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TÍTULO DE LA OBRA: CUENTOS SOBRE RUEDAS

GÉNERO: NARRATIVA (CUENTOS)

SEUDÓNIMO: FELIPE SALARA


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I) EL CEPO

La realidad era levantarse, darse una ducha, vestirse y ponerse aquel


reloj fantástico en su muñeca izquierda. Era un gusto que se había dado,
siempre le habían fascinado los relojes y éste particularmente. Desde que lo vio
en aquel negocio cercano a su trabajo, no había podido desprenderse de la
idea de poseerlo.

Malla de acero, sumergible, aunque él nunca se sumergiera más que en


la ducha y en las vacaciones, en la playa. Poseía pantalla con hora y fecha
digital, además del tiempo analógico. También alarma, cronómetro, horario de
ahorro de energía en verano y un sinfín de otros aditamentos.

Pero tenía, aquel soberbio representante de Cronos, una gran contra,


que percibió con la continuidad en el uso. Era que le decía qué podía hacer y
que no, a cada momento, sin que mediaran las metáforas y metonimias del
lenguaje humano. A modo de ejemplo, si quería tomarse un descanso en la
jornada, aquel aparato le indicaba que no podía pues estaba en horario de
trabajo. Es claro que esas cosas preexistían a aquella maravillosa adquisición,
pero no se las tomaba tan en serio como ahora que aquel aparato se lo
explicitaba.

La cuestión comenzó a tomar un color negativo cuando un sábado, en


que no tenía que ir al trabajo, aquel cancerbero de entre semana sonó igual y
lo despertó. Las ganas de estrellarlo contra la pared le sobrevinieron, pero no
podía destruir aquello que tanto esfuerzo le había costado conseguir, además
de ser una bella pieza de ingeniería y tener la cualidad de ser anti shock.

Pensaba que estaba teniendo ideas raras respecto a aquel dispositivo


que le marcaba el tiempo exacto para cada una de las cosas que debía hacer.
Pero también le indicaba el tiempo para las que quería hacer y en las cuales no
podía excederse más allá de lo estipulado y permitido. Esas ideas referían a la
libertad para realizar lo que deseaba en realidad.
Las cosas iban tomando un tono extraño respecto a su adorado reloj. Al
poco tiempo ya lo sentía como un gran cepo que pendía de su muñeca. Tal vez
fuera porque le recordaba, cada vez con más fuerza, el paso de las horas y los
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minutos sin dejarle tiempo para improvisar nada o hacer algo fuera de lo
acostumbrado. Es cierto, era él quien decidía como administrar su tiempo, pero
aquello se estaba trastocando. Ni un minuto más ni un minuto menos para
cada cosa. Un poco lo aliviaban los comentarios de sus compañeros de trabajo
respecto a la magnificencia del reloj. Él se detenía en explicarles
minuciosamente cada una de las características que poseía aquella maravilla
tecnológica.
Con el correr del tiempo las alabanzas cesaron, todo volvió a la
normalidad, los relojes como aquél se hicieron comunes, así como común,
pensaba, era el encepado humano generalizado. Discurría a veces en qué
significaba el libre albedrío. Tenía la libertad de no prestar atención al reloj,
pero medía las consecuencias sociales que ello le acarrearía. La cita con algún
contratista que requeriría de sus servicios, la llegada tarde al trabajo con la
consiguiente amonestación verbal de su jefe, y así suma y siga de cosas que
podían ocurrirle si iba contra las marcas alarmantes del tiempo signado. ¿Sería
de esa forma que estaba escrito el destino de cada persona? La rutina lo es tal
en la medida en que uno lo permita. Pero con la animosidad de cada uno, se
puede confabular la relevancia otorgada a un reloj al que se ha transformado
en regente del tiempo y se encuentra asido fuertemente a la muñeca de aquel
que le da la importancia que no debería tener.
Empezó a sentir desesperación, a cada instante miraba su muñeca,
orlada por aquel aparato que no era ni más ni menos que una computadora
que cabía en un puño pero que se ubicaba de manera que no se la podía tener
en un puño. Ello era así, a menos que su supuesto dueño, del que en realidad
el aparato se había adueñado, decidiera deshacerse del mismo. Todas estas
cosas, que parecen simples y no lo son, pasaban por la cabeza de aquel
hombre que tiempo atrás se pensara a si mismo viviendo en paz.
Comenzó a no quitarse el reloj ni para ir al baño. A toda hora aquella
endiablada máquina le marcaba los pasos a seguir, el tiempo de cada cosa que
hiciera, y le infundía el temor de no tenerla pues podía equivocarse en los
minutos o segundos y ello podría ser determinante de su vida. Ya no se
animaba a quitárselo para dormir.
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Con el transcurrir de los días comenzó a pensar que su existencia no


volvería a ser jamás como otrora y esos pensamientos lo perturbaban de
manera que llegó el momento en que pensó que perdería el autocontrol.
Un buen día, al despertar en la mañana, notó su muñeca, la izquierda,
muy hinchada. Intentó desprender el enganche de aquel brazalete del infierno.
La piel comenzó a cortarse y sangrar al hincharse su muñeca y sufrir la
sujeción. Los ayees de dolor por la herida, que se profundizaba más con el
correr de los minutos fueron audibles aun para los vecinos, dado que los
terrenos eran grandes y las casas distaban bastante unas de otras. Aquello
tomó dimensiones impensadas pues llegó a tener conciencia del momento en
que aquel reloj estalló. A partir de ahí perdió el conocimiento.
Cuando comenzó a despertar, entreabriendo los ojos se encontró con un
cúmulo de voces que no conocía. Al tener noción de sí, recordó el dolor
indecible que había sentido. Quiso contemplar aquel reloj que lo había
provocado y solo se encontró, tendido en aquella cama de hospital, con un
muñón, mero testimonio de todos los sufrimientos anteriores.
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II) CUENTO SOBRE RUEDAS


Se dirigió como siempre a la terminal de buses para tomar el que todos
los días lo acercaba a su hogar. Espero- pensaba- que el viaje sea tranquilo.
No era para menos, un vecino suyo había formado parte del sonado accidente
en el cual un reventón de cubierta había provocado unos meses de hospital a
varios pasajeros, entre los cuales se encontraba el gordo Eduardo. Pobre, lo
tengo que ir a visitar a la casa, meditaba mientras sacaba pasaje en la
ventanilla.
Ese día no consiguió asiento, así que le tocaban dos horas de viajar
parado. Aunque el bus era un directo, colectaba gente en algunas paradas
céntricas y otras no tanto. A poco se llenó al punto que aquello parecía un
camión de ganado.
Una chiquilina de dieciséis o diecisiete años, entorpecía el paso del
resto, parada al lado del chofer. Una muchacha le increpó la posición que
ocupaba. Quizás un poco desubicada la mujer en la forma en que se lo dijo, tal
vez pensando en que como era una gurisa, no le iba a responder. Pues la
respuesta no se hizo esperar: ¿que decís vos vieja pelotuda? Ahh, dijo la
muchacha, le arrancaría los auriculares, en referencia a los que la chiquilina
tenía encasquetados. ¿Qué es lo que me vas a arrancar pelotuda? Algunos del
bus comenzaron a reclamarle a la jovencita que tuviera más respeto. ¿Respeto
de qué si yo no me meto con nadie?, argumentó ésta a modo de defensa.
La multitud de pensamientos se le agolpó en la cabeza pues la situación,
si bien era un tanto violenta, las antipatías las tenía repartidas entre ambas
contendientes. Por qué no se podrá viajar tranquilo, se decía, a la vez que
recapacitaba que aquello era un muy pequeño lugar de convivencia móvil.
La convivencia no es fácil, se acordó que una novia una vez le dijo, pero
de todas maneras no son fáciles de digerir los conflictos en el bus. Pensaba
que no podía ser que se tomaran ambas mujeres a golpes de puño, pero la
más joven aparentaba estar dispuesta a todo. La otra refunfuñaba: Jaa, si yo
soy vieja ella no nació todavía. Iban y venían las increpaciones y la mayoría del
bus se estaba poniendo de parte de la mujer.
Al hombre se le ocurrió meter la cuchara porque sentía como que iban a
linchar a la gurisa. En realidad fue nada más que una sensación, pero le
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pareció tan grande la soledad de la chiquilina que decidió meterse. A fin de


cuentas, pensó, ¿dónde vamos a parar si reventamos a los jóvenes? Entendió
que ella tenía más problemas de los que aparentaba, por lo pronto, la
respuesta violenta y fuera de lugar no parecía responder a una cabecita en su
lugar. Che, botija…¿Por qué te ponés así?, le preguntó.
Lo único que faltaba era que un borracho destemplado desde el fondo
comenzara a insultar al chofer. Este levantó presión y paró el bus dispuesto a
encarar a quien profería las increpaciones: ¿cómo dijiste? Acto seguido,
abandonó su lugar y se dirigía a quién lo había ofendido. A esa altura varias
personas reaccionaron y alguien gritó: dejálo, no le des pelota que está
mamado, arrancá sino no llegamos más. Y dirigiéndose al borracho varios lo
frenaron: calláte la boca y dejá de molestar. Este refunfuñando metió violín en
bolsa.
Todo estaba volviendo a la normalidad, en el ínterin el hombre había
quedado expectante mirando a la gurisa esperando su respuesta. Esta,
bajando un poco las revoluciones, argumentó: no pasa nada señor. A él le
pareció que se le despuntaba una lágrima y no se equivocaba. ¡Guacha de
mierda!, dijo entre dientes la mujer, ahora viene a llorar, ¿por qué no lo pensó
antes? ¡ Señora!, gritó el hombre, ¿para qué sigue provocando?
A esa altura esa persona se dirigió a la puerta trasera para descender.
¡Menos mal!, exclamó el con alivio. Sintió que alguien lo pisaba con fuerza. Al
rato, sintió codazos en las costillas. Se dio media vuelta y se encontró con una
mujer que, en lugar de pedirle que se corriera, tomaba esas actitudes. Al rato
es increpado: Viejito, a ver si te corrés. ¿A dónde querés que me corra?,...¿no
ves que no hay espacio? Pero no ves que venís ocupando todo el pasillo, le
dijo ella. ¿Y vos no ves que es de mejor educación pedir las cosas en lugar de
pisotear a los demás?, ¿dónde aprendiste educación, en la Sorbona?, le dijo el
a ella. ¿Y eso qué es? , le dijo la mujer.
El la quedó mirando pensando que la ordinariez respondía a múltiples
factores y no precisamente porque la dama en cuestión no supiera qué cosa
era ese lugar. En fin-meditó-locos hay en todos lados pero no los tenía
registrados tan agresivos. La gurisa se bajó, la loca se bajó también y el siguió
hasta el destino que quedaba a una cuadra y media de su casa. Como se verá,
no resulta tan sencillo viajar en ómnibus.
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III) LA DISCUSIÓN

Siempre que tenían un rato libre él y ella, ella y él, discutían de todo.
Algunos amigos que presenciaran parte de estas charlas opinaban que hasta la
muerte del cangrejo quedaba en tela de juicio en aquella pareja. Claro que
otros no dejaban de percibir que ambos se metían en profundidad en los temas
que surgían casi como de la nada.

