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PERÚ: PROBLEMA Y POSIBILIDAD

Este ensayo se inicia cuando Basadre dice que la más alta función de la historia es ver
no sólo lo que hemos sido, sino lo que no hemos sido.
Si nos remontamos a nuestros inicios, el Incario fue solo el terreno, la Conquista la
siembra y las épocas posteriores la cosecha y el comienzo de nuevas siembras. Más
que la añoranza al pasado apremia mirar el porvenir, que tiene que ser labrado con
trabajo duro y permanente. Urge no un nacionalismo retrógrado sino constructor de
conciencia y soluciones, que nos defienda no sólo de la presión extranjera sino de la
absorción material o mental. El avance tecnológico y el soporte cultural y moral del
legado greco-romano y cristiano han sido importantes vehículos para vincularnos y
solidarizarnos, y a este progreso de la civilización debe sumarse el socialismo. El
proceso de formación histórica del Perú se inicia con las culturas preincaicas, de las que
quedan pocos indicios, casi ninguna tradición, sólo algunas representaciones admirables
por su colorido o expresión, como los mantos Paracas. Es sobre este territorio inmenso,
heterogéneo, parcelado, abrupto favorable al regionalismo que se construyó el Incario
centralizador, como una superposición de comunidades agrarias, resultado de una larga
evolución, al lado de un socialismo de Estado.
Cuando la socialización incaica estaba en vías de consumarse y asomaba el peligro de
división entre Cuzco y Quito, llegó Pizarro. La avasalladora maquinaria de guerra, la
resuelta acción de las huestes españolas, la mentalidad semiprimitiva de los indígenas,
la discordia intestina y la prematura prisión del Inca decidieron la conquista del Incario.
Ante los sangrientos episodios de las luchas entre los conquistadores, en medio de la
postrera resistencia incaica, vino la intervención de la metrópoli limitándolos
políticamente, mediante el envío de autoridades. Gonzalo Pizarro y el espíritu
autonomista fueron vencidos; sin embargo, se realizaron transacciones, por tanto, las
encomiendas perduraron, el servicio personal no quedó abolido, y la miserable condición
del indio quedó intacta.
La independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa enarbolaron los
principios de democracia, libertad, igualdad y fraternidad, y se inició el movimiento
emancipador. Por el mayor enraizamiento de la tradición virreinal, por la mayor
abundancia de funcionarios, nobles y comerciantes prósperos dentro del régimen

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vigente, el Perú no sólo resultó el menos movido por la conmoción libertadora sino el
paladín de la resistencia virreinal.
Frustrado el sueño monárquico de San Martín y el dela Federación de los Andes de
Bolívar, la gesta emancipadora es sucedida por una serie de militares y caudillos, que
en nombre de un nacionalismo limitado, le quitaron al proceso: continuidad, energía e
integridad.
La República empezó con una serie de supervivencias indígenas y virreinales, a lo que
se sumaron factores aportados en la Emancipación.
De las supervivencias virreinales: permaneció la división de castas; el clero mantuvo sus
privilegios; los organismos políticos fueron modificados, sin embargo, se mantuvo el
desorden y lentitud burocrática, se acentuó la empleomanía; en lo jurídico, primó lo
constitucionalista y la falta de codificación; en la económico, desmejoró la agricultura, la
minería entró en decadencia y el régimen de las contribuciones permaneció idéntico; en
educación, perduró el analfabetismo, la ausencia de orientación técnica y el descuido de
la preparación de la mujer; la encomienda fue reemplazada por el latifundio y
servidumbre.
De las supervivencias indígenas, continuó el carácter rural de las comarcas del interior;
supervivió el ayllu y con ello la inmovilización del campo; y se mantuvo el sincretismo
religioso.
Respecto a los factores aportados por el movimiento emancipador, el cual fue un proceso
urbano y no rural, criollo y no indígena, tenemos: la creación de Bolivia con sus hondos
vínculos con el sur del Perú; la venida de extranjeros que asumieron el control del
comercio y de las vías de transporte; la predominante influencia de las ideas francesas;
la división de poderes; la tendencia a seguir el rumbo de la civilización europea; y
finalmente, nos dejó ejércitos y caudillos.
Estos caudillos militares generaron revoluciones con tres principales matices: el matiz
nacionalista, invocando la Patria frente a la negociación traidora con el enemigo o la
prepotencia humillante del extranjero; el matiz legalista, en defensa de la Constitución y
de la ley frente al despotismo; o el matiz moralizador, frente al peculado o al derroche.
Otras revoluciones se produjeron por momentos de anarquía, cuando desastres
internacionales habían repercutido duramente en la política interna.
Durante la etapa militar de la República se distinguen tres períodos. En el primer período
(1827-1841), la definición del orden geográfico y político son los motivos que intervienen
decididamente; Santa Cruz y Gamarra son los íconos de la rivalidad. Con la derrota del

