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1 - El Gobierno de La Luz
1 - El Gobierno de La Luz
SANTIFICACIÓN
PARA ESTA REUNIÓN
Tome un tiempo de oración, por la red, por las metas, deseos y necesidades
de red y finalmente por los que tengan necesidad de oración. Continúe con el
canto de adoración. Y en el mismo espíritu permita el tiempo para el invitado
a ministrar (Julio FRANCO).
EL GOBIERNO DE LA
LUZ
Isaías 60.1; Colosenses 1.12-13.
LUZ Y VIDA
Génesis.1.2-3. El relato de Génesis al respecto de la creación, muestra desde el
principio, un contraste entre Luz y tinieblas. Dios, según lo describe el apóstol
Juan, es la luz misma, quien para traer orden y crear, primero separó la luz de
las tinieblas. (Génesis 1.4). Cuando tu vida tiene caos, conflicto, desorden o se
encuentra en una situación post trauma, es necesario visualizar la separación de
la luz con las tinieblas. Es lo primero, qué viene de Dios y qué viene de mi carne
o del enemigo. Es indispensable para lo que viene después. Cuando vemos a Dios,
entonces vemos su obra. “En tu luz vemos la luz.” (Salmo 36.9 LBA). Hay una
estrecha relación entre la luz y la vida, mostrada en las Escrituras desde la
creación del mundo, de la misma manera actúa Dios en el hombre, pues para
darle vida espiritual le da a conocer su luz expresada y manifestada en la persona
de su hijo Jesucristo. “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron”. (Juan 1.3-
5).
DIOS ES LUZ
Cuando una persona es alcanzada por el Evangelio del Reino de nuestro Señor
Jesucristo, es expuesta a algo mucho más poderoso que una religión o una
doctrina, es expuesta a nada más y nada menos que al poder que destruye toda
tiniebla y con ella todo temor, toda ignorancia, toda incredulidad. Dios es Luz, a
la vez es creador de todo cuanto existe. En medio de cualquier situación o
circunstancia adversa debemos saber que, todos los que hemos sido alumbrados
por Su luz, nos convertimos en portadores de ese mismo poder, por eso somos
llamados: hijos de la luz (Efesios 5.8), la luz del mundo (Mateo 5.14), portadores
de la luz de la vida (Juan 8.12). Es el poder que tiene la luz sobre la oscuridad.
Nuestra situación es la oscuridad, nuestra fe es la luz y es suficiente
vencer la oscuridad en nuestra vida.
Este poder de luz se activa en nosotros por medio de la iluminación del
conocimiento de la gloria de Dios, es decir el conocimiento progresivo de la
persona de Cristo. Él nos lleva por medio de una revelación progresiva, haciendo
así que la luz que en nosotros hay, crezca en intensidad “como la luz de la aurora
que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4.18) es decir,
cuando no hay sombras. Y lo que no eras capaz de hacer, es posible, no por tu
fuerza o tenacidad, sino por tu alumbramiento. Cuando estamos en oscuridad
somos atrapados por el temor, la ansiedad, la desesperación, la zozobra y la
incredulidad, porque todo esto crece en la ignorancia, en lo oscuro. Pero al llegar
la luz, el temor, la crisis, la ansiedad y todo lo demás queda atrás, se desvanecen,
se desaparecen. La luz disipa todo.
RENOVACIÓN DE MENTE
El conocimiento de la vida y persona de Cristo llega, a través de la renovación de
nuestro entendimiento (Romanos 12.2). Este proceso es iniciado por Dios pero
requiere la participación del creyente, quien debe usando su poder de luz conoce
la realidad espiritual de la vida y sus movimientos, ese conocimiento debe
expresarse en el diario vivir, en todas las áreas de nuestra vida, para que sea
vista en nosotros una imagen cada vez más clara de la Persona de Cristo, que
alumbra en los ámbitos donde estratégicamente hemos sido puestos por Dios
para resplandecer como luminarias en medio de esta generación maligna y
perversa.
CONCLUSIÓN
Tenemos algo muy poderoso en nuestra vida, pero podemos resultar inofensivos
ante las tinieblas, si ignoramos lo que en Cristo nos ha sido concedido de Dios. Y
no seremos más que salvos, pero con una vida similar a las de las personas que
viven en tinieblas, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia (oscuridad) que en
ellos hay. Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que
proviene de Dios. 1 Corintios 2.12).