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La historia pertenece al camino.

italo fuentes bardelli1

La historia pertenece al camino, como la geografía. No gusta de clausuras, pues


desde afuera viene y a la apertura pertenece. Se deja invitar como huésped y se allega a
nuestro escuchar y preguntar: nuestro mundo de palabras en el cobijo de nuestra aula,
aún un refugio posible.
Nos trae un lenguaje de lejanías y cercanías. Es la invitada que, agradeciendo la
hospitalidad, nos hará salir al abierto y allí nos pondrá: en la visión de nuestra propia
clausura, desde la confluencia de la plaza común y ante el amplio horizonte.
La historia pertenece al camino como muchas otras cosas y seres libres. Allí la
encontramos, expuesta o en el cobijo de lo común, pero siempre en la transitoriedad del
gerundio.
A veces nos aguarda, como musa, en el borde de camino y nos sigue como sombra
y, como sombra que es, nos puede orientar.
Como musa gusta de los sonidos y ritmos y, con ellos, fluye en la danza del tiempo,
cantando a la vida y a la muerte.
Aquello que hoy llamamos escolaridad pragmática ha ido constituyendo, en
cambio, un lugar de clausura, sin música, no sólo en lo que refiere a la posibilidad de un
cobijo o funcional guardería social, sino también a una suerte de estantería de
monologados conocimientos tal como se nos aparece en las programaciones de horarios y
los archivos de planificaciones.
Clausura de asignaturas entre sí mismas, pese al esfuerzo de notables docentes
cuyo testimonio de amplitud celebramos. Se atreven a hablar desde el desborde y sus
palabras ofrecen enigmas del suceder. Saben de montañas y abismos. Se atreven a tantear
en la pieza obscura en busca de indicios2y marcas de lo ausente3 que reclama presencia.
Muchas veces, como robles de extendido ramaje, nos acogieron y nos acogen bajo
su sombra.
Docentes con espesor y corteza, con raíces y elevados vástagos.
No son los docentes, aquí, puestos en cuestión, sino aquellos ajenos y abstractos
gestores del utilitarismo y pragmatismo tecno-pedagógico, siempre ausentes de la
cotidiana aula. Mundo sin sombra, sin rugosidades, planos como sus folios de registros,
sus pantallas y sus encuestas de satisfacción del cliente.
No son hijos de la musa, está claro.
A la musa Clío le gusta dialogar, le gusta saltar panderetas y cercos, también
cabalgar sobre amplias llanuras y navegar en mar abierto. Por cierto, soñar con puertos
tamizados de tabernas bulliciosas en donde se entrecruzan conversaciones múltiples. De

