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29 MARZO, 2015

POR: DAVID K. LEVINE

La Ilusión Keynesiana

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En esta entrada brindamos a


nuestros lectores la traducción de
una nota publicada por David
Levine en su blog titulada la La
Ilusion Keynesiana así como la
reacción de Brad DeLong a la misma
en su blog, aquí y la posterior
respuesta de David Levine. Este
debate está en el centro de muchas
discusiones de política económica en
Argentina y nos parece relevante
ofrecérselo en español a nuestros
lectores.

La Ilusión Keynesiana

1. Introducción

La filosofía del keynesianismo posee


un intenso atractivo. La cura para una economía enferma y en crisis es que el gobierno gaste más
dinero, sin razón alguna para preocuparse por cómo lo pagará. Dicho así, la medicina keynesiana
no sólo cura nuestros males sino que incluso sabe bien. La austeridad es un terrible error. La Gran
Recesión podría haberse evitado si sólo el gobierno hubiese gastado más. Habría sido
infinitamente peor de no ser por el estímulo que efectivamente tuvo lugar. Esta idea es repetida
por personas cuyas opiniones respeto: el jurista Richard Posner, el bloggero Kevin Drum – y
muchos otros. Y todos sabemos que la teoría subyacente es aquella de John Maynard Keynes.

Permítanme brindar la explicación de la teoría keynesiana de Richard Posner, publicada en su


artículo de la Nueva República en el que relata cómo se convirtió en un keynesiano.

Los ingresos que se gastan en consumo, en contraste con los ingresos que se ahorran, se convierten
en ingresos para el vendedor del bien de consumo. Cuando compro una botella de vino, el costo
para mí equivale al ingreso para el vendedor, y lo que él a su vez gasta de ese ingreso será el
ingreso de otra persona, y así sucesivamente. Así que la inversión activa que produjo el ingreso con
el que me he comprado el vino habrá tenido una reacción en cadena, lo que Keynes llama un efecto
‘multiplicador’. Para Keynes, en otras palabras, es el consumo y no la frugalidad lo que promueve
el crecimiento económico.
De aquí la conclusión de que el
gobierno debe estimular la demanda
en tiempos de crisis, ya que cada dólar
que gasta aumentará la actividad
económica no por un dólar, sino por
un dólar multiplicado por el
correspondiente multiplicador, de
manera que el gasto, en efecto, se
paga por sí mismo.

Hay dos partes en este razonamiento:


la historia del multiplicador y la
conclusión sobre el gasto público. El
primero parece ser una cuestión de
sentido común: todos sabemos que si
una ciudad construye un enorme
estadio deportivo los vendedores de
hamburguesas locales se beneficiarán
por el aumento de las ventas y a su vez
van a comprar más de otros bienes o
servicios, tales como cortes de pelo y
tatuajes, beneficiando a los
peluqueros y a los tatuadores. Esto
parece sustentar la primera parte de la
historia. El apoyo a la segunda parte – y la evidencia dominante dentro de la profesión económica
por décadas – fue la Gran Depresión y, sobre todo, el final de la Gran Depresión. Hoy resulta difícil
llegar a comprender lo terrible que fue la Gran Depresión – cuán alto fue el número de personas
de clase media próspera que se vieron reducidos a mendigos que apenas podían alimentar a sus
familias. Hablamos como si la “Gran Recesión” de alguna manera fuera comparable – pero no se le
acerca, ni siquiera en los Estados Unidos. ¿Y cómo fue que la Gran Depresión llegó a su fin? Con la
Segunda Guerra Mundial – justamente como Keynes parecía recomendar: con un gobierno
dedicado al gasto masivo financiado con préstamos y emisión de dinero – y voila – la Gran
Depresión se convirtió en la gran prosperidad.

