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Introducción al Cándido
Las Cartas inglesas fueron una toma de conciencia para Voltaire, que implicaba
una apertura a una escritura que no es ficcional, que no pertenece a las belles lettres
pero que sí alcanzaba a un gran público. Hay una distancia enorme entre el escritor de
las Cartas... (1726-33) y el que, en la década de los 40, comienza a escribir cuentos
extensos (nouvelles), como una distracción en medio de sus grandes objetivos
ensayísticos (El siglo de Luis XIV y sus Ensayos sobre la historia general y sobre las
costumbres y el espíritu de las naciones, en el caso del Cándido). Para distraerse de esos
grandes esfuerzos intelectuales, se dedica a escribir cuentos. Pero los cuentos no son
novelas de caballería, sino cuentos no menos críticos que sus ensayos. Algunos de estos
cuentos son notables, como Micromegas (1738-39), un maravilloso ejemplar de proto-
ciencia-ficción. En él utiliza el desplazamiento del punto de vista, como Montesquieu,
pero no ya con un persa sino con un extraterrestre. En la narrativa de este época (que
probablemente Voltaire concibe como un género menor, secundario, ante el ensayo)
muestra una marcada influencia del irlandés Jonathan Swift, que había publicado en
1723 sus Viajes alrededor del mundo, por el capitán Lemuel Gulliver, delirante sátira
antiutópica con una intención netamente crítica. Voltaire lo había leído y lo llegó a
conocer durante su estancia en la isla.
Micromegas no es menos crítico que las Cartas inglesas; tampoco lo es
Cándido, texto complejo, tan crítico como divertido y tan eficaz como filosófico. Y,
aspecto que merece destacarse, tan crítico como auto-crítico. Voltaire llega a confrontar
no solo sus ideas ajenas, sino también las propias. ¿Hasta qué punto -parece
preguntarse- el providencialismo (tanto revelado como deísta) es sostenible en un grado
de optimismo genésico cuando todos los datos del mundo son negativos?
Muerta la Marquesa de Châtelet, en 1749 (no sin antes meterle los cuernos a
Voltaire, con quien había sido infiel a su esposo, el pobre Marqués de Châtelet),
Voltaire acepta la invitación de Federico de Prusia para ir a su corte. Federico había
entrado en contacto con Voltaire desde joven, pidiéndole ayuda para escribir un nuevo
Príncipe, actualizando a Maquiavelo a las concepciones ilustradas. En la corte prusiana,
Voltaire nunca llegó a sentirse bien; no soportó la lengua alemana ni a Federico que era,
básicamente, un nuevo rey despótico e imperialista. Se desilusiona, por tanto, no solo de
Federico II, sino también de lo que él creía que el pensamiento ilustrado podía generar
en el estatuto del poder.
Allí se enfrenta, además, con la corte, especialmente con un discípulo de Leibniz
(mero epígono y simplificador): Christian Wolff1. Leibniz es providencialista, y explica,
por lo tanto, todos los males del mundo en función de un bien superior. Con esto
Voltaire va discrepando cada vez más con los años, abriéndose así una mirada más
crítica dentro del propio pensamiento ilustrado. Si Pangloss encarna a alguien, pues, es
a Wolff, y no a Leibniz; es cierto, por otra parte, que la expresión “este es el mejor de
los mundos posibles” 2 no es de Wolff, sino de su maestro; pero Voltaire la usa
descontextualizada, intencionalmente. También recoge, junto con esto, el everything is
1
Se ha dicho que Pangloss es la personificación de Leibniz; no es así; ni siquiera es una personificación
de la filosofía misma de Leibniz (con quien coincidía en su teoría de la monadología) sino acaso la
encarnación de una simplificación de la filosofía leibniciana. Si Pangloss personifica a alguien, es a
Wolff.
2
Borges ha escrito que Voltaire inventó la palabra “optimismo” para burlarse de Leibniz y que este
podría haberle respondido que un mundo que nos dio a Voltaire bien puede arrogarse el derecho a ser el
mejor.
alright de Pope, para burlarse del conformismo: estando todo bien, ¿para qué enfrentar
los males del mundo?
El Cándido se publica en 1759, previo enfrentamiento con Rousseau. El título es
doble: Cándido, o el optimismo. El primero hace referencia al simbólico nombre del
protagonista; el segundo es fabulesco, y delata el blanco a que apuntará la mordaz
pluma de Voltaire. Ese optimismo representa no solo a los más tradicionales pensadores
providencialistas (religiosos, por lo general), sino también a un sector ilustrado; el
mismo Voltaire había sido, en cierta medida, optimista. (Las huellas de la auto-crítica
cervantina están en el Cándido.)
Un episodio decisivo para la creación del Cándido fue su enfrentamiento con
Rousseau, en los años en que participó en la Enciclopedia (un proyecto que a Voltaire le
parecía magnífico por momentos, y por momentos no tanto). Voltaire, que había
recibido con agrado una obra de Rousseau (Discurso sobre el origen y los fundamentos
de la desigualdad entre los hombres, 1754), acaba por disputar con él a raíz del
terremoto de Lisboa. Voltaire, totalmente desengañado del providencialismo a raíz de
este espantoso suceso, escribe el Poema sobre el desastre de Lisboa (1756), donde
sostiene que ese enorme mal físico es incomprensible desde el optimismo (ni
providencialista ni deísta). Voltaire encuentra, pues, el cauce de salida de su optimismo
deísta y cuestiona cualquier clase de optimismo; a lo que Rousseau responderá, en la
Carta sobre la providencia (1756), que de ninguna manera es extensible a la figura de
Dios creador la responsabilidad sobre estos hechos, que la Naturaleza es pródiga en
bienaventuranzas, que Voltaire es injusto porque está herido, que la culpa reside en los
hombres, que han tenido la terrible idea de reunirse todos en la ciudad.
Además de una esquela a Rousseau, el suizo obtiene como respuesta la
publicación del Cándido. Los biógrafos dicen que 1758 (año en que escribe el texto,
publicado al año siguiente) es un año de crisis personal de Voltaire; el Cándido sería,
pues, un producto de la múltiple crisis personal, ideológica, religiosa, etc..
El conflicto no acaba allí; Voltaire residía, desde 1755, en Ginebra, en una
enorme casa donde solía realizar representaciones teatrales que escandalizaban a los
calvinistas. D’Alembert visita a Voltaire en su residencia de Ginebra, y publica, en el
artículo “Ginebra” de la Enciclopedia la mirada crítica de Voltaire sobre la intolerancia
religiosa y moral en la ciudad suiza. Rousseau, ginebrino de nacimiento, protestante y
providencialista, está en el otro extremo del pensamiento. D’Alembert los opone
virtualmente, y obtiene, a cambio, una Carta sobre los espectáculos (1758) de parte de
Rousseau. Poco después, Rousseau publica Julia o la Nueva Eloísa (1760); al año
siguiente, Voltaire responde con Cartas sobre “La Nueva Eloísa”. Acaso sigan
discutiendo.
3
De hecho, lo que es tradicionalmente una debilidad de las obras de tesis (la ausencia o chatura
psicológica de los personajes) Voltaire lo convierte en una fortaleza, porque le confiere un sentido
humorístico, que pocas veces tienen las obras de tesis.
