Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
I) EL CEPO
minutos sin dejarle tiempo para improvisar nada o hacer algo fuera de lo
acostumbrado. Es cierto, era él quien decidía como administrar su tiempo, pero
aquello se estaba trastocando. Ni un minuto más ni un minuto menos para
cada cosa. Un poco lo aliviaban los comentarios de sus compañeros de trabajo
respecto a la magnificencia del reloj. Él se detenía en explicarles
minuciosamente cada una de las características que poseía aquella maravilla
tecnológica.
Con el correr del tiempo las alabanzas cesaron, todo volvió a la
normalidad, los relojes como aquél se hicieron comunes, así como común,
pensaba, era el encepado humano generalizado. Discurría a veces en qué
significaba el libre albedrío. Tenía la libertad de no prestar atención al reloj,
pero medía las consecuencias sociales que ello le acarrearía. La cita con algún
contratista que requeriría de sus servicios, la llegada tarde al trabajo con la
consiguiente amonestación verbal de su jefe, y así suma y siga de cosas que
podían ocurrirle si iba contra las marcas alarmantes del tiempo signado. ¿Sería
de esa forma que estaba escrito el destino de cada persona? La rutina lo es tal
en la medida en que uno lo permita. Pero con la animosidad de cada uno, se
puede confabular la relevancia otorgada a un reloj al que se ha transformado
en regente del tiempo y se encuentra asido fuertemente a la muñeca de aquel
que le da la importancia que no debería tener.
Empezó a sentir desesperación, a cada instante miraba su muñeca,
orlada por aquel aparato que no era ni más ni menos que una computadora
que cabía en un puño pero que se ubicaba de manera que no se la podía tener
en un puño. Ello era así, a menos que su supuesto dueño, del que en realidad
el aparato se había adueñado, decidiera deshacerse del mismo. Todas estas
cosas, que parecen simples y no lo son, pasaban por la cabeza de aquel
hombre que tiempo atrás se pensara a si mismo viviendo en paz.
Comenzó a no quitarse el reloj ni para ir al baño. A toda hora aquella
endiablada máquina le marcaba los pasos a seguir, el tiempo de cada cosa que
hiciera, y le infundía el temor de no tenerla pues podía equivocarse en los
minutos o segundos y ello podría ser determinante de su vida. Ya no se
animaba a quitárselo para dormir.
4
III) LA DISCUSIÓN
Siempre que tenían un rato libre él y ella, ella y él, discutían de todo.
Algunos amigos que presenciaran parte de estas charlas opinaban que hasta la
muerte del cangrejo quedaba en tela de juicio en aquella pareja. Claro que
otros no dejaban de percibir que ambos se metían en profundidad en los temas
que surgían casi como de la nada.
es sencilla. ¿Por qué decís que nos condicionan y que no a la vez Humberto?
Puedo hacer acuerdo contigo en que el no condicionamiento final tiene que ver
con los recuerdos de lo observado, ¿va por ese lado lo tuyo?
los brazos y el pecho, pero no preguntó nada. Fue el primer silencio de sus
vidas juntos en que no debatieron lo que pensaban. Los dos tenían sensación
de miedo por lo que podría pasar con el otro, pero los motivos eran bien
diferentes. ¿Qué es lo que no me estás diciendo Maite?, le preguntó él. Ella no
contestó, pero la respuesta llegó con el correr de los días.
Uno de esos días, Maite escribió su nombre en la arena, tal cual los
niños en su afán de reafirmación. Quedaron tan artísticamente dibujadas que a
Humberto le llamó la atención. Esa noche, la agonía de Maite duró poco, como
pocas fueron las exequias porque así de antemano ella lo había pedido.
Humberto, a los pocos días fue a la playa a rememorarla y encontró el nombre
de ella en la arena, como si la mar y los vientos hubieran respetado su
memoria.
