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Bajo El Sol Las Cartas de Bruce Chatwin PDF
Bajo El Sol Las Cartas de Bruce Chatwin PDF
Bajo el sol
el próximo libro genial. Las cartas escritas desde lugares tan disímiles como In-
glaterra, Argentina, Grecia, Afganistán, Suecia, Turquía o Suráfrica revelan a un
contador de historias en estado puro, apasionado de la vida (un mes antes de
morir se lamentaba: «Aún hay tantas cosas que quiero hacer»), inseguro sobre
cosas íntimas como su sexualidad. Después de todo, como dijo su amigo Sal-
Bruce CHATWIN
man Rushdie: «Bruce apenas había empezado. Tan sólo vimos el primer acto».
© Ulf Andersen
Bajo el sol
Las cartas de Bruce Chatwin
Bajo el sol
Las cartas de Bruce Chatwin
Selección y edición de
Elizabeth Chatwin y Nicholas Shakespeare
Prefacio de Elizabeth Chatwin
Introducción de Nicholas Shakespeare
Traducción de Ismael Attrache y Carlos Mayor
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.
Título original:
Under the Sun. The Letters of Bruce Chatwin
Fotografía de portada
Lord Snowdon
Traducción
© Ismael Attrache y Carlos Mayor
www.sextopiso.com
Diseño
Estudio Joaquín Gallego
Formación
Quinta del Agua Ediciones
ISBN: 978-84-15601-16-6
Depósito legal: M-37155-2012
Impreso en España
Contenido
Prefacio 9
Introducción 15
Capítulo uno
El colegio: 1948-1958 31
Capítulo dos
Sotheby’s: 1959-1966 51
Capítulo tres
Edimburgo: 1966-1968 81
Capítulo cuatro
La opción nómada: 1969-1972 113
Capítulo cinco
Sunday Times: 1972-1974 215
Capítulo seis
Me he ido a Patagonia: 1974-1976 227
Capítulo siete
El virrey de Ouidah: 1976-1980 257
Capítulo ocho
Colina negra: 1980-1983 337
Capítulo nueve
Los trazos de la canción: 1983-1985 363
Capítulo diez
China y la India: 1985-1986 443
Capítulo once
Homer End: 1986-1988 481
Capítulo doce
Oxford y Francia: 1988-1989 529
Agradecimientos 553
CAPÍTULO ONCE
HOMER END: 1986-1988
Querido Jean-Claude:
Muchas gracias por tu carta. Sí. El nuevo manuscrito exis-
te. Seguramente aún saldrán algunos problemas mientras en-
caja todo, pero en cuanto exista una versión legible la tendrás
en tus manos. Título francés: Les voies-chansons. Es una idea
a la que doy vueltas desde hace unos veinte años y una vez he
terminado me siento completamente agotado. ¡Ahora mi idea
es ir a aprender ruso a la Confrérie Jésuite Orthodoxe à Meu-
don! Cuando me sienta con un poco más de fuerzas.
Como siempre con afecto,
Bruce
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Sus padres estaban también en el continente, en una autoca
ravana, de camino hacia el sur para pasar unos días en su residen
cia de la Provenza, cuando, según Hugh, «Margharita tuvo otro de
sus momentos de vidente y le pareció que sucedía algo. En esa oca
sión, el problema lo tenía Bruce. Se detuvo y llamó a Elizabeth. El
resultado fue que cambiaron el itinerario. “Cancelamos las vaca
ciones y giramos a la izquierda para ir a Zurich”».
El 12 de septiembre, Elizabeth, Charles y Margharita ayudaron
a Chatwin, que estaba muy deshidratado y expectoraba, a subir a
un avión. “Durante el vuelo estuvo a punto de morir”, recuerda su
mujer, que lo acompañó hasta Heathrow, donde lo esperaba una
ambulancia para llevarlo al hospital Churchill de Oxford.
Chatwin ingresó a las tres y treinta y cuatro de la tarde en el
pabellón de urgencias John Warin, especializado en enfermedades
infecciosas. Lo identificaron sencillamente como «escritor de viajes
de cuarenta y seis años con infección por vih». Dos días después,
el doctor Richard Bull, jefe de admisiones, escribió en el historial clí
nico: «Paciente informado de que es seropositivo, tiene síntomas pre
vios del sida pero aún no está claro si ha aparecido la enfermedad».
Chatwin se aferraría con uñas y dientes a esa incertidumbre.
El 26 de septiembre, gracias a una biopsia, el laboratorio
Radcliffe identificó en el paciente una infección por Penicillium
marneffei, un hongo que es un patógeno natural de la rata del
bambú, un roedor del sudeste asiático. Por entonces sólo se había
detectado, como señaló el doctor Bull en su informe, en «granjeros
tailandeses y chinos». El descubrimiento animó a Chatwin, que
convirtió su enfermedad en algo sonoro y excepcional.
Su hoja de evaluación revela que, si bien los médicos le dijeron
que existía «la posibilidad» de que hubiera desarrollado el sida e
hicieron saber a Elizabeth que el pronóstico no era «nada bueno»,
a Charles, Margharita y Hugh se les ocultó la naturaleza exacta de
la enfermedad: «Hay que decir a la familia que tiene neumonía».
«Para mí era todo muy sencillo —afirma Hugh Chatwin,
quien, al igual que Charles y Margharita, no se enteraría ni de
la enfermedad ni de la orientación sexual de Chatwin hasta sus
últimos meses—. No quería defraudar a su padre».
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En el momento de recibir el diagnóstico en Zurich, Chatwin
había pedido a Elizabeth que no dijera nada a su familia. «Le preo-
cupaba mucho —afirma—. Siempre había creído que podía con-
társelo a su madre, pero no a su padre. “No quiero que tenga mal
concepto de mí”, decía. Albergaba la esperanza de aguantar hasta
que encontraran una cura».
En aquel momento los médicos prefirieron no revelar los re-
sultados del escáner cerebral que le habían practicado, y que no
indicaba daños en el hemisferio izquierdo, pero sí algunos en el
derecho, por lo que cabía esperar que quedara afectada la capaci
dad de razonamiento.
A Gertrude Chanler
Querida Gertrude:
Muchísimas gracias por esa carta tan cariñosa: ésta es la
primera que escribo desde «el desplome».
Típico de mí: he pillado una enfermedad que no se había
detectado nunca en un europeo. El hongo que me ha atacado
la médula ósea había infectado hasta ahora a diez campesi-
nos de China (que es donde lo pillé, supuestamente), a un pu-
ñado de tailandeses y a una orca varada en una playa de Arabia.
La prueba de fuego es averiguar si puedo seguir produciendo
glóbulos rojos por mi cuenta.
¡Ésa es la peor noticia que tengo! Por lo demás, las cosas
van estupendamente. Tu hija mayor ha resultado toda una en-
fermera. Me cuidan muy bien: de verdad, la sanidad pública es
maravillosa, a pesar de sus defectos, que existen. ¿Dónde si no
ibas a tener a tu disposición la labor de los mejores investiga-
dores del mundo sin pagar nada?
No sabes lo mucho que agradezco tu apoyo mientras estuve
en Zurich. Me emocionó mucho, porque estaba empezando a
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dejarme llevar por el pánico. Me fui hasta allí convencido de
que me había infectado con alguna ameba india y estaba tan
concentrado en el libro que ni me di cuenta de lo enfermo que
estaba, pero ¿quién iba a esperar una cosa así? Compré mu-
chas acuarelas y mi intención era irme a la montaña a pintar,
pero un día podía andar y al siguiente no.
Cuando te llegue esta carta ya te habrás recuperado de la
operación del ojo.2 Como bien dices, uno va descuajaringán-
dose poco a poco, pero tú haces gala de una valentía maravi-
llosa y te lo tomas todo con mucha calma: yo debería tomar
ejemplo.
Con todo mi cariño y mil gracias,
Bruce
A Ninette Dutton
Queridísima Nin:
Un placer recibir tu carta, que me ha animado mucho. Tisi
me ha contado, con mucha discreción, que hay alguien en tu
vida, que es lo más lógico del mundo. Me alegro mucho por ti.
