Está en la página 1de 9

SANTA CECILIA

Escenario a oscuras. Sonido del mar que se va convirtiendo en alguna versión de Santa
Cecilia de Manuel Corona. Muy lenta, la luz descubre una destartalada butaca de medallón
donde está sentada una anciana. Traje en otro tiempo de elegante seda, ahora raído y sucio.
Bastón, abanico de encajes, sombrero con flores y velo. Descalza. Su aspecto anticuado no
resulta en modo alguno ridículo. De inmediato se nota que, a pesar de la pobreza, su porte
no ha perdido dignidad, ni la conciencia de su linaje. Endurecida en lucha contra la
adversidad, ha logrado mantener la nobleza. Su aire de superioridad, en contraposición con
el deterioro de la ropa, debe sobrecoger e imponer más que provocar compasión. Resulta
evidente: una gran dama venida a menos, despojada de sus bienes, pero no del alto
concepto de sí. Cuando abandone el butacón, el acto debe estar cargado de nobleza.

CECILIA (al público. Solemne): ¡Buenas noches! ¡Dije buenas noches! ¡¡Aunque estemos
bajo el mar, los intrusos deben respetar las buenas costumbres! Vienen, invaden mi tumba,
y se dan el lujo de no saludar. Además, no los conozco. ¿Quiénes son? ¿Quién los mandó a
entrar? ¿Quién les abrió la puerta? (Otro tono) Es verdad, no hay quien cierre las puertas.
No hay puertas. (Repentinamente aterrada.) ¡El ciclón! ¡El mar se desborda! ¡Las casas se
derrumban! ¡Ah, la ciudad sepultada! ( Pausa. Muy dulce, casi sonriendo.) Estoy bajo el
mar. Me abandonaron. Uno a uno los vi partir. Es el precio de morir con más de cien años:
ver como el mar te sepulta y el mundo queda en ruinas. Murieron, se fueron huyendo. ¡Da
igual! Huir, morir, lo mismo. (A un espectador: ) ¿Quién es usted? ¿Por qué es cara de
perplejidad? (A otro: ) Y usted, con ojos en los que no se ve nada, ¿qué viene a hacer a mi
tumba? (A otro: ) Dígame su nombre. Preséntese como deben hacer los caballeros. Lo
menos que puede saber una anfitriona es el nombre de sus invitados. Pero ustedes no son
mis invitados. ¡No llamé a nadie! A nadie le pedí que viniera. Estoy sola y quiero seguir
sola. Mejor sola que mal acompañada. Soledad. ¿Oyeron? Único modo de sobrevivir en el
fondo del mar. ¡Váyanse! No tiene derecho a perturbar mi paz quien no viene a darme
compañía. (Pausa. Ilusionada.) A no ser que...No, no puede ser. No debo ilusionarme.
Tantas veces tuve la corazonada...El fondo del mar es un trasiego. Por esta tumba pasan
demasiados forasteros. Cada vez que aparece uno el corazón me da un vuelco. Pregunto:
¿usted viene de...? ¡No! Todos responden lo mismo: ¡no! ¡¡Qué palabra áspera! ¡No! Y yo
quiero que llegué alguien y diga: ¡Si!, ¡vengo de allá! Me abrazaré a ese forastero aunque
sea un extraño. Le daré lo que tengo y lo que no tengo. (Implorante.) Quizás alguno de
ustedes...(Pausa. Duda. Luego llena de resolución.) ¿Alguno de ustedes viene de La
Habana? (A un espectador:) ¿Usted es de La Habana? (A otro: ) ¿Y usted? La Habana,
digo, mi ciudad, la ciudad donde fui santa y emperatriz. (Decepcionada.) Nadie viene de La
Habana. La Habana no existe. A veces pienso que la inventé. ( Con alegría)¿Saben? Hubo
una ciudad llamada La Habana. Junto al mar. Ciudad única. Laberinto de espejos. Me
gustaría contarles...¡Por mucho que cuente, que describa...! ¡Había que vivirla! (Se oyen
campanas que doblan a muerto.) ¿Oyen? (Confidencial.) Doblan por nosotros. (Otro tono.)
¿O creen que no me di cuenta? Aquí todos estamos muertos. Ustedes y yo. Pensaron
confundirme, que no me diera cuenta. ¡Hace tanto que lidio con muertos! Un ahogado se
nota a la legua. No sólo por el color, por el olor a carroña. (A un espectador: ) Ni por el pus
que te sale por los poros. (A otro: ) Ni por los gusanos que corroen tu piel. Un muerto es
algo más que podredumbre. Silencio, tristeza, hastío, falta de esperanza...Ahí también se
revela la muerte. Descubro en ustedes una amargura...Enseguida me dije: muertos, Cecilia,
no te dejes engañar. (Pausa breve. Otro tono.) Mi nombre en la otra vida y en este fondo
marino, es y será Cecilia. Nombre de mulata novelesca. Parienta, por línea materna, de
Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria. (Pausa breve.) ¿Patria? Problema de los
muertos:¡olvidamos! (Transición.) Nací en la calle de la Luz. ¡Qué suerte! Calle con tal
nombre no la hay en ninguna ciudad del mundo. (Entusiasmada.) ¡La calle de la Luz!
