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tÍtulos recientes EN la colección Bruce Chatwin es uno de los escritores más enigmáticos del siglo xx.

x. Libros BRUCE CHATWIN (1940-1989) es considerado uno de los es-


ya clásicos como En la Patagonia o Los trazos de la canción escapan a toda critores más brillantes e inclasificables del siglo xx. Desde muy
clasificación, y se revelan como textos fantásticos, donde Chatwin se mime- joven se convirtió en el experto en impresionismo de la casa de
tizó con los entornos visitados al grado de crear una realidad particular para subastas Sotheby’s. Luego de una crisis nerviosa dejó el trabajo
La herencia colonial y otras maldiciones los mismos. Como revela su biógrafo Nicholas Shakespeare en la introduc- para viajar a África, lugar donde descubriría su pasión por el
Jon Lee Anderson ción a estas Cartas, Chatwin era un personaje de sí mismo, y el álter ego que nomadismo. Dejó sus posteriores estudios de arqueología por
aparece en sus obras es muy distinto del Chatwin que muestra su correspon- sentirse incómodo con remover huesos del pasado. Incursionó
El cóndor y las vacas dencia, publicada luego de un meticuloso trabajo editorial de veinte años en el periodismo literario antes de abandonarlo con un abrupto
Christopher Isherwood llevado a cabo entre Shakespeare y la viuda del escritor, Elizabeth Chatwin. viaje a la Patagonia, del que saldría su primera obra maestra,
Como si supiera desde siempre que su vida se vería interrumpida de En la Patagonia. Entre sus demás libros destacan Los trazos de
El paseante de cadáveres manera abrupta, Chatwin escribió cartas con una compulsión y honestidad la canción, Utz (nominado al premio Booker), Colina negra y El
Liao Yiwu virrey de Ouidah.
sobrecogedoras. Su correspondencia con su mujer, al igual que con persona-
jes como Susan Sontag, Roberto Calasso, Paul Theroux, Patrick Leigh Fermor
y varios más revela una mente infatigable, maquinando a perpetuidad su si-
guiente movimiento, haciendo malabares de compra-venta de piezas de arte
antiguo para pagar un nuevo viaje excéntrico, «sudando tinta» para producir

Bajo el sol
el próximo libro genial. Las cartas escritas desde lugares tan disímiles como In-
glaterra, Argentina, Grecia, Afganistán, Suecia, Turquía o Suráfrica revelan a un
contador de historias en estado puro, apasionado de la vida (un mes antes de
morir se lamentaba: «Aún hay tantas cosas que quiero hacer»), inseguro sobre
cosas íntimas como su sexualidad. Después de todo, como dijo su amigo Sal-

Bruce CHATWIN
man Rushdie: «Bruce apenas había empezado. Tan sólo vimos el primer acto».

© Ulf Andersen
Bajo el sol
Las cartas de Bruce Chatwin
Bajo el sol
Las cartas de Bruce Chatwin
Selección y edición de
Elizabeth Chatwin y Nicholas Shakespeare
Prefacio de Elizabeth Chatwin
Introducción de Nicholas Shakespeare
Traducción de Ismael Attrache y Carlos Mayor
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.

Título original:
Under the Sun. The Letters of Bruce Chatwin

Copyright © Letters © The Chatwin Estate


Introduction and Notes © Nicholas Shakespeare and
Elizabeth Chatwin, 2010

Primera edición: 2012

Fotografía de portada
Lord Snowdon

Traducción
© Ismael Attrache y Carlos Mayor

Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2012


París 35-A
Colonia del Carmen, Coyoacán,
04100, México D. F., México

Sexto Piso España, S. L.


Camp d’en Vidal 16, local izq.
08021, Barcelona, España

www.sextopiso.com

Diseño
Estudio Joaquín Gallego

Formación
Quinta del Agua Ediciones

ISBN: 978-84-15601-16-6
Depósito legal: M-37155-2012

Impreso en España
Contenido

Prefacio 9

Introducción 15

Capítulo uno
El colegio: 1948-1958 31

Capítulo dos
Sotheby’s: 1959-1966 51

Capítulo tres
Edimburgo: 1966-1968 81

Capítulo cuatro
La opción nómada: 1969-1972 113

Capítulo cinco
Sunday Times: 1972-1974 215

Capítulo seis
Me he ido a Patagonia: 1974-1976 227

Capítulo siete
El virrey de Ouidah: 1976-1980 257

Capítulo ocho
Colina negra: 1980-1983 337

Capítulo nueve
Los trazos de la canción: 1983-1985 363
Capítulo diez
China y la India: 1985-1986 443

Capítulo once
Homer End: 1986-1988 481

Capítulo doce
Oxford y Francia: 1988-1989 529

Agradecimientos 553
CAPÍTULO ONCE
HOMER END: 1986-1988

En el mes de abril, antes de irse de la India, Chatwin fue a visitar


la pira de Penelope Betjeman en un claro repleto de arbustos cerca
de Janag y se detuvo para recuperar el aliento en lo alto del desfi­
ladero de Jalori, donde un viejo sadhu sentado ante un santuario
se ofreció a leerle la mano. «El anciano le miró la palma y palide­
ció —cuenta Elizabeth—. Bruce tuvo un terrible presentimiento de
mortalidad».
Desde su regreso a Homer End en mayo sufrió sudores noctur­
nos y asma. Durante el verano se quedó ronco y observó «unos bul­
tos indefinidos en la piel». Ojeroso y con cara de cansancio, trabajó
a fondo en el libro, decidido a terminarlo antes de preocuparse de
saber qué padecía.
Un caluroso día de agosto de 1986 Elizabeth lo llevó en coche
a Reading. Después escribiría a su madre: «A la vuelta B. ha tenido
un ataque horrible, ha empezado a ponerse azul y le costaba res-
pirar. Apenas puede dar paseos cortos, despacito, siempre tiene frío
y se pasa el día con una estufa encendida y muy abrigado. Está
muy débil, con muy mal aspecto, y duerme mucho. Le queda
poquísimo para acabar el libro, que en su mayor parte ya está en
manos de dos mecanógrafas; una parece más rápida que la otra,
lentísima. Quizá a finales de semana ya pueda marcharse de aquí.
Creemos que Suiza sería el mejor lugar».
Chatwin terminó Los trazos de la canción diez días más tar­
de, diecisiete años y tres meses después de haber firmado el contrato
inicial.
A Jean-Claude Fasquelle 1

Homer End, Ipsden, Oxford,


16 de agosto de 1986

Querido Jean-Claude:
Muchas gracias por tu carta. Sí. El nuevo manuscrito exis-
te. Seguramente aún saldrán algunos problemas mientras en-
caja todo, pero en cuanto exista una versión legible la tendrás
en tus manos. Título francés: Les voies-chansons. Es una idea
a la que doy vueltas desde hace unos veinte años y una vez he
terminado me siento completamente agotado. ¡Ahora mi idea
es ir a aprender ruso a la Confrérie Jésuite Orthodoxe à Meu-
don! Cuando me sienta con un poco más de fuerzas.
Como siempre con afecto,
Bruce

Por estar demasiado débil para trabajar en el libro con Elisabeth


Sifton en Nueva York, Chatwin acordó verse con ella en Zurich,
adonde viajó el 17 de agosto. Al día siguiente ingresó en una clíni­
ca de la Muhlebachstrasse «tosiendo constantemente y con diarrea
aguda», según el informe del doctor Keller, el médico suizo que lo
atendió. Cuando llegó Sifton, Chatwin ya estaba otra vez en el hotel
Opera, donde había reservado una habitación para ella. Trabaja­
ron en Los trazos de la canción todas las mañanas durante cinco
días, hasta que él dijo: «Ahora tengo que ponerme bien. Ya puedes
irte». Sifton se negó a marcharse antes de que Chatwin telefoneara
a Elizabeth, que acudió el 1 de septiembre y se encontró que su ma­
rido era incapaz de moverse, aunque sí consiguió escribir una nota
a Deborah Rogers dos días después: «En cuanto a la cubierta, hay
un grabado en blanco y negro de una familia aborigen de William
Blake, que el Señor lo tenga en su gloria».

1 Editor de Chatwin en Grasset.

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Sus padres estaban también en el continente, en una autoca­
ravana, de camino hacia el sur para pasar unos días en su residen­
cia de la Provenza, cuando, según Hugh, «Margharita tuvo otro de
sus momentos de vidente y le pareció que sucedía algo. En esa oca­
sión, el problema lo tenía Bruce. Se detuvo y llamó a Elizabeth. El
resultado fue que cambiaron el itinerario. “Cancelamos las vaca­
ciones y giramos a la izquierda para ir a Zurich”».
El 12 de septiembre, Elizabeth, Charles y Margharita ayudaron
a Chatwin, que estaba muy deshidratado y expectoraba, a subir a
un avión. “Durante el vuelo estuvo a punto de morir”, recuerda su
mujer, que lo acompañó hasta Heathrow, donde lo esperaba una
ambulancia para llevarlo al hospital Churchill de Oxford.
Chatwin ingresó a las tres y treinta y cuatro de la tarde en el
pabellón de urgencias John Warin, especializado en enfermedades
infecciosas. Lo identificaron sencillamente como «escritor de viajes
de cuarenta y seis años con infección por vih». Dos días después,
el doctor Richard Bull, jefe de admisiones, escribió en el historial clí­
nico: «Paciente informado de que es seropositivo, tiene síntomas pre­
vios del sida pero aún no está claro si ha aparecido la enfermedad».
Chatwin se aferraría con uñas y dientes a esa incertidumbre.
El 26 de septiembre, gracias a una biopsia, el laboratorio
Radcliffe identificó en el paciente una infección por Penicillium
marneffei, un hongo que es un patógeno natural de la rata del
bambú, un roedor del sudeste asiático. Por entonces sólo se había
detectado, como señaló el doctor Bull en su informe, en «granjeros
tailandeses y chinos». El descubrimiento animó a Chatwin, que
convirtió su enfermedad en algo sonoro y excepcional.
Su hoja de evaluación revela que, si bien los médicos le dijeron
que existía «la posibilidad» de que hubiera desarrollado el sida e
hicieron saber a Elizabeth que el pronóstico no era «nada bueno»,
a Charles, Margharita y Hugh se les ocultó la naturaleza exacta de
la enfermedad: «Hay que decir a la familia que tiene neumonía».
«Para mí era todo muy sencillo —afirma Hugh Chatwin,
quien, al igual que Charles y Margharita, no se enteraría ni de
la enfermedad ni de la orientación sexual de Chatwin hasta sus
últimos meses—. No quería defraudar a su padre».

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En el momento de recibir el diagnóstico en Zurich, Chatwin
había pedido a Elizabeth que no dijera nada a su familia. «Le preo-
cupaba mucho —afirma—. Siempre había creído que podía con-
társelo a su madre, pero no a su padre. “No quiero que tenga mal
concepto de mí”, decía. Albergaba la esperanza de aguantar hasta
que encontraran una cura».
En aquel momento los médicos prefirieron no revelar los re-
sultados del escáner cerebral que le habían practicado, y que no
indicaba daños en el hemisferio izquierdo, pero sí algunos en el
derecho, por lo que cabía esperar que quedara afectada la capaci­
dad de razonamiento.

