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Paradigma tecnocratico

En cuanto al mencionado paradigma, el Papa Francisco toma nota del progreso


científico y tecnológico, que ha llevado al hombre a tener mayor poder. Sin embargo
señala que tal poder ha sido causa de graves males y menciona como ejemplo las
bombas atómicas y el despliegue tecnológico de los totalitarismo nazi y comunista.
Explica que "se tiende a creer que todo incremento del poder constituye sin más un
progreso (...) como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del
mismo poder tecnológico y económico". Lo que actualmente interesa es la mera
utilidad de las cosas "por imposición de la mano humana" y se mantiene la idea de un
crecimiento ilimitado, como si la disponibilidad de los bienes de la tierra fuera infinita.
Los efectos de esto, afirma el Pontífice, se constatan en la degradación del ambiente
pero afectan también a la vida humana y a la sociedad. Los productos de la técnica no
son neutros, pues condicionan los estilos de vida y favorecen determinados grupos de
poder. En el paradigma tecnocrática la posesión de la técnica no tiene sentido por la
utilidad y el bienestar, sino por el dominio, con lo cual se ataca la capacidad de
decisión, la libertad. El paradigma tecnocrático domina la política y la economía. Se
cree que la tecnología resolverá el problema ecológico y que los problemas
económicos se resolverán con el crecimiento del mercado. Sin embargo, hay que darse
cuenta de que el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la
inclusión social, como enseñaba Benedicto XVI. La cultura ecológica, asegura el Papa
Francisco, no debía consistir solo en respuestas urgentes y parciales, sino "una mirada
distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una
espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma
tecnocrático". Con todo, es todavía posible orientar la técnica al servicio de un
progreso más humano. De hecho esto sucede cuando algunos optan por sistemas de
producción menos contaminantes o cuando se busca ayudar a los demás a vivir con
más dignidad y menos sufrimiento. El antropocentrismo ha colocado "la razón técnica
sobre la realidad", debilitando "el valor que el mundo tiene en sí mismo". Ante esta
situación, el ser humano tiene que volver a encontrar su verdadero lugar en el mundo,
porque, a diferencia de la propuesta antropocéntrica, "la forma correcta de interpretar
el concepto del ser humano como señor del universo consiste en entenderlo como
administrador responsable".

Antropocentrismo moderno
El antropocentrismo es la doctrina que en el plano de la epistemología sitúa al ser
humano como medida y centro de todas las cosas, y en el de la ética defiende que los
intereses de los seres humanos son aquellos que debe recibir atención moral por
encima de cualquier otra cosa. Así la naturaleza humana, su condición y su bienestar –
entendidos como distintos y peculiares en relación a otros seres vivos– serían los
únicos principios de juicio según los que realmente deberían evaluarse los demás seres
y en general la organización del mundo en su conjunto. Igualmente, cualquier
preocupación moral por cualquier otro ser debería ser subordinada a la que se debe
manifestar por los seres humanos. El antropocentrismo surge a principios del siglo XVI,
entrando ya a la Edad Moderna, y se considera como alternativa que reemplaza al
teocentrismo.
