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Ponencia presentada el 12/8/94 en la consulta “Costa Rica hacia la Conferencia Internacional de las NN.UU.

sobre Población y Desarrollo”, auspiciada por la Fundación Arias por la Paz y el Desarrollo Humano.

POBLACIÓN Y DESARROLLO: UNA VISIÓN TEOLÓGICA


Irene Foulkes

1. Nuestras bases

¿Cuáles son las bases, cuáles son los elementos con que forjamos una visión teológico sobre un asunto
como población y desarrollo?

En la tradición judeo-cristiana son esencialmente tres elementos que forman la base para el trabajo
teológico: las Escrituras, la tradición de una institución eclesial particular y las experiencias humanas que
alimentan la reflexión sobre las Escrituras y la tradición.

Me permito detenerme un momento en esta cuestión, porque hay mucho que no anda bien en el uso de
estos elementos. Para desarrollar una visión teológica sobre población y desarrollo tenemos que
reexaminar estas bases, y esto exige reelaborar la forma de trabajarlas y hasta las presuposiciones con que
se trabaja. Quiero mencionar de una vez una de esas presuposiciones que se impone sobre ellas: la idea
de que todo acto sexual debe quedar abierto a la concepción y que cualquier esfuerzo por impedir un
embarazo es pernicioso, malvado. Hasta se califica como pecado. No es difícil percibir aquí una visión
negativa de la sexualidad (que surge no de la Biblia sino del dualismo griego), en que la relación sexual,
aun dentro del matrimonio, sólo se justifica por su capacidad de producir la concepción. Al examinar esta
presuposición encontramos que no refleja el valor positivo que la teología bíblica otorga al cuerpo
humano, la integridad de la persona y la relación sexual.

a) La primera base para nuestra visión teológica es la Biblia, que no es un libro de reglamentos para la
iglesia sino el testimonio de un pueblo que camina con Dios.

En las Escrituras hay historia e historias (por ejemplo, relatos sobre los orígenes – del mundo, de la raza
humana, del pueblo de Israel). Hay poesía (inclusive un extenso poema erótico, el Cantar de cantares), y
hay profecía (es decir, mensajes dirigidos al pueblo principalmente sobre su conducta, pero también sobre
su esperanza futura). Hay también legislación sobre la sociedad civil y religiosa del antiguo pueblo de
Israel. En el Nuevo Testamento encontramos la historia de las primeras comunidades cristianas, m s
varias cartas dirigidas a estas; y sobre todo los evangelios, con sus relatos de la actividad de Jesús, sus
enseñanzas y sus conflictos con las autoridades religiosas y civiles que culminaron en su proceso y
ejecución como un reo político-religioso, seguido luego por su resurrección.

¿Cómo trabajamos con un libro como este cuando nuestra pregunta tiene que ver con una problem tica
como población y desarrollo, que solo surge ahora, 2.000 años después? Es obvio que en aquellos
tiempos antiguos no existía el riesgo de sobrepoblar la tierra. Al contrario, el riesgo que sintieron todos
los pueblos en aquel entonces -- y hasta pasada la Edad Media -- fue que despareciera su raza, su
población. La altísima tasa de mortalidad materno-infantil, las plagas y las guerras diezmaban la
población y periódicamente quedaban desoladas regiones enteras.
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Entonces, ¿qué hay en esta fuente que se llama la Biblia que pueda orientar nuestra visión teológica sobre
un mundo que va hacia la sobrepoblación? Lo que buscamos son principios que puedan iluminar nuestra
relfexión sobre dos temas: por un lado, la sexualidad humana, es decir, el rol que juega en la vida de las
personas y las parejas; y por otro, la responsabilidad que tenemos como seguidores de esta fe bíblica por
la vida y el bienestar de todos los habitantes de la tierra. Volveremos sobres estos dos asuntos.

b) La segunda fuente: la tradición de 20 siglos de vivencia cristiana, o sea, una experiencia acumulada,
buena y mala, acertada y equivocada.

