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Heller, Rachael - Corazon Sano PDF
Heller, Rachael - Corazon Sano PDF
PRIMERA PARTE:
EL CORAZÓN DEL ASUNTO: PERFIL PERSONAL DE SALUD CARDIACA
Apéndice:
¿Cómo incorporar al programa las recomendaciones dietéticas de organismo de la salud?
Advertencia
La información que se presenta en este libro es producto de las experiencias de los autores y
no pretende reemplazar el consejo médico. No es nuestra intención diagnosticar ni recetar, sino
ayudar a los lectores a colaborar con sus respectivos médicos en la búsqueda conjunta de la salud
óptima. Sólo tu médico puede determinar si este programa es apropiado o no para ti. Por lo tanto,
antes de embarcarte en éste o cualquier otro programa, consúltalo; aparte de las visitas y controles
regulares, expónle cualquier duda o síntoma. En el caso de que alguien hiciera uso de esta
información sin la aprobación de su médico, se estaría auto-medicando, lo que eximiría de cualquier
responsabilidad tanto al editor como a los autores.
Como ocurre con todos los programas, este no le va a ir bien de buenas a primeras a todo el
mundo, así que para que resulte beneficioso y produzca los mejores resultados, el interesado debe
individualizarlo con la ayuda de su médico, de acuerdo a sus necesidades y preferencias concretas.
No mezcles ni juntes directrices de este programa con recomendaciones de otros. Que sea
tu médico particular quien te oriente, ayude y te haga las recomendaciones necesarias; déjale este
libro, para que lo lea, comprenda el programa y te aconseje. En todos los asuntos, las reco-
mendaciones de tu médico son lo más importante.
El cromo podría disminuir la necesidad de insulina u otros tratamientos para la diabetes.
Por lo tanto, los diabéticos, de forma especial, deberán hacerse controlar muy cuidadosamente por
sus médicos.
Este programa no está destinado a mujeres embarazadas ni en periodo de lactancia, ni a
niños ni adolescentes; sus necesidades son muy especiales y escapan al alcance de este libro.
Los diálogos, citas, hechos y anécdotas biográficas que aparecen aquí son reales; se han
sacado de cientos de entrevistas. No se cita ni explica el caso de ninguna persona sin que ésta no
haya dado su consentimiento por escrito. A excepción de los nombres de investigadores científicos,
todos los demás se han cambiado para mantenerlos en el anonimato.
Advertencia: Los términos Reward Meal® (Comida Premio), The Carbohydrate Addict's
Diet® (Dieta para los adictos a los hidratos de carbono), The Carbohydrate Addict's Healthy Heart
Program® (Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono), sus derivados y
abreviaturas son marcas registradas propiedad de los doctores Richard y Rachael Heller y no se
pueden usar sin su consentimiento.
Agradecimientos
1
Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos (Departamento de Agricultura), Dietary Guidelines for
Americans, 4.a ed.; American Heart Association, Eating Plan for Healthy American y American Cáncer Society, 7996
Guidelines on Diet, Nutrition, and Cáncer Preventíon.
2
La hipertensión, la diabetes de adulto, el exceso de peso (obesidad abdominal en particular) y la aterosclerosis forman
un grupo de enfermedades que suelen llamarse factores de riesgo de enfermedad cardiaca y que, combinadas, podrían
llamarse síndrome X, síndrome metabólico, el cuarteto mortal, síndrome de resistencia a la insulina o enfermedades de la
civilización.
DEFINICIÓN DE ADICCIÓN A LOS HIDRATOS DE
CARBONO
La adicción a los hidratos de carbono es un desequilibrio físico que provoca ansias o deseo
incontrolable de comer alimentos ricos en estos elementos, una necesidad recurrente y cada vez
mayor de comer féculas, tentempiés, comida basura o dulces.
Los alimentos ricos en hidratos de carbono son, entre otros: el pan, los bollos, los pasteles,
los cereales, el chocolate, las galletas dulces y saladas, la fruta y los zumos de fruta, el helado de
crema, las patatas, las patatas fritas, las pastas, las rosquillas, el arroz, las empanadillas, las
palomitas de maíz y las bebidas azucaradas.
Además, los productos de efecto semejante, como los sustitutos del azúcar, las bebidas
alcohólicas y el glutamato monosódico (y también los glutamatos libres) pueden desencadenar
ansias intensas de comer hidratos de carbono, aumento de peso o problemas relacionados con la
insulina, entre ellos hipertensión, niveles peligrosos de lípidos en la sangre, diabetes de adulto,
aterosclerosis y enfermedad cardiaca.
Hasta el 75 por ciento de las personas que tienen sobrepeso e hipertensión o niveles
peligrosos de lípidos en la sangre son adictos a los hidratos de carbono. Aunque muchas personas
podrían sospechar que la causa de esas ansias y subida fácil de peso es un desequilibrio físico
que desencadena o exacerba muchos de sus problemas de salud, por lo general esta causa
subyacente no se diagnostica ni se trata.
Orientaciones de la American Heart Association y el
Programa Corazón Sano para los adictos a los
hidratos de carbono
El Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono no es otra dieta pasajera
más; es un programa equilibrado, con base científica, capaz de corregir el desequilibrio insulínico
que causa las ansias de comer hidratos de carbono y pone en riesgo de enfermar del corazón. Lo
mejor de todo es que contribuye a acabar para siempre con el peligro de la insulina para la salud
cardiaca.
Las directrices de este programa están en conformidad con las actuales recomendaciones
American Cáncer Society y el Departamento de Salud y Servicios Humanos del Departamento de
Agricultura de Estados Unidos. 3
Los informes de estos muy respetables organismos ofrecen orientaciones para prevenir,
entre otros trastornos, la diabetes de adulto, la obesidad, el cáncer, la hipertensión arterial, los
accidentes cerebrovasculares, la aterosclerosis y la enfermedad cardiaca. A lo largo del libro, y
particularmente en el Apéndice, encontrarás sugerencias para incorporar al programa las
recomendaciones de estos organismos.
No olvides que sólo tu médico puede determinar qué directrices o recomendaciones son
las que te convienen a ti y cómo debes incorporarlas, así que consúltalo antes de incorporarlas a tu
plan de comidas.
3
Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos (Departamento de Agricultura), Dietary Guidelines for
Americans, 4.a ed.; American Heart Association, Eating Plan for Healthy Americans, y American Cáncer Society, 1996
Guidelines on Diet, Nutrition, and Cáncer Prevention.
Introducción:
Una medicina nueva y más amable
Hubo un tiempo en que comíamos simplemente porque la comida sabía bien y nos producía placer.
Hubo un tiempo en que caminábamos simplemente por el placer de caminar, y después nos
sentíamos relajados y felices.
Hubo un tiempo en que el cuerpo era considerado dador de placer y de vida, y nos
sentíamos a gusto y seguros sabiendo que podíamos confiar en él.
Hubo un tiempo en que los médicos, y la ciencia médica en general, tenían la responsabilidad de
encontrar la causa de nuestras dolencias físicas, y se suponía que su trabajo era curarlas también.
Sin embargo, en la actualidad parece que se ha producido una sorprendente transformación.
Los alimentos han pasado a considerarse remedios, y se eligen por su capacidad de mantener a raya
un inminente estado de mala salud, y no por el placer y satisfacción que nos proporcionan.
Mantenemos el cuerpo bajo estricta vigilancia, y actuamos como si albergara algún tipo de animal
indigno de confianza que está al acecho para atacarnos desde dentro, una bestia que hace necesaria
una mano firme, rigurosa disciplina y un ojo vigilante. La actividad, ahora en forma de ejercicio
programado, se ha vuelto ardua y agotadora. El placer ha sido reemplazado por un farisaico sentido
del sacrificio, y la sociedad nos confirma que renunciando a todas las cosas placenteras, damos
prueba de nuestra bondad, dedicación y disciplina.
Cada mensaje que nos llega a través de los medios de comunicación refuerza la idea de que
tenemos que cargar con la responsabilidad sagrada de combatir a toda costa los cambios físicos
asociados con el hecho de envejecer con dignidad. En casi toda actividad, o inactividad, vivimos
juzgándonos, mutuamente y cada uno a sí mismo. Y al final, en esta frenética búsqueda de una vida
más larga, hemos perdido el placer y la alegría que en otro tiempo llenaban nuestros días y hacían la
vida digna de vivirse.
Ni siquiera en la enfermedad hay descanso. Los medios de comunicación no dejan de
divulgar el mensaje de que, según la evaluación y estadísticas de un grupo de científicos sin rostro,
nosotros somos los responsables de nuestra buena o mala salud. Si bien en parte, y hasta cierto
punto, es cierto que el bienestar físico puede estar relacionado con nuestros actos y elecciones, esta
forma de pensar, llevada a un extremo, libera a la medicina de prácticamente toda responsabilidad.
Por supuesto, este cambio en la consideración de la responsabilidad nos convierte en los presuntos
culpables de delitos contra nosotros mismos. Pues bien, ya es hora de dejar de culpar a la víctima.
Actualmente acudimos al médico en busca de un remedio rápido que tal vez nunca curará la
causa del problema.
En otro tiempo el médico era el confidente y amigo durante la curación, la persona que
sabíamos entendería nuestros problemas; ahora acudimos a él para que haga poco más que darnos
unas píldoras mágicas, remedios rápidos que prometen sacarnos del pantano de síntomas sin sanar
nunca la causa del problema.
Aunque evidentemente esto no le gusta a ninguno de los dos, el paciente y el médico
parecen estar atrapados en un ruedo de gladiadores en el que ninguno satisface nunca las exigencias
del otro. Con demasiada frecuencia, a los pacientes se nos hace creer que nosotros somos los
culpables de habernos puesto enfermos. Recibimos el mensaje, sobre todo por lo que se refiere a la
salud cardiaca, de que se nos dio un cuerpo perfecto y que, si no hubiéramos abusado de él, no nos
estaría dando problemas.
Se nos dice que tenemos que ser capaces de seguir programas de comidas y ejercicios que,
dadas las muchas otras exigencias con que tenemos que arreglárnoslas, es casi imposible incorporar
a un estilo de vida normal, o dejan muy poco tiempo para darnos el gusto de disfrutar de algunos
simples placeres básicos. Y para empeorar las cosas, suelen hacernos sentir culpables por ocupar el
muy precioso tiempo del médico cuando lo único que se necesita es «un poco de disciplina»,
traducida en acatamiento incondicional y sacrificio.
No se atiende a nuestras preocupaciones, no se satisfacen nuestras necesidades, y cuando
somos incapaces de alcanzar la salud ideal, se nos tacha de «nuestros peores enemigos», porque al
final, hemos entrado en una era en que se nos dice «paciente, cúrate a ti mismo».
Con demasiada frecuencia el médico se encuentra en una especie de papel de sacerdote, que
nos oye en confesión, juzga nuestros actos u omisiones más privados, y luego nos impone una
penitencia para redimirnos y redimir nuestra salud. De hecho, nos resulta difícil recurrir a ellos sin
sentir temor al examen y al castigo, y por último, como si fuéramos niños, hasta le llegamos a
ocultar, a veces, justamente las verdades que podrían servir para liberarnos.
Pues bien, en ningún ámbito es tan intenso este combate como en lo que se refiere a la salud
del corazón; y para nadie esta salud es más esquiva ni su fracaso más predominante que entre
quienes sufren del desequilibrio hormonal conducente a la adicción a los hidratos de carbono. Con
unos deseos de comer que prácticamente las superan, estas personas tienen pocas posibilidades de
tener éxito con las dietas tradicionales para adelgazar o favorecer la salud; su biología literalmente
las predispone al fracaso, y en lugar de considerar esos deseos intensos una prueba del problema
físico, que lo es, estas víctimas son consideradas culpables por sus amigos y familiares, los medios
de comunicación, los profesionales de la salud, e incluso por ellas mismas.
Algo funciona bastante mal en todo este sistema; ha llegado la hora de cambiarlo por una nueva
medicina más amable.
Algo funciona bastante mal en todo este sistema; ha llegado la hora de cambiarlo por una
nueva medicina más amable, más parecida al tratamiento médico que recibíamos cuando muchos de
nosotros éramos pequeños, el tipo de atención médica que ofrece ayuda en lugar de acusación,
apoyo en lugar de juicio, información en lugar de condenación, comprensión, simpatía, y las
realidades y estrategias sencillas que pueden emplear personas reales en la vida real, para favorecer
la salud del corazón de verdad, sin privaciones, esfuerzos, sentimientos de culpabilidad ni
sacrificios.
En las páginas siguientes encontrarás algunos de los métodos más interesantes y
prometedores para la salud del corazón y que, según hemos comprobado, son muy importantes para
el adicto a los hidratos de carbono. Tomados de disciplinas orientales y occidentales, de métodos
complementarios tradicionales y científicos, holistas y de alta tecnología, estos extraordinarios
avances te ofrecen un mundo de potentes alternativas que de otro modo no podrías haber
descubierto.
Es posible que la información y las recomendaciones que te hacemos te sorprendan; de
hecho, son una visión de primera mano sobre los métodos más innovadores, los últimos hallazgos
científicos y los programas que están surgiendo de la investigación cardiaca de vanguardia, par-
ticularmente apropiados para el adicto a los hidratos de carbono.
Los descubrimientos médicos pueden tardar años en abrirse camino para ser aplicados en el
ejercicio de la medicina; a veces, quedan olvidados en revistas médicas que nadie lee o simplemente
yacen en los estantes de las bibliotecas; descubrimientos que podrían salvar vidas y que
simplemente se pierden entre otros más lucrativos, o se rechazan por intereses económicos.
Algunos, resultado de la investigación, difieren de la práctica médica actual, y aunque los
tratamientos que apoyan son tan efectivos, o más, que los ortodoxos, se descartan o se aplastan. O
lo que es peor aun, son injustamente ridiculizados por los medios de comunicación, donde el dinero
de la publicidad podría determinar a qué historias dar crédito y a cuáles no.
Como siempre, consulta con tu médico en todos los asuntos relativos a la salud. Y si él
desconoce los estudios a que nos referimos aquí, en la Bibliografía encontrará cientos de referencias
a artículos que apoyan y explican estos tratamientos y descubrimientos. Te animamos, si es posible,
a entablar un diálogo con tu médico para ayudarlo a entender tus necesidades y preferencias, y a
trabajar juntos en decidir el camino de tu atención médica futura. No olvides, la mejor atención
médica se negocia, no se dicta.
En el capítulo 11 encontrarás información esencial sobre cómo mantenerte al día, mucho
después de haber leído este libro, en el inmenso mundo de opciones para la salud cardiaca que están
a tu disposición. Habla con tu médico sobre los métodos que descubras y comenta los resultados en
la vida real de todo lo que has aprendido. Si eres adicto a los hidratos de carbono, es fundamental
que tengas un médico con el que puedas hablar de las opciones apropiadas para tus necesidades físi-
cas y estilo de vida. Al fin y al cabo, tratándose de la salud, como en tantas otras cosas, si no hablas
por ti, ¿quién lo hará?
Retorno a lo fundamental
Este libro no pertenece a la gama de esos que dicen que, si hicieras lo que te conviene, no te estarías
matando. De hecho, es una guía práctica que habla de lo fundamental para la supervivencia, que te
pone al corriente de los últimos hallazgos médicos que pueden serte útiles para reducir el riesgo de
contraer una enfermedad cardiaca debido a la insulina, y que te permitirá sanar y mantenerte sano,
sin sentimientos de culpabilidad, sin vergüenza ni exigencias imposibles.
También te ayudará a comprender por qué tus deseos de comer alimentos ricos en hidratos
de carbono son más intensos que los de los no adictos, por qué esos deseos son una importante señal
de que hay desequilibrio en tu cuerpo, y cómo, restableciendo ese equilibrio hormonal, se puede
recuperar y mantener la salud óptima del corazón. En las páginas siguientes te ayudaremos a
determinar tu probable riesgo de enfermedad cardiaca relacionada con la insulina y a identificar los
pasos sencillos y fáciles que te servirán para sanar, sin privaciones ni sacrificios.
El libro que tienes en tus manos se ha escrito para celebrar, y también para dar a conocer,
los descubrimientos científicos más recientes, con el fin de que te sirvan a ti y a los demás para
mantener la salud y alcanzar la felicidad. Las recomendaciones que damos aquí son sencillas y
agradables, y tienen por objeto no sólo hacer que te sientas bien y a gusto con tu aspecto, sino
también ayudarte a mantener la salud. Normalmente los programas estándar, de «talla» única,
exigen hacer sacrificios que, o bien no son nada prácticos, o bien son francamente imposibles de
llevar a cabo a la larga, sobre todo para el adicto a los hidratos de carbono. Muchas dietas exigen
vivir con cifras: contar calorías o gramos de grasa, barajar fichas, medir o calcular porcentajes. Pero
la verdad es que las personas naturalmente delgadas no viven así. Y tú tampoco, al menos no por
mucho tiempo, ya que, como adicto a los hidratos de carbono, lo que tienes es un desequilibrio
hormonal. Un desequilibrio hormonal que hay que corregir para que logres un éxito fácil y
duradero. Ahora ya sabemos qué causa tu adicción y la forma de corregirlo.
Si eres adicto a los hidratos de carbono, 4 este programa ha sido ideado especialmente para
4
Para determinar si eres adicto a los hidratos de carbono, y que corres el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca aneja
a la insulina, rellena el cuestionario del capitulo 4.
ti. No te pide combatir deseos incontrolables ni vivir hambriento; tampoco te exige seguir un
programa de ejercicios que consume tiempo o que es imposible de mantener. La idea es corregir el
desequilibrio hormonal que causa esas ansias de comer y que puede favorecer el desarrollo de los
factores de riesgo de contraer una enfermedad cardiaca. Con este programa, muchos adictos a los
hidratos de carbono de todo el mundo han conseguido paz mental, salud corporal y alegría
espiritual, todo al mismo tiempo.
Si eres escéptico y te cuesta creer que algo tan fácil y prometedor como nuestro programa
puede acabar con tus ansias de comer y reducir tu riesgo de enfermedad cardiaca causada por la
insulina, te recomendamos que lo pruebes durante tres días. Quizá te lleves la sorpresa de tu vida.
Aunque hemos añadido un día extra, para más seguridad, la mayoría de los adictos, al probarlo, han
experimentado un cambio espectacular sólo en 48 horas: han disminuido enormemente sus deseos
de comer féculas, tentempiés o dulces, y en algunos casos el hambre de hidratos de carbono les ha
desaparecido del todo. Verás aumentar tu energía, y es posible que te inunde una sensación de
bienestar y paz, por la sencilla razón de que tu cuerpo ya no estará obligado a arreglárselas con una
sobrecarga hormonal para la que no está equipado.
Aunque, por lo general, las ansias y el hambre se reducen muchísimo en apenas dos días, lo
que no se puede esperar es que se arreglen en ese mismo intervalo de tiempo otros factores de
riesgo de contraer una enfermedad cardiaca relacionados con la insulina. Los niveles de triglicéridos
bajan en unas cuantas semanas (aunque hemos documentado cambios en tres días).
Por otro lado, también se ha comprobado que la parte nutricional del programa ha
normalizado por sí sola niveles anormales de azúcar en la sangre en unas pocas semanas, 5 y según
sea tu metabolismo y tu respuesta al programa, también verás cómo al cabo de unas semanas se
habrán normalizado asimismo tus niveles de triglicéridos, de colesterol (total, HDL y LDL) y de
insulina. Pero el primer cambio, el más espectacular, que experimentarás será la desaparición o
disminución de tus ansias de comer, y eso ocurrirá en cuestión de días.
Son muchos los que dicen que el auténtico milagro de este programa es lo fácil que es
seguirlo, cosa que se nota día a día. Y eso hace que cada día que pasa, las opciones para favorecer la
salud se convierten en una forma de vida.
A su debido tiempo definiremos con más detalle estos dos términos: hiperinsulinismo y
resistencia a la insulina. Es muy posible que te familiarices con ellos y comiences a usarlos con
frecuencia cuando descubras hasta qué punto tu salud y felicidad dependen del equilibrio de la insu-
lina y el azúcar en la sangre.
Mientras tanto, ten la seguridad de que todos estos nuevos descubrimientos que te esperan
los vamos a explicar con un lenguaje comprensible, dejando de lado la complicada terminología
médica. Descubrirás por qué tus deseos de comer alimentos ricos en hidratos de carbono (féculas,
tentempiés, comida basura, dulces) son más intensos que los de los demás, por qué las típicas dietas
pobres en grasas no te van bien, y
por qué puedes estar programado genéticamente para aumentar de peso con facilidad y/o tener un
mayor riesgo de enfermar del corazón. Más importante aún, aprenderás lo que puedes hacer para
mejorar esos problemas de hambre y de salud al mismo tiempo. Y todas esas otras cosas
interesantes que descubrirás, te permitirán explicarle a los demás por qué tu cuerpo es diferente y lo
que estás haciendo para «normalizarlo», sin sacrificios ni privaciones.
Así pues, siéntate cómodamente y relájate mientras te guiamos paso a paso en este increíble
viaje de libertad, promesas y descubrimiento.
La conexión oculta
El descubrimiento de los potentes efectos del hiperinsulinismo en la salud responde a muchas
preguntas que han intrigado a los científicos y médicos durante muchos decenios.
• ¿Por qué algunas personas sin hacer nada que las «perjudique» enferman del corazón?
• ¿Por qué algunas personas a pesar de hacer todo lo que «no está bien» no enferman del
corazón?
• ¿Por qué algunas personas comen alimentos ricos en grasa y mantienen normales sus
niveles de grasa en la sangre?
• ¿Por qué a algunas personas les cuesta tanto controlar lo que comen, mientras que otras
parecen hacerlo de modo natural, con poco esfuerzo?
• ¿Por qué algunas personas engordan con más facilidad que otras?
• ¿Cuál es el vínculo entre el estrés y la enfermedad? ¿Qué se puede hacer para romperlo?
• ¿Por qué hay tan poca gente capaz de seguir con constancia las recomendaciones para la
salud de los médicos (aunque sepan que son por su bien)?
• ¿Por qué la mayoría de las llamadas dietas sanas no consiguen prevenir la enfermedad
cardiaca en tantas personas?
Un descubrimiento sorprendente
Doctores Richard y Rachael Heller
Sin embargo, al poco tiempo comprendimos que la producción excesiva de insulina que
estábamos comprobando parecía afectar a más personas de las que esperábamos: observamos que
hasta un 75 por ciento de las personas con sobrepeso y muchas de peso normal parecían tener el
desequilibrio físico que las impulsaba a desear intensa y repetidamente comer alimentos ricos en
hidratos de carbono.
Muy pronto, nuestros estudios y los trabajos de otros científicos revelaron que el hiperinsulinismo
afectaba a la mayoría de estadounidenses; en realidad, el número de personas que parecían tener ese
«exceso de insulina» era muchísimo mayor que las que no. Y lo que nos sorprendió aún más fue el
hecho de que muchas no sabían que liberaban demasiada insulina, y por lo tanto no tenían ni idea
del efecto que eso producía en su salud y en sus vidas.
No tardamos mucho en darnos cuenta, de una manera cada vez más evidente, que si bien
algunas personas que tenían esa reacción hiperinsulínica a los alimentos ricos en hidratos de
carbono experimentaban esas ansias de comer, que son la señal reveladora de este desequilibrio,
otras no mostraban ninguna señal externa de tenerlo. Por lo tanto, nos empezamos a preocupar
también por esos adictos «ocultos» a los hidratos de carbono que sin experimentar ninguna señal,
podrían estar poniendo su bienestar físico, y sobre todo la salud de su corazón, en el mismo peligro
que aquellos que eran conscientes de su desequilibrio tísico y por lo tanto sabían el riesgo que corría
su salud. Y aunque en esos momentos no sabíamos muy bien qué hacer, ni por dónde continuar, nos
dimos perfecta cuenta de que no podíamos hacer toda la investigación solos.
Afortunadamente, otros científicos también estaban comenzando a llamar la atención sobre
el poder de esa asesina silenciosa, y los resultados de los estudios apuntaban a la conclusión de que
millones de personas estaban destinadas a tener mala salud y, en muchos casos, a morir
innecesariamente a causa de los dañinos cambios producidos por el exceso de insulina,
desequilibrio que muy pocas personas, por no decir ninguna, sospechaban que pudieran tener.
Durante la mayor parte de nuestras vidas, los tres habíamos sufrido sin saberlo de los problemas de
peso y de salud producidos por el hiperinsulinismo, y juntos nos dedicamos a dilucidar ese misterio.
Casi desde el comienzo, los resultados indicaron que muy bien podríamos tener éxito en todo lo que
habíamos imaginado, y mucho más.
Simplemente reduciendo sus niveles de insulina, hasta el 80 por ciento de los participantes
de nuestro estudio lograron bajar de peso y mantenerlo sin esfuerzos. Este logro ya era el
cumplimiento de nuestros sueños. Pero entonces ocurrió algo inesperado y maravilloso. Comenza-
ron a acumularse informes documentando que, junto a la pérdida de peso, se habían detectado
mejoras inequívocas en la salud y el bienestar. Nuestros lectores y participantes en la investigación
totalizaban más de medio millón de personas, y cada día llegaban más cartas.
Los lectores, participantes, científicos, nutricionistas y médicos no dejaban de repetirlo:
aparte de la pérdida de peso se producían maravillosas e inesperadas mejorías en la salud y el
bienestar, sobre todo en cuanto a los factores de riesgo de contraer una enfermedad cardiaca:
• La tensión arterial que había estado peligrosamente alta durante años se normalizaba.
• El nivel de colesterol total bajaba entre un 25 y un 60 por ciento.
• El nivel de colesterol bueno (HDL) subía.
• El nivel de colesterol malo (LDL) bajaba.
• El nivel de triglicéridos bajaba en picado.
• Se normalizaban anormalidades de coagulación de la sangre, que son aspectos
importantes para la arteriesclerosis y la enfermedad cardiaca.
• Mejoraba enormemente el grado de energía y la motivación para hacer ejercicio.
• Muchos pacientes de diabetes de adulto experimentaron mejorías aún más importantes, en
cuanto al control del nivel de azúcar en la sangre, que les permitió, en algunos casos, y
bajo la supervisión y orientación de sus médicos, reducir bastante la toma de insulina o
eliminarla del todo.
No es que la medicina tradicional les tallara a mis pacientes, pero no siempre los ayudaba a
triunfar.
A veces los medicamentos, solos o combinados, parecían ser la mejor estrategia. Si bien
algunos de ellos (de entre el enorme surtido de fármacos que existen, y que a veces se obliga a
tomar a los pacientes) ofrecían el alivio necesario, muchísimos tienen demasiados efectos
secundarios, y en algunas personas los problemas que les causaban superaban con mucho a los
beneficios. Llegué a considerar a muchos de mis valerosos pacientes verdaderos héroes. Me
enfurecía ver que muchos de ellos estaban perdiendo la batalla contra la enfermedad cardíaca, y no
por su culpa. Para algunos, las vitaminas y demás suplementos, aunque actuaban como sacos de
arena, eran incapaces de frenar el caudaloso río de la enfermedad cardiaca.
Estaba atrapado en un dilema de conciencia. Mis pacientes, los oyentes de mi programa de
radio, y las personas que conectaban el televisor cada fin de semana para verme en Fox Weekend on
Health, me conocían y confiaban en mí; muchos contaban conmigo para que les ofreciera alter-
nativas a los tratamientos tradicionales que no les daban resultado. Otros se fiaban de mis
evaluaciones de nuevos fármacos y suplementos nutritivos, y sabían que yo les daría mi sincera
opinión sobre los pros y los contras de cada nuevo tratamiento, medicamento, suplemento u opera-
ción. De todos modos, me parecía que nada calzaba en muchas de las estrategias, ni explicaba por
qué algunas personas enfermaban del corazón; para otras, era evidente que esos métodos no
bastaban. Y en medio de todo esto, yo no lograba encontrar la respuesta.
Por lo que parecía, nadie era capaz de armar las piezas del rompecabezas para que esos
comportamientos que llamamos «factores de riesgo» y «consideraciones de estilo de vida»
adquirieran verdadero sentido en cuanto a predecir y prevenir la enfermedad cardíaca. Así pues,
cuando me enteré, en 1993, del programa de comidas equilibrador de la insulina de los Heller,
descubrí una solución eficaz y llevadera, que no sólo ofrecía una respuesta a las oraciones de mis
pacientes sino, como verás más adelante, a las mías también.
El programa equilibrador de insulina de los Heller tenia lógica, era buena ciencia y buena
medicina; explicaba y complementaba lo que yo ya sabia de medicina preventiva y añadía el
componente clave del equilibrio de la insulina y la reducción de la resistencia a la insulina. De
hecho , a mi me cambio literalmente la vida y, lo que aún es más importante también se la ha
cambiado a muchos de mis pacientes.
Como leerás en las páginas siguientes, yo perdí más de cuarenta kilos V después de diez
años, sin hacer ninguno de los sacrificios propios de esos otros programas de «reducción de peso» y
«favorecedores de la salud», que tanto mis pacientes como yo habíamos probado, no los he
recuperado. Actualmente me veo y me siento mejor que hace veinte años (en el próximo capítulo
hablaré de ello), y lo que es aún más importante, veo los mismos tipos de cambios en mis pacientes.
Como confirmaron mis análisis de sangre y los de mis pacientes, en las personas que siguen
el programa de comida de los Heller, la reducción considerable de los factores de riesgo de contraer
una enfermedad cardiaca debidos a la insulina es la norma, no la excepción. Mas tarde, cuando
combiné el programa de los Heller con mi repertorio de estrategias para la salud del corazón, me
llevé una gran sorpresa, ya que alternando su programa y mis métodos de prevención y tratamiento,
obtuve la mayor mejoría en la salud del corazón que había visto en toda mi vida.
El motivo de tanto éxito fue que muchas de mis estrategias corregían o prevenían, directa o
indirectamente, esa sobrecarga de insulina que los Heller reconocían y trataban en su programa. En
realidad, sin saberlo, estábamos incidiendo en los mismos problemas de la enfermedad y la salud
cardiacas, desde dos posiciones distintas pero complementarias. Nuestros respectivos métodos
funcionaban bien por sí solos, pero combinados, cada uno multiplicaba con mucho la eficacia del
otro.
Después de una simple llamada telefónica a los Heller para comunicarles el asombroso
éxito que estaba teniendo, nos pusimos a trabajar en equipo para compartir información y
estimularnos mutuamente. Fue como si hubiéramos estado esperando esa oportunidad para trabajar
juntos. Como dice el refrán, la carga compartida se aligera, mientras que la alegría compartida se
aumenta. Cada nuevo descubrimiento y conexión nos llevaba al teléfono para comunicarnos
mutuamente nuestro entusiasmo cuando la «pieza» más nueva encajaba en el rompecabezas y nos
acercaba un paso más a la comprensión total de este cuadro vasto y complejo que la medicina llama
«salud del corazón».
El libro que tienes en tus manos es el resultado de ese trabajo, el rompecabezas completo,
armado y dispuesto para que el cuadro esté claro y visible para que lo vean todos. El Programa
Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono es el fruto de la esperanza, compromiso e
incontables noches leyendo, tomando notas y leyendo más aún. También es, en gran medida, el
regalo de centenares y centenares de pacientes y de las personas que han participado en estudios de
investigación y que estuvieron dispuestos a comunicar sus experiencias para que otros se
beneficiaran de sus fracasos, sus percepciones y sus éxitos.
El componente alimentario de este programa lo han probado más de un millón y medio de
personas de tres continentes; ahora bien, el programa completo contiene una promesa aún mayor de
éxito, ya que ofrece un método revolucionario para la prevención y posible freno de la enfermedad
cardiaca y sus muchos factores de riesgo.
Por lo tanto, desde aquí, los doctores Richard y Rachael Heller y yo mismo te deseamos de
todo corazón que para ti sea, como lo ha sido para cada uno de nosotros, para los participantes del
estudio y para nuestros pacientes, una nueva medicina más amable, una solución sencilla a tus
temores y preocupaciones que contenga el precioso regalo de la salud y la vida.