El tema es que la receta keynesiana – gastar mucho y no preocuparse por las facturas que vendrán
– suena un poco demasiado buena para ser realidad, casi como una máquina de movimiento
perpetuo. En este punto, quiero hacer referencia a un dibujo de MC Escher que ilustra un canal
con agua que fluye hacia abajo y alrededor de varias esquinas hasta que llega a una cascada que
activa una noria, entonces fluye alrededor del canal de descenso de vuelta hasta la cima.

M.C. Escher

Este es un ejemplo de una máquina de movimiento perpetuo, que – obviamente – sabemos que es
imposible. ¿Cómo lo sabemos? Si medimos cuidadosamente los ángulos y hacemos los cálculos
correspondientes, descubriremos – por supuesto – que el agua fluye cuesta arriba. Y podríamos
preguntarnos si la razón por la que Keynes es tan popular entre aquellos que no se dedican a las
matemáticas es porque no pueden medir los ángulos con cuidado. Deberíamos someter las ideas,
un tanto vagas, de Keynes a mediciones más estrictas.

Otra cosa que podríamos hacer con el diagrama de Escher es tratar de construir la máquina – en
cuyo caso vamos a descubrir que es imposible. En lo que refiere a la teoría de Keynes, ya vamos a
llegar a eso también.

2. La teoría de Keynes, en la medida en que haya una

Quiero someter la historia de Keynes bajo cierto escrutinio, poder medir los ángulos con
detenimiento. Podría hacer esto utilizando complicados cálculos – y si quisiera ser absolutamente
realista haría exactamente eso – pero es su razonamiento lo que busco descifrar y puedo medirlo
con un simple ejemplo que es preciso, pero evita cualquier cálculo matemático, es la precisión lo
que importa.

Pensemos aquí en una economía completa, poblada por personas reales que producen y
consumen cosas. Nombremos a cuatro de ellos: un vendedor de celulares, un vendedor de
hamburguesas (o hamburguesero), un peluquero y un tatuador. Digamos que el hamburguesero
sólo quiere un celular, el peluquero sólo quiere una hamburguesa, el tatuador sólo quiere un corte
de pelo y el fabricante de teléfonos sólo quiere un tatuaje – formando, en efecto, un círculo.
Vamos a suponer que cada uno puede producir un celular, una hamburguesa, un corte de pelo o
un tatuaje y que cada uno valora la unidad de lo que quieren comprar más que la unidad de lo que
pueden vender. Es decir, el peluquero felizmente haría un corte de pelo si puede conseguir una
hamburguesa a cambio y así sucesivamente. Lo que sucede es lo suficientemente claro: el chico
del celular fabrica uno, lo intercambia al tatuador por un tatuaje, quien le da el celular al
peluquero a cambio de un corte de pelo, quien luego lo intercambia al hamburguesero por una
hamburguesa. Todos están empleados, todos consiguen lo que quieren y todos son felices.

Ahora, supongamos que el vendedor de celulares de repente decide que no le gustan los tatuajes
lo suficiente como para molestarse en construir un equipo. El círculo se rompe y se desata una
catástrofe total. Todo el mundo está desempleado. La demanda es insuficiente. No hay suficiente
nivel de consumo – ninguno, de hecho. Nótese cómo funciona esta situación: una persona, el
estúpido chico de los celulares que está causando el problema por no querer comprar un
tatuaje, es “voluntariamente desempleado” – él es perezoso y no quiere trabajar. Los otros tres
son “desempleados involuntarios”, todos están dispuestos a trabajar a cambio de una paga. El
hamburguesero está dispuesto a preparar hamburguesas si es que así puede conseguir un celular,
el peluquero cortaría el pelo para conseguir una hamburguesa y el tatuador haría un tatuaje si
pudiese conseguir un corte de pelo y, sin embargo, todos están desempleados.

