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el socialismo de

nuestro tiempo
CONTRA-TIEMPOS Nº 0

EL SOCIALISMO DE NUESTRO TIEMPO


mayo 2013

COLECTIVO EDITORIAL

Ezequiel Adamovsky
Aldo Casas
Ernesto Her nández
Mar tín Mosquera
Jorgelina Matusevicius
Ariel Petruccelli
Laura Sotelo

Diseño y diagramación: Contra-tiempos

ISSBN: en trámite
Índice

Editorial: cartas de navegación... 5

Dilemas y desafíos del socialismo en nuestro tiempo


Ariel Petruccelli... 11

Crisis sobre crisis


Aldo casas... 37

Marxistas, igualitaristas y liberales. Variaciones en tor no a


un diálogo necesario
Fernando Lizarraga... 67

Nuevas apuestas, viejos problemas. Apuntes para una


caracterización de la nueva izquierda argentina
Jorgelina Matusevicius... 95

Una crítica de las “dos almas” de la teoría marxista del


partido. Hipótesis sobre la organización política
Martín Mosquera - Tomás Callegari... 131

La somnolencia y la historia. Una crítica a Badiou


Laura Sotelo... 159

Entrevista a Daniel Bensaïd (2006)... 175

3
editorial:
cartas de
navegación

Contra-tiempos es -o aspira a ser- una publicación teórico-política


comprometida con la reconstrucción de un proyecto socialista y de-
mocrático para nuestro siglo. Las líneas que siguen no pretenden
ser un manifiesto sino, meramente, una suerte de presentación com-
pendiada de las intenciones y las perspectivas del colectivo que
conformamos. ¿Para qué? En primer lugar para desarrollar una la-
bor intelectual sobre los temas que nos apasionan: la comprensión
del mundo en que vivimos y las vías por la que se puede cambiarlo.
Claro, esto presupone un acuerdo básico: no nos agrada demasiado
este mundo nuestro. Navegamos, pues, en el barco de la izquierda,
y se nos eriza la piel cuando las banderas de la revolución se agitan
al viento.
Bien sabemos, sin embargo, lo maltrecha que ha quedado nues-
tra nave tras un accidentado periplo ya centenario. Y no ignoramos
lo defectuosas que han resultado nuestras cartas de navegación. Se
impone, pues, recomponer nuestro barco y revisar nuestras cartas,
rehacer nuestras fuerzas y profundizar nuestros saberes. Con todo,
no es razonable desenvolver nuestra empresa a la intemperie. Así
como no se levantan castillos en el aire, tampoco se repara o cons-
truye naves a mar abierto. Habrá que buscar costas protegidas: y
ese refugio, creemos, nos lo proporciona el archipiélago de los mil y
un marxismos. Es clara, por consiguiente, la tradición teórico-política
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CONTRA-TIEMPOS

de la que nos sentimos parte. Pero sentirnos parte no significa que


estemos allí completamente a gusto. Indispensable para cualquier
proyecto anti-capitalista, el marxismo no puede reclamar exclusivi-
dad en esos empeños, ni en el pasado ni, mucho menos, de cara al
futuro. Asumimos complacidos la irreductible pluralidad teórica y
política de los nuevos movimientos anti-sistémicos.

Nuestro presente asiste al estallido de la mayor crisis del capita-


lismo mundial desde los años treinta, lo cual enmarca y determina las
características generales de la etapa. A su vez, puestos en perspec-
tiva histórico-mundial, hay otros dos rasgos fundamentales de los
tiempos que nos toca vivir: por un lado, el cierre de una época
histórica producido por el colapso de los regímenes del llamado “so-
cialismo real” y por la derrota que sufrió la clase trabajadora en los
últimos decenios del siglo XX -con la consiguiente crisis de alterna-
tivas socialmente viables al capitalismo-, y, por otro lado, el inicio,
hacia fines de los años noventa, de una nueva fase de ascenso de
las luchas populares, vinculada a un fuerte protagonismo de los
nuevos movimientos sociales. Sin embargo, este proceso de recom-
posición social y política de las clases subalternas dio sus primeros
pasos acarreando las cicatrices de su situación precedente. Es de-
cir, la despolitización y la ausencia de un proyecto contra-hegemóni-
co alternativo, características propias de la fuerte derrota que se
intentaba dejar atrás. Así se hizo de “la necesidad virtud” y se difun-
dieron concepciones que nos parecen ingenuamente “horizontalis-
tas”, que tendían a criticar toda forma de representación, delega-
ción u organización estable y rechazaban toda dimensión específi-
camente política de la lucha anti-capitalista. Estos rasgos de inge-
nuidad y espontaneismo empiezan a ser dejadas de lado, lo que
obliga a enfrentar nuevos problemas y a reabrir viejos debates
(sobre las formas organizativas, el Estado, la lucha parlamentaria,
etc.).

El mundo de las últimas décadas ha experimentado importantes


transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales que
han alterado las coordenadas objetivas de la lucha de clases y los

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EDITORIAL

antagonismos sociales (nacionales, regionales, étnicos, de género,


etc.), así como la propia subjetividad e identidad de los agentes
involucrados. Calibrar estos cambios, sopesarlos, interpretarlos,
debe ser parte de la tarea. Pero, partimos de la convicción inicial de
que su magnitud es tal que nos obliga, a las izquierdas, a replantear
nuestras estrategias, nuestros modelos de organización e incluso
muchas de nuestras pautas culturales. En este sentido, pensamos
que es necesario ir más allá de la izquierda histórica, la cual, por lo
demás, no tuvo demasiada fortuna a la hora de cumplir sus objeti-
vos.

Nuestro compromiso es, entonces, la construcción de una nueva


izquierda anticapitalista que pueda superar los rasgos sectarios y
burocráticos de las organizaciones tradicionales. Limitaciones éstas
que le impidieron a la izquierda revolucionaria desarrollar una inser-
ción genuina en el movimiento de masas y convertirse en una verda-
dera fuerza popular con presencia efectiva en la vida de las clases
subalternas. Partiendo de la premisa de que es necesario renovar al
anti-capitalismo militante, nos proponemos analizar y discutir qué es
lo que debería ser cambiado, y por qué; así como explorar los víncu-
los de continuidad y ruptura que las actualmente emergentes expe-
riencias organizativas mantienen con sus predecesoras. No se trata
de cambiar por cambiar y siempre es bueno conocer el pasado:
mucho de lo que hoy se consideran novedades propias del nuevo
activismo se funda en premisas con antiguos precedentes. Sin em-
bargo, por imprecisos que resulten sus contornos y por relativas que
sean sus “novedades”, pensamos que efectivamente asistimos a la
lenta emergencia de una nueva izquierda en nuestro país. Y su
gestación, creemos también, se explica en buena medida por los
cambios ocurridos en nuestras sociedades, en el mundo del trabajo
y en la lucha de clases. La necesidad de dar respuesta a tales
cambios es, por último, lo que legitima y justifica su surgimiento. Con
todo, no hay garantía alguna de que las nuevas respuestas que
ensayemos se vean coronadas por el éxito.

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CONTRA-TIEMPOS

Si por “vieja izquierda” entendemos a la que a grandes rasgos


se identifica con una interpretación canónica y dogmática del deno-
minado “modelo bolchevique del partido y la estrategia” (más allá de
las heterogéneas variantes de la “familia” leninista: maoísta,
troskysta, estalinista, etc.), la “nueva izquierda” está constituida, en
un primer sentido, por quienes problematizan el legado de esta tra-
dición fuera de toda escolástica, cuestionando los aspectos de aque-
lla metodología y orientación que hayan perdido validez y
reactualizando la tradición de un modo creativo, crítico y anti-dog-
mático. En un segundo sentido, empieza a entreverse en este espa-
cio político emergente una concepción de la política como construc-
ción de hegemonía, es decir, como el progresivo despliegue de nue-
vas instituciones, subjetividades y relaciones sociales, valores y
prácticas, en disputa con los actualmente hegemónicos. La búsque-
da de nuevas formas organizativas que puedan articular eficacia
política con la más amplia democracia, la aspiración a una política de
masas, la centralidad de la lucha cultural, la crítica al izquierdismo
maximalista y la revalorización de las conquistas reivindicativas par-
ciales, constituyen algunas de las coordenadas generales que, de
un modo “desigual y combinado”, caracterizan a las nuevas expe-
riencias organizativas.

En cualquier caso, estamos convencidos de que no será refu-


giándose en eternas verdades que no han pasado la prueba de la
práctica social como la izquierda logrará estar a la altura de los
nuevos tiempos. Debemos atrevernos a innovar. Pero, es importan-
te decirlo, sin ceder a las siempre listas modas académicas, ni pre-
tender construir una “novedad radical” que procure no tener deu-
das con su pasado o tradición. Es ciertamente un riesgo de cual-
quier proyecto de renovación de la izquierda el hacer tabla rasa del
pasado, ignorando por esa vía los lazos que la unen con sus ances-
tros y privándose de entender, en el camino, las razones que expli-
can por qué la izquierda fue lo que fue; y por qué se impusieron
ciertas concepciones y corrientes, y no otras. Pero riesgo no es
fatalidad. Nuestro compromiso con la innovación no es menos fuerte
que nuestro compromiso con el conocimiento del pasado. No se trata

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EDITORIAL

de sepultar el pasado, más bien se trata de hacer beneficio de inven-


tario.

Nos proponemos deliberadamente pensar a largo plazo, exten-


der la mirada tanto hacia los procesos del pasado que gestaron
nuestro tiempo, como a las posibilidades inciertas que se prefiguran
hacia el futuro. Pero por más voluntad que se tenga de pensar en
términos de estructuras sociales y plazos largos, vivimos en la corta
temporalidad humana, atrapados en coyunturas. Pensamos y actua-
mos, pues, situados. Histórica, social, política y geográficamente si-
tuados. Pero, es el compromiso asumido, procuraremos ir más allá
de las urgencias coyunturales.

Desde las páginas de Contra-tiempos aspiramos a recuperar


el pensamiento estratégico, aquel que tuvo su último esplendor hace
décadas en los debates suscitados al calor del 68 europeo, la “vía
chilena al socialismo”, la revolución de los claveles, las organizacio-
nes político-militares latinoamericanas y las luchas anti-coloniales. A
su vez, hay una serie de temas que la nueva izquierda en ciernes ha
adoptado que, sin estar necesariamente ausentes en el pasado,
tuvieron en él una presencia más bien subordinada o marginal. Enu-
meremos simplemente algunos de ellos: la crítica al socialismo pro-
gresista que todo lo cifra en el desarrollo económico, la importancia
concedida a los problemas ecológicos, la reflexión ética, la crítica a lo
que se llama “modelo leninista de partido”, los dilemas planteados
por la “crisis de alternativas” abierta tras la debacle del “socialismo
real”, un renovado interés por la dimensión utópica de la práctica
revolucionaria, la búsqueda por construir una nueva cultura militan-
te, el interés por otras formas de opresión y explotación, además de
la de clase. Estos y otros temas deberán ser abordados en Contra-
tiempos
tiempos. Algunos lo serán en las páginas que siguen; otros en las
ediciones venideras.

Asumimos el formato de “números-dossiers”, dedicando casi


exclusivamente cada revista a un tema central de las problemáticas
de la emancipación. Este primer número podríamos entenderlo como
un extendido “editorial” al proyecto intelectual en el que nos embar-

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CONTRA -TIEMPOS

camos. Abordaremos, entonces, un estado de la cuestión sobre los


grandes temas del socialismo de nuestro tiempo : el análisis de
la actual crisis económica, social y ambiental del capitalismo; la discu-
sión sobre las nuevas formas organizativas, el partido y los movi-
mientos sociales; el intento de establecer un diálogo entre la tradi-
ción socialista marxista y el liberalismo igualitarista a propósito de
una obra central de la filosofía política contemporánea como es la
Teoría de la Justicia de John Rawls; un intento de balance crítico de la
obra reciente de Badiou, un autor que se volvió una de las referen-
cias centrales de la filosofía de inspiración o influencia marxista; y el
análisis de los vasos comunicantes entre las actuales experiencias
organizativas anti-capitalistas y la “nueva izquierda” de los sesenta
y setenta.

Acompañará este “dossier” una traducción inédita de una entre-


vista a Daniel Bensaid que se interroga sobre la relevancia de la
herencia marxista para la actualidad. El nombre de nuestra revista
es una referencia evidente al último proyecto editorial del marxista
francés fallecido hace pocos años: Contretemps
Contretemps. Retomamos el
nombre de su revista como un desafío que nos lanzamos a nosotros
mismos. Quisiéramos poder medirnos en la altura de su nombre pro-
pio, de su aventura crítica, en la audacia y la inteligencia de uno de
los principales marxistas contemporáneos. Un filósofo que, a la vez,
era un “hombre de partido”, al igual que las grandes figuras del
movimiento socialista del periodo “clásico” (Marx, Kautsky, Panne-
koek, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky). El artículo que abría el
primer número de su Contretemps explicitaba su proyecto en los
siguientes términos: “ Se pretende que es preciso vivir con nuestro
tiempo. No menos necesario es saber pensar a contratiempo, de
manera intempestiva o inactual, a contra-pelo, habría dicho Walter
Benjamin”. Nos gustaría articular una praxis política, cultural e inte-
lectual que pueda ser fiel a tan ambicioso desafío.

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Dilemas y
desafíos del
socialismo en
nuestro tiempo

ARIEL PETRUCCELLI

El socialismo (o el comunismo) constituye una variopinta y venerable


tradición. Su fantasma aterró a la Europa del capital a mediados del
siglo XIX. Su primera realización práctica -la revolución rusa y el
Estado soviético- despertó los más profundos anhelos libertarios de
las clases trabajadoras y los pueblos colonizados. Su espíritu indo-
mable batalló contra la deriva burocrática y totalitaria de los Estados
pos-revolucionarios. Sus sueños radicales alentaron las oleadas re-
volucionarias de los sesentas. Pero, pese a todo, el socialismo resul-
tó prácticamente eclipsado por el derrumbe del “comunismo” y la
hegemonía neo-liberal en los años noventa.
Hoy en día no se sabe bien cuál es el estado del socialismo. Si
sobrevive, si ha muerto definitivamente, si se halla en estado de
coma o si meramente descansa con placidez esperando su inminen-
te regreso a la escena política mayor. Para algunos es cosa del
pasado: paréntesis anómalo en el desarrollo del capitalismo o etapa
superada ante los nuevos desafíos de lo que se ha dado en llamar
“política pos-socialista”. Para otros es una amenaza siempre latente
y temible. Hay quienes no ven problema alguno y esperan confiados
el inminente colapso del capitalismo que anuncie la hora de la revo-

11
CONTRA-TIEMPOS

lución. Hay quienes, finalmente, reconocen que el derrumbe de la


URSS y los fracasos o derrotas de los intentos revolucionarios del
siglo XX implican el fin de una etapa histórica, pero que aún así el
socialismo sigue siendo un ideal y un objetivo legítimo, tanto como el
capitalismo es una realidad deleznable y potencialmente suicida. En
las filas de estos últimos nos contamos.

...

¿Qué tono debería adoptar nuestra palabra, en estos tiempos y


estas circunstancias: las de ser parte de un colectivo editorial lanza-
do a la aventura de hacer nacer un espacio teórico plural, pero
claramente embarcado en la tarea de apuntalar y desarrollar a una
izquierda revolucionaria renovada? En verdad, no lo sabemos. Ni el
pesar ni el entusiasmo reflejan nuestro espíritu. No estamos ni exal-
tados ni afligidos. Más bien, con Terry Eagleton, consideramos que el
realismo debiera ser el imperativo de la política socialista, antes que
ilusorios pesimismos u optimismos. No nos mueve ni la urgencia de
quienes ven a cada paso tareas impostergables y acciones política-
mente decisivas todos los días, ni el académico desinterés por las
cosas de este mundo. Pensamos y actuamos, por así decirlo, a largo
plazo.
No nos atrae la torre de marfil ni tenemos la pretensión de ilumi-
nar a nadie. Pero, eso sí, estamos dispuestos a escalar montañas
con tal de ver mejor el paisaje. Bien sabemos que eso lleva tiempo y
requiere paciencia. Además exige esfuerzos, no siempre gratos. En
todo caso, aunque no renunciamos a la voluntad de cambiar el mun-
do, nos parece que hoy por hoy la izquierda necesita en buena
medida entenderlo. Cualquier política socialista responsable supone
una intelección apropiada de las estructuras, las coyunturas y los
acontecimientos. Una intelección para la que el marxismo intelectual
no está en modo alguno desarmado, pero cuyos textos y argumen-
tos son pertinazmente ignorados por el grueso de los marxismos
militantes.

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DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

Paradójicos tiempos los nuestros: un capitalismo más predador y


peligroso que nunca señorea sin enemigos de fuste a la vista; aplas-
tado políticamente, el marxismo se muestra sin embargo eficaz para
describir y prever los sucesos presentes. En buena medida, la para-
doja del marxismo contemporáneo es que debe dar cuenta de las
razones de su actual impotencia.

...

Rodolfo Mondolfo analizó alguna vez (en un escrito escasamente


conocido y hoy casi completamente olvidado) las complejas y
ambivalentes relaciones entre la conciencia histórica y el espíritu
revolucionario. 1 Mientras que la conciencia histórica es por fuerza
consciente de la tradición y percibe, si es sincera, los elementos de
continuidad (aunque también pueda apreciar los cambios) entre el
presente y el pasado; el espíritu revolucionario quiere olvidarse del
pasado, cortar con él, cambiar repentina y radicalmente el orden
político, económico y social. Para el espíritu revolucionario la con-
ciencia histórica -con su sentido de la continuidad y la complejidad
del desarrollo social- es un lastre para la acción. El pensador italiano
mostró que incluso dentro del marxismo -la tradición revolucionaria
con más voluntad histórica- sobrevivía ese dualismo.
Durante buena parte del siglo XX un número considerable de
historiadores -y casi todos los historiadores marxistas- creyeron
poder cortar el nudo gordiano lúcidamente expuesto por el pensa-
dor italiano apelando con fervor a un conocimiento histórico que
revelaría las razones por las que el futuro anhelado sería inminente.
La historia creía convertirse así en clave para la comprensión del
presente y en estrella guía de la acción orientada al futuro. Espíritu
revolucionario y conciencia histórica parecían reconciliados. Mon-
dolfo podía ser ignorado u olvidado.

1
Mondolfo, Rodolfo, Espíritu revolucionario y conciencia histórica , Editorial Escuela,
Buenos Aires, 1968.

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CONTRA-TIEMPOS

Pero todo tiene su precio. En el caso que tratamos el precio a


pagar fue la supervivencia velada o explícita de las filosofías
sustantivas de la historia, cierta insensibilidad hacia la asimetría en-
tre la explicación (de lo ocurrido) y la predicción (de lo por venir), y
una concepción simplista de la especificidad de la vida política. A la
larga las tensiones entre espíritu revolucionario y conciencia históri-
ca reaparecerían, sea porque las revoluciones seguían derroteros
imprevistos, sea porque las sociedades pos-revolucionarias mostra-
ban evidentes signos de continuidad que impugnaban o ponían en
entredicho la idea de una total ruptura.

Los tiempos de la evolución de las estructuras sociales rara vez


coinciden -si es que alguna vez lo hacen- con los tiempos de los
eventos políticos. La temporalidad de las estructuras no es la tempo-
ralidad de la vida humana. He ahí el dilema.

No pretendemos resolverlo. Quizá sea irresoluble: Mondolfo


supo ver que conciencia histórica y espíritu revolucionario confor-
man un tenso dualismo. Nos proponemos, más bien, ubicarnos en
esa dualidad. Habitar en ella, por así decirlo. Manifestamos, pues,
nuestro doble compromiso con el conocimiento histórico y con la
voluntad revolucionaria, aceptando serenamente sus tensiones y
contorsiones.

Nuestra mirada, pues, deberá mirar simultáneamente hacia el


pasado y hacia el futuro, sin dejar de ver el presente. No es sencillo,
lo sabemos. Podremos desnucarnos o quedar bizcos. Pero no hay
alternativa. O la alternativa es permanecer ciegos.

...

Aplastados sus enemigos históricos, conquistados los antiguos bas-


tiones “comunistas”, colonizadas áreas enteras de la vida antigua-
mente no mercantilizadas, alcanzado algo parecido a la hegemonía
político-ideológica, las fuerzas del capital se presentan como increí-
blemente poderosas. Sería absurdo desconocerlo y necio negarlo. Y
sin embargo, no es menos absurdo ni menos necio extraer de este

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DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

hecho la conclusión de que si hay capitalismo para rato debemos


llevarnos bien con él. Al menos por tres razones principales. La
primera es que no es nada evidente que haya capitalismo para rato.
El desarrollo irrefrenado de la sociedad de consumo nos ha coloca-
do, ya, ante claros límites ecológicos. Dicho crudamente: el capitalis-
mo está devastando el planeta, sin que haya garantía alguna de que
futuras tecnologías puedan solucionar los desastres que les deja-
mos a las generaciones venideras. La segunda razón es que su
poderío no torna al sistema más defendible éticamente. Todos los
males por los que la tradición socialista criticó al capitalismo siguen
vigentes, en algunos casos apenas morigerados, en otros cruelmen-
te acrecentados. Y la tercera, pero fundamental razón, es que se
acumulan evidencias de que el sistema no es capaz de garantizar
estabilidad. Hoy parece indiscutible lo que siempre supo Marx: que
las crisis económicas no pueden ser evitadas, que son constitutivas
del capitalismo. Como dijera Terry Eagleton en 2003, “el FMI es muy
consciente de la repugnante inestabilidad de todo este negocio; una
inestabilidad que, irónicamente, la globalización profundiza”. 2
Debemos, entonces, meditar sobre el socialismo, compelidos por
la trágica conciencia de su necesidad, pero con la obligación intelec-
tual de asumir que todos los males y desastres del capitalismo no
constituyen garantía de que el socialismo podría hacer mejor las
cosas. La experiencia histórica, con sus infinitas ironías, nos ha
arrojado en esta trágica situación en la cual ante un capitalismo
descontrolado no disponemos de ningún modelo mínimamente claro
y creíble de socialismo que oponer. Las tempestades de la historia
barrieron con los ensayos socializantes del pasado, sin que apenas
nadie derramara una lágrima. El modelo de socialismo estatal, auto-
ritario y burocrático conocido en el siglo XX no es, definitivamente,
una buena alternativa a los desmanes del capital. Pero entonces,
¿cómo sería posible refundar el socialismo?

2
Eagleton, Terry, “Un futuro para el socialismo”, en A. Borón, J. Amadeo y S.
González, La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas , CLACSO, Buenos
Aires, 2006, p. 470. Desde luego, estos dichos de Eagleton no lo comprometen
con las concepciones “derrumbistas” del capitalismo, siempre prestas a ver crisis
colosales año tras año.

15
CONTRA-TIEMPOS

...

El conjunto de las fuerzas de izquierda se halla (nos hallamos) ante


una situación complicada. Decir que la izquierda se encuentra sumi-
da en una crisis ideológica y política de enorme magnitud puede
parecer una verdad de perogrullo. Para cualquier observador es un
dato obvio e indiscutible. En la inmensa mayoría del planeta la iz-
quierda revolucionaria, en términos políticos, no cuenta. En lenguaje
futbolero diríamos que no milita en la primera división: más bien lo
hace en la “B”, y pujando por no descender. Desde luego, quienes
hacen este diagnóstico suelen no ser de izquierdas, o el hacerlo
actúa muchas veces como excusa (y en los casos más sinceros como
argumento), para abandonar todo compromiso con el anti-capitalis-
mo militante. Por el contrario, las fuerzas de izquierda suelen negar
este diagnóstico o, más precisamente, guardan un incómodo silencio
al que pretenden ahogar con el amontonamiento sin ton ni son de
luchas y huelgas en cualquier lugar del mundo, con cualesquiera
objetivos (¡qué importa, siempre se les puede atribuir los objetivos
que uno quiera!) y haciendo caso omiso a sus resultados. Así, una
insólita matemática militante suma lo que conviene y no resta nada;
multiplica luchas pero olvida las derrotas. Queremos, pues, ser com-
pletamente enfáticos en este punto: el eclipse de los “socialismos
reales” ha dejado a la izquierda huérfana de modelo social que
ofrecer y, más aún, de estrategias viables de derrocamiento del
capitalismo y transición al socialismo. Pero, dicho esto, deseamos
colocar el mismo énfasis en reafirmar nuestro compromiso con el
socialismo revolucionario. Un compromiso, insistimos, que no se pue-
de basar en negar lo que ocurre en el mundo. De ello se deriva una
primera tarea político-intelectual: aclararnos sobre las causas y ra-
zones que hicieron que las enormes luchas revolucionarias del siglo
XX terminaran en el innegable fracaso en que culminaron. Sería fácil
-como hacen todavía hoy muchos grupos militantes- explicarlo todo
por la traición de los dirigentes; por los desvíos y frenos que las
burocracias impusieron e imponen a una clase obrera siempre dis-
puesta a la lucha pero eternamente ingenua y recurrentemente en-
gañada; por la crisis de dirección del proletariado … ¡Pero no pode-
16
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

mos! Somos marxistas, después de todo, y “explicaciones” de este


tenor, además de no explicar absolutamente nada, se fundan en
premisas idealistas y subjetivistas que nada tienen que ver con el
materialismo histórico. Hay que estudiar, pues, las condiciones eco-
nómicas, políticas y sociales que hicieron que la historia del siglo
pasado fuera lo que fue. Pero también hay que hacer inteligibles los
cambios que se están produciendo, e indagar en qué medida o de
qué manera tales mutaciones podrían ayudar a la causa del socialis-
mo y hacer que los intentos revolucionarios del siglo XXI (si han de
producirse) tengan mejor fortuna.
Todo lo dicho hasta aquí tiene como corolario la necesidad impe-
riosa del estudio y la investigación rigurosa. Comprender lo que
acontece en el mundo sin velos bien-pensantes, sin máscaras, sin
engaños auto-complacientes. Es necesario hacer ciencia, y ciencia
de la buena. Pero habrá que combatir con uñas y dientes al
cientificismo. El cientificismo es creer que la ciencia presupone neu-
tralidad (como si tomar partido fuera incompatible con el conocimien-
to objetivo) y que es además la única actividad intelectual legítima, la
única forma de conocer y de razonar, la poción mágica que tiene
respuestas y soluciones para todo. Ante esto decimos: ¡no! La cien-
cia no es tanta cosa. La buena ciencia, la ciencia en serio, es modes-
ta. Sabe que no tiene ni tendrá respuestas para todo, sabe que
tiene más preguntas que respuestas, sabe de la importancia del
conocer, pero no ignora que también hay otras cosas que valen la
pena en este mundo.

...

La tradición marxista ha tenido -¡cómo no!- sus propios cientificistas.


Marx y Engels fueron bastante ambiguos en este terreno. Y ciertas
afirmaciones suyas, ciertos silencios, y el olvido de algunas otras
cosas que escribieron, terminaron facilitando que el “socialismo
científico” fuera una ortodoxia, contrapuesta al “socialismo utópi-
co”.

17
CONTRA-TIEMPOS

Para los “marxistas ortodoxos” el socialismo científico se dife-


renciaba de modo taxativo del socialismo utópico. Más aún, el socia-
lismo científico era decididamente anti-utópico. El carácter socialista
del marxismo pretendía ser exclusivamente la resultante de una
deducción científica. El socialismo no tenía necesidad de ningún
ideal: le basta con el análisis científico que descubre cuál habrá de
ser el desarrollo histórico inevitable a partir de las presentes contra-
dicciones de la sociedad burguesa.

La relación entre socialismo y ciencia que esta concepción supo-


ne es, sin embargo, insostenible. Implica creer que la ciencia dispo-
ne de una capacidad predictiva de un grado tan elevado que la
misma no posee ni es probable que posea jamás. Dicho crudamente:
las pretensiones del autodenominado “socialismo científico” son
científicamente insostenibles. Esta concepción presupone, además,
que si los individuos descubren o creen que un desarrollo histórico
es inevitable, entonces habrán de luchar por él. Y esto es manifies-
tamente falso, como lo demuestran muchos casos de indiferencia
política o de personas que han librado combates (por razones de
moral o dignidad) sabiendo o creyendo que no tendrían éxito. Final-
mente, hay una objeción lógica: las premisas científicas están formu-
ladas de manera descriptiva o indicativa; mientras que las afirmacio-
nes morales tienen una formulación prescriptiva: su forma es impe-
rativa. A diferencia de la ciencia, las normas no describen lo que es,
sino que prescriben lo que debe ser. Pero no es posible extraer
lógicamente, de premisas en el indicativo, conclusiones en el impera-
tivo (hacerlo es incurrir en la falacia naturalista).

La conclusión que se impone es sencilla: no es posible extraer


mecánicamente del análisis científico del mundo social un ideal ético
o un objetivo político. Pero si ningún programa político puede ser
fundado exclusivamente (y acaso ni siquiera principalmente) en un
análisis científico, es obvio que el socialismo requiere además y por
sobre todas las cosas de justificación ética o moral, algo en lo que
tradicionalmente insistieron los utopistas. Si a esto agregamos la
debacle de los “socialismo reales” -que muestra las complejidades,

18
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

las dificultades y los callejones sin salida que enfrentan los intentos
de trascender el orden capitalista-, entonces se impone la conclu-
sión de que no es tema baladí el pensar y diseñar modelos viables de
socialismo posible. La izquierda debería ejercer la imaginación utó-
pica y asumir las complejidades de la reflexión ética. Lo cual no
entraña un mero regreso al viejo utopismo. El realismo es irrenuncia-
ble. Es indispensable, pues, combinar utopía y realismo. Pensar en
las formas y las vías de una utopía realista. No renunciar a la imagi-
nación utópica, pero asumiendo los desafíos de una utopía con co-
nocimiento de causa (no castillos en el aire), una utopía sin inocen-
cia, como decía Francisco Fernández Buey. Visto desde el otro án-
gulo: la izquierda debería ser irrenunciablemente realista, pero el
suyo, es decir el nuestro, es un realismo revolucionario, y como tal
posee un componente utópico: es un realismo que no se contenta
con constatar y glorificar lo que hay, sino que apunta hacia lo que
debería haber. El marxismo que preconizamos, pues, combina cien-
cia y utopía. Combina, decimos. No confunde.

...

Si el socialismo de nuestro tiempo debe ejercer la imaginación utópi-


ca, es claro que también debe avanzar en otro terreno tradicional-
mente olvidado: la ética y la justicia. Son conocidos los recelos con
los que Marx abordó a todas las corrientes socialistas de su tiempo
que pretendían basarse en principios de justicia. Buena parte de
estos recelos y de la crítica marxiana al “socialismo ético” está justi-
ficada. Con todo, en parte al menos, esta crítica se basaba en
premisas que en el siglo XIX podían parecer aceptables, pero que
hoy en día lo son mucho menos. En la Crítica del programa de Gotha
Marx escribió que la sociedad comunista (aquella que surgiría luego
de un periodo transicional) podría inscribir en su bandera: “de cada
cual según su capacidades, a cada cual según sus necesidades”. El
comunismo, pues, se regiría por el principio de las necesidades:
cada individuo y cada grupo tendría derecho a todos los bienes que
necesite. El comunismo que imaginaba Marx es una sociedad de
abundancia, una sociedad en la que, puesto que todo el mundo

19
CONTRA-TIEMPOS

puede tener todo lo que necesita, no se plantea ningún dilema res-


pecto a cómo distribuir los bienes. En los términos de Rawls (o de
Hume) no habría allí “circunstancias objetivas de justicia”; la justicia
distributiva, sencillamente, se habría tornado superflua. 3 Por consi-
guiente, la sociedad comunista puede ser el ideal social de Marx;
pero ni esa sociedad ni ese ideal incluyen un principio de justicia
distributiva: simplemente, en tal contexto, la justicia es innecesaria.
Pero en la Crítica del Programa de Gotha hay una segunda premisa
del comunismo, una premisa implícita: que las necesidades son fini-
tas, acotadas, en modo alguno ilimitadas.
Aunque ambas premisas parecieran plausibles en tiempos de
Marx, hoy en día son insostenibles. La abundancia irrestricta es una
quimera: la catastrófica situación ecológica del planeta muestra a las
claras que es imposible extender al conjunto de la población humana
los niveles de consumo de los Estados más desarrollados. Paralela-
mente, la realidad de la moderna sociedad de consumo indica que,
para quien orienta su vida hacia el consumismo, no hay ningún nú-
mero de bienes que sea suficiente. Marx esperaba que una vez
satisfechas las necesidades materiales, las personas se dedicarían
a las necesidades autorrealizativas (el arte, la ciencia, los depor-
tes). El examen del mundo que nos rodea nos muestra que, en tanto
impere la lógica consumista, las necesidades son ilimitadas. Dos con-
clusiones se derivan de esto. La primera es que en cualquier futuro
previsible la escasez nos seguirá acompañando (la escasez de cier-
tos bienes, se entiende, no de todos) y por ello el socialismo no
podrá prescindir de criterios de justicia distributiva. La segunda es
que la izquierda debería comprometerse en una batalla cultural fron-
tal y decidida en contra del consumismo.

3
Rawls, John, Teoría de la justicia, FCE, México, 2004 (1971), pp. 126-29. El
pasaje especialmente pertinente incluye entre las condiciones objetivas de justi-
cia una situación de “escasez moderada”, en la cual “los recursos, naturales y no
naturales, no son tan abundantes que los planes de cooperación se vuelvan
superfluos; por otra parte, las condiciones no son tan duras que toda empresa
fructífera tenga que fracasar inevitablemente” (p. 127). Dicho de otro modo:
tanto la plena abundancia como la escasez atroz no son circunstancias de
justicia; esto es, circunstancias en que algún criterio de justicia sea a la vez
necesario (en la abundancia sería superfluo) y posible (en condiciones extrema-
damente duras la justicia no es realizable; impera el todos contra todos).

20
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

Si el principio de la necesidades previsto por Marx para la socie-


dad comunista parece irrealizable, parecería sobrevivir el principio
de contribución (a cada quién según su trabajo), que Marx creía
sería el dominante en el período de transición. Sin embargo, el pen-
samiento liberal 4 de las últimas décadas, a partir de la obra de Rawls,
ha desarrollado un principio de justicia alternativo y no menos sino
acaso más igualitario: el principio de la diferencia; y esto ha genera-
do fundamentales discusiones dentro de la filosofía moral. 5 El mar-
xismo no ha quedado al margen. Gerald Cohen ha desarrollado una
sólida apropiación del principio de la diferencia desde una perspec-
tiva de izquierdas. Como argumenta con brillantez y por extenso, la
correcta aplicación del principio rawlsiano de la justicia sólo es com-
patible con un orden socialista. 6 Siguiendo esta senda, Fernando
Lizárraga ha mostrado las ocultas afinidades entre la teoría de la
justicia de John Rawls y los criterios de justicia del Che Guevara; 7 en
tanto que los intercambios entre Anderson y Bobbio son una mues-
tra palpable de la potencia intelectual de estos entrecruzamientos.
El diálogo entre el marxismo revolucionario y la tradición del liberalis-
mo igualitario está abierto, y debería ser profundizado.

Por último, aunque Marx careciera de una concepción sobre la


justicia, no sucede lo mismo con otros ideales. Hay indudablemente
al menos dos ideales que atraviesan la vida de Marx de principio a
fin. O mejor dicho, un ideal fundamental y una manera especial de
concebirlo. El ideal fundamental es la libertad, y la específica manera

4
Aquí cabría distinguir entre liberalismo económico y político. El liberalismo político
de Rawls nada tiene que ver con el liberalismo económico. Al contrario, cuando
Friedman y Hayek sostenían la futilidad de la justicia, puesto que lo único que
cuenta es la eficiencia, Rawls sostenía que “la justicia es la primera virtud de las
instituciones sociales (…) no importa que las leyes e instituciones estén ordena-
das y sean eficientes: si son injustas han de ser reformadas o abolidas”. J. Rawls,
Teoría de la justicia , FCE, México, 2004, p. 17.
5
El rawlsiano principio de la diferencia parte de presuponer que, en circunstancias
ideales, la justicia implica la más completa igualdad de recursos, bienes y opor-
tunidades. Las únicas desigualdades aceptables serían aquellas que mejoran la
situación de los menos favorecidos.
6
Cohen, Gerald, Si eres igualitarista, cómo es que eres tan rico ?, Paidós, Barcelona,
2005.
7
Lizárraga, Fernando, El marxismo y la justicia social. La idea de igualdad en
Ernesto Che Guevara, Ediciones Escaparate, Santiago de Chile, 2011.

21
CONTRA-TIEMPOS

marxiana de concebirlo es la autorrealización. Y esto sigue siendo


perfectamente defendible. Sin ambigüedades: el marxismo contem-
poráneo debería ser resueltamente libertario.

...

El estudio teórico y empírico del desarrollo económico del capitalis-


mo, sus mutaciones internas, la especificidad espacial y temporal de
cada una de sus crisis y los procesos de configuración y reconfigura-
ción de las clases es una tarea tradicional y fundamental del materia-
lismo histórico, y deberá seguir siéndolo. Un terreno mucho menos
transitado es el de las alternativas económicas al capitalismo, y el
desenvolvimiento económico de las economías de los Estados pos-
revolucionarios hasta su debacle. Pero visto lo visto, no se puede
ignorar esas (traumáticas) experiencias ni dejar de ejercitar la ima-
ginación sobre las alternativas posibles. El marxismo académico no
ha permanecido mudo en ninguno de estos campos: existe una bue-
na cantidad de trabajos de gran calidad. Pero estas investigaciones
y las polémicas que las han acompañado siguen siendo básicamente
ajenas a los círculos militantes. Los vínculos entre socialismo y mer-
cado, planificación y democracia, centralización y descentralización,
eficiencia y sustentabilidad, etc., deberían ser parte de la agenda de
investigación y debate de todo movimiento socialista verdaderamen-
te comprometido con trascender al sistema capitalista.

A esta altura del partido, afirmar que el socialismo debería mantener


un compromiso irrenunciable con la democracia puede parecer in-
necesario: ¿quién defiende lo contrario? Sin embargo, los vínculos
son más problemáticos de lo que muchos podrían pensar. Los Esta-
dos pretendidamente socialistas han tenido -y esto es lo menos que
puede decirse- un enorme déficit democrático. Y poco se gana remi-
tiendo el asunto a un mítico momento fundacional de cristalina pure-
za: los soviet, concebidos como principio e institución de la democra-
cia proletaria. El problema aquí es que, de todas las revoluciones

22
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

triunfantes del siglo XX, sólo existieron en la rusa. Y aún allí perdie-
ron rápidamente vitalidad luego de la conquista del poder en 1917.
El perfil institucional de una democracia socialista viable sigue siendo
una incógnita histórica.
Los fenómenos de movilización de masas de los años recientes
han puesto sobre el tapete formas relativamente novedosas de de-
mocracia directa y de poder popular, cuyas experiencias es preciso
celebrar y ponderar. Sin embargo, no parece posible extrapolar lo
que funciona en pequeños grupos a grandes organizaciones, o
equiparar lo que es válido para protestar con lo que se requiere
para gobernar (incluso cuando se trate de gobernar un Estado en
transición).

Aunque a veces se sostenga que existe una crisis de represen-


tación, y que la misma podría inocular a las nuevas generaciones de
intelectuales y militantes contra el virus de la aceptación a-crítica de
la democracia representativa, lo cierto es que, paradójicamente, la
supuesta crisis de representatividad ha venido acompañada, en
América Latina, de la expansión y estabilización de los regímenes
democráticos. La “crisis de representación” se reduce al típico des-
encanto con las expectativas desmesuradas desarrolladas durante
la “primavera democrática” de los primeros ochenta. Una mirada
sobria debería hacernos ver que nuestras democracias no son lo
que los teóricos suponían o quisieran, pero difieren poco de las
democracias de los países centrales. Cualquier apreciación respon-
sable de las actuales democracias liberales capitalistas debería ser
capaz de apreciar equilibradamente tanto sus fortalezas y sus rea-
lizaciones (parciales pero en modo alguno desdeñables), como sus
debilidades, insuficiencias y promesas incumplidas.

Las democracias capitalistas liberales son hoy una realidad más


extendida y consolidada que en cualquier tiempo pretérito. Y son
sus instituciones las que brindarán con toda probabilidad el marco
de las luchas del siglo XXI, cuando menos en Europa y América. Es
ésta una tesis polémica, que habría que postular con cautela. Por un
lado, a estas alturas parece indiscutible que la democracia se ha

23
CONTRA-TIEMPOS

extendido geográficamente de una manera sin precedentes. A prin-


cipios del siglo XX apenas un puñado de Estados podían mostrar al
mundo regímenes democráticos, y hacia los años treinta el conjunto
se había reducido aún más. Hoy en día, por el contrario, la democra-
cia impera en toda Europa, en América Latina, en Japón, en Austra-
lia, en India y en los países antaño comunistas. África y Asia se han
mostrado menos receptivas; incluyendo a la gigantesca China. Pero
no parece descabellado prever que en nuestros países y en los
países capitalistas centrales la democracia ha llegado para quedar-
se, y que las izquierdas deberán aprender a combatir dentro y con-
tra ellas. Dicho esto, maticemos. Al tiempo que se extienden cuanti-
tativamente, los regímenes democráticos tienden a devaluarse cua-
litativamente. En términos de Dahl todas las democracias actuales
deberían ser más propiamente denominados poliarquías. La autén-
tica democracia sigue siendo una aspiración, lo cual -insistimos- no
debería impedirnos ver los méritos de las democracias liberales. De
hecho habría que repensar y volver a discutir qué es “lo burgués”
en la “democracia burguesa”. Así como la monarquía fue compatible
con distintos modos de producción (hubo monarquías esclavistas,
feudales y capitalistas), bien podría ser que la democracia liberal -
garantías individuales, libertad de prensa, representación popular,
multipartidismo- sea compatible también con el socialismo, y no me-
ramente la encarnación superestructural del mercado o la frutilla del
postre capitalista. Por otra parte, mal haríamos menospreciando o
ignorando las diferencias entre los regímenes “democrático burgue-
ses” y los régimen fascistas, absolutistas, coloniales o las dictaduras
militares.

De la estabilidad de los actuales regímenes democráticos da


cuenta el hecho de que las crisis que han experimentado en los
últimos años no han derivado, hasta el momento, ni hacia dictaduras
militares reaccionarias, 8 ni hacia regímenes autoritarios monoparti-
distas “de izquierda”. Incluso los procesos político-sociales más ra-
dicalizados y polarizados (Venezuela y Bolivia) se desarrollan den-
8
Los recientes acontecimientos en Honduras y Paraguay introducen un matiz en
esta afirmación.

24
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

tro de marcos institucionales que respetan los parámetros de las


democracias liberales: asambleas representativas, división de pode-
res, derechos y garantías individuales, multipartidismo. Y no está mal
que así sea. Al contrario, el socialismo del siglo XXI debería ser
liberal en lo político; aunque desde luego que no en lo económico.
Sean cuales sean los límites que se vislumbren en los procesos de
cambio boliviano y venezolano, la pervivencia de elecciones popula-
res, el respeto de las garantías individuales y la realidad del multi-
partidismo no se cuentan entre ellos. Los eventuales avances revo-
lucionarios a futuro deberían partir de esta base, que en modo algu-
no puede ser vista simplistamente como mero “terreno del enemi-
go”. Todo esto nos conmmina a explorar las potencialidades, límites
y tensiones de lo que todavía con mucha ambigüedad se denomina
“poder popular”, así como a diferenciar (pero también buscar arti-
cular) el tipo de organizaciones aptas y viables para la lucha en el
contexto del capitalismo contemporáneo de aquellas instituciones
capaces de garantizar la vida política bajo el socialismo.

Por deslumbrantes que sean las experiencias de democracia


directa, proclamar la crisis definitiva de la democracia representativa
y el inminente advenimiento de otro tipo de democracia parece fuera
de lugar. Máxime cuando el peso relativo de las corporaciones pri-
vadas ha crecido en relación al de los Estados. En un mundo globa-
lizado la democracia debe ser pensada a escala mundial: justamente
la más inapropiada para los mecanismos deliberativos y directos.
¿Cómo combinar, a todas las escalas, participación y deliberación
popular con la inevitable pervivencia de la representación? He aquí
un interrogante clave que carece de respuestas sencillas. Lo que
necesitamos es una audaz pero serena imaginación política y socio-
lógica. El entusiasmo vivencial es indispensable, pero no puede des-
plazar a la claridad intelectual.

...

Democráticas o no, todas las sociedades modernas han desarrolla-


do sólidas burocracias capaces de auto-reproducirse, escasamente
controladas por los poderes representativos y sostenedoras de in-
25
CONTRA-TIEMPOS

dudables privilegios. Gobiernos, sindicatos, partidos políticos y orga-


nizaciones no gubernamentales se ven indistintamente dominadas
por burocracias. La raíz última del fenómeno de la burocracia es la
división entre el trabajo manual y el intelectual, estrechamente vin-
culado a la división entre dirigentes y dirigidos. Como escribiera Isaac
Deutscher, “no tiene sentido enfadarse con la burocracia: su fuerza
es sólo el reflejo de la debilidad de la sociedad que reside en su
división entre la vasta mayoría de trabajadores manuales y una pe-
queña minoría que se especializa en el trabajo mental. En las raíces
de la burocracia se encuentra la indigencia intelectual de la que
ninguna nación se ha emancipado hasta ahora”. 9 Ahora bien, la
ubicuidad de este fenómeno en las complejas sociedades industria-
les hace difícil pensar en la viabilidad de su eliminación lisa y llana.
Sin embargo, el socialismo revolucionario debería ser resueltamente
anti-burocrático; lo cual implica bucear en las vías por medio de las
que se pueda reducir a un mínimo las burocracias y establecer con-
troles y contrapesos que las mantengan a raya, si es que no pueden
ser abolidas. En este campo, la indigencia analítica del grueso de las
izquierdas militantes impide estudiar adecuadamente el asunto. Es
hora de romper los consensos fáciles que mezclan sin ton ni son al
menos tres dimensiones diferentes del fenómeno de la burocratiza-
ción: el desarrollo de un grupo sociológicamente diferenciado, la
existencia de privilegios materiales y simbólicos, el recurso de prác-
ticas no-democráticas de toma de decisiones.

...

Hemos afirmado que la experiencia de los socialismos del siglo XX ha


culminado en el fracaso, lo cual, empero, no torna menos acuciante
las críticas socialistas a un capitalismo que parece estar conducien-
do al planeta y a la especie humana hacia su auto-destrucción. De
esta tesis se deriva un corolario: los fracasos del siglo XX nos obligan
a re-inventar el socialismo, no a abandonar la empresa. Ahora es
momento de apuntar una segunda tesis: todas las experiencias re-

9
Deutscher, Isaac, El Marxismo de Nuestro Tiempo, Ediciones Era, México, 1975,
p. 99.

26
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

volucionarias modernas ocurrieron en circunstancias específicas,


con una gran cantidad de elementos comunes, pero dentro de un
contexto que poco tiene que ver con los que hoy enfrentamos en
América y Europa. Las revoluciones del siglo XX tuvieron lugar en
Estados muy poco industrializados, con estructuras económicas en
las que el trabajo asalariado no era cuantitativamente dominante y
en las que no existían regímenes democráticos consolidados. Estas
circunstancias hicieron que las fuerzas revolucionarias se constitu-
yeran y crecieran en lo que podemos considerar un exterior del
sistema capitalista dominante. Podía ser un exterior geográfico: los
países periféricos o, más claramente, los montes y las selvas en los
que operaban las guerrillas. Podía tratarse de un afuera económico:
el campesinado mínimamente integrado a la economía capitalista
que sostuvo buena parte de los proyectos revolucionarios en Asia,
África o América Latina. O bien podía ser un exterior político: las
condiciones de clandestinidad hacia las que eran empujadas las
fuerzas revolucionarias por regímenes altamente represivos y con
escasa o nula capacidad de cooptación. Podía tratarse, finalmente,
de una combinación de estos tres aspectos. No parece casual que
las revoluciones triunfantes del siglo XX hayan enfrentado a Estados
absolutistas (como en Rusia), regímenes fascistas (Yugoslavia), dic-
taduras militares (Cuba, Nicaragua), regímenes coloniales (Angola,
Mozambique) u otros tipos de Estados autoritarios que poco o nada
tenían de democráticos y liberales (China por ejemplo).
La tercera tesis que deseamos defender es que estas coordena-
das se han modificado sustancialmente. Si la posmodernidad signifi-
ca algo, es que el capitalismo se ha expandido finalmente a todo el
globo y ha colonizado todas las actividades humanas, incluyendo la
vida cotidiana, el esparcimiento e incluso el inconsciente. Ya no hay
un “afuera” del sistema en el que las fuerzas revolucionarias se
puedan refugiar: en un capitalismo finalmente global no hay afuera
geográfico. En economías total o mayoritariamente mercantilizadas
ya casi no queda un exterior económico. Las democracias burgue-
sas dejan poco espacio al afuera político: las izquierdas son legales,
actúan plenamente dentro del sistema.

