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REFLEXION 23/3/2019

LUCAS 15:1-3; 11-32


Dios, nuestro Padre, es un padre amoroso, fiel, misericordioso. No importa cuánto
hayamos pecado. Antes de que le pidamos perdón, ya ha olvidado nuestra ofensa. No
es un Dios que nos mide o juzga por el tamaño de nuestro pecado. Simplemente nos
ama, con amor infinito.
Y los hombres, muchas veces, llenos de orgullo, egoísmo y también de ignorancia
respecto de la magnitud de ese amor, erramos por diferentes caminos buscando
respuestas a los vacíos de nuestras vidas en cualquier lugar. Muchas veces nos alejamos
de este amor pretendiendo que es muy difícil seguir a Dios, buscamos vivir solo
satisfaciendo nuestros deseos y corremos sin saberlo hacia la miseria y la oscuridad. Sin
embargo, nada puede alejarnos del amor de nuestro Padre del cielo, ningún pecado,
ninguna mala intención, ningún fracaso, ningún camino equivocado, nos deja fuera de
su plan de amor para nuestras vidas. Nuestro padre, nos espera, siempre con sus brazos
abiertos, escudriñando el horizonte, esperando nuestro regreso.
Muchas veces tenemos que experimentar profundas y dolorosas pérdidas para volver a
buscar refugio en sus brazos .Y recién ahí valoramos todo lo que perdimos: la alegría de
vivir bajo su amparo, el corazón gozoso que vive aferrado al amor misericordioso del
Señor. Dios nos regaló la libertad de decidir, y lo hacemos todo el tiempo. Pero si no lo
elegimos a Él, quedamos solos y desamparados, Perdidos en el pecado, llenos de temor
y con un profundo vacío interior.
Otros hombres, también orgullosos, y no menos egoístas, que permanecemos junto al
Señor, le reclamamos osadamente cuando una oveja perdida regresa a su rebaño.
¿Cómo no es recompensado nuestro accionar?, ¿cómo nosotros los cumplidores no
somos reconocidos en primer lugar antes que nadie? ¿Porque el Señor repara en
aquellos que no cumplen y se abandonan al pecado? Pensamos que todo lo merecemos.
La misericordia de Dios es eterna porque es eterno su amor, nada, ni nadie puede hacer
que deje de amarnos, ni deje de mirarnos con la ternura de un padre, y que nos espere
siempre para abrazarnos, colmarnos de regalos y hacer una fiesta simplemente para
celebrar que sus hijos están cerca. Dios n o se queda de brazos cruzados, sale a
buscarnos y se llena de gozo al vernos regresar. Todo es alegría cuando volvemos al
Padre.
Concédenos Padre la gracia de mantenernos cerca tuyo, sintiéndonos amados con
plenitud, confiados en tu misericordia, gozosos y llenos de esperanza.

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