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LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA 140

24 septiembre 2015 at 9:23 Tomás Abraham 11 comentarios

Volvemos a Sartre y a su idea de contradicción aplicada a la tarea intelectual. La mención de esta palabra,
contradicción, nos toma por sorpresa ya que la filosofía francesa, como ya lo señalamos, la borró del mapa
teórico junto a la filosofía de Hegel. Los nuevos vocablos que la reemplazaron fueron diferencia y
multiplicidad.
Juntemos los dos cabos de la madeja que aquí estamos desenhebrando. Hablamos de contradicción. Evoco
recuerdos personales. Corría el año 1969, después de un clima enrarecido por el reflujo de la gran fiesta
juvenil de mayo 68 que conmocionó al mundo, se crea la Universidad de Vincennes en la que me inscribo
para estudiar filosofía.
Las materias estaban distribuídas en `unidades de valor´ afichadas en paneles para que los alumnos pudieran
elegirlas. El gobierno comprendió que el sistema de enseñanza debía aportar algún rejuvenecimiento, pero la
corporación docente considerada como un mandarinazgo, se encolumnaba en la Sorbona para frenar
cualquier cambio.
Por eso lo mejor fue crear una nueva universidad alejada de París, al menos de sus calles adoquinadas, e
invitar a profesores de la vanguardia teórica hasta entonces marginados de la institución. De ahí que Michel
Foucault fuera nombrado director del departamento de filosofía, y que las corrientes adscriptas a la enseñanza
de Althusser y Lacan estuvieran representadas en el departamento de filosofía y en el nuevo de Psicoanálisis.
Ilusionado, me inscribí en varias materias. La presencia de Jacques Rancière, Alain Badiou, Etiènne Balibar,
François Regnault, además de François Châtelet, Nikos Poulantzas, Daniel Defert, y en psicoanálisis Serge
Leclaire y Félix Guattari, era un sueño para mi. Estaban todos los filósofos y teóricos con quienes quería
estudiar. Del que menos esperaba fue, finalmente, quien decidió el nuevo rumbo que había de tomar mi
vocación filosófica: Michel Foucault.
Las dos materias que dictaba Alain Badiou, a quien conocía por breves escritos de epistemología y por su
conferencia sobre la noción de modelo, en el curso de filosofía para científicos al que había asistido como
oyente en L` École Normale Superièure, se llamaban Teoría de la Contradicción I, y Teoría de la
Contradicción II.
No era ningún secreto que la número I estaba dedicada a Hegel y la II a Mao, no sólo que no era un secreto
sino que, por el contrario, era el anzuelo para que los alumnos poblaran el aula para nutrir su entusiasmo con
lo que les quedaba de la rebelión juvenil.
A mí lo que me interesaba era estar presente para estudiar lo que los profesores mandaran, y para aprender
del pensamiento de filósofos de una formación impresionante que más allá de sus tomas de posiciones
políticas y su ideología, sabían trasmitir el rigor del concepto filosófico y enseñarnos el modo en que se
construyen las formaciones teóricas.
Recuerdo que el profesor Badiou, con su tiza marcó en la pizarra una raya vertical, y dijo: Ser. Luego trazó
otra raya al lado de la anterior, y dijo: Nada. No recuerdo mucho más. Pero indudablemente se refería a la
“Lógica” de Hegel cuya dialéctica se dibujaba con aquella repetición de palitos que quizás simulaba
ideogramas informáticos aplicados a circuitos electrónicos.
De todos modos para mi el misterio era casi total. Tengo en mis manos el libro “Théorie de la contradiction”,
publicado en el año 1976, que pone por escrito retazos de los cursos a los que asistí.
Si recapitulamos un momento lo escrito con anterioridad, no olvidemos la escena impresa en la que Milner y
Badiou en el año 2012, discuten sobre la vida y la muerte cuando se trata de la militancia revolucionaria tres
décadas después de la que Sartre concede y responde a Lanzman sobre su acción en el Tribunal Russell y
las invitables contradicciones de su labor como intelectual público, y otros tantos años en los que Badiou pone
por escrito su pensamiento sobre la contradicción.
Volvamos del futuro cuarenta años antes del diálogo entre Badiou y Milner. En su libro de la década del
setenta Badiou nos dice que desde el año 1972 la burguesía intelectual invadió la escena cultural con una
moda hedonista y anarquista. Se refiere a Gilles Deleuze y a la publicación de su libro “El antiedipo”. Además,
con su prédica y denuncia no hace más que reforzar la lucha ideológica que llevará en la universidad de
Vicennnes y en el departamento de filosofía contra Lyotard, Guattari y el mencionado Deleuze, en nombre de
las masas.
Dice Badiou en su libro que son las masas las que hacen la historia…del conocimiento. Nos confiesa que
mayo 68 fue para él un verdadero camino de Damasco. No exagera, vió la luz en el aura del señor Mao, y se
convirtió a lo que ya era, porque en su caso, la adoración del ideal ya estaba inscripto en su adn.
Pero no quisiera desmenuzar la ideología filosófica integral de Badiou porque ya lo hice en mi escrito “Batallas
éticas”. Sólo quisiera detenerme en la coherencia del filósofo que durante cuarenta años insiste que matar en
nombre de la verdad y la justicia, no sólo es un costo a pagar para conquistar el poder, sino una decisión
natural que sólo las almas bellas padecen con puerilidad.
Para llegar a este punto es necesario construir el argumento desde la autoridad que da el conocimiento, más
aún cuando la irradia un académico con un pesado bagaje en matemáticas, lingüística, lacanismo, historia de
la filosofía y crítica literaria, impresionantes recursos de intimidación que exhibe el poder de este intelectual.
Por eso siempre he leído a Badiou, porque es un excelente profesor, como también es necesario leer a
Heidegger si reconocemos sus cualidades didácticas, como hay que leer todo discurso con pretensión de
verdad con un colador, desde los tratados al periodismo inclusive.
Dice Badiou que todo conocimiento es orientativo y que toda descripción es prescripción. Estimo que no hace
falta desarrollar en extensión esta consigna que apunta a demoler la ilusión de objetividad y neutralidad en las
teorías del conocimiento. Toda filosofía es filosofía de partido, agrega, y concluye con una frase que bien
merece ponernos de pié ante su mero enunciado: “la verdad marxista no es una verdad conciliante. Por sí
misma es dictadura, y, si es necesario, terror”.
Un ser distraído, o de buena fe, podría creer que el filósofo denuncia una ideología macabra, pues no, hace
un llamado a aplicarla.
No se trata de sarcasmos. Sería ridículo el uso de la ironía ante frases como ésta si desempolváramos de un
baúl olvidado en un altillo, los delirios stalinistas de la ex URSS, o, si lo hiciéramos con las consignas de la
revolución cultural china. No sería más que leña con árbol caído. Pero no es el caso. No hablo de
antigualladas. En nuestro país este tipo de afirmaciones son el pan de cada día de parte de la corporación
cultural y los medios intelectuales dominantes, es parte de algunos debates entre ex revolucionarios y
aspirantes a serlo al menos en claustros y salas de redacción, una fiesta declamatoria del kirchnerismo y
afines desde que se reinvindicó a la juventud maravillosa de los setenta, y basta ingresar al hall de las
facultades para confirmar que nada cambió en medio siglo.
Resultado: Alain Badiou es un invitado frecuente de nuestros espacios culturales, y un embajador siempre
bien recibido. No tiene por qué no serlo, conozco detrás de sus viva la muerte, su amabilidad, su cortesía gala
(por Francia), y su palabra firme y franca (por Francia también).

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