PRIMERA PARTE
El corazón del asunto:
Perfil personal de salud cardíaca
1
En el juego de la vida nos hallábamos en una situación extrema, a punto de perder; sin esperanzas,
abandonados a nuestra suerte y faltos de tiempo. Pero no perdimos; dimos un giro total a nuestras
vidas y recuperamos la salud (junto con la energía, la cordura y la dicha).
A través de las páginas siguientes conocerás el descubrimiento científico que literalmente
nos devolvió la vida. También aprenderás la forma de liberarte de la potente capacidad de la
insulina para provocar la enfermedad cardiaca, y de mantenerte lejos de ella.
En primer lugar, acompáñanos mientras te contamos nuestras historias, porque nuestro
descubrimiento no se debió solamente a montañas de literatura científica, libros y tubos de ensayo,
sino también a las difíciles lecciones que nos ha ofrecido la vida.
En el mundo infantil de anhelo de pertenecer a ese mundo, vivía con la implacable realidad
de ser diferente: era gorda. Todo, desde las crueles bromas de mi hermano y las burlas de mis
compañeros de clase hasta las miradas desaprobadoras de personas desconocidas, me decía, en
palabras y miradas, que ser gorda era algo muy malo y, peor aún, que yo tenía la culpa.
Mis padres, aunque de jóvenes habían sido delgados, perdieron la batalla contra el peso
cuando se acercaron a los cuarenta. En el momento en que los cumplieron los dos ya manifestaban
señales claras de inminentes problemas cardiacos. La tensión arterial de mi madre estaba des-
controlada, y ambos tenían signos reveladores de diabetes. A los pocos años, la tensión arterial de
mi padre se situó muy por encima de lo normal. Mi madre ya había tenido tres ataques al corazón y
guardábamos, por si acaso, una bombona de oxígeno en el armario; yo dormía con sueño ligero,
atenta a cualquier señal que me indicara que se encontraba mal. En un abrir y cerrar de ojos, con
diferencia de cuatro cortos años, los dos murieron, mi padre a los 52 y mi madre a los 55.
Mi hermano mayor, que tenía miedo de engordar y que además mostraba la misma mala
salud que mis padres, se decantó por lo que consideró una alternativa aceptable, aunque al poco
tiempo se volvió adicto a las píldoras adelgazantes, al igual como lo había sido a la comida basura y
los dulces. Cuando añadió otras adicciones a su repertorio, le falló el sistema inmunitario; no llegó a
su cuarenta cumpleaños; perdió una larga y terrible batalla con una extraña forma de leucemia, que
apresó su cuerpo ya maltrecho.
Antes de cumplir los treinta años ya había perdido a mis padres y a mi hermano mayor.
Estaba sola, enferma, gorda y pobre.
Era joven, estaba sola, enferma y gorda. No tenía dinero, no tenía ningún amigo de verdad y
a nadie a quien recurrir. Acababa de ser testigo de lo que podría asemejarse a un terrible accidente
de coche, y aunque deseaba con todas mis fuerzas evitar chocar yo también, nada de lo que hacía
me permitía solucionar las cosas. Soñaba que iba conduciendo un coche viejo y, aunque veía que se
iba a estrellar, los frenos no respondían; hundía el pie en el pedal del freno, intentaba girar el volan-
te e incluso abrir la puerta y saltar fuera, pero nada de lo que hacía tenía efecto alguno. Me
despertaba aterrorizada y descubría que mi pesadilla era un simple reflejo de la realidad que estaba
viviendo.
Algunas personas dicen que aunque en su infancia fueron regordetas, nunca tuvieron
ningún problema de salud hasta llegar a la edad madura. Yo no. A los doce años me hospitalizaron
por una hipertensión, con riesgo de sufrir derrame. Tenía 22 con 12 de presión, y pesaba el doble de
lo normal. Aunque no había entrado todavía en la adolescencia, ya era una «paciente de alto
riesgo»; se me interrumpieron las reglas y se me abrieron estrías rojas en el vientre, los costados, la
espalda, los hombros y los brazos.
Mucho antes de haber tenido siquiera la posibilidad de besarme con un chico yo ya estaba
familiarizada con palabras como hipertensión, derrame y enfermedad de la arteria coronaria, avisos,
decían los médicos, de cosas por venir. Antes que aprender nada sobre la vida y el amor, ya lo sabía
todo sobre la muerte y la enfermedad. Y cuando debería haberme interesado por las amistades, la
ropa y las fiestas, yo sólo trataba de arreglármelas para continuar viva.
Una vez que me dieron de alta en el hospital, me mandaron a casa sin medicamentos y
prácticamente sin ninguna ayuda.
—Debes reducir el peso y esa presión arterial —me aconsejó un médico—, si no, jamás vas a... —
Me miró a la cara avergonzado, me pasó la mano por el pelo despeinándome y se alejó por el
pasillo—. Cuídate, ¿me oyes? —añadió por encima del hombro.
Sin conocer otras alternativas, hice lo que veía hacer a los adultos, y que siguen haciendo
actualmente: continuar con las mismas prácticas que me habían resultado infructuosas antes,
prometiéndome que esta vez pondría más empeño.
Lo intenté, esforzándome, esforzándome y esforzándome, pero los resultados no mejoraron.
A los catorce años volvieron a hospitalizarme, esta vez para tratar de determinar la causa de mis
dolores de cabeza, pensamiento confuso y un extraño surtido de síntomas aparentemente no
relacionados, como ataques de pánico y sudoración profusa. Por entonces ya era adicta a las
pildoras para adelgazar, y aproveché la estancia en el hospital para romper el dominio de esos
fármacos sobre mí. Mientras tanto, los médicos intentaron encontrarle una causa a mis problemas
neurológicos. Si hubieran comprobado mis niveles de insulina y de azúcar en la sangre después de
comer alimentos ricos en hidratos de carbono, habrían descubierto las oscilaciones del nivel de
azúcar que eran la causa de esas clásicas reacciones hipoglucémicas. Sin embargo, en lugar de eso,
me hicieron una multitud de electroencefalogramas y exploraciones del cerebro, y no lograron
encontrar ningún signo de la epilepsia que ellos creían responsable de mis síntomas.
De vuelta en casa, el torrente de burlas, ridiculización y humillación que llenaba todos mis
momentos de vigilia fue indecible, y si hubiera sido capaz de hacer algo al respecto, cualquier cosa,
lo habría hecho. Y aunque los médicos les dijeron a mis padres que era evidente que yo no quería
adelgazar, porque si quisiera lo habría hecho, estaban terriblemente equivocados.
Una adolescencia típica no habría sido para mí una época de confusión y sufrimiento. Era lo
que más deseaba.
Ahora sé que, al igual que mis padres y mi hermano, yo no era más que una víctima
desgraciada de un desequilibrio físico que me hacía engordar fácilmente y desear comer féculas,
comida basura y dulces, con tanta intensidad que no era capaz de refrenarme mucho tiempo. Mi
cuerpo ansiaba esos alimentos ricos en hidratos de carbono, clamaba por ellos, y aunque a veces
lloraba mientras los comía, no era capaz de dejarlo. A veces comía hasta sentirme mal, y después
caía en una especie de semiestupor de sueño o caminaba por ahí en una especie de
Así fui engordando más y más y mi estado de salud se derrumbó. A los 17 años pesaba más
de 135 kilos; la presión arterial continuaba peligrosamente alta y mi corazón no era capaz de
sobrellevar el esfuerzo. Alrededor de los 15, ya había desarrollado un latido irregular y soplo
cardiaco; un corazón joven que debería haber estado sano y fuerte, estaba siendo destrozado desde
dentro. Cualquier esfuerzo me producía dolor en el corazón. No mucho después me diagnosticaron
diabetes de adulto. El segundo año de universidad me lo pasé en casa, aunque no sé muy bien si de
verdad me sentía enferma o simplemente deseaba evitar las burlas e insultos de mis compañeros de
clase.
Lo irónico de esta horrorosa situación es que yo había hecho todo lo que estaba en mi mano
para bajar de peso y sanar. A los nueve años ya asistía una vez por semana a un endocrinólogo; a
los once, ya era una veterana de las dietas y las pildoras adelgazantes; al año siguiente me aprendí
de memoria las calorías de todos los alimentos que se pueden encontrar en el supermercado, y antes
de llegar a la adolescencia ya lo había probado todo, desde pildoras y palomitas de maíz de dieta a
pasteles de celulosa y recuento de calorías. Nada daba resultado.
Con cada nuevo método para adelgazar la historia se repetía. Me motivaba, me convencía
de actuar y comprometerme, y tenía éxito unos cuantos días o semanas. Pero tarde o temprano
volvían las ansias terribles y me descontrolaba. Y con cada intento me sentía más frustrada, furiosa
conmigo misma, más gorda y enferma. Siempre perdía yo en todo menos en kilos. No podía
renunciar y no tenía sentido continuar intentándolo; pero seguí con cada nuevo libro, nuevo método
y nueva dieta. Lo probé todo, y aunque con cada intento sentía desvanecerse mi entusiasmo en
todos ponía el máximo empeño. Pero pasado un tiempo, siempre fracasaba; entonces esperaba hasta
que no podía soportarlo más y probaba otra cosa.
En los anuncios de los programas para adelgazar me veía perdiendo peso y después
recuperándolo de nuevo. Y este proceso tan frustrante y desalentador lo repetía seis u ocho veces.
Probé la dieta del doctor Atkins (y caí enferma por seguir su programa demasiado tiempo), la
hipnosis, el Metracal, la terapia conductista (di lo que quieras, lo probé, lo bebí, lo medí, lo pesé y
lo reemplacé). Costara lo que costara, lo intentaba. Pero nada me quitaba los kilos de encima y los
mantenía alejados. Fundé los capítulos de Filadelfia de Overeaters Anonymous (Supercomedores
anónimos). Incluso probé con ayunos a base de agua (una vez durante 42 días mientras continuaba
trabajando y yendo al colegio). Pero fue la misma vieja historia que todos conocemos muy bien.
Al final, lo único que perdí fue la salud. Y así transcurrieron los años, marcados
principalmente por los programas de adelgazamiento que estaba siguiendo. A los 35 años tenía
seriamente deteriorada la salud. Tenía latidos irregulares y ya había sufrido al menos un episodio de
taquicardia (en el que el corazón late descontrolado y no bombea sangre de modo productivo). La
hipertensión estaba agotando mi sistema cardiovascular, y sólo era cuestión de tiempo que mi
corazón se parara.
Por aquel entonces, la medicación para hipertensión no era algo que se diera a personas de
mi edad, de modo que cada visita al médico implicaba para mí sentir más vergüenza y aumentar mi
sentimiento de culpa, aparte de llevarme a casa otra dieta impresa. Con el advenimiento de los
análisis de sangre de rutina para comprobar los niveles de grasa, la aparición de un nivel de
triglicéridos superior a 350 (más de tres veces el nivel ideal) nos dejó sin habla a mí y a mi médico.
A los 35 años, el resto de mi cuerpo comenzó a manifestar los efectos de los elevados
niveles de grasa, los cambios en el nivel de azúcar y el exceso de peso. Casi todo el tiempo tenía
dolores, y mis pies y rodillas empezaron a resentirse del peso de mi cuerpo. La variaciones en el
nivel de azúcar me dejaban medio inconsciente durante horas. Estaba irritable y me sentía
desgraciada y desesperanzada. Un dolor frío y penetrante me atenazaba el corazón cada vez que
hacía algún esfuerzo. Lo tenía más grande de lo normal, y la capa que lo rodea estaba inflamada. La
vida se me estaba escapando como los granos de arena entre los dedos, sin siquiera haberla vivido,
y aun así, por algún motivo, aunque ponía todo mi empeño en ello, todos decían que yo era la
responsable de esa penosa situación.
Mi cuerpo parecía una especie de «máquina de hacer grasa»,
fabricándola en la sangre y por todo el cuerpo. Entonces, me
llegó la salvación en forma de llamada telefónica.
Al igual que mis padres y mi hermano, estaba encaminada a una muerte prematura. En cada
visita al médico o alta de hospital me aconsejaban que vigilara mi peso y mi dieta; pero yo ya lo
intentaba una y otra y otra vez, y aunque asentía en señal de conformidad, y me sentía capaz de
tomármelo con mucha determinación, ya que era fuerte en otros aspectos de mi vida, en el fondo
sabía que ninguna dieta me daría resultado jamás. Aun así, como no sabía qué otra cosa hacer, no
me permitía renunciar.
Mi programa de ejercicios era agotador. Si hubiera visto resultados habría perseverado,
pero al final de cada sesión estaba tan dolorida y agotada que me harté. Después de todas las
molestias que me causaba, no parecía que me ayudara demasiado.
Mi cuerpo parecía una especie de «máquina de hacer grasas»; convertía en grasa todos los
alimentos que comía, en lugar de quemar algunos como energía. Incluso cuando lograba hacer
acopio de toda mi fuerza y me obligaba a controlarme y no ceder, aumentaba de peso con la misma
cantidad de alimento que a otras personas las hacía bajar uno o más kilos. Y para empeorar las
cosas, al aumentar la grasa corporal también aumentaba el nivel de grasa en la sangre. Me
desesperaba el hecho de verme caer por una espiral descendente, sabiendo que yo tenía la culpa de
mi fracaso, pero incapaz de detener mi caída en picado.
La salvación me llegó a través de una llamada telefónica, una de esas cosas tontas que en un
primer momento nos parecen una molestia, pero que después, vista en perspectiva, comprendemos
que fue un momento decisivo en nuestra vida.
Estaba durmiendo cuando me despertó el timbre del teléfono; era el radiólogo, me llamaba
para comunicarme que mi hora de la mañana temprano la habían cambiado para las cuatro de la
tarde. «Y no olvide que no debe comer nada hasta entonces; puede tomar cosas líquidas, como café
o té, pero nada de comida.»
Con mis casi 125 kilos, la idea de no comer nada en todo el día
me aterró.
Con mis casi 125 kilos, la idea de no comer nada en todo el día me aterró, pero no había
otra solución. Armándome de valor, me dirigí al trabajo, pensando que me esperaba un día de
tortura. Por aquel entonces era directora del servicio de atención a los alumnos en un colegio
particular, y aunque normalmente mis días estaban llenos de sesiones de asesoramiento y reuniones,
el retraso para irme a hacer la radiografía me permitió contar con unas cuantas horas para ponerme
al día en cuestión de papeleo. De todos modos, pensé que el día se me haría larguísimo, con todas
esas horas sin comida ni distracciones. No obstante, me llevé una buena sorpresa: las horas se me
hicieron cortas, y lo más increíble fue que sentí menos hambre de lo habitual. Llegó y pasó el recreo
para el café; a la hora de la comida me quedé trabajando y casi dejé de pensar en la comida. Pese a
todo mi energía continuó elevada y noté bastante mejorada mi capacidad de concentración. No se
presentó la habitual somnolencia de media tarde, y cuando me dirigí al hospital para hacerme la
radiografía experimenté una sensación de bienestar que no recordaba haber sentido nunca.
Llegué a la cita con un ánimo excelente y entré en el hospital con la sensación de haberme
liberado por fin de la confusión mental, las ansias de comer y el agotamiento que me habían
inundado durante tanto tiempo. Aun así, no dejé de aprovisionarme; llevaba en el bolso dos buñue-
los envueltos en una bolsa de papel, y pensaba comérmelos en cuanto me hicieran la radiografía, en
el mismo vestuario, para revivir y nutrirme.
Cuando salí del hospital me dirigí de inmediato a hacer mi bien merecida comida de la
tarde, con los dos buñuelos todavía en el bolso, no comidos ni necesitados. La cena fue maravillosa;
creo que nunca he saboreado una comida más exquisita, ni antes ni después. Como premio pedí
todo lo que se me antojó: sopa, pan con mucha mantequilla, pastas, ternera a la parmesana y café.
Aunque quedé más que satisfecha, de camino a casa me comí lentamente los buñuelos. Me sentí
satisfecha de cuerpo pero no de mente, ya que me reprendí por haber estropeado un maravilloso día
de ayuno con una comida que me haría subir de peso.
Pero a pesar de mis reparos, me llevé otra sorpresa. A la mañana siguiente comprobé que
había bajado casi un kilo. Volví a pesarme otras, veces moví la báscula por el suelo del cuarto de
baño, como solía hacer siempre, en el vano intento de hacer bajar la aguja. Ese día mi intención era
hacerla subir, para poder encontrarle sentido a la cifra que indicaba, pero no, continuaba marcando
un kilo menos que el día anterior El peso del agua, pensé; lo recuperaré en uno o dos días.
Sin embargo, una parte de mí, una bien entrenada científica combinada con una jugadora de
corazón, me desafió a intentarlo de nuevo, y aceptar ese reto significó dar con la oportunidad de
toda una vida.
El día siguiente transcurrió casi con la misma facilidad que el primero, sólo que mi mente
comenzó a hacerme malas pasadas; me dije que no podría saltarme nuevamente el desayuno y la
comida de mediodía (aunque sabía que el día anterior lo había hecho sin dificultad). Me sentía
fabulosamente bien, pero las vocecitas interiores no paraban de intentar mermarme la confianza en
mí misma. Transigí tomando una taza de café y guardándome otros dos buñuelos para premiarme
después de la cena. Me prometí la mejor cena del mundo, aunque en el fondo dudaba de poder
resistir la tentación de comerme los buñuelos antes que acabara el día.
La tarde me pasó volando, y antes de que empezara a torturarme con la pregunta «buñuelo
sí o buñuelo no», llegó la hora de salir del trabajo. Deseaba disfrutar de la cena en la intimidad de
mi casa, de modo que, segura de que añadiría algunas exquisiteces que tenía aguardándome allí,
pasé por mi pizzería favorita y pedí un trozo gigante de pizza, la mitad de vino de esos bocadillos
«submarinos» grandes y una ensalada griega, y me lo llevé todo a casa. La cena fue deliciosa. No
dejé nada en el plato, aunque los últimos trozos me costaron un poco, algo que no me había
ocurrido jamás en la vida. Y aunque lo intenté, no fui capaz de mirar siquiera las bolsas de patatas
fritas y de pasteles que me aguardaban en los estantes; apenas logré hincarle el diente a uno de los
buñuelos. Despugs sentada me puse a reflexionar sobre esa disminución de mi apetito, y pensé si no
estaría relacionada con el hecho de no haber comido en todo el día.
Considere la posibilidad de que se me hubiera reducido el estómago, aunque no sabía si eso
podía tener algún fundamento real desde el punto de vista biologico. Además, eso no explicaría mi
falta de apetito y la mayor claridad mental que había experimentado durante la jornada.
Tambien me habia desaparecido el dolor de cabeza que ya era típico en mí, y hasta las molestias en
el pecho. Lo más increíble de todo era la satisfacción que sentía después de comer. Me sentía
plenamente satisfecha; no recordaba haberme sentido nunca así después de comer. Era maravilloso.
A la mañana siguiente, el tercer día, aún me confirmó más mis sospechas. No me desperté
hambrienta, como lo hacía siempre después de haber cenado en abundancia, y, por increíble que me
pareciera, había bajado casi otro kilo. No sabía a qué se debía todo aquello, pero estaba lanzada y
nada podría convencerme de dejar de hacer lo que estaba haciendo.
Temerosa de cambiar una sola cosa, seguí el mismo plan de comidas durante varias
semanas, con resultados similares. Continué bajando entre un kilo y kilo y medio a la semana, y me
desaparecieron totalmente las ansias de comer. Me sentía mejor que nunca, y por primera vez desde
que tenía memoria, sentía nuevas esperanzas y veía (casi me daba miedo pensarlo) una salida.
Y qué salida. Pasadas unas semanas, comencé a probar varios alimentos para ver si podía
desayunar o tomar algo al mediodía sin provocar las ansias de comer y la subida de peso que habían
gobernado mi vida durante tanto tiempo. Me daba miedo meter la pata, pero, si era posible, deseaba
conquistar la libertad y el placer de poder tomar más de una comida al día (por buena que fuera la
única que hacía). Poco a poco y de forma metódica, fui descubriendo una amplia gama de alimentos
ricos en fibra y proteínas que me satisfacían, no me provocaban ansias de comer, y me permitían
disfrutar de lo que había comenzado a llamar mi «comida premio». Y mientras tanto continuaba
bajando de peso.
Por aquel entonces yo no sabía por qué aquello me iba bien; lo único que me importaba era
que sí daba resultados. En los dos años siguientes bajé casi setenta kilos (después otros siete sin
siquiera intentarlo), y he mantenido el peso, sin esfuerzo, durante más de catorce años. Además, con
cada año que pasaba, mi salud también iba mejorando. La presión arterial me bajó tan rápido desde
mi última visita al médico, que éste pensó que se le había estropeado el aparato para medirla.
Los niveles de triglicéridos habían bajado tanto que el doctor puso en duda los resultados
del informe del análisis de sangre y lo hizo repetir. De nuevo, con los resultados en la mano, no
logró explicarse esas maravillosas cifras. Yo sí; para mí todo eso tenía sentido: había desaparecido
lo que fuera que me dominaba, lo que fuera que me producía esos intensos deseos de comer
alimentos ricos en hidratos de carbono, y por lo visto también se estaba corrigiendo todo lo demás.
Sé con absoluta certeza que las experiencias más difíciles pueden contener una finalidad
perfecta.
Nuestros cuerpos tienen una capacidad increíble de recuperación; cuando dejamos de
dañarlos, ellos dejan de hacernos daño. Por fin se acabaron las largas batallas que durante tanto
tiempo llenaron mis pensamientos y sueños. En los meses siguientes, fue mejorando gradualmente
el soplo al corazón, y los latidos se hicieron regulares y fuertes; me desaparecieron los dolores de
cabeza, así como los ataques de pánico y los cambios de humor; incluso dejaron de dolerme las
rodillas y los pies. Con cada día que pasaba, me hacía más fuerte y me sentía más confiada, segura,
más sana y más feliz. La vida era fabulosa, y aunque no me atrevía a creerlo, mi pesadilla habla
terminado.
Al poco tiempo conocí al hombre que se convertiría en mi amoroso marido, compañero,
colega y coautor. Juntos descubriríamos la base científica de esta forma sencilla pero eficaz de
comer, que fue la que me liberó y que pronto harta lo mismo con más de un millón y medio de
personas.
Ahora, cuando miro hacia atrás y pienso maravillada en todo lo que Pasó, sé con absoluta
certeza que, aunque cedamos a la tentación de negarlo durante los tiempos difíciles, y pese a que tal
vez no lo comprendamos nunca del todo, las experiencias más difíciles pueden contener un
finalidad perfecta, y respuestas largamente buscadas.
Mis padres habían sido activos y sanos. Yo también era activo y sano, y suponía
que siempre lo sería.
Procedía de lo que suele llamarse un «buen linaje»; mis padres habían sido sanos toda la
vida, o al menos sus raras visitas al médico nunca revelaron ningún problema.
En la universidad me destaqué en la natación competitiva. De hecho me dijeron que si no
hubiera comenzado a practicar ese deporte a los veinte años (demasiado tarde para competir) habría
podido participar en campeonatos olímpicos. Entre los treinta y los cuarenta, aunque un poquitín
rechoncho, era la viva imagen de la buena salud. Corría entre 80 y 95 kilómetros a la semana, y a
todos les decía que me encantaba la maravillosa sensación que me producía correr. No obstante, lo
cierto es que mis carreras a primera hora de la mañana se debían más a mi necesidad de mantener
bajo el peso que a sentirme a gusto conmigo mismo; muchas veces mientras corría me preguntaba
con qué fin me torturaba de ese modo.
Mi padre fue fuerte, sano y enérgico toda su vida. Al acercarse a la edad madura comenzó a
engordar poco a poco y casi sin que nos diéramos cuenta, creó su buena tripa. Pero la verdad es que
no le dimos demasiada importancia, y aunque de vez en cuando le gastábamos alguna bromas por
su barriga en expansión y por su creciente interés por los tentempiés y los dulces, nunca nos dimos
cuenta de que eso era un indicador de que estaba en las primeras fases de la diabetes y de que corría
el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca.
Pasados unos años tuvo un infarto, seguido casi inmediatamente por una embolia. Murió a
los pocos días. Yo estaba lejos en esos momentos y mi madre no quiso que esa trágica noticia
interrumpiera mis «bien merecidas vacaciones». Era una mujer muy práctica, y me dijo que puesto
que mi hermano estaba con ella para encargarse de todo, mi regreso a casa no hubiera servido más
que para estropearme el merecido descanso que tanto necesitaba.
Al final, no tuve la oportunidad de despedirme de mi padre, y en muchos sentidos, el no haber
estado allí para sus funerales me permitió simular mentalmente que continuaba vivo. En cierto
modo, nunca enfrenté el hecho de que había desaparecido el amortiguador generacional entre yo y
mi mortalidad.
Cuando volví de mis vacaciones, mi madre ya había enterrado su aflicción y casi nunca
hablaba del tema. Cuando iba a visitarla, daba la impresión de que mi padre estaba fuera visitando a
algún amigo o en el trabajo. Su ropa estaba como siempre, muy ordenada en el armario y la
cómoda, y su cama intactas. A los dos nos resultaba más fácil actuar como si nada hubiera
cambiado. Ella lo echaba de menos, decía, y de vez en cuando lloraba. Yo la abrazaba, pero al
mismo tiempo ninguno de los dos obligaba al otro a encarar la irrevocabilidad de su muerte.
El no haber experimentado plenamente la muerte de mi padre me permitió negar también
mi mortalidad, y así comencé a pasar por alto, una por una, señales pequeñas pero importantes de
mi cuerpo, que debería haber sabido que se iban acumulando como fichas de dominó, listas para
caer, una tras otra, hasta desmoronarse todas, arrastrando con ellas mi salud y tal vez mi vida.
Al cumplir los cuarenta, me pareció que todo se venía abajo. Pasaba el tiempo y empecé a
notar signos de deterioro en mi fuerza, salud y bienestar. Hasta el sueldo de un profesor
universitario a jornada completa puede resultar bastante magro cuando se tiene que mantener una
familia, así que para ganar más dinero fui aceptando puestos docentes a tiempo parcial; hubo
momentos en que di clases en otros dos o tres institutos universitarios, aparte de la jornada completa
que ya realizaba. Y por si esto fuera poco, mi esposa de entonces dejó su puesto docente, a pesar de
que sus ingresos eran muy necesarios para el estilo de vida que le gustaba, para volver a estudiar,
dejándome a mí otro hueco financiero que llenar. Aun así, me enorgullecía ser un buen marido y un
buen padre, y sin quejarme asumí también gran parte de las responsabilidades de atención a
nuestros hijos. Trabajaba como un loco y me sentía un superhombre.
Mi día normal comenzaba a las 6.30 de la mañana, preparando charlas, corrigiendo los
trabajos que habían quedado sin corregir la noche anterior, y luego continuaba con las clases,
asesoría, trabajos de investigación y reuniones, todo el día, sin descanso, hasta la medianoche
(cuando acababa la colada y preparaba los bocadillos del día siguiente para los niños, incluidas las
bromas y notas cariñosas que siempre esperaban de mí).
Además de esa locura de trabajo a jornada completa y horas extras, me encantaba el papel
de señor mamá. Preparaba comidas calientes para la familia y charlas frías para mis alumnos, y
llevaba una existencia tibia. Mis familiares, amigos y colegas me miraban con respeto; mi poder era
innegable, mi capacidad, legendaria, pero aun así, no era capaz de detenerme a escuchar las señales
que me indicaban que estaba a punto de producirse un desastre. Estaba de pie en medio de la vía del
tren, sin ver que el tren se me acercaba a toda velocidad por detrás.
Cuando me dejaba caer en la cama por la noche, me sentía tan cansado que no quería ni
podía pensar o preocuparme de nada. Al igual que un hámster en una rueda loca, no podía
detenerme. Y así se repetía el ciclo día tras día, mes tras mes, año tras año. Durante el día me
alimentaba con lo que se podía comer más rápido, para mantener la energía, y cuando las comidas a
la carrera tuvieron su efecto, mi cintura en expansión se convirtió en una barriga con todas las de la
ley. Y aunque mi tripa era bastante más voluminosa que la que había tenido mi padre, nunca me
permití ver que sus problemas se estaban repitiendo en mí.
Día tras día, mes tras mes y año tras año, las fichas de dominó del estrés, cansancio, mala
alimentación, preocupación, falta de sueño, falta de placer y alegría, cada una a su tiempo y con su
propia intensidad, fueron formando una línea perfecta, lista para empezar el proceso de
desmoronamiento al primer soplo de aire.
Las señales de que iban a surgir problemas inminentes del corazón se perfilaban claramente,
como las fichas de domino.
Todo comenzó con la fiesta sorpresa que había planeado para nuestro aniversario de bodas.
Parecía que todo iba a resultar a la perfección, pero al final fui yo el que me llevé una sorpresa. Mis
planes estaban saliendo a las mil maravillas y sabía que mi mujer no sospechaba nada. De pequeña
la habían enviado a un colegio interna, y nunca había tenido una auténtica fiesta de cumpleaños.
Además, cuando nos casamos era muy joven, y como las niñas nacieron tan pronto, toda nuestra
atención se centró en ellas. Por lo tanto, quería ofrecerle esa fiesta de aniversario como un regalo
especial, en prueba de mi amor y reconocimiento.
Siempre había mas cosas que hacer y faltaba el tiempo para hacerlas. Por mucho que me
esforzara, no conseguía tenerlo todo controlado.
Iba a ser uno de esos preciosos momentos de alegría, de aquellos que uno nunca olvida, de
los que sólo ocurren en las películas románticas. Y esta vez iba a ser yo quien lo iba a hacer
realidad. De todas formas, algo me menguaba el entusiasmo; llevaba más o menos una semana con
ocasionales accesos de dolor en el pecho, y aunque me decía que sólo se trataba de «calambres
musculares», en el fondo sabía que eran las señales típicas de un problema cardiaco. Una a una, las
fichas de dominó estaban perdiendo estabilidad.
El día de la fiesta apenas logré conducir el coche hasta casa; mi cuerpo gemía pidiendo un
descanso. Había comido aun peor que de costumbre; simplemente me había faltado tiempo para
hacerlo todo. Esa semana, mis hijas habían tenido irritación de garganta, y dos visitas no planeadas
al médico cargaron aún más mi ya de por sí repleta agenda.
Eran las cinco de la tarde más o menos; acababa de comprar la comida para la semana y
para la fiesta, la colada estaba terminada y había recogido a mis hijas en la casa de sus amigas.
«Ahora una cenita rápida, un baño y listas», pensé, para que ya estuvieran acostadas cuando
llegaran los invitados.
Las niñas estaban más calladas que de costumbre, y me alarmó pensar que pudieran ponerse
enfermas de nuevo. Tuve que reconocer que yo no me sentía muy bien, pero como era el anfitrión
de la fiesta, me armé de valor para aguantar la larga velada. Los ojos se me cerraban solos, y tenía
que batallar con ellos para mantenerlos abiertos.
Al comienzo de esa semana había tenido un acceso de dolor, pero no le hice el menor caso;
esperé un momento y lo obligué a marcharse; simplemente no tenía ni el tiempo ni la energía para
ocuparme de él. Por eso, cuando volví a sentir el dolor en lo profundo del pecho, me desentendí de
él y continué con las cosas que aún me faltaba por hacer.
Los invitados llegaron muy animados, y daba la impresión que la velada sería un éxito
extraordinario, pero cuando me agaché a coger a mi hija para llevarla a la cama, un puño gigantesco
se cerró alrededor de mi pecho. No pude respirar, ni moverme, y apenas me mantuve centrado. Me
vino a la cabeza la imagen de mí mismo saliendo en camilla de casa y contemplado en silencio por
todos nuestros amigos. «Qué sorpresa les daría», pensé con ironía.
Durante un tiempo había estado pensando en aumentar la cobertura de mi seguro de vida, y
en ese momento lo único que se me ocurrió pensar fue que había fastidiado las cosas al posponerlo.
Me iba a morir y debería haber cuidado mejor de mi familia.
Aún no sé cómo lo conseguí, pero continué sonriendo y diciendo todas las cosas adecuadas.