27
CONTRA-TIEMPOS

Si esta es la situación a rasgos generales, va de suyo que el


grueso de las estrategias izquierdistas ensayadas a lo largo del siglo
XX carece hoy de pertinencia. Todas las experiencias revoluciona-
rias del siglo XX se desarrollaron luchando contra unos Estados que,
si nuestra hipótesis es correcta, poco tienen que ver con los que
deberán enfrentar las izquierdas del siglo XXI. La cuestión, por con-
siguiente, es cómo se puede luchar dentro y contra la democracia
burguesa. Porque la batalla hoy en día debe ser librada en las en-
trañas mismas del monstruo capitalista, en países mucho más
industrializados que antaño (así sea países periféricos), con mayo-
ría de población urbana e incluso asalariada, y con sistemas políticos
democráticos con amplios y variados mecanismos de cooptación. Se
impone la ardua tarea de constituir una fuerza contrahegemónica
que debe desarrollarse en el interior de un medio que no la expulsa
… sino que a cada paso amenaza con integrarla y limar sus impul-
sos revolucionarios. He aquí el dilema: ¿cómo desarrollar una fuerza
anti-sistémica cuando el sistema mismo nos obliga directa o indirec-
tamente a jugar su juego? Hasta ahora no se le ha encontrado
solución. Tampoco pretendemos haberla encontrado, ni somos tan
ingenuamente intelectualistas como para pensar que se la hallará
por el mero recurso del pensamiento. Pero estamos convencidos de
que es una tarea ineludible explorar, teórica y prácticamente, este
dilema. Un dilema que se ubica en un campo -el de las estrategias-
en el que el pensamiento marxista se halla virtualmente detenido
desde hace décadas. La trotskysta reivindicación del Programa de
Transición -un programa basado en premisas manifiestamente equi-
vocadas, con pronósticos fundamentales desmentidos por el devenir
histórico y que se ha mostrado incapaz de conducir a ninguna fuer-
za de izquierda al poder en más de 70 años- es prueba palpable de
este estancamiento. 10 Pero no andan mejor los maoístas ni los
rezagos aún existentes de los viejos Partidos Comunistas. Los em-

10
Rolando Astarita ha desarrollado una crítica interna, extensa y meticulosa aunque
en parte unilateral en “Crítica del Programa de Transición”, Cuadernos deDebate
Marxista, 1999 (disponible en internet). De manera más breve pero muy con-
tundente, Perry Anderson ha mostrado sus fallas en las páginas finales de
Consideraciones sobre el marxismo occidental , Siglo XXI, México, 1979 (1976).

28
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

briones de una nueva izquierda surgidos y desarrollados en los


últimos lustros han tenido el enorme mérito de reconocer que había
preguntas sin respuestas, y de colocarse a la búsqueda de alterna-
tivas y posibilidades (en vez de encerrarse ciegamente en la defen-
sa de las clásicas “verdades”). Pero poco se ha querido o podido
avanzar en el plano de las estrategias. Es nuestra voluntad dar
lugar en estas páginas a los debates estratégicos, revisitando las
antiguas opciones y asumiendo el desafío de bucear -con toda la
cautela y la modestia del caso- en nuevas posibilidades. El estudio
de los regímenes políticos contemporáneos, las razones de su forta-
leza, las causas de sus crisis, las fuerzas motrices de sus transfor-
maciones es una tarea intelectual fundamental. Una premisa indis-
pensable para sondear las grietas por las que se puedan introducir
cuñas revolucionarias.

La voluntad de reflexionar en términos estratégicos, sin embargo,


no debe cegarnos. Quienes desde una perspectiva socialista revolu-
cionaria se embarquen en estos tiempos en semejante tarea se ex-
ponen a una objeción que no debería ser tomada a la ligera: la de
ser generales sin ejército. Es completamente cierto. Más que soñar
con la realización de estrategias hoy inviables, la izquierda revolu-
cionaria debería comprometerse seriamente en el desarrollo de una
cultura anti-sistémica. Sólo la consolidación de una amplia cultura
socialista -hoy diezmada en casi todos lados- podrá sentar las bases
materiales para la acción estratégica. Un movimiento revolucionario
con capacidad para amenazar al capitalismo debe abarcar al menos
tres dimensiones: las reivindicaciones inmediatas (lucha sindical,
etc.), la elaboración de estrategias viables (lucha política) y el desa-
rrollo de una cultura alternativa (batalla cultural). Hoy en día las
debilidades de la izquierda radical son evidentes en todos estos
terrenos. Nos parece obvio, sin embargo, que las prioridades debe-
rían colocarse en el desarrollo de la primera y la tercera de nuestras
dimensiones. Sólo a partir de una cierta influencia de masas en el
terreno reivindicativo y de la consolidación de una fuerte cultura de

29
CONTRA-TIEMPOS

oposición, podrá el socialismo pensar seriamente en pasar a la lucha


estratégica. Pero entre tanto, no se puede dejar de pensar en las
estrategias disponibles, por más débiles que sean nuestras fuerzas
para llevarlas a cabo.

...

La explotación y la desigualdad siguen tan vigentes en nuestros días


como en el pasado. El antagonismo trabajo/capital no ha desapare-
cido, ni mucho menos. Todo lo más, han mutado algunas de sus
formas. Pero en las últimas décadas se han tornado acuciantes otros
antagonismos. Y uno de ellos es especialmente explosivo: el antago-
nismo capital/naturaleza.
¿Qué hay en juego aquí? Hay quienes creen que se juega nada
menos que la supervivencia de nuestra especie. ¿Exagerados? Pue-
de ser. Pero no deberíamos olvidar que son innumerables las espe-
cies que alguna vez poblaron nuestro planeta para extinguirse lue-
go. Entre ellas los formidables dinosaurios. ¿Estamos seguros que
no nos aguarda ese destino? Otros investigadores e investigadoras
piensan que quizás no esté en riesgo la continuidad de nuestra
especie, pero sí nuestra actual forma de vida: si no cambiamos a
tiempo, nuestra civilización podría sufrir una catástrofe de enorme
magnitud, repitiendo a escala gigantesca una experiencia semejan-
te a la de muchas otras sociedades que vieron colapsar sus sistemas
socio-económicos en medio de dramáticos descensos demográficos,
cruentos enfrentamientos y crisis mayúsculas. Están también, claro,
los entusiastas de las soluciones tecnológicas: no importa qué tan
graves sean los problemas, la ciencia y la tecnología siempre halla-
rán una solución.

Si la primera perspectiva suena exageradamente alarmista, la


última es ingenuamente optimista: aunque parece hablar en nombre
de la ciencia, tiene de la misma una concepción mágico-religiosa: “la
ciencia proveerá”. Pero la ciencia es justamente lo contrario, y los
científicos son los primeros en dudar de su capacidad para hallar, o
hallar a tiempo, soluciones a problemas tan graves. Nos queda,

30
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

pues, la segunda alternativa, que se basa en una concepción menos


alarmista que la primera y más responsable que la tercera. No hay
duda de que la crítica ecológica es en nuestro tiempo una de las más
fuertes requisitorias que se puede hacer al régimen del capital. El
principio de honestidad, sin embargo, obliga a plantear que no se
puede dar ingenuamente por descontado que un régimen colectivis-
ta haría mejor las cosas; y el principio de realidad nos hace decir
que, a diferencia de otros movimientos sociales (el movimiento obre-
ro, el feminismo, el indigenismo), el movimiento ecologista carece de
un sujeto social obvio capaz de sostener la lucha a gran escala y con
prolongada continuidad en el tiempo.

En las últimas décadas se constata un sensible crecimiento, cuantita-


tivo y cualitativo, de las distintas vertientes feministas, de las organi-
zaciones de disidentes a la heteronormatividad (Movimiento LGTTB)
y de un variopinto y nutrido mundo de organizaciones y demandas
de los pueblos originarios. Desde finales de los años setentas todos
estos movimientos realizaron sensibles progresos. Aumentaron de
forma notoria su capacidad de movilización y su visibilidad pública;
conquistaron reformas legales significativas, introdujeron modifica-
ciones lingüísticas y culturales, etc. Ningún movimiento socialista re-
volucionario podría hoy (ni mucho menos debería) prescindir de ro-
bustos apoyos feministas, ecologistas e indianistas. Todo proyecto
viable de trascender al capitalismo tiene que aunar en un plano de
igualdad y respeto mutuo todas estas demandas y a todos estos
movimientos. Pero señalar esto no es lo mismo que decir o sugerir
que la igualdad étnico/racial o la igualdad de género sólo puedan
lograrse en el socialismo. Plantear las cosas en estos términos es
empírica y lógicamente incorrecto. Empíricamente porque los consi-
derables avances feministas e indianistas de los últimos años se
dieron no sólo enteramente dentro de los marcos del capitalismo,
sino en medio de un retroceso generalizado del movimiento obrero y
del socialismo como fuerza política (por incómoda que resulte, no es
posible soslayar esta paradoja). Lógicamente porque si la igualdad

31
CONTRA-TIEMPOS

de clase es una demanda absurda (el concepto de clase entraña


desigualdad), no sucede lo mismo con la igualdad de género o
étnica: las diferencias entre géneros y etnias no tienen por qué
implicar desigualdad, entendida como asimetría de poder, prestigio
o riqueza. Cabría dudar, ciertamente, de la capacidad real y efectiva
del capitalismo para alcanzar una plena igualdad en estos terrenos,
aunque quizás hoy no resulte tan convincente como hace treinta
años el dictum andersoniano respecto a que romper las estructuras
del patriarcado “requeriría una carga igualitaria de esperanzas y
energías psíquicas colectivas mucho mayor de la que sería necesaria
para abolir la diferencia entre clases”, y que si esa carga estallara
alguna vez dentro del capitalismo, “sería inconcebible que pudiera
dejar en pie las estructuras de la desigualdad de clases”. 11
En cualquier caso, todo intento serio de trascender al capitalis-
mo debería combinar demandas socialistas, ecologistas, indianistas,
feministas, etc. Y sería tan erróneo presuponer afinidades fáciles
como dictaminar su incompatibilidad. Hasta ahora estas distintas ver-
tientes han tenido encuentros y desencuentros, alianzas y rupturas.
Y a decir verdad, lo que tenemos por delante es el desafío de la
acción común respetuosa de las especificidades y diferencias.

Cualquier intento de reflexión y acción política revolucionaria estará


irremediablemente incompleto si excluye las condiciones culturales.
La cultura es, después de todo, el suelo sobre el que surgen o no
surgen determinadas opciones políticas. Las características y la fer-
tilidad de este lecho condicionan decisivamente el espectro de lo
políticamente posible. La crítica cultural, en todas sus dimensiones
(literatura, cine, lenguaje, prácticas sociales, opciones de vida, etc.)
no podrá estar ausente en nuestras páginas. Pero no es suficiente
con constatar la necesidad de la crítica cultural. Es preciso señalar y
combatir un fenómeno que no podemos más que deplorar: la esci-

11
Anderson, Perry, Tras las huellas del materialismo histórico , Siglo XXI, México,
1988 (1983), p. 112.

32
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

sión entre militantes políticos y activistas culturales, por un lado, y


entre intelectuales y trabajadores, por el otro. Es ciertamente lamen-
table que los militantes políticos sean por lo general consumidores
de piezas clásicas pero ya mucho más conservadoras que
innovadoras en el campo de la literatura o de las artes; en tanto que
los grandes innovadores estéticos de nuestro tiempo no suelen ir
mucho más allá de lo políticamente correcto. Hay aquí un enorme
terreno de mutuos aprendizajes que merece ser transitado.
Si se asume que el posmodernismo es la lógica cultural del capi-
talismo tardío (y nos parece que hay que asumirlo), la conclusión
que se desprende es que no hay manera de no ser posmodernos en
alguna medida: para que esto fuera posible deberíamos estar fuera
del sistema, y no lo estamos. Por consiguiente, las denuncias de los
supuestos males del posmodernismo (fragmentación, incertidumbre,
relativismo) son por sí solas vacías. Pero estar dentro no nos exime
de la necesidad de resistir. La orientación que proponemos es estar
dentro y contra del posmodernismo, entendiendo que hay allí un
campo de batalla... y que no todas las ideas y las sensibilidades
posmodernas son por igual de repudiables; como no todas las ideas
y sensibilidades modernistas eran encomiables. El entusiasmo a-
crítico por todo lo (supuestamente) posmoderno debería ser tan
repudiado como el rechazo conservador e igualmente a-crítico ante
cualquier manifestación posmodernista.

En el campo intelectual la situación del marxismo como archipiélago


teórico (más bien cabría hablar de los marxismos) y, más amplia y
genéricamente, del socialismo como horizonte ideológico es menos
grave que en el terreno político. La izquierda intelectual no está
paralizada ni mucho menos, y numerosos teóricos o académicos de
izquierdas se cuentan entre los más influyentes y respetados a nivel
mundial: Hobsbawm, Anderson, Jameson, Wallerstein, Eagleton,
Negri, etc. (No podemos abundar, pero es imposible ignorar el claro
sesgo étnico, geográfico y de género de su procedencia). Sin em-

33
CONTRA-TIEMPOS

bargo resultaría erróneo dar por descontada la continuidad tempo-


ral. Todos estos autores iniciaron su carrera y su formación en los
años sesenta, en un contexto mundial radicalmente diferente; y ya
en los setenta formaban parte de las primeras filas intelectuales. 12 Si
las nóveles generaciones serán (seremos) capaces de alcanzar ni-
veles semejantes de originalidad teórica, potencia intelectual e in-
fluencia social es algo que está aún por verse. Hay ejemplos que
permiten alentar alguna esperanza. Pero, de momento, la
intelectualidad de izquierdas está claramente hegemonizada por
pensadores y pensadoras que se hallan más cerca del final que del
comienzo de su carrera.
La migración de los intelectuales de izquierda hacia las institu-
ciones de educación superior es un hecho palpable de nuestra
cotidianeidad. No parece que sea una tendencia reversible. Pero
juzgamos equivocado ignorar el asunto o tener sobre él una mirada
complaciente. Tenía toda la razón Perry Anderson cuando escribía
que la academización,

resultado no sólo de los cambios en la estructura


profesional, sino también del vaciado de las organi-
zaciones políticas, de la idiotización de las casas edi-
toriales, y de la atrofia de las contraculturas, difícil-
mente podrá invertir su curso en los próximos tiem-
pos. No es preciso decir que ello ha generado taras
específicas. Recientemente Edward Said ha llamado
nuestra atención sin rodeos sobre las peores de és-
tas: niveles de escritura que hubieran dejado sin ha-
bla a Marx o a Morris. Pero la academización ha
causado estragos también en otros aspectos: apara-
tos inútiles, más por hacer méritos que por motivos
intelectuales, referencias circulares a las autorida-

12
Wallerstein y Anderson, por ejemplo, publicaron en 1974 las que muy posible-
mente sigan siendo sus obras fundamentales (El moderno sistema mundial , en
un caso, y Transiciones de la antigüedad al feudalismo y El Estado absolutista , en
el otro).

34
DILEMAS Y DESAFÍOS DEL SOCIALISMO

des en la materia, obsequiosas citas de los propios


trabajos, etc. 13
Si no en todos lados, al menos en Latinoamérica los movimientos
estudiantiles son una realidad pujante y generalmente orientada
hacia la izquierda. Su aporte a la supervivencia de los idearios revo-
lucionarios y al desarrollo de contraculturas de oposición difícilmente
podría ser exagerada. Pero, también aquí, una mirada ferviente-
mente entusiasta resultaría errónea. La presencia del fenómeno
que en México llaman jocosamente “servicio revolucionario obligato-
rio” -la entusiasta militancia estudiantil como preludio a una cómoda
carrera de clase media muy alejada de las movilizaciones de masas-
no puede ser obliterada. Con todo, no hay duda de que entre los
estudiantes florecen algunos de los más interesantes impulsos radi-
cales.

...

Desde hace al menos una década América Latina presenta un pano-


rama menos sombrío que el resto del mundo. De todas las regiones
del planeta, la nuestra es políticamente la más promisoria. Pero no
habría que exagerar o llamarse a engaño. Ni la Venezuela de
Chávez, ni la Bolivia de Evo Morales, ni el Ecuador de Correa han
roto con el capitalismo o se encaminan inequívocamente hacia una
ruptura con él. Mucho menos el Brasil de Lula Da Silva o la Argentina
de Cristina Fernández. La constatación de esta realidad, empero, no
debería impedir el seguir con simpatía e interés los procesos de
movilización popular y transformaciones socio-políticas en curso, so-
bre todo, en los dos primeros casos. Indudablemente, hay mucho
que aprender de ellos. Cualquier actitud sectaria o pedante estaría
fuera de lugar. Sin embargo, aquí cabría seguir la recomendación
que Perry Anderson formulara para la renovada New Left Review:
La actitud general debería consistir en un realismo
intransigente. Intransigente en dos sentidos: negán-

13
Anderson, Perry, “Renovaciones”, New Left Review, Edición en castellano, nº 2,
2000, p. 19.

35
CONTRA -TIEMPOS

dose a toda componenda con el sistema imperante y


rechazando toda piedad y eufemismo que puedan
infravalorar su poder. De ello no se desprende nin-
gún tipo de maximalismo estéril. La revista debería
expresar siempre su solidaridad con los esfuerzos
en favor de una vida mejor, por más modesta que
sea su envergadura, pero puede apoyar todo tipo de
movimiento local o de reforma limitada, sin pretender
además que alteran la naturaleza del sistema. 14
En el año 2000 Alex Callinicos escribía: “toda alternativa al capi-
talismo en su forma actual debería, en la medida de lo posible, satis-
facer, como mínimo, los requisitos de justicia, eficiencia, democracia
y sustentabilidad”. 15 Concordamos plenamente. Las páginas de
Contra-Tiempos aspiran a ser un espacio de discusión de los de-
safíos inmediatos, los problemas no resueltos, las estrategias posi-
bles y las posibilidades futuras de un anticapitalismo apasionada-
mente militante, innovador en lo estético, socialmente responsable e
intelectualmente riguroso. ¿Estaremos a la altura de estos desafíos?
Ya lo veremos. De momento: ¡manos a la obra!

14
Anderson, Perry, “Renovaciones”, pág. 12.
15
Callinicos, Alex, Un manifiesto anti-capitalista , Letras de Crítica, Madrid, 2003.

36
CRISIS
SOBRE CRISIS

ALDO CASAS

El mercado mundial constituye a la vez


que el supuesto, el soporte del conjunto.
Las crisis representan entonces el síntoma
general de la superación de [ese] supuesto
y el impulso a la asunción de una nueva
forma histórica.

Carlos Marx, Elementos fundamentales para


la crítica de la economía política (borrador)
1857-1858.

INTRODUCCIÓN
La crisis iniciada en los años 2007-2008 ha merecido incontable
cantidad de artículos periodísticos y académicos. Inicialmente predo-
minaron los vaticinios más o menos tranquilizadores, e incluso cuan-
do su gravedad impuso como punto de comparación la crisis de 1929
y la Gran Depresión, el mainstream del pensamiento económico, las
instituciones internacionales y los gobiernos limitaron la discusión a
disputas menores en torno a la dudosa efectividad de los “parches”
con que la enfrentan Washington, la Unión Europea, el G8 o el

37
CONTRA-TIEMPOS

G20… Recientemente se hicieron oír opiniones mas pesimistas,


como la del economista jefe del Fondo Monetario Internacional Olivier
Blanchard diciendo (en septiembre de 2012) que “la economía mun-
dial necesitará por lo menos diez años para salir de la crisis financie-
ra que comenzó en 2008” y que el enfriamiento durable de las
economías de los Estados Unidos, Japón, China y la Unión Europea
hacía descartar cualquier esperanza en una recuperación general a
corto plazo. 1 En cualquier caso, más allá del optimismo o pesimismo,
lo que brilla por su ausencia es la reflexión sobre las contradicciones
y antagonismos del capitalismo capaces de provocar (¡una vez más!)
semejante catástrofe.
Estamos ante una ceguera ideológica y de clase que ya había
sido advertida y denunciada por Karl Marx en estos términos:

En las crisis del mercado mundial estallan las contra-


dicciones y los antagonismos de la producción bur-
guesa. Y en vez de indagar en qué consisten los
elementos contradictorios, que se abren paso violen-
tamente en la catástrofe, los apologistas se confor-
man con negar la catástrofe misma y, a despecho de
su periodicidad fiel a una ley, se obstinan en soste-
ner que si la producción se atuviese a las reglas de
sus manuales, jamás existirían crisis. […] La fraseo-
logía apologética con que se pretende descartar las
crisis tiene importancia en el sentido de que prueba
siempre, en realidad, lo contrario de lo que se propo-
ne demostrar. Para descartar las crisis, afirman la
existencia de una unidad allí donde en realidad hay
antagonismo y contradicción. Esto es importante en
cuanto que puede afirmarse que con ello prueban,
quienes tales dicen, que no existirían las crisis si no
existiesen, en realidad, las contradicciones que ellos
pretenden escamotear. […] El empeño por escamo-

1
www.que.es/ultimas-noticias/internacionales/201210031112-blanchard-dice-
crisis-durara-decada-reut.html

38
CRISIS SOBRE CRISIS

tear las contradicciones es, al mismo tiempo, el reco-


nocimiento de estas contradicciones efectivas, aun-
que los buenos deseos de algunos se empeñen en
negarlas. 2
Muchos años pasaron, pero la ceguera persiste: aún hoy los econo-
mistas del establishment y la academia se ocupan mal y poco del
tema de la crisis. Interpelados por la reina Isabel II cuando ésta
estalló, los académicos de la London School of Economics se toma-
ron varios meses para explicar que no habían previsto la crisis por-
que habían perdido de vista “los riesgos sistémicos” y se habían
extraviado “en una política de denegación”. 3
Para abordar la inevitable tendencia a la crisis del capital, sigue
siendo insustituible el sólido fundamento legado por Marx. En este
artículo trataremos de aprehender los rasgos distintivos de esta “cri-
sis general” en relación a las crisis mas o menos “clásicas” (y la
evolución de las mismas a lo largo del tiempo). Considero que esta-
mos inmersos en una crisis sistémica (como lo fuera la de 1929/
1933), que asimismo debe ser inscripta en el marco epocal de crisis
estructural del capital. Lo que conducirá a la reflexión crítica más allá
de lo que suelen atender tanto los economistas ortodoxos como la
mayoría de los considerados “heterodoxos”), abordando otras cri-
sis u otras dimensiones de la crisis, muy especialmente la crisis am-
biental o ecológica y la crisis civilizatoria.

Urge sacudir la pereza intelectual de quienes (incluso en la iz-


quierda) se conforman con repetir que, como siempre, el capitalismo
saldrá también de esta crisis. Es más importante oponer al sentido
común (“siempre que llovió, paró”) las evidencias de que el capitalis-
mo y su crisis amenazan, con creciente velocidad, la supervivencia
misma de la humanidad. El desafío histórico con que nos enfrenta-

2
Max, Karl, Historia crítica de la teoría de la plusvalía , Ed. Brumario, Buenos Aires,
1974, T. 2, pp. 31 y 44.
3
Harvey, David, El enigma del capital y las crisis del capitalismo, Akal, Madrid, 2012,
p. 6.

39
CONTRA-TIEMPOS

mos es tratar de poner fin al capitalismo antes de que el capitalismo


o alguna forma de barbarie tecno-fascista terminen con nosotros.

La comprensión de la crisis debe contribuir también a la reflexión


sobre las nuevas condiciones y desafíos estratégicos que enfrenta
el viejo y largo combate por la emancipación social, lo que impone
repensar las condiciones y tareas de la transición a una sociedad sin
clases. Tanto más si pretendemos hacerlo desde un punto de vista
situado: luchando por la revolución y el socialismo en y desde Nues-
tra América.

CRISIS DE AYER Y DE HOY

Producción capitalista y crisis según Marx


Parto del legado marxiano. No se trata de encontrar la respuesta a
nuestros dilemas en Marx, sino de intentar descifrar la realidad con
Marx, porque sus trabajos siguen siendo el mejor estímulo para in-
dagar mas allá de las apariencias y la confusa superficie de las
cosas, buscando en el corazón del sistema las razones de la sinra-
zón, la lógica de lo ilógico.
Ya en el Manifiesta Comunista se llamaba la atención sobre “las
crisis comerciales, que, en su periódica recurrencia, ponen en cues-
tión de manera cada vez más amenazante la existencia de la entera
sociedad burguesa” con algo jamás antes visto: “la epidemia de la
sobreproducción”. También se formulaba una genérica pero pene-
trante advertencia:

¿De qué manera supera la burguesía las crisis? Por


un lado, a través de la forzada aniquilación de una
masa de fuerzas productivas; por otro lado, a través
de la conquista de nuevos mercados y la explotación
mas intensiva de los viejos. ¿De qué manera, pues?
Preparando crisis cada vez más multilaterales y po-

40
CRISIS SOBRE CRISIS

derosas, y reduciendo los medios para prevenir las


crisis.4
Después, como es sabido, gran parte de la vida de Marx fue
dedicada al exhaustivo seguimiento fáctico de las crisis (en artículos
para el New York Tribune y una copiosa correspondencia) y la inves-
tigación y elucidación de las mismas, con el afán de contribuir a que
la clase trabajadora llegase a estar en condiciones de intervenir y
dar una salida revolucionaria a tales catástrofes. Lo testimonian El
capital y la montaña de borradores dedicados a esa inmensa obra
inconclusa (los Grundrisse, pero también los manuscritos de 1863,
sólo parcialmente recopilados y difundidos por Karl Kautsky en la
Teoría de la plusvalía). Daniel Bensaïd ha dicho que en El Capital se
presentan tres determinaciones de la crisis. Siendo ésta una socie-
dad productora de mercancías la primera de ellas es la separación
entre las esferas de la producción y de la distribución de las mismas.
La segunda determinación es la diferencia entre el ritmo de rotación
del capital fijo y el del capital circulante, y la tercera determinación es
la derivada de la «ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia».
Establecidas tales determinaciones con el formidable bagaje analíti-
co del que dan testimonio infinidad de páginas, escritas y rescritas
incansablemente, la conclusión de Marx se presenta en unos párra-
fos sorprendentemente lacónicos:

Tres hechos fundamentales de la producción capita-


lista:
1) Concentración de los medios de producción en
pocas manos, con lo que dejan de aparecer como
propiedad de los productores directos y se convier-
ten, por el contrario, en potencias sociales de la pro-
ducción. Aunque, por el momento, como propiedad
privada de los capitalistas. (…)
2) Organización del trabajo mismo como trabajo so-
cial: por medio de la cooperación, la división del tra-
4
Marx, K. y Engels, F., El manifiesto comunista (trad. de M. Vedda), Herramienta
ed., Buenos Aires, 2008, pp. 32-33.

41
CONTRA-TIEMPOS

bajo y la combinación de este con las ciencias natu-


rales.
Tanto en uno como en otro aspecto, el régimen de
producción capitalista suprime la propiedad privada y
el trabajo privado, aunque bajo formas antagónicas.
3) Implantación del mercado mundial.
La inmensa capacidad productiva, con relación a la
población que se desarrolla dentro del régimen capi-
talista de producción, y aunque no en la mima pro-
porción, el aumento de los valores-capitales (no solo
el de su sustrato material), se halla en contradicción
con la base cada vez mas reducida, en proporción a
la creciente riqueza, para la que esta inmensa capa-
cidad productiva trabaja, y con el régimen de valori-
zación de este capital cada vez mayor. De aquí las
crisis. 5
¿De aquí las crisis? La aparente simpleza de esa constatación,
apunta Bensaïd, disimula una tremenda complejidad:

En realidad, tras la apariencia económica de la ley de


“la baja tendencial” se manifiesta el conjunto de las
barreras sociales con los que choca la acumulación
del capital. Esta extraña ley, cuyas “contradicciones
internas” Marx expone en el siguiente capítulo, ha
alimentado muchas controversias. De hecho, parece
no poder imponerse más que a través de sus propias
negaciones: el aumento de la tasa de explotación; el
saqueo imperialista; la aceleración de la rotación del
capital; la intervención del Estado. […] No es esta
una ley mecánica o física, sino una “ley social” (si es
que el término ley es el adecuado). Su aplicación
depende de múltiples variables, de luchas sociales
de resultado incierto, de relaciones fuerzas sociales

5
El Capital, Vol. I, FCE, México, 1973, pp. 262-3.

42
CRISIS SOBRE CRISIS

y políticas inestables. […] Estas respuestas del ca-


pital a la erosión tendencial de la tasa de ganancia
son los resortes ocultos de lo que el sentido común
llama la mundialización o globalización. Las crisis no
constituyen pues límites absolutos a la producción y
al consumo de riquezas sociales, sino contradiccio-
nes relativas a un modo de producción específico,
“ correspondiente una cierta época de desarrollo
restringido de las condiciones materiales de produc-
ción”. No se produce un exceso de bienes de consu-
mo relación a la necesidad de la población ni un ex-
ceso de medios de producción a relación a la pobla-
ción en condiciones de trabajar, “ sino que se produ-
cen periódicamente demasiadas riquezas bajo for-
mas capitalistas contradictorias”. 6
Tras lo cual siente la necesidad de precisar:

Marx no habla jamás de una “crisis final”. Demuestra


solamente cómo “la producción capitalista tiende sin
cesar a superar sus barreras inmanentes”. Contra-
riamente a lo que pudieron pretender, en los años
1930, Evgeny Varga y los teóricos del hundimiento
final del capitalismo (Zusammenbruchtheorie) en el
seno de la Tercera Internacional, sus crisis son inevi-
tables, pero no insalvables. La cuestión es saber a
que precio y a costa de quien pueden ser resueltas. 7

NO TODAS LAS CRISIS SON IGUALES…


Las crisis son “inevitables, pero no insalvables”, es verdad. Verdad
es, también, que el carácter repetitivo de las crisis no las hace monó-
tonamente iguales a si mismas, ni en su envergadura, ni en relación
6
“Marx y las crisis”, en Marx, Karl, Las crisis del capitalismo , Ed. Sequitur, Madrid,
2009, s/n.
7
Ídem.

43
CONTRA-TIEMPOS

a su mecánica, desenlace y consecuencias. Esto viene a cuento,


porque algunos reducen la crisis actual a un desvarío financiero que
podría resolverse con la voluntad política de volver a los viejos bue-
nos tiempos de la posguerra y el Welfar State8. No lo creo. Pienso
que estamos ante una genuina crisis sistémica (que autores como
Gérard Duménil y Dominique Lévy prefieren denominar “crisis es-
tructural”, 9 con un sentido distinto al propuesto por István
Mészáros). Son crisis sistémicas las que han dado lugar a cambios
significativos en el ordenamiento social del capitalismo. La que se
produjo a fines del siglo XIX derivó en el pasaje del capitalismo com-
petitivo al monopolista; la que se iniciara en el 29 desembocó luego
de la Segunda Guerra en el mundo de Yalta y Poznan, la ONU, el
Welfare State y las políticas “keynesianas”. Es imposible por ahora
anticipar el desenlace de la crisis de 2008, pero teniendo en cuenta
que surge después del pleno desarrollo del mercado mundial, la
internacionalización de la producción y las finanzas (globalización) y
la decadencia de la hegemonía norteamericana, es de suponer que
sus consecuencias serán también significativas. 10 El renombrado in-
vestigador “spinozista” Fréderic Lordon, desde Francia, lo dijo con
todas las letras: “Asistimos al derrumbamiento de un mundo que se
convertirá en escombros”, explicando luego:
… están a punto de desencadenarse fuerzas enor-
mes. Si como se podía presentir desde 2010 cuando
se lanzaron los planes de austeridad coordinados, el
fracaso macroeconómico anunciado conduce a una

8
Dice Juan Torres López, por ejemplo: “La actual crisis no es la crisis, como
generalmente nos referimos a la crisis. En realidad es una crisis más, de otras
muchas… El hecho de que desde los años setenta hasta aquí haya habido
alrededor de 130 crisis, perturbaciones graves o situaciones de stress financiero
refleja que esta en la que estamos forma parte de una etapa en la que la
inestabilidad financiera es casi un estado habitual.” (“Causas estructurales y
respuestas alternativas a la crisis”, Rebelión 18/1/13).
9
Gérard Duménil y Dominique Lévy, “A crise do neoliberalismo na historia do
capitalismo. 2008-211 os dois primeiros atos”, 2011, EconomiX, PSE: Paris.
http://www.jourdan.ens.fr/levy/
10
Ver también Emildson Costa, “A terceira onda da crise: O capitalismo no olho du
furacao”, 31/7/12 www.resistir.info

44
CRISIS SOBRE CRISIS

oleada de bancarrotas soberanas, el hundimiento


bancario que seguirá inmediatamente (o que prece-
derá, por un efecto de anticipación de los inversores)
será, al contrario del de 2008, irrecuperable, en
cualquier caso para los Estados, que financieramente
ya están rendidos; solo quedará la alternativa de una
emisión monetaria masiva o el estallido de la
Eurozona si el Banco Central Europeo (y Alemania)
rechazan la primera solución. 11
Es tiempo entonces de contrarrestar cierto “marxismo conserva-
dor” que caricaturizó la teoría marxiana de la crisis marxiana pre-
sentándola como una eterna repetición de crisis cíclicas de las que
siempre se podría salir aumentando la explotación. Creo como Jorge
Beinstein que

la historia no se repite, ninguna crisis cíclica mundial


se parece otra y todas ellas para ser realmente en-
tendidas deben ser incluidas en el recorrido temporal
del capitalismo, en su gran y único súper ciclo, es lo
que nos permite por ejemplo distinguir a las crisis
cíclicas de crecimiento juveniles del siglo XIX de las
crisis seniles de finales del siglo XX y del siglo XXI. 12
En fin, más allá de opiniones y pronósticos, un indicador objetivo
de la realidad y virulencia de la crisis lo constituye la situación de los
trabajadores. Según el informe Tendencias Mundiales del Empleo de
la Organización Mundial del Trabajo, durante el 2012 y como resulta-
do de la crisis económica mundial, sobre todo en los países desarro-
llados, el número de personas desempleadas aumentó en más de
cuatro millones. Los mas afectados fueron los jóvenes (el 13% de los
menores de 24 años que buscan trabajo están desempleados). En
total, el desempleo mundial se elevó a los 197 millones de personas,
equivalente al 6% de la fuerza laboral total. 13
11
Revue des Livres, n° 3, (enero-febrero 2012), www.revuedeslivres.fr
12
“Autodestrucción sistémica global, insurgencias y utopías”, Rebelión, 25 octubre
2012.
13
BBC.Mundo, 21/1/2013.

45
CONTRA-TIEMPOS

LA CRISIS ACTUAL Y SU REPTANTE DESPLIEGUE


François Chesnais ha dado cuenta, con agudeza, tanto de las co-
rrientes de fondo como de las “novedades” e incógnitas del tsunami
que sacude al capitalismo global:
Más allá de los rasgos específicos de cada gran cri-
sis, la razón primera de todas ellas es la sobreacu-
mulación de capital. La insaciable sed de plusvalía
del capital y el hecho que el capital “ se paraliza, no
donde lo exige la satisfacción de las necesidades,
sino allí donde lo impone la producción y realización
de la ganancia”(Marx) explican que las crisis siem-
pre sean crisis de sobreacumulación de medios de
producción, cuyo corolario es la sobreproducción de
mercancías. Esta sobreacumulación y sobreproduc-
ción son “relativas”, su punto de referencia es la
tasa mínima de ganancia con la cual los capitalistas
continúan invirtiendo y produciendo. La amplitud de
la sobreacumulación hoy se debe a que las condicio-
nes específicas que condujeron a la crisis y su dura-
ción ocultaron durante mucho tiempo el subyacente
movimiento de caída de la ganancia. 14
Una y otra vez, el estudioso de la financiariación del capital
insiste en el marco y carácter general de la crisis:

El campo de la crisis es el del “ sistema de cambio


internacional desarrollado” del que ya hablaba Marx
en sus tempranos escritos económicos. Hoy, tras la
integración de China y la plena incorporación de la
India en la economía capitalista mundial, la densidad
de las relaciones de interconexión y la velocidad de
interacciones en el mercado mundial alcanzan un ni-
vel jamás visto anteriormente. Éste es el marco en el

14
“La lucha de clases en Europa y las raíces de la crisis económica mundial”,
Herramienta, nº 49, marzo 2012, p. 17.

46
CRISIS SOBRE CRISIS

que deben ser abordadas las cuestiones esenciales:


la sobreacumulación y superproducción, los
superpoderes de las instituciones financieras y la
competencia inter capitalista. 15

UNA LARGA PREPARACIÓN


Está muy extendida la idea de que “crecimiento” y “crisis” son in-
compatibles. Por eso, pasada la “crisis del petróleo” de 1975, se
creyó que los índices de crecimiento económico registrados en la
economía mundial, aunque débiles, expresaban la bonanza del sis-
tema y la efectividad de las políticas neoliberales. Pero desde una
perspectiva marxista esos mismos indicadores adquieren un signifi-
cado diferente:
La magnitud y los rasgos específicos de las grandes
crisis son la resultante de los medios que el capital y
sus gobiernos utilizaron en el período precedente en
el intento de “ superar sus límites inmanentes”, hasta
ver “ que vuelven a levantarse estos mismos límites
todavía con mayor fuerza” (Marx). Las crisis estallan
en el momento en que el capital queda nuevamente
atrapado por sus contradicciones, enfrentado a las
barreras que él mismo se crea. Mientras más impor-
tantes hayan sido los medios utilizados para superar
sus límites y más prolongado haya sido el tiempo en
que esos medios de superación lograron su objetivo,
y más pudieron diferir su revelación, más importante
será la crisis y más difícil la búsqueda de nuevos me-
dio para “superar estos límites inmanentes”. 16
Chesnais destaca que “la actual crisis se produce después de la
fase de acumulación ininterrumpida más larga de toda la historia del
capitalismo”, para acotar de inmediato que lo prolongado del ciclo
15
Ídem, p. 8.
16
Ibíd, p. 12.

47
CONTRA-TIEMPOS

no significa que el funcionamiento del sistema no registrase cambios


durante esos cincuenta y tantos años. Por el contrario, con la rece-
sión de 1973-1975:

… terminó el período llamado “los 30 gloriosos” cuyo


fundamento fue […] la inmensa destrucción de ca-
pital productivo y de medios de transporte y comuni-
cación provocados por el efecto recesivo de la crisis
de los años 1930 y la Segunda Guerra Mundial. El
capital se encontró nuevamente confrontado con su
contradicciones internas, bajo la forma de lo que al-
gunos han llamado “crisis estructural del capitalis-
mo”.17
Ya me referiré a la “crisis estructural del capitalismo”. Por ahora,
quiero destacar que las décadas del triunfalismo neoliberal son
dialécticamente interpretadas como fase en la cual los intentos por
disimular y postergar las expresiones de la crisis fueron generando
las condiciones para que su estallido asumiera una magnitud inusita-
da y casi inmanejable. Estos intentos pueden resumirse en tres gran-
des orientaciones que se dieron en gran medida superpuestas: a)
“la adopción, a partir de 1978, de políticas neoconservadores de
liberalización y de desreglamentación con que se tejió la
mundialización (…) se trató de una respuesta ante todo política”; b)
“un régimen de crecimiento en el cual el sostén central de la acumu-
lación pasó a ser el endeudamiento privado y, en menor medida, el
endeudamiento público”; c) “la incorporación, por etapas, de China
en los mecanismos de las el mundial, coronada con su ingreso en la
Organización Mundial del Comercio”. 18

Sin final a la vista


Como ya se dijo, la sobreacumulación es el primer y fundamental
sustrato de la crisis. Transcurridos cinco años, la sobreacumulación
a nivel mundial se mantiene prácticamente intacta. En algunos secto-
17
Ídem, p. 16
18
Ídem, p. 16.
48
CRISIS SOBRE CRISIS

res de Europa y los Estados Unidos hubo alguna destrucción de


capacidades de producción, pero dicho “saneamiento” es insignifi-
cante en relación a la demencial expansión del sector de bienes de
inversión y el incremento de la superproducción en China. Una se-
gunda constatación es que se mantiene el peso aplastante del capi-
tal ficticio y el desmesurado poder de las finanzas, con muy fuertes
respaldos político-institucionales y basados asimismo en un grado
inédito de mundialización financiera. Bancos e inversores financie-
ros imponen políticas e incluso gobiernos para defender los intere-
ses económicos y políticos de los acreedores, a despecho de los
sufrimientos sociales provocados. El monto y las condiciones de acu-
mulación de activos ficticios siguen planteando la amenaza de otra
nueva y grave crisis financiera. El tercer gran rasgo de la crisis en
curso es la extrema debilidad de los instrumentos de política econó-
mica “anticíclica” como resultado de la desreglamentación neoliberal
y la rivalidad entre los grandes protagonistas de la economía capita-
lista mundial, que se intensificó en la misma medida que la potencia
estadounidense fue perdiendo parte de los medios que afirmaban
su hegemonía.
En Europa, que se mantiene en el centro del huracán, el desplie-
gue de la crisis se manifiesta en la recesión y la posibilidad de nue-
vas crisis bancarias, al tiempo que se impone una mayor explotación
del trabajo y se acelera la absorción estatal de las pérdidas del gran
capital: crece la desocupación, se reduce la ayuda social, se
incrementan el endeudamiento público y las políticas de saqueo, y se
sigue extendiendo la pobreza -en Grecia alcanza el 27,7%, en Es-
paña el 25,5%, en Portugal el 25,3% y en Italia el 24,5% ( Eurostat,
2012). Los subsidios y salvataje de bancos y grupos financieros
inflaron la deuda pública, sin que se recuperase la economía y cuan-
do pretenden contener el endeudamiento cortando gastos estatales
(en salud, educación, etc.) y disminuyen salarios para incrementar
las ganancias empresarias, empujan hacia la recesión, deterioran
los ingresos impositivos y eternizan el peso de las deudas. Frente al
desastre impulsado por las mafias financieras se alza un coro más o
menos desafinado de neoliberales moderados, semi keynesianos,

49
CONTRA-TIEMPOS

regulacionistas y otros que exigen menos ajustes y más inversión y


consumo. O sea, alentar el endeudamiento público y privado espe-
rando la recuperación del supuesto circulo virtuoso del crecimiento
(y del endeudamiento) encargado de pagar las deudas y restable-
cer la prosperidad... El diagnóstico y el remedio son inconsistentes,
porque las causas de la crisis no están en el neoliberalismo y la
especulación, sino que, inversamente, la crisis es la causa del
neoliberalismo y de la especulación. Esto es así porque el fondo del
problema es que terminados “los Treinta Gloriosos” el capital
sobreacumulado no podía valorizarse al nivel deseado a través de la
producción. La respuesta fue la política neoliberal de financiariza-
ción y de desregulación, generando nuevas contradicciones, que
fueron por un tiempo disimuladas con el crédito al consumo hasta
que en el 2008 explotó con las sub-prime. La caída del incremento
de la productividad imposibilita una vuelta al keynesianismo. 19

China, Brasil, Argentina: de la crisis no se salva


nadie
¿Acaso la salida de la crisis podría ser asegurada por China? Mucho
se ha dicho (y exagerado) sobre esto. Lo cierto es que el notable
crecimiento de la “República Popular”, aun durante este lustro ne-
gro, aportó grandes beneficios a la Tríada (EE.UU., U.E., Japón) y
que, indudablemente, China se constituyó en el principal factor de
relativa contención de la catástrofe detonada en el 2007.
Sin embargo, el aparente “desacople” de China se logró a costa
de un desmesurado incremento de la inversión fija (hasta represen-
tar el 46% del PBI) para compensar la caída en las exportaciones y
en el consumo, multiplicando así la inmensa sobrecapacidad y los
préstamos impagos señalada por economistas como Roubini. Existe
una tremenda “burbuja inmobiliaria” y desplazamientos hacia un
sistema financiero tipo Ponzy. China no podrá mantener su ritmo de
crecimiento y puede ser golpeada de lleno por la crisis. Ya está

19
Ver Tanuro, Daniel “Crisis capitalista y auditoría: Notas críticas al libro Et si on
arrêtait de payer?”, Viento Sur, 25/1/2013.

50
CRISIS SOBRE CRISIS

impactada por los problemas en EE.UU. y la U.E., sus dos principales


mercados de exportación, e internamente se ve jaqueada por (lite-
ralmente) cientos de miles de “incidentes de masas” por año, una
“población flotante” de 220 millones (160 millones son desplazados
rurales) súper explotados, en un explosivo contexto de polarización
social, acumulación de tierras arrebatadas al campesinado y cre-
cientes conflictos ecológicos. 20

Pasado el deslumbramiento ante el crecimiento de China (lo mis-


mo podría decir se para la India), caracterizado por el desenfr enado
culto a la urbanización, la fascinación por el asf alto, las infraestruc-
turas y el automóvil, podrá verse que, en realidad, el gigante asiático
está llegando tarde a una civilización en bancar rota. 21

Más frágil e ilusoria se reveló la idea alentada por el gobierno de


Dilma Rouseff de que “Brasil es más fuerte que la crisis”. No se trata
sólo ni tanto de la ralentización de su economía, sino de “los
desequilibrios macroeconómicos y las transformaciones cualitativas
alentadas por la crisis” que “aceleran la tendencia a la regresión
neocolonial que agrava los antagonismos entre desarrollo capitalis-
ta, igualdad social y soberanía nacional”. 22 Más en general, y tal vez
sea Argentina un ejemplo paradigmático, puede afirmarse que una
de las lógicas en que se expresa “la crisis global en las áreas de la
periferia capitalista adopta la forma de una profundización radical
de los procesos de acumulación por desposesión”. En otras pala-
bras: “mercantilización, apropiación y control por parte del gran
capital de una serie de bienes, especialmente de aquellos que llama-
mos los bienes comunes de la naturaleza”. 23 De la crisis, está visto,
no se salva nadie.

20
Ver John Bellamy Foster y Robert W. McChesney, “El estancamiento global y China”
http://monthlyreview.org/2012/01/the-global-stagnation-and-China#en2
21
Ver Poch-de-Feliú, Rafael, La actualidad de China. Un mundo en crisis, una
sociedad en gestación , Ed. Crítica, Barcelona, 2009.
22
Ver Plinio Arruda Sampaio Jr., “La crisis profundiza la regresión neocolonial”,
Herramienta, nº 51, octubre 2012.
23
Ver Seoane José y Algranati, Clara, “La ofensiva extractivista en América Latina.
Crisis global y alternativas”, en Herramienta, nº 50, julio 2012.

51
CONTRA-TIEMPOS

LA CRISIS ESTRUCTURAL DEL CAPITAL ES TAMBIÉN UNA


CRISIS CIVILIZATORIA

Comparto la opinión de que tanto las crisis periódicas que se suce-


dieron desde los años setenta del siglo pasado, como la misma crisis
sistémica que está en curso, deben ser consideradas y
contextualizadas dentro del marco mayor, epocal si se quiere, de
crisis estructural del capital. Conviene aclarar, antes de seguir, que
esta expresión es utilizada con diversos sentidos. Ya dijimos que
Duménil-Lévy designaban así lo que para otros es crisis sistémica.
Immanuel Wallerstein, en cambio, dice que estamos ante una crisis
estructural y que continuaremos en ella por otros veinte o cuarenta
años (“es el promedio de tiempo que dura una crisis estructural en
un sistema histórico social”), explicando que en este período “el
sistema se bifurca, lo que esencialmente significa que emergen dos
modos alternos para finalizar la crisis estructural cuando colectiva-
mente se elige una de las alternativas”. 24 Sin desconocer el valor de
las investigaciones históricas y metodológicas de Wallerstein y el
interés de sus opiniones, cabe objetarle una tendencia al
tremendismo y predicciones carentes de suficiente sustento. No es
el caso de István Meszaros, a quien seguimos cuando caracteriza
como una genuina novedad histórica el inicio de la “crisis estructural
del capital”, precisando el contenido y alcance del concepto:
una crisis periódica o coyuntural puede ser dramáti-
camente grave -como resultó ser la gran “crisis eco-
nómica mundial 1929-1933”- pero a la vez capaz de
admitir una solución dentro de los parámetros del
sistema establecido. […] De igual manera, pero en
sentido opuesto, el carácter “no explosivo” de una
crisis estructural prolongada, en contraste con las
“grandes tempestades” (palabras de Marx) median-
te las cuales las crisis coyunturales periódicas pue-
den descargarse y resolverse, también puede con-

24
“Los trastornos globales en el mediano plazo”, La Jornada, 15/1/2013.