El sustrato a tantas horas de charla era el amor y la admiración que


sentían uno por el otro. En definitiva, cómo se puede amar a alguien sin
admirarla o admirarlo, hasta eso llegó a ser interdicto. Quizás el eje central del
cariño mutuo era ese poner en palabras y desmenuzar hasta los sentimientos
más recónditos, fueran cuales fueran.

Si él estaba callado ella le buscaba la lengua y no solamente con un


beso, además de hacerlo hablar. El no dejaba de hacer lo mismo cuando a ella
raramente le acometía la aparente insonoridad del silencio. Hasta los silencios
parecían una charla amena, de los cuales se desprendían buscando la
comunicación con el otro.

Gustaban de los inviernos frente a la estufa a leña. El fuego


ineludiblemente conduce a fijar la vista en él y a pensar en silencio, cosa esto
último que era imposible entre ellos. Maite, le espetó él, ¿decime qué ves?
Humberto, el fuego me lleva a la ventanita de los ojos, contestó ella.

Parecía todo tan ceremonioso que ambos se sorprendieron a un punto.


Tenían en sus mentes la misma respuesta, salvo que ella fue la primera en
ponerla en palabras a raíz de la pregunta que él le hiciera. Mirá vos, estaba
pensando lo mismo, por eso te lo pregunté, dijo Humberto. ¿Qué diferencia hay
entre tus ojos y la ventana que da al frente Maite? Ya sé que tu mirada tiene
tonalidad de verde claro, no me refiero a eso. Está claro que no, de eso me di
cuenta, aseguró ella.

Es la vieja discusión sobre la percepción de los sentidos, continuó el,


pero cómo nos condicionan y como no nos condicionan es una cuestión que no
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es sencilla. ¿Por qué decís que nos condicionan y que no a la vez Humberto?
Puedo hacer acuerdo contigo en que el no condicionamiento final tiene que ver
con los recuerdos de lo observado, ¿va por ese lado lo tuyo?

Caramba querida, parece que nos leemos los pensamientos


mutuamente, sí, claro que viene por ese lado. Para complementar lo que tú
dices me parece que el mirar no es tan simple como lo pintan, además de estar
entremezclado con todo lo que los demás sentidos proveen. De esa forma
vamos guardando recuerdos que se articulan y van generando un pensamiento
sobre el otro y nuevas teorizaciones acerca de lo percibido, o más bien, de las
maneras en que la percepción encastra y se arma con los conocimientos
preexistentes, aseguró Humberto. Si, dijo ella, además de los procesos
inconscientes está lo que pensamos acerca de la experiencia del ver, a lo que
se suma el recuerdo de lo visto. Todo ello pasa también por el aparato
conceptual que es como un cernidor que guarda determinados aspectos y otros
no, reflexionó ella. Pero Maite, dijo Humberto, el inconsciente es un cernidor
también. Es cierto, contestó ella, pero entre tanta teoría se nos está apagando
el fuego, voy a arrimar un par de troncos.

El fuego crepitó renovado ante las miradas de ambos. Las palabras se


aquietaron en su interior por un rato. Parecían meditar la siguiente etapa de sus
pensamientos. Ambos se percataban de que el invierno los estaba dejando
para dar lugar a los calorcitos y el reverdecer que provocaba la primavera.

Con el correr de los días la temperatura se fue afianzando y


sobrevinieron los paseos por la playa. Como antes el fuego, ahora la mar
concentraba sus miradas. Humberto llevaba un par de sillas plegables y Maite
algo de comer y el infaltable mate. Hacían campamento en la playa y el
intercambio sobre los puntos de vista, como siempre, no podía faltar.

En una de esas acampadas a la orilla del mar, en la soledad de aquel


entorno, Maite le manifestó a Humberto preocupación por el tema de la muerte,
algo sobre lo que nunca charlaban. Quiero saber que si me pasa algo, vos vas
a estar bien, le dijo ella. A él se le apretó el corazón y, al reponerse, le preguntó
qué pasaba como para manifestar eso. Esa vez ella no contestó y quedó con la
vista fija en el mar. Humberto sintió algo así como un dolor que le circulaba por
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los brazos y el pecho, pero no preguntó nada. Fue el primer silencio de sus
vidas juntos en que no debatieron lo que pensaban. Los dos tenían sensación
de miedo por lo que podría pasar con el otro, pero los motivos eran bien
diferentes. ¿Qué es lo que no me estás diciendo Maite?, le preguntó él. Ella no
contestó, pero la respuesta llegó con el correr de los días.

Una enfermedad, que los médicos en la capital declararon incurable, se


despertó en Maite. Siempre habían sido muy unidos con Humberto, pero en
aquellos momentos él desplegó muchas más atenciones que de ordinario.
Igualmente, como ella podía aun entonces tener independencia de
movimientos, se iban a la playa.

Uno de esos días, Maite escribió su nombre en la arena, tal cual los
niños en su afán de reafirmación. Quedaron tan artísticamente dibujadas que a
Humberto le llamó la atención. Esa noche, la agonía de Maite duró poco, como
pocas fueron las exequias porque así de antemano ella lo había pedido.
Humberto, a los pocos días fue a la playa a rememorarla y encontró el nombre
de ella en la arena, como si la mar y los vientos hubieran respetado su
memoria.

Cada día que pasaba Humberto se quedaba más rato en aquel lugar en
el que no acertaba a transitar nadie, no obstante la belleza que poseía. Lo
encontraron sin vida, sentado en su silla plegable y con todo dispuesto, como
hacían con Maite para pasar la tarde, unos pescadores de la zona.

Atestiguaron a las autoridades que habían buscado a alguien más


durante un buen rato, pues en la arena habían encontrado un nombre, Maite,
recientemente escrito con agua y arena, pero no habían hallado a nadie.
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IV) LA MALDICIÓN

La ceremonia era similar todos los días: levantarse, darse una ducha,
desayunar e irse a trabajar. Vivía del lado norte del balneario que, cortado por
la arteria vial que iba paralela a la costa del país, marcaba que su estatus no
era el mismo que el de aquellos que disfrutan de la playa a pocos metros de su
casa. Eso no le molestaba, tenía muy clara su condición de trabajador y la
sentía con orgullo.

Parte importante del rito mañanero era el camino que conducía a la


parada del ómnibus. Se podría pensar que la vida tranquila de balneario influía
en que los choferes de los buses interdepartamentales no fueran tan estrictos a
la hora de levantar el pasaje solamente en las paradas marcadas por los
distintos municipios. Algunos de ellos se hacían eco de esa vida tranquila.

Quiso la suerte que aquel día Humberto viera llegar el bus en el


horizonte del camino. Le hizo señas, pero el chofer se las devolvió indicándole
que no se detendría sino en la parada que estaba a un par de cuadras.
Humberto se desesperó haciéndole señas, pues perder el transporte a esa
hora implicaba llegar tarde al trabajo. Eso fue lo que ocurrió, con la consabida
sonatina de su superior, individuo que no entendía razones respecto a los
motivos por los cuales no había podido estar en hora.

En esos momentos maldecía al agente provocador- léase el chofer del


bus- de la incómoda situación de tener que soportar la retahíla de su jefe.
Amonestación que, según le fue indicado, en una próxima ocasión no quedaría
tan solo en lo verbal. Esto puso bastante nervioso a un Humberto ya bastante
molesto.

Luego de la jornada laboral se dirigió a su hogar. Un día como tantos era


aquel en el que tuvo que viajar, de vuelta a su casa, las dos horas en un bus
repleto -por consiguiente de pie-, lo que junto al episodio matutino, redoblaba el
mal humor y el cansancio. Pensó en que –quizás-, comprarse una moto para
viajar en ella y salvarse de todos estos episodios era una idea que redundaría
en su beneficio, por lo que la misma le retumbaba cada vez más en su cabeza.
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Los riesgos de dicho vehículo eran innumerables y el los conocía. Sobre


todo por saber que -en ruta como en ciudad-, los motociclistas no eran
respetados, siendo testimonio de ello los innumerables amigos y conocidos con
daño físico, a veces irreparable, a veces lisa y llanamente muertos, producto de
los accidentes de tránsito en motocicleta.

Ese día, lo único que lo incentivaba a sentir cierto contento era la


proximidad del cobro del salario, y la posibilidad de obtener un crédito para
comprarse la motocicleta que lo sacaría de las situaciones que vivía a raíz de
no tener en qué trasladarse a la capital.

Llegó a su casa cansado pero con ganas de averiguar en qué lugar le


convenía más comprar el vehículo. Al otro día sin más comenzó a recorrer
distintos concesionarios en el centro. Una vez ubicada la moto que le gustaba,
se dirigió al banco y obtuvo un crédito a descontar de sus ingresos. Y listo, fue
y se la compró; no cabía en sí del gozo de verla tan reluciente y recién
empadronada. El casco fue regalo de la casa, por lo que ya volvió a su casa
estrenándola.

Pero el ser humano es animal de costumbres, y como tal, Humberto se


levantó a la misma hora de siempre y con el mismo ritual, sin pensar en que
ahora tenía más tiempo para hacer lo que deseara antes de ir a trabajar. Quiso
la suerte que, al cruzarse en el camino con el bus acostumbrado, viera que
quien lo conducía era aquel chofer que lo había dejado a pie, provocando los
problemas con su jefe en aquella ocasión. Se sacó el casco y miró al
conductor, y en esa fracción de tiempo que lleva el cruzarse uno con otro,
desató-aunque sabía que no era escuchado- una larga lista de imprecaciones o
maldiciones mezcladas con el gozo de no depender ya más del transporte
interurbano. “Andate a la puta que te parió”, gritaba como desaforado. “Ojalá te
hagas mierda en la ruta”, le lanzó al chofer del bus y a los cuatro vientos.

Luego de esa descarga emocional, prosiguió el camino en su flamante


moto viendo aquel bus que se detenía en la parada para que subiera el pasaje.
Lo rebasó en su quietud momentánea, cosa que el bus hizo con él luego de
unos minutos, pues Humberto era un tipo precavido para manejar y la
prudencia le indicaba moderación en la velocidad. “No hay problema”, pensó
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Humberto, “en los accesos a la capital le saco la ventaja”. Pero todavía faltaban
unos cuantos kilómetros para llegar hasta allí.

