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Desamparo Aprendido
Desamparo Aprendido
psicótica.
Jean Allouch
Ustedes no tienen idea hasta donde llega el delirio sobre mí.
Jacques Lacan, el 19/3/1980
Pero, ¿no sería más simple reconocer que se trata de la transferencia y que el
psicótico se inscribe en ella exactamente de la misma manera que cualquiera?
Basta considerar la manera en que esta transferencia juega ya fuera del análisis para
tener que admitir que no podemos satisfacernos con esta solución. En estado salvaje
se especifica en efecto por una extensión que va mucho más allá (y entonces también
de otra manera) de todo lo que podemos observar en otras partes. Mal que les pese
a aquellos que creen decir algo al hablar de autismo, el psicótico está mucho menos
separado del grupo social, mucho más sensible a ciertos acontecimientos que allí
ocurren, que lo que pueden estar en regla general el neurótico y el perverso. Esta
extensión, esta repercusión de la transferencia psicótica está de acuerdo con esta
extraña connivencia psicosis-sociedad de la que el estatuto de la psiquiatría en la
URSS[1] nos da el más escandaloso testimonio.
Pensemos en Fliess. Todavía hoy hay quiénes se consagran en considerar como
científicas las elucubraciones de su delirio. Pensemos en Jung quien logró abrochar
a su nombre este ismo, valioso para Nathalie Sarraute, consagración de una corriente
socialmente reconocida del análisis psíquico. Pensemos más aún en Rousseau y en
el formidable impacto de su decir paranoico sobre la manera en que una civilización
elige responder a las cuestiones más fundamentales con las que todos tienen que ver.
Estos hechos —y otros más que podrían ponerse en la misma lista— nos invitan a
plantear de manera diferente a como lo había hecho Freud, lo que sería de un logro
allí donde el paranoico fracasa. Invirtamos el mensaje, hagámoslo legible: ¿qué es
un fracaso allí donde el paranoico triunfa? ¿El éxito relativo pero incuestionable del
junguismo otorga su logro a la paranoia de Jung?
¿Sería justo atribuir esta clase de éxito a la transferencia psicótica? ¿No será que a
veces por su contenido, el delirio interesa, suscita la adhesión y hasta provoca el
compromiso? Sin descuidar estos contenidos no podemos, sin embargo, hacerlos
únicos responsables del contagio de la psicosis. Un contra-ejemplo se nos ofrece
además en esos casos donde la locura parece reducida sólo al pasaje al acto y donde
el alboroto que suscita en su público no es menos vivo, incluso cuando no hay
ninguna transmisión de un delirio articulado. Tal es el caso de las hermanas Papin.
No nos está permitido hacer sólo de los contenidos del delirio la razón de las
consecuencias propiamente sociológicas de la psicosis. Al reconocer que están
sujetas al decir psicótico, estaremos más advertidos. Pero este decir no está fuera de
la transferencia. Si se trata no de enunciados sino de un modo enunciativo, habría
que articular cómo ese sujeto de la enunciación plantea una transferencia a la que
estaremos quizás en condiciones de ofrecerle la acogida que le conviene.
El muro
El descubrimiento del fenómeno de la transferencia fue uno de los logros, tanto más
notable como inesperado del psicoanálisis. Freud ratifica el hecho de esta
transferencia alrededor de 1912 con el pasaje del uso de Übertragung ya no más en
plural sino en singular.
Se podría esperar que sea solamente después de haber despejado este concepto de
transferencia, que se concluya a partir de allí que no había transferencia en las
psicosis. Y bien, no, en absoluto. Es en el mismo tiempo en que se despeja, y en
simultaneidad con la elaboración del complejo de Edipo, que el concepto freudiano
de transferencia excluye la existencia de una transferencia psicótica. Así, desde 1906
Freud afirma que no hay en la paranoia esta parte de libido flotante de la que se toma
el psicoanalista para el tratamiento de la neurosis. En el caso de la paranoia, debido
a la regresión al autoerotismo, no se encuentra disponible: y entonces por la falta de
esa transferencia la paranoia es psicoanalíticamente incurable[2].
Esta afirmación altamente teórica de la inexistencia de transferencia en las psicosis:
¿no constituye para nosotros el más neto reconocimiento de su especificidad? Este
decir implica efectivamente que Freud localizó que en las psicosis había una
ubicación de la cuestión de la transferencia que difería sensiblemente de lo que él
constataba en otra parte.