Aquí se incluye la interpretación que se ha hecho de las Escrituras, y los pronunciamientos que han
emitido las diferentes iglesias cristianas. No podemos menos que observar que las voces oficiales
pertenecen a un grupo peque¤o y exclusivo: las jerarquías eclesiásticas. En el caso de las iglesias
cristianas durante la mayor parte de su historia, y de la Iglesia Católica hasta el día de hoy, la jerarquía se
compone £nicamente de hombres. Además, únicamente de hombres célibes. En la formación de la
tradición cristiana, entonces, ha estado ausente la conciencia y la voz de las personas que no son
profesionales de la religión, personas que viven su sexualidad como esposos o compañeros, como
solteros, separados o viudos, madres o padres de familia, en medio de la lucha diaria por ganarse la vida y
proveer para los suyos. Aquí está el pueblo de Dios, y también en estos hombres y estas mujeres está
presente el Espíritu de Dios para iluminar su conciencia y orientar su práctica, capacitándoles para
contribuir ellos también al desarrollo de la tradición cristiana. Esto fue lo que reconoció el Papa Pablo VI
en 1964 cuando nombró a sociólogos laicos y parejas laicas para formar parte, junto con obispos y
teólogos, de la comisión que prepararía recomendaciones sobre fe cristiana y procreación.
Desgraciadamente, en 1967 el Papa decidió desoír la decisión aprobada por el 90% de esta comisión, en el
sentido de aprobar el uso de anticonceptivos. En aras de mantener la autoridad de la Iglesia, la encíclica
que salió, Humanae Vitae, volvió a condenar los anticonceptivos.

Creo que estaremos de acuerdo sobre la necesidad de reevaluar y re-crear la tradición cristiana sobre el
tema de población a partir de una base más amplia de experiencias humanas. Esto es lo que tratamos de
hacer en reuniones como esta.

c) La experiencia humana, entonces, constituye la tercera base para construir una visión teológica.

Aquí escuchamos las voces del pueblo de Dios, en interacción con las Escrituras y la tradición de su
iglesia particular. Hay diversidad de opiniones, como hay diversidad de experiencias. Lo importante es
que aquí se encuentra la vivencia de la fe, pero no dentro de un sistema clerical donde todas las
necesidades de la vida están garantizadas -- como me dijo un amigo sacerdote: con solo hacer voto de
pobreza ya lo tienes todo -- techo, comida, cuidado médico, seguridad para la vejez. No, aquí hablamos
de mujeres y hombres en la lucha diaria por sobrevivir. Es más, en la lucha por disfrutar de la vida.

Es hasta ahora que las mujeres hemos podido entrar a decir nuestra palabra sobre asuntos que determinan
nuestra existencia. Ya cobra fuerza entre las mujeres cristianas y judías la conciencia de que la justicia de
Dios exige que las mujeres seamos socias iguales en todo debate teológico, sobre todo en el que versa
sobre la sexualidad y la reproducción.

Ahora retomamos esos dos temas que mencion‚: la sexualidad humana, y nuestra responsabilidad por el
bienestar de los demás.
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2. Hablar de población nos exige hablar de la sexualidad humana.

Primero tenemos que desechar aquella noción no cristiana de que el acto sexual es en sí negativo. En la
visión judeo-cristiana, ¿qué propósitos sirve nuestra sexualidad? Se han dado dos respuestas a esta
pregunta: la relación sexual sirve para expresar y fortalecer la unidad y la comunion en la pareja; y sirve
para procrear hijos. Ahora, preguntémonos si cada uno de estos propósitos tiene un valor absoluto, válido
en sí mismo aun sin la presencia del otro propósito. Con la importancia que otorga la fe cristiana a la
integridad de las personas, tendríamos que decir que el propósito de engendrar un hijo, sin que existiera
comunión permanente y profunda de pareja, no se justifica. Pero la situación inversa es muy distinta: un
hombre y una mujer que viven una relación de compromiso mutuo, y que hacen el amor con el único
propósito de gozarse como pareja, sí cumplen un propósito válido, aun cuando no tienen el propósito de
procrear un hijo y de hecho evitan que haya concepción. Y esto con el método que mejor les sirva; no
funciona tratar de catalogar los métodos como "naturales" o "artificiales".