Pasados unos momentos se aflojó la garra que me atenazaba el pecho, pero continuó la sensación de
agudo dolor.
Cuando se marcharon los invitados, caí en la cama, incapaz de pensar o hablar. Tengo alto
el umbral del dolor; me han arrancado el nervio de algunas piezas dentarias sin anestesia. Así pues,
para bien o para mal, ese don innato me sirvió para mantener la compostura. Ya avanzada la velada
se aflojaron las tenazas que me oprimían el pecho, pero seguí sintiendo el dolor, recordándome que
las cosas no iban bien. Las filas de fichas de dominó se habían estremecido violentamente, pero sin
desmoronarse, y sentí gratitud por ello.
Cuando se marcharon los invitados, me arrastré hasta el dormitorio, incapaz de pensar o
hablar; le prometí a mi mujer que lo recogería todo por la mañana, y me quedé dormido al instante.
El día siguiente lo dediqué a la limpieza y una prometida visita al zoo con mis hijas. Mi mujer había
quedado con una amiga en la biblioteca, de modo que pensé que no tenía tiempo para ir al médico.
Además, el dolor había remitido, por el momento.
En las semanas que siguieron, la opresión del pecho volvió una y otra vez; empecé a
acostumbrarme a ella, y aunque la sentía cada vez con más frecuencia, me convencí de que sólo era
un esguince por haber cogido en brazos a mis hijas, o tal vez debido a una mala postura, o me
hubiera lesionado uno de esos músculos de las costillas que tardan tanto en curarse. Unos días
después de la fiesta, cuando por fin pude ocuparme de cambiar la póliza del seguro de vida, caí en
la cuenta de que tendría que pasar por un examen físico, y me aterroricé. Pensé que no lo «pasaría»,
y francamente me asusté.
Lo hablé con un buen amigo, y él me dijo lo que yo quería oír. Aunque deberíamos haber
sido más prudentes, juntos nos convencimos de que yo tenía algún tipo de virus o que me había
distendido un músculo. «Después de todo eres demasiado joven para tener un ataque al corazón»,
me dijo. Las fichas de dominó habían comenzado a oscilar peligrosamente, y yo miré hacia otro
lado.
Decidí postergar la ampliación del seguro de vida hasta que me encontrase en mejor forma;
no quería cometer el error de confundir una «distensión muscular» con «algo más serio». Y así,
hundido hasta el cuello en la negación, continué con mi vida. Pero el dolor no se marchó,
continuó, y además empeoró. Al final me vi obligado a reconocer que necesitaba atención médica.
Para que no se enterara mi mujer, elegí un médico al azar, en el listín de teléfono, y fui a verlo.
Tuve suerte. El médico era bueno y muy franco.
—Está muy agotado y trata terriblemente mal a su cuerpo. Tiene la tensión arterial
peligrosamente alta, y apostaría a que el nivel de colesterol también es elevadísimo.
Cuando tuve el resultado de los análisis, éstos confirmaban con creces su predicción.
Llevaba tiempo comiendo mal, echándome kilos encima y destrozando mi cuerpo.
—Si no hace algunos cambios importantes —me dijo—, no verá crecer a sus hijas.
Cuidaba bien de todos excepto de mí mismo. Me ocupaba de
criar a unas hijas que tal vez no vería crecer. Pero me
empecinaba en negarlo todo.
El médico era muy amable, y no tenía pelos en la lengua; siempre le estaré agradecido por
el interés y el tiempo que me dedicó ese día, y en los días venideros.
—Si sus hijas o su esposa necesitaran alimentarse bien, descansar o hacer ejercicio, usted
pasaría de todo lo demás para ocuparse de que así fuera. Tal vez hasta lo haría por su perro, pero
por usted mismo...
No fue necesario que acabara la frase, ni siquiera yo necesitaba el símil del perro para
entender el mensaje. Su mano competente había llegado al fondo del problema.
Este buen médico, veterano de muchos años en el ejercicio de su profesión, no se fió de los
resultados del electrocardiograma, que no revelaban ningún problema importante. Estaba seguro de
que mi dolor en el pecho era indicio de algo grave, y confiaba en su intuición.
—El dolor recurrente es un signo importante —me dijo—. ¿Cuántas otras pruebas necesita
para darse cuenta de que su cuerpo le está diciendo algo?
Sin embargo, algunos sólo aprendemos a fuerza de golpes; no sólo no quise oír lo que me
decía mi dolor, sino que además tomé el camino contrario y empecé de nuevo a correr por las
mañanas. Me levantaba al alba y esforzaba y machacaba mi cuerpo hasta agotarlo. Corría unos diez
kilómetros cada día, y para «mejorar» mi salud, cedí y comencé a darme tiempo para comer las
comidas calientes que preparaba para mi familia. Reduje los tentempiés y me concentré en hacer
«comidas equilibradas», sin saber que para mí, con mi sensibilidad a los hidratos de carbono, esas
comidas no eran tan saludables como yo creía.
Y aunque no mejoraba en nada, continué yendo a los controles regulares. De algún modo,
ver al médico me hacía sentir seguro.
Mantuve en secreto mis visitas al médico; me prometí que cuando estuviera bien lo
explicaría todo. Continué yendo a los controles regulares, pues estaba convencido de que, mientras
fuera a ver al médico, estaría seguro. Cambié unas cuantas cosas aquí y allá, empecé a dormir un
poquitín más, de tanto en tanto me tomaba una ensalada con la comida del mediodía, pero ese
método a la buena de Dios no dio resultados; no hubo ningún signo de mejoría.
Los análisis revelaban que mis niveles de colesterol y triglicéridos iban subiendo (por
entonces todavía no sabía mucho acerca del coleste-rol HDL y LDL). También tenía la presión
arterial descontrolada, pero no quería tomar medicamento alguno; para mí era como tapar el proble-
ma con una tirita. Quería algo que corrigiera la causa, pero no sabía qué. Además durante la misma
visita al médico un momento tenía la tensión peligrosamente alta y a los pocos minutos la tenía
normal.
—Esto no es buen signo —comentó él con su acostumbrado tono comedido.
Y ahora también lo sé yo.
Por entonces rondaba los cincuenta, y si hubiera sido objetivo habría tenido que reconocer
que estaba subiendo de peso a pasos agigantados. Aunque había dejado de pesarme al llegar a los 97
kilos, era evidente que continuaba engordando.
El peso extra y los años comenzaron a tener su efecto en mis rodillas; ya no me apetecía
correr, y después de la segunda lesión en la rodilla, el médico me recomendó encarecidamente que
lo dejara indefinidamente.
Por primera vez vi la realidad, y me asusté de veras. Hasta ese momento había logrado
controlar un poco el peso con la actividad física, y pensé que subiría a las nubes sin el equilibrio que
ofrecía el ejercicio.
La dieta pobre en grasas me estaba volviendo loco; nunca me
sentía satisfecho. Y aun poniendo todo mi empeño, mis niveles
de grasa en la sangre continuaban empeorando.
Durante muchos años mis familiares y amigos fueron testigos de mi voraz apetito; no por
nada me llamaban «el cubo de basura humano». Y cuando por fin decidí hacer una dieta pobre en
grasas, no lograba seguirla con constancia; las restricciones me volvían loco; vivía con hambre.
Para empeorar las cosas, mi nivel de grasa en la sangre estaba tan alto que yo había contado con el
ejercicio de correr y mi estilo de vida activo para contrarrestarlo; estaba seguro de que eso era lo
único que se interponía entre mí y un ataque al corazón. Por aquel entonces, los medicamentos para
bajar el colesterol eran bastante nuevos, y pensaba, como pienso ahora, que si podía controlar el
problema con ejercicio, esa sería una opción mucho mejor. Pero desaparecido el ejercicio, no supe a
qué recurrir. Finalmente, después de todos sus avisos, las fichas de dominó comenzaron a
tambalearse.
Comencé a seguirles la pista a los alimentos que me provocaban hambre, y descubrí
que todos ellos eran ricos en hidratos de carbono.
Yo trabajo francamente bien cuando me siento urgido; es entonces cuando tengo las
mejores ideas, y hasta me sorprendo a mí mismo. Se me ocurrió una solución: me conduciría con
los problemas de salud igual a como lo hacía ante una habitación que había que ordenar y limpiar.
Cuando me sintiera abrumado ante la tarea, cogería lo primero que tocara mi mano y lo pondría en
orden. Y así continuaría, con una y otra cosa, hasta que todo estuviera limpio y ordenado. En mi
caso, lo primero que toqué fue el peso; en esos momentos no parecía ser esa la manera de ocuparme
de mi salud general, pero mi peso era lo primero que me venía a la mente cuando pensaba en lo que
necesitaba cambiar, y ahora me alegro de que así fuera.
En las semanas siguientes, aproveché mi formación científica para buscar las pistas que me
sirvieran en mi batalla. Comencé por comer solamente cuando tenía hambre. Eso me pareció que
daría resultado, pero el problema era que no me impedía comer en exceso; era como si estuviera
metido en un ciclo de comer hidratos de carbono y no parar de tener hambre. De todos modos, tomé
nota de los alimentos que me aumentaban el hambre y el cansancio.
Para el científico entrenado que hay en mí, era evidente que a las comidas que contenían
alimentos ricos en hidratos de carbono (féculas, tentempiés, frutas y dulces) las seguían el hambre,
los deseos intensos de comer y una especie de letargo. Eso me impulsaba a picar algo. Lo has
adivinado: alimentos ricos en hidratos de carbono, y sobre todo, azucarados.
Me siento agradecido y feliz, y aunque pueda parecer extraño, trato este programa como
trataría a un buen amigo. Los beneficios y bendiciones que ha producido me han recompensado diez
veces cada poquitín de energía que he aportado. Me ha devuelto la vida, y jamás, nunca, me lo
tomaré a la ligera. Ahora ya no vivo con miedo, vergüenza, frustración ni sentimiento de culpa.
Cada nuevo día es un regalo, un regalo cuyo valor aumenta al compartirlo.
Por caminos misteriosos:
Historia del doctor Frederic Vagnini
Soy un hombre religioso, y aunque muchas personas encuentran algo extraño que un médico tenga
una fe tan fervorosa, para mí tiene mucho sentido, ya que todos los días soy testigo del milagro de
la obra de Dios.
He tenido en mis manos la prueba de la existencia de un poder superior. He visto el corazón
de un niño seguir latiendo, contra todo pronóstico, bombeando sangre en su cuerpecito hasta mucho
después de que debiera haberse parado. He sido testigo de cosas que trascienden lo físico, como el
anciano que retiene en su interior toda su fuerza hasta que su mujer logra llegar a su lado para
despedirse, y sólo entonces, después de un beso, una sonrisa y un apretón de manos, se muere, y
observado la voluntad y determinación de una mujer que, negándose a abandonar a sus hijos, le
gana la batalla a la enfermedad. Pues bien, siempre que se desbaratan mis pronósticos como
médico, lo único que hago es sonreír y bajar la cabeza con humildad.
He tenido el privilegio de hacer el trabajo de Dios durante más de treinta años, y aunque la
ciencia es un instrumento precioso y poderoso, nunca me olvido de quién lo hace todo posible. No
es de extrañar, pues, que en los peores momentos recurra a mi poder superior en busca de
orientación y ayuda. Con frecuencia pido ayuda para los demás, pero aquella fría noche de febrero,
hace siete años, recé por mi mujer, mis hijas y por mí.
Eran casi las siete de la tarde cuando me quedé solo en el consultorio. Las visitas a los
pacientes suelen acabar hacia las seis, después de lo cual mis enfermeras y ayudantes terminan de
preparar algunas cosas para el día siguiente y se marchan a sus casas. Ese día había llamado a mis
hijas para desearles las buenas noches y decirle a mi mujer que una vez más no iba a llegar a tiempo
para cenar. Tenía correspondencia atrasada, formularios que rellenar, análisis de laboratorio para
revisar, y unas cuantas visitas en el hospital. Prometía ser otra larga noche, y no había nada que
hacer al respecto.
Intenté ponerme a la tarea, pero no conseguía organizarme, tenía la mente algo confusa y
cada frase que quería escribir me suponía un esfuerzo. Ya había oscurecido, y por la ventana vi que
estaban comenzando a caer grandes copos de nieve. Sonreí. Si mañana, sábado, había suficiente
nieve, por la tarde me daría un tiempo para llevar a mi hija mayor a deslizarse en trineo. Desde
Navidad tenía el trineo en su cuarto a la espera de que nevara, y casi pude oír su contagiosa risa
mientras se deslizaba por la nieve por primera vez.
De mala gana volví la atención al trabajo que me aguardaba, y decidí que un poco de
cafeína me daría energía. Pensé esperanzado si quedarían algunos donuts en la caja grande que
llevaba cada mañana para el personal (como pretexto para comérmelos yo). Al coger el montón de
papeles que tenía más cerca, mis ojos se posaron sobre un informe de laboratorio que se equilibraba
precariamente encima de todo; a diferencia de los otros, este no estaba acompañado por la hoja con
los datos del paciente, como era habitual. Me llamó la atención el gran número de resultados
anormales que tenía, colocados en una columna aparte para facilitar la tarea del médico. En ese
análisis había muchísimos, y no eran nada buenos; el nivel de triglicéridos, el triple de lo normal; el
nivel de colesterol, muy elevado, y, por si fuera poco, la proporción entre los niveles de colesterol
bueno y malo presagiaban inminentes problemas cardiacos.
Oí en mi mente el habitual sermón mientras buscaba el nombre de la persona para poder
llamarla y comunicarle la mala noticia. Y entonces me llevé la gran sorpresa; el paciente era yo, y el
mal pronóstico que acababa de ver no era para nadie más que para mí; hasta ese momento había
estado huyendo del claro deterioro de mi salud cardiaca. Eché hacia atrás la silla, distanciándome de
la mesa igual como quería alejarme de la verdad.
Me puse a mirar por la ventana y dejé vagar la mente hasta llegar a ver mi propia tumba
cubierta por una capa de nieve. Igual que Scrooge en Canción de Navidad, me sentí como un testigo
especial de mi futuro, y no me gustó nada. Acto seguido, apoyé la cabeza en los brazos sobre el
escritorio y descansé. Fue entonces cuando sentí una presencia, una sensación de consuelo, una
especie de conocimiento de que todo iba a ir bien. Eso me llenó y fortaleció y, sin pensarlo,
comencé a hablar con Dios. Pero no se trató de algo que yo no hubiera hecho nunca; la relación
entre Dios y yo venía de muy antiguo. Siempre rezaba antes de practicar una operación a corazón
abierto, antes de darle una mala noticia a una familia y antes de irme a la cama cada noche. A lo
largo de los años mis oraciones me habían ayudado, de modo que con el canal de comunicación
abierto, sabía que encontraría consuelo y ayuda.
Pedí orientación, orientación para tomar las decisiones correctas si quería continuar
viviendo, y orientación para tomar las mejores decisiones en el futuro. Y aunque pedir consejo no
había sido nunca uno de mis puntos fuertes, en ese momento, con la realidad mirándome a la cara,
desapareció mi arrogancia y sólo deseé recibir los consejos que necesitaba tan urgentemente. Tuve
que reconocer que no me había ido muy bien guiándome por los míos.
Aunque en mi juventud siempre me había mantenido delgado y tenido una buena
constitución, cuando me instalé en mi agradable vida hogareña con mi esposa Mary Ann, comencé
a echar kilos. Soy bastante alto, mido más de un metro noventa, de modo que los pocos kilos de más
no se notaban. Todavía me veía relativamente delgado cuando tres golpes de mala suerte cayeron
sobre mi peso.
El primero fue una grave lesión en la espalda que me dejó incapacitado para continuar con
mi riguroso programa de ejercicios. El segundo llegó con el embarazo de Mary Ann, que dio toda
una nueva definición a la palabra «picar» entre comidas; como no podía hacer comidas abundantes,
subsistió los nueve meses con minicomidas. Y de este modo ella logró controlar su peso, pero yo
no; y así, antes de que pudiera darme cuenta, además de tomarme mis comidas, me puse a
acompañarla con sus tentempiés. De ese modo, mientras Mary Ann se quedaba satisfecha con un
poquito de helado de crema por la noche, a mí el sabor dulce del helado me desencadenaba el
apetito, por lo que cuando ella terminaba su tentempié yo sólo estaba comenzando, y fue así como
los kilos empezaron a acumularse y yo a engordar con más rapidez que ella. Recuerdo que al
mirarme de lado en el espejo pensé que también parecía estar embarazado, y en ese momento
descubrí que aunque en otro tiempo había creído que era inmune a los problemas de peso, a mí me
afectaban como a todo el mundo.
Recuerdo que al mirarme de lado en el espejo pensé que yo también parecía estar
embarazado.
Ya tema un evidente sobrepeso cuando cambié los cigarrillos por unos veinte kilos de grasa.
Nunca sabré si, después de que naciera mi primera hija, podría haber sido capaz de vencer
esas ansias de comer y bajar de peso. Pero lo que si sé, es que en lugar de concentrarme en
adelgazar, añadí una segunda exigencia que me hizo aún más difícil quitarme kilos de encima;
prometerle a mi mujer que abandonaría el hábito de fumar dos paquetes de cigarrillos al día. Por lo
tanto, después del nacimiento de mi hija, cambié los cigarrillos por unos veinte kilos de grasa. Y
así, poco a poco y kilo a kilo, me convertí, casi sin darme cuenta, en un obeso.
Entonces, cuando ya pesaba 132 kilos, cuarenta más de mi peso ideal, todavía logré
convencerme de que sería capaz de controlar mi apetito y normalizar mi peso si me esforzaba un
poquito más. No obstante, dada mi evidente falta de éxito, me empezó a resultar incómodo aconse-
jar a mis pacientes sobre la reducción de peso, así que evitaba tocar el tema lo más posible. Como
muchos médicos, me limitaba a entregarles la típica hoja con la dieta, a sabiendas de que nadie
podía seguirla durante mucho tiempo. También les aconsejaba seguir un plan de comidas sensato, y
la verdad es que no sabía qué responderles cuando protestaban diciéndome que sus ansias los
impulsaban a comer en exceso y a descontrolarse.
Aunque por aquel entonces no me daba cuenta, ni los escuchaba a ellos ni a mí mismo,
simplemente porque no tenía ninguna alternativa que ofrecer. No era ese el tipo de medicina que
deseaba practicar, pero supongo que se me puede perdonar. Todos los nutricionistas con los que
había trabajado predicaban el mismo dogma, dogma que a la mayoría de las personas no les iba
bien, pero que se había convertido en la norma de la profesión: alimentos pobres en grasa, ejercicio
y comidas sensatas. Ahora bien, lo que no estuvo bien por mi parte fue haber estado a punto de
pasar por alto la ayuda y esperanza que se me plantó justo delante de los ojos.
Ese mismo día acudió a su visita de rutina un paciente al que atendía desde hacía años.
Había bajado de peso, tenía la tensión arterial normal por primera vez desde que lo conocía, y
estaba de excelente ánimo. Lo encontré estupendamente bien, y como confirmaría después su
análisis de sangre, estaba más sano de lo que había estado en años. Con una sonrisa traviesa me
explicó los fundamentos del programa que estaba siguiendo, y después me entregó un paquete que
contenía el primer libro de los Heller.
No entendí muy bien si el regalo era para que lo pusiera yo en práctica o para que
comprendiera qué había provocado su mejoría; aun así, reaccioné con un falso entusiasmo, y tan
pronto como se marchó, lo deposité en un estante del armario de detrás de mi escritorio. Y allí se
fue cubriendo de papel tras papel hasta quedar enterrado del todo.
Cuando recé pedí orientación, aunque lo que debería haber pedido era humildad.
No obstante, como suele ocurrir Dios me dio ambas cosas
En cuanto leí las palabras adictos a los hidratos de carbono, presentí que los Heller se
referían a mí.
Los papeles desparramados a mis pies me recordaron el caos en el que se hallaba inmersa
mi salud y me sentí molesto y fastidiado. Sin embargo, cuando me agaché para recogerlos y
apilarlos de nuevo, pensando en el tiempo que perdería con todo aquello, algo me llamó la atención
que el libro que me había regalado aquel paciente estaba encima de todo y las palabras adictos a
los hidratos de carbono del título parecían llamarme a gritos. En cuanto las leí, presentí que los
Heller se referían a mí. Una parte de mí deseó cogerlo, pero tuve miedo de moverme.
El timbre del teléfono me sobresaltó; levanté el auricular como si fuera la vida en ello, y
escuché al otro extremo la voz dulce de mi mujer que me llamaba para decirme que estaba
preocupada por la nieve y que condujera con más cuidado que de costumbre. Me sentí tan feliz al
oír su voz que apenas le pude contestar. Entonces ella me preguntó si me traba bien, y me sorprendí
al comprobar que en realidad sí me sentía y que el dolor había desaparecido.
Miré por la ventana. La tormenta había pasado, la de dentro y la de fuera. Se me había dado
una segunda oportunidad; sabía que el libro que tenia delante contenía la orientación que había
pedido. Maravillado, lo cogí con ambas manos, y no lo he vuelto a soltar nunca más.
Hoy me siento bien y feliz. Y más que feliz, agradecido por una forma de vida que me ha
traído salud y paz de mente y espíritu. Mis sentimientos de culpa e impotencia han sido
reemplazados por seguridad y confianza. Según todos los informes, mi tensión arterial, el nivel de
grasa en la sangre y otros indicadores de la salud cardiaca son los de un joven con los mejores genes
del mundo.
Y del mismo modo que he aplicado el descubrimiento de los Heller a mi vida, lo he hecho
también en lo que respecta a mi profesión, y con el tiempo hasta lo he ampliado. Trabajando en
estrecha colaboración con ellos, y combinando su programa con mis conocimientos sobre exámenes
cardiovasculares, suplementos nutritivos, intervención farmacológica y mis investigaciones
científicas, he logrado ofrecerles a mis pacientes un programa especialmente eficaz para prevenir y
reducir los factores de riesgo de la enfermedad cardiaca y también para recuperar la salud cardiaca.
Ahora, para ellos, las intensas ansias de comer alimentos ricos en hidratos de carbono, el
aumento de peso, la hipertensión, el nivel anormal de grasa en la sangre, la diabetes de adulto y el
síndrome de resistencia a la insulina (también llamado síndrome X) ya no significan estar
condenados a enfermar de manera progresiva, a sentirse culpables o a tener una vida más corta, ya
que cualquiera de estos trastornos, o todos juntos, les ofrece la oportunidad de comenzar otra vez,
todo un nuevo comienzo que ahora rebosa de ayuda y esperanza.
Siempre he oído que los caminos del Señor son inescrutables. De pequeño pensaba que esa
frase era poco más que una manera de silenciarme cuando hacía demasiadas preguntas, sin embargo
ahora ha adquirido un sentido muy diferente y personal para mí. Creo que no habría sido receptivo a
la ayuda que se me ofrecía si primero un poder superior a mí no me hubiera obligado a prestar
atención. Así pues, después de agarrarme por el cuello y darme una buena sacudida para obtener
toda mi atención, la vida me ofreció una solución que me salvaría, y que ha dado a mi vida una
finalidad muy especial, además de la capacidad de salvar a otras personas.
2
La conexión insulina:
Internarse en el corazón del problema
Todo está claro cuando se conoce la causa.
Louis PASTEUR
El bien y el mal, el día y la noche, el yin y el yang. Desde el principio de los tiempos, el mundo ha
sido el campo de batalla de dos fuerzas contrarias que actúan de modo similar dentro del cuerpo. El
aspecto físico y las formas de pensar, de sentir y de actuar dependen del resultado de ese incesante
tira y afloja. Es muchísimo lo que está en juego: la salud, el bienestar, la misma supervivencia,
dependen de una tregua duradera, de un equilibrio esencial.
Dos fuerzas opuestas se enfrentan en esta lucha de poder por la salud. El primer
combatiente es la insulina; la insulina influye en cada movimiento y cada respiración. La mayoría
de las personas piensan en la diabetes cuando oyen la palabra insulina, pero la potente influencia de
esta hormona puede generar problemas de hipertensión, peligrosos niveles de grasa en la sangre,
aumento de peso, aterosclerosis, enfermedad vascular periférica y enfermedad cardiaca en muchas
personas no diabéticas. Y al no ser diabéticos, pocos médicos y aún menos los pacientes se dan
cuenta del efecto que la insulina tiene en la salud del corazón.
Pero este poder le viene a la insulina de ser la hormona «ahorradora» del cuerpo. Es
literalmente una avara, aunque serlo no es nada fácil. También debe satisfacer otras exigencias del
cuerpo: la necesidad de energía para que los músculos sean capaces de mantener su salud y hacer
bien su trabajo; alimentar el sistema nervioso y reparar los órganos que le permiten al cuerpo
continuar funcionando. Por lo tanto, si bien la insulina no desea otra cosa que almacenar toda la
energía posible, convirtiendo en grasa los hidratos de carbono y almacenando ésta en las células
adiposas, también se ve obligada a darle al cuerpo parte de la preciosa energía de los alimentos para
que siga funcionando.
La segunda fuerza en esta lucha de poder es el glucagón, la hormona gastadora. Aunque la
mayoría de las personas saben lo que es la insulina, pocas han oído hablar del glucagón (tal vez la
insulina tiene mejor agente de prensa). Pues bien, del mismo modo que la insulina dirige el exceso
de energía alimentaria hacia las células adiposas, la tarea del glucagón consiste en sacar esa energía
de estas células para que el cuerpo pueda usarla en reparar el cuerpo y alimentarlo de energía entre
una comida y otra. No es difícil de recordar: la insulina guarda, el glucagón saca.
Hormona Gastadora. Pues bien, cuando hay un desequilibrio entre estas hormonas se puede poner
en peligro el corazón.
Cuando hay un buen equilibrio hormonal en el cuerpo, la insulina y el glucagón se
complementan entre sí y mantienen una armonía perfecta. La insulina sube de nivel, produce
apetito, da un poco de energía al cuerpo y almacena otro poco en las células adiposas, para después.
Después baja el nivel y sube el de glucagón. El glucagón entonces abre las puertas de las células
adiposas y el cuerpo quema esa energía liberada para continuar funcionando bien. Pasado un
tiempo, sube el nivel de insulina y comienza de nuevo el proceso.
No obstante, a veces este equilibrio se convierte en una batalla de hormonas que llega a poner en
peligro la salud del corazón, y la vida.
La insulina es más fuerte que el glucagón; imagínatela como la típica matona. Cuando entra
en el torrente sanguíneo, el glucagón disminuye de manera importante y sólo vuelve a hacer acto de
presencia cuando se reduce el nivel de insulina.
Si lo pensamos desde el punto de vista de la supervivencia, el dominio de la insulina sobre
el glucagón tiene una lógica perfecta. En las épocas prehistóricas, cuando los hombres de las
cavernas encontraban comida en abundancia (lo que se dice un festín), necesitaban insulina para
que canalizara una cantidad importante del alimento hacia las células adiposas, y lo almacenara, ya
que nuestros antepasados prehistóricos nunca sabían cuándo iban a volver a encontrar comida en
grandes cantidades, y lo que tomaban, además, no era tan rico en energía como los alimentos
actuales; así pues, sus cuerpos tenían que ser capaces de almacenar una reserva que los abasteciera
hasta la próxima vez que encontraran alimento. Por otro lado, la insulina también los urgía a comer
todo lo que pudieran, para aprovechar al máximo esa vital oportunidad de nutrirse.
Ahora bien, cuando no había alimentos (las conocidas épocas de hambrunas), necesitaban
que el glucagón abriera las células adiposas y sacara la energía almacenada para fortalecer los
músculos, el cerebro y demás órganos, con el fin de poder salir a buscar alimento. Además, en estas
épocas tampoco se necesitaba la capacidad almacenadora de grasa e inductora de apetito de la
insulina.
No obstante, como tomar alimento era la principal prioridad, siempre que había comida y se
liberaba insulina, el instinto de supervivencia dictaminaba que la tarea del glucagón pasara a un
segundo plano.
El ciclo se repetía manteniendo ese equilibrio: se almacenaba alimento durante los periodos
de abundancia y se gastaba durante los periodos de necesidad, un toma y daca perfecto que a
nuestros antepasados de las cavernas les permitió estar sanos, felices y vivos.
En la actualidad ese tira y afloja hormonal sigue produciéndose, pero tiende a
desequilibrarse porque la insulina busca su predominio. El resultado de esta batalla suele significar
la diferencia entre una vida sana y otra plagada de problemas cardiacos, o acortada por causa de una
enfermedad cardiaca.
En 1983, sólo 300 artículos identificaban la insulina como la conexión esencial con otras
enfermedades. Quince años después, son más de 15.000 los estudios que exploran este importante
descubrimiento.
En 1990, el doctor D. C. Simonson informó, en la revista Hormone and Metabolic
Research, haber encontrado un exceso de insulina y resistencia a la insulina en personas con un
sobrepeso importante, en las que sufren de hipertensión, y también en las que tienen diabetes de
adulto, aterosclerosis o están enfermas del corazón. Al año siguiente, los doctores R. A. DeFronzo y
E. Ferrannini confirmaron este informe, y añadieron que muchos científicos habían comprobado
que el nivel elevado de insulina es la conexión entre la diabetes y la hipertensión. Dijeron, además,
que el nivel excesivo de insulina era causa de niveles indeseables de grasa en la sangre de personas
sanas, con peso normal, de obesos no diabéticos y de diabéticos.
Los principales factores de riesgo de contraer una enfermedad cardiaca son las puntas
del iceberg; en la base están el hiperinsulinismo y la resistencia a la insulina
«El médico sólo reconoce las puntas del iceberg», escribieron los doctores DeFronzo y
Ferrannini. Enfermedades y factores de riesgo como la diabetes, la obesidad, la hipertensión, los
niveles elevados de triglicéridos en la sangre, los niveles bajos del colesterol HDL (bueno) y la
aterosclerosis «salen a la superficie, por lo que se podría pasar totalmente por alto el síndrome de
resistencia a la insulina».
En una enérgica conclusión de su artículo, estos respetados científicos observaron que, de
todos modos, incluso sin sus efectos en la tensión arterial y en los niveles de grasa en la sangre, el
exceso de insulina y la resistencia que produce pueden estrechar las arterias que nutren el corazón.
La mayoría de los médicos tienen poca o ninguna formación en el diagnóstico y tratamiento
del síndrome de resistencia a la insulina. Aunque algunos lo consideran un trastorno relativamente
raro o no habitual, los doctores DeFronzo y Ferrannini comprobaron que es un trastorno común,
cuya incidencia es bastante elevada entre la población.
Con un método de investigación diferente, el doctor Robert W Stout analizó los
experimentos realizados por más de treinta científicos a lo largo de veinte años, entre ellos tres muy
extensos, en que se estudió en total a más de 11.000 personas, y llegó a la conclusión de que el
exceso de insulina estimula la producción de colesterol y la acumulación de grasa en las arterias, y
que acompaña a todos los factores de riesgo cardiovascular, entre ellos la hipertensión, los niveles
elevados de triglicéridos y colesterol en la sangre, la disminución de las lipoproteínas de alta
densidad (colesterol bueno) y la obesidad en la parte superior del cuerpo. Desde entonces, una
montaña de pruebas científicas han relacionado el exceso de y la resistencia a la insulina con todos
esos trastornos y con la enfermedad cardiaca.
En artículos publicados en las principales revistas de investigación médica del mundo, se
informa que el exceso de insulina y la resistencia a la insulina es el nexo subyacente, el factor
unificador, que conecta muchas de las enfermedades peligrosas más extendidas y destructivas de
este país. La insulina, la resistencia a la insulina y las enfermedades y factores de riesgo que
constituyen el síndrome de resistencia a la insulina están implicados en más de la mitad de las
muertes cada año.
En la actualidad, las revistas médicas y científicas más prestigiosas del mundo publican
regularmente artículos en los que se documenta los perniciosos efectos del hiperinsulinismo y la
resistencia a la insulina; entre estas revistas e informes se encuentran: Surgeon General's Report on
Nutrition and Health, New England Journal of Medicine, Lancet, Clinical Nutrición, Annals of (he
New York Academy of Science, Journal of Clinical Endocrinological Metabolism,Journal of Human
Hypertension, American Heart Journal y Journal of the American Medical Association (JAMA).