Cada día que pasaba Humberto se quedaba más rato en aquel lugar en
el que no acertaba a transitar nadie, no obstante la belleza que poseía. Lo
encontraron sin vida, sentado en su silla plegable y con todo dispuesto, como
hacían con Maite para pasar la tarde, unos pescadores de la zona.
IV) LA MALDICIÓN
La ceremonia era similar todos los días: levantarse, darse una ducha,
desayunar e irse a trabajar. Vivía del lado norte del balneario que, cortado por
la arteria vial que iba paralela a la costa del país, marcaba que su estatus no
era el mismo que el de aquellos que disfrutan de la playa a pocos metros de su
casa. Eso no le molestaba, tenía muy clara su condición de trabajador y la
sentía con orgullo.
Humberto, “en los accesos a la capital le saco la ventaja”. Pero todavía faltaban
unos cuantos kilómetros para llegar hasta allí.
Se sirvió una copita chica de vino, su copita de siempre, que era la única
cantidad de alcohol que se permitía. Apagó la radio. El final: uno a cero a favor
del rival y a pelear el repechaje desde el quinto lugar en la clasificación para el
mundial.
Esperate un poco, vamos a ver qué más dice, lo frenó molesto pues él
tampoco entendía. Te leo: “En teoría, los estados socialistas no deberían sufrir
de inflación, pues el estado controla todos los procesos económicos, pero la
importación y exportación alteran esta realidad”.
Calmáte Reynal, le dijo Ricardo, cosa que lo hizo enojar más aún. No me
gusta mi primer nombre, esgrimió Germán. Pará que no está tan mal che, fijáte
que a mí me gusta la pesca y el reinal del anzuelo es lo que lo une a la línea,
dijo Ricardo. Siempre la misma pavada Ricky, no puede ser…¡qué falta de
originalidad!... dijo Germán con el tonito de autosuficiencia que le molestaba
tanto. Bueno…no se peleen, están todo el día juntos y parecen perro y gato,
sostuvo Alfredo.
16
¡Ojo!, la crítica no va solo para vos, hay mucha gente que utiliza los
términos y no saben ni de qué están hablando intervino Alfredo. Hay una cosa
que es cierta, hasta a los científicos les pasa eso cuando se les tambalean los
paradigmas acotó Ricardo. ¿Los queeeeee?...preguntó Germán. Significa o
hace referencia, sentenció Ricardo, al cuerpo teórico de las ciencias
predominante en una época determinada. Por ejemplo, se está revisando la
Teoría de la Relatividad porque piensan que no está tan acertada en todos sus
términos, eso cambiaría un paradigma. El otro ni contestó y Alfredo se iba para
su lugar.
capitalista es imposible que exista el socialismo pues nadie puede estar aislado
17
que tampoco.
18
No soy ningún gurú del pensamiento, eso está claro, es más, no creo
que nadie pueda ni deba decirme qué pensar y que no. Simplemente pienso y
tomo conciencia que lo hago de vez en cuando. También me critico lo que
pienso, casi como una forma masoquista de negarme la posibilidad del acierto
antes de comprobar si efectivamente le estoy errando o no en lo que pienso. Es
muy difícil encarar la tarea de transmitir lo que se me ocurre sin herir
susceptibilidades, en principio las propias, y luego las ajenas.
He chocado muchas veces con docentes con los cuales hemos diferido
en la forma de ver las cosas. Me he preguntado si el rechazo que sentía era
producto de mi ego mal herido o era que no entendía lo que la persona me
estaba planteando. Algo de aquello que tiene que ver con el prefijo negativo “a”
de alumno, o aquel que necesita ser iluminado porque se supone que no sabe
nada. La anécdota de Sócrates y el esclavo, narrada innumerables veces como
ejemplo de aprendizaje y docencia se ve que no ha servido de nada a pesar de
tener más de 2500 años de antigüedad.