A Gertrude Chanler

Homer End, Ipsden, Oxford, «aunque sigo ingresado»


[13 de octubre de 1986]

Querida Gertrude:
Muchísimas gracias por esa carta tan cariñosa: ésta es la
primera que escribo desde «el desplome».
Típico de mí: he pillado una enfermedad que no se había
detectado nunca en un europeo. El hongo que me ha atacado
la médula ósea había infectado hasta ahora a diez campesi-
nos de China (que es donde lo pillé, supuestamente), a un pu-
ñado de tailandeses y a una orca varada en una playa de Arabia.
La prueba de fuego es averiguar si puedo seguir produciendo
glóbulos rojos por mi cuenta.
¡Ésa es la peor noticia que tengo! Por lo demás, las cosas
van estupendamente. Tu hija mayor ha resultado toda una en-
fermera. Me cuidan muy bien: de verdad, la sanidad pública es
maravillosa, a pesar de sus defectos, que existen. ¿Dónde si no
ibas a tener a tu disposición la labor de los mejores investiga-
dores del mundo sin pagar nada?
No sabes lo mucho que agradezco tu apoyo mientras estuve
en Zurich. Me emocionó mucho, porque estaba empezando a

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dejarme llevar por el pánico. Me fui hasta allí convencido de
que me había infectado con alguna ameba india y estaba tan
concentrado en el libro que ni me di cuenta de lo enfermo que
estaba, pero ¿quién iba a esperar una cosa así? Compré mu-
chas acuarelas y mi intención era irme a la montaña a pintar,
pero un día podía andar y al siguiente no.
Cuando te llegue esta carta ya te habrás recuperado de la
operación del ojo.2 Como bien dices, uno va descuajaringán-
dose poco a poco, pero tú haces gala de una valentía maravi-
llosa y te lo tomas todo con mucha calma: yo debería tomar
ejemplo.
Con todo mi cariño y mil gracias,
Bruce

A Ninette Dutton

En un hospital de Oxford, pero con remite de:


Homer End, Ipsden, Oxford,
17 de octubre de 1986

Queridísima Nin:
Un placer recibir tu carta, que me ha animado mucho. Tisi
me ha contado, con mucha discreción, que hay alguien en tu
vida, que es lo más lógico del mundo. Me alegro mucho por ti.
Te escribo estos garabatos desde la cama porque, por una de
esas desgracias de la vida, en China pillé un hongo que afecta
a la médula ósea, que como sabes es donde se producen los
glóbulos rojos: se trata de una infección muy, muy poco ha-
bitual; o sea, que no la sufre ningún blanco. Estaba en Suiza,
tratando de recuperarme tras haber terminado y entregado el
libro cuando me sobrevino esto como un torbellino. E. fue a
buscarme y volvimos a casa justo a tiempo. En el hospital les
pareció increíble que llegara vivo a la mañana, pero tras cinco

2 Por una catarata.

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semanas de medicación, transfusiones y atención especializada
ya piensan en mandarme a casa. ¡En fin, ni hablar de ir a pasar
el invierno a Australia, porque tienen que controlarme la san-
gre constantemente! Bueno, por aquí no hay nada más que
contar. ¿Quien iba a imaginarse una cosa así? Pero sobreviviré.
E. se está portando de maravilla.
Con mucho cariño,
Bruce

A Charles Way

Homer End, Ipsden, Oxford,


25 de octubre de 1986

Querido Charlie:
¡Enhorabuena! Por descontado, si la haces tú apruebo con
entusiasmo la adaptación de la bbc.3 Lo único que me da miedo
es que elijan a actores que no tengan ni idea de lo que es el
acento galés, o más en concreto el de la región fronteriza. Ha-
bría que sentarlos durante una hora o algo así en un pub de
Hay-on-Wye y seguro que se enterarían. La adaptación radio-
fónica de En la Patagonia para Book at Bedtime fue tan desas-
trosa que tiré el transistor y me negué a escuchar las siguientes
entregas. ¡Qué Suramérica tan falsa, con tantas burlas de los
ingleses! Se te helaba la sangre.
Estoy encantado con la idea de que, al final, quizá pueda
ver la obra. Por lo visto, al menos en Hereford se vendieron
todas las localidades...4
Con afecto como siempre,
B.

3 La adaptación radiofónica de Colina negra para la BBC, dirigida por Adrian


Mourby, se emitió en Radio 4 el 2 de marzo de 1987.
4 Bruce vería la obra al año siguiente en Brentford.

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A Murray Bail

Homer End, Ipsden, Oxford,


3 de noviembre de 1986

Querido Murray:
Me preguntas que dónde estoy. La verdad es que casi
estiro la pata. Por lo visto, en China pillé un hongo muy poco
conocido que afecta a la médula ósea: se sabe tan poco de él
que no lo recoge la bibliografía médica y sólo se ha detectado
en diez campesinos de la China occidental (que en paz descan-
sen) y en una única orca varada en una playa de Arabia. Soy,
por consiguiente, una curiosidad médica de primera categoría.
Llevaba todo el verano bastante chafado, pero tampoco me en-
contraba tan mal y creía, ingenuo de mí, que debía de ser una
ameba india que había pillado al beber agua del grifo en Rohet.
Terminé el libro, que se titula Los trazos de la canción y que,
pese a las quejas de todos los editores, me empeño en calificar
de novela. Lo entregué y al día siguiente me fui a Suiza, con-
vencido de que entre el aire de la montaña y los paseos me
reanimaría, y de que siempre habría una asistencia médica ex-
celente a la vuelta de la esquina. ¡Qué equivocado estaba! Nada
más llegar a Zurich, el primer día, resultó que casi no podía ni
andar por la calle. Por un milagro di con el gran experto en
enfermedades tropicales5 y en cuanto me vio la sangre excla-
mó: «¡No entiendo cómo sigue usted con vida!». Y entonces
empezó la fiesta. E. fue a recogerme y volvimos juntos para ir
a un hospital de Oxford donde les pareció que no sobrevivi-
ría a la primera noche. No fue desagradable. Tuve unas aluci-
naciones tremendas y estaba convencido de que lo que se veía
por la ventana (un aparcamiento, un muro y las copas de unos
cuantos árboles) era un cuadro enorme del Veronés.6 ¿Pode-

5 El doctor Robert Keller de Allgemeine Medizin, en el 17 de la Muhlebach-


strasse.
6 Pintor de la escuela veneciana (1528-1588), famoso por obras de gran
formato como Cena en casa de Leví. En Recapitulación, Somerset Maugham

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mos librarnos alguna vez del «arte»? Después ha habido unas
seis semanas de transfusiones y me han administrado por vía
intravenosa una medicación que me ha sentado fatal. Ya me han
dado el alta; me paso casi todo el día en cama. Sin embargo, los
médicos están contentos (¡de momento!) y, aunque aún tengo
las piernas entumecidas de rodilla para abajo, puedo andar
aproximadamente un kilómetro, aunque tambaleándome. Im-
posible ir a Australia. Quieren controlarme el hemograma
semanalmente durante al menos un año (puede que se com-
padezcan de mí, en función de mi «progreso»). La prueba de
fuego será la retirada del segundo medicamento antifúngico
(¡en pastilla, gracias a Dios!). Entonces se verá de verdad.
Siento haberte soltado esta historia tan triste y egocéntrica,
pero no puedo pensar más que en mí. Estoy leyendo los pri-
meros relatos de Gógol en la nueva edición de la traducción de
Garnett que ha sacado Chicago University Press en dos volú-
menes. Pero esta mañana he contratado a un documentalista
para empezar una nueva obra.
Recuerdos para M[argaret]. E. lo está llevando todo de
maravilla.
Con el afecto de siempre,
B.

A Ninette Dutton

9 AM, Homer End, Ipsden, Oxford,


13 de noviembre de 1986

Queridísima Nin:
Hace una hora estábamos E. y yo quejándonos de que la
miel griega que nos costó un buen dinero (¡del monte Himeto,
venga ya!) no tenía el más mínimo sabor cuando ha llegado el

cuenta que en una de sus últimas visitas a Venecia se sentó a contemplar


ese cuadro y, de repente, vio que Jesús se volvía y lo miraba a la cara.

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cartero con tu paquete.7 Nos hemos comido una tostada cada
uno, en mi cuarto, ¡en casa!, y así hemos acabado el desayuno
con algo sumamente delicioso. Gracias, eres un sol. Apenas ha
goteado: nos hemos embarrado un poco los dedos al abrirla y
ya está.
Estoy en casa y me encuentro bastante normal. Aunque
me canso con facilidad, ayer trabajé ocho horas con el correc-
tor de Cape. Tuvimos una lucha espantosa para volver a poner
como estaba lo que han cambiado los estadounidenses en el
texto. Por ejemplo, se empeñan en simplificar el uso de los pro-
nombres, con lo que la prosa queda muy plana. En fin, a pesar
de que tenía las piernas algo entumecidas y temblorosas (por
lo visto era inevitable, porque se me habían quedado reducidas
a meros palos), nos fuimos a pasar unas breves vacaciones en
Cornualles8 que a E. le han venido muy bien, porque después
de llevarme una comida caliente al hospital a diario durante
seis semanas estaba agotada, y me quedo corto.
He llegado al punto de hartarme de leer tanto y tengo ga-
nas de empezar a trabajar en algo nuevo. He leído el exitazo
de Bob H[ughes] La costa fatídica, que tiene cierto aire tolsto-
yano. ¡Menuda historia! Un análisis igual de fascinante de la
mentalidad de los ingleses en los siglos xviii y xix que de los
orígenes de Australia. Otra noticia es que Werner Herzog pre-
tende empezar a rodar El virrey de Ouidah (con el título cam-
biado a Cobra verde) en febrero. El guión se aleja terriblemente
del libro, pero ¿y qué? Eso es precisamente lo que hace falta
para conseguir una buena película.9
Con mucho cariño de E. y mío,
Bruce

7 Dutton había enviado miel del llamado árbol del cuero de Tasmania.
8 E. C.: «Fuimos a ver Land’s End y el viento casi arranca la puerta del co-
che. Nos alojamos en el hotel Abbey de Penzance, cuya propietaria era
Jean Shrimpton, la Gamba. Cuando vivíamos en Mount Street tenía una
aventura con Terence Stamp, que vivía en el mismo rellano, y siempre la
veíamos correr de un lado para otro».
9 En agosto de 1985 el músico David Bowie también había hecho una oferta
para adquirir los derechos cinematográficos.

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A Derek Hill

Homer End, Ipsden, Oxford,


18 de noviembre de 1986

Queridísimo Derek:
Siento en el alma lo de tu hermano. Sabemos que el
vínculo con la vida es sumamente endeble, pero cuando llega
el mazazo nada puede, al parecer, mitigar sus efectos.
Me siento bastante normal: anoche estuve preparando
blinis para acompañar un tarro enorme de caviar que alguien
me llevó al hospital en un momento en el que me alimentaban
por vía intravenosa. Decidimos guardarlo para el cumpleaños
de Elizabeth. El único problema está en las piernas, que no
funcionan como deberían: no es de extrañar, porque durante
dos meses y medio fueron unos simples palos encajados en
unas rodillas vacilantes.

A Cary y Edith Welch

Homer End, Ipsden, Oxford,


12 de diciembre de 1986

Queridísimos míos:
¡Qué sorpresa tan maravillosa! Vuestra carta, que ha lle-
gado esta mañana, tiene aproximadamente la mitad de la ex-
tensión del télex que me mandaron hace cuatro años los de
Simon and Schuster acusando a mi actual editora, Elizabeth
Sifton, de engatusar a un servidor para alejarlo de sus incom-
petentes garras. Por cierto, tengo que informarte, Cary, de que
en verano, evidentemente víctima de la enfermedad, me volví
pirómano y destruí montones de cuadernos viejos, ficheros y
correspondencia, pero también encontré una caja entera con
cartas tuyas que se remontan a principios de los sesenta y que
evidentemente siguen siendo un tesoro bien guardado.

