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INSTITUTO PANAMERICANO DE ALTA DIRECCIÓN DE EMPRESA

UNIVERSIDAD PANAMERICANA

ALICIA. ¿EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS O


EN LA REALIDAD DE LA TELEVISIÓN?

Alicia es una mujer casada de edad madura, estudió leyes y durante años se ha dedicado al
cuidado de su hogar. La semana pasada murió su tía Emilia dejándole en herencia acciones
de una sociedad que posee una cadena de televisión. De un tiempo a la fecha, las emisiones
que aparecen en los canales de televisión repiten con mayor frecuencia anuncios en los que
la cuestión sexual denigra al propio ser humano, siendo nocivos y obscenos.

La posesión de esas acciones le da derecho a pertenecer al Consejo de Administración de la


sociedad, pero no le da una influencia determinante en la toma de decisiones. Sin embargo,
ella considera que su responsabilidad está más allá de sus acciones. Por lo que ella empieza
a dudar sobre el daño social que causan dichas emisiones y esto le provoca un estado de
ansiedad, se siente corresponsable.

Todo el día le ha dado vueltas al problema y por la noche –a la hora de la cena- le pregunta
a su marido qué piensa que debe hacer. Su marido le aconseja vender aquellas acciones
argumentando que su participación de algún modo avala esos programas y comerciales, le
remarca que participar en algo así sería una incoherencia con los principios familiares que
como matrimonio viven cotidianamente, dando mal ejemplo a sus hijos y a la sociedad.

El hijo mayor, quien goza de la confianza de su madre y es un joven universitario exitoso,


interviene en la conversación: “Para mí que la solución no es tan sencilla, tal vez sería un
error vender esas acciones. Tú te cuestionas sobre tu corresponsabilidad, pero en realidad
no tienes todo el poder para cambiar las decisiones del Consejo de Administración. Desde
el punto de vista económico la acciones están bien cotizadas en el mercado, y no entiendo
por qué si tú no estás de acuerdo con esos programas, tienes que renunciar a esos
beneficios. Por otro lado, no es lo único que transmiten esos canales, es más, hay
programas muy buenos, y con tu influencia se podrían fomentar. Además, hay una tradición
familiar en la participación del negocio de televisión, vender las acciones sería tanto como
claudicar.”

Después de escuchar atentamente las opiniones encontradas de su marido y de su hijo,


Alicia duda mucho en lo que debe hacer como persona y accionista. Se queda intranquila
preguntándose: ¿Es posible ser congruente? ¿Tengo culpa como accionista en la toma de
decisiones de los directivos? ¿Dónde termina mi responsabilidad como accionista,
éticamente hablando? ¿Si vendo las acciones, qué tipo de mensaje envío a los otros
accionistas? ¿Me interesa ganar dinero sin importar los medios? ¿Conviene participar en un
negocio en el que si bien se obtienen importantes ingresos, parte de ellos se debe a
cuestiones inmorales?

Alicia tiene claro cuáles son sus derechos como persona y como accionista. Y logra
aclararse que aquí el conflicto no es jurídico, sino moral. A ella no le agobia en sí lo que
puede ganar o perder económicamente con sus acciones. No sabe qué hacer, hay muchos
factores a considerar, pero lo que sí tiene claro es que éste es un problema de conciencia.

Las preguntas continúan como golpes de martillo en su cabeza: ¿Si permanezco como
accionista en la cadena de televisión coopero con el mal o no? ¿Puedo deslindarme de toda
responsabilidad ante la comunidad con el argumento de que no soy quien contrata con las
agencias de publicidad que manejan los anuncios aludios, ni fijo los horarios de emisión, es
más ni si quiera los veo? ¿Debo presionar a los principales directores para que cambien de
opinión y estrategia? ¿Qué tan real es la influencia positiva que pueda llegar a tener mi
participación como accionista y en el Consejo de Administración? ¿Si vendo las acciones,
se las vendo a alguien que piense como yo, o tampoco esto es mi problema?