Te escribo estos garabatos desde la cama porque, por una de
esas desgracias de la vida, en China pillé un hongo que afecta
a la médula ósea, que como sabes es donde se producen los
glóbulos rojos: se trata de una infección muy, muy poco ha-
bitual; o sea, que no la sufre ningún blanco. Estaba en Suiza,
tratando de recuperarme tras haber terminado y entregado el
libro cuando me sobrevino esto como un torbellino. E. fue a
buscarme y volvimos a casa justo a tiempo. En el hospital les
pareció increíble que llegara vivo a la mañana, pero tras cinco
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semanas de medicación, transfusiones y atención especializada
ya piensan en mandarme a casa. ¡En fin, ni hablar de ir a pasar
el invierno a Australia, porque tienen que controlarme la san-
gre constantemente! Bueno, por aquí no hay nada más que
contar. ¿Quien iba a imaginarse una cosa así? Pero sobreviviré.
E. se está portando de maravilla.
Con mucho cariño,
Bruce
A Charles Way
Querido Charlie:
¡Enhorabuena! Por descontado, si la haces tú apruebo con
entusiasmo la adaptación de la bbc.3 Lo único que me da miedo
es que elijan a actores que no tengan ni idea de lo que es el
acento galés, o más en concreto el de la región fronteriza. Ha-
bría que sentarlos durante una hora o algo así en un pub de
Hay-on-Wye y seguro que se enterarían. La adaptación radio-
fónica de En la Patagonia para Book at Bedtime fue tan desas-
trosa que tiré el transistor y me negué a escuchar las siguientes
entregas. ¡Qué Suramérica tan falsa, con tantas burlas de los
ingleses! Se te helaba la sangre.
Estoy encantado con la idea de que, al final, quizá pueda
ver la obra. Por lo visto, al menos en Hereford se vendieron
todas las localidades...4
Con afecto como siempre,
B.
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A Murray Bail
Querido Murray:
Me preguntas que dónde estoy. La verdad es que casi
estiro la pata. Por lo visto, en China pillé un hongo muy poco
conocido que afecta a la médula ósea: se sabe tan poco de él
que no lo recoge la bibliografía médica y sólo se ha detectado
en diez campesinos de la China occidental (que en paz descan-
sen) y en una única orca varada en una playa de Arabia. Soy,
por consiguiente, una curiosidad médica de primera categoría.
Llevaba todo el verano bastante chafado, pero tampoco me en-
contraba tan mal y creía, ingenuo de mí, que debía de ser una
ameba india que había pillado al beber agua del grifo en Rohet.
Terminé el libro, que se titula Los trazos de la canción y que,
pese a las quejas de todos los editores, me empeño en calificar
de novela. Lo entregué y al día siguiente me fui a Suiza, con-
vencido de que entre el aire de la montaña y los paseos me
reanimaría, y de que siempre habría una asistencia médica ex-
celente a la vuelta de la esquina. ¡Qué equivocado estaba! Nada
más llegar a Zurich, el primer día, resultó que casi no podía ni
andar por la calle. Por un milagro di con el gran experto en
enfermedades tropicales5 y en cuanto me vio la sangre excla-
mó: «¡No entiendo cómo sigue usted con vida!». Y entonces
empezó la fiesta. E. fue a recogerme y volvimos juntos para ir
a un hospital de Oxford donde les pareció que no sobrevivi-
ría a la primera noche. No fue desagradable. Tuve unas aluci-
naciones tremendas y estaba convencido de que lo que se veía
por la ventana (un aparcamiento, un muro y las copas de unos
cuantos árboles) era un cuadro enorme del Veronés.6 ¿Pode-
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mos librarnos alguna vez del «arte»? Después ha habido unas
seis semanas de transfusiones y me han administrado por vía
intravenosa una medicación que me ha sentado fatal. Ya me han
dado el alta; me paso casi todo el día en cama. Sin embargo, los
médicos están contentos (¡de momento!) y, aunque aún tengo
las piernas entumecidas de rodilla para abajo, puedo andar
aproximadamente un kilómetro, aunque tambaleándome. Im-
posible ir a Australia. Quieren controlarme el hemograma
semanalmente durante al menos un año (puede que se com-
padezcan de mí, en función de mi «progreso»). La prueba de
fuego será la retirada del segundo medicamento antifúngico
(¡en pastilla, gracias a Dios!). Entonces se verá de verdad.
Siento haberte soltado esta historia tan triste y egocéntrica,
pero no puedo pensar más que en mí. Estoy leyendo los pri-
meros relatos de Gógol en la nueva edición de la traducción de
Garnett que ha sacado Chicago University Press en dos volú-
menes. Pero esta mañana he contratado a un documentalista
para empezar una nueva obra.
Recuerdos para M[argaret]. E. lo está llevando todo de
maravilla.
Con el afecto de siempre,
B.
A Ninette Dutton
Queridísima Nin:
Hace una hora estábamos E. y yo quejándonos de que la
miel griega que nos costó un buen dinero (¡del monte Himeto,
venga ya!) no tenía el más mínimo sabor cuando ha llegado el
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cartero con tu paquete.7 Nos hemos comido una tostada cada
uno, en mi cuarto, ¡en casa!, y así hemos acabado el desayuno
con algo sumamente delicioso. Gracias, eres un sol. Apenas ha
goteado: nos hemos embarrado un poco los dedos al abrirla y
ya está.
Estoy en casa y me encuentro bastante normal. Aunque
me canso con facilidad, ayer trabajé ocho horas con el correc-
tor de Cape. Tuvimos una lucha espantosa para volver a poner
como estaba lo que han cambiado los estadounidenses en el
texto. Por ejemplo, se empeñan en simplificar el uso de los pro-
nombres, con lo que la prosa queda muy plana. En fin, a pesar
de que tenía las piernas algo entumecidas y temblorosas (por
lo visto era inevitable, porque se me habían quedado reducidas
a meros palos), nos fuimos a pasar unas breves vacaciones en
Cornualles8 que a E. le han venido muy bien, porque después
de llevarme una comida caliente al hospital a diario durante
seis semanas estaba agotada, y me quedo corto.
He llegado al punto de hartarme de leer tanto y tengo ga-
nas de empezar a trabajar en algo nuevo. He leído el exitazo
de Bob H[ughes] La costa fatídica, que tiene cierto aire tolsto-
yano. ¡Menuda historia! Un análisis igual de fascinante de la
mentalidad de los ingleses en los siglos xviii y xix que de los
orígenes de Australia. Otra noticia es que Werner Herzog pre-
tende empezar a rodar El virrey de Ouidah (con el título cam-
biado a Cobra verde) en febrero. El guión se aleja terriblemente
del libro, pero ¿y qué? Eso es precisamente lo que hace falta
para conseguir una buena película.9
Con mucho cariño de E. y mío,
Bruce
7 Dutton había enviado miel del llamado árbol del cuero de Tasmania.
8 E. C.: «Fuimos a ver Land’s End y el viento casi arranca la puerta del co-
che. Nos alojamos en el hotel Abbey de Penzance, cuya propietaria era
Jean Shrimpton, la Gamba. Cuando vivíamos en Mount Street tenía una
aventura con Terence Stamp, que vivía en el mismo rellano, y siempre la
veíamos correr de un lado para otro».
9 En agosto de 1985 el músico David Bowie también había hecho una oferta
para adquirir los derechos cinematográficos.
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A Derek Hill
Queridísimo Derek:
Siento en el alma lo de tu hermano. Sabemos que el
vínculo con la vida es sumamente endeble, pero cuando llega
el mazazo nada puede, al parecer, mitigar sus efectos.
Me siento bastante normal: anoche estuve preparando
blinis para acompañar un tarro enorme de caviar que alguien
me llevó al hospital en un momento en el que me alimentaban
por vía intravenosa. Decidimos guardarlo para el cumpleaños
de Elizabeth. El único problema está en las piernas, que no
funcionan como deberían: no es de extrañar, porque durante
dos meses y medio fueron unos simples palos encajados en
unas rodillas vacilantes.