A esto hay que añadir la confirmación, por parte de investigadores de todo el mundo, de la
importancia de la insulina en la salud del corazón, y los artículos informativos ya alcanzan una cifra
récord. Todo esto ha llevado a que los científicos hayan elaborado una terminología específica,
llamando «nexo patógeno» al exceso de insulina y resistencia a la insulina, que constituyen la
conexión causal invisible que durante tanto tiempo se estuvo buscando en la búsqueda de la salud
del corazón y la longevidad.
Por lo tanto, no deja de extrañar que, pese a todo esto que acabamos de decir, los medios de
comunicación mantengan un aparente desinterés en informar al público sobre estos estudios
científicos, bien documentados y verificados, que hablan de la potente conexión del exceso de insu-
lina con la enfermedad cardiaca.
Si eres adicto/a a los hidratos de carbono* es posible que conozcas por lo menos una
de estas fases.
* Para determinar si eres adicto/a a los hidratos de carbono con riesgo de contraer una
enfermedad cardiaca relacionada con el exceso de insulina, rellena el cuestionario del
capítulo 4.
Actualmente ya se han podido explicar y estudiar cada una de las fases de avance del
síndrome de resistencia a la insulina, por lo que si eres adicto/a a los hidratos de carbono, es posible
que conozcas algunas de ellas. Al parecer, las primeras células que se hacen resistentes a la insulina
son las del cerebro y del resto del sistema nervioso (neuronas); para protegerse de una invasión de
insulina, el cuerpo las cierra, es decir, las hace resistentes. El problema es que, al cerrarse a la
insulina, estas neuronas también se cierran a la glucosa en la sangre que lleva la insulina y que es lo
que las nutre.
En esta primera fase del síndrome de resistencia a la insulina, a las dos horas de comer alimentos
ricos en hidratos de carbono, la persona podría sentirse mareada, irritable o incapaz de
concentrarse. 6 Además de sentir intensos deseos de comer este tipo de alimentos, puede subir de
peso, ya que una mayor cantidad de energía alimentaria (transformada en azúcar o glucosa) se
canaliza a través del hígado, se convierte en grasa y se almacena en las células adiposas.
Si continúa el hiperinsulinismo, se puede pasar a una segunda fase, en la que se hacen más notorios
el deseo de comer después de haber comido, así como el cansancio, el mareo, la irritabilidad y la
incapacidad para concentrarse. Los músculos, el hígado y otros órganos también comienzan a
impedir la entrada de insulina, y al hacerlo bloquean también su capacidad para nutrirse del azúcar
de la sangre. Cuando a los músculos llega menos glucosa para nutrirlos, la persona experimenta una
disminución del deseo o disposición para estar activa o hacer ejercicio; podría sentirse menos
inclinada a hacer cosas que no sean absolutamente necesarias. Si se siente motivada a tener alguna
actividad o cree que debería realizarla, quizá pierda el deseo de continuar esa actividad o descubra
que se cansa fácilmente.
En esta segunda fase del síndrome de resistencia a la insulina es casi inevitable aumentar de peso,
ya que se canaliza cada vez más energía (en forma de la glucosa transformada en grasa en la sangre)
para su almacenamiento en las células adiposas. Además de los problemas de peso, sobre todo la
obesidad abdominal, esta fase podría anunciar una amplia variedad de factores de riesgo de contraer
una enfermedad cardiaca, entre otros, el aumento de los niveles de grasa en la sangre y de la tensión
arterial.
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Los signos y síntomas varían de una persona a otra. Además, cualquier síntoma aislado podría tener una amplia variedad
de causas. Como siempre, consúltale a tu medico la causa de cualquier problema neurológico.
Avance del síndrome de resistencia a la insulina: fases 1-4
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Dos o tres horas después de haber tomado una bebida rica en glucosa, como se hace en los análisis de tolerancia a la
glucosa estándar.
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Dos o tres horas después de haber tomado una bebida rica en glucosa, como se hace en los análisis de tolerancia a la
glucosa estándar.
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Los posibles factores de riesgo provocados por la insulina avanzan a diferentes velocidades según sean la predisposición
genética y el estilo de vida. En esta columna ofrecemos ejemplos de posibles estados progresivos. Con el progreso de las
fases podrían aumentar los niveles de ácido úrico y de fibrinógeno (factor coagulante de la sangre). Es posible que
disminuya el grado de energía. Este avance es común en mujeres que sufren del síndrome de ovario poliquístico y podría
Durante la primera y la segunda fases, la insulina es capaz de continuar haciendo que llegue
azúcar a las células de muchos órganos, pero si no se toma ninguna medida correctora, estas células
se harán cada vez más resistentes a la insulina, cerrando las puertas o receptores por los que antes
entraba en ellas el azúcar de la sangre. De este modo la insulina y el azúcar que la acompañan se
quedan atrapadas en el torrente sanguíneo, y el hígado, sensible a este elevado nivel de insulina y
azúcar en la sangre, convierte el exceso de azúcar en grasa, para poder sacarlo de la sangre y
almacenarlo de este modo en las células adiposas. Así pues, en estas dos primeras fases, a medida
que aumenta la resistencia a la insulina, ésta convierte el cuerpo en una máquina de fabricar grasa; y
como las células de muchos órganos se han vuelto resistentes, las células adiposas se convierten en
el sitio ideal para almacenar el azúcar.
En la tercera fase, los bajones del nivel de glucosa con que trabaja el cerebro son más
graves, y los músculos en ocasiones quedan privados de nutrición. Llegados a este punto, la persona
puede experimentar cambios de humor extremos, irritabilidad, incapacidad para concentrarse,
cansancio, temblores musculares, depresión, dolores de cabeza y confusión mental; podría subir de
peso con una facilidad que nunca se hubiera imaginado y descubrir que es incapaz de dominar las
ansias de comer féculas, comida basura y dulces. Gran parte de ese aumento de peso lo forma la
grasa depositada en el abdomen. Es muy posible que prefiera ir picando de vez en cuando, que
sentarse a tomar una comida normal, o que cuando haga esto último, continúe comiendo aunque le
resulte desagradable o ya no disfrute con ello.
Es posible que al entrar en la cuarta fase la persona ya no pueda negar los cambios físicos
que el desequilibrio de la insulina en el cuerpo le han provocado. En esta fase incluso las células
adiposas se vuelven resistentes y cierran la entrada a la insulina y al azúcar convertido en grasa que
lleva con ella; a estas alturas, muchos de los síntomas que se experimentaron en las fases anteriores,
con la notable excepción del bajo nivel de azúcar en la sangre y el aumento de peso, llegan a un
punto máximo.
Dos de los signos del síndrome de resistencia a la insulina, el elevado nivel de azúcar en la
sangre y el aumento de peso, se invierten en la cuarta fase. Se cierran incluso las células adiposas,
con lo cual la insulina, el azúcar y la grasa no tienen adonde ir; no pueden salir del torrente san-
guíneo y se quedan atrapados allí. Así pues, en esta fase final, es posible que el cuerpo ya no sea
capaz de canalizar la energía hacia las células adiposas, que es lo que lleva al aumento de peso, por
lo que podría experimentarse una repentina disminución del peso, aunque normalmente no se
normaliza.
Del mismo modo, los bajones del nivel de azúcar que podrían haberse experimentado en la
tercera fase, cuando el azúcar y la grasa de la sangre se canalizaban hacia las células adiposas, se
acaban, para verse reemplazados por niveles elevados de azúcar en la sangre. En esta fase, cuando
el azúcar está atrapado en el torrente sanguíneo, no puede entrar en los órganos, convertirse en grasa
ni almacenarse en las células adiposas, podemos decir que se tiene diabetes de adulto.
ir acompañado por alteraciones en el ciclo menstrual, desequilibrios de los andrógenos y otras hormonas, hirsutismo
(exceso de vello facial o corporal) y/o esterilidad. Para cualquier recomendación y orientación, habla con tu médico.
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El nivel de azúcar en la sangre a las dos horas de haber tomado la bebida con glucosa puede ser más bajo que en ayunas.
este síndrome en cualquier fase.
La primera fuerza necesaria para poner en marcha este síndrome es la reacción innata del
cuerpo a los alimentos ricos en hidratos de carbono. Del mismo modo que las personas tienen
diferentes reacciones ante la música estridente o las luces brillantes, o secretan más adrenalina que
otras cuando están asustadas, algunas también producen más insulina cuando comen féculas,
tentempiés entre comidas, comida basura o dulces.
Los científicos han pensado que la cantidad de insulina que se secreta está determinada en
gran parte por los genes, en particular por la presencia de un «gen ahorrador». Si uno ha heredado
este gen, su cuerpo es más propenso, al parecer, a producir un exceso de insulina cuando come
alimentos ricos en hidratos de carbono, y cuanto mayor es la frecuencia con que los ingiere, más
insulina secreta.
En 1993 se hizo realidad un descubrimiento decisivo. En un artículo señero, el doctor D. E.
Comings y su equipo de investigación identificaron el gen D2 receptor de dopamina (DRD2) como
el principal gen que provoca ansias de hidratos de carbono y obesidad. Menos de un año después, el
doctor E. P Noble y su equipo confirmaron esa misma variación genética relacionada con la
obesidad y establecieron su conexión con la obesidad y con la diabetes de adulto.
Las investigaciones actuales han confirmado y siguen ampliando estos iluminadores
hallazgos. Si uno tiene el gen ahorrador, ahora llamado el «gen del hambre de hidratos de carbono»,
tiene más propensión a: 1) desear comer féculas, tentempiés, comida basura y dulces; 2) aumentar
fácilmente de peso, y 3) secretar un exceso de insulina cuando come con frecuencia alimentos ricos
en hidratos de carbono.
Es una pena que a tantos adictos a los hidratos de carbono y a la medicina en general no se
les haya informado nunca sobre la poderosa base biológica de la adicción a los hidratos de carbono
y la obesidad y los muchos problemas cardiacos a los que conduce. Y también es una pena que no
sean fáciles de conseguir análisis de sangre para diagnosticar este trastorno mediante pruebas
genéticas. La buena nueva es que si bien no se pueden cambiar los genes, la genética no tiene por
qué determinar nuestro destino.
Podemos comer cada día los alimentos que tanto nos gustan y al mismo tiempo mejorar
considerablemente las posibilidades de tener una buena salud cardiaca y una vida larga. Otros
alimentos y aditivos también cumplen aquí su papel: en las páginas siguientes verás por qué algunos
alimentos pobres en grasa y sucedáneos del azúcar podrían ser opciones equivocadas. Por ahora,
tranquilízate, ya que es mucho lo que se puede hacer para cambiar este destino «genético» sin
renunciar a los placeres que hacen que una vida sana y larga valga la pena vivirse. Como no
tardarás en ver, es posible comerse la tarta y estar sano al mismo tiempo.
De quién es el mérito
Si hace treinta o cuarenta años hubiéramos intentado desenmarañar la conexión del exceso de
insulina con la enfermedad cardiaca, nos habría sido imposible. Los descubrimientos de que hemos
hablado y la base científica del programa que vamos a exponer»én las páginas siguientes son fruto
de muchísimos años de investigación y práctica clínica por parte de incontables biólogos, químicos,
fisiólogos, endocrinólogos, especialistas en citología y nutricionistas de las facultades de medicina y
universidades más prestigiosas del mundo. Ninguna persona o grupo han sido los responsables de
ello. Pero lo realmente importante es que ahora ese conocimiento está al alcance de quienes lo
necesitan y pueden beneficiarse de él.
Con este programa comprobarás que el viejo dicho de «no hay beneficio sin sacrificio» no
es cierto. No tenemos que renunciar al agrado, a los placeres y a las alegrías de la vida para tener la
salud cardiaca ideal y alcanzar la longevidad. La predisposición genética no dicta nuestro destino.
Ahora ya puedes evitar las enfermedades cardiacas que tal vez fastidiaron a tus padres y abuelos.
Disfrutarás de todos los alimentos que te procuran placer, de la comodidad que te gusta, y de la
libertad y salud que son tu derecho innato. La mejor salud del corazón no es necesariamente una
recompensa que sólo viene con el sacrificio y la privación. Tu salud y tu bienestar son dones que
están a tu disposición para que los cojas. Tienes el derecho de reclamarlos y de disfrutar de ellos
toda la vida.
Tu salud y tu bienestar son dones que están a tu disposición para que los cojas. Tienes el
derecho de reclamarlos y de disfrutar de ellos toda la vida.
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Hipertensión, sobrepeso,
grasas en la sangre y diabetes:
Tomarse a pecho la insulina
Toda enfermedad tiene una causa, y toda causa tiene un remedio.
Doctor HENRY E. SIGERIST
No falla; pon las noticias de la noche, abre el periódico, pasa las páginas de tu revista favorita, y allí
estará. Cada día se anuncia un nuevo descubrimiento sobre una lista interminable de factores de
riesgo de una enfermedad cardiaca; esto se ha convertido en un auténtico barullo científico, en el
que descubrimientos de estudios desconectados y no verificados se sacan de contexto con la única
finalidad de atraer la atención de los lectores y telespectadores. De hecho, se da la misma cobertura
informativa a estudios serios, creíbles, honrados, que a los de científicos que poseen las patentes de
los medicamentos que están estudiando, a los fabricantes de productos alimenticios y medicamentos
que financian las investigaciones que atestiguan los méritos de sus productos, o a los científicos que
aceptan enormes sumas de dinero a cambio de poner su nombre en estudios en los que nunca han
participado.
Por lo tanto, no se puede esperar que el público pueda discernir por sí solo entre realidad y
ficción, propaganda y ayuda, ciencia y venta.
Pero, por desgracia, dentro de este campo supersaturado, la investigación legítima y vital
podría perderse para siempre.
Ahora bien, entre todos los «descubrimientos» científicos efímeros, muchos de ellos
respaldados por poderosos intereses personales y mucho dinero publicitario, que aparecen en las
noticias cada día y luego desaparecen sin dejar rastro, el único que continúa firme es el que anunció
que el hiperinsulinismo es el factor subyacente que conecta todos los factores de riesgo de la
enfermedad cardiaca.
El cuarteto de la muerte
Se los ha llamado el cuarteto de la muerte: hipertensión, obesidad, peligroso nivel de grasa en la
sangre y diabetes de adulto. Estos trastornos son tan poderosos como peligrosos; solos o juntos
pueden cambiarnos la vida, o acortarla. A cada uno por separado se lo ha relacionado con cientos de
causas diferentes, pero se ha comprobado que sólo un desequilibrio subyacente los causa todos, y
que cuando se elimina esa causa, el cuarteto de la muerte literalmente desaparece.
El hiperinsulinismo es ese factor, la causa primera, o profactor, que, o bien solo o bien
combinado con la resistencia a la insulina que genera, causa hipertensión, obesidad, nivel elevado
de grasas en la sangre y diabetes de adulto, como también todos los demás factores de riesgo de la
enfermedad cardiaca que se conocen. Desde fumar a la falta de ejercicio, desde el estrés al
envejecimiento, de las grasas saturadas al exceso de peso, el hiperinsulinismo es el «nexo
patógeno», la conexión con la enfermedad, que le da sentido a todo. Sólo el hiperinsulinismo se
puede identificar como el culpable del desarrollo de cada uno de estos potentes indicadores de
enfermedad cardiaca.
Por otra parte, la buena noticia es que, si bien se ha confirmado que el desequilibrio de la
insulina es la causa fundamental de tanta enfermedad y sufrimiento, su equilibrio contiene la llave
hacia la liberación de esos mismos problemas. Si tú o algún familiar tuyo tiene un sobrepeso
importante, hipertensión, niveles peligrosos de grasa en la sangre o diabetes de adulto, te
sorprenderá lo que estás a punto de descubrir. Este conocimiento puede significar la diferencia entre
la vida y la muerte.
El equilibrio de la insulina puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Ahora bien, si ninguno de los trastornos que forman el cuarteto de la muerte te ha afectado
a ti ni a nadie de tu familia, considérate afortunado/a. De todos modos, este es el mejor momento
para armarte de conocimiento, porque esa es la única arma eficaz contra estos poderosísimos
enemigos.
Imagínate que estás mirando una extensa superficie plana; sólo ves su lisura, su color y la
forma que le dan sus bordes; aun así puede que se te estén escapando muchos detalles; en realidad,
quizá desde el lugar donde te encuentras no estás viendo las cuatro patas que la sostienen, ni te has
dado cuenta de que estás mirando una mesa.
Pues bien, al igual que la superficie de una mesa, la enfermedad cardiaca puede parecer
muy diferente una vez que se han visto y comprendido totalmente las cuatro «patas» que la
sostienen: la hipertensión, el nivel elevado de grasa en la sangre, la obesidad y la diabetes de adulto.
Y esta comprensión es la que puede llevar a la paz mental y a la salud del cuerpo.
Tanto en los animales como en los seres humanos, cuando se eleva el nivel de insulina, ya
sea de manera natural o inyectándola, normalmente el aumento de peso es inevitable, aunque no se
consuma ningún alimento adicional. Los niveles elevados de insulina convierten el cuerpo en una
máquina de fabricar grasa. Sin ese nivel elevado de insulina, el cuerpo quema las calorías extras; en
presencia de un nivel elevado de insulina, el cuerpo fabrica grasa incluso sin consumir calorías
adicionales. Por lo tanto, es evidente que el exceso de insulina es lo que nos hace engordar, y no al
contrario.
Entonces, ¿por qué siempre se nos dice otra cosa? ¿Por qué nos repiten una y otra vez que
la obesidad provoca la enfermedad cardiaca, en lugar de decirnos que es el hiperinsulinismo el que
lleva a la obesidad y en último término a la enfermedad cardiaca? En algunos casos es un simple
malentendido o falta de conocimiento de los estudios de investigación que se han hecho. En otros,
parece que el prejuicio en contra de las personas obesas ha salpicado el campo de los estudios
científicos y conducido a errores de pensamiento. O peor aún, quizás a los que dirigen el gran
negocio de las dietas les interesa económicamente perpetuar la falsedad de que las personas con
sobrepeso no tienen fuerza de voluntad.
Aunque los programas comerciales tienen un índice de éxito abismal y duradero, continúan
propagando la ilusión de que sólo hace falta un poquitín de fuerza de voluntad para adelgazar y
estar sano. Qué diferentes serían sus anuncios si, ateniéndose a todo lo que la ciencia sabe sobre la
reducción de peso, se vieran obligados a decir: «Bueno, en realidad la mayor parte del aumento de
peso tiene causas biológicas, y una vez que entiendas cómo el desequilibrio de insulina convierte al
cuerpo en una máquina de fabricar grasa, y corrijas esa causa de las ansias de comer y de sobrepeso,
no necesitarás recurrir a nosotros». Saben que la buena ciencia no siempre es buena para hacer
negocios.
Los centros que se dedican a ayudar a las personas a bajar de peso y los fabricantes de pastillas
y alimentos dietéticos saben que la buena ciencia no siempre es buena para sus negocios.
Pero, al margen de que sea la consecuencia de un sincero malentendido, del poder del
prejuicio o de los intereses económicos de la industria dietética, el mensaje erróneo se perpetúa.
Los hechos son claros y simples: con el tiempo, el exceso de insulina provoca intensas ansias de
comer hidratos de carbono y aumento de peso, después resistencia a la insulina, hipertensión,
niveles elevados de grasas en la sangre, diabetes de adulto y enfermedad cardiaca. Cuando se
reducen los niveles excesivos de insulina, se reducen también los problemas cardiacos relacionados
con la insulina. Es así de sencillo y maravilloso.
En muchos casos, las personas con sobrepeso comen menos que las de peso normal.
Hace ya más de treinta años los científicos comprobaron que, contrariamente a lo que todo
el mundo creía, la cantidad de comida que se toma no determina necesariamente lo que se pesa.
Descubrieron que algunas personas parecían ser «naturalmente delgadas» y que aunque comieran en
exceso continuaban sin aumentar de peso. Nada menos que en 1967 los doctores D. S. Miller y P.
Mumford documentaron el hecho de que algunas personas podían prácticamente doblar la cantidad
de alimento que comían, consumir 8.000-10.000 calorías extras por semana, y aun así bajar de peso.
Al año siguiente, el eminente investigador doctor E. A. H. Sims y sus colegas pusieron a
prueba la hipótesis «eres lo que comes». Hicieron comer a los participantes en el estudio hasta
3.000 calorías extras al día, con el objetivo de que aumentaran el peso en un 25 por ciento. La sor-
presa fue comprobar que esas 3.000 calorías extras diarias no producían el aumento de peso
deseado; por lo visto, esas personas «quemaban» las calorías extras en lugar de almacenarlas en
forma de grasa con el consiguiente aumento de peso. Hubo dos excepciones importantes: un parti-
cipante que había tenido sobrepeso en su juventud, y otro en cuya familia había habido varios casos
de diabetes de adulto. Estas dos personas subieron de peso con la dieta rica en calorías y, no por
pura coincidencia, se podría haber esperado que también tuvieran niveles elevados de insulina.
Aunque esto es contrario a lo que cree la gente, o en algunos casos a lo que desea creer, el
peso no refleja necesariamente la cantidad de comida que se come. En 1982, el doctor J. P. Morgan
y sus colegas comprobaron que los participantes del estudio que pesaban más y tenían el mayor
porcentaje de grasa corporal comían menos que aquellos que pesaban menos y tenían el menor
porcentaje de grasa corporal. Incluso más sorprendente fue el segundo descubrimiento: los
participantes más pesados consumían la mitad de calorías que sus compañeros más delgados, y sin
embargo mantenían los pesos mayores.
En dos estudios diferentes, realizados en años distintos, los doctores J. V Durnin y R.
Leibel, del Instituto Rockefeller, informaron que incluso con rigurosas restricciones calóricas, las
personas con sobrepeso tienden a mantener el exceso de peso. El doctor Leibel comprobó, además,
que cuando mujeres con sobrepeso y mujeres de peso normal comían los mismos alimentos y la
misma cantidad de calorías, las que tenían sobrepeso lo conservaban, y las de peso normal
continuaban con su peso ideal; descubrió que, para bajar de peso, las mujeres con sobrepeso tenían
que comer muchísimo menos que las de peso normal.
Aunque algunas personas que tienen sobrepeso creen que comen en exceso, por lo
general no comen más que las personas
«naturalmente delgadas».
Aunque algunas personas que tienen sobrepeso podrían creer que comen lo suficiente para
justificar ese peso, es posible que su percepción esté más influida por su inseguridad y condena de
sí mismas que por la realidad. Los estudios del doctor Morgan así como otras investigaciones
indican claramente que algo distinto al consumo de alimentos tiene una poderosa influencia en lo
que pesamos y en la forma de acumular el peso. Muchos ya lo sospechábamos por propia
experiencia, pero también era importante que estudios científicos acreditados confirmaran nuestras
percepciones.
Ahora bien, las viejas creencias cuesta mucho erradicarlas. A pesar de que los científicos
han confirmado que el aumento de peso es atribuible a mucho más que la suma total de las calorías
que consumimos menos la cantidad de calorías que gastamos, a muchos profesionales, medios de
comunicación y gran parte del público, e incluso a aquellos que han experimentado este fenómeno,
les cuesta aceptar estos descubrimientos.
Si tienes sobrepeso o te engordas con facilidad y además eres adicto/a a los hidratos de
carbono, es esencial que entiendas que tu cuerpo reacciona a estos alimentos de modo diferente a
como lo hacen los cuerpos de personas que no tienen estas tendencias. Es la reacción de tu cuerpo a
esos alimentos, sobre todo si los comes con frecuencia, la que produce la secreción excesiva de
insulina que tal vez te mantiene en ese tiovivo de dietas para adelgazar.
No tenemos más culpa del sobrepeso que del color de nuestros ojos. Sin embargo, es
mucho lo que podemos hacer
No tenemos más culpa del sobrepeso que del color de nuestros ojos. Ahora bien, es mucho
lo que podemos hacer para acabar para siempre con la batalla contra los kilos. Y no olvides que el
exceso de peso puede ser la primera señal de que el cuarteto de la muerte está agazapado detrás de
nosotros, iniciando su trabajo, que puede provocarte graves problemas cardiacos.
• ¿Por qué algunas personas se echan kilos encima con facilidad mientras otras que comen
más se mantienen delgadas?
• ¿Por qué algunas personas experimentan intensos y recurrentes deseos de comer?
• ¿Por qué a algunas personas cuando están estresadas les entran ganas de comer?
• ¿Por qué algunas mujeres sienten ansias de comer antes de la regla?
• ¿Por qué a algunas mujeres les cuesta muchísimo bajar el exceso de peso adquirido durante
el embarazo?
• ¿Por qué tantas personas aumentan de peso cuando dejan de fumar?
• ¿Por qué muchas personas que hacen dieta tienden a recuperar todos los kilos perdidos (y a
añadir más)?
• ¿Por qué algunas personas al hacerse mayores suben de peso con la misma comida que
antes las mantenía con el peso normal o casi normal?
Estas preguntas han intrigado a médicos, científicos y a pacientes por igual durante años. Y sólo
después de que se ha descubierto la relación del exceso de insulina con las ansias de comer y el
aumento de peso se han podido obtener las respuestas a todo esto. El hiperinsulinismo, y la
resistencia a la insulina que genera, se ha detectado en personas que aumentan de peso fácilmente,
en aquellas que ansian comer alimentos ricos en hidratos de carbono regularmente y/o cuando están
estresadas, en las mujeres embarazadas y antes de la regla, en personas que ansian comer hidratos
de carbono cuando dejan de fumar, y en personas que simplemente se hacen mayores. En cierto
modo, podríamos decir que la ciencia ha descubierto el factor esencial que obliga repetidamente a
algunas personas a combatir el exceso de peso mientras a otras las exime.
Al principio, a los científicos les costaba creer el efecto de esta «asombrosa» hormona.
Hace más de quince años, los doctores Paula Geiselman y David Novin estudiaron los experimentos
realizados por algunos de los más respetados científicos de este país en el campo del consumo de
alimentos y el peso. Combinaron sus propios hallazgos con los mejores estudios de investigación en
este campo, y descubrieron que a algunas personas el solo hecho de ver, oler, saborear y comer
alimentos ricos en hidratos de carbono les producía una serie de reacciones previsibles relacionadas
con la insulina y que culminaban en el aumento de peso. Otros científicos, entre ellos el doctor D.
C. Simonson, de la Facultad de Medicina de Harvard, confirmaron la importancia de los cambios
producidos por la insulina en el ciclo hambre-aumento de peso.
Actualmente es un hecho reconocido que las personas que tienen sobrepeso secretan
demasiada insulina después de comer alimentos ricos en hidratos de carbono.
Durante más de diez años hemos sabido que cuanto mayor es la frecuencia con que se comen
alimentos ricos en hidratos de carbono, mayor es la secreción de insulina. Además, hemos
descubierto que cuando estos alimentos se comen solos, sin nada que los equilibre, también sube el
nivel de insulina y se mantiene alto. Pues bien, estos dos descubrimientos fueron esenciales para
elaborar un plan de comidas que fuera a la vez fácil y eficaz, un programa agradable, llevadero, que
permitiera disfrutar de esos alimentos ricos en hidratos de carbono y reducir al mismo tiempo el
nivel de insulina.
Estos conocimientos nos llegaron cuando comprobamos que reduciendo el número de veces
que se comen alimentos ricos en hidratos de carbono y equilibrando las comidas añadiéndoles
proteínas y alimentos ricos en fibra se elimina el hiperinsulinismo crónico que causa las ansias de
comer y el aumento de peso, como también los muchos problemas cardiacos que vienen a
continuación.
Esta es la manera que tiene la insulina de tentar a las personas a ingerir energía. Los
alimentos ricos en hidratos de carbono que se comen se transforman en azúcar en la sangre y, si hay
hiperinsulinismo, el hígado lo convierte en grasa en la sangre. Según sea la cantidad de insulina que
quede en el torrente sanguíneo y el grado de resistencia a la insulina que hayan adquirido las
células, la grasa continuará un tiempo en la sangre, para después acabar almacenada en las células
adiposas. Pero aun así, el exceso de insulina puede hacer daño, ya que si el nivel continúa elevado,
la grasa queda atrapada en las células adiposas, lo que facilita subir de peso y dificulta bajarlo.
Si una persona tiene sobrepeso, la cantidad de alimentos que consume, el tipo de alimentos
que desea comer, e incluso el modo en que su cuerpo los metaboliza están casi con toda certeza
relacionados con la cantidad de insulina que secreta. Si en su familia hay un historial de problemas
de peso o con la comida, los alimentos ricos en hidratos de carbono consumidos con frecuencia a lo
largo del día, así como el estrés, la inadecuada provisión de nutrientes y la inactividad pueden tener
efectos muy destructivos en su salud cardiovascular, bienestar y longevidad. ¡Es maravilloso que el
programa que te ofrecemos en este libro, aparte de darte unas directrices para mejorar la salud del
corazón, también sea capaz de reducir las ansias de comer y el peso!
11
Se llama hipertensión a la forma más común de presión o tensión arterial alta, a la que en los círculos científicos y
médicos se le daba el nombre de hipertensión esencial o primaria porque no se conocía ninguna otra causa identificable;
es decir, se pensaba que la elevación de la tensión arterial era el trastorno principal o primario y esencial. En la actualidad
se han eliminado del uso común los adjetivos primaria y esencial, y si no se especifica otra cosa, los términos presión
arterial alta, hipertensión e hipertensión primaria o esencial son sinónimos. Además, ahora se ha identificado el
hiperinsulinismo como el acontecimiento primario y esencial en el desarrollo de este trastorno.
innegable señal) de que está en avance un desequilibrio de insulina en el cuerpo, por lo que no se la
puede considerar una «simple hipertensión»; es el grito del cuerpo pidiendo auxilio, y debemos
reaccionar.
Ahora bien, cuando se nos diagnostica una hipertensión, la persona suele reaccionar de dos
maneras distintas: o bien supone que no está en peligro inmediato y hace unas vagas promesas de
controlarla, o reconoce la gravedad de la situación y hace los cambios que según le han dicho le
permitirán normalizar la presión arterial, por difícil que le resulte el sacrificio. En cualquiera de los
dos casos, comenzará una terapia medicamentosa y/o reducirá el consumo de sal y de grasas. Los
pacientes menos que diligentes no se sorprenden demasiado cuando, transcurrido un tiempo, ven
poca o ninguna reducción en los valores de su tensión arterial; al fin y al cabo, se dicen, no se han
esmerado mucho y no se puede esperar que las pastillas hagan todo el trabajo.
En cambio los pacientes diligentes, que han puesto empeño y esfuerzos en hacer los
cambios, se preocupan o se sienten frustrados cuando a pesar de todos su esfuerzos ven poca
mejoría. El motivo de este fracaso es bastante sencillo. Las recomendaciones tradicionales no
apuntan necesariamente a corregir la causa del problema; lo más probable es que solo intenten
reducir los síntomas. 12 Pero si no se corrige la causa, en este caso la secreción excesiva de insulina,
la persona podría pasarse el resto de sus días intentando combatirlo.
Intentar controlar la hipertensión con una dieta pobre en sal o pobre en grasa es como tratar
la fiebre con Tylenol: el medicamento puede reducir el síntoma durante un tiempo, pero si no se
corrige la causa subyacente, el síntoma volverá a aparecer (o incluso empeorará).
Es una lástima que a los pacientes no se les informe de lo que los científicos saben desde
hace muchos años: que el hiperinsulinismo es una de las causas más poderosas de la hipertensión, y
que reduciendo el nivel de insulina se reduce la tensión arterial a la vez que se disminuyen las
posibilidades de enfermedad cardiaca y ataque al corazón.
En 1990, en su excelente revisión de varios estudios anteriores, el doctor R. W Stout
concluyó que el nivel elevado de insulina está estrechamente relacionado con un grupo de factores
de riesgo cardiovascular entre los cuales figuran no sólo la hipertensión y los niveles elevados de
grasa en la sangre, sino también los niveles elevados de azúcar y aumento de peso.