¿En qué se sostiene en el análisis, que el reconocimiento de la especificidad de la
transferencia en las psicosis haya tomado de entrada el sesgo de una afirmación de
inexistencia? En 1924, Freud, escribía: “Se empieza a comprender — acaso sobre
todo en Estados Unidos— que sólo el estudio psicoanalítico de las neurosis puede
brindar la preparación para entender las psicosis, y que el psicoanálisis está llamado
a posibilitar una psiquiatría científica futura…”[3]. Freud ¿habrá hecho del estudio
psicoanalítico de las neurosis una condición sine qua non para la comprensión de las
psicosis? Parece que así es si se juzga por su “solo” que viene a dar fuerza a la insípida
y vaga “preparación”.
Como quiera que sea, queda que este abordaje de las psicosis a partir de las neurosis
tuvo por efecto la erección de un muro casi infranqueable en relación al cual
psicoanálisis y psicosis no se encontraban del mismo lado. Así Freud escribe en un
texto contemporáneo al que acabo de citar. “En particular, desde que se empezó a
trabajar con el concepto de narcisista se consiguió echar una mirada por encima del
muro, ora en este, ora en este otro lugar”[4].
Abordar las psicosis con los resultados obtenidos del estudio analítico de las neurosis
sería como proponer su conquista armado de un cierto número de consideraciones
cuya cuestión operaba en su seno una discriminación —algunas deberán ser
revisadas, incluso invalidadas, mientras que se podría apelar a otras para confirmar,
sobre este nuevo terreno, su alcance heurístico. Sin embargo no se puede decir que
se haya efectuado siempre esta discriminación, de tal modo que, desde sus primeros
pasos, el abordaje psicoanalítico de las psicosis estuvo ampliamente hipotecado.
Una de esas “adquisiciones” que tuvo una función de bruma es la afirmación de que
existiría un camino preestablecido desde el autoerotismo al amor objetal. Este
supuesto camino jugó como una de las bases de la idea de que no había transferencia
en las psicosis. Esta “base” ¿forma parte verdaderamente de la mera médula del
psicoanálisis? El análisis ¿está condenado a desaparecer si cesa de afirmar la
primacía de lo auto?
Fue necesario Lacan para que el análisis reconozca que la primacía de lo auto sobre
lo hetero no le era consustancial. Lo auto, aún erotizado, incluso neutralizado en los
ropajes del ello, no es un dato primario: el desarrollo demostró que el haber
sustituido un narcisismo primario al autoerotismo primero, a fin de retomar de otra
manera el problema de las psicosis, no llevó sin embargo a rectificar verdaderamente
ese falso punto de partida.
Fue necesario — dije— Lacan. Esto quiere decir otro punto de partida, otro y muy
especialmente aquél que inaugura su recorrido estudiando de entrada las psicosis.
Al salir al cruce con su problematización analítica opera allí lo que llamaremos con
Nietzsche una transmutación de los valores. Damos algunos nudos, los principales
de esta transmutación.
El autoerotismo no es estar vuelto hacia sí, sino tiene que ver con el “desorden
de los pequeños a” (Lacan). El autoerotismo es pues “cuando uno falta de sí”. No
hay pues allí nada de auto, siendo precisamente lo que se produce cuando no hay
auto.
El delirio, correlativamente no es un solipsismo sino, en el pleno sentido del
término, una creación, a la vez delirio de relación y en relación. Se entra con el
delirio “a velas desplegadas del dominio de la intersubjetividad” (Lacan, el
11.04.1956) Mientras en Freud predomina el delirio de grandeza, en Lacan lo que
se destaca es el delirio de persecución[5].
La pérdida de la realidad en las psicosis ya no es más una noción aceptable, así
como tampoco la de una despersonalización, y por la misma razón. Una y otra en
efecto derivan de un mismo proceso que en las psicosis, no va lejos[6].
Así pues, la afirmación de la inexistencia de la transferencia en las psicosis, al mismo
tiempo que representa para nosotros un reconocimiento de la especificidad de la
transferencia psicótica, nos parece sostener su peso de su solidaridad con un cierto
número de aserciones intempestivas aplicadas a las psicosis y cuyo origen es
principalmente la clínica analítica de las neurosis. Habrá sido necesaria la ruptura
lacaniana para que la transferencia psicótica pueda ser, no aislada como tal — pues
numerosos psicoanalistas, comenzando por Federn, habían rechazado ratificar la
posición de Freud— sino para que su ubicación pueda ser reglada sobre la función
del sujeto supuesto saber.