Queridísimos míos:
¡Qué sorpresa tan maravillosa! Vuestra carta, que ha lle-
gado esta mañana, tiene aproximadamente la mitad de la ex-
tensión del télex que me mandaron hace cuatro años los de
Simon and Schuster acusando a mi actual editora, Elizabeth
Sifton, de engatusar a un servidor para alejarlo de sus incom-
petentes garras. Por cierto, tengo que informarte, Cary, de que
en verano, evidentemente víctima de la enfermedad, me volví
pirómano y destruí montones de cuadernos viejos, ficheros y
correspondencia, pero también encontré una caja entera con
cartas tuyas que se remontan a principios de los sesenta y que
evidentemente siguen siendo un tesoro bien guardado.
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Cuéntame si es verdad que J. J. Klejeman10 tiró todas esas
antigüedades al East River. Me gustaría saber si es cierto y en
qué circunstancia sucedió. En estos momentos estoy trabajan-
do en un relato (al estilo de Hoffmann y ambientado en Praga)
en el que un coleccionista de porcelana de Meissen (un hom-
bre al que conocí allí en 1967)11 destruye sistemáticamente su
colección en su lecho de muerte, para que no pase a manos del
Museo Nacional.
Mi enfermedad fue un episodio dramático. Siempre he
sabido (¿gracias a una adivina o a mi instinto personal?) que
con cuarenta y pico años me pondría muy enfermo y luego
me curaría. Durante todo el verano, mientras daba los últimos
toques al libro, era evidente que estaba poniéndome enfermo,
pero preferí no pensar en ello incluso cuando, un día de calor
sofocante, me envolví en varios chales al lado del agá para es-
cribir en una libreta de papel amarillo. Me imaginaba que me
recuperaría si lograba llegar a algún prado de montaña, así
que me fui alegremente a Suiza, con la mala fortuna de que
a la mañana siguiente no podía ni arrastrarme cien metros
por la acera. Evidentemente, me pasaba algo muy grave. Me dije
que sería alguna ameba india y fui a ver a un especialista en
medicina tropical, que pidió un hemograma y al día siguiente
me dijo, como si tal cosa: «No entiendo cómo está usted vivo.
Prácticamente no le quedan glóbulos rojos». No pudo llegar
a un diagnóstico,12 a pesar de que me hizo todas las pruebas
491
posibles, y Elizabeth fue a buscarme para traerme a casa cuan-
do sin lugar a dudas estaba en las últimas. Tengo un recuerdo
vago de que me metieron en el avión en camilla y luego otro de
la ambulancia en el aeropuerto de Londres, y después nada.
Cuando llegué a Oxford no esperaban que sobreviviera hasta
el día siguiente. Por cierto, tuve la «experiencia de la noche
oscura», seguida de una visión de las puertas del paraíso. En
mi delirio me vi en una corte pintoresca y vagamente medieval
donde unas mujeres me ofrecieron uvas en cálices. En un mo-
mento dado le dije a Elizabeth: «¿Dónde se ha metido el rey
Arturo? Hace un momento estaba aquí».
En fin, me enchufaron a un montón de máquinas pero no
conseguían descubrir qué me pasaba, hasta que al cuarto día
el joven inmunólogo entró corriendo en mi habitación y dijo:
«¿No habrá estado en una cueva de murciélagos en los últimos
cinco años? Creemos que tiene un hongo de la médula ósea
que se origina en los excrementos de murciélago». Sí, había
estado en cuevas de murciélagos, en Java y en Australia. Sin em-
bargo, cuando cultivaron el hongo, como quien cultiva una
bacteria para hacer yogur, resultó que no tenía nada que ver
conmigo. Consultaron a los micólogos más destacados, man-
daron muestras a Estados Unidos y la respuesta que por fin
salió a la superficie fue que en efecto tenía un hongo de la mé-
dula ósea, pero uno en concreto que sólo se conocía por el
cadáver de una orca varada en una playa de Arabia y por diez
campesinos chinos que estaban sanos y de repente se murie-
ron sin más. ¿Había estado en contacto con algún ballenero?¿O
con campesinos chinos? «Campesinos», repetí, con resolu-
ción. Pues sí. En diciembre pasado estuvimos en el oeste de
Yunnan, siguiendo los pasos del botánico austroestadouniden-
se Joseph Rock, cuyo libro The Kingdom of the Na-Khi admiraba
Ezra Pound.13 Fuimos a comilonas de campesinos, dormimos
492
en casas de campesinos14 e inhalamos el polvo de aventadores
de unos campesinos. Total, que debió de ser en Yunnan donde
respiré las partículas de polvo fúngico que ponen en marcha
la enfermedad. Me quedé en la mitad de mi peso, me salieron
bultos y costras y me parecía muchísimo a la miniatura del cor-
tesano de Akbar que está en la Bodleian y que tiene un título
del que no me acuerdo.15 Me administraron un medicamento
horroroso por goteo, constantemente durante seis semanas.
Me hicieron transfusiones y al final me recuperé de un modo
bastante inesperado, o al menos mis médicos se sorprendie-
ron. Esto va a suponer un cambio de vida, de todos modos. Por
lo visto, un hongo así no te lo quitas nunca de encima, así
que voy a tomar pastillas indefinidamente, tendré que hacerme
revisiones de vez en cuando y resulta que no debo viajar a si-
tios exóticos y peligrosos. Eso último pienso saltármelo por
completo. Mientras, y en lugar de soportar la oscuridad y la
lluvia constante de un invierno inglés, nos vamos a Grasse,
donde nos han prestado un apartamento y donde espero es-
cribir a buen ritmo el relato sobre el coleccionista de porcelana
checoslovaco.
Ahora tengo que dejarte. Nos vamos a Londres, donde he
quedado con Leigh Bruce,16 que va a recoger las llaves de mi
piso para que Clem y Jessie [Wood] se queden allí en Navidad.
Anoche hablé con H[oward H[odgkin] por primera vez en mu-
chísimo tiempo y puede que lo vea esta tarde. Las cosas vuelven
al principio.
Volveré a escribir desde Grasse con la dirección.
Con mucho afecto,
Bruce
E. también os manda recuerdos, a ti y a E[dith].
493
Me alegro de recibir noticias de tus Knellington, y también
de los Tizzeret. Mi intención era pasar a ver al Tizzer [George
Ortiz], pero por lo que te he contado no pude. Ahora me voy a la
biblioteca, donde tu rollo se reunirá con sus hermanos.
A Ninette Dutton
Queridísima Nin:
Nos hemos refugiado en el sur de Francia para escapar de
uno de los inviernos más horrorosos que se recuerdan. Había-
mos leído que iba a hacer muchísimo frío en Inglaterra y Francia
y vemos una masa de nubes grises encima del mar, pero (¡de
momento!) estamos disfrutando de un microclima estupendo
con temperaturas de veintitantos grados en la terraza. Me sien-
to mucho mejor y tengo mucho mejor aspecto, pero por lo visto
494
hay una o dos complicaciones, así que quizá tengamos que ha-
cer las maletas y volver a Oxford. ¡Espero que no! La semana
pasada fuimos a Italia para ver a toda una serie de viejos amigos
en la Toscana.17 En Florencia las piernas, que aún se me pueden
poner lilas y azules cuando hace frío, se me quedaron rígidas del
todo. De todos modos nos lo pasamos de maravilla.
He estado completamente desconectado, sin correo du-
rante un mes. La única emoción ha sido la película de Werner
Herzog basada en El virrey de Ouidah, que él pretende titular
Cobra verde. Acabamos de firmar el contrato de venta de dere-
chos, no una simple opción de compra, y en este momento hay
unos seiscientos africanos recreando el palacio del rey de Da-
homey en la actual Ghana. Bueno, con eso me he entretenido
muchísimo durante estos meses tan agotadores, y me haría ilu-
sión pensar que al final voy a ganarme un buen dinero, o al
menos más del que tengo posibilidades de conseguir escri-
biendo libros, y todo sin levantar un solo dedo. Werner va a
dirigir Lohengrin en Bayreuth el 28 de julio, que es nuestro úni-
co compromiso en todo el verano.
