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Módulo 3

Materia 3.1
Lectura

Materia: Corrientes Criminológicas


Profesora: Lyllán Luque
Unidad 1 - Conceptos básicos

1.1. Introducción
Para iniciar este recorrido teórico en primer término debemos definir
nuestro objeto. Según el Diccionario de la Real Academia “definir” es “fijar
con claridad, exactitud y precisión la significación de una palabra o la
naturaleza de una persona o cosa”.

Partiremos del supuesto que en las Ciencias Sociales, área del


conocimiento en el que colocaremos a la Criminología, la claridad y la
exactitud de un concepto, es decir, su definición, representa el primer
problema. Ello debido a que el concepto que se adopte depende en cada
caso del posicionamiento del autor de la definición. Por ello no es posible
hablar de una definición de Criminología.

Según Zaffaroni (1988: 7), las definiciones sobre la criminología podrían


clasificarse en tres tipos:

• Las que niegan el carácter científico de los conocimientos


criminológicos: generalmente estas concepciones, basadas en el
positivismo científico, afirman que no es posible distinguirla de otras
ciencias. Si se observan las definiciones tradicionales de los Manuales o
Tratados de Derecho Penal, se advierte cómo se circunscribe a una
ciencia auxiliar del Derecho Penal. Las posiciones que se podrían
enrolar en esta categoría condicionan el objeto de estudio de la
criminología a las definiciones de esa rama del derecho.
• Las que no incluyen el poder como variable necesaria para el estudio de
la cuestión criminal: dentro de esta caracterización podrían ser
incluidas las teorías positivistas en general (escuela clásica, clínica,
estructural funcionalista). Podríamos agrupar en esta posición a
aquellas teorías que pretenden la explicación de la criminalidad
haciendo hincapié en la conducta criminal, el sujeto que la comete y su
entorno. Comparten con las anteriores visiones la falta de
cuestionamiento por la definición de delito.

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• Las que incluyen el poder como variable necesaria para el estudio de la
cuestión: aquí podrían ser incluidas las denominadas “teorías del
control o del conflicto” (etiquetamiento y crítica). Estos enfoques
toman, entre otras variables, el ejercicio de poder como forma de
relación social, como elemento importante en los análisis de tipo
funcional, ya no de la conducta y del individuo sino de los sistemas de
control social, sean estos formales (sistema penal) o informales
(cultura).

1.2. Definición de criminología


Tal como se desprende de lo esbozado en el punto anterior, no existe una
única definición de Criminología, sino por el contrario, la adopción de un
determinado concepto dependerá de la posición e intereses del sujeto que
la define.

Proponemos una definición brindada por un joven criminólogo argentino


que nos permite abarcar un objeto de estudio complejo a través de un
método que necesariamente debe ser interdisciplinario. De acuerdo a la
opción propuesta, la Criminología es:

“Campo del saber de las ciencias sociales, referido a la problematización de


la cuestión criminal. Es ciencia política porque su centro de referencia es la
actividad de gobernar, de gestionar individuos y poblaciones” (Sozzo: 2006:
353).

“Por problematización entendemos aquí, con Michel Foucault “…no la


representación de un objeto preexistente o la creación a través del discurso
de un objeto que no existe. Es el ensamble de prácticas discursivas y no
discursivas que hacen ingresar algo en el juego de la verdad y la falsedad y
lo colocan como un objeto para la mente…” (Sozzo: 2006, 354).

Este autor, retomando una tradición desarrollada por autores como


Baratta y Castel, afirma que la Criminología es una “ciencia política….que
tiene como centro de referencia la actividad de gobernar, de gestionar
individuos y poblaciones…” (Sozzo: 2006, 354). Siguiendo a Michel

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Foucault, la criminología es parte la de las disciplinas que gobiernan la
conducta en el sentido que “…estructuran el campo de acciones posible de
los otros…” (Sozzo: 2006, 355).

1.3. Origen de la criminología


Los orígenes de la Criminología como conocimiento académico con
pretensión de cientificidad, se remontan tradicionalmente a la publicación
en 1876 del libro “El hombre delincuente” de César Lombroso. Fue Rafael
Garófalo quien en 1885 acuñó el término criminología en su obra del
mismo nombre, recurriendo a la construcción etimológica griega Kriminos
= delito y Logos = estudio.

Sin embargo, esta idea es cuestionada por algunos autores. Así, por
ejemplo, Gabriel Ignacio Anitua (2005), siguiendo la tradición de los
partidarios del paradigma de la reacción social, sostiene que es con la
aparición de Estado moderno que se comienzan a generar, tanto en el
campo de las ideas como en el de la práctica, cambios que crearon y
perfilaron lo que a partir de allí sería conocida como la “cuestión criminal”.
Este autor, en consonancia con Zaffaroni, expresa que los orígenes de las
prácticas y conocimientos de carácter criminológico podrían rastrearse
hasta el siglo XIII europeo. En sus palabras: “Es entonces cuando se
produjeron los cambios más importantes en la forma de la política y en
concreto de la política criminal…Los siguientes conceptos tienen origen en
aquel importante momento histórico: “capitalismo”, “Estado”, la noción de
la monarquía dentro del paradigma de la “soberanía”, la “burocracia” como
gobierno en manos de expertos, y un nuevo diseño del poder en manos del
Estado que con las nociones de “delito” y de “castigo” conformará el
“poder punitivo”. (Anitua: 2005: 15).

Se puede afirmar que la segunda opción, que es la que se propone desde


aquí, tiene la ventaja de permitir la genealogía de las instituciones sociales
sobre la cuestión criminal. Para comprender los problemas que se nos
presentan y cómo se nos presentan, por dónde debemos buscar para
encontrar las respuestas que ideamos, y cómo se han estructurado las
instituciones sociales que se ligan a nuestro objeto de estudio,

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necesariamente debemos romper la primera barrera: debemos romper la
barrera de la convención. La academia ha repetido, y repite, que la
criminología surge con Lombroso, Ferri y Garófalo, con esto ha logrado
impedir ver que las posiciones naturalizadas por estos autores fueron
producto de procesos de definición de lo que debería entenderse por
delito, por castigo y sobre cuál era el rol de Estado en la cuestión criminal.