4
De ahí que no se pueda decir que Pangloss es la personificación de Leibniz o del optimismo.
acerca de la depredación de los derechos humanos que toda guerra implica5 es el fondo
de todo el texto, desde que Cándido es expulsado de Westfalia. Este es uno de los
puntos más importantes de la mirada crítica y no optimista de la guerra: la guerra no es
solo un tópico abstracto para la discusión ilustrada, sino un hecho permanente en
Europa, y que explica cómo Voltaire se las arregla para fundir el valor de la tipología
“crónica de guerra” dentro de un estatuto ficcional, satírico y filosófico.
La guerra colonial lo lleva a situar una parte del Cándido en Sudamérica. Pero
hay también pasajes de referencia a América del Norte, como el ajusticiamiento de un
almirante inglés: cuando Cándido y Martín llegan a Portsmouth (XXIII), presencian una
ejecución que se corresponde, históricamente, a la ejecución de John Beam, en 1857;
Voltaire había conocido al almirante, y fue uno de los primeros en protestar
públicamente contra su ejecución, considerada injusta por deberse en realidad a móviles
políticos. Tenemos, pues, en este episodio, tres elementos: uno de crónica histórica de
un hecho en el que Voltaire participó dos años antes, el formato ficcional del Cándido, y
su estilo satírico.
Tenemos, como dijimos recién, una parte del desarrollo ficcional en Sudamérica
(XIII-XIX); en un buen segmento de esta parte se trata de los conflictos de las misiones.
Voltaire, que nunca estuvo en América, inserta en el tratamiento de estos conflictos
todos los elementos informativos de la época; aquí aparecen con un estatuto ficcional,
pero son, mayormente, hechos históricos. Así, por ejemplo, en el Capítulo XXII hace
referencia a las “cédulas de confesión”, sin las cuales ningún moribundo podía recibir
los sacramentos. En los Capítulos V y VI, por otra parte (los del terremoto), trata la
figura del Inquisidor, los autos de fe, etc.; todos estos elementos son de crónica de
hechos, no ficcionales.
También están presentes las crónicas de Indias, donde Voltaire parece haber
visto que allí lo fantástico aparece naturalmente ligado a lo real por la proyección
mitológica que los conquistadores fraguan sobre el nuevo mundo. Voltaire maneja
ciertamente la lectura de los Comentarios reales del Inca Garcilaso. En el Capítulo XIX
(la huida a Surinam) se vincula con la Crónica del descubrimiento de la Guyana (1596)
de Sir Walter Raleigh. Cuando se encuentra con el negro que le dice “a este precio
coméis azúcar en Europa” demuestra una clara conciencia de la explotación.
Otros acontecimientos puntuales (la mención del intento de asesinato a Luis XV,
a los enfrentamientos políticos en Marruecos, etc.) son también elementos tomados de
la crónica histórica. También la expansión de la sífilis es un tema importante. Siempre
se insertan estos elementos en un discurso rápido, ágil, como el representativo episodio
de los reyes destronados en el carnaval de Venecia. Dentro de este estilo de crónica se
puede encontrar el flash informativo, el aviso publicitario, la entrevista rápida, etc.; una
serie, en fin, de textos que por su modernidad tienen función de crónica periodística.
Todo esto se ve atravesado, además, por otras dos tipologías: los relatos de
viajes y de aventuras. Desde la conquista, la tradición griega de las historias de viajes
(v.gr.: Jasón y los Argonautas) volvió a la escena literaria con renovado interés. Suelen
ser meros divertimentos o narraciones de aventuras, o bien tener planteos
antropológicos. Cándido, como La princesa de Babilonia (también de Voltaire) puede
ser leído como un cuento de viajeros: en la diversidad de itinerarios hay cuatro
continentes y decenas de ciudades; los protagonistas deben sortear los más variados
obstáculos, y está todo dispuesto para retener la atención del lector, a ver si los héroes
llegan por fin a un lugar acogedor.
Dijimos recién que el Cándido recoge también elementos de la tipología “relato
de aventuras”; esto es parcialmente cierto, ya que no es posible separar enteramente esa
5
La expresión “derechos humanos” es muy posterior, pero retroactivamente aplicable.
tipología de la del relato de viajes. Es decir: un relato de aventuras no tiene por qué
incluir viajes, pero un relato de viajes casi siempre es de aventuras (excepto que tenga
un valor exclusivamente antropológico, como en el Viaje de Bougainville -el original,
no el Suplemento de Diderot-). Según Estébanez Calderón, la novela de aventuras es
“un tipo de relato en cuya trama predomina la acción y el sucederse de acontecimientos
inesperados y, en ocasiones, extraordinarios, en los que el héroe, tras superar una serie
de obstáculos y situaciones peligrosas, logra conseguir su objetivo. Esta concepción de
la aventura, en la que el viaje constituye un elemento fundamental, está presente en los
diferentes modelos de relato del género que se han ido sucediendo en la historia de la
literatura...”. Como se ve, no es enteramente deslindable del relato de viajes, pero sí
tiene rasgos propios; uno fundamental, que se aprecia fácilmente en el Cándido, es la
sucesión de obstáculos y situaciones peligrosas. Esto resulta, como dijimos, esencial
para mantener el ritmo y la intensidad narrativa del texto y es un rasgo moderno.
El modelo de “relato de aventuras” se corresponde con el modelo heroico-
fantástico de V. Propp (v. más adelante), en que una carencia inicial lleva al héroe a
emprender un recorrido por distintas funciones que operan como obstáculos para la
reparación de ese daño; la carencia inicial, de este modo, opera como peripecia del
cuento. Al final, el héroe llega a encontrar una recompensa virtual del daño inicial.
Ahora bien: Voltaire se burla del paradigma heroico de recuperación y final feliz del
asunto amoroso. La recompensa no es, en realidad, tal como se hubiera previsto; difiere
de la de los cuentos folclóricos.
En la antigua Grecia, quien cantaba canciones de otros se llamaba rapsoda,
término que etimológicamente significa “zurcidor”, de modo que el rapsoda vendría a
ser “el que zurce cantos ajenos”. Ahora bien, Voltaire no solo zurce historias ajenas
(hechos, anécdotas), gesto bastante común en los narradores, que compartiría con
Homero y Flaubert. Su habilidad no radica solamente en tomar de otras historias
(ficticias, fácticas) los hechos que le conviene; no solo roba datos de la realidad (por
usar una metáfora cara a Vargas Llosa), sino que además roba formas narrativas ajenas,
para construir una nueva forma que las fusionar, de un modo increíblemente singular,
numerosas tipologías narrativas, acaso las más importantes de su época. Bien podríamos
decir, pues -por más extraño que suene-, que Voltaire es un magnífico zurcidor de
tipologías narrativas.
6
Téngase en cuenta que tanto trama como argumento son modos de paráfrasis de la obra
distintos finales. Según el narrador, serán contradictorias entre sí. Se dan, de este modo,
en forma circular o de espiral.
Al principio, el narrador da una visión “por detrás” (omnisciente) de los
acontecimientos; es decir: dominan las situaciones y los personajes. Luego el narrador
va teniendo, al igual que el protagonista, una visión equisciente: ambos saben lo mismo.