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Cuéntame si es verdad que J. J. Klejeman10 tiró todas esas
antigüedades al East River. Me gustaría saber si es cierto y en
qué circunstancia sucedió. En estos momentos estoy trabajan-
do en un relato (al estilo de Hoffmann y ambientado en Praga)
en el que un coleccionista de porcelana de Meissen (un hom-
bre al que conocí allí en 1967)11 destruye sistemáticamente su
colección en su lecho de muerte, para que no pase a manos del
Museo Nacional.
Mi enfermedad fue un episodio dramático. Siempre he
sabido (¿gracias a una adivina o a mi instinto personal?) que
con cuarenta y pico años me pondría muy enfermo y luego
me curaría. Durante todo el verano, mientras daba los últimos
toques al libro, era evidente que estaba poniéndome enfermo,
pero preferí no pensar en ello incluso cuando, un día de calor
sofocante, me envolví en varios chales al lado del agá para es-
cribir en una libreta de papel amarillo. Me imaginaba que me
recuperaría si lograba llegar a algún prado de montaña, así
que me fui alegremente a Suiza, con la mala fortuna de que
a la mañana siguiente no podía ni arrastrarme cien metros
por la acera. Evidentemente, me pasaba algo muy grave. Me dije
que sería alguna ameba india y fui a ver a un especialista en
medicina tropical, que pidió un hemograma y al día siguiente
me dijo, como si tal cosa: «No entiendo cómo está usted vivo.
Prácticamente no le quedan glóbulos rojos». No pudo llegar
a un diagnóstico,12 a pesar de que me hizo todas las pruebas

10 John J. Klejman tenía una galería en la avenida Madison dedicada a las


antigüedades, lo que Welch llamaba «fruslerías». Se rumoreaba que a su
muerte se había descubierto que estaba vacía.
11 El praguense Rudolph Just (1895-1972), abogado, oficial de caballería y
director de la fábrica de calzado Bata, la cual financiaba sus viajes y su
colección de arte. Chatwin lo conoció en 1967 y pasó cuatro horas con él.
La criada pelaba patatas en un plato hecho para Federico el Grande. Tras
dar un paseo por la ciudad, Just dijo a Chatwin: «Me voy a un burdel». El
11 de diciembre de 2003 Sotheby’s subastó lo que quedaba de su colección
por más de un millón de libras.
12 E. C.: «El doctor Keller le hizo la prueba del VIH, que dio positivo. Enton-
ces fue cuando llamé a nuestro consultorio de Nettlebed y me pregunta-
ron: “¿Adónde quiere ir?” y dije: “A Oxford”».

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posibles, y Elizabeth fue a buscarme para traerme a casa cuan-
do sin lugar a dudas estaba en las últimas. Tengo un recuerdo
vago de que me metieron en el avión en camilla y luego otro de
la ambulancia en el aeropuerto de Londres, y después nada.
Cuando llegué a Oxford no esperaban que sobreviviera hasta
el día siguiente. Por cierto, tuve la «experiencia de la noche
oscura», seguida de una visión de las puertas del paraíso. En
mi delirio me vi en una corte pintoresca y vagamente medieval
donde unas mujeres me ofrecieron uvas en cálices. En un mo-
mento dado le dije a Elizabeth: «¿Dónde se ha metido el rey
Arturo? Hace un momento estaba aquí».
En fin, me enchufaron a un montón de máquinas pero no
conseguían descubrir qué me pasaba, hasta que al cuarto día
el joven inmunólogo entró corriendo en mi habitación y dijo:
«¿No habrá estado en una cueva de murciélagos en los últimos
cinco años? Creemos que tiene un hongo de la médula ósea
que se origina en los excrementos de murciélago». Sí, había
estado en cuevas de murciélagos, en Java y en Australia. Sin em-
bargo, cuando cultivaron el hongo, como quien cultiva una
bacteria para hacer yogur, resultó que no tenía nada que ver
conmigo. Consultaron a los micólogos más destacados, man-
daron muestras a Estados Unidos y la respuesta que por fin
salió a la superficie fue que en efecto tenía un hongo de la mé-
dula ósea, pero uno en concreto que sólo se conocía por el
cadáver de una orca varada en una playa de Arabia y por diez
campesinos chinos que estaban sanos y de repente se murie-
ron sin más. ¿Había estado en contacto con algún ballenero?¿O
con campesinos chinos? «Campesinos», repetí, con resolu-
ción. Pues sí. En diciembre pasado estuvimos en el oeste de
Yunnan, siguiendo los pasos del botánico austroestadouniden-
se Joseph Rock, cuyo libro The Kingdom of the Na-Khi admiraba
Ezra Pound.13 Fuimos a comilonas de campesinos, dormimos

13 Ezra Pound (1885-1972), poeta estadounidense, descubrió la obra de Rock


The Ancient Na-khi Kingdom of Southwest China [El antiguo reino naxi del
suroeste de China], publicada en 1948, cuando estaba encerrado por lu-
nático en el hospital de Saint Elizabeth de Washington en 1956.

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en casas de campesinos14 e inhalamos el polvo de aventadores
de unos campesinos. Total, que debió de ser en Yunnan donde
respiré las partículas de polvo fúngico que ponen en marcha
la enfermedad. Me quedé en la mitad de mi peso, me salieron
bultos y costras y me parecía muchísimo a la miniatura del cor-
tesano de Akbar que está en la Bodleian y que tiene un título
del que no me acuerdo.15 Me administraron un medicamento
horroroso por goteo, constantemente durante seis semanas.
Me hicieron transfusiones y al final me recuperé de un modo
bastante inesperado, o al menos mis médicos se sorprendie-
ron. Esto va a suponer un cambio de vida, de todos modos. Por
lo visto, un hongo así no te lo quitas nunca de encima, así
que voy a tomar pastillas indefinidamente, tendré que hacerme
revisiones de vez en cuando y resulta que no debo viajar a si-
tios exóticos y peligrosos. Eso último pienso saltármelo por
completo. Mientras, y en lugar de soportar la oscuridad y la
lluvia constante de un invierno inglés, nos vamos a Grasse,
donde nos han prestado un apartamento y donde espero es-
cribir a buen ritmo el relato sobre el coleccionista de porcelana
checoslovaco.
Ahora tengo que dejarte. Nos vamos a Londres, donde he
quedado con Leigh Bruce,16 que va a recoger las llaves de mi
piso para que Clem y Jessie [Wood] se queden allí en Navidad.
Anoche hablé con H[oward H[odgkin] por primera vez en mu-
chísimo tiempo y puede que lo vea esta tarde. Las cosas vuelven
al principio.
Volveré a escribir desde Grasse con la dirección.
Con mucho afecto,
Bruce
E. también os manda recuerdos, a ti y a E[dith].

14 E. C.: «No dormimos en casas de campesinos, sino en un hotel de Lijiang.


No estaba permitido alojarse en ningún otro sitio. Las normas eran toda-
vía muy estrictas».
15 E. C.: «Una miniatura de una persona esquelética en una cama, blanca
como el papel y moribunda».
16 Hijo de Jessie Wood.

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Me alegro de recibir noticias de tus Knellington, y también
de los Tizzeret. Mi intención era pasar a ver al Tizzer [George
Ortiz], pero por lo que te he contado no pude. Ahora me voy a la
biblioteca, donde tu rollo se reunirá con sus hermanos.

El «apartamento» próximo a Grasse al que se trasladaron Chatwin


y Elizabeth era en realidad el castillo de Seillans, un fuerte del siglo
xi situado al borde de un acantilado de veinte metros de altura y
propiedad de Shirley Conran, novelista de enorme éxito y madre de
Jasper. Chatwin la había conocido a finales de los años setenta en
una de las fiestas de la librería Hatchards dedicada al escritor del
año. «De repente apareció a mi lado aquel muchacho de pelo claro
y le pregunté: “¿Cuál te parece la mejor forma de ver un país?”. “A
pata”, contestó, pero no sé por qué entendí “En fragata” y, claro,
me quedé muy sorprendida, así que insistí: “Ya, pero ¿y si fuera un
lugar como Suiza...?”» Conran, que describió a Chatwin, al que se
parecía físicamente, como el hermano mayor que jamás habría so­
ñado con tener, lo invitó a pasar la convalecencia en su casa del sur
de Francia. A partir de diciembre de 1986, el castillo de Seillans fue
su centro de operaciones durante sus estancias en el extranjero.

A Ninette Dutton

Castillo de Seillans, Seillans, Francia,


19 de enero de 1987

Queridísima Nin:
Nos hemos refugiado en el sur de Francia para escapar de
uno de los inviernos más horrorosos que se recuerdan. Había-
mos leído que iba a hacer muchísimo frío en Inglaterra y Francia
y vemos una masa de nubes grises encima del mar, pero (¡de
momento!) estamos disfrutando de un microclima estupendo
con temperaturas de veintitantos grados en la terraza. Me sien-
to mucho mejor y tengo mucho mejor aspecto, pero por lo visto

494
hay una o dos complicaciones, así que quizá tengamos que ha-
cer las maletas y volver a Oxford. ¡Espero que no! La semana
pasada fuimos a Italia para ver a toda una serie de viejos amigos
en la Toscana.17 En Florencia las piernas, que aún se me pueden
poner lilas y azules cuando hace frío, se me quedaron rígidas del
todo. De todos modos nos lo pasamos de maravilla.
He estado completamente desconectado, sin correo du-
rante un mes. La única emoción ha sido la película de Werner
Herzog basada en El virrey de Ouidah, que él pretende titular
Cobra verde. Acabamos de firmar el contrato de venta de dere-
chos, no una simple opción de compra, y en este momento hay
unos seiscientos africanos recreando el palacio del rey de Da-
homey en la actual Ghana. Bueno, con eso me he entretenido
muchísimo durante estos meses tan agotadores, y me haría ilu-
sión pensar que al final voy a ganarme un buen dinero, o al
menos más del que tengo posibilidades de conseguir escri-
biendo libros, y todo sin levantar un solo dedo. Werner va a
dirigir Lohengrin en Bayreuth el 28 de julio, que es nuestro úni-
co compromiso en todo el verano.
El libro australiano, Los trazos de la canción, está en fase
de galeradas, aunque los de Cape aún no se han decidido a man-
darme una copia. Espero que haya salido todo bien. Hay mul-
titud de detalles que me gustaría haber comprobado, pero
físicamente me ha resultado imposible.
Mientras, he empezado otra cosa: un relato muy rocam-
bolesco ambientado en la Praga de mis lejanos recuerdos y
centrado en un coleccionista compulsivo de porcelana de
Meissen que hace referencia al misticismo judío, al golem, al
fantástico emperador Rodolfo, a la alquimia, etcétera. Eso tam-
bién me entretiene: me siento mejor de inmediato (aunque
siempre cansado) cuando escribo, y deprimido cuando no...
Con todo el cariño de Elizabeth y el mío,
Bruce

17 Teddy Millington-Drake, Gregor y Beatrice von Rezzori, Matthew y Maro


Spender, Roberto Calasso.

495
A Roberto Calasso

Entrada de Chatwin en el libro de visitas de Roberto Calasso,


Milán, Italia, 20 de febrero de 1987

Une histoire de la bourgeoisie française


En un restaurante18 nos sentamos al lado de dos señoras
con la cara chupada que discutían sin piedad si un «Alaska»
era «une île flottante» o «une omelette norvégienne». Uno de los
maridos era gordo, como un cerdo, y llevaba seis anillos de oro;
el otro, una reencarnación del señor Homais.19 Resultó que
también era farmacéutico. Aseguraba que había un plato del
que nunca se cansaba: «un gigot d’agneau, pommes dauphinoi-
ses». En el momento del café dijo lo siguiente: «Je vais vous
raconter l’histoire d’un homme qui est parti pour son voyage de
noces avec sa nouvelle femme, et, pendant le voyage, elle était tuée,
meutriée par quelqu’un. Et lui, pour oublier ses tristes souvenirs
est parti pour... —Y en ese momento uno esperaba las palabras
“Tahiti” o “la Nouvelle Calédonie”, pero ¡no!—. Il est parti pour
la Belgique où il est devenu président d’une société de fabrication
du chocolat... de la laiterie... et même les produits chimiques».