Pasemos ahora al multiplicador. Supongamos que, en lugar de construir un estadio deportivo, el


gobierno le da un celular al vendedor de celulares, quien al no darle uso alguno para sí mismo, lo
venderá a cambio de un tatuaje. El tatuador utilizará los fondos para comprar un corte de pelo, y
así sucesivamente hasta recorrer todo el círculo. Pleno empleo. Sólo colóquese un teléfono y se
consigue un corte de pelo, un tatuaje y una hamburguesa. Ese es el multiplicador, que es justo lo
que observamos cuando el gobierno construye un estadio deportivo. Nada misterioso aquí.
Pero… esto es lo que un economista llamaría teoría del equilibrio competitivo estándar – lo que
significa que nada es gratis, y en verdad es mejor preguntar: ¿cómo consiguió el gobierno el
celular que le dió al vendedor? Esto nos recuerda a un viejo chiste de economistas:

Un físico, un químico y economista están varados en una isla, sin nada que comer. Una lata de
sopa asoma en una orilla. El físico dice: “Abramos la lata golpeándola con una piedra ” El químico
dice: “Prendamos una fogata y calentemos la lata primero.” El economista dice: “Supongamos que
tenemos un abrelatas …”.

¿Es la base del keynesianismo el asumir que el gobierno tiene un teléfono para regalar? Bueno, tal
vez no. Tal vez el gobierno debería seguir el consejo de Keynes e imprimir algo de dinero y dárselo
al chico de los celulares. Entonces el chico de los celulares puede comprar un tatuaje, y el tatuador
se puede comprar un corte de pelo y el peluquero se puede comprar una hamburguesa, y el
hamburguesero – ooops … él no puede comprar un celular, porque no hay ninguno. Hay dos
posibilidades. Una es que el hamburguesero se dé cuenta de que no debe vender la hamburguesa
porque no puede comprar lo que quiere con el ingreso de la venta y volvemos al punto donde
empezamos, con todo el mundo desocupado. O tal vez no se da cuenta de eso y termina cargando
con el muerto. Hay un nombre para ese tipo de esquema: se llama un esquema Ponzi y a veces
funciona, las personas cometen errores, y a veces no. Decir que nuestro plan es que el
hamburguesero se comporte como un tonto y esté dispuesto a cargar con el muerto, dejaría
entrever una política económica bastante precaria.

Hay algo más que podemos intentar: podríamos obligar al chico de los celulares a construir el
teléfono entonces bien podría venderlo y conseguir el tatuaje, y el mundo estaría bien – para
todos menos para el chico de los celulares que se ve obligado a construir un equipo que prefiere
no construir. Ahora, en cierto sentido eso podría valer la pena, después de todo ayudamos a tres
personas – el tatuador, el peluquero, y el hamburguesero – a expensas de uno, el chico de los
celulares. Pero entonces, minimamente, no pretendamos que algo es gratis – seamos honestos y
admitamos que estamos perjudicando al chico de los celulares para ayudar a todos los demás.
Esto no parece ser de lo que Keynes o los keynesianos están hablando – aun cuando obligar a la
gente a trabajar contra su voluntad suena como una política económica verdaderamente
maravillosa…

Volviendo al ejemplo de la Segunda Guerra Mundial, lo descrito anteriormente es exactamente lo


que hizo el gobierno: no sólo gastó enormes cantidades de dinero que pidió prestado o emitió,
sino que también alistó forzosamente soldados en el ejército y obligó a muchas empresas a
producir y hacer cosas que realmente preferirían no haber hecho. Y, ciertamente, mientras que la
actividad económica puede haber remontado ampliamente durante y después de la guerra – es
dudoso que los conscriptos que murieron en la guerra se beneficiaran mucho de esto. Así que la
gran prueba para el keynesianismo se desvanece cuando la escudriñamos un poco más de cerca, y
lo sucedido parece concordar bastante bien con la muy simple y muy clásica teoría económica.