52
CRISIS SOBRE CRISIS

ducir a la concepción de estrategias equivocadas a


consecuencia de una mala interpretación inducida
por la ausencia de tempestades”. Como si la ausen-
cia de tales “tempestades” fuese prueba cabal de la
estabilidad infinita del “capitalismo organizado” y de
“la integración de la clase obrera” en el sistema. 25

Crisis estructural y destructividad del sistema


Lo distintivo de esta “crisis estructural que abarca todo” es, siempre
según Mészáros, su carácter universal, vale decir no limitado una
determinada esfera (financiera o comercial, tal o cual rama produc-
tiva, etc.), el tener alcance planetario y una escala temporal prolon-
gada o permanente y no cíclica durante la cual se despliega gradual-
mente, lo que no excluye la hipótesis de violentas convulsiones. En
este contexto se tornan más amenazantes “las tres vertientes de la
destructividad del sistema del capital”:
1. En el terreno militar, las interminables guerras que
el capital ha generado desde que surgió, en las últi-
mas décadas del siglo XIX, el imperialismo monopolis-
ta, y las aún más devastadoras armas de destrucción
masiva surgidas en los últimos 60 años; 2. La intensi-
ficación del impacto destructivo del capital en el ámbi-
to ecológico, que afecta directamente y amenaza la
base más elemental de la misma existencia humana;
3. En el ámbito de la producción material, un desper-
dicio cada vez mayor, resultante del desarrollo de
una “producción destructiva”, que vino a suplantar a
la antes elogiada ”destrucción productiva” o
“creativa”. 26
El argumento central es que el predominio planetario alcanzado
por el capital, con su intrínseca incapacidad para reconocer o fijarse

25
El desafío y la carga del tiempo histórico , Vadell hermanos editores, Caracas,
2009, p. 399.
26
Ídem.

53
CONTRA-TIEMPOS

límites, activó los límites absolutos de este sistema. El orden del


capital comienza entonces a perder la capacidad de utilizar los me-
canismos que le permitieron en el pasado un relativo control despla-
zando y/ o postergando el conjunto de sus contradicciones. La ame-
naza de la incontrolabilidad se concreta y extiende a nivel planeta-
rio. István Mészáros dedica a esta cuestión todo el capítulo V de Más
allá del capital, casi 120 densas páginas que mal podría resumir acá.
Me limitaré a mencionar como ejemplo el antagonismo estructural
irreconciliable entre el capital global con su objetiva tendencia
transnacional y los Estados históricamente conformados a escala
nacional. Así como los Estados continúan siendo la estructura de
comando centralizada que es imprescindible para que el carácter
antagónico y confrontativo del capital no provoque su estallido, ve-
mos que el sueño de un Estado mundial no fue más allá de la pesa-
dilla del Gendarme mundial americano, y que aún este está en deca-
dencia. Asimismo, la intrínseca incapacidad del capital para recono-
cer sus límites lleva a destruir las condiciones de la reproducción
metabólica social al desatar procesos que amenazan la superviven-
cia misma de la humanidad: requerimientos energéticos
insostenibles, saqueo y despilfarro de los bienes comunes del plane-
ta, desmanejo de los recursos químicos y la agricultura global, des-
pilfarro de un elemento tan vital como el agua. Sumemos a lo antedi-
cho los recursos volcados en cantidades siempre crecientes a los
proyectos militares y las industrias bélicas según la demanda del
complejo militar/industrial y la proliferación de armas nucleares en
tales cantidades que el empleo de una ínfima parte de esas reservas
bastaría para hacer estallar el planeta. La activación de los límites
absolutos del sistema significa, históricamente, que hemos pasado
de la tan elogiada capacidad de “destrucción productiva” del capital,
a una etapa signada por el predominio cada vez menos sostenible
de la producción destructiva. En suma, como antes dije, la
incontrolabilidad del sistema.

54
CRISIS SOBRE CRISIS

Los diversos rostros de la crisis


Hace algunos meses y en respuesta al capítulo de un pequeño li-
bro 27 en el que había expuesto alguna de estas ideas, un compañe-
ro me reprochó
… esa exorbitancia de la noción de “crisis” que
campea por todo el capítulo. Esto provoca que en la
visión de Aldo se pierde el carácter novedoso, origi-
nal, de la situación abierto en 2008. Ya que si para él
la crisis es “perpetua” (al menos desde hace cuaren-
ta años) la actual crisis se presenta como una mera
vuelta de tuerca de una crisis ya existente. Es crisis
sobre crisis, o una crisis al cuadrado. En este sentido
es una caracterización lineal, sin matices, sin cam-
bios... 28
Creo que en lo ya expuesto puede verse que de ninguna manera
subestimo lo que de novedoso tiene la situación, sino todo lo contra-
rio. Reconozco en cambio “esa exorbitancia de la noción de ‘crisis’”
que se me achaca, pero no como un defecto, sino como un énfasis
correcto y oportuno. Como escribiera Jorge Beinstein “La crisis fi-
nanciera es gigantesca pero también los son las ‘otras crisis’ unas
más visibles o virulentas que otras convergiendo hasta conformar un
fenómeno inédito”. Se trata de la crisis energética, la crisis
alimentaria, el impasse tecnológico-civilizatorio, la desenfrenada
expansión del complejo militar-industrial, las crisis urbanas todo lo
cual se proyecta a la crisis ecológico-ambiental: “las diversas crisis
no son sino aspectos de una única crisis” que expresaría la senilidad
del capitalismo. 29

27
“La crisis actual y el desafío de la transición” en Los desafíos de la transición.
Socialismo desde abajo y poder popular , Herramienta y El Colectivo, Buenos
Aires, 2011.
28
Ernesto Manzana, “Crítica al libro Los desafíos de la transición de Aldo Casas. Más
algunas reflexiones en torno a Hugo Chavez y sus amistades peligrosas”. Versión
digital del autor, Rosario, 2012, p. 10.
29
“Rostros de la crisis. Reflexiones sobre el colapso de la civilización burguesa”,
ALAI, 11/04/2008.

55
CONTRA-TIEMPOS

Por eso, al irónico reproche de que veo “crisis sobre crisis, o una
crisis al cuadrado”, podría responder que en realidad veo crisis
sobre muchas crisis, crisis a la enésima potencia. Sin embargo, pre-
fiero afirmar que se trata de una crisis civilizatoria.

Crisis civilizatoria
Esta cuestión provoca en algunos sectores de izquierda cierta inco-
modidad y perplejidad, por diversas y muy distintas razones: adhe-
sión nostálgica al paradigma productivista del “socialismo real”, per-
sistente influencia de la ideología (e ilusiones) del progreso,
banalización del término en labios de personajes (desde
Campdessus a Lula) que le restan contenido crítico hasta convertirlo
en un flatus vocis. Precisemos, entonces, con la ayuda del catalán
Francisco Fernández Buey ¿qué es lo que caracteriza una crisis de
civilización?:
… un momento histórico en el cual llegan a un punto
crítico (ese punto crítico en el cual la enfermedad ya
da la cara o canta, que dicen los médicos) no solo las
estructuras socioeconómicas, sino también las insti-
tuciones políticas y culturales así como el sistema de
valores que configura y da sentido a una cultura en
la acepción antropológica del término. 30
¿Se aplica al momento actual? La crisis económica no puede
negarse, pero algunos argumentan que tanto los problemas econó-
micos como otras dificultades son en todo caso puntuales, y que aún
siendo graves no afectan sustancialmente ni a las instituciones polí-
tico-culturales ni los valores, a punto tal que la mayoría de la gente
no advierte ni se preocupa por la cuestión civilizatoria. Lo último es
cierto, pero no sorprendente y carece de valor probatorio:

Ninguna crisis histórica de civilización se ha caracte-


rizado por un colapso fulminante, ni siquiera por la

30
“Crisis de civilización”, en Papeles, nº 105, 2009, p. 45.

56
CRISIS SOBRE CRISIS

superposición en un mismo momento de las crisis de-


mográficas, institucionales, políticas, de las culturas y
de los valores que las sustentan. 31
Finalmente, están quienes cargan todos los males en la cuenta
del “neoliberalismo” y piensan que los daños podrían conjurarse
volviendo a las ideas primigenias del capitalismo… Como si pudiera
dejarse de lado que fueron precisamente esos ideales los que histó-
ricamente condujeron

(…) a la destrucción de vida y de culturas. De vida,


por la orientación biocida implicada en el industrialis-
mo, el productivismo y el consumismo; de culturas,
por el carácter constantemente expansivo e invasivo
de la civilización que ha creado. Y esto, hay que de-
cirlo, con independencia de la ideología dominante
en sus diversos momentos históricos. 32
Así, “cuando el hacerse mundo del capital coincide con el hacer-
se capital del mundo”, según la feliz expresión de Alain Bihr, co-
mienza a advertirse plenamente su impacto en el plano cultural y
una catástrofe simbólica se extiende como verdadera pandemia. 33
Concluye entonces Fernández Buey:

El occidentalismo es, desde luego, la cara externa


del capitalismo en la era de la globalización (…) po-
tencia la homogenización cultural, es prepotente y
expansivo: desprecia o ignora las diferencias cultu-
rales; alimenta el neocolonialismo, la xenofobia y el
racismo (…) trae como consecuencia el sentimiento
de pérdida cultural en millones de personas en todo
el mundo (…) Pocas cosas puede haber tan repre-
sentativas de una crisis de civilización como el senti-
miento de pérdida de los valores que han sido pro-
31
Ídem, p. 47.
32
Ídem, p. 50
33
“La crisis de la sociabilidad”, en Herramienta nº 14, Buenos Aires, octubre 2000,
pp. 51-69.

57
CONTRA-TIEMPOS

pios. Eso es lo que hay. Y eso no se arregla buscan-


do en los clásicos de cada uno los valores perdidos. 34
“Hemos pasado el punto crítico, vivimos una crisis civilizatoria”.
Renán Vega Cantor lo explica tan bien que conviene citarlo in exten-
so:

Para integrar el análisis de todos estos aspectos es


necesario hablar de una crisis civilizatoria, lo que
indica que nos encontramos ante una encrucijada
histórica en la que confluyen un sinnúmero de cues-
tiones que muestran los límites de una forma de or-
ganización social, el capitalismo, con todos los ele-
mentos de tipo económico, social, cultural, técnico y
ambiental que lo caracterizan. La noción de crisis
civilizatoria es importante porque con ello se quiere
enfatizar que estamos asistiendo al agotamiento de
un modelo de organización económica, productiva y
social, con sus respectivas expresiones en el ámbito
ideológico, simbólico, cultural. En pocas palabras, la
lógica capitalista ha incidido en términos espaciales
en todos los rincones del planeta (con la incorpora-
ción a la producción y al consumo mercantil y la impo-
sición de las relaciones sociales típica de este modo
producción), en todos los ámbitos de la vida y la na-
turaleza (con la conversión en mercancías de los
ecosistemas y su productos, así como de las especies
vivas y de los genes) y hasta los aspectos más recón-
ditos de la psique humana (con la generalización del
individualismo, el carácter posesivo de la propiedad
privada, el consumismo exacerbado y el egoísmo
como pretendida característica de la naturaleza hu-
mana). Esa lógica demencial nos está conduciendo a
una encrucijada que sólo puede sortearse mediante
la superación de la civilización capitalista. Para ello,

34
Ob. cit., p. 51.

58
CRISIS SOBRE CRISIS

es indispensable la construcción de una forma de


organización social de productores asociados que
se sustente en otras fuentes energéticas, distintas a
los combustibles fósiles, tenga como pautas de vida
el respeto naturaleza, la solidaridad y la fraternidad,
rompa con el fetichismo de la mercancía y reivindique
el valor de uso y la economía moral. 35

Crisis, militarización y guerras


Están en marcha procesos y conflictos que generan tendencias en-
contradas y preñadas de incógnitas. Esto es, la crisis y sus proyec-
ciones deben ser contextualizadas como elemento dinámico y
disruptivo en lo que David Harvey llamara “nuevo imperialismo” y
Claudio Katz denominó “el imperio del capital”, caracterizándolo
como una especie de imperialismo colectivo en términos de gestión,
bajo el liderazgo consentido de los Estados Unidos. La asociación
económica establecida, sin eliminar las contradicciones
interimperialistas, explicaría que éstas no condujeron a guerras en-
tre los miembros de ese selecto “club” imperialista. 36
Por otra parte, como recuerda Rémy Herrera, sigue siendo cier-
to que “crisis y guerra están imbricadas”. Económicamente, como
forma de destrucción del capital. Políticamente, para la reproducción
de las condiciones que contribuyen a conservar el mando de las
fracciones dominantes de las clases dominantes -las altas finanzas-
en el sistema mundial. Y todo esto

En un contexto en el que el uso de la fuerza armada


es la estrategia impuesta al mundo por las altas fi-
nanzas estadounidenses como condición de su re-
producción, y en el que la militarización es una mo-
dalidad de existencia del capitalismo, en el que el

35
“Crisis de la civilización capitalista: mucho mas que una breve coyuntura econó-
mica”, en El impacto de la crisis , Jaime Estrada Alvarez compilador, Seminario
Internacional Marx Vive-Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2010, p. 26.
36
Bajo el imperio del capital , Ed. Luxemburg, Buenos Aires, 2011.

59
CONTRA-TIEMPOS

papel del Estado (neoliberal) es fundamental para el


capital (…) el gasto militar se convierte en una fuen-
te mayor de rentabilidad para el capital. Y, por añadi-
dura, puede incrementar aun más el capital ficticio,
sobre todo cuando está financiado por la deuda pú-
blica. 37
El gasto militar de todo el resto del mundo es menos de la mitad
de lo que Norteamérica destina a tal fin, hay mas de mil bases yan-
quis desparramadas en el planeta y el inmenso poder del complejo
militar-industrial está controlado por la finanza. Vale destacarlo aho-
ra, cuando las interconexiones económicas mundiales y el agrava-
miento de la crisis ponen en evidencia las limitaciones de las poten-
cias centrales: la Tríada de los países centrales está internamente
conmocionada y Norteamérica empujada a renegociar (y eventual-
mente ceder) espacios de poder con los BRICS (mejor dicho, con
algunos de ellos, porque el término es engañosamente abar-
cativo). Si tenemos presente que estos trances de quiebre hegemó-
nico nunca ocurrieron de forma pacífica en la historia del capitalis-
mo, la banalización de las acciones bélicas bajo el manto de “la
guerra contra el terrorismo y, last but not least la doctrina de “Segu-
ridad Nacional” norteamericana que considera una amenaza directa
cualquier intento de contrarrestar su abrumadora superioridad béli-
ca, debemos concluir que el riesgo de aventuras militares de catas-
tróficas consecuencias no puede ser descartado.

Sea como fuere, las incógnitas y peligros no debieran paralizar-


nos. Como ha dicho David Harvey:

… las incertidumbres respecto a las posibles salidas


se acentúan en períodos de crisis. Se abren paso
todo tipo de posibilidades locales, tanto para capita-
listas emergentes en uno u otro nuevo espacio don-
de pueden encontrar la ocasión de enfrentarse a las

37
“Reflexiones sobre la crisis”, en Laberinto, nº 36, diciembre 2012, pp. 17-30.
http://laberinto.uma.es/

60
CRISIS SOBRE CRISIS

viejas hegemonías de clase y de territorio […] como


para los propios movimientos radicales a la hora de
confrontarse a un poder de clase ya desestabilizado.
Decir que la clase capitalista y el capitalismo pueden
sobrevivir no significa que están predestinados a
ello, ni que esté resuelta la cuestión de su forma
futura. Las crisis son momentos de paradojas y de
posibilidades. […] Podría ser que no hubiera solu-
ciones capitalistas efectivas a largo plazo a esta cri-
sis del capitalismo (aparte de una vuelta a las mani-
pulaciones del capital ficticio). En este estadio, los
cambios cuantitativos llevan a deslizamientos cualita-
tivos y hay que tomarse en serio la idea de que po-
dríamos estar precisamente en ese punto de in-
flexión en la historia del capitalismo. Cuestionar el
futuro del capitalismo como sistema social viable de-
bería estar por tanto en el centro del debate actual. 38

“UNCHARTED WATERS”
François Chesnais termina su ya citado artículo con una directa alu-
sión a la crisis de alternativa y perspectivas estratégicas de los mo-
vimientos populares: “En el siglo XVI, los navegantes ingleses forja-
ron la bella expresión ‘ uncharted waters’: aguas que nunca se na-
vegaron y para las cuales no hay carta marítima. Hoy estamos en
esta situación”. 39
Esto es así porque han sido conmovidos o trastocados algunos
de los puntos de referencia (materiales, organizativos y conceptua-
les) que orientaron el combate por la emancipación social durante
un largo período histórico que ha quedado atrás. No se trata sólo de
la implosión del mal llamado “campo socialista”, sino de la completa

38
“Organizarse para la transición anticapitalista”, www.vientosur.info/documentos/
Harvey.pdf octubre 2010.
39
Ob. cit., p. 23.

61
CONTRA-TIEMPOS

integración al sistema de la socialdemocracia, los grandes partidos


comunistas y los movimientos de liberación nacional, que habían
jalonado políticamente el curso del siglo XX. Y la derrota o impasse
de las corrientes de extrema izquierda. A cinco años de iniciada la
crisis y cuando sus más duros efectos son visibles en Europa, cuna
del movimiento obrero internacional, resulta evidente el total y abso-
luto fracaso de las grandes centrales sindicales, ya no solo como
instrumentos para el cambio social, sino incluso para la defensa de
los más elementales intereses de los trabajadores. El accionar de los
aparatos está dirigido en lo esencial a contener y desviar el descon-
tento hacia acciones de protesta esporádicas e ineficaces, e impedir
que la autoactividad de los de abajo eleve las protestas a nivel de
una efectiva resistencia.

En Nuestra América, con las inmensas diferencias y desigualda-


des del caso, la cartografía del cambio muestra una multiplicidad de
luchas y organizaciones populares que son herederas de las gran-
des confrontaciones con los gobiernos neoliberales que se sucedie-
ron en diversos países acompañando el cambio de siglo. Más allá de
condiciones nacionales muy diversas, que no podemos considerar
en este artículo, creo que todos los movimientos populares enfren-
tan ahora el tremendo desafío de potenciar las luchas defensivas y
reivindicativas dándoles una perspectiva emancipatoria que cons-
truya simultáneamente respuestas anticapitalistas a la crisis mundial
en pleno desarrollo y formas de poder popular para efectivizarlas.
En este sentido, digo que se está ingresando en una época de
transición o en una transición epocal. Lo que implica diversas transi-
ciones o, dicho de otro modo, procesos transicionales en distintos
terrenos y en primer lugar, obviamente, a nivel de la totalidad social
conmovida hasta las raíces por la crisis estructural del capital y las
diversas expresiones de la crisis civilizatoria.

En condiciones sustancialmente distintas a las que enfrentaran


lo revolucionarios a comienzos del siglo pasado, debemos ser capa-
ces de precisar en que consiste hoy la “actualidad de la revolución”,
pues sin reconocerla muy difícil sería impulsarla. La tarea no es

62
CRISIS SOBRE CRISIS

sencilla, por cuanto las lecciones del siglo XX son difíciles de compa-
tibilizar entre sí. La experiencia mostró, por ejemplo, que el pasaje a
una sociedad liberada de toda forma de explotación no es instantá-
neo, ni es posible esperar que sea acometido al mismo tiempo por
los trabajadores de los diversos países. Por otro lado, el fracaso de
la teoría del socialismo en un solo país confirma la concepción
marxiana de que la transformación socialista implica subvertir los
tres pilares del viejo sistema (Capital, Trabajo asalariado y Estado),
lo que solo puede culminar a nivel internacional y con la activa par-
ticipación de los trabajadores del mundo. Atento a estas dificultades,
István Mézsáros sostiene que, para estar a la altura de los desafíos
que implica luchar por el socialismo del siglo XXI, es impostergable
desarrollar una teoría de la transición, advirtiendo incluso que

… para convertir al proyecto socialista en una reali-


dad irreversible tenemos que efectuar muchas “ tran-
siciones dentro de la transición”, al igual que, bajo
otro aspecto el socialismo se define como una cons-
tante auto-renovación de “ revoluciones dentro de la
revolución”. 40
Ciertamente, la construcción del poder popular incluye prever y
prepararse para el momento en que deba afrontarse un momento
de ruptura radical con el Estado capitalista y asumir la incierta con-
formación de un Estado radicalmente diverso (como en algún mo-
mento escribiera Lenin, aunque luego no pudo hacerlo). Pero nin-
guna “ley” histórica o “principio” teórico impone creer que todo
cambio revolucionario queda supeditado a ese momento. Y mucho
menos autoriza a pontificar que recién entonces podrían abordarse
las cuestiones de la transición... Por el contrario, la Historia y la vida
misma muestran que es posible y necesario desafiar desde ahora el
orden del capital y poner en marcha al menos rudimentos de un
nuevo metabolismo económico social. El “Socialismo del siglo XXI”
debe asumir que la revolución no consiste sólo en la expropiación

40
Más allá del capital. Hacia una teoría de la transición , Vadell Hnos. Ed., Caracas,
2001, p. 563.

63
CONTRA-TIEMPOS

del gran capital. Debe ser también una ruptura radical e irreversible
con la división social jerárquica del trabajo, así como una redefinición
completa del paradigma productivo-tecnológico-cultural impuesto
por el capital. Debemos producir y consumir de otro modo, producir
y consumir otras cosas. Terminar con la explotación del hombre pero
también con la explotación de la naturaleza. Construir otras relacio-
nes sociales en ruptura con el patriarcalismo, la alienación y los
fetiches del capital. Son cuestiones que parecieron secundarias a
los revolucionarios del siglo pasado pero constituyen para nosotros
desafíos insoslayables y urgentes.

Existen sin duda infinidad de problemas específicos que no sa-


bemos cómo resolver, pero esto es inevitable en la medida que las
respuestas “correctas” no existen a priori. Como bien dice François
Chesnais, glosando una frase de Isabelle Stengers:

Frente a un determinado problema [...] será la capa-


cidad de fabricar colectivamente respuestas lo que
determinará su calidad. “Una respuesta no es
reductible a la simple expresión de una convicción.
Debe ser fabricada”. Esta es precisamente la tarea.
Se trata de liberar el potencial de experimentación
colectiva de los asalariados-ciudadanos, sea cual
fuere la estructura (asociación, agrupamiento aún
más informal o partido) en los cuales hayan decidido
comprometerse y a ayudar en “la fabricación de una
convicción colectiva”. 41
¿Por donde empezar? ¿Qué es lo determinante? ¿Qué sujeto
sociopolítico? Creo posible y necesario encontrar nuevas respuestas
a viejos dilemas y (desde mi lectura al menos) David Harvey ofrece
indicaciones muy valiosas, tanto en su último libro como en anterio-
res conferencias. 42 En primer lugar, reformula o sustituye la tan dis-
41
“Socialismo o Barbarie: las nuevas dimensiones de una alternativa”, en Herra-
mienta, nº 42, octubre 2009, p. 29.
42
Me refiero al ya citado El enigma del capital y las crisis del capitalismo , y el
artículo “Organizarse para la transición anticapitalista”, también mencionado
anteriormente.

64
CRISIS SOBRE CRISIS

cutida metáfora marxiana que describe a la sociedad en términos de


“base real” (estructura económica formada por el conjunto de las
relaciones de producción) y “la superestructura jurídica y política y a
la que corresponden determinadas formas de la conciencia social”, 43
proponiendo en cambio una categorización de “siete esferas de
actividad” distintas: tecnología y formas organizativas, relaciones
sociales, dispositivos institucionales y administrativos, procesos de
producción y trabajo, relaciones con la naturaleza, reproducción de
la vida cotidiana y las especies y, finalmente, “concepciones menta-
les del mundo”. La relación entre estas esferas de actividad no se
piensa en términos de determinación, sino de co-dependencia y co-
evolución no necesariamente armoniosas, al punto de
“reconceptualizar la génesis de las crisis en términos de las tensio-
nes y antagonismos que surgen entre las diversas esferas de activi-
dad”, precisando que la tendencia a la crisis del capitalismo “da
lugar a un desplazamiento espasmódico de una esfera a la otra”,
con un límite: “la supervivencia del capitalismo a largo plazo depen-
de de su capacidad para mantener una tasa de crecimiento com-
puesto del 3%”. 44 Ésta teoría

Implica que podemos empezar por cualquier parte y


en cualquier momento y lugar, ¡con tal de no perma-
necer en el mismo punto donde comenzamos! La re-
volución tiene que ser un movimiento en todos los
sentidos de esa palabra. Si no podemos movernos en
y a través de las distintas esferas, en último término
no iremos a ningún sitio. Reconociendo esto, se hace
imperativo considerar alianzas entre un conjunto de
fuerzas sociales configuradas en las distintas esfe-
ras. 45
Entiendo estas pala bras como un formidable llamado a recupe-
rar la capacidad política de pensar y de actuar estratégicamente,
43
C. Marx, Contribución a la crítica de la economía política (“Prefacio”), Ed. Estudio,
Buenos Aires, 1975, p. 9.
44
El enigma del capital …, ob. cit., pp. 106 y 111.
45
Ídem, p. 118.

65
CONTRA -TIEMPOS

sor teando el omnipr esente riesgo de reasimilación sistémica y sin


perder de vista las cambiantes configuraciones del antagonismo ca-
pital/trabajo. A escala nacional, sin duda, pero también en el más
amplio ter reno de la lucha de clases que se desplie ga en Nuestra
América, e internacionalmente. Y con ello, me brindan el mejor cie-
rre para este ar tículo.

Febrero de 2013

66
Marxistas,
igualitaristas
y liberales.
Variaciones en torno a
un diálogo necesario

FERNANDO LIZÁRRAGA

Los editores de Socialist Register, una prestigiosa revista canadien-


se, tuvieron la afortunada idea de dedicar el volumen del año 2000
a las “Utopías necesarias e innecesarias”. 1 A primera vista, podría
parecer que fue una elección bastante obvia para un cambio de
milenio, un tiempo que, de un modo u otro, alienta especulaciones
de todo tipo, desde las alegres fantasías futuristas hasta los presa-
gios desaforados de un inminente Armagedón. Pero no se trató de
una decisión oportunista; los editores, Leo Panitch y Colin Leys,
venían masticando la idea desde mediados de los ‘90. Su intención
explícita era la de contribuir al rescate de la dimensión utópica del
socialismo ya que, a su entender, la acción política sostenida en el
tiempo es inconcebible sin un horizonte donde se dibuje, al menos
como boceto, el perfil de una buena sociedad. Más allá de las atina-
das justificaciones ofrecidas por los editores, es preciso admitir que
el tema de la utopía estaba en aire, especialmente en el aire de las
izquierdas. El incipiente movimiento anti-globalización, altermundia-
lista, globalifóbico o comoquiera que se llame (o se haya llamado),

1
Panitch, L. y Leys, C. (eds.), Necessary and unnecessary utopias. Socialist Register,
2000, Suffolk, The Merlin Press.

67
CONTRA-TIEMPOS

gestado en la selva de Chiapas y parido en las jornadas de Seattle,


en 1999, había lanzado una paradójica consigna: “Otro mundo es
posible”. Paradójica, porque un mundo “otro” remite sin escalas a la
utopía, y porque “posible”, con su inocultable carga de realismo,
parece negar la noción misma de utopía la cual, en principio, se
postula casi siempre como un ideal inalcanzable, como una noción a
la vez crítica del presente y reguladora del un futuro deseable. Pero
la utopía, como se sabe, no es patrimonio exclusivo de la izquierda.
También, y aunque mucho más discretamente, algunos liberales an-
daban amasando sus propias utopías de un mundo justo e igualita-
rio. 2 En este clima epocal, la “astucia de la razón” hacía su juego,
propiciando el diálogo entre bandos que, en principio, parecían
inconciliables.
Entre los artículos de aquel volumen de Socialist Register llama-
ba la atención el que escribió el pensador socialista británico Norman
Geras, miembro de la corriente que alguna vez se conoció como
“marxismo analítico”. En directa alusión a la Minima Moralia de
Theodor Adorno, elaboró diez tesis bajo el título “Utopía Mínima”. 3
Tomando como punto de partida el hecho de que el socialismo siem-
pre ha sido utópico (y a despecho de las consabidos reproches
cientificistas de algunas ortodoxias), Geras proponía un conjunto de
metas que, sin colapsar en un tímido intento de humanizar el capita-
lismo, podrían abrir el camino hacia una utopía mínima; esto es, una
sociedad donde los más evidentes estragos del capitalismo fuesen
apenas un mal recuerdo. Las más notables de todas las tesis eran,
a nuestro juicio, la séptima y la octava. En orden de radicalidad,

2
Valga una aclaración, o precisión terminológica. Cuando nos referimos a los
“liberales”, estamos hablando de un campo que, en Estados Unidos, corresponde
a la izquierda y no a la derecha. Es fácil confundirse ya que, en nuestras latitudes,
los “liberales” no son otra cosa que conservadores y reaccionarios. Un liberal “a
la norteamericana” es aquel que defiende todas las libertades básicas, el dere-
cho al aborto, la intervención estatal en la economía, la libre expresión sin ningún
tipo de censura, los derechos de las minorías, etcétera. En definitiva, el liberalis-
mo norteamericano es el equivalente a la socialdemocracia europea o a alguna
de sus (precarias) variantes latinoamericanas.
3
Geras, Norman, “Minimum utopia: ten theses”, en Panitch, L. y Leys, C. (eds.), op.
cit., pp. 41-52. A menos que se indique lo contrario, son nuestras todas la
cursivas y la traducción de los textos que figuran en inglés en la bibliografía.

68
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

podríamos reconocer que la séptima era incluso más provocativa. La


tesis octava decía: “Abrazar la utopía significa abrazar una ética
alternativa”. Como veremos, hay un claro desafío (y una autocrítica)
en esta postulación. La tesis séptima, por su lado, proponía: “La
utopía mínima debe concebirse no sólo como socialista sino también
como liberal”. Va de suyo que esta última propuesta era (y es) capaz
de escandalizar a las muchos espíritus ganados por la vulgar idea
de que el liberalismo es, sin más vueltas, sinónimo de capitalismo.

Consciente de que había echado a rodar casi una herejía, Geras


explicaba: “El objetivo de una utopía mínima es [...] anticapitalista,
pero en la medida en que existen elementos del liberalismo que no
están indisolublemente ligados al capitalismo, no debería ser anti-
liberal”. 4 A favor del liberalismo, Geras sostenía que, históricamente,
esta doctrina ha buscado “ponerle límites a la acumulación y el abu-
so del poder político”, ha procurado “proteger el espacio físico y
mental de los individuos frente a invasiones injustificadas”, y ha teni-
do mucho que ver con la creación de las “instituciones y prácticas,
políticas y jurídicas, que contribuyen a tales fines”. 5 Es obvio que
Geras no quiere liberalismo por siempre jamás (ni mucho menos
extender la antropología liberal más allá del capitalismo), sino, sim-
ple y contundentemente, evitar un retroceso en las conquistas (por
limitadas que sean) que deben ser justamente atribuidas al liberalis-
mo. A menos que se piense en la inevitable existencia de una armo-
nía espontánea en la sociedad postcapitalista, los “frenos” liberales
no pueden ser desechados con olímpico desdén, puesto que, casi
con toda seguridad, seguirán siendo necesarios por un buen tiempo
una vez consumado un cambio civilizatorio orientado hacia el socia-
lismo.

Las audaces tesis séptima y octava de Geras (la afirmación de


que la utopía mínima debe ser a la vez socialista y liberal, y la
postulación de una ética alternativa) representan algo así como la
explicitación programática de un diálogo que venía dándose, desde

4
Geras, N., op. cit., p. 47, nuestro énfasis.
5
Ibíd., p. 48.

69
CONTRA-TIEMPOS

principios de los años noventa, entre algunos pensadores marxistas


y los denominados “igualitaristas liberales”. Este diálogo, que ha
dado lugar a muy sofisticadas obras en diversas disciplinas -desde la
teoría y la filosofía políticas hasta la economía-, tiene como hito
fundacional la obra del filósofo norteamericano John Rawls, en parti-
cular, su libro Teoría de la Justicia, publicado en 1971. 6 El año de
publicación dice mucho, porque fue entonces cuando Estados Uni-
dos, de la mano de Richard Nixon, hizo trizas el consenso económico
de posguerra y las instituciones de Bretton Woods, al decretar que
el dólar ya no seguiría siendo respaldado en oro. Era éste un sínto-
ma del triunfo del monetarismo y, en un nivel más profundo, del
comienzo del apogeo de lo que luego vino a conocerse como
neoliberalismo.

Es imposible decir, hoy por hoy, si la versión neoliberal del capi-


talismo está muerta, dormida o simplemente agazapada tras una
crisis desde la cual podría hallar el camino hacia su propia restaura-
ción. Sí es posible, con sólo mirar en derredor, observar las calami-
dades que las políticas neoliberales han causado a escala global.
Pero no es éste el lugar para examinar los pormenores del
neoliberalismo. Alcanza con recordar algunos de sus supuestos filo-
sóficos más tenaces. Alguna vez, Margaret Thatcher, primera
ministra de Gran Bretaña e impulsora fervorosa del recetario
neoliberal, dijo: “La sociedad no existe, sólo los individuos”. Thatcher
expresaba, en apenas una frase, todo un programa de dominación.
Los exponentes teóricos del neoliberalismo no eran mucho más su-
tiles. Por aquellos mismos días, a mediados de los años ‘70, Friedrich
Hayek, por caso, no dudaba en afirmar que la justicia social era un
mero “espejismo”. 7 Robert Nozick, sólo por dar otro ejemplo, soste-
nía que “[h]ay sólo personas individuales, diferentes personas indi-
viduales, con sus propias vidas individuales” y que “cada persona es
una empresa en miniatura”. 8 Los dichos de Thatcher, Hayek y Nozick
6
Rawls, John, Teoría de la Justicia, FCE, México, 2000 (1971).
7
Cf. Boron, Atilio, Tras el Búho de Minerva . FCE/Clacso, Buenos Aires, 2000, p.
154.
8
Nozick, Robert, Anarquía, Estado y Utopía , FCE , México, 1991 (1974), p. 44 y
186.

70
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

respondían a una lógica de hierro. Si sólo hay individuos y no existen


las sociedades, mal se puede hablar de “justicia social”. No puede
calificarse algo que no existe. De este modo, con la exaltación del
individuo como único actor histórico, se pretendía poner fin al
ideologema de la “justicia social”, tan caro al moribundo Estado de
Bienestar.

Fue precisamente en estos años de fervor neoliberal que John


Rawls publicó Teoría de la Justicia, obra en cuyas primeras páginas
se lee esta impactante afirmación:

La justicia es la primera virtud de las instituciones


sociales, como la verdad lo es de los sistemas de
pensamiento. Una teoría, por muy atractiva, elocuen-
te y concisa que sea, tiene que ser rechazada o re-
visada si no es verdadera; de igual modo, no importa
que las leyes e instituciones estén ordenadas y sean
eficientes: si son injustas han de ser reformadas o
abolidas. 9
Vale notar al menos cuatro cuestiones. En primer lugar: que
Rawls afirma (contra la negación neoliberal) la existencia de las
instituciones sociales y las sitúa como objeto de la justicia; en otras
palabras, que la justicia social es un asunto que compete de manera
directa y primaria a las principales instituciones de la sociedad. Se-
gundo: que Rawls sostiene la posibilidad de hallar la verdad, noción
que había caído bajo el implacable asedio del escepticismo de cuño
posmodernista. Tercero: que la eficiencia, caballito de batalla de
políticos, economistas y voceros neoliberales, debe estar subordina-
da a la justicia. Cuarto: que Rawls, muy modosamente, reclama que
las instituciones injustas sean “reformadas” o “abolidas”. No es poca
cosa para un filósofo que especula desde la más rancia tradición
liberal y recurre a artificios contractualistas desde un cómodo em-
pleo en Harvard.

9
Ibíd., p. 17.

71
CONTRA-TIEMPOS

Es casi imposible presentar aunque sea brevemente la teoría


rawlsiana sin vulgarizarla o simplificarla hasta el borde de la carica-
tura. Pero no tenemos más remedio que intentarlo. La elaboración
de Rawls tiene como propósito identificar y justificar los principios de
justicia distributiva correctos que servirían de base a una “sociedad
bien ordenada”; esto es, justa. Por justicia distributiva, Rawls entien-
de el reparto de cargas y beneficios en una sociedad donde hay, a
la vez, cooperación y competencia y, donde, además, no hay ni
superabundancia ni seres angélicos (tanto en un caso como en otro,
la justicia como virtud sería redundante porque se trataría de una
sociedad más allá de la justicia). Ahora bien; la intuición fundamental
de Rawls es la siguiente: existen, por así decirlo, dos loterías: una
lotería natural y una lotería social. El lugar que cada persona ocupa
en el mundo está determinado por el funcionamiento de estas lote-
rías; es una mera cuestión de suerte (para la persona de la que se
trata) nacer sano o enfermo, vigoroso o débil, en una clase acomo-
dada o en una clase desposeída, etcétera. Por lo tanto, las diferen-
cias azarosas entre personas no pueden tener ninguna influencia al
momento de fijar las cargas y beneficios sociales, porque los atribu-
tos recibidos por azar son, en palabras de Rawls “moralmente irre-
levantes”. De allí que la justicia reclame una estricta igualdad inicial
en la distribución de cargas y beneficios. Nadie puede sacar prove-
cho de su buena suerte, ni nadie puede verse doblemente perjudi-
cado a causa de su mala suerte. Como advertirá el lector, estamos
en presencia de un fuerte reclamo igualitario.

Para formular los principios distributivos que habrán de regir a


las instituciones de una sociedad justa, Rawls recurre a la tradición
contractualista. Pero a diferencia de los contractualistas clásicos
(Hobbes, Locke, Rousseau, Kant), que diseñaban situaciones hipo-
téticas para justificar la existencia del Estado a través de un “contra-
to social” (también hipotético), Rawls imagina un dispositivo contrac-
tual en el cual se eligen los principios de justicia. A este dispositivo lo
denomina Posición Original. Allí, hipotéticas personas morales -es
decir, personas que tienen un sentido de justicia (cualquiera sea) y
una concepción del bien (cualquiera sea)- deliberan y escogen los

72
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

principios distributivos. El truco más ingenioso (y polémico) de Rawls


es que estas personas deliberan sin saber quiénes son; no tienen
identidad. No saben nada de sí mismos; ni su edad, ni su sexo, ni su
posición social, ni sus gustos; ni siquiera saben qué consideran
como bueno o como malo. Estas personas están, en términos
rawlsianos, tras el Velo de la Ignorancia. Entonces, sin saber quiénes
son, eligen principios de justicia razonando en beneficio propio; pero
como no saben quiénes son, se preocupan por diseñar una socie-
dad donde el “peor lugar” sea aceptable para cualquiera. Se supo-
ne, siempre hipotéticamente, que al levantarse el Velo, cada uno
conocerá su lugar en la sociedad que ha diseñado y, por lo tanto, es
de esperar que dicha sociedad sea considerada justa por quienes
ocupen los peores lugares, si es que los hay. Con todos sus proble-
mas, sobre los que no abundaremos aquí, la sola idea de la Posición
Original viene a reforzar la intuición de que nadie puede aprove-
charse (ni salir perjudicado) por el uso de atributos moralmente
irrelevantes. Como en la Posición Original nadie sabe quién es, nadie
puede sacar ventaja de sus talentos, su riqueza, su audacia, su
posición social, o su fuerza. No puede haber negociaciones sino
deliberación pura, y acuerdo unánime.

Más allá de la eficacia teórica de la Posición Original, lo cierto es


que de allí emerge una concepción general de la justicia que todo el
mundo aceptaría como válida. Esta concepción general es la siguien-
te: “[T]odos los bienes sociales primarios -libertad, igualdad de
oportunidades, renta, riqueza, y las bases del autorespeto- han de
ser distribuidos de un modo igual, a menos que una distribución
desigual de uno o de todos estos bienes redunde en beneficio de los
menos aventajados”. 10 Es decir; dados ciertos bienes a distribuir, la
justicia reclama que se repartan igualitariamente, a no ser que algu-
na desigualdad pueda mejorar la situación inicial de todos. O dicho
de otro modo; si todos pueden mejorar respecto de una situación de
igualdad inicial, es razonable y justo permitir algunas desigualdades,
siempre y cuando los que quedan en peor situación también mejoren

10
Rawls, J., op. cit., p. 281.

73
CONTRA-TIEMPOS

su posición. Por ejemplo: en un mundo de tres personas, donde la


distribución igualitaria inicial fuese 5-5-5, sería justo pasar a una
distribución 8-7-6 (donde todos mejoran), pero estaría prohibida
una distribución 9-7-5 o 9-7-4. Estos últimos dos casos estarían
prohibidos porque los que quedan en peor situación respecto de los
que salen favorecidos no mejoran o empeoran respecto de su situa-
ción inicial. Específicamente, el principio que fija este criterio de dis-
tribución se conoce como Principio de Diferencia, el cual es parte del
segundo principio de justicia, como veremos a continuación.

Los dos principios de justicia rawlsianos, en su formulación clási-


ca, dicen:

Primer principio: Cada persona ha de tener un dere-


cho igual al más extenso sistema total de libertades
básicas, compatible con un sistema similar de libertad
para todos. Segundo Principio: Las desigualdades
económicas y sociales han de ser estructuradas de
manera que sean para: a) mayor beneficio de los
menos aventajados, de acuerdo con un principio de
ahorro justo [Principio de Diferencia], y b) unidos a
los cargos y las funciones asequibles a todos, en
condiciones de justa igualdad de oportunidades. 11
El primer principio manda que todos tengan iguales libertades
básicas (curiosamente, la libertad de poseer propiedad privada so-
bre los medios de producción y la libertad contractual no son parte
de la lista rawlsiana de libertades básicas). El segundo principio,
mucho más complejo, exige que exista una efectiva igualdad de
oportunidades y que sólo se permitan desigualdades sociales si és-
tas benefician a los que quedan en una situación inferior a la de
quienes obtienen más ventajas. Una desigualdad que está justifica-
da (esto es, que beneficia a los que están peor) constituye una
diferencia o una desigualdad justa. En palabras de Rawls: “la injus-
ticia consiste [...] simplemente, en las desigualdades que no benefi-

11
Ibíd., p. 280.

74
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

cian a todos”. 12 En términos quizás excesivamente simples, pode-


mos decir que Rawls rechaza el igualitarismo crudo que consiste en
dar a cada uno partes iguales, puesto que un reparto estrictamente
igualitario podría ser injusto. Cuando se distribuye una torta en par-
tes exactamente iguales, se puede estar dando de más a quien está
saciado y de menos a quien está hambriento, o se puede estar
premiando con una gran porción a quien contribuyó sólo
mínimamente a producirla y castigando con una porción relativamen-
te pequeña a quien hizo la mayor parte. Adelantándonos a un punto
que tocaremos más adelante, cabe decir aquí que, si se pretende
satisfacer necesidades diferentes, las porciones distributivas tam-
bién deberán ser diferentes (desiguales), sin que esto implique, en
principio, una injusticia.

Con todo, cabe preguntarse -y es una interrogación crucial-,


cuánta desigualdad permite Rawls; en otros términos: ¿qué tan pro-
fundas pueden ser las desigualdades justificadas por el Principio de
Diferencia? La literatura sobre este punto es vastísima, las discusio-
nes enconadas, y las interpretaciones notablemente divergentes (en
parte porque Rawls ha formulado y reformulado sus principios en
varias oportunidades). Pero hay un párrafo en el cual Rawls expresa
su visión más radical de la justicia y deja poco espacio para pensar
que su teoría puede avalar grandes desigualdades. A nuestro juicio,
es uno de los fragmentos más logrados de Teoría de la Justicia.
Escribe Rawls:

El principio de diferencia representa, en efecto, el


acuerdo de considerar la distribución de talentos
naturales, en ciertos aspectos, como un acervo co-
mún, y de participar en los beneficios de esta distri-
bución, cualesquiera que sean. Aquellos que han
sido favorecidos por la naturaleza, quienesquiera
que sean, pueden obtener provecho de su buena
suerte sólo en la medida en que mejoren la situación
de los no favorecidos. Los favorecidos por la natura-

12
Ibíd., p. 69.

75
CONTRA-TIEMPOS

leza no podrán obtener ganancia por el mero hecho


de estar más dotados, sino solamente para cubrir los
costos de su entrenamiento y educación y para usar
sus dones de manera que también ayuden a los me-
nos afortunados. Nadie merece una mayor capaci-
dad natural ni tampoco un lugar inicial más favorable
en la sociedad.13
A tono con las intuiciones fundamentales de su teoría, Rawls
niega que aquellos que han sido favorecidos por las loterías natural
y social -quienes han nacido en situaciones aventajadas- puedan
sacar más provecho de su buena suerte y, al mismo tiempo, exige
que pongan sus capacidades y ventajas inmerecidas al servicio de
los menos favorecidos. La postura rawlsiana, como se advierte, es
profundamente antimeritocrática. Nadie puede reclamar beneficios
especiales por el uso de aquellos dones que no ha merecido, porque
vienen de la cuna y la crianza; ni nadie puede salir perdidoso sólo
por haber tenido la desdicha de haber venido al mundo en una
situación de marcada desventaja. Comienza a dibujarse, así, un lími-
te a las desigualdades permitidas: a los más favorecidos se les pue-
de permitir ingresos extra para cubrir su entrenamiento y su educa-
ción, a condición de que usen sus dones para beneficio propio y -
como condición sine qua non- de los menos favorecidos. Pero hay
más; Rawls pone límites a las desigualdades permitidas a través del
derecho de veto de los menos favorecidos. En sus palabras: ya que
el punto de partida es “ una división igualitaria de todos los bienes
sociales, aquellos que se benefician menos tienen, por así decirlo,
un derecho de veto. De esta manera se llega al principio de diferen-
cia. Tomando la igualdad como punto de comparación, aquellos que
han ganado más tienen que haberlo hecho en términos que sean
justificables respecto a aquellos que han ganado menos”. 14 Y como
el auto-respeto es uno de los bienes primarios distribuidos igualita-
riamente, de aquí se sigue que los menos aventajados no tolerarán
desigualdades que les generen, precisamente, una pérdida del sen-
13
Rawls, J., op. cit., p. 104.
14
Ibíd., p. 148.

76
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

tido del propio valor. Además, es preciso notar que la justificación de


las desigualdades permitidas no involucra un punto de vista objetivo,
sino que es un procedimiento intersubjetivo: los más favorecidos
deben ser capaces de justificar ante los menos favorecidos las ven-
tajas obtenidas y estos últimos tienen la última palabra en lo que toca
a la justicia de una distribución.

Cabe recordar, llegados a este punto, que estamos intentando


presentar (con alguna tematización) algunos aspectos centrales del
igualitarismo liberal rawlsiano. Y cabe enfatizar que Rawls pensó que
sus principios no sólo eran razonables (y justos), sino que podrían
ser aplicados tanto a una sociedad capitalista como a una sociedad
con propiedad colectiva de los medios de producción. Tamaña em-
presa no podía pasar sin respuesta desde diversos puntos del es-
pectro político. No debiera sorprender, pues, que los críticos más
feroces de la teoría rawlsiana hayan surgido desde la derecha. Ape-
nas tres años después de publicada Teoría de la Justicia, el ya men-
cionado filósofo Robert Nozick -colega de Rawls en Harvard- publicó
un auténtico manifiesto ultra-neoliberal -casi anarcocapitalista- titu-
lado Anarquía, Estado y Utopía. 15 Siguiendo una correcta síntesis
propuesta por Roberto Gargarella, puede decirse que Nozick pensó
que Rawls era insuficientemente liberal y que había ido demasiado
lejos con su igualitarismo. 16 Como Nozick terminó abjurando de su
propia teoría, no le dedicaremos mucho más espacio en esta oportu-
nidad. Pero, aunque sólo parezca una “chicana”, es menester decir
que Nozick valoraba tanto pero tanto a la libertad, que incluso admi-
tía la esclavitud voluntaria. Es decir; somos tan pero tan libres que
podemos vender libremente nuestra libertad.

En la izquierda liberal, en cambio, hubo una inmediata (aunque


no ciega) adhesión a la teoría de Rawls. Es que, como ha señalado el
filósofo marxista G. A. Cohen, “John Rawls capturó en el pensamiento
a su época o, más precisamente, a una gran realidad de su época”,
15
Nozick, Robert, Anarquía, Estado y utopía , FCE, Buenos Aires-México-Madrid,
1991 (1974).
16
Gargarella, Roberto, Las teorías de la justicia después de Rawls , Paidós, Barcelo-
na-Buenos Aires-México, 1999, Capítulo 2.