El libro australiano, Los trazos de la canción, está en fase
de galeradas, aunque los de Cape aún no se han decidido a man-
darme una copia. Espero que haya salido todo bien. Hay mul-
titud de detalles que me gustaría haber comprobado, pero
físicamente me ha resultado imposible.
Mientras, he empezado otra cosa: un relato muy rocam-
bolesco ambientado en la Praga de mis lejanos recuerdos y
centrado en un coleccionista compulsivo de porcelana de
Meissen que hace referencia al misticismo judío, al golem, al
fantástico emperador Rodolfo, a la alquimia, etcétera. Eso tam-
bién me entretiene: me siento mejor de inmediato (aunque
siempre cansado) cuando escribo, y deprimido cuando no...
Con todo el cariño de Elizabeth y el mío,
Bruce
495
A Roberto Calasso
A Elisabeth Sifton
Queridísima E.:
[...]
¿Podrías mandar ejemplares de Los trazos de la canción a
las siguientes personas?
496
Bill Katz: dos, uno marcado para Jasper Johns20
Clarence Brown
Josef Brodsky21
Joseph Campbell22
James Ivory
La señora de Aristóteles Onassis (¡siempre tengo el de-
talle!)
Diane Johnson23
John Duff24
+ una amiga australiana, Pamela Bell
A George Ortiz
Acra, Ghana,
23 de marzo de 1987
497
A Bill Buford
Querido Bill:
¡Pero bueno! Sospecho (por desgracia para nosotros, pero
no para ti) que corremos el riesgo de perder al mejor director
de revista del mundo, que pasará a las filas de los mejores es-
critores del mundo. En serio, me ha parecido de primera.25 La
violencia en el fútbol es algo que he seguido, de lejos y con
cierta fascinación morbosa, pero evidentemente no sé nada en
profundidad del tema.
Se me ocurre una cosa. Hace unos tres años fui a la
final del rubgy, Gales contra Francia, en Cardiff, un día ho-
rrible de invierno con niebla. Bueno, pues el ambiente era
prácti-camente litúrgico; todo el mundo cantaba el himno na-
cional galés, etcétera. ¿Por qué, me pregunto, tiene que ser
tan distinto el fútbol, a no ser que, como apuntas tú, la vio-
lencia esté organizada con el objetivo de buscar y dañar a un
enemigo de la imaginación? No puedo estar más de acuerdo
contigo: no es necesariamente producto de condiciones so-
ciales adversas. Tengo la impresión de que lo que impera en
este país es la necesidad desesperada de encontrar un susti-
tuto para los enemigos que se han perdido con las Malvinas,
y ese estado de ánimo se manifiesta, de una u otra forma, en
todos los niveles de la sociedad. En ese aspecto los cabe-
zas rapadas y los miembros del club White’s coinciden al cien
por cien.
¿Puedo implicarme personalmente en el libro? Como ya
te dije, no es el mejor momento para dar consejos. Tú sigue
498
adelante, sin más, y te saldrá bien. Un detalle: hay algo abso-
lutamente escalofriante en la primera versión, y es la estación
galesa. Quizá deberías ofrecer una descripción muy minuciosa,
muy gráfica, que puede ser medio novelada: dónde estaba, qué
tipo de gente había en el andén, qué aspecto tenía el jefe de
estación. Y luego, de repente, el anuncio. Puede que me equi-
voque, pero ese episodio me pareció tan apasionante que creo
que debería ser el principio del libro. Si empiezas con un viaje
en avión a Turín es evidente que va a haber violencia. En una
estación de tren galesa dejada de la mano de Dios, en cambio,
no; por eso, se creará una tensión que dominará todo el libro.
Otro comentario muy secundario: como es un tema terri-
blemente duro, creo que habría formas de endurecer un poco
la sintaxis y el vocabulario. Puedo mostrarte lo que quiero de-
cir cuando nos veamos: voy a instalarme en Francia durante
dos semanas y luego volveré a Homer antes del 1 de mayo, o
si no Elizabeth sabrá dónde encontrarme.
Mi más sincera enhorabuena.
Un abrazo,
Bruce
PD : Escribo con prisa, a punto de salir para el aero-
puerto.
No pierdas ese humor irónico bajo ningún concepto.
499
A Ninette Dutton
Queridísima Nin:
Una breve nota antes de irme a Londres al aeropuerto...
¡y de ahí a Niza! Elizabeth se ha marchado a la India para hacer
uno de sus recorridos por el Himalaya que podría ser el último,
porque el señor que lleva la compañía está muy enfermo en
Londres.26 En fin, le irá bien que le dé un poco el aire de la
montaña, ¡después de haberse pasado nueve meses cuidándo-
me! Estoy mucho, mucho mejor: la única secuela es un hormi-
gueo constante en los pies, pero como antes era por encima de
la rodilla parece que también está desapareciendo.
Qué alegría pensar que vas a volver pronto. Mis planes son
ir a Francia hasta aproximadamente el 1 de mayo, venir aquí
unos diez días y luego largarme otra vez. Me han dejado, du-
rante un año o más, el castillito del pueblo donde vivió Max
Ernst. Es supercómodo y, aunque resulta recargado para mi
gusto, el campo que hay detrás es magnífico y no está nada
construido. Una cosa está clara: tengo que estar fuera de In-
glaterra cuando salga el libro en junio. No soporto todo el es-
trépito que acompaña a una publicación y, como descubrí con
pesar, no puedes conceder una entrevista sin sufrir un alud.
Me muero de ganas de volver al sur.
A pesar de que en principio el tema es poco accesible, pa-
rece que el libro está armando cierto revuelo. Anoche hablé
con Bob H[ughes], al que le ha gustado mucho, pero sospecho
que metí el dedo en la llaga una o dos veces.
Bueno, aun más motivos para no estar en Inglaterra de
mediados de junio a mediados de julio: nos iremos a Seillans
y ya buscaremos una forma de vernos. En el castillo hay mu-
chas habitaciones y está a cuarenta minutos del aeropuerto de
500
Niza. Si no, también podemos irnos a Italia, donde tenemos
montones de amigos.
Con prisa pero con mucho cariño,
Bruce
PD: Hemos tenido un temporal horroroso que hasta ha derri-
bado árboles. De verdad, este país es una incomodidad tremenda.
A Murray Bail
Querido Murray:
En realidad te escribo desde el sur de Francia. Cuando me
puse enfermo en invierno me prestaron, de un modo bastante
caballeroso, un castillo: no es muy grande, pero no deja de ser
un castillo. Hace un calor de mil demonios. Vinimos aquí des-
de París y llegamos completamente agotados, en gran parte por
el Musée d’Orsay, que con su estupidez lapidaria debe de ser
uno de los museos más horripilantes del mundo. Propongo que
sólo se visite en invierno, en silla de ruedas y con un panamá
de ala muy ancha para que la atención no se dirija al fantástico
follón arquitectónico que se ve por arriba. Además (aunque me
costaría explicar el motivo) me compré una primera edición
de Madame Bovary: ¿cómo talismán?, ¿cómo livre de chevet?
¡A saber! Desde aquí nuestra intención es ir (¿quién lo iba a
decir?) al Festival de Bayreuth, donde mi amigo Werner Her-
zog va a dirigir Lohengrin: en agosto empieza a montar mi pe-
lícula, es decir, El virrey de Ouidah (retitulada Cobra verde). De
Bayreuth nos iremos a Praga: tengo que documentarme un
poco. Luego, en septiembre, debería ir a Estados Unidos,
pero estoy dando muchas vueltas a la posibilidad de escabu-
llirme. ¿Y después...? ¿Madrid? ¡Quizá! Siempre que he ido
estaba sin un penique y las pensiones de mala muerte en las
que he dormido, por lo general cerca de la estación, no habrían
501
estado a la altura de Maisie Drysdale. Siempre queda el Ritz, al
lado del Prado, que teniendo en cuenta la relación calidad-pre-
cio dicen que es el mejor hotel de Europa. Pero ¿de qué canti-
dades estamos hablando? Sí. Gracias por el aviso de que Knopf
ha sacado la recopilación de los volúmenes de autobiografía de
[Thomas] Bernhard. Tendrías que ver los ataques despiadados
que le dedican los críticos ingleses, ciegos y completamente
chiflados. Un imbécil escribió una reseña de Hormigón que daba
ganas de quemar el pasaporte. Pero, claro, Inglaterra, a dife-
rencia de Irlanda, Escocia o Gales, es un país absolutamente
bárbaro. Otro libro suyo, El sobrino de Wittgenstein, me pare-
ció maravilloso, sobre todo el relato de la recogida del premio
Grillparzer, y la explicación (¡me llegó al alma!) de que los ami-
gos más íntimos se quedan horrorizados cuando uno, en lugar
de morirse, va y resurge relativamente recuperado.