Él iba viendo la proximidad entre ambos, cuando distinguió un gran


camión con zorra que se salía del carril opuesto y chocaba con impresionante
estruendo al ómnibus, contra el que a su vez, impactaba otro camión que lo
seguía y transportaba perfiles de hierro, chapas, así como a varios
trabajadores.

En esa fracción de segundo en que Humberto se aproximaba, volaba de


todo por los aires y algo cayó entre sus piernas encima del tanque de
combustible de su moto. Frenó como pudo, pues una cabeza humana
seccionada por las chapas lo miraba con ojos desorbitados delante de él en
aquella flamante motocicleta.

Alcanzó a recordar, en medio de aquel desastre la maldición que


lanzara, luego de lo cual, empapado en la sangre del decapitado, todo se nubló
para él en un desmayo sin fin.
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V) NACE UNA ESPERANZA

Escuchaba el partido y el locutor decía: nace una esperanza, la toma


Forlán, va para el Cacha, quedan quince minutos de partido, el juez aún no ha
pitado el final…etc. Estaba su paisito, de tres millones de habitantes, como
siempre remontando un resultado parcial adverso. Puteaba como el mejor cada
vez que oía que el equipo perdía una pelota en pies rivales.

Clasificar al mundial, que esperanza linda pensaba, porque además le


tocaban al futbol uruguayo cerca de diez millones de dólares por participar. Él
sabía que de ese dinero no tendría ni un peso al igual que la gran mayoría. Se
la llevan los de siempre y… araca corazón cállate un poco que no te aguanto
más el lamento, meditó acordándose de un tango.

Se sirvió una copita chica de vino, su copita de siempre, que era la única
cantidad de alcohol que se permitía. Apagó la radio. El final: uno a cero a favor
del rival y a pelear el repechaje desde el quinto lugar en la clasificación para el
mundial.

Ni hambre sentía por lo que decidió acostarse luego de ingerir la sangre


de los dioses. Al otro día, el despertador sonaba insistente a las cinco de la
mañana. Luego del consabido baño matutino, sobre todo para despertarse, se
vistió y se dirigió a la parada a tomar el ómnibus con no más que un café con
leche entre pecho y espalda.

Al llegar al trabajo recibió el saludo del Todólogo: ¿qué hacés vo? Él lo


había bautizado así, pues aunque no tenía ni tercero de liceo terminado,
opinaba de todo y con una seguridad tal, respaldando los disparates que decía,
que realmente daba miedo por lo profundo del abismo entre la realidad y aquel
creyente en su versación incólume en todo tema pensado o impensado.

Buen día, contestó mecánicamente y con el sueño encima, luego de las


dos horas de bus. Costaba acomodar el cuerpo después de tanto tiempo en un
cubículo chiquitito en el cual, si al vecino de adelante se le ocurría bajar el
respaldo, las rodillas quedaban hechas un salchichón. Para colmo, la
humanidad de quien había viajado junto a él, era inhóspitamente grande, lo
cual iba en desmedro del espacio vital.
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Su mente regresó al terreno laboral luego de rememorar el viaje. El


Todólogo estaba particularmente pesado ese día, hablaba hasta por las orejas
del partido y lo horrible que había jugado el equipo nacional. Menos mal que la
tranquilidad retornó por un ratito cuando su compañero de tareas fue a comprar
yerba para empezar su mate. Y era precisamente eso, su mate. Era imposible
tomar con él, preparaba la infusión con mucha menos yerba de la necesaria,
para ahorrar decía.

El pacto no hablado era que cada quien se compraba por su lado lo


necesario, sino la disputa sería mucho más que hablada. Pensaba: lo único
que le falta a este tipo es poner la yerba a secarse al sol para usarla de nuevo.

Cuando volvió su compañero, venía inmerso en un enredo de insultos.


¿Pero me podés decir que te pasa?, preguntó ante la mar de imprecaciones.
¡¿Qué me va a pasar?!, subió la yerba a ciento diecisiete pesos, contestó el
Todólogo. ¿Dónde se vio esto? El mate, bebida nacional, ahora es solo para
ricos. Pero escuchame, le contestó Ricardo, hace como un mes que está a ese
precio y va a subir mucho más. ¿No sabés que las plantaciones de yerba del
Brasil las sustituyeron por soja y eso subió el precio? Ah, claro tenés razón, fue
desde el partido anterior de Uruguay cuando ganamos, asintió el Todólogo. Y
claro, salame, como ganamos, en aquel momento no pensaste que subieron
todos los artículos de primera necesidad. ¡Hay inflación mijito, usá la cabeza!,
le increpó.

En un ataque extremo de humildad, y por primera vez en su vida, el


Todólogo dijo: yo no sé qué es la inflación. ¿Por qué pasa eso che? Ante la
confesión y la pregunta, se quedó un rato mudo y mirándolo a los ojos
pensando que le tomaba el pelo. Luego se avivó que él tampoco sabía bien por
qué ocurría el fenómeno económico con esa denominación tan vaga y del cual
los economistas más encumbrados del país de todas las épocas, no tomaban
el trabajo de explicarle a la población.

Pará, le dijo Ricardo, vamos a buscar en internet a ver qué información


hay. Mirá, acá dice esto en wikipedia: “La inflación, en economía, es el
incremento generalizado y sostenido de los precios de bienes y servicios con
relación a una moneda durante un período de tiempo determinado, asociado a
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una economía en la que exista la propiedad privada.” ¡Paaaah!, exclamó con


asombro el Todólogo, no entiendo nada…¿qué tiene que ver la suba de precios
con la propiedad privada?

Esperate un poco, vamos a ver qué más dice, lo frenó molesto pues él
tampoco entendía. Te leo: “En teoría, los estados socialistas no deberían sufrir
de inflación, pues el estado controla todos los procesos económicos, pero la
importación y exportación alteran esta realidad”.

¡Paaah!, continuó el otro con un asombro al que no lo tenía


acostumbrado, pero si ya no existen los estados socialistas, son unos
charlatanes estos de wikipedia, todavía no se enteraron de la caída de las
ideologías…¡jaaaa!. Pará, pará…¿de qué ideologías estás hablando?, le
preguntó Ricardo, intentando que le asistiera la calma. Pero Ricky…¿no sabés
que la Federación Rusa ya no existe más?, imprecó con aire de suficiencia. ¿Y
eso que tiene que ver?, interrogó más molesto aun por el tono doctoral del otro.
Estás entreverando todo animal, el mote de Todólogo que te puse te cabe al
milímetro, le espetó con rencor.

En ese momento cayó Alfredo, un compañero que, aunque trabajaba en


otro piso, siempre se arrimaba a saludar. En realidad lo hacían reír aquellos
dos locos que vivían discutiendo absolutamente de todo lo imaginable y lo
inimaginable también. ¡Siempre lo mismo ustedes dos!...buen día che, paren de
hablar y saluden. ¿Qué hacés Todólogo?... ¿qué hacés Ricky? ¿Vos también
te subís al carro diciéndome Todólogo?, lo desafió Germán. Ambos
interlocutores largaron la risa.

Calmáte Reynal, le dijo Ricardo, cosa que lo hizo enojar más aún. No me
gusta mi primer nombre, esgrimió Germán. Pará que no está tan mal che, fijáte
que a mí me gusta la pesca y el reinal del anzuelo es lo que lo une a la línea,
dijo Ricardo. Siempre la misma pavada Ricky, no puede ser…¡qué falta de
originalidad!... dijo Germán con el tonito de autosuficiencia que le molestaba
tanto. Bueno…no se peleen, están todo el día juntos y parecen perro y gato,
sostuvo Alfredo.
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Sí, pero pará, con el Todólogo a veces parecemos perro y gato


amigados, como en las fotos esas que les encantan a las mujeres. ¿Nunca te
pasó que una mina te mandara una foto de un perrito y un gatito abrazados?,
dijo Ricardo en claro tono de sarcasmo. ¡Son lindas esas fotos, vo!, ¡jaaaaaaa!,
terció el Todólogo. ¡Sí, igual que tu caída de las ideologías!...no sabés ni lo que
estás diciendo pero lo decís igual, le increpó Ricardo. ¡Pero andáaaa!, ¡te
calentás porque esa discusión te la gané como te gano siempre!, interpuso
Germán. ¿Ah, sí?, bueno, decime entonces qué ideologías son las que se
cayeron según vos, argumentó en tono de pregunta y aseveración al mismo
tiempo el aludido. ¡El socialismo real!, increpó Germán. ¿Ah, sí?, ¿eso quiere
decir que hay un socialismo irreal?, le preguntó Ricardo. ¡Andáaaa, pero dejáaa
Ricky, me estas tomando el pelo!... sostuvo como si su frase anterior hubiera
sido laudatoria e indiscutiblemente incontrastable.

¡Ojo!, la crítica no va solo para vos, hay mucha gente que utiliza los
términos y no saben ni de qué están hablando intervino Alfredo. Hay una cosa
que es cierta, hasta a los científicos les pasa eso cuando se les tambalean los
paradigmas acotó Ricardo. ¿Los queeeeee?...preguntó Germán. Significa o
hace referencia, sentenció Ricardo, al cuerpo teórico de las ciencias
predominante en una época determinada. Por ejemplo, se está revisando la
Teoría de la Relatividad porque piensan que no está tan acertada en todos sus
términos, eso cambiaría un paradigma. El otro ni contestó y Alfredo se iba para
su lugar.

De repente se le despertó la curiosidad a Germán y dijo: al final no


supimos que tiene que ver la inflación con la propiedad privada. Mirá, yo
humildemente, lo que entiendo es que si en el estado socialista se controlan
todos los procesos económicos como dice acá, la inflación que es un proceso
más también se controla. Por otro lado, si no existe propiedad privada, eso
hace que los procesos económicos se puedan controlar porque los bienes
están en manos de la sociedad. Lo que no entiendo es por qué los procesos no
se pueden controlar cuando existe propiedad privada, aseveró Ricardo.

Después de todo, continuó Ricardo, en un mundo mayoritariamente

capitalista es imposible que exista el socialismo pues nadie puede estar aislado
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y ahí es cuando la quedan con el asunto de la exportación y la importación.

Pah, Ricky, dijo el Todólogo, no entiendo un pomo.

No te preocupes, arguyó Ricardo, los ministros de economía me parece

que tampoco.
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VI) NO EXISTEN LOS GURÚS

No soy ningún gurú del pensamiento, eso está claro, es más, no creo
que nadie pueda ni deba decirme qué pensar y que no. Simplemente pienso y
tomo conciencia que lo hago de vez en cuando. También me critico lo que
pienso, casi como una forma masoquista de negarme la posibilidad del acierto
antes de comprobar si efectivamente le estoy errando o no en lo que pienso. Es
muy difícil encarar la tarea de transmitir lo que se me ocurre sin herir
susceptibilidades, en principio las propias, y luego las ajenas.