Al año siguiente, el doctor H. R. Black, de la Facultad de Medicina de la Universidad de
Yale, confirmó la opinión del doctor Stout, añadiendo que repetidos estudios de investigación
habían puesto de manifiesto que el hiperinsulinismo y la resistencia a la insulina están vinculados
con el aumento excesivo de peso, la hipertensión y la diabetes de adulto, tres trastornos que suelen
anunciar la enfermedad cardiaca. Y después de señalar que otros estudios han llegado a la misma
conclusión, Black hizo una petición a la comunidad científica para que consideraran el
hiperinsulinismo un potente factor de riesgo cardiovascular.
Antes que se realizaran estos y otros estudios similares, se pensaba que la hipertensión era
la causa de la enfermedad cardiaca. Ahora, muchos científicos están llegando a la conclusión de que
la hipertensión es un síntoma del exceso de insulina, una señal de que hay hiperinsulinismo. Por lo
tanto, en lugar de apoyar la antigua opinión de que la hipertensión causa la enfermedad cardiaca, los
nuevos estudios están dejando claro que es el hiperinsulinismo el que causa la hipertensión y
después, con frecuencia, la enfermedad cardiaca.
12
Nunca cambies ni dejes de tomar tu medicación sin que lo sepa tu medico.Colabora con él, la intención de este libro no
es que te empieces a automedicar.
El hiperinsulinismo provoca la hipertensión de tres maneras diferentes. La primera es estimulando
directamente el sistema nervioso simpático, cuya acción acelera el ritmo cardiaco y estrecha los
vasos sanguíneos, con lo cual aumenta la presión arterial. Si en la familia hay un historial de
hipertensión, es probable que, como reacción al exceso de insulina, la persona contraiga
hipertensión crónica (es decir continuada).
La segunda manera en que el hiperinsulinismo lleva a la hipertensión es reteniendo mayor
cantidad de sal, ya que la insulina regula el nivel de sal en la sangre, lo que provoca que también se
retenga más agua en el torrente sanguíneo. Por lo tanto, en este caso, aunque la persona evite
algunos alimentos que le gustan con el fin de reducir su consumo de sal, el exceso de insulina anula
su esfuerzo. La hipertensión resultante está dictada por una sencilla ley de la física; del mismo
modo que hacer pasar más agua por una manguera genera más presión, cuando se hace pasar más
líquido por las arterias, porque hay exceso de agua, la presión de la sangre aumenta.
La tercera forma es reduciendo el calibre de las arterias, es decir, estrechando el espacio
interior (llamado luz) por donde pasa la sangre. El hiperinsulinismo estimula la producción de
colesterol en el hígado y la acumulación de placas de colesterol (ateromas) en las paredes de las
arterias, lo que hace que el espacio interior se estreche y por lo tanto haya mayor presión de la
sangre, o sea, que suba la presión arterial.
La presión arterial alta debida a estos tres efectos del hiperinsulinismo opone mayor
resistencia y el corazón tiene que trabajar más para bombear sangre, y por lo tanto la presión sube
aún más.
Aunque cientos de estudios científicos han confirmado el potente efecto del
hiperinsulinismo en la presión o tensión arterial, el doctor L. Lansberg, de la Facultad de Medicina
de Harvard, resumió los descubrímientos de muchos de sus colegas diciendo que el
hiperinsulinismo aumenta la retención de sal y la estimulación del corazón, los ríñones y los vasos
sanguíneos, y en un informe posterior hizo notar que la hipertensión de las personas con sobrepeso
es un desafortunado «subproducto» del nivel excesivo de insulina.
En la actualidad, científicos de todo el mundo (entre los que se cuentan el doctor A. M.
Sharma y sus colegas de la Universidad de Berlín Libre, el doctor K. Landin de la Universidad de
Gotemburgo, el doctor E. Feraille y sus colegas del Colegio de Francia de París) han confirmado
que el nivel excesivo de insulina y la resistencia a la insulina que genera son los villanos silenciosos
de la hipertensión.
La acción potente y silenciosa de la insulina ha llevado a los científicos a reconocer que la
hipertensión no es un trastorno físico aislado, sino un síntoma, muy importante, que indica que entre
bastidores está avanzando lentamente un peligroso desequilibrio en la producción y secreción de
insulina. Los médicos que, a pesar de su ocupada agenda e incesantes compromisos, logran
mantenerse al día en los últimos descubrimientos científicos, ya no consideran la hipertensión un
problema que haya que controlar, sino uno que se puede y debe eliminar, corrigiendo su causa
subyacente.
Durante bastantes años los especialistas no se ponían de acuerdo: algunos afirmaban que la
grasa alimentaria aumentaba los niveles de grasa en la sangre; otros, que los culpables eran los
ácidos grasos trans; también había quien aseguraba que el verdadero villano era el colesterol
alimentario, mientras otros presentaban pruebas de que los alimentos ricos en hidratos de carbono
eran más perniciosos que la grasa alimentaria. Para aumentar la confusión si cabe, los
investigadores descubrieron que cuatro de cada cinco personas que seguían dietas pobres en grasa
no cosechaban los beneficios esperados. ¿Quién tenía la razón? Pues bien, al parecer todos tenían
razón (y, hasta cierto punto, también estaban todos equivocados).
Tratándose de la dieta y la grasa en la sangre, la verdad es que no existe una respuesta
única. Posiblemente para algunas personas todas las grasas sean perjudiciales, y para otras el
culpable sea el colesterol; sin embargo, para los adictos a los hidratos de carbono, la respuesta para
mantener bajos los niveles de grasa en la sangre se vincula al tipo de grasa que se consume y a su
efecto en la secreción de insulina.
Lo mejor de esta última respuesta es que es sencilla y práctica, y que no hay que eliminar
necesariamente la grasa de la dieta. 13
Un importante descubrimiento, realizado por varios equipos de investigadores, ha revelado
la relación de la insulina con las grasas alimentarias y los niveles peligrosos de grasa en la sangre.
Esto permite a los adictos a los hidratos de carbono dejar de echarse la culpa por los niveles
elevados y peligrosos de triglicéridos y colesterol, y aprender los pasos rápidos que deben dar para
reducirlos.
A la misma conclusión han llegado también otros muchos estudios, como el «Normative
Aging» del doctor K. D. Ward; el realizado por el doctor A. R. Folsom, con más de cuatro mil
adultos de mediana edad; el del doctor J. A. Marshall, en el que observó a más de mil personas,
hombres y mujeres de edades comprendidas entre los 20 y los 74 años, y el estudio del doctor E. J.
Mayer, que trabajó con mujeres no diabéticas: las grasas saturadas aumentan el nivel de insulina,
mientras que las insaturadas no.
Las grasas saturadas y los ácidos grasos trans tienden a ser sólidos o semisólidos a
temperatura ambiente, mientras que las grasas insaturadas tienden a ser líquidas, o aceites. Entre las
fuentes típicas de grasa saturada están la mantequilla, la manteca, el aceite de palma, el aceite de
coco y las grasas cárnicas. Los ácidos grasos trans se encuentran en muchas margarinas vegetales y
se emplean en la preparación de pasteles, galletas y patatas fritas; en la lista de ingredientes podrían
aparecer con el nombre de grasas hidrogenadas. Entre las grasas insaturadas están las
monoinsaturadas (aceites de cacahuete, de oliva y de colza) y las poliin-saturadas (aceites de
cártamo, de girasol, de maíz y de pescado). (En las páginas 257-263 encontrarás una explicación
más detallada acerca de las grasas alimentarias y un cuadro bastante útil con «Información sencilla»
e «Información sólida» de las grasas.)
Aunque continúan apareciendo nuevos informes de investigación, el más interesante por el
momento es sin duda el estudio sobre la salud de las enfermeras, realizado por el doctor Frank B.
Hu y sus colegas en el Instituto Médico de Harvard y en el Brigham and Women's Hospital,
publicado a fines de 1997 en la prestigiosa New England Journal of Medicine. El equipo del doctor
Hu estudió a más de 80.000 mujeres durante catorce años, y descubrió que, reemplazando sólo un 5
por ciento de la energía procedente de grasa saturada por energía procedente de grasa insaturada, se
reducía casi a la mitad el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca. Mucho beneficio para un
cambio tan pequeño.
Este mismo estudio confirmó nuestro descubrimiento de que los alimentos ricos en hidratos
de carbono parecen causar más daños a la salud del corazón que los alimentos que contienen grasas
insaturadas. El doctor Hu concluye su informe haciendo notar que, según este estudio excepcio-
nalmente extenso y largo, para prevenir la enfermedad cardiaca coronaria en las mujeres es más
eficaz reemplazar las grasas saturadas y los ácidos grasos trans por grasas insaturadas que reducir
13
Como siempre, consulta con tu médico y sigue sus recomendaciones con respecto al programa de comidas que mejor
encaja con tus necesidades individuales.
todos los tipos de grasa.
Reemplazar en la dieta la grasa saturada por grasa insaturada disminuye casi a la mitad el
riesgo de contraer una enfermedad cardiaca.
Estudios como éste señalan una oleada de cambios en la forma de pensar, reconociendo los
distintos efectos de las diferentes grasas alimentarias en la salud/enfermedad del corazón. Ahora los
adictos a los hidratos de carbono pueden liberarse de las restricciones innecesarias impuestas por las
tradicionales dietas pobres en grasa, que siempre les han resultado problemáticas, por decirlo de una
manera suave. Por su naturaleza, las dietas pobres en grasa incitan al consumo frecuente de
alimentos ricos en hidratos de carbono, los que, a su vez, aumentan la secreción de insulina.
Siguiendo estas dietas, los adictos a los hidratos de carbono suelen experimentar unas
ansias irrefrenables de comer más, aumentan de peso, les sube la presión arterial, tienen niveles más
elevados de grasa en la sangre y un riesgo mayor de contraer una enfermedad cardiaca debida a la
insulina. Lo irónico es que justamente la dieta que se recomendaba en el pasado para bajar los
niveles de grasa en la sangre, en el caso del adicto a los hidratos de carbono suele hacer el efecto
contrario, ya que aumenta la secreción de insulina, y esto induce al cuerpo a su vez a producir más
niveles de grasa en la sangre.
El descubrimiento es muy simple: para el adicto a los hidratos de carbono, el consumo total
de grasa no es tan importante como el tipo de grasa que consume. Las grasas saturadas están en la
base del hiperin-sulinismo, mientras que las insaturadas no aumentan la secreción de insulina. Si
eres adicto/a a los hidratos de carbono, este descubrimiento te ofrece una maravillosa libertad a la
hora de elegir tu comida: te permite disfrutar de muchos de los alimentos que te gustan, y te
proporciona un poderoso instrumento para reducir el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca
relacionada con la insulina. Ahora ya puedes incorporar aceites de oliva, de colza, de cacahuete, de
maíz y otros aceites insatura-dos a la preparación de tus comidas, sin miedo de que al hacerlo
acabes provocándote un ataque al corazón.
Tenía en mi consulta a tres generaciones. El parecido entre estos tres hombres era inconfundible:
el mismo pelo rizado castaño cobrizo, algo encanecido en los dos mayores, el mismo mentón y los
mismos y penetrantes ojos azules. El menor, Matthew, fue el primero en hablar.
—Estamos preocupados por mi abuelo —comenzó. La sonrisa de Peter se desvaneció al
sentirse identificado como el paciente.
—No está nada bien —continuó el chico a su manera menos que sutil—. Ha dejado de tomar su
medicación, le ha vuelto a subir la tensión arterial, come todo lo que se le antoja, está engordando
y no hace ejercicio, y cualquiera puede darse cuenta de que va derecho a otro ataque al corazón.
El padre de Matthew, Steve, interrumpió a su hijo para exponer sus preocupaciones con voz
mucho más calmada. Explicó que Peter, de 65 años, había sufrido un ataque al corazón pocos
años después de cumplir los 50; aunque no le había quedado ninguna lesión permanente, había
estado muy delicado durante un tiempo, y la experiencia había dejado preocupada y asustada a
toda la familia. Con los años disminuyeron las molestias, aunque su salud continuó siendo una
preocupación cuando se trataba de marcharse de vacaciones o de circunstancias similares.
Después del ataque, su salud se mantuvo estable durante varios años, y a sugerencia de su
médico pudo dejar todos los medicamentos sin ningún efecto negativo aparente para su corazón ni
para el aumento de los factores de riesgo; la tensión arterial y los niveles de grasa y de azúcar en
la sangre se mantenían dentro de los límites normales. Y la dieta que él mismo se había impuesto,
basada sobre todo en la moderación, le daba buen resultado.
Entonces, de pronto, hacía unos cuatro años, algo cambió. Empezó a engordar; antes ya había
tenido problemas con el peso. Al principio los kilos se fueron añadiendo lentamente, uno un mes,
otro después de la celebración de alguna festividad. Pero esta vez, a diferencia del pasado, esos
kilos añadidos no bajaban en las semanas siguientes a las festividades. Y así, en unos pocos años
había subido casi diez kilos, lentos pero seguros. También se estaban acentuando otros factores
de riesgo: su nivel de triglicéridos se había elevado casi al doble, le había bajado el nivel de
colesterol bueno y aumentado el del colesterol malo, y la presión arterial le había subido
peligrosamente, razón por la cual su médico de cabecera le recetó un medicamento para la
hipertensión y un diurético para evitar la retención de líquido.
—Ahí empezaron los problemas —explicó Peter, hablando por primera vez—. Ese remedio es
horroroso. Me hace sentir cansado y... no sé... fatal. Tengo este dolor de cabeza constantemente,
tome o no tome el medicamento; ya sé que se debe a la hipertensión, pero lo odio. Además me
paso el día hambriento; bueno, no exactamente hambriento, pero sí insatisfecho. No sé explicarlo.
Detesto
este medicamento; sé que mi familia se piensa que me he vuelto loco porque no me lo tomo —hizo
un gesto hacia su hijo y su nieto—, pero ellos no son yo.
Matthew y Steve aprovecharon la ocasión para expresar su preocupación, cada uno pidiéndome
que lo «hiciera entrar en razón».
—Preferiría buscar la causa primero —les dije.
Les expliqué que al hacer el historial de cada caso era esencial determinar, siempre que fuera
posible, qué cambios habían ocurrido para explicar la serie de trastornos que deterioraban la salud
del corazón.
—Ha sido el medicamento —aseguró Peter—. Así de sencillo. Sólo entonces empecé a tener
problemas.
Me apresuré a recordarle los puntos clave que ellos mismos acababan de nombrar.
—Primero fue un lento y uniforme aumento de peso —le dije.
—Y subida de la tensión arterial —añadió Matthew—. Y por eso el doctor te dio el remedio para la
hipertensión.
—Ahora que lo pienso —continuó Peter—, no me sentía muy bien cuando me dijo que comenzara
a tomar el medicamento. Me sentía... flojo, ¿sabe? A veces me sentía raro después de comer, me
sentía débil o muy cansado. Pero eso no era nada comparado con lo mal que me siento ahora.
Continué con la búsqueda del cambio que era la causa de su subida de la tensión arterial y
aumento de peso, y que había inducido a su médico a recetarle medicación.
—¿Recuerda que se produjera algún cambio en su vida hace unos cuatro o cinco años?
—No, y eso es lo más extraño —contestó Peter, de inmediato—. Es todo lo contrario; todo
continuaba bastante igual. De hecho, lo estaba haciendo mejor, y debería haber mejorado más en
lugar de empeorar.
—¿Qué quiere decir con eso de que lo estaba haciendo mejor?
—Bueno, había comenzado a comer mejor, reduciendo las grasas y comiendo más frutas y
verduras. Dejé de comer carne roja, y después, a instancias de mi nuera, reduje también el pollo.
Pero eso es lo que se debe hacer, ¿verdad? ¿Qué hay de malo en eso?
«Si has reemplazado las grasas por muchos alimentos ricos en azúcar, podría haber muchísimo de
malo en eso», pensé yo, pero por el momento no dije nada. Primero quería hacerle un examen
físico completo, y tener los resultados del análisis de sangre y la prueba del estrés cardiovascular.
En las dos semanas siguientes me enteré de muchas cosas acerca de Peter y él se enteró
de muchas cosas de sí mismo. Volvió una vez más, con su hijo y su nieto, y también con algunas
observaciones interesantes.
— ¿Sabe? —comenzó—, el otro día usted no me dijo nada de esto, pero me quedé pensando en
lo que he estado comiendo y comencé a observar lo que me ocurría cada vez que comía. Cuando
comía menos carne, picaba mucho entre comidas, muchísimo, y me sentía débil. Bueno, eso no
tiene ningún sentido porque las cosas que comía para picar tenían poca grasa, pero bueno, eso es
lo que me ocurría. Es raro, ¿verdad?
Según los resultados del examen físico y los análisis, la respuesta estaba clara. Peter tenía
muchos de los signos que caracterizan al adicto a los hidratos de carbono: después de comer, su
nivel de insulina se elevaba demasiado, y el elevado nivel de grasa en la sangre indicaba que tenía
hiperlipidemia tipo IV (problemas de grasa en la sangre), trastorno que en los laboratorios han
apodado «inducido por hidratos de carbono». Al parecer, el exceso de insulina convertía en grasa
taponadora de las arterias gran parte de los alimentos azucarados y pobres en grasa que comía.
Les expliqué el proceso a los tres.
—El exceso de insulina puede hacer subir la tensión arterial de tres maneras. La primera es
activando el sistema nervioso simpático, el cual acelera el ritmo cardiaco, estrecha los vasos
sanguíneos y en consecuencia aumenta la presión de la sangre. La segunda es reteniendo más
sal, ya que, dado que la insulina regula el nivel de sal en la sangre, cuanta más insulina hay en el
torrente sanguíneo, más sal se retiene, y cuanto mayor es la cantidad de sal retenida, más agua se
retiene también, agua que se canaliza hacia el torrente sanguíneo; y entonces, por la simple ley
física de que si se hace pasar más líquido por el mismo tubo aumenta la presión del líquido, que en
este caso es la sangre que pasa por las arterias, hay una mayor presión o hipertensión. Por último,
la insulina estimula la producción de colesterol y la acumulación de placas de colesterol en las
paredes de las arterias, las cuales disminuyen el espacio por donde pasa la sangre, lo que hace
aumentar, como es lógico, la presión arterial. Y lo preocupante —añadí—, es que al subir la
presión arterial, por estos tres efectos del exceso de insulina, el corazón tiene que trabajar más
para bombear la sangre, ya que la resistencia que encuentra es cada vez mayor.
»Ahora bien —concluí—, esto le pasó cuando usted cambió su dieta por una más pobre en grasa y
eliminó la carne e incluso el pollo. Entonces fue cuando comenzó a comer más tentempiés con
poca grasa. Esos alimentos son ricos en hidratos de carbono, sobre todo en azúcar. Puesto que
usted es sensible a los hidratos de carbono, cuanto más a menudo comía esos alimentos, más
insulina secretaba su cuerpo. Y cuanto mayor era el nivel de insulina, más le subía la tensión
arterial, y puesto que el exceso de insulina convierte al cuerpo en una máquina de fabricar grasa,
usted producía cada vez más grasa, grasa que iba a parar al torrente sanguíneo quedando
también almacenada en el cuerpo.
Después les expliqué que tal vez la estructura genética de Peter predisponía a su cuerpo a
secretar demasiada insulina cuando bebía zumos de fruta y comía alimentos azucarados. En su
caso, incluso los alimentos que él consideraba sanos, como los cereales y los tentempiés pobres
en grasa, le provocaban oleadas de insulina. Cuando comía esos alimentos durante todo el día, su
cuerpo también producía insulina todo el día, con consecuencias claramente visibles.
Le sugerí que hiciera un experimento. Le di una lista de alimentos sanos pobres en hidratos de
carbono, y le pedí que eligiera cosas de esa lista para todas las comidas del día excepto una. Si
algo que le gustaba no aparecía en ella, tendría que reservarlo para la comida en que tenía libertad
de tomar cualquier alimento rico en hidratos de carbono que deseara, junto con otros pobres en
estos elementos para equilibrar.
—No se trata de una dieta pobre en hidratos de carbono —le expliqué— sino de poca frecuencia.
Puede seguir comiendo alimentos ricos en hidratos de carbono, pero tendrá que comerlos todos al
mismo tiempo y combinados con otros, en una comida equilibrada. El resto de las comidas serán
ricas en fibra y contendrán proteínas con poca grasa.
El experimento dio buenos resultados. A los tres días, Peter me llamó a la consulta.
—No sé que me está pasando —exclamó—, vuelvo a sentirme como antes, vuelvo a ser yo mismo.
Me han desaparecido los dolores de cabeza y sé que estoy mucho mejor de la tensión arterial.
También me ha desaparecido el hambre, se han evaporado las ansias de comer. Ayer casi se me
olvida comer a mediodía. He comido pescado y pollo, y de tanto en tanto un poco de carne magra,
e incluso postre.
—Y verduras y ensaladas —añadí—. Con alimentos pobres en hidratos de carbono en la mayoría
de las comidas, ha dejado de secretar tanta insulina como antes. Al parecer la tensión arterial está
respondiendo, y probablemente también le ha bajado el nivel de azúcar en la sangre.
Charlamos otro poco y le hice varias sugerencias para que sacara el máximo partido de sus
cambios dietéticos.
Cuando volví a verlo en mi consulta, acompañado por su hijo y su nieto, habían pasado varias
semanas.
—¡La presión se me ha normalizado! —anunció—, y me siento estupendamente. Mi médico de
cabecera dice que tal vez pronto podré dejar la medicación, si eso le parece bien a usted.
Manifesté mi acuerdo. Por sugerencia mía, además del cambio en su consumo de hidratos de
carbono, Peter comenzó a hacer caminatas tranquilas, de una media hora más o menos, tres
veces a la semana; también comenzó a tomar varios suplementos nutritivos que le recomendé, y al
parecer los cambios estaban produciendo los resultados deseados.
Le advertí que, dado su historial médico, podría necesitar algunos medicamentos, pero le expliqué
que controlaríamos su progreso y que, de acuerdo con su médico de cabecera, trabajaríamos por
el objetivo de liberarlo de todas las pastillas, mientras eso no comprometiera la salud de su
corazón.
En ese momento comenzó a hablar Matthew, que durante esa visita había estado en silencio.
—¿Sabe?, he venido porque yo también necesito ayuda.
Su abuelo, su padre y yo nos quedamos mudos.
—Bueno —continuó—, tengo la impresión de estar junto a una de esas jaulas de circo con un tigre
dentro, y de que en cualquier momento alguien le abrirá la puerta y el tigre me atacará. He visto a
mi abuelo luchar contra problemas cardiacos toda la vida, desde que lo conozco, y veo que a mi
padre le está empezando a pasar lo mismo. Está empezando a echarse kilos encima y tiene
demasiado alta la tensión arterial, y por duro que suene, no quiero que eso me pase a mí. Hago
ejercicio, me mantengo en forma y como bien, pero la verdad es que no estoy seguro de que eso
me vaya a servir de mucho. Y mi abuelo tuvo su ataque al corazón cuando no era mucho mayor
que lo que es mi padre ahora.
La expresión de Steve reflejaba sus propios sentimientos y preocupación ante las palabras de su
hijo.
Les expliqué que un programa similar podría irles bien a cada uno de ellos, en el caso de Matthew
para reducir su riesgo de acabar teniendo problemas cardiacos por culpa de la insulina, y en el de
Steve para poner fin a los primeros signos del efecto del exceso de insulina que podrían significar
un riesgo creciente para su corazón. Añadí que el programa se debía modificar para satisfacer sus
necesidades físicas individuales. Esta respuesta los tranquilizó y animó, y concertamos una visita
para examinar a padre e hijo y comenzar cuanto antes.
Estaba a punto de hablar del tema del equilibrio, de la importancia del aspecto espiritual de la salud
del corazón, cuando Peter dijo:
—¿Sabe? —comenzó en voz baja—, me ha sucedido algo muy raro, no sé explicarlo, pero hay
algo más que ha cambiado en mí.
Nos quedamos en silencio esperando que continuara.
—Bueno, cuando comencé a sentir el cambio físico producido por mi nueva dieta... bueno, le di las
gracias a Dios. Le dije que estaba muy agradecido y le pedí que cuidara de mi familia del mismo
modo. Y fue tan agradable, me sentí tan bien por volver a rezar. En realidad, no he dejado de
hacerlo desde ese día, hace un par de semanas. No dejo pasar un día sin recitar mi oración; para
mí es muy importante. No sé si usted reza, doctor Vagnini, pero de verdad a mí me produce algo
muy profundo.
Por supuesto, pensé, y mientras continuaba conversando con Peter, le di en silencio las gracias a
Dios por mi vida, mi profesión y mi profunda confianza y conexión con Él, así como por haberme
conducido a un programa que ofrecía salud, ayuda, esperanza y curación a mis pacientes.
La insulina que entra en la sangre cuando se ve, se huele, se saborea, o incluso se piensa en
alimentos ricos en hidratos de carbono sirve para llevar el azúcar a las diferentes partes del cuerpo,
donde se usa o se almacena. Como ya sabes, la insulina es la que «abre las puertas» de las células
para que el azúcar llevado por la sangre les proporcione la energía necesaria para desarrollarse,
repararse y hacer el trabajo a que están destinadas, por ejemplo, la contracción de los músculos.
Después la insulina les ordena al hígado y a los músculos que guarden una porción extra de azúcar
para el futuro. La cantidad principal del azúcar que queda en la sangre se convierte primero en
grasa, y luego esa grasa se almacena en las células adiposas.
Cuando el nivel de azúcar en la sangre comienza a bajar, al transcurrir las horas o debido a
la actividad, el hígado cede una pequeña parte para que el cuerpo la use; una vez gastada la parte
cedida por el hígado, sube el nivel de glucagón, para indicar a las células adiposas que se abran y
entreguen lo almacenado a las células que lo necesitan como combustible.
Pero a veces las cosas no ocurren así. En la persona adicta a los hidratos de carbono, un
exceso de insulina altera ese importante toma y daca hormonal y cuando come alimentos ricos en
hidratos de carbono, sobre todo los que contienen azúcares simples, su cuerpo libera demasiada
insulina en el torrente sanguíneo, y este exceso destruye todo el equilibrio. Cuanto mayor es la
frecuencia con que se comen estos alimentos (sobre todo azúcares simples), más insulina se secreta
y mayor es el desequilibrio.
Si la persona tiene predisposición a la diabetes de adulto, cuando come con frecuencia
alimentos ricos en hidratos de carbono, o una gran proporción de azúcares simples (caramelos,
pasteles, galletas dulces, helado de crema y zumo de frutas), puede experimentar muchos de los
signos característicos del bajo nivel de azúcar en la sangre: dolor de cabeza, ofuscación mental,
temblores, cansancio extremo, sudores e irritabilidad; incluso puede sentirse sorprendentemente
hambrienta, con tremendos deseos de tomarse algo dulce, o simplemente indispuesta, y si encima le
viene una reacción de adrenalina, podría acelerársele el ritmo cardiaco, tener sudores y sentirse
como si le pasara algo terrible.
Algunas personas reaccionan al bajo nivel de azúcar con una sensación de miedo o un
ataque de pánico. Aunque estas reacciones pueden deberse a muchas otras cosas, y por eso siempre
conviene consultarlo con un médico para descartar cualquier otra causa, bien podría ser una
reacción hipoglucémica postprandial, es decir, después de comer: es una reacción a los alimentos
ricos en hidratos de carbono en que baja el nivel de azúcar en la sangre, produciendo
hipoglucemia. 15 La hipoglucemia se produce cuando la insulina y el azúcar que transporta no
14
Aunque ahora se sabe que la grasa saturada provoca una mayor producción de insulina y por lo tanto eleva su nivel, aún
no se comprende del todo el mecanismo que produce hiperinsulinismo debido a la grasa y los cambios que se siguen de
esto. Por el momento, con el fin de aclarar un poco el panorama, nos vamos a concentrar en los procesos conocidos y bien
documentados que se producen con la ingestión de hidratos de carbono y sus efectos en el nivel de azúcar en la sangre.
15
La hipoglucemia reactiva postprandial no es lo mismo que la hipoglucemia por ayuno, que se produce por no nutrir al
cuerpo lo suficiente durante un periodo de tiempo prolongado.
pueden entrar en las células del cerebro y de los músculos. Entonces, estas células resistentes a la
insulina no le dejan otra opción a la insulina que canalizar el azúcar de la sangre hacia las células
adiposas.
Cuanto mayor es la frecuencia en tomar alimentos o bebidas ricos en hidratos de carbono,
más se eleva el nivel de insulina; y cuanto mayor es la secreción de insulina, más baja el nivel de
azúcar en la sangre. Presintiendo que el cerebro, los músculos y los demás órganos van a necesitar
glucosa, el cuerpo puede producir más insulina, con la esperanza de que ésta «venza» la resistencia
y lleve alimento a las células que lo necesitan.
Sin embargo, el nivel elevado de insulina produce unas ansias intensas de comer justamente
los hidratos de carbono que causaron este desequilibrio. Entonces, cada bocado de alimentos o
bebidas endulzados con sucedáneos de azúcar intensifica el ciclo hasta que las células adiposas se
cierran a este «insulto» de la insulina, y al no tener dónde entrar, la insulina y el azúcar quedan
atrapadas en la sangre. El resultado de todo esto es la diabetes de adulto.
Para la persona adicta a los hidratos de carbono, el nivel bajo de azúcar en la sangre no es lo
contrario a la diabetes, sino la primera fase de este desequilibrio adictivo cíclico y progresivo.
En nuestros estudios de investigación presentados en la reunión anual del American
Institute of Nutrition, informamos que algunos adictos a los hidratos de carbono tenían reacciones
hipoglucémicas tan fuertes, que a las dos horas de comer, el nivel de azúcar en la sangre les había
bajado a la mitad de como lo tenían después de estar en ayunas hasta ocho horas. Y cuanto mayor
era la frecuencia con que esas personas comían, más bajo tenían el nivel de azúcar en la sangre,
llegando incluso a «tocar fondo».
Estos altibajos en sus niveles de azúcar las hacía sentirse más débiles, más irritables y
menos motivadas, además de hambrientas. Sus análisis de sangre confirmaban lo que ya sabían, que
cuando comían se encontraban peor que cuando ayunaban.
Afortunadamente, cuando estos mismos participantes de nuestros estudios aprendieron a
equilibrar su forma de comer alimentos ricos en hidratos de carbono, descubrieron que los podían
tomar sin experimentar los dolores de cabeza, debilidad, sudoración, temblores, irritabilidad,
pérdida de motivación, e intensos deseos de comer con que habían vivido tanto tiempo.
El Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono les va bien a las personas que
sufren de diabetes de adulto, sobre todo en sus primeras fases, porque por lo visto reduce el exceso
de producción de insulina, y la resultante resistencia a la insulina.
Si tienes diabetes de adulto, es importante que sepas que este programa reduce rápidamente
el nivel de insulina y la resistencia del cuerpo a la insulina. Y si bien este es un aspecto muy
positivo del programa, lo realmente importante es comprender que podría reducir o eliminar de una
manera rápida y drástica la necesidad de administrarse medicación por vía oral o intravenosa. Por lo
tanto, los diabéticos deben mantenerse en todo momento bajo el estrecho control de su médico, para
que éste pueda modificar o suprimir la medicación según crea apropiado.
SIGNOS DE HIPOCLUCEMIA REACTIVA
¿Te sientes débil o con hambre y picar algo hace que te encuentres mejor?
¿Te cuesta concentrarte?
¿Notas confusión mental?
¿Sudas sin motivo alguno?
¿Sientes que los latidos del corazón se aceleran, son irregulares o muy fuertes?
¿Sientes nerviosismo o temor sin motivo?
¿Inquietud o intranquilidad?
¿Con frecuencia sientes mucho cansancio o falta de motivación?
¿Tienes dolores de cabeza?
¿Te notas tembloroso/a? ¿Irritable?
¿Tienes la extraña sensación de tener alterada la conciencia, como si estuvieras observando tu
comportamiento?