Primer recuerdo de La Habana: la Luz. (Como la Niña. Abre una ventana. La ilumina un
haz de luz.) ¡Mamá, mira! Me vuelvo transparente. No puedes verme. Soy de cristal. Puedo
esconderme donde quiera, nadie me verá. Aire al fin, recorro la ciudad, entro en las casas,
acaricio las mejillas de las niñas que duermen, entro al comedor, acaban de poner el frutero
con frutas frescas, me llevo el olor de las frutas a la calle otra vez. ¡La luz es tan intensa que
los habaneros se vuelven invisibles! (Como la Anciana.) A mediodía, la luz hacía
desaparecer La Habana. Destellos, reflejos...Hasta la tarde, en que los habaneros volvían a
cobrar la materialidad. (Pausa) o en la bahía.Hoy salí después de mucho tiempo. Quise dar
un paseo. Ya sé: pasear por el fondo del mar no es pasear. Caminas y siempre estás en el
mismo sitio. Me pareció ver edificios. Me dije: La Habana. Los ojos se me arrasaron en
lágrimas. Sí, qué le voy a hacer, soy sentimental. Corrí. Es difícil correr con tantas rocas y
algas. Lo juro: vi al mar lanzando las olas sobre el Malecón, el Morro, La Cabaña. Hasta un
crucero entrand ¡Debía estar curada de espanto! Cuando llegué, ¿qué creen que encuentro?
Galeones sumergidos, velas podridas, cofres, correas...Ni un alma. Bueno, no sé las almas.
Ni un cuerpo. La muerte tiene eso, vas de espejismo en espejismo. Ustedes deben saberlo
como yo: la muerte no es la oscuridad que nos dijeron, sino esta imbecilidad de caminar
para siempre por el fondo del mar, creyendo en los sueños. Y después, arena. He llegado a
creer que la muerte es lo mismo que la vida. (Pausa breve. Como la Niña.) Mamá, no
permitas que Papá venga a verme. (Como la Madre.) ¿Por qué, hija? Tu padre es bueno, te
quiere mucho. ( Como la Niña.) Le tengo miedo. ¡Es tan alto...! Por lo menos yo lo veo
altísimo, un gigante. Y además, vestido de negro, con esa larga barba blanca... Me da terror.
(Asustada ante la presencia del Padre) Señor, ¿por qué lleva barba con este calor? (Como el
Padre.) Hija, ¿eres feliz? (Como la Niña.) Mucho, señor. (Al público: ) Nunca le digo
“padre” ni “papá”. Señor. No es respeto sino miedo. (Como el Padre.) Hija, aprende,
vivimos para ganar la muerte. ¡La muerte! Sólo ella es grande y digna. Vivir es una
repugnante espera. Quiero educarte. El dolor es lo único que enseña. Aparta los goces,
aparta la felicidad. Aprende a sufrir.. Siempre estaré a tu lado. Por el hambre y la sed tu
cuerpo conocerá. Por tu bien. Para que ganes la muerte, que es lo único digno de la vida.
(Como la Niña.)¡Pilar! ¿Dónde te has metido? ¡Pilar! Mi negra, ¿dónde estás? (Como
Pilar.) ¿Qué te pasa, niña? ¿Por qué lloras? (Como la Niña.) Pilar, ¿es bueno sufrir? (Como
Pilar.) ¿Quién te dijo semejante tontera? (Como la Niña.) Mi padre. Dice que la vida...
(Como Pilar. Interrumpiéndola.) La vida es lo único que vale, niña. Lo demás es dormirse
mucho tiempo. Vida hay una sola. Olvídate de ese viejo enfermo. Ven, come esto, lo hice
para ti. (Como la Niña.) Eres una negra maravillosa, Pilar. Cuando te mueras, seguro que
Dios te pone en su cocina para que le prepares natillas y arroz con leche. (Como la
Anciana.) ¡Flan de calabaza! Si la luz fue lo primero, el flan de calabaza lo segundo. ¡La
Habana: luz intensa, flan de calabaza! ¡Y este calor! (Pausa breve.) Viene mi madre con
jugo de guanábana. ¡Mi madre! Una mujercita a punto de desaparecer. Tan blanca como sus
vestidos de hilo, limpia, con abundante agua de colonia, cosiendo y cantando junto a la
ventana, o leyendo poemas de Luisa, una desdichada mujer que fue su mejor amiga. (Como
la Madre. Canta: )

Debajo de un naranjo
Verde y coposo,
Cuyas ramas temblaban
Sobre mi rostro:
Siendo muy niña
En mi cuna de paja
Yo me dormía.