77
CONTRA-TIEMPOS

de tal modo que “en su obra, la política de la democracia liberal (en


el sentido norteamericano) y de la socialdemocracia (en el sentido
europeo) alcanza conciencia de sí misma”. 17 Así, pensadores libera-
les como Brian Barry, Ronald Dworkin, Will Kymlicka, Thomas Scanlon,
Thomas Nagel, Thomas Pogge, entre otros, pasaron a ser conocidos
como rawlsianos o, más correctamente, como “igualitaristas libera-
les”. Algunos más hacia el centro, otros un poquito más a la izquier-
da, todos compartían, al menos, la preocupación ralwsiana por com-
binar libertad (autonomía) e igualdad (sujeta al Principio de Diferen-
cia), algo que la tradición liberal clásica y su versión neoliberal ha-
bían considerado casi imposible (y por lo general indeseable). Un
lugar común entre el liberalismo más ramplón (como el de Nozick)
enfatizaba que la igualdad sólo podía conseguirse a expensas de la
libertad y que, incluso en situaciones igualitarias, la libertad termina-
ría generando, por su propia dinámica, inevitables desigualdades.
En contraste, un filósofo y jurista genuinamente liberal como Dworkin
podía afirmar, por caso, que la igualdad es la “virtud soberana”;
mientras que, en un talante similar, el economista indio Amartya Sen
no dudaba en postular que la justicia social exigía la igualación de
capacidades básicas para que todos puedan llevar una vida valiosa.

MARX Y RAWLS
Las reacciones desde el marxismo ante la irrupción rawlsiana fueron
tempranas y diversas. Uno de los primeros teóricos socialistas en
reconocer que los principios de Rawls eran compatibles con (y sólo
realizables en) una sociedad sin clases, fue el politólogo canadiense
C. B. Macpherson. Por supuesto que esto provocó algunas respues-
tas airadas. Cuando le reprocharon que había hecho una concesión
tácticamente inadmisible en la lucha contra el capitalismo,
Macpherson replicó, allá por 1978: “[l]o que he admitido podría, en
efecto, debilitar el impulso [revolucionario]. Pero este impulso ejer-
ce, en nuestros días, una presión tan débil sobre las democracias
17
Cohen, Gerald, Rescuing Justice and Equality, Harvard University Press, Cambridge,
(Mass.), 2008, p. 11.
78
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

liberales occidentales, que no veo por qué habría que subordinar,


incluso transitoriamente, los requisitos de la lógica académica a las
exigencias del cambio revolucionario”. 18 Aunque crítico de Rawls en
varios aspectos, Macpherson estaba inaugurando ese diálogo entre
el marxismo y el igualitarismo liberal que, a nuestro modo de ver,
todavía hoy resulta imprescindible (y que nunca será tácticamente
inoportuno).
Es preciso señalar que así como para el neoliberalismo no tenía
sentido hablar de la justicia, porque el capitalismo, como segunda
naturaleza, no podía ser calificado como justo o injusto, para buena
parte del marxismo, hablar de justicia para una sociedad comunista
resultaba totalmente absurdo porque, entre otras cosas, se suponía
que el comunismo estaría “más allá de la justicia”, en virtud de la
enorme abundancia material y del pleno desarrollo de los individuos
en términos de solidaridad, reciprocidad y capacidad de coopera-
ción. El imaginado horizonte de plenitud comunista trascendía las
circunstancias que hacían necesaria a la justicia distributiva. En bue-
na medida, además, la hostilidad de Marx hacia el lenguaje moral,
había instalado la creencia de que las cuestiones de justicia eran
“obsoleta basura verbal”. Dentro de los muchos marxismos, poco y
nada había de reflexión ética, salvo por algunos casos pertenecien-
tes al denominado “marxismo cálido”, y hasta por ahí nomás. No es
exagerado decir que el marxismo parecía haberse contentado con
su enorme potencial explicativo, relegando (o subsumiendo) los pro-
blemas normativos. De allí que Alex Callinicos, un filósofo, y militante
del trotskismo inglés, haya reconocido que el marxismo sufre un
pronunciado “déficit ético”, no porque carezca de principios éticos,
sino porque, en comparación con la profusa producción de los libe-
rales, la especificación y articulación de tales principios en la tradi-
ción socialista ha sido, hasta ahora, insuficiente. No se trata, por
supuesto, de abandonar la dimensión explicativa del marxismo, sino
de evitar que ésta eclipse por siempre la dimensión ético-normativa.

18
Macpherson, Crawford, “Class, classlessness, and the Critique of Rawls: a Reply
to Nielsen”, en Political Theory, 6, 1978, p. 211.

79
CONTRA-TIEMPOS

En este sentido, fueron algunos de los marxistas analíticos quie-


nes se dieron cuenta de que la obra de Rawls estaba poniendo en
discusión un punto largamente ignorado (o minimizado) por el mate-
rialismo histórico. Hacia mediados de los años ‘80, el ya mencionado
Norman Geras estaba en condiciones de producir una exhaustiva
revisión de la abundante literatura que versaba sobre los siguientes
interrogantes: ¿pensaba Marx que el capitalismo es injusto? y, si la
respuesta es por la afirmativa, ¿hay una concepción de justicia social
para la sociedad comunista en la obra marxiana y en la tradición del
materialismo histórico? Curiosamente, la mitad de la biblioteca decía
que para Marx el capitalismo no podía ser juzgado como injusto,
mientras que la otra mitad decía casi exactamente lo contrario.
Geras, por su lado, llegaba a una conclusión paradójica: “Marx pen-
saba que el capitalismo es injusto, pero no pensaba que pensaba
así”. 19 En otras palabras; en las obras marxianas puede leerse una
implícita teoría de la justicia distributiva, negada en las muchas oca-
siones en que Marx condena explícitamente al lenguaje moral. Para
decirlo muy sucintamente: Marx no alcanzó a diferenciar su propia
sociología de la moral (el estudio de los enunciados morales como
producto de una cierta estructura social) de su propia teoría moral
(la concepción de lo bueno, lo justo y lo correcto).

Aunque la polémica está muy lejos de haberse agotado, toma-


mos partido (sin poder argumentarlo largamente aquí) por aquellos
que sostienen que Marx condenaba al capitalismo como un sistema
injusto y tenía, aunque en estado embrionario, una concepción
igualitarista de la justicia social. Como se sabe, Marx escribió poco y
nada sobre la sociedad post-capitalista. En uno de los pocos esbo-
zos que se avino a formular, la Crítica del Programa de Gotha (1875),
anticipó que, en lo que toca al reparto de la riqueza y los bienes de
consumo, una vez superado el capitalismo habrá dos principios de
justicia distributiva. 20 En una primera fase (socialismo), cada trabaja-

19
Geras, Norman, “The Controversy about Marx and Justice”, en Marxist Theory
Oxford, Callinicos, A. (ed.), Oxford University Press, 1990 (1985), p. 245.
20
Marx, Karl, “Crítica del Programa de Gotha“, en Marx, K. y Engels, F., Obras
Escogidas, Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973, Tomo V, p. 425.

80
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

dor recibe una parte proporcional a su contribución laboral. En otros


términos, quien es más productivo obtiene más medios de consumo
(pero no la totalidad de lo que produce, por cuanto es preciso rea-
lizar algunos descuentos para atender necesidades comunes). Este
reparto según el desempeño individual se conoce como Principio de
Contribución. Para Marx, este principio es defectuoso e inevitable.
Defectuoso porque, por ejemplo, un trabajador más sano y fuerte
podría tener una mayor productividad y así ganar más que otro
menos sano y menos fuerte, o porque un trabajador con esposa e
hijos, a igual productividad, estaría en desventaja respecto de un
trabajador soltero. Inevitable, porque la exigencia ingresos en fun-
ción de la productividad es propia de una mentalidad todavía im-
pregnada por las motivaciones de la sociedad anterior: el capitalis-
mo. En una fase superior, el comunismo, caracterizado por una ma-
yor abundancia material y un desarrollo integral de las personas,
Marx pensó que sería posible aplicar otro principio distributivo: el
Principio de Necesidades, el cual estipula: “De cada quien según su
habilidad, a cada quien según su necesidad”.

Vamos a suponer (para no entrar ahora en una ardua discusión)


que estamos en presencia de principios de justicia distributiva y no
de meros enunciados que describen un estado de cosas. Es decir,
vamos a suponer que se trata de principios que tienen fuerza
reguladora sobre la distribución de cargas y beneficios sociales.
Ahora bien; si nos detenemos en las razones que Marx ofrece para
calificar al Principio de Contribución como defectuoso, veremos que
habla, expresamente, de que los “privilegios naturales” no pueden
afectar la distribución de bienes de consumo. En otras palabras, que
alguien sea más productivo que otro no le da derecho a beneficiarse
más; y si esto se permite es sólo porque, en una determinada fase
histórica, sería difícil prescindir de estas desigualdades. En definiti-
va, el Principio de Contribución es injusto, pero superador de la
situación que reina en el capitalismo, donde nadie recibe proporcio-
nalmente a su contribución. Por eso, recién cuando haya suficiente
abundancia material y cuando las personas estén motivadas por
otra ética (recuérdese la tesis octava de Geras) será posible, dice

81
CONTRA-TIEMPOS

Marx, “cruzar el estrecho horizonte del derecho burgués” y aplicar


el Principio de Necesidades. En un párrafo poco citado de La Ideolo-
gía Alemana, escrita entre 1845 y 1846, treinta años antes que la
Crítica del Programa de Gotha, Marx y Engels decían:

[U]no de los principios vitales del comunismo, un


principio que lo distingue de todo socialismo reaccio-
nario es […] que las diferencias de cerebro y habi-
lidad intelectual no implican diferencias de ningún
modo en la naturaleza del estómago o de las necesi-
dades físicas; por lo tanto el falso aserto, basado en
circunstancias existentes, ‘ a cada quien de acuerdo
a sus habilidades’, debe ser cambiado [...] por el
aserto ‘a cada quien según su necesidad’; en otras
palabras, una forma diferente de actividad, de traba-
jo, no justifica desigualdades, no confiere privilegios
respecto de las posesiones y el disfrute. 21
No es difícil advertir cuán cerca estaba Marx de decir, en lengua-
je rawlsiano, que los atributos surgidos de las loterías natural y social
son irrelevantes en términos morales y distributivos. De algún modo,
ésta es una coincidencia fundamental entre Marx y Rawls: ambos
afirman que aquello que es producto del azar no puede tener nin-
gún peso a la hora de fijar la distribución de cargas y beneficios
sociales. Pensemos, por ejemplo, qué implica el Principio de Necesi-
dades. En primer lugar, implica que quienes estén en condiciones de
hacerlo, deben contribuir con lo mejor de sus habilidades. En esta
misma línea, cuando Rawls dice que los talentos naturales son parte
de un “acervo común”, no hace sino plantear la exigencia de que los
más favorecidos pongan sus dotes al servicio de los que quedan en
peor situación. A su vez, la idea rawlsiana de que cada quien debe
tener, en principio, una parte igual de los “bienes sociales” repre-
senta un punto de partida igualitario, tan igualitario como la idea
marxiana de que las necesidades de todos deben ser “igualmente”
satisfechas, aunque el reparto sea no igualitario, puesto que quien

21
En Geras, N., op. cit., p. 258.

82
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

más necesita deberá, lógicamente, recibir más, y quien menos nece-


sita, recibir menos. Rawls no postula un igualitarismo estricto, donde
cada quien se lleva siempre una parte igual, ya que algunas des-
igualdades están justificadas; Marx tampoco lo hace, porque las
desigualdades en las porciones distributivas están justificadas por
las diversas necesidades. Estamos ante un igualitarismo relacional y,
en el caso de Rawls, de un igualitarismo prioritarista porque, en el
fondo, el punto de referencia para cualquier distribución está dado
por quienes están en la peor situación.

Hemos tocado, de pasada, un punto complicadísimo: si el comu-


nismo exige que cada quien reciba según sus necesidades, 22 esto
supone escenarios muy par ticulares; a saber, un escenario de gran
abundancia o bien de necesidades acotadas en un contexto de abun-
dancia suficiente. Si suponemos que las necesidades pueden exten-
derse hasta el infinito, siempre habrá escasez; nunca habrá lo sufi-
ciente. Si suponemos una riqueza muy pequeña, será imposible dis-
tribuir según las necesidades. En este sentido, le cabe a Rawls el
mérito de haber recuperado un aspecto cr ucial: las circunstancias
de justicia; es decir, que para que sea posible formular principios de
justicia viables tienen que dar se determinadas circunstancias, en
par ticular, una moderada abundancia y un moder ado egoísmo. La
extrema escasez hace imposible la justicia, al igual que el egoísmo
universal; una moderada abundancia combinada con un moder ado
egoísmo, hacen la justicia posible; la abundancia ilimitada o el al-
truismo absoluto, hacen que la justicia sea innecesaria. No vamos a
detener nos en este punto; sólo subrayamos que es preciso, al me-
nos, una sobria consideración de la noción de necesidades y abun-
dancia para que el principio marxiano pueda ser puesto en práctica.

22
Para seguir este argumento, no hace falta definir con precisión qué son las
necesidades. Alcanza con la noción intuitiva que distingue las necesidades de los
caprichos o las extravagancias.

83
CONTRA-TIEMPOS

CRÍTICAS Y UTOPÍAS
En este diálogo polémico entre marxistas e igualitaristas liberales, se
destaca, por su volumen y por su profundidad, la obra del filósofo
canadiense Gerald Cohen quien, desde principios de los ‘90, se ha
dedicado casi exclusivamente a discutir constructivamente con los
rawlsianos y con los libertaristas (de derecha y de izquierda). En
varios artículos y libros, Cohen ha procurado examinar la teoría de
Rawls desde una perspectiva socialista y, a su vez, sentar las bases
para una suerte de teoría de la justicia socialista, inocultablemente
enriquecida por los aportes del pensador norteamericano. Así, sa-
cando provecho de los rasgos más radicales de la teoría rawlsiana,
Cohen busca rescatarla de las contradicciones y ambigüedades que
el mismo Rawls ha sembrado, y superarla con en pos de un horizonte
emancipatorio.
Una de las objeciones fundamentales de Cohen hacia el proyecto
rawlsiano estriba precisamente en la magnitud de las desigualdades
justificadas por el Principio de Diferencia. Como vimos, Rawls sostie-
ne que algunas desigualdades pueden aceptarse siempre y cuando
beneficien a quienes quedan en peor situación, tomando como refe-
rencia una situación de igualdad inicial. Ahora bien, según Cohen,
los más favorecidos en la lotería natural y social no aceptarán
gustosamente que sus esfuerzos beneficien siempre, sí o sí, a los
menos aventajados y que sus ganancias estén limitadas por el veto
de estos últimos. Por eso, es probable que, en un escenario real, se
produzca una situación en la cual los mejor dotados amenazarán
con no desplegar al máximo sus talentos a menos que se les conce-
dan beneficios especiales. Algunos tramos de la obra de Rawls pare-
cen avalar esta interpretación laxa del Principio de Diferencia, la
cual permite incentivos no igualitarios para los más talentosos y pro-
ductivos. Pero más allá de las cuestiones exegéticas, este punto
pone de relieve un tema crucial. Pareciera que no alcanza con que
las instituciones sean justas, sino que hace falta, además, que las
personas actúen con justicia. Dicho de otro modo; el Principio de
Diferencia exige que los más productivos (talentosos) pongan sus

84
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

habilidades al servicio de todos, pero si aquellos no están convenci-


dos de la justicia de este principio, simplemente dejarán de rendir al
máximo de sus habilidades o exigirán recompensas excesivas y no
igualitarias. Para que la justicia social funcione, concluye Cohen, se
necesitan instituciones justas y un ethos social que sea consecuente
con los principios de justicia que sirven de fundamento a las institu-
ciones. Por lo tanto, la justicia no puede ser solamente una virtud de
las instituciones (como quiere Rawls), sino una virtud que debe al-
canzar también a las decisiones individuales.

Otro cuestionamiento de fondo que le hace Cohen a la justicia


rawlsiana apunta al contenido mismo del proyecto igualitario. Como
hemos visto, Rawls dice que, en principio, la igualdad en el reparto
de bienes primarios es justa, y que sólo puede abandonarse si exis-
ten motivos para que todos mejoren su posición inicial. Así, por ejem-
plo, vimos que para Rawls es justo pasar de un esquema 5-5-5
(igualitario) a un esquema 8-7-6 (donde todos han mejorado pero
se ha perdido la igualdad). Cohen se pregunta, con lógica sencilla y
demoledora: ¿por qué no pasar a un esquema 7-7-7, donde todos
mejoran y se mantiene la igualdad? Y aquí volvemos al punto ante-
rior; Rawls permite pasar al esquema no igualitario porque los más
productivos (en ausencia de un ethos congruente con los principios
de justicia) no aceptarían que se mantenga la igualdad inicial ya que,
pudiendo ganar 8, van a tener que conformarse con 7 según lo
mandaría una lectura estricta del Principio de Diferencia. Por su-
puesto que Cohen no es ingenuo; sabe perfectamente que el
igualitarismo puro es muy difícil de aplicar, dadas ciertas estructuras
de motivaciones egoístas. Por eso, aunque a regañadientes, termi-
na aceptando las desigualdades permitidas por una lectura laxa del
Principio de Diferencia, pero se niega, correctamente, a sostener
que estas desigualdades sean justas, tal como quieren Rawls y los
rawlsianos. Puede decirse que, según Cohen, lo único justo es la
igualdad y que las desigualdades pueden ser inevitables (por diver-
sos motivos), pero nunca justas.

85
CONTRA-TIEMPOS

Aún así, vale enfatizar que el Principio de Diferencia representa


una formulación radical frente a la lógica predominante en el capita-
lismo, donde no hay límite alguno a las desigualdades sociales, ni al
afán de lucro, ni al consumo compulsivo, etcétera. En este sentido, el
siguiente fragmento de T eoría de la Justicia es ilustrativo:

Es un error creer que una sociedad justa y buena


debe esperar un elevado nivel material de vida. Lo
que los hombres quieren es un trabajo racional en
libre asociación con otros y estas asociaciones regu-
larán sus relaciones con los demás en un marco de
instituciones básicas justas. Para lograr este estado
de cosas no se exige una gran riqueza. De hecho,
franqueados ciertos límites, puede ser más un obstá-
culo, una distracción insensata, si no una tentación
para el abandono y la vacuidad. 23
Quien visualiza esta sociedad no es ningún marxista; es el
mismísimo Rawls. Lo que se advierte aquí es una fuerte apuesta por
la autonomía y una vida plena, en condiciones materiales más o
menos benignas pero distantes de una abundancia ilimitada. La no-
ción que subyace a esta visión es lo que Rawls denomina Principio
Aristotélico: “en igualdad de circunstancias, los seres humanos dis-
frutan con el ejercicio de sus capacidades realizadas (sus facultades
innatas o adquiridas) y ese disfrute aumenta cuantas más capacida-
des se realizan o cuanto mayor es su complejidad”. 24 Éste es un
poderoso argumento frente a quienes podrían reclamar recompen-
sas materiales especiales por el ejercicio de sus talentos inmereci-
dos. Rawls dice, concretamente, que la recompensa está en la acti-
vidad misma, la cual, cuanto más compleja, reditúa mayor satisfac-
ción, es decir, mayor autorrealización. Y son precisamente la auto-
nomía y la autorrealización, en el marco de un sistema de coopera-
ción racional, los objetivos que en todo momento impregnaron la
filosofía de Marx. Seguramente, Marx habría suscripto, en líneas

23
Rawls, J., op. cit., p. 272.
24
Rawls, J., op. cit., p. 386.

86
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

generales, el párrafo en el que Rawls advierte que la opulencia


puede “ser más un obstáculo, una distracción insensata, si no una
tentación para el abandono y la vacuidad”. Ahora bien, este Rawls
que afirma el principio aristotélico, es el mismo que, por razones
“prácticas” permite desigualdades incentivadas. Y también Marx,
por razones “prácticas”, avala el Principio de Contribución, el cual,
como vimos, premia a los más productivos que gozan, inmerecida-
mente, de sus “privilegios naturales”. En ambos pensadores vemos,
en suma, la afirmación de una dimensión utópica (el Principio de
Necesidades de Marx, y el Principio de Diferencia estricto de Rawls)
que convive con un razonable realismo (el Principio de Contribución
y el Principio de Diferencia laxo). Volveremos sobre este punto más
adelante.

Si bien Cohen y otros marxistas analíticos tomaron la delantera


en el diálogo con los igualitaristas liberales, en la escena latinoame-
ricana hubo también una interesante -aunque algo demorada- res-
puesta a los planteos rawlsianos. La existencia de un manojo de
críticas desde nuestra región pone en evidencia que el pensamiento
de Rawls es difícil de soslayar para quienes asumen al marxismo
como un proyecto teórico y político abierto. El sociólogo y politólogo
argentino Atilio Boron, por caso, le concede a Rawls el mérito de
haber recuperado el tópico de la justicia en momentos en que se
consumaba el triunfo de las doctrinas neoliberales y admite que en el
marxismo “se ha ignorado largamente la problemática de la justicia”.
Pero, una vez dicho esto, Boron cuestiona otros aspectos: la preca-
ria economía política que Rawls utiliza para complementar sus argu-
mentos filosóficos, la ausencia de una crítica directa a las injusticias
capitalistas en la obra rawlsiana, el extremo formalismo filosófico
que “sobrevuela” por sobre la estructuras sociales concretas, y,
sobre todo, la tesis de que el Principio de Diferencia es compatible
con la explotación. En palabras de Boron: “[e]l problema sí es el
Principio de Diferencia, toda vez que el mismo admite
imperturbablemente la continuidad de la explotación. ¿Qué igualdad
podría construirse consintiendo la permanencia de la explotación?

87
CONTRA-TIEMPOS

Este y no otro es el tema de debate”. 25 Por eso mismo, si como ha


sugerido Jacques Bidet, 26 con Rawls y desde Rawls intentamos ir más
allá de Rawls, podemos interpretar que la igualdad inicial que propo-
ne el pensador norteamericano exige, lógicamente, un cambio es-
tructural en las relaciones de producción; esto es, que las institucio-
nes injustas sean “reformadas o abolidas”. De allí que buena parte
de los expertos en Rawls hayan señalado, una y otra vez, que el
Principio de Diferencia sólo sería aplicable en el socialismo. Puede
incluso decirse que Rawls ha ido incluso más lejos. Así como de su
teoría puede inferirse, oblicuamente, la necesidad de un cambio
radical en las relaciones de propiedad, también puede observarse,
explícitamente, una suerte de “socialización” de los talentos natura-
les. En opinión Alex Callinicos, “Rawls pone en la olla, para ser distri-
buidos de acuerdo a los principios de justicia, no solamente los re-
cursos alienables como los medios de producción, sino también los
beneficios obtenidos a través del uso de los activos inalienables
inherentes a los individuos”. 27 Como adujimos más arriba, Rawls está
en la misma línea de Marx al repudiar el efecto distributivo de los
“privilegios naturales” y al sostener que los dones contingentes son
un “acervo común”. Y si recordamos que al auto-respeto es uno de
los bienes sociales primarios, es difícil concebir que dicho bien pue-
da ser distribuido equitativamente en presencia de una relación
injustificadamente desigual como lo es la explotación.

Por su parte, el filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel,


también ha cuestionado el formalismo contractualista rawlsiano y los
supuestos que subyacen al Principio de Diferencia. Para Dussel, un
problema nodal de la teoría de Rawls es el de haber “negado el
aspecto material de la ética como punto de partida”, lo cual “le exige

25
Boron, Atilio “Justicia sin capitalismo, capitalismo sin justicia. Una reflexión acerca
de las teorías de John Rawls”, en Boron A. y De Vita, A. (comp.), Teoría y Filosofía
Política. La recuperación de los clásicos en el debate latinoamericano , Clacso,
Buenos Aires, 2002, p. 156.
26
Cf. Bidet, Jacques, John Rawls y la teoría de la justicia , Edicions Bellaterra,
Barcelona, 2000, p. 12.
27
Callinicos, Alex, Equality, Polity Press, Cambridge, UK, 2000, p. 47.

88
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

construir escenas hipotéticas irresolubles”. 28 De algún modo, Dussel


está invocando el repudio marxiano a las “robinsonadas” de los
pensadores del Iluminismo, quienes pretendían elaborar grandes
teorías a partir de abstracciones sin anclaje en el mundo real. Pero
esta objeción no sería letal para Rawls, toda vez que el dispositivo
hipotético de la Posición Original sólo fija las condiciones para espe-
cificar y desarrollar las intuiciones fundamentales de la teoría. En
todo caso, si Rawls prescindiera de la Posición Original, su teoría
perdería en términos de argumentación, pero los principios podrían
ser elaborados y justificados por otros caminos. Dussel también re-
pudia que Rawls admita las desigualdades sociales como algo a priori
y se pregunta si “[n]o habría que formular, al menos en principio,
una igualdad social y económica como punto de partida”. 29 Aquí,
Dussel no es del todo fiel a la letra rawlsiana; en rigor, Rawls no toma
las desigualdades como a priori y sí, en cambio, formula su teoría
desde un punto de partida igualitario. Rawls lo dice sin rodeos: “el
Principio de Diferencia representa una concepción fuertemente
igualitaria en el sentido de que, a menos que exista una distribución
que mejore a las personas [...] se preferirá una distribución igual”.30
La objeción de Dussel sólo tiene asidero si se mira la formulación
definitiva del Principio de Diferencia, que comienza diciendo: “las
desigualdades económicas y sociales han de ser estructuradas...”.
Desde este punto de vista, claro está, Rawls supone que habrá des-
igualdades justificadas en toda sociedad bien ordenada y, en este
sentido, la desigualdad podría ser leída como un punto de partida.
Pero esta sería una lectura incompleta de la teoría, ya que las des-
igualdades permitidas por Rawls no son a priori, sino, estrictamente
hablando, una derivación permisible a partir de una preferida igual-
dad inicial.

A su turno, el filósofo hispano-mexicano Adolfo Sánchez Váz-


quez ha cuestionado la distancia -aparentemente insalvable- que
media entre los principios rawlsianos y la práctica política que Rawls
28
Dussel, Enrique, “John Rawls: el formalismo neocontractualista”, mímeo, 2006.
29
Ibíd.
30
Rawls, J., op. cit., p. 81.

89
CONTRA-TIEMPOS

recomienda para enmendar las injusticias sociales. Sánchez Váz-


quez sostiene que lo político debe incluir dos dimensiones: una di-
mensión ideológico-valorativa, correspondiente al campo de los prin-
cipios y los fines; y una dimensión práctico-instrumental, que con-
cierne a los medios adecuados a dichos principios y fines. Por ende,
así como critica la “política sin moral” de Maquiavelo, también critica
a Kant por “postular una moral universal, abstracta, individualista,
que por su autonomía y autosuficiencia no necesita como tal de la
política”. 31 Este sayo, según Sánchez Vázquez, bien le cabe al for-
malismo rawlsiano, que termina, como todo formalismo o “moral sin
política”, colapsando en el moralismo y naufragando en “la impoten-
cia del utopismo”. Al disociar lo ideológico-valorativo de lo práctico-
instrumental, Rawls se derrumba en el utopismo, y su concepción de
la política deviene en una mera concepción moral. “No hay en ella
ninguna referencia a las condiciones reales necesarias, a los medios
que han de emplearse ni a los sujetos políticos y sociales que han de
realizar, o aproximarse a la sociedad ideal diseñada”, 32 sostiene
Sánchez Vázquez. En suma, según esta interpretación, en Rawls
hay una clamorosa ausencia de crítica a las injusticias del mundo real
y, como corolario necesario, una profunda disociación entre lo
valorativo y lo práctico instrumental. El cuestionamiento que plantea
Sánchez Vázquez no es infundado, pero también es preciso decir
que a Rawls no le interesa proporcionar un recetario sobre cómo ni
quiénes habrán de lograr la sociedad idealmente justa. Si bien esbo-
za ciertos momentos constitutivos, que van desde la posición original
hasta las decisiones administrativas, dichos enunciados son mera-
mente orientadores y no especifican instituciones concretas.

La disociación entre teoría y práctica que Sánchez Vázquez de-


plora es propia de los textos originados en impulsos utópicos, y la
crítica a esta disociación ha sido también un lugar común, desde
Marx y Engels hasta nuestros días. Así, la ausencia de indicaciones

31
Sánchez Vázquez, Adolfo “Etica y Política”, en Boron, A. (comp.) Filosofía Política
Contemporánea. Controversias sobre civilización, imperio y ciudadanía , Clacso,
Buenos Aires, 2003, p. 277.
32
Sánchez Vázquez, op. cit., p. 283.

90
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

precisas para la práctica política en la obra de Rawls se explica, en


buena medida, si se tiene en cuenta que, por lo general, los “encla-
ves utópicos”, como dice Fredric Jameson, son pausas en el devenir;
son espacios que permiten pensar o imaginar una realidad diferen-
te. El ámbito en el que operan los utopistas supone una cierta ce-
guera frente a los medios de transformación social, una ceguera
“no-revolucionaria” que, sin embargo, “constituye su fortaleza en
tanto permite que su imaginación sobrepase el momento de la revo-
lución misma y plantee una sociedad post-revolucionaria radical-
mente diferente”. 33 No estamos diciendo, desde luego, que Rawls
haya sido un pensador de la revolución, sino que su teoría, concebi-
da desde y para el capitalismo, denuncia -acaso sin proponérselo-
las calamidades del mundo real. En última instancia, como dice
Callinicos, teorías como las de Rawls, constituyen auténticos “arte-
factos modernistas” que, desde su propia condición abstracta, “po-
nen en evidencia la crueldad e injusticia del mundo tardo-capitalis-
ta”.34

Esto nos devuelve al punto que dejamos pendiente más arriba;


esto es, la relación entre el realismo y la utopía. Conviene decir que,
en una revisión de su teoría, publicada poco antes de su muerte,
Rawls definió a la filosofía política como “realistamente utópica; esto
es, como una disciplina que investiga los límites de la posibilidad
política practicable”. 35 Así, la teoría de Rawls contiene elementos
decididamente utópicos, como ideales reguladores, y elementos rea-
listas que tienen en cuenta la aplicabilidad de los principios y las
instituciones generadas desde la teoría ideal. Se trata, pues, de un
esfuerzo que intenta ir más allá de lo practicable para poder identi-
ficar, precisamente, lo practicable. En contra del extendido
pragmatismo que piensa que aquello que es coincide con lo que
debe ser, Rawls postula un deber ser que permite la crítica de aque-

33
Jameson, Fredric, Archaeologies of the Future. The Desire Called Utopia and
Other Science Fictions, Verso, London, 2006, p. 16.
34
Callinicos, Alex, The Resources of Critique, Polity Press, Cambridge (UK), 2006,
p. 222.
35
Rawls, John, La justicia como equidad. Una reformulación , Paidós, Buenos Aires,
2004, p. 26

91
CONTRA-TIEMPOS

llo que es. No es despreciable el hecho de que ese pensador liberal


afirme que el primer principio tiene prioridad sobre el segundo; es
decir, que las libertades básicas tienen precedencia sobre los
ordenamientos económicos. La prioridad de la libertad que estable-
ce Rawls se comprende cabalmente si se tiene en cuenta que mu-
chos regímenes totalitarios buscaron justificarse anulando las liber-
tades y ofreciendo, a cambio, un mayor bienestar económico. Por lo
tanto, cuando Geras sostiene que una utopía mínima debe ser al
mismo tiempo socialista y liberal no hace sino resaltar que ciertos
derechos y garantías liberales no pueden anularse alegremente a
cambio de promesas de prosperidad. En este sentido, viene al caso
referir la opinión del pensador socialista Etienne Balibar, quien sos-
tiene que, en la historia, “[n]o hay ejemplos de restricciones o su-
presiones de las libertades sin desigualdades sociales, ni de des-
igualdades sin la restricción o supresión de libertades”. 36 No es me-
nor, tampoco, la prioridad que Rawls le confiere a la justicia sobre la
eficiencia y a lo correcto sobre lo bueno. Este último punto remarca
su realismo, por cuanto supone que es posible lograr algún acuerdo
sobre lo que es justo, dejando en suspenso una determinación so-
bre lo que es bueno.

Es verdad, por lo demás, que Rawls no se detiene a analizar ni el


origen ni la naturaleza de las injusticias en el capitalismo y, por ende,
prescribe un remedio utópico sin haber completado el diagnóstico
(de allí que su sociología y su economía política puedan ser tildadas
de deficientes o malas). Pero también es cierto que la sociedad justa
que podría fundarse a partir de sus principios permite leer qué es lo
que anda mal en el capitalismo. Se nos replicará que, muy por el
contrario, el último Rawls piensa que la función de su utopía es la de
reconciliar a los individuos con sus instituciones ya que, siguiendo a
Hegel, insinúa que su teoría constituye una mirada racional sobre un
mundo que, a su vez, devuelve una mirada racional. 37 Aquí Rawls es,
como en muchos otros casos, el peor intérprete de su propia teoría;
porque cuando uno mira el mundo desde los principios rawlsianos no
36
En Callinicos, Alex, Equality, p. 22.
37
Rawls, J., La justicia como equidad. Una reformulaciòn, p. 25.

92
MARXISTAS, IGUALITARISTAS Y LIBERALES

puede menos que estremecerse ante la irracionalidad de la mirada


que el mundo le devuelve. En el mundo ideal de Rawls, por ejemplo,
las desigualdades son permitidas siempre y cuando beneficien a los
que están peor; en el mundo real, las desigualdades siempre bene-
fician a los que están mejor y nunca se produce el famoso “derrame”
pronosticado por los propagandistas neoliberales.

Con premeditada desmesura, podemos aventurar que Rawls es


para la dimensión normativa del marxismo contemporáneo lo que
Hegel fue para los albores del materialismo histórico. En otros térmi-
nos; así como Marx se montó sobre los hombros de Hegel (lo más
avanzado del pensamiento burgués de su época) para construir su
enorme teoría, el marxismo contemporáneo necesita montarse so-
bre los hombros de pensadores liberales como Rawls para explorar
espacios que hasta ahora lucen casi como una Terra incognita; con-
cretamente, los espacios donde pueden pensarse y delinearse con
cierta precisión los principios de justicia que habrán de orientar la
vida social más allá del capitalismo. No se trata, por supuesto, de
abjurar el marxismo, sino de fortalecerlo. Callinicos es muy claro en
este sentido. Al explicar su apertura al diálogo con los igualitaristas
liberales, sostiene que su objetivo “no es diluir la crítica marxista,
sino hacerla más efectiva”. “En mi visión -alega-, tomar seriamente
al liberalismo igualitario significa desafiarlo mostrando, contra sus
propias asunciones, que sus principios de justicia sólo pueden ser
realizados, no mediante la reforma del capitalismo, sino mediante su
derrocamiento”. 38 La efectividad de la crítica marxista, entonces,
supone tener una gran claridad respecto a los principios y los fines
que sustentan la práctica revolucionaria. Porque una cosa es decir
que el socialismo es posible y otra muy distinta es argumentar sobre
su deseabilidad. En este sentido, el igualitarismo liberal puede pro-
porcionar insumos realmente valiosos, porque ha sido en este espa-
cio teórico donde se ha intentado especificar con mayor claridad la
respuesta a la pregunta sobre las características de una sociedad
justa. Por supuesto, habrá quienes sostengan que el cambio revolu-

38
Callinicos, A., The Resources..., p. 221.

93
CONTRA -TIEMPOS

cionario es un evento puro que funda su propia legitimidad y no


precisa invocar principios anteriores a ella, y no faltará quien nos
recuerde que Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, enfatizaron
que el comunismo no tiene como fundamento “las ideas o principios
que hayan sido inventados o descubiertos por tal o cual reformador
del mundo”. 39 Sin embargo, estas objeciones se dan de bruces con
la concepción de la revolución como un cambio material, intelectual y
moral. Habrá, por supuesto, quienes sostengan que el comunismo
es una sociedad más allá de la justicia, porque la abundancia será tal
que las cuestiones distributivas nunca habrán de plantearse; pero
esto ignora los evidentes límites en los recursos naturales y las op-
ciones éticas que plantea la noción de límite. Así las cosas, la discu-
sión sobre los principios de justicia resulta a todas luces imprescindi-
ble, y la contribución de los igualitaristas liberales no tendría que ser
menospreciada. Es que, como dijimos más arriba, Marx anticipó que
recién en la fase superior del comunismo podrá superarse “el estre-
cho horizonte del derecho burgués”. Y si admitimos que Rawls y sus
seguidores liberales representan, en lo que toca a la justicia, lo más
avanzado del derecho burgués, cae de maduro que el marxismo no
puede ignorar sus teorías y debe, por el contrario, mantener un
diálogo crítico que permita esbozar, al menos en borrador, una teo-
ría de la justicia propia, basada en los valores específicamente so-
cialistas.

39
Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto Comunista, Crítica-Grijalbo Mondadori,
Barcelona, 1998, p. 57.

94
Nuevas
apuestas,
viejos
problemas
Apuntes para una
caracterización de la
nueva izquierda
argentina

JORGELINA MATUSEVICIUS

Durante la última década ha surgido y desarrollado un conjunto de


expresiones organizativas que aspiraron a renovar los métodos, la
orientación y la cultura política de la izquierda anticapitalista. Luego
de varios años de construcción, asistimos a la consolidación de un
espacio político que, aunque incipiente, se abre lugar a fuerza de
iniciativa, creatividad y radicalidad.
Surgidas desde el seno de la militancia social, estas nuevas ex-
periencias políticas tienen todavía el déficit de no haber acompaña-
do su desarrollo organizativo con una elaboración teórico-política
sistemática y articulada que de sentido de conjunto y proyecte las
iniciativas parciales. Las siguientes líneas, intentan ser un pequeño
aporte a la construcción colectiva de una teoría que esté a la altura
de las luchas de nuestro tiempo.

En este sentido, es relevante situar a esta “nueva izquierda” en


la historia larga de la militancia anticapitalista y socialista, examinan-
95
CONTRA-TIEMPOS

do sus antecedentes y su continuidad histórica. Es interesante, por


ejemplo, establecer las continuidades y paralelos entre las actual-
mente denominadas prácticas prefigurativas (de las relaciones so-
ciales, las prácticas y las instituciones de la sociedad a la que aspira-
mos) con las grandes construcciones culturales de los viejos socialis-
tas y anarquistas del siglo XIX. O identificar en el concepto de “poder
popular” actual, las referencias de Marx a la auto-emancipación de
la clase trabajadora y a su concepción anti-instrumental del Estado
evidenciada en su referencia a la Comuna de París como “la forma
política finalmente descubierta para la emancipación económica del
trabajo”. En el presente trabajo, sin embargo, encararemos una
tarea más modesta: identificar los vasos comunicantes entre las ac-
tuales experiencias organizativas y la “nueva izquierda” surgida en
los años ‘60 y ‘70 a nivel internacional. Sin la pretensión abusiva de
forzar la existencia de una única unidad política desarrollada inter-
mitentemente durante las últimas décadas (y subestimando por ende
las rupturas específicamente contemporáneas de nuestra “nueva
izquierda”), sí resulta productivo establecer algunas coordenadas
comunes entre una y otra experiencia. Un posible punto de partida
para establecer una problemática común surge del reconocimiento
de que a fines de los años sesenta comienza el lento desarme de la
“ortodoxia” de izquierdas, y de sus expresiones partidarias, el PS y
el PC, postrados en distintas variantes de una política reformista.
Suscitados por las experiencias que dieron lugar a triunfos en China,
Vietnam y Cuba, por las luchas anti-imperialistas en el “tercer mun-
do” y por el ‘68 europeo, la iniciativa política, luego de décadas,
estaba en nuevas expresiones organizativas, como los “grupúscu-
los” del mayo francés, la autonomía operaria italiana, las organiza-
ciones político-militares en América Latina y los grupos de liberación
nacional de Asia y Africa. En paralelo, fueron surgiendo y ganando
visibilidad nuevas elaboraciones teóricas como el redescubrimiento
revolucionario de la obra de Gramsci, el grupo Socialismo o Barbarie
francés, los teóricos del poder obrero italiano, el pensamiento de
Marcuse, Gorz, Mandel, o el grupo Pasado y Presente en nuestro
país.

96
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

Si hacia fines de los ‘60 comenzaba a discutirse la “ortodoxia”


de los partidos comunistas o socialistas, luego del derrumbe del
“socialismo real” y la derrota histórica de la clase trabajadora du-
rante los setenta, en la actual etapa aquella dogmática se encuentra
pulverizada. Lejísimos de la época de la hegemonía incuestionable
del estalinismo, actualmente los partidos comunistas se han reduci-
do a una existencia simbólica y marginal, excepto algunos casos
puntuales, mientras que las organizaciones de la Internacional So-
cialista se han embarcado en una definitiva deriva social-liberal, lo
cual empieza a herir la poderosa base social y sindical de esos
espacios políticos. Desde la desintegración de la Unión Soviética
terminó una etapa completa de la lucha de clases, aquella corres-
pondiente al “siglo corto” iniciado con la revolución de Octubre.
Nuestra época es todavía la de la “crisis de alternativa” descripta
por Perry Anderson, de lenta recomposición política, teórica y
programática del movimiento socialista.

Como afirma acer tadamente Daniel Bensaid:


“Los grandes enunciados estratégicos de los que aún somos
hacedores datan en gran parte de este período de formación, ante-
rior a la Primera Guerra Mundial: se trata del análisis del imperialismo
(Hilferding, Bauer, Rosa Luxemburgo, Lenin, Parvus, Trotsky,
Bujarin), de la cuestión nacional (Rosa Luxemburgo de nuevo, Lenin,
Bauer, Ber Borokov, Pannekoek, Strasser), de las relaciones parti-
dos-sindicatos y del parlamentarismo (Rosa Luxemburgo, Sorel,
Jaurés, Nieuwenhuis, Lenin), de la estrategia y los caminos del poder
(Bernstein, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky). Estas con-
troversias son tan constitutivas de nuestra historia como las de la
dinámica conflictiva entre revolución y contrarrevolución inaugurada
por la Guerra Mundial y la Revolución Rusa. Más allá de las diferen-
cias de orientación y de las opciones a menudo intensas, el movi-
miento obrero de esta época presentaba una unidad relativa y com-
partía una cultura común. Se trata, hoy en día, de saber qué queda
de esta herencia, sin dueños ni manual de uso”. 1
1
Bensaïd, Daniel, “Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren”, en
www.vientosur.info

97
CONTRA-TIEMPOS

En el proceso de rearme teórico, político, organizativo y


programático en el que está comprometido nuestro sector de la iz-
quierda anticapitalista, la profusa elaboración teórica y organizativa
de la “nueva izquierda” de los ‘60 se revela como una referencia
fundamental, todavía insuficientemente estudiada y atendida.

En este sentido intentaremos realizar un examen de las princi-


pales tesis de algunos de los autores representativos de esas ten-
dencias. Por otro lado, nos interesa rastrear cuáles son los vínculos
posibles a establecer con esta tradición en el contexto actual atrave-
sado por profundas transformaciones de la clase trabajadora, del
proyecto hegemónico de la burguesía y del rol del Estado. En ese
sentido buscaremos reconocer los obstáculos que enfrenta la con-
solidación de este espacio político atendiendo a las derivaciones
posibles y problemas potenciales. Finalmente intentaremos dar
cuenta de algunos de sus rasgos identitarios, que surgen del análisis
de las experiencias históricas de lucha de la clase trabajadora en los
últimos años.

Se trata, pues, de sentar las bases para la estructuración de un


espacio político que logre hacer visible para la sociedad en su con-
junto las múltiples formas de resistencia y de construcción de
contrahegemonía que algunos sectores de la clase trabajadora vie-
ne ensayando a partir de identidades y manifestaciones diversas.
Existe, en Argentina una reflexión y ejercicio práctico de la acción
política, distanciado de inscripciones dogmáticas y profundamente
transformador que fue duramente golpeado durante el terrorismo
de Estado, del cual es necesario reapropiarnos y continuar su tarea
histórica. Se trata, entonces, de traer al presente esas reflexiones y
enseñanzas del proceso histórico para confrontarlas con las nuevas
exigencias del presente.

98
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

CAPITALISMO “DESARROLLADO”, DOMINACIÓN COMPLEJA


Y SURGIMIENTO DE UNA NUEVA IZQUIERDA

A mediados de los años ‘50, con algunos años ya de ensayo del


capitalismo keynesiano, en los países del capitalismo occidental, se
comienzan a manifestar nuevas formas de conflictividad de clase
vinculados a la crítica al estilo de vida consumista, rutinario y aliena-
do y a la lucha contra diversas formas de opresión (étnica, de géne-
ro, hacia minorías sexuales, por nacionalidad). En algunos países
dependientes, por su parte, se comienzan a dar procesos de abierta
ruptura contra la forma que adopta el imperialismo de esa época. Es
así como se desarrollan procesos revolucionarios en Cuba (1959),
Vietnam (1964-1975), China (1950), Argelia (1954 -1962) por men-
cionar sólo algunos. Por su parte en el bloque soviético y más allá de
las críticas a los procesos de burocratización que surgen temprana-
mente, es también a mediados del siglo XX que comienzan a eviden-
ciarse signos de agotamiento del stalinismo (Hungría, 1956; prima-
vera de Praga, 1968).
Es necesario aquí hacer una breve mención tanto a las transfor-
maciones operadas en el modo de producción, como a los modos de
dominación y construcción de hegemonía que se articulan como res-
puesta a los procesos revolucionarios llevados adelante por la clase
trabajadora en los comienzos del capitalismo.

El desarrollo de la gran industria, la necesidad del control sobre


las potencias del trabajo es consustancial al capitalismo. La necesi-
dad de la producción de plusvalía relativa que revoluciona perma-
nentemente la base técnica del proceso de trabajo fijando intensida-
des y ritmos que permitan aumentar la porción del tiempo de trabajo
en la que el trabajador produce el valor que se apropiará el capita-
lista, es lo que opera como motor de ese desarrollo. Este proceso
actúa a escala social, y supone el ejercicio del control sobre las
fuerzas productivas del trabajo social, el desarrollo de la fuerza de
trabajo humana aplicada al ejercicio de control de las fuerzas natu-
rales y en consecuencia la objetivación de esa capacidad de control

99
CONTRA-TIEMPOS

en un atributo de la maquinaria. La fuerza productiva de ese trabajo


social aparece como fuerza productiva del capital. El modo de pro-
ducción específicamente capitalista, generalizado como sistema so-
cial, supone una subsunción real del trabajo al capital. El capital
produce y reproduce a los trabajadores como atributo suyo, los pro-
duce y reproduce como seres humanos según su necesidad. Esto
supone permanentes transformaciones en el proceso de trabajo y
en la subjetividad productiva del obrero de la gran industria. Ahora
bien, en el proceso histórico concreto, esto adquiere particularida-
des que constituyen rasgos distintivos de una etapa. Esa necesidad
de afianzamiento de una forma de dominación específica obedece
tanto a la necesidad de salida de las crisis cíclicas como al enfrenta-
miento de la conflictividad de clase. Es el caso del patrón de acumu-
lación propuesto para la salida de la crisis de 1930, que combinó la
reorganización del proceso de trabajo, la acción del Estado como
garante de las condiciones de reproducción del capital y vinculado a
esto, la estrategia de “integración” de la clase trabajadora.

“A través de estos mecanismos de “compromiso” se fue verifi-


cando durante el fordismo un proceso de integración del movimiento
obrero socialdemócrata, particularmente de sus organismos de re-
presentación institucional y política, que acabó convir tiéndolo en
una especie de engranaje del poder capitalista. El “compromiso
fordista” dio origen progresivamente a la subordinación de los orga-
nismos institucionalizados, sindicales y políticos, de la era en la que
prevaleció la socialdemocracia, convirtiendo a esos organismos en
“verdaderos cogestores del proceso global de reproducción del ca-
pital”. 2

Este “compromiso” significó la expropiación de la capacidad de


acción política autónoma de la clase trabajadora, es decir, la subor-
dinación de las organizaciones de la clase a la lucha dentro de los
marcos del propio sistema capitalista. Esto fue acompañado del de-
sarrollo de un complejo sistema institucional asociado a las políticas

2
Antunes, Ricardo, Los sentidos del trabajo , Herramienta ediciones-TEL, Buenos
Aires, 2005, p. 25.

100
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

públicas, que contribuyó a asentar la dominación sobre la base de la


construcción de hegemonía política ideológica y cultural. Es a partir
de este momento donde se hace más visible que nunca la construc-
ción de una subjetividad productiva, de un modo de vida, acorde con
las necesidades del capital y construido más allá de los límites de la
fábrica. La vieja idea de Marx de que el trabajador le pertenece al
capital aún antes de vender su fuerza de trabajo al capitalista, se
vuelve perceptible al reconocer las múltiples estrategias de control
sobre la vida del trabajador, sobre su consumo, sus momentos de
ocio, su deseo, sus necesidades, sus anhelos.

