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HÁBITOS SALUDABLES

Me agrada la historia del niño que se cayó de la cama. Cuando su mamá le preguntó lo que había
sucedido, contestó: «No lo sé. Supongo que me quedé demasiado cerca del sitio por donde había
entrado».
Es fácil hacer lo mismo con nuestra fe. Resulta tentador quedarnos en el sitio preciso por donde
entramos y nunca movernos.
Elige un momento del pasado no muy remoto. Un año o dos atrás. Ahora formúlate unas pocas
preguntas. ¿Cómo se compara tu vida de oración actual con la de aquel entonces? ¿Y lo que das? ¿Se ha
incrementado tanto la cantidad como el gozo? ¿Y qué pasa con tu lealtad hacia la iglesia? ¿Puedes notar
que has crecido? ¿Y el estudio bíblico? ¿Estás aprendiendo a aprender?
Creceremos en todo en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. ( Efesios 4.15 NVI, énfasis mío)
Dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez . (
Hebreos 6.1 NVI, énfasis mío)
Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis
para salvación. ( 1 Pedro 2.2 , énfasis mío)
Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ( 2
Pedro 3.18 , énfasis mío)
El crecimiento es el objetivo del cristiano. La madurez es un requisito. Si un niño dejase de
desarrollarse, el padre se preocuparía, ¿verdad? Consultaría a los doctores. Se harían evaluaciones de
laboratorio. Cuando se detiene el crecimiento de un niño, algo anda mal.
Cuando un cristiano deja de crecer, hace falta ayuda. Si eres el mismo cristiano que eras unos
meses atrás, cuidado. Sería sabio de tu parte hacerte un chequeo. No de tu cuerpo, sino de tu corazón.
No físico, sino espiritual.
¿Me permites que te sugiera uno?
A riesgo de sonar como un predicador, lo cual soy, ¿me permites una sugerencia? ¿Por qué no revisas
tus hábitos? Aunque haya muchos malos hábitos, también hay muchos buenos. Es más, puedo encontrar
cuatro en la Biblia. Adóptalos como actividades regulares y observa lo que sucede.
Primero, el hábito de oración: «Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la
oración» ( Romanos 12.12 , énfasis mío).
¿Quieres saber cómo profundizar tu vida de oración? Ora. No te prepares para orar. Simplemente
ora. No leas acerca de la oración. Simplemente ora. No asistas a discursos acerca de la oración ni
participes de charlas referidas a la oración. Simplemente ora.
La postura, el tono y el sitio son asuntos personales. Elige la forma que te dé resultado. Pero no
pienses demasiado. Que no te preocupe tanto la envoltura del regalo que nunca llegues a obsequiarlo.
Es mejor orar con torpeza que nunca hacerlo.
Y si sientes que sólo debes orar cuando estés inspirado, está bien. Sólo asegúrate de estarlo todos
los días.
En segundo lugar, el hábito del estudio: «Aquel que le presta atención a la ley perfecta[…] y adopta
el hábito de hacerlo así, no es uno que oye y se olvida. Pone en práctica esa ley y obtiene verdadera
felicidad» ( Santiago 1.25 , PHILLIPS [traducción libre del inglés], énfasis mío).
Imagina que estás decidiendo lo que comerás en un restaurante autoservicio. Escoges tu ensalada,
eliges tu plato principal, pero cuando llegas a los vegetales, ves una fuente de algo que te revuelve el
estómago.
-¡Puaj! ¿Qué es eso? -preguntas señalando.
-Vaya, no quiera saberlo -responde con un poco de vergüenza uno de los que sirven.
-Sí, quiero saberlo.
-Bien, si insiste. Es una fuente de comida premasticada.
-¿Qué?
-Comida premasticada. Algunos prefieren tragar lo que otros ya han masticado.
¿Repulsivo? Ya lo creo que sí. Pero difundido. Más de lo que puedas imaginar. No con la comida del
restaurante de autoservicio, sino con la Palabra de Dios.
Tales cristianos tienen buenas intenciones. Escuchan con atención. Pero disciernen poco. Se
conforman con tragar lo que se les dice que traguen. Con razón han dejado de crecer.
En tercer lugar, el hábito de dar: «Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte
algo, según haya prosperado» ( 1 Corintios 16.2 , énfasis mío).
El dar no es para bien de Dios. Das para tu propio bien. «El propósito de diezmar es para enseñaros
a poner siempre a Dios en primer lugar en vuestras vidas» ( Deuteronomio 14.23 , The Living Bible,
[traducción libre del inglés]).