El narrador no puede ofrecerle al lector la garantía de que lo que está narrando sea en
verdad lo que sucede. Hay, pues, un juego con esa relación entre el narrador, el
personaje y el lector. El relato, por otra parte, se mantiene siempre en tercera persona,
aunque muchas veces creemos estar ante el relato en primera persona por estar
empleado el estilo directo.
Tenemos, por otra parte, narradores intradiegéticos, personajes que narran sus
historias con desenlaces sorprendentes para los propios personajes y también para el
lector, de modo que por momentos, el lector y Cándido ocupan un mismo lugar de
receptores en la narración.
La combinación de este conjunto de elementos da una visión estereoscópica,
compleja y contradictoria de la trama: todo empieza a ser posible, y se rompen los
niveles de verosimilitud de los sucesivos relatos, cayendo el lector en un juego de
apariencia y realidad.
Este perspectivismo de focalización narrativa es muy moderno, que supone a un
autor lúdico, fantástico, que logra jugar con la tríada narrador-personaje-lector.
El desplazamiento de narradores hace que el lector se centre en el personaje-
narrador; la trama, de este modo, obtiene variantes que agregan funciones a aquellas
funciones arquetípicas de los personajes, a medida que el relato avanza. Si bien los
personajes no adquieren matices psicológicos, pasan de una función a otra, sujetos al
ritmo y la velocidad de la obra. Los personajes, además, varían de función según lo que
narran.
La alternancia de focalizaciones narrativas problematiza la trama, pero no es ese
el resultado: Cándido no es un texto complejo, manierista; no es un desafío intelectual
para el lector, y ese resultado también implica un virtuosismo técnico. El resultado es
muy semejante al que causaría una comedia de enredos, donde hay un enfrentamiento
que da cierta comicidad a lo dramático: todas las desdichas, que son terribles, se
transforman por una operación del discurso cómico en algo simple y cómico, lúdico
pero no dramático. Es un juego que no deja de ser crítico, ya que expone tópicos y
situaciones que son, en sí mismas, serias. Lo que llama la atención es que Voltaire
llegue a este virtuosismo de magnífico equilibrio en el orden de los objetos, en el
semántico y en el de la focalización, con tan pocos precedentes narrativos7.
La agilidad del relato, además, está dada de modo tal que hacia el fin de cada
capítulo hay menos un cierre que una proyección de la acción que proseguirá en el
siguiente capítulo, lo que produce un encadenamiento de acciones en el cual no
terminamos nunca de cerrar un acontecimiento y ya estamos en la puerta de otro.
7
Además de la relación ya señalada con el Quijote, el Cándido le debe mucho al Gulliver’s travels de
Jonathan Swift (relación que trataremos más adelante), a la primera traducción de Las mil y una noches,
hecha por Galland. La agilidad y precisión expresivas las podría haber también tomado de los Canterbury
tales de Chaucer que, a su vez, tienen como referente marcado El Decamerón de Bocaccio.
lo largo del texto, hay un gran daño (el destierro de Westfalia). Esta estructura cumple,
en muchos aspectos, con el planteo de Propp. Más que parodiarlo, Voltaire juega con el
modelo.
En la busca de la doncella -cuya figura queda muy manoseada- se visualiza hacia
el final, por parte del protagonista, que el objeto de deseo ya no es tal. No hay un
cambio en la medida en que Voltaire quiere burlarse de este esquema: Cunegunda es
monstruosa, pero Cándido es un hombre de palabra y se casará; ahí está la heroicidad de
Cándido.
Es difícil saber hasta dónde Voltaire parodia al héroe o al modelo heroico
fantástico: en esto anterior sí; pero ¿en el otro aspecto? ¿en la reparación del daño
inicial? Recordemos que el Cándido puede concebirse como un cuento de tesis; la
estructura de esta tipología narrativa desplaza la estructura del cuento heroico-
fantástico: se sustituye una tesis por otra. No solo se pierde Cunegunda, sino también un
mundo ideal -representado por el discurso providencialista de Pangloss-; eso es lo que
busca Cándido en todas partes del mundo, y se va dando cuenta de que no existe, como
no existe la axiología caballeresca en el mundo del Quijote.
Las ideologías de Cándido y Don Quijote son opuestas: Voltaire intenta
desplazar una filosofía providencialista, teocrática, que aún existía; cuando Cándido
llega al final del recorrido, no vuelve al mismo lugar de donde partió su carencia, sino
que llega a otro. Ya no es teocrático, sino pragmático, productivo, societario, y no
providencialista (“cultivemos nuestro jardín”). En cuanto a las estructuras de apertura y
la de cierre, pues, el modelo heroico-fantástico está presente para ser trastocado,
parodiado, pero con cierta evolución.
Podría decirse, por otra parte, que Cándido es un meso-héroe, un héroe de la
mesura y de la mesocracia burguesa: el Edén del que fue expulsado es un Edén de una
nobleza decadente: de esplendor solo tiene la apariencia; lo único que queda es la
absurda obsesión por la nobleza de sangre. Cándido es bastardo, hijo de la hermana del
Barón y un desconocido. Este es un juicio importante: Cándido siempre fue bien
recibido hasta que lo expulsan. En este paraíso hay un discurso, el de Pangloss, que
sostiene ese orden, justificando todos los males del mundo en función de mirarlos desde
esta cima tambaleante de la pirámide social. Cándido es expulsado menos por el
episodio amoroso con Cunegunda que por su afán de igualarse a la nobleza. Este punto
de partida es mostrado con eficacia pero también con deconstrucción de la eficacia
como modelo. Al palacio no le queda nada salvo el discurso teocrático que lo sostiene.
El hermano de Cunegunda es el ícono representativo de esta sociedad, cada vez que
aparece.
Cándido, lejos de ser un héroe aristocrático (como han sido los de las
narraciones medievales y posteriores) es un héroe inferior en clase social. ¿Llega, por
eso, a ser un anti-héroe? No; no es un pícaro, sino lo opuesto: un cándido, un ingenuo.
Por momentos parece que conserva algo de caballero o héroe trovadoresco, que
mantiene en alto la dama, a quien debe ser fiel su amada, etc.. Voltaire, además de
burlarse de la aristocracia, se burla del lugar del caballero: Cunegunda sufre una
transformación que la degrada desde Dulcinea hasta Aldonza Lorenzo. Cuando llega al
final, Cunegunda -ya degradada a o largo de la trama- no es rechazada por Cándido,
quien dice: “Yo soy un hombre de bien, y mi deber es amarla así”.
En el esquema más ideológico, el problema será cómo debe interpretarse el
contraste entre tres mundos: la micro-sociedad aristocrática y anacrónica de Thunder-
ten-tronckh, el mundo desastroso por el que viajan y ese otro lugar fuera del tiempo, el
espacio, la historia, y fuera de todo lo que se ha visto: Eldorado.
Fuentes
Clases de Bravo
CÁNDIDO O EL OPTIMISMO
Traducido del alemán
por el señor doctor Ralph
con las adiciones que se han encontrado
en el bolsillo del doctor, a la muerte de éste,
en Minden, en el año de gracia de 1759
8 Por otra parte, hay un juego interesante entre la situación de Cándido como héroe y su origen bastardo y
poco noble.
