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Alberto Blest Gana - Los TrasplantadosII PDF
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482 LOS TRtlSPLANTADOS
sus deudas, ha recibido usted una dote para su her-
mana, y después de eso habla usted de mi injusticia.
No intentaba decir nada de eso. Sabia que no es-
taba en su dignidad el hablar de tal modo. Se había
jurado no aludir jamás A esas miserables cuestiones
de dinero. Mas la exasperación fue superior á todos
SUS prop6sitos. La embriaguez de hablar habia roto
el resorte de la prudencia, prorrumpiendo en esas fra-
ses con acento cte incontenible indignación.
Agotada por el esfuerzo se desplomó sobre el soi'á,
arrepintikndose de aquel exceso de exaltación, en el
que habia encontrado por un instante el sabor irre-
sistible de la venganza.
La pronta respuesta del mozo hizo pasar sus escrú-
pulos de haberse excedido en esa explosión de des-
pecho. Con acento casi sarchstico, con aire de imper-
tinente jactancia, el príncipe se apresuró á replicar :
- Da usted demasiada importancia á su dote y 5
los pocos miles de francos que se resolvió al fin &
ofrecerme s u señor padre. Perdono su exagerada
apreciación en gracia de la inexperiencia y de la ju-
ventud de usted. Pero su señor padre y su familia
toda saben muy bien que al pedir la mano de usted,
di una prueba de verdadero desinterés, puesto que
entonces precisamente se rne solicitaba para marido
de una hermosa joven norteamericana, con un dote
por lo menos diez veces superior al de usted.
Una exclamación, casi un hondo gemido de Merce-
des, respondió 6 esas pretenciosas palabras.
- ¡Ah, Dios mio! Y ¿por qué entonces me ha lie-
cho usted la mas desgraciada de las criaturas? ¿ E n
qué lo Iiabia oiendido yo para sacrificarme tan cruel-
mente?
La voz de la infeliz resonó lamentosa, quebrada
por un estallido de llanto, que la sacudia convulsiva-
mente, mientras ocultaba el rostro entre las inanos
con intensa desolaciOn.
LOS TRASPLANTADOS 483
- Porque la ainaba á usted y la amo más ahora,
respondió Stephan, estrechándola entre sus brazos,
cubriendo de besos el cuello de la chica, del que la
inclinación de la cabeza sobre las manos, en su do-
liente actitud, descubria la blancura.
Mercedes, aterrada, había conseguido ponerse de
pie con u n esfuerzo sobrehumano. Mas no logró por
esto desasirse de los fkrreos brazos que la oprimían,
mientras el mozo le prodigaba frenéticos cariños, mez-
clados con ardientes palabras de amor, con apasiona-
dos jurainentos de ser su esclavo; invocando sus de-
rechos de esposo para disculpar su osadía, hablándole
con ternura, por instantes en un tono sumiso, des-
mentido For su obstinación en mantener á la cliica
aprisionada. Era el momento que aguardaba desde la
salida del tren, la coyuntura que se había prometido
hacer producirse de a l g i n modo. Hallaba ridicula su
situacibn de marido burlado y desdeñado, y no solta-
ría A s u mujer sin que ella le jurase cambiar entera-
mente de actitud para con 81.
El terror. mientras tanto, había redcblado las fuer-
zas de la joven. Sus brazos también adquirieron un
poder al que Stephan estaba muy lejos de esperarse.
Por momentos conseguía mantener separado de su
rostro el del joven. Respcndia A PUS halagos con ame-
nazas de gritar, de producir un escAndalo. Juraba
que no haria promesa alguna mientras él n3 la dejara
completamente libre.
El miedo de que acudiese gente 5 los gritos de la
chica, llamó al mozo A la razón. Conoció, avergon-
zado, que esa lucha no podia prolongarse, y abriO los
brazos.
- Pues bien, queda usted libre ; pero yo lie podido
decirle lo que de otro modo no babria consentido
usted en oir. Es la intratable obstinacibn de usted lo
que me ha obligado á emplear la fuerza para decirle
que la amo y que tengo derecho de amarla.
