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Quién es quién o las incertidumbres de la burguesía

I
Centraremos ahora nuestra atención en aquellos para quienes la democratización parecía ser una
amenaza. En el siglo de la burguesía triunfante, las clases medias se sentían seguras de su civilización,
confiados y sin dificultades económicas.

La paradoja de la más burguesa de las centurias fue que su forma de vida sólo llegó muy tarde a ser
“burguesa”.

Ese nuevo estilo de vida se centraba en la casa y el jardín en un barrio residencial. Como muchas otras
cosas de la sociedad burguesa, esto procedía del país clásico del capitalismo, Gran Bretaña.

La “villa” difería de su modelo original, la casa de campo de la nobleza, en un aspecto importante,


aparte de su escala más modesta estaba diseñada para la vida privada y no para el brillo social y la lucha
por el status. Esta era la función opuesta de la casa de campo o el castillo tradicionales, o incluso de su
rival o imitador burgués, la gran mansión capitalista.

Pero en ese momento de triunfo cuatro factores impulsaron la aparición de un estilo de vida menos
formal y más privado.

1.- El primero de esos factores fue la democratización de la política, que socavó la influencia pública y
política de todos los burgueses, excepto los más importantes.

2.- El segundo factor fue cierto debilitamiento de los lazos entre la burguesía triunfante y los valores
puritanos que tan útiles habían sido para la acumulación de capital en el pasado. En la burguesía
instalada el dinero ya había sido conseguido. Con frecuencia ese dinero era heredado o distribuido entre
hijos y parientes femeninos que no trabajaban. Pero incluso algunos, que sí ganaban dinero, no tenían
que dedicar mucho tiempo para conseguirlo. En definitiva, gastar dinero paso a ser una actividad
cuando menos tan importante como ganarlo.

3.- El tercer factor fue cierto relajamiento de las estructuras de la familia burguesa, reflejo en cierta
emancipación de la mujer dentro de ella y en la aparición de grupos de edad entre la adolescencia y el
matrimonio que ejercieron un poderoso influjo en el arte y la literatura. Ambos fenómenos comenzaron
a apreciarse entre las clases medias acomodadas en la segunda mitad del siglo y se hicieron evidentes.
Adoptaron esa forma de ocio propia del turismo y las vacaciones.

4.- El cuarto factor fue el incremento del número de aquellos que pertenecían, afirmaban pertenecer o
aspiraban a pertenecer a la burguesía: en definitiva, de la “clase media” como un todo.

II

Resulta muy difícil realizar la definición de la “burguesía” y esa tarea se vio dificultada cuando la
democracia y la aparición del movimiento obrero condujeron a los que pertenecían a la burguesía a
negar su existencia como clase en público.

Además, con la movilidad social y el declive de las jerarquías tradicionales, los límites de esa zona social
intermedia se hicieron borrosos. Pero ¿Cómo determinar quién podía pretender pertenecer a cualquiera
de ellas?
La dificultad fundamental residía en el número creciente de quienes reclamaban el status burgués.

Pero si la línea que separaba a la burguesía de la aristocracia era borrosa, no estaban más claras las
fronteras entre la burguesía y las clases que quedaban por debajo de ésta. Sin embargo, la dificultad real
apareció con la extraordinaria expansión del sector terciario, es decir, de un trabajo remunerado
mediante un salario, pero que al mismo tiempo no era manual.
Aún dejando al margen a estas nuevas clases medias bajas, estaba en rápido progreso el número de los
que aspiraban alcanzar el status de la clase media, con la excepción de los funcionarios públicos de
categoría superior, se esperaba de los miembros de la burguesía que poseyeran capital o un ingreso
procedente de inversiones y que actuaran como empresarios independientes con mano de obra a su
servicio. Pero ante los cambios, esos criterios perdieron gran parte de su utilidad para distinguir a
miembros de la burguesía “real” en medio de “las clases medias”. No todos ellos poseían capital, pero,
tampoco lo tenían muchos individuos de indudable posición burguesa.

La gran mayoría de los miembros de esas clases medias tenían una cosa en común: la movilidad social
en el pasado o en el presente. Las “clases medias” estaban “constituidas fundamentalmente por familias
que se hallaban en proceso de elevar su nivel social”.

III

Era urgente establecer criterios reconocibles para los miembros reales o potenciales de la burguesía o
de la clase media. Tres criterios fundamentales para determinar la pertenencia a la burguesía. Todos
tenían que cumplir dos condiciones: tenían que distinguir claramente los miembros de las clases medias
de los de las clases trabajadoras, campesinos u otros dedicados al trabajo manual, y tenían que proveer
una jerarquía sin cerrar la posibilidad de ascender los peldaños de esa escala social. Uno de esos
criterios era una forma de vida y una cultura de clase media, otro criterio, era la actividad del tiempo de
ocio y la nueva práctica del deporte; pero el principal indicador de pertenencia social comenzó a ser, y
todavía los es, la educación formal.

Lo que importaba era la demostración de que los adolescentes podían posponer el momento de ganar
su sustento.

La educación servía sobre todo para franquear la entrada en las zonas media y alta de la sociedad. La
educación secundaria hasta la edad de 18 años se generalizó entre las clases medias, seguida
normalmente por una enseñanza universitaria o una preparación profesional elevada.