A Elisabeth Sifton

Homer End, Ipsden, Oxford,


15 de marzo de 1987

Queridísima E.:
[...]
¿Podrías mandar ejemplares de Los trazos de la canción a
las siguientes personas?

18 Restaurante La Chicane, cerca de Lyón.


19 Chatwin había comprado recientemente una primera edición de Madame
Bovary. El señor Homais, el boticario de la novela de Flaubert, es la per-
sonificación de un burgués presuntuoso.

496
Bill Katz: dos, uno marcado para Jasper Johns20
Clarence Brown
Josef Brodsky21
Joseph Campbell22
James Ivory
La señora de Aristóteles Onassis (¡siempre tengo el de-
talle!)
Diane Johnson23
John Duff24
+ una amiga australiana, Pamela Bell

Con mucho cariño,


B.
Espero verte a principios de septiembre.

A George Ortiz

Acra, Ghana,
23 de marzo de 1987

Acabo de pasar diez días pavoneándome por Ghana, donde


Werner Herzog está rodando una película basada en mi libro
El virrey de Ouidah. Por las noches íbamos al Ayatollah Drinks
Bar, donde no se fiaba bajo ninguna circunstancia.
Nos vemos pronto.
Bruce

20 Artista estadounidense (1930-) en cuya casa del Caribe se había alojado


Chatwin con Katz.
21 Poeta ruso (1940-1996) ganador del premio Nobel en 1987.
22 Mitólogo estadounidense (1904-1987).
23 Novelista satírica estadounidense (1934-).
24 Escultor neoyorquino («había sido surfista y se dedicaba a estudiar el
zen») al que Chatwin había comprado «una pieza de pared de fibra de
vidrio de color sandía».

497
A Bill Buford

Homer End, Ipsden, Oxford


[Abril de 1987]

Querido Bill:
¡Pero bueno! Sospecho (por desgracia para nosotros, pero
no para ti) que corremos el riesgo de perder al mejor director
de revista del mundo, que pasará a las filas de los mejores es-
critores del mundo. En serio, me ha parecido de primera.25 La
violencia en el fútbol es algo que he seguido, de lejos y con
cierta fascinación morbosa, pero evidentemente no sé nada en
profundidad del tema.
Se me ocurre una cosa. Hace unos tres años fui a la
final del rubgy, Gales contra Francia, en Cardiff, un día ho-
rrible de invierno con niebla. Bueno, pues el ambiente era
prácti-camente litúrgico; todo el mundo cantaba el himno na-
cional galés, etcétera. ¿Por qué, me pregunto, tiene que ser
tan distinto el fútbol, a no ser que, como apuntas tú, la vio-
lencia esté organizada con el objetivo de buscar y dañar a un
enemigo de la imaginación? No puedo estar más de acuerdo
contigo: no es necesariamente producto de condiciones so-
ciales adversas. Tengo la impresión de que lo que impera en
este país es la necesidad desesperada de encontrar un susti-
tuto para los enemigos que se han perdido con las Malvinas,
y ese estado de ánimo se manifiesta, de una u otra forma, en
todos los niveles de la sociedad. En ese aspecto los cabe-
zas rapadas y los miembros del club White’s coinciden al cien
por cien.
¿Puedo implicarme personalmente en el libro? Como ya
te dije, no es el mejor momento para dar consejos. Tú sigue

25 Entre los vándalos, de 1990, documentaba el comportamiento de los hooli­


gans en el fútbol británico. Bill Buford (1954-) dirigía la revista Gran­
ta, por entonces con redacción en Cambridge, para la que Chatwin había
escrito.

498
adelante, sin más, y te saldrá bien. Un detalle: hay algo abso-
lutamente escalofriante en la primera versión, y es la estación
galesa. Quizá deberías ofrecer una descripción muy minuciosa,
muy gráfica, que puede ser medio novelada: dónde estaba, qué
tipo de gente había en el andén, qué aspecto tenía el jefe de
estación. Y luego, de repente, el anuncio. Puede que me equi-
voque, pero ese episodio me pareció tan apasionante que creo
que debería ser el principio del libro. Si empiezas con un viaje
en avión a Turín es evidente que va a haber violencia. En una
estación de tren galesa dejada de la mano de Dios, en cambio,
no; por eso, se creará una tensión que dominará todo el libro.
Otro comentario muy secundario: como es un tema terri-
blemente duro, creo que habría formas de endurecer un poco
la sintaxis y el vocabulario. Puedo mostrarte lo que quiero de-
cir cuando nos veamos: voy a instalarme en Francia durante
dos semanas y luego volveré a Homer antes del 1 de mayo, o
si no Elizabeth sabrá dónde encontrarme.
Mi más sincera enhorabuena.
Un abrazo,
Bruce
PD : Escribo con prisa, a punto de salir para el aero-
puerto.
No pierdas ese humor irónico bajo ningún concepto.

En abril de 1987, durante un milagroso período de recupera-


ción, Chatwin se alojó en el Ritz de París y fue jurado del pre-
mio internacional Ritz-Hemingway. Elizabeth recuerda: «El
organizador era Mohamed al Fayed. Era todo muy extraño. Ha-
bía cintas de vídeo pornográficas para poner en el televisor y
un espejo en el techo encima de nuestra cama».

499
A Ninette Dutton

Homer End, Ipsden, Oxford,


9 de abril de 1987

Queridísima Nin:
Una breve nota antes de irme a Londres al aeropuerto...
¡y de ahí a Niza! Elizabeth se ha marchado a la India para hacer
uno de sus recorridos por el Himalaya que podría ser el último,
porque el señor que lleva la compañía está muy enfermo en
Londres.26 En fin, le irá bien que le dé un poco el aire de la
montaña, ¡después de haberse pasado nueve meses cuidándo-
me! Estoy mucho, mucho mejor: la única secuela es un hormi-
gueo constante en los pies, pero como antes era por encima de
la rodilla parece que también está desapareciendo.
Qué alegría pensar que vas a volver pronto. Mis planes son
ir a Francia hasta aproximadamente el 1 de mayo, venir aquí
unos diez días y luego largarme otra vez. Me han dejado, du-
rante un año o más, el castillito del pueblo donde vivió Max
Ernst. Es supercómodo y, aunque resulta recargado para mi
gusto, el campo que hay detrás es magnífico y no está nada
construido. Una cosa está clara: tengo que estar fuera de In-
glaterra cuando salga el libro en junio. No soporto todo el es-
trépito que acompaña a una publicación y, como descubrí con
pesar, no puedes conceder una entrevista sin sufrir un alud.
Me muero de ganas de volver al sur.
A pesar de que en principio el tema es poco accesible, pa-
rece que el libro está armando cierto revuelo. Anoche hablé
con Bob H[ughes], al que le ha gustado mucho, pero sospecho
que metí el dedo en la llaga una o dos veces.
Bueno, aun más motivos para no estar en Inglaterra de
mediados de junio a mediados de julio: nos iremos a Seillans
y ya buscaremos una forma de vernos. En el castillo hay mu-
chas habitaciones y está a cuarenta minutos del aeropuerto de

26 Kranti Singh falleció posteriormente de una insuficiencia renal.

500
Niza. Si no, también podemos irnos a Italia, donde tenemos
montones de amigos.
Con prisa pero con mucho cariño,
Bruce
PD: Hemos tenido un temporal horroroso que hasta ha derri-
bado árboles. De verdad, este país es una incomodidad tremenda.

A Murray Bail

Con remite de: Homer End, Ipsden, Oxford


[Mayo de 1987]

Querido Murray:
En realidad te escribo desde el sur de Francia. Cuando me
puse enfermo en invierno me prestaron, de un modo bastante
caballeroso, un castillo: no es muy grande, pero no deja de ser
un castillo. Hace un calor de mil demonios. Vinimos aquí des-
de París y llegamos completamente agotados, en gran parte por
el Musée d’Orsay, que con su estupidez lapidaria debe de ser
uno de los museos más horripilantes del mundo. Propongo que
sólo se visite en invierno, en silla de ruedas y con un panamá
de ala muy ancha para que la atención no se dirija al fantástico
follón arquitectónico que se ve por arriba. Además (aunque me
costaría explicar el motivo) me compré una primera edición
de Madame Bovary: ¿cómo talismán?, ¿cómo livre de chevet?
¡A saber! Desde aquí nuestra intención es ir (¿quién lo iba a
decir?) al Festival de Bayreuth, donde mi amigo Werner Her-
zog va a dirigir Lohengrin: en agosto empieza a montar mi pe-
lícula, es decir, El virrey de Ouidah (retitulada Cobra verde). De
Bayreuth nos iremos a Praga: tengo que documentarme un
poco. Luego, en septiembre, debería ir a Estados Unidos,
pero estoy dando muchas vueltas a la posibilidad de escabu-
llirme. ¿Y después...? ¿Madrid? ¡Quizá! Siempre que he ido
estaba sin un penique y las pensiones de mala muerte en las
que he dormido, por lo general cerca de la estación, no habrían

501
estado a la altura de Maisie Drysdale. Siempre queda el Ritz, al
lado del Prado, que teniendo en cuenta la relación calidad-pre-
cio dicen que es el mejor hotel de Europa. Pero ¿de qué canti-
dades estamos hablando? Sí. Gracias por el aviso de que Knopf
ha sacado la recopilación de los volúmenes de autobiografía de
[Thomas] Bernhard. Tendrías que ver los ataques despiadados
que le dedican los críticos ingleses, ciegos y completamente
chiflados. Un imbécil escribió una reseña de Hormigón que daba
ganas de quemar el pasaporte. Pero, claro, Inglaterra, a dife-
rencia de Irlanda, Escocia o Gales, es un país absolutamente
bárbaro. Otro libro suyo, El sobrino de Wittgenstein, me pare-
ció maravilloso, sobre todo el relato de la recogida del premio
Grillparzer, y la explicación (¡me llegó al alma!) de que los ami-
gos más íntimos se quedan horrorizados cuando uno, en lugar
de morirse, va y resurge relativamente recuperado.
Ya me contarás lo de Kenia. Podría ayudarte. Mantén el con-
tacto durante todo el verano, por favor (bueno, el nuestro, si es
que hace acto de presencia) y espero que nos veamos en otoño.
Todo mi cariño, como siempre, para M[argaret] y para ti.
Bruce
PD: Yo creo que papá Hemingway sí que se alojó en el Ritz:
no en un primer momento, pero desde luego después sí. ¡Ojalá
hubieras podido ver por un agujerito el premio internacional
Hemingway, en el Ritz de París, del que fui jurado!27

El 28 de mayo de 1987 Tom Maschler envió a Seillans un ejemplar de


Los trazos de la canción para Chatwin. «Querido Bruce: Aquí lo
tienes. Es un libro magnífico, el mejor que has hecho hasta ahora, y
eso es decir mucho». Apareció el 25 de junio, dedicado a Elizabeth.
Una de las primeras personas a las que se lo hizo llegar fue
Robin Lane Fox. «Bruce me puso: “Éste es un intento fracasado de

27 El 7 de abril de 1987 Peter Taylor recibió el galardón, dotado con cincuenta


mil dólares, por su novela Memphis, ambientada en Tennessee. E. C.: «Al
año siguiente Bruce reunió a los demás jueces y dijo que ninguno de los
libros valía nada, y estuvieron de acuerdo».