1.4. Objeto
Como ya se habrá percibido, el objeto de lo que entendemos por
Criminología será variable dependiendo del tipo de definición que
adoptemos. Para las definiciones más tradicionales, el objeto de estudio de
este campo disciplinar estará dado, en su relación con el Derecho Penal,
por la conducta del delincuente. Generalmente en estas concepciones de
tipo etiológico, el estudio del delincuente abarca su psicología y su
entorno.

Otro tipo de posicionamientos provenientes de la criminología crítica,


como el de la autora Lola Aniyar de Castro (1981), propone que el objeto
de la criminología debería ser el control social. Este debe ser entendido
según Aniyar como el...

“Conjunto de sistemas normativos (religión, ética, costumbres, usos,


terapéutica y derecho- entendido en todas sus ramas en la medida
que ejercen ese control reproductor, pero especialmente la penal-;
en sus contenidos tanto “manifiestos” como “no contenidos”), cuyos
portadores a través de procesos selectivos (estereotipia y
criminalización), y mediante estrategias de socialización (primaria,
secundaria o sustitutiva) establecen una red de contenciones que
garantizan la fidelidad (o en su defecto el sometimiento) de las
masas a los sistemas de dominación, lo que por razones inherentes
a los potenciales tipos de conductas discordantes, se hace sobre
destinatarios sociales diferencialmente controlados según su
pertenencia de clase”. (S/D)

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1.5. Aplicaciones
La Criminología como ciencia social que problematiza la cuestión criminal,
lejos de ser un conjunto de pensamientos teórico-abstractos, es una
herramienta útil para el diseño de políticas criminales y penales.

Por este motivo es importante para el diseño de políticas sociales


preventivas de la conflictividad social, para el diseño de políticas penales
en el ámbito normativo y en el ámbito ejecutivo (segmentos policiales y
penitenciarios del sistema penal) y segmento judicial del sistema penal.

Unidad 2 - Paradigmas del


pensamiento criminológico

2.1. Introducción
Los paradigmas del pensamiento son perspectivas y posicionamientos que
nos permiten abordar la realidad, determinando cuáles serán los
problemas a investigar y también sus respuestas. En otros términos, es la
posición epistemológica (que es ideológica) desde la que nos paramos para
abordar la realidad.

Los autores que tratan esta cuestión, distinguen entre dos grandes
paradigmas o posiciones en los que se pueden enmarcar una serie de
teorías que comparten mayoritariamente postulados básicos. El primero es
el paradigma del consenso o positivista, que surgió a fines del siglo XIX y
que también se lo denomina como paradigma etiológico debido a que su
preocupación central es descubrir las causas (etiología) del delito. El
segundo, surgido durante el siglo XX, es el paradigma del conflicto o
crítico, que a diferencia del anterior toma como objeto de estudio los
procesos de control social que constituyen y reproducen el delito.

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2.2. Paradigma del Consenso o
Positivista
El conjunto de teorías que podrían enmarcarse en este paradigma, tienen
en común algunos supuestos sobre los que plantean los problemas y
soluciones en relación a la cuestión criminal.

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Así van a compartir la visión de la sociedad como un organismo estable,
regido por un orden social y normativo consensuado, concibiendo que ante
las acciones desviadas, que tienen el carácter de patologías (ya sean
individuales o sociales), la reacción social es la respuesta. Para el delito,
expresión máxima de la desviación, la respuesta necesaria será la pena,
debido a que entre estos dos elementos existe una relación de
necesariedad. En este marco sus propuestas de política criminal
necesariamente son represivas del delito ya consumado y se pretende
evitar la reincidencia estudiando la conducta del delincuente.

2.2.1. Positivismo Criminológico

Es la primera posición que incluimos en el paradigma consensualista o


positivo. Se denomina “positivismo criminológico” al conjunto de
conocimientos que tienen por objeto el estudio del delincuente y su
conducta. Surgió a fines del siglo XIX y principios del XX. En sus orígenes la
mayor preocupación de esta posición fue tratar de explicar los fenómenos
sociales ocurridos luego de la Revolución Industrial aplicando el método de
las ciencias naturales. Es decir, se pretendió la explicación de lo que
conocemos hoy como la “cuestión social” a través del método positivo que
destacaba la necesidad de describir la causalidad de los fenómenos para
poder determinar leyes generales que permitieran la predicción y
eliminación de los que resultaran como problemáticos dentro del orden
social de la época.

Imbuidos por la idea de evolución y del darwinismo social de Spencer,


centran sus estudios en la necesidad de encontrar las causas de la
conducta delictiva que, a partir del siglo XIX, va a ser considerada como
anormal. De ello deriva la necesidad del estudio del delincuente y de su
conducta, buceando en las causas individuales de la misma. Propio de estas
concepciones es el hecho de considerar que la persona que delinque se
halla determinada a la comisión de la conducta delictiva. Los primeros
autores, como César Lombroso o Rafael Garófalo, encontraban la causa de
la conducta delictiva en anomalías de tipo antropológico y psiquiátrico. En
el caso de Lombroso sus estudios de delincuentes prisionalizados le
llevaron a afirmar que existía un tipo delincuente que se caracterizaba por:

• poseer rasgos morfológicos diferenciados del hombre no delincuente;

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• poseer niveles de desarrollo intelectual deficientes en relación al no
delincuente;
• una disminución de la capacidad de sentir dolor físico
• y ausencia de temor, culpa y sentimientos de compasión hacia las
víctimas.

Estas características le llevaron a afirmar que el delincuente es un ser


atávico y constituye un salto atrás en la evolución de la especie humana.

La necesidad de certeza frente a lo desconocido, que es propio de la vida


en sociedad, hace que hasta la fecha e independientemente de la
corroboración de estos postulados, existan constantes intentos por fundar
“científicamente” la realización de conductas que son percibidas como
socialmente dañinas. En la actualidad, los intentos de encontrar factores
determinantes de la conducta humana, y en relación a la vigencia de estas
posiciones puede verse:

• Jara V., Marcela y Ferrer D. (2005). Genética de la Violencia. Rev.


chil. neuro-psiquiatr. [online]. 2005, vol.43, n.3 [citado 2011- 04-
15], pp. 188-200. Disponible en:
<http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0717-
92272005000300003&lng=es&nrm=iso>. ISSN 0717-9227. doi:
10.4067/S0717-92272005000300003, consultado el 30 de junio
de 2011.

El artículo citado constituye un ejemplo agiornado de lo que ya Enrique


Ferri (1856-1929) sostenía en su “Sociología Criminal”, esto es: que más
allá de los factores biológicos o psicológicos por sí mismo estos no son
suficientes, si no que son “detonados” por factores de tipo social.