un apartado de la "Laudato si" del Papa Francisco, en el tercer capítulo, se llama "Crisis
y consecuencias del relativismo moderno, señalando en primer término que se ha
debilitado el valor que el mundo posee en sí mismo y el hombre no encuentra su lugar
en él, perdiendo también su propio valor. Afirma: "La falta de preocupación por medir
el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo el reflejo muy
visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la naturaleza lleva inscrito en
sus mismas estructuras". En nuestros días se exalta el papel de la ciencia y la
tecnología y no se reconoce el valor propio de los seres de nuestro mundo, pero se
reacciona negando al ser humano su valor peculiar. No se debe pasar de un
antropocentrismo desviado a un "biocentrismo" que sólo provocará nuevos
desajustes. El problema está en que no puede sanarse el ambiente si no se sanan las
relaciones básicas del ser humano. El Pontífice se apoya en este punto para hacer ver
que "dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la
naturaleza con la justificación del aborto". Comenta entonces recordando la "Caritas in
veritate de Benedicto XVI: "No parece factible un camino educativo para acoger a los
seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se
protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades:
«Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se
marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social»". Se pasa, en la
encíclica, al tema de lo que denomina relativismo práctico, que se da "cuando el ser
humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus
conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo". Se añade que "por
eso no debería llamar la atención que, junto con la omnipresencia del paradigma
tecnocrático y la adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos
este relativismo donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios intereses
inmediatos. Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan
mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación
ambiental y la degradación social". Enseguida se reclama la atención al trabajo y a las
innovaciones biológicas. Sobre el primero considera que una ecología integral, es decir
una ecología completa, que no deje de lado ningún aspecto importante, se debe
preservar el trabajo, porque "si intentamos pensar cuáles son las relaciones adecuadas
del ser humano con el mundo que lo rodea, emerge la necesidad de una correcta
concepción del trabajo porque, si hablamos sobre la relación del ser humano con las
cosas, aparece la pregunta por el sentido y la finalidad de la acción humana sobre la
realidad". Por lo que toca a las innovaciones biológicas producto de la investigación, el
Papa recuerda, siguiendo el Catecismo, que "el poder humano tiene límites y que es
contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin
necesidad sus vidas. Todo uso y experimentación exige un respeto religioso de la
integridad de la creación
ser individualista
Qué vuelve a la sociedad cada vez más individualista? ¿Son los millennials más egoístas
que la generación X o todo empezó con los baby boomers? El estudio más ambicioso
hasta ahora al respecto, realizado en Estados Unidos, explica por qué miramos ahora
más hacia nosotros mismos y desmiente unas cuantas falacias.
El primer estudio realizado hasta ahora a gran escala -abarca los últimos 150 años- ha
tratado de dilucidar la validez de varias teorías psicosociológicas que explican el
individualismo, un fenómeno en el que la gente se vuelve más independiente y menos
condicionada por los lazos familiares, el deber o el conformismo.
El trabajo, coordinado por Igor Grossmann, profesor de Psicología Científica de la
Universidad de Waterloo, en Canadá, junto a Michael Varnum, de la Universidad
Estatal de Arizona, en Estados Unidos y publicado en el último número de la revista
científica Psychological Science, concluye que el creciente individualismo de la
sociedad está directamente asociado al auge de los ’trabajos de oficina’ (white-collar
occupations).
El estudio analiza diversos indicadores culturales, como el vocabulario que se emplea
en los libros, las ‘modas’ cambiantes en los nombres que se ponen a los recién nacidos
o la forma y tamaño de las familias. Sugiere que el auge del individualismo está
relacionado a factores socioeconómicos, pero no a otros condicionantes culturales y
medioambientales. En concreto, lo que nos hace más individualistas es nuestro
trabajo, y más específicamente, las profesiones liberales.
«El mayor o menor individualismo de una sociedad lo impregna todo: desde el
marketing para diseñar una campaña electoral hasta la educación. Condiciona las cosas
que compramos, los mensajes de nuestros políticos, la forma en que educamos a
nuestros hijos, a los que motivamos bien para acrecentar su sentimiento de unión a la
familia o al grupo, bien para que sean especiales o diferentes del resto», explica
Grossman.
«Y hemos visto que son los cambios en la clase social los que preceden el
individualismo. En concreto, crece conforme lo hace la demanda de trabajos de oficina
y desciende la de los oficios manuales. El individualismo, además, es consustancial a la
educación y la salud: cuanto mejores son estos estándares, más individualista es la
sociedad», apuntan los autores.
Big data y cálculo matemático para entender los cambios intergeneracionales
Los investigadores recurrieron al big data disponible en organizaciones
gubernamentales y privadas, como la Seguridad Social estadounidense, la consultora
Gallup o el proyecto Books Library project de Google, y usaron los métodos más
avanzados de cálculo.
