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LA ESPAÑA DE LOS BORBONES Y SU IMPERIO AMERICANO

EL ESTADO BORBÓNICO

No puede haber dudas, desde luego, sobre el estado de postración absoluta en que se encontraba
España a fines del siglo XVII. El reinado de Carlos II «el Hechizado» (1664-1700) resultó ser un
desastre total, una desnuda crónica de derrotas militares, la bancarrota real, regresión intelectual
y el hambre por doquier. Hacia 1700, la población había descendido por lo menos un millón de
personas por debajo de su nivel en la época de Felipe II. Fue por aquellos años, al tiempo que una
serie de malas cosechas llevaban el hambre a Castilla, cuando se dieron los primeros pasos para
resolver los problemas financieros de la monarquía, rechazando la pesada carga de deudas
heredada de reinados anteriores. Al mismo tiempo, se detuvo la progresiva inflación causada por
la devaluación repetida de la moneda, mediante una vuelta al oro y la plata como patrones de
valor. (…)

Mientras que en el resto de Europa continental el absolutismo dinástico estaba basando su nuevo
poder en un ejército permanente y un control fiscal, en España la monarquía había sufrido una
pérdida progresiva de autoridad. El precio de una corona debilitada fue la guerra civil, la invasión
extranjera y la partición del patrimonio dinástico, porque la muerte, largamente esperada, de
Carlos II en 1700 provocó una guerra general europea, cuyo premio principal era la sucesión al
trono de España. La elección por las Cortes de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, obtuvo un amplio
apoyo en Castilla, donde sus tropas francesas fueron bien recibidas. Pero el contendiente
Habsburgo, el archiduque Carlos de Austria, contaba con el respaldo de Gran Bretaña, Holanda,
Portugal, las provincias de Cataluña y Valencia y una parte considerable de la aristocracia
castellana, la cual temía que la nueva dinastía la desposeyera de su poder. En el conflicto civil
consiguiente, la península sirvió de campo de batalla (…) hasta que las tropas francesas aseguraran
la victoria final borbónica. El papel relativamente pasivo que desempeñó España en la guerra que
decidía su destino se hizo patente en el tratado de paz, firmado en 1713 en Utrecht, ya que, como
compensación a su renuncia al trono español, el emperador de Austria recibió los Países Bajos,
Milán, Cerdeña y Ñapóles. El rey de Saboya se quedó con Sicilia. Y, lo que era peor, Gran Bretaña
retuvo Gibraltar y Menorca y obtuvo el «asiento» durante un período de 30 años. Por esta
cláusula, Gran Bretaña gozaba de un derecho monopolístico de introducir esclavos africanos por
todo el imperio español y, además, se aseguraba el derecho al envío de un barco anual con 500
toneladas de mercancías para comerciar con las colonias de España en el Nuevo Mundo.
Finalmente se cedió a Portugal, fiel aliada de Gran Bretaña, Sacramento, un asentamiento en la
ribera oriental del Río de la Plata, con una situación ideal para el contrabando. Si el tratado
arrebataba a España sus posesiones europeas, que habían estado complicando a la monarquía en
continuas campañas, la brecha abierta en su monopolio del comercio colonial iba a revelarse como
causa importante de conflictos futuros. La entronización de Felipe V bajo la amenaza de una
guerra civil e invasión extranjera permitió a los consejeros franceses sentar las bases de un estado
absolutista con notable rapidez. Las insurrecciones de Cataluña y Valencia facilitaron la abolición
de sus privilegios. En adelante, con excepción de Navarra y las Pro- LA ESPAÑA DE LOS BORBONES
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mismo nivel de impuestos y leyes. Y, lo que era igualmente importante, Felipe siguió el ejemplo de
su abuelo y excluyó a la aristocracia de los altos consejos del estado. Aunque los grandes fueron
eventualmente confirmados en la posesión de sus tierras y en su jurisdicción privada, no influirían
más en las direcciones del gobierno de la corona. En el mismo sentido, la creación de secretarías
de estado redujo el papel de los consejos tradicionales a funciones de asesoramiento y judiciales.
En fecha tan temprana como 1704, el viejo sistema de «tercios» armados con picas se sustituyó
por regimientos al estilo francés, equipados con mosquetes y bayonetas, mientras que otras
reformas marcaron el inicio de un nuevo ejército: un cuerpo de guardias reales con servicio en
Madrid, unidades distintas de artillería e ingenieros y la formación de una clase de oficiales de
carrera. Para financiar esta fuerza, los expertos fiscales formados en el extranjero consiguieron
duplicar los ingresos desde apenas 5 millones de pesos a 11,5 millones hacia 1711, hazaña llevada
a cabo en gran medida por una meticulosa inspección de las. cuentas, una reducción de cargos en
la Administración, el desconocimiento de las deudas anteriores y la incorporación del reino de
Aragón a un sistema fiscal común. Con la llegada de Isabel Farnesio de Parma, segunda esposa de
Felipe, languideció considerablemente el proceso de reforma. Además, Isabel gastó los recursos
de la nueva monarquía, tan laboriosamente conseguidos, en aventuras dinásticas, conquistando
feudos para sus dos hijos. Como resultado de los Pactos de Familia con los borbones franceses,
firmados en 1733 y 1743, se modificó parcialmente la Paz de Utrecht. Todavía tiene que estimarse
el precio pagado por España en estas guerras. En una fecha tan tardía como 1737, el embajador
inglés, sir Benjamín Keene, describía al país como «carente de amigos extranjeros y de alianzas,
desorganizado en sus finanzas, cuyo ejército está en malas condiciones, su marina, si ello fuera
posible, en peores, y sin ningún ministro de peso».' La subida al trono de Fernando VI (1746-1759)
marcó el abandono de la ambición dinástica en favor de una política de paz en el exterior y de
atrincheramiento interior. El fin del período del «asiento» inglés en 1748 seguido de un tratado de
límites con Portugal (1750), que estableció las fronteras entre los virreinatos de Perú y Brasil,
eliminó fuentes potenciales de fricciones internacionales. Sin embargo, sólo con la llegada de
Carlos III (1759-1788) dispuso España, por fin, de un monarca comprometido activamente con un
completo programa de reformas. Aunque la renovación por parte de Carlos 111 del Pacto de
Familia en 1761 supuso para España una derrota en las últimas etapas de la Guerra de los Siete
Años, el resto de su reinado estuvo marcado por un notable aumento de la prosperidad, tanto en
la península como en las colonias, y durante una breve época España volvió a ser considerada una
potencia europea. Aunque las ambiciones y la personalidad de los monarcas borbónicos influyó sin
duda en las directrices de la política, era, sin embargo, la élite ministerial la que introdujo lo
equivalente a una revolución administrativa.

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