“Fuera de los límites de la fábrica, el obrero no puede ser dejado


solo a sí mismo sino que debe ser seguido y controlado en su barrio,
allí dónde vive; y con mayor razón debe decirse esto respecto de
quien está excluido del proceso productivo, que es siempre poten-
cial atentador del orden social. Está claro que en el fondo de esta
obsesión de control total se descubre la utopía neocapitalista de una
gestión tecnocrática de la sociedad (…) En efecto, el capital en su
dimensión monopolista, se sitúa como capital racional. Debe por tan-
to disciplinar la anarquía del capitalista individual que no quiere o no
puede aceptar las reglas del juego del nuevo proceso acumulativo; y
al mismo tiempo debe garantizar un control total sobre la clase obre-
ra”. 3

La forma de intervenir desde el Estado frente a la conflictividad


de clase buscará asentarse en una política de consenso de masas,
de altos niveles de consumo, de mediación de los conflictos a través
de aparatos institucionales. Institucionalización del conflicto de cla-
se, búsqueda de intervención ideológica y cultural para que el mismo
no se vuelva contra el orden social mismo. La política pública acom-
pañará este proceso, el estado asistencial, o Welfare State; buscará
intervenir en la planificación de las necesidades colectivas. La ges-
tión de la fuerza de trabajo, tanto de aquella que se encuentra
ocupada como de aquella que se constituye en una reserva a ser
utilizada según las necesidades del capital; ocupará un lugar desta-

3
Pavarini, Máximo, Control y Dominaciòn , SXXI Editores, México, 1996, p. 73.

101
CONTRA-TIEMPOS

cado en la política gubernamental. Se buscará hacer previsible el


comportamiento de la fuerza de trabajo lo que llevará a redoblar
esfuerzos en el tratamiento colectivo de los procesos de su repro-
ducción.

“La politización de los “problemas urbanos” en el capitalismo


monopolista de Estado se halla directamente determinada por las
transformación de las contradicciones de clase en la nueva fase del
MPC [Modo de Producción Capitalista]. En términos de práctica po-
lítica produce efectos específicos al nivel de las relaciones de poder.

Así, en primer lugar, desde el punto de vista de la transformación


de los procesos urbanos (es decir concernientes al consumo colec-
tivo) asistimos a la emergencia de toda una serie de rasgos estruc-
turales que forman la base de nuevos conflictos sociales y políti-
cos”.4

Esta conflictividad estará dada por exigencias crecientes de las


masas de trabajadores que amplían progresivamente sus reivindica-
ciones del dominio salarial al de las condiciones de conjunto de su
reproducción. El Estado se constituye en el blanco de exigencias
sociales y reivindicaciones en tanto será cada vez más amplia su
intervención en el ámbito de los procesos y unidades de consumo en
la vida cotidiana. Se produce entonces una crisis de la utopía
reguladora de la burguesía, el conflicto reaparece bajo múltiples
formas

Este clima de época marcó, al mismo tiempo, la imposibilidad de


los partidos tradicionales de la clase trabajadora para canalizar esta
nueva conflictividad. En los países donde se evidenciaba un dominio
estable de la burguesía los partidos de trabajadores se repartían
entre su adhesión al estalinismo por un lado y la adopción de estra-
tegias parlamentaristas y socialdemócrata por otro. Esto impidió la
unificación de las múltiples luchas con un horizonte de transforma-
ción estructural del sistema, que lograra hacer tambalear las bases
de la dominación capitalista.
4
Castells, Manuel, La cuestión Urbana, Siglo XXI, México, 2008, p. 506 -507.

102
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

Es así como surge de la mano de las luchas de la época el


desarrollo de un pensamiento que intenta “actualizar” el análisis del
modo de producción a la luz de nuevos problemas que debe resol-
ver la clase trabajadora en su lucha contra el capital. El análisis del
modo de vida en el capitalismo llevará a preguntarse no sólo por la
explotación sufrida al interior del proceso productivo sino también
por la conformación de una subjetividad funcional al proceso de
valorización del capital que se construye más allá de los límites de la
fábrica.

De la mano de estas nuevas preguntas es necesario volcar la


mirada a las estrategias de construcción de hegemonía desarrolla-
das en el capitalismo avanzado y por tanto construir una mirada más
compleja sobre el Estado y sus políticas públicas. El proyecto de la
clase trabajadora deberá demostrar su capacidad de organizar so-
bre otras bases la sociedad.

Esto llevará a estructurar una mirada más profunda del proble-


ma del poder. La hegemonía de la burguesía actúa sobre la base de
una expropiación permanente de la capacidad de acción política
cotidiana de las clases subalternas. Es desde múltiples instituciones
y procesos sociales que se opera en la fragmentación de las relacio-
nes de cooperación y solidaridad y en la expropiación al trabajador
de la capacidad de uso del poder sobre su propio cuerpo. Uno de los
rasgos distintivos, por lo tanto de las luchas del período están
signadas por la apelación a la participación y la acción directa, con-
tra el ejercicio de una acción política representada. Esto se pondrá
de manifiesto, a su vez, en la acción política a partir del ejercicio de
una reapropiación de la capacidad de control sobre territorios espe-
cíficos. La ocupación de fábricas y la puesta en marcha de la produc-
ción bajo el control de sus trabajadores; la toma de universidades y
el cuestionamiento a su forma de funcionamiento y a la producción
de conocimiento; la organización del aprovisionamiento para el con-
sumo y la satisfacción de otras necesidades en los barrios más po-
bres (el caso más destacado es el de los órganos de poder popular
en Chile durante 1972) son algunos ejemplos que obligarán a nue-
vos desarrollos en materia de teoría política.
103
CONTRA-TIEMPOS

La crítica a los procesos de degeneración burocrática de la URSS


y la necesidad de generar los suficientes anticuerpos para ello lleva-
rán a revisar las herramientas organizativas. Será necesario volver
a pensar la estructuración del momento político hegemónico. Una
función central que está llamada a cumplir el partido político consiste
en contribuir al desarrollo de la acción consciente de la clase, su
apropiación de las determinaciones de su propia acción para orien-
tarla en un sentido revolucionario. Lo que se revisará, sin embargo,
será la forma organizativa que esto debe asumir, la articulación de la
vanguardia y el movimiento de masas, la relación entre dirigentes y
dirigidos, lo que llevará a cuestionar la concepción tradicional del
partido. Si el cambio revolucionario de la sociedad no deviene es-
pontáneamente del desarrollo de la lucha de clases, sigue estando
vigente la necesidad de una tarea de orientación política de la van-
guardia, sin embargo las preocupaciones se orientarán a pregun-
tarse respecto del cómo realizar esta tarea.

LA CLASE OBRERA ENTRE LA INTEGRACIÓN Y LA


ARTICULACIÓN DE SU PROYECTO TRANSFORMADOR . LOS
APORTES DE HERBERT MARCUSE, ANDRÉ GORZ Y
WRIQHT MILLS
La autodeterminación será real en la medida en
que las masas hayan sido disueltas en individuos
liberados de toda propaganda, adoctrinamiento o
manipulación; individuos que sean capaces de
conocer y comprender los hechos y de evaluar las
alternativas. En otras palabras, la sociedad será
racional y libre en la medida en que esté organiza-
da, sostenida y reproducida por un Sujeto histórico
esencialmente nuevo.

Herber t Marcuse

104
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

(Sobre el hombre en el socialismo)Todavía es


preciso acentuar su participación consciente,
individual y colectiva en todos los mecanismos de
dirección y de producción (…) Así logrará la tal
conciencia de su ser social, lo que equivale a su
realización plena como criatura humana, rotas las
cadenas de la enajenación.

Ernesto Che Guevara

Este escenario más complejo para la lucha política no tarda en mani-


festarse como una necesidad en la producción teórica. Se vuelve
necesario hacer consciente está dinámica del enfrentamiento que
parece no terminar de amoldarse a los esquemas clásicos. Las dis-
putas identitarias, la lucha cultural, las guerras de liberación nacio-
nal en los países dependientes, la crítica al modo de vida consumista
y alienado, exigen retomar las armas de la crítica para las luchas
concretas de esta etapa del capitalismo. La relectura de los clásicos
será la vía para encontrar determinaciones de la acción política que
logren iluminar la estrategia revolucionaria que no termine en ver-
siones socialdemócratas ni burocráticas.
En ese sentido la apropiación de los Grundrisse de Marx aporta
para autores como Gorz y Marcuse elementos para repensar la di-
námica del capitalismo “avanzado”. En algunos pasajes de estos
escritos Marx vislumbra un aparato productivo capitalista totalmente
automatizado y reconoce en él una potencia expropiatoria cualitati-
vamente superior:

“El trabajo ya no aparece tanto como estando incluido en el


proceso de producción; el hombre se comporta más bien como su-
pervisor y regulador con respecto al proceso productivo (…) Se
presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su
agente principal. En esta transformación lo que aparece como pilar
fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo

105
CONTRA-TIEMPOS

directo ejecutado por el hombre ni el tiempo por él trabajado, sino la


apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión
de la naturaleza y su dominio de la misma, gracias a su existencia
como cuerpo de la sociedad; en una palabra el desarrollo del indivi-
duo social. El robo del tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se
funda la riqueza actual, aparece como una base miserable compa-
rada con la base recién desarrollada, creada por la gran industria
misma”.5

En El hombre unidimensional Herbert Marcuse buscará poner de


manifiesto los mecanismos de dominación que el capitalismo busca
instrumentar para avanzar en el disciplinamiento y la integración de
todas las dimensiones de la existencia humana privada o pública.
Uno de estos mecanismos consiste en la asimilación de los intereses
y fuerzas de oposición. Los nuevos mecanismos de control utilizarán
la libertad del individuo para perpetuar su “esclavitud”. La construc-
ción de necesidades que resultan impuestas de manera heterónoma,
por la imposición de ciertos patrones de consumo, de estilos de vida;
va a ser una de las formas que encontrará el sistema para “captu-
rar” al individuo en el capitalismo.

“Los productos adoctrinan y manipulan; promueven una falsa


conciencia inmune a su falsedad. Y a medida que estos productos
útiles son asequibles a más individuos en más clases sociales, el
adoctrinamiento que llevan a cabo deja de ser publicidad; se con-
vierten en modo de vida. Es un buen modo de vida -mucho mejor que
ante-, y en cuanto tal se opone al cambio cualitativo. Así surge el
modelo de pensamiento y conducta unidimensional en el que ideas,
aspiraciones y objetivos, que trascienden por su contenido el univer-
so establecido del discurso y la acción, son rechazados o reducidos
a los términos de este universo”. 6

5
Marx, Karl, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse) 1857 -1858 , Siglo XXI, México, 2007, p. 592.
6
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional , Planeta-Agostini, Buenos Aires,
1993, p. 42.

106
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

El correlato en la acción política de la clase trabajadora será la


integración de sus herramientas organizativas en los límites del sis-
tema. De manera bastante extendida los partidos de trabajadores y
las organizaciones sindicales fuertes y combativas en épocas pasa-
das restringirán la lucha a sus aspectos redistributivos, negociando
mayores cuotas de participación en la riqueza producida y eventual-
mente niveles crecientes de influencia política, porciones más am-
plias de poder a cambio de la contención de la conflictividad al inte-
rior de los espacios de trabajo y la renuncia a la transformación
radical de la sociedad.

“Con respecto a los poderosos partidos comunistas de Francia e


Italia, dan testimonio de la dirección general de las circunstancias,
adhiriéndose a un programa mínimo que margina la toma revolucio-
naria del poder y contemporiza con las reglas del juego parlamenta-
rio ”. 7

Esta mirada vuelta a los mecanismos de integración, que en de-


finitiva se vinculan con la expropiación de la soberanía sobre la
propia acción política, redimensionará la importancia de la autono-
mía, la autodeterminación en dicha acción. Esta preocupación apa-
recerá con centralidad en muchos de los movimientos de enfrenta-
miento al sistema.

“Más allá del campo personal, la autodeterminación presupone


una libre energía disponible que no es gastada en el trabajo material
e intelectual superimpuesto. Debe ser energía libre también en el
sentido de que no sea canalizada en la utilización de bienes y servi-
cios que satisfacen al individuo al tiempo que lo incapacitan para
lograr una existencia propia y asir las posibilidades que son recha-
zadas por su satisfacción. La comodidad, los negocios, la seguridad
de empleo en una sociedad que se prepara para y contra la destruc-
ción nuclear puede servir como ejemplo universal de la satisfacción
que esclaviza. La liberación de la energía de los actos requeridos
para sostener la prosperidad destructiva implica disminuir el alto

7
Marcuse, Herbert, op cit., p. 50.

107
CONTRA-TIEMPOS

nivel de servidumbre, para capacitar a los individuos a desarrollar la


racionalidad que puede hacer posible una existencia pacífica”. 8

La conclusión, quizás apresurada, de Marcuse ante esta captu-


ra completa del ser humano, ante la integración de la clase trabaja-
dora, ante la construcción de esta sociedad unidimensional; será
que los “puntos de fuga” del sistema no serán los tradicionales.
Cifrará expectativas en los proscriptos y “extraños”, en los explota-
dos de otros colores, en los desocupados. La existencia de estos
sectores es la muestra de la necesidad de poner fin a instituciones y
condiciones intolerables de vida, su enfrentamiento será revolucio-
nario aunque su conciencia no lo sea. Para el autor las esperanzas
de rechazo al sistema están puestas en este actor.

Wright Mills compartirá la caracterización de Marcuse de la so-


ciedad del capitalismo keynesiano, su observación principal será que
en ninguna sociedad del capitalismo avanzado ha tenido éxito una
revolución de tipo proletario, por el contrario, las mismas se produ-
cen en sociedades campesinas “atrasadas”. Asimismo plantea que
no hay razón para creer que en un futuro previsible ocurrirán revo-
luciones marxistas en las sociedades del capitalismo avanzado, dado
que el potencial revolucionario de los asalariados, sus sindicatos y
partidos políticos es débil. En su artículo “Los marxistas. ¿Nuevos
comienzos?” se niega a asumir esto como una fatalidad, pero se
niega también a atribuir esta realidad a la corrupción de los dirigen-
tes obreros, al éxito de la propaganda capitalista o a la prosperidad
económica. Propone entonces explorar el campo del marxismo y el
comunismo y de sus experiencias histórico concretas, como un cam-
po en disputa, como un bloque no homogéneo.

Uno de los aportes de Mills a la Nueva izquierda de EEUU está


vinculado a su crítica profunda al estilo de vida rutinario y alienado
de gran parte de la población trabajadora en EEUU (fundamental-
mente su crítica se dirige a los trabajadores de “cuello blanco”). La
renuncia de cualquier expectativa de cambio social que tiene su

8
Marcuse, Herbert, op cit., p. 271-272.

108
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

contraparte en mejores niveles de retribución salarial convierte a los


trabajadores en autómatas. Por otro lado, otro aporte central a la
producción intelectual de la nueva izquierda, será la crítica al
academicismo reinante en los centros de producción de conocimien-
to. En este sentido hará un examen de los mecanismos de anulación
de las potencialidades de la teoría crítica “encerrada” en los laberin-
tos de acreditación y “prestigio” intelectual. 9

Por lo tanto, en Mills aparece un planteo todavía escéptico res-


pecto del papel que pueda jugar la clase trabajadora ocupada en los
países desarrollados, aunque reconocerá, por otra parte, la poten-
cia de la experiencia de la revolución cubana como trastocamiento
político y cultural del cual servirse para conservar las esperanzas.

Con algunos años de distancia y con otro escenario ante sus


ojos, André Gorz en “Estrategia obrera y neocapitalismo” buscará
indagar otras alternativas para la lucha emancipatoria. Compartien-
do cierto diagnóstico de situación se distanciará de la tesis de la
sobrerrepresión y marcará con él una diferencia fundamental en
torno a sus conclusiones políticas. Principalmente objetará el con-
servadurismo que atribuye Marcuse a la clase obrera industrial y
reforzará la necesidad de una herramienta política que unifique y de
coherencia a los múltiples enfrentamientos. El partido para Gorz, es
la condición de posibilidad para la articulación de una estrategia
ofensiva. El silencio en torno a la reflexión sobre su papel histórico,
es para el autor, una de las mayores debilidades del movimiento de
Mayo del ‘68. Sin embargo, será crítico respecto de las formas que
adopta en su tiempo histórico y propondrá un profundo replanteo
pero conservando las funciones que permiten constituirse en orien-
tador del proceso espontáneo.

La crítica estará dirigida hacia la “ideología centralizadora y


estatista” como el principal obstáculo para una ideología revolucio-

9
Para un desarrollo de esto ver Kohan, Néstor, En la selva, Ed. Misión Conciencia,
Caracas, 2011 y Peña, Milcíades, “Gino Germani sobre C. W. Mills o las enojosas
reflexiones de la paja seca ante el fuego”, en Fichas de Investigación Económica
y social, año 1, Nº 2, Buenos Aires, 1964, p. 37.

109
CONTRA-TIEMPOS

naria que asignará a la acción de masas un papel subordinado y


servirá de freno a la autodeterminación por parte de los trabajado-
res de los métodos y objetivos de lucha y a la vida democrática en la
base. Gorz relacionará esta ideología con la actitud acrítica respecto
del Estado y su naturaleza centralizadora propia de la fase monopo-
lista del capital y concluirá que aquellos partidos que busquen admi-
nistrar el Estado y no cambiarlo, tomarán esa estructura como base
para la organización propia. Desprenderá entonces de esta crítica,
la necesidad de que las organizaciones políticas que se pretendan
revolucionarias, se basen en la soberanía y la iniciativa de la base en
todos los terrenos; que establezcan el debate libre y la democracia
directa; favorezcan la autodeterminación colectiva por los trabaja-
dores de los métodos y de los objetivos de lucha; busquen la con-
quista de un poder obrero en los lugares de producción, no como un
fin en sí, sino como la prefiguración de la autogestión social por los
productores soberanos. 10

De esta manera se pondrá el acento en la construcción de poder


por la base, como requisito de un proyecto verdaderamente emanci-
pador. Esto permitirá contradecir la inacción de la clase obrera ocu-
pada, al revalorizar aspectos de la lucha que no se restringen al
plano de la lucha económica. La evidencia histórica de acciones en
las que la clase recobra un ejercicio del poder al interior del proceso
de producción, refundará la potencia de la acción política que va
más allá de la disputa redistributiva. Para Gorz es este elemento del
poder obrero, el que liga la lucha reivindicativa con la lucha política
por la transformación del sistema, es el aspecto transicional que
permite saltos en la conciencia. Es lo que distingue una reforma de
espíritu reformista de una reforma de espíritu no reformista. Para
ello es necesario que cada lucha deje como saldo una acumulación
de poder, un determinado trastocamiento de la correlación de fuer-
zas.

“ En todos los casos, la posibilidad de unir en la estrategia


reivindicativa la situación de los trabajadores en los lugares de tra-

10
Gorz, André, Estrategia obrera y neocapitalismo, p. 54.

110
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

bajo a su situación en el seno de la sociedad, de superar así el plano


de la lucha puramente económica (…) hacia el plano de la lucha de
clases, es una posibilidad que está dada por la conexión estrecha
que existe, en la vida de todo trabajador, entre las tres dimensiones
esenciales de su fuerza de trabajo: 1) las relaciones de trabajo, 2) la
finalidad del trabajo, 3) la reproducción de la fuerza de trabajo”. 11

Recobrar la soberanía sobre estas tres dimensiones, construir a


partir de allí un poder autónomo (institucionalizado o no) no debe
atenuar los antagonismos sino potenciarlos, dar nuevos medios de
lucha contra el sistema.

Teniendo en cuenta que la toma del poder es para Gorz un


momento central del proceso planteará que “ la capacidad hegemó-
nica del partido se medirá por su capacidad para enriquecerse con
los movimientos originados fuera de él, para elaborar con ellos una
perspectiva común, respetando su autonomía, para convertirse para
ellos en el centro de atracción, el polo de referencia doctrinario y la
desembocadura política privilegiada”.12

Los desarrollos hasta aquí descriptos son tomados a modo de


ejemplo de los recorridos realizados por algunos exponentes de la
intelectualidad del “primer mundo”. Este cuadro incompleto, debería
ser ampliado con otros aportes provenientes de la reflexión surgida
de los referentes teóricos vinculados a una acción política más o
menos orgánica. Es el caso de Sartre, Magri, Rossana Rossanda,
Victor Fay, Cornelius Castoriadis, Mandel, Bensaid, Baran y Sweezy
entre otros.

Mientras tanto, América Latina y Argentina en particular no se


encuentran por fuera de estas reflexiones. Podemos mencionar las
producciones de Milcíades Peña, Silvio Frondizi, el trabajo de inda-
gación de los Cuadernos Pasado y Presente como algunos ejemplos
de la recuperación de estos debates y su recreación para la realidad
Argentina. Ya mencionamos la recuperación que hace Milcíades
11
Gorz André, op. cit., pág. 92.
12
Gorz André, op. cit., pág. 50.

111
CONTRA-TIEMPOS

Peña de Mills en sus “Fichas de Investigación económica y social” de


1964. El caso de Pasado y Presente requiere una mención aparte,
en muchas de sus revistas y cuadernos de debates aparecerán el
problema del poder obrero, la necesidad de repensar la herramienta
organizativa de la clase, una mirada compleja del proyecto hegemó-
nico de la burguesía que encarnó el peronismo (entre la resistencia
y la integración) y la construcción de una política prefigurativa que
se presente como ruptura antes de la toma del poder. Respecto del
problema de las formas organizativas Pasado y Presente dedica
cuatro cuadernos, recuperando el debate clásico respecto de la
espontaneidad y la dirección consciente y el problema de la centra-
lización, recuperando a los clásicos y a los autores de la NI arriba
mencionados. La necesidad de distanciarse del PC local y de varian-
tes dogmáticas de la izquierda tradicional y al mismo tiempo ofrecer
una alternativa política para los trabajadores distinta a la del
peronismo, guio el esfuerzo de elaboración teórica.

Llegados a este punto y conforme a los postulados iniciales de


nuestro artículo se hace preciso destacar que lo que esta produc-
ción intelectual hace es explicarse las formas de radicalidad que va
adoptando la clase obrera argentina, tanto a través de sus organi-
zaciones sindicales, como de sus herramientas políticas y político
militares. Un claro ejemplo de esto es la editorial La “larga marcha”
al socialismo en la Argentina.

“Son ellas las que deben crear en el seno mismo de la sociedad


capitalista un movimiento anticapitalista y unitario que agreda al sis-
tema a nivel de sus estructuras sociales: la fábrica, la escuela, el
barrio, la ciudad, las profesiones, etcétera. Solo la participación ple-
na de las masas, adoptada como método permanente del movimien-
to, puede permitir resolver el problema de la organización política y
la elaboración de una estrategia capaz de determinar una crisis
general del sistema y de dar a ésta una resolución positiva.

Las luchas obreras y populares ocurridas en nuestro país fun-


damentalmente a partir de 1969 en adelante demuestran que la
participación de las masas es la característica distintiva de la actual

112
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

coyuntura, que los verdaderos protagonistas del proceso revolucio-


nario han comenzado a sacudirse las ataduras con que el sistema
impidió su expresión autónoma. Una nueva oposición social surge
desde la fábrica, donde los obreros luchan contra la explotación y
pugnan por reconstruir sus organizaciones de clase enfrentando a
los burócratas, los patrones y el Estado; desde la escuela, en lucha
en contra de una institución “separada” de la sociedad que apunta
a garantizar la reproducción de los roles sociales de la burguesía y
la aceptación de la división capitalista del trabajo; desde los barrios
y ciudades, contra un sistema cada vez más irracional de resolución
de los problemas de la vivienda, del transporte y otros servicios, de
la contaminación, etc.; desde las regiones marginalizadas y empo-
brecidas por la expansión del capital monopolista; desde todos aque-
llos lugares y sectores donde nuevas contradicciones acumulan ten-
siones y puntos de fracturas”.13

El aspecto central que se destaca es el protagonismo popular, la


necesidad de que los sectores en lucha encuentren los canales de
participación auto organizada, no burocratizados y de esa manera
le den un ordenamiento programático a sus múltiples reivindicacio-
nes. La preocupación estará puesta en vincular la lucha reivindicati-
va y la confrontación contra las múltiples formas de opresión con una
estrategia de poder de la clase.

Esta preocupación se verá reflejada en algunos desarrollos de


organizaciones como OCPO (Organización Comunista Poder Obrero)
y en escritos como Poder burgués, poder revolucionario de
Santucho. Es la reflexión sobre la propia acción política que acompa-
ña el surgimiento del sindicalismo clasista, las gestas de trabajado-
res, estudiantes y otros sectores del pueblo en el Cordobazo y en el
1° y 2° Rosariazo, el surgimiento de las coordinadoras de fábrica de
1975.

13
“La «larga marcha» al socialismo en la Argentina”, Pasado y Presente, Buenos
Aires, abril/ junio, 1973 .

113
CONTRA-TIEMPOS

NUEVA IZQUIERDA EN LA ACTUALIDAD


No nos han derrotado, los golpes, los desapareci-
dos, hoy seguimos luchando con la fuerza de los
oprimidos. Como dijo Guevara, donde sea, en
cualquier continente vamos dando batalla por un
mundo que sea diferente. Sin miseria, pobreza, ni
explotación. Sin saqueo, sin ultraje, ni opresión,
que se escuche desde América este grito: Poder
para el pueblo!, Antiimperialismo!, Patria sin
fronteras, por el socialismo!

(Canto de algunas organizaciones de la NI


Argentina en la actualidad)

Para hacer una actualización de los postulados de la nueva izquier-


da es necesario reconocer los efectos que para la articulación de un
proyecto político han dejado la hegemonía neoliberal y los crecientes
procesos de fragmentación de la clase trabajadora.
La realidad que tenemos por delante dista mucho de asemejarse
a la de las décadas del ‘60 y ‘70. La ofensiva del capital hacia fines
de los setenta, a nivel mundial y en nuestro país en particular plan-
teó una reconfiguración del terreno de la lucha de clases. Varios
puntos convergen en la situación en la que nos encontramos.

Por un lado el proyecto de hegemonía de las clases dominantes


basado en la “integración” comenzó a agotarse en la medida en que
la utopía de control tecnocrático de la sociedad se empieza a des-
moronar. El conflicto de clase lejos de neutralizarse vuelve a apare-
cer. A la oleada de luchas a nivel mundial hacia fines de los años
sesenta sobrevendrá, de la mano de la crisis del capitalismo, una
nueva ofensiva del capital. Se articulará una respuesta a la crisis
que pondrá en duda la “eficacia” del Estado de Bienestar tanto para
contener el conflicto social como para salir del estancamiento econó-
mico. Esto se llevará adelante con tremendas ofensivas represivas
en América Latina. El proyecto que se montará sobre la derrota será

114
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

el que se traza primero con el “ensayo” de los Chicago Boys en el


Chile de Pinochet y que encuentra su formulación a través de los
organismos internacionales de crédito, en el consenso de Washing-
ton. Este proyecto implicó una serie de consecuencias sociales y
políticas y un nuevo clima de época. La caída de la experiencia del
bloque soviético vino a reforzar el andamiaje ideológico instalando la
idea del fin de las utopías, presentando como fracasado al proyecto
socialista. Parado sobre la desarticulación de las organizaciones
sociales y políticas que requirió de la más brutal de las represiones,
el Estado cobrará un rol distinto que implicará la gestión del reenvío
de ciertas responsabilidades a la esfera privada y de la sociedad
civil. Políticas de ajuste estructural, crecimiento de la deuda externa,
aumento de la desocupación, nuevas estrategias de disciplinamiento
laboral, aumento de la precarización, culto al individualismo. Sin pre-
tender aquí hacer una caracterización exhaustiva de este proceso,
mencionamos sólo algunos de sus aspectos para poder delinear el
nuevo escenario planteado.

Por otro lado como fenómeno más estructural la clase trabajado-


ra viene sufriendo la profundización de su proceso de fragmenta-
ción. A partir de la mitad de la década del ‘70 se produce una violen-
ta transformación en la materialidad de la producción de maquinaria
con la computarización del proceso de ajuste de la máquina y la
robotización de la línea de montaje. Progresivamente la parte de la
clase que aplicaba su pericia manual en el proceso de trabajo se ve
expropiada de su poder político. Por otro lado, otra parte de la
clase, realiza un trabajo complejo, alejada del espacio cotidiano de
producción directa. Su tarea es la de avanzar en el control científico
de las fuerzas naturales para que estas sean objetivadas en la ma-
quinaria y el control sobre el carácter colectivo de su trabajo. Por las
características que requiere su subjetividad productiva, esta porción
de la clase afirmará su identificación como individuo libre (dado que
es quien porta la capacidad de tomar decisiones que estructuran el
proceso productivo y su organización) y en consecuencia no se
verá, en general, identificado como miembro de la clase trabajadora.
Por último, crece la parte de la población que queda por fuera de la

115
CONTRA-TIEMPOS

posibilidad de la venta de su fuerza de trabajo o que se afirma bajo


sus distintas formas (flotante, estancada, latente y consolidada)
como sobre-población obrera relativa de acuerdo a las necesidades
de valorización del capital. 14 Estas transformaciones tienen un
correlato en la acción política, en su fragmentación, en las identida-
des a través de las cuales el conflicto de clase se manifiesta.

El Estado a través de sus políticas públicas acompañará estos


procesos. Ya no será necesario reproducir con los mismos atributos
a los trabajadores. Intervendrá ofensivamente destruyendo dere-
chos laborales, imponiendo como una realidad el trabajo
precarizado, flexible, inestable. Asimismo se irá deteriorando la pro-
visión de servicios públicos: salud y educación pobres e insuficientes
para pobres. Como contraparte verá incrementarse, sobre todo para
los sectores subalternos, la presencia represiva, el control punitivo
de la sociedad que se traduce en la criminalización de la pobreza y
de la protesta social. La política asistencial, aquella dirigida a los
trabajadores informales y a los desocupados, será pensada también
bajo un criterio punitivo y de control social. Los programas de trans-
ferencia condicionados impondrán obligaciones a quienes perciben
los beneficios, que, de no cumplirse comportarán un castigo. Como
dice Loic Wacquant, su objetivo principal será hacer más aceptable
el trabajo precario que ha llegado para quedarse. 15

En nuestro país a partir del terrorismo de Estado, se logró desar-


ticular gran parte del tejido organizacional de la clase trabajadora.
Se operó un distanciamiento entre las organizaciones políticas y las
masas. Estas últimas fueron disciplinadas con el terror de la repre-
sión, luego el terror hiperinflacionario y por último el miedo a la
desocupación y a la inestabilidad del trabajo y de la vida que implicó
el proyecto neoliberal. Las luchas recomienzan, entonces, desde un
profundo retroceso, es necesario volver a recomponer aquel tejido

14
Estas consideraciones se encuentran abordadas en profundidad en Iñigo Carrera,
Juan, El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia , Ed Imago
Mundi, Buenos Aires, 2008, p. 55. También ver Antunes Ricardo, op. cit.
15
Ver Waqcuant, Loïc, Las cárceles de la miseria , Ed. Manantial, Buenoss. Aires,
2008, p. 44.

116
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

organizacional, y sobre todo, volver a instalar lentamente, la necesi-


dad de la superación del sistema social como horizonte de esas
luchas.

Si para la nueva izquierda de los ‘60 / ‘70 el escenario se carac-


terizaba por una alta participación de la clase trabajadora ocupada,
una radicalidad en las estrategias de lucha vinculada a un horizonte
de transformación del sistema, una sociedad de consumo e integra-
da, para la nueva izquierda actual y en particular en nuestro país, el
contexto va a estar atravesado por una clase trabajadora ocupada,
disciplinada y golpeada por la precarización y el desempleo, la pér-
dida del horizonte socialista para amplios sectores de la población y
una sociedad signada por la pobreza y la inestabilidad. El contexto
es enormemente adverso, implica la lucha en cada territorio para
reconstruir ese sujeto en la acción política cotidiana, la confronta-
ción cultural contrahegemónica oponiendo al posibilismo, la necesi-
dad de un proyecto alternativo de sociedad que va creciendo en el
seno del capitalismo y la articulación de esas disputas en una estra-
tegia unificada de poder.

Las luchas han sido en un comienzo, luchas defensivas, de re-


sistencia a la pérdida de lo conquistado. Emergen con fuerza acto-
res que, teniendo registro de la potencia de la organización sindical,
trasladan ese registro a su nueva condición, la de desocupado. La
necesidad de formar una fuerza de trabajo “intelectual” disciplinada
a las exigencias del capital, pone en pie un movimiento estudiantil y
universitario que cuestiona su territorio específico, aquel que produ-
ce el conocimiento útil para la valorización y para la reproducción de
las condiciones generales de dicha acumulación. Los trabajadores
ocupados en el ámbito estatal son los que se enfrentan al deterioro
de los servicios públicos, son los primeros en denunciar la insuficien-
cia de recursos, las tendencias privatizadoras y la mercantilización.
Para ellos, las estructuras sindicales burocratizadas se convierten
en un cerco y se comienzan a delinear, entonces, intentos de puesta
en pie de comisiones internas y seccionales que prioricen la cons-
trucción de base y la democracia en la toma de decisiones. Por otro

117
CONTRA-TIEMPOS

lado el avance de la necesidad de generar rentabilidad a partir de la


extracción de renta extraordinaria de la tierra y de la megaminería
comienza a poner en pie movimientos que se resisten a la extensión
de la frontera agraria por un lado, y a la destrucción del
medioambiente y el saqueo de los recursos naturales por el otro.

Aquí es necesario volver a una de las observaciones hechas al


comienzo. Retomando la cita de los Grundrisse, en la transformación
que se opera en el capitalismo, lo que aparece como pilar de la
producción y de la riqueza no es ni el trabajo directo del hombre ni
el tiempo por él trabajado, sino la apropiación de su propia fuerza
productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de
la misma, gracias a su existencia como cuerpo de la sociedad. Por lo
tanto, el capital ya no tiene un único centro productivo, y un sujeto
privilegiado industrial, lo que construye son condiciones para la acu-
mulación de capital global que implican múltiples puntos productivos:
la producción de ideas, patentes, innovaciones, la reproducción de
fuerza de trabajo que realiza un trabajo complejo con determinados
atributos, la extracción de plusvalía a partir de actividades en el
sector primario de la economía y la consecuente destrucción del
medioambiente, serán también sectores estratégicos y prioritarios
de la lucha de clases. Si bien esta afirmación requeriría un desarrollo
mayor, podríamos afirmar tentativamente que el individuo social del
que habla Marx, comportaría para la lucha de clases el reconoci-
miento de un sujeto más amplio y diverso, cuya centralidad sigue
estando en su enfrentamiento como clase contra el capital pero la
misma, requiere ser pensada en términos más amplios, según son
también diversos los territorios en los que esa clase es expropiada.

En esta dinámica de lucha y de la mano de la necesidad de


recomponer el entramado organizacional cobrarán importancia los
aspectos metodológicos de la dinámica de lucha. Podríamos decir
que los mismos se convierten en aspectos centrales de la lucha
política y en cuestiones de orientación de los procesos, la forma se
vuelve contenido y propuesta programática. La acumulación por
abajo, el respeto por los ámbitos democráticos de toma de decisión,

118
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

una cultura política basada en el debate y el arribo a consensos más


que en la imposición y en la maniobra política serán claves para la
consolidación y el reagrupamiento de las nuevas camadas de activis-
tas, la construcción de sus organizaciones y la relación con las ma-
sas y, además, trazarán coordenadas para el tipo de socialismo a
construir.

Esta recomposición ha visto surgir nuevos agrupamientos políti-


cos que se distancian de las organizaciones políticas de la izquierda
tradicional. Si en el pasado la nueva izquierda rechazaba las deriva-
ciones burocráticas y estalinistas de una parte de la izquierda y el
posibilismo socialdemócrata de otra parte; en la actualidad se agre-
gará a estas delimitaciones la distancia con gran parte del trost-
kismo. Por un lado, entonces, sigue vigente la crítica a la izquierda
“reformista” que partiendo de una apropiación particular del mar-
xismo termina abonando a un proceso de transformación etapista
que lo conduce a planteos posibilistas y a entrar en frentes políticos
hegemonizados por opciones de la burguesía. En su práctica militan-
te tienden a un énfasis en la política superestructural, los acuerdo
por arriba y a conducirse burocráticamente. Por otro lado, la distan-
cia con buena parte de las organizaciones trotskistas por basar su
política en la sobreestimación de las condiciones objetivas y subjeti-
vas vinculadas únicamente a la crisis del capitalismo. Esto está vincu-
lado a algunos desarrollos del Programa de Transición de Trotsky,
en los que se destaca el agotamiento del crecimiento de las fuerzas
productivas y se plantea un escenario “catastrófico” que lleva a
millones a unirse a la lucha contra el capitalismo, el problema princi-
pal para esto serán las direcciones burocráticas o de orientación
burguesa dentro de las organizaciones de la clase trabajadora. La
lucha de clases, se traslada al interior de los agrupamientos gremia-
les o de base y se enfrenta a los otros sectores como “enemigos”. El
trabajo sobre las condiciones subjetivas está vinculado para estos
grupos fundamental y prioritariamente en la consolidación del parti-
do político. Esto deriva en una práctica autoconstructiva que, en
muchos casos, va en detrimento del crecimiento de los espacios de
organización de base de los trabajadores. Tienden a ver un esque-

119
CONTRA-TIEMPOS

ma “simple” de relación y trabajo en el movimiento de masas y des-


cuidan las tareas vinculadas a las necesidades de acumulación de
poder desde los diferentes territorios a partir de pensar estrategias
específicas de construcción de contrahegemonía. Otro aspecto
subvalorado de su política es el reconocimiento del poder de cons-
trucción de consenso y hegemonía, por parte de la burguesía, en las
sociedades capitalistas avanzadas. Esto objetivamente hace nece-
sario para quienes no se sienten contenidos en la orientación de
estas organizaciones comenzar a delinear herramientas
organizativas propias.

Pero si estos han sido límites que ha encontrado buena parte del
movimiento social y político para recomponerse, no han sido meno-
res los límites que ha planteado el escaso pertrechamiento teórico
con las que estas experiencias se piensan a sí mismas y por lo tanto
se orientan en un sentido revolucionario. El retroceso en el plano
organizativo y en el plano de las conquistas logradas, fue acompa-
ñado de un retroceso en el plano de las ideas. El reconocimiento de
nuevos actores de la lucha como los desocupados y la pérdida de
capacidad de presión de la clase trabajadora ocupada se explicó
con la tesis del fin del trabajo y la no necesidad de la perspectiva de
clases para el análisis de la realidad social. Por su parte la crítica a
la racionalidad capitalista se volvió crítica a la posibilidad de conocer
las determinaciones de la práctica política, el posmodernismo se
adueñó de los centros de producción de conocimiento. La confron-
tación en distintos territorios y principalmente la ligada a la disputa
por servicios públicos y la lucha reivindicativa se presentó como una
nueva teoría del sujeto social, los “nuevos movimientos sociales”,
quienes serían los verdaderos portadores de una potencia
transformadora. La crítica a la forma leninista del partido y la reac-
ción contra las prácticas militantes de la vieja izquierda se convertía
en un culto al espontaneísmo. 16 Por otro lado la necesidad de dispu-
tas en territorios particulares y el desarrollo de experiencias

16
Algunas de estas consideraciones son retomadas del artículo “En las puertas de
una batalla de ideas” de Agustín Santella, Revista Batalla de Ideas, n° 2, Buenos
Aires, octubre de 2011, p. 135.

120
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

microsociales con cierta envergadura, pero de carácter restringido,


abonaron a una idealización de su potencialidad. Esto se expresó
en el planteo autonomista que propone una acumulación progresiva
de experiencias “alternativas”, “cambiar el mundo sin tomar el po-
der”. 17

Correspondería trabajar cada uno de estos planteos, algunos ya


superados por la evidencia de la misma acción política, y poder esta-
blecer los equívocos de sus postulados. Varios autores han hecho
esta tarea, han ido realizando los correspondientes aportes al ne-
cesario rearme teórico. Es necesario, pues, dotarse de las herra-
mientas que nos permitan avanzar en el conocimiento de nuestra
acción política sin detenernos en apariencias que nos conduzcan a
salidas de escasa potencia transformadora. Esto cobra un sentido
mayor en el momento actual en el que de la lucha defensiva – reivin-
dicativa, se comienza a avanzar al momento de la lucha política
hegemónica, al momento en el que se intentan articular alternativas
políticas, propuestas programáticas de los “de abajo”.

“LA IZQUIERDA POR VENIR”, “LAS TENTATIVAS DE UNA


NUEVA PRAXIS”, LOS CONTORNOS DE UNA NUEVA
IZQUIERDA

Este espacio político que comienza a delinearse a la par que ensaya


estrategias de lucha y herramientas organizativas avanza respecto
a una caracterización de sí mismo. Es así que encontramos algunas
preguntas vinculadas a la construcción de poder popular, a las he-
rramientas organizativas de nuevo tipo, a la unificación de las múlti-
ples luchas contra las distintas formas de opresión, a la construcción
de los necesarios anti cuerpos contra los procesos de burocratiza-
ción. Nos interesa aquí rescatar algunos desarrollos y a la vez avan-

17
Sobre la crítica a esta concepción ver “Un buen intento con un magro resultado”
de Ernesto Manzana en Revista Herramienta versión digital.

121
CONTRA-TIEMPOS

zar en delinear algunos rasgos centrales de la nueva izquierda ar-


gentina.
Existen diferentes esfuerzos exploratorios que intentan precisar
qué identifica a este espacio político. Sin duda, existen coincidencias
respecto de que se trata todavía de un espacio en conformación.

Una de las preguntas centrales de este espacio político se vincu-


la con la construcción de poder. De hecho, un rasgo identitario fuer-
te y, quizás, el principal, es el llamado a la construcción de poder
popular. Sólo por mencionar algunas formulaciones en este sentido,
aparece todo un desarrollo exhaustivo y analítico en Miguel Mazzeo
en El sueño de una cosa: “En efecto, lo que mejor distingue a este
universo es la adopción de un eje estratégico basado en la construc-
ción de poder popular como la forma de acumulación y ejercicio
independiente de fuerza revolucionaria”. Establece de manera ex-
tensa las características de una apuesta en este sentido. También
Martín Ogando en “¿Y a la izquierda del kirchnerismo qué? Apuntes
críticos para una nueva izquierda”, formula como una coordenada
al “Poder popular (…), la puesta en pie desde la base de institucio-
nes, prácticas y subjetividades alternativas al sistema y que disputen
con este en distintos ámbitos de la realidad social. Es una concep-
ción del poder como relación social, y particularmente como relación
de fuerzas a construir, en lugar de como institución a la cual «tomar
por asalto». Construir poder popular es construir nuestra autonomía
como clase subalterna hoy, al tiempo que las vías para la destrucción
del poder opresor y su reemplazo por un poder hacer, democrático
y de los trabajadores. Es pensar en las modificaciones (aún prelimi-
nares) de la relación de fuerzas como «guerra de posiciones»
(Gramsci), a la vez que mantener la perspectiva de una disputa
global contra el poder estatal”. 18

La precisión respecto de este punto requeriría un abordaje en sí


mismo, que no es menester de este trabajo. Lo que nos interesa
señalar, en función del recorrido histórico que intentamos estable-
18
Ogando , Martín, “¿Y a la izquierda del Kircherismo qué?”, Prensa de Frente,
agosto 2010.

122
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

cer, es que al momento de la constitución de este espacio político lo


que se vuelve evidente, en un primer momento, es la caracterización
de un fuerte contraste con la capacidad de incidencia y la fuerza
política que los sectores populares habían logrado en un pasado
relativamente reciente. Muchos grupos de la llamada nueva izquier-
da se reconocen herederos de las luchas de la clase trabajadora y
de sus organizaciones políticas de las décadas del ‘60 y ‘70 en
nuestro país. De allí que se reconozca una necesidad de construc-
ción de poder propio a partir de evidenciar el enorme retroceso del
que hablábamos párrafos atrás. Esto marca una primera distancia
con otras organizaciones de izquierda, que no atienden suficiente-
mente a esta realidad, que tienden a subestimar la escasa fuerza
política con la que cuenta una alternativa revolucionaria para el
conjunto de las masas. Atendiendo a esta realidad, es que el lento
camino de reconstrucción, en sus inicios, fijó para este espacio de
nueva izquierda, un énfasis en tareas de recomposición de un sujeto
político, por encima de tareas de organización político general. Otras
expresiones de izquierda, lejos de tomar esta como una tarea cons-
ciente y cotidiana, conciben tal reconstrucción como mero reflejo de
cambios de coyuntura operado por los procesos estructurales del
capitalismo. Sin desconocer esta determinación que, para la recons-
trucción del sujeto político, tienen dichos cambios, en nuestra opi-
nión, se volvió fundamental comenzar a avanzar en la estructuración
de espacios relativamente estables de fuerza propia, que con inde-
pendencia de clase, retomaran la perspectiva anticapitalista conte-
niendo al interior las distintas identidades bajo las cuales la lucha
contra la dominación se expresaba. Esto significó para la nueva
izquierda una especial preocupación por el crecimiento y desarrollo
de las experiencias de auto organización popular.

Ahora bien, la formulación del poder popular como rasgo


identitario, excede esta necesidad de recomposición y se conecta
con un lineamiento estratégico. Como hemos visto, gran parte de los
mecanismos de dominación articulados y extendidos a partir del vas-
to entramado institucional de las sociedades occidentales, buscan
expropiar la capacidad de acción política autónoma de los sujetos.

123
CONTRA-TIEMPOS

Es así que la búsqueda de reapropiación de ese poder será un


elemento central de las luchas cotidianas. Se trata de colocar como
territorio a conquistar el propio cuerpo colectivo de los desposeídos,
su articulación como fuerza social, la recuperación del poder de uso
de ese cuerpo para sí. 19 Esta tarea implica el reconocimiento de los
efectos que el entramado institucional, cultural e ideológico tiene
sobre las relaciones sociales. La reapropiación del poder del cuerpo
colectivo no puede pensarse como surgiendo espontáneamente a
medida que avanza la lucha, debe ser realizada en pequeños ensa-
yos cotidianos poniendo en cuestión la ajenidad de las relaciones
sociales que establecemos. Así como se imponen conductas, de-
seos, estilos de vida, expectativas de éxito económico a través de
múltiples prácticas sociales fundadas en el aislamiento, la fragmen-
tación y la apropiación de la fuerza productiva y creadora de los
sujetos; será necesario construir prácticas sociales que se contra-
pongan a estas. Prácticas que impliquen el ejercicio de una capaci-
dad (mutilada en el capitalismo actual) de acción política colectiva
que conecte dicho ejercicio con un horizonte de cambio radical de
las relaciones sociales, que se vincule con un proyecto de emancipa-
ción de la clase trabajadora.

Estas prácticas implican un esfuerzo permanente y constante, el


poder popular no se construye sólo en el marco de los “grandes
enfrentamientos” o acciones de lucha, sino también en los pequeños
enfrentamientos cotidianos, invisibles. Exige la participación directa
de los sujetos de modo autoconsciente, con plena convicción de lo
que se está decidiendo. Esto llevará a la nueva izquierda a plantear-
se un énfasis particular en utilizar herramientas organizativas que
se vinculen con este objetivo (como veremos más adelante). Sólo
favoreciendo el desarrollo de una capacidad de acción
autodeterminada es que se puede apuntar a romper la alienación /
enajenación, la incomprensión de los procesos sociales en los que
los sujetos están envueltos. Un ejemplo de ello es la acción de los
movimientos de trabajadores desocupados que permiten rehuir de

19
Jacoby, Roberto, El asalto al cielo, CINAP, Buenos Aires, 1994, cap. VIII.

124
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

la apariencia que les presenta su condición de sujetos inactivos. Es


a través de su organización y la práctica política que pueden quitar-
se de encima la culpabilización y la consecuente desmoralización
que conlleva su condición.