1
Profesor de Historia UMCE. Miembro de Calenda Maia.
2
Ginzburg, Carlo.
3
Michel de Certeau.
vez en cuando gusta de asistir a las ferias y mercados como, también, husmear y abrir
libros en remotas bibliotecas.
Aunque disfrute de solitarias islas o de gratos cobijos, no le place la vida rezagada
ni menos acuartelada. Aunque no desdeña alguna habitación si se la invita ¿Elige la alcoba
central o el cuarto subterráneo, el ático o la pieza exterior? De eso nos ocuparemos al
final.
Efectivamente, la historia no se reduce a una asignatura aislada, un coto gremial o
un particular modo de conocer. Constituye, en cambio, un ámbito de interpretación y
comprensión de las heterogéneas experiencias y acontecimientos humanos. Otorga una
dimensión, una profundidad de campo, con múltiples posibilidades de configuración y
conformación de sentidos posibles en la existencia humana y múltiples posibilidades de
desciframiento, representación y simbolización de un devenir particular o común.
Es el lugar de un pensar en común, precisamente, lo que nos es común y lo que nos
es distinto y extraordinario.
Es un lugar de confluencia y diferencia.
Musa imaginativa, pues debe cubrir intersticios, ausencias y vacíos en la
fragmentaria playa del pasado y olvido humanos. A veces, playa del naufragio, en otras,
orilla del rompeolas. También, borde del horizonte desde donde intuimos lo posible.
Musa acogedora: otorga a la comprensión de los actos humanos residencias
posibles, relatos posibles, poéticas posibles.
Musa irruptora: nos quiebra la cómoda marcha de la recta acera, nos extravía y nos
conmueve. Nos desvía hacia el camino ondulante para, desde ahí, abrir nuevos senderos.
Un sentido abierto de la existencia es un sentido poético: libre en su disposición
hacia el cobijo de una recepción, abierto hacia un encuentro y, también, hacia el riesgo de
la vida en su desnudez e intemperie.
Es desde esta gratuidad y apertura - desde lo cotidiano - que convocamos a una
cercanía, distancia o lejanía como modo de fundar no sólo una ex-istencia sino una con-
sistencia. Nos es posible, así, extender un tejido temporal junto con otros, ausentes o
presentes.
Esta parece ser una posible respuesta a la existencia utilitaria y pragmática,
estandarizada y cuantitativa, fragmentada e inmediatista y, también, narcisista y
especular, dominante en los actuales tiempos. Mirar lo mismo, desde sí mismo, del mismo
modo: maneras de cerrar la alambrada.
Entonces, decir algo a este mundo desde una lejanía originaria, desde la irrupción
de un acontecimiento, desde el tejido de un proceso, desde la resonancia de una alteridad
o desde el suelo de una proximidad generacional que consuena con otras temporalidades,
también comporta o significa plantear una apertura al horizonte humano: lo posible-
imposible: el sueño y la utopía.
La historia nos amplía la conciencia, nos lleva a los confines y nos vuelve a nuestro
suelo, nuestro lugar, para continuar o dar inicio a un nuevo cantar.
Desde la clausura escolar, la historia puede rimar con el deseo de viaje, como
cuando en nuestras eternas tardes de infancia y juventud (de las cuales, antes, éramos
más soberanos, aunque si debíamos, esporádicamente, trabajar) traspasábamos
manzanas urbanas y colinajes fronterizos y límites sociales. Deseos de cercanías o de
lejanías abundaban en nuestra experiencia de calles y caminos. Una minoría escolar de
tardes libres podía encontrarse con esa mayoría infantil y juvenil en su despojo o
precariedad laboral o desde su borde marginal. Sabíamos donde estábamos o, también,
no podíamos ignorar la situación real del trozo de país en donde vivíamos. Rostro a rostro,
sin pantallas.
La historia, pequeña o mediana, estaba allí: cara a cara. La intuíamos y tratábamos
de vincularla con aquella de las mañanas escolares. La historia tenía el rostro de la vida y
de la muerte.
La historia, entonces, no es sólo el “contexto” o el “marco”, sino la disposición de
la vida en sus infinitas posibilidades: desde la experiencia de un nombrar la propia vida y
las cosas hasta la posibilidad del compartir o el disputar en torno a nuestras propias
contingencias.
La historia – desde la experiencia cotidiana, el recorrido, el diálogo, la lectura, la
escritura, la música, el cine u otro hacer trivial o poético - permite hacer resonar el
acontecimiento humano desde su propia espacialidad acústica: desde su franca
inmediatez laboral o desde sus versiones sublimadas de oficio: filosófico, literario,
científico, artesanal, poético y muchos otros más.
Otorga, así, una profundidad de comprensión integradora o heterogénea y, al
mismo tiempo, un vector de crítica irruptiva. Lo continuo y lo intempestivo.
Algunos acontecimientos humanos parecen poseer una musicalidad - consonante o
disonante – que requieren de la duración temporal para mostrarse. Así, también, la musa
se muestra en la duración. Fluida o interrumpida, danza con el tiempo.
Esos acontecimientos y procesos, a veces, devienen silenciosamente bajo nuestros
pies como temblores leves, en otras, aparecen como rosados arreboles de alba u obscuros
nimbus crepusculares, también se deslizan bajo nuestra puerta o irrumpen como
temporales tras nuestros cristales.
A veces consuenan en afinados instrumentos y, en otras, sólo son mudas
partituras. También, en ocasiones, desgarran, con ruidosas percusiones, los tímpanos de
los que fingen sordera.
Pero, también, a la musa de la historia hay que saber buscarla en rostros y
callejones, plazas y suburbios, aldeas y abiertos valles.
También la historia, como la música, nos abre hacia la vida en comunidad, aldea o
ciudad. Podemos aprender a estar y ser con otros.
Sin experiencia histórica no hay educación ciudadana.
Nada más ridículo que una “educación ciudadana” o “cívica” en el encierro de la
vida acuartelada, escindida de lo que nos es común y separada de la historia. Es como
creer aprender a viajar mediante la observación de publicitarios folletos turísticos.
El verdadero viajero no desea itinerario seguro, ruta preestablecida y cotos de
consumo clausurado. El verdadero viajero no sigue a falsos guías con silbatos en sus labios
o paraguas al aire. Tampoco hace del arribo su obsesión y de la seguridad su ley. El viaje es
un fin en sí mismo. El viaje, como la historia, es abierto y, como ya dijimos, conjugado en
gerundio.
La educación ciudadana se realiza en los espacios comunes y abiertos del parque
humano4, siempre en condición de partida, pues “el verdadero viajero es aquel que parte
por partir”5 hacia lo abierto6.
El abierto es la historia.
También, como experiencia y acontecimiento, una buena posibilidad es la lectura.
La literatura de oficio es una experiencia que, aunque sublimada en el lenguaje,
constituye experiencia y acontecimiento pues nos puede conmover, nos puede permitir
otra lectura del mundo, nos puede dislocar y llevarnos a otras decisiones, a otros paisajes.
Leer también es, a su modo y a su vez, un viaje y todo (verdadero) viajero es un
lector del mundo. La buena literatura de oficio nos instala en la inseguridad y en el abismo
de nuestras pretendidas adquisiciones y nos llama a la pregunta.
La historia, entonces, sabe conducirnos al común lugar, desde nuestras diferencias.
Como dijimos al comienzo, la historia no se reduce a una asignatura aislada sino es
la posibilidad de descubrir relatos posibles a las vidas y culturas en las diversas
temporalidades: posibilidades melódicas de la vida en su pluralidad. Es la posibilidad de
seguir caminos diversos, relatos y sentidos multiformes.
Quizás, también, es la posibilidad sinfónica de un tejido educativo (pero no
desdeñemos las disonancias).
Ahora, puesta en un borde electivo, nos instala en otra instancia. Es la música de la
vida puesta en la berma de la carretera de un ruidoso currículum. Es la musa sacada a la
caletera y al desvío. Quizás no esté mal detenerse en el borde del camino tirando de la
palanca de freno como dice W. Benjamin.
Detención.
Ya no una historia pasa-materia sino, ahora, más bien, concentrada en una
temática particular, elegida por el docente, los estudiantes o la comunidad del curso. Un
caso, visto en profundidad, que permita el pensar con un dedicado ocio. Un mejor tiempo
para las preguntas y la reflexión. Lo optativo supone o, puede suponer, una mayor
libertad.
Una lectura en profundidad: la experiencia de la historiografía, la escritura de la
historia, no sólo como contenido sino también forma, poética de la historia. También, una
historia local que pregunte hacia la proximidad y lejanía: una historia universal situada,
desde un lugar concreto hacia el sentido más profundo de lo humano. El presente
extendido hacia una historia en sus más amplios sentidos.
Probarnos, en la escritura, en la libertad de sus relatos y no en meros informes de
refundidos.
¿Sería posible esta libertad? Sabemos el suelo que pisamos. Podemos sospechar.
No obstante puede constituir una posibilidad.
Si la opción se juega en esta liberación a cambio de correr por hechos y fechas para
test de alternativas, de preguntas y respuestas prefabricadas, y permite la detención en
un proceso particular, en un acontecimiento o en la reposada lectura interpretativa, en la