El tiempo es un factor importante y el dilema que tiene que resolver Alicia no puede
esperar más. Si vende sus acciones puede sentirse derrotada pero tranquila, si no lo hace su
lucha por mejorar la imagen ante el teleauditorio podrá continuar con el costo de que ella se
involucre y forme parte de este procesos cada vez más marcado.

Alicia habla en privado con el Presidente del Consejo de Administración, Baldomero


Gómez sobre la situación, pero él sostiene que una empresa sólo debe preocuparse por
ganar dinero, lo moral es cuestión de la Iglesia. El señor Gómez le dice a Alicia en tono de
reclamo: “¿Qué más quieres como accionista? ¿Si la empresa es rentable, qué te preocupa?”
Alicia se da cuenta que influir en ellos no va a ser nada fácil, es verdad que no todos
piensan así, pero éstos son los accionistas mayoritarios y cuando ha intentado hablar con
sus amigos accionistas no ha encontrado una respuesta directa ni clara.

El viernes por la mañana está desayunando con su amiga Isabel, pues acaba de llegar de
Estados Unidos donde estuvo cinco años estudiando el doctorado en derecho, en uno de los
centros académicos más reconocidos del mundo. Pasaron por su memoria los momentos en
que estudiaron juntas la carrera de derecho en una universidad del sur de la Ciudad de
México. Alicia le expone sus dudas sobre si vender o no las acciones e Isabel le comenta
una experiencia que tuvo durante sus estudios en Estados Unidos:

Durante mis estudios el tema ético no pasó inadvertido, muchas veces durante las clases se
discutían casos donde el problema central era moral y no sólo técnico, Pocos se daban
cuenta de esto, en realidad el ambiente estaba impregnado de un fuerte relativismo ante los
temas morales. Ya sabes, cada quien tiene su verdad. Los profesores se limitaban a
escuchar las opiniones y concluían o cortaban la discusión argumentando que ése no era el
tema de su clase. En una ocasión, cuando estudiábamos la legislación sobre la “salud
reproductiva”, yo, como siempre, intentaba dar argumentos de acuerdo a la ley natural,
pues se discutía el tema sólo desde el punto de vista técnico. A raíz de mi franca oposición
ante el uso de anticonceptivos una estudiante comentó que ella utilizaba anticonceptivos y
eso no tenía nada de reprochable porque –agregaba ella- “cada quien debe planear su vida
con la mínima condición de no hacer daño a nadie”. Se armó una fuerte discusión, todos
comenzaron a opinar, el ambiente se puso difícil y el profesor entonces sólo puntualizó:
“Este tipo de cuestiones no se discuten públicamente.”

Ten por seguro que mi posición no era nada fácil, podría haberme quedado callada, sabía
que era muy difícil hacerlos cambiar de opinión, pero yo debía exponer la verdad. Pienso
que hubiera hecho mal quedándome callada sólo por llevar la „fiesta en paz‟. Entiendo la
dificultad de tu decisión, pues en mi caso yo era una simple estudiante sin poder de
decisión sobre la orientación moral de la cátedra, pero hice todo lo que puede. En realidad
no puedo decirte con plena seguridad si debes vender o no. Sólo te digo que además de ser
una tradición de familia, no hay que abandonar una empresa con tanta influencia social.
¿No te das cuenta de todo el bien que puedes hacer si te quedas? Después de todo, la
premisa „la información es poder‟ es aún válida y “con el poder –como decía el teólogo
Romano Guardini- es posible hacer mucho bien.”

Alicia tiene demasiadas dudas por lo que decide consultar al Dr. Santiago Valdés, profesor
de ética en una escuela de negocios de renombre en México y el extranjero. Ella está
confundida y dispuesta a escuchar, necesita disipar sus dudas para actuar rectamente...

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