Analizaron los seis factores culturales que se presupone relacionados a este fenómeno:
la urbanización de las zonas habitadas; la religiosidad; la estructura socioeconómica; el
clima, las enfermedades infecciosas y los desastres naturales. En este contexto,
examinaron el crecimiento de ocho indicadores asociados al individualismo, tales como
el vocabulario empleado en los libros, el porcentaje de familias con hijos únicos y de
gente que vive sola o las tasas de divorcio.Para ello investigaron la información
disponible en los Institutos de Seguridad Social para analizar las tendencias a elegir un
nombre para un recién nacido, los cambios en el vocabulario empleado en Google
Ngram database de libros digitalizados por la compañía o en Censo de Estados Unidos
para medir el tamaño de las familias y sus ingresos o datos de la prevalencia de
enfermedades y desastres naturales disponibles en los Centros de Control y
Prevención de Enfermedades.El estudio, que ha contado con el apoyo financiero del
Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias Sociales de Canadá y la
Fundación John Templeton, demuestra que el individualismo no ha dejado de crecer
en los últimos 150 años.
Por ejemplo, desde 1860 las familias son cada vez más pequeñas; los ingresos
intergeneracionales (padres, hijos o abuelos cooperando para la renta familiar
disponible) cada vez son menos frecuentes desde 1880 hasta 1980, y la frecuencia de
‘vocabulario individualista’ (libertad, liberalismo, albedrío, individuo) ha aumentado
desde 1860, fecha que coincide con el detrimento de los trabajos colectivos más
propios de la revolución industrial.
Asimismo, han observado que desde 1880 ha ido desapareciendo gradualmente la
tendencia a poner nombres compuestos a los recién nacidos -lo que apunta a la
emancipación de los condicionantes familiares- y los 20 nombres más frecuentes a lo
largo de la historia también se eligen cada vez menos -lo que sugiere que los padres
buscan más «lo especial» en vez de rememorar ‘las raíces’ en su hijo.
Sólo el trabajo nos cambia
Grossman explica que factores como el sentimiento y pertenencia religiosa o la
prevalencia de enfermedades infecciosas no han influido en el auge del individualismo:
sólo lo han hecho significativamente los cambios en el estatus laboral.
De todos los marcadores estudiados, la clase social es el único que precede cambios en
el individualismo de las sociedades a través del tiempo, lo que sugiere una relación
casual entre ambos», explica.
«Nos ha sorprendido que sólo una de las seis teorías psicológicas aceptadas ha sido
estadísticamente significativa para predecir el individualismo»; señala Grossmann. «La
única premisa teórica para la que hemos encontrado respaldo sistemático es la de la
influencia de la clase social», detalla Grossman: «concretamente, irrumpe al paso los
trabajos liberales o de oficina (trabajos de cuello blanco o white collar) que sustituyen
a los trabajos cooperativos, propios de la clase obrera (trabajos de cuello azul o blue
collar, en su acepción anglosajona).
Los investigadores apostillan no hay que deducir que entre ambos factores haya una
relación concluyente, aunque sí sugieren que los demás no tuvieron repercusión
estadística en el auge del individualismo.
El individualismo no es cosa de jóvenes: se remonta al siglo XIX
El individualismo, además, no es un fenómeno creciente, añaden los autores. «Los
datos demuestran que su crecimiento es anterior a las cohortes generacionales
posteriores a la de los baby boomers, como la Generación X (nacidos entre 1961 y
1980) la de los millenials (los nacidos entre 1980 y 2000).
El individualismo no es algo reciente. No es consustancial a los baby boomers, ni a las
generaciones X o Y, ni a los millennials: comenzamos a mirar más hacia nosotros
mismos en detrimento del bien común hace más de 100 años.
Este hecho desmiente tópicos, apuntan: «Sí, los jóvenes de ahora son diferentes de las
generaciones anteriores, pero esta percepción de las diferencias intergeneracionales
es, en realidad es un fenómeno que se da en todas las etapas históricas», concluyen.
En otras palabras, «siempre es lo mismo». Nos parecemos unos a otros mucho más de
lo que creemos.
«El auge del individualismo que experimentó Estados Unidos a finales del siglo XIX y de
principios del siglo XX tuvo una magnitud similar en la sociedad de entonces a la que
ahora tiene en la nuestra», recalcan los autores, que ahora extenderán sus
investigaciones a otros países para analizar roles específicos de otras culturas.

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