Si a veces notas uno o más de estos signos a las dos horas de haber comido o antes, es posible que
tengas hiperinsulinismo, y probablemente, también, resistencia a la insulina.
El hiperinsulinismo tiene un papel fundamental en los tres cambios críticos que llevan al
desarrollo de la enfermedad cardiaca
16
Otro trastorno más generalizado es la enfermedad cardiovascular, que es el estrechamiento de los vasos sanguíneos de
todo el cuerpo. Un bloqueo en una arteria puede detener la circulación y privar al cerebro o al corazón de la sangre que
necesitan para sobrevivir. Con el fin de simplificar, la enfermedad cardiaca se define como enfermedad coronaria,
enfermedad cardiovascular, o el estado patológico de la enfermedad cardiaca coronaria al que estos dos trastornos
conducen. En este libro no tratamos de otro trastorno menos común: la enfermedad cardiaca valvular.
que estrechan estas arterias, disminuyendo y en algunos casos bloqueando totalmente la irrigación
sanguínea del músculo cardiaco. En general, el avance de esta enfermedad se puede dividir en tres
cambios críticos.
Pero el exceso de insulina aún tiene otro y tercer efecto dañino: reducir la capacidad del cuerpo para
destruir una sustancia llamada fibrina. La fibrina hace las veces de pegamento, manteniendo unidas
las placas o ateromas. Cuando el nivel de insulina está dentro de los límites normales, el cuerpo
destruye naturalmente el exceso de fibrina impidiendo con ello la acumulación de placas, algo
fundamental para mantener limpias las arterias.
Sin embargo, cuando el nivel de insulina es excesivo, el cuerpo no puede librarse como antes de la
fibrina, ese pegamento favorecedor de la acumulación de placas, con lo que aumenta la
acumulación que estrecha las arterias; además, este exceso de fibrina aumenta también la posibili-
dad de que los glóbulos de la sangre se peguen entre si formando un coágulo, o trombo, que no
podrá pasar por esas arterias estrechadas.
La consecuencia lógica pero desafortunada
Cuando las arterias coronarias se estrechan por la acumulación de ateromas y el aumento de fibrina,
hay más posibilidades de que un coágulo o trombo llegue a obstruir totalmente el paso de la sangre
hacia el corazón. Privado de los nutrientes y el oxígeno que le lleva la sangre, el corazón (el propio
músculo) sufre un daño que puede llegar a ser permanente, es decir, la enfermedad cardiaca
coronaria.
Es fácil visualizar la secuencia de este proceso. Imagínate que te estás bebiendo con una
pajita una limonada preparada con un limón recién exprimido; cada vez que chupas se acumulan
trocitos diminutos de Pulpa en el interior de la paja, lo que va estrechando el espacio por donde pasa
el líquido; al principio eso te obligará a succionar con más fuerza para poder beber algo, pero al
final la paja quedará bloqueda y no pasará ni una sola gota más.
Pues bien, cuando se estrechan los vasos sanguíneos por la combinación de los tres efectos
provocados por el exceso de insulina, la provisión de sangre al corazón puede disminuir
drásticamente o, peor aún, cortarse del todo.
Llegado a esos extremos, el corazón reacciona ante la falta de oxígeno. A veces, aunque no
siempre, ese daño puede causar en la persona un dolor agudo o irregularidad en el ritmo cardiaco, u
otros síntomas: náuseas, pérdida de sensación en un brazo o una mano, y muchas cosas más que
aparentemente no parecen estar relacionados con lo que sucede. Por el contrario, el ataque al
corazón silencioso no va precedido por ningún síntoma.
Cuando una disminución del flujo sanguíneo (parcial o completo) daña al corazón, es decir
al músculo, se dice que la enfermedad de las arterias coronarias ha provocado una enfermedad
cardiaca coronaria. El hiperinsulínismo, al igual que las marcas inconfundibles que quedan en el
gatillo de un arma de fuego, también deja las huellas de su presencia letal en las arterias que han
sido obstruidas o estrechadas por ateromas y por la formación de un coágulo o trombo mortal
(embolia). Privado de su provisión de sangre que le aporta oxígeno, el corazón se ahoga y la parte
que no recibe esta sangre vivificadora, literalmente se muere.
Si un corazón ha sufrido daño por falta de oxígeno, esa lesión ya no tiene remedio, aunque con el
tiempo otras partes más sanas podrían toman el relevo.
Aun así, el mejor tratamiento es prevenir: prevenir el comienzo de la enfermedad de las
arterias coronarias, prevenir su avance, y prevenir una recurrencia si ya ha habido lesión. No
obstante, para el adicto a los hidratos de carbono, el camino que conduce a estas tres medidas pre-
ventivas pasa irremisiblemente por eliminar el hiperinsulínismo.
Un decenio de clarificación
El programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono puede ser esencial para
romper la conexión entre el hiperinsulinismo y la enfermedad cardiaca. Para los que este
podria ser el mejor regalo del mundo.
4
Estas son algunas de las preguntas que hacen las personas cuando se enteran del potente efecto
de la adicción a los hidratos de carbono y de la importancia de la insulina y de la resistencia a ella
para la salud del corazón. Por lo tanto, antes de continuar debemos responder a tres preguntas
esenciales:
En las muchas cartas que recibimos, como también en nuestras charlas y nuestra propia
consulta, los pacientes nos piden que recomendemos exámenes fiables de laboratorio para
determinar el grado de adic-ción a los hidratos de carbono, de producción y secreción de insulina y
de resistencia a la insulina. Nosotros les explicamos que un análisis de sangre que evalúa el nivel de
insulina en ayunas no es necesariamente un buen indicador para ninguno de estos problemas; en
realidad, un nivel normal de insulina en ayunas podría ser muy engañoso.
Un análisis de sangre para elevar el nivel de insulina en ayunas puede ser muy
engañoso.
No hay que olvidar que la persona adicta a los hidratos de carbono secreta insulina en exceso,
por lo que el nivel puede permanecer elevado durante un periodo prolongado. Pero el nivel de
insulina se eleva después de tomar alimentos o bebidas ricas en hidratos de carbono, por lo que en
el análisis de sangre sólo se harán evidentes estos signos sí se toma la muestra en el momento
oportuno.
Este es el error que cometen muchos médicos y científicos cuando piden un análisis para
determinar el nivel de insulina en la sangre en ayunas; normalmente sólo se toma una muestra
después de no haber comido ni bebido entre unas ocho y doce horas. Además, se pide a la persona
que acuda a tomarse la muestra a primera hora de la mañana, cuando el grado de estrés tiende a ser
más bajo.
Puesto que el nivel de insulina se eleva como reacción a la toma de alimentos o bebidas ricos
en hidratos de carbono o cuando se experimenta estrés, si la muestra de sangre se toma cuando no
se ha comido ni bebido nada ni se ha experimentado estrés durante muchas horas, el nivel de
insulina puede aparecer normal. Después, quizá, al tomar desayuno, o al volver a casa, o al ir a la
oficina y enfrentarse al trabajo diario, quizás se eleve de manera peligrosa, pero ya nadie se entera.
Estos análisis presentan también otro problema, ya que en los casos en que al paciente se le
hace beber una solución de glucosa (azúcar) con agua en ayunas (el «estímulo»), el cuerpo puede
secretar insulina a una velocidad diferente a como lo hace después de una comida en que se
equilibran los alimentos proteínicos con los ricos en hidratos de carbono, lo que lleva a que los
resultados puedan ser bastante engañosos.
Pero aun en el caso de que se tome la muestra para el análisis después de haber comido o
bebido algo o se esté estresado, lo cierto es que una sola muestra no revelará nada acerca de cómo
continuará el nivel de insulina durante unas horas. El análisis en ayunas no sirve para determinar el
nivel de insulina después de haber comido.
Por desgracia, ese es el único análisis que se hace normalmente para la insulina, si es que se
hace alguno.
Por desgracia, ese es el único análisis que se hace normalmente para la insulina, si es que se
hace alguno. Y aunque la cuestión del análisis ya es por sí misma problemática, quizá los errores
más importantes ocurren en la evaluación de los resultados.
Aunque muchos médicos dan por hecho que si el resultado del análisis de sangre en ayunas
da un nivel normal de insulina, la persona no puede tener un desequilibrio insulínico, numerosos
estudios demuestran que eso es un error. Los médicos que hacen esa falsa suposición no
comprenden que normalmente la producción excesiva de insulina sólo tiene lugar cuando algo la
estimula, como el estrés o la toma de alimentos o bebidas ricos en hidratos de carbono. Y como
piensan que el diagnóstico de resistencia a la insulina y del síndrome de resistencia a la insulina se
basa en el nivel elevado de esta hormona, cuando lo basan en los análisis en ayunas, suelen
equivocarse.
Fiarse de un análisis de insulina en ayunas para determinar si se secreta insulina en exceso
cuando se comen alimentos ricos en hidratos de carbono es como hacerse una prueba para alergia a
las fresas cuando se ha estado evitando tomarlas varios días antes de hacerse el análisis. Es posible
que después de no comer fresas varios días la piel no tenga rastros de erupciones y la persona no
sienta congestión, comezón ni dolor de cabeza; por lo tanto lo más probable es que después de eso
no muestre ningún signo ni síntoma de alergia a las fresas y que se la encuentre, con toda
probabilidad, libre de ese mal. En este caso sería fácil alegar que ese análisis no tiene validez, ya
que las órdenes recibidas eliminaron del cuerpo toda señal de esa alergia.
Es totalmente ilógico intentar determinar una reacción típica al consumo de alimentos ricos
en hidratos de carbono (que se suele llamar hiperinsulinismo postprandial reactivo) con un análisis
de sangre en ayuñas. Simplemente, no tiene sentido, aunque sea esa, por desgracia, la manera en
que se hace.
Y para empeorar las cosas, a los pacientes se les dice que, puesto que sus niveles de
insulina son normales, no hace falta que se hagan más análisis. Una resolución que puede ser
errónea y potencialmente peligrosa para el adicto a los hidratos de carbono.
Nadie duda en ayunar antes de irse a hacer un análisis de sangre; es lo que toca. Pero
cuando se trata de determinar el equilibrio insulínico, la información que se obtiene de un análisis
en ayunas podría no dar ningún indicio del problema que el médico debería estar buscando.
Aunque algunos pacientes, los que están en las fases avanzadas del síndrome de resistencia
a la insulina, sí que muestran niveles elevados de insulina en ayunas, en las primeras fases los
niveles anormales sólo aparecen después de haber tomado alimentos o bebidas ricos en hidratos de
carbono, o bien en situaciones de estrés, por lo que en estos casos, el análisis de sangre en ayunas
no sirve para confirmar un diagnóstico de adicción a los hidratos de carbono ni documentar su
avance por las fases del síndrome de resistencia a la insulina.
Algunos laboratorios realizan análisis de insulina postprandial, que mide los niveles
después de haber comido o bebido algo, pero como no existe una tabla base estándar para comparar
los resultados, lo más probable es que ni el médico ni el paciente logren encontrarle sentido a las
cifras que les ofrece el informe. Además, estos análisis suelen medir el nivel de insulina después de
haber bebido agua con mucho azúcar (glucosa), y aunque sirvan para ver qué ocurre después de
haber ingerido solamente azúcar, no dicen nada de la reacción normal a una «comida de verdad».
Para que sea correcto, el análisis de sangre tendría que medir la reacción insulínica a
los alimentos, bebidas, y a todos los cambios que se experimentan al día.
Por lo tanto, para que fuera correcto, el análisis de sangre tendría que medir la reacción
insulínica a los alimentos, bebidas, cambios en el entorno, estrés, fluctuaciones diarias y en horas,
como también a los medicamentos y cambios durante el ciclo menstrual.
Además, lo mínimo que debe tener un análisis para que sea correcto, es que se le haya
hecho a varias personas para poder establecer los parámetros estándar de los límites normales con el
fin de compararlos con los que se ven en los informes de análisis en relación con los niveles de
colesterol, triglicéridos y azúcar (glucosa) en la sangre.
Los científicos son conscientes de la falta de un buen análisis, y de la necesidad de hacerlo,
para determinar la reacción insulínica, aunque todavía están debatiendo los pros y los contras de
toda una batería de análisis de laboratorio que por lo general se emplean con la única finalidad de
investigar. Mientras tanto, cada uno de los análisis que están en consideración ha demostrado tener
serios inconvenientes, y ninguno es lo suficientemente fiable para hacer un buen diagnóstico
clínico.
Dicho esto, si necesitas hacerte un análisis de laboratorio, el mejor por el momento es el de
tolerancia a la glucosa oral, que dura tres horas: se miden los niveles de azúcar (glucosa) e insulina
en la sangre en ayunas, y luego a intervalos regulares después de tomar una solución de agua muy
azucarada (el estímulo). Aunque este análisis no tiene en cuenta las diferencias entre una bebida
azucarada y una comida normal que contiene proteínas, grasas e hidratos de carbono, puede servir
para diagnosticar una secreción excesiva de insulina.
Una vez hecho este análisis de tolerancia a la glucosa, lo más importante será comparar el
nivel de azúcar en ayunas con el resultado que se obtenga después de dos o tres horas de haber
tomado la bebida estímulo, ya que como hemos descubierto nosotros, en las personas muy adictas,
después de dos o tres horas de haber tomado la bebida azucarada, el nivel de azúcar queda bastante
por debajo de lo que lo estaba tras las ocho o diez horas de ayuno. En nuestra opinión, esta reacción
hipoglucémica es uno de los mejores indicadores de que hay producción anormal de insulina. (Por
cierto, esto también confirma las oscilaciones en el nivel de azúcar que experimentan muchos
adictos a los hidratos de carbono.) Si hay diabetes de adulto declarada, el nivel de azúcar ya no baja,
debido a la grave resistencia a la insulina y/o a la incapacidad del cuerpo para producirla o
utilizarla.
Aunque, si es necesario, se puede hacer el análisis de tolerancia a la glucosa oral tomando
muestras de sangre para determinar el nivel de insulina, el tiempo que lleva, el gasto y la molestia
de las múltiples extracciones de muestras de sangre lo convierten en una opción menos que ideal;
por lo tanto, siempre contando con la aprobación de tu médico, este análisis podría no ser necesario.
En este sentido, nosotros hemos elaborado un cuestionario fiable que estudia una amplia variedad
de factores de riesgo provocados por el exceso de insulina y por la resistencia a ella. Tus respuestas
a este cuestionario te servirán para determinar si eres adicto/a a los hidratos de carbono con riesgo
de contraer una enfermedad cardiaca por esta causa.
Tenemos un cuestionario fiable y muy útil para determinar si eres adicto a los hidratos
de carbono con riesgo de contraer una enfermedad cardiaca por exceso de insulina y
por la resistencia a ella, sin necesidad de un molesto y costoso análisis de sangre.
Este cuestionario lo estamos perfeccionando, estudiando, revaluando y revisando desde hace diez
años. También hemos incorporado valoraciones de factores de riesgo tomados de The Surgeon
Generáis Report on Nutrition and Health, así como los mejores estudios médicos disponibles. Cada
año le añadimos, a medida que van apareciendo, los resultados de nuevos descubrimientos y
estudios de investigación.
Hemos comprobado que, comparado con los protocolos de investigación científica y los métodos de
análisis de sangre tradicionales, este cuestionario es bastante fiable a la hora de determinar el grado
de adic-ción, hiperinsulinismo y resistencia a la insulina de cada persona. Además, los perfiles de
riesgo de contraer una enfermedad cardiaca que se explican después de la lista donde puedes anotar
la puntuación también te servirán para precisar tu grado de riesgo y determinar la fase del síndrome
de resistencia a la insulina en que podrías estar. Con esta información a mano, estarás preparado/a
para comenzar tu programa y reducir día a día el riesgo de enfermedad cardiaca relacionado con el
exceso de insulina, y hacer cambios positivos que te permitirán restablecer la salud de tu corazón.
La puntuación total del riesgo de enfermedad cardiaca es el número que indicará el riesgo total
en relación con la poderosa influencia de la insulina.
Viaje de descubrimiento
Puntuación
La puntuación total del riesgo de contraer una enfermedad cardiaca coloca a la persona en
una de las cuatro categorías siguientes: dudosa, leve, moderada o alta.
La puntuación total del riesgo de contraer una enfermedad cardiaca coloca a la persona en
una de las cuatro categorías siguientes: dudosa (por lo que parece el nivel de insulina no influye en
la salud del corazón), o en uno de los tres grados de riesgo claro (leve, moderado o alto), en los que
la insulina y la resistencia a ella tienen un efecto importante. Un puntuación alta sugiere que se está
más en peligro de tener problemas cardiacos inmediatos que otra persona cuya puntuación indique
riesgo moderado o leve. Normalmente, un resultado elevado también indica que se está en una fase
más avanzada del síndrome de resistencia a la insulina, aunque dependiendo de los cambios en el
estilo de vida, del grado de estrés, o de la aparición de una enfermedad o trauma inesperado,
cualquier persona que esté en un grado menor puede pasar rápidamente a uno mayor e incluso
colocarse en una fase más avanzada del síndrome.
A medida que uno envejece, la puntuación total del riesgo de contraer una
enfermedad cardiaca se eleva de forma natural.
A medida que uno envejece, la puntuación total del riesgo de contraer una enfermedad
cardiaca se eleva de forma natural. Por lo tanto, si tu puntuación te sitúa en la categoría de riesgo
leve o moderado, aprovecha este momento que estás viviendo y el programa que te ofrecemos para
evitar el avance «natural» hacia la categoría de alto riesgo. Ahora bien, si tu puntuación ya es
elevada, nos alegramos muchísimo de que hayas dado con este programa y de que te puedas
beneficiar del trabajo y la experiencia de todos los que te han precedido.
La suma de cada uno de los subtotales (es decir, el resultado final) indica el grado de riesgo que se
tiene de contraer una enfermedad cardiaca. Mira a cuál corresponde tu puntuación y después lee la
información sobre ese perfil de riesgo.
Dudoso 0-11
Leve 12-18
Moderado 19-36
Alto 37 o más
Una puntuación total de 11 puntos o menos sugiere que probablemente no hay riesgo de
enfermedad cardiaca ni de sus factores de riesgo vinculados al exceso de insulina. No obstante, esto
no significa que en cierto modo uno sea inmune a la enfermedad cardiaca y otras enfermedades que
podrían tener su origen en factores distintos al exceso de insulina y resistencia a la insulina.
Aunque algunas personas cuya puntuación las colocaba en la categoría de riesgo dudoso
han mejorado su estado de salud general y sus indicadores de factores de riesgo siguiendo el
Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono, debemos reconocer que no está
pensado concretamente para quienes entran en esta categoría. Si este es tu caso, lo que te
recomendamos es que continúes con tu estilo de vida sensato y equilibrado.
Un perfil de riesgo leve significa que todavía estás en la primera fase del síndrome de
resistencia a la insulina. Hay muchas cosas que puedes hacer ahora para impedir que
avance.
Pero para mantener ese riesgo en la categoría que ahora estás, sin esfuerzos ni sacrificios, o incluso
conseguir que retroceda al grado de riesgo dudoso, necesitas un programa especialmente pensado
para corregir la causa de la producción excesiva de insulina, un programa que te permita tomar
opciones saludables al mismo tiempo que disfrutas de tu bien ganada paz mental y de los deleites
que hacen que la vida merezca pena vivirla. El Programa Corazón Sano para los adictos a los
hidratos de carbono te ofrece una manera sencilla y eficaz de reducir aún más el riesgo, sin dejar de
gozar de una vida de libertad y placer.
Una puntuación total de 19 a 36 indica que se está en un riesgo moderado, pero importante, de tener
todos los problemas de salud relacionados con la insulina que se enumeran a continuación,
hipertensión, cantidad anormal de grasa en la sangre, obesidad, diabetes de adulto y enfermedad
cardiaca. Muchos adictos a los hidratos de carbono con un perfil de riesgo moderado están en la
segunda fase del síndrome de resistencia a la insulina (véase pág. 79), que en algunos casos es
precursor del síndrome X (o síndrome metabólico).
En una persona relativamente joven, ese riesgo moderado podría reflejar que esa relativa
juventud compensa un fuerte desequilibrio insu-línico proveniente de factores genéticos o de estilo
de vida. Si este es tu caso, y realmente es la edad la que mantiene a raya los problemas, con toda
seguridad tu grado de riesgo aumentará drásticamente en los próximos años. Por eso, comenzar
ahora un programa equilibrador de la insulina podría muy bien evitarte esos problemas al hacerte
mayor.
Este riesgo moderado también podría deberse a una leve predisposición genética hacia los
problemas relacionados con la insulina, combinada con factores nutricionales, de actividad y estrés.
En algunos casos, la persona aumenta sin darse cuenta su desequilibrio insulínico tratando de
ponerse en forma con las tradicionales recomendaciones de talla única; en otros, quizá ha
renunciado definitivamente a un estilo de vida más sano debido a los sacrificios y privaciones que
exigen todas las dietas.
El riesgo moderado también podría deberse a un marcado historial familiar de problemas
relacionados con la insulina contrarrestado por un estilo de vida sano. Pero compensar una fuerte
predisposición genética hacia el hiperirisulinismo y la resistencia a la insulina puede ser difícil,
sobre todo cuando no se conocen las directrices básicas para corregir el desequilibrio. Si este es tu
caso, te gustará seguir este programa, ya que obtendrás los beneficios para la salud por los que has
estado luchando, sin las privaciones que tal vez creías inevitables.
Si tu puntuación te coloca en la categoría de riesgo moderado de contraer una enfermedad
cardiaca debida a la insulina, el programa te ofrece una manera fácil de disminuir los riesgos
vinculados a la insulina, otorgandote la posibilidad de disfrutar de la simplicidad y placeres que
hacen que valga la pena vivir una vida sana. Al fin y al cabo, ¿no es eso de lo que se trata?
Una puntuación total de 37 o más indica que se está en un riesgo elevado e importante de contraer
todos los problemas de salud relacionados con la insulina que se enumeran a continuación:
hipertensión, cantidad anormal de grasa en la sangre, obesidad, diabetes de adulto y enfermedad
cardiaca. Según el tiempo que se lleve en este grado de riesgo, hasta es posible que la persona se
encuentre en las fases tres o cuatro del síndrome de resistencia a la insulina (págs. 79-80) y tenga el
síndrome X (o síndrome metabólico). Cuanto mayor es la puntuación, más probabilidades hay de
avanzar rápidamente por las fases de este síndrome, sí no se toma ninguna medida reductora del riesgo.
Antes de los cuarenta años, un grado alto de riesgo indica que de mayor, los factores
genéticos y/o de estilo de vida van a hacer de esa persona una firme candidata para contraer una
enfermedad cardiaca relacionada con la insulina. Si este es tu caso, el Programa Corazón Sano para
los adictos a los hidratos de carbono podría ser un descubrimiento muy importante para ti, y
seguirlo podría muy bien significar la diferencia entre una vida fastidiada y acortada por esos
problemas y una vida plena de placer, dicha, salud y paz mental.
Pasados los cuarenta años, este perfil de alto riesgo indica que se tiene una fuerte
predisposición genética hacia la enfermedad cardiaca relacionada con la insulina, o que ya han
comenzado a manifestarse algunos de los signos de estos problemas. La buena noticia es que ya
sabemos qué causa la producción y secreción excesiva de insulina, y mejor aún, cómo corregirla.
Nuestro destino no tiene por qué quedar predeterminado por nuestra estructura biológica, y el daño
que hayamos podido hacernos al elegir opciones poco juiciosas por falta de información, en muchos
casos se puede remediar.
Si tienes un perfil de alto riesgo, las directrices de este libro podrían significar la
diferencia entre una vida dominada por las limitaciones y acortada por la
enfermedad y una de libertad, salud y vitalidad.
Cuando inicies el programa, las puntuaciones parciales (subtotales) de cada parte te servirán de
orientación para elegir las opciones más fáciles y beneficiosas para ti. Estas puntuaciones indican en
qué proporción se combinan la herencia genética, la nutrición, la actividad y el estrés para influir en
el riesgo total de contraer una enfermedad cardiaca.
Para que un programa dé resultado siempre, debe ser compatible con nuestras
necesidades, preferencias y limitaciones de tiempo.
Para que un programa dé resultado siempre, debe ser compatible con nuestras necesidades y
adaptarse a nuestras preferencias y limitaciones de tiempo. Todo lo demás (esos programas que
propugnan que todas las personas deben hacer lo mismo), a la larga no funciona.
En las páginas siguientes descubrirás una amplia variedad de opciones para prevenir y
acabar con el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca relacionado con la insulina y también,
para restablecer la salud del corazón. Te explicaremos la manera de seguirlo para corregir lo que se
ha dado en llamar vínculo patológico con la aterosclerosis, la hipertensión, el exceso de peso, la
enfermedad de las arterias coronarias, la diabetes de adulto y la enfermedad cardiaca. Tu programa
personalizado no sólo tendrá en cuenta tus preferencias individuales, sino que también te ofrecerá
paz mental y ayuda para mejorar las posibilidades de llevar una vida
SEGUNDA PARTE
Tomárselo a pecho:
El Plan básico,
programa de equilibrio
5
El Programa Corazón Sano
para los adictos a los hidratos de carbono.
Primer paso: Nutrición equilibrada
El primer paso es el que configura el testo de nuestros días.
VOLTAIRE
Sin duda la mayoría no aceptaríamos jamás que un oculista nos recetara unas gafas sin habernos
examinado antes la vista; y si probáramos las gafas, ciertamente no nos echaríamos la culpa al
descubrir que no nos sirven para ver bien. Sin embargo, tratándose de la salud del corazón, los
adictos a los hidratos de carbono caen exactamente en este tipo de problema.
A la mayoría de las personas adictas a estos alimentos les resulta difícil, por no decir
imposible, seguir un programa para la salud cardiaca de tipo general, porque esos planes no están
pensados para corregir el desequilibrio insulínico que es la causa de que sientan esos deseos
intensos de comer alimentos ricos en hidratos de carbono, y al mismo tiempo los pone en peligro de
enfermar del corazón y de padecer los demás trastornos o factores de riesgo asociados. Y, por
último, lo que les ocurre a la mayoría es que, cuando con mucho esfuerzo logran cumplir las
exigencias que imponen esos programas, éstos sencillamente no producen los resultados para la
salud del corazón que les había prometido.
Estás a punto de descubrir un pian favorecedor de la salud diferente a todos los que tal vez
has probado. El Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono ha sido pensado
concretamente para satisfacer las necesidades de los adictos a estos alimentos: disminuir y
equilibrar la secreción excesiva de insulina y la resistencia a la insulina que no sólo les hace ganar
peso fácilmente, sino que los pone en peligro de sufrir de hipertensión, tener niveles peligrosos de
grasa en la sangre, diabetes de adulto y por último también de contraer una enfermedad cardiaca.
El programa está dividido en dos partes o fases: 1) El Plan básico y 2) las Opciones
saludables para el corazón.
La primera consta de tres pasos que funcionan juntos; cada paso aumenta la potencia de los
otros dos a la hora de equilibrar el nivel de insulina y reducir o eliminar la resistencia a la insulina.
Estos tres pasos combinados crean el equilibrio a partir de la actividad, la toma de suplementos y un
consumo de hidratos de carbono regulador de la insulina.
La segunda fase consiste en cinco opciones (que llamaremos opciones saludables para
abreviar), cada una de las cuales, añadida al plan básico, refuerza su efecto regulador de la insulina.
Cuantas más opciones saludables elijas, más potencia tendrá tu programa.
Ambas fases combinadas tienen la capacidad de reducir o eliminar la conexión de la
insulina con la enfermedad cardiaca para toda la vida. Cuantas más opciones saludables se eligen
para combinar con el plan básico, mayor es la capacidad para reducir el riesgo de contraer una
enfermedad cardiaca debido al exceso de insulina.
Antes de realizar cualquier cambio en la dieta, actividad o toma de suplementos dietéticos, consulta
a tu médico. Hazlo antes de empezar el programa y mientras dure. Tus necesidades, problemas
médicos y limitaciones únicas pueden hacer necesario anular o modificar algunas de las directrices
de este programa. Sólo tu médico puede recomendarte alternativas, o decantarse por un plan
diferente; sus recomendaciones son prioritarias. Nunca cambies, reduzcas o elimines nada respecto
a la dieta, medicamentos, suplementos, actividad o cualquier otra cosa, sin contar con su
aprobación.
En el Primer paso encontrarás cuatro directrices sobre nutrición sencillas, claras y llevaderas que te
permitirán disminuir el nivel de insulina y la resistencia a ella sin esfuerzos ni privaciones. También
te servirán para reducir el número de veces que comes alimentos ricos en hidratos de carbono al día,
y aumentar la calidad de esos alimentos. Cada día disfrutarás de ellos sin tener que medirlos,
contarlos ni pesarlos.
Con este programa tampoco tendrás que cambiar unos alimentos por otros y, siempre que tu
médico no diga otra cosa, comprobarás que no hay nada «prohibido». Los alimentos ricos en fibra y
las grasas insaturadas que recomendamos reforzarán el efecto regulador de la insulina de los
cambios que vas a hacer en la frecuencia y distribución de los alimentos ricos en hidratos de
carbono. Cuando baje tu nivel de insulina, normalmente a los tres o cuatro días de seguir el
programa, también notarás que te desaparecen las ansias de comer estos alimentos.
En el segundo paso te ofrecemos suplementos nutritivos opcionales, útiles para equilibrar la
secreción de insulina, reducir la resistencia a la insulina y disminuir el riesgo de contraer una
enfermedad cardiaca derivada de estos dos trastornos. Según sean tus necesidades y preferencias,
podrás elegir de entre una gran variedad de suplementos, muchos de los cuales tienen demostradas
propiedades reguladoras de la insulina y son saludables para el corazón: cromo factor tolerancia a la
glucosa, alimentos ricos en fibra, vitaminas C y E, ácido fólico y magnesio.
En el tercer paso te damos a elegir entre una amplia variedad de opciones de actividad y
ejercicio físico, útiles para regular la secreción de insulina. Las actividades y ejercicios son
agradables y fáciles, y están pensados para casi todo el mundo, atendiendo a sus capacidades,
inclinaciones y problemas de falta de tiempo. La frecuencia, duración e intensidad de los ejercicios
variarán según tus posibilidades y preferencias.
Aparte del plan básico, la amplia gama de opciones saludables que constituyen la segunda parte del
programa están destinadas a procurar el equilibrio esencial de mente, cuerpo y espíritu, además de
favorecer la salud del corazón.
En esta parte (capítulo 8) podrás elegir entre una amplia selección de medidas nutricionales,
actividades alternativas, exploraciones y ejercicios que, aparte de reforzar los beneficios del plan
básico en la regulación de la insulina, relajan la mente, fortalecen el cuerpo y nutren el espíritu.
Puntos esenciales
En el Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono avanzarás poco a poco,
apoyando tu éxito en los pasos anteriores.
Cuando estés preparado/a para empezar, lee las cuatro directrices nutricionales del primer
paso que encontrarás a continuación, y comienza sólo cuando estés seguro de que ¡as entiendes
bien. Aplica las cuatro directrices al mismo tiempo, y no avances al segundo paso mientras no
domines del todo el primero.
Cuando hayas incorporado estas cuatro directrices y te sientas cómodo con ellas, ya puedes
añadir las del segundo paso. Espera a haber incorporado cada paso a tu rutina para avanzar al
siguiente.
Mientras añades el paso siguiente, continúa con las directrices del paso anterior. Y si crees
que has pasado al siguiente demasiado pronto, déjalo, pero continúa con todos los anteriores.
Antes de comenzar el programa lee el apartado anterior, «Puntos esenciales». Estas instrucciones te
servirán para comprender la mejor manera de avanzar por el programa. Como en cualquier otro
programa, debes saber lo que puedes esperar.
A los pocos días de comenzar el primer paso deberías observar una drástica disminución o
desaparición de las ansias de comer alimentos
Las directrices del Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de
carbono son compatibles con las recomendaciones del Departamento de Salud y
Servicios Humanos hechas a través de la revista Dietary Guidelines for
Americans y con las de la American Heart Association y la American Cáncer
Society.
