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No llames a casa 18/11/16 15'28

No llames a casa
Carlos Zanón
RBA. Barcelona, 2011. 288 pp., 18 e. Ebook: 13'78 e.

RICARDO SENABRE | Publicado el 06/04/2012

El inframundo barcelonés, lleno de personajes fracasados que han perdido su anclaje familiar, y una
continua exploración en el espíritu de los personajes están en esta novela de Carlos Zanón que vale la
pena leer.
He aquí una novela negra de Carlos Zanón (Barcelona, 1966) de la que conviene ocuparse, porque ofrece
no pocos aspectos marcadamente originales. Casi lo de menos es señalar que la primera edición de la obra
se ha agotado en un mes, porque un éxito de esta naturaleza no es forzosamente señal de calidad literaria.
No llames a casa es, sin embargo, una muestra sobresaliente del género, que se aparta de clichés
previsibles sin desfigurar por ello los caracteres ineludibles de la historia. El lector espera siempre
que, con todas las variantes posibles, la novela negra relate un delito -o varios- y las subsiguientes
pesquisas para aclararlo, con frecuencia a cargo de investigadores privados, de acuerdo con los patrones
fijados por los modelos clásicos. A Zanón, en cambio, no le ha interesado el proceso de las indagaciones
encaminadas al esclarecimiento de un crimen, y ha planteado su narración siguiendo el camino inverso: lo
que importa reconstruir son las circunstancias, los caracteres, los ambientes y las formas de vida que han
empujado a un individuo al crimen. Aquí no hay policías, ni detectives privados, ni investigación
propiamente dicha -ni siquiera castigo del malhechor-, porque los hechos delictivos se producen cuando la
historia narrada concluye. Hasta llegar a este punto lo que predomina es el relato de tres modestos
delincuentes -dos hombres y una mujer- que viven de chantajear, no siempre con éxito, a parejas furtivas
con esporádicas relaciones extramatrimoniales, bajo la amenaza de revelar los hechos a los respectivos
cónyuges. Los tres viven en ambientes sórdidos; han dormido en vestíbulos de bancos con cajeros
automáticos, en pisos abandonados, y han tenido que acudir a menudo a los comedores sociales. Bruno y
Raquel, junto al hermanastro de ésta, Cristian, arrastran, a pesar de sus ocasionales ingresos de dinero,
una vida mísera, envueltos en alcohol, drogas, bares mugrientos y, algunas veces, partidas de cartas con
sujetos desocupados y pendencieros.

El inframundo barcelonés, lleno de personajes fracasados que han perdido su anclaje familiar -Dolors,
Raquel, la anciana María-, está muy eficazmente delineado, pero sería insuficiente si no fuera acompañado
por una continua exploración en el espíritu de los personajes, con detalles pertinentes acerca de sus

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pensamientos, sus frustraciones o sus proyectos, en un encadenamiento de notable variedad, donde


el relato en tercera persona alterna a veces con los monólogos en segunda, que podrían ser tanto la voz del
narrador omnisciente como la conciencia admonitoria del propio personaje. Acaso haya en este aspecto un
exceso de informaciones, de igual modo que los diálogos, siempre escuetos, se abandonan en alguna
ocasión a terrenos retóricos no muy adecuados (véase el discurso -por otra parte excelente- que la
prostituta Leila dirige a Max en pág. 233). También la historia paralela de Max y Merche -otro mundo,
otro barrio, otro nivel social- y su convergencia con Bruno y los suyos está narrada con medida
progresión. Los hechos se enlazan con naturalidad y nada parece inverosímil, sino lógico, hasta llegar al
sorprendente desenlace, donde el ritmo narrativo recuerda, como en otras escenas, el estilo de González
Ledesma en sus historias del comisario Méndez.

Vale la pena leer esta novela, no libre, sin embargo, de algunos defectos de escritura: usos inaceptables
(“poner los brazos frente suyo”, p. 75; “introducirla físicamente dentro suyo”, p. 90); prefijos parasitarios
(“hace que Max se autoconvenza”, p. 139); estiramientos léxicos innecesarios (“Mireia se culpabiliza”, p.
204); errores de concordancia (“los márgenes del río”, p. 55). Tampoco están ausentes los catalanismos
fraseológicos: “gentes [...] a las que se echa a faltar”, p. 102; “aguantar” por 'sujetar' (p. 44); “hacerse un
café” (p. 104), por ‘tomarse', o “hacerte una copa” (p. 102) con el mismo valor.

PALABRA DE AUTOR
-Para ser un autor de negra, le interesa más mostrar personajes que resolver un crimen.
-Totalmente. La novela se construyó a través de los personajes, de la violencia que generan y sufren. El
crimen es lo de menos. El principio siempre es la mitad del final.

-¿Cuánto recordado e imaginado hay en su sórdida Barcelona?


-Es difícil de decir. El recuerdo miente del mismo modo que la imaginación te traiciona haciéndose
verosímil. Creo que hay mucho de visto, oído y vivido por mí bajo el tamiz subjetivo de quien mira

-Ejerció usted de abogado... ¿qué eximente podría alegar el noir español actual?
-La eximente de drogodepencia, obviamente...

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