He chocado muchas veces con docentes con los cuales hemos diferido
en la forma de ver las cosas. Me he preguntado si el rechazo que sentía era
producto de mi ego mal herido o era que no entendía lo que la persona me
estaba planteando. Algo de aquello que tiene que ver con el prefijo negativo “a”
de alumno, o aquel que necesita ser iluminado porque se supone que no sabe
nada. La anécdota de Sócrates y el esclavo, narrada innumerables veces como
ejemplo de aprendizaje y docencia se ve que no ha servido de nada a pesar de
tener más de 2500 años de antigüedad.

Como se ve, la educación es un problema antiquísimo y las formas de


resolverlo a veces son muy retrógradas. Claro, el sabio griego se dirigía a un
esclavo, la esclavitud tiene la característica endógena de ser retrógrada como
institución. Además se exige sumisión a la autoridad en lugar de ganarse la
autoridad producto del conocimiento y el don de gentes. ¡Caramba, qué
coincidencia!

En este preciso instante fui a comer galletitas a las que unté con queso
crema. Mi gato me siguió hasta donde estaba, maullando por alimento. Le serví
ración en su pote y antes de dársela le exigí que se sentara diciéndole
“sentate”. Claro que el tipo no me entendía, por lo que, con la mano libre le
empujaba el lomo hacia atrás para que adoptara la posición que le exigía. El
tipo lo hizo, obvio que por el alimento, era su premio a la pirueta cumplida.

Termino preguntándome si no estaremos haciendo piruetas por


diferentes tipos de alimento, malabares exigidos por manos insondables. Digo
manos, sin conciencia de que tal vez no sean superiores intelectos los que nos
19

hacen realizar esos movimientos conductuales tan funcionales al sistema, sino


simplemente tipos/as entrenados/as y con la discrecionalidad del poder como
para obligarnos a ello.

Es cuestión de ver cómo se arman los grupos humanos, los minoritarios


que ostentan y detentan el poder, y los que armamos la mayoría, subsumidos
al mismo. Divide y reinarás era la vieja consigna aplicada, el tema es que todos
sin excepción la aplicamos. Hemos llegado a crear el grupúsculo del
grupúsculo del grupúsculo ad infinitum.

Pero ese no es el principal problema que hoy nos aqueja. ¿Para qué
sirve la literatura?, le escuché decir a un compañerito de facultad que rondaría
los veinte y tantos años de edad. Esa interrogante la pronunciaba a un
interlocutor de similar condición que le decía que sí como a los locos mientras
mensajeaba frenéticamente con su celular.

En tanto escribo esto, tomo de mi copa de vino y fumo de mi cigarrillo


añorando las épocas en que escribía a mano, con mi golpeada siniestra con
una regla de madera por la maestra, debido a que ella pensaba que ser zurdo
era un pecado de mala letra y no la preeminencia de un hemisferio cerebral. La
dictadura también lo pensó al igual que Pedro y otros tantos que traicionaron a
Jesús. Debe ser por eso que aparecen tantas iglesias diferentes con un órgano
en común: el diezmo, y los mercaderes del templo con templo y todo. Algo
parecido a la industria del entretenimiento, cuestión de no pensar, total para
qué vamos a usar las neuronas si lo que queremos es matar el tiempo.

En tren de asesinarlo, creo que lo estoy haciendo subliminalmente de


manera sublime. De alguna manera no podemos estar sin hablar de lo que nos
pasa. Si no lo hacemos, quedamos a merced de lo terrorífico de las imágenes
del noticiero de la noche que no deja de recalcarnos lo antisociales,
degenerados y asesinos que son los jóvenes. Este sí que es un tema de charla.

Y de paso, dale con bajar la edad de imputabilidad, al punto tal que un


candidato a presidente de la república sostiene que sus asesores le han
indicado que se puede saber a los cinco años de edad si en el futuro ese niño
será alcohólico, asesino o quién sabe qué. Claro, los de más de treinta o
20

cuarenta nos olvidamos que tuvimos madre y padre, que fuimos niños, luego
adolescentes y que no somos impolutos a la hora de descargar culpas en el
primer chivo emisario que se presente. Y el primer chivo emisario son los
jóvenes, germen del pensamiento y del futuro.

O sea, nos estamos matando a nosotros mismos. Hay un orden et supra,


que puede decir quien vive y quién no. No vamos a reavivar Auschwitz, parece
que en la cabeza de algunos Auschwitz nunca murió y Mengele fue un poroto
al lado de ellos. En estos días también se ocupan mucho los oportunistas de la
noticia de traer también información, pero en este caso solo con las imágenes
de los tanques israelíes, en la franja de Gaza. No hay imágenes de lo que los
tanques y los soldados de Sion hacen allí.

Claro, la matanza indiscriminada reflejada en imágenes daría para


pensar que no se acuerdan de lo que los nazis hicieron con ellos y ellos están
reproduciendo. Es como el hijo del padre castigador, repite con sus hijos lo
mismo que recibió de su progenitor. No necesariamente porque mi viejo me
haya molido a palos voy a hacer lo mismo con mis hijos, pero si no me trato
con un profesional en lo que a temas psíquicos se refiere, es muy probable que
repita la conducta.

Me dirán que no hay recetas universales, lo cual es cierto porque cada


ser humano es un invaluable universo en sí mismo, pero es como lo de las
brujas, que las hay las hay. Parece que es así, y va a seguir siéndolo si no
paramos la rueda que como noria nos impele a mantener los mismos circuitos.
Paren el mundo que me quiero bajar decía Mafalda. Eso es algo así como que
necesito tiempo para pensar, pero también para conversar con el de al lado, a
ver si llegamos a un acuerdo de qué es lo que está pasando. ¿Cuántos pasos
previos hubo y habrá antes de quedarnos sin planeta? La casita que es la
Tierra se viene quejando hace rato de las modificaciones que le hemos hecho.

A todo esto el torrente de imágenes no da lugar a las palabras. ¿Alguien


se acuerda de cuando estaba en la panza de la madre y los ecos de sus
palabras proveían casi más alimento que el que viene por el cordón umbilical?
Se hace una necesidad profunda reivindicar la palabra, aquella que también el
21

padre introduce en aquel que aún no ha salido del vientre y que ya en ese
momento lo socializa.

El mundo en imágenes, proclamaba aquel sector de noticias que,


cuando niños, nos proveía un conocido noticiero en el cine antes de la película
que íbamos a ver. Pero la imagen sin el relato es tan solo un abrumador
mensaje sin texto ni contexto que nos permita pensar acerca de lo que estamos
viendo.

En un proceso de comunicación, donde se supone que hay un emisor,


un receptor y un necesario feedback que la imagen de por sí no tiene. Esa
retroalimentación tan necesaria al espíritu desmorona por completo la imagen
cuando de pensar se trata. Por ello y otros menesteres, los dejo con las
imágenes habladas, que es la mejor manera de usar las neuronas. ¡Salud!
22

VII) EL PALÓPELO

Flaco, esmirriado y debilucho, poco apto para los deportes, daba para un
prospecto de individuo dedicado al estudio. En realidad, hacía tiempo que
había decidido hacer carrera con la literatura. Se presentaba con sus cuentos a
cuanto concurso literario llegaba a su conocimiento.

Una sombra sobre el labio superior, que él llamaba bigote, completaba el


cuadro. Un solo componente de su figura provocaba envidia, pero en este caso
al sexo opuesto, y era su pelo. Una melena ensortijada, que cuando se le venía
a la frente, ocultaba unos gruesos anteojos pero también su mirada.

No reconocía amos ni mentores, su literatura era producto de sabores y


sinsabores, y su vida, todo menos licores. Quizás por el hecho de saber que
había sido gestado en una noche de lujuria y alcohol, resultado de la cual, vino
a este mundo empujado por su madre y el amor-odio hacia un padre
desconocido. Su novia actual, Clarita, le dedicaba sus mejores momentos, para
bien o para mal. Es que desde la más tierna adolescencia nunca había tenido
otra que le signara un amor tan incondicional.

Sin duda ella llegaría a la posteridad, en caso de que él la consiguiera


primero, por ser la compañera de ruta de aquél palo con pelo. Sería a raíz de
esta imagen que Clarita, en un despliegue de imaginación, le endilgara el
cariñoso mote de “Palópelo”. Quizás porque era una manera de sobrellevar el
apellido Tocó y el nombre Gastón. Ella jugaba silábicamente con “Gastón te
toco” y “Te tocó Gastón” hasta que un buen día provocara el enojo de su
amado, motivo por el cual, en la intimidad, le acariciaba la melena y, como una
subespecie, a todo el resto de su querido Palópelo.

La juventud se le escapaba de su cuerpo y Gastón aún no había


obtenido ningún premio por sus escritos. Los padres de Clarita le sugerían,
unas veces delicadamente y otras no tanto, que era hora de formalizar
seriamente la relación. Ambos trabajaban en el mismo juzgado de la calle
Misiones, un motivo más por el cual los padres de ella sostenían que la gente
es mala y comenta, por lo cual debían casarse.
23

Una tarde, en la mesita del té familiar, el tema fue impuesto por los
progenitores de Clarita. Gastón pretendió darle un amplio vuelo literario al amor
que sentía por ella. Ella por supuesto se emocionó, pero los futuros suegros,
sobre todo el padre, vocero del primigenio núcleo familiar, le espetó: ¡déjese
de joder m’hijo con tanto verso y vaya al altar con mi hija! El quiso poner la
excusa de que el salario era escaso y que necesitaba el impulso de ganar su
primer concurso literario y, una vez que lograra publicar su obra como mínimo
reconocimiento a su trabajo, formarían un hogar con Clarita. A ella se le
arrebolaron los ojitos, pero la madre le zumbaba al oído del padre y éste, como
tocado con un resorte en la columna vertebral se paró con su inmensidad
humana de ex deportista y le espetó que si no se portaba como un hombre
después de tantos años, lo transformaría en acordeón.

Ante el pliegue sutil de las palabras paternas, Clarita Umpiérrez miró


tierna pero duramente a su amor como esperando una respuesta. Éste se vio
rodeado por varios frentes, uno que amenazaba con sus enormes manazas a
transformarlo en parte obligada de cualquier orquesta de tango, y la otra que
no esperaría más a que su reloj biológico diera la última hora a su vida.