2.2.2. Teorías sociológicas

Desde comienzos del siglo XX y entre las dos guerras mundiales, la


Criminología se vio nutrida por una serie de conocimientos provenientes de
la Sociología, esta se presentaba como un instrumento adecuado para
abordar los hechos que ocurrían en la época. Las anteriores explicaciones
provenientes de la vieja Europa no se mostraban lo suficientemente
adecuadas para explicar los fenómenos que se estaban produciendo en el

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nuevo mundo. Los grandes procesos migratorios que se estaban
produciendo en todos los puntos de América y los problemas de control y
gestión de los millones de nuevos habitantes no podían ser explicadas con
las herramientas brindadas por el positivismo criminológico.

Las nuevas visiones sobre la sociedad tomaron entre otros, como punto de
partida, a Emil Durkheim. Como bien sabemos, este autor que escribió
durante el siglo XIX sentó los principios de lo que luego conoceríamos
como funcionalismo.

Durkheim estudió al delito como factor que le permitiera comprender el


funcionamiento de lo que denominó como “conciencia moral” o
“conciencia colectiva”. Definió a este concepto fundamental en su
argumentación “como el conjunto de creencias y sentimientos comunes al
término medio de los miembros de una misma sociedad”. Sus aportes
permitieron cambiar el eje de las discusiones que se sostenían hasta el
momento. Así expresó que:

• El delito es un hecho social y como todos los hechos sociales son


observables empíricamente.
• Las causas biológicas, no son la causa de la desviación.
• La desviación y el delito son normales en toda estructura social.
La normalidad debe ser entendida aquí como habitual.
• Cuando la desviación se produce en forma excesiva –saliéndose
de los parámetros estadísticos habituales- se torna en un
elemento negativo produciendo desorganización y anomia. La
anomia será entendida en su teoría como la pérdida de valor de
las normas y reglas que rigen la conducta de los hombres en la
sociedad.
• Mientras la desviación se halle dentro de los parámetros
estadísticos habituales, es funcional al desarrollo del sistema
social. Su existencia posibilita que se refuerce la conciencia
colectiva, al generar una reacción fundada en una solidaridad
mecánica. También en esas circunstancias debe ser considerada
como un factor que posibilita el cambio social.
• El delito, como antecedente de la pena, no solo es normal sino
que es producto de definiciones normativas que varían en el
tiempo y en el espacio.

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• La pena es manifestación de la reacción de la “conciencia
colectiva” ante un acto que la ofende.
• El delito cumple al igual que la desviación, una función positiva
de cohesión social.

2.2.3. Escuela de Chicago

Se denominan de esta forma a las teorías que “examinan la influencia que


tiene el medio o contexto en el que las personas habitan sobre la
delincuencia” (Larrauri & Cid Moliné, 2001: 79).

Los primeros estudios en esta línea comenzaron a desarrollarse en 1915 de


la mano de Robert Park, quien observa que el rápido crecimiento urbano -
consecuencia de la inmigración y la industrialización repentina-, son
elementos que producen formas de organización social y que facilitan las
conductas desviadas.

Esta hipótesis es utilizada para explicar por qué se producen incrementos


de las tasas de criminalidad. Analizando el proceso de inmigración, advierte
que las personas que llegan a la ciudad provienen de ámbitos rurales
donde las formas de control social sobre el individuo son personales,
basadas en las costumbres y permanentemente reforzadas por los
miembros de la comunidad. El asentamiento de los individuos en el marco
de una gran ciudad, transforma a ese control en impersonal y abstracto
(basado en la ley).

Antony Burgues realiza otro aporte y sostiene que esa “desintegración de


la vida moral” que se verifica en las grandes ciudades, no se origina en
forma homogénea sino por áreas. De su análisis respecto al crecimiento de
las ciudades, observa que el proceso de industrialización genera zonas
diferenciadas dentro de una ciudad: lo que antes eran las áreas centrales
son elegidas por las industrias para instalarse, provocando que las personas
que vivían en esa zona residencial se muden hacia la periferia. Las zonas
centrales se transforman en barrios sucios, ruidosos, en proceso de
abandono.

Es en estos sectores donde se detectan altas tasas de criminalidad y serán


denominadas por estos autores como “Zonas de transición”. Un estudio de

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estos espacios de la ciudad muestra que tienen características
diferenciadas y propias, estas son:

• Alta movilidad social: la zona se transforma en el lugar con las viviendas


más baratas de la ciudad, por lo que la población que las ocupa son
personas con muy bajos ingresos que generalmente llegan a buscar
trabajo en las industrias que se han apropiado de esos espacios. Es
percibida por sus habitantes como un lugar de paso del que, en cuanto
mejoren las condiciones, será abandonado por uno que será propio y
mejor.
• Heterogeneidad cultural: esta teoría surge como elemento para tratar
de comprender y gobernar a amplios conglomerados urbanos que no
están unidos por una cultura común e incluso tienen distintas
pertenencias raciales. La multiculturalidad fue percibida en estos
autores como un obstáculo para la transmisión de los valores de la
sociedad norteamericana y por lo tanto como un potencial foco de
conflictos.
• Exposición de los niños a la delincuencia adulta: los niños de las familias
asentadas en estos espacios suelen pasar mucho tiempo alejados de
sus padres, que se hallan trabajando, por lo que no son controlados
permanentemente. Sin embargo el alejamiento del núcleo familiar
cercano somete a los niños a las influencias de los adultos que no
trabajan y cometen conductas delictivas o desviadas. En zonas de la
ciudad con estas características, las formas de control social actúan con
mayores obstáculos.

La hipótesis principal de esta escuela será que las formas de desviación no


dependen de los sujetos, sino por el contrario, de las formas de
organización social.

