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La semana pasada volvió a ser viral cuando debatió con el intelectual conservador
Jordan Peterson. El esloveno sigue seduciendo a muchos con su zigzagueante
pensamiento.
fabián muro
Hace por lo menos una década que es un intelectual cuya fama va mucho más allá
que la que habitualmente alcanzan sus colegas. Hay varios documentales hechos
sobre su figura, además de que él mismo ha protagonizado otros en donde expone
algunas de sus muchas (¿demasiadas?) líneas de pensamiento. Un ejemplo es el
documental de Sophie Fiennes La guía ideológico del pervertido, de 2012, y estrenada
en Montevideo dos años después en el Festival Internacional Cinematográfico de
Cinemateca.
Foto: Difusión
Hace poco, Zizek volvió a generar muchos clicks en Internet cuando se enfrentó al
canadiense Jordan Peterson, el polemista más reconocido que tiene actualmente la
derecha internacional, en un debate que, claro, se transmitió por YouTube. El debate
duró más de dos horas y obviamente que siguen y seguirán las discusiones acerca de
quién lo “ganó”. La lógica binaria, fundamental para la construcción de la web, contagia
también el enfrentamiento entre dos posturas intelectuales opuestas.
Más allá de la discusión sobre el debate, la diferencia entre Peterson y Zizek no podía
ser mayor. Si bien el canadiense tiene un gran predicamento, Zizek le lleva mucha
ventaja: su notoriedad viene desde hace mucho antes que la de Peterson y ni que hablar
de la producción bibliográfica: el barbudo lleva, solo en inglés, cerca de 50 libros
publicados (también tiene libros en su idioma natal, el esloveno), mientras que el
atildado profesor de psicología tiene apenas tres títulos a su nombre.
Opaco
El 21 de marzo cumplió 70 años, aunque luce prácticamente igual desde 1989, cuando
se publicó su primer libro en inglés: El sublime objeto de la ideología. A partir de
entonces, la fama de Žižek (así es la grafía de su nombre en esloveno. La pronunciación
es algo así como “shi-shec”) no paró de crecer. Y eso que su prosa es de todo menos
transparente. Largas parrafadas que parecen a punto de desmadrarse en cualquier
momento en una maraña de subordinadas, citas, referencias a múltiples fenómenos
culturales, políticos y filosóficos y una apabullante erudición.
Además, es tan prolífico que cuando uno pone en Google el término de búsqueda
“libros de slavoj zizek”, uno de los principales resultados de esa búsqueda se titula: “Por
favor, parad ya de publicar libros de Slavoj Žižek”.
El crítico de literatura inglés (y también polemista político, como Zizek) Terry Eagleton
escribió en 2014, en una reseña sobre uno de los tantos libros del esloveno: “Como si
fuera Sócrates con anabólicos, Zizek es en partes iguales increíblemente perceptivo y
escandalosamente irresponsable. ¿Es que lo único que quiere es provocar?”
El inglés también ofreció otra de las claves del renombre de Zizek, cuando lo describió
como un agent provocateur. Zizek puede, con un sólido corpus teórico atrás, elaborar
una defensa de Stalin. O desplazar los términos del debate de género al decir que la
mujer tiene derecho a cosificarse.
Pero es probable que la mayor parte de su fama se deba a que, como pocos intelectuales,
no tiene empacho alguno en “descender” desde las alturas de las torres de marfil para
contaminarse en el supuesto fango populachero y masivo. Y nada mejor, para esa tarea
de mezclar la erudición con la cultura de masas, que el cine.
Comentando el séptimo arte, Zizek encontró un potente vehículo para transmitir sus
ideas sobre el fracaso del socialismo real, por qué a mucha gente le resulta imposible
imaginar el fin del capitalismo y qué es lo que Jacques Lacan (uno de los pensadores
favoritos del exyugoslavo) puede aportar para entender algunos de los dilemas que
aquejan a las sociedades contemporáneas y globalizadas.
La asociación entre espectáculo de masas y pensador de vanguardia empezó a
consolidarse cuando Zizek se valió de la película Matrix, estrenada hace 20 años, para
escribir el ensayo Matrix, o las dos caras de la perversión, que arranca así: “Cuando vi
Matrix en un cine de barrio de Eslovenia, tuve la oportunidad única de sentarme al lado
del espectador ideal para la película, es decir, un idiota: un hombre que (...) que
constantemente molestaba a los otros con exclamaciones como: ‘¡Dios, la realidad no
existe!’. Sin duda, prefiero esta ingenua inmersión a las interpretaciones intelectualoides
y pseudosofisticadas que proyectan sobre la película refinados matices filosóficos o
psicoanalíticos”.
“Ahí está el patrón: como puedo hacer algo cuando quiera (gracias a Internet), no lo
hago. Incluso lo noté en otras cosas además de películas. Estoy cansado, comienzo,
digo 'ahora no, después lo hago'. Esto fragmenta radicalmente la experiencia. Por eso
tampoco me gusta leer libros en Kindle. Algo cambia radicalmente en el modo de la
experiencia”.
“Para The Guardian soy demasiado de izquierda, y para London Review of Books
(gestionada por trotskistas) estoy demasiado cerca de Alain Badiou. Es increíble lo
feroz que sigue siendo esta batalla en ese pequeño círculo ridículo de la izquierda
radical. En el fondo, no me importa demasiado, pero eso demuestra que existe una
nueva ola de izquierda moralizadora”.