Vamos a hablar un poco más sobre cómo el gobierno podría obtener un celular – nuestro ejemplo
perfecto de anti-austeridad en este momento es Grecia. ¿Y si Alemania le da un celular a Grecia?
Eso sería genial – si el chico de los celulares consigue uno, estamos de vuelta en pleno empleo,
gracias al multiplicador y todo eso… Pero: ¿qué pasaría si Alemania se encontrase en la misma
situación que Grecia, con excepción de que a su chico de los celulares le gusta fabricarlos? Si le
sacamos el teléfono al chico de los celulares alemán entonces Alemania se derrumba en el
desempleo, ya que el multiplicador funciona igual de bien cuando se aplica de manera inversa. Lo
mismo sucede con los estadios deportivos: es genial para los negocios cercanos, pero el dinero de
esas nuevas operaciones comerciales proviene de algún lugar, provocando que todos los negocios
que solían contar con esos ingresos se vean ahora perjudicados. En nuestro ejemplo todo se
compensa – podemos tener empleo en Alemania o en Grecia, pero no en ambos – y ya que es el
chico alemán quien está dispuesto a construir el celular no es muy complicado deducir qué es lo
que va a suceder.

Pero Keynes (y Posner) están muy preocupados por la inversión y el ahorro. ¿Y qué si la razón por
la cual el chico de los celulares dejó de producir los teléfonos y de comprar tatuajes fue porque
quería utilizar su tiempo en crear la “próxima gran cosa” que conducirá a la paz y la prosperidad
del mundo dentro de unos años? Podríamos solucionar el problema del desempleo obligandolo a
producir teléfonos pero luego, por supuesto, la “próxima gran cosa” nunca sucederá. No hay
inversión ni I+D sin ahorros – por lo que se debe tener cuidado con la teoría que sostiene que el
camino a un mayor crecimiento es un menor ahorro.

Así que ahí lo tienen: si tomamos la teoría de Keynes y medimos los ángulos meticulosamente
descubrimos que no se puede hacer una máquina de movimiento perpetuo.

3. ¿Se puede construir una?

Eso es todo teoría, y estoy seguro de que usted es una persona más práctica. A diferencia de
Keynes, puedo producir una teoría precisa que explica los hechos vinculados a la construcción de
estadios deportivos, multiplicadores y la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ¿es posible que
mi teoría sea errónea y que realmente se pueda construir máquinas de movimiento perpetuo?
Bueno, se ha intentado… Cito a Richard Nixon, quien en respuesta a la recesión iniciada en 1969
pronunció, en 1971, “Ahora soy un keynesiano en materia económica”. Como consecuencia, la
economía de Estados Unidos cayó en una década de “estanflación”, con alto desempleo y alta
inflación, algo que la teoría keynesiana no podía explicar (se supone que la inflación cura el
desempleo), y algo que los economistas keynesianos pasaron incontables horas y publicaciones
profesionales tratando de explicar, con tan poco éxito que, exceptuando a unos pocos
recalcitrantes, el resto de la profesión abandonó la teoría con razones suficientes. Tratamos de
construir la máquina de movimiento perpetuo, y no funcionó.

Para aquellos de ustedes que, sensatamente, están interesados en los hechos, tengan en cuenta
que el principio fundamental del keynesianismo es que la clave del crecimiento es evitar el ahorro.
El país que ha tenido el crecimiento más espectacular en la historia del mundo ha sido China
durante las últimas décadas. ¿Se sorprendería al saber que la tasa de ahorro en China durante
estas décadas ha sido de casi el 50% , probablemente también la más alta en la historia del
mundo?

4. M. C. Escher versus J. M. Keynes

La comparación entre Escher y Keynes no es especialmente justa para Escher, quien dibujó un
simple y elegante dispositivo no con la idea de que nadie trataría de construir uno, sino como una
ilusión inteligente. Por el contrario, la teoría de Keynes no es ni simple ni elegante – la Teoría
General es un tipo de dispositivo de Rube Goldberg con muchas ruedas giratorias, pequeños
puentes, pesos que suben y bajan mediante cuerdas y, si se examina cuidadosamente, muchas de
las partes no tienen ninguna conexión entre sí.