Él salió abatido de aquella casa rumbo a su oscuro departamento de


soltero que, y se daba cuenta ahora, era el lugar donde su espíritu había
podido volar más alto, a pesar de que Clarita ya hacía tiempo que no venía allí
con él, debido a las recriminaciones familiares.

Pero quiso el destino que ese día y a esa hora en que muere la tarde él
renaciera. El hecho es que alguien golpeaba a su puerta con insistencia. Al
abrir vio al conocido cartero de la zona al cual siempre observaba pasar para
detenerse en los apartamentos a entregar correspondencia, menos en el suyo.
El rogaba que lo hiciera para recibir ese telegrama ansiado notificándole por un
logro obtenido en alguno de los innúmeros concursos en los que se
presentaba. Y ahora lo tenía en su puerta, no con un telegrama, sino con dos.

El corazón se le salía por la boca, los ojos parecía que iban a estallar en
sus cuencos y la melena se le erizó, tanto que el cartero estuvo a punto de salir
corriendo ante aquel loco que balbuceaba. Gastón lo detuvo con suaves
palabras, compostura que le llevó unos minutos recuperar. El cartero le hizo
24

firmar por cada uno de los dos telegramas y salió disparado ante la mirada de
aquel que le pareció totalmente insano. Las manos de Gastón temblaban y se
decidió a abrir la primera misiva. El telegrama le impelía a pagar la deuda
contraída por la compra de ese, su apartamento.

Un dolor profundo le atravesó el pecho y cayó con su corazón herido de


muerte. Clarita llegaba en ese momento a comunicarle que si no pasaban por
el altar no lo vería más, pero se encontró con ese panorama. La llegada poco
rato después de la emergencia médica no pudo solucionar aquel deceso que
enturbiaba las letras nacionales.

En medio del revuelo, ella acertó a retirar de su mano derecha el


telegrama con la requisitoria de pago y el otro de la izquierda sin abrir. Decidió,
dada la situación, leer aquel que su Palópelo querido no lograra enterarse de
su contenido. En éste, le comunicaban el logro obtenido en un concurso
literario de un tercer lugar que igualmente representaba una cifra importante de
dinero.

Clarita al día de hoy sigue peleando con sus abogados a los


organizadores del evento de letras que no reconoce el vínculo entre él y ella.
Pero ahora sí, todo el mundo la mira por ser la mujer de Gastón Tocó, a pesar
de que él nunca se enteró.
25

VIII)MENSAJES EN LA ARENA

Aquel trozo de playa era suyo casi todo el año, sobremanera en esos
meses de invierno en que el frío es crudo y no perdona más que con unos
pocos días de benévolo sol.

Él caminaba aquellas seis cuadras para pararse frente a la mar, pues


así le dicen los que la quieren. Quiso la suerte que uno de esos días, aunque
particularmente cansado, igual se allegara hasta allí.

Nadie había en derredor, mirara para donde mirara, por lo que aquello
llamó poderosamente su atención. Era un mensaje escrito en la arena, con muy
bella letra, que denotaba una mano femenina, amén del texto en sí, pues
rezaba lo siguiente: SOY ARIADNA…¿Y TU?

El rastro parecía muy reciente, sin embargo en la playa no palpitaba otra


alma, en apariencia, que no fuera la suya. No pudo resistir las ganas de escribir
a continuación y con una rama, reliquia de una tormenta, a modo de hiriente
lápiz: SOY TESEO, MUCHO GUSTO.

Aquello era una playa y no una cueva donde habitara un Minotauro al


cual derrotar, pero contestar aludiendo al mito griego pudo más que él. Tuvo un
presentimiento de ser observado, por lo cual decidió dirigirse a las dunas y
quedarse allí atisbando el lugar en que dejaran el mensaje. Quizás la autora
volviera sobre sus pasos y pudiera observar detenidamente a quien había
comenzado aquel juego, en primera instancia inocente.

Ella miraba desde las dunas, de una manera privilegiada, pues podía ver
sin ser vista. No pensó que aquella idea tonta de escribir su nombre en la
arena y preguntar por el nombre de algún ignoto, posible lector de su mensaje,
pudiera llamar la atención de alguien.

Pero allí estaba, con su sombrero aludo, con su barba y ese agreste
aspecto que tiene la gente que vive en los balnearios de la costa que los
denotan curtidos por los soles y los fríos, la mar y la luna reflejada en la mirada.
26

Claro que él estaba a una distancia en que algunas de esas cosas, como
los ojos, no podían ser apreciados, y otros, como el tono de piel y la hirsuta
barba, eran notorios.

Se dio cuenta que aquel hombre escribía algo a continuación de lo que


ella había puesto. Eso la llenó de emoción y, si bien no veía claramente sus
facciones, la actitud la hizo sentirse atraída por ese juego, casi tonto pensó,
pero agradable, de una respuesta a una inquisitoria de origen desconocido.

Le asaltó el miedo a que las olas borraran lo que ambos habían escrito,
pero a continuación se tranquilizó, la bajante hacía que no llegaran hasta allí.
No quería ser vista por lo cual esperó a que aquel que respondiera su misiva se
retirara. Luego de un rato el hombre desapareció en las dunas. Esperó, miró en
derredor y no vio a nadie. Decidió que dentro de un rato se acercaría para ver
cuál era la respuesta.

Ya está, acá es la duna más alta de todas, me puedo tirar con la tabla,
¡qué bueno!, pensó aquel niño. El problema era que, junto con la diversión, su
madre le había encargado vender pasteles que llevaba en una canasta de
mimbre y refrescos en una conservadora. Creía que no era buena idea vender
en la playa en esa época en que hacía poco que los fríos de junio y julio
comenzaban a ceder.

En eso estaba el niño- que rondaba los ocho años-, cuando se detuvo
por algo que lo extrañó: en una duna bastante más baja estaba acostada boca
abajo una hermosa mujer que en apariencia atisbaba hacia la orilla del agua
donde había un hombre dibujando con una rama en la arena.

Pensó que serían amigos y por eso ella lo observaba. Luego intuyó que
no era así, pues ante la mirada del hombre desplegada por la playa, ella se
escondía.

¡Qué raro!, pensó el chiquilín poco rato después, al ver al hombre


alejarse hacia otra duna que quedaba a su izquierda y agazaparse allí al igual
que la mujer, cuyo punto de observación quedaba a su derecha.
27

Estar en el medio de algo que no sabía qué era no le resultaba cómodo,


pero quizás su madre tuviera razón y lograra vender aquellas ricas
menudencias rellenas de dulce de membrillo.

Pudo más la necesidad de llevar el dinero a casa, por lo cual se acercó a


la dama que, concentrada en lo que observaba, no lo percibió. Luego del
pequeño susto inicial, el niño la tranquilizó ofreciéndole su mercadería.

De veras que has sido oportuno, tengo hambre, dijo ella. Dime, le
preguntó al chico, ¿has visto a alguien más por aquí? Él dudó un instante en
contestar pues no sabía bien lo que ocurría. Optó por la negativa, ante lo cual a
ella se le dibujó en el rostro la decepción. ¿Usted busca a alguien señora?,
porque conozco a casi todo el mundo acá en la zona. La mujer contestó que
no, pensando en lo difícil que sería dar referencias de aquel hombre observado
a lo lejos.

Entretanto, el chico decidió ir con sus pasteles hacia la contraparte


oculta. Al acercarse y ofrecerlos, el hombre le compró algunos sin dejar de
observar el sitio de los mensajes. Vio dirigirse hacia allí a aquella mujer. Le
preguntó al niño si la conocía.

Este contestó que solo le había vendido pasteles, pero no sabía quién
era, pues no era de la zona. Yo soy de la zona y sin embargo es la primera vez
que te veo, le dijo el hombre. Tiene razón, dijo el chico, capaz que usted trabaja
en la capital, yo siempre ando por aquí y voy a la escuela de mañana.

Señor, ¿quiere una latita de refresco bien fría? En ese momento, el chico
vio como llegaba a la playa un grupo grande de gente, en lo que parecía ser
una excursión. Tal vez su suerte cambiaría y pudiera vender pasteles y bebidas
y luego dedicarse a disfrutar de la duna grande con su tabla.

En eso, el chiquilín se encontró solo; al desplegar la vista en dirección a


la mar, vio que Teseo iba camino a salvar a Ariadna, siguiendo el hilo de los
mensajes en la arena, bajo el sol de la gruta celeste.
28

IX)EL BAÑO DEL ANALISTA

Es cierto que a veces se dan situaciones en la vida en las cuales los


humanos complicamos más las cosas en lugar de simplificarlas. Una de ellas
es, sin duda, cuando contratamos los servicios de un, o una, analista
psicoanalítico y acordamos iniciar un trabajo en conjunto.

Hasta ahí todo bien, es una situación común que se da desde entrado el
siglo pasado y lo que va de este nuevo milenio que transitamos. El problema es
que cuando comenzamos a contarle nuestras cuitas al analista estamos
realizando una descarga emocional, y ahí surge la pregunta: ¿no le ha ocurrido
a usted, amiga o amigo, a quien llego con estas palabras, que le den ganas de
una descarga también biológica en medio de la sesión de terapia? No me
refiero a sexo explícito, sino simplemente ganas de ir al baño.

El analista, amablemente en primera instancia, nos indica el camino y


nos deja ante la puerta frente a la cual imaginamos millones de cosas. Por
ejemplo: ¿quién usó este baño antes que nosotros? Ello siempre y cuando el
consultorio sea de uso exclusivo del profesional con el cual estemos
trabajando. En caso de que lo comparta con otros técnicos de la misma línea la
cosa se complica mucho más y las preguntas se multiplican.

Pero pongamos por caso que la situación corresponde a la primera


configuración. Está todo pulcramente ubicado en su lugar en el recinto sagrado
donde todos los humanos concurrimos solos, a no ser claro que estemos en
casa y se nos ocurra bañarnos con nuestra pareja, lo cual es muy saludable.
Hasta ahí habían pasado por nuestra cabeza multitud de temores. Incluso
antes de animarnos a realizar el pedido. Como por ejemplo: ¿qué pensará este
tipo/a respecto a usarle el baño?

Hay cosas que son claras: cuando la naturaleza reclama es difícil


hacerse el tonto y pensar en otra cosa. Pero bueno, hasta ese momento en que
tomamos la decisión de realizar la solicitud, nos acomodábamos en el sillón tan
bien dispuesto para nosotros los pacientes, como podíamos, con movimientos
que denotaban una cierta incomodidad. Ello no pasaba desapercibido para
quien nos estaba escrutando con su mirada. ¿Qué te pasa fulano que estás
29

hablando del tiempo en lugar de hablar de ti? Y aquello era como un mazazo a
nuestros delirios persecutorios. Más bien los potenciaba mientras nos
acurrucábamos en la cómoda poltrona para olvidar que teníamos que echar
una mirada al dulce wáter closet y lisa y llanamente orinar.