484 LOS TRASPLANT.4DOS
- Muestreme el teleqrama.
Guy se disculpó de no tenerlo. La prisa por salir
de la casa le había hecho olvidar el papel.
- ¿Pero usted me jura que ella no ha muerto?
El joven juró, halbuciente. E n juramento que más
bien podría tomarse como una confesihii de la catás-
troie.
- Entonces, repuso la muchacha con exaltación,
usted va 5 callarse por esta noche. Yo no puedo per-
der la oportunidad tie ser presentada á !a gran du-
quesa. Mi posición social en el porvenir depende de
eso. Mercedes es joven y se mejorar&, estoy segura.
¿Quien nos obliga it divulgar la noticia del accidente'?
Usted me traerá el telegrama al baile, y yo lo guar-
daré hasta inafiaiia. Yo me encargo de dar después la
noticia 5, papá y 6 los demás.
Las lrnses se sucedían precipitadas. Habríase dicho
que s u empeño era á un tiempo acallar el reproche de
su conciencia y evitar que Guy le hiciese alguna ob-
servación para disuadirla de su prophito, de ese pro-
pbsito que su misma razón encontraba casi mons-
truoso.
Guy se quedó atónito. La exaltacibn de la preciosa
criatura le parecia inaudita. Una iorma de locura de
grandezas. En ese momento no habia para ella lazos
ni afectos de familia: su posición social, su entrada
al gran inundo de una inanera indiscutible, debía do-
minar todo lo demás. Sin dejarlo hablar, la chica re-
puso :
- Usted es hombre de mundo, y conoce, tan bien
como yo, la importancia de esta presentación. Yo
quiero tener una posici6n indiscutible. Ya estoy harta
de saludos desdeííosos, de miradas de grandes damas
y de grandes señores que pasan sobre mi cabeza
sin verme, de sonrisas protectoras dispensadas como
un favor cuando me haso presentar. No quiero que
me traten corno intrusa. Estoy harta de ser excluida
LOS TRASPLANTADOS 495
de las fiestas elegantes en casacl donde visito. Una
vez admitida por una alteza iniperial, toda la sociedad
chic me acoger5 como de s u m,mdo. ¿Qué me faltará?
Soy joven, soy bonita, soy rica. Poco á POCO llegar6
á tener todo el Jmrrio San Germán en mis salones:
telidre á mi mesa :‘t los grandes duques, á los embaja-
dores. Pero si falto esta noche, después de estar ins-
crita en la lista de presentaciones á In gran duquesa,
estoy perdida. ;Nunca llegaré 5 tener o c a s i h senie-
jante!
Era la historia de las liumillacioiies, de los mortifi-
cantes desengafios, B los que estan condenados los
que la vanidad arrastra á la conquista de un puesto
en la alta sociedad, sin títulos para pertenecer á ella:
la paciente labor de tantos extranjeros trasplanta-
dos al suelo parisiense, con la aspiración de con-
quistar s u carta de naturaleza en los dorados círculos
del chic, á ser de la crema de elegancia, de lo de urr.i-
b a del canasto, cuyos nombres citan los peri6dicos
diariamente. Era al inisnio tiempo un caloroso alegu-
to, en el que las graciosas actitudes, las miradas in-
cisivas, las entonaciones de voz sarcásticas, se mez-
claban á la coquetería felina de la sonrisa, para
convencer al joven y convertir en mirada de aproba-
ción su evasiva mirada, para que abrazase su causa
y la alentara, por el contrario, en vez del mudo re-
proche de su rostro impasible de hombre de mundo,
que desaprueba sin dignarse discutir.
- Querida mia, le dijo al fin, tomándole afectuo-
samente las manes; sin embargo de todo eso, yo
pienso que usted no debe ir.
- i Entonces, usted no me ama ! exclamó ella con
la voz descompuesta, reprimiendo las Iágriinas de
despecho que sintió asomarle á los ojos.
R Estaba resuelta, indeclinablemente resuelta, á ir
al baile, y no queria que sus párpados se pusiesen
colorados. Sin eso, habría hecho uso de la irresistible
496 LOS TRASPLANTADOS
FIN