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Perú, en su afán de dominar Bolivia, concluye este período. El segundo período (1841-
1862), con la nacionalidad definida, se caracteriza por la preponderancia de Castilla y su
rivalidad con Vivanco, la prosperidad económica por el auge del guano, y la acentuación
de la lucha entre conservadores y liberales. En el tercer período (1862-1868), el
predominio militarista pasó por una etapa de decadencia, coincidente con los primeros
síntomas del malestar financiero, el conflicto con España y la amenaza del monarquismo
imperial europeo en América.
A pesar de sus errores y vicios políticos, dice Basadre, los caudillos militares fueron
honrados, siendo el caso de Castilla el más emblemático, puesto que a pesar de haber
gobernado durante el apogeo del guano, terminó sus días con lo suficiente para vivir.
Estos primeros años de la República se caracterizaron por el militarismo. Debido a la
falta de perspectivas dentro del comercio o la industria como fuentes de riqueza y por el
tipo de educación heredada de España, la mayoría de profesionales se dedicó al
sacerdocio y al Derecho, siendo empujados hacia la política, en busca de puestos
públicos. Estos profesionales, generalmente, tomaron el rol de “validos” o “censores”.
Los validos se dedicaron a redactar, aconsejar, legislar a favor de los caudillos militares;
en cambio, los censores se enfrascaron en denunciarlos, condenarlos, criticarlos y
atacarlos.
En este contexto de predominio militarista, se dieron las pugnas doctrinarias entre
monárquicos y republicanos, y éstos a su vez entre liberales y autoritaristas.
Tanto, liberales como autoritaristas, tuvieron sólidas razones desde sus puntos de vistas,
sin embargo, ninguno triunfó. Les faltó una visión conjunta, nacionalista, de conciencia
cívica para consolidar un Estado fuerte pero identificado con el pueblo que realizara con
energía y poder una obra democrática de contenido social y económico, que habría
ahorrado a las generaciones posteriores desastres y problemas.
Durante estos años que no se transformó fundamentalmente la realidad social, veamos
que aconteció con las clases sociales. El Perú se dividió en dos capas: una nobiliaria y
luego plutocrática, y la otra, la masa; sin clase media.
La nobleza que tuvo su génesis en los conquistadores y sus herederos, en los
funcionarios y aristócratas venidos de España, y en la venta de títulos de nobleza, perdió
su poder político y se vio empobrecida con la guerra de la Emancipación, pero conservó
su poder social. A partir de 1842, con el auge del guano, se produjo una enorme pero
efímera bonanza presupuestal, que dio lugar al encumbramiento de una nueva clase
social de enriquecidos, que se enlazaron con parte de la antigua nobleza.

