero en la economía
a través de préstamos. Los bancos privados se convirtieron en meros intermediarios sin
capacidad de decidir a quién beneficiar con los créditos ni qué tasas cobrar.

La consigna oficial del gobierno era crédito abundante y barato. Los préstamos totales casi se
quintuplicaron entre 1945 y 1948. Las tasas de interés no superaban el 5% anual,
significativamente más bajas que la inflación. En todo esto se percibieron las huellas de
Miranda. Los más privilegiados con estos créditos fueron los sectores industriales, ya que los
préstamos a la industria se sextuplicaron mientras que los del sector agropecuario se
duplicaron. Fueron favorecidos los industriales sin distinciones con una elección más o menos
consciente del patrón productivo a alentar: la industrialización por sustitución de
importaciones sin ninguna clase de selectividad. Para un Perón escéptico ante un futuro de
paz, la cifra del progreso económico era el autoabastecimiento.

Las tasas de interés negativas moderaban los costos de inversión y principalmente los del
capital de trabajo, encarecidos por el precio de los salarios. Además, así como los precios
internacionales altos de los bienes de exportación permitían la suba del poder adquisitivo y del
consumo, el proteccionismo posibilitaba el desarrollo el mercado interno. Cada pieza era
necesaria. En este ambiente nacieron cientos de empresas y se consolidaron otras.

La expansión del crédito a través de los redescuentos del BCRA fue una lluvia de pesos para la
mayoría de los argentinos. Naturalmente, la inflación se aceleró, pero no tanto. El incremento
de los precios se mantuvo a la par de los países importante de América Latina, algo así como a
un 15% anual. En 1948 la inflación dejó de ser apenas un matiz y en 1949 los precios crecieron
más que durante la crisis de 1890.

La preferencia por la liquidez antes de la ola inflacionaria y el proceso de monetización se vio


influido por el aumento de los salarios reales y el cambio en la distribución del ingreso. Los
sectores de menores ingresos retienen una proporción mayor de los mismos en forma de
dinero ya que el dinero de inmediata disponibilidad sirve para consumir y para afrontar
distintas circunstancias adversas inesperadas. Por esto es posible que la inflación se haya visto
moderada por la creciente demanda de dinero provocada por el patrón distributivo cada vez
más igualitario.

La transformación del Estado

En el golpe del 4 de junio comenzaba a prefigurarse un Estado empresario con un rol central
de los militares, complemento ineludible de un proceso de industrialización cada día más
proclive a la autarquía. En parte por esta tendencia de un cambio estructural, por comprar
cosechas invendibles en el mercado, el gasto público ya había comenzado a aumentar durante
la guerra.

Perón imprimió velocidad en la transformación. Su prioridad fue poner al Estado nacional al


servicio del modelo de desarrollo económico naciente. La participación del Estado empresario
en el gasto total aumentó de un 36% en 1945 al 47% en 1950, provocado por el traspaso a
manos del Estado de los servicios públicos y de las fuentes de energía.

Apenas tres meses después de la asunción de Perón se acordó el Pacto Eady-Miranda, el


acuerdo formal para que las libras que obtendrían del comercio con Gran Bretaña pudieran
canjearse por dólares estadounidenses a partir de la firma del tratado de este último con el
FMI. En cuando a la nacionalización de los ferrocarriles, se optó por la adquisición definitiva
luego de fracasar las negociaciones para conformar una sociedad nacional de capitales mixtos.
El pago de 150 millones de libras por la nacionalización de los activos se realizaría en más de
un 85% con las libras bloqueadas en el Banco de Inglaterra.

La incapacidad de sostener la convertibilidad por parte de Inglaterra en 1947 llevó a la


Argentina a denunciar el Pacto Eady-Miranda por incumplimiento de parte, lo cual obligó a una
nueva negociación, el Pacto Andes. De acuerdo con el nuevo convenio la argentina terminó
pagando los ferrocarriles con un crédito otorgado por el propio gobierno inglés. Esto era
conveniente porque los saldos corrientes del comercio con Inglaterra no tenían garantía en oro
y las libras bloqueadas sí. En ese contexto, era conveniente pagar con la moneda vulnerable y
quedarse con la moneda garantida.

