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Fue sólo hacia la década de los setenta, cuando recién se fundaba el Club de
Roma, y sus directivos, para definir la hoja de ruta institucional del Club,
contrataron un estudio de prospectiva global con el MIT. Este estudio fue dirigido
por la científica ambiental Donella Meadows, y se proponía hacer estimaciones
sobre la capacidad del planeta para soportar el crecimiento de las sociedades
humanas. Sus resultados se publicaron en 1972 bajo el título “Los límites al
crecimiento”. Posteriormente tendría una actualización, en 2004, con “Los
límites al crecimiento 30 años después”. Obras ambas polémicas, controvertidas
y controversiales, pero que tuvieron el mérito de encender la alarma y ponernos
contra la cruda realidad: el crecimiento ilimitado es una utopía. ¡Toda una
revelación!
Hoy, para mentes lúcidas, esa ya no es una idea controversial, sino una evidencia
palmaria que nos debe llevar a replantear todos nuestros sistemas productivos,
nuestros estilos de vida y nuestra visión del mundo. Serge Latouche, profesor
emérito de Economía de la Universidad de París, y uno de los promotores de la
corriente del decrecimiento económico, lo deja claro, no sin un toque de humor:
“quien crea que un crecimiento ilimitado es compatible con un planeta limitado,
o está loco o es economista. El drama es que ahora todos somos economistas”
(Documental Comprar, Tirar, Comprar).
Ahora bien, ¿cuáles serían los interrogantes fundamentales que tendríamos que
resolver, producto de este cambio de paradigma? Intentaré esbozar algunos de
ellos, sin pretender ser exhaustivo, y más con el propósito de estimular la
imaginación y la reflexión crítica de los lectores.
Interrogante 1: ¿ha llegado el momento de que restrinjamos, o incluso
prohibamos, el uso de ciertos recursos y tecnologías, tales como el carbón,
la energía nuclear, el fracking, el asbesto, el plástico, etc.?
Nuevamente admito que es una pregunta polémica. Pero ya empiezan a ser
abundantes los ejemplos de que sí es necesario y de que sí es posible. Veamos
algunos: a) el gobierno de Finlandia acaba de anunciar que, a partir de 2029,
quedará prohibido el uso del carbón en su territorio y, desde hace varios años,
sus fondos soberanos han venido ya retirando sus inversiones del sector; b)
Alemania decidió llevar sus centrales de energía nuclear al cierre, para el año
2022, a raíz de la catástrofe de Fukushima; c) entre los países que han
prohibido, o han impuesto moratorias al uso de la técnica del fracking en la
extracción de petróleo ya se cuentan: Francia, Alemania, Reino Unido,
Suráfrica, Chequia, España, Suiza, Austria, Italia e Irlanda, mientras que en
Colombia adoptamos dicha tecnología con total ligereza tropical; d) desde
2005, el asbesto es un material prohibido en el territorio de la Unión Europea,
y aquí nuestros “ilustrados” congresistas abortaron el debate aduciendo falta
de estudios (claro: falta de estudios de los congresistas, no sobre el asbesto,
entendería yo…); e) Francia prohibió el uso de bolsas plásticas desde mayo de
2015; Senegal hizo igual desde abril de 2016; Argentina siguió el mismo camino
en cuatro de sus provincias (Neuquén, Río Negro, Chubut y Buenos Aires); igual
Australia en cuatro de sus estados; similar en México con su Distrito Federal, o
Inglaterra con su capital. Aparte de que muchos otros países y ciudades han
establecido impuestos para desestimular su consumo, como es el caso de
Colombia. En resumen: poner límites, e incluso prohibir el uso de ciertos
recursos y tecnologías es una opción legislativa y de política pública, no sólo
posible, sino necesaria, para forzar algunas transiciones que la sostenibilidad
global requiere con urgencia.
Gráfica No. 1
Fuente: www.ramirorestrepo.blogspot.com