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La iglesia fue la única institución que sobrevivió plenamente en la República. Pese a sus
abundantes ingresos no extendía la caridad ni instruía a los indígenas, en gran escala,
además, perdió su fuerza misionera. En cuanto a sus privilegios legales, la evolución del
siglo XIX marcó su lenta pero inexorable desaparición.
La educación pública, la intermitente industrialización alrededor de unas cuantas urbes,
el comercio y los servicios de transporte en manos de extranjeros, no permitió el
desarrollo de clase media. Nuestra sociedad careció, por lo general, hasta la época de
Balta, del sentido reverencial del dinero, esa preocupación absorbente por hacer
empresa y ganancia. Después, predominó el sentido del dinero como medio pero no
como fin.
Con respecto a las clases populares, los indígenas mantuvieron su misma condición, no
fueron considerados en la legislación civil. En cuanto a los negros, su aporte fue de
sensualidad y superstición; posteriormente, la inmigración de chinos fue destinada a la
agricultura.
El militarismo se fue desacreditando. Balta gobernaba en medio de un malestar
económico y financiero, el Erario estaba exhausto y endeudado con los consignatarios
nacionales del guano. En este escenario, Nicolás de Piérola, nombrado Ministro de
Hacienda, afrontó la situación con actitud revolucionaria, negoció el guano con el
contratista judío-francés Dreyfus, para cortar las amarras con el capitalismo nacional.
Sin embargo, a la par, los contratos de empréstitos para obras públicas no productivas,
el pago de deudas pendientes o el saldo de déficits llevaron al abuso del crédito y al
derroche del dinero. El Perú no supo aprovechar esta época y desperdició una gran
oportunidad.
Durante la guerra con Chile, Prado se fue al extranjero y el poder fue tomado por Piérola
en 1879. Lima es tomada por los chilenos en 1881, Piérola se retira a la sierra y luego
parte al extranjero. Luego de la estrepitosa derrota con Chile, el Perú empobrecido cayó
nuevamente en manos del militarismo, siguen Morales Bermúdez y Cáceres.
De regreso al Perú en 1884, Piérola fundó el Partido Demócrata. Luego de una guerra
civil con Cáceres, Piérola, aliado con su eterno adversario el Partido Civil, es elegido
Presidente por acción del pueblo. Su gobierno, entre 1895 y 1899, por encima de
intereses de clase o grupo, le dio al Estado estabilidad, dignidad y respetabilidad,
emprendió reformas administrativas y económicas, y echó las bases de la
modernización del país. Sin embargo, el estadista de excepcional eficiencia, y que
contaba con el cariño de las masas, no volvió a ser elegido, bloqueado por los intereses

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de casta, que representaba el Partido Civil. Según Basadre, es uno de los momentos
más lamentables de nuestra República.
Finalizado el siglo XIX, llegó el capital extranjero a impulsar la minería. En el contexto
social, los extranjeros tomaron relevancia. Los contratos del petróleo y de la minería
beneficiaron a las grandes compañías extranjeras más no a las arcas nacionales ni a
los trabajadores, que paradójicamente veían reducidos sus ingresos, a medida que
crecía la producción.
En ese contexto de crecimiento, por todas partes se abrían carreteras y construido
puentes, excepto entre la vida y la fe.
A continuación, Basadre aborda la influencia de Manuel Gonzales fundador del
radicalismo en el Perú, su obra y pensamiento ha favorecido la posterior entronización
de teorías extremistas, como el anarquismo y el sindicalismo, y luego el comunismo en
el proletariado y las nuevas generaciones. Cuando lo compara con Ricardo Palma, nos
dice: Palma encarna la pura preocupación literaria, escribe por placer; Prada, la aptitud
literaria inquieta y postergada por la preocupación social, escribe por sentido del deber.
Y entre Prada y Mariátegui señala una diferencia radical: Prada fue un hombre de
preguntas y problemas; Mariátegui, hombre de respuestas y soluciones.
En 1908, Augusto B. Leguía ganó las elecciones, ni bien asumió el gobierno mostró su
carácter autoritario. Afrontó tremendas crisis internacionales y arregló diversas
cuestiones limítrofes. Al salir, Leguía fue desterrado y José Pardo, jefe del Partido Civil,
es elegido.
Pardo no supo convertir al Perú en un país capitalista, siguió endeudándose en obras no
productivas, y el civilismo se perdió en dilaciones y aplazamientos en la resolución de
los grandes problemas nacionales, que alentó el descontento popular. A su retorno, en
1919, Leguía asume nuevamente el poder.
Leguía, hombre de negocios, carecía del lastre de las ideologías, podía maniobrar
ágilmente por los altibajos de la política, apoyarse en elementos heterogéneos y cambiar
de política.
Era el caudillaje amansado, que empleaba la intimidación, pero, al mismo tiempo y,
acaso en mayor grado, la corrupción. Hizo los cambios que fueron necesarios para
asegurar su reelección. La podredumbre del régimen democrático se acentuó, el
Parlamento y la Junta Electoral Nacional, desprestigiados, obedecían a intereses
particulares.