A la nacionalización de los ferrocarriles le siguieron los teléfonos, las usinas eléctricas, las
empresas de gas, los puertos con sus elevadores, etc. De esas nacionalizaciones surgieron
nuevas empresas estatales que impulsaron la inversión pública. Así nació la Empresa Nacional
de Energía, la de Yacimientos Carboníferos Fiscales, que inició la explotación de las minas de
Río Turbio; la de Gas del Estado, etc. Se expropiaron además las empresas que fueron la base
del grupo alemán DINIE al tiempo que se estatizaba el transporte urbano de la Capital Federal.

Para 1949, “el sistema nervioso de la economía” ya estaba en manos del Estado. El núcleo de
la política social de Perón fue de naturaleza macroeconómica: los salarios altos y el pleno
empleo. No constituía un Estado Benefactor en sentido estricto. Los gastos públicos en
educación y salud se incrementaron, pero recién en 1950 se igualaron a las erogaciones
militares. Las transferencias para tender a los sectores sociales más postergados aumentaron
transitoriamente entre 1949 y 1951 con la demanda colectiva de políticas compensatorias a
consecuencia de la crisis, que provocó la caída de los salarios y los volúmenes de empleo.
El avance del gasto público no tuvo una contrapartida equivalente en el desequilibrio fiscal,
esto fue así porque el gobierno de Perón concentró esfuerzos en cobrar impuestos y aumentar
la presión tributaria. Se triplicó la participación en el PBI de los gravámenes a los réditos, a los
beneficios extraordinarios y a los beneficios eventuales.

ENTRE AYER Y MAÑANA (1949-1952)


A fines de 1948 el Poder Ejecutivo impulsó y aprobó una reforma constitucional que al
modificar el artículo 77, permitió la reelección del presidente. Sin embargo, la reforma de
marzo de 1949 fue más que eso dese una perspectiva económica: el artículo 37 fijó los
derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y a la educación; el artículo 38
incorporó a la “función social” como límite al libre usufructo de la propiedad privada; el
artículo 40 determinó que las fuentes naturales de energía eran propiedad “imprescindible e
inalienable” del Estado y que los servicios públicos “pertenecen originalmente al Estado y no
pueden ser enajenados ni concedidos para su explotación”.

La doctrina fue escrita cuando los bríos económicos comenzaban a vacilar. Para que la
expansión productiva y la justicia social se sostuvieran debían cumplirse dos condiciones: la
perdurabilidad de los beneficiosos términos del intercambio exterior y la inflación bajo control.
Los términos favorables servían para financiar la importación de bienes de capital y de insumos
necesarios para el crecimiento, además de moderar el conflicto entre el campo y la ciudad. La
inflación bajo control evitaba una carrera entre precios y salarios que inevitablemente
terminaría perjudicando a los trabajadores. Desafortunadamente los términos de intercambio
cayeron un 36% desde 1949 y hasta principios de 1952; en cuanto a la inflación, el promedio
simple del período fue del 33%, significativamente más alto que el resto de los países
importantes de América Latina.

A partir de 1949 la economía argentina ingresó en una zona de penumbra. La edad dorada
terminó. El crecimiento de la economía iba a permanecer estancado hasta 1952. Esta nueva
etapa se vería libre de la influencia de Miranda. En su lugar, un equipo más técnico, de
formación universitaria y experiencia en la burocracia pública tomaría la posta. Alfredo Gómez
Morales ocuparía la cartera de Finanzas, la presidencia del BCRA y la conducción del Consejo
Económico Nacional. El nuevo desafío era contener la inflación sin afectar los salarios y el
empleo.

Señales del mundo, señales del cielo

En la percepción de Miranda, una nueva guerra llevaría a otra etapa de desabastecimiento y de


altos precios de los alimentos y las materias primas, por lo cual las divisas actuales quemaban
en las manos y había que desprenderse de ellas. Según él, había invertido las divisas en bienes
de capital, insumos críticos y repatriación de deuda. Incluso se había arriesgado a especular
con el precio de las cosechas reteniendo una parte de ellas.