He aquí un caso de Sérieux y Capgras que nos ayudará a desplegar esta perturbación
y este mecanismo transferencial. Se trata de una nueva Juana de Arco, seguida por
un gran número de personas que tomaron en serio su decir, al punto de
escandalizarse vivamente de que la hayan considerado loca e incluso de haberlo
hecho saber a quien correspondía. Una interpelación en la Cámara inquietó a los
médicos, intimados a justificar su decisión.
¿Cómo llegaron las cosas hasta allí? Una noche, durante un sueño, ella se vio,
estandarte en mano, a la cabeza de un ejército invisible. Ella interpreta este sueño
como una “analogía” con Juana de Arco, y no sin haberla vinculado, muy
freudianamente con un incidente de la víspera: como ella miraba una estatua de la
Doncella de Orléans, los paseantes expresaban, mediante su asombro, el
sorprendente parecido de las dos figuras, la suya y la de Juana de Arco. Después de
estos acontecimientos muestra a diversas personas una imagen de la Doncella y
todos constatan la asombrosa similitud. Un día en una iglesia, y mientras pensaba
en este parecido, unos niños que estaban sentados delante de ella se volvieron para
mirarla; ¿estaría ella llamada a jugar el papel de Juana de Arco?
Lo increíble es que esta interpretadora, conforme al
tema de su delirio, haya terminado por tener su ejército de defensores. Lo menos que
podemos hacer para dar cuenta de este prodigio de la psicosis es no descuidar que
viene en respuesta a un decir. Según este decir, ella no se toma por Juana de Arco,
sino, ella es tomada (en pasivo) por tal y especialmente por los paseantes.
¿Diremos que es ella quien se toma por Juana de Arco por el sesgo de lo que cree leer
en la mirada sagaz de los paseantes? ¿Llegaremos a creer que ella proyecta? Allí
donde testimonia haber sido tomada por Juana de Arco, no hay ninguna razón para
suponer que ella se toma, aún proyectivamente, por tal. Esta suposición vuelve a
dejar todo el asunto en una elipsis cuyo carácter lamentable no hay que demostrar,
como tampoco el impasse en el cual nos acantona.
Mantengámonos firmes pues sobre esta pasiva mirada del cual la psicosis se da no
como una acción, sino que vale como reacción este ”ser tomado por” juega en cada
uno de los fenómenos propiamente psicóticos: en el automatismo mental, donde el
”él orina” toma al sujeto por un meón; en la interpretación delirante que sólo inventa
un saber reactivamente a una interpelación originada en el Otro; en la intuición
delirante en donde la existencia de una significación, por enigmática que sea, es
primero planteada y reconocida en el Otro[13], y en el delirio mismo a propósito del
cual es un poco abusivo hablar de tentativa de curación.
Primeramente es en el lugar del Otro que el sujeto psicótico es tomado por. Este
hecho masivo, decisivo no será absorbido por el delirio, aunque aún en ciertas
condiciones, el delirio puede permitir al sujeto asumir esta nominación.
La interpretadora de Sérieux y Capgras no se reconoce en la estatua ecuestre de
Juana de Arco. Por el contrario, ella plantea transferencialmente que los paseantes
la toman como tal. El saber que soporta esta nominación está en el lugar de los
paseantes. Y lejos de hacer suya esta imagen, héla aquí, en lo sucesivo, cuestionante:
“¿Es que verdaderamente existe el parecido que dicen?”.
Este interrogante por sí solo nos es suficiente para asegurar que en este caso no hay
precisamente identificación resolutiva a la imagen a la cual se la quiere adherir, lo
que confirma por otra parte la ausencia total de júbilo en la experiencia de este
encuentro de tres: estatua ecuestre, ella misma y los paseantes.
Un primer lugar está presentificado por los paseantes. Allí el parecido es cierto.
Para esta mirada la tinta simpática es y permanece visible.
Un segundo lugar es ella misma. Viendo que el Otro ve, no puede sin embargo
ver por sí misma. La aserción del Otro sorprende pero sin embargo no la hace
suya y esto no en razón de alguna impotencia o incapacidad, sino por una im-
posibilidad de estructura: estando virtualmente ella misma en la cuestión, no
puede estar en el lugar desde donde esta cuestión puede ser decidida. De allí
surge…
Tercer lugar, presentificado por aquellos que ella interroga: “¿la aserción del otro
está fundada?”.