Dispositivo Rube Goldberg

Quienes tengan algún conocimiento de Keynes pueden objetar a mi discusión del multiplicador – a
pesar de que predice todos los hechos sobre los que Keynes habla – alegando que no es lo que
Keynes tenía en mente. En concreto, Keynes analiza la posibilidad de que, incluso si el chico de los
celulares está dispuesto a producir un teléfono, puede que no haya ninguna operación comercial
en absoluto, dado que el tatuador no está dispuesto a aceptar un celular como pago por un
tatuaje por temor a que el peluquero no vaya a aceptar el celular y así sucesivamente. Esta falla de
coordinación en la que nadie comercia porque se cree que nadie más lo hará tiene (obviamente)
diferentes implicaciones políticas más que las de un vendedor de celulares que no desea producir
un teléfono. Por desgracia, no está claro lo que el gobierno puede hacer al respecto: incluso si le
dan al chico de los celulares un celular gratuito o lo obligan a producir uno, esto no parece resolver
el problema.

Aquí está la cuestión: la posibilidad de una falla de coordinación básicamente no tiene nada que
ver con el multiplicador. Es cierto que si hay una operación comercial puramente bilateral (el chico
de los celulares quiere un tatuaje, y el tatuador quiere un teléfono) es poco probable que haya
inconvenientes, ya que ambas partes pueden reunirse y resolver el asunto. Pero tan pronto como
hay más de dos agentes necesarios para la operación, aumenta la posibilidad de una falla de
coordinación. Por otra parte, aunque Keynes habla de fallas de coordinación, no creo que sea un
concepto particularmente “keynesiano”. Por un lado, no forma parte de la mayoría de los
considerados “modelos keynesianos”. Por el otro, forma parte de prácticamente todos los
modelos modernos en los que hay dinero involucrado, a pesar de que solo unos pocos serían
considerados “keynesianos”. Sin duda, es cierto que si el dinero no tiene valor intrínseco y es
utilizado para el intercambio, existe la posibilidad de que el comercio se desmorone al no haber
confianza en el valor de la moneda. Pero: si ese es el caso, es poco probable que el gobierno
resuelva el problema mediante la impresión de más dinero que nadie quiere.

Keynes también se refiere al rol desempeñado por las expectativas en las fallas de coordinación –
el optimismo y el pesimismo. Por ejemplo: la gente pesimista no tiene expectativas respecto del
valor del dinero, por lo que no comercian resultando así en una profecía autocumplida. Por lo
tanto, existe la posibilidad de que el gobierno arregle la situación (si hay de hecho algo que
arreglar) convenciendo a la gente para que sea optimista. Eso sería maravilloso, pero
desafortunadamente la evidencia sugiere que no funciona. FDR dio grandes discursos
proclamando que “No hay nada que temer más que al miedo mismo”, levantando el espíritu de
muchos pero sin hacer nada por poner fin a la Gran Depresión. O tomemos la actual crisis en
Grecia: a partir de la elección del gobierno de Syrzia el optimismo, según lo medido por las
encuestas, se fue por las nubes. Si Keynes estaba en lo correcto esperaríamos que la actividad
económica crezca, que la gente recupere sus trabajos y comiencen a pagar sus impuestos, que el
mercado de valores griego despegue, y así sucesivamente. Nada podría estar más lejos de la
realidad: la actividad económica sigue anémica, la gente sigue desempleada, pocas personas
pagan impuestos y todos están tratando de sacar su dinero del país.

Teoría General de Keynes es un libro largo, y cualquier libro con muchas anécdotas e ideas está
obligado a estar en lo cierto en algunas ocasiones. Pero sea lo que sea, no es ni una teoría ni es
general y, ya sea como una guía para la investigación económica o para políticas prácticas, es
esencialmente inútil.