Y entre sueños recuerdo
Que yo escuchaba
Que a mi lado mi madre Dulce cantaba:
Oye, hija mía
Quien no escucha a su madre
No es buena Hija.*1

(Como la Anciana.) ¡Mi Madre! Los ojos siempre le brillaban, y brillaban más cuando
hablaba de las dos guerras de independencia, del destierro en Tampa, de su primo
Céspedes; de Agramonte, el caballero; de Martí, que fue un relámpago-y creo que una
ilusión-; de Maceo, de quien puede decirse que lo cortés no quitaba lo valiente...¡Mi madre!
Todavía recuerdo como temblaban sus manos aquel 20 de Mayo de 1902 en que izaron la
bandera. (Se oye la música del Himno invasor.) La Habana de fiesta. La gente es pródiga en
abrazos. Corren. Nadie quiere perderse ese momento de solemnidad. (Como la Niña.)
¡Mamá, están izando la bandera! (Como la Madre.) Hija ponte de rodillas. La bandera, la
tuya. Mírala como se levanta al fin, “gallarda, hermosa, triunfal...”*2.
Con ella se acabó el infortunio de esta pobre Isla nuestra. (Pausa. Como la Anciana.) ¡Pobre
Mamá! (Transición.) Ella fue la que hizo mi infancia feliz. A pesar de su silencio y aparente
docilidad, supo enfrentarse a la dureza de mi padre. Ella conocía los placeres y amaba a La
Habana como nadie. Con ella di mis primeros paseos por las calles de fuego. ¡Alameda de
Paula! ¡Convento de San Francisco! ¡Calle del Empedrado! (Transición.) ¡Buen día nos
depare el Señor! ¡Buen día en nombre de la Virgen! (Como la Madre.)Vamos, por la calle
de la Merced. Entremos un momento a la iglesia. Ahora corramos a la Plaza Vieja a
comprar panecitos de ajo. (Como pregoneros.) ¡Flores para encontrar el camino! ¡Miel para
embellecer tu cuerpo y tu alma! ¡Dulces que te harán soñar! ¡Agua de coco, límpiate por
dentro! ¡Canela en rama para despertar los instintos! ¡Vaya, cómete mi plátano manzano!
¡Leche de las vacas del Edén! ¿Delicioso pan nuestro de cada día! ¡Niña, compra una
estampita de Santa Rita, la que hace posible lo imposible! (Como la Niña.) ¿Me da una
rodaja de piña? (Como el Vendedor.) Las que quieras. La reina de las frutas. Come de esta
piña y te harás mujer. (Como la Niña.) No tengo dinero. (Como el Vendedor.) Págame con
una sonrisa. (Como la Anciana.) ¡La piña! He ahí la fruta peligrosa. No la manzana. (Como
la Niña.) ¡Mamá, cuántos barcos! ¡Qué ir y venir de marineros! ¿Por qué las mujeres llevan
esos vestidos de colorines? ¿Por qué ríen por cualquier cosa? (Como la Anciana.) ¡Olor a
bacalao! ¡olor a naranja, a verduras frescas! ¡reses que cuelgan de las carnicerías!
Columnas, galerías donde el sol se apaga y los ojos descansan. ¡Y este calor! (Un trueno.
Aguacero. Como la Niña. Saca la mano para ver como cae el agua.) ¿Cómo es posible, si el
sol rajaba las piedras? En esta Isla nunca se sabe. (Como la Madre.) Muchacha, no te
mojes. Vas a pescar un catarro. (Como la Niña.) No, mamá, déjame. La lluvia es agua
bendita. Mi cuerpo siente miles de manos acariciándolo. (Baila.) El aguacero me santifica.
Quien no baile en el aguacero no sabrá lo que es un cuerpo despierto. (Como la Anciana.)
Hombres y mujeres corren para guarecerse, sin dejar de reír. Se mojan, se enfangan los
pies. (Cae un relámpago. Se persigna.) ¡Santa Bárbara bendita! Todos ríen. Ante la dicha y
la adversidad. Por cualquier cosa. El problema es reír. (Transición.) La Habana era luz, flan
de calabaza, pregoneros, olor a bacalao, piña y una risa que no había modo de parar. ¡Reír!
Aunque el sol te deshidrate, el mar se desborde y el ciclón levante el techo de la casa. ¡Reír!
