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JULIO 18, 2017

¿Cómo hacer un plan de vida? Guía visual, paso por paso


Escrito por
Andrés D' Angelo
Aunque no lo conozcamos, Dios tiene un plan para nuestras vidas. Dios no improvisa ni “juega
a los Dados”. Cada uno vino a esta vida con un propósito específico y podemos descubrir cuál
es: basta conocernos y “preguntarle” a Dios, mediante la oración cuál es su plan. Y como Dios
es perfecto, todos sus planes también lo son. Nada de lo que nos pasa en la vida está fuera de
su voluntad. Y es cierto, somos libres y podremos hacer “lo que queramos”, pero ¡de todos
modos Dios sigue con su plan! En el caso del pecado original, por ejemplo, Adán y Eva no lo
siguieron, pero, como dice el Pregón Pascual: «Oh, feliz pecado, que nos valió tan gran
redentor”». El Plan de Dios es siempre mejor que nuestros planes. Increíblemente mejor pues
los planes de Dios tienen un tiempo y un modo de desenvolverse que casi siempre nos
sorprenden gratamente. Dios no usa nuestros caminos, ni nuestros razonamientos.
El único modo de que podamos vivir una vida plena y feliz es estar atentos a los qué quiere
Dios para nuestras vidas. Pero no siempre es fácil. La principal resistencia no es externa. La
principal resistencia somos nosotros mismos, ese “hombre viejo” como lo llama san Pablo: «En
cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los
deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre,
creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4, 22-24).
Un día, un amigo me preguntó por qué no había un san Ignacio de Loyola o un san Francisco que
sacara a la iglesia de la ¿crisis? en la que estaba. Yo le contesté que si san Francisco reviviera
hoy, lo único que haría sería morirse de nuevo. San francisco estaba bien para el año 1200. ¡Pero
estamos en 2016! Los santos que nacieron hace 100 años ¡ya están viejos para este siglo! ¡Dios
suscita santos originales cada siglo, para responder a los desafíos de cada tiempo! San Beda el
venerable era el santo indicado para el año 700… san Ignacio de Loyola y santa Teresa para el
siglo XVI, pero para el siglo XXI, ¡el santo perfecto eres tú! ¿cómo puedes no darte cuenta? Hay
un método muy útil para tomar consciencia, que consiste en hacerse una corta serie de
preguntas:
¿Quién soy? Dios nos pensó desde toda la eternidad para que seamos “alguien”. Alguien
importante en la vida de otro alguien. Ese otro alguien puede ser un solo prójimo o toda la
Iglesia, pero esa pregunta no nos importa a nosotros ahora. Ahora tenemos que concentrarnos
en ¿quién soy yo? Un ser capaz de descubrir el plan épico de Dios para mi vida. ¿Qué hago? ¿En
qué soy excelente? ¿Para qué Dios me dio los talentos que yo tengo? Dios nos regala nuestras
virtudes para que las usemos en algo específico. A San Juan le regaló la virtud de estar en el lugar
adecuado en el momento justo. Por eso le encargó a su Madre. Además del cumplimiento fiel
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del deber de estado, todos tenemos un talento especial. Nuestras madres lo conocen
instintivamente: no importa lo inútiles que creamos ser, nuestras madres serán las primeras en
detectar un talento, un don de Dios. También el director espiritual es un gran aliado a la hora de
determinar qué es lo que mejor nos sale. Nadie es buen juez de su causa, así que podemos pedir
ayuda. Una cosa que también me puede servir para evaluar esto es: ¿qué puedo ponerme a
enseñar ya mismo a cualquier grupo de personas? No necesariamente tiene que ser algo
“grande”. San Martín de Porres era hermanito lego en un convento, pero lo era con tanta
humildad y devoción que hasta los más poderosos lo consultaban. Pedro, Andrés, Santiago, Juan
eran Pescadores. Y pescadores siguieron siendo. Ese talento especial que Dios me dio, lo tengo
que poner en movimiento y cultivarlo. Tengo que convertirlo en algo concreto que hago por los
demás
¿Para quién lo hago? ¿Qué necesitan? ¿Cómo cambio sus vidas? Los talentos que Dios me dio,
mis habilidades especiales cobran sentido cuando las pongo al servicio de los demás. Si soy un
eximio pianista pero me siento en un piano eléctrico con auriculares, mi talento se desperdicia.
Somos seres en relación y Dios nos hizo nacer en una época específica, en una sociedad
específica, con unos problemas específicos. Aquí es donde nuestro plan de vida toma dimensión
eclesial, o social, o lo que sea que Dios Necesite para el aquí y ahora. ¿En qué tiempo vivo? ¿En
qué ciudad, país, o continente nací? ¿Quiénes son los que me rodean? ¿Cuáles son sus
necesidades? ¿Qué es lo que está mal, roto o incompleto que Dios necesita que yo con mis
talentos intervenga? ¿A qué necesidad concreta me llama a servir? En este paso tenemos que
pensar en convertirnos en instrumentos dóciles de la misericordia divina. Dios nos envía al