Como explica Elena Larrauri Pijoan (2001) la comprobación de la teoría


estuvo en manos de Cliford Shaw y H. McKey (1942) quienes realizaron una
investigación sobre las tasas de delincuencia juvenil en distintas ciudades
de Estados Unidos. En su investigación demostraron que existen tasas de
delincuencia juvenil altas en algunas zonas de la ciudad y que
mayoritariamente se producen en las áreas centrales o zonas de transición.
Los índices más altos de delincuencia se centran en zonas que se
caracterizan por:

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a. Ser áreas centrales (zonas de transición).
b. Están marcadas por altos grados de heterogeneidad cultural
producida por la cantidad de personas migrantes.
c. Los niveles de población son decrecientes, produciendo altos
niveles de movilidad social.
d. Se trata de lugares muy deteriorados físicamente, en consecuencia
poseen la renta más baja de la ciudad y son habitados por personas
que desarrollan tareas laborales como otras que no (los padres
están trabajando todo el día).
e. Existen niveles altos de ausentismo escolar, mortalidad infantil y
delincuencia adulta.

En estas áreas se generan formas de organización social de la comunidad


con:

a. menor capacidad de cohesión social;


b. menor control sobre las actividades desviadas;
c. mayor exposición de los niños a la conducta desviada.

Las formas de organización resultantes obstaculizan la motivación de los


sujetos hacia los valores convencionales, lo que lleva a estos autores a
afirmar que la desviación es producto de la desorganización social.

En los estudios que siguen esta línea realizados en la década del 80 del
siglo XX se han determinado nuevos factores de desorganización social:

• Homogeneidad social: La creación dentro de los espacios de las


ciudades de guetos, lejos de solucionar el problema, homogeniza la
pobreza, asegura la transmisión de los valores desviados y aleja a las
personas allí asentadas de las pautas generales de la cultura.
• Familias monoparentales: la existencia de familias en las que existe solo
un progenitor a cargo del grupo, provoca una disminución del control
sobre las conductas de los niños y jóvenes;
• Densidad poblacional: el aumento de la densidad habitacional en estos
espacios provoca por un lado mayor contacto y posibilidades de
conflicto y por otro, mayores posibilidades de que la conducta delictiva
sea observada.

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2.2.4. Merton y la Teoría de la anomia

Dentro del marco de las teorías funcionalistas, Merton escribió “Anomia y


Estructura Social” en 1938 y “Teoría social y Estructura Social” en 1957.

Merton considera que las conductas delictivas se producen por un exceso


de presión de las estructuras sociales sobre determinadas personas para
que logren los fines que son postulados por las estructuras culturales.

Esta postura le permite concluir que la sociedad norteamericana de la


década del ´50 es anómica. La anomia para este autor se produce cuando:

- Existe un desequilibrio entre los fines propuestos por la estructura


cultural y los medios legítimos para alcanzarlos. Según su apreciación la
presión de la cultura estadounidense para que los individuos logren el éxito
económico (fin de la estructura cultural) hace que éstos intenten
conseguirlo, sin importar si es por medios legítimos socialmente o no.

Afirma que esta presión es realizada sobre todos los ciudadanos, siendo el
“sueño americano” su expresión más acabada. Todos los canales de
transmisión de valores afirman que no importa la condición social, étnica o
racial, todos podemos llegar a cumplir nuestro sueño.

• Si bien la estructura cultural impone sin distinciones los fines culturales


en una sociedad, la estructura social no brinda las mismas
oportunidades para conseguirlos. Es decir la distribución de medios
(económicos, culturales y sociales) es distinta para cada grupo social.
• La tensión que se genera entre los objetivos impuestos y los medios
legítimos produce un desequilibrio entre aspiraciones y oportunidades,
que desemboca en la anomia.

Ante estas situaciones de tensión, Merton describe una tipología posible de


conductas que las personas pueden adoptar frente a las presiones de la
estructura cultural.

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Las explicaciones dadas por Merton han recibido múltiples críticas, no sólo
derivadas de la percepción de una sociedad sobre consensuada, sino
también porque vuelve a la perspectiva que asocia el delito a la pobreza, y
en definitiva porque su conclusión es que una sociedad ordenada es una
sociedad en donde las personas se conformen tendiendo de esta forma a
consolidar el status quo.

2.2.5. Teoría de la Asociación Diferencial

El mayor exponente de esta posición es Edwin Sutherland, quien escribió


en 1924 su obra “Criminología” y en 1949 “El delito de cuello blanco”.

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Su objetivo fue elaborar una crítica a los postulados del positivismo
criminológico de corte biologicista, pero también a las teorías sociológicas
que sostenían que el problema del delito devenía por la socialización
defectuosa de los individuos. Así también se propuso romper la asociación
más o menos explícita del delito y la pobreza.

Basado en las ideas de George Mead, en la teoría de la desorganización


social y la del conflicto cultural, se propondrá estudiar el proceso por el
cual una persona llega a delinquir. Igualmente tratará de dar una
explicación a las diferencias de tasas delictivas.

Para este autor, la conducta delictiva es aprehendida en un proceso de


comunicación entre los sujetos. El aprendizaje de este tipo de conducta es
similar al aprendizaje de otras conductas sociales. Considera que la
conducta se aprende en procesos de interacción y, mediante la
comunicación, entre las personas dentro de grupos personales de carácter
íntimo o estrechos.

Los tipos de relaciones que permiten el aprendizaje en estos grupos deben


ser de carácter intenso, duradero y deben ocupar un lugar prioritario en las
relaciones de la persona. Al mismo tiempo estos grupos, para poder
“enseñar” la conducta delictiva, deben poseer un exceso de definiciones
favorables a infringir la ley y deben tener un relativo aislamiento de otro
tipo de grupos con pautas de conducta distintas. A esto Sutherland lo
denomina asociación diferencial. Es decir, la exposición excesiva a grupos
con estas características y con poca oportunidad de contactar con otros
con definiciones contrarias a la infracción de la ley, posibilita la transmisión
de la conducta delictiva. Con esta caracterización concluye que no
cualquier tipo de contacto permite el proceso: de otra forma, por ejemplo,
los guardias cárceles, policías y operadores del sistema de administración
de justicia “aprenderían” las conductas delictivas de las personas con las
que están en permanente contacto.

En el proceso de aprendizaje que se da en estas condiciones, la persona


aprehende los móviles para la realización de la conducta delictiva, las
justificaciones (racionalizaciones y concepciones) y las técnicas de comisión
de la conducta.

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Tomando las teorías del conflicto social, Sutherland va a afirmar que una
persona comete un delito, no por defectos de socialización, sino porque ha
sido socializado en valores sociales distintos, no necesariamente opuestos.
Esto le permitió explicar tanto las conductas delictivas atrapadas
tradicionalmente por miembros de las clases más bajas de la sociedad (por
ejemplo robos), como así también aquellas conductas que no son
atrapadas y que son cometidas por las clases altas (por ejemplo grandes
estafas y defraudaciones o delitos impositivos).