Lo que Miranda no se esperaba al mismo tiempo que se daba la crisis en Berlín, era la creación
del Plan Marshall. Éste reflejaba la decisión norteamericana de reconstruir, bajo su control,
una Europa próspera, capaz de producir y comerciar. Según lo había narrado el embajador
norteamericano al propio Perón, se trataba de donar o vender a precios muy bajos
equipamiento industrial y alimentos a los países europeos amigos. En el caso de los alimentos,
comprarían saldos exportables a varios países pagando los precios de mercado para luego
proceder a su distribución. Sin embargo, la iniciativa sufrió varias modificaciones en el Senado.
Se resolvió que cada gobierno les compraría los alimentos a sus propios productores y los
donaría a las naciones europeas. Eso fue lo que hizo Estados Unidos, derrumbando los precios
de mercado y haciendo fracasar la especulación de Miranda. Argentina no estaba en
condiciones de obtener menos divisas y consecuentemente detener el proceso de
industrialización y amenazar el pleno empleo, por lo que quedó afuera del Plan Marshall. La
Administración para la Cooperación Económica (ECA) formalmente se negó a incorporar a la
Argentina a su cartera de clientes. No hubo negocio económico, tampoco negocio político.

Mientras en el mundo comenzaba la Guerra de Corea, en Argentina los militares y una parte
del gobierno exigían el uso masivo de las reservas para abastecer al país, con las
particularidades de que las reservas internacionales venían descendiendo año tras año desde
1947 y la conducción de la política ya no estaba en manos de Miranda sino de Gómez Morales.
Este último se opuso a la renovada demanda por invertir las reservas, convencido de que la
recuperación europea era irreversible. Aunque las M aumentaron durante 1951, la rápida
estabilización del frente coreano y la posterior finalización de la guerra le dieron la razón.

Además de la caída de los precios fruto del escenario internacional, hubo una reducción de
volúmenes en la producción y en las exportaciones agropecuarias producto de una fuerte
sequía en la campaña en 1949-1950. Durante 1952 la noticia cotidiana era la imposibilidad de
sembrar, la muerte del ganado por falta de agua y los incendios espontáneos en los campos. La
caída del agro y la carencia de granos fue un factor coyuntural. El factor estructural era la
evolución decepcionante del comercio exterior y en particular de las exportaciones. La
tendencia descendente de las exportaciones era en parte el resultado de la crisis del ’30 y del
consecuente colapso del comercio internacional. El país se estaba enfrentando por primera vez
a lo que más tarde se conocería como el ciclo de stop and go. Ahora, por la amarga fase del
stop.

¿Qué hacer?

Ante la reducción de divisas disponibles, la política de reducción de importaciones llegó al


punto en el que era imposible contraer las importaciones sin alterar la producción industrial,
que obtenía del exterior muchos de sus insumos. Los años de 1949 a 1952 fueron los únicos en
que la producción industrial fue menor que la del año anterior.

Acentuar el proteccionismo era apenas un reflejo defensivo. La verdadera solución era


aumentar las exportaciones, recibir inversiones extranjeras, o una combinación de ambas.
Hacia fines de los ’40, el flujo masivo que había de capitales eran los del Plan Marshall y su
destino era Europa. Perón era todavía reacio a recibir préstamos del exterior ya que repetía
que podíamos desenvolvernos con recursos propios sin recurrir a la “mendicidad”.

La única solución viable era aumentar la oferta de bienes que pudiesen colocarse en el mundo
para mitigar la escasez de divisas, pero la industria no estaba preparada para insertarse en el
circuito del comercio internacional ya que su expansión diversificada le quitaba escala y le
aumentaba costos. Otro obstáculo residía en que una herramienta de política económica le
estaba vedada a la gestión de Gómez Morales: la devaluación. Por lo menos hasta que una
victoria rotunda confirmara y reforzara el liderazgo político de Perón en los comicios de
noviembre de 1951, nada debía reducir los salarios reales.
En este escenario, el gobierno apostó al campo, apelando a los mismos instrumentos que le
habían servido para favorecer a la industria. Las autoridades modificaron la carta orgánica del
BCRA y dejaron afuera del sistema financiero a la institución creada por Miranda, el IAPI. La
misma pasaría a encargarse únicamente de su función primordial: la comercialización de las
cosechas. A partir de 1949 el gobierno se adaptó a los nuevos términos del intercambio
exterior y comenzó a comprar cosechas a los productores a precios más altos que los que
percibía por su venta en los mercados internacionales. Había que garantizar cotizaciones
remunerativas al campo, aunque ello implicara pérdidas para el IAPI.