Pero ese no era el problema principal. La cuestión no se tornaba sencilla


cuando teníamos que volver al consultorio y responder a la interrogativa mirada
que se clavaba como un puñal inmisericorde en nosotros. Y mucho cuidado
con hacerse el displicente diciendo: ¡Aaaaaa....! Te escuchabas a ti mismo con
preguntas como: ¿Cuál es la carga que te hace suspirar? Y toda la contentura
de haber podido mear tranquilo se te iba al carajo. No hay caso, en una
situación analítica todos los gatos tienen cinco patas. A pesar que nos
contestábamos que simplemente suspiramos porque antes no nos
animábamos a pedir para ir al baño y nos estábamos aguantando el pichí.

Es casi como cuando la maestra te retaba por pedir para ir al excusado y


vos quedabas como el burrito meón ante toda la clase. ¡Qué vergüenza en
aquel entonces y qué vergüenza ahora! No hay caso, ir al baño durante la
sesión es casi como reeditar el Edipo. Eso me enteré por el analista justito
antes de ir al baño y la reedición de la conversación cuando volví. Entiéndame
bien, amigo o amiga, el tipo no me lo dijo así, eso lo pienso ahora después de
un buen tiempo de hablar de papá y mamá. Y de toda la familia por supuesto.
Porque la cosa es así: uno se abre y vuelca y le da material al otro para que
interprete. Tuve una novia que me decía que no la interpretara, sabedora de
que hacía tiempo que concurría a terapia. Se ve que estaba agarrando la
técnica y ya la aplicaba a todos los que me rodeaban, según ella. La realidad
era que de su comportamiento había cosas que no me cerraban como por
ejemplo que yo era su amor pero ella tenía varios amigos del alma. El asunto,
luego me enteré, era que con esos amigos compartía bastante más que el
alma, por lo cual la situación de cornudo no me encajaba muy bien y la mandé
a paseo.

Volviendo al momento en el que estábamos, uno se pregunta: ¿la


interpretación del suspiro, a qué carga emocional refería? Creo que el analista
ha logrado el ideal del dueño de bar mucho antes que él sin necesidad de
30

poner cartelitos que recen BAÑO EXCLUSIVO PARA CLIENTES. Aunque


pensándolo bien el boliche siempre fue como un confesionario y el bolichero el
cura de aquel antro de copas. ¿Y qué pasaba cuando la gente no tenía a su
disposición la posibilidad de contratar un terapeuta? Iba al boliche a conversar
con el gallego Ignacio, por lo menos en mi caso, hombre que tenía la
particularidad de que todo lo que uno le contaba, el se lo guardaba y vos
sabías que no lo comentaba con nadie. Los únicos comentarios te los hacía a
vos mismo en tu propia cara, te gustaran o no, y a rajatabla.

El caso de las damas era más problemático porque concurrían a la


peluquería y ahí si se enteraba todo el barrio. Resultado: se peleaban con la
peluquera por chusma, cambiaban de peluquería hasta que la nueva
acondicionadora de belleza repetía la misma conducta. Quizás ese fuera el
síndrome por el cual proliferaban peluquerías en toda la ciudad en determinada
época. Capaz que las peluquerías que se mantienen a través del tiempo es
porque las técnicas en belleza femenina tienen la particularidad de callarse la
boca.

Ahora que lo pienso, esto que digo se parece a una técnica de marketing
muy útil: saber cerrar el pico. Es como si nos enteráramos que nuestro analista
anda repartiendo nuestras confesiones a diestra y siniestra. Para empezar se le
acabaría el negocio. Sobre todo porque lo hacen sin distinción de sexo. Digo
porque hay terapeutas que últimamente andan publicando sus sesiones -
porque las cesiones no las publican- cosa que me parece de muy mal gusto.
Ya sé que son éxitos editoriales, lo cual me lleva a preguntarme hasta donde
nos regodeamos con las confesiones ajenas. Es como el morbo del morbo de
las sangrientas películas llamadas de acción. Uno ve correr sangre y tripas por
doquier de los enemigos del muchacho del film. Bueno, parece que vende
mucho la confesión publicada, tal vez por eso los curas ya no tienen casi
clientela.

Sé que esto puede parecerle incoherente, amiga o amigo dedicado en


estos momentos a estas líneas. Hay situaciones en las que, cuando el confeso
es uno mismo y ello sale a luz, no nos gusta para nada, pero si los confesos
son otros, ahí nos enquistamos en un gozo particular. Pero claro, mirá este
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tipo/a, con razón le hacía falta una terapia, pensamos con ácida y crítica
mentalidad. No acepto la banalización de la terapia
confesionaria/interpretadora. Sino fíjese que lo único que queda son los dos
extremos: o confesamos todo a todo el mundo sin medida ni prurito, lo cual
debe ser horrible, o lisa y llanamente reprimimos en demasía y quedamos
como carburador atorado de nafta y no sabemos para donde arrancar.

¡Qué antiguo pensará usted!, todavía anda a carburador cuando ya


desde 1994 los motores andan todos a inyección. No es aquello de que todo
tiempo pasado fue mejor. En el pasado, ir a terapia era tener la etiqueta de loco
y ahora es sinónimo de haberse quedado estancado en el pasado pero con el
capital suficiente como para bancarse el tratamiento. No se puede creer que ya
la terapia esté demodé. Antes, cuando veíamos un tipo hablando solo por la
calle, pensábamos que había pirado. Ahora no sabemos qué hace porque
puede estar hablando por el oculto micrófono del celular. ¡Qué locura el
teléfono celular!

El otro día, sin ir más lejos, una persona que rondaría los veinte y tantos,
hablaba en el ómnibus por el celular a grito pelado. Todos los contertulios del
bus nos enterábamos qué ocurría entre él y el amigo, y así durante todo el
viaje. Pues el señorito cortó la comunicación recién casi finalizado el trayecto
del bus cuando iba a descender y todos nos hicimos eco del comentario de un
pasajero: ¡recién ahora cortás! O sino este otro caso del cual también fui
partícipe: una señora hablando sin ningún tipo de freno con alguien que parecía
ser su marido. ¡Pero yo te dije que Anabela no sabe nada...! Así comenzaba el
monólogo, porque al tipo no le dejaba pasar ni un reclame. ¡La que sabe es
Florencia porque ...bla, bla, bla! Y me salió del alma: ¡está brava Florencia!, y
todo el bus largó la risa. Recién ahí la señora se dignó bajar el tono y cortar la
comunicación.

Me pregunto: ¿hay terapias para lograr ser discreto? No es mi caso,


pero a más de uno/a le vendrían bien. Si no, entramos en la chabacanería de
los programas de televisión que versan sobre la vida de los famosos. ¡Ahhh....
¿usted diría que todos estos casos que comento son porque esa gente quiere
fama? Mi Dios querido, ¡cómo rompen las pelotas! Es horrible como ventilan la
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vida personal en los programas de chimentos. ¡Pero peor aún es llegar al


trabajo y encontrarse con una batahola de energúmenos comentando entre
gritos y risas esos hechos. Un día creo que casi me crucifican solo porque dije
que de camino al trabajo había visto las tapas de las revistas en los quioscos
con la noticia de que había muerto Ricardo Fort en lugar de hacerse eco de la
muerte, nada menos, que de Nelson Mandela. Las puteadas que recibí por
tamaña blasfemia casi que me obligan al exilio a otra República, quizás menos
bananera que la que resido.

Es cierto, volviendo a las terapias, que en determinada época era más


fácil mandar a los chiquilines a que el terapeuta enderezara los entuertos que
como padres armamos, que tratar de educarlos nosotros. Hablando de niños,
me pregunto si el pedido del baño no habrá sido un llamado de atención hacia
papá/mamá terapeuta. ¿Cómo hacen los tipos para desempeñar los dos roles?
Es cierto que uno se los endilga pero es mejor que no les quepa el sayo para
ponérselo.

Es complicado que el/la terapeuta tenga que reivindicar a una u otra


figura por la predominancia de uno de los dos. Y eso siempre ocurre, una de
ambas figuras paternas opaca, a veces de manera que genera los consabidos
traumas, tanto en el sujeto opacado como en el menor a cargo.

Una vez fui al baño del consultorio, que siempre me maravillaba por la
prolijidad, y apreté el jabón con tal fuerza que voló por los aires y le rompí el
espejo. No solo eso sino que en su trayecto, la ominosa barra de jabón le pegó
a un vasito con dos cepillos de dientes y un pomo de pasta que volaron por los
aires. No se me ocurrió mejor solución que agarrar papel higiénico y
humedecerlo bajo la canilla de agua para intentar limpiar. Pero claro, el vidrio
del botiquín de baño estaba todo astillado y al pasar mi remedo húmedo por su
superficie, volaron los trozos de vidrio. No sabía cómo arreglar aquello, menos
aun cuando al levantarme por querer recoger el jabón, los cepillos y la pasta,
con soberano golpe en la puerta del botiquín, la saqué de lugar, cayendo ésta
con sonoro estruendo al piso. Cuando de pronto escuché la voz del terapeuta
del otro lado de la puerta que preguntaba si estaba todo bien. No tuve más
remedio que abrir y con toda honestidad decirle que llamaría a un carpintero
33

para arreglar tamaño desastre. Los buenos sentimientos de aquél se mostraron


cuando me sostenía del brazo, pues me caía por el tremendo golpe en la
cabeza. Mi otra mano estaba puesta en ella lo que lo impulsó a revisarme,
debido a lo que lanzó una sonora expresión viendo el hermoso chichón que me
sobresalía sangrante en la cabeza. Para colmo de males era un miércoles
diecisiete, yeta total. Porque escúcheme amigo o amiga, el trece no es la yeta,
busque en la numerología de la quiniela y verá que es el diecisiete. Mire que
los de la quiniela saben. Debe ser por eso que nunca saqué más que catorce
pesos hace un montón de tiempo. Maldita costumbre de jugarle al diecisiete.

En resumidas cuentas mi terapeuta optó por sacarme de la zona de


desastre y llevarme de nuevo al consultorio, asegurándose de no soltarme, no
sé si porque me podía caer o para que no hiciera ningún relajo más. Para
colmo se había cumplido la hora, cosa que lo hizo despedirme, no sin antes ir
al baño y traer del botiquín iodo fon y vendas para curarme la cabeza.

Se ve que en ese momento había llegado un/a paciente impaciente que


se colgó del timbre, cualquiera diría que reclamando la hora que le pertenecía
con el especialista en desajustes mentales. Menudo susto se llevó aquella
persona cuando me vio salir del consultorio, mientras estaba sentada en la
salita de espera. No sé porqué pero creo que se arrepintió de haber insistido
tanto con el timbre pues amagaba a levantarse e ir como para el lado opuesto
al del terapeuta que salía detrás de mí.