Estos prestigiosos organismos ofrecen en sus informes
recomendaciones, fáciles de incorporar a nuestro programa, para prevenir la
obesidad, la hipertensión, la diabetes de adulto y la enfermedad cardiaca.
En el Apéndice, «Cómo incorporar al programa las recomendaciones
dietéticas de los organismos de la salud» (pp. 343-348), encontrarás sugerencias
sencillas para hacerlo.
No olvides consultar con tu médico antes de incorporar cualquier
recomendación a tu plan de comidas; él te asegurará que todas las directrices
dietéticas de los organismos de la salud son adecuadas para ti.
ricos en hidratos de carbono. La disminución de esos deseos suele ser la primera señal de que las
directrices del primer paso están reduciendo o eliminando el hiperinsulinismo y la resistencia a la
insulina.
Muchas personas aseguran sentir más energía y una renovada sensación de bienestar. (Si al
cuarto día de seguir el programa no han disminuido mucho los deseos de comer alimentos ricos en
hidratos de carbono, lee el capítulo 11, donde encontrarás información y ayuda.)
Primera directriz: Tomar cada día una comida premio® equilibrada
Una vez al día, haz una «comida premio» bien equilibrada. Como el resto de comidas y tentempiés
que debes tomar a lo largo de la jornada están detalladas más adelante, aquí nos concentraremos en
la comida premio, que consistirá en una ensalada seguida por una comida bien equilibrada, es decir,
que contenga: 1) proteínas (carne, ave, pescado, productos lácteos pobres en hidratos de carbono,
proteína vegetal con textura similar a la carne [o texturizada], y tofu [es decir, requesón de soja]); 2)
verduras no feculentas, y 3) alimentos ricos en hidratos de carbono (entre otros, verduras feculentas,
pan, productos para picar, frutas, zumos y dulces). Si viene al caso y te apetece, también puedes
tomar una modesta cantidad de bebida alcohólica, 19 a no ser que tu médico lo desapruebe, como en
las personas que tienen diabetes u otros trastornos.
Elige cualquier hora del día para tomarte tu comida premio, pero hazlo con antelación. La
mayoría de nuestros lectores, pacientes y participantes en los estudios de investigación se decantan
por reservársela para la hora de la cena, aunque algunos prefieren hacerla a mediodía o bien al
desayuno. Tú eliges. A muchas personas les gusta también tomársela cada día a la misma hora y la
esperan con ilusión, aunque de vez en cuando se vean obligados a cambiar el momento para acudir
a alguna reunión social, por las vacaciones, en los días festivos o celebraciones.
En este programa no hace falta pesar los alimentos, ni preocuparse de los porcentajes ni llevar la
cuenta. Las personas naturalmente delgadas no viven pensando en las cifras; y tú tampoco. Ahora
bien, lo que sí debes procurar es que haya un buen equilibrio entre alimentos pobres y ricos en
hidratos de carbono en tu comida premio, ya que eso, aparte de ofrecerte la nutrición que necesitas,
ayuda al cuerpo a regular la secreción de insulina y a reducir la resistencia a ésta.
Para equilibrar la comida premio, comienza al menos con dos tazas de ensalada fresca, 20 a
base de muchas verduras de hoja verde y, si te gusta, aderezo. El resto debe consistir en:
• 1/3 de alimentos proteínicos pobres en hidratos de carbono (entre ellos, carne, pescado, ave,
productos lácteos, proteína vegetal tex-turizada y tofu).
• 1/3 de verduras pobres en hidratos de carbono (no feculentas).
• 1/3 de alimentos ricos en hidratos de carbono (entre ellos, pan y otros cereales, verduras
feculentas, fruta y postre).
Calcula las porciones de modo que cada una represente en total V3 más o menos del alimento
que te preparas para comer en esa comida. Una buena orientación es imaginarse un plato dividido
en tercios. En tu imaginación divide el plato en tres partes y reparte entre ellas la verdura, la
proteína y los hidratos de carbono (incluido el postre). Deberán verse más o menos iguales.
Comienza por comer porciones de tamaño normal; siempre puedes repetir, aunque en la
repetición deberás poner también un tercio de cada grupo: proteínas, verduras no feculentas y
alimentos ricos en hidratos de carbono.
Aunque por lo general no se consideran hidratos de carbono, las bebidas alcohólicas pueden
inducir la secreción de insulina, de modo que a la hora de equilibrar la comida premio, toda bebida.
alcohólica entrará dentro de la parte de alimentos ricos en hidratos de carbono.
19
La diabetes y otros trastornos podrían excluir la posibilidad de consumir bebidas alcohólicas. Consúltalo con tu
médico, y en el caso de que puedas beber un poco de alcohol con tu comida premio, hazlo siempre con moderación.
20
Si no puedes o no deseas comer ensalada, reemplázala por al menos una taza de verduras pobres en hidratos de carbono
cocidas. Estas verduras sólo te servirán para sustituir la ensalada, así que incluye también algunas en el plato principal;
puedes elegir las mismas que has puesto en la ensalada o bien otras distintas. Si por algún problema de salud no te está
permitido comer ensaladas o verdura, pídele a tu médico que te sugiera alternativas.
Ensalada: Verduras de hoja verde y una amplia variedad de otras pobres en hidratos de carbono.*
Un tercio de proteína pobre en hidratos de carbono (normal o con poca grasa): Carne, ave,
pescado, queso, huevos, sucedáneos del huevo, proteína vegetal texturizada pobre en hidratos de
carbono, y tofu, es decir, requesón de soja.
Un tercio de verduras pobres en hidratos de carbono: Todas las verduras no feculentas.*
Un tercio de alimentos ricos en hidratos de carbono: Todas las féculas (panes, pastas, arroz, etc.),
verduras feculentas (patatas, guisantes, maíz, zanahoria, etc.), productos para picar, frutas, zumos,
dulces y bebidas alcohólicas, si procede.*
• Véase más adelante las listas de alimentos pobres y alimentos ricos en hidratos de
carbono, y la información especial sobre bebidas alcohólicas; en este mismo capítulo.
Comienza por comer porciones de tamaño normal; siempre puedes repetir, aunque en la repetición
deberás poner también un tercio de cada grupo: proteínas, verduras no feculentas y alimentos ricos
en hidratos de carbono.
Aunque por lo general no se consideran hidratos de carbono, las bebidas alcohólicas pueden
inducir la secreción de insulina, de modo que a la hora de equilibrar la comida premio, toda bebida
alcohólica entrará dentro de la parte de alimentos ricos en hidratos de carbono.
No lo olvides, la comida premio tiene que ser equilibrada, es decir, una saludable combinación
de alimentos, y no un atracón. No ha de contener solamente alimentos ricos en hidratos de carbono;
una comida a base de pizza, patatas fritas, tarta, galletas y helado de crema no es una comida
premio equilibrada y no tiene cabida aquí. Si no equilibras esta comida es posible que no obtengas
los importantes beneficios para la salud de este programa. Además, una comida premio no
equilibrada no te servirá para reducir ni el exceso de insulina ni la resistencia a la insulina, como
tampoco te disminuirá el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca derivada de estos trastornos.
Por lo tanto, no aproveches la comida premio como pretexto para comer solamente alimentos
ricos en hidratos de carbono; equilíbrala. Y si tienes dificultades para hacer una comida premio
equilibrada o, mientras la estás tomando, comes demasiado de estos alimentos, es decir, te dejas
dominar por ellos, lee el capítulo 11, «Manos auxiliadoras».
El motivo de que sea esencial mantener el equilibrio en la comida premio es muy sencillo:
necesitas la ensalada por su contenido en fibras y sus propiedades nutritivas; necesitas los alimentos
ricos en proteínas para aprovisionarte de la materia que sirve de componente estructural a tu cuerpo,
por los minerales y vitaminas que contienen y para estabilizar el nivel de azúcar en la sangre;
necesitas las verduras para tener más fibra y nutrientes, y los hidratos de carbono para tu energía y
satisfacción.
Repetir es siempre una opción en la comida premio. Si una vez terminado todo lo que tienes en
el plato deseas servirte más, puedes hacerlo, pero siempre manteniendo las proporciones de un
tercio de cada alimento. Ten cuidado de repetirte sólo de los alimentos ricos en hidratos de carbono.
No olvides que si repites, debes servirte la misma cantidad de todo, a excepción de la ensalada.
Estas repeticiones pueden ser abundantes (si tienes mucha hambre) o reducidas (si sólo quieres un
poquito más), pero la cantidad de cada porción debe ser igual. (No te sirvas porciones iguales para
sólo comerte los hidratos de carbono, ya conocemos ese truco.) Y por el mismo motivo, si no tienes
hambre como para comerte todo el plato, come menos de cada una de las tres porciones; no comas
más de los alimentos con hidratos de carbono y te dejes el resto.
Ten presente que las ansias de comer, el peso, la hipertensión, los niveles de grasa y azúcar en
la sangre y la salud del corazón dependen de la cantidad de insulina que secreta el cuerpo. Cuanto
mayor es la frecuencia con que se comen alimentos ricos en hidratos de carbono, o cuanto más
cantidad de estos alimentos contienen tus comidas, mayor es la producción de insulina y la
resistencia a ésta. Y cuanto mayor es el nivel de insulina y la resistencia a ella, mayor es el riesgo de
contraer una enfermedad cardiaca.
Por otra parte, una comida premio equilibrada cada día, combinada con comidas pobres en
hidratos de carbono (de las que hablaremos más adelante) da la frecuencia en el consumo de
hidratos de carbono que lleva al equilibrio en la secreción de insulina y a una menor resistencia a
esta hormona. De este modo, el equilibrio en la dieta produce equilibrio en el cuerpo, con lo que
podrás llegar a tener la satisfacción de comer los alimentos que te gustan a la vez que reduces tus
ansias de comer, tu tendencia a subir de peso y tu riesgo a padecer una enfermedad cardiaca y los
factores de riesgo que la acompañan, todo al mismo tiempo.
Cuando después de unos días pierdas las ansias de comer, te resultará más fácil equilibrar tu
comida premio; aun así, no olvides que el equilibrio es realmente esencial. Además, a medida que
sigas el programa, posiblemente tu cuerpo mejorará su capacidad de tratar los alimentos ricos en
hidratos de carbono que tomes en la comida premio; al disminuir la resistencia a la insulina, hay
menos probabilidades de que su nivel se eleve demasiado.
Si tienes sobrepeso, es muy posible que observes que disminuye tu propensión a convertir
rápidamente en grasa los alimentos que comes, lo cual significa que usarás más energía de los
alimentos en lugar de almacenarla en forma de grasa. En cualquier caso, al margen de que quieras
bajar de peso o no, los beneficios del equilibrio en el nivel de insulina y la menor resistencia a ella
pueden hacer que tu comida premio se convierta para tu salud cardiaca en un premio doble.
Aunque elijas la hora del desayuno para hacer tu comida premio, debes seguir las
recomendaciones respecto al equilibrio en esta comida de que hemos hablado en este apartado.
Es importante que la duración de la comida premio no sobrepase los sesenta minutos, una
recomendación que puede sonarte extraña. De hecho, la mayoría de los programas para la salud del
corazón ponen límites a los alimentos que se pueden comer y la cantidad, pero casi nunca se habla
del tiempo en que los debes ingerir.
Sin embargo en este caso, la razón para poner este límite es simple pero fundamental,
debido a que cada vez que se toman alimentos ricos en hidratos de carbono, el cuerpo secreta
insulina en dos oleadas. Esto es lo que los científicos llaman secreción bifásica de insulina. La
primera oleada o fase, que es básicamente un mecanismo de conexión y desconexión automáticas,
comienza a los pocos minutos de probar o simplemente ver, oler o pensar en la comida. Esta
secreción de insulina depende de la frecuencia con que se han tomado alimentos ricos en hidratos de
carbono en las 12 a 24 horas anteriores y de la cantidad ingerida.
Si la persona toma o pica con frecuencia alimentos o bebidas ricos en hidratos de carbono
durante todo el día y/o los consume en grandes cantidades, el cuerpo da por sentado que cada
comida o tentempié que vaya a hacer también contendrá más alimentos ricos en hidratos de
carbono, y por lo tanto secreta gran cantidad de insulina para prepararse a ese próximo consumo.
Probablemente ya hayas experimentado el efecto de esa primera leada de insulina después de tomar
uno o dos bocados de alimento; de nronto te das cuenta de que tienes más hambre que el que creías
antes de comenzar a comer. Este rápido aumento del apetito, y el intenso placer que produce la
comida, son el resultado de esa primera oleada de insulina.
Recuerda la primera directriz: la finalidad de la comida premio de cada día es
proporcionarte los hidratos de carbono que necesitas para nutrirte bien y asegurar que la primera
fase de secreción de insulina sea lo más baja posible. Tu cuerpo desea conservar la mayor cantidad
de energía y proporcionarte al mismo tiempo la nutrición que necesitas. La hormona insulina tiene
la función de ayudarte a ahorrar. Por eso mismo, así como el cuerpo de una madre en periodo de
lactancia produce más leche cuanto más succiona el bebé, tu cuerpo produce más insulina cuanto
mayor es la frecuencia con que tomas alimentos ricos en hidratos de carbono.
Sentir más hambre que la que se creía tener, sólo con pensar, probar u oler la
comida, es el efecto de la primera secreción de insulina.
Por el contrario, si, de acuerdo con la primera directriz, sólo tomas alimentos ricos en
hidratos de carbono una vez al día, cuando te pongas a comer la comida premio, tu cuerpo no se
esperará una comida rica en hidratos de carbono y por lo tanto tendrá menos insulina en reserva
para secretar. La primera directriz sirve para mantener baja la primera fase de secreción de insulina.
Normalmente un nivel menor de insulina significa menor resistencia a la insulina y un riesgo
también menor de contraer una enfermedad cardiaca relacionada con su exceso.
En cuanto a la secreción de insulina en la segunda fase, debemos saber que no depende de la
cantidad de alimentos ricos en hidratos de carbono que se han comido anteriormente sino del
tiempo que se tarda en ingerirlos.
Comenzar a sentirse menos satifecho durante una comida de larga duración
es la consecuencia de la segunda secrecion de insulina.
Cada una de las cuatro directrices del primer paso sirven para reducir la secreción
de insulina y la resistencia a ella.
Si acabas la comida premio dentro de la hora, lo más probable es que el nivel de insulina
permanezca más bajo que si continúas comiendo pasados esos sesenta minutos. La finalidad de este
segunda directriz es que acabes de comer antes que la segunda secreción de insulina llegue a su
punto máximo; si lo consigues, entonces cuando acabas de comer, el cuerpo percibe que no hay
necesidad de producir más insulina, y al permanecer bajo el nivel, tú te sientes mucho más
satisfecho/a, tanto durante la comida como después. Recuerda, menos secreción de insulina
significa menos resistencia a la insulina y menor riesgo de enfermedad cardiaca.
Y aunque estas dos fases de secreción de insulina tuvieron su importancia en la prehistoria y épocas
posteriores, actualmente, con la abundancia de alimentos ricos en hidratos de carbono que tenemos
a nuestro alcance las veinticuatro horas al día, ya no podemos permitirnos decirle continuamente al
cuerpo que es hora de comer.
Las dos primeras directrices, en combinación con la tercera y la cuarta, sirven para
desconectar la señal «sigue comiendo» que ordena al cuerpo continuar secretando grandes
cantidades de insulina.
Ten la seguridad de que todos los alimentos ricos en hidratos de carbono que te gustan y
que necesitas los tendrás cada día en la comida premio (las otras comidas y tentempiés las tratamos
en la tercera directriz). Pero no olvides que la comida premio ha de ser equilibrada y no durar más
de una hora.
Tercera directriz: Las otras comidas y tentempiés sólo deben contener alimentos pobres en
hidratos de carbono
En todas las comidas y tentempiés que no sean la comida premio, come sólo alimentos
pobres en hidratos de carbono. En las páginas 161-164 encontrarás la lista completa. Así que en
esas comidas toma sólo los alimentos y bebidas que aparecen en ella.
Por regla general, entre los alimentos pobres en hidratos de carbono están las verduras ricas
en fibra (las verdes, para comer crudas en ensalada o cocidas) y alimentos ricos en proteínas (carne,
ave, pescado, productos lácteos no feculentos, proteínas vegetales texturizadas y tofu). Las comidas
pobres en hidratos de carbono deberán ser bien equilibradas y contener alimentos ricos en fibra y
alimentos ricos en proteínas.
La cantidad de alimento que consumas en estos casos no tiene importancia siempre que
estas comidas contengan igual proporción de verduras ricas en fibra (crudas o cocidas) y de
proteínas. Dentro de un momento hablaremos del equilibrio especial del desayuno, pero por ahora,
como punto de partida, da por sentado que las comidas serán la mitad proteína y la mitad verduras.
No peses ni midas las porciones; al igual que en la comida premio, no necesitas hacerlo.
Simplemente calcula a ojo porciones aproximadamente del mismo tamaño, que no tienen por qué
pesar lo mismo.
Siempre que quieras, en estas comidas, puedes inclinarte más por las verduras (hasta dos
tercios de verduras y un tercio de proteína), sin dejar de tomar algo de proteína. Quizá descubras
que es más agradable y apetecible acompañar con dos tipos de verduras, verduras crudas en ensala-
da y verduras cocidas, por ejemplo, los alimentos proteínicos. Lo importante es que lo que tomes en
esas comidas sea pobre en hidratos de carbono. Normalmente recomendamos servirse porciones
normales y repetir después si a uno le apetece. Te sorprenderá comprobar lo satisfactorias que son
estas comidas y tentempiés.
Como el objetivo de este programa es corregir la causa de las ansias de comer, cada día
que pase te costará menos seguirlo.
Y no olvides que no tienes por qué limitarte a tomar porciones pequeñas, ya que a medida
que se vayan normalizando los niveles de insulina, las ansias de comer disminuirán drásticamente;
muchas personas hasta se «olvidan de comer». Y como el objetivo de este programa es corregir la
causa de las ansias de comer, cada día que pase te costará menos seguirlo, y acabarás para siempre
con el esfuerzo de tener que trabajar para conseguir una salud cardiaca ideal. Somos conscientes de
que, en estos momentos, esto te puede parecer imposible, pero seguro que después de seguir el
programa unos días, verás las cosas de manera muy diferente.
Puedes saltarte una comida pobre en hidratos de carbono si no tienes hambre, pero no lo
hagas pensando que comer menos te hará bajar de peso y que bajar de peso es bueno para el
corazón, ya que ese tipo de dieta tan drástica nunca favorece la salud. Ahora bien, si no quieres
comer porque no tienes hambre, cosa que ocurre muchísimo con este programa, sáltate esa comida
mientras eso no represente ningún problema para ti (consúltalo con tu médico) y te continúes
sintiendo bien. Aviso: si estás considerando la posibilidad de saltarte todas las comidas pobres en
hidratos de carbono, léete el apartado «La opción de reducir la frecuencia de comidas» del capítulo
8.
Y aunque puedes saltarte comidas pobres en hidratos de carbono, no dejes de tomar
regularmente las comidas premio; necesitas los hidratos de carbono para tu salud. Por otra parte, si
deseas picar algo, tienes libertad para prepararte en cualquier momento un tentempié pobre en
hidratos de carbono. (El deseo de picar entre comidas es raro en este programa. Si notas que sientes
deseos de tomar tentempiés o minicomidas con regularidad, asegúrate de que no estás comiendo
alimentos ricos en hidratos de carbono en las comidas o tentempiés pobres en estos alimentos y que
evitas todos los alimentos de acción similar. Estos errores pueden hacer que te vuelvan las ansias de
comer hidratos de carbono. Si necesitas ayuda recurre al capítulo 11, «Manos auxiliadoras».)
Advertencia: No se trata de una lista de alimentos recomendados sino de todos los alimentos que
contienen una baja proporción de hidratos de carbono y tienen menos probabilidad de producir una
secreción de insulina. Según sea su contenido en grasas saturadas y colesterol, algunos podrían
no ser adecuados para determinados lectores. Cualquier alimento que no aparezca en esta lista
deberá considerarse rico en hidratos de carbono y debe reservarse para la comida premio. Las
porciones en las comidas pobres en hidratos de carbono dependen de las necesidades de cada
uno, pero a menos que tú médico te recomiende otra cosa, intenta que sean normales; después ya
repetirás si lo deseas. No hay ninguna necesidad de medir ni pesar los alimentos. En caso de duda
respecto al contenido de hidratos de carbono de cualquier alimento, resérvalo para la comida
premio.
Carnes, todas normales y magras
Pescado y marisco, todas las variedades, enlatados, en semiconserva (sin azúcar) o cocido (sin
empanar)
En las comidas pobres en hidratos de carbono y en las comidas premio se pueden comer
alternativas vegetarianas a la carne y proteínas vegetales texturizadas que contengan 4 gramos de
hidratos de carbono o menos por ración normal.
Parece ser que muchos quesos frescos o requesones ahora contienen glutamatos. Por lo tanto,
pensamos que lo mejor es que los adictos a los hidratos de carbono los eviten del todo. En la
página 169 encontrarás información sobre los glutamatos.
Se puede tomar leche o crema en todas las comidas premio y, además, una vez al día en una de
las otras comidas o tentempiés (de las pobres en hidratos de carbono), limitando la porción en esta
otra comida a no más de 60 gramos diarios y añadiéndola a una taza de café o de té o como
condimento de la comida; las cremas han de ser de leche. El rato en que se toma el café o el té no
debe superar los quince minutos.
Verduras no feculentas, frescas, cocidas o al vapor (sin empanar ni rebozar con harina)
Acedera Coles (todo tipo Rábanos
Apio Coliflor Setas
Brécol* Endibias Pimiento verde
Brotes de alfalfa Espárragos Quimbombó
Brotes de bambú Espinacas Verduras de hoja verde
Brotes de legumbres Judías verdes (todas)
Cebollino Lechuga verde (todas)
Cebolla escalonia Pepino
Coles de Bruselas* Perejil
En las comidas pobres en hidratos de carbono, la cebolla sólo se ha de usar como condimento (2
cucharaditas o menos), y el tomate crudo, no más de un cuarto por comida.
Extras
Bebidas
* Si eres particularmente sensible a los hidratos de carbono o a los glutamatos naturales, posiblemente estos
alimentos te harán producir un exceso de insulina, lo que notarás con un aumento de las ansias de comer,
menos pérdida de peso o aumento en los factores de riesgo de contraer una enfermedad cardiaca relacionada
con la insulina. Si es así, o te preocupan estos alimentos, resérvalos para la comida premio o evítalos
totalmente.
LISTA DE ALIMENTOS RICOS EN HIDRATOS DE CARBONO
Advertencia: Esta lista contiene algunos de los muchos alimentos ricos en hidratos de carbono
que se deben equilibrar con alimentos pobres en hidratos de carbono en las comidas premio. No
es una lista de alimentos recomendados, sino una relación parcial de alimentos según su contenido
en hidratos de carbono. Todos los alimentos que no aparecen en la lista anterior se deben
considerar ricos en hidratos de carbono y reservarse para las comidas premio. Como siempre,
sigue las recomendaciones de tu médico.
Las raciones dependen de las necesidades de cada cual. A menos que tu médico te
recomiende otra cosa, elige raciones normales; siempre puedes repetir si te apetece. No hay
ninguna necesidad de pesar los alimentos. En el apartado «Primera directriz» (págs. 151 -155)
explicamos la forma de equilibrar la comida premio.
Panes y cereales: todas las variedades (normales, con poca grasa, con poco azúcar, integrales,
etcétera)
Productos para picar o tentempiés, dulces y extras: todas las variedades de productos para
picar edulcorados con azúcar deberán reservarse para la comida premio
Los sucedáneos del azúcar deberán evitarse en todas las comidas y bebidas, incluso en los
postres y tentempiés. Para más información, véase más adelante, «Cuarta directriz» (pág. 169).
Verduras: todas las verduras que no aparecen en la lista anterior deben considerarse ricas en
hidratos de carbono, entre ellas las variedades frescas sofritas, salteadas, empanadas o no, al
vapor o hervidas
Extras: reservar todos los productos siguientes para las comidas premio.Mirar los ingredientes en
la etiqueta; si se les ha añadido glutamatos, evitarlos totalmente (véase información sobre
alimentos de acción similar a la de los hidratos de carbono mas adelante en este capítulo).
Bebidas no alcohólicas
Aguas minerales y con gas aromatizadas (todas)
Bebidas gaseosas y azucaradas (todas)
Infusiones de hierbas (todas; aunque no sean ricas en hidratos de carbono, podrían
estimular la producción de insulina)
Zumos y bebidas de fruta (todos)
Bebidas alcohólicas
Chicles y caramelos
Endulzados con azúcar: reservarlos para la comida premio; considerarlos ricos en hidratos de
carbono y consumirlos dentro de la hora límite.
Endulzados con sucedáneos de azúcar: evitarlos totalmente. (Información en la «Cuarta directriz»,
pág. 169.)
* Algunas personas son particularmente sensibles a los glutamatos naturales que contienen estos
alimentos que reservamos para las comidas premios; en este caso podrían producir un exceso de
insulina, lo que se traduciría en ansias de comer, menor pérdida de peso o aumento de los factores
de riesgo de contraer una enfermedad cardiaca relacionada con la insulina. Si te ocurre esto, o te
preocupan estos alimentos, evítalos totalmente.
Por definición, un desayuno pobre en hidratos de carbono no se compone de los cereales, frutas,
panes o pasteles que tal vez tienes por costumbre tomar. El motivo es muy claro; estos alimentos
ricos en hidratos de carbono ponen en marcha los ciclos de las ansias de comer más el
hiperinsulinismo y la resistencia a la insulina que te han llevado a adoptar este programa.
Las opciones para el desayuno son muchas. Puedes decidir saltártelo (es posible que no te
apetezca), o limitarte a tomar una taza de café o té (con leche o crema). 21 Si prefieres tomar un
desayuno ligero o una comida completa por la mañana, elige cualquiera de los alimentos pobres en
hidratos de carbono de la lista. En el capítulo 12 te ofrecemos, además, una gran variedad de recetas
pobres en hidratos de carbono. Un desayuno de este tipo, ya sea en casa o en tu bar o restaurante
favorito, podría consistir en una tortilla de champiñones (de huevo o de clara de huevo)
acompañada con unas rodajas de pepino; si lo deseas, añade también un poco de queso (normal o
poco graso). Algunos de nuestros lectores, pacientes y participantes en los estudios piden una
ensalada de lechuga y pepino aderezada con aceite y vinagre para reemplazar las patatas que suelen
acompañar a las tortillas. Otros, un acompañamiento especial de pimientos verdes salteados, y los
más osados, los alimentos propios de la comida de mediodía o de la cena como, por ejemplo, una
ensalada de pollo, lonjas de pollo envueltas en hojas de lechuga, o salmón hervido o ahumado.
Aunque es fácil equilibrar las comidas y tentempiés pobres en hidratos de carbono, muchas
personas encuentran que en sus desayunos faltan o hay muy pocas verduras. Nuestra recomendación
es que las incluyas, pero si no te apetece desayunar pepino cortado en rodajas, champiñones frescos
o apio, no te preocupes, soluciónalo poniendo una buena ración de verduras pobres en hidratos de
carbono en otra de estas comidas para compensar las que no te has tomado en el desayuno. Si no
comes ensalada y verduras en el desayuno, no hagas la comida premio para desayunar más de dos o
tres veces a la semana.
La comida de mediodía pobre en hidratos de carbono es fácil de preparar y deliciosa, ya sea
que te la tomes en casa o en un restaurante. Por ejemplo: una pechuga de pollo a la parrilla,
champiñones y pimientos Verdes salteados, acompañada de una ensalada con aderezo pobre en
hidratos de carbono.La ensalada griega suele ser una buena opción deberás acompañarla con
proteína extra). Si te apetece comer atún, pidelo tal como viene en la lata. En los restaurantes suelen
servir ensalada de atún, de pollo, de huevo y de camarones, bañadas en salsas que contienen pan,
21
Hemos descubierto que se puede añadir leche o crema a una taza de café o té fuera de la comida premio. No olvides
bebértela dentro de los quince minutos. No añadas crema que no sea de leche. El café o el té solos se pueden tomar en
cualquier momento.
glutamato monosódico y otros aditivos, ninguno bueno para el adicto a los hidratos de carbono ni
para su corazón. La hamburguesa (de pavo o carne de buey magra) también es una deliciosa comida
de mediodía pobre en hidratos de carbono, pero sin el pan, aunque se puede coronar con queso
(normal o poco graso) y acompañarla con una ensalada y encurtidos al eneldo.
Cuarta directriz: Evitar los productos de acción similar a la de los hidratos de carbono
(glutamatos y sucedáneos del azúcar)
Glutamatos
El glutamato monosódico y otros glutamatos (llamados libres) pueden estar presentes de forma
natural en los alimentos, o formar parte de los aditivos que ponen los fabricantes para, entre otras
cosas, aumentar el atractivo de sus productos. Algunos adictos a los hidratos de carbono
experimentan una reacción adictiva a los alimentos que contienen glutamatos, y esto los lleva a no
elegir ni a que les gusten los que no contengan estos aditivos. En algunos casos, sin darse cuenta, se
decantan incluso por las marcas que contienen gran cantidad de glutamatos añadidos en contra de
otras que no los llevan.
Los científicos están comenzando a enterarse de algo que los fabricantes de productos
alimenticios saben desde hace años: en las papilas gustativas tenemos receptores de glutamatos que
nos impulsan a buscar alimentos que los contengan; nos sentimos impulsados a comer estos
alimentos aun cuando no captamos el sabor de los glutamatos, ya que al parecer lo que hacen es
intensificar otros sabores, y tal vez la sensación del gusto también. El único problema es que el
precio que se paga por ese placer es muy alto.
Cuando el alimento contiene glutamatos añadidos, puede provocar una secreción excesiva
de insulina que produce cambios en el metabolismo. Según explicaron los doctores N. A. Togiyama
y A. Adachi en la revista médica Psychologkal Behavior, aplicar glutamato monosódico a la lengua
de un animal hace que éste secrete en menos de tres minutos una gran cantidad de insulina. Pues
bien, el hambre que sigue a esta reacción insulínica podría aumentar las ansias de comer, ser causa
de aumento de peso y, si continúa, elevar las posibilidades de contraer diabetes. La reacción del
cuerpo a esta excítotoxína podría ser un aumento de la tensión arterial y del nivel de grasa en la
sangre y también aumentaría el riesgo general de contraer una enfermedad cardiaca relacionada con
la insulina.
Aún queda mucho por saber sobre los efectos del glutamato mono-sódico, ya que las
investigaciones sobre el efecto total de esta sustancia todavía no han concluido. Aun así, muchos
fabricantes se han adelantado a ellas, y mientras estás leyendo estas páginas siguen añadiendo glu-
tamatos a nuestros alimentos. Alimentos que siempre creímos libres de estas sustancias de pronto
las contienen, aunque no se observe un cambio notable en las etiquetas.
El último de estos «cambios rápidos» se ha producido en la industria del atún en conserva,
al que muchos fabricantes han comenzado a añadir glutamatos. Y lo hacen con mucho ingenio,
poniéndoles a los glutamatos libres muchos nombres para ocultar su presencia. Dos de ellos son
caldo y protema hidrolizada. Sólo unas pocas marcas de atún en conserva al natural —de suyo
pobre en grasa y calorías— no contienen glutamatos; se reconocen porque en la lista de ingredientes
sólo pone «atún y agua» (y nada más).
Revisa los ingredientes de la lata de atún que hayas comprado recientemente.Si ves
que contiene caldo o proteína hidrolizada, es muy posible que lleve glutamatos.
Aunque tal vez los fabricantes no mienten, no siempre dicen toda la verdad. Cuando
llamamos a las dos principales empresas de atún en conserva, nos dijeron que ellos no añadían
glutamato monosódico. Sin embargo, cuando les preguntamos concretamente si añadían glutamatos
libres, ambas confirmaron nuestras sospechas. Aunque sabían que, para lo que nosotros andamos
buscando, hay muy poca diferencia entre los glutamatos libres y el glutamato monosódico, en
ambas empresas se negaron a reconocer la presencia de este aditivo mientras no las obligamos a
hacerlo.