Un segundo instrumento fue el de la reasignación del crédito por parte del sistema financiero
nacionalizado. Desde fines de 1949 hacia 1951, los préstamos a la industria se multiplicaron
por uno y medio mientras que el crédito al campo estuvo cerca de cuadruplicarse. El campo
recibía un flujo masivo de préstamos a tasas subsidiadas con la esperanza de que, en sintonía
con la política de precios remunerativos, se amortiguara el golpe que el mundo le estaba
dando a las X argentinas. Se quería dejar atrás el estancamiento de la producción
agropecuaria.

Como tercera herramienta, había que ofrecerle al campo los insumos y los bienes de capital
necesarios para incrementar su productividad y por lo tanto su volumen de producción. Junto
con la reasignación del crédito, los permisos previos para la importación también se
reasignaron a favor del sector agropecuario, principalmente para la adquisición de máquinas
agrícolas. Había que tecnificar las explotaciones rurales, orden que atravesaría todo el
gobierno de Perón y su influencia se prolongaría hacia los tiempos de Frondizi.

La inflación había comenzado a finales de 1948, cuando Perón comenzó a comprender que
Miranda no tenía la fórmula para resolver el problema y llamó a Gómez Morales para
sustituirlo como máximo responsable de la política económica. Este no se comportó como un
monetarista, como había hecho Miranda aplicando una reducción del crédito al 1% mensual.
Así como no podía recurrir a la devaluación, tampoco podía utilizar elementos que
deterioraran el nivel de vida popular. Esos límites definieron la estrategia antiinflacionaria
como una estrategia gradualista.

¿Qué hizo entonces el gobierno para contener la inflación? En primer lugar, reducir el
desequilibrio fiscal. A ello contribuyeron los nuevos impuestos sobre los salarios para financiar
la seguridad social, los gravámenes sobre los ingresos de las personas y las corporaciones y las
cargas indirectas sobre el consumo. En cuanto al gasto público, se suspendieron obras en
marcha y se cancelaron definitivamente otras, al tiempo que las FFAA tuvieron que ceder en
sus pretensiones y contentarse con presupuestos sensiblemente más austeros.

La disminución del déficit fiscal pudo desacelerar la expansión del crédito sin afectar
mayormente la actividad privada considerada como un todo. Hubo además una mayor
selectividad y condicionalidad del crédito para desactivarlo como negocio especulativo y para
desalentar inversiones que no fueran rentables. Sin embargo, la inflación no cedió. Podría
decirse que el nivel de créditos totales debería haber caído más. Una respuesta más es que los
precios subían porque los salarios subían, y los salarios subían porque los precios subían. La
Argentina vivía ya en un régimen inflacionario.

A LA BÚSQUEDA DEL DESARROLLO (1952-1955)


La inflación derrotada

El 18 de febrero de 1952, después de haber ganado las elecciones del noviembre anterior,
Perón anunció el “Plan de Emergencia”, un plan que había venido siendo postergado y
discutido en secreto con el equipo de Gómez Morales. El Plan tuvo una dimensión fiscal que
fue la continuidad y la profundización de lo que se venía haciendo. Los gastos de capital del
Estado cayeron un 30% durante el quinquenio de la reestructuración 1950-1954. Esa fue la
clave explicativa de la política de equilibrio presupuestario. En cambio, los gastos corrientes no
pararon de aumentar, sobre todo los subsidios al campo a través del IAPI y a los ferrocarriles
crecientemente deficitarios; el otro, los pagos que lentamente comenzaban a aparecer en el
nuevo sistema previsional. Además, se mantuvo la tendencia a aumentar la presión tributaria.

El 18 de febrero, como ataque a la puja distributiva, se anunció que los salarios, los precios y
las tarifas públicas quedarían congelados por dos años, y anticipaba que la negociación salarial
por venir debía guiarse por la evolución de la productividad. “El justicialismo sólo puede
asegurar una justicia distributiva en relación con el esfuerzo y la producción”. Si la austeridad y
el equilibrio fiscal se habían convertido en un mandato para el Estado, la productividad se
colocaba en el centro del funcionamiento de los mercados. La inflación de 1953 fue del 4%.

Hambre de ahorro, hambre de divisas

La estabilización era la urgencia que enfrentaba Perón a principios de 1952, pero la inflación
no era el único problema. El país estaba estancado hacía más de tres años y la reactivación
también se trataba de una urgencia.

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