En este preciso instante fui a comer galletitas a las que unté con queso
crema. Mi gato me siguió hasta donde estaba, maullando por alimento. Le serví
ración en su pote y antes de dársela le exigí que se sentara diciéndole
“sentate”. Claro que el tipo no me entendía, por lo que, con la mano libre le
empujaba el lomo hacia atrás para que adoptara la posición que le exigía. El
tipo lo hizo, obvio que por el alimento, era su premio a la pirueta cumplida.
Pero ese no es el principal problema que hoy nos aqueja. ¿Para qué
sirve la literatura?, le escuché decir a un compañerito de facultad que rondaría
los veinte y tantos años de edad. Esa interrogante la pronunciaba a un
interlocutor de similar condición que le decía que sí como a los locos mientras
mensajeaba frenéticamente con su celular.
cuarenta nos olvidamos que tuvimos madre y padre, que fuimos niños, luego
adolescentes y que no somos impolutos a la hora de descargar culpas en el
primer chivo emisario que se presente. Y el primer chivo emisario son los
jóvenes, germen del pensamiento y del futuro.
padre introduce en aquel que aún no ha salido del vientre y que ya en ese
momento lo socializa.
VII) EL PALÓPELO
Flaco, esmirriado y debilucho, poco apto para los deportes, daba para un
prospecto de individuo dedicado al estudio. En realidad, hacía tiempo que
había decidido hacer carrera con la literatura. Se presentaba con sus cuentos a
cuanto concurso literario llegaba a su conocimiento.
Una tarde, en la mesita del té familiar, el tema fue impuesto por los
progenitores de Clarita. Gastón pretendió darle un amplio vuelo literario al amor
que sentía por ella. Ella por supuesto se emocionó, pero los futuros suegros,
sobre todo el padre, vocero del primigenio núcleo familiar, le espetó: ¡déjese
de joder m’hijo con tanto verso y vaya al altar con mi hija! El quiso poner la
excusa de que el salario era escaso y que necesitaba el impulso de ganar su
primer concurso literario y, una vez que lograra publicar su obra como mínimo
reconocimiento a su trabajo, formarían un hogar con Clarita. A ella se le
arrebolaron los ojitos, pero la madre le zumbaba al oído del padre y éste, como
tocado con un resorte en la columna vertebral se paró con su inmensidad
humana de ex deportista y le espetó que si no se portaba como un hombre
después de tantos años, lo transformaría en acordeón.
Pero quiso el destino que ese día y a esa hora en que muere la tarde él
renaciera. El hecho es que alguien golpeaba a su puerta con insistencia. Al
abrir vio al conocido cartero de la zona al cual siempre observaba pasar para
detenerse en los apartamentos a entregar correspondencia, menos en el suyo.
El rogaba que lo hiciera para recibir ese telegrama ansiado notificándole por un
logro obtenido en alguno de los innúmeros concursos en los que se
presentaba. Y ahora lo tenía en su puerta, no con un telegrama, sino con dos.
El corazón se le salía por la boca, los ojos parecía que iban a estallar en
sus cuencos y la melena se le erizó, tanto que el cartero estuvo a punto de salir
corriendo ante aquel loco que balbuceaba. Gastón lo detuvo con suaves
palabras, compostura que le llevó unos minutos recuperar. El cartero le hizo
24
firmar por cada uno de los dos telegramas y salió disparado ante la mirada de
aquel que le pareció totalmente insano. Las manos de Gastón temblaban y se
decidió a abrir la primera misiva. El telegrama le impelía a pagar la deuda
contraída por la compra de ese, su apartamento.
VIII)MENSAJES EN LA ARENA
Aquel trozo de playa era suyo casi todo el año, sobremanera en esos
meses de invierno en que el frío es crudo y no perdona más que con unos
pocos días de benévolo sol.
Nadie había en derredor, mirara para donde mirara, por lo que aquello
llamó poderosamente su atención. Era un mensaje escrito en la arena, con muy
bella letra, que denotaba una mano femenina, amén del texto en sí, pues
rezaba lo siguiente: SOY ARIADNA…¿Y TU?