(A un espectador.) ¿Usted sabe lo qué es reír? (A otro: ) ¿Y usted? ¿lo recuerda? Reír, ¿qué
es? Alguno de ustedes, tenga el coraje de decirme qué es reír. (Suspira.) Problema de los
muertos: ¡olvidamos! (transición.) Cerca de mi casa hay siempre una mujer en un sillón.
Negra, vieja. La saya es de retazos; pañuelo blanco en la cabeza. Fuma tabaco. (Como la
Negra. Canta La Esperanza, de Pepe Sánchez.) Quiero prevenirte: lo que hoy ves lleno de
esplendor, está ya destruido. La piedra cae sobre la piedra sin que te des cuenta. El polvo
regresa al polvo. Esta ciudad tuya, de columnas y encanto, está sepultada. Y hay muertes y,
epidemias de nostalgia, tristeza...Si, la gente ríe pero en el fondo llora. Muchos huyen. Y
hay quien muere tratando de huir. (Como la Niña.) ¿ Oíste, Mamá? ¿No hay modo,
virgencita, de detener la catástrofe? Te pondré flores, agua, frutas. Encenderé una vela.
(Como la Anciana.) Ya no estaba allí. La luz se apagó. En su lugar, un círculo de fuego. No
crean que hice caso. Nunca me importaron los vaticinios. Fui tan descreída y frívola como
La Habana. Indiferente, descará, cínica y alegre como La Habana. (Se oye el aria “Celeste
Aída” de Aída, en la voz de Enrique Caruso.) ¿Malos augurios? ¡Voy al teatro! Al Payret o
al Nacional. Cortinas, alfombras, inmensas lámparas de lágrimas...En el escenario aquel
Radamés inolvidable. ¡La Habana de Caruso! ¡Cuántos jóvenes no darían mis cien años por
haber oído cantar a Caruso! Caruso, estás cantando para mí. Lo sé. Me miras. Detenido casi
en el proscenio, tiendes las manos hacia mí. ¡De éstos oídos no se irá nunca tu voz! A veces
me despiertas de tu letargo y permanezco encantada, escuchándote para siempre. Con un
Radamés como tú, Caruso, vale la pena entrar en el templo y morir. (Pausa.) Estoy
delirando. Los muertos-y sobre todo los ahogados-padecemos de altas fiebres y delirios . El
polvo se revuelve en el fondo del mar y provoca chispas de engaño. ¡Y este calor! (Como la
Niña.) ¡Vamos de excursión! A casa de la tía Teresa. Salgamos en cuanto amanece. El viaje
en tren desde la estación de Carlos 111 hasta Marianao es una delicia. ¿Pasaremos por
Puentes Grandes? Tía Teresa ¿por qué todos dicen que eres una mujer célebre? Nadie como
tú para hacer buñuelos de yuca. Me gusta esta casa grandísima de la Calzada Real. ¿Cómo
logras que tu siesta sea la más respetada en La Habana? ¡La siesta! No sé porque en tu casa
cobra un silencio religioso.(Como la Anciana.) Cuando comienza a caer la tarde, nos
sentamos en el portal, vestidos de punta en blanco. Tomamos limonada con hielo. Hay
quien prefiere jugo de tamarindo. Abuelo fuma. Hace cuentos del exilio. Abuela mira viejos
números de La Habana Elegante. Yo me echo en la hamaca. Como los cubanos no
aprendimos a levitar, inventamos la hamaca. Espacio en el aire, balanceo dulce y por
supuesto inútil. El pensamiento se suspende. La hamaca es una experiencia mística. Miras
las copas de los árboles, los penachos de las palmas, escuchas el sinsonte...¡Ay, el ocio!
¡Ocio! Única palabra que los cubanos no tenemos que buscar en el diccionario. (Otro tono.)
La muerte provoca alucinaciones. ¡Y este calor! (Se oye un danzón. Al público: ) ¿Oyen?
Siempre lo oigo. Y es mentira, no es música. Aquí no hay nadie, ni orquesta, nada. ¿Para
qué necesitamos música en el fondo del mar? No sé por qué. Ahí está. La música de cuando
cumplí los quince años. (Transformándose en La Muchacha de Quince Años. Baila al
compás del danzón. Cambia el sombrero por una coronita de brillantes.) ¡Tráeme el espejo!
(Mirándose en él.) ¿Estoy bien así? Debo estar bien. Es mi primer baile. Quiero que me
admiren. ¿Llegaron los muchachos? Entonces es hora de salir. Deséame suerte. Pilar.