2.3. Paradigma del conflicto o del


control
Las teorías que podrían enmarcarse en este paradigma tienen en común
algunos supuestos sobre los que plantean los problemas y soluciones en
relación a la cuestión criminal.

Así van a compartir la visión de la sociedad no como un organismo estable


y acabado, sino como producto de un proceso constante en donde el orden
social es eminentemente conflictivo y las acciones desviadas son
concebidas como producto de la reacción social. El delito será
conceptualizado como producto de definiciones sociales no consensuadas
y la pena como una de las posibles respuestas ante este conflicto social.
Sus propuestas de política criminal generalmente consisten en la
separación de las políticas criminales de las políticas penales, que son sólo
una parte de aquellas. Su preocupación prioritaria es el análisis de los
sistemas de control social (institucionalizados o no) que van crear y
detectar el delito y al delincuente.

2.3.1. Teoría del Labelling approach

La recepción de las ideas del interaccionismo simbólico dentro de la


criminología, produjo cambios muy importantes en este ámbito del
pensamiento. Como expresa Elena Larrauri (2001), se produjo un cambio
de paradigma: se pasó de uno etiológico, al estudio del control social. La
conjunción de nuevas y viejas ideas, produjo un viraje respecto al

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pensamiento criminológico, que desde nuestra perspectiva significó la
ampliación y enriquecimiento del mismo.

Esta nueva perspectiva parte de combinar dos ideas principales:

a. por un lado parte de la base que el poder económico y político juega


un papel importante en la definición de qué es el delito y quién es
considerado delincuente.
b. Por otro lado, rescata la “perdidosa” concepción de G. Mead de la
importancia de la interacción y el valor de lo simbólico.

La concepción de esta teoría en relación al control social, que será su


objeto de estudio, puede resumirse en los términos de Herbert Blumer:
“He llegado a pensar que la idea opuesta, esto es, que la desviación es una
respuesta al control social, es igualmente viable y una premisa
potencialmente más rica para el estudio de la desviación en las sociedades
modernas”.

Se parte de la idea de que la conducta delictiva es señalada como tal


solamente a través del proceso de definición de lo que es delito y de la
reacción que dicha conducta despierta en la sociedad.

La nueva óptica deja relegada la criminología del paso al acto, para estudiar
los órganos de control social, sus agentes, el fenómeno del poder y la
influencia que el control social posee en la creación de la delincuencia. A
diferencia de otros enfoques multifactoriales, la teoría del etiquetamiento,
no se preocupa por estudiar el desarrollo de la personalidad del autor
hasta el momento del hecho, por el contrario, solo le interesa la situación
en que el hecho se produce y su definición.

Blumer afirma que la conducta no está guiada por normas sino que,
cuando actuamos, procedemos de la siguiente manera: percibimos la
conducta del otro como algo lleno de significado y en base a lo que
creemos que el otro pretende, planificamos nuestro curso de acción. Para
él la interacción social es un proceso interpretativo y negociado. Como
consecuencia de ello la conducta social no puede ser estudiada
objetivamente, sino desde el punto de vista de la posición del actor.

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Respondiendo a la posición funcionalista, afirma que la conducta de los
individuos no está dada por las necesidades del sistema, sino que responde
a la necesidad de manejar las “situaciones” con las que las personas se
encuentran. Niega la tesis de Parsons que sostiene que la estructura
determina la conducta, y afirma que ésta sólo es un marco de la conducta
subjetiva.

La preocupación central del Labelling Approach es saber qué ocurre cuando


alguien es etiquetado y cómo se produce este proceso. Sus exponentes
procuran el estudio de este complejo proceso abordando lo que, desde
nuestro punto de vista, son distintos momentos del mismo. A los fines de
su estudio podríamos enumerarlos de la siguiente manera:

a. cómo se define una conducta como delito, para lo cual es necesario


el estudio del proceso de creación de la norma (Becker);
b. proceso de aplicación de la norma (la distribución diferencial de la
inmunidad de Chapman), y
c. consecuencias de la aplicación de una etiqueta (Lemert).

2.3.1.1. Génesis del proceso de criminalización (definición de la conducta


delictiva y del delincuente).

Uno de los expositores más importante de esta perspectiva teórica es


Howard Becker, sociólogo norteamericano que desarrolló su obra a partir
de la década de 1960 y fue muy influido por las ideas de Blumer.

Becker (1963) parte de la afirmación de que “...la desviación no es una


cualidad del acto que la persona realiza, sino una consecuencia de la
aplicación de reglas y sanciones que los otros aplican al “ofensor”. El
desviado es aquel a quien se le ha aplicado con éxito la etiqueta; el
comportamiento desviado es aquel que la gente define como desviado”. De
esta forma el delito no es un hecho, sino una construcción social que
requiere de un acto y de una reacción social negativa, es decir, una
atribución de significado (en este caso de tipo negativo o disvalioso)
respecto de ese acto. Las atribuciones de significado a cada acto
dependerán de las distintas condiciones en que el mismo se realice, por lo
que los actos no podrían ser calificados de valiosos o disvaliosos a priori sin

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tomar en cuenta las circunstancias que enmarcan la interacción y el
producto de la misma, es decir, la reacción social que genera.

Llegados a este punto, es decir, que no hay diferencia a priori entre las
conductas delictivas y las no delictivas, o si se nos permite expresarlo así,
que no hay conductas ni buenas ni malas por naturaleza, normales o
anormales, ni desviadas o no desviadas, la pregunta que nos queda es la
siguiente: ¿qué es lo que hace que una conducta deje de ser tolerada
socialmente y pase a convertirse en delictiva?