El suspenso me mata, por eso mi peor enemigo siempre fue Alfred


Hitchcock, y aquel fin de semana no cabía en mí esperando cómo sería la
próxima sesión. Me puse a leer lo que decía Wikipedia sobre aquel cineasta. "A
lo largo de una carrera que duró más de medio siglo, Hitchcock configuró un
estilo cinematográfico distintivo y muy reconocible.4 Fue innovador en el uso de
la cámara para imitar la mirada de una persona, obligando de esta manera a
los espectadores a participar de cierta forma de voyeurismo,5empleaba
encuadres para provocar ansiedad, miedo o empatía y desarrolló una
novedosa forma de montaje fílmico.5 Sus historias a menudo están
protagonizadas por fugitivos de la ley y sus actrices protagonistas suelen ser de
pelo rubio.6 Muchos de sus filmes presentan giros argumentales en el
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desenlace y tramas perturbadoras que se mueven en torno a la violencia, los


asesinatos y el crimen. Con frecuencia, los misterios que articulan las tramas
no son más que señuelos (Macguffin, como los llamó el propio director) que
sirven para hacer avanzar la historia pero no tienen mayor importancia en el
argumento. Las películas de Hitchcock también abordan a menudo temas
del psicoanálisis y tienen marcadas connotaciones sexuales."

Pensé en comentarle esto al psicoanalista para ver si se olvidaba del


desastre en su baño. Luego me puse a pensar que las derivaciones que hiciera
podrían ser tomadas como un escape a la tarea que desarrollábamos ambos,
que éramos un grupo de dos. Pero a veces pensaba que había mucha más
gente en aquel consultorio, pues traía conmigo a toda la parentela, tema de
conversación. ¿Y qué pasa si un día no tengo tema? Bancarme su escrutadora
mirada me molesta. Por lo menos mientras hablo no me resulta tan pesada.
Tiene ojos metálicos el tipo, me parece que voy a cambiar de terapeuta en
cualquier momento y me busco una que sea mujer. Por lo menos, si le rompo el
baño se va a preocupar más por mi cabeza y no tanto por el resultado de las
derivaciones psicoanalíticas de porqué hice el desastre que hice.

No sé si le molestaba mi vicio de fumador. Un día estaba apagando un


cigarrillo en el cenicero, que dicho sea de paso se había olvidado de vaciar
quedando los puchos del paciente anterior sobre la mesita de arrimo, y me
quemé los dedos. Eché la tal puteada, cosa que le dio para hablar de los
conflictos con mi mamá. Eso superó todo lo esperable, tan solo era una
puteadita más o menos pensaba, mientras me chupaba el dedo gordo de la
mano izquierda, en tanto las volutas de humo circundaban.

En eso me pidió que abriera la ventana, lo que me hizo sospechar que


no le agradaba mucho el humo, aunque era cierto que ya se estaba
concentrando más de la cuenta. Hice lo que me pedía refunfuñando, porque
hacía un frío atroz aquel invierno y el vientito de la rambla estaba salado. Claro,
vive en Pocitos como la mayoría de los terapeutas renombrados. En el ramo, si
no estás en Pocitos no existís. Ahora sí que me daba miedo pedirle para ir al
baño. Bah, tampoco es tan grave pensé, fue un accidente, y pedí para ir al
baño nuevamente sin importarme su cara de temor por lo que podría pasar.
35

Estaba todo impecable como siempre, los vidrios del botiquín


cambiados, todo limpito. A veces llevaba el termo y el mate y lo convidaba sin
que me lo pidiera, casi que me parecía que tomaba mate para no despreciar,
muy atento el hombre. El también fumaba hasta que un día dejó y cambió todo
por el aire puro. Sentí el abandono porque me dejó fumando solo. Así que
cuando me pidió que abriera la ventana lo sentí como una recriminación y una
pérdida de neutralidad de parte de él. Entiendo que los terapeutas deben ser
neutrales en pos de llegar a la verdad última del paciente. Ello significa no
juzgar si tal cosa es buena o mala en cuanto a lo que el paciente relata. ¿Y la
verdad última del terapeuta cual es? Supongo que la tratará en su propia
terapia. Entonces estamos en la terapia de las terapias de las terapias y así
sucesivamente. Lo peor es que sé que hay profesionales titulados por la
Universidad que nunca encararon su propia terapia de las terapias de las
terapias.

Un día se lo pregunté: Che Fulano, ¿vos te hiciste terapia? La respuesta


afirmativa no se hizo esperar, casi como si estuviera preguntando algo obvio. Y
ahí seguí preguntando, pero claro, el tipo ducho en estas lides se avivó que el
protagonista de esas reuniones no era él sino yo. A fin de cuentas por eso
habíamos hecho un contrato verbal que expresaba el acuerdo de que yo le
pagaba y hablaba mientras él me miraba con esos ojos metálicos de
interrogación y yo podría mandarlo a la puta que lo parió sin que el tipo se
inmutara. Un día tuve ganas de preguntarle si se sentía vivo y le dije mi opinión
sobre su mirada, total que me iba a pasar, ¿no? Hice una especie de
trabalenguas al respecto:

Una mirada

que miraba

solo su mirada

que la estaba mirando.

No sé qué me dijo al respecto que me dieron ganas de ir al baño y le


pedí. Allá concurrí con tan mala suerte que al entrar no vi unos sachet es de
champó desparramados en el piso que me hicieron resbalar y arrasar en la
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caída con el lavabo, el cual arrastré. Se hizo añicos y lo peor de todo es que
con el filo de navaja me cortó la pierna y los zapatos nuevos. El reguero de
sangre no se hizo esperar y por fracción de segundos me acordé de Hitchcock
y el suspenso sobre qué diría el terapeuta. ¡Pero no te puedo dejar venir al
baño solo!, fueron sus primeras palabras. Allá salió una vez más cargando
conmigo pero esta vez directo al hospital a que me atendieran la herida. Solo
atiné a decir muerto de miedo y vergüenza: me resbalé con algo que había en
el piso.

Averiguamos que no era un corte grave, lo que más lamentaba eran mis
zapatos y el estado en que le dejé el baño. Me interné en casa unos cuantos
días, avergonzado, y no fui a un par de sesiones.

Un buen día recibo una llamada, era el terapeuta averiguando porqué no iba.
Ah, eso me reconfortó
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X)LAS MIRADAS
Puede que fueran incompatibles como pareja pero él la amaba pese a

ello, con ello o sin ello. Se habían conocido charlando por programas de chat,

como tantos cibernautas inexpertos, pues dicen que quien sabe del tema cede

terreno a otras formas de contacto.

Sus caracteres diferían tanto que se notaba claramente la determinación

de Helena en todo lo que hacía en su vida. En cambio, Ricardo era más volátil,

al punto que solo dedicaba sus esfuerzos a aquellas cosas que a él le

gustaban.

Pero eso sí, él la amaba consecuentemente, al extremo tal de dejar todo

por ella y seguirla en sus derroteros profesionales que la llevaban a recorrer

buena parte del país. Podría decirse que ella era inconsecuente en los afectos,

de manera inversamente proporcional a lo que quería su trabajo. De ahí que,

al conocer a Ricardo, y aún tiempo después, no le diera pistas a éste sobre si

tenía intenciones de formalizar algo como pareja.

El la acompañaba a todos lados siempre que ella se lo permitía. En uno

de esos viajes seguían la ruta de la costa en una mañana radiante de sol. A

eso del mediodía charlaban animadamente, ella conduciendo el vehículo, y él

como copiloto atento.

Decidieron hacer una parada para cargar combustible y comprar algo

para almorzar en una estación de nafta en medio de la ruta, pero que salía de

lo común en la soledad del camino por tener a los lados una construcción

antigua que daba el aspecto como de vieja y enorme posada.


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Mientras Ricardo estiraba las piernas caminando por allí, Helena quedó

en el micro mercado de la estación de nafta aprovisionándose de alimentos. A

Ricardo le llamaba la atención, mientras caminaba, el hecho de que en la vieja

construcción adyacente no hubiera señal alguna que identificara el lugar.

Decidió recorrerla con calma y ver si alguien le daba indicios de qué era

aquello.

Atravesó un jardín amplio, al final del cual, dos hombres que departían,

aprovechando lo que parecía ser un rato libre, se sorprendieron al verle, como

si no comprendieran qué hacía allí. Contrariamente a lo que se podía esperar,

dibujaron en sus caras amplias sonrisas y se dirigieron hacia donde él estaba.

Su aspecto, le pareció en principio amenazador a Ricardo, contrastante con la

expresión de sus rostros. Hola estimado amigo, dijo el más alto, soy Gervasio...

¿cómo te llamas tu?, al tiempo que le tendía la mano para saludarlo. Ricardo

no tuvo problema en estrechar aquella diestra guardándose el resquemor que

aquel hombre le provocaba. Mucho gusto, soy Ricardo, dijo al tiempo que el

otro individuo le tendía también su mano. Hola soy Ademar, dijo el otro,

moviéndose discretamente y sin que Ricardo se diera cuenta, como para

cerrarle el flanco del camino entre los árboles. ¿Cómo están ustedes?, -dijo

Ricardo al tiempo que los interrogaba acerca de las características de la vieja

edificación - momento en el cual le ofrecieron recorrerla, cosa que aceptó de

buen grado.

La amplia estancia en la que ingresaron le llamó la atención y, por los

comentarios de Gervasio y Ademar, se enteraba que aquello había sido un

convento de claustro. En ese momento, los anfitriones le invitaron a tomar

asiento alrededor de una mesa rodeada de amplios bancos. ¿Quieres comer y


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tomar algo?, imagino por lo que nos cuentas, le dijo Ademar, que te apetece

algún alimento y bebida. Ricardo asintió, a lo que Gervasio al cabo de unos

momentos apareció con el refrigerio.

Lo último que recordaba Ricardo, era el terrible sueño que le había

sobrevenido ante las caras sonrientes de aquellos dos individuos. Quería abrir

los ojos, pero el profundo adormilamiento no se lo permitía. Comenzó con

pequeños movimientos de sus manos notando entonces que se encontraba

amarrado a una cama. Quería desesperadamente restregar su rostro con sus

manos y las ataduras no se lo permitían.

Un quejido lánguido salió de su boca mientras intentaba acomodar su

mente a la nueva situación. Poco a poco la desesperación de sentirse atado

como un perro hizo que sus pulmones le ayudaran a impeler gritos de furia. El

hecho de no poder comprender qué diablos hacía allí ni donde estaba lo

enojaba muchísimo más.