Quiero que todos se enamoren de mí. (Entrando al salón de baile.) En efecto, Pilar, están a
mis pies, rendidos. Los tengo encantados. Disputan por sacarme a bailar. Puedo hacer lo
que quiera.(Pausa breve.) El único problema es que en la orquesta hay un mulato, flautista
él. No tengo que describirlo, ¿verdad? Se dice mulato y ya. Lo miro. Toca la flauta y me
mira con recato y al mismo tiempo con una desfachatez que me desnuda. En un momento
me lanza un beso. Mulato al fín, se da cuenta que resulta irresistible. Con una criada me
envía una esquelita...Vive en una cuartería del Manglar. (Pausa breve. Como la anciana.)
Yo era una muchacha seria. Bien educada: mi profesor fue amigo de mi padre, hombre
cultísimo llamado Don Ramón, al que le decían-no sé por qué-“mi tío el empleado”. Yo era
una muchacha temerosa de Dios. Por eso acudí a la cita. (Transición. Como la Muchacha de
Quince Años.) Oye, mulato, podrías tener más mujeres que Yarini. Déjame tocarte el
pecho que parece de bronce. Acariciarte el pelo crespo, mirarte los ojos negrísimos, poner
mis labios en los tuyos gruesos. ¡Qué muslos, mulato, qué piernas poderosas! Abrázame.
Hazme desaparecer en tus brazos larguísimos y fuertes. Todo en ti es grande y fuerte. No
eres un hombre sino Dios. ¿Oyes? Se oye tu flauta. Tu boca no se detiene, recorre mi
cuerpo y me hago invisible como cuando la luz de La Habana inunda mi cuarto. Tu cuerpo
huele como el mercado del polvorín. Tu aliento, fresco, es la brisa que sube por el Prado
cuando empieza a ponerse el sol. Tu voz, grave como las campanas del Espíritu Santo.
Desnudo, tu cuerpo sobre el mío, tu cuerpo de gigante entrando en mí, me doy cuenta, es
cierto: La Habana nos pertenece. Sigue, mulato, tú anulas el tiempo. El tiempo se detiene.
(Pausa breve. Como la Anciana.) La Habana era luz, flan de calabaza, pregoneros, olor a
bacalao, rodajas de piña, risas y un mulato irresistible que abría tu cuerpo en dos. (Suspira.)
¡Ay!, cuando uno está muerto en el fondo del mar no debiera tener estos recuerdos. De
pronto el polvo se estremece. ¡Qué poder, mulato, que haces del polvo, polvo
enamorado!(Otro tono.) ¡Y este calor! Tengo ganas de dormir. Qué cansada estoy. Dormir.
Para siempre. Un sueño sin imágenes. /Al público: ) Yo no sé ustedes, amigos muertos que
me acompañan, qué pensarán de los recuerdos que se hunden en el mar y se filtran por el
mármol del sepulcro. Mi ceniza sigue estremeciéndose en el osario. (Transición.) Vamos,
acompáñenme, en los antiguos terrenos de la estación de Villanueva están construyendo el
Capitolio. Dicen que será un edificio enorme, el más grande del mundo. Aquí siempre las
cosas han sido las más grandes del mundo. Vamos a ver La Fuente de la India, a la Bella
Habana, con su cara italiana y los delfines que lloran. Podemos llegar hasta mi casa del
Cerro, vecina de la de Arango y Parreño, con tantas frutas colgando de los árboles, y el aire
perfumado. No se puede vivir con este perfume. ¿No lo sienten? De noche es imposible
dormir. La cama me expulsa, el mosquitero de tul no puede retenerme. El galán de noche
pone mi cuerpo a temblar. ¿ Y qué si nos llegamos al almendares? Aguas cristalinas, y
sobre él, “un vuelo de zunzunes encendidos”*3 ¡Almendares, mi rio! ¿Qué se hizo de ti?
(Otro tono.) Uno no se baña dos veces en el mismo Almendares...¡Y este calor! (Suspira.)
¡El tiempo! ¿Quién me da una definición del tiempo? (A un espectador: ) Usted, señor,
sería tan amable, ¿qué es el tiempo? Con sus palabras, no cite a Proust. No. Usted tiene cara
de ignorancia.(A Otro: ) Usted menos, el tiempo para usted es el reloj que lleva en la
muñeca. ¡Vamos, se le hace tarde! Ustedes van en un tranvía atestado, con cortinas negras
en las ventanillas. Nadie mira la ciudad. (Despectiva.) Ustedes son muertos raros. Vivir, ir
perdiendo cosas, como digo siempre. Hoy pierdes un vaso que se rompe, mañana un viejo
libro, pasado un amigo que se va...Así hasta que pasas el umbral. ¡Y este calor! ¡El umbral!