Ya me contarás lo de Kenia. Podría ayudarte. Mantén el con-
tacto durante todo el verano, por favor (bueno, el nuestro, si es
que hace acto de presencia) y espero que nos veamos en otoño.
Todo mi cariño, como siempre, para M[argaret] y para ti.
Bruce
PD: Yo creo que papá Hemingway sí que se alojó en el Ritz:
no en un primer momento, pero desde luego después sí. ¡Ojalá
hubieras podido ver por un agujerito el premio internacional
Hemingway, en el Ritz de París, del que fui jurado!27
502
escribir el libro en el que tú creías más que nadie. Pero el tiempo no
da más de sí. Por supuesto, está incompleto y puede que resulte in
comprensible, y tú no sospechabas que fuera a estar relacionado con
Australia, pero te lo mando con la esperanza de que haya fragmen
tos que te hagan recordar lo que tanto te gustaba”. Mi contestación
fue: “Creo que se te dan mejor los fragmentos que una novela a gran
escala, pero sobre todo me ha parecido que se te dan muy bien los
detalles a gran escala”».
A Michael Davie 28
Querido Michael:
Gracias. Gracias en especial por rescatarme de la horda
cada vez más populosa de escritores de viajes. Vamos a estar
aquí casi todo el mes de julio, a partir del día 8 aproxima-
damente, y como esto queda a un paseo de Ewelme...
Bruce
A Colin Thubron 29
Querido Colin:
Bueno. ¡Lo que has escrito supera con creces cualquier de-
manda hecha en nombre de la amistad, etcétera! Estoy muy emo-
503
cionado y te lo agradezco de verdad por dos motivos principales:
a. por haber entendido de qué va y por haber sabido extraer de
esa masa caótica de material el sentido de lo que me gustaría ha-
ber dicho (y no de lo que he dicho, que por descontado es harina
de otro costal), y b. por todo el tiempo y la energía que tienes que
haberle dedicado. Parece que la gente no tiene ni idea de lo mu-
cho que se tarda en redactar un texto como el tuyo.
En fin, a tu salud. Y estoy seguro de que China será tan
gratificante (y más) que los rusos. ¡Tengo muchas ganas!
Por lo visto vamos a pasarnos el verano recorriendo a toda
pastilla los bordes del telón de acero; luego volveremos aquí,
a finales de septiembre, y tendremos que vernos.
Por cierto: una cosita que no incluí. Cuando visité la ex-
cavación de Swartkrans con Bob Brain, una de las cuestiones a
las que más vueltas daba era la utilización del fuego: el mito de
Prometeo es absolutamente determinante, en mi opinión, para
comprender la condición del primer hombre, ya que fue el
fuego lo que le permitió protegerse de forma adecuada de los
depredadores por las noches. Cuando yo estudiaba arqueología
se daba por sentado que el fuego (es decir, el fuego controlado)
tardó en llegar a África. Los primeros restos conocidos databan
de hace 70.000 años, en contraste con lo encontrado en la cue-
va de Pekín, de hace 500.000 años. Por otro lado, muchos de
los que habían excavado en el continente africano habían te-
nido la esperanza de encontrar rastros del uso del fuego entre
los restos del Homo habilis, nuestro primer ancestro, y algu-
nos incluso creían haber dado con ellos.
Bob y yo debatimos las ventajas y los inconvenientes de la
primera cocina de la humanidad durante el almuerzo. Luego,
en los primeros centímetros cúbicos que excavamos aquella
tarde (bueno, que excavó el capataz, George [Moenda]), ¡sa-
lieron unos fragmentos de huesos que sin lugar a dudas pare-
cían chamuscados! Dado que aquel nivel en cuestión databa de
hacía casi dos millones de años, me emocioné mucho, aunque
él, siempre tan optimista, prefirió restar importancia al
hallazgo. Sin embargo, esta mañana he recibido una carta en
504
la que confirma que los restos estaban chamuscados. En otras
palabras, en muy posible que me presentara en Swartkrans el
día que se descubrió la cocina más antigua del mundo.30
¡El tiempo (y cito tu reseña) lo dirá!31
Como siempre con aprecio,
Bruce
505
Los acantilados envueltos en nubes sobresalen
recortados con puntas desiguales.
Espero que os guste. Nos vamos a Checoslovaquia, pero
antes pasaremos por el Festival de Bayreuth. Que el Señor se
apiade de nosotros.
Con mucho cariño,
B. y E.
A Murray Bail
A Jean-Claude Fasquelle
Querido Jean-Claude:
Ya sé que estarás de vacaciones, pero ¿podría tu secretaria
enviar un ejemplar de Les jumeaux de Black Hill a la siguiente
dirección?
506
M. E. Bavanoff-Rosimé, Castillo de Bellevue, Meaulne,
Saint-Bonnet-Tronçais.
Se trata del hijo de un escultor constructivista ruso de lo
más asombroso del primer período soviético al que he cono-
cido por casualidad en Vichy. Nos vemos en otoño.
Bruce
A Sunil Sethi
Qué alegría recibir tu postal. Sí. Vete a saber por qué, pero ¡Los
trazos de la canción ha llegado al primer puesto de las ventas de
esta semana!33 ¡De la que viene no! Creo que soy víctima de un
buen despliegue publicitario, que me ha dado mucho ánimo al
confirmarme que sigo entre los vivos, pero se me puede subir
a la cabeza. El lunes nos vamos a Deutschland, al Festival de
Bayreuth, y de ahí a Checoslovaquia: ¡el escenario de mi
próxima novela! A E. le han ofrecido escribir una guía de
Rajastán,34 ¡así que volveremos pronto, tras lo de Nueva York
y Madagascar!
Con mucho afecto como siempre,
B.
507
A George Ortiz
A Murray Bail
Austria, en tránsito,
7 de agosto de 1987
A Nicholas Shakespeare
Estiria, Austria,
7 de agosto de 1987
508
campamentos inundados e infestados de mosquitos y de tu-
ristas de la RDA. ¡No había una sola cama! Al final nos preci-
pitamos al lujo del hotel Sacher de Viena, ¡daba igual lo que
costara! ¡Una cena maravillosa!
Bruce
A Ninette Dutton
Estiria, Austria,
7 de agosto de 1987
509
A Deborah Rogers
Querida Deborah:
Me siento a escribirte con una profunda tristeza, por no
decir dolor. Debes creerme cuando te digo que lo que voy a
decirte a continuación no es una decisión tomada a la ligera ni
carente de desazón. Sin embargo, sí es irreversible. Hace ya
un tiempo que siento la necesidad de que una sola persona
coordine todos mis asuntos, por lo que he nombrado a Andrew
Wylie, de Wylie, Aitken and Stone, único agente para mis de-
rechos en todo el mundo.
Andrew también ha aceptado ocuparse de mi catálogo y de
todas las negociaciones pendientes. Voy a escribir a George y
a Anne37 desde Italia, pero la carta tardará varios días en llegar.
Y si ésta te parece terriblemente incompetente, cruel y breve
es porque, la verdad, no sé cómo seguir...
Con todo mi cariño,
Bruce
A Gillon Aitken
Querido Gillon:
[...]
También voy a escribir a Jean-Claude Fasquelle de Grasset,
con quien siempre he estado muy a gusto. El ambiente de esa edi-
510
torial me divierte intensamente. He informado a [Roberto] Ca
lasso, al que, por cierto, le ha parecido una decisión sensata.