502
escribir el libro en el que tú creías más que nadie. Pero el tiempo no
da más de sí. Por supuesto, está incompleto y puede que resulte in­
comprensible, y tú no sospechabas que fuera a estar relacionado con
Australia, pero te lo mando con la esperanza de que haya fragmen­
tos que te hagan recordar lo que tanto te gustaba”. Mi contestación
fue: “Creo que se te dan mejor los fragmentos que una novela a gran
escala, pero sobre todo me ha parecido que se te dan muy bien los
detalles a gran escala”».

A Michael Davie 28

Homer End, Ipsden, Oxford,


24 de junio de 1987

Querido Michael:
Gracias. Gracias en especial por rescatarme de la horda
cada vez más populosa de escritores de viajes. Vamos a estar
aquí casi todo el mes de julio, a partir del día 8 aproxima-
damente, y como esto queda a un paseo de Ewelme...
Bruce

A Colin Thubron 29

Con remite de: Homer End, Ipsden, Oxford,


9 de julio de 1987

Querido Colin:
Bueno. ¡Lo que has escrito supera con creces cualquier de-
manda hecha en nombre de la amistad, etcétera! Estoy muy emo-

28 Escritor, antiguo director del periódico The Age de Melbourne y periodista


(1924-2005). Su entrevista con Chatwin había aparecido en The Observer
el 21 de junio; vivía a poco más de cinco kilómetros de Homer End.
29 Escritor de viajes y novelista inglés (1939-). Su entrevista con Chatwin
había aparecido en The Daily Telegraph el 27 de junio de 1987.

503
cionado y te lo agradezco de verdad por dos motivos principales:
a. por haber entendido de qué va y por haber sabido extraer de
esa masa caótica de material el sentido de lo que me gustaría ha-
ber dicho (y no de lo que he dicho, que por descontado es harina
de otro costal), y b. por todo el tiempo y la energía que tienes que
haberle dedicado. Parece que la gente no tiene ni idea de lo mu-
cho que se tarda en redactar un texto como el tuyo.
En fin, a tu salud. Y estoy seguro de que China será tan
gratificante (y más) que los rusos. ¡Tengo muchas ganas!
Por lo visto vamos a pasarnos el verano recorriendo a toda
pastilla los bordes del telón de acero; luego volveremos aquí,
a finales de septiembre, y tendremos que vernos.
Por cierto: una cosita que no incluí. Cuando visité la ex-
cavación de Swartkrans con Bob Brain, una de las cuestiones a
las que más vueltas daba era la utilización del fuego: el mito de
Prometeo es absolutamente determinante, en mi opinión, para
comprender la condición del primer hombre, ya que fue el
fuego lo que le permitió protegerse de forma adecuada de los
depredadores por las noches. Cuando yo estudiaba arqueología
se daba por sentado que el fuego (es decir, el fuego controlado)
tardó en llegar a África. Los primeros restos conocidos databan
de hace 70.000 años, en contraste con lo encontrado en la cue-
va de Pekín, de hace 500.000 años. Por otro lado, muchos de
los que habían excavado en el continente africano habían te-
nido la esperanza de encontrar rastros del uso del fuego entre
los restos del Homo habilis, nuestro primer ancestro, y algu-
nos incluso creían haber dado con ellos.
Bob y yo debatimos las ventajas y los inconvenientes de la
primera cocina de la humanidad durante el almuerzo. Luego,
en los primeros centímetros cúbicos que excavamos aquella
tarde (bueno, que excavó el capataz, George [Moenda]), ¡sa-
lieron unos fragmentos de huesos que sin lugar a dudas pare-
cían chamuscados! Dado que aquel nivel en cuestión databa de
hacía casi dos millones de años, me emocioné mucho, aunque
él, siempre tan optimista, prefirió restar importancia al
hallazgo. Sin embargo, esta mañana he recibido una carta en

504
la que confirma que los restos estaban chamuscados. En otras
palabras, en muy posible que me presentara en Swartkrans el
día que se descubrió la cocina más antigua del mundo.30
¡El tiempo (y cito tu reseña) lo dirá!31
Como siempre con aprecio,
Bruce

A Charles y Brenda Tomlinson

Homer End, Ipsden, Oxford,


14 de julio de 1987

Queridos Charles y Brenda:


¡Qué detalle haberme escrito! En conjunto, Los trazos de
la canción es un montaje muy extraño: el hecho de que escri-
biera el capítulo final justo antes de lo que prácticamente fue-
ron mis últimos estertores le confiere un aire muy irregular,
¡por no decir otra cosa! Pero tengo claro que lo escrito escrito
está, con todos sus defectos manifiestos; si hubiera tratado de
plasmar todo lo que tenía en la cabeza, el resultado podría ha-
ber sido aún más incoherente.
Cuando estuve en Yunnan compré unas cuantas plaquitas
de mármol engastadas y con referencias taoístas. No son muy
antiguas, de mediados del siglo xix como mucho, pero sí con-
servan un poco la huella de la poesía de montaña. El poema de
ésta, traducido a vuelapluma, dice:

30 Posteriormente, Chatwin telefoneó a Thubron: «Si la circunstancia del


hombre es andar por un paraje inhóspito... Si, por ejemplo, los funda-
mentos de la agresión se dirigen no hacia otros seres humanos, sino hacia
la bestia salvaje, etcétera, nuestra circunstancia es apta. Es el momento de
hablar. Si la hostilidad se proyecta contra fuerzas que escapan a nuestro
control... Si el lenguaje es el medio de la diplomacia (de la unión contra
la bestia, etcétera), podemos entender cómo llegó a existir. Fue, por con-
siguiente, el lenguaje el que salvó a los primeros homínidos. Si el núcleo
instintivo que subyace en el hombre es como el suyo, es que es moral».
31 El artículo de Brain al respecto fue el tema de portada de la revista Nature
de diciembre de 1988.

505
Los acantilados envueltos en nubes sobresalen
recortados con puntas desiguales.
Espero que os guste. Nos vamos a Checoslovaquia, pero
antes pasaremos por el Festival de Bayreuth. Que el Señor se
apiade de nosotros.
Con mucho cariño,
B. y E.

A Murray Bail

Homer End, Ipsden, Oxford,


17 de julio de 1987

Acabo de recibir Holden’s Performance [La actuación de Holden]32


y se viene conmigo a Checoslovaquia el lunes. Llevo ya dos tercios
de un alocado relato Pragueois que espero haber terminado a fina-
les de año. Hay planes imprecisos para pasar el invierno (el nues-
tro) en Australia y podrían materializarse, pero no estoy seguro.
Como siempre con afecto,
B.
Muchos errores en Los trazos de la canción, pero la delega-
ción de Sidney me salvó de los peores en lo relativo a Australia.

A Jean-Claude Fasquelle

Homer End, Ipsden, Oxford,


17 juillet 1987

Querido Jean-Claude:
Ya sé que estarás de vacaciones, pero ¿podría tu secretaria
enviar un ejemplar de Les jumeaux de Black Hill a la siguiente
dirección?

32 La nueva novela de Bail.

506
M. E. Bavanoff-Rosimé, Castillo de Bellevue, Meaulne,
Saint-Bonnet-Tronçais.
Se trata del hijo de un escultor constructivista ruso de lo
más asombroso del primer período soviético al que he cono-
cido por casualidad en Vichy. Nos vemos en otoño.
Bruce

A Sunil Sethi

Homer End, Ipsden, Oxford


[Julio de 1987]

Qué alegría recibir tu postal. Sí. Vete a saber por qué, pero ¡Los
trazos de la canción ha llegado al primer puesto de las ventas de
esta semana!33 ¡De la que viene no! Creo que soy víctima de un
buen despliegue publicitario, que me ha dado mucho ánimo al
confirmarme que sigo entre los vivos, pero se me puede subir
a la cabeza. El lunes nos vamos a Deutschland, al Festival de
Bayreuth, y de ahí a Checoslovaquia: ¡el escenario de mi
próxima novela! A E. le han ofrecido escribir una guía de
Rajastán,34 ¡así que volveremos pronto, tras lo de Nueva York
y Madagascar!
Con mucho afecto como siempre,
B.

33 El 20 de julio Los trazos de la canción se situó en el primer puesto de la lista


de libros más vendidos de The Sunday Times. En octubre Tom Maschler
escribió al nuevo agente de Chatwin, Gillon Aitken: «No te sorprende-
rá oír que, para mí, TC es uno de los libros más maravillosos que he
publicado en la vida, y que esté en el primer puesto (por delante de
la última novedad de Douglas Adams) supone un hito en mi carrera
editorial».
34 E. C.: «Era de Gujarat. No llegué a escribirla porque no sabía utilizar el
ordenador».

507
A George Ortiz

Praga (ahora Viena), Checoslovaquia,


7 de agosto de 1987

Siento mucho no haber llegado a ir a Ginebra: los planes de julio


se nos fueron un poco de las manos. Ahora la cosa es aún peor:
Praga, Budapest, Viena, Roma, Londres, Nueva York, Toronto... Y
todo eso en un mes. El yoyó Chatwin vuelve a funcionar. Pero en
otoño te prometo un viaje especial para verte... y ponernos al día.
Con el afecto de siempre,
Bruce

A Murray Bail

Austria, en tránsito,
7 de agosto de 1987

Holden’s Performance nos ayudó a superar unos días bastante de-


primentes en Checoslovaquia. Es de primera y deberías estar muy
satisfecho. ¡El sonido que reflejas en el papel es como tenerte
aquí al lado, mi querido amigo australiano! Después me lo arre-
bató el mejor editor joven de Praga, Jan Zelenka, así que ha caído
en buenas manos. Planes imprecisos para ir a Sidney en enero.
Con el cariño de siempre,
B.

A Nicholas Shakespeare

Estiria, Austria,
7 de agosto de 1987

¡Bueno, bueno! Hay que ver lo deprimente que es Checoslo-


vaquia para creérselo. Nos hemos pasado la última semana en

508
campamentos inundados e infestados de mosquitos y de tu-
ristas de la RDA. ¡No había una sola cama! Al final nos preci-
pitamos al lujo del hotel Sacher de Viena, ¡daba igual lo que
costara! ¡Una cena maravillosa!
Bruce

A Ninette Dutton

Estiria, Austria,
7 de agosto de 1987

Probabilities [Probabilidades]35 nos acompañó a Praga. ¡De pri-


mera! El tono, la velocidad de ejecución, etcétera exactos pa-
ra el tema. ¡Y ahora sé muchísimo más de ti! Me ha gustado
sobre todo «A Day To Remember» [Un día para recordar].
Mucha36 se había ido de viaje. Su mujer (o lo que sea) me dijo
que volviera a pasar el día que nos marchábamos, pero tam-
poco estaba.
Con mucho cariño,
B.

De camino al Festival Harbourfront de Toronto, Chatwin pasó por


Nueva York, donde se reunió con el agente literario Gillon Aitken,
que trabajaba en Londres, y su socio neoyorquino, Andrew Wylie. En
septiembre Chatwin y Salman Rushdie decidieron dejar a su agente
literaria londinense, Deborah Rogers, y fichar por Wylie, Aitken and
Stone, un acuerdo que recibió mucha publicidad.

35 Libro de relatos de Ninette Dutton (1987).


36 Jiří Mucha, hijo del artista Alfonse Mucha, estaba casado con una esco-
cesa. Su amante vivía en una casa situada delante de la suya.