Becker explica este proceso recurriendo a dos factores:

a. iniciación del proceso como un “acto de empresa”, “...donde una


persona a la que él llama “cruzado” porque cree que su misión es
algo “sagrado”, por su honestidad, fervor y rectitud, consigue la
adhesión de otras, que no tienen intereses tan transparentes como
los suyos, para iniciar una “campaña” que terminará en la
elaboración de una norma o ley” (Marcó del Pont, 1991). Estos
empresarios morales promueven el castigo de determinadas
actividades, constituyendo grupos de presión que consiguen
imponer su particular visión del mundo y sus valores, para castigar
los valores o visiones que se les contrapongan. Este proceso se
desarrolla aprovechando “...una situación de pánico colectivo, como
ser en momentos en que se cometieron varios crímenes sexuales, y
esto es utilizado para realizar una fuerte campaña en la sociedad.
Luego se nombra una “comisión” que hará perdurar el interés por el
asunto o tema, hasta que se logra la formulación de la ley” (Marcó
del Pont, 1991: 85).
b. El otro elemento fundamental para Becker es la publicidad. El
“empresario moral”, es el encargado de “pegar el grito” o dar la voz
de alarma y señalar determinada conducta. Para ejemplificar este
punto, citaremos a Marcó del Pont, que nos dice: “Howard Becker
señala la anécdota contada por el antropólogo Branislaw
Malinowski de lo que sucedió en una isla...donde un joven se suicida
a raíz de que habría mantenido relaciones con una joven pariente,
violando las leyes de la exogamia. Sin embargo, el hecho era
conocido desde bastante tiempo atrás y nadie había protestado
hasta que otro muchacho interesado en la misma joven y

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perteneciente a una aldea diferente se enteró e hizo público el acto
mediante escándalo y ofensas que terminaron provocando
reprobación y altercados entre ambas aldeas y con el suicidio del
joven “desviado” (Marcó del Pont, 1991: 85).

De esta forma, el proceso de criminalización a través de la creación de las


normas penales es intrínsecamente selectivo. En otros términos, la
tipificación de una determinada conducta como delictiva, no dependerá ya
de la representatividad del legislador, ni de la necesaria dañosidad de la
conducta, ni de los valores que el derecho pretenda tutelar, sino por el
contrario, de la cantidad de poder que tenga el sector interesado en que
dicha conducta sea considerada como disvaliosa.

En términos de Becker, la ley la crean los adultos para los jóvenes, los
hombres para las mujeres y los ricos para los pobres. Parados desde este
punto, quizás esta sea la mayor crítica a las concepciones anteriores. Las
ideas de Becker socavan la concepción que entiende que la ley penal es un
reflejo de la “conciencia colectiva” y su legitimidad está dada
discursivamente por la pretensión de protección de los valores más caros a
una sociedad, valores que son consensuados por una determinada
comunidad.

Si el delito es para Becker aquella conducta que ha sido definida como tal y
genera una reacción social negativa, entonces delincuente no es aquella
persona que comete un delito, sino aquel que ha sido atrapado con éxito
por el sistema penal y ha sido señalado como tal.

Denis Chapman, autor de “Sociología y estereotipo del delincuente” (1968),


fue uno de los autores que partiendo de la hipótesis de que la realización
de conductas delictivas no es privativa de un grupo o sector social, sino por
el contrario un fenómeno generalizado, se avoca al estudio de la
selectividad en la aplicación de la ley penal.

Para Chapman hay mecanismos de inmunidad en contra del sistema penal


que, previstos socialmente, son los encargados de “seleccionar” a su
clientela. Con sus estudios cuestiona un principio básico del discurso de
legitimación jurídico, que es la aplicación igualitaria de la ley penal.

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A través de seguimientos de casos logra detectar que existen variables que
“inoculan”, como si se tratara de una vacuna, a determinadas personas
otorgándoles una inmunidad especial frente al sistema. Una de las
variables es la pertenencia de clase del autor de la conducta delictiva y de
la víctima. Por ejemplo, la buena posición económica de una persona
puede permitir que determinadas conductas sean llevadas a cabo en
lugares privados y sin acceso de terceros, lo que imposibilita la visibilidad
de la conducta y por lo tanto reduce las oportunidades de intervención del
sistema penal.

Pensemos por ejemplo en una idéntica conducta, una realizada en un


barrio privado y la otra en un barrio de clase baja.

Generalmente las condiciones habitacionales de este último contexto,


hacen más factible que los vecinos, u otros medios de control social,
intervengan para “pegar el grito”.

La posición social de una persona le brinda, por ejemplo, la posibilidad de


pertenecer a instituciones que tienen entre sus prácticas resolver los
conflictos de sus miembros adentro de la institución. Por ejemplo, las
conductas realizadas dentro de las universidades, de la iglesia o de
organizaciones comerciales o profesionales, son generalmente resueltas
sin necesidad de intervención del sistema penal.

Así como describe factores que pueden brindar inmunidad, hay otras
variables que disminuyen o la quitan. También el accionar de los
operadores de los sistemas penales, generalmente guiado por la aplicación
de estereotipos criminales, orienta el funcionamiento del mismo y atrapa a
algunas personas y conductas y no a otras. Considera igualmente
importante el rol que cumple la víctima al hacer conocer o no lo
acontecido, como así también la posición social que la misma ocupe.

Hay que aclarar que si bien estos factores son influyentes para lograr que
una persona sea o no atrapada por el sistema penal, la distribución de la
inmunidad no es homogénea ni lineal, y como afirma Chapman, sólo se
trata de factores que pueden influir para ello.

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La ruptura del umbral de inmunidad generalmente culmina con la privación
de libertad de la persona en una cárcel. A través del análisis de las
consecuencias de la prisionalización, Chapman afirma que los sujetos que
atraviesan todo este cúmulo de señalamientos sociales, pueden ser
arrastrados a procesos de degradación de su identidad social. Si este
proceso es exitoso, los roles sociales ejercidos por esa persona son
“absorbidos” por su nueva posición y rol esperado, el de delincuente.

Las consecuencias de la aplicación exitosa de la etiqueta de delincuente es


estudiada por autores como Edwin Lemert y Ervin Goffman.

El primero, al retomar las ideas de G. Mead y de Becker en relación a la


importancia del etiquetamiento en la formación del estatus social de
desviado, hace suyas los postulados del “Teorema de Thomas” que podría
resumirse como: definir una situación como real, la hace real en sus
consecuencias. Para Lemert, una teoría de la desviación desde la
perspectiva de la reacción social implica centralmente distinguir entre:

• desviación primaria: la comisión de una conducta delictiva puede estar


causada por múltiples factores, y este tipo de desviación se caracteriza
porque no implica para el individuo modificaciones en su personalidad
al no producir ninguna reorganización simbólica de las actitudes del “sí
mismo” y de los roles sociales.

• desviación secundaria: proceso que comienza con la repetición de


conductas desviadas a las que se va sumando gradualmente una
reacción social más severa y permanente que incluye al sistema penal.