9
Otra interpretación posible, de Barnouw: para los príncipes alemanes debe resultar monstruoso que el
hijo de un par inglés no sea sino un burgués rico e influyente: critica, de este modo, la inutilidad de la
nobleza.
por otra parte, es el ideal femenino desvirtuado, ya que su presentación es básicamente
grafopéyica.
Y vamos ya a la aparición de un personaje esencial, Pangloss, parodia del
discurso providencialista. Su nombre es de raíz alemana, y significaría “todo lengua”.
Pujol ha interpretado que significa que “todo puede explicarse”; más coherente sería
decir que es un charlatán o, mejor aún, aceptar la disemia (intencional o no, eso no
interesa) como un recurso humorístico: todo puede explicarse, y todo puede explicarse
con charlatanería. Pangloss tiene un lugar en la casa: el de “oráculo”; es el centro del
saber, a quien se le consulta por todo, porque su discurso es el pilar fundamental de ese
micro-cosmos social, y porque su verdad es revelada e incuestionable; de este modo se
liga connotativamente a Pangloss con el concepto de verdad divina: lo que él dice es
palabra sagrada, en la medida en que proviene de una dimensión superior y se
transforma, entendida o no, en algo incuestionable. Él dice, por supuesto, lo que los
nobles quieren escuchar, y eso implica una cantidad de críticas al formato de verdad no
cuestionada, más allá de las estructuras nobles. Y se nos muestra ya la reacción de
Cándido ante su discurso: el joven es absolutamente engrupido, si se me permite el
verbo, pero el narrador lo justifica: cree todo por la buena fe de su edad y de su carácter.
Pasemos al resto de la presentación de Pangloss:
Pangloss enseñaba la metafísico-teólogo-cosmolo-bobería. Demostraba admirablemente que no
existe efecto sin causa, que este mundo era el mejor de los mundos posibles, y que en él, el castillo de
monseñor el barón era el más hermoso de los castillos, y la señora la mejor de las baronesas posibles.
“Está demostrado -decía- que las cosas no pueden ser de otro modo: pues si todo ha sido hecho
para un fin, necesariamente todo es para el mejor fin. Obsérvese bien que las narices se hicieron para
llevar anteojos; y así es que llevamos anteojos. Evidentemente, las piernas están destinadas a llevar
calzas, y llevamos calzas. Las piedras se crearon para ser talladas y para hacer con ellas castillos; y así es
cómo monseñor tiene un hermosísimo castillo: el primer barón de la provincia debe ser el que habita en la
mejor mansión; y como los cerdos se hicieron para ser comidos, comemos carne de tocino todo el año.
Por consiguiente, los que han dicho que todo va bien, han dicho una necedad: hubieran debido decir que
todo va del mejor modo posible.”
Cándido escuchaba atentamente, y creía inocentemente, pues encontraba a la señorita Cunegunda
extremadamente bella, aunque nunca se atrevió a decírselo. Sus conclusiones eran que, después de la
dicha de haber nacido barón de Thunder-ten-tronckh, el segundo grado de felicidad era ser la señorita
Cunegunda; el tercero, verla todos los días; y el cuarto, oír al doctor Pangloss, el mayor filósofo de la
provincia, y, por consiguiente, de toda la tierra.
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El narrador, en su actitud parodiante, asume el discurso filosófico que quiere caricaturizar para luego
devolvérselo al lector en el doble discurso de la ironía.
se dé cuenta de que lo que Cunegunda ve no son causas, efectos y razones, sino a
Pangloss y la doncella de su madre en plena transgresión sexual. De modo que logra
varios efectos simultáneos: conserva el decoro, muy clásico, de no describir el sexo
explícitamente; deja la imagen en la indefinición, sin que sepamos nosotros exactamente
qué vio Cunegunda (aunque sí sabemos que las experiencias fueron reiteradas); parodia
el discurso optimista. Se vale, para ello, de una multiplicidad de metáforas:
- “daba una lección de física experimental a la doncella de su madre”: es una
metáfora cuyo significante (la lección de física experimental) se asocia al sexo, que es
una experiencia física. Es una sustitución que develamos por el juego de palabras con
sentido disémico, y que instaura la norma interpretativa para el resto del párrafo: cada
vez que haga uso de un término asociado a una situación pedagógica, lo interpretaremos
con sentido sexual.
- “Cunegunda tenía una gran disposición para las ciencias”: sustituye la
curiosidad sexual de la joven, de proyecciones vouyeuristas, con la curiosidad científica.
- “vio con toda claridad la razón suficiente del doctor, los efectos y las causas”:
sustituye nuevamente la imagen sexual con una categoría del discurso racionalista.
- “ardiendo en deseos de saber”: aquí el humor está en el sintagma resaltado, que
adjetiva a los deseos, que -según la pauta interpretativa que nos dio, y según el uso
común de la metáfora fogosa- interpretamos como sexuales.
Etc..
De este modo, por otra parte, Voltaire nos muestra que lo ridículo de las
aplicaciones que puede tener el discurso, destruyéndolo completamente.
El siguiente párrafo es paródico de gestos del amor cortés, típicos en las novelas
de caballería o de aventuras: el pañuelo, el secreto, la prohibición. Todo esto está
enunciado de un modo rapidísimo, como si los jóvenes quisieran acelerar las etapas de
seducción para pasar directamente a saciar su deseo; se trata, pues, de un discurso
gestual parodiado.
El secreto no se mantiene por la torpeza de los jóvenes, y el padre ve esa causa y
ese efecto (expresión que resulta, más que nunca, irónica). Entonces le da un puntapié
en el trasero, primer acto de violencia de la obra, que viene a marcar el límite del
discurso; en el momento en que el padre los ve, no se lo explica a sí mismo con un
discurso optimista, sino que ve lo que efectivamente es: Cándido manoséandose a la
hija. La respuesta del Barón tampoco es discursiva.
El episodio también resulta de una intertextualidad con el Génesis (III, la
expulsión del Edén); en este marco, Cunegunda sería Eva, Cándido Adán, el Barón Dios
y el sexo prohibido es la prohibición del árbol de la ciencia (lo que explica, también la
denotación pedagógica o científica de las metáforas). Pangloss, por supuesto, opera
como la serpiente: funciona como agente, puesto que ofrece el conocimiento diciendo
solo lo bueno de él, pero no lo malo. Esto habla del poder del conocimiento y de la
pesuasión a través del lenguaje. Indirectamente, es una aproximación paródica a uno de
los textos más canónicos de la tradición occidental.
La frase final es ya absolutamente sarcástica: “y todo fue consternación en el
más hermoso y el más agradable de los castillos posibles”. Primero: el atributo y el
circunstancial se excluyen semánticamente (si es el mejor de los castillos, no puede ser
todo consternación). Segundo: se aplica, nuevamente, el principio de lo mejor (que, en
Leibniz, se usa para describir al mundo, justamente porque no se puede comparar con
otro mundo posible) a la descripción del castillo. Tercero: el valor que tiene el discurso
ahora es, si cabe, más manifiestamente irónico que antes, ya que la patada en el trasero
propinada a Cándido por el Barón acaba de derribar por completo el discurso.
Así termina Voltaire de arruinar completamente, en un solo capítulo, todo el
discurso, que ahora siempre tendrá, por el resto del libro, un valor irónico.
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El hecho, poco importante, de que se halla acostado sin cenar, contrasta con la magnitud épica del
episodio.