509
A Deborah Rogers

Homer End, Ipsden, Oxford,


16 de septiembre de 1987

Querida Deborah:
Me siento a escribirte con una profunda tristeza, por no
decir dolor. Debes creerme cuando te digo que lo que voy a
decirte a continuación no es una decisión tomada a la ligera ni
carente de desazón. Sin embargo, sí es irreversible. Hace ya
un tiempo que siento la necesidad de que una sola persona
coordine todos mis asuntos, por lo que he nombrado a Andrew
Wylie, de Wylie, Aitken and Stone, único agente para mis de-
rechos en todo el mundo.
Andrew también ha aceptado ocuparse de mi catálogo y de
todas las negociaciones pendientes. Voy a escribir a George y
a Anne37 desde Italia, pero la carta tardará varios días en llegar.
Y si ésta te parece terriblemente incompetente, cruel y breve
es porque, la verdad, no sé cómo seguir...
Con todo mi cariño,
Bruce

A Gillon Aitken

Castillo de Seillans, Seillans, Francia


[Septiembre de 1987]

Querido Gillon:
[...]
También voy a escribir a Jean-Claude Fasquelle de Grasset,
con quien siempre he estado muy a gusto. El ambiente de esa edi-

37 Georges y Anne Borchardt, cofundadores de la agencia literaria neoyor-


quina que había llevado hasta la fecha los derechos de Chatwin en Estados
Unidos.

510
torial me divierte intensamente. He informado a [Roberto] Ca­
lasso, al que, por cierto, le ha parecido una decisión sensata.
Como siempre con afecto,
Bruce

A Jean-Claude Fasquelle

Castillo de Seillans, Seillans, Francia


[Septiembre de 1987]

Querido Jean-Claude:
Puede que te hayan contado (si no, te llegarán voces pron-
to) que he decidido cambiar de agente: de Deborah Rogers a
Wylie, Aitken and Stone. Quizá deberías saber que tengo trato
con Gillon desde hace mucho tiempo, aunque hasta hace poco
nunca se había mencionado la posibilidad de que me repre-
sentara. Hace ya un tiempo que considero que es la persona
más indicada, pero eso entre nosotros...
Como siempre con afecto,
Bruce

A Deborah Rogers

Castillo de Seillans, Seillans, Francia,


25 de septiembre de 1987

Querida Deborah:
Me doy cuenta de que todo esto es sumamente terrible. Sé
por gente de Nueva York y de Londres lo molesta que estás.
Sé que un día deberíamos hablar largo y tendido. Sé que ha
sido una decisión repentina, para bien o para mal. Sé que sin
duda afectará a nuestra amistad, y eso me entristece mucho.
Pero sobre un aspecto tengo que ser claro. Me han llegado
voces de que en ambos lados del Atlántico se ha dicho que

511
Andrew Wylie me hizo proposiciones o me conquistó para que
me alejara de ti o de [Georges] Borchardt. Eso es, sencillamen-
te, un disparate. Puede que otros lo hayan intentado, pero él
no. Como bien sabes, en 1976 decidí quedarme contigo, pen-
sando en nuestra larga vinculación, en lugar de irme con Gillon
Aitken.38 Durante estos años he mantenido el contacto con él.
Uno de sus clientes, cuyo modo de vida se parece bastante
al mío, es el único escritor con el que mantengo una conver-
sación anual sobre cómo están las cosas.39 Ya sabías que, desde
hacía mucho tiempo, me parecía que la comunicación con
Georges Borchardt estaba en sus horas bajas: era proba-
blemente culpa mía tanto como suya. Ya sabías que sentía la
necesidad de cambiar y me hiciste distintas sugerencias sobre
gente con la que debía ponerme en contacto. Sin embargo, en
mayo de 1986, estando en casa de Joe Fox40 en Long Island,
abordé con Gillon la cuestión de mi representación en Estados
Unidos: la verdad es que en aquel momento pensaba recurrir
a un abogado, más que a un agente, para revisar los contratos.
Me contó que acababa de asociarse con Andrew Wylie y me con-

38 Gillon Aitken (1938-) había conocido a Chatwin en Nueva York en 1974


cuando estaba montando una agencia literaria con Anthony Sheil y Lois
Wallace. En un borrador de la introducción de ¿Qué hago yo aquí?, Chatwin
escribió: «Dos días antes de irme a Buenos Aires conocí a Gillon Aitken
en una fiesta. Me preguntó a qué me dedicaba y le dije que era periodis-
ta. Él me contó que era agente literario. Le pregunté si a mi vuelta podría
colocar un artículo en una revista estadounidense. El título sería «Carta
del fin del mundo». Me convocó en su despacho. Le conté lo que sabía de
la Patagonia y lo que esperaba encontrar. Tomó notas y contestó: “Eso da
para un libro y tienes que escribirlo”». G. A.: «Consideraba que su co-
nexión con Deborah era efímera y me cogió de agente en Nueva York. No
paraba de hablar de la Patagonia, hasta el punto de que le solté: “Tienes
que dejar de hablar de eso constantemente e irte para allá. Vete, vete ya”.
Conseguí que hiciera una sinopsis que le sirvió para vender el libro a Har-
per and Row por doce mil quinientos dólares. Lo llamé para decírselo y ya
se había ido. Dos años después estaba otra vez en Nueva York y de repente
lo vi en el otro extremo de la sala, tapándose la cara con las manos en un
gesto de disculpa. Me acerqué y le dije: “¿Qué pasó?”. Había vuelto con
Deborah. O más bien no había llegado a dejarla».
39 Probablemente Paul Theroux.
40 Editor de Random House.

512
certó una visita con él en Nueva York. Tuvimos una charla pre-
liminar, sin plantear en ningún momento que te dejara a ti.
Desde entonces la situación ha cambiado. En un año la
realidad de Cape ha cambiado. Sonny41 se ha ido a Estados
Unidos, Elisabeth [Sifton] se ha ido con Sonny y está todo el
lío (porque menudo lío es) de Summit Books. Además, tam-
poco estaba contento con la redacción de los contratos.
Antes de irme a Estados Unidos te pregunté si existía una
cláusula en el contrato de Los trazos que me permitiera no estar
en una situación delicada al hablar con el nuevo equipo de
Viking, que, hay que reconocerlo, ha trabajado el libro mara-
villosamente. Aún no sé la respuesta. Lo que sí sucedió fue que
Georges [Borchardt] llamó a Peter Mayer42 para acordar con
él que me fuera detrás de Elisabeth a Knopf. Puede que acabe
sucediendo, pero él no tenía permiso para hacer una cosa así,
y eso tampoco era una respuesta a mi pregunta. Me temo que
entonces vi de sopetón que he perdido demasiado tiempo con
detalles engorrosos cuando debería haber estado haciendo
otras cosas. La tentación de dejar todos mis asuntos en manos
de una única agencia coordinada resultaba irresistible.
En Nueva York vi a Gillon y Wylie y las cosas se precipita-
ron. El hecho de que Salman [Rushdie] hubiera decidido hacer
lo mismo no se mencionó en las conversaciones, aunque sí me
sugirieron que lo llamara cuando volviera a Londres.
Sin embargo, te pido mil disculpas por haberte inducido a
error en una cosa. Me pareció que sería mejor darte la noticia de
que me había ido con Wylie, lo cual no es del todo exacto. En rea-
lidad me he ido con la agencia Wylie, Aitken and Stone, y como
vivo en Europa y no en Estados Unidos el que llevará mis asuntos
cotidianos será Gillon. Como ya he explicado por carta a Anne
[Borchardt], mi problema es que, tras una máscara bastante
afable, desde la época que pasé en Sotheby’s soy un profesional

41 Sonny Mehta había publicado a Chatwin en edición de bolsillo en la lon-


dinense Picador antes de trasladarse a Nueva York para ser editor jefe
de Knopf.
42 Director de Viking Penguin.

513
bastante duro en el mundo empresarial. No es baladí el hecho de
que en su día redactara un modelo de contrato, revolucionario
en aquella época, que acabó confiriendo una nueva flexibilidad
al mundo de las subastas de arte. Pero eso es agua pasada.
Por el momento, me gustaría pedirte por favor que esta
transición se produjera sin contratiempos y con toda la dis-
creción posible.
Con todo mi cariño,
Bruce

A Andrew Wylie 43

Castillo de Seillans, Seillans, Francia,


29 de septiembre de 1987

Querido Andrew:
Soy muy partidario de actuar como un lobo sin quitarse la
piel de cordero. En caso de duda, ponte una segunda piel de
cordero encima.
Saludos.
Bruce C.

A Deborah Rogers

Castillo de Seillans, Seillans, Francia,


30 de septiembre de 1987

Querida Deborah:
He investigado la historia que me contaste y debo decir-
te que tiene un origen de lo más inocente, resultado de una

43 Andrew Wylie (1948-), el nuevo agente de Chatwin en Nueva York, apo-


dado el Chacal desde este episodio, estaba negociando con Georges Bor-
chardt la rescisión del contrato con Summit Books y el paso a Penguin.

514
llamada telefónica que hice yo mismo a principios de verano.
El hecho de que otros lo hayan hecho circular ya es menos ino-
cente, pero no entremos en esas cosas...
Lo siento. Me da pena. Sin embargo, el acuerdo al que he
llegado con Wylie, Aitken and Stone es firme. No quiero que
nadie me ponga en la tesitura de tener que dar explicaciones.
¿Quizá podríamos achacarlo a mi «inquietud incurable»?44

A Murray Bail

Homer End, Ipsden, Oxford,


11 de diciembre de 1987

Querido Murray:
Bueno, me ha gustado verte un poquito. Estoy de acuerdo
contigo en lo de los literatos de Londres: la única utilidad que
se me ocurre para una nave espacial sería alejarlos de nuestra
órbita, ¡pero entonces saldrían más como setas!
Salman y yo lo hemos pasado bastante mal con el reciente
cambio de agente. ¡Menudo revuelo se montó en la prensa! Bue-
no, parece que las aguas se han calmado. En los viejos tiempos
se consideraba que los escritores (o supuestos escritores) eran
divos neuróticos y narcisistas que sufrían constantes «blo-
queos», problemas emocionales, etcétera, mientras que los

44 La ruptura con Rogers siguió preocupando a Chatwin después de que Eli-


zabeth y él regresaran a Homer End. El 24 de octubre una de sus cuñadas,
Sheila Chanler, acudió a una comida dominical en la que también estuvie-
ron presentes Michael Ignatieff, Salman Rushdie y Murray Bail. Chanler
escribió en su diario: «Murray, australiano, hombre sutil y mordaz, muy
simpático. El almuerzo ruidoso y confuso. Muchas conversaciones cru-
zadas sobre temas literarios candentes; un problema en concreto, el de
la antigua agente de B., metida ahora en una especie de trama siniestra.
Todo eso resulta muy agobiante para él». Bail anotó en su cuaderno: «B.
ha contado con cierto entusiasmo la historia de un ruso al que conoció en
Praga, un siniestro ex monje que, tras mostrarse duro con las mujeres, se
cortaba la cara con una cuchilla en un sentido y en otro, lo que multipli-
caba el tormento».