(Transición.) ¿No crees, mamá? Ahora que empujaste la puerta y te fuiste para siempre,
más blanca que nunca, mamá, sobre la cama, rígida, con el crucifijo que te puse entre las
manos, ese lugar común de la muerte. Tus ojos no están del todo cerrados, y por debajo de
los párpados, el brillo que te dejó aquella bandera con la que tu creías que seríamos felices .
Ojalá tu muerte sea de verdad, no como la nuestra. (Transición.) Pues mi madre muere y no
me da por llorar. Mientras la velan, voy a los Aires Libres del Prado. ¡Oigan, ya empiezan a
tocar las orquestas! (Se oye algarabía y confusión de música popular. Santa Cecilia se
rejuvenece. Baila.) ¿qué iba a hacer yo velando un cadáver? En La Habana, más que en
ningún otro lugar, un cadáver es una cosa sucia e inoportuna. (Al público: ) ¿Nunca fueron
a los Aires Libres del Prado? ¡Ustedes nacieron muertos! Luces, jarras de cerveza,
orquestas, mujeres con ajustados vestidos de lamé; los hombres más bellos del mundo, con
trajes de dril, diciéndote piropos creacionistas. (Como hombre.) “Mujer irías a ser muda
que Dios te dio esos ojos” (Como Mujer.) Te hacen sentir de una belleza irresistible. Quiero
que sepas, aquellos hombres de La Habana no nacieron para otra cosa que para enamorar.
Con ojos, manos, bocas, con todos sus generosos atributos. Allá los franceses que
inventaron métodos para pensar. Allá los alemanes que inventaron eso que dice “Todo lo
racional es real y todo lo real es racional”. Los habaneros de mi época inventaron una
fórmula mejor y más duradera: “ Todo lo real es gozable y todo lo gozable es real”. ¡Las
noches de La Habana! Cuerpos que se atraen en los bancos de los parques, contra los
árboles, en los atrios de las iglesias. Fuimos más panteístas que Spinoza. Para cualquier
habanero un cuerpo vivo era una imagen divina. Te arrodillas ante un hombre que se abre la
portañuela y estás elevando un himno de acción de gracias. ¿Qué iba a hacer yo frente a un
cadáver aunque este fuera el de mi madre? (Otro tono.) ¡Me voy de casa! Sí, papá, me voy
porque detesto tu represión, tu tiranía. (Como el Padre.) Hija, aprende a dominar tu cuerpo.
Los principios, hija. Aprende a sufrir, a pasar hambre y sed: una idea vale más que todos
los placeres. (Como ella.) No, papá, yo tengo un cuerpo y al cuerpo no le importa las ideas.
¡Vivir! ¿Oíste? Yo sólo quiero vivir. Aquí y ahora. No me interesa el futuro que nadie
conoce. Yo nada más tengo el presente y mi cuerpo. ¡Y quiero vivir! ¡Por eso me voy!
(Pausa. Se oye un danzonete. Se transforma en la Puta.) ¡No me llames Cecilia! Ahora soy
Santa Cecilia. Me dicen así por bella, por aristócrata y porque Manuel Corona se enamoró
de mí. ¡Muchachitas, prepárense, es casi hora de abrir! A mis clientes no les gusta esperar.
¡Santa Cecilia de la calle Galiano! ¿Oyeron? Nada de barrio Colón ni Jesús María. Miren
los muebles de rejilla, los mediospuntos de colores, estos paisajes de Chartrand...Incienso,
opio. La cuba secreta. ¡El mejor gusto! Música de Aniceto Díaz, creador del danzonete. A
veces él mismo viene con la orquesta. ¡Y mucha respetabilidad! Aquí no se acepta a
cualquiera. Buenos clientes. Limpios, perfumados, entalcados como niños...Como soy
Santa Cecilia, no me entrego a cualquiera. Me doy el gusto de elegir. Las manos, miro las
manos. Después las bocas y los ojos. Lo demás me lo imagino. Venga usted, señor. O ni
siquiera eso, un gesto de la mano. Sidra, champán. Me baño en vino del Rín. Una mesa de
langostas enchiladas junto a la cama. Espejos en el techo, en las paredes, de modo que no
somos dos, sino muchos. Los que hablan de Síbaris no conocen esta Habana mía. (Pausa
breve. El danzonete da paso a una musicalización de Santa Cecila.) Puta al fin, me pongo
triste. Me da por decir versos. Salgo de casa a la noche estrellada. Puta al fin, sueño con
amores imposibles.
Yo he soñado en mis lúgubres noches
En mis noches tristes de penas y lágrimas
Con un beso de amor imposible
Sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias. (...)
¡Oh, mi amado!, mi amado imposible
mi novio soñado de dulce mirada,
cuando tú con tus labios me beses
bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.*

Yo soy la puta-virgen-triste bajo la noche habanera. ¡Me voy al Malecón! ¡Para algo
construyeron el Malecón! (Pausa breve.) ¿Alguien sabe si ya estaba construido el Malecón?