mundo para algo concreto y específico. A Agnes Gonxha Bojaxhiu le mostró un moribundo en
las calles de Calcuta, y ella lo socorrió en ese momento. Nada más. La providencia se encarga de
armar el resto, pero una vez que tengamos claro qué es lo que necesitan, ¡Lancémonos a
hacerlo!
Una vez que vimos para qué Dios nos quiere en este mundo, y cuáles son nuestros talentos
especiales para llevarlo a cabo, tenemos que resumirlo en una frase, en un lema que sea
nuestro ideal personal. Los Papas y los obispos tienen en su “escudo de armas”, un lema que
marca su servicio a la Iglesia. El Papa Juan Pablo II, por ejemplo, tenía como lema «Totuus Tuus
Mariae» que significaba: «Todo Tuyo María», dando a entender que él era el siervo de la Sierva
del Señor. Se trata de encontrar, siguiendo la guía de preguntas anterior, un lema que
identifique nuestro objetivo en la vida, qué es lo que Dios me mandó a hacer en este mundo. Y
de allí va a surgir el plan de vida: cultivar entre mis talentos todo aquello que me acerque al plan
de Dios, y alejar para siempre todo aquello que me aleje.
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EL PLAN DE VIDA
El «Plan de Vida» es una herramienta fundamental en la vida de todo cristiano. ¿Qué
es? Pues es una hoja de ruta. ¿Hacia dónde? ¡A la santidad! ¿Tan lejos? jajaj, sí… pero se
va poco a poco, amando cada día más al Señor y poniéndonos objetivos para vencer
esas pasiones que nos alejan de su amor y su misericordia. Un «Plan de Vida» sirve
precisamente para esto, para ponernos en marcha, para hacer concretos nuestros
esfuerzos por ser santos y llevar un itinerario espiritual que nos ayude a saber hacia
dónde debemos dirigir nuestros esfuerzos espirituales para abrirle más el corazón a
Cristo.
1. El primer requisito, el compromiso de hacerlo
El plan de vida requiere bastante
compromiso. Sin este compromiso, el
plan de vida se convierte en un plan
semanal, o mensual, y no de vida. Yo,
que soy muy inconstante puedo
parafrasear a Mark Twain cuando
hablaba de dejar de fumar y decir:
«Comenzar un plan de vida es lo más fácil del mundo: lo he hecho miles de veces». Y allí
está uno de los secretos: saber que al demonio no le gustan nada los planes de vida y
dejarlo en manos de Nuestra Madre, que es la gran educadora y ama dirigirnos hacia su
Hijo.
2. El director espiritual
Nadie gana una maratón sin tener un
entrenador y nadie es buen juez de su
propia causa. Un director espiritual es
como un director técnico: nos va a
ayudar en el momento que
establezcamos metas y nos
propongamos ir “puliendo” nuestras
imperfecciones. ¿Quién es un buen director espiritual? Puede ser un sacerdote: si ya
tenemos un confesor con quien nos confesamos frecuentemente, de allí a la dirección
espiritual hay un pequeño paso. Si no hay disponible un sacerdote, un diácono, o una
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religiosa, también pueden ayudarnos. Para aquellos que estamos casados, la mejor
dirección espiritual puede ser nuestro cónyuge: nadie nos conoce más, ni nos ama más,
ni nadie está más interesado en que mejoremos que nuestros cónyuges. La dirección
espiritual tiene que ser hecha por personas prudentes y con un cierto avance en las vida
espiritual, no sea cosa que un ciego guíe a otro ciego.
3. El horario o agenda espiritual en sí
El plan de vida consiste entonces en
una agenda, u horario espiritual que
nos ayude a recordarnos todas las
prácticas espirituales que tenemos
que hacer para fortalecer una virtud
o combatir un vicio que nos impida
alcanzar nuestro ideal personal. Los
monjes en el monasterio tienen un plan de vida cotidiano que se cumple con precisión
milimétrica. La vida de un monasterio es un “plan de vida”. Pero para los que vivimos en
el mundo, ese plan de vida no siempre es explícito, y tendremos que recordarlo con un
“ayuda memoria”. Esta agenda espiritual nos ayudará a concentrar nuestro esfuerzo
espiritual en una dirección determinada, con metas y objetivos fáciles de visualizar.
4. Las actividades diarias
Para hacerlo, tendremos que anotar
en una cuadrícula en la que las filas
representan nuestra vida cotidiana y
las columnas representan los días del
mes, cada actividad espiritual que ya
hacemos. Nada más que las que
hacemos cotidianamente. Por
ejemplo, si al levantarme rezo las oraciones matutinas y bendigo cada comida, pero no
hago nada más, entonces apunto esas tres cosas: oración matutina, bendición almuerzo
y bendición cena. Luego, al finalizar cada día, antes de irme a dormir, tomo ese horario
espiritual y marco con una cruz o una x todas aquellas cosas que haya hecho durante el
día, y con un guión o un punto, aquellas que haya olvidado y no haya hecho.
El horario quedaría así:
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1. Los ofrecimientos diarios