Como siempre con afecto,
Bruce
A Jean-Claude Fasquelle
Querido Jean-Claude:
Puede que te hayan contado (si no, te llegarán voces pron-
to) que he decidido cambiar de agente: de Deborah Rogers a
Wylie, Aitken and Stone. Quizá deberías saber que tengo trato
con Gillon desde hace mucho tiempo, aunque hasta hace poco
nunca se había mencionado la posibilidad de que me repre-
sentara. Hace ya un tiempo que considero que es la persona
más indicada, pero eso entre nosotros...
Como siempre con afecto,
Bruce
A Deborah Rogers
Querida Deborah:
Me doy cuenta de que todo esto es sumamente terrible. Sé
por gente de Nueva York y de Londres lo molesta que estás.
Sé que un día deberíamos hablar largo y tendido. Sé que ha
sido una decisión repentina, para bien o para mal. Sé que sin
duda afectará a nuestra amistad, y eso me entristece mucho.
Pero sobre un aspecto tengo que ser claro. Me han llegado
voces de que en ambos lados del Atlántico se ha dicho que
511
Andrew Wylie me hizo proposiciones o me conquistó para que
me alejara de ti o de [Georges] Borchardt. Eso es, sencillamen-
te, un disparate. Puede que otros lo hayan intentado, pero él
no. Como bien sabes, en 1976 decidí quedarme contigo, pen-
sando en nuestra larga vinculación, en lugar de irme con Gillon
Aitken.38 Durante estos años he mantenido el contacto con él.
Uno de sus clientes, cuyo modo de vida se parece bastante
al mío, es el único escritor con el que mantengo una conver-
sación anual sobre cómo están las cosas.39 Ya sabías que, desde
hacía mucho tiempo, me parecía que la comunicación con
Georges Borchardt estaba en sus horas bajas: era proba-
blemente culpa mía tanto como suya. Ya sabías que sentía la
necesidad de cambiar y me hiciste distintas sugerencias sobre
gente con la que debía ponerme en contacto. Sin embargo, en
mayo de 1986, estando en casa de Joe Fox40 en Long Island,
abordé con Gillon la cuestión de mi representación en Estados
Unidos: la verdad es que en aquel momento pensaba recurrir
a un abogado, más que a un agente, para revisar los contratos.
Me contó que acababa de asociarse con Andrew Wylie y me con-
512
certó una visita con él en Nueva York. Tuvimos una charla pre-
liminar, sin plantear en ningún momento que te dejara a ti.
Desde entonces la situación ha cambiado. En un año la
realidad de Cape ha cambiado. Sonny41 se ha ido a Estados
Unidos, Elisabeth [Sifton] se ha ido con Sonny y está todo el
lío (porque menudo lío es) de Summit Books. Además, tam-
poco estaba contento con la redacción de los contratos.
Antes de irme a Estados Unidos te pregunté si existía una
cláusula en el contrato de Los trazos que me permitiera no estar
en una situación delicada al hablar con el nuevo equipo de
Viking, que, hay que reconocerlo, ha trabajado el libro mara-
villosamente. Aún no sé la respuesta. Lo que sí sucedió fue que
Georges [Borchardt] llamó a Peter Mayer42 para acordar con
él que me fuera detrás de Elisabeth a Knopf. Puede que acabe
sucediendo, pero él no tenía permiso para hacer una cosa así,
y eso tampoco era una respuesta a mi pregunta. Me temo que
entonces vi de sopetón que he perdido demasiado tiempo con
detalles engorrosos cuando debería haber estado haciendo
otras cosas. La tentación de dejar todos mis asuntos en manos
de una única agencia coordinada resultaba irresistible.
En Nueva York vi a Gillon y Wylie y las cosas se precipita-
ron. El hecho de que Salman [Rushdie] hubiera decidido hacer
lo mismo no se mencionó en las conversaciones, aunque sí me
sugirieron que lo llamara cuando volviera a Londres.
Sin embargo, te pido mil disculpas por haberte inducido a
error en una cosa. Me pareció que sería mejor darte la noticia de
que me había ido con Wylie, lo cual no es del todo exacto. En rea-
lidad me he ido con la agencia Wylie, Aitken and Stone, y como
vivo en Europa y no en Estados Unidos el que llevará mis asuntos
cotidianos será Gillon. Como ya he explicado por carta a Anne
[Borchardt], mi problema es que, tras una máscara bastante
afable, desde la época que pasé en Sotheby’s soy un profesional
513
bastante duro en el mundo empresarial. No es baladí el hecho de
que en su día redactara un modelo de contrato, revolucionario
en aquella época, que acabó confiriendo una nueva flexibilidad
al mundo de las subastas de arte. Pero eso es agua pasada.
Por el momento, me gustaría pedirte por favor que esta
transición se produjera sin contratiempos y con toda la dis-
creción posible.
Con todo mi cariño,
Bruce
A Andrew Wylie 43
Querido Andrew:
Soy muy partidario de actuar como un lobo sin quitarse la
piel de cordero. En caso de duda, ponte una segunda piel de
cordero encima.
Saludos.
Bruce C.
A Deborah Rogers
Querida Deborah:
He investigado la historia que me contaste y debo decir-
te que tiene un origen de lo más inocente, resultado de una
514
llamada telefónica que hice yo mismo a principios de verano.
El hecho de que otros lo hayan hecho circular ya es menos ino-
cente, pero no entremos en esas cosas...
Lo siento. Me da pena. Sin embargo, el acuerdo al que he
llegado con Wylie, Aitken and Stone es firme. No quiero que
nadie me ponga en la tesitura de tener que dar explicaciones.
¿Quizá podríamos achacarlo a mi «inquietud incurable»?44
A Murray Bail
Querido Murray:
Bueno, me ha gustado verte un poquito. Estoy de acuerdo
contigo en lo de los literatos de Londres: la única utilidad que
se me ocurre para una nave espacial sería alejarlos de nuestra
órbita, ¡pero entonces saldrían más como setas!
Salman y yo lo hemos pasado bastante mal con el reciente
cambio de agente. ¡Menudo revuelo se montó en la prensa! Bue-
no, parece que las aguas se han calmado. En los viejos tiempos
se consideraba que los escritores (o supuestos escritores) eran
divos neuróticos y narcisistas que sufrían constantes «blo-
queos», problemas emocionales, etcétera, mientras que los
515
agentes eran individuos hacendosos y tranquilos que se encar-
gaban de sacarles las castañas del fuego. Ahora se han cambia-
do las tornas. Los «escritores» se limitan a sentarse y escribir
sus libros, y luego soportan la carga adicional de tener que ges-
tionar a agentes completamente neuróticos que buscan pu-
blicidad y no tienen el más mínimo reparo en sacar a relucir
delante de la prensa sus obsesiones ¡y sus negocios! Sin em-
bargo, como ya te dije, las cosas van tranquilizándose y ayer
mismo terminé una novela. ¡Menudo cambio de tema! El títu-
lo: Utz, ¡así de sencillo! Lo único que puedo contar es que
la concebí como entretenimiento para soportar aquellos meses
tan moviditos. La verdad es que se parece muy poco a mis
anteriores obras. Es una especie de cuento de hadas centroeu-
ropeo, con alguna que otra pulla descarnada al mundo del co-
mercio de arte. Ya veremos...
He pasado una semana muy peculiar en París, en un con-
greso para disidentes de Rusia y de otros países, que por des-
gracia hoy en día parecen cumplir la función de payasos para
gente que quiere confirmar sus opiniones antimarxistas. Si
crees que Gorbachev tiene mucho trabajo con la vieja guardia
bolchevique, no te cuento nada de la nueva guardia. Existe en
Rusia una sociedad política «secreta» llamada Pamiat (es de-
cir, «recuerdo») que tiene un millón de miembros registrados
sólo en Moscú, y lo que quiere recordar son las virtudes del
suelo ruso, de la Iglesia ortodoxa rusa, de los rasgos faciales
rusos, etcétera, en contraposición con los ojos rasgados, las
narices aguileñas y demás aberraciones de la naturaleza hu-
mana. Pretende elevar la Iglesia rusa a niveles de fanatismo
dignos de Jomeini y es, entre otras cosas, antiindustrial, anti-
nuclear y antiecológica.