El proceso tiene como consecuencia aquí la modificación de la


personalidad del individuo mediante sucesivas estigmatizaciones que
provocan el fortalecimiento de la condición de desviado del individuo como
reacciones a la aplicación de esos estigmas, y culmina con la aceptación del
nuevo estatus social: delincuente.

Lemert explica este proceso como un curso probable de la aplicación de la


etiqueta, no automático. La aceptación final de la nueva identidad de
delincuente facilita la comisión de nuevos actos delictivos, iniciando así la
carrera criminal del sujeto. Este autor explica que el señalamiento social y
la asunción por parte del individuo de esta nueva “identidad social virtual”

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(cómo se espera que se comporte), reduce sus alternativas de conducta
acercándolo a nuevos grupos de referencia (delincuentes). Así, la
continuidad de la conducta delictiva en una persona es provocada por el
control social.

2.3.2. Teoría crítica

Esta teoría junto con el labelling approach, conforman dentro del


pensamiento criminológico el denominado paradigma del control o de la
reacción social o crítico.

Generalmente se reconocen dos versiones de esta posición: la primera


producto de la recepción del marxismo y la segunda fruto de las revisiones
de los propios autores críticos sobre los anteriores postulados.

Si bien los antecedentes del marxismo aplicados al análisis de la cuestión


criminal pueden rastrearse hasta principios del siglo XX, se considera a la
publicación del libro “La nueva criminología” (Taylor- Walton- Young,
1973), como el inicio de esta teoría.

“La nueva criminología” marca el tránsito de la recepción de las teorías


norteamericanas a la elaboración de una criminología de corte marxista. La
radicalización de la perspectiva del etiquetamiento que se había iniciado
con la nueva teoría de la desviación, fue continuada por los nuevos
criminólogos en una dirección “marxista” en detrimento de otras
posiciones de corte anarquista o liberal, existentes dentro de los círculos
intelectuales que trataban de construir alternativas a los marcos
conceptuales vigentes en la década de 1970. La elaboración de la nueva
Criminología viene precedida por algunos artículos científicos publicados
en Norteamérica, y que tuvieron gran impacto en los criminólogos al dirigir
una crítica al labelling approach desde una perspectiva materialista.

Las críticas podrían dividirse en dos corrientes que tienen como blanco a la
posición anterior.

La primera, representada por A. Gouldner (1968), dirige su crítica


directamente contra H. Becker. Gouldner y cuestiona su posición de
identificación con los sujetos desviados, sobretodo la falta de definición
explícita respecto con cuáles tipos de desviados se produce la

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identificación; su falta de análisis del poder y las estructuras sociales como
una de las variables a considerar, y la percepción del desviado como
víctima del control social.

La segunda línea de críticas señaló que, al hablar de desviación, los teóricos


del etiquetamiento se centran en las desviaciones convencionales
(delincuencia común o callejera) y refuerzan con ello los estereotipos de
desviados con los que cargan estos grupos tradicionales. El labelling se
olvida del análisis del delito de cuello blanco que no ha sido etiquetado y
desconoce que el acto desviado tiene carácter político.

Los nuevos criminólogos expresan que la teoría del etiquetamiento


descuida el estudio de la desviación primaria, es decir, por qué un individuo
delinque. Esto importa un desconocimiento acerca de la importancia que
tienen los factores estructurales propios de la sociedad capitalista para
propiciar el surgimiento de la delincuencia. Pareciera que la delincuencia
viene ocasionada por culpa del control mal ejercido, que al etiquetar
produce desviación. Adicionalmente, el énfasis puesto en el estudio de los
procesos de etiquetamiento tiende a presentar al desviado como una
entidad pasiva que es conducido hacia la delincuencia, olvidando que el
desviado elige este comportamiento como forma de lucha política, no
como producto de una reacción ante los otros. La reacción que la persona
tenga respecto a la etiqueta está vinculada con los motivos por los cuales
realizó su acto inicial. Si eligió actuar de este modo como forma de lucha
política, entonces la etiqueta ni le conducirá a la desviación ni será vivida
como estigma.

En definitiva, la perspectiva del etiquetamiento cae en una especie de


determinismo, en el cual la causa principal del comportamiento desviado
es haber sido etiquetado. Los críticos a esta teoría señalan que se
desconoce la dimensión que el poder juega en la aplicación de las
etiquetas, la falta de cuestionamiento acerca de por qué se etiquetan
determinadas actividades, cuáles son los intereses que existen tras la
etiqueta, quién las aplica y a quiénes se aplican. Además, tiende a concebir
a la sociedad como un conjunto de grupos con más o menos poder,
olvidando que la sociedad está estructurada en clases sociales de acuerdo a
relaciones materiales. De igual forma se desconoce que estos procesos se
dan dentro de marcos históricos y sociales determinados.

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La nueva Criminología irrumpió en el escenario formulando fuertes críticas
a las teorías que le precedieron, pero también a través de una propuesta
programática en relación a cuáles deberían ser los estudios que desde esta
disciplina se deberían realizar, como también los requisitos formales y
materiales que debía cumplir una teoría plenamente social de la
desviación.

Para estos autores, el objeto de estudio de la nueva Criminología debía


comprender:

1. los orígenes mediatos del acto desviado, esto es los factores


estructurales y sociales que propician la desviación;
2. los orígenes inmediatos del acto desviado, que explique cómo los
sujetos eligen conscientemente la desviación como respuesta a los
problemas planteados por el sistema social;
3. el acto en sí mismo, es decir, explicar la relación entre las creencias
que el sujeto tiene y el acto que realiza o dicho en otros términos,
investigar la racionalidad del acto como acto fruto de la elección o
de la limitación;
4. los orígenes inmediatos de la reacción social, en función de qué se
genera, para lo cual habrá que investigar los imperativos políticos y
económicos y el clima moral que en determinados momentos
históricos y contextos sociales hacen que ciertos delitos e
individuos sean atrapados o no;
5. los orígenes mediatos de la reacción social, tratando de investigar la
relación existente entre las necesidades del Estado y la
criminalización de determinadas conductas;
6. influencia de la reacción social sobre la conducta ulterior del
desviado, enfatizando más que el sujeto desviado elige esta opción
de forma consciente -aún cuando lo haga de forma inarticulada-
como una forma de lucha, protesta o simple oposición al sistema
dominante y no como producto del control o etiqueta ejercido
sobre él;
7. la naturaleza del proceso de desviación en su conjunto que conecte
al individuo y a la sociedad en una relación dialéctica en el que
ambos se influyen y modifican mutuamente.