- Ya basta por ahora -le dicen-; sois el apoyo, el sostén, el defensor, el héroe de los búlgaros;
habéis hecho vuestra fortuna, y podéis contar con la gloria.
Acto seguido, le ponen grilletes en los pies y le llevan al regimiento. Allí le hacen dar vueltas a
derecha, a izquierda, sacar la baqueta, volverla a su sitio, apuntar, disparar, doblar el paso, y le dan treinta
bastonazos; al día siguiente, hace el ejercicio un poco menos mal, y solo recibe veinte bastonazos; al
tercer día solo le dan diez, y es considerado por sus camaradas como un prodigio.
Cándido no entiende cómo ha llegado a ser un héroe; hay una difracción entre el
discurso y los hechos. Hay un atisbo de comprensión o no comprensión de cómo van los
hechos y el discurso. El autor hace coincidir la estación con una situación interna: ahora
Cándido se halla al menos en una situación estable; lo mismo había hecho con la
situación anterior y el invierno, al principio de este capítulo.
Se establece además una relación entre la libertad y el uso de las piernas; nos
muestra hasta qué punto había llegado Cándido a su no ser: ahora está siendo. Por su
alienación llega a la cosificación, pero ahora está en su voluntad hacerlo, salir a
caminar.
Entonces lo agarran otros soldados, a los que el narrador llama héroes; la
reiteración del término destruye su connotación tradicional. Ahora pasa a ser un
eufemismo por soldados, y lo heroico es lo represivo. Es un término ironizado.
También hay por allí una burla a la justicia castrense, que permite un margen
ridículo de libertad al ajusticiado. Voltaire pone un ejemplo de situación en la cual se ve
claramente que el libre albedrío depende de las circunstancias. Se puede entender que en
el personaje hay una evolución, o que por medio de él Voltaire quiere decir algo,
dejando así de lado la convención de verosimilitud, sirviendo a los fines pragmáticos de
su interés crítico.
Por supuesto que hay un juego hiperbólico con los números, nuevamente, de
modo que el personaje, después de cuatro mil golpes, adquiere absolutamente valor de
fantoche, de muñeco de goma. Igualmente, aún se nos muestra su dolor: Cándido pide,
finalmente, que lo maten, que le salten la tapa de los sesos. Es una situación totalmente
absurda, a la que se impone un retardo que conduce a un gran final, al estilo de las obras
de Lope, donde aparece finalmente el rey (en un deux ex machina moderno): justamente
pasaba por allí el rey de los búlgaros y se informan del “crimen” (que no es tal, pero sí
para la justicia12).
Se parodia, pues, la justicia militar: ¿cómo puede haber justicia en una guerra?
Voltaire, Swift, y buena parte de los ilustrados, resultan grandes cuestionadores del
concepto de heroicidad guerrera: plantean cómo, en la guerra, todos los crímenes pasan
a ser legales, y la justicia no condena a los criminales, sino a quienes no quieren serlo, a
los desertores. Es necesario que aparezcan los ironistas y satíricos para invertir la
situación y muestren lo absurdo de ese delirio institucionalizado. (Harían falta un par de
esos hoy en día.)
Quien está al frente de la guerra (referencial, históricamente, y que asume
proporciones mundiales) es el rey, responsable último de estos reclutamientos. Y el rey
comprende que Cándido es un “joven metafísico”. El rey piensa como si tuviera
mentalidad ilustrada; además, es empirista. ¡Sorpresa! Es Federico II de Prusia, déspota
ilustrado en cuya corte residió Voltaire, hasta que descubrió que su ilustración lo hacía
más despótico. Voltaire constata un error propio: no es tan fácil ilustrar a un delfín en el
pensamiento innovador del derecho, las ciencias, y hacer de él, tan solo por eso, un rey
distinto al que el sistema postulaba. Cándido fue Voltaire al creer que se podía de algún
modo cambiar la situación desde arriba; en el Cándido, pues, muestra su propia crisis y
su desengaño.
En un gesto de clemencia mediática (ya existían cosas así en ese entonces) del
rey, Voltaire nos devela que es consciente de la importancia que Federico II le da a la
imagen, tanto para el presente (periódicos) y para la posteridad (historia). Además de
ilustrado, pragmático y empirista, pues, el rey es un extraordinario dramaturgo, que
inaugura la era del periódico con un manejo interesado de la clemencia, un manejo
manipulador de la propia imagen. Voltaire se da cuenta de este error, y lo resarce con
esta magnífica ironía en el retrato del rey de los búlgaros. Se cierra el episodio con un
elemento de carácter fantástico medieval, pero no adjudicado a un mago sino a un
cirujano; es la cura milagrosa de un hombre totalmente desollado.
12
Convengamos en que el significado final del “crimen” es: para los militares, el uso de la libertad es
criminal.
podría decirse que se adelanta, en alguna medida, al valor que pueden tener los
fusilamientos de Goya o el Guernica. En el artículo “Guerra” del Diccionaro filosófico
portátil, Voltaire dice:
El hambre, la peste y la guerra son los más terribles azotes de la humanidad. Los dos primeros
nos vienen de la Providencia, pero la guerra nos viene de la imaginación de trescientas o cuatrocientas
personas esparcidas por toda la faz de la tierra bajo el nombre de príncipes o ministros...
(“Guerra”, en el Diccionario filosófico)
13
En el Gulliver, el protagonista intenta enseñarle a los reyes de Brobdingnag el uso de la pólvora,
quedando como un desubicado cuando se da cuenta de que el rey no desea matar a sus súbditos.
(...) Sus provisiones se agotaron cuando llegó a Holanda; pero, como había oído decir que en este
país todo el mundo era rico, y que eran cristianos, no dudó ni un momento de ser tan bien tratado como lo
había sido en el castillo del señor barón, antes de que le expulsaran por los bellos ojos de la señorita
Cunegunda.
Pidió limosna a varios personajes muy graves, y todos le respondieron que si continuaba
dedicándose a este oficio, le encerrarían en un correccional para enseñarle a vivir.
Acto seguido, se dirigió a un hombre que acababa de hablar él solo una hora seguida sobre la
caridad en una gran asamblea. Este orador, mirándole con desconfianza, le dijo:
- ¿Qué venís a hacer aquí? ¿Habéis venido por la buena causa?
- No hay efecto sin causa -respondió modestamente Cándido -; todo va necesariamente
encadenado y está dispuesto para que sea del mejor modo posible. Ha sido preciso que me expulsaran del
castillo de la señorita Cunegunda, que me pasaran a baqueta, y es preciso que mendigue mi pan hasta que
pueda ganármelo; todo eso no podía ser de otro modo.
- Amigo mío -le dijo el orador-, ¿creéis que el papa es el Anticristo?
- Nunca lo había oído decir - respondió Cándido -, pero tanto si lo es como si no lo es, yo no
tengo pan.
- No mereces comerlo -dijo el otro-; anda, granuja; anda, miserable, en toda tu vida no vuelvas a
acercarte a mí.
Como la mujer del orador había asomado la cabeza a la ventana, al advertir que aquel hombre
dudaba de que el papa fuese el Anticristo, vació sobre su cabeza un lebrillo lleno... ¡Oh cielos! ¡A qué
excesos llega el celo de la religión en las damas!