4
Sloterdijk, Peter.
5
Baudelaire, Charles.
6
Hölderlin, Friedrich.
perspectiva de una libertad reflexiva, vale la pena pensar esta instancia para aquellos
estudiantes interesados. Pero ¿Y para quienes no estén interesados? “¡Qué pregunta cruel
para un hombre!” Reza un cuento neomedieval.
Nada peor que una historia-catecismo.
Quizás sea preferible estar en el sendero optativo, ahí donde es posible el extravío.
El sendero ondulante de fresas, como es el caminar en el parque humano o en el
bosque – urbano o salvaje - de la vida. Ahí donde es posible el silencio o la feria, y, por lo
mismo, el abierto diálogo ante el epifánico7 rostro de los otros. El lugar de la palabra
expuesta o replegada. También, donde es posible ser los silenciosos lectores de un
mundo.
Entonces instalaremos la historia más cerca de la puerta de salida de la clausura
escolar, allí donde es posible la visión del camino o del horizonte del mar. Donde el
intersticio invita a la fuga. Donde es posible tener a mano la huida, la apertura a la
expuesta vida, a la palabra compartida, al espacio común de la esquina o la biblioteca del
barrio, de la cuadra, de la plaza o del lugar de reunión acostumbrado. Acaso desde allí
vuelva al lugar de su originaria pertenencia.
Después de todo estar al borde no sea una mala idea.
La historia pertenece al camino.
Sin embargo, no podemos dejar de pensar en los “no interesados”. Dura tarea.
Si no la franca obligatoriedad (que es una alternativa), entonces ¿Qué? ¿La
invitación, la seducción o la infiltración? ¿La terca permanencia? ¿La búsqueda de una
convicción para aquellos que ya no sienten su sonido? Quizás, desde su ausencia, se
muestre la necesidad de tenerla como compañera de viaje.
¿Podríamos, como hijos de la musa, tratar de infiltrar el denominado curriculum
con nuestra flauta del tiempo?
Quizás esta pequeña crisis parcial nos instale ante una cuestión central: la
necesidad de un curriculum permeable y dialogante. ¿Seguir en una lucha horaria por
parcelas atomizadas? ¿Quién sale y quien ingresa esta vez? ¿Quién se mantiene y quién se
queda en el borde? Filosas cuchillas recortan los estantes estancos.
Quizás sea esta una posibilidad, pues la historia, como la música y el sonido, se
infiltra, cruza muros y aislantes. A veces, se trasviste y usa el exótico traje de la
antropología cultural, aquel riguroso de la economía, también el costumbrista de la
filología como el adaptado de la sociología, el informal de la filosofía, el colorido de la
literatura o el negro de la arquitectura. Usa el resistente calzado, morral y sombrero de la
geografía y los lentes de la psicología y las ciencias. Con el pañuelo al cuello de la política
porta estandartes. Sin embargo, a veces prefiere los pies descalzos de la poesía.
Es una infiltrada, está hecha para convivir. Reúne para dislocar y disloca por el
gusto de dislocar o para volver a reunir, en un nuevo proceder.
Entonces podremos pensar en una tarea ulterior: revolucionar e infiltrar el estriado
“curriculum-estante” hacia un diseño más múltiple y dialogante, “inter y transdisciplinar”
como acostumbra a decir la jerga alternativa. Rizoma8 y entrecruce.