En consecuencia, la gran burguesía, antigua o nueva, no tenía muchas dificultades para organizarse
como una elite allí donde era posible coronar el éxito en los negocios integrándose en la clase de la
nobleza, al menos a través de sus hijos e hijas y, sino, adoptando el estilo de vida aristocrático.

Así pues, la burguesía de finales del siglo XIX era una curiosa combinación de sociedades
educativamente abiertas y cerradas: abiertas, puesto que el ingreso era posible por medio del dinero,
pero cerradas porque se entendía claramente que algunos círculos eran mucho más iguales que otros.

Para aquellos que trataban de ascender hacia la gran burguesía, esos mecanismos de socialización
garantizaban la pertenencia segura de sus hijos a esa clase.

La escuela era la escala que permitía seguir ascendiendo a los hijos de los miembros más modestos de
las capas medias. En cambio, muy pocos hijos de campesinos, y menos todavía de trabajadores,
pudieron llegar por encima de los peldaños más bajos, incluso en los sistemas educativos más
meritocráticos.

IV

La clase media era todavía una clase de señores o más bien de señoras que tenían a su cargo a alguna
muchacha trabajadora. Daban a sus hijos, y cada vez más a sus hijas, una educación secundaria. Sin
embargo, un número de ellos cada vez mayor ya no eran “independientes” sino que a su vez recibían
salarios de sus empleadores. Apareció ahora la nueva clase media de directivos, ejecutivos y técnicos
asalariados. Al lado de la pequeña burguesía de artesanos independientes y de pequeños tenderos y
eclipsándola, surgió la nueva clase pequeño burguesa de las oficinas, los comercios y la administración
subalterna.
Esta nueva clase media y media baja era excesivamente numerosa y su ambiente social demasiado
desestructurado y anónimo. Cada vez más, las clases medias eran identificables por la educación que
habían recibido, los lugares donde vivían, su estilo de vida y sus hábitos. Normalmente esos signos de
reconocimiento eran los ingresos y la educación y una distancia visible de un origen popular. La clase
media baja, era claramente distinta e inferior por sus “ingresos insuficientes, cultura mediocre y
cercanía a los orígenes populares”.

La segregación residencial era una forma de estructurar a esas masas de vida confortable en un grupo
social. Como hemos visto, la educación era otro procedimiento. Ambos aspectos estaban vinculados por
una práctica del último cuarto del siglo XIX: el deporte.

Los nuevos deportes llegaron también a la clase obrera.

El deporte sirvió para crear nuevos modelos de vida y cohesión en la clase media. El tenis no tardó en
convertirse en el juego por excelencia de la clase media.

Tres rasgos fundamentales son de destacar por lo que respecta a las clases medias. En el extremo
inferior aumentó el número de quienes aspiraban a pertenecer a la clase media. Eran estos los
trabajadores no manuales. En el extremo superior resulta más borrosa la línea de demarcación entre los
empresarios, los profesionales de alto rango, los ejecutivos asalariados y los funcionarios más elevados.
Todos ellos fueron correctamente agrupados como “clase 1”. Se incrementó notablemente la clase de
los burgueses ociosos que vivían de beneficios obtenidos de forma indirecta. En el lugar más alto de la
escala social se hallaban los superricos, los plutócratas.

Para la mayor parte de los pertenecientes a estos grupos sociales, las décadas anteriores a la guerra
fueron positivas. La nueva clase media baja no alcanzó grandes ventajas materiales. La mayor parte de
ellos consideraban haber tenido mejor fortuna que sus progenitores y contemplaban perspectivas aún
mejores para sus hijos.
Las actividades pensadas para los más ricos se movían en una escala de precios diferente. No es
sorprendente que los años que precedieron a 1914 hayan perdurado en el folclore de la burguesía como
un período dorado.

Lo que hizo que el problema resultara especialmente agudo y debilitó los firmes contornos de la
burguesía fue una crisis. En la eterna lucha política entre los estratos superiores de las sociedades del
siglo XIX, entre los “partidos de movimiento” y los “partidos de orden” las clases medias habían apoyado
el “movimiento”, pero más adelante el progreso, la reforma y el liberalismo estarían en crisis.

Dos elementos cada vez más urgentes subrayaban esa erosión de las viejas identidades colectivas: el
nacionalismo/imperialismo y la guerra. La burguesía liberal no se había mostrado entusiasta de la
conquista imperial. Era posible conciliar la expansión imperialista con el liberalismo burgués, pero no
siempre con facilidad. Por otra parte, la burguesía liberal no se oponía por principio ni al nacionalismo ni
a la guerra. Sin embargo veía “la nación” como una fase temporal en la evolución hacia una sociedad y
civilización verdaderamente globales. La guerra aunque a veces necesaria, era algo que debía ser
evitado, que sólo despertaba el entusiasmo de la nobleza militarista y de los incivilizados.

Mirando hacia atrás y hacia delante, los intelectuales, los jóvenes, los políticos de las clases burguesas
no sentían de ningún modo la convicción de que todo sería para mejor. Parte importante de las clases
altas y medias europeas conservaban una firme confianza en el progreso futuro. Nos referimos a las
mujeres en especial a las mujeres nacidas desde 1860.

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