Problema de los muertos: ¡olvidamos! (Otro tono.) Sí, aquí estoy, en el muro, mirando el
horizonte! Allí, una línea, una simple línea, y sin embargo...La línea se va apretando
apretando como soga de ahorcado...Esta noche de mi hastío me doy cuenta: ¡vivo en una
isla! ¡Qué soledad! Isla-aislado. Isla-desolación. ¿Quién dijo que el horizonte es una línea
imaginaria? Mentira. Ahí está: el horizonte es una muralla. Los barcos salen de la bahía y
se estrellan contra el horizonte. El mundo no existe. El mundo es lo que alcanza mi vista.
Paris es mentira. Venecia es mentira. El mundo es esta ciudad y esta muralla. (gritando.
Desesperada.) ¡Y este calor! ¿Se dieron cuenta de lo solos que estamos? No viajamos, y
cuando lo hacemos, es un sueño. Sueño de barcos ciudades que no existen. (Transición.
Exhausta.) No quiero seguir, ¿Para qué? Cuando uno está muerto lo mejor es el silencio.
(Al público: ) Como ustedes, bien calladitos. En boca cerrada no entran moscas. Además,
¿qué moscas? No se ven ni moscas en el fondo del mar. Un muerto no es un espectáculo
muy edificante, la verdad. Quiero dormir. Dormir de verdad con sueño que dure para
siempre. (Transición.) Les voy a dar un consejo: cuando sientan hastío, váyanse al
Malecón, miren al horizonte, déjense aterrar. Y en el momento en que estén a punto de
lanzarse al mar porque piensan que es mejor la muerte por asfixia que por soledad, váyanse
a un solar. ¿Se acuerdan de lo que es un solar? Problema de los muertos:¡olvidamos!(Se
oye toque de bongoes.) Eso. Está bien. La música despierta los recuerdos. Mucha gente que
baila, bebe, grita... Se adora a Yemayá, la virgen negra del traje azul. Comen dulces, frutas.
No hay olor a galán de noche, sino a negro sudoroso. Y te juro que te olvidas del maldito
horizonte y de los puñeteros espacios infinitos. ¡El pobre Pascal nunca estuvo en un solar!
Y amanece. Sí, amanece aunque se opongan los padres-tiranos del mundo. (Pausa. Otro
tono.) Estoy muerta, bajo el mar, y tengo más de cien años. ¡Y este calor! Mis ojos fueron
testigos de lo bueno y de lo malo. Vi apagarse el esplendor del Cerro, a La Habana
extendiéndose hacia el Vedado, y más allá del río. Vi aparecer y desaparecer los tranvías.
Sufrí la “demasiada luz” de la Calzada de Jesús del Monte. Vi como se levantaban edificios
y como se destruían edificios. ¿qué me queda? Una ciudad no es la suma de sus
monumentos y repartos. Hay que caminar por las calles por el mediodía y sentir el olor de
las cocinas; sentarse en el parque hacia la tarde; ver pasar hombres y mujeres bien vestidos
y corteses, y a las mujeres perfumadas y zalameras...Pasar las manos por las paredes de
piedra. Oír el chachachá, el mambo, que se mezclan-¡extraña confusión!- con las vecinas
que gritan de un balcón a otro. No basta pasar por el Arco de Belén, es preciso sentir en el
cuerpo la humedad de su sombra. (Pausa. Canta Devuélveme el corazón de Ernesto
Lecuona.) Me veo otra vez en la casa de El Vedado, la que está en Línea, cerca de la
Parroquia. ¿Se acuerdan de la Parroquia? Caserón rodeado de árboles y gorriones. Lleno de
niños. No son mis hijos, no nacieron de mí. ¿Qué importa? ¡Hijos, vengan, la mesa está
puesta! Hice tamales, arroz blanco, frijoles negros, ropa vieja... (Pausa larga. Al público: )
Entre ustedes hay alguien que se ríe de mí. Hay un muerto entre esos muertos que se burla
porque hablo de la ciudad sepultada, la que no vale la pena mencionar. Como si dijéramos
Pompeya, Atlántida, Utopía...¿Por qué no se pone de pie y me dice, en mi cara, que estoy
perdiendo el tiempo en recordar, que estoy vieja, enferma...que soy retrógrada, pesimista?
(Otro tono.) No, que no se levante. Tiene razón Estoy vieja y muerta, y ¿para qué cuenta lo
que yo piense o deje de pensar? A lo mejor La Habana sigue ahí y la destruída soy yo.