Ella miraba desde las dunas, de una manera privilegiada, pues podía ver
sin ser vista. No pensó que aquella idea tonta de escribir su nombre en la
arena y preguntar por el nombre de algún ignoto, posible lector de su mensaje,
pudiera llamar la atención de alguien.
Pero allí estaba, con su sombrero aludo, con su barba y ese agreste
aspecto que tiene la gente que vive en los balnearios de la costa que los
denotan curtidos por los soles y los fríos, la mar y la luna reflejada en la mirada.
26
Claro que él estaba a una distancia en que algunas de esas cosas, como
los ojos, no podían ser apreciados, y otros, como el tono de piel y la hirsuta
barba, eran notorios.
Le asaltó el miedo a que las olas borraran lo que ambos habían escrito,
pero a continuación se tranquilizó, la bajante hacía que no llegaran hasta allí.
No quería ser vista por lo cual esperó a que aquel que respondiera su misiva se
retirara. Luego de un rato el hombre desapareció en las dunas. Esperó, miró en
derredor y no vio a nadie. Decidió que dentro de un rato se acercaría para ver
cuál era la respuesta.
Ya está, acá es la duna más alta de todas, me puedo tirar con la tabla,
¡qué bueno!, pensó aquel niño. El problema era que, junto con la diversión, su
madre le había encargado vender pasteles que llevaba en una canasta de
mimbre y refrescos en una conservadora. Creía que no era buena idea vender
en la playa en esa época en que hacía poco que los fríos de junio y julio
comenzaban a ceder.
En eso estaba el niño- que rondaba los ocho años-, cuando se detuvo
por algo que lo extrañó: en una duna bastante más baja estaba acostada boca
abajo una hermosa mujer que en apariencia atisbaba hacia la orilla del agua
donde había un hombre dibujando con una rama en la arena.
Pensó que serían amigos y por eso ella lo observaba. Luego intuyó que
no era así, pues ante la mirada del hombre desplegada por la playa, ella se
escondía.
De veras que has sido oportuno, tengo hambre, dijo ella. Dime, le
preguntó al chico, ¿has visto a alguien más por aquí? Él dudó un instante en
contestar pues no sabía bien lo que ocurría. Optó por la negativa, ante lo cual a
ella se le dibujó en el rostro la decepción. ¿Usted busca a alguien señora?,
porque conozco a casi todo el mundo acá en la zona. La mujer contestó que
no, pensando en lo difícil que sería dar referencias de aquel hombre observado
a lo lejos.
Este contestó que solo le había vendido pasteles, pero no sabía quién
era, pues no era de la zona. Yo soy de la zona y sin embargo es la primera vez
que te veo, le dijo el hombre. Tiene razón, dijo el chico, capaz que usted trabaja
en la capital, yo siempre ando por aquí y voy a la escuela de mañana.
Señor, ¿quiere una latita de refresco bien fría? En ese momento, el chico
vio como llegaba a la playa un grupo grande de gente, en lo que parecía ser
una excursión. Tal vez su suerte cambiaría y pudiera vender pasteles y bebidas
y luego dedicarse a disfrutar de la duna grande con su tabla.
Hasta ahí todo bien, es una situación común que se da desde entrado el
siglo pasado y lo que va de este nuevo milenio que transitamos. El problema es
que cuando comenzamos a contarle nuestras cuitas al analista estamos
realizando una descarga emocional, y ahí surge la pregunta: ¿no le ha ocurrido
a usted, amiga o amigo, a quien llego con estas palabras, que le den ganas de
una descarga también biológica en medio de la sesión de terapia? No me
refiero a sexo explícito, sino simplemente ganas de ir al baño.
hablando del tiempo en lugar de hablar de ti? Y aquello era como un mazazo a
nuestros delirios persecutorios. Más bien los potenciaba mientras nos
acurrucábamos en la cómoda poltrona para olvidar que teníamos que echar
una mirada al dulce wáter closet y lisa y llanamente orinar.