Este lugar que aquí llamo “tercero” fue completamente descuidado por pura
comodidad. Su localización, estaba sin embargo al alcance de la mano, con aquello
que la historia de la psiquiatría nos testimonia haber problematizado bajo el nombre
de folie à deux. Su ejemplariedad, reconocida por Lacan, apunta a lo que presentifica,
mejor que toda otra realización de la psicosis, esta exigencia de un reconocimiento
(aceptación o rechazo) de lo que se encuentra de entrada articulado en el Otro bajo
el modo neutralizado del se-dice.
Así en el caso ya evocado, de Marandon de Montyel, el marido, denominado
codelirante, declara gritando al psiquiatra que quiere mantener en el asilo a la mujer:
“mi mujer jamás ha sido loca, y no lo está más hoy que antes, ha cometido a
sabiendas actos excéntricos para obedecer a la voz de Dios; hoy quiere salir, ya se ha
pasado el tiempo de pruebas, nadie puede retenerla”.
En la folie à deux, el compañero es aquel que dice que en su testimonio el loco dice
la verdad. Otros, además de mí podrán testimoniar con qué frecuencia esta posición
fue presentificada en el auditorio de la presentación de enfermos de Lacan: “¡Pero
él — o ella— no delira! ¡Es la exacta verdad!”. Incluso se llegó a preconizar esta
propensión al codelirio como curativa. Siguiendo esta corriente llamada antipsiquia-
tría, una “terapia sistémica” toma hoy sus fundamentos. Tomémonos, en principio,
a nosotros mismos, tal vez no estaríamos allí de no haber descuidado tanto la
incidencia de la folie à deux y su ejemplaridad para nuestro abordaje de la locura.
¿No resulta notable que hoy descubramos que Schreber padre no fue un pedagogo-
sádico, sino un delirante?, ¿Que se trataba pues de un caso de folie à deux?
La locura llama. Esta fórmula tiene múltiples resonancias: se trata de un llamado a
los pequeños otros pero también un llamado a la transferencia que ella provoca. Sólo
tiene esta pregnancia y actúa como fuerza aspirante, que nada tiene que envidiar al
fantasma, porque posee un modo de enunciación específico y ordenado según los
tres lugares que proponemos distinguir.
El lugar de aquél o aquélla a los que se llama psicóticos es fundamentalmente el
de un testigo. Escribamos incluso t´es moins[14] a fin de entender lo que implica
infaltablemente de herida narcisística su postura.
El lugar del Otro, es aquél desde donde se origina una asignación desubjetivante,
persecutoria por esto mismo. La absolutización de la aserción es tal que queda
excluido que el sujeto pueda dirigir su llamado y hacer reconocer la validez de su
testimonio. Esto quiere decir que nos prohibimos sistemáticamente toda
interpretación en el sentido del juego sobre el equívoco significante en los análisis
de psicóticos.
El lugar del otro— escrito con una pequeña a— es aquél donde el sujeto hace valer
su testimonio. El llamado está formulado aquí como una instancia que sería el
Otro del Otro y que entonces no existe, y que sólo puede ocuparse como pequeño
otro. Al parecer, no hay otra alternativa que la de recusar el testimonio o codelirar
con él.
¿Sorprende que nuestro léxico sea aquí ostensiblemente jurídico? En efecto, se trata
del derecho en tanto que él vendría a regular la economía del goce.
Los pliegues
Concluyamos sobre la ubicación teórica de la transferencia psicótica. Hay razones
para mantener juntas las dos determinaciones siguientes: 1/ se trata enteramente de
una transferencia y 2/ esta transferencia es específica. Si 1/ es exacto tendremos algo
que esperar de la escritura matesística[16] de la transferencia que tenga también
validez para la transferencia psicótica: si 2/ es exacto, podremos esperar que nos
ayude a cernir su especificidad.
La solución será ésta: una misma escritura pero una lectura diferente de lo escrito.
Leamos de más cerca los textos de Lacan que abren paso a la escritura de este
matema[17]. Una cosa nos sorprende de entrada: la proximidad del interrogante que
abre este recorrido con una cuestión planteada, no tanto por la psicosis sino por la
relación que se instaura, usualmente, con ella. Tanto en un caso como en el otro, en
efecto, es cuestión de discordancia, y aún más precisamente todavía, de una
discordancia con la realidad.