14
La comparación es de Bravo, pero no me imagino cuál es el terreno de comparación entre los dos
aforismos.
Al día siguiente, mientras paseaba, tropezó con un mendigo harapiento lleno de pústulas, con los
ojos cubiertos por un velo, la punta de la nariz corroída, la boca torcida, los dientes negros, y hablando
con unos sonidos guturales, víctima de violentos accesos de tos, y escupiendo un diente a cada esfuerzo
que hacía.
Es un anabaptista. Según Pujol, los anabaptistas son una secta que consideraba
ineficaz el bautismo de los niños y hacía rebautizar a sus miembros en su madurez. Se
extendieron por Alemania Occidental y los Países Bajos. Voltaire habla muy bien de
ellos en su Ensayo sobre las costumbres. La mención del anabaptista como “no-
bautizado” es, pues, irónica.
El anabaptista Jacques es caritativo, a tal punto que no solo le da dinero, sino
que además intenta enseñarle algún medio de subsistencia (y le enseña también la
caridad: véase el comienzo del Capítulo siguiente). Por otra parte, en una definición que
parece parodiar aquellas de la lógica clásica (“un ser de dos pies, sin plumas, que tenía
un alma”); su función es resaltar la bondad del anabaptista, que mira a Cándido como un
hermano basándose en las diferencias más obvias, y no en su ideología.
Ahí, entonces, Cándido vuelve al discurso providencialista, que en este contexto
puede tener validez: las pocas cosas buenas que le sucedan vienen a fortalecer su
discurso, mientras que la enorme cantidad de cosas malas no lo hacen cuestionarse.
El mendigo que aparece al final es Pangloss, que reaparece en escena en el Cap.
IV.
15
El artículo “Antropófagos” está, en la versión francesa, inmediatamente después de “Amor”.
primera proposición de Cacambo ante lo Otro demuestra que es lo opuesto al barón; la
segunda es una comparación que resulta una reivindicación del mestizaje. Estas dos
concepciones marcan las grandes diferencias entre América y Europa, y sus respectivas
historias. Así, por ejemplo, todo el trauma de la pureza de sangre (trauma que
comparten los europeos con los caballos del Gulliver) tiene que ver con la historia de
Europa, con la pluriracialidad y la forma en que los europeos enfrentaron ese problema.
No tiene que ver, ciertamente, con la historia de América. El mestizo, por serlo, ya
gestará una cosmovisión distinta; sus condiciones sanguíneas le dan otra apertura racial.
Pangloss ha educado a su discípulo al respecto de cómo estos cuentos en que lo
humano y lo animal se relacionan sexualmente y traen aparejados la progenie de un
monstruo, como castigo implícito para evitar el tabú de la zoofilia. Para Cándido, esto
solo puede existir en el pasado más remoto e involucionado de las sociedades.
Luego sigue:
Estas sensatas reflexiones movieron a Cándido a alejarse de la pradera y a adentrarse en un
bosque. Allí cenó con Cacambo; y ambos, después de haber maldecido al inquisidor de Portugal, al
gobernador de Buenos Aires y al barón, se durmieron sobre el musgo. Cuando despertaron, se dieron
cuenta de que no podían moverse; la razón de ello era que, durante la noche, los orejones que habitaban la
comarca, y a quienes las dos damas les habían denunciado, les habían atado con sogas hechas de cortezas
de árbol. Se hallaban rodeados por unos cincuenta orejones completamente desnudos, armados de flechas,
mazas y hachas de piedra: unos hacían hervir una gran caldera, otros preparaban espetones, y todos
gritaban: “¡Es un jesuita, es un jesuita! ¡Nos vengaremos, y además haremos un buen festín! ¡Comamos
jesuita, comamos jesuita!”.
- Ya os dije, mi querido amo -comentó tristemente Cacambo -, que aquellas dos mozas nos iban
a jugar una mala pasada.
Cándido, al ver la caldera y los espetones, exclamó:
- Evidentemente, vamos a ser asados o hervidos. ¡Ay, qué diría el doctor Pangloss si viese cómo
es la naturaleza en estado puro! Todo va bien; de acuerdo, pero reconozco que es muy duro haber perdido
a la señorita Cunegunda, y ser ensartado en un espetón por unos orejones.
Cacambo nunca perdía la cabeza.
- No desesperéis -dijo al desconsolado Cándido-; entiendo un poco la jerga de estos pueblos, voy
a hablarles.
- Sobre todo -dijo Cándido-, no dejes de hacerles ver lo espantosamente inhumano que es hacer
cocer hombres, y lo poco cristiano que es eso.
16
De hecho, en una de sus refutaciones a Pascal (Cartas inglesas, XXV) enuncia una formulación del
imperativo categórico.
Creo que nada hay de bárbaro ni de salvaje en esas naciones, según lo que se me ha referido; lo
que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres. (...) Así son salvajes esos
pueblos como los frutos a que aplicamos igual nombre por germinar y desarrollarse espontáneamente; en
verdad creo yo que más bien deberíamos nombrar así a los que por medio de nuestro artificio hemos
modificado y apartado del orden a que pertenecían...
Platón dice que todas las cosas son obra de la naturaleza, del acaso o del arte. Las más grandes y
magníficas proceden de una de las dos primeras; las más insignificntes e imperfectas, de la última.
Esas naciones me parecen, pues, solamente bárbaras, en el sentido de que en ellas ha dominado
escasamente la huella del espíritu humano, y porque permanecen todavía en los confines de su ingenuidad
primitiva. (Montaigne, Ensayos: XXXI)
(Muy tierno este último gesto de recordar a los amigos ausentes en una comida.)
Luego sostiene que lo comen por venganza, no por necesidad (como sostenía
Cardans), y agrega que, desde que vieron la forma de venganza de los portugueses (una
tortura que consistía en enterrar al cautivo y dispararle flechas, para luego ahorcarlo),
los nativos abandonaron el canibalismo para sustituirlo por la tortura a la portuguesa. Y
reflexiona, al final:
No dejo de reconocer la barbarie y el horror que supone comerse al enemigo, mas sí me
sorprende que comprendamos y veamos sus faltas y seamos ciegos para reconocer las nuestras. Creo que
es más bárbaro comerse a un hombre vivo que comérselo muerto; desgarrar por medio de suplicios y
tormentos un cuerpo todavía lleno de vida, asarlo lentamente y echarlo luego a los perros o a los cerdos;
esto, no solo lo hemos leído, sino que lo hemos visto recientemente, y no es que se tratara de antiguos
enemigos [como en el caso de los indios], sino de vecinos y conciudadanos, con la agravante
circunstancia de que para la comisión de tal horror sirvieron de pretexto la piedad y la religión. Esto es
más bárbaro que asar el cuerpo de un hombre y comérselo después de muerto. (Montaigne, Ensayos:
XXXI)
Y luego dice:
¿Qué crimen es mayor, congregarse devotamente para degollar a una doncella adornada con
cintas, para honrar así a la divinidad, o comerse a un hombre que mataron cuando se defendía como un
valiente?
Podemos presentar muchos más casos de doncellas y muchachos sacrificados a los dioses, que de
muchachos y doncellas comidos... (Voltaire, Diccionario filosófico: “Antropófagos”)
Fuentes
Clases de Bravo
Diccionario filosófico de Voltaire.