Ahora que lo pienso, esto que digo se parece a una técnica de marketing
muy útil: saber cerrar el pico. Es como si nos enteráramos que nuestro analista
anda repartiendo nuestras confesiones a diestra y siniestra. Para empezar se le
acabaría el negocio. Sobre todo porque lo hacen sin distinción de sexo. Digo
porque hay terapeutas que últimamente andan publicando sus sesiones -
porque las cesiones no las publican- cosa que me parece de muy mal gusto.
Ya sé que son éxitos editoriales, lo cual me lleva a preguntarme hasta donde
nos regodeamos con las confesiones ajenas. Es como el morbo del morbo de
las sangrientas películas llamadas de acción. Uno ve correr sangre y tripas por
doquier de los enemigos del muchacho del film. Bueno, parece que vende
mucho la confesión publicada, tal vez por eso los curas ya no tienen casi
clientela.
tipo/a, con razón le hacía falta una terapia, pensamos con ácida y crítica
mentalidad. No acepto la banalización de la terapia
confesionaria/interpretadora. Sino fíjese que lo único que queda son los dos
extremos: o confesamos todo a todo el mundo sin medida ni prurito, lo cual
debe ser horrible, o lisa y llanamente reprimimos en demasía y quedamos
como carburador atorado de nafta y no sabemos para donde arrancar.
El otro día, sin ir más lejos, una persona que rondaría los veinte y tantos,
hablaba en el ómnibus por el celular a grito pelado. Todos los contertulios del
bus nos enterábamos qué ocurría entre él y el amigo, y así durante todo el
viaje. Pues el señorito cortó la comunicación recién casi finalizado el trayecto
del bus cuando iba a descender y todos nos hicimos eco del comentario de un
pasajero: ¡recién ahora cortás! O sino este otro caso del cual también fui
partícipe: una señora hablando sin ningún tipo de freno con alguien que parecía
ser su marido. ¡Pero yo te dije que Anabela no sabe nada...! Así comenzaba el
monólogo, porque al tipo no le dejaba pasar ni un reclame. ¡La que sabe es
Florencia porque ...bla, bla, bla! Y me salió del alma: ¡está brava Florencia!, y
todo el bus largó la risa. Recién ahí la señora se dignó bajar el tono y cortar la
comunicación.
Una vez fui al baño del consultorio, que siempre me maravillaba por la
prolijidad, y apreté el jabón con tal fuerza que voló por los aires y le rompí el
espejo. No solo eso sino que en su trayecto, la ominosa barra de jabón le pegó
a un vasito con dos cepillos de dientes y un pomo de pasta que volaron por los
aires. No se me ocurrió mejor solución que agarrar papel higiénico y
humedecerlo bajo la canilla de agua para intentar limpiar. Pero claro, el vidrio
del botiquín de baño estaba todo astillado y al pasar mi remedo húmedo por su
superficie, volaron los trozos de vidrio. No sabía cómo arreglar aquello, menos
aun cuando al levantarme por querer recoger el jabón, los cepillos y la pasta,
con soberano golpe en la puerta del botiquín, la saqué de lugar, cayendo ésta
con sonoro estruendo al piso. Cuando de pronto escuché la voz del terapeuta
del otro lado de la puerta que preguntaba si estaba todo bien. No tuve más
remedio que abrir y con toda honestidad decirle que llamaría a un carpintero
33
Una mirada
que miraba
solo su mirada
caída con el lavabo, el cual arrastré. Se hizo añicos y lo peor de todo es que
con el filo de navaja me cortó la pierna y los zapatos nuevos. El reguero de
sangre no se hizo esperar y por fracción de segundos me acordé de Hitchcock
y el suspenso sobre qué diría el terapeuta. ¡Pero no te puedo dejar venir al
baño solo!, fueron sus primeras palabras. Allá salió una vez más cargando
conmigo pero esta vez directo al hospital a que me atendieran la herida. Solo
atiné a decir muerto de miedo y vergüenza: me resbalé con algo que había en
el piso.