Hans Magnus Enzensberger,45 que ha estado en Rusia hace
poco, cuenta que en una recepción en el Kremlin habló con
todo un general que llevaba en un dedo una insignia con un
camafeo de Nicolás II con las águilas. Tienes que tener presen-
516
te que esa gente considera a Stalin un títere judío. En fin, las
cosas dan un nuevo giro... A ver qué puedo hacer para escribir
una novela rusa...46
Por otro lado, me muero de ganas de largarme a un sitio
donde haga sol y pueda bañarme. Estuve a punto de irme a Ma-
dagascar por encargo de una revista. Siempre he creído que
Madagascar me gustaría, y de paso podría haber visitado Zan-
zibar. Pero me era imposible marcharme antes de terminar el
libro y ahora ha empezado la temporada de lluvias y no me ape-
tece meterme en un lodazal de fango rojo.
Todo mi cariño para Margaret y para ti.
Y también el de Elizabeth.
A Susannah Clapp
Queridísima Susannah:
Hoy no he podido localizarte por teléfono. Da igual. Nos
vamos a Guadalupe, nada menos. A pasar un par de semanas
nadando en el mar. Es uno de los destinos a los que resulta más
barato volar, porque forma parte de Francia y las tarifas están
subvencionadas. Tenemos el billete de vuelta para el 25, pero
en función de distintos imponderables puede que nos vayamos
al sur de Francia. El 15 de octubre dejé el coche en el mecánico
517
para que me hicieran una reparación y dije que volvería al día
siguiente... ¡Y allí sigue!
Gillon Aitken debe de haberte enviado una copia de Utz
con anotaciones de Michael Ignatieff. No estoy de acuerdo con
todos sus comentarios, pero sí con la mayor parte. He ido apun-
tando mis reacciones al margen y me encantaría que le echaras
un vistazo al texto.47
También quiero enseñárselo a mi amiga Diana Phipps,48
que es checa y tiene recuerdos de primera mano de Praga hasta
1949, cuando su familia y ella se marcharon... ¡a Vichy! (Bue-
no, en realidad a París). Uno de los pocos datos que tengo del
modelo de Utz es que todos los años iba a Vichy, hasta 1968.
Con mucho cariño,
B.
A Gillon Aitken
Querido Gillon:
[...]
Mientras estoy fuera, ¿puedes reflexionar sobre lo si-
guiente?
Por el bien de todos, deberíamos dejar constancia por es-
crito de un pacto formal. Al final no hemos acordado los por-
centajes de comisión. Con eso no doy problemas. Siempre me
ha parecido que el veinte por ciento de las ventas europeas es
un poco alto, pero quedo a la espera de que me des tu opinión.
Como Salman [Rusdhie] y yo llegamos en un mismo paquete,
por así decirlo, no sé si podría disfrutar de las mismas con-
518
diciones que él. O, mejor, podríamos acordar una tarifa de co-
misión fija aplicable a Estados Unidos, el Reino Unido y el resto
de países. Tal y como van las cosas, puede que en el futuro haya
contratos distintos para los antiguos países de la Commonwealth,
etcétera. Da igual, no será problema entre nosotros.
Hay un segundo asunto. Deborah Rogers nunca me ha
aclarado la cuestión del «agente de registro»: de hecho, es la
primera vez que oigo hablar del asunto. Sin duda deberíamos
establecer que, si por cualquier motivo uno de los dos decide
rescindir el acuerdo, la función de agente de registro no de-
bería prolongarse más allá de un período preestablecido de,
pongamos, entre tres y cinco años. Si decidimos eso entre tú y
yo, creo que tendré cierto margen de maniobra con D. R./G. B.
Evidentemente, me resulta muy engorroso tener que tratar con
dos agencias.49
Con el afecto de siempre,
Bruce
A Murray Bail
Querido Murray:
Bueno, nos hemos ido de vacaciones al Caribe y, para ser
sincero, este invierno no tendré tiempo de ir a Australia. Ade-
más, estoy llegando rápidamente a la conclusión de que, a no
ser que alguien te pague para ir en primera clase, los viajes en
avión (de más de tres horas) se han puesto imposibles. Prime-
ro fuimos a un par de islas que se llaman Les Saintes y están
al lado de Guadalupe, pobladas por un clan extrañísimo de
pescadores mestizos, mezcla de indios, negros y bretones. Un
aspecto muy sorprendente. Son orgullosos y despreciativos y
519
no hacen el más mínimo esfuerzo con turistas como nosotros:
las chicas llevaban una especie de tutú y los chicos tenían el
pelo rubio con trencitas de rastafari. No pasó nada que inte-
rrumpiera nuestras jornadas de siestas o de paseos en barca
hasta los arrecifes de coral, excepto un incidente ridículo: me
acuclillé en el bosque y sin darme cuenta me rocé los huevos
con una planta que resultó ser la más tóxica de todas las Anti-
llas. De allí íbamos a misa, y el dolor que sufrí estando allí de
pie en la iglesia fue indescriptible.50 Espero que perdones que
haya mencionado tu nombre como posible reseñista del libro
sobre la bahía de Botany para la sección de crítica de Los Ange
les Times. Me pareció que yo no podía encargarme, porque sé
muy poco de la historia del lugar.
¿El día del juicio, de Salvatore Satta, se ha cruzado en tu
camino? Una excelente evocación de un lugar, en concreto la
población de Nuoro, en el este de Cerdeña. Lo leí hace mucho
tiempo en francés porque lo sacó mi editor italiano. Además, a
los diecinueve años me fui solo a hacer un recorrido a pie por
esa parte de la isla. Qué miedo daba subir al anochecer por la
calle mayor de Orgolos, la legendaria «residencia» del bandido
sardo, en busca de una cama, para que me dieran una y otra vez
con la puerta en las narices. Mi amigo G[eorge] S[teiner] hizo
la crítica en The New Yorker, pero creo que no supo valorarlo
en su justa medida. Sí, hace tiempo que conozco el libro de
Musil.51 ¡Qué maravilla! Es posible que me vaya en cualquier
momento a Sudán debido a un asunto ligeramente nefando.52
520
Bueno, si me recupero de una gripe engorrosa (¡ya estoy
recuperándome!).
Me entran ganas de dejar de escribir, ¿a ti no? Este mun-
dillo de los libros cada vez me empuja más al silencio. Han
pasado varios incidentes graciosísimos por estos lares: lo me-
jor es que Virago Press estaba a punto de publicar a un «des-
cubrimiento» extraordinario, una novela de una jovencita
paquistaní que se llamaba Rahila Khan o algo así, y tenía varias
escenas subidas de tono entre chicas paquistaníes y blancos:
todo muy adecuado para hacer llegar la «literatura» a la co-
munidad originaria del subcontinente indio, todo preparado
para una gran promoción, etcétera. ¡Y de repente se descubrió
que Rahila Khan era un párroco anglicano de Brighton, el re-
verendo Toby Forward! Genial, ¿no?53
Luego está lo del premio Whitbread. Había tres categorías:
mejor novela, mejor primera novela y mejor autobiografía.
Luego, en esa cena de caballeros aficionados a la cerveza, tenía
que elegirse el mejor de los tres, que sería el ganador.
Los tres candidatos eran:
1. Mi amigo Francis Wyndham, que llevó todo el asunto
con una dignidad maravillosa.
2. Un parapléjico (o algo peor) que había superado su mi-
nusvalía para escribir un libro...54 y por supuesto se llevó
el premio.
3. Ian McEwan,55 quien, al recibir una palmadita de los or-
ganizadores en el hombro, como diciendo «qué mala suerte»,
521
espetó: «El año que viene habrá alguien con un pulmón de
acero».
Muchos recuerdos para los dos,
B. y E.
A Tom Maschler
A Cary Welch
Querido Cary:
O bien nos habremos visto en Londres cuando recibas es-
tas líneas o bien deberás considerarlas provisionales. Acabo
de enviar una nueva obra a agentes, editores, etcétera. ¿El te-
ma? El coleccionismo de arte, o más bien los rodeos que da un
522
hombre que se queda atrapado al otro lado del telón de acero
y está dispuesto a cualquier cosa para salvar su colección hasta
que un día...