La última columna tendrá el
ofrecimiento que quiera hacerle a
Jesús de lo que hago por una causa
particular. Por ejemplo: si ofrezco
levantarme a la mañana apenas suene
el despertador, puedo ofrecer ese
“minuto heroico” por los cristianos
perseguidos. Por último, pondré una actividad por mes que quiera alcanzar, una sola
actividad que todavía no haga y quiera conquistar. Pero lo tengo que hacer
gradualmente. Por ejemplo: si no rezo el rosario todos los días, y quiero alcanzarlo, no
pondré el rosario completo, sino que comenzaré con una decena diaria, luego, cuando
casi todos los días la haga, agregaré otra y así hasta llegar al rosario diario.
2. Las actividades periódicas
No todas las actividades espirituales
que hacemos son de periodicidad
diaria. Algunas actividades espirituales,
como ir a visitar a enfermos, o a los
presos, las podremos hacer una vez por
quincena o una vez por mes. Estas
actividades semanales quincenales o
mensuales pueden tener su propio horario, y las anotamos así:
a) La meta mensual – El propósito
El propósito o examen particular es un
modo de concretar un esfuerzo para
conquistar una actitud, que puede ser
mejorar en una virtud que ya
poseemos o combatir un vicio que nos
cuesta. El propósito particular consiste
en fijarse metas realizables, concretas,
objetivas, alcanzables. El dicho que nos orienta es «quien mucho abarca, poco aprieta».
Para lograr concentrarnos en actitudes particulares, y obtener objetivos medibles
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podemos proponernos un propósito particular, que nos va a llevar a conquistar una


virtud. No es un hecho concreto, sino una manera de ser, como por ejemplo, la
amabilidad, etc. Las actitudes se conquistan a través de actos concretos que son como
les dice el Padre Kentenich, «actos saturados de valor». Una vez que está interiorizada
esa actitud que quiero conquistar lo agrego a mi plan de vida. Hace un tiempo quería
combatir mi furia al manejar y mi propósito particular era: «El otro conductor es un hijo
predilecto de Dios». Podemos poner un lema o jaculatoria que nos ayude en el momento
de tentación a superar la dificultad.
b) La evaluación y ajuste
Este propósito particular lo voy a evaluar y actualizar en tres momentos concretos del
día: al comenzar la mañana, al comenzar la tarde, y durante mi examen de conciencia
cotidiano.
Un propósito particular lo puedo conquistar mediante el ofrecimiento y la oración en
un mes o dos. Pero si mi propósito se queda “sin conquistar” por muchos meses,
debería consultar con mi director espiritual si ese propósito no es muy elevado y tratar
de dividirlo en propósitos más mensurables y alcanzables.
¿Cómo ser el santo que Dios necesita?
Toda esta planificación, todo este
“medir” cómo va nuestra vida
espiritual tiene como objeto
convertirnos, con la ayuda de Dios, en
la mejor versión de nosotros mismos.
En aquella persona que Dios quiere. La
vida del hombre es una lucha y esa
lucha la tendremos que dar todos los días. Nuestra conquista más importante es
nuestra conquista sobre nosotros mismos y esa conquista no la podremos lograr sin un
plan, sin tener todos los días un recordatorio de que todavía nos queda mucho para ser
los santos que Dios Necesita para cambiar el mundo.

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