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El gobierno de Leguía se caracterizó por una penetración capitalista no privada sino de
carácter financiero o presupuestal, que hizo que el país continúe endeudándose. El auge
económico dio lugar a la formación de muchas fortunas, y se fue formando una nueva
oligarquía con tendencia a participar en el dominio social. Varios años de exaltación
material desembocaron en una honda crisis financiera y económica por la política de los
empréstitos onerosos, por la crisis mundial y por el agobiante exceso de monopolios.
Los negociados se tornaron escandalosos, el centralismo se exacerbó y las instituciones
representativas del Estado fracasaron. A pesar de esto, Leguía insistió en reelegirse por
tercera vez, y en esta oportunidad fue sacado por el golpe militar de Sánchez Cerro.
A la luz de este panorama, González Prada esboza el planteamiento de la cuestión social
peruana: oligarquía dominante, rivalidades de caudillos, masa social a la que no mejoran
esas luchas, mayorías de indígenas subyugadas. A esto se suma la crítica de Basadre
sobre la clase dirigencial peruana: ignoraron y desdeñaron al Perú, aun viviendo aquí,
estuvieron ausentes. Añade, el Perú careció por mucho tiempo no sólo de soluciones y
de datos, sino de estudios y aportes sobre sus problemas típicos. La rebelión estudiantil,
que surge durante el leguiísmo, se explica por la situación política y social del país, por
la maduración de las clases medias, anhelosas de mejor cultura y de desplazar no sólo
en el plano político sino aún intelectual a la clase plutocrático-aristocrática.
La lucha por la reforma universitaria derivó hacia la solidaridad de los estudiantes con el
proletariado. El símbolo de este acercamiento fue, sin duda, Haya de la Torre.
A continuación, Basadre muestra su admiración por José Carlos Mariátegui, iniciador de
los estudios socialistas en el Perú. Mariátegui esperaba una transformación como
advenimiento del socialismo en el mundo, por lo que rechazaba todo partido nacionalista
pequeño-burgués. Esta posición marcó su gran distancia con Haya de la Torre y el Apra.
En cuanto al centralismo, al autor explica que el unitarismo centralista cumplió el destino
de crear el Estado peruano. La tradición pre-hispánica como virreinal así como las
condiciones sociológicas y económicas del país impidieron el desmoronamiento de este
unitarismo al surgir la República o al sobrevenir la anarquía militar. Sobre el federalismo,
Basadre está convencido que no es aplicable al Perú, porque requiere de práctica en
derechos y deberes democráticos, de hábito en la vida pública y de gran cantidad de
recursos para sostener un sistema costoso. Con relación al descentralismo, cita a
Mariátegui, no traería ninguna ventaja si estaba acompañado de injusticia social.
Basadre propone revisar la demarcación territorial del país. Es necesario establecer las
condiciones históricas, sociológicas y económicas para modificar la demarcación,

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tomando en cuenta el sentir, el pensar y el querer de las mayorías, así como contar con
datos y estadísticas que soporten cualquier cambio. Urge forjar la autoconciencia de
nación por medio del localismo. El autor concluye que el Estado tiene que organizarse
sobre la Nación.
Nos advierte, que si Lima no otorga, las primeras acciones de subversión se convertirán
en la rebeldía de las provincias.
Con respecto a la mujer en la vida peruana, Basadre dice que debido a la influencia del
catolicismo y del tradicionalismo, la mujer ha sabido albergar una abnegación increíble
ante la desgracia, respaldada por su fe. Sin embargo, suele pecar de lentitud,
ensimismamiento, vanidad, frivolidad, e ignorancia de lo que no le atañe directamente.
Se hace evidente que el atraso espantoso de la instrucción femenina atenta contra sus
aspiraciones.
Al abordar el asunto artístico, menciona a José Sabogal: su arte, de variedad histórica,
geográfica y étnica, es la culminación y depuración de esa venia racial, heredera de la
alfarería y la textilería, que por siglos había sido despreciada.
Finalmente, llegamos a la última parte del ensayo, donde Basadre saca conclusiones. Si
bien la costa del Perú es un arenal, hay valles con tierras fértiles para una variedad de
productos, incluso a cierta profundidad, hay terrenos arcillosos aptos para el cultivo.
Faltan recursos acuíferos, que deben salir del represamiento de las lagunas o
aprovechando las aguas del subsuelo. Esto se puede extender a las cordilleras y punas.
El Perú dispone de riquezas latentes y alcanzables.
Por otro lado, hay razones para dudar del porvenir. Taras, culpas y errores hacen
incrementar los factores de disociación. Carecemos de victorias y de grandes hombres.
El territorio peruano ha sido recortado por obra de la violencia o la transacción. Las
inmensas riquezas del oro y plata del virreinato, el guano y el salitre, el petróleo y el
cobre no han servido de mucho. Nuestra hacienda está empeñada.
El país oscila entre la dictadura y la anarquía. Sigue la entrega al caudillaje, que si bien
antes desplazó a la oligarquía, ahora resulta siendo utilizada por ella para cuidar sus
privilegios.
Divisiones internas envenenan nuestra vida. Las minorías intelectuales han sido
orgullosas y egoístas. Tenemos complejo de inferioridad. La influencia extranjera es otro
factor de disociación en cuanto implique absorción, que es favorecida por la
permeabilidad y blandura preponderantes en el carácter peruano. Una deplorable
capacidad del Estado para abordar los problemas nacionales.