El libro es mi respuesta a la convalecencia del año pasado:
primero decidí aprovechar el tiempo para leer y releer todas
las grandes novelas rusas, pero en lugar de eso, y siendo casi
incapaz de sostener una pluma, me lancé a construir mi relato.
Es una historia de la Checoslovaquia marxista concebida según
el espíritu y el estilo rococó. A saber cómo la recibe la gente.
Mi libro Los trazos de la canción, cuyo último tercio escribí,
como quizá sepas, en un estado de semialucinación,56 me ha
granjeado multitud de nuevos amigos «de todos los círculos»,
pero el último es sencillamente una persona extraordinaria.
Se llama Kevin Volans57 y es un compositor anglosurafricano
(un compositor genial) que se ha adentrado en territorio afri-
cano un poco como Brahms o Dvorak al ponerse a buscar can-
ciones tradicionales. Se ha llenado la cabeza de los sonidos del
Veld, con los cantos zulúes y el eco de las flautas de los pastores
por los valles de Lesoto, y sin caer en ningún momento en
lo «étnico» ha creado una música completamente nueva que
también me hace pensar en Schubert. Es el compositor prefe-
rido del Kronos Quartet, que, por lo visto, es el mejor cuarteto
de cuerda de Estados Unidos en lo que a música moderna
se refiere. Por desgracia, el disco que grabaron con la obra de
Kevin titulada White Man Sleeps [El blanco sueña], que es todo
523
un éxito en ese país, omite el cuarto movimiento, que te deja
tan embelesado que casi se te corta la respiración.
En fin, es una de las cosas maravillosas que me han pasa-
do. Cuantos más años vivo más anárquica es mi actitud ante las
instituciones. En el fondo, los que las dirigen son profesionales
de la pérdida de tiempo. Creo que tú ya has aguantado suficiente
tiempo en el Met,58 porque lo que debería ser una labor gra-
tificante acaba siendo una carga. Hay que ser libre para dedi-
carse a preocupaciones más estrafalarias. El refugio de New
Hampshire parece estupendo. Sí que tengo motivos para visitar
tu territorio en un futuro no muy lejano, pero las fechas se me
confunden completamente. Lo que me interesa en estos mo-
mentos es el sorprendente renacimiento de la religión orto-
doxa en Rusia. No sé si estás al tanto, pero actualmente me
considero ortodoxo y en algún momento tengo previsto volver
al Athos para alojarme con mis amigos serbios en el monaste-
rio de Chilandari...59 Pero no cambiemos de tema. Me ataca la
indecisión cuando pienso en mi próximo destino. Parafra-
seando a Cyril Connolly, podría decirse: «Dentro de todo via-
jero hay un anacoreta que ansía quedarse en su casa».
58 Welch fue entre 1979 y 1887 asesor especial del Departamento de Arte
Islámico del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.
59 Una de las alucinaciones de Chatwin, tras su desmoronamiento en Zurich,
fue de un pantocrátor. Kallistos Ware, obispo metropolitano de la fe or-
todoxa griega residente en Oxford, lo cuenta así: «Sintió que estaba tum-
bado en mitad de la iglesia del monasterio serbio de Chilandari durante
una vigilia». El escritor fue a verlo varias veces aquel verano para tratar
la posibilidad de convertirse a la fe ortodoxa. «Lo que deseaba era bau-
tizarse en la montaña sagrada, ya que aquel lugar había desempeñado un
papel tan determinante en su conversión. La firmeza de su propósito me
convenció, aunque me daba cuenta de que empezaba a acusar los efectos
de la enfermedad. Le pregunté a Elizabeth: “¿Lo entiende?”. Según ella,
no cabía duda: comprendía perfectamente lo que hacía». Sin embargo, el
segundo viaje de Chatwin al Athos, que estaba previsto para septiembre,
y durante el cual esperaba también asistir a las celebraciones del nove-
no centenario de la fundación del Monasterio de San Juan en Patmos, no
llegó a producirse. «Por desgracia, su salud se deterioró con rapidez y
no pudo marcharse —recuerda Ware—. Me ofrecí a bautizarlo yo mismo,
pero los acontecimientos se precipitaron».
524
Perdona estos garabatos tan inconexos. E. y yo nos hemos
ido a unas islas al lado de Guadalupe, a pasar unas vacaciones
en el mar, pero los dos hemos vuelto con una infección de es-
tómago tremenda que a mí me ha atacado el hígado con una
pseudohepatitis.60
Hoy me encuentro mejor.
Con mucho afecto,
B.
A Murray Bail
Querido Murray:
[...]
Gracias por enviarnos los relatos australianos.61 No acabo
de entender por qué no te has incluido tú. Un día hablaré de
ellos contigo. Me gusta Murnane, pero muy a menudo, en los
demás, hay una irregularidad de textura que me resulta bas-
tante perturbadora. Ahora no quiero añadir nada.
Nos vamos a dar la vuelta al mundo (¡eso espero!) y el bi-
llete de avión podría llevarnos a Sidney en marzo.
Con cariño como siempre,
B.
525
A Ninette Dutton
Queridísima Nin:
Perdona este prolongado silencio. El tiempo ha pasado a
una velocidad asombrosa. La primera noticia es que he ter-
minado y revisado un nuevo libro: se titula Utz. Tout court! En
fin, parece que ha despertado el interés del editor, porque
de repente nos llueve un dinero que en realidad no queremos.
El instinto me dice que lo devuelva, pero no es tan sencillo. Y
desde luego supone un cambio no andar siempre con retrasos
en las entregas. También he empezado otra cosa, que proba-
blemente será un fracaso absoluto por exceso de ambición.
Tengo una escena en la que una estadounidense, de lo más cau-
tivadora a sus poco más de setenta años (valiente hasta el punto
de acampar sola en Wyoming), se lleva el almuerzo a Central
Park para comérselo en la hierba y se topa con un chico negro
que la atraca. Eso es lo que parece al principio, pero al cabo de
un momento tiene al agresor sentado al lado cortando el pollo
no con su navaja, sino con el cuchillo de ella, y a partir de ahí
entablan una conversación larga y animada durante la cual
él rechaza cincuenta dólares pero acepta diez. El incidente se
basa en la experiencia de una amiga de mi suegra en el Rock
Creek Park de Washington.62 Espero que te guste como perso-
naje, porque le he puesto Ninette y le he dado algunos rasgos
tuyos. El libro es un proyecto a muy largo plazo y puede que
tarde años en escribirlo.
Por lo demás... E. y yo nos fuimos a bucear al Caribe. Sólo
teníamos dos semanas y media, no bastaba para ir a Australia.
Con todo y con eso, los vuelos de París a Martinica y de vuelta
fueron agotadores, y encima los dos volvimos con un virus mis-
terioso que nos dejó destrozados durante un par de semanas.
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¡Qué falsa la idea de que las vacaciones en la playa son tera-
péuticas!
El aforismo más famoso de Cyril Connolly es: «Dentro de
todo gordo hay un flaco que ruega desesperadamente que lo
dejen salir». ¿Qué te parece este otro?: «Dentro de todo via-
jero hay un anacoreta que ansía quedarse en su casa».
Murray [Bail] ha tenido mucho éxito con su libro de rela-
tos australianos, aunque no entiendo por qué no ha incluido
uno tuyo. ¡Mucho menos plano que lo que se ve por ahí!
Con mucho cariño,
Bruce
A Nicholas Shakespeare
Querido Nick:
Una técnica bastante útil (a la que recurrí para la tremen-
da compresión necesaria para El virrey) es buscarse una tabla
con una hoja enorme de papel cuadriculado y dividirla en va-
rios cuadrados. Puedes escribir la «sinopsis» de cada apartado
en una ficha y clavarla con una chincheta. Así tienes una for-
ma flexible de presentar la historia con posibilidad de hacer
cambios.
Con mucho afecto,
B.
¡Estoy mejor! Cruza los dedos.
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A Tom Maschler
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