Desde Pinel, tratar médicamente la locura sería reabsorber esta discordancia. Pinel
lo intenta entrando teatralmente en el juego del delirio. Hoy se trata de sofocar el
delirio bloqueando la alucinación con la ayuda de sustancias químicas, o aún,
sugiriendo al delirante que entre en el juego de una crítica de su delirio. Lo notable
apunta a que una discordancia semejante se encuentra presentificada por Lacan
cuando está en el punto de articular el fenómeno de la transferencia con la función
del sujeto supuesto saber. Al abocarse a la discusión de un artículo de Szasz sobre la
transferencia, Lacan formula así la cuestión: “Es en relación a lo que se manifiesta
de actual en el tratamiento que, en la ocasión apuntará, para el paciente, lo que se
produce en forma más o menos evidente como efectos de discordancia con respecto
a lo que se llamará “la realidad de la situación analítica”, a saber, “los dos sujetos
reales allí presentes”[18]. De este modo se significará a la paciente que sueña con
una relación sexual con su analista[19], que éste no tiene la bella y rubia cabellera
con que generosamente su sueño lo disfraza, que hay entonces error sobre la persona
y que sería bueno tomar nota de ello.
Con tales “interpretaciones de la transferencia” —que tienen la misma inspiración
que las respuestas hechas al delirio, aún si la discordancia con la realidad no tiene
aquí el mismo estatuto — es el análisis como paranoizando al sujeto quien muestra
la punta de su nariz, como nos lo indica que en última instancia, en Szasz, todo queda
entre las manos de lo que él llama “la integridad del psicoanalista”.
He aquí una prueba de la manera en que Lacan se apoya sin decirlo sobre la psicosis;
nos interesa tanto más en la medida en que concierne a la definición del inconsciente
como discurso del Otro. En la p. 794 de los Escritos, Lacan precisa que el “del” en
esta fórmula hay que entenderlo en el sentido del genitivo subjetivo. El “del” del
“deseo del Otro” derivaría de la posición del genitivo objetivo[25]. A fin de precisar
el estatuto del primero, Lacan al retomar su latín, traduce: de Alio in oratione, y
agrega: completen: “tua res agitur“. ¿Por qué este agregado? ¿A quién se dirige este
“completen”? La cosa queda enigmática si se ignora que en la psiquiatría francesa de
principios de siglo corría este tua res agitur. Sérieux y Capgras hacían notar en estos
términos: “tua res agitur, se decía, tal podría ser la divisa del interpretador”[26].
Porque inauguró su recorrido estudiando la psicosis, Lacan puede problematizar la
transferencia de otra manera que a la moda psicótica. “A la moda” en el sentido de:
“saben ustedes plantar los repollos a la moda…”; y se trata de plantear (como dicen
los hispanizantes) de otra manera el problema de la transferencia. Es planteándola
con la psicosis que Lacan la posiciona de otra manera que a la moda de la psicosis.
Así pues, desde el primer paso de este recorrido, hay un rechazo efectivo, aunque no
efectuado aún, del Otro supuesto saber, aquel por el cual se toma en cuenta en lo que
sigue inmediatamente de la emergencia del saber supuesto, del engaño.
Engaño y certeza son homólogos, y el pasaje más allá de esta exclusión será realizado
con la lectura lacaniana de Descartes cuando en el lugar del Otro supuesto saber
rechazado, vendrá a inscribirse el sujeto supuesto saber.
“De este sujeto supuesto saber (que sea Freud o reducido a este término, a esta
función) [algunos] /puede/ pueden sentirse plenamente investidos. Pero esa no es
la cuestión. Y primero la cuestión de cada sujeto [es] desde dónde se ubica para
dirigirse al sujeto supuesto saber”[30].
Este lugar “desde dónde” permanece enigmático, y es cuatro años más tarde,
haciéndose muy simple que Lacan responde escribiendo, al mismo tiempo, esta
respuesta y el matema de la transferencia. Si se trata de un sujeto y de nada más en
esta dirección hacía el sujeto supuesto saber, sólo puede localizarse aunque sea por
esta dirección con un significante que lo representa frente a otro significante. Lo
“simple” consiste en la aplicación a ciegas de la fórmula:
El matema de la transferencia se presentará, desde entonces, como un desarrollo ad
hoc de esta escritura: si se trata precisamente de un sujeto supuesto saber y no del
saber del Otro, entonces será posible escribir el saber supuesto lindando con el s, en
el sujeto él también supuesto, colocado debajo.