7
Levinas, Emmanuel.
8
Deleuze, Gilles / Guattari, Félix.
Sí, un nuevo lugar en donde la historia sea ámbito de heterogeneidad o, para los
más atildados, de integración o, también, de puesta en crisis de las experiencias humanas,
por lo mismo, el lugar común del diálogo educativo. No como trasfondo sino como
interpretación y comprensión de la encrucijada temporal mirando hacia lo posible: el
horizonte de una obra humana siempre en apertura y en la recepción de aquellos que nos
antecedieron como posibilidades, desde sus logros y desde sus fracasos, desde los que
algo consiguieron y desde los derrotados.
Obligada, optativa, reemplazada o exiliada, sabrá sobrevivir.
Aunque no es una cantante e instrumentista solitaria, quizás, la encontremos
alguna vez como una mendiga ciega en un obscuro callejón, como el cisne de Baudelaire,
tañendo su lira en compañía de la poesía, cuando nosotros estemos perdidos.
Por ahora, aún, la musa gusta de compartir sus melodías con los cantos de otros.
Gusta combinar sus instrumentos con aquellos que la acompañan. A veces nos
invitará hacia la lejanía y, en otras, preferirá ser nuestro huésped para conversar de lo
cercano.
La saldremos a buscar, para seguirla, o quizás acepte nuestra invitación a quedarse
y morar un tiempo con nosotros. Quizás algún día, llame a nuestra puerta y, cubiertos por
el velo del olvido, ni siquiera la reconozcamos.
La musa siempre estará ahí, en alguna parte del camino, y si acepta, como buen
huésped, la atenta invitación a nuestra morada, sabrá residir en las distintas habitaciones
que le dispongamos, desde el ático hasta el subterráneo, desde el jardín hasta el patio
trasero, pero, sin duda, solicitará compartir el lugar de los diálogos y relatos junto a la
chimenea - el lugar común - ahí donde nos reunimos todos para preparar el viaje, pues
también debemos una pertenencia al camino.

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