Con estas reflexiones tan del siglo 20 volvemos a leer el texto antiguo de Génesis del cual se tomó el
título para esta reflexión. En el relato de los orígenes -- narración que responde a inquietudes teológicas,
y que no debe leerse como si pretendiera ser un tratado científico -- aparece una indicación de lo que el
pueblo hebreo entendió como la tarea que Dios propuso a los seres humanos: "Crezcan, multiplíquense,
llenen la tierra". (Este debe ser el único mandamiento de Dios que los seres humanos hemos cumplido a
cabilidad.) Si esta parte tiene que ver con población, lo que sigue tiene que ver con desarrollo, expresado
en aquel lenguaje arcaico: "Dominen sobre la tierra, los peces, las aves, los animales; y coman de toda la
abundante vegetación que la tierra produce". En este renglón la raza humana ha realizado mal su tarea.
En vez de pastorear la tierra con respeto, la hemos violado y explotado, hasta el punto de que ya no
produce vida para todos. Debemos cuidar y desarrollar los recursos naturales -- es hasta ahora que nuestra
civilización de occidente empieza a darse cuenta de esto -- y el cuerpo humano forma parte de esta
creación entregada a los seres humanos para su administración y cuidado. Si no es "artificial" (¡y por eso
condenable!) el cuidar y administrar la tierra con la ayuda de tractores, sistemas de riego, diques para
controlar la erosión, etc., tampoco podemos calificar de "artificiales" y condenables las muchas cosas que
la humanidad ha podido desarrollar para cuidar el propio cuerpo humano, y en particular nuestro sistema
reproductivo. Hay una palabra bíblica para este concepto de administrar fielmente tanto la tierra y sus
recursos como el cuerpo humano y sus potencialidades: se llama mayordomía de la creación.

En esta visión de las cosas los cristianos y los judíos, junto con nuestras instituciones eclesiales, debemos
participar plenamente en la lucha por lograr los mejores y más amplios servicios de salud reproductiva, de
educación sexual y de formación psicológica, social y espiritual de las personas. Con esto se busca que
todos los miembros de nuestro pueblo puedan ser mayordomos de su propia sexualidad, asumiendo
responsabilidad ante Dios por sus propias decisiones.

¿Es utópico esto? Seguramente. Pero si los creyentes no apuntamos a algo así, estaremos impidiendo que
mucha gente tenga acceso a los servicios que tanto necesitan. Y al defraudar a los más necesitados,
defraudamos a Dios.

3. Nuestra responsabilidad

Todo esto nos lleva al otro aspecto de esta visión teológica: la responsabilidad que tenemos, junto con
nuestras iglesias, de promover -- y posibilitar -- el bienestar de todos los seres humanos, sobre todo de las
grandes mayorías que no tienen acceso a los conocimientos y los recursos materiales necesarios para
tomar decisiones respecto a cómo administrar su capacidad reproductiva.
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Sabemos que en el mundo de hoy, solo las personas de un sector socio-económico privilegiado pueden
decidir por sí mismas si practican o no la planificación familiar. Pero este pequeño sector de la población
mundial ejerce el poder; son las personas que gobiernan; tienen la capacidad de facilitar o de impedir que
todas las demás personas tengan acceso a la educación, la tecnología y los servicios de salud necesarios
para manejar con conciencia propia su capacidad reproductiva. No tenemos derecho de abordar el
espinoso tema del aborto hasta que estemos haciendo todo lo que está a nuestro alcance en este renglón de
ña planificación.

Quiero terminar esta reflexión sobre esta nota de nuestra responsabilidad por los demás, resumidos en la
palabra bíblica "el prójimo". En una ocasión Jesús respondió a una pregunta que podría ser nuestra
también: ¿quién es mi prójimo? La respuesta fue indirecta. Jesús contó una historia, que tal vez todos
conocemos, de un hombre que viajaba por un camino solitario y fue asaltado por los chapulines de la
época, que lo dejaron malmatado, tirado en el caño. ¿Cuál de nosotros se acerca cuando hay un asalto en
plena calle? Todos huímos, ¿no? Pues la humanidad no fue distinta hace 2.000 aúos. Según este relato,
aunque ya habían huido los atacantes, los primeros transeuntes que descubrieron el suceso no le dieron
ningún socorro al desgraciado. Y eran buenos creyentes, gente muy religiosa. Inclusive sus ocupaciones
religiosas pueden haber sido la excusa por no atrasarse para atender un caso tan grave, que no era de
primeros auxilios solamente. Al fin fue un marginado que se acercó a ese cadáver en potencia pero que
todavía respiraba. Era un hombre que pertenecía a una raza despreciada por la gente "de pura sangre"; era
un samaritano, un medio pagano según la gente correcta. Este fue el que asumió responsabilidad por la
víctima y le salvó la vida. El samaritano fue el que se portó como un prójimo. Ahí está el punto. La fe
en Cristo exige que sirvamos a los que están en necesidad. En el mundo actual la mayor parte de la
población está necesitando auxilio en el área reproductiva, y tenemos la capacidad de facilitárselo o de
impedir que le llegue.

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