515
agentes eran individuos hacendosos y tranquilos que se encar-
gaban de sacarles las castañas del fuego. Ahora se han cambia-
do las tornas. Los «escritores» se limitan a sentarse y escribir
sus libros, y luego soportan la carga adicional de tener que ges-
tionar a agentes completamente neuróticos que buscan pu-
blicidad y no tienen el más mínimo reparo en sacar a relucir
delante de la prensa sus obsesiones ¡y sus negocios! Sin em-
bargo, como ya te dije, las cosas van tranquilizándose y ayer
mismo terminé una novela. ¡Menudo cambio de tema! El títu-
lo: Utz, ¡así de sencillo! Lo único que puedo contar es que
la concebí como entretenimiento para soportar aquellos meses
tan moviditos. La verdad es que se parece muy poco a mis
anteriores obras. Es una especie de cuento de hadas centroeu-
ropeo, con alguna que otra pulla descarnada al mundo del co-
mercio de arte. Ya veremos...
He pasado una semana muy peculiar en París, en un con-
greso para disidentes de Rusia y de otros países, que por des-
gracia hoy en día parecen cumplir la función de payasos para
gente que quiere confirmar sus opiniones antimarxistas. Si
crees que Gorbachev tiene mucho trabajo con la vieja guardia
bolchevique, no te cuento nada de la nueva guardia. Existe en
Rusia una sociedad política «secreta» llamada Pamiat (es de-
cir, «recuerdo») que tiene un millón de miembros registrados
sólo en Moscú, y lo que quiere recordar son las virtudes del
suelo ruso, de la Iglesia ortodoxa rusa, de los rasgos faciales
rusos, etcétera, en contraposición con los ojos rasgados, las
narices aguileñas y demás aberraciones de la naturaleza hu-
mana. Pretende elevar la Iglesia rusa a niveles de fanatismo
dignos de Jomeini y es, entre otras cosas, antiindustrial, anti-
nuclear y antiecológica.
Hans Magnus Enzensberger,45 que ha estado en Rusia hace
poco, cuenta que en una recepción en el Kremlin habló con
todo un general que llevaba en un dedo una insignia con un
camafeo de Nicolás II con las águilas. Tienes que tener presen-

45 Hans Magnus Enzensberger (1929-), polifacético escritor y editor alemán.

516
te que esa gente considera a Stalin un títere judío. En fin, las
cosas dan un nuevo giro... A ver qué puedo hacer para escribir
una novela rusa...46
Por otro lado, me muero de ganas de largarme a un sitio
donde haga sol y pueda bañarme. Estuve a punto de irme a Ma-
dagascar por encargo de una revista. Siempre he creído que
Madagascar me gustaría, y de paso podría haber visitado Zan-
zibar. Pero me era imposible marcharme antes de terminar el
libro y ahora ha empezado la temporada de lluvias y no me ape-
tece meterme en un lodazal de fango rojo.
Todo mi cariño para Margaret y para ti.
Y también el de Elizabeth.

A Susannah Clapp

Homer End, Ipsden, Oxford


[Enero de 1988]

Queridísima Susannah:
Hoy no he podido localizarte por teléfono. Da igual. Nos
vamos a Guadalupe, nada menos. A pasar un par de semanas
nadando en el mar. Es uno de los destinos a los que resulta más
barato volar, porque forma parte de Francia y las tarifas están
subvencionadas. Tenemos el billete de vuelta para el 25, pero
en función de distintos imponderables puede que nos vayamos
al sur de Francia. El 15 de octubre dejé el coche en el mecánico

46 El 13 de octubre de 1986 Tom Maschler había escrito a Chatwin para pe-


dirle «más logros extraordinarios»: «Sin duda, completamente distin-
tos de lo que habrías escrito en otras circunstancias. Puede que tomes la
vía de la ficción, y también que te decantes por la novela “internacional”
(rusa, francesa, etcétera) de la que habías hablado. No sé si lo recuerdas,
pero éste es el libro que te dije que sería un enorme paso adelante comer-
cialmente, además de gran literatura». El 11 de febrero de 1988 Maschler
volvería a escribir a Chatwin: «Lo he dicho y lo repito: no hay ningún otro
escritor en toda Inglaterra cuyo obra me apasione más que la tuya. Estas
palabras surgen directamente del corazón».

517
para que me hicieran una reparación y dije que volvería al día
siguiente... ¡Y allí sigue!
Gillon Aitken debe de haberte enviado una copia de Utz
con anotaciones de Michael Ignatieff. No estoy de acuerdo con
todos sus comentarios, pero sí con la mayor parte. He ido apun-
tando mis reacciones al margen y me encantaría que le echaras
un vistazo al texto.47
También quiero enseñárselo a mi amiga Diana Phipps,48
que es checa y tiene recuerdos de primera mano de Praga hasta
1949, cuando su familia y ella se marcharon... ¡a Vichy! (Bue-
no, en realidad a París). Uno de los pocos datos que tengo del
modelo de Utz es que todos los años iba a Vichy, hasta 1968.
Con mucho cariño,
B.

A Gillon Aitken

Homer End, Ipsden, Oxford,


8 de enero de 1988

Querido Gillon:
[...]
Mientras estoy fuera, ¿puedes reflexionar sobre lo si-
guiente?
Por el bien de todos, deberíamos dejar constancia por es-
crito de un pacto formal. Al final no hemos acordado los por-
centajes de comisión. Con eso no doy problemas. Siempre me
ha parecido que el veinte por ciento de las ventas europeas es
un poco alto, pero quedo a la espera de que me des tu opinión.
Como Salman [Rusdhie] y yo llegamos en un mismo paquete,
por así decirlo, no sé si podría disfrutar de las mismas con-

47 Clapp había editado En la Patagonia y El virrey de Ouidah para Cape.


48 Diana Sternberg (1936-), a la que dedicó Utz, casada en 1957 con Henry
Ogden Phipps (1931-1962).

518
diciones que él. O, mejor, podríamos acordar una tarifa de co-
misión fija aplicable a Estados Unidos, el Reino Unido y el resto
de países. Tal y como van las cosas, puede que en el futuro haya
contratos distintos para los antiguos países de la Commonwealth,
etcétera. Da igual, no será problema entre nosotros.
Hay un segundo asunto. Deborah Rogers nunca me ha
aclarado la cuestión del «agente de registro»: de hecho, es la
primera vez que oigo hablar del asunto. Sin duda deberíamos
establecer que, si por cualquier motivo uno de los dos decide
rescindir el acuerdo, la función de agente de registro no de-
bería prolongarse más allá de un período preestablecido de,
pongamos, entre tres y cinco años. Si decidimos eso entre tú y
yo, creo que tendré cierto margen de maniobra con D. R./G. B.
Evidentemente, me resulta muy engorroso tener que tratar con
dos agencias.49
Con el afecto de siempre,
Bruce

A Murray Bail

Homer End, Ipsden, Oxford,


8 de febrero de 1988

Querido Murray:
Bueno, nos hemos ido de vacaciones al Caribe y, para ser
sincero, este invierno no tendré tiempo de ir a Australia. Ade-
más, estoy llegando rápidamente a la conclusión de que, a no
ser que alguien te pague para ir en primera clase, los viajes en
avión (de más de tres horas) se han puesto imposibles. Prime-
ro fuimos a un par de islas que se llaman Les Saintes y están
al lado de Guadalupe, pobladas por un clan extrañísimo de
pescadores mestizos, mezcla de indios, negros y bretones. Un
aspecto muy sorprendente. Son orgullosos y despreciativos y

49 Deborah Rogers sigue siendo la agente de registro de Chatwin.

519
no hacen el más mínimo esfuerzo con turistas como nosotros:
las chicas llevaban una especie de tutú y los chicos tenían el
pelo rubio con trencitas de rastafari. No pasó nada que inte-
rrumpiera nuestras jornadas de siestas o de paseos en barca
hasta los arrecifes de coral, excepto un incidente ridículo: me
acuclillé en el bosque y sin darme cuenta me rocé los huevos
con una planta que resultó ser la más tóxica de todas las Anti-
llas. De allí íbamos a misa, y el dolor que sufrí estando allí de
pie en la iglesia fue indescriptible.50 Espero que perdones que
haya mencionado tu nombre como posible reseñista del libro
sobre la bahía de Botany para la sección de crítica de Los Ange­
les Times. Me pareció que yo no podía encargarme, porque sé
muy poco de la historia del lugar.
¿El día del juicio, de Salvatore Satta, se ha cruzado en tu
camino? Una excelente evocación de un lugar, en concreto la
población de Nuoro, en el este de Cerdeña. Lo leí hace mucho
tiempo en francés porque lo sacó mi editor italiano. Además, a
los diecinueve años me fui solo a hacer un recorrido a pie por
esa parte de la isla. Qué miedo daba subir al anochecer por la
calle mayor de Orgolos, la legendaria «residencia» del bandido
sardo, en busca de una cama, para que me dieran una y otra vez
con la puerta en las narices. Mi amigo G[eorge] S[teiner] hizo
la crítica en The New Yorker, pero creo que no supo valorarlo
en su justa medida. Sí, hace tiempo que conozco el libro de
Musil.51 ¡Qué maravilla! Es posible que me vaya en cualquier
momento a Sudán debido a un asunto ligeramente nefando.52

50 E.C.: «Estábamos alojados en un hotel en el extremo de Les Saintes y al


dar un largo paseo por el bosque vimos un cartel que decía “Attention!”,
pero no entendimos a qué se refería. Bruce se sentó en cuclillas para hacer
sus necesidades y al cabo de unos minutos sufría un dolor insoportable.
De la iglesia se fue directo al médico».
51 Robert Musil (1880-1947), escritor austríaco, autor de la novela moder-
nista inacabada El hombre sin atributos.
52 El 12 de febrero de 1988 Gillon Aitken había escrito a Georges Borchardt:
«Bruce desea hacer una donación benéfica a la oficina responsable de
los refugiados de la República Democrática de Sudán y a Ethiopian Aid,
por valor de tres mil dólares, con el primer pago que reciba por la venta

520
Bueno, si me recupero de una gripe engorrosa (¡ya estoy
recuperándome!).
Me entran ganas de dejar de escribir, ¿a ti no? Este mun-
dillo de los libros cada vez me empuja más al silencio. Han
pasado varios incidentes graciosísimos por estos lares: lo me-
jor es que Virago Press estaba a punto de publicar a un «des-
cubrimiento» extraordinario, una novela de una jovencita
paquistaní que se llamaba Rahila Khan o algo así, y tenía varias
escenas subidas de tono entre chicas paquistaníes y blancos:
todo muy adecuado para hacer llegar la «literatura» a la co-
munidad originaria del subcontinente indio, todo preparado
para una gran promoción, etcétera. ¡Y de repente se descubrió
que Rahila Khan era un párroco anglicano de Brighton, el re-
verendo Toby Forward! Genial, ¿no?53
Luego está lo del premio Whitbread. Había tres categorías:
mejor novela, mejor primera novela y mejor autobiografía.
Luego, en esa cena de caballeros aficionados a la cerveza, tenía
que elegirse el mejor de los tres, que sería el ganador.
Los tres candidatos eran:
1. Mi amigo Francis Wyndham, que llevó todo el asunto
con una dignidad maravillosa.
2. Un parapléjico (o algo peor) que había superado su mi-
nusvalía para escribir un libro...54 y por supuesto se llevó
el premio.
3. Ian McEwan,55 quien, al recibir una palmadita de los or-
ganizadores en el hombro, como diciendo «qué mala suerte»,

de los derechos de la edición de bolsillo de En la Patagonia y El virrey de


Ouidah, y otra similar de tres mil dólares más cuando le llegue el segundo
pago».
53 Virago publicó Down the Road, Worlds Away [Bajando la calle, a mundos
de distancia], de Rahila Khan, en junio de 1987, pero destruyó la tirada
cuando se descubrió que no lo había escrito una tímida veinteañera, ca-
sada con dos hijos y residente en un bloque de viviendas de protección
oficial del sur de Londres, sino un vicario blanco de Brighton.
54 Under the Eye of the Clock [Bajo el ojo del reloj], de Christopher Nolan.
55 Ian McEwan (1948-), escritor y guionista cinematográfico inglés, candi-
dato por El niño en el tiempo.

521
espetó: «El año que viene habrá alguien con un pulmón de
acero».
Muchos recuerdos para los dos,
B. y E.

La clasificación de Los trazos de la canción preocupaba a Chat­


win, que tenía la impresión de que debía defender y proteger su ca­
tegoría de novela, así que pidió a Tom Maschler que hiciera público
un comunicado.