Por otro lado, vemos una línea de continuidad entre la estrategia


de poder popular, con los orígenes de la NI en su rechazo a las
degeneraciones burocráticas del bloque soviético. Como veíamos
anteriormente este es un aspecto constitutivo de las exploraciones
teórico - políticas de la NI en los ‘60 / ‘70. El poder popular en tanto
exige el protagonismo directo y autoconsciente se constituye en un
necesario reaseguro antiburocrático. Dedicar esfuerzos a construir
espacios organizativos sólidos y estables, con debates internos y
una vida real y no meras estructuras de superficie, es un rasgo
distintivo pretendido de la NI. Se constituye en reaseguro en tanto se
genera un proceso de creciente “igualación” entre bases y referen-
tes, proceso que debe ser logrado y no debe ser presupuesto invo-
cando un falso horizontalismo. En la medida en que se asumen luego
de un proceso deliberativo las decisiones en forma colectiva, de cara
al conjunto involucrando a todos, se va ganando la convicción y el
compromiso con la acción. Es la forma también de ir asumiendo los
procesos colectivos conscientemente, es la única forma para que la
liberación de los trabajadores sea obra de los trabajadores mismos.
Esto en la medida en que se desplieguen formas organizativas que
así lo permitan.

De esta manera además se intenta revertir la distancia existente


entre las organizaciones políticas con programas revolucionarios y
las masas. La NI actual busca acortar la distancia entre distintos
niveles de consciencia. Esta búsqueda de arraigo de masas preten-
de entrelazar la perspectiva revolucionaria con las necesidades co-
tidianas de las clases trabajadoras. Se intenta establecer una uni-
dad orgánica de los procesos de lucha reivindicativa y la lucha polí-
tica. En esto se distancia de la forma en la que la izquierda tradicio-
nal interpela el sentido común, planteando la necesidad del cambio
social con una cierta exterioridad a los procesos en los que los

125
CONTRA-TIEMPOS

sujetos se encuentran inmersos. La agitación de consignas que sin


un procesamiento colectivo a través de la propia acción política, se
vuelven ajenas a la experiencia cotidiana de los sectores organiza-
dos.

Eso se vincula con una particular forma de entender lo


transicional. Si en el pasado se comienzan a cuestionar las múltiples
formas de dominación compleja, allí donde ella se da, en cada terri-
torio específico, también se comienzan a estructurar propuestas al-
ternativas vinculadas al proyecto de sociedad que porta la clase
trabajadora. Estas iniciativas contrahegemónicas apuntan a organi-
zar sobre otras bases la producción, la reproducción de la vida
(salud, educación, vivienda, comunicación) y la producción de cono-
cimiento. Es importante aclarar que entendemos que estas expre-
siones no son generalizables en el marco de este sistema social,
pero tienen la virtud de cuestionar de forma particular, en cada
territorio específico, los mecanismos de disciplinamiento y control
puestos en juego para garantizar el dominio estable de la clase
dominante y ofrecer una alternativa de organización autónoma. Per-
miten acumular fuerzas, y establecer las rupturas necesarias con la
ideología dominante. La experiencia del trabajo sin patrón en las
empresas recuperadas y cooperativas autogestionadas; el ensayo
de experiencias educativas a través de bachilleratos populares que
impugnen el carácter de clase de la formación y establezcan un
control del proceso educativo por parte de sus trabajadores; el
cuestionamiento a la mercantilización de la educación superior y la
exigencia de democratización de las universidades como forma de
defender la producción de conocimiento en función de los intereses
de los trabajadores; la puesta en funcionamiento de medios alterna-
tivos de comunicación como una forma de ejercicio contracultural; la
autogestión de espacios de expresión artística; los espacios de sa-
lud ligados a organizaciones barriales y de trabajadores desocupa-
dos que intervienen de manera integral sobre los determinantes
sociales de los proceso de salud enfermedad, entre otros son algu-
nos ejemplos de la potencia que expresa el proyecto de sociedad de
la clase trabajadora.

126
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

El poder popular es un poder “de hecho”, no espera ser autori-


zado, se conquista a fuerza de organización y capacidad de movili-
zación. Así se fueron construyendo los distintos espacios desde don-
de la NI actual se constituye. El movimiento de trabajadores desocu-
pados, hizo del piquete su herramienta de presión, pero a poco de
andar organizó su propio trabajo, organizó su formación política, su
educación, sus espacios de salud. De esta manera fue instalando los
temas que debían ser atendidos en el marco de una profunda crisis
de las políticas sociales. La construcción de este poder “de hecho”
fue sostenida en base a la acción directa, que disputó al Estado
recursos, lo forzó a atender problemas críticos a fuerza de mostrar
su propia capacidad organizativa. Este aspecto reivindicado por la
NI actual discute con las excesivas expectativas que cierta izquierda
tradicional (más vinculada con la socialdemocracia) guarda en el
cambio de políticas públicas (que permitirían mejoras para la clase
trabajadora) que surge de la participación en las instituciones de la
democracia burguesa. Para la NI, en cambio, la acción de este poder
de hecho permite irrumpir en la institucionalidad, trastocarla,
subvertirla sin necesidad de esperar a ocupar espacios instituciona-
les para esos cambios, aunque sin desconocer la utilidad que estos
pueden tener para fortalecer las luchas de la clase. Mantiene una
relación de confrontación con el Estado en tanto garante de las
condiciones generales de acumulación de capital y también de apro-
vechamiento de su carácter contradictorio, no para mejorar progre-
sivamente sus instituciones sino para acumular fuerzas que se orien-
ten en un sentido revolucionario. Con esto queremos decir que la
acumulación de poder popular no es opuesta al planteo de la toma
del poder político a través de un momento insurreccional, sino que
por el contrario es complementario del mismo. Pero teniendo esto en
cuenta, pone por delante tareas a desarrollar desde el presente de
cara a ese momento. Implica reconocer que el “socialismo desde
abajo” sólo será posible luego de un largo proceso de acumulación
previa y no culminará con la toma del poder político. Es necesario,
sin embargo, seguir profundizando este debate, dado que la NI
actual contiene una diversidad de definiciones estratégicas en este
sentido.
127
CONTRA-TIEMPOS

En la formulación de contenidos programáticos la NI asume la


lucha por recursos, la disputa salarial, por mayor presupuesto para
servicios públicos, pero incorpora en esta disputa una crítica respec-
to de su utilización. Lucha por la democratización, como forma de
conseguir mayores espacios de expresión y construcción de su pro-
pio poder. Esta demanda busca consolidar formas embrionarias de
“control por parte de la clase” de los distintos ámbitos de interven-
ción territorial específicos. Al mismo tiempo disputa la orientación de
políticas públicas e integra a la crítica al sistema de explotación la
denuncia de otras formas de opresión. El articulado programático de
la NI es sin duda la gran tarea de este momento, su formulación
coherente, la explicitación de su perspectiva transicional, su planteo
de acuerdo entre formas y contenidos.

Si las preocupaciones de la NI encuentran en estos ejes su con-


tenido principal, las herramientas organizativas, los métodos de
construcción y la cultura militante deberán expresar de manera acor-
de esos lineamientos estratégicos. La gran particularidad de la NI
actual fue la radicalidad en el rechazo a esquemas organizativos
que reponían la expropiación del poder político al interior de la pro-
pia herramienta y en los espacios de organización que fueron sur-
giendo. Se vuelve indispensable, entonces, establecer una cultura
política que permita dirimir las distintas orientaciones, en el seno de
los espacios de organización en el que conviven multiplicidad de
tendencias, pudiendo llegar a consensos, respetando acuerdos y
construyendo confianza por el encuentro en la acción conjunta. Esto
lleva a un debate respecto de la lucha por la dirección, de cómo se
entiende y como se construye. La necesidad de replantear la forma
en la que esta orientación de los procesos de organización y lucha
se ejerce se vincula con la particular forma de entender el camino
hacia otro tipo de sociedad. Si se entiende que debe ser el protago-
nismo popular el que asuma de manera consciente los procesos de
transformación, la dirección surgirá en el seno de los organismos de
masas, en los espacios de auto organización que la clase se dé. Se
sigue de aquí que esa dirección no se construye “aislada” del movi-
miento más amplio, sino que es una parte orgánica de esos procesos

128
NUEVAS APUESTAS, VIEJOS PROBLEMAS

organizativos. Es interesante retomar la reflexión que grupos como


OCPO realizaron al respecto:

Existe una “necesaria distinción entre construcción del Partido y


construcción de la dirección revolucionaria de masas. No hacer esta
distinción u obviarla en la práctica concreta significa creer que con la
sola existencia de una muy aceitada organización de cuadros profe-
sionales, la acumulación estratégica hacia la emancipación política
del proletariado ya está resuelta (…) Pero al contrario de lo que
muchos sostienen, dicha instancia (que recoja el protagonismo acti-
vo y consciente del sector más avanzado de los explotados y oprimi-
dos) no puede ser considerada como una mera pantalla paraparti-
daria, ni mucho menos como la «quintita» de la cual saldrán los nue-
vos cuadros partidarios. (…) Así como la sólida unidad de los revo-
lucionarios prefigura el embrión del partido, así también la organiza-
ción de la vanguardia natural en una instancia política de masas,
configura el primer paso hacia una dirección revolucionaria de ma-
sas”. 20

Entender de este modo los procesos de dirección de los proce-


sos organizativos, supone reconocer que la misma deberá dirimirse
en el debate fraterno con otras tendencias que posibilite su convi-
vencia en un clima que redunde en un crecimiento político y de cons-
trucción de síntesis. Para esto se vuelve central el replanteo respec-
to de los mecanismos de intervención para “disputar” esa dirección
que propone la izquierda tradicional. Si bien la NI tampoco está
exenta de caer en ellos, presenta una preocupación por reflexionar
críticamente al respecto, volverlo un problema político de primer or-
den.

En el terreno del conocimiento de la acción política, la NI actual


debe enfrentar el problema de la acumulación para la lucha teórica.
Un rasgo de esta época ha sido la relativa “autonomización” de las
esferas de producción de conocimiento y la de la acción política
(propiamente dicha). Si bien no hay práctica sin teoría ni teoría que
20
Para un balance de la Organización Revolucionaria Poder Obrero , Buenos Aires,
1977, mimeo.

129
CONTRA -TIEMPOS

no se desprenda de una práctica; lo que suele ser evidente es que


las prácticas que viene desarrollando la NI se encuentran todavía en
un plano escasamente consciente. Es decir, no han logrado aún el
reconocimiento suficiente de sus determinaciones y de su real po-
tencia. Sin embargo, se han hecho numerosos esfuerzos por acor-
tar esta distancia, por establecer el ejercicio de una práctica que se
piensa y se conoce a sí misma. Para ello se ha servido de los aportes
del marxismo no dogmático, utilizándolo como una filosofía de la
praxis, como una totalidad abierta que avanza ampliándose y dando
cuenta de la complejidad de los procesos sociales. Esta tarea es de
vital importancia en el momento actual para que la NI no termine por
transformarse en una nueva opción socialdemócrata, o en una exal-
tación de los microespacios de resistencia, o exprese sólo experien-
cias alternativas de resolución de problemas en los territorios parti-
culares. En la articulación de una estrategia de poder, que resguar-
de los rasgos principales que intentamos aquí repasar, se vuelve
indispensable aprehender y revisar “viejas” reflexiones y traerlas al
presente, acumular lo que la clase en su lucha ha ido avanzando,
partir del punto más alto del desarrollo en este sentido. Para alejar-
se de los peligros antes mencionados y constituirse en una opción
para las masas explotadas y oprimidas de nuestro país que brinde
un horizonte emancipatorio, que provea la esperanza en un socia-
lismo forjado desde sus bases, con protagonismo popular, este es-
pacio político debe poder muñirse de las “armas de la crítica” que le
permitan orientar esa tarea. Tarea que no debe ser “delegada” a
expertos ni intelectuales reconocidos, sino que debemos hacer to-
dos los que nos sentimos involucrados en esta construcción. Invita-
mos, entonces a seguir avanzando en este camino, a someter a
crítica estas consideraciones, a trabajar, al decir de Lenin, escrupu-
losamente en la realización de nuestro sueño de una sociedad
emancipada.

130
Una crítica de
las “dos almas”
de la teoría
marxista del
partido
Hipótesis sobre la
organización política

MARTÍN MOSQUERA
TOMÁS CALLEGARI

INTRODUCCIÓN A UNA PROBLEMÁTICA


Este texto pretende ser una introducción a un trabajo teórico de
largo aliento sobre la cuestión de la organización política en la histo-
ria del movimiento socialista y la tradición marxista. Intentaremos
avanzar con cautela y precaución en un terreno sedimentado por un
siglo de polémicas y donde se anudan algunos de los dilemas más
significativos de la estrategia socialista.
Las actuales discusiones sobre la “forma-partido”, la crítica a las
organizaciones burocráticas y el rechazo a la centralización, no son
una novedad en el movimiento socialista. Más allá de lo abusivo de
ciertas críticas, éstas señalan dificultades reales de la práctica polí-
tica y puntos ciegos de la teoría marxista a atender cuidadosamente
131
CONTRA-TIEMPOS

por parte de cualquier intento serio de renovar las aspiraciones


emancipatorias. Es recurrente en la historia del movimiento obrero
que en paralelo a la degeneración burocrática de organizaciones
políticas o experiencias revolucionarias surjan como reacción con-
cepciones ingenuas que, apelando a algún tipo de unificación es-
pontánea de las luchas sociales, buscan volver superflua la media-
ción estrictamente política. Aparece, entonces, la siempre renovada
tentación de proponer una vinculación directa, inmediata, entre el
sujeto social y su praxis política, cultural y productiva, como simple
solución a la “cuestión burocrática”, reactivando el tópico idealista
de la reabsorción de lo político en lo social. De este modo, en rigor
no se resuelve el grueso problema teórico y político que constituye el
fenómeno de la burocracia para toda perspectiva emancipatoria,
sino que se anula el terreno en el que cobraba sentido como proble-
ma.

El activismo surgido durante la última década desar rolló una


fuer te desconfianza respecto a la lógica par tidaria. Este rechazo es
previsible si reparamos en los rasgos sectarios y burocráticos de la
izquierda tradicional, así como el impacto del fracaso de las expe-
riencias del “socialismo r eal”, con sus par tidos únicos y sus lógicas
autoritarias. Frente al progresivo desencanto con este espontaneis-
mo, que lleva a cuestas la fr ustración de las ilusiones más ambicio-
sas que surgieron al calor de la movilización de 2001-2002, se corre
el riesgo de pretender volver a un “centralismo puro”, sin beneficio
de inventario. Las mieles de la centr alización “redescubier ta” por el
nuevo activismo puede recaer en una subestimación de los per pe-
tuos riesgos del vanguardismo, el burocratismo y el sustituismo del
movimiento de masas.

Si bien es comprensible el recelo ante la organización partidaria,


resulta excesivo responsabilizar a la “forma-partido” como tal del
devenir burocrático de las tentativas revolucionarias del siglo pasa-
do. La tendencia a la burocratización se asienta, más bien, en fenó-
menos de largo alcance histórico, como son la autonomía del campo
político, la dinámica de la división social del trabajo y la creciente
complejidad de las sociedades modernas. Su imbricación con los
132
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

procesos sociales generales, donde encuentra en la inercia de la


vida social su complemento necesario, vuelve impensable el diseño
de una ingeniería organizativa que permita desterrar de antemano
los riesgos del sustituismo. Las organizaciones sin estructuras esta-
bles no están más a salvo de las cristalizaciones burocráticas que los
partidos políticos. 1 Esto no significa que las formas organizativas de
las que se doten las clases subalternas sean neutras respecto a sus
resultados. Luego de un siglo de miserias burocráticas surgidas des-
de el seno de las tentativas revolucionarias, debemos advertir que la
más amplia democracia y la auto-actividad popular han de ser el
fundamento de cualquier proyecto de emancipación. Partiendo de
este suelo común, nuestro problema consiste en identificar el lugar,
el rol y la fisonomía de la, o mejor dicho, las organizaciones políticas
que intervienen en todo proceso de construcción anticapitalista.

A los fines de aportar a la actualización de la teoría sobre la


organización política retrocederemos hacia algunos de los momen-
tos que establecieron las coordenadas fundamentales de la concep-
ción del partido y su relación con los movimientos de masas en la
tradición marxista (Marx, Kautsky, Lenin, Luxemburgo, Gramsci). Un
juego de oposiciones atraviesa este largo debate: espontaneidad/
conciencia, clase/partido, movimiento/institución. Estas oposiciones
suelen proyectarse hacia dos concepciones organizativas diferen-
tes: el partido como auto-organización política del conjunto de la
clase y el partido como destacamento de vanguardia de los obreros
más conscientes y los intelectuales socialistas. Estas “dos almas” de
la teoría marxista del partido político, por supuesto, conllevan sus
estrategias revolucionarias correspondientes.

Sin ninguna pretensión de síntesis ecléctica, en el presente tra-


bajo intentaremos reexaminar críticamente ambas concepciones
para lograr desplazarnos hacia un terreno donde se debilite la pola-
ridad excluyente entre ambas propuestas organizativas. Intentare-
mos mostrar que reconocer la multiplicidad y complementariedad de

1
Ver Freeman, Jo, “La tiranía de la falta de estructuras” enEl Rodaballo , n° 15, Bs.
As., 2004.

133
CONTRA-TIEMPOS

los instrumentos organizativos de las clases subalternas resulta de-


cisivo para una estrategia socialista que sea, a la vez, estrategia de
desgaste y de enfrentamiento. Y en esta multiplicidad tanto los movi-
mientos amplios, transitorios y laxos como las organizaciones cen-
tralizadas de cuadros cumplen un rol, no necesariamente contra-
puesto o excluyente. También intentaremos mostrar, en algunas de
las experiencias más decisivas de la lucha de clases del siglo pasa-
do, que la historia del movimiento socialista presenta, al revés de las
interpretaciones canónicas, momentos de articulación entre ambas
formas organizativas.

No buscamos acercarnos a ninguno de estos temas, autores o


experiencias con una pretensión de análisis exhaustivo. Más bien
queremos comenzar a dar forma a algunas hipótesis que permitan
repensar la cuestión de las herramientas organizativas en las condi-
ciones sociales y políticas actualmente existentes.

MARX Y LAS ORGANIZACIONES OBRERAS.


ESPONTANEÍSMO Y PARTIDO-CLASE
Las concepciones espontaneístas tienen una larga historia en la
filosofía política y el marxismo, y pueden remitir a dos fundamentos
diferentes: o bien se considera que una determinación objetiva ex-
terna a la acción política de los hombres (como las anónimas fuerzas
productivas) “hacen todo el trabajo”, o se postula cierta armonía
preestablecida de las relaciones humanas, cierta disposición origi-
naria inhibida del sujeto social, de modo que para alcanzar la eman-
cipación sólo hace falta despojarse de las instituciones que,
rousseneanamente, estropean la bondad natural, el “comunismo”
espontáneo de las masas. Como veremos, en la obra de Marx pode-
mos encontrar ambas versiones de este razonamiento que soslaya
el lugar diferenciado de la política como un campo autónomo e
irreductible. Desde un enfoque hegeliano, la concepción de lo políti-
co como mera forma expresiva de lo social impone a Marx la tenden-
cia a reducirlo a resultado pasivo de un proceso que le es exterior.

134
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

En ambos casos, la “emancipación humana” se identifica con la ex-


tinción del Estado y la desaparición de la política como tal. 2
Ya tempranamente Marx, tal como lo enuncia explícitamente en
el Manifiesto comunista, fue contrario a la idea de fundar o participar
de lo que hoy denominaríamos, después del bolchevismo, un “parti-
do revolucionario” en sentido estricto. No se preocupaba por crear
organizaciones que se ajustaran a sus ideas, sino que se unía a las
organizaciones obreras existentes con el objeto de influirlas y ga-
narlas para las posiciones del socialismo científico. La determinación
del ser social contenía por sí misma el acceso consciente, más o
menos demorado, a la opción política por el comunismo. Por tanto, la
tarea política de los comunistas consistía en mezclarse entre los
trabajadores, en las organizaciones más dinámicas, con cierta inde-
pendencia de su programa explícito, facilitando la expansión de las
posiciones revolucionarias aun en el seno de las organizaciones con
direcciones pequeño burguesas o reformistas. Complementariamen-
te, no puede encontrarse en la obra de Marx una teoría sistemática
y articulada sobre el partido o la organización política. Como han
señalado sucesivos autores, la cuestión del partido se enmarca en el
déficit más general relativo a la inexistencia de una teoría marxista
específica sobre la política (es decir, sobre el Estado, la representa-
ción, el derecho, la organización), que acompaña la subestimación
del lugar propio de la mediación partidaria.

2
Existe en Marx, es cierto, una concepción embrionaria de lo político que late, sobre
todo, en sus textos históricos. Podríamos decir que Marx entrevió a la lucha
política como “guerras y revoluciones”, como intervención intempestiva de las
fuerzas sociales en el plano político, alterando el funcionamiento normal e
“inmanente” de la sociedad. Podríamos decir, en lenguaje contemporáneo, que
se acercaba a entender a la lucha política como “acontecimiento”. (Ver al
respecto la entrevista a Bensaid, “Actualidad del marxismo”, en este mismo
número.) Sin embargo, esto no desmiente la ausencia en la obra de Marx y
Engels de un análisis de la autonomía irreductible del campo político y sobre las
posibles formas institucionales y políticas de un tentativo Estado de transición
(más allá de las referencias genéricas a la Comuna de París, en algunos casos,
o a la “república democrática”, en otros, como la forma política de la “dictadura
del proletariado”). Todas estas cuestiones resultaban oscurecidas por el mito de
la extinción del Estado y la desaparición de la política que Marx y Engels nunca
abandonan.

135
CONTRA-TIEMPOS

En el joven Marx, el ser genérico, de raíz feuerbachiana, le


permite identificar la realidad social como el reflejo dialéctico, aliena-
do, de una unidad desgarrada: ya no la Idea especulativa de Hegel,
sino la naturaleza humana como sociabilidad armónicamente libre.
Dice Marx en los Manuscritos de París: “El hombre es un ser gené-
rico, no sólo porque práctica y teóricamente convierte en objeto
suyo al género, tanto al propio como al de las restantes cosas, sino
también (…) porque se relaciona consigo mismo como con un ser
universal y, por ello, libre”. 3 Cada hombre individual es un ser que
lleva en sí la totalidad de la esencia humana, ya plenamente consti-
tuida; en razón de lo cual se entiende que lleve también en sí, ya
plenamente constituidas, las condiciones necesarias y suficientes
para la redefinición de sus relaciones sociales de manera espontá-
neamente armónica, autónomamente libre, y esencialmente univer-
sal.

Una vez identificado el momento de la unidad (el ser genérico) y


su “ruptura” (su objetivación alienada en la sociedad de clases), se
puede proyectar el nivel superior de la “recomposición” que lleve a
cabo la “negación de la negación”, es decir, una sociedad plena que
se ajuste cabalmente a la naturaleza del hombre, una realidad social
que se atenga íntegramente a su verdad. “Marx llama, en la Cues-
tión judía, “democracia” a este punto de partida, modelo-esencia
que sirve de referencia antitética de lo realmente existente (el “Es-
tado abstracto”): un régimen de convivencia igualitaria donde los
nexos interhumanos se universalizan directamente, sin necesidad
de la mediación artificial de la política, donde el hombre se refleja sin
contradicción”. 4 El hombre de la “democracia”, o el comunismo, no
necesita de la política ni del Estado, porque en tanto puede expresar
su esencia sin contradicciones, ha retornado a su unidad perdida, a
la vinculación plenamente armónica con la sociedad universal sin
mediaciones. Lo político en la “sociedad transparente” se reduce,
en la línea del positivismo saintsimoniano, a la dimensión técnico-

3
Marx, Karl, Manuscritos económico-filosóficos de 1844, Colihue, Bs. As., 2006, p.
111.
4
Dotti, Jorge, Dialéctica y derecho, Hachette, Bs. As., 1985, p. 247.

136
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

administrativa de la “gestión de las cosas”, entendida como la antí-


tesis superadora de lo político como “dominio de los hombres”.

El Marx maduro, que deja atrás en buena medida el lenguaje


humanista feuerbachiano, parte de una fuerte previsión sociológica
que lo conduce a conclusiones similares por otros medios. Marx
supone que el propio desarrollo capitalista iría haciendo madurar
naturalmente al proletariado en su constitución como sujeto social y
político. En la medida en que se profundizara el desarrollo capitalista
se simplificaría la estructura social y se unificaría la clase obrera,
facilitando la toma de conciencia y la organización. La transparente
continuidad entre la posición social y la opción política garantizaba la
espontánea convergencia revolucionaria del proletariado unificado
por el programa común de sus verdaderos intereses. Un fuerte “op-
timismo del intelecto” dictaba que el desarrollo industrial estaba con-
duciendo a una crisis económica, a la par que crecían exigencias en
el seno del capitalismo incompatibles con él, según la fórmula de que
el desarrollo de las fuerzas productivas chocaría y superaría a las
relaciones sociales burguesas de producción en una contradicción
última y definitiva. De esta forma, el proletariado se expresaría inme-
diatamente como fuerza revolucionaria, sin la ayuda de una media-
ción política “exterior”.

Con estos presupuestos, Marx aborda la cuestión del partido


político. Es así que el partido no puede tener para él carácter alguno
de exterioridad respecto de la clase misma. Por el contrario, para
Marx el partido es el mismo proletariado organizado políticamente
en la medida en que asume sus intereses y se eleva al nivel de sus
tareas históricas. El significado del término “partido” indicaba, en
este sentido, no una determinada organización instituida, sino el rol
histórico y político que la clase tenía por sí misma, dado su ser social
específico: una u otra organización política surgida de su seno podía
ser la expresión contingente y variable de ese partido. Del mismo
modo en que la nueva sociedad no segregaría un Estado propio, por
fuera de su ser social inmediato, el proletariado en lucha tampoco
produciría una institución aparte, distinta de su existencia inmediata.

137
CONTRA-TIEMPOS

“Si en Marx, por consiguiente, no hay una teoría del partido, es


porque en su teoría de la revolución no existe necesidad de ella ni
espacio para la misma”. 5

Marx diferencia entre el “partido efímero”, las diversas organi-


zaciones políticas del proletariado, y el “partido histórico”, la clase
obrera en su devenir sujeto, a la vez que casi los vuelve
indistinguibles. El primero es la forma provisoria y transitoria del
segundo. Así, con Marx se inicia una concepción del partido que
piensa a éste como el movimiento hacia la auto-organización política
de toda la clase obrera, en base a una virtual indistinción entre la
fuerza social (la clase) y el agente político (el partido).

Una lógica común en la concepción de lo político (y por tanto del


partido) subyace a las orientaciones estratégicas que primaron en
las experiencias de la I y II Internacional, a pesar de los evidentes
desplazamientos organizativos y programáticos. Ambas basaron sus
estrategias en una visión del partido como expresión inmediata de la
lucha de clases y del estadío vigente del capitalismo. Según este
modelo, el rol del partido tiende a reducirse a tareas pedagógicas,
de propaganda, de acompañamiento y sistematización de la expe-
riencia de las masas y de las múltiples luchas en curso. De esta
manera, los grandes partidos socialdemócratas europeos del siglo
XIX encaran tareas educativas e ideológicas en el seno de la clase
trabajadora que los convierten en fuerzas de masas e inmensos
aparatos políticos, casi indistinguibles del movimiento obrero mismo,
tanto en su extensión como en su heterogeneidad ideológica. El
marco estratégico social-demócrata no pasaba por la búsqueda de
la confrontación directa con el Estado burgués sino por un gradual
desgaste de sus condiciones de posibilidad. Decía Kautsky, “la so-
cialdemocracia es un partido revolucionario, no un partido que hace
revoluciones”. 6

5
Rossanda, Rosana, “De Marx a Marx: clase y partido”, Teoría marxista del partido
político/3, Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1973, p. 5.
6
Kautsky, Karl, El camino del poder , Ed. Grijalbo, México D.F., 1968, p. 65.

138
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

A tal punto el partido es concebido a lo largo de todo este perío-


do como la cáscara residual del desarrollo espontáneo e inmanente
del agente real de la historia que Engels llega a preguntarse en
1891 si la clase obrera alemana no podría prescindir del Partido
Socialdemócrata, si no haría mejor en deshacerse de esa “banda de
burócratas” que integraban la dirección del partido y arreglárselas
por su cuenta, liberada de su jurisdicción y su guía. 7

Innumerables veces cuando se quiso encontrar un refugio o un


punto de referencia para una concepción socialista de la organiza-
ción alter nativa a las formas dominantes (al par adigma leninista de
par tido, ante todo) se creyó encontrarla en el retorno a los mismos
textos del viejo y buen Marx (Luxemburgo, Pannekoek, Hal Draper).
¿Quedan, sin más, comprometidas estas concepciones fuer temente
centradas en la auto-actividad de la clase obrera, críticas de todo
sectarismo o sustituismo, en tanto par te orgánica de un cuadr o ge-
neral donde no se identifica el lugar diferenciado de la política?

Para Marx las organizaciones políticas particulares del proleta-


riado siempre son instrumentos transitorios, que en ciertas coyuntu-
ras permiten apuntalar el avance de la clase obrera, “el partido
histórico”. Nunca una organización política particular constituye una
forma acabada, un modelo organizativo consumado, sino expresio-
nes circunstanciales del movimiento real de la clase obrera. Incluso,
la idea misma de una forma organizativa consumada sería, para
Marx, un oxímoron, un artificio anti-histórico. Los partidos obreros
son la forma de expresión, siempre parcial e imperfecta, del sujeto
social emergente. De allí la furibunda crítica de Marx a los sectarios
y utopistas, a los que pregonan verdades eternas al margen del
movimiento vivo de las luchas reales, aquellos “alquimistas de la
revolución”.

Más allá de la ingenua tendencia a la identificación entre el par-


tido y la clase, entre lo político y lo social, encontramos poderosas

7
Fay, V., “Del partido como instrumento de lucha por el poder al partido como
prefiguración de una sociedad socialista” en Teoría marxista del partido político/
3, Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1973, p. 34.

139
CONTRA-TIEMPOS

intuiciones que alertan respecto a los peligros del vanguardismo y el


sustituismo. La organización revolucionaria debe considerarse per-
manentemente al servicio de una lucha que tiene “sus momentos
propios, sus niveles políticos autónomos”. 8 Esto vale tanto para la
autonomía del movimiento social, como para la relación entre los
núcleos ideológicos del marxismo revolucionario y los movimientos
políticos amplios. El partido debe aspirar a establecer formas de
relacionamiento con las organizaciones y movimientos en los que
participa que no se reduzcan a la instrumentalización y la subordi-
nación para no devaluar su propio programa basado en el creciente
protagonismo democrático de las clases subalternas. Esto implica
superar el modelo de la separación necesaria entre el momento
puramente reivindicativo de la lucha social y el momento político
como responsabilidad exclusiva del partido, para pensar la
politización como un proceso multifacético, sin centros monopólicos.
Estas advertencias constituyen una valiosísima referencia para evi-
tar el desplazamiento del sujeto histórico de la clase a una vanguar-
dia política externa que se erija a sí misma como único principio de
evaluación y regulación del proceso de masas.

El carácter imperfecto y transitorio de la organización política


permite pensar en base a una ductilidad y apertura organizativa más
radical que las frecuentes versiones jacobinas del partido-vanguar-
dia cerrado sobre su propio auto-discurso. La lucha política puede
adoptar formas muy diferentes, según los contextos y las caracterís-
ticas sociales y nacionales. En etapas defensivas, de repliegue y
recomposición, la dimensión política bien puede, por ejemplo, casi
indistinguirse con la construcción social. La mejor continuación de
este concepto difuso, dúctil y procesual que Marx forja sobre la
organización política la realiza Hal Draper en su crítica al sectarismo.

8
Il Manifiesto/Jean Paul Sartre., “Masas, espontaneidad, partido” enTeoría marxis-
ta del partido político/3 , Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As.,
1973, p. 28.

140
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

La alternativa [ a la forma-secta] era actuar como


una corriente en el movimiento de clase. Debe distin-
guirse claramente entre estas dos formas de organi-
zación. El movimiento de clase está basado y cemen-
tado por su rol en la lucha de clases. La secta se
basa y se cementa en sus ideas especiales o progra-
ma. La historia del movimiento socialista comenzó en
la mayoría de los casos con sectas (continuando la
tradición de los movimientos religiosos). Fue el conti-
nuo desarrollo de la clase trabajadora lo que posibi-
litó llegar a partidos de masa que también procura-
ban representar y reflejar a toda la clase-en-movi-
miento. El ejemplo del movimiento de clase, en con-
traposición a la secta, fue dado por la Primera
Internacional: ésta quebró las líneas sectarias (in-
cluso inicialmente no incluyó el socialismo en su pro-
grama). Los estatutos, presentados por Marx, pro-
curaban organizar el movimiento de la clase obrera
en todas sus formas. Muchas de sus características
fueron continuadas por la Segunda Internacional, a
la cual sólo los sindicatos no estaban afiliados. 9
Haciendo un balance de las experiencias partidarias de la pos-
guerra que se consideraban herederas del bolchevismo, sostiene
Draper:

Hay una falacia fundamental en la idea de que el


camino de la miniaturización (imitando un partido de
masas en miniatura) es el camino al partido revolu-
cionario de masas. Si se intenta crear una miniatura
de un partido de masas, no se consigue un partido
de masas miniaturizado, sino un monstruo. La razón
básica es la siguiente: el principio vital de un partido
revolucionario de masas no es simplemente su pro-

9
Draper, Hal, “El mito del “concepto de partido” de Lenin. Qué hicieron con el ¿Qué
hacer?”, en Revista Herramienta, n° 11, Bs. As., 1999.

141
CONTRA-TIEMPOS

grama completo, que puede copiarse sin más que un


activista mecanógrafo y puede ser ampliado o redu-
cido como un acordeón. Su principio vital es su
involucramiento integral como una parte del movi-
miento de la clase obrera, su inmersión en la lucha
de clases no por la decisión de un Comité Central,
sino porque vive en ella. Este principio vital no puede
imitarse o miniaturizarse; no se reduce como un di-
bujo animado ni se encoge como una camisa de lana.
Como una reacción nuclear, este fenómeno se pro-
duce únicamente cuando existe una masa crítica, por
debajo de la cual el fenómeno no es menor, sino que
desaparece. 10
Rosa Luxemburgo es otra continuadora de la lógica organizativa
propuesta por Marx, fundamentalmente a par tir de su concepto de
par tido-proceso. Pese a cier to arrastre de resabios hegelianos
-donde el proceso se identifica con la exteriorización evolutiva de
las determinaciones que la clase conlleva “en si”-, 11 hay en Luxem-
burgo una penetrante intuición crítica respecto a las concepciones
organizativas que consideran que lo que separa un pequeño núcleo
político de una dirección revolucionaria de masas es una mera cues-
tión cuantitativa. El partido-proceso involucra sus aspectos cualita-
tivos más íntimos en el transcurso histórico y en la coyuntura especí-
fica de la lucha de clases. Despojado de todo concepto “universal”
de organización política, se arma de una amplia ductilidad táctica y
organizativa, por la cual puede transformarse en partido amplio o
estrecho, puede convertirse en un grupo de propaganda o indistin-

10
Draper, H. “Hacia un nuevo comienzo… por otro camino”, en Marxist Internet
Archive, 2001. En su justa crítica a la forma-secta y el mini-partido Draper saca
conclusiones desmedidas, al reducir la organización política a tareas de propa-
ganda y descartando que las definiciones programáticas justifiquen delimitacio-
nes orgánicas. El afán de superar todo rasgo sectario lo conduce a una solución
terminante, muy similar al planteo de Marx, donde la delimitación ideológica sólo
justicia centros de propaganda y no también organizaciones para la intervención
política.
11
Ver Bensaïd, Daniel y Nair, Alain,“El problema de la organización. Lenin y Rosa
Luxemburgo”, en Teoría Marxista del Partido Político (Problemas de Organiza-
ción), Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1975.

142
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

guirse con el movimiento social, según las presiones y las caracterís-


ticas de la etapa.
Nuestra historia reciente brinda un ejemplo paradigmático de
esta lógica en el proceso de recomposición organizativa de las cla-
ses subalternas que se inicia a fines de los noventa. La primera fase
de ascenso de las luchas debió lidiar con un contexto marcado por el
más amplio desarme político y organizativo de los sectores popula-
res, producto de la derrota histórica que había sufrido la clase tra-
bajadora en las últimas décadas del siglo. En tal etapa, el surgimien-
to de las luchas sociales más elementales, de movimientos reivindi-
cativos sin mayor elaboración programática, constituyeron una ge-
nuina forma de lucha política para un momento en que lo prioritario
pasaba por la regeneración del tejido social y organizativo, requisito
elemental para una posible reconstrucción política del movimiento
socialista.

“Un paso del movimiento real vale más que mil programas”, va a
ser la sentencia que expresa la prioridad estratégica que toda orga-
nización debe fijar en aquello que la trasciende. Esta es el “núcleo
racional” de la intuición de Marx que hay que desgajar de la “corte-
za mística” de la identificación del ser social y la conciencia política,
y la derivada pretensión de extinción del Estado. Por su parte, será
justamente aquella indistinción entre clase y organización política lo
que cuestionará Lenin, enfatizando la necesidad de introducir los
vectores de la ciencia socialista “desde afuera” del ser inmediato de
la clase trabajadora. Sin embargo, tan fuerte es la influencia de
aquellas visiones espontaneístas que incluso Lenin, el primer político
del marxismo, elabora una concepción del Estado y la política que se
mueve íntegramente en el campo idealista de la reabsorción de lo
político en lo social, retrocediendo sobre sus mejores intuiciones
politicistas. En efecto, a la hora de delinear los trazos gruesos de su
teoría del Estado en el pasaje de la fase socialista a la comunista,
Lenin acude acríticamente en El Estado y la revolución a los planteos
gradualistas y economicistas de Engels sobre la extinción natural del
Estado. Una vez abolida la “contradicción principal” de la explota-
ción del trabajo, destruida por tanto la ideología que la clase capita-
143
CONTRA-TIEMPOS

lista hacía pesar sobre los trabajadores, el optimismo de Lenin repo-


sará en la capacidad de la clase obrera para apropiarse progresiva-
mente del Estado, volviéndolo tendencialmente indistinto respecto
de su ser social. Ninguna necesidad de una táctica específica para la
clase trabajadora en el terreno particular del Estado y la compleja
cuestión de la “contradicción política” sino, nuevamente, la vieja
confianza en la espontaneidad del curso de las cosas, desembara-
zadas de los obstáculos que encorsetaban su potencia
transformadora.

Tan pesado es el acervo teórico espontaneísta legado por las


tradiciones revolucionarias, que la fuerte intuición política de Lenin
no basta para despejar el misticismo de una teoría que guardaba
mayor coherencia y cohesión con el marco estratégico de la social-
democracia que con la ruptura que significaba el concepto leninista
del partido. Este lastre idealista no será inocente en la subestima-
ción por parte de Lenin del problema burocrático, que recién va a
comenzar a advertir en sus últimos meses de vida, cuando se vuelve
crecientemente sensible a los “peligros profesionales del poder”
mientras observaba la emergencia a su alrededor del vasto fenóme-
no burocrático que conoceríamos como estalinismo.

LA RUPTURA DE LENIN: EL PARTIDO-VANGUARDIA


Hacer un balance serio y recuperar críticamente el legado teórico de
Lenin supone partir de una fuerte delimitación respecto de las co-
rrientes mayoritarias en la izquierda revolucionaria que, conside-
rándose herederas directas del bolchevismo, redujeron la rica y
multifacética obra teórica y práctica del revolucionario ruso a la fór-
mula del hiper-centralismo y el monolitismo organizativo. Para estas
concepciones, al igual que para los anti-leninistas tout cour, la ima-
gen construida de Lenin es la de quien, al estilo blanquista, propone
una organización política alejada de las masas a las que pretende
dirigir. “Un grupo de especialistas profesionales colocados ‘afuera’
del movimiento de masas real, unido por una completa coherencia

144
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

de doctrina, homogénea en sus procedimientos, absolutamente cen-


tralizado en sus acciones, que procede de manera conspirativa y
que se ha venido arrogando la propiedad indiscutida de los intere-
ses históricos de la clase trabajadora”. 12
¿Cuál es el núcleo de ruptura que aporta Lenin a la teoría socia-
lista del partido? En la famosa discusión con Martov sobre los esta-
tutos, 13 que divide a bolcheviques y mencheviques, “Lenin está lle-
vando a fondo, y por primera vez de manera explícita, su ruptura
con la concepción del «partido-clase» (esto es, partido de toda la
clase), presente hasta el momento en toda la literatura marxista”. 14
Para Lenin únicamente deben ser miembros del partido los obreros
más conscientes, junto a la intelectualidad socialista proveniente de
la pequeña burguesía. La clase puede despojarse de su subordina-
ción a la burguesía, puede convertirse en sujeto, sólo a través de la
mediación del partido. Éste no debe limitarse a acompañar y esclare-
cer la experiencia de las masas, sino que debe anteponerse a esa
experiencia: poseer un análisis general de la coyuntura y la situa-
ción relativa de los distintos conflictos particulares, llevar una eva-
luación permanente de las correlaciones de fuerza, agitar consignas
adecuadas a un determinado momento político y ser capaz de seña-
lar el rumbo a tomar. “La idea es la de un partido estratega, un par-

12
Sanmartino, Jorge, “Pasado y presente de la teoría socialista de partido”, en
Revista Corriente Praxis, Número especial, Buenos Aires, octubre 2005, pág. 12.
13
El debate sobre los estatutos del partido en el II congreso del POSDR que enfrentó
a Lenin con Martov, consistía en definir quiénes eran considerado miembros del
partido: todos los adherentes al programa socialdemócrata (Martov) o quienes
formaban parte disciplinadamente de alguna de sus organizaciones (Lenin). En
Un paso adelante, dos pasos atrás (Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín,
1977, p. 91), Lenin se detiene nuevamente en la fórmula de Martov, que dice
“nuestro partido es el intérprete consciente de un proceso inconsciente”, y
concluye : “esto está bien porque es un error querer que cada huelguista pueda
titularse miembro del partido; puesto que si cada huelga no fuera la expresión
simple y espontánea de un poderoso instinto de clase, sino la
expresión consciente del proceso que lleva a la revolución social., entonces nuestro
partido se identifica inmediatamente de un solo golpe, con toda la clase obrera,
y en consecuencia terminaría de un solo golpe con toda la sociedad burguesa”.
Citado en Daniel Bensaïd & Alain Nair, “El problema de la organización. Lenin y
Rosa Luxemburgo”, en Teoría Marxista del Par tido Político (Problemas de
Organización), Cuadernos de Pasado y Presente, Siglo XXI, Bs. As., 1975.
14
Garmendia, O. (seudónimo de Rolando Astarita), «La importancia de la teoría
leninista del partido», en Debate marxista, n° 7, Bs.As., 1996, p. 10.

145
CONTRA-TIEMPOS

tido que organiza las luchas proponiendo sus objetivos y que puede,
por otra parte, organizar y limitar las derrotas, preparando la retira-
da cuando fuera necesario”. 15

Si el par tido-clase acompaña y esclarece la experiencia de las


masas, el par tido-estratega combate los elementos burgueses,
reformistas y conser vadores arraigados en la propia clase obrera, a
los fines de ar ticular una estrategia de confrontación directa con el
poder. Esta concepción de la política y el par tido por par te de Lenin
supone el reconocimiento del carácter inevitablemente heterogéneo
de la clase obrera. En contraste con la influencia romántica del mar-
xismo donde se piensa lo social como una unidad sólo temporalmen-
te desgarrada, desde el momento en que se af irma que par tido y
clase no se confunden emer ge el terreno de lo político, cuya media-
ción se vuelve ahora un paso obligado. Pero, por esto mismo, en-
gendra nuevos peligros, consustanciales a la delicada cuestión de la
organización política “externa”.

El planteo de Lenin en el ¿ Qué hacer? parte del supuesto,


simétricamente contrario al paradigma del partido-clase, de que la
clase obrera es incapaz de alcanzar espontáneamente conocimien-
to cabal de su situación real, elevarse hacia el plano político y tomar
conciencia de sus tareas históricas. En su combate contra la domina-
ción del capital, por muy contundentes que sean sus
enfrentamientos, el obrero está incapacitado para rebasar justa-
mente la conciencia dominante, que lo ubica como un vendedor de
esa mercancía muy especial que es su fuerza de trabajo y lo ciñe,
por tanto, a los límites del nivel de conciencia tradeunionista o
economicista. Así, la tarea del partido consiste en una operación
externa de sustracción de la influencia de la ideología burguesa
sobre la clase obrera. La conciencia “de clase” en sentido estricto,
el punto de vista revolucionario a la altura de su rol histórico, ha de
ser indefectiblemente aportada por el influjo de la ciencia marxista,
lejos de la fábrica y al margen de los sindicatos, separada de los

15
Bensaid, Daniel, Estrategia y partido: un curso de formación, disponible en http:/
/danielbensaid.org/Estrategia-y-partido?lang=fr.

146
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

ámbitos de sociabilidad inmediatos del proletariado y encarnada por


el partido.

El concepto de la “introducción de la conciencia socialista desde


el exterior” a las luchas obreras tiene su antecedente directo en el
pensamiento de Kautsky y, todavía antes, en los “conspiradores”
que Marx critica por su secretismo sectario. Lenin utiliza esta con-
cepción para apuntalar la novedad de un partido de combate que
debe tomar en sus manos la tarea de preparar la revolución, descar-
tadas las expectativas de que el curso natural de las cosas se orien-
te en esa dirección. Lenin en el ¿ Qué hacer? sólo puede fundar este
nuevo desafío a condición de despojarse de la ilusión de una clase
obrera esencialmente revolucionaria, pero funda su necesidad en
un nuevo esencialismo: el de una clase obrera naturalmente incapaz
de superar por si misma el plano reivindicativo. La externalidad,
como momento irreductiblemente político, que se separa de la iner-
cia de las cosas para actuar sobre ella y darle forma, asume por
tanto en 1902 las características de un Iluminismo jacobino en base
a la intelligentsia socialista, de militantes profesionales del partido,
erigido como epicentro de la auténtica actividad revolucionaria.

Por el contrario, como muestran distintas experiencias históricas


concretas de la clase trabajadora, en momentos de alta
conflictividad, ésta es capaz de alcanzar niveles de politización que
superan largamente el nivel tradeunionista. Una amplia variedad de
movimientos, surgidos directamente del seno de la clase trabajado-
ra, demostraron tener un carácter superior al economicista, como
fueron las jornadas de junio de 1848, la comuna de París, las revo-
luciones de 1905 y febrero de 1917, las de las repúblicas húngara y
bávara de los soviets en 1918 y 1919. Lenin mismo reconocería que
estos fenómenos desmentían su distinción concluyente. En rigor, tal
como el mismo Lenin reclama que se entienda su folleto, las tesis del
¿Qué hacer?, lejos de postular un modelo general de partido univer-
salmente válido, responden a urgencias de una coyuntura atravesa-
da por fuertes debates con tendencias espontaneistas del POSDR y
en un contexto marcado por la clandestinidad.

147
CONTRA-TIEMPOS

Varios autores -como Norman Geras, Daniel Bensaid, Slavoj Zizek


o, en nuestro medio, Rolando Astarita- 16 han intentado rescatar el
desplazamiento, imperceptible para el propio Lenin, que su planteo
realiza frente a la posición estrictamente positivista e intelectualista
de Kautsky. Mientras este último entiende la conciencia política como
“exterior a la lucha de clases” como tal, Lenin está refiriéndose a la
conciencia socialista exterior “ a la lucha económica de la clase”.
Mientras que Kautsky establece efectivamente el asiento preferen-
cial en los cerebros de los intelectuales pequeño burgueses que
tienen la función de ilustrar a las masas inconscientes, el escrito de
Lenin se refiere a la conciencia política elaborada por un partido
obrero (del cual son miembros intelectuales socialistas burgueses,
así como trabajadores que, en tanto militantes de partido, cumplen
una función intelectual). Este señalamiento semántico es correcto,
pero no alcanza para desmentir la tendencia sustituista y excesiva-
mente partido-céntrica del concepto de “introducción desde afuera
de la conciencia socialista.”

A más de un siglo de la redacción de este documento de polémi-


ca, no es difícil, ni significa un gran hallazgo teórico, criticar ciertas
fórmulas toscas allí elaboradas. Sin embargo, el ¿ Qué hacer? no
deja de plantear -con sus elementales recursos a la mano y recu-
rriendo a la autoridad del teórico marxista más reconocido de su
época- un tema que sobrevive a la inflexión jacobina del texto y que
plantea un corte definitivo en la teoría marxista del partido: la cues-
tión de la externalidad. La organización política de los trabajadores
siempre es externa al ser social, pero no como portadora iluminada
del conocimiento científico que ellos no pueden alcanzar por sí mis-
mos, sino en el sentido de que no le es natural. La organización
política es necesariamente un medio artificial, en el sentido estricto
de la palabra, exterior a los ámbitos de sociabilidad natural de la
clase trabajadora. Es una construcción de la que se dotan sectores

16
Ver Geras, Norman, “Lenin, Trotsky y el partido” en Masas, partido y dirección ,
Fontamara, Barcelona, 1980. Bensaid, D., Strategie et Partie, La Bréche,
Montreuil-sous-Bois, 1987; Zizek, S., A propósito de Lenin , Atuel, Buenos Aires,
2004; Garmendia, O. (seudónimo de Rolando Astarita), «La importancia de la
teoría leninista del partido», en Debate marxista, n° 7, Bs.As., 1996.