A poco de este horrible despertar dio cuenta de su cuerpo viendo en su

horizontalidad que tenía puesta una larga túnica y nada más que eso. Los

nervios hacían que transpirara copiosamente. En ese momento entró una mujer

con aspecto de nurse, cuestión declarada por su uniforme blanco y una cofia

con la cruz verde. Comenzó a hablarle suavemente para que se calmara, cosa

que él encontró incompatible con su situación de prisionero. La enfermera fue

secundada por un hombre cuya túnica rezaba la inscripción Dr. Fagúndez.

Igualmente Ricardo le increpó acerca de quién era, qué era ese lugar y qué

hacía atado a una cama. El tal Dr. le contestó que si no se tranquilizaba no


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podrían quitarle las ligaduras. Viéndose en tan terrible disparidad de fuerzas

Ricardo optó por seguir los consejos de Fagúndez.

En ese momento, quien Ricardo sospechaba como médico, dio paso a la

celda a aquellos dos fornidos tipos que le habían recibido cuando recorría el

lugar. Con el correr de los minutos se fue calmando pensando que de alguna

manera Helena debía saber lo que estaba ocurriendo. El deseo de estar con

ella hizo que se detuviera a pensar en seguirle el juego a esa gente que lo

tenía atrapado de tal manera. Los dos enormes sujetos, a una orden del

médico, le soltaron las ligaduras luego de lo cual se fueron todos.

Se incorporó y comenzó a recorrer con la vista la celda en que se

encontraba. Las raídas sandalias que llevaba en sus pies impedían que la dura

roca que le rodeaba no le transmitiera su frialdad. A poco de caminar por el

espacio en el que estaba sintió los rayos del sol que entraban por una pequeña

y enrejada ventana situada a una altura considerable. El calor de aquel verano

contrastaba con la roca húmeda que calaba el espíritu. Percibió en la puerta de

la celda, que tenía una ventanita con un grueso vidrio y rejas, una abertura

con bandeja de metal soldada al grueso cerramiento.

En aquel momento algo que parecía agua y mendrugos de pan fue

introducido por una mano anónima en la celda. No tenía noción de cuánto

tiempo había pasado desde que cayera en la trampa de los carceleros pero la

sensación de hambre era profunda. Ello motivó que devorara el pan con

ansiedad sin pensar en la composición ni de la bebida ni de los sólidos.

Al poco rato sintió una calma que no le parecía normal dada la situación

en que estaba. Esto le indujo a pensar que el agua contenía algo más. Creyó
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que sería mejor solución ingerirlos solo de día para estar despierto durante la

noche y elucubrar la forma de escapar de su encierro y prevenirse de posibles

incursiones nocturnas de sus carceleros.

En estos pensamientos estaba cuando le asaltó la idea de que tal vez de

noche apagaran las luces. Pensó entonces en fabricar una vela o una antorcha.

En esas condiciones, los elementos para construirla deberían ser lo más

elemental dado que no tenía mucho para elegir. Pensó que quizás los residuos

de la comida le proporcionaran lo necesario para poderla armar.

Esa noche notó que la comida estaba compuesta por algunos vegetales

entre los cuales se notaba el exceso de aceite vegetal. La flauta de pan medía

unos cincuenta centímetros y no era para nada gustosa, dando la sensación de

tener varios días de comprada por la dureza al querer hincarle el diente.

Descosió como pudo el ruedo de la túnica y lo empapó en el aceite de la

comida, envolviéndolo luego en un extremo del pan. ¿Cómo conseguiría

encenderla?, se preguntaba.

Las historias de guardia cárceles de su abuelo le hicieron recordar que el

hábito de fumar es lo primero que adquiere un preso aunque nunca lo haya

hecho en su vida.

Al otro día, temprano en la mañana, levantó la tapa de la rendija de la

puerta y se puso a otear por ella. Percibió que venía la nurse por el pasillo

hacia su celda. Quedó a la escucha de los ruidos a través de la gruesa puerta

lo que le permitió darse cuenta que en los pasillos estaba un "Llavero" como les

dicen a quienes abren y cierran las celdas. Esperó paciente un buen rato a que

quedara todo en silencio. Abrió la rendija de la puerta y a voz en cuello gritó:


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¿hay alguien ahí? Una voz le contestó: ¿qué quieres? Pidió cigarrillos a lo cual

el guardia solícito le entregó uno y una caja de cerillas de regalo. Aquella noche

tendría su antorcha. Lo que no tenía era lugar aparente donde esconder sus

secretos.

Se puso como loco a recorrer su celda tocando las piedras con las

manos. Hubo algo que llamó su atención y era que una de ellas a ras del suelo

parecía no tener unión de cemento con las otras. Con la cuchara que debía

usar para comer logró moverla y esconder allí aquello que le preocupaba que

otros vieran. Logró hacerlo a tiempo pues a poco entraban a su celda

Fagúndez y la nurse. Le hicieron toda clase de preguntas sin responder

ninguna de las increpaciones que el planteaba. Los guardias los secundaban

parados a ambos lados de la puerta abierta por lo que no podía hacer nada.

Solo le dieron, a su pedido, un cuaderno y lápices para que pudiera escribir o

dibujar. Se retiraron dejándole alimentos. Comió lo que pudo y a poco durmió

hasta la noche.

Cuando despertó sintió un leve mareo pero se recuperó rápidamente.

Pensó que ello se debía a que le estaban administrando quien sabe qué

sustancias en los alimentos. Recordó aquella piedra que había logrado remover

de los cimientos. Se dirigió a ella para buscar lo que allí había escondido.

Como no tenía noción del tiempo transcurrido, comenzó a trazar rayas en la

húmeda pared contando ese día como el primero. Pensó en hacerlo en aquel

cuaderno que le habían dejado, pero creyó que la manera elegida sería más

indeleble. Retiró la piedra y rescató lo escondido.


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A poco se sorprendió cuando un ratoncito minero salió corriendo de

aquel agujero. Le ofreció unas migas de pan, porque a pesar del asco que le

provocara en primera instancia, era otro ser vivo, quizás en similares

circunstancias, aunque por su pequeño tamaño daba para suponer que podía

circular por allí sin que nadie lo molestara. Pero la intempestiva salida del

roedor le hizo querer saber qué había al otro lado. Acercándose notó una tenue

luz a lo lejos en el otro extremo. El minero en aquel instante salió corriendo y

se metió entre la roca. Al poco rato reapareció pero esta vez con un rollo de

papel atado en el lomo. Se quedó quieto de manera que Ricardo pudo desatar

aquello y ver su contenido. Ahora tenía un interlocutor válido –pensó- con el

cual poder comunicarse y saber cual era la situación en aquel lugar, dado que

nunca obtuvo una mínima respuesta de sus captores.

Comenzó a garabatear en un trozo de papel sus impresiones, que

debían ser escuetas dado el transporte requerido para la comunicación con

alguien que suponía en similares condiciones que las que el tenía. Meditando

todo ello estaba mientras escribía tan solo una presentación en un pequeño

trozo de papel. Y eso fue lo que le ató al lomo al ratoncito que salió disparado

por los recovecos de la roca.

Luego pensó que era lo mejor haber puesto en el papel tan solo un

“Hola”, pues no sabía si del otro lado estaban en su misma situación o era tan

solo una trampa pergeñada por quienes lo retenían allí contra su voluntad.

Le provocaba enorme curiosidad aquella persona que parecía estar en

las mismas que él desde el otro lado. En ese momento, el transporte de los

mensajes volvía con uno en su lomo que decía lo siguiente: “¿Por qué estas
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aquí? Soy Homero.” Le acercó unas migas de pan al ratoncito y decidió escribir

lo siguiente: No sé. Soy Eustaquio. Le ató el mensaje al roedor y aquel salió

corriendo entre la piedra.

Luego se detuvo a admirar la letra de quien parecía ser un hombre pero

en su grafía denotaba, según la impresión de Ricardo, caracteres más

delicados que los que un hombre suele poseer. Se le ocurrió que aquello era

todo un invento de quienes regenteaban todo aquello y el puño y letra de lo que

tenía delante correspondía a la sádica nurse.

Así las cosas y los días iban pasando. Llegó un punto en que tuvo

conciencia de ello por las sucesivas rayitas trazadas en la dura pared. Cada

tanto debía soportar las rondas de la nurse y de Fagúndez secundados por los

guardia cárceles.

Además de que su salud se mantenía estable, los signos del tiempo se

iban acrecentando. La barba, ya bastante larga, lo denotaba. Las rayas en las

paredes habían ocupado todo el espacio disponible. Ricardo comenzó a sentir

un estado de abandono y decaimiento que le hizo perder toda noción posible

de la cronología de su estancia allí.

Llegó un punto en que sólo lo mantenía atado a este mundo el pequeño

ratoncito que traía y llevaba los mensajes. Aquella noche tomó la decisión de

escribir un mensaje que desenmascarara a quién estaba del otro lado. Escribió

con desesperación: “Tú no eres Homero, eres la horrible nurse. Pero tus

mensajes me han mantenido vivo solo por la curiosidad que siento de verte.”

Envió con el mensajero aquel papel escrito con la esperanza de equivocarse.


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Al rato recibió una nueva esquela que decía: “En realidad soy Helena. También

tengo mucho miedo pero tu me has mantenido también viva.”

Al leer esto, Ricardo sintió que se le agolpaban los recuerdos y era toda

una gran confusión de sentimientos. En aquel momento la puerta de su celda

se abrió de golpe, el ratoncito salió disparado, y sus secretos quedaron al

descubierto frente a caras que no eran las acostumbradas. Cuatro o cinco

personas, no sabía bien, habían entrado, algunas de ellas hablándole para que

se calmara. Lo asieron suavemente por los brazos intentando explicarle que

todo allí había cambiado, que aquello ya no era el presidio para supuestos

locos que había sido hasta ese momento.

Ricardo solo pensaba en salir y encontrar a Helena. Lo sacaron de la

celda y debieron ayudarlo a caminar. Al llegar a aquel espacio amplio donde

todo había comenzado, solo pudo reconocer sus ojos. El encierro y las

privaciones durante tanto tiempo habían hecho que quedaran contemplándose

sin atinar a nada más que a las miradas.


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ÍNDICE

I) El Cepo……………………………………………….2

II) Cuentos sobre ruedas……………………………..5

III) La discusión…………………………………………7

IV) La maldición………………………………………..10

V) Nace una esperanza………………………………13

VI) No existen los gurús………………………………18

VII) El Palópelo…………………………………………..22

VIII) Mensajes en la arena………………………………25

IX) El baño del analista………………………………...28

X) Las miradas………………………………………….37

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