(Canta Señor por qué de Bola de Nieve. La canción se irá desvirtuando hasta convertirse en
lamento. Viento fuerte. Sonido de mar y de aguacero.) ¡El ciclón! ¡Otra vez! ¡El ciclón1
¡Hasta cuando tendré que vivirlo! Siempre, detrás de la nostalgia, acecha el ciclón. ¡Las
paredes se agrietan de nuevo! ¡Las calles vuelven a inundarse! ¡Árboles arrancados de raíz!
¡El mar, una furia, sobre nosotros! ¡Las casas destruídas! Alguien sopla sobre la ciudad que
se desploma como si fuera de papel.¡Síbaris, Sodoma, Nínive, La Habana, ciudades
mortales, nacieron condenadas a morir! (Pausa breve. Desesperada.) ¡Abran la puerta! Soy
yo, Santa Cecilia. ¿Por qué nadie responde? Pilar, ¿adónde fuiste? Hijos míos, ¿dónde
están? ¡Abran las puertas! No me dejen en este silencio. Tapiaron las ventanas. La puerta
está cerrada para siempre. ¿Olvidaron que yo vivía entre ustedes? ¿Por qué me condenan?
¿Cuál es mi delito? Se fueron. Sé que se fueron. Las huellas aún permanecen sobre las
cenizas de mi cuerpo. Creo que se hizo de noche para siempre. Una noche que no aparecerá
en ningún libro de historia. Silencio. Nadie. El silencio es miedo. Estoy en el fondo del
mar, en una calle llena de cadáveres, de algas. El fondo del mar. Restos de galeones y
tesoros que no interesan a nadie. ¿Se dieron cuenta del terrible vacío de la palabra “nadie”?
El fondo del mar. Derrumbe. Escombros. Ruinas bajo el agua. Peces muertos. Arena.
Oscuridad. Pasan los cuerpos ahogados de mis hijos. Y sobre todo: silencio. Las olas
repiten palabras de mi padre. (Como el Padre.) Hija, aprende, vivimos para ganar la muerte.
No te abandono. Tu vida es una pesadilla. (Como ella.) ¡Ganaste papá! En el fondo del mar
la asfixia de los cuerpos es mi asfixia. Su descomposición es la mía. Siempre supe, papá,
que tú y el mar nos ganaban la partida. Mira, los restos de los galeones a veces se arman y
tratan de navegar. Los ahogados parecen dormidos que tuvieran el sueño de partir. Pero allí
está la muralla, ¿la ven? El horizonte. No se puede caminar eternamente bajo el mar. (Pausa
breve. A una figura imaginaria: ) Y tú, ¿qué haces ahí, crucificado bajo el agua? Tú, que
sufriste tanto, ¿por qué me haces sufrir? ¿Por qué me dejas morir con los recuerdos? Mejor
será que me mates de amnesia. Un sueño sin imágenes, como debe de ser la muerte. ¡Yo no
quiero recordar! ¡No quiero pasarme la muerte dando vueltas a una vida que dejó de tener
sentido, que nunca lo tuvo! ¿Por qué me abandonas?¿Por qué cuando todos se van, tú
también huyes? (Implorante) Señor, no te vayas. Al menos tú quédate. Acompáñame en
esta ausencia. Y dame un beso en la frente que me deje sin recuerdos. Ten piedad. Estás a
tiempo de ser magnánimo. Déjame descansar. Con un gesto de tu mano crucificada
acabarías con el delirio de estos recuerdos que ya no sé si son o no verdaderos. Si tú
quisieras, yo podría dormir en paz.(Pausa breve.) Está bien. Ni siquiera te dignas a
escucharme. No soy nadie para ti. (Al público.) Cristo no se digna a levantar los ojos. Se
va.. No le gusta este infierno. También el sabe que es mejor huir. ¡Que importa! Soy más
fuerte. (Regresando solemne al butacón.) Mi lugar es bueno porque es mi lugar. Será el
infierno pero es mío. De aquí no hay quien me mueva. Tendrá que secarse el mar para que
abandone este sepulcro que me pertenece. Y ahora, ¡váyanse, Furias, si quieren! Y ustedes
también. ¡Váyanse! ¡Déjenme sola! ¡Continúen soñando, deambulando con su muerte y sus
recuerdos! Y cuando salgan, cierren bien la tapa del sepulcro. ¡Nadie más entre! ¡Nadie me
moleste! Nunca digan que tuve miedo de quedarme sola. (Otro tono.) Sé que mañana
vendrán otros y tendré que repetir la historia. Incansable. Interminable. La misma historia.
Hasta que Dios se apiade y me deje en el olvido total.

(Comienza a oírse Santa Cecilia. La luz se apaga lenta.)

(Telón.)

También podría gustarte