Averiguamos que no era un corte grave, lo que más lamentaba eran mis
zapatos y el estado en que le dejé el baño. Me interné en casa unos cuantos
días, avergonzado, y no fui a un par de sesiones.
Un buen día recibo una llamada, era el terapeuta averiguando porqué no iba.
Ah, eso me reconfortó
37
X)LAS MIRADAS
Puede que fueran incompatibles como pareja pero él la amaba pese a
ello, con ello o sin ello. Se habían conocido charlando por programas de chat,
como tantos cibernautas inexpertos, pues dicen que quien sabe del tema cede
de Helena en todo lo que hacía en su vida. En cambio, Ricardo era más volátil,
gustaban.
buena parte del país. Podría decirse que ella era inconsecuente en los afectos,
para almorzar en una estación de nafta en medio de la ruta, pero que salía de
lo común en la soledad del camino por tener a los lados una construcción
Mientras Ricardo estiraba las piernas caminando por allí, Helena quedó
Decidió recorrerla con calma y ver si alguien le daba indicios de qué era
aquello.
Atravesó un jardín amplio, al final del cual, dos hombres que departían,
expresión de sus rostros. Hola estimado amigo, dijo el más alto, soy Gervasio...
¿cómo te llamas tu?, al tiempo que le tendía la mano para saludarlo. Ricardo
aquel hombre le provocaba. Mucho gusto, soy Ricardo, dijo al tiempo que el
otro individuo le tendía también su mano. Hola soy Ademar, dijo el otro,
cerrarle el flanco del camino entre los árboles. ¿Cómo están ustedes?, -dijo
buen grado.
tomar algo?, imagino por lo que nos cuentas, le dijo Ademar, que te apetece
sobrevenido ante las caras sonrientes de aquellos dos individuos. Quería abrir
como un perro hizo que sus pulmones le ayudaran a impeler gritos de furia. El
horizontalidad que tenía puesta una larga túnica y nada más que eso. Los
nervios hacían que transpirara copiosamente. En ese momento entró una mujer
con aspecto de nurse, cuestión declarada por su uniforme blanco y una cofia
con la cruz verde. Comenzó a hablarle suavemente para que se calmara, cosa
Igualmente Ricardo le increpó acerca de quién era, qué era ese lugar y qué
celda a aquellos dos fornidos tipos que le habían recibido cuando recorría el
lugar. Con el correr de los minutos se fue calmando pensando que de alguna
manera Helena debía saber lo que estaba ocurriendo. El deseo de estar con
ella hizo que se detuviera a pensar en seguirle el juego a esa gente que lo
tenía atrapado de tal manera. Los dos enormes sujetos, a una orden del
encontraba. Las raídas sandalias que llevaba en sus pies impedían que la dura
espacio en el que estaba sintió los rayos del sol que entraban por una pequeña
la celda, que tenía una ventanita con un grueso vidrio y rejas, una abertura
tiempo había pasado desde que cayera en la trampa de los carceleros pero la
sensación de hambre era profunda. Ello motivó que devorara el pan con
Al poco rato sintió una calma que no le parecía normal dada la situación
en que estaba. Esto le indujo a pensar que el agua contenía algo más. Creyó
41
que sería mejor solución ingerirlos solo de día para estar despierto durante la
noche apagaran las luces. Pensó entonces en fabricar una vela o una antorcha.
elemental dado que no tenía mucho para elegir. Pensó que quizás los residuos
Esa noche notó que la comida estaba compuesta por algunos vegetales
entre los cuales se notaba el exceso de aceite vegetal. La flauta de pan medía
encenderla?, se preguntaba.