5. Conclusión

El punto es que Keynes es tan fascinante y tentador como el dibujo de Escher – y tiene la misma
escasez de sentido práctico. Los economistas han trabajado durante décadas tratando de darle
sentido a la teoría de Keynes y utilizarla para explicar los hechos relacionados a las depresiones,
recesiones, crisis, desempleo, etcétera. No podemos decir que este sea el caso de una profesión
conservadora que desestimó a Keynes y se negó a tomarlo en serio, o que la profesión económica
nunca le dio una oportunidad justa. Todo lo contrario: algunas de las mentes más brillantes de la
profesión, convencidas de la verdad absoluta de las ideas de Keynes, pasaron décadas tratando de
hacer que esas ideas funcionen. Ellos y nosotros hemos fallado.

Sé acerca de Keynes y del keynesianismo. Tengo la edad suficiente para haber recibido una
formación ortodoxa en teoría keynesiana, tanto siendo estudiante de grado como de postgrado.
Mi padre, un Doctor en Economía cuyo tutor de tésis fue el gran keynesiano ganador del Premio
Nobel James Tobin, se proclamaba a sí mismo keynesiano casi como si esto fuese un credo
religioso. En mi juventud mi padre y yo escribimos un trabajo empírico utilizando un modelo
keynesiano. Estudié con los keynesianos, tomé clases con Bob Solow, un keynesiano declarado, fui
asistente de investigación para Stan Fischer realizando trabajo empírico basado en un modelo
keynesiano. Uno de mis mentores fue Axel Leijonhufvud, cuya gran y famosa obra fue un libro
titulado Sobre la Economía keynesiana y la Economía de Keynes. En mi época de estudiante
teníamos que aprender la historia del pensamiento económico, he leído la Teoría General de
Keynes y algunas obras menores de Keynes e incluso obtuve una puntuación perfecta en un
examen. Participé (como testigo en su mayoría) en un largo debate entre Leijonhufvud y otro gran
keynesiano, Don Patinkin, sobre lo que Keynes quiso decir y lo que efectivamente dijo. El
conocimiento del keynesianismo y los modelos keynesianos es aún más profundo para los grandes
ganadores del Premio Nobel que fueron pioneros en la macroeconomía moderna – una
macroeconomía con personas que compran y venden cosas, que ahorran e invierten – Robert
Lucas, Edward Prescott, y Thomas Sargent, entre otros. Ellos también crecieron con la teoría
keynesiana como la ortodoxia, incluso más que yo. Y rechazamos al keynesianismo porque no
funciona, no debido a algún criterio estético de que la teoría no es lo suficientemente elegante.

La obra Keynes consta de divertidas anécdotas e historias engañosas. El keynesianismo, según


gente como Paul Krugman y Brad DeLong, es una teoría que no distingue entre gente racional o
irracional, una teoría de gráficos que en gran medida surgen del aire, una serie de predicciones
irremediablemente erróneas, junto con la vana esperanza de que pueden funcionar con solo
torcer las curvas de los gráficos en la dirección correcta. Hemos desarrollado teorías mucho
mejores, teorías que explican numerosos hechos, teorías que ofrecen una orientación razonable
para el diseño de políticas, teorías que funcionan razonablemente bien, teorías que no son una
ilusión. Las versiones actuales de estas teorías no se asemejan en nada a las teorías caricaturescas
sobre gente irremediablemente racional e idéntica entre sí. Las teorías actuales no son perfectas
pero, a diferencia de la teoría keynesiana de máquinas de movimiento perpetuo, explican muchas
cosas y tienen un gran componente de verdad en ellas. Un macroeconomista al leer a Krugman y
DeLong se siente como un médico a quien el cirujano general le dice que la manera de curar el
cáncer es usando sanguijuelas para extraer sangre.

Hay que tener cuidado con los políticos que dicen “nunca se nos advirtió”, cuando la verdad es
“hemos ignorado sus advertencias”, e igual cuidado con los economistas que sostienen promesas
vacías de máquinas de movimiento perpetuo. Y, cuando se trata de préstamos hechos por el
gobierno, recuerde que si bien en el largo plazo todos estaremos muertos, probablemente
nuestros hijos no lo estarán.

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