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Basadre dice que a pesar de todo, surge la esperanza al comparar los estratos sociales
que convivían en el Perú al comenzar la República con estratos sociales de su tiempo.
Acaso sólo el hecho de la perdurabilidad del Perú puede abrigar una deducción
optimista. Si bien no ha habido una integración de los estratos sociales, hay una marcha
hacia ella.
Con respecto a las comunidades indígenas, urge el servicio de la justicia social mediante
su conversión hacia cooperativas de producción y de consumo. De las supervivencias
virreinales, ya no prima la nobleza, sino la alta burguesía a base de dinero con o sin
estirpe.
El indio ha alcanzado la ascensión social por el dominio militarista, por la educación o
por la acción política. Se acentúa la heterogeneidad étnica. El clero ha ido perdiendo
privilegios.
Persiste el centralismo, sin embargo, se da el proceso de subversión de las provincias
contra Lima, como señal de una nueva conciencia.
En las costumbres y la vida material aumenta la influencia occidental, la que incrementa
la dependencia del Perú dentro de la economía mundial.
Disminuyen los rencores y prejuicios contra los vecinos. Las inquietudes ideológicas
acentúan el miraje social. Sectores de la minoría, antes orgullosa y egoísta, se acercan
a las masas. Se ve la tendencia ascendente de las clases medias y populares, que se
conglomeran en las izquierdas. Artística y literariamente, cunde el afán por producir
ensayos en busca de nuestra expresión. Estamos dentro de un proceso de aproximación
a nosotros mismos.
Basadre afirma que en medio del egoísmo, de la corrupción, de la maldad, de la
ignorancia, de la inconsciencia, de la ambición, del error, lenta y contradictoriamente el
mundo marcha hacia una mayor justicia social. Ya no basta la democracia, la humanidad
desea vivir su vida plenamente y acabar con todo privilegio social. Se trata de un
fenómeno de evolución histórica integral.
El socialismo es, ante todo, un modo de abordar los problemas, y un espíritu. Por eso,
la única solución, que plantea Basadre, está en el socialismo. Con el socialismo debe
culminar el fatigoso proceso de formación histórica del Perú. Dentro de él, vinculado al
continente y a la humanidad, el Perú debe encontrar su realidad y solución.
Cuarenta y siete años más tarde, Basadre presenta reconsideraciones a este ensayo,
menciona el valor de la selva y la importancia de la vida marina para el país. En cuánto
a las amenazas menciona el deterioro ecológico y el terrorismo. Nos advierte como la

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televisión está transformando la mentalidad, y sobre el peligro de que las nuevas
generaciones dejen de leer. Esta vez, dirige su mirada a América Latina, y presenta
propuestas que buscan remover las injusticias del sistema actual, de ir a la búsqueda de
un orden de una vida de dignidad y bienestar que sea un derecho inalienable. Estas
propuestas deben estar formuladas en un Proyecto Nacional de corto, mediano y largo
plazo, y en el caso del Perú debe tener en cuenta el planteamiento de las necesidades
y aspiraciones de las regiones, en sentido económico, social y no pasivamente
geográfico.
Por último, amplía su visión sobre el socialismo. Propone un socialismo no totalitario,
basado en los ideales de libertad y desarrollo. El socialismo entendido como un
movimiento que va a la construcción de una sociedad donde los intereses de la
comunidad estén por encima de intereses particulares, sin cortar el estímulo a la libre
iniciativa.
Basadre nos hace recordar lo que él llama desde 1941: “la promesa de la vida peruana”,
concepto que tiene alguna relación con lo que Ernst Bloch definió, en 1959, como “el
principio esperanza”, en el libro de ese título en el que explicó que el hombre ha vivido
siempre en la prehistoria y que el verdadero génesis está al final y no al principio.

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