148
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

siempre parciales de las clases populares. En este sentido, cualquier


pretensión de “interioridad” del partido a la clase o al movimiento
social es una ilusión que disimula el fenómeno real e impide actuar
frente a los riesgos reales de esta exterioridad. De la misma manera
en que el plano político no puede ser absorbido plenamente en lo
social, las organizaciones de la clase guardan siempre su carácter
de opacidad y refracción respecto del ser social inmediato del con-
junto de los trabajadores, primordialmente porque se fundan como
resistencia a la inercia hegemónica de la ideología burguesa.

Que lo político no sea continuidad homogénea de lo social nos


enfrenta a una dificultad real e irreductible que se mostró en toda su
crudeza en las experiencias burocráticas del siglo pasado: la repre-
sentación de unos por otros pierde armonía y se expone a los ries-
gos del burocratismo y el verticalismo autoritario. Las concepciones
del partido como representante inequívoco de la clase trabajadora,
depositario de la ciencia marxista y Sujeto Absoluto de la emancipa-
ción social, son los términos de la degeneración burocrática que
conocimos como estalinismo. Si bien resultaría equivocado identificar
la revolución bolchevique con su contra-revolución burocrática, no
podemos desconocer que algunos de los dispositivos organizativos
y de las decisiones tomadas en situación de “emergencia” por los
bolcheviques tuvieron continuidad y facilitaron la concepción autori-
taria y policial del partido del estalinismo. Lejos de cualquier ideali-
zación de la experiencia bolchevique, no podemos desconocer mo-
mentos burocráticos y sectarios en la profusa obra teórico-práctica
de Lenin que, hipostasiada ésta y unilateralizados aquellos, han
dado lugar a una concepción de la organización política que es un
obstáculo mayor para las actuales experiencias emancipatorias.

LA EXPERIENCIA RUSA Y EL PARTIDO ORGÁNICO


La interpretación que hace el leninismo “oficial” de la revolución
rusa y del papel dirigente de Lenin refiere a la aplicación escrupulo-
sa de las fórmulas centralistas del ¿ Qué hacer? por parte de los

149
CONTRA-TIEMPOS

bolcheviques, quienes, por la corrección de su programa y la discipli-


na de su metodología, pudieron pasar en cuestión de meses de ser
una “insignificante minoría” a encabezar la primera revolución obre-
ra triunfante. Sin embargo, la historia de la socialdemocracia rusa, la
ruptura bolchevique y la insurrección de octubre poco tienen que
ver con esta imagen simplificada, hecha a la medida del sectarismo
de la izquierda tradicional.
La extendida pertenencia de la corriente bolchevique al Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso no es un hecho que pueda menospre-
ciarse como efecto de un déficit o error convenientemente corregi-
do. Su convergencia en la organización más representativa de las
masas trabajadoras fue, por el contrario, la condición de su inser-
ción en la vida política del proletariado, habilitada precisamente por
la heterogeneidad ideológica, la incesante proliferación de debates
y la conformación permanente de tendencias internas que caracteri-
zaron a la socialdemocracia rusa. Sin esa convivencia perseverante
y sin esa imbricación con la pluralidad de elementos existentes al
interior del partido de la clase trabajadora no sería posible concebir
su carnadura en las masas rusas. Ninguna corrección programática
ni política de delimitación habrían valido como sustituto de ese arrai-
go en la cultura popular que, aun tras periodos de incidencia mino-
ritaria, le permitió ganar la confianza de las mayorías y terminar
erigiéndose en dirección del proceso revolucionario.

Es pertinente el concepto de partido orgánico que algunos auto-


res utilizan para describir la trayectoria del bolchevismo, desde ala
izquierda del POSDR a partido independiente que encabeza la insu-
rrección y conquista la mayoría en los soviets. 17 Permite visibilizar la
diferencia sustancial entre un núcleo militante con vocación abstrac-
ta de conducción de un proceso revolucionario pero recortado del
movimiento social real, y un partido o tendencia que parte de tradi-
ciones arraigadas en los sectores subalternos para construir una
hegemonía revolucionaria. El concepto de partido orgánico recupe-

17
Ver Sanmartino, J., “Pasado y presente de la teoría socialista de partido”, en
Revista Corriente Praxis, Número especial, Buenos Aires, octubre 2005, p. 20.

150
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

ra un aspecto decisivo que el planteo del partido-clase originalmente


proponía, pese a sus limitaciones teóricas. La organización política,
aunque no puede dejar de ser una organización particular y, por
tanto, con su grado de “externalidad” respecto de la vida social,
debe lograr un alto nivel de conexión con las tradiciones, la cultura,
la sensibilidad, el estilo de vida y las aspiraciones de las clases sub-
alternas de modo que el hiato irreductible entre lo social y lo político
no se convierta en un abismo. La “continuidad” entre lo social y lo
político, así, se vuelve una aspiración de cara a la conquista de las
masas.

No puede soslayarse el hecho de que los esfuerzos argumenta-


tivos leninistas a favor del centralismo y la homogeneidad par tidaria,
correctos en numerosas ocasiones, se daban en un contexto diame-
tralmente inverso, con el objeto de “ender ezar la vara” en una
cultura política caracterizada por un amplio pluralismo político y un
excesivo federalismo organizativo. El par tido bolchevique, muy lejos
de la imagen convencional de una organización íntegramente com-
pacta, en sus momentos de cier ta masividad nunca fue más que una
red de células militantes, con muchos márgenes de autonomía, y
poca comunicación horizontal y ver tical. En muchos casos, los círcu-
los de bolcheviques y mencheviques se mantenían unificados, o con
muchísimo intercambio y convivencia militante, aún después de la
ruptura de la socialdemocr acia. Si el “centralista” par tido bolchevi-
que admitía en los hechos tamaña promiscuidad organizativa, la so-
cialdemocracia apenas representaba un vago movimiento político.
Estas concepciones, protagonizadas por quienes son considerados
los fundador es del monolitismo par tidario, se encuentran muy aleja-
das de las formas organizativas y la cultura política de nuestra épo-
ca. De hecho, se encuentran más cerca del “movimientismo” de
Marx y los orígenes de las organizaciones obr eras que del encier ro
sectario y el centr alismo burocrático característico de buena par te
de la izquierda tradicional.

151
CONTRA-TIEMPOS

LA BÚSQUEDA ORGANIZATIVA DE NUESTRO SIGLO


Una teoría de la organización se halla íntimamente vinculada con
una hipótesis estratégica sobre la revolución y no puede ser abstraí-
da de ella. El partido-vanguardia de Lenin, así como el partido-clase
de Marx y la socialdemocracia europea, se enmarcan en hipótesis
estratégicas disímiles. Para la socialdemocracia, la lucha
anticapitalista se basaba en un desarrollo social y político gradual,
donde el partido se concentra en desarrollar tareas culturales, edu-
cativas e ideológicas en la clase trabajadora, al calor de la conquista
de reformas sociales, con la aspiración de que el capitalismo termi-
naría por caer como fruto maduro luego de un extendido proceso
histórico. En una época donde los mecanismos de integración de la
clase trabajadora al sistema social apenas estaban comenzando,
esta estrategia dio lugar a inmensas construcciones culturales y so-
ciales por parte del movimiento obrero. La socialdemocracia alema-
na y el laborismo inglés son las mayores expresiones de esta “socie-
dad dentro de la sociedad” que significó el socialismo europeo a
comienzos del siglo XX. La vida del trabajador se desarrollaba casi
completamente en ámbitos de distinto tipo pertenecientes o vincula-
dos al partido (el sindicato, la biblioteca, la cooperativa, la casa de
cultura, el club, etc.), dando lugar a un riquísimo espacio público de
la clase trabajadora. La traición social-demócrata ante la “gran gue-
rra”, en el marco de una estrategia gradualista, reformista y progre-
sivamente conservadora, suele obliterar la mirada sobre el fenóme-
no global más significativo. La experiencia de 1917-1921 -con pro-
cesos revolucionarios atravesando a la mitad de Europa, protagoni-
zados por fracciones revolucionarias que rompían con el reformismo
de la socialdemocracia para embarcarse en una estrategia de en-
frentamiento directo con el Estado- resultaría impensable sin el pre-
cedente de aquel inmenso y largo trabajo cultural (de hegemonía
política y moral, diría Gramsci). Este trabajo previo, protagonizado
por el socialismo europeo, requirió de otras formas organizativas,
más laxas, más abiertas, que las propias del enfrentamiento directo
con el Estado, que después se generalizarían y podrían demostrar
también su eficacia. Aún en sociedades con un escaso desarrollo de

152
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

las instituciones de la sociedad civil, no puede dimensionarse la efec-


tividad de las estrategias de enfrentamiento y de los partidos de
combate sin reconocer las décadas de construcción social y política
que la socialdemocracia venía desenvolviendo desde el siglo XIX.
Una cuestión de método es importante para captar el fenómeno
global que estamos queriendo señalar. Cuando se identifica el valor
de cierta intervención (por ejemplo los esfuerzos por “enderezar la
vara” de Lenin contra el excesivo federalismo y movimientismo ruso)
haciendo abstracción de las características del medio social de su
aplicación, se comete el error de perder la esencia misma del gesto
en cuestión. Cuando se reivindica el duro centralismo que pregona
Lenin, ignorando que su contexto de aplicación era el de un amplísi-
mo pluralismo ideológico, se pierde la razón de ser y la eficacia de
dicho centralismo. Lo mismo puede afirmarse en relación al partido-
vanguardia, del cual sólo puede estimarse cabalmente su valor y
eficacia como dispositivo organizativo si se lo integra al cuadro del
ambiente social y cultural construido por la social-democracia. Para
utilizar una metáfora hegeliana, el centralismo leninista es una uni-
dad que “contiene” la inmensa multiplicidad previa del pluralismo
ideológico y organizativo, una unidad que “supera y conserva” la
diferencia. En cambio, cuando se aplica el férreo centralismo “en el
vacío” sólo nos queda la unidad indiferenciada, monolítica. Esta uni-
dad monolítica abstracta, que hoy es mayoritaria en el amplio espec-
tro de la izquierda revolucionaria, es en rigor invención del estalinis-
mo (con el antecedente de los excesos centralistas de Lenin, como
las 21 condiciones de ingreso a la Comintern).

El partido-monolítico era para ese entonces absolutamente ex-


traño a las tradiciones organizativas del socialismo, donde estaba
naturalizada la existencia de tendencias, la intensa vida interna y las
múltiples influencias ideológicas. Comparemos la rica producción teó-
rica del movimiento socialista de principios de siglo (desde Karl Koch
y Pannekoek al mismo Lenin o Trotsky, del austro-marxismo al deba-
te Berstein-Kautsky, desde Rosa Luxemburgo a Hilferding, de
Plejanov a Bogdanov), contra el silencio de la ortodoxia que recorrió

153
CONTRA-TIEMPOS

el marxismo hasta entrados los años ’60. Como los camellos en el


Corán según Borges, a nadie se le ocurrió teorizar lo que era el
hábitat natural del movimiento socialista, el pluralismo, el debate
ideológico, la heterogeneidad organizativa. Luego, cuando el pres-
tigio de Lenin y la revolución de Octubre, se hipostasió en sus fórmu-
las ultra-centralistas y, mucho peor, se lo pasó por la traducción que
el estalinismo hizo de él, se consumó la defunción de toda una cultu-
ra democrática característica de los movimientos anti-capitalistas
hasta ese momento.

Cuando se quiso replicar el centralismo bolchevique, descono-


ciendo sus condiciones históricas de posibilidad, se reprodujeron
esqueletos sin carne, artificios organizativos aislados de las masas y
con fuertes tendencias burocráticas. El centralismo leninista es un
proceso orgánico, no administrativo. 18 No puede decretarse sino
que debe conquistarse. Y el proceso de adquisición es un trayecto
complejo y multifacético, imposible de reducir a la lógica de evolución
lineal del mini-partido. El “movimientismo” de cierto periodo puede
ser la condición del centralismo del siguiente. O mejor, más que
precederlo, puede ser su complemento permanente. La articulación
de un momento unitario, de centralización y homogeneidad ideológi-
ca, junto a la construcción de movimientos de masas amplios, tiene
una larga trayectoria en la tradición organizativa de las clases sub-
alternas. Además de la historia de la social-democracia de principios
de siglo y sus alas revolucionarias, podemos pensar al mismo Partido
Bolchevique y su intensa vida interna, al caso del POUM español, o
incluso a la breve experiencia del FAS argentino como ejemplos de
articulación virtuosa de un momento centralista y otro
“movimientista”. En la actualidad los partidos anticapitalistas amplios
de la izquierda radical europea recuperan parte de esta tradición
organizativa. Y en nuestro país, los variados procesos de
18
El mismo Lenin afirmaba, en este sentido: “El bolchevismo existe como corriente
del pensamiento político y como partido político desde 1903. Sólo la historia del
bolchevismo en todo el periodo de su existencia puede explicar de un modo
satisfactorio por qué él pudo forjar y mantener, en las condiciones más difíciles,
la férrea disciplina necesaria para la victoria del proletariado”. Lenin, V. I., “El
izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, Obras escogidas, Editorial
Progreso, Moscú, 1961, vol. 1, pp. 353-354.

154
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

estructuración de organizaciones sociales en diversas formas de


corrientes políticas también expresan parcialmente una lógica simi-
lar.

En cierto modo, todavía estamos bajo la égida de los


debates programáticos de la Internacional comunista en sus III y IV
congresos cuando, tras el fracaso del Levantamiento Espartaquista
en Alemania, se identificó una insuficiencia estratégica fundamental
de cara a la nueva situación mundial y a las características de las
sociedades desarrolladas. Lenin se enfrentaba al fracaso de la re-
volución en Europa con poderosas intuiciones, dimensionando la
complejidad de las sociedades occidentales, las fuertes identidades
de sus clases trabajadoras, sus mecanismos de integración, su re-
sistencia a una confrontación rápida “a la rusa”. Nuestro pensa-
miento estratégico debe comenzar por retomar los conceptos fun-
damentales que surgen del balance realizado al calor de esa derro-
ta de alcance histórico: las tesis del frente único y la hegemonía, el
“ir a las masas” y la táctica del “gobierno obrero”. 19 Este nuevo
punto de partida estratégico -que entrevió Lenin y Gramsci profundi-
zó genialmente en sus Cuadernos de la cárcel- fue abortado primero
por el izquierdismo del VI congreso y su consigna “clase contra
clase” e, inmediatamente después, por la estrategia de los frentes
populares.

La “conquista de la mayoría” en nuestras sociedades es insepa-


rable de un largo proceso de construcción de una nueva

19
La táctica del “gobierno obrero” es una fórmula adoptada por la Internacional
Comunista que se aplicó frente a los gobiernos de Sajonia y Turingia dominados
por sectores reformistas de izquierda. La táctica consistía en habilitar la partici-
pación de los revolucionarios en gobiernos parlamentarios encabezados por
corrientes obreras reformistas, en condiciones de aguda crisis social y política
pero donde las instituciones burguesas no habían sido destruidas. La IC entendía
esta política como la posibilidad de establecer un gobierno “intermedio”, que
facilitara el desarrollo político de los trabajadores, quebrara la resistencia de la
burguesía y sedimentara las condiciones para una ruptura definitiva con el
estado burgués. No se trataría de la “dictadura del proletariado”, pero tampoco
de un funcionamiento normal de las instituciones “democrático liberales”. Para
una posible actualización de la “táctica del gobierno obrero” en las actuales
condiciones sociales y políticas, ver Bensaïd, D., “Sobre el retorno de la cuestión
político-estratégica”, en: http://www.vientosur.info/ar ticulosweb/noticia/
index.php?x=1565

155
CONTRA-TIEMPOS

hegemonía. No podemos prever una identificación extendida de las


masas con un proyecto de cambio radical sino en la medida en que
tiendan a sentirlo como efectivamente posible y no sólo como racio-
nalmente pensable. Y esto será viable en tanto los sectores popula-
res, en alguna medida, se hayan adelantado al cambio y experimen-
ten los “prototipos” de una nueva sociedad. El partido, los movimien-
tos, las reformas sociales conquistadas, las organizaciones gremia-
les, la cultura popular, deben estar atravesados -aunque parcial y
contradictoriamente- por elementos de la sociedad futura, como una
alternativa presente en la sociedad burguesa. Para esta construc-
ción contra-hegemónica, “la organización es la instancia transitoria
que permite su realización inacabada y que es pues, también aquí,
una «prefiguración» de la sociedad socialista y de la revolución”. 20

A diferencia del pasaje del feudalismo al capitalismo, donde la


burguesía pudo desarrollar su poder económico en paralelo a la
sociedad feudal, la transición al socialismo no puede gozar de esa
ventaja. Las limitaciones estructurales que impone el capitalismo a la
expectativa de construir una sociedad comunista en su propio seno,
ya fueron señaladas por Marx en su famosa discusión con los coo-
perativistas. Esto da lugar al dilema fundamental de la lucha
anticapitalista, el carácter constitutivamente inmaduro de la transi-
ción al socialismo en base a la asimetría fundamental entre la dimen-
sión “política” de la revolución y la profundidad de las aspiraciones
sociales, culturales y subjetivas de la transformación. Sólo una in-
mensa construcción social y cultural previa a la revolución política
permite que el “peligroso salto” que significa la ruptura revoluciona-
ria no sea nuevamente ocasión para la conformación de una casta
burocrática que crezca en base a las limitaciones subjetivas y
organizativas de las clases subalternas, en los intersticios que deja
la inmadurez de todo proceso de transición al socialismo. La guerra
de posiciones en el ámbito social es una condición necesaria para la
conquista del poder político y el inicio de una transición factible al
socialismo.
20
Castoriadis, Cornelius, “Proletariado y organización II (frag.)”, en Políticas de la
memoria, n° 8/9, Bs. As., 2008/2009, pp. 92-93.

156
UNA CRÍTICA DE LAS «DOS ALMAS» DE LA TEORÍA MARXISTA DEL PARTIDO

Una estrategia socialista no puede ser otra cosa que, simultá-


neamente, estrategia de desgaste y de enfrentamiento. Despojada
de sus ingenuas connotaciones espontaneístas, debemos entonces
recuperar y actualizar las mejores intuiciones de la concepción del
partido-clase: la apertura y ductilidad organizativa, el fomento de
instancias de auto-organización, el enraizamiento en las tradiciones
e identidades culturales de los sectores subalternos. La posición del
viejo Marx nunca hubiera sido, en nombre del centralismo, simple-
mente denunciar como centristas o reformistas a los nuevos movi-
mientos que surgen acarreando sus confusiones y contradicciones,
al tiempo que sus propias preguntas e innovaciones. Una articula-
ción “movimientista” de corrientes del marxismo revolucionario, jun-
to a movimientos sociales y las nuevas camadas de activistas
combativos, es fundamental para encarar un proceso de recomposi-
ción organizativa de las clases subalternas. A su vez, un concepto
de la organización política como estratega y vanguardia, lejos de
todo jacobinismo, es indispensable para enfrentar al Estado capita-
lista, resistir las presiones reformistas y oportunistas propias de la
sociedad burguesa, y articular una estrategia y un programa global.

Estableciendo énfasis diferentes y con sus cor respondientes li-


mitaciones teóricas, tanto Marx como Lenin parecían ser sensibles a
esta pluralidad organizativa de la clase trabajadora. Marx funda la
concepción del par tido-clase, pero, a su vez, considera necesario la
organización diferenciada de los comunistas como destacamento
político de avanzada, tal como queda señalado en las últimas pági-
nas del Manifiesto. Para Lenin -como señala Astarita- “la clave de la
organización es un par tido de revolucionarios r odeado de un amplio
«movimiento obrero socialdemócrata». No se trataba de una «suma
de conspiradores», como decían sus críticos, sino de crear organiza-
ciones «del» par tido del más diverso tipo, hasta las más amplias:
círculos de lectores, círculos de actividad sindical, sindicatos dirigi-
dos o influidos por el par tido”. 21

21
Garmendia, O. (seudónimo de Rolando Astarita), “La importancia de la teoría
leninista del partido”, en Debate marxista, n° 7, Bs.As., 1996, p. 11.

157
CONTRA -TIEMPOS

Despojados de sus fundamentos espontaneístas, por un lado, y


preparados frente a los riesgos sustituistas, por otro, las “dos al-
mas” de la teoría marxista de la organización suavizan su oposición
para manifestarse como momentos internos del amplio y multifacético
proceso de construcción organizativa que requieren las condiciones
actuales. En sociedades crecientemente complejas -con una exten-
dida institucionalidad inmersa en la sociedad civil, con múltiples pun-
tos de conflicto y contradicciones que no se reducen automática-
mente a la “cuestión obrera”- el complemento entre una multiplici-
dad de formas organizativas resulta palmariamente necesario. En la
articulación inteligente entre la apertura organizativa y la homoge-
neidad política se juegan las posibilidades de avanzar en la cons-
trucción de un nuevo bloque histórico emancipatorio. Estas son las
coordenadas fundamentales que estructuran el terreno desde el
cual pueden emerger las formas organizativas para las revoluciones
de este siglo. Nuevamente, retomamos las intuiciones de Marx y
Lenin para, subidos a los hombros de gigantes, convertirnos en
contemporáneos de nuestro tiempo.

158
La somnolencia
y la historia.
Una crítica a Badiou

LAURA SOTELO

En algunas ocasiones adversas, la tarea de pensar las condiciones


y problemas de la militancia de izquierda se ha topado con la nece-
sidad de visitar nebulosos horizontes filosóficos, donde lo humano
se adentra en los misterios de lo divino, para revelarnos nociones
aparentemente cardinales o candentes. La propia teoría marxista
no pudo nacer sin producir un verdadero “ajuste de cuentas” con un
campo filosófico poblado de problemas de tal especie, al que Marx
dejó de abonar, tributar y visitar, salvo en ocasiones escasas y a
propósito de otros asuntos.
Sin pretender montar una divisoria de aguas, como lo hizo
Althússer, entre un Marx filósofo y un Marx científico, lo cierto es que
su salida de la filosofía no tuvo, tras los Manuscritos de 1844, más
que regresos irónicos, o bien recates de viejas formas de la filosofía
-sobre todo la de Hegel- que recogían algunas de sus modalidades
metódicas, categorías o parciales analogías para el estudio social y
económico.

Basta hojear La ideología alemana para calibrar el desprecio de


Marx por los neohegelianos, y en general, por los intereses falsa-
mente diáfanos que regulan la gestión filosófica especializada. De
igual modo, cuando Engels se vio obligado a seguir al señor Dühring 1
1
Engels, Friedrich, AntiDühring, Cartago, Buenos Aires,1975.
159
CONTRA-TIEMPOS

“a través de lo humano y lo divino”, lamentaba tener que interrumpir


su investigación militante para ocuparse de los engendros especula-
tivos de aquel pretencioso oráculo, y si mordía la “manzana amarga”
del sistema de Dühring, justificaba el mal trance en la necesidad de
combatir su influencia en el partido socialista alemán.

Más adelante, cuando en las primeras décadas del siglo XX,


Korsch y Lukács enfatizaron el contenido filosófico de la teoría mar-
xista, no buscaron tampoco independizar la filosofía de los proble-
mas de la historia, sino polemizar con el economicismo adaptativo de
la Segunda Internacional. Una inédita filosofía de la historia marxis-
ta, algo que Marx hubiera mirado con ojos recelosos, nacía con
Korsch y con Lukács. Sea cual fuere el balance que pudiera soste-
nerse sobre esa variante filosófica del marxismo occidental que se
dio en llamar Escuela de Frankfurt, lo cierto es que las relaciones
entre filosofía e historia fueron elevadas por ellos al rango de princi-
pal problema teórico. El hecho de que fuera la filosofía el lugar
desde el que se podían enunciar los problemas históricos más
acuciantes, tenía, para ellos, su razón de ser en problemas del
propio momento histórico. Para los primeros frankfurtianos, la filoso-
fía nada tenía que hacer sin el concurso de la historia y de la praxis.
Y aún el intrincado Adorno, en su Dialéctica Negativa, sentía la nece-
sidad de acreditar el viejo ejercicio especulativo, en los límites socia-
les del pensamiento puro, tras la derrota de la revolución alemana. 2

El terreno de la filosofía pura no ha sido nunca electivo del mar-


xismo, pese a ello, ha habido contaminaciones, heterodoxias y tam-
bién algunos conflictos entre marxismo y filosofía de los cuales salie-
ron ambos mejorados, menos dogmáticos e ingenuos.

Pero no es éste el caso de la filosofía de Badiou, con la cual hay


que habérselas, bien brevemente, con ánimo engelsiano, es decir,
sólo porque Badiou invoca la idea de comunismo y no por lo que ella
pueda tener de interés, ni para los comunistas actuales ni para el

2
“La filosofía, que otrora pareció obsoleta, se mantiene con vida porque se dejó
pasar el instante de su realización”. “Dialéctica Negativa“, enObra Completa , Vol.
6, Akal, Madrid, 2005, p. 15.

160
LA SOMNOLENCIA Y LA HISTORIA

conocimiento histórico. Sus términos confusos y altisonantes, el tono


de la gravedad ontológica, las poses solemnes y las estridencias de
visionario, si bien son diestras para instruir la credulidad escolar y la
experticia académica, son estériles para pensar los problemas del
socialismo de nuestro tiempo.

Estos problemas y sus posibles modos de resolución práctica, se


encuentran enraizados en las condiciones materiales que los hom-
bres viven en el presente y en su propia experiencia histórica, más
que en las ideas incondicionadas, de validez universal, de los filóso-
fos. La génesis del pensamiento puro no está exenta de la barbarie
que le cabe al resto de la cultura, a los “productos del espíritu” en
general, como lo decía Benjamin. La excepción frente al trabajo
manual, más penoso, fue siempre el modesto privilegio de los filóso-
fos. “La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a
partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelec-
tual. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse real-
mente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la práctica
existente, que representa realmente algo sin representar algo real;
desde este instante, se halla la conciencia en condiciones de eman-
ciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría «pura», de
la teología «pura», la filosofía y la moral «puras», etc.“ 3

Lejos de cultivar una sana mala conciencia filosófica, el filósofo


francés no ha creído necesario ahorrar en sutiles consecuencias
matemáticas ni vaporosas exquisiteces filosóficas al tratar los funda-
mentos de un sistema que nos revela el “Acontecimiento” inefable,
el topos sagrado de la transformación revolucionaria, la excepción
radical de la historia.

Para Badiou, el comunismo pertenece mas al orden del Ser que


a este mundo, se trata de una Idea en pos de su aparición intensa,
de la Verdad de la política, de la subjetivación del Sujeto y otras
tantas mistificaciones ociosas y socialmente irrelevantes; y si no fue-
ra porque el filósofo francés invoca el nombre del comunismo y goza
3
Marx, Karl y Engels, Friedrich, La ideología alemana ., en http://www.marxists.org/
espanol/m-e/oe/pdf/oe3-v1.pdf

161
CONTRA-TIEMPOS

de amplia difusión editorial y académica, cabria evitarnos la fastidio-


sa incursión en un sistema de ideas tan rutinarias y autocomplacien-
tes.

Por otra parte, en la orfandad intelectual en la que se encuentra


actualmente la reconstitución teórico política de la izquierda
anticapitalista, no es extraño que el filósofo francés pueda posar
como eminente pensador revolucionario y conquistar simpatías so-
ñolientas, al menos mientras siga repitiendo -sobre todo, si la crisis
económica recrudece- el nombre épico e históricamente problemáti-
co del comunismo.

II
No habrá más remedio, entonces, que seguir a Badiou en su ascen-
sión a los cielos secularizados de las matemáticas, desde el origen
de la filosofía en Parménides, hasta el transfinito de Cantor, ya que
en esa dirección se orientan las farragosas páginas de sus obras
fundamentales: El ser y el acontecimiento y Lógicas de los mundos.
Lo haremos, sin embargo, muy sencillamente, porque el tema, a
pesar de la sinuosa exégesis badiouviana, es de una simplicidad
eleática.
¿Por qué es lo Uno y no más bien lo múltiple? parece rezar la
gran cuestión de Badiou, símil de otras tantas preguntas incontesta-
bles de la metafísica, cuyo descrédito intelectual ya se hallaba sufi-
cientemente asegurado antes de que Badiou consumara, con su
obra, una nueva bancarrota y un nuevo punto muerto. Así como
todo sistema filosófico puro, sostenido en principios empíricamente
deficientes, suele trastabillar al poner el pie en la historia, también la
filosofía de Badiou se desmorona al primer embate histórico de en-
vergadura, propinado por la actual crisis europea.

El entramado de intrincadas especulaciones de erudición


logicista, se torna ahora demasiado pesado, demasiado artificioso y
torpe para comprender la historia que el filósofo tiene ante los ojos.

162
LA SOMNOLENCIA Y LA HISTORIA

Los augustos principios de ayer, hoy rechinan como la vieja carroza


parmenídea con la que su predecesor de Elea se elevaba por enci-
ma del mundo inconcebible. El sistema de Badiou parece ahora ve-
nirse a tierra de un golpe, desde la cúspide de su vuelo eleático,
contra el “fango” pedestre de la historia.

Badiou es consciente del fallo de su sistema pero no lo dice, lo


disimula con arte de prestidigitador avezado. En uno de sus últimos
textos El despertar de la historia, intenta confundir a su público de
lectores, sobre el sentido de las sentencias sostenidas en sus obras
mayores; doblegando principios antes inflexibles, a fin de que enca-
jen en la situación actual de la crisis capitalista. Pero ni siquiera
Procusto lograría hacer encajar esa filosofía ingrávida en el contex-
to explicativo de la crisis económica y de los desafíos históricos que
plantea. ¿Cómo podría ser hoy efectivo, en sentido político y
cognoscitivo, una nueva filosofía del Ser, de la Nada, de la eternidad
matemática, del Pensamiento puro?

Cuando los griegos se lanzaron a la trabajosa empresa de


inteligir el Ser en tanto materia primordial o pensamiento lógico, las
fuerzas que combatían eran las de una tradición mitológica que con-
sagraba la potestad de los dioses, replicas imaginarias de la arbitra-
riedad aristocrática y de una naturaleza poco mediada por el trabajo
humano. Pero desde hace ya mucho tiempo la cuestión del Ser no
puede tener más que una función de ocultamiento de los antagonis-
mos efectivamente existentes en la vida colectiva, tal como lo seña-
laba el joven Adorno. 4

El esfuerzo de Parménides por convertir en racional todo el or-


den de lo pensable fue, sin dudas, la primera gran cesura que apar-
tó el poder de la razón del arbitrio de los dioses, pero a la vez se-
gregó la experiencia multiforme y opinable de los hombres al terreno
de lo no pensable, de lo falso, irracional, aparente. Habiendo sepa-
rado razón y experiencia, el idealismo filosófico conquistó con
Parménides su gran problema histórico, en los albores de la concep-

4
Adorno, Theodor, Actualidad de la filosofía, Paidós, Buenos Aires, 1991.

163
CONTRA-TIEMPOS

ción matemática del ente. Badiou es un heredero de esa problemá-


tica, a la cual aporta una nueva concepción axiomática.

Si en Parménides ser y pensar son puestos en una unidad indi-


visible, en Badiou ser y pensar son multiplicidad sin límite, es decir, lo
infinito de infinito sin lo Uno. Tomando las consecuencias extremas
de la teoría de conjuntos de Cantor, Badiou enmienda y actualiza a
Parménides: lo UNO es sólo resultado de la cuenta- por-uno y no la
intuición matemática primordial. Por cuenta-por-uno Badiou entien-
de la serialidad numérica que comienza con uno y sigue por agrega-
do de unidades. En este sentido, para Badiou “lo uno” existe sólo
como operación. La intuición o “presentación” inmediata del Ser es
lo múltiple sin serie, a la que “lo uno” desglosa en operaciones
sucesivas. El dato primario de Badiou es lo infinitud que adviene a la
presentación, el UNO es una operación de finitud. “Lo que es nece-
sario enunciar es que lo uno, que no es, existe solamente como
operación. O mejor: no hay uno, sólo hay cuenta-por-uno. Lo uno, al
ser una operación, no es jamás una presentación. Conviene tomar
en serio que “uno” no sea un número. Entonces -a menos que se
decida pitagorizar-, no hay lugar para sostener que el ser en tanto
que ser sea un número. ¿Significa que el ser tampoco es múltiple?
En rigor sí, puesto que es múltiple en tanto adviene a la presenta-
ción”. 5

El filósofo francés nos invita a sostenernos en la meditación que


concluye con la destrucción de lo Uno, es decir, del todo: se trata de
pensar los casos de los conjuntos en los que no se distingue el todo
de la parte. Tal es el caso de los conjuntos que son parte de sí
mismos. Por ejemplo, si se considera el caso del conjunto de las
ideas abstractas, dicho conjunto, por ser una idea abstracta, es
parte de sus elementos. Que el todo sea un elemento constitutivo de
sí mismo resulta incompatible con idea de la superioridad del todo
ante las partes, planteada por Aristóteles. Las consecuencias lógi-
cas de la teoría de Cantor desmienten tal distinción y nos sitúan al
límite de lo pensable: la multiplicidad de múltiples, el infinito inapren-

5
Badiou, Alain, El ser y el acontecimiento , Manantial, Buenos Aires, 1999, p. 34.

164
LA SOMNOLENCIA Y LA HISTORIA

sible, la totalidad sin límites. Badiou no se amilana ante el hecho de


que es posible determinar conjuntos en los cuales la cláusula de la
infinitud sin-uno no se registra, por ejemplo, en los conjuntos que se
distinguen de sus elementos, digamos: el conjunto de los meses del
año no es un mes del año, y así podrían anotarse casos incontables
que son del mismo tipo. Por qué la prioridad ontológica del pensar
debería estar del lado de la multiplicidad inconsistente y no de los
conjuntos normales, es una decisión arbitraria del filósofo, es decir,
no depende de lo que la matemática ofrece. Esta provee fundamen-
tos para pensar tanto lo Uno como lo Múltiple ¿o a título de qué
deberíamos decidirnos? En verdad, la decisión de Badiou por la
matemática de Cantor tiene más bien razones políticas.

Como señala Peter Hallward, Badiou se inclina por los “múltiples


de múltiples” porque establece una analogía entre el Acontecimiento
político y los infinitos de infinitos, y entre la cuenta-por-uno y la
contabilidad del Estado. 6 Badiou entiende el Estado, esencialmente,
como lo UNO de una administración que fija, distribuye y separa a los
individuos en la cuenta-por-uno. Por lo tanto, no es en la cuenta -
por- uno donde reside la idea de comunismo, no en las experiencias
finitas de los individuos y de sus colectivos históricos, sino en la
insondable infinitud de una Verdad política eterna.

La historia le está vedada a Badiou como una “amante del mo-


mento”, 7 a la que frecuenta en las pocas ocasiones de disipación
que le concede su exigente esposa matemática. Esta tiene las potes-
tades de una reina sobre cualquier desliz del filósofo con la empiria
vulgar, a la que le ha declarado la guerra. Sólo se puede compren-

6
“…el axioma de la infinitud no implica que todos los conjuntos o situaciones sean
infinitas, y, como lo sugirió la propia piedad de Cantor, el hecho de que pueda
haber conjuntos no inclusivos de todos los conjuntos, no rebate por sí mismo la
existencia de un límite propiamente trascendente del mismo concepto de con-
junto (un límite a la distinción de “uno” y “no-uno”.) Cuando se lo presiona sobre
este punto, Badiou justifica el principio en términos de su utilidad política estra-
tégica, más que en virtud de su integridad ontológica estricta”. Hallward, Peter
and contributors, Think again. Alain Badiou and the future of philosophy , British
Library Cataloging in-Publication- Data, London, 2004, p. 15. (Traducción Laura
Sotelo).
7
Badiou, Alain, El Siglo , Manantial, Buenos Aires, 2005, p. 12.

165
CONTRA-TIEMPOS

der la historia si se accede a ella tras la abstracción ontológica del


Ser y el Acontecimiento, y en realidad, todo el problema badiouviano,
todo ese árido excurso en pos de la fundamentación de su “lógica
del aparecer”, en que se empeña en Lógicas de los mundos, se
emprende para poder dar un paso por fuera del pensamiento puro.
Como lo admite en ese texto, “en El ser y el acontecimiento no se
había logrado una claridad suficiente respecto de cuál era el ´juego´
que articulaba la relación entre el ser y el mundo, la eternidad y el
cambio”. 8 Refiriéndose a su primer intento de separación sistemática
entre el orden ontológico-matemático y el ser-ahí mundano, dice:
“En aquella época, en efecto, cómo no disponía de ninguna teoría
del ser-ahí, pensaba que era posible una caracterización puramen-
te ontológica del acontecimiento”. 9

El “Uno”, el “Ultra Uno”, los “múltiples de múltiples”, el “Vacio”,


eran entonces categorías del Acontecimiento, que tomaban su signi-
ficado directamente de los vocablos matemáticos, sin que el filósofo
se percatara de que, como había separado el reino ontológico del
mundo del cambio, no podían corresponderles las mismas catego-
rías.

Por eso se propone, en Lógicas de los mundos, encontrar la


relación lógica entre la verdad ontológica y su advenimiento excep-
cional dentro del mundo: “hace falta una maquinaria lógica especial
para dar razón de la cohesión intramundana del aparecer”. 10

Para desgracia del lego, el álgebra con que el “aparecer del


ser” se da en el mundo es inflexible y rigurosa, pero con una mínima
iniciación en la lógica de Frege, se puede cartografiar el mapa del
Ente en toda su extensión espacial inmutable.

Las larguísimas páginas destinadas a formalizar “la lógica del


aparecer” y sus operaciones “trascendentales” muestran el cariz
de su eficacia en situaciones históricas específicas. Veremos ahora
8
Badiou, Alain, Lógicas de los mundos. El ser y el acontecimiento, V. 2, Manantial,
Buenos Aires, 2008, p. 401.
9
Badiou, op. cit., p. 401.
10
Badiou, op. cit., p. 144.

166
LA SOMNOLENCIA Y LA HISTORIA

la profunda intelección de la realidad del “mundo” que puede


conseguirse aplicando el “álgebra trascendental”, en el análisis de
una manifestación en la Plaza de la República de Paris. Citemos en
extenso a Badiou:

Consideremos una red referencial singular: a la de-


recha de la estatua republicana que bendice a todo
el mundo, un grupo de barbudos y de mujeres con el
cabello mal acomodado se concentra en torno a una
bandera negra. Más a la derecha aún, kurdos flacos
con bigotes, como reyes de la montaña que descen-
dieron al llano, despliegan una pancarta que vitupe-
ra al ejército turco. Dos multiplicidades llegan así a
aparecer en el mundo de la manifestación. Es certero
que la indexación trascendental de la identidad de
esos dos entes -los kurdos y los anarquistas- tiene
un valor intermedio, entre mínimun y maximun puesto
que los anarquistas no difieren absolutamente de los
kurdos -visto su deseo de aparecer como ariscos- ni
son totalmente idénticos a ellos, lo cual se nota por el
rojo de las banderola opuesto al negro de las bande-
ras”.(…) Ahora compliquemos un poco más la situa-
ción considerando, aún más a la derecha, hacia la
avenida de la República, un tercer grupo en forma-
ción, compuesto evidentemente por empleados de
correo en huelga, reconocibles por la chaqueta pro-
fesional azul amarrilla que se pusieron para que
cualquiera los identifique. La red diferencial compor-
ta esta vez tres entes múltiples: los anarquistas, los
kurdos, los empleados de correo. Todos estos entes
son considerados en el nacimiento de su aparición
en el mundo concernido, en la legalidad progresiva
de su ser ahí. La regla de la simetría, (…) hace que
tengamos tres indexaciones trascendentales: la
identidad de los anarquistas con los kurdos -ya es-
crutada- la de los kurdos con los empleados de co-

167
CONTRA-TIEMPOS

rreo y, en fin, la de los empleados de correo con los


anarquistas. ¿Hay alguna regla trascendental que
opera en este triplete? Sí, ciertamente. Esa regla
depende del hecho de que existe siempre una eva-
luación trascendental de ´lo que hay en común´ en-
tre dos evaluaciones dadas. Es el operador trascen-
dental de la conjunción. Así, el grupo de los
anarquistas y el grupo de los kurdos, que
coaparecen en el mundo, hacen aparecer, uno y
otro, la voluntad de provocar miedo, la máscara
arisca del rebelde. Y por otro lado, el grupo de los
kurdos y el de los empleados de correo hacen apare-
cer en común el uniforme, o la uniformidad, como
signo exterior de pertenencia. Todos los kurdos lle-
van traje gris y todos los empleados de correo llevan
chaqueta azul con ribetes amarillos. Y en fin, el gru-
po de anarquistas y el de los empleados de correo
tienen un aire “francés” muy reconocible, una misma
jactancia masculina, a la vez simpática y débil, arro-
gante y pueril (…)
Dicho en otros términos, la intensidad de aparición,
en el mundo “manifestación en la plaza de la Repúbli-
ca”, de la uniformidad vestimentaria (común a los
kurdos y a los empleados de correo) es, ciertamente,
al menos tan fuerte como la conjunción del aire aris-
co (común a los kurdos y a los anarquistas) y la del
aspecto francés-masculino-cómico (común a los
anarquistas y a los empleados de correo). 11
En el fondo de toda esta pesquisa se halla un problema lógico de
este tipo: si los kurdos comparten con los anarquistas el halo rebel-
de, y con los empleados de correo el uso de uniformes, los emplea-
dos de correo no comparten con los kurdos el aspecto francés, que
sí comparten con los anarquistas. Por suerte, para la unidad conjun-

11
Badiou, op. cit., p. 229-231.

168
LA SOMNOLENCIA Y LA HISTORIA

tiva de la manifestación, lo empleados de correo franceses tienen a


bien usar su uniforme cuando van a las protestas, de modo que
pueden compartir con los kurdos un rasgo inequívoco. Como ade-
más, los empleados de correo comparten con los anarquistas el aire
francés, y kurdos y anarquistas están unidos por sus propios humo-
res hostiles -a pesar que no comparten vestimenta-: la unidad de la
“situación” está sellada.

La lógica del aparecer se atiene así, a rasgos visibles deshisto-


rizados de los componentes sociales de una protesta: el “aire”, la
“vestimenta”, el “humor” son aspectos tan banalmente aislados, que
la lógica de la conjunción, con todo su rigorismo matemático, no
puede avanzar más allá de la perspicacia turística de la observación.

La operación trascendental de la conjunción realiza sus mayo-


res avances en algunas otras instancias en las que Badiou ejercita
su lógica, por ejemplo, el análisis de las pinturas de caballos, de un
paisaje otoñal de la viña, de la súbita aparición de un sonido de una
moto a la distancia, etc. En todo caso, se trata siempre de metáforas
espaciales, de formalizaciones identificadoras, de conjunciones fijas
de espacio y tiempo en situaciones fenomenológicas “puras”. Estas
describen cómo suceden las cosas en el mundo privado del filósofo,
pero no consiguen llegar a ningún entendimiento con la historia.

Badiou se ha enfrentado con el enigma de todo idealismo, a


saber: si se quita sustancia intelectiva al acontecer humano, para
concentrar la riqueza del problema en el pensamiento incondiciona-
do, ¿cómo explicar el mundo que le ha quedado por fuera?

Así cae preso de la cíclica maldición filosófica de tener que fabri-


car puentes robustos, como el Dios cartesiano, o más refinados,
como el esquematismo de los conceptos de Kant, para amarrar las
esferas separadas por el intelecto filosofante. En vez de empezar a
conocer por el conocimiento histórico disponible en su época, en vez
de someter a crítica la independencia de las categorías, Badiou re-
dacta los preámbulos fundamentales del Ser, sin saber luego cómo
éste se conecta con la historia. Esta dificultad es la que motivó la

169
CONTRA-TIEMPOS

necesidad de completar su obra fundamental, El ser y el aconteci-


miento, con el nuevo hito decisivo: Lógicas de los mundos. Para
entender el movimiento áureo de una a otra, volvamos sobre el
principal problema de su ontología.

III
Retengamos las diferencias entre las multiplicidades inconsistentes y
las multiplicidades consistentes (la cuenta-por-uno). Ambas consti-
tuyen dimensiones de una “situación” donde confluyen el Ser y el
mundo en el que adviene el “Acontecimiento”. En efecto, lo que
Badiou llama “Acontecimiento” es una verdadera intromisión del rei-
no del infinito inconsistente en el mundo estatal de la serialidad
histórica. Ahora bien, el mismo Badiou reconoce que las “leyes de la
composición numérica” son congruentes con la cuenta por uno y
que, en rigor de la cosa, los múltiples inconsistentes no deben ser
números, sino su exceso irrepresentable. El múltiple de múltiples no
se representa númericamente sino que se entreabre insinuante en
las intuiciones oníricas. “¿Por qué la infinita multiplicidad de lo múlti-
ple es comparada con la imagen de un sueño? ¿Por qué ese noctur-
no, esa somnolencia del pensamiento, para entrever la diseminación
de todo átomo supuesto? Ocurre que, en efecto, la multiplicidad
inconsistente es como tal, impensable”. 12
Se produce así una paradójica interdicción de acceder racional-
mente al Ser que se postula, y frente a él sólo cabe la fidelidad
religiosa en lo inescrutable: “no se puede decir “acepto sólo la mul-
tiplicidad pura” pues necesitaría en este caso tener el criterio, la
definición de lo que ella es, o sea, nuevamente contarla por uno y
perder el ser, ya que la presentación cesaría de ser presentación de
la presentación”. 13

12
Badiou, A., El ser y el acontecimiento , Manantial, Buenos Aires, 2003, p. 46.
13
Badiou, A., op. cit., p. 39.

170
LA SOMNOLENCIA Y LA HISTORIA

La ontología se transforma, de este modo, en una axiomática de


lo múltiple irracional, que excede cualquier lenguaje que quisiera
describirlo: ni la lógica, ni los números, ni el concepto pueden hacer-
se cargo de definir las multiplicidades inconsistentes, y sólo puede
tenerse por indicativa la vía “sustractiva” adoptada por el filósofo.

Sin embargo, éste nunca está del todo seguro de cómo el Ser
adviene en lo profano, como se produce finalmente el milagro profé-
tico. Primero dice que el Ser, visto desde el punto de vista de la
cuenta por Uno, coincide con la Nada; y que el Ser, en tanto “multi-
plicidad inconsistente” es “impensable”, que es como decir que el
pensamiento matemático, que es donde sucede “la presentación”,
es impensable. A esta altura todo el preparado badiouviano huele a
ambrosia en mal estado: si la multiplicidad inconsistente es el Ser, si
el Ser coincide con el pensar, ¿cómo podría el pensar ser impensa-
ble? Si el contenido del pensamiento, la “multiplicidad inconsistente”
es impensable ¿de qué se nos está hablando? ¿Debemos postrar-
nos nuevamente ante un ser que escapa al pensamiento? Y si no se
puede pensar el Ser, ni el pensamiento, ni su objeto más eminente
¿qué tipo de ontología es madre de esta Verdad inaccesible? Todo
esto podría llamarse broma, sofisma, cuento de hadas, mundo de
maravillas. Pero invoca el nombre del “materialismo dialéctico” y
quiere refundar el comunismo.

IV
Hay momentos de quietud y de hastío, en los que la vida social
reproduce en toda su extensión las formas de dominación del capi-
tal. Momentos de profunda derrota en los cuales las teorías filosófi-
cas y sociales parecen llamadas a subirse a la carroza de un bárba-
ro festín sin pensamiento, a labrar con palabras dóciles las mascaras
sin rostro del capital. Momentos de este tipo se vivieron a fines de los
años 80 y en los 90 del siglo pasado, cuando la caída del Muro de
Berlín dio rienda suelta a la reconquista voraz de los países de la
órbita soviética. Todo el mundo burgués aplaudió a rabiar su triunfo

171
CONTRA-TIEMPOS

largamente esperado, y desde las cátedras a los medios publicita-


rios, desde las gerencias a los sindicatos, desde las escuelas a las
oficinas, corrió la voz de que aquello que había sido derrotado no
era sino un intento falaz de realizar lo que se demostraba definitiva-
mente imposible. El capital celebró sus bacanales incluso en el cere-
bro de muchos académicos antaño marxistas, que devinieron críti-
cos de las diversas facetas de una era irreversiblemente posmoder-
na, sin grandes nubarrones ni trastornos a la vista.
En momentos de derrotas semejantes, la revolución de los po-
bres del mundo sólo puede pervivir como una idea despojada en la
cabeza de algunos intelectuales y militantes aislados, en combates
marginales y en individuos alienados del curso de las cosas.