Ensayos (XXXI) de Montaigne.
O canibal de Lestringant (Cap. 11, “O canibal do Iluminismo, de Bougainville a
Voltaire”).
Fuentes
Clases de Bravo, increíblemente extensas
18
Sosa, Gabriel. “La búsqueda de la perfección a través del papel”, en Insomnia #5 (Separata cultural de
la revista Posdata, nº5; 9/1/1998) y “Utopías. Avatares y accidentes del género”, en Insomnia #6
(Separata cultural de la revista Posdata, nº6; 16/1/1998)
19
Trousson, Raymond. “Utopía y utopismo”. En Fortunati, Vita; Steimberg, Oscar y Volta, Luigi
(compiladores). Utopías. Bs.As.: Corregidor, 1994; passim.
a la hora de distinguir la utopía como género literario de sus géneros afines (géneros
cuya existencia en cuanto tales, dicho sea de paso, es dudosa, como “la robinsonada”),
Trousson, en su afán de diferenciar la utopía del “mundo al revés”, del mito de la edad
de oro, del paraíso, etc., pierde de vista el contacto entre la utopía y tales géneros. En sí,
la utopía se constituye en contacto con todos estos géneros, y con algunos más, tales
como la sátira, la novela de viajes, o incluso las obras que, como las Cartas persas,
logran un extrañamiento sobre el propio país a través de la mirada ajena. Así, por
ejemplo, Aínsa20 ha estudiado las relaciones entre la utopía americana y los mitos de la
edad de oro, del paraíso, etc..
Pero Trousson va más allá: sostiene que la utopía se distingue de estos géneros
por su “intencionalidad”: “si la utopía (...) supone la voluntad de construir, en fase con
la realidad existente, un mundo otro y una historia alternativa, ella se revela
esencialmente humanista o antropocéntrica, en la medida en que, pura creación humana,
hace del hombre el dueño de su destino”21. Pero la existencia de una intencionalidad
reduce la utopía a lo que tiene de didáctico, que es acaso lo menos interesante. Por otra
parte, la definición de un género a partir de las intenciones de sus autores no parece muy
convincente; máxime si consideramos las obras que nos ocupan ahora, cuya
“intencionalidad” es, cuando menos, oscura: así, hay quien sostiene que Los viajes de
Gulliver tiene, a pesar de su pesimismo, un objetivo constructivo22; desde esta búsqueda
de la intencionalidad, los Viajes (arquetipo de antiutopía, como veremos más adelante)
serían utópicos.
Otro tema interesante se debate en torno a las utopías, y es el de la relación entre
la utopía y el contexto histórico de su enunciación. Suvin propone la siguiente
definición de utopía: “Utopía es la construcción verbal de una comunidad casi humana
particular, en la cual las instituciones socio-políticas, las normas y las relaciones
individuales están organizadas de acuerdo con un principio más perfecto que el de la
comunidad del autor, teniendo como base dicha estructura un extrañamiento surgido de
una hipótesis histórica alterna.”23. La definición, bastante acertada, hace especial énfasis
en el contexto histórico en que surge la utopía; tal énfasis lleva a la obvia conclusión de
que una obra guarda relación con su contexto, pero puede también llevar a comentarios
inoportunos, como este, de Sosa: “Esa interdependencia del género con el presente es lo
que le dota también de otra característica casi intrínseca: su poca perdurabilidad. Una
utopía envejece tan rápido como aquel estado de cosas que la critica, y una vez que pasó
su época solo la salva su calidad literaria o su valor como curiosidad.”24. La afirmación
tiene algo de acertado: es cierto, por ejemplo, que Los viajes de Gulliver tienen un
componente interesante de referencia histórica; pero no es necesario, como afirma
Foot25, conocer todos los pormenores de la política inglesa del primer cuarto del siglo
XVIII para disfrutar su lectura. Habría que ver qué entiende Sosa por “calidad literaria”.
20
Aínsa, F. De la edad de oro a El Dorado: génesis del discurso utópico americano. México: FCE, 1992.
21
Trousson, R., op. cit., pág. 24.
22
La opinión es de Hazard (Hazard, Paul. El pensamiento europeo en el siglo XVIII. Trad: Julián Marías.
Madrid: Alianza, 1985, pág. 20); más adecuada, acaso, es la observación de Foot (Foot, Michael.
“Introduction” a Swift, J.. Gulliver’s travels. Londres: Penguin Group, 1985, pág. 8), cuando afirma que
los Viajes implican una discusión perpetua, y que se trata de una obra de la cual moralejas distintas e
incluso contradictorias pueden extraerse.
23
Suvin, Darko. Metamorfosis de la ciencia ficción. Sobre la poética y la historia de un género literario.
México: FCE, 1984; pág. 78.
24
Sosa, Gabriel. “La búsqueda de la perfección a través del papel”, en Insomnia #5 (Separata cultural de
la revista Posdata, nº5; 9/1/1998); pág. 3.
25
Foot, M., op.cit., pág. 27.
Pasamos, para terminar, a la discusión de otro problema: Sosa afirma que en el
siglo XVIII comienzan las miradas de reojo al género utópico; nace así lo que se ha
dado en llamar antiutopía, que Fortunati26 ha tratado, con algunos aciertos, de definir. Si
Trousson, como vimos, distingue radicalmente la utopía y la antiutopía según su
“intencionalidad”, Fortunati sostiene que no se trata de dos géneros distintos, sino que
comparten un mismo paradigma.
Creo que para solucionar el problema de las relaciones entre utopía y antiutopía
podríamos recurrir al acertadísimo comentario de Tynianov: “Intentemos definir, por
ejemplo, el concepto de ‘epopeya’, es decir, concepto de un género literario. Todo
intento de definición estática fracasará. Basta echar una ojeada a la literatura rusa para
convencerse de ello: toda la esencia revolucionaria de la “epopeya” Ruslan y Liudmila,
consistía en que era una “no epopeya”. La crítica sintió que esto era una suerte de desliz
hacia fuera del sistema; pero en realidad, se trataba de un desplazamiento del sistema.
[...] No se da, de este modo, una evolución planificada, sino un salto; no un desarrollo,
sino un desplazamiento. El género cambió hasta el punto de que dejó de ser reconocido
y, pese a todo, se conservó en él lo suficiente para que esta no epopeya fuera una
epopeya. Este algo no consiste en los rasgos diferenciales “fundamentales”,
“importantes”, del género, sino en los secundarios, que se dan como sobreentendidos, y
no parecen caracterizar al género en absoluto.”27. Algo así sucede con la utopía y la
antiutopía: Los viajes de Gulliver (arquetipo de antiutopía) amplía el paradigma de la
utopía y logra ser todo su contrario, pero mantiene algunos rasgos: es un relato de
viajes, con un narrador-personaje que viaja a tierras inexistentes, etc.. La antiutopía de
Swift conserva, de las cualidades etimológicas que señalamos, la inexistencia del lugar,
pero se despoja, en principio, del eu-topos.