A Tom Maschler

Homer End, Ipsden, Oxford,


8 de febrero de 1988

Me siento sumamente honrado de ser candidato al premio


Thomas Cook de libros de viajes, pero Los trazos de la canción
se ha publicado como novela en ambos lados del Atlántico.
[...] El viaje que relata es imaginario, no se trata de un libro
de viajes en el sentido habitual del término. Para evitar toda
posible confusión, debo solicitar que se retire de la lista de
preseleccionados.

A Cary Welch

Homer End, Ipsden, Oxford,


22 de febrero de 1988

Querido Cary:
O bien nos habremos visto en Londres cuando recibas es-
tas líneas o bien deberás considerarlas provisionales. Acabo
de enviar una nueva obra a agentes, editores, etcétera. ¿El te-
ma? El coleccionismo de arte, o más bien los rodeos que da un

522
hombre que se queda atrapado al otro lado del telón de acero
y está dispuesto a cualquier cosa para salvar su colección hasta
que un día...
El libro es mi respuesta a la convalecencia del año pasado:
primero decidí aprovechar el tiempo para leer y releer todas
las grandes novelas rusas, pero en lugar de eso, y siendo casi
incapaz de sostener una pluma, me lancé a construir mi relato.
Es una historia de la Checoslovaquia marxista concebida según
el espíritu y el estilo rococó. A saber cómo la recibe la gente.
Mi libro Los trazos de la canción, cuyo último tercio escribí,
como quizá sepas, en un estado de semialucinación,56 me ha
granjeado multitud de nuevos amigos «de todos los círculos»,
pero el último es sencillamente una persona extraordinaria.
Se llama Kevin Volans57 y es un compositor anglosurafricano
(un compositor genial) que se ha adentrado en territorio afri-
cano un poco como Brahms o Dvorak al ponerse a buscar can-
ciones tradicionales. Se ha llenado la cabeza de los sonidos del
Veld, con los cantos zulúes y el eco de las flautas de los pastores
por los valles de Lesoto, y sin caer en ningún momento en
lo «étnico» ha creado una música completamente nueva que
también me hace pensar en Schubert. Es el compositor prefe-
rido del Kronos Quartet, que, por lo visto, es el mejor cuarteto
de cuerda de Estados Unidos en lo que a música moderna
se refiere. Por desgracia, el disco que grabaron con la obra de
Kevin titulada White Man Sleeps [El blanco sueña], que es todo

56 En sus últimas palabras de admiración por la obra de su hijo, Charles


Chatwin comentó ante Hugh «la energía que demostró Bruce al entregar
tres libros a sus editores (la mitad de su producción) durante los tres úl-
timos años de su vida, estando enfermo».
57 Kevin Volans (1949-) había estudiado a las órdenes de Stockhausen en
Colonia y era el compositor residente de la Universidad Queen’s de Bel-
fast. Sus composiciones aúnan la música de Europa con la de su Suráfrica
natal. Cover Him With Grass: In Memoriam Bruce Chatwin [Cubridlo de hier-
ba. En recuerdo de Bruce Chatwin] se grabó en 1989. The Man Who Strides
the Wind [El hombre que monta sobre el viento], su ópera sobre Rimbaud,
basada en una idea de Chatwin, se estrenó en Londres en el teatro Almeida
en 1993, con libreto de Roger Clarke.

523
un éxito en ese país, omite el cuarto movimiento, que te deja
tan embelesado que casi se te corta la respiración.
En fin, es una de las cosas maravillosas que me han pasa-
do. Cuantos más años vivo más anárquica es mi actitud ante las
instituciones. En el fondo, los que las dirigen son profesionales
de la pérdida de tiempo. Creo que tú ya has aguantado suficiente
tiempo en el Met,58 porque lo que debería ser una labor gra-
tificante acaba siendo una carga. Hay que ser libre para dedi-
carse a preocupaciones más estrafalarias. El refugio de New
Hampshire parece estupendo. Sí que tengo motivos para visitar
tu territorio en un futuro no muy lejano, pero las fechas se me
confunden completamente. Lo que me interesa en estos mo-
mentos es el sorprendente renacimiento de la religión orto-
doxa en Rusia. No sé si estás al tanto, pero actualmente me
considero ortodoxo y en algún momento tengo previsto volver
al Athos para alojarme con mis amigos serbios en el monaste-
rio de Chilandari...59 Pero no cambiemos de tema. Me ataca la
indecisión cuando pienso en mi próximo destino. Parafra-
seando a Cyril Connolly, podría decirse: «Dentro de todo via-
jero hay un anacoreta que ansía quedarse en su casa».

58 Welch fue entre 1979 y 1887 asesor especial del Departamento de Arte
Islámico del Metropolitan Museum of Art de Nueva York.
59 Una de las alucinaciones de Chatwin, tras su desmoronamiento en Zurich,
fue de un pantocrátor. Kallistos Ware, obispo metropolitano de la fe or-
todoxa griega residente en Oxford, lo cuenta así: «Sintió que estaba tum-
bado en mitad de la iglesia del monasterio serbio de Chilandari durante
una vigilia». El escritor fue a verlo varias veces aquel verano para tratar
la posibilidad de convertirse a la fe ortodoxa. «Lo que deseaba era bau-
tizarse en la montaña sagrada, ya que aquel lugar había desempeñado un
papel tan determinante en su conversión. La firmeza de su propósito me
convenció, aunque me daba cuenta de que empezaba a acusar los efectos
de la enfermedad. Le pregunté a Elizabeth: “¿Lo entiende?”. Según ella,
no cabía duda: comprendía perfectamente lo que hacía». Sin embargo, el
segundo viaje de Chatwin al Athos, que estaba previsto para septiembre,
y durante el cual esperaba también asistir a las celebraciones del nove-
no centenario de la fundación del Monasterio de San Juan en Patmos, no
llegó a producirse. «Por desgracia, su salud se deterioró con rapidez y
no pudo marcharse —recuerda Ware—. Me ofrecí a bautizarlo yo mismo,
pero los acontecimientos se precipitaron».

524
Perdona estos garabatos tan inconexos. E. y yo nos hemos
ido a unas islas al lado de Guadalupe, a pasar unas vacaciones
en el mar, pero los dos hemos vuelto con una infección de es-
tómago tremenda que a mí me ha atacado el hígado con una
pseudohepatitis.60
Hoy me encuentro mejor.
Con mucho afecto,
B.

A Murray Bail

Homer End, Ipsden, Oxford


[Febrero de 1988]

Querido Murray:
[...]
Gracias por enviarnos los relatos australianos.61 No acabo
de entender por qué no te has incluido tú. Un día hablaré de
ellos contigo. Me gusta Murnane, pero muy a menudo, en los
demás, hay una irregularidad de textura que me resulta bas-
tante perturbadora. Ahora no quiero añadir nada.
Nos vamos a dar la vuelta al mundo (¡eso espero!) y el bi-
llete de avión podría llevarnos a Sidney en marzo.
Con cariño como siempre,
B.

60 E. C.: «Tardaron semanas en encontrar el origen del problema. Se trataba,


en realidad, de una reaparición del hongo. La cosa llegó al punto de tener
que ingresar otra vez en el hospital Churchill».
61 Bail había editado The Faber Book of Contemporary Australian Short Stories
[El libro Faber de relatos australianos contemporáneos], aparecido aquel
año.

525
A Ninette Dutton

Homer End, Ipden, Oxford,


29 de febrero de 1988

Queridísima Nin:
Perdona este prolongado silencio. El tiempo ha pasado a
una velocidad asombrosa. La primera noticia es que he ter-
minado y revisado un nuevo libro: se titula Utz. Tout court! En
fin, parece que ha despertado el interés del editor, porque
de repente nos llueve un dinero que en realidad no queremos.
El instinto me dice que lo devuelva, pero no es tan sencillo. Y
desde luego supone un cambio no andar siempre con retrasos
en las entregas. También he empezado otra cosa, que proba-
blemente será un fracaso absoluto por exceso de ambición.
Tengo una escena en la que una estadounidense, de lo más cau-
tivadora a sus poco más de setenta años (valiente hasta el punto
de acampar sola en Wyoming), se lleva el almuerzo a Central
Park para comérselo en la hierba y se topa con un chico negro
que la atraca. Eso es lo que parece al principio, pero al cabo de
un momento tiene al agresor sentado al lado cortando el pollo
no con su navaja, sino con el cuchillo de ella, y a partir de ahí
entablan una conversación larga y animada durante la cual
él rechaza cincuenta dólares pero acepta diez. El incidente se
basa en la experiencia de una amiga de mi suegra en el Rock
Creek Park de Washington.62 Espero que te guste como perso-
naje, porque le he puesto Ninette y le he dado algunos rasgos
tuyos. El libro es un proyecto a muy largo plazo y puede que
tarde años en escribirlo.
Por lo demás... E. y yo nos fuimos a bucear al Caribe. Sólo
teníamos dos semanas y media, no bastaba para ir a Australia.
Con todo y con eso, los vuelos de París a Martinica y de vuelta
fueron agotadores, y encima los dos volvimos con un virus mis-
terioso que nos dejó destrozados durante un par de semanas.

62 E. C.: «Donde la violaron. Acudió de inmediato a la policía».

526
¡Qué falsa la idea de que las vacaciones en la playa son tera-
péuticas!
El aforismo más famoso de Cyril Connolly es: «Dentro de
todo gordo hay un flaco que ruega desesperadamente que lo
dejen salir». ¿Qué te parece este otro?: «Dentro de todo via-
jero hay un anacoreta que ansía quedarse en su casa».
Murray [Bail] ha tenido mucho éxito con su libro de rela-
tos australianos, aunque no entiendo por qué no ha incluido
uno tuyo. ¡Mucho menos plano que lo que se ve por ahí!
Con mucho cariño,
Bruce

A Nicholas Shakespeare

Hospital Churchill, Oxford


[Marzo de 1988]

Querido Nick:
Una técnica bastante útil (a la que recurrí para la tremen-
da compresión necesaria para El virrey) es buscarse una tabla
con una hoja enorme de papel cuadriculado y dividirla en va-
rios cuadrados. Puedes escribir la «sinopsis» de cada apartado
en una ficha y clavarla con una chincheta. Así tienes una for-
ma flexible de presentar la historia con posibilidad de hacer
cambios.
Con mucho afecto,
B.
¡Estoy mejor! Cruza los dedos.

El 8 de marzo de 1988 Tom Maschler transmitió a Maggie Traugott,


de Cape, una nota de Chatwin. «Bruce se ha quedado decepciona­
do, sinceramente, por la nota publicitaria que has preparado para
Utz, porque le parece que no has acabado de llegar al fondo y a la
esencia del libro».

527
A Tom Maschler

Ni idea de la ciudad de ilusiones que es Praga.


Ni idea de que el mundo «privado» de las figuritas de Utz
era una estrategia para tapar los horrores del siglo xx; de que
las porcelanas eran reales y los horrores, un gran absurdo.
Ninguna indicación de la técnica que permite al lector
adentrarse en el proceso narrativo (ni de cómo lo aborda un
escritor).
Uno de los temas principales del libro es que la Vieja
Europa SOBREVIVE.
Marta personifica el hecho de que las técnicas de adoctri-
namiento político están condenadas a fracasar y fracasan.
Ni idea de que Utz se identifica con Arlequín, el embus-
tero, y dirige su propia comedia del arte, burlándose de todo
el mundo hasta que, al final, encuentra a su Colombina.
Ni idea del elemento judío (Utz tiene una cuarta parte de
sangre judía), ni del concepto relativamente subversivo de co-
leccionar imágenes, es decir, de que el coleccionismo de arte
es un acto contrario a Jehová, que es precisamente el motivo
por el que siempre se les ha dado tan bien a los judíos.
Coleccionismo de arte = idolatría = blasfemia contra el
mundo creado por Dios.

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