Correlativamente el indice 1 de S1 ya no conviene: no se trata más del significante
sino de un cierto significante y que, por otra parte, no pertenece a la serie de los
significantes en el inconsciente. Es con este significante que el sujeto se dirige al
sujeto supuesto saber, se aplasta en el s y lo plantea como en espera de los
significantes inconscientes. Decir sujeto supuesto saber equivale a ratificar la
posibilidad de este aplastamiento, el de la transferencia.
¿Por qué otro significante, ese S desprovisto de su índice, va a representar al sujeto?
Aquí la respuesta de Lacan es del mismo orden que aquélla de Shakespeare
inventando to be or not to be —al menos si creemos en un chiste célebre relatado por
Lacan. Shakespeare estaba en el atolladero; con su escritura paralizada comienza por
anotar: “to be”, después duda: “¿or not?” después repite a la vez su pregunta y su
vacilación: “¿to be or not? ¿to be or not? Eureka: “to be or not to be, that is the
question”. De la misma manera Lacan: “¿por cuál significante?” Sino por uno
cualquiera, no siendo tal precisamente el primero, lo que marca la pérdida de su
índice.
Tenemos entonces al final del recorrido:
De allí se desprende que admitimos una identidad de posición del psicótico y del
psicoanalista, en cuanto a la manera de estar situado en una transferencia. ¿El
psicoanalista no es este sujeto, sujetado, que por su acto, plantea
transferencialmente toda demanda que le es dirigida?
Esta identidad de posición si bien puede chocarnos, no debe sorprendernos.
Bastantes escritos analíticos sobre la psicosis nos lo muestran.
Tal vez este allí la razón de la afirmación según la cual no habría transferencia en la
psicosis así como condición de posibilidad, ofrecida al psicoanalista, de sostener,
con el psicótico, la función de erastés.
La Proposición de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela[31], más allá
de que nos haya otorgado el matema de la transferencia, nos ayuda ahora a precisar
cómo esta identidad de posición es actuada de manera diferente por el psicoanalista
y el psicótico. Si la transferencia psicótica tiene de específico que el sujeto se
encuentra allí asignado al lugar de esta formación no real sino “de
inspiración”[32] del sujeto supuesto saber ofrecida al psicoanalista, ocurre que el
psicótico no responde del mismo modo que el psicoanalista.
La Proposición indica que este lugar es aquel del s, de este sujeto ficticio supuesto
por el significante de la transferencia y respecto al cual el saber es colindante. Dos
rasgos caracterizan este lugar del que nosotros señalamos la incidencia en el
psicótico y en el psicoanalista. Tanto uno como otro en este lugar, no puede hacer
otra cosa más que tener que saber.
En este “hay algo que saber” juega la demarcación. Es de notar que Lacan en
la Proposición formula la cosa en tercera persona. Y nosotros encontramos una
confirmación de la justeza de esta formulación tanto en nuestra experiencia como en
un texto que se presenta como testimonio decisivo sobre la transferencia psicótica, a
saber, El Sobrino de Wittgenstein de Thomas Bernhard. No hay en este libro un sólo
“tú”, solamente “yo” y “él”, lo imaginario de la relación del narrador con este
psicótico sobrino de Wittgenstein se encuentra, de golpe, fijado a un nivel
propiamente estilístico, lo que no deja de provocar en el lector un efecto de captura
apropiado para interrogar lo que, en él, se refiere a la amistad. Pues este testimonio
de una transferencia al psicótico es también un texto sobre la amistad[33].
El psicoanalista se ubica en s, soportando allí la función del sujeto supuesto saber,
dejando jugar “en reserva” su propio saber. Es no poniendo allí “demasiado sus
pliegues” que él se comprometerá efectivamente —dicho de otra manera en tanto que
psicoanalista. El psicótico está en el mismo lugar pero lo ocupa de manera diferente.
No puede, él, no poner demasiado de sus pliegues —y allí se origina su demanda de
análisis. Es partiendo de sí lo que no puede evitar que espera no comprometerse, y
es en lo que –ahora podemos adelantar tras lo que recordamos de la lectura
lacaniana de Descartes —él se engaña.