Para finalizar con los problemas que plantea la definición de la categoría utopía,
me gustaría recordar un texto, acaso el primer ensayo crítico acerca del tema escrito en
español, que contiene, de algún modo, la mayoría de las afirmaciones que hemos hecho
acerca de la utopía; se trata del Prólogo de Francisco de Quevedo a una traducción de la
Utopía de Moro: “Llamóla [a la isla] Utopía, voz griega, cuyo significado es no hay tal
lugar. Vivió en tiempo y reino que le fué forzoso para reprender el gobierno que
padecía, fingir el conveniente. Yo me persuado que fabricó aquella política contra la
tiranía de Inglaterra, y por eso hizo isla su idea, y juntamente reprehendió los
desórdenes de los más príncipes de su edad. Fuérame fácil verificar esta opinión;
empero no es difícil que quien leyere este libro la verifique con esta advertencia mía:
quien dice que se ha de hacer lo que nadie hace, a todos los reprende; esto hizo por
satisfacer su celo nuestro autor. [...] El libro es corto; mas para atenderle como merece,
ninguna vida será larga. Escribió poco y dijo mucho. Si los que gobiernan le obedecen,
y los que obedecen se gobiernan por él, ni a aquellos será carga, ni a éstos cuidado.”28.
2. Ilustración y utopía
Hazard sostiene que el siglo XVIII es la época de la “crítica universal”, en todos
los dominios: literatura, moral, política, filosofía. Distingue, luego, tres formas
privilegiadas de crítica: una, que podríamos llamar burlesca o paródica, está
ejemplificada por el Homère Travesti de Marivaux; otra, de viajeros imaginarios que
26
Fortunati, Vita. “Las formas literarias de la antiutopía”, en Fortunati, Vita; Steimberg, Oscar y Volta,
Luigi (compiladores). Utopías. Bs.As.: Corregidor, 1994.
27
Tynianov, Iuri. “El hecho literario” (1924). En Volek, Emil (ed.). Antologúia del Formalismo ruso y el
Grupo de Bajtín: polémica, historia y teoría literaria. Madrid: Fundamentos, 1992; pág. 206.
28
Se trata del Prólogo a la traducción de Jerónimo Medina y Porres (1637): Quevedo, Francisco. “Nota,
juicio y recomendación de la "Utopía" de Tomás Moro”. En Obras completas (prosa), Madrid: Aguilar,
1961.
llegan a Europa y causan, con su mirada ajena, un extrañamiento ridiculizante sobre las
costumbres, encuentra su máximo representante en las Cartas persas de Montesquieu;
y, por último, la de “otros viajeros, viajeros imaginarios que no habían salido nunca de
su casa, descubrieron países maravillosos que avergonzaban a Europa [...] no se
cansaban de celebrar las virtudes de estos pueblos inexistentes, todos lógicos, todos
felices. [...] Delirios de imaginación, que no hacían olvidar el propósito principal:
mostrar qué absurda era la vida (...) en todos los países que pretenden ser civilizados:
qué hermosa podría resultar si se decidiera al fin a obedecer las leyes de la razón.”29.
Esta última es la vertiente utópica, y Hazard señala como “maestro del género” a
Jonathan Swift.
Los viajes de Gulliver han sido interpretados, como conjunto, de una variedad de
modos distintos e incluso opuestos entre sí. Así, por citar algunas interpretaciones,
Hazard sostiene que, detrás de la amargura, Swift “no deja de hacernos entrever un poco
de azul entre las nubes de nuestro cielo”30; Hauser interpreta los Viajes como
“propaganda política, y casi nada más que propaganda”31; Sampson sostiene que Swift
“no tiene idiosincrasia”32; y podríamos continuar la larga lista. Un hecho de recepción
de la obra es de ineludible mención: Borges33 sostiene que Swift se propuso enjuiciar al
género humano, y acabó escribiendo un libro para niños; yo prefiero pensar que Swift
enjuició al género humano, y este se vengó convirtiendo su amarga sátira en literatura
infantil. En cualquier caso, parte del equívoco se debe a que Swift se haya propuesto
deliberadamente lograr un estilo llano, inteligible para todos (se dice que Swift leía
extensos fragmentos a sus sirvientes para asegurarse de que así lo fuera).
No menos llano y mordaz es el estilo de otra ilustre figura, un gran admirador de
Swift: el francés Voltaire, de quien podría afirmarse que, en sus Cartas inglesas, escribe
una suerte de utopía, en tanto que es la descripción de un país maravilloso, que viene a
ridiculizar, por oposición, las costumbres francesas. La influencia de Swift en Voltaire
es innegable, por ejemplo, en una obra como Micromegas, por la evidente cuestión de
las proporciones; pero no es tan obvia en el Cándido, que hoy nos ocupa.
29
Hazard, P., op.cit., págs. 15-18.
30
Ibidem, pág. 20.
31
Hauser, Arnold. Historia social de la literatura y el arte (Tomo II). Madrid, Guadarrama, 1958; pág.
212.
32
Sampson, George. The Concise Cambridge History of English Literature. Cambridge: Cambridge
University Press, 1970; pág. 392.
33
Borges, J.L.. Biblioteca personal. Madrid: Alianza, 2000; pág. 134.
En cuanto a las formas tipológicas para un cuento de tesis, la conjunción de la
seriedad que esto supone, mixturada con la comicidad, hace que lo que tiene el cuento
de filosófico sea menos serio. El autor tiene la actitud de quitarle a la filosofía la
solemnidad religiosa recurriendo al humor. Italo Calvino, lo ha relacionado con el
recurso del cine cómico o los dibujos animados: la acumulación de desdichas y su
rápida, casi inexistente, recuperación.
El optimismo
Voltaire escribió el Cándido para demostrar lo ridículo del optimismo de
Leibniz. El autor había vivido la guerra de los siete años, el terremoto de Lisboa, todo lo
cual le había hecho concluir que ese mundo de guerras y enfermedades no era el mejor
de los mundos. El título de la obra Cándido o el optimismo, es a la vez epónimo y
fabulesco. Este optimismo no sólo representa a los más tradicionales pensadores
providencialistas y a algunos ilustrados, sino que él mismo se considera un optimista del
cual ahora se encuentra alejado.
En contra de la tesis del “buen salvaje” mantenida por Rousseau, Voltaire no
cree en ninguna inocencia y bondad natural del hombre. No es la sociedad, el Estado o
la cultura la que pervierte y denigra esa inocencia original del hombre, antes bien, es el
propio hombre el que genera las propias condiciones de su miseria.
Luego del terremoto de Lisboa, Voltaire escribe “Poema sobre el desastre de
Lisboa” (1755), exponiendo como ese desastre natural no es comprensible desde una
concepción optimista. Recibe por parte de Rousseau, la Carta llamada “Carta de la
Providencia”. Básicamente plantea que de ninguna manera es extensible la figura de
Dios como creador en estos hechos de la naturaleza. Al final la culpa recae en los
hombres que se agolpan en los “tugurios”. La verdadera respuesta a Rousseau y a su
carta, es pues, la escritura de Cándido.
Pero las diferencias entre Voltaire y Rousseau no borran el hecho de una
fundamental coincidencia: mientras gran parte de los iluministas bogan en una nave
optimista y dentro de un materialismo disimulado, Voltaire y Rousseau rechazan todo
superficial materialismo y quieren creencias que sean ideas claras. Ahora bien, en tanto
Rousseau suponía que el hombre siendo natural era naturalmente bueno, Voltaire
advertía que la estupidez humana solamente podía curarse con la Ilustración y el saber.