¿De qué modo te enseña el diezmo? Considera el simple acto de escribir un cheque para la ofrenda.
Primero anotas la fecha. Allí mismo se te recuerda que eres una criatura limitada por el tiempo y cada
posesión que tienes se oxidará o se quemará. Lo mejor es darlo mientras puedas.
Luego escribes el nombre de aquel al que entregarás el dinero. Si el banco lo pagara, escribirías
Dios . Pero no lo harían, así que haces figurar el nombre de la iglesia o grupo que se ha ganado tu
confianza.
A continuación se anota el monto. Ahhh, el momento de la verdad. Eres más que una persona con
chequera. Eres David, que coloca una piedra en la honda. Eres Pedro, con un pie sobre el bote, el otro
sobre el lago. Eres un pequeño niño en una gran multitud. Un almuerzo de picnic es lo único que precisa
el Maestro, pero es todo lo que tienes.
¿Qué harás?
¿Lanzarás la piedra?
¿Darás el paso?
¿Entregarás la comida?
Con cuidado, no te muevas con demasiada rapidez. No estás escribiendo una simple cantidad… estás
haciendo una declaración. Una declaración que dice que al fin y al cabo todo le pertenece a Dios.
Y luego el renglón ubicado en el sector inferior izquierdo donde se especifica para qué es el cheque.
Difícil saber qué poner. Es para cuentas de electricidad y literatura. Un poco para extensión del
evangelio. Un poco para salario.
Aun mejor, es un pago parcial por lo que la iglesia ha hecho para ayudarte en la crianza de tu
familia… a mantener en orden tus prioridades… a sintonizarte a su presencia.
O, quizás, lo mejor de todo, es para ti. Pues aunque el regalo es para Dios, el beneficio es para ti.
Es el momento indicado para que cortes otro filamento de la soga de la tierra para que cuando Él
regrese no estés atado.
Y por último, el hábito de la comunión con otros: «No abandonemos el hábito de reunirnos, como
hacen algunos. En cambio animémonos unos a otros» ( Hebreos 10.25 , TEV [traducción libre del inglés],
énfasis mío).
Escribo este capítulo un sábado por la mañana en Boston. Vine aquí como orador a una conferencia.
Luego de cumplir con mi compromiso anoche, hice algo muy espiritual: Asistí a un juego de baloncesto
de los Boston Celtics. No lo pude resistir. Boston Gardens es un estadio que había deseado conocer desde
mi niñez. Además Boston jugaba contra mi equipo preferido: los San Antonio Spurs.
Al ocupar mi asiento, se me ocurrió que tal vez era el único simpatizante de los Spurs presente en
esa multitud. Sería sabio mantenerme en silencio. Pero eso era difícil de hacer. Me contuve por unos
pocos minutos, pero nada más. Al finalizar el primer cuarto estaba dejando escapar solitarios gritos de
júbilo cada vez que los Spurs anotaban un tanto.
La gente estaba empezando a darse vuelta y mirar. Es un asunto arriesgado, esta rutina de la voz en
el desierto.
Fue en ese momento que noté que tenía un amigo del otro lado del pasillo. Él, también, aplaudía a
los Spurs. Cuando yo aplaudía, él también. Tenía un compañero. Nos alentamos el uno al otro. Me sentí
mejor.
Al finalizar el primer cuarto le hice la señal del dedo pulgar levantado. Me respondió de la misma
manera. Sólo era un adolescente. No tenía importancia. Nos unía el lazo más elevado de la camaradería.
Ese es uno de los propósitos de la iglesia. Toda la semana animas al equipo visitante. Aplaudes el
éxito de Aquel a quien el mundo se opone. Te pones de pie cuando todos los demás permanecen
sentados y te sientas cuando todos se ponen de pie.
En algún momento te hace falta apoyo. Necesitas estar con personas que demuestren su júbilo
cuando lo haces tú. Precisas lo que la Biblia denomina comunión . Y la necesitas cada semana. Después
de todo, sólo puedes aguantar cierto tiempo antes de considerar unirte a la multitud.
Allí están. Cuatro hábitos que vale la pena adoptar. ¿Acaso no resulta agradable saber que algunos
hábitos son buenos para ti? Conviértelos en parte de tu día y crece. No cometas el error del niño
pequeño. No te quedes demasiado cerca del sitio por donde entraste. Es arriesgado descansar en el borde.

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