En Francia, la derrota de Mayo de 1968 y la caída de la URSS


están en la base del movimiento de los “nuevos filósofos” que, como
André Glucksmann, abjuraron de su pasado marxista para cantar
loas al mejor de los mundos posibles de las democracias liberales de
la era “postsoviética”. “Elaborado sistemáticamente durante el cur-
so de 1980 y 1990, el discurso filosófico de Badiou debe ser enten-
dido en el contexto de la restauración liberal reaccionaria. Él es
opuesto al determinismo del mercado, al consenso comunicacional,
a la retorica de la imparcialidad, al despotismo de la opinión pública,
a la resignación posmoderna y a la vulgata antitotalitaria”. 14

En ese contexto de adversidades intelectuales y políticas, Badiou


quiso levantar un edificio inexpugnable para salvar la “Verdad” co-
munista. Ciertamente, como señala Bensaid, “él moviliza la
sistematicidad del “gesto platónico” contra la fragmentación de la
filosofía y los fragmentos filosóficos, en los cuales no hay lugar para
la verdad”, 15 pero al hacer tal cosa sustrae a su concepción de la
historia del problema de la construcción de verdades inmanentes,
transitorias y adecuadas a diferentes contextos del devenir social.

14
Bensaid, Daniel, Alain Badiou and the miracle of the event, en Peter Hallward and
contributors, op. cit., p. 100. (Traducción Laura Sotelo).
15
Bensaid, op. cit., p. 102.

172
LA SOMNOLENCIA Y LA HISTORIA

La crítica de la inmanencia histórica conduce a Badiou a una


actitud política contemplativa, a la espera del milagro del aconteci-
miento. A tal punto llega su tesis, que no concibe sujetos antes de
ese acaecer disruptivo y portentoso, que se parece, como dice
Bensaid, a un “acto de levitación”. La rigidez inapelable de la reve-
lación de una Verdad en el Acontecimiento hace que los sujetos
deban guardar “fidelidad” 16 a un proceso histórico, sin poder prepa-
rarlo mediante la voluntad ni la acción consciente, y sin que quepa
criticar los inevitables yerros de sus iniciales experiencias históricas.

La idea de Comunismo de Badiou resiste incólume toda crítica


que pudiera provenir de los sucesos, de las marchas y contramar-
chas de los procesos revolucionarios, de la necesidad intelectual de
comprenderlos y superarlos. La falta de información empírica de su
axiomática le parece signo de garantía política, pues así la Idea no
se halla contaminada y puesta en tela de juicio por los reveses y
contratiempos epocales.

Frente a dificultades más arduas que pensar el infinito de infini-


to, Badiou se dedicó a tejer ideas huidizas y a calibrar principios
sempiternos para justificar la vigencia de un ideal que parecía, hace
30 años, absolutamente perimido. La re-fundamentación de la idea
de comunismo en la matemática, implicaba de suyo la crítica de la
fundamentación histórica de la teoría de Marx, que se mostraba
especialmente peliaguda y problemática, en la atmósfera europea
del posmodernismo rampante. Badiou procedió, sin mala conciencia
filosófica, a trazar un nuevo horizonte de Ser transempírico.

Sin embargo, ahora que la historia “despierta”, el filósofo fran-


cés parece titubear entre el a priori ontológico y el a posteriori empí-

16
“Estamos constreñidos a decir: la teoría del sujeto es axiomática. No se la podría
deducir, puesto que es afirmación de su propia forma. Pero tampoco se la podría
experimentar. Se decide de esa teoría en el horizonte de una empiria irrecusable,
que hemos ilustrado en el prefacio: hay verdades, y es preciso que haya una
forma activa e identificable de su producción. (pero también de lo que obstacu-
liza o anula esa producción) Esa forma tiene por nombre: sujeto. Decir “sujeto”
y decir” sujeto a una verdad” es redundante, ya que no hay sujeto sino de una
verdad, a su servicio, al servicio de su negación o de su ocultación”. Badiou, A.,
Lógicas de los mundos , op. cit., p. 68.

173
CONTRA -TIEMPOS

rico que cabría adjudicar a sus Verdades políticas. El eleatismo se


desbarranca finalmente en El despertar de la historia cuando afirma
que: “las verdades no son anteriores a los procesos políticos, por lo
que de ningún modo se trata de verificarlas o aplicarlas. Las verda-
des son la realidad misma, en tanto que proceso de producción de
verdades políticas, de secuencias políticas, de revoluciones políti-
cas, etcétera.” 17

La torsión flagrante de los primeros principios parece responder


a las urgencias de la vigilia histórica, que había conseguido olvidar,
tantos años, en el ensueño de la razón aritmética. Y también llega
ahora, veinte años después de diagnosticar la “crisis terminal” del
marxismo, 18 el momento de admitir que ésta parece no ser tan termi-
nante: “somos efectivamente testigos del cumplimiento retrógrado
de la esencia del capitalismo, de un retorno al espíritu de los años
1850” y de que “tenemos por fin el dudoso privilegio de asistir a la
verificación de todas las predicciones de Marx referentes a la esen-
cia real del capitalismo y de las sociedades en las que rige”. 19

El ejercicio escrupuloso de la pasión intelectual de Marx por la


inmanencia, hubiera colocado a un pensador de la talla de Badiou -
cuya inteligencia esta fuera de cuestión- en condiciones de prever,
pensar y explicarnos la crisis actual del capital. En El despertar de la
historia, al menos, no ha podido hacerlo. La infrecuente y accesoria
relación que por más de veinte años ha mantenido con esa “amante
del momento”, no lo ha preparado bien para esta ocasión. Por lo
pronto, la filosofía pura badiouviana deberá anotar un tanto en con-
tra de sí misma.

El día que despunta, menos evanescente que un sueño, obligará


a más de un filósofo a despabilarse velozmente.

17
Badiou, A., El despertar de la historia ., Nueva Visión, Buenos Aires, 2012, p. 93.
18
Badiou, A., Manifiesto por la filosofía , Nueva Visión, Buenos Aires, 1990.
19
Badiou, A., El despertar de la historia , op. cit., p. 20.

174
Actualidad del
marxismo

RESPUESTAS DE DANIEL BENSAÏD A LAS PREGUNTAS DE


JÓVENES MILITANTES DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA
MARXISTA RUSA VPERED, TRAS SU CONGRESO LLEVADO A
CABO EN MOSCÚ DE NOVIEMBRE DEL 2006

Vper ed: ¿Qué partes de la herencia marxista pertenecen clara-


ed
Vpered
mente al pasado, y cuáles te parece que conservan hoy en día la
vigencia de siempre?

Daniel Bensaïd
Bensaïd: Me gustaría comenzar por matizar o precisar la
idea misma de herencia. No hay una herencia, sino muchas: un
marxismo “ortodoxo” (de Estado o de Partido) y marxismos
“heterodoxos”; un marxismo cientificista (o positivista) y un mar-
xismo crítico (o dialéctico); o mejor aún, lo que el filósofo Ernst
Bloch llamó las “corrientes frías” y las “corrientes cálidas” del
marxismo. No se trata de simples diferencias de lecturas o inter-
pretaciones, sino más bien de discursos teóricos que sustentan en
ocasiones políticas antagónicas. Como a menudo insistía Jacques
Derrida, una herencia no es un bien que puede ser transmitido o
conservado. Es lo que con ella hacen los herederos, así como lo
que harán.
Entonces, ¿qué está obsoleto en la teoría marxista?
Para empezar, diría, un cier to tipo de optimismo sociológico: la
idea de que el desar rollo del capitalismo entraña de maner a casi
mecánica el desar rollo de una clase obrera cada vez más nume-
rosa y concentrada, cada vez mejor organizada y cada vez más

175
CONTRA-TIEMPOS

consciente. Un siglo de experiencias ha mostr ado la impor tancia


de las divisiones y las diferenciaciones en las capas del proletaria-
do. La unidad de las clases explotadas no es una naturaleza
dada, sino algo por lo que se luc ha y que se constr uye.
Luego, creo que tenemos que retomar un serio examen de las
nociones de dictadura del proletariado y de la extinción del esta-
do. Es una cuestión complicada, porque las palabras no tienen el
mismo sentido hoy que el que podrían haber tenido en la pluma de
Marx. En su momento, en el léxico de la Ilustración, la dictadura se
contraponía a la tiranía. Evocaba una venerable institución roma-
na: un poder de excepción delegado por un tiempo limitado, y no
un poder arbitrario ilimitado. Es evidente que tras las dictaduras
militares y burocráticas del siglo XX, la palabra ya no conserva su
inocencia. Para Marx, sin embargo, designaba algo enteramente
nuevo: un poder de excepción por primera vez mayoritario, del
cual la Comuna de París representó -según sus propias palabras-
“la forma finalmente descubierta”. Es entonces de esta experien-
cia de la Comuna (y de todas las formas de democracia “desde
abajo”) que deberíamos hablar hoy. La noción de dictadura del
proletariado no definía entonces, para Marx, un régimen
institucional específico. Tenía mas bien un significado estratégico:
el de destacar la ruptura de continuidad entre un antiguo orden
social y jurídico y uno nuevo. “Entre dos derechos opuestos, es la
fuerza la que decide”, 1 escribió en El capital. Desde este punto de
vista, la dictadura del proletariado sería la forma proletaria del
estado de excepción.
Finalmente, solemos escuchar que Marx podría haber sido (o ha
sido) un buen economista, o un buen filósofo, pero sin embargo
un político mediocre. Considero que esto es falso. Por el contrario,
Marx fue un pensador de la política, pero no como se la enseña en
las denominadas “ciencias” políticas, no como una tecnología
institucional (por otra parte, en el siglo XIX, no había prácticamen-
te regímenes parlamentarios en Europa -aparte de Gran Bretaña-

1
No es cita textual, aunque mantiene el sentido. Cfr. Karl Marx, El capital, Libro 1,
Tomo 1, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, p. 282.

176
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

ni partidos políticos del tipo moderno que nosotros conocemos).


Marx piensa a la política como acontecimiento (las guerras y las
revoluciones) y como invención de formas. Es lo que yo llamo “una
política del oprimido”: la política de aquellos que son excluidos de
la esfera estatal a la que el pensamiento burgués reduce la políti-
ca profesional. Si bien esta otra concepción de la política sigue
siendo muy importante hoy en día, no menos lo son los puntos
ciegos de Marx, que pueden conducir a un cortocircuito entre el
momento de excepción (la “dictadura del proletariado”) y la pers-
pectiva de una rápida desaparición del estado (y del derecho). Me
parece que este cortocircuito está presente en Lenin (particular-
mente en El estado y la revolución), lo cual no es de gran ayuda
para pensar los aspectos institucionales y jurídicos de la transi-
ción. Ahora bien, todas las experiencias del siglo XX nos obligan a
pensar de fondo la diferencia entre partidos, movimientos sociales
e instituciones estatales.
En cuanto a la actualidad de la herencia, ello está muy claro. La
actualidad de Marx es la de El capital y la de la crítica de la econo-
mía política, la actualidad de la comprensión de la lógica íntima e
impersonal del capital como social killer. 2 Es asimismo la de la
globalización mercantil. Marx ha tenido ante sus ojos la
globalización victoriana: el desarrollo de los medios de transporte
y de comunicación (los ferrocarriles y el telégrafo), de la urbaniza-
ción y de la especulación financiera, de la guerra moderna y de la
“industria de la masacre”. Nosotros vivimos una época bastante
similar, con una revolución tecnológica (Internet y la astronáutica,
la especulación y los escándalos, la guerra global, etc.) Pero, allí
donde la mayoría de los periodistas se contentan con describir la
superficie de las cosas, la crítica marxiana nos ayuda a compren-
der la lógica, la de la reproducción a gran escala y la acumulación
acelerada del capital. Nos ayuda sobre todo a ir a las raíces de la
crisis de civilización: una crisis general de la medida, una crisis de
funcionamiento del mundo, debida al hecho de que la ley del valor
-que reduce toda riqueza a la acumulación de mercancías, y mide

2
En inglés en el original: “asesino social”.

177
CONTRA-TIEMPOS

a los hombres y las cosas en términos de tiempo de trabajo abs-


tracto- se vuelve cada vez más “miserable” (la palabra es de Marx
en los Grundisse). De manera tal que la racionalización parcial del
trabajo y la técnica se traduce en una creciente irracionalidad
global. La crisis social (la productividad genera exclusión y pobre-
za, no tiempo libre) y la crisis ecológica (es imposible administrar
los recursos naturales a una escala de siglos y milenios con el
criterio de los “arbitrajes” instantáneos de la Bolsa o de NASDAQ ) lo
ilustran de manera flagrante.
Detrás de esta crisis histórica -que amenaza el futuro del planeta
y de la humanidad en tanto especie- están los límites inherentes a
las relaciones de propiedad capitalistas. Aunque la socialización
del trabajo está más desar rollada que nunca, la privatización del
mundo (no sólo de las industrias , sino también de los ser vicios, del
espacio, de la vida y del conocimiento) se ha con ver tido en un
freno al desar rollo y a la satisfacción de las necesidades. En con-
traste, la demanda de ser vicios públicos de calidad, el desarrollo
de la gratuidad de cier tos bienes y ser vicios, la reivindicación de
un “patrimonio común de la humanidad” (en materia de energía,
acceso a la tier ra, al agua, al aire y al saber), expresan la exigen-
cia de nuevas relaciones sociales.

Vpered: ¿Cuáles son los principales problemas teóricos que los


Vpered
marxistas tendrían que resolver hoy?

D.B.
D.B.: Hablaré de problemas que tienen que ser elaborados más que
resueltos. Porque la solución no es puramente teórica, sino tam-
bién práctica. Si existe, será el resultado de la imaginación y la
experiencia de millones de millones de personas. Por otro lado,
hay cuestiones que deben ser re-abiertas y elaboradas a la luz de
un siglo de experiencias que ni Marx, ni Engels, ni ninguno de los
padres fundadores, podían imaginar.
En primer lugar, la cuestión ecológica. Ciertamente hay en Marx
una crítica a la concepción abstracta de un progreso unidireccional
(en las primeras páginas de los Grundisse), y la idea de que cual-

178
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

quier progreso alcanzado dentro del marco de las relaciones so-


ciales capitalistas tiene su costado de devastación y retroceso (a
propósito de la agricultura en El capital). Pero ni él, ni Engels, ni
Lenin, ni Trotsky, han incorporado verdaderamente nociones de
umbrales y límites. La lógica de sus polémicas contra las corrientes
malthusianas reaccionarias los condujo a apostar a la abundancia
para resolver las dificultades. Ahora bien, el desarrollo del conoci-
miento científico nos ha hecho tomar conciencia de los riesgos de
la irreversibilidad y de las diferencias de escala. Nadie puede sa-
ber hoy si los daños inflingidos sobre el ecosistema, la biodiversidad
y el equilibrio climático serán reparables. Hace falta entonces co-
rregir una suerte de soberbia prometeica y acordarnos de que -tal
como Marx observó en los Manuscritos de París de 1844- mientras
que el hombre es un “ser humano natural”, es ante todo un ser
natural, por tanto dependiente de su nicho ecológico. Así como la
crítica marxista puede hoy en día nutrirse de la elaboración en
otros campos de investigación (tales como los de Georgescu-
Rötgen), en los últimos años hemos visto también desarrollarse
una importante “ecología social” inspirada en la crítica marxista
(Bellamy-Foster en EE.UU., Jean-Marie Harribey o Michael Husson
en Francia, y muchos otros).
Después, parece importante considerar las consecuencias estra-
tégicas de los cambios en curso en las condiciones espaciales y
temporales de la política. Existe una abundante literatura teórica
acerca de la cuestión del tiempo, tanto a propósito de los ritmos
económicos (ciclos, rotación del capital, indicadores sociales, etc.)
como de la discordancia de los tiempos sociales (o de lo que ya
Marx llamó “contratiempo” y Bloch “no-contemporaneidad”), en-
tre un tiempo político, un tiempo jurídico y un tiempo estético (a los
cuales hoy habría que agregar un tiempo largo de la ecología).
Por otro lado, al margen de la obra pionera de Henri Lefebvre, la
producción social de espacios sociales ha suscitado una muy me-
nor atención teórica. Sin embargo, la globalización produce hoy
en día una reorganización de las escalas espaciales, una
redistribución de los lugares de poder, de nuevos modos de de-

179
CONTRA-TIEMPOS

sarrollo desigual y combinado. David Harvey ha mostrado que hay


en Marx pistas interesantes en este sentido, y ha desarrollado su
relevancia respecto de las formas contemporáneas de la domina-
ción imperialista que, lejos de desembocar en un “espacio liso” y
homogéneo del Imperio (como lo sugiriera Toni Negri), perpetúan
y utilizan el desarrollo desigual en provecho de la acumulación del
capital.
Un tercer gran tema sería el del trabajo y su metamorfosis, tanto
desde el punto de vista de las técnicas de gestión de la fuerza de
trabajo en los procedimientos de control mecánico, así como en la
recomposición de la relación entre trabajo intelectual y trabajo
manual. Las experiencias del siglo XX, en efecto, han mostrado
que la transformación formal de las relaciones de propiedad no
bastaba para poner fin a la alienación en y por el trabajo. Algunos
han deducido de esto que la solución consistiría en el “fin del
trabajo”, o en la salida (¿o fuga?) fuera de la esfera de la necesi-
dad. Hay en Marx una doble comprensión del concepto de trabajo:
en sentido amplio, una comprensión antropológica, que designa la
relación de transformación (o el “metabolismo”) entre la naturale-
za y la especie humana; y una comprensión específica o restringi-
da, que concibe por trabajo el trabajo involuntario, y específica-
mente la forma del trabajo asalariado en una formación social
capitalista. En relación a este significado restringido, podemos y
debemos fijar el objetivo en liberar al trabajo y en ser liberados del
trabajo, en socializar los ingresos para desembocar en la desapa-
rición de la forma-salario. Pero no podemos, sin embargo, eliminar
el “trabajo” (aun si le damos otro nombre) en el sentido general
de actividad de apropiación y transformación de un medio natural
dado. Se trata por tanto de imaginar las formas bajo las cuales
esta actividad podría volverse creativa, dado que es altamente
dudoso que pueda existir una vida libre y plena si el trabajo en sí
mismo permanece alienado.
Una cuarta cuestión mayor sería la de la (o las) estrategia(s) para
cambiar el mundo. En efecto, tras un breve momento de euforia o
ebriedad que siguió a la caída del Muro de Berlín y el colapso de la

180
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

Unión Soviética, la gran promesa liberal pronto perdió su credibi-


lidad. Cada día se revelan en toda su amplitud los estragos socia-
les y ecológicos de la competencia de mercado “sin distorsiones”.
El estado permanente de guerra y excepción no son más que el
reverso lógico de esta crisis histórica. El nacimiento de los movi-
mientos altermundistas expresa una constatación del fracaso: el
mundo no está a la venta, el mundo no es una mercancía... A
menos de 15 años del pretendido triunfo definitivo del capitalismo
(el famoso “fin de la historia” de Fukuyama), la idea de que este
mundo de capitalismo realmente existente es inhumano e inacep-
table está ahora ampliamente extendida. Por otra parte, existe
una fuerte incertidumbre acerca de las maneras de transformarlo
sin reproducir los fracasos y las caricaturas de socialismo del siglo
XX. Hace falta, entonces, sin renunciar a la centralidad de la lucha
de clases en las contradicciones del sistema, pensar la pluralidad
de estas contradicciones, de estos movimientos, de estos actores,
pensar sus alianzas, pensar la complementariedad de lo social y lo
político aunque sin confundirlos, retomar la problemática de la
hegemonía y el frente único abierta por los debates de la Tercera
Internacional y los Cuadernos de la cárcel de Gramsci, profundizar
en las relaciones entre ciudadanía política y ciudadanía social...
Vasto programa, que no puede avanzar sino con el aporte de
nuevas experiencias de lucha y organización.
Seguramente -y esto está ya implícito en el punto precedente-,
implica dimensionar en toda su extensión el fenómeno de la buro-
cracia en las sociedades modernas, y sus profundas raíces en la
división social del trabajo. Una idea superficial es creer que el
fenómeno burocrático sería un resultado exclusivo de las socieda-
des culturalmente atrasadas, o el producto de formas organizativas
(tales como la organización en “partidos” políticos). De hecho,
cuanto más se desarrollan las sociedades, mayores son las formas
burocráticas varias que producen: burocracias de estado, buro-
cracias administrativas y burocracias del saber y de la acredita-
ción. Las organizaciones sociales (sindicatos, organizaciones no
gubernamentales) están no menos burocratizadas que los parti-

181
CONTRA-TIEMPOS

dos. Por el contrario, los partidos (llámeseles partidos, movimien-


tos o agrupaciones, poco importa) pueden ser un medio de resis-
tencia colectiva a la corrupción financiera y a la cooptación
mediática (dado que la burocracia mediática es también una nue-
va forma de burocratización). Se ha vuelto crucial, por ende, pen-
sar los medios para desprofesionalizar el poder y la política, para
limitar la acumulación de cargos electivos, para eliminar los privile-
gios materiales y morales, para garantizar la rotación de las res-
ponsabilidades. No hay aquí armas o antídotos infalibles. Se trata
de medidas para el control y la limitación de tendencias burocráti-
cas, pero las soluciones genuinas a largo plazo dependen de una
transformación radical de la división del trabajo y de una drástica
reducción del tiempo de trabajo involuntario.
Para elaborar estas cuestiones, existen impor tantes recursos -a
menudo desconocidos u olvidados- en Marx y en la tradición mar-
xista. Pero también hay impor tantes herramientas conceptuales
provenientes de otras corrientes de pensamiento, sea en la eco-
nomía, la sociología, la ecología críticas, los estudios de género,
los estudios post-coloniales o el psicoanálisis. No avanzaremos sin
dialogar con Freud, Foucault, Bourdieu y muchos otros.

Vpered: En tu opinión, ¿quiénes han sido los pensadores marxistas


Vpered
más destacables de las décadas recientes y cuál es la importancia
de su contribución al desarrollo del marxismo?

D.B.
D.B.: El ejercicio de establecer una lista de honor o un top ten de los
estudios marxistas sería bastante estéril. Por un lado, gracias a la
socialización del trabajo intelectual y a la elevación general del
nivel cultural, ya no existe propiamente la figura de los “ maitres
penseurs”3 o “gigantes intelectuales” (como lo fueron Sartre,
Lukács...). Y esto es algo más bien positivo, un signo de la demo-
cratización de la vida intelectual y el debate teórico. Esto vuelve
difícil y arbitrario enumerar las grandes figuras de la actualidad.

3
“Maitres” en francés, presenta un juego de palabras, dado su doble significado de
“maestro” y “amo”.

182
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

Por otro lado, hay un conjunto mucho más extenso de trabajos e


investigaciones inspirados en Marx y los marxismos, en los cam-
pos y disciplinas más variados, desde la lingüística hasta la econo-
mía, pasando por la psicología, la historia, la geografía... Uno de-
bería enumerar decenas de nombres, en muchos casos precisan-
do el área de competencia del autor, puesto que el sueño del
“intelectual total” probablemente se ha vuelto una ilusión, pero el
“intelectual colectivo” ha ganado en el proceso.
Hay otra razón que vuelve más difícil todavía una respuesta deta-
llada a su pregunta. Basta con enumerar algunos grandes nom-
bres de la historia del movimiento socialista y comunista para dar
cuenta de ello: Marx, Engels, Kautsky, Pannekoek, Jaurès, Rosa
Luxemburgo, Lenin, Trotsky, Bujarin, Gramsci... Todos ellos han
sido “intelectuales orgánicos” del movimiento socialista, militantes
que unían teoría y práctica. Ahora bien, la reacción estalinista a
escala internacional y las derrotas del movimiento obrero han te-
nido como resultado un divorcio perdurable entre teoría y prácti-
ca. Esta es la cuestión que está en el centro del breve libro de
Perry Anderson sobre “el marxismo occidental”, publicado en los
años ’70. Para preservar su libertad de pensamiento y actividad
teórica, los intelectuales -salvo por unas pocas honrosas excep-
ciones- han mantenido en su mayoría una distancia prudente res-
pecto del compromiso militante, y cuando escogieron el camino de
tal compromiso, muchas veces tuvieron que sacrificar su concien-
cia y su trabajo teórico. La historia de la relación entre los intelec-
tuales franceses y el movimiento comunista es la historia de esta
tragedia: la de Paul Nizan, Henri Lefebvre, los surrealistas, Pierre
Naville, Aragon y muchos “compañeros de ruta”. En los años ’60,
para liberar a la investigación teórica del tutelaje y la ortodoxia
partidarios, Althusser llegó a teorizar una estricta división del tra-
bajo entre teoría y práctica.
Hoy podemos esperar emerger de este período oscuro. El movi-
miento alter mundista es una opor tunidad par a una nueva conjun-
ción de movimientos sociales revitalizados y una investigación teó-

183
CONTRA-TIEMPOS

rica viva, sin complejos ni censuras. Es sin dudas una nueva opor-
tunidad a no desa provechar.

Vper ed: ¿Podés hablarnos acerca de tu posición sobre la cuestión


ed
Vpered
del lugar de la dialéctica en la teoría marxista?

D.B.
D.B.: La cuestión es demasiado vasta, y ha hecho correr demasiada
tinta ya, para abordarla en una breve respuesta a una breve
pregunta. Me contentaré, por tanto, con algunos comentarios ge-
nerales. Por más que, en el siglo XIX, los alemanes, los italianos, y
más aún los rusos, necesitaban, para alcanzar su emancipación
nacional y social, de la crítica dialéctica, la ideología conservadora
francesa, después de junio de 1848 y de la Comuna, hizo todo lo
que pudo para deshacerse de ella. El “materialismo subterráneo
del encuentro”, 4 admirablemente evocado por Althusser en sus
últimos escritos, estaba derrotado en Francia incluso antes de la
llegada de Marx. Y el “marxismo inhallable” de Guesde y Lafargue
estaba desde su origen teñido de positivismo. Les era difícil pasar
de una lógica clasificatoria de las definiciones a una lógica dinámi-
ca (dialéctica) de las determinaciones, del tipo que Marx puso
magistralmente en juego en El capital. En sus formas más rígidas,
el estructuralismo en boga en los años ’60 efectivamente prolongó
este rechazo, tomando estructuras petrificadas como objeto de
estudio, sin acontecimientos ni subjetividad, y sistemas tanto más
vaciados de historia cuanto más dolorosa de pensar se volvió la
historia real del siglo.
El marxismo ortodoxo, erigido en razón de Estado en los años ’30
por parte de la burocracia estalinista triunfante, ha tomado prove-
cho de este estado de cosas para imponer la influencia de su
“diamat”, 5 dogmatizado y canonizado. Éste fue el segundo sacri-
4
El autor se refiere al concepto que el último Althusser trata, ante la inminente
“crisis del marxismo ”, en textos como “La corriente subterránea del materialis-
mo”, donde recupera el valor de la contingencia y el lugar de la coyuntura en
cierta tradición materialista que va desde Epicuro hasta Maquiavello y Rousseau,
y redefine la relación entre historia y política, donde el acontecimiento político se
sobrepone al aplastamiento del proceso histórico.
5
“Diamat” es la expresión abreviada de la interpretación del “materialismo dialé-
ctico” canonizada por el estalinismo.

184
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

ficio de la dialéctica, una suerte de Thermidor en el campo de la


teoría, cuyas premisas fueron evidentes desde la condena al psi-
coanálisis y al surrealismo en el siniestro Congreso de Járkov, y
cuya doctrina estableció el inmortal panfleto de Stalin: Materialis-
mo histórico y materialismo dialéctico. La “dialéctica” devino en-
tonces una meta-lógica formal, una sofistería de Estado buena
para todo, y especialmente para quebrar a los hombres. La dialé-
ctica de la conciencia crítica (aquella de Lukács y Korsch) retroce-
de entonces ante el imperativo de la Razón de Estado.
Esta reacción al interior de la teoría se combina con otro proceso,
especialmente en Francia. Bajo el pretexto de defensa -legítima
en cierta medida y justa hasta cierto punto- del racionalismo y la
Ilustración frente las mitologías oscurantistas, una suerte de Fren-
te Popular en la filosofía ha complementado el Frente Popular de
la política, sellando una alianza anti-fascista bajo la hegemonía de
la burguesía. Esta apología de la razón no-dialéctica fue asimismo
la victoria póstuma del santo Método cartesiano sobre el dialéctico
Pascal. El propio Lukács, que hasta su texto -recientemente des-
cubierto- de 1926 Una defensa de Historia y conciencia de clase,
se había enfrentado al tribunal de sus detractores, reivindicando
sus ideas sobre la espontaneidad y la conciencia, ha escrito en-
tonces -un libro que no es de sus mejores- La destrucción de la
razón (inédito hasta después de la guerra). La victoria de la con-
trarrevolución burocrática exigió una lógica binaria (“el que no
está conmigo...”) del tercero excluido: ninguna lucha posible, si-
quiera asimétrica, en dos frentes. Está lógica de intimidación y
culpabilización hizo un enorme daño político (en tiempos de las
intervenciones en Hungría, en Checoslovaquia, en Polonia, y más
recientemente otra vez en Afganistan).
Puede que estemos asistiendo a un renacimiento del pensamiento
dialéctico. Sería un buen signo. Un signo de que los vientos cam-
bian, y que el trabajo de lo negativo recobra vigor contra la comu-
nicación publicitaria que nos conmina a “pensar positivo” a cual-
quier costo, contra las retóricas del consenso y la reconciliación
general. Habría buenas y fuertes razones para creerlo: una ur-

185
CONTRA-TIEMPOS

gente necesidad de pensamiento crítico y dialéctico, traída por el


espíritu de la época.
Una razón histórica, para empezar. Tras las tragedias del siglo
pasado, ya no podemos nadar en las tranquilas aguas del progre-
so unidireccional e ignorar la formidable dialéctica benjaminiana
de progreso y catástrofe. Con más razón, ante la incierta transfor-
mación del mundo que se perfila desde hace una veintena de
años. Y esta necesidad de la dialéctica también se expresa en la
necesidad de una ecología crítica capaz de intervenir en dos fren-
tes: contra las bienaventuranzas de la mundialización mercantil,
pero también contra las tentaciones oscurantistas de la ecología
profunda. 6
La renovación de las categorías dialécticas a la luz de controver-
sias científicas en torno al caos determinista, la teoría de sistemas,
las causalidades holísticas o complejas, las lógicas de lo viviente y
del orden emergente (a condición de proceder con precaución de
un dominio al otro), ponen a la orden del día un diálogo renovado
entre diferentes campos de investigación y una renovada puesta a
prueba de las lógicas dialécticas.
Una necesidad acuciante de pensar la mundialización y la
globalización desde el punto de vista de la totalidad (de una
totalización abierta), para comprender las nuevas figuras del im-
perialismo tardío e intervenir políticamente en el más desigual y
peor combinado desarrollo que jamás existiera en el planeta.
Una necesidad acuciante de pensar el siglo desde el punto de
vista de un espacio/tiempo discontinuo, socialmente producido, y
de conceptualizar una temporalidad política específica, de la no-
contemporaneidad y del contratiempo, en lugar de pensar
indolentemente la historia según las categorías cronológicas li-
neales de “post” y “pre” (post-capitalismo, post-comunismo, etc.)

6
“Deep ecology ” en el original: corriente ecologista holística y espiritualista que
promueve la integración plenamente armónica entre el ser humano y la natura-
leza.

186
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

Una necesidad acuciante de pensar el progreso efectivo desde el


punto de vista del desar rollo (o del tr ans-crecimiento,7 en la termi-
nología de Trotsky), y no de la acumulación o del “cr ecimiento sin
desarrollo” que ya Lefebvre criticaba acer tadamente.
Finalmente, el deshielo de la guer ra fría y la interferencia compleja
de múltiples conflictos obliga a salirse de la lógica binaria de los
“campos” bajo hegemonía estatal de una madre patria (incluso
aquella del socialismo realmente inexistente), y de reintroducir el
tercero excluido para orientarse estratégicamente en conflictos
como los de los Balcanes o el Golfo.
Si esta actualidad del pensamiento dialéctico se confirma, debería-
mos esperar -y alegrarnos por ella- la publicación, más temprano
que tarde, después del Libro negro del comunismo y el Libro ne-
gro del psicoanálisis, de un “ Libro negro de la dialéctica”. Signifi-
caría que la contradicción antagónica no ha sido neutralizada, ni
disuelta en una “oposición no de contradicción, sino de correla-
ción”. Significaría también la puesta en jaque del fetichismo del
hecho consumado, de la exclusión de lo posible en provecho de
una realidad empobrecida. Y que la “filosofía del no”, el trabajo de
lo negativo, el punto de vista de la totalidad, los “saltos” imprevisi-
bles celebrados por Lenin en sus notas marginales a la Ciencia de
la lógica de Hegel, no han sido definitivamente sometidos.
Puesto que por medio de la dialéctica, es la revolución el verdade-
ro blanco. El Lukács de Historia y conciencia de clase y El pensa-
miento de Lenin lo había comprendido bien. Se hallaba, es cier to,
en el ojo de la tor menta, durante años de crisis, que son lógica-
mente años de intensidad dialéctica.

Vpered: En los años ’90, se extendió ampliamente la opinión de que


Vpered
la contradicción entre el trabajo y el capital no era ya el conflicto
principal de las sociedades contemporáneas. ¿Estás de acuerdo
con esta idea?

7
El término lo usa Trotsky en La Revolución Permanente, para referirse a la la
estrategia trazada por Lenin en sus Tesis de abril de transformación de la
revolución democrático-burguesa en revolución socialista en Rusia.

187
CONTRA-TIEMPOS

D.B
.B.. : Hay muchas maneras de abordar esta cuestión. La opinión
extendida a menudo par tía del argumento de una evolución socio-
lógica y de la constatación, en los países desar rollados, de un
retroceso relativo del proletariado industrial en la población acti-
va. Este retroceso es real (en Francia se pasa de 33 a 25%), pero
se trata aún de un cuar to de la población activa; y a nivel interna-
cional ha habido más bien un desar rollo global del pr oletariado
urbano.
La impresión de una decadencia, o aun de una desaparición del
proletariado, suele basarse en una definición restrictiva, incluso
obrerista, de las clases sociales a partir de categorías sociológicas
clasificatorias. Para Marx, sin embargo, no se trata de una socio-
logía positivista de las clases, sino de una relación social dinámica,
las clases no existen sino en sus luchas. Si se considera la relación
de propiedad de los medios de producción, la forma y el nivel de
ingreso salarial del empleo, el lugar en la división social del traba-
jo, la gran mayoría de los asalariados del denominado sector ter-
ciario (entre ellos, cada vez más mujeres) son proletarios en el
sentido inicial que Marx daba a la palabra: en 1848, el proletaria-
do parisino tematizado en La lucha de clases en Francia no era
tan industrial, sino más bien ligado al artesanado. A menudo se
confunde, pues, un debilitamiento de la organización y de la con-
ciencia de clase (como consecuencia de derrotas políticas y socia-
les) con un irreversible declive de la lucha de clases. Dicho eso, es
necesario prestar la mayor atención a los obstáculos que existen
en adelante para esa organización y esa conciencia: privatización
e individualización de la vida social, flexibilidad del trabajo, indivi-
dualización de los tiempos de trabajo y de las formas de remune-
ración, presión de la desocupación y de la precariedad,
desconcentración industrial y cambios en la organización de la
producción...
La relación capital-trabajo, sin embargo, persiste como central en
las sociedades contemporáneas. Por otro lado, yo no utilizaría el
término “conflicto principal”, puesto que tiende a reducir las otras
contradicciones a un lugar “secundario”. Hay más bien una serie
de contradicciones que no responden a la misma temporalidad (a
188
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

la misma escala histórica), pero que están estrechamente


imbricadas (o “sobredeterminadas”, para retomar el léxico de
Althusser, por la lógica dominante del capital): las relaciones de
género (o sexo), las relaciones entre naturaleza y sociedad hu-
mana, las relaciones entre lo individual y lo colectivo. El verdadero
problema es articular estas contradicciones.
¿Por qué los sindicatos, los movimientos feministas, las agrupacio-
nes ecologistas, los movimientos culturales, convergen tan espon-
táneamente en los foros sociales? Porque el gran unificador de
esas diversas contradicciones es el capital mismo, y la
mercantilización generalizada que impregna la totalidad de las
relaciones sociales. Pero esta convergencia debe hacerse con
respeto de la especificidad de los diferentes movimientos.
Por otra par te, hay una dimensión de luc ha ideológica en esta
cuestión. Si aceptamos la idea de sociólogos como Bourdieu, se-
gún la cual las relaciones sociales no son solamente captadas en
su estado natural, sino constr uidas mediante r epresentaciones,
aun así es necesario que esas representaciones tengan un funda-
mento real. La representación de lo social en tér minos de clases
posee argumentos sólidos, tanto teóricos como prácticos. Es por
otra par te asombroso que se inter rogue frecuentemente sobr e la
existencia del proletariado, pero jamás sobre la de la burguesía o
la patronal: en efecto, ¡basta estudiar la distribución de las ganan-
cias y las rentas para verificar su existencia!
Enfatizar la actualidad de la lucha de clases implica una apuesta
evidente: es la de construir la solidaridad más allá de las dif eren-
cias de raza, nación, religión, etc. Quienes no quieren jamás oír
hablar de lucha de clases tendrán a cambio las luchas de las tribus
y las etnias, las guerras religiosas, los conflictos comunitarios. Y
sería un extraordinario retroceso, que desgraciadamente está ya
en curso en el mundo actual. La internacionalización de la luc ha
de clases es en verdad el fundamento material (y no puramente
moral) del inter nacionalismo en tanto r espuesta de los oprimidos a
la mundialización mercantil.

189
CONTRA-TIEMPOS

Vpered: ¿Qué puntos de encuentro ves hoy en día entre la teoría


Vpered
marxista y los movimientos sociales de masas?

D.B
.B.. : Yo creo que en su núcleo duro (la “crítica de la economía
política” y de la acumulación del capital), la teoría marxista sigue
siendo el instr umento más productivo para abordar la mundializa-
ción liberal y sus consecuencias. Su actualidad, ya lo he dicho, es
la de El capital mismo. Además, la mayoría de los movimientos
sociales están inspirados en ella, lo quieran o no. El historiador
Fernand Braudel señaló ya hasta qué punto las categorías críticas
del marxismo han impregnado nuestra comprensión del mundo
contemporáneo, incluso entre sus detractores. Y el filósofo Jacques
Derrida resumió su actualidad en 1993 (¡en una f echa poco favo-
rable a la teoría marxista!) con la fór mula: “No hay futuro sin
Marx”. Con, contra, más allá... ¡pero no sin! El marxismo no es la
verdad última para la comprensión de las sociedades contemporá-
neas, pero continúa siendo un pasaje obligado para eso. La para-
doja es que los ideólogos liberales que pretenden tratar a Marx
como a “un per ro muer to”, pasado de moda, obsoleto, caduco, no
tienen para oponer le más que el r etorno a los economistas clási-
cos, o a la filosofía política del sig lo XVII, o a Tocqueville. Marx
per teneció, desde luego, a su tiempo. Compar tió cier tas ilusiones,
sobre la ciencia y el progreso. Pero, en cuanto a la naturaleza del
objeto cuya crítica ha abordado -a saber, la acumulación del capi-
tal, y su lógica-, desbordaba su tiempo y anticipaba el nuestro. En
esto es que sigue siendo un contemporáneo nuestro, mucho más
joven y estimulante que todas esas pseudo-innovaciones que se
vuelven obsoletas al día siguiente de su aparición.

Vpered: ¿Cómo percibís los movimientos socialistas amplios contem-


Vpered
poráneos y el hecho de que, a diferencia de los partidos políticos,
parecen en mejores condiciones para desarrollar luchas contra el
capitalismo? ¿Qué pensás acerca del futuro de los partidos como
tales, y como elementos para la construcción de una organización
internacional?

190
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

D.B.
D.B.: Debemos pasar en limpio qué queremos decir por “movimien-
tos socialistas amplios”. Probablemente estemos en los comienzos
de una reconstrucción teórica y práctica de movimientos emanci-
patorios, tras un siglo de terribles tragedias y derrotas. En cierta
medida, se tiene a veces la impresión de estar recomenzando
desde foja cero. Un partido como el Partido de los Trabajadores
en Brasil (PT), nacido en los comienzos de los años ’80, en la
época de la caída de la dictadura militar, y producto de la rápida
industrialización de los años ’70, podía asemejarse a la gran so-
cialdemocracia alemana antes de la guerra de 1914: tenía un mis-
mo carácter de masas y un pluralismo ideológico comparable. Pero
nosotros estamos en los albores del siglo XXI, y el XX ha pasado,
no lo disimularemos. Así, el PT ha atravesado en menos de un
cuarto de siglo un proceso de burocratización acelerada, y se ha
visto atrapado en el juego de las contradicciones contemporá-
neas, de las relaciones de poder, del lugar de América Latina en la
reorganización de la dominación imperialista, etc.
En un primer momento, para las luchas de resistencia y de oposi-
ción, los movimientos sociales parecen más eficaces y más concre-
tos que las organizaciones par tidarias. Su aparición marca el co-
mienzo de un nuevo ciclo de experiencias sin las cuales nada
sería posible. Pero, así como Marx reprochó a sus contemporá-
neos una “ilusión política”, consistente en la creencia en que la
conquista de liber tades civiles y democráticas er an la verdad últi-
ma de la emancipación humana, nosotros podemos constatar en
nuestros días una “ilusión social”, según la cual la resistencia
social al liber alismo sería, en ausencia de una alter nativa política,
nuestro horizonte infranqueable. Es la versión “de izquier da” del
“fin de la historia”. La crisis del capitalismo es sin embargo tal, las
amenazas que hace pesar sobre el futuro de la humanidad y del
planeta son tales, que una alter nativa a la altura de las circuns-
tancias resulta urgente.
Aquí se trata de un problema de estrategia y proyecto político,
encarnados por fuerzas determinadas. O bien peleamos seria-
mente por una alternativa tal, o bien nos conformamos con hacer

191
CONTRA-TIEMPOS

presión sobre las fuerzas social-liberales existentes, con


“rebalancear” a las izquierdas cada vez menos de izquierda, y
entonces acumularemos desmoralización tras desmoralización.
Para construir una alternativa verdadera -y la tarea será larga,
porque la pendiente a remontar es hostil- se precisa de paciencia,
convicciones, firmeza sin sectarismos, de lo contrario seremos
destruidos por aventuras sin futuro, bajo pretexto de realismo, y
por la acumulación de decepciones.
Respecto a la reconstrucción de un movimiento internacional, ésta
es una cuestión aún más vasta. Algunos comparan el movimiento
altermundista actual, sus foros sociales mundiales o continentales,
con los comienzos de la Primera Internacional: un encuentro am-
plio de sindicatos, movimientos sociales y corrientes políticas. Hay,
en efecto, algo de eso. Y la globalización capitalista -es su aspecto
positivo- da impulso a una convergencia internacional de movi-
mientos (como las exposiciones universales del siglo XIX habían
dado la oportunidad para reuniones que terminarían en la Primera
Internacional). Pero hay una diferencia: es, nuevamente, que el
siglo XX ha pasado; que las divisiones y las corrientes políticas
surgidas de esa experiencia no desaparecerán de la noche a la
mañana. No se puede volver a poner los contadores en cero. Por
esto es que las convergencias y encuentros como los foros son
positivos y necesarios. Nadie puede predecir hoy en día qué sal-
drá de ahí. Dependerá de las luchas y las experiencias políticas
actualmente en curso, como en América Latina o el Medio Oriente.
Esta etapa inicial de reconstrucción está lejos de haber culminado.
Hay posibilidades de extensión en Asia y África. Pero la condición
y la prueba de madurez del movimiento estará en su capacidad
para mantener una unidad de acción, para incluso ampliarla, sin
limitar o censurar los debates políticos necesarios. Es claro que
una primera fase de resistencia -lo que llamo “momento utópico”
por analogía con el movimiento socialista naciente de las décadas
de 1830 y 1840- está consumada.
La fórmula de “cambiar el mundo sin tomar el poder” ha envejeci-
do pronto, después de haber encontrado un cierto eco (notable-

192
ACTUALIDAD DEL MARXISMO - ENTREVISTA A DANIEL BENSAÏD

mente en América Latina, pero no sólo). Se trata hoy en día de


tomar el poder para cambiar el mundo. En América Latina, cuesta
imaginar un foro social que evite las cuestiones de orientación
política y se abstenga de trazar un balance comparativo de las
experiencias brasileña, venezolana, boliviana... ¡y cubana! Y cuesta
imaginar un foro europeo que no discutiera sobre una alternativa
europea a la Unión Europea liberal e imperialista.
Desde esta per spectiva, es perfectamente compatible y comple-
mentario contribuir a estos amplios espacios de convergencia, y
mantener una memoria y un pr oyecto desde una cor riente política
con su propia historia y sus pr opias estructuras organizativas. Es
incluso una condición para la claridad y el respeto hacia los movi-
mientos unitarios. Las corrientes que no asumen púb licamente su
propia identidad política son las más manipulador as. Si es cier to
que, como insistía un filósofo francés, no existe en política la tabla
rasa, y que “siempre se recomienza por el medio”, 8 entonces
deberíamos poder estar a bier tos a la novedad sin perder el hilo
de las experiencias adquiridas.

Vpered: ¿Puede existir una filosofía marxista dentro del marco de


Vpered
la universidad burguesa? ¿Podés contarnos sobre tu experiencia
al respecto? ¿Cómo puede la burguesía tolerar una presencia
marxista dentro del marco de uno de sus aparatos ideológicos,
como es la universidad?

D.B.
D.B.: Es una cuestión de relaciones de fuerzas en la sociedad. El
campo escolar y universitario no es un campo cerrado, separado
de las contradicciones sociales. Éste es, por otra parte, el peligro
de la fórmula de los “aparatos ideológicos del estado”: dar la
impresión de que se trata de simples engranajes estáticos de la
dominación burguesa. En realidad la escuela (y la universidad)
cumplen una doble función, de reproducción del orden social do-
minante, claro, pero también de transmisión y de elaboración de

8
El autor se refiere a Gilles Deleuze, quien se opone a la vana búsqueda del origen
absoluto. Ver Diálogos, capítulo segundo.

193
CONTRA-TIEMPOS

saberes. La institución está pues atravesada por relaciones de


fuerzas. Antes y después del 68 en Francia, ha habido una in-
fluencia significativa (aunque no hay que exagerar una imagen de
“edad de oro”) del marxismo en la universidad francesa. Ha habi-
do espacios importantes de libertad de enseñanza y de experi-
mentación pedagógica. Esas conquistas parciales no son irrever-
sibles. Está claro que con la contra-ofensiva liberal de los años
’80, la normalidad académica y el orden pedagógico han sido am-
pliamente restablecidos. Ello se observa en los programas, en las
modalidades de examen o en la gestión presupuestaria de las
universidades. Pero quedan algunas cosas. Por ejemplo, yo soy
totalmente libre de decidir mis programas de enseñanza cada año.
Este año, nuevamente di (no lo había dado después de una quin-
cena de años) un curso sobre las lecturas de El capital, otro sobre
la guerra global y el estado de excepción permanente, otro sobre
las filosofías de la mundialización y el derecho internacional... El
problema es que “la generación marxista” de los años ’60 (es una
simplificación, porque siempre se ha tratado de una minoría signi-
ficativa) está en vías de salir de escena, y que las nuevas genera-
ciones se forman en el pensamiento crítico a través de Foucault,
Bourdieu o Deleuze, lo cual está bien, sólo que la transmisión del
legado marxista se rarifica.
Es evidente que las r elativas liber tades universitarias dependen
directamente de las relaciones de fuerzas sociales existentes más
allá de los muros de la escuela o de la uni versidad. En cuanto
estas relaciones se degradan, en cuanto el movimiento social su-
fre derrotas, se sienten las consecuencias en el or den universita-
rio. Pero éste es un combate a dar, dentro y fuera de la universi-
dad, puesto que también está la posibilidad de desar rollar canales
no oficiales de educación popular y organizada.

29 de diciembre del 2006


Publicado en Solidarités, n° 100
Traducido del francés por Tomás Callegari

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