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Con-spirando (Chile), #22, 1997

ME PREGUNTAN … ¿QUIÉN ES JESÚS PARA TÍ?

Irene Foulkes

Yo me hago otra pregunta primero: ¿quién fue Jesús?

Tengo que brincar atrás unos 20 siglos y tratar de ver a Jesús en su propio contexto antes de verlo en el
mío. Lo que descubro, con la ayuda del estudio de la sociología del primer siglo, es a un artesano de
provincia, un judío de condición humilde que se atreve a anunciar buenas noticias de parte de Dios,
especialmente para la gente marginada, hombres y mujeres. Lo veo caminar por los campos de Galilea,
mezclándose con pequeños parceleros cargados de deudas, familias que van perdiendo sus terrenos
ancestrales. Veo que se hace acompañar de personas sencillas, muchas de ellas excluidas o rechazadas
dentro de un país sumido en profunda crisis económica, política y religiosa. La gente correcta de esa
sociedad lo desprecia por la clase de amigos -- ¡y amigas! -- que tiene. Critican a Jesús porque insiste
que Dios acepta a todas las personas y reivindica particularmente a las que son oprimidas por los hombres
que detentan el poder en la sociedad, la religión, la casa.

Si me pregunto qué fue lo que movió a Jesús a contradecir tan radicalmente las costumbres y estructuras
de su propio contexto, encuentro la clave en su vivencia de un estrecho compañerismo con Dios. Por
decirlo así, el corazón del Dios liberador de personas y pueblos oprimidos late en Jesús. Pero ese corazón
de amor también exige que las personas y los pueblos practiquen la justicia en todas sus relaciones. Jesús
comunicaba estas convicciones, por sus palabras y hechos, aun cuando la burla se convirtió en amenaza,
y la crítica en.un complot para asesinarlo.

El testimonio de Jesús, vivido íntegramente, sellado con su muerte y reivindicado por su resurrección, lo
señaló como el Mesías esperado por el pueblo judío, y también como el Cristo y Señor reconocido por
creyentes de otras etnias que se unieron a ese tronco milenario. En Jesús los primeros cristianos y
cristianas encontraron una fuente de vida nueva, el camino de liberación de su vieja manera de vivir y el
impulso que les movió a crear comunidades de igualdad entre las personas. Oigo un fuerte eco de esta
realidad en una primitiva enseñanza bautismal: “Todos ustedes, al ser bautizados en Cristo, se revistieron
de Cristo. Ya no hay diferencia entre quien es judío y quien griego, entre quien es esclavo y quien libre:
no se hace diferencia entre hombre y mujer. Pues todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús.” (Carta de
Pablo a los Gálatas, 3.27-28, BLA)

Y este Jesús, ¿qué significa para mí?

Desde esa base en la realidad histórica, Jesús se me presenta hoy con el mismo ofrecimiento de
aceptación y amor incondicional, de liberación integral en todas las esferas de la vida personal y
colectiva. Para las mujeres, percibo que la fe en este Jesús tan radicalmente contracultural nos desafía a
desechar la inferioridad de género y la exclusión que nos han sido impuestas -- muchas veces en nombre
del cristianismo. A mi juicio, tal tergiversación del cristianismo traiciona a Jesús.

Veo que Jesús se oponía a leyes y tradiciones injustas, desenmascarando los motivos mezquinos de
códigos y costumbres que encubrían la explotación de personas y grupos sociales. Junto con sus
denuncias Jesús articuló una visión de un mundo alternativo – que él llamó el Reino de Dios -- no
simplemente como una esperanza para el futuro sino especialmente como un criterio para orientar
nuestras actitudes y acciones ahora. Creo que esta visión de Jesús abarca los procesos en que las mujeres
reconstruimos nuestra autoestima y nos capacitamos para asumir derechos y responsabilidades en la
sociedad y la iglesia. El concepto del Reino de Dios nos sirve de guía para desarrollar una espiritualidad
genuinamente cristiana, liberada de las trabas del patriarcalismo. Nos impulsa a recuperar el proyecto de
la iglesia como una comunidad de mujeres y hombres en condiciones de igualdad.

No siempre entendía así las cosas

Somos hijas de nuestra época, y cuando empecé a formarme (años ´50), el campo del estudio académico
de la Biblia era casi exclusivamente de hombres. Pocas personas cuestionaban la exclusión de la mujer.
Las preguntas – y las respuestas – de las mujeres frente a los textos bíblicos, que ahora se escuchan por
todo lado, todavía no se articulaban. En ese tiempo se prestaba poca atención a las condiciones sociales y
económicas en que vivía la gente común del período bíblico, contexto imprescindible para indagar acerca
de la vida de las mujeres y su lugar en la sociedad y la religión.

¿Conciencia feminista? En la Centroamérica de los años ´50 y ´60 tal cosa no se conocía. Pero una
conciencia de mujer ya se forjaba. No podía ser de otra manera, pues la iglesia, la teología, la exégesis
bíblica, todo ese mundo me comunicaba el mismo mensaje: aquí las mujeres no son sujetos; no cuentan.
Se definía “la cuestión de la mujer” como algo ajeno, pues en la tradición eclesiástica y teológica la mujer
ha sido “el otro” por excelencia, excluida a priori. Las mujeres no han figurado ni siquiera como
interlocutoras legítimas.

Preocupada por las definiciones de la mujer en la teología, y sus consecuencias para las mujeres no solo
en la iglesia sino también en la sociedad, quise ver en la Biblia no solamente a personajes religiosos sino
a personas con cuerpo además de alma, personas y pueblos con condicionamientos económicos, de clase
social, de cultura, de sexo. Las convulsiones económicas, políticas e ideológicas en América Latina
durante los años ´70 y ´80 reforzaron esta búsqueda, de parte de hombres y mujeres, y los evangelios
respondieron: nos revelaron a un Jesús encarnado dentro de esos condicionamientos. Es más, en esas
décadas las investigaciones sociológicas en torno al mundo judío y la sociedad grecorromana del primer
siglo abrieron pistas importantes para nuestras preguntas candentes de mujer.

La conciencia feminista con que trabajo ahora en las ciencias bíblicas se ha formado como parte integral
de este acercamiento a la Biblia desde la realidad concreta de nuestros pueblos, que es donde se define y
se desenvuelve la problemática que viven las mujeres. Es por eso que no puedo contestar la pregunta
“¿quién es Jesús para ti?” en clave inmediatista, de experiencia espiritual personal exclusivamente. Para
mí la dimensión personal es producto de la dimensión histórica, tanto la de Jesús como la mía. La fe en
Jesús que ahora vivo en nivel personal tiene que alimentarse y corregirse constantemente en ese diálogo
entre dos realidades concretas.

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