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El libro “La nueva Criminología” fue considerado como el planteamiento
que había conseguido unir las ideas marxistas con los planteamientos
radicales de la nueva teoría de la desviación.

Esta criminología podría caracterizarse por:

• la aplicación del método materialista histórico al estudio de la


desviación en general y a la conducta delictiva en particular. Esto
significa que la desviación es analizada en un determinado contexto
histórico, contexto que viene definido por el modo de producción. El
método debe ser aplicado tanto al estudio de los procesos de
criminalización primaria como secundaria;
• el estudio de la función que cumple el Estado, las leyes e instituciones
legales en el mantenimiento de un sistema de producción capitalista.
Para ello se analizan los procesos de creación del derecho penal (cómo
se generan, a qué intereses sirve) y el funcionamiento del sistema penal
como elementos que reproducen y producen el sistema. En esta visión
el derecho en general y el derecho penal en particular, son parte del
aparato ideológico del Estado y cumplen una función instrumental
respecto de los intereses de una clase en especial en detrimento de la
otra;
• consecuencia de ello, es que el estudio de la desviación es tomado en el
contexto más amplio de la lucha de clases sociales con intereses
enfrentados. Se analiza la desviación como un acto de oposición
política a los intereses de los poderosos, representados y defendidos
por el derecho penal. Esta criminología afirma que el delito es un acto
político en cuanto refleja las contradicciones inherentes al sistema y se
opone a los valores dominantes. Asevera que el delincuente es un actor
que realiza actos delictivos como forma de lucha, consciente o
inconsciente contra el sistema. Se pretende vincular al hombre con la
sociedad y no solo analizar la peculiar psicología de este. Si la
delincuencia es un acto racional, dentro del contexto de una sociedad
injusta y desigual, es lógico que se robe;
• la vinculación entre teoría y praxis. Se concibe que el conocimiento no
debe servir solo para contemplar la realidad, sino para transformarla,
por lo que el criminólogo llevando a la práctica sus conocimientos
teóricos debe desenmascarar al sistema y luchar por el cambio social.
Cambio que debe propulsar una nueva sociedad donde no existan las

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condiciones que hacen posible el delito y desaparezca la necesidad de
criminalizar actividades diversas.

Estos postulados teóricos, fueron objeto a múltiples cuestionamientos.


Pero fueron los propios autores críticos los que realizaron la revisión de sus
ideas a partir de la década del 1980, dando origen así a la Criminología
Crítica contemporánea.

Uno de los conceptos reelaborados por los críticos fue la idea que toda la
delincuencia podía ser entendida en referencia a la economía capitalista y
que el delito y la delincuencia desaparecerían con el cambio del sistema
económico. El cuestionamiento de este “determinismo económico”, los
lleva a cuestionar también la función instrumental que se había otorgado al
derecho como expresión de los intereses de la clase burguesa.

Esta versión de la Criminología Crítica, no niega que algunos intereses


sociales van a ser protegidos a través del derecho, pero va a reconocer que
también se tutelan valores ampliamente consensuados socialmente y en
algunos casos algunas normas representan conquistas de las clases más
pobres (Larrauri Pijoan y otro, 2001).

El segundo postulado reelaborado fue la concepción, que tenía la primera


versión de la criminología crítica del delincuente, como rebelde político.
“La delincuencia no puede interpretarse como un acto de oposición política
al sistema y además esa imagen del delincuente deviene insostenible tan
pronto empieza a estudiarse y reconocerse que el delito afecta a las capas
más pobres de la sociedad” (Larrauri Pijoan y otro, 2001).

Larrauri, en su análisis de esta corriente, afirma que la Criminología Crítica


“post revisión”, se podría caracterizar de la siguiente manera: su objeto
está dado por el estudio de los procesos de criminalización de las
conductas, haciendo especial hincapié en la necesidad de estudiar el delito
dentro de un contexto histórico, social, cultural y económico determinado.
Dentro de éste análisis se considera al derecho penal como un instrumento
no neutral de regulación social, que responde a determinadas
cosmovisiones y que como una de las herramientas de control social,
puede tener funcionalidades y utilidades distintas de las que ha tenido
tradicionalmente, por lo que hará propuestas de descriminalización de

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determinadas conductas, y criminalización de otras conductas socialmente
más dañosas. Por ello, se acepta la necesidad de definición legal de
conductas delictivas, la realización de planes de prevención del delito y el
análisis de la inseguridad social.

Objeto predilecto de este tipo de criminología es el estudio del


funcionamiento del sistema penal, como un elemento ineludible en la
cuestión criminal, ya que su funcionamiento es el que definirá, a través del
accionar de sus operadores, cuáles son las conductas señaladas como
delitos y quiénes serán los delincuentes. Esta posición es crítica respecto al
funcionamiento del sistema, afirmando que adolece de una selectividad
estructural que provoca un sesgo inevitable hacia las formas del delito
común, que no es la forma más grave de delincuencia, pero sí la que causa
mayor alarma social. Los criminólogos críticos propulsan por ello el estudio
de delitos no convencionales como los de cuello blanco, ecológicos, etc.

Los análisis que desde esta posición se harán en relación al


comportamiento delictivo, se remiten a explicaciones que recurren a
factores estructurales como la pobreza, pero también a las diferencias
culturales o a otros factores de desigualdad como el género o la minoría
étnica.

Para poder afrontar estos objetos diversos y complejos se prefieren los


métodos cualitativos, sin descartar los cuantitativos, a diferencia de
posiciones anteriores. Los datos estadísticos sobre el delito, son
concebidos como muestra del funcionamiento del sistema penal, y no
como una muestra de la cuestión criminal en determinada sociedad. Para
los críticos los estudios de análisis de la cifra negra, son relevantes para
develar la realidad de las conductas que el sistema penal no atrapa.

Por último y como herencia del labelling, la Criminología Crítica se


caracteriza por el cuestionamiento de la objetividad por concebir que es
necesario el estudio de la conducta delictiva desde la perspectiva del autor.

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Referencias bibliográficas de la
Lectura
Bibliografía ampliatoria Lectura 1

. Baratta, A. (S/D). Criminología crítica y crítica del Derecho Penal, 4°


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www.uesiglo21.edu.ar

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