hecho en su vida.
puerta y se puso a otear por ella. Percibió que venía la nurse por el pasillo
lo que le permitió darse cuenta que en los pasillos estaba un "Llavero" como les
dicen a quienes abren y cierran las celdas. Esperó paciente un buen rato a que
¿hay alguien ahí? Una voz le contestó: ¿qué quieres? Pidió cigarrillos a lo cual
el guardia solícito le entregó uno y una caja de cerillas de regalo. Aquella noche
tendría su antorcha. Lo que no tenía era lugar aparente donde esconder sus
secretos.
Se puso como loco a recorrer su celda tocando las piedras con las
manos. Hubo algo que llamó su atención y era que una de ellas a ras del suelo
parecía no tener unión de cemento con las otras. Con la cuchara que debía
usar para comer logró moverla y esconder allí aquello que le preocupaba que
parados a ambos lados de la puerta abierta por lo que no podía hacer nada.
hasta la noche.
Pensó que ello se debía a que le estaban administrando quien sabe qué
sustancias en los alimentos. Recordó aquella piedra que había logrado remover
de los cimientos. Se dirigió a ella para buscar lo que allí había escondido.
húmeda pared contando ese día como el primero. Pensó en hacerlo en aquel
cuaderno que le habían dejado, pero creyó que la manera elegida sería más
aquel agujero. Le ofreció unas migas de pan, porque a pesar del asco que le
circunstancias, aunque por su pequeño tamaño daba para suponer que podía
circular por allí sin que nadie lo molestara. Pero la intempestiva salida del
roedor le hizo querer saber qué había al otro lado. Acercándose notó una tenue
se metió entre la roca. Al poco rato reapareció pero esta vez con un rollo de
papel atado en el lomo. Se quedó quieto de manera que Ricardo pudo desatar
cual poder comunicarse y saber cual era la situación en aquel lugar, dado que
alguien que suponía en similares condiciones que las que el tenía. Meditando
todo ello estaba mientras escribía tan solo una presentación en un pequeño
trozo de papel. Y eso fue lo que le ató al lomo al ratoncito que salió disparado
Luego pensó que era lo mejor haber puesto en el papel tan solo un
“Hola”, pues no sabía si del otro lado estaban en su misma situación o era tan
solo una trampa pergeñada por quienes lo retenían allí contra su voluntad.
las mismas que él desde el otro lado. En ese momento, el transporte de los
mensajes volvía con uno en su lomo que decía lo siguiente: “¿Por qué estas
44
aquí? Soy Homero.” Le acercó unas migas de pan al ratoncito y decidió escribir
delicados que los que un hombre suele poseer. Se le ocurrió que aquello era
Así las cosas y los días iban pasando. Llegó un punto en que tuvo
conciencia de ello por las sucesivas rayitas trazadas en la dura pared. Cada
tanto debía soportar las rondas de la nurse y de Fagúndez secundados por los
guardia cárceles.
ratoncito que traía y llevaba los mensajes. Aquella noche tomó la decisión de
escribir un mensaje que desenmascarara a quién estaba del otro lado. Escribió
con desesperación: “Tú no eres Homero, eres la horrible nurse. Pero tus
mensajes me han mantenido vivo solo por la curiosidad que siento de verte.”
Al rato recibió una nueva esquela que decía: “En realidad soy Helena. También
Al leer esto, Ricardo sintió que se le agolpaban los recuerdos y era toda
personas, no sabía bien, habían entrado, algunas de ellas hablándole para que
todo allí había cambiado, que aquello ya no era el presidio para supuestos
todo había comenzado, solo pudo reconocer sus ojos. El encierro y las
ÍNDICE
I) El Cepo……………………………………………….2
III) La discusión…………………………………………7
IV) La maldición………………………………………..10
VII) El Palópelo…………………………………………..22
X) Las miradas………………………………………….37