Y es comprensible que deseen mantenerlo en secreto, ya que el glutamato es una sustancia
muy fuerte que rompe la fibra muscular y produce lesiones cerebrales en los animales de
laboratorio. ¿Sabías que los científicos que desean hacer experimentos con animales obesos llaman
a la casa que los provee y piden ratas engordadas con glutamato monosódico (GMS)? A estas ratas
se las engorda simplemente añadiendo glutamato monosódico a la comida que toman. Y a todo esto,
los fabricantes de glutamato lo único que hacen es contratar a personas para que limpien su imagen
y cabildeen por puestos en círculos políticos. Evidentemente, estos defensores parece que hacen
bien su trabajo.
Una mujer que vino a vernos tenía la presión arterial tan alta que podía haber sufrir un
derrame en cualquier momento. Tomaba todos los medicamentos posibles y ninguno le surtía
efecto; hacía ejercicio, seguía un régimen muy restrictivo, jamás bebía alcohol y había eliminado la
sal. Y aun así nada le daba resultado. No obstante, su diario de comidas puso de manifiesto que día
tras día comía los mismos alimentos enlatados; las verduras en conserva en su líquido, y las sopas le
encantaban. Pero lo cierto es que todos los alimentos que comía estaban llenos de glutamatos. A las
tres semanas de seguir nuestro programa y tener cuidado con esas sustancias, su presión arterial se
igualó a la de una mujer joven sana y se sintió mejor que en muchos años; hasta hoy continúa feliz y
sana. Como ella misma dice, el cambio le salvó la vida.
Al parecer, para el adicto a los hidratos de carbono los glutamatos añadidos son un
problema mucho mayor que los que están de forma natural en algunos alimentos. Posiblemente no
podrás evitarlos del todo; al menos un tercio de todos los alimentos que sirven en los restaurantes
contienen glutamatos añadidos, por lo tanto, estamos casi obligados a aceptarlos si queremos llevar
una vida normal. No obstante, siempre que puedas elegir, cuando vayas a comprar, lee las etiquetas
y evita los alimentos que contienen glutamatos añadidos.
En la lista de ingredientes de las etiquetas, los glutamatos añadidos pueden aparecer con diversos
nombres; muchos de ellos los encontrarás en el cuadro que hemos incluido a continuación.
Por lo tanto, y en bien de la salud de tu corazón, siempre que te sea posible evita los
alimentos que contienen glutamatos añadidos. Una rosa con otro nombre puede oler igual de bien,
pero los glutamatos con otros nombres no.
Por lo menos un tercio de los alimentos que se sirven en los restaurantes contienen
glutamatos añadidos.
Aunque estos alimentos y bebidas no sean necesariamente ricos en hidratos de carbono, muchos
adictos reaccionan ante ellos como si lo fueran. Lee atentamente las recomendaciones para cada
categoría.
Sucedáneos del azúcar: Causan secreción de insulina como si fueran ricos en hidratos de
carbono y en general hay que evitarlos.
Advertencia: Los requesones y quesos frescos, que en otro tiempo no contenían glutamatos, ahora
los contienen [en Estados Unidos] y deberán evitarse. Por su parte algunos fabricantes de atún en
conserva añaden glutamatos bajo el nombre de «caldo».
Entre los desencadenantes más poderosos de secreción de insulina están algunos productos que la
mayoría de los adictos a los hidratos de carbono nunca pensarían que lo son: los sucedáneos del
azúcar. Sea en forma de edulcorante natural o artificial, cualquier tipo de sucedáneo del azúcar
puede dar la orden al cuerpo de secretar gran cantidad de insulina. Para simplificar, a todos estos
edulcorantes, artificiales y naturales, los vamos a llamar sucedáneos del azúcar. Ya se vendan como
edulcorantes artificiales, se presenten en bolsitas azules o bolsitas rosa, o se los dé a conocer por el
nombre de marca, al adicto a ios hidratos de carbono estos sucedáneos del azúcar le elevarán el
nivel de insulina, le aumentarán la resistencia a esta hormona, y le producirán más altibajos en el
nivel de azúcar en la sangre que los que causan otros alimentos o bebidas.
Si eres adicto/a a los hidratos de carbono, los sucedáneos del azúcar pueden elevar tu
nivel de insulina, aumentar tu resistencia a esta hormona y provocarte altibajos en el nivel
de azucar en la sangre.
El motivo es muy sencillo; como ya sabes, cuando tomamos alimentos o bebidas
naturalmente dulces, los hidratos de carbono que contienen se convierten en azúcar simple. La
insulina secretada introduce ese azúcar en cualquier célula que la deje entrar y luego da la orden al
hígado de que convierta en grasa la cantidad de azúcar no utilizada (que ha quedado en la sangre)
para llevarla hacia las células adiposas. Si no se vuelven a comer alimentos ricos en hidratos de
carbono durante un tiempo, baja el nivel de insulina y sube el de glucagón; entonces las células
adiposas se abren y dejan salir al torrente sanguíneo parte de la energía que tenían retenida, para
mantener estable el nivel de azúcar y alimentar a las células de todo el cuerpo. Así, éste utiliza toda
la energía disponible en la sangre, y cuando se vuelve a comer, comienza de nuevo el ciclo.
Pero cuando la persona adicta a los hidratos de carbono come alimentos endulzados con
sucedáneos de azúcar, este ciclo se desequilibra. Estos sucedáneos no existían cuando el cuerpo
evolucionó hace unos millones de años; el cuerpo está hecho para tratar el «verdadero azúcar», y
hasta el momento actual trata cualquier cosa de sabor dulce como si contuviera azúcar de verdad.
Por lo tanto, cuando tomas alimentos o azúcar que contienen sucedáneos de azúcar, tu cuerpo secre-
ta insulina como lo haría si estuvieras comiendo o bebiendo el propio producto.
El problema se presenta porque en realidad no entra azúcar para que la insulina la trate y la
lleve a las células, y por lo tanto coge el único azúcar disponible, el que hay en la sangre. Si tienes
resistencia a la insulina, es posible que la energía acabe en tus células adiposas; podrías
experimentar oscilaciones en el nivel de azúcar en la sangre, sentirte mal,irritable, con hambre y que
acabes con toda seguridad tomando mas alimentos o bebidas endualzadas con sucédaneos del
azúcar, lo que mantendrá activado el ciclo de secrecion de la insulina.Y como el nivel de insu-
continuará elevado, el glucagón no tendrá la oportunidad de actuar dejar salir la grasa de las células
adiposas. ¿La consecuencia? Estaras atrapado/a en un tiovivo de exceso de insulina, altibajos en el
nivel de azúcar en la sangre, ansias de comer, aumento de peso y resistencia a la insulina, todos
precursores de la enfermedad cardiaca.
Con el tiempo, a medida que avances por las fases del síndrome de resistencia a la insulina,
tu cuerpo se volverá cada vez más resistente a la insulina hasta que las células adiposas se cierren
totalmente a la entrada de glucosa e insulina. El azúcar retenido en el torrente sanguíneo causa la
cascada de problemas que llamamos diabetes de adulto, y al final es posible que tu páncreas sea
incapaz de producir insulina.
Observa tu comportamiento:
• ¿Te ocurre que a la hora o a las dos horas de haber tomado una bebida dietética ansias beber
más de lo mismo?
• ¿Deseas entonces picar algo, comer un bocadillo o algo dulce para acompañarla?
• ¿Te justificas pensando que está bien tomar esas bebidas dietéticas porque te van bien para
reducir el consumo de calorías, aunque sepas que prácticamente estás comiendo lo mismo
con o sin esas bebidas?
• ¿Sientes una satisfacción especial cuando tomas el primer sorbo o trago?
• ¿Al principio te disgusta su sabor, y luego deja de parecerte tan desagradable?
• ¿Se te ha pasado por la cabeza que podrías ser adicto/a a las bebidas de este tipo, o a los
chicles o caramelos de menta endulzados con sucedáneos de azúcar?
• ¿Te cuesta hacerte a la idea de dejar totalmente los sucedáneos del azúcar?
Una respuesta afirmativa a cualquiera de estas preguntas indica que posiblemente estés
experimentando una reacción adictiva a los sucedáneos del azúcar. Cuantas más respuestas
afirmativas des, mayor será la probabilidad de que haya adicción.
Hemos comprobado que es muy importante que el adicto a los hidratos de carbono evite los
sucedáneos del azúcar. El nivel elevado de insulina resultante de comer o beber sucedáneos del
azúcar es producto de la misma reacción insulínica que se produce al consumir azúcar «de verdad»;
en realidad, hemos descubierto que la reacción suele ser mayor, y que la insulina así secretada
puede llevar a los mismos riesgos de hipertensión, grasa en la sangre, aumento de peso, diabetes y
enfermedad cardiaca.
Así pues, por el bien de tu corazón, elimina los sucedáneos del azúcar que tal vez forman parte
de tu rutina diaria. Y si, por otra parte, la sola idea de pasar sin sucedáneos del azúcar te produce
miedo y ansiedad hasta el fondo de tu ser, te podemos ayudar con un desafío de cuatro días.
Si deseas seguir el programa, pero no sabes muy bien cómo renunciar a las bebidas dietéticas y
otros productos endulzados con sucedáneos del azúcar, esta podría ser la solución. En lugar de
pedirte que renuncies para siempre a tus bebidas dietéticas y postres edulcorados artificialmente,
sólo te sugerimos que los dejes cuatro días. No olvides que, de todos modos, podrás disfrutar de los
alimentos, bebidas y postres azucarados que te gustan como parte de tu comida premio equilibrada
diaria; lo único que no queremos es que tomes sucedáneos del azúcar. Al mismo tiempo, sigue con
el programa.
En lugar de renunciar a tus bebidas dietéticas para siempre, te sugerimos que las dejes sólo
cuatro días. A medida que desaparezcan tus ansias de comer, también desaparecerá el
deseo de tomar estas bebidas.
El mecanismo es el siguiente: al seguir los tres pasos del programa (o aunque sólo estés
siguiendo las directrices del primero) se romperá tu
relación adicüva con los dulces, reales y artificiales, y notarás la diferencia entre un cuerpo
sobrecargado de insulina y uno en buen equilibrio. Con el nivel de insulina más equilibrado, lo más
probable es que descubras que ha desaparecido el poder adictivo que tenían sobre ti los sucedáneos
del azúcar.
Si no eliminas el consumo de sucedáneos del azúcar, aunque sólo sea durante un tiempo
limitado, es posible que nunca llegues a saber qué se siente estando libre de las ansias de comer ni
llegues a conocer la maravillosa promesa que ofrece una vida sin hiperinsulinismo. Así pues,
mientras sigues el programa, deja los sucedáneos del azúcar por unos días, cuatro. Estamos seguros
de que cuando experimentes la liberación de las ansias de comer que acompaña a la ruptura de la
adicción a los hidratos de carbono, continuarás sin tomarlos y obtendrás toda la buena salud y los
beneficios que te aguardan.
Valerie llevaba más de dos años esperando participar en nuestro proyecto de investigación en la
Facultad de Medicina Mt. Sinai de Nueva York, y justo en el momento en que la llamamos porque
había un puesto libre, vimos que su elevada presión arterial no le permitiría participar.
Le explicamos que estaban a punto de comenzar diferentes estudios, y que, debido a su
hipertensión, tendría que esperar a que comenzara otro estudio, ya que aquel para el que ella
había firmado la solicitud era para personas sin problemas cardiacos. Nos sentimos fatal porque
sabíamos la ilusión con que había esperado trabajar con nosotros. La habíamos llamado
personalmente para decirle que en el estudio normativo había una vacante, y luego, debido a su
presión arterial, parecía que tendría que verse obligada a continuar en la lista de espera.
—Pero es que nunca he tenido la tensión alta —dijo ella—, y he esperado tanto tiempo
para participar en el programa.
Al principio no supimos qué hacer. Evidentemente sería una participante muy motivada.
Era seria y formal, y sabíamos que una vez que formara parte del grupo, haría todo lo posible para
reducir sus factores de riesgo de contraer una enfermedad cardiaca; los mismos factores que se
habían llevado a sus padres y a dos hermanos gemelos mayores que ella, antes de los sesenta
años. Pero aunque la enfermedad cardíaca había afectado a todos los miembros de su familia,
ella, sorprendentemente, no había mostrado en principio ninguno de los signos de dicha dolencia.
De pronto, cuando sólo tenía 53 años, la presión arterial le subió de normal a un grado
alarmante. Por otra parte, los niveles de colesterol y de triglicéridos en la sangre ya le habían ido
subiendo paulatinamente a lo largo de los años, y el nivel de colesterol HDL, el bueno, le estaba
bajando, signos todos ellos de un progresivo síndrome de resistencia a la insulina y del
hiperinsulinismo que lo causa. Ahora bien, el repentino problema de hipertensión sólo lo había
descubierto en su última visita al médico, cuando se estaba preparando para unirse a nuestro
estudio.
—No sé cuál podría ser la causa del problema —dijo, con sus ojos, maravillosamente
expresivos, llenos de lágrimas—. No he cambiado en nada mi rutina. No quiero perder la
oportunidad que llevo tanto tiempo esperando. Haría cualquier cosa por formar parte del grupo. A
mi amiga Ally ya la han aceptado, y fui yo la que le dije que se apuntara a la lista de espera.
Sin decirnos una palabra, los dos supimos que haríamos lo que estuviera en nuestras
manos para que Val pudiera trabajar con nosotros. Estábamos ocupadísimos, trabajando dieciocho
horas al día, y la lista de espera de cuatro años y medio no dejaba de aumentar. La posibilidad de
atender a alguien en la consulta privada era impensable, y la hipertensión la colocaba en otra lista
de espera, que podría retrasar su participación otros dos años. La única solución era hacer algo
para que le bajara la presión arterial, y rápido. Nos estrujamos los sesos en busca de soluciones.
Los medicamentos no servirían, ya que eso la colocaría también en una categoría diferente de
estudio. Su médico ya había dicho que si no le bajaba la presión en un periodo corto de tiempo,
tendría que comenzar a tomar pastillas, lo que, a su vez, la excluiría de participar en ese estudio.
Al final la solución llegó de un modo fácil y natural, de la propia Valerie. Aunque la habíamos
interrogado con el fin de entender esa repentina subida de tensión arterial, al principio ella no pudo
ofrecer ningún tipo de explicación. Revisamos todos los cambios típicos que suelen producir esta
subida de la presión: medicamentos, dieta, actividad, estrés. En su caso, daba la impresión de no
haber habido ninguno. Pero aun así, ella no estaba dispuesta a renunciar.
—Tiene que haber algo que no veo —comentó.
Dijo que anotaría todas sus actividades y hábitos de comer durante varios días, con la esperanza
de que cuando revisáramos su diario lográramos identificar al culpable.
Al cabo de una semana volvió con su diario en la mano. No estaba muy animada.
—Bueno, lo he traído —dijo, entregándonos las hojas—. He escrito todo lo que he hecho durante
toda la semana, y no veo nada diferente. Tal vez ustedes logren encontrar algo, pero creo que esto
no nos va a conducir a ninguna parte.
Leímos las páginas cuidadosamente detalladas, y las comparamos con el diario que había
hecho hacía dos años, cuando solicitó su participación en el programa de investigación. La
diferencia nos saltó a la vista. Valerie estaba bebiendo gaseosa dietética varias veces al día. E
incluso se había llegado a tomar, en dos ocasiones, cinco gaseosas en un día.
—No puede ser eso, ¿verdad? —preguntó, con una mezcla de esperanza e incredulidad.
Pero tuvo que reconocer que ese era el único cambio que podía explicar su repentina subida de la
presión arterial.
Le explicamos el efecto de los sucedáneos del azúcar en el nivel de insulina. Ella nos
escuchó con mucha atención, pero, aunque se sintió aliviada por encontrar la posible causa de sus
problemas, una parte de su persona se negaba a renunciar.
—Es el único gusto que me doy —explicó—, pero la verdad es que quiero bajar mi presión,
y si no tengo que tomar medicamentos... —se le cortó la voz.
Setenta y dos horas después, Valerie nos llamó por teléfono para decirnos:
—No sé si me ha bajado la presión —soltó entusiasmada—,
pero algo ya ha cambiado. Me siento mejor que antes; me han disminuido mucho los deseos de
comer, casi no me lo puedo creer, y ya no retengo tanto líquido en los tobillos y las manos.
Simplemente me encuentro mejor, ¿sabe?
Lo sabíamos, pero queríamos oírselo decir.
—Esta mañana me he levantado llena de energía. Esa no soy yo; no soy persona de
madrugar, pero esta mañana me he sentido muy bien. Y ya hace dos días que no tengo dolor de
cabeza. La verdad es que no quería hablar de eso, pero llevaba un tiempo con estos dolores de
cabeza, y pensaba que quizá tendrían algo que ver con lo de la presión. Me siento
estupendamente. Me cuesta creer que todo haya sido por culpa de esa bebida dietética.
Interrumpimos su entusiasmo para cerciorarnos de si el único cambio que había hecho era
el de dejar las bebidas de dieta, y cuando estuvimos seguros de ello, organizamos las cosas para
hacer un seguimiento de su progreso y para que viera a su médico.
Un mes más tarde, una Valerie feliz y alegre ocupó su lugar en el nuevo grupo de estudio.
Tenía la presión dentro de los límites normales y estaba más que dispuesta a enterarse de los
otros cambios que podía hacer para disminuir su secreción de insulina y mejorar ai máximo la
salud de su corazón.
Cuando la llamamos para comunicarle que le habíamos reservado su lugar en el grupo, su
voz dejó traslucir su entusiasmo, y nos pidió un favor.
—Quiero pedirles un favor —nos dijo—. El día que haya que explicar por qué es necesario eliminar
las gaseosas dietéticas, déjenme contar mi historia.
Pero nosotros hemos hecho algo mejor que eso, Valerie, ya que con tu permiso, la hemos
incluido aquí, para que la conozca todo el mundo.
La anécdota de la razón
Un joven secretario de juzgado, en su primer juicio, escuchaba atentamente, sentado junto al juez,
las alegaciones del fiscal y del abogado defensor. Terminadas éstas, esperó muy nervioso el
veredicto del juez.
—Bueno —dijo éste, dirigiéndose al abogado defensor—. Creo que usted tiene razón.
El joven retuvo el aliento, porque no se había imaginado que el veredicto fuera a ser tan
directo e instantáneo, sobre todo uno que no estaba de acuerdo con su opinión.
Entonces el juez se volvió hacia el fiscal y le dijo:
—Y creo que usted también tiene razón.
—¡Pero cómo, señor juez! — exclamó el secretario, fuera de sí, sin poder contenerse—. Le
dice al defensor que tiene razón, y luego también al fiscal.
Se detuvo en seco, asombrado ante su estallido, y esperó una sentencia que aplacara su
inquietud.
—Mmmm —musitó el juez. Se rascó la barbilla un momento y después miró al secretario y
le dijo—: Creo que usted tiene razón.
Nuestra pequeña historia describe a la perfección la situación cuando se trata de tomar
suplementos dietéticos: rara vez hay una sola res-
puesta correcta, y han de sopesarse muchas consideraciones para determinar cuáles suplementos son
los mejores, si es que los hay.
La historia anterior representa la división de opiniones entre científicos y público respecto a la toma
de suplementos nutritivos.
Por definición, suplemento nutritivo es un nutriente que se añade a la dieta con el fin de
producir un resultado concreto positivo para la salud. La nutrición suplementaria se puede realizar
comiendo o bebiendo los nutrientes en su forma natural o en forma de extractos o síntesis
especialmente preparadas, solas o combinados, en comprimidos, cápsulas u otras formas de
presentación.
Las opiniones contrarias respecto a los suplementos nutritivos llevan a la
guerra entre los Estados.
Los suplementos nutritivos que se ofrecen en este capítulo han sido elegidos por haber
demostrado repetidamente, en extensos estudios científicos, que favorecen y mejoran la salud del
corazón, y en muchos casos reducen enormemente el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca.
En el tema de toma de suplementos nutritivos en general, probablemente escucharás
argumentos enfrentados que apoyan a dos escuelas de pensamiento; ambas tienen puntos de vista
muy bien documentados, exponen argumentos convincentes y tienen defensores aún más poderosos.
Y las dos tienen razón, a su manera. Sin embargo son tan diametral-mente opuestas que a veces
tildamos su desacuerdo de guerra entre Estados».
A un lado del campo de batalla se sitúa el Estado de Insuficiencia, con científicos y
médicos muy prestigiosos que alegan que sólo se ha de dar suplementos cuando hay una clara
insuficiencia de una vitamina, mineral u oligoelemento concreto que es causa de enfermedad o
trastorno. Estarían de acuerdo, por ejemplo, en administrarle vitamina B12 a una persona anciana
que ya no es capaz de absorber esta vitamina de los alimentos que consume y muestra signos de
problemas de memoria debidos a esa insuficiencia vitamínica. Pero para recomendarle que tomara
ese suplemento, un análisis de sangre tendría que revelar que el nivel de vitamina B12 es inferior al
normal; sólo entonces se le daría hasta que se normalizara su nivel. Sin embargo, con toda
probabilidad, estos científicos y médicos no recomendarían dicho suplemento para prevenir este
problema.
El enfoque de esta escuela de pensamiento del Estado de Insuficiencia presenta dos
problemas. El primero es que quienes lo apoyan dan por supuesto que 1) saben cuál es el nivel
apropiado de nutrientes, y 2), que ese nivel apropiado es el mismo para todas las personas, con un
cierto margen de diferencia en cuanto a edad y sexo. Sin embargo, este enfoque de talla única en la
administración de suplementos nutritivos tiene algunos inconvenientes importantes, ya que al igual
que hay diferencias individuales en la necesidad de ingerir alimento o agua, algunas personas
también necesitan más de algunos nutrientes que de otros. Además, si bien ciertas personas toleran
insuficiencias extremas de nutrientes con pocos efectos aparentes, otras son tan sensibles que no
pueden continuar funcionando bien.
Hay que erradicar las insuficiencias nutricionales si se desea gozar de una salud
ideal del corazón.
Cada uno de los suplementos que recomendamos en este capítulo ha sido seleccionado por
su importancia para la salud cardiaca relacionada con el equilibrio de la insulina, una consideración
esencial para los adictos a los hidratos de carbono. Está demostrado que algunos de estos
suplementos reducen el hiperinsulinismo, otros mejoran la capacidad del cuerpo para tratar los
hidratos de carbono, los hay que restablecen el desequilibrio que produce el hiperinsulinismo, y por
último también están los que hacen las tres cosas.
Siguiendo las consideraciones de tu médico, elige entre estas distintas opciones los suplementos que
satisfagan mejor tus necesidades y, si quieres, añádelos a tu programa de salud para el corazón a
modo de compleción del segundo paso. Te recomendamos comenzar por la primera opción, el
cromo (en su forma de factor tolerancia a la glucosa) y, lo deseas, ve añadiendo otros, de uno en
uno. Espera por lo menos una semana para introducir uno nuevo. Mientras los vas añadiendo Pásate
al tercer paso del programa, y si quieres, o lo prefiere tu médico, directamente al tercero, saltándote
todas las opciones de suplementos.
Ahora bien, si decides complementar tu dieta con suplementos, léete las explicaciones de
los que prefieres. Mientras haces la selección, ten presente el historial médico de tu familia, tu
historial médico personal y tu estilo de vida. Los suplementos que presentamos han sido elegidos
con el fin de darte opciones para tu nutrición ideal individualizada; escoge los más indicados para ti,
y bajo ninguna circunstancia cambies las dosis de los medicamentos que te ha recetado tu médico ni
dejes de tomarlos, a no ser que él mismo te recomiende un cambio.
Muchos de los alimentos y bebidas que consumimos, entre ellos las bebidas gaseosas, los
productos para picar y la comida basura, eliminan literalmente el cromo del cuerpo.
Además, muchos de los alimentos y bebidas que consumimos, entre las bebidas gaseosas,
los productos para picar y la comida basura, eliminan literalmente el cromo del cuerpo. Incluso
alimentos y bebidas considerados «sanos» (como la leche, la fruta y los zumos) pueden agotar
nuestra provisión de cromo. A esta eliminación del cromo por alimentos se suman el estrés físico y
la actividad extrema, que agotan aún más este precioso nutriente. Así pues, dadas las dificultades
actuales, tal vez ya no sea posible mantener el cuerpo aprovisionado comiendo alimentos ricos en
cromo.
Al cromo se lo ha llamado el «cofactor esencial» de la insulina. Solemos describirlo como
su compañero, el que la ayuda a hacer su trabajo. Y como compañeros que trabajan juntos, cuando
uno es incapaz de hacer su parte, el otro se puede ver obligado a compensar su falta. Esto ocurre
entre la insulina y el cromo. Cuando el cuerpo no tiene suficiente cromo, necesita más insulina para
hacer su trabajo y secreta cantidades extra de esta hormona en cuanto se consumen alimentos o
bebidas ricas en hidratos de carbono.
Una simple insuficiencia de cromo puede iniciar un potente ciclo de producción excesiva de
insulina, seguido por ansias de comer, aumento de peso y problemas de azúcar en la sangre y
22
A lo largo de todo el libro, a menos que especifiquemos otra cosa, al decir cromo nos referiremos a la forma de cromo
nutritivo trivalente.
cardiacos. Se puede iniciar un ciclo de resistencia a la insulina, en el cual los músculos, el cerebro y
otros órganos se cierran a la insulina y a la glucosa. Primero, la insulina y el azúcar de la sangre se
canalizan hacia las células adiposas (con el consiguiente aumento de peso y altibajos en los niveles
de azúcar en la sangre); después, las células adiposas se cierran e impiden la entrada de insulina y
azúcar, dejándolas atrapadas en el torrente sanguíneo (lo que causa diabetes e hipertensión y pone
los cimientos de la enfermedad cardiaca).
Durante años los científicos han confirmado el papel tan importante que tiene la
insuficiencia de cromo en el desarrollo de la enfermedad cardiaca. Hace más de veinte años, el
doctor K. N. Jeejeebhoy y sus colegas publicaron en la revista American Journal oj Clinical
Nutrition que la insuficiencia de cromo llevaba a tener niveles anormales de azúcar en la sangre,
niveles peligrosos de grasa en la sangre y menor velocidad metabólica.
Una y otra vez en los últimos veinte años, científicos como el doctor A. S. Kozlovsky y sus
colegas (informe en la revista Metabolisrri), han confirmado que la insuficiencia de cromo es
común en la enfermedad cardiaca y en la diabetes de adulto, y, como ha informado el doctor
investigador Richard A. Passwater, la insuficiencia de cromo «tiene por consecuencia la formación
de ateromas en las arterias, los que a su vez pueden inducir la formación de trombos y provocar un
ataque al corazón».
El propio proceso de envejecimiento y su relación con la enfermedad cardiaca también
podría estar influido por la conexión cromo-insulina. Cuantos mayores nos hacemos más cromo
necesitamos, pero también es mayor la probabilidad de que 1) no consumamos la cantidad que
necesitamos y 2), que el estrés y otros factores nos agoten nuestro aprovisionamiento vital de
cromo. En resumen, mirando estos dos hechos juntos, vemos que a medida que envejecemos
nuestros cuerpos tienen menos cromo disponible justo en el momento en que más lo necesitamos. Y
con cada decenio que pasa, ese nivel disminuido puede ser causa de mayor secreción de insulina,
debido a lo cual aumenta también el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca.
La buena noticia es que corregir esa silenciosa insuficiencia de cromo es fácil y barato.
Complementar la dieta con cromo puede tener un potente efecto en la prevención o mejoría de
muchos de los problemas relacionados con la salud del corazón y de los factores de riesgo de con-
traer una enfermedad cardiaca que durante tantos años se han relacionado con el «proceso natural
del envejecimiento».
Entre otras fuentes naturales de cromo están la levadura de cerveza, la pimienta negra, los
champiñones, el vino y la cerveza; ahora bien, es casi imposible evitar o corregir una insuficiencia
de cromo consumiendo sólo estos alimentos y bebidas. De hecho, la forma como se los prepara, las
cantidades que se necesitaría tomar de ellos y el estrés a que estamos expuestos, hacen
prácticamente imposible mantener elevadas las reservas de cromo por medios naturales.
Por otra parte, la cantidad de levadura de cerveza y pimienta negra que podemos consumir,
y de vino o cerveza que debemos consumir, es limitada. Por último no debemos olvidar tampoco
que controlar las veces al día en que comemos alimentos ricos en hidratos de carbono es una cosa, y
evitar el agotamiento del cromo producido por el consumo de alimentos procesados o refinados, y el
estrés al que nos enfrentamos a diario, otra muy distinta y prácticamente imposible de alcanzar.
Aunque normalmente es preferible obtener los nutrientes que necesitamos de los alimentos
que comemos, complementar el consumo de cromo con una dosis suplementaria diaria del tipo
adecuado podría ser para la persona adicta a los hidratos de carbono la manera más fácil de
mantener equilibrada la secreción de insulina.
Una forma especial del nutriente cromo, barata y común, que se encuentra prácticamente en todas
las tiendas de alimentos dietéticos, y que se ha comprobado tiene efectos importantes en el
equilibrio insulínico, y en los problemas de salud relacionados con el peso y el corazón que suelen
ser consecuencia de este desequilibrio (se la damos a los participantes en nuestros estudios y a
nuestros pacientes), es el cromo factor tolerancia a la glucosa, o cromo FTG para abreviar [en
inglés, GTF].
Es posible que hayas oído hablar de otras formas de cromo, como el cromo picolinado y el
cromo polinicotinado, pero nosotros no las podemos recomendar, ya que el primero todavía es
bastante nuevo, y durante un tiempo la parte picolinada del producto ha suscitado cierta
preocupación en cuanto a su seguridad. El cromo polinicotinado es una combinación especial de
cromo con niacina; en nuestra opinión, este emparejamiento puede ser problemático, ya que como
el nivel crítico de la niacina es muy bajo, es fácil excederse en la dosis. Y aunque combinar niacina
con cromo produce beneficios económicos (permite a los fabricantes tener una nueva patente),
pensamos que para la nutrición ideal individualizada es mejor que estos dos nutrientes se man-
tengan separados; de ese modo hay muchas menos posibilidades de tomar demasiada niacina por
querer tomar suficiente cromo. Además, no se han hecho estudios que avalen los efectos de esta
combinación semejantes a los que sí se han hecho a lo largo de los años del cromo FTG [oGTF].
Aunque en las tiendas de alimentos dietéticos encontrarás muchos tipos de cromo, nosotros sólo te
recomendamos uno: 23 el cromo FTG [GTF]. Cuando lo compres, asegúrate de que en la etiqueta
diga «comprobado como activo biológicamente». Son varias las marcas que satisfacen ese requisito;
nosotros usamos el cromo FTG de la casa Solgar, que es activo biológicamente.
Lee la etiqueta con mucha atención: los comprimidos sólo deben contener cromo factor
tolerancia a la glucosa, nada de niacina, polinico-tinado ni ningún otro «nutriente añadido». Te
recomendamos encarecidamente que elijas cromo FTG y sólo cromo FTG.
23
Es necesario tener en cuenta las necesidades y problemas de salud de cada persona en particular. Por lo tanto, habla con
tu médico antes de empezar a complementar tu dieta con suplementos de cromo FTG. Y como puede reducir la necesidad
de insulina, los diabéticos que lo tomen deberán estar estrechamente controlados por sus médicos.
Según el National Research Council, de 50 a 200 mcg diarios de cromo trivalente es la
dosis «sin riesgo y adecuada» para los adultos. La mayoría de los comprimidos contienen 200 mcg,
de modo que uno al día satisface la dosis recomendada. No todas las marcas contienen esa dosis,
por lo que es importante leer detenidamente la etiqueta.
Tómate el comprimido de cromo a la misma hora cada día, pero no lo juntes con alimentos ni
medicamentos. El zinc, presente en los alimentos, preparados multivitamínicos o también en forma
de suplemento, puede obstaculizar la absorción del cromo FTG, por lo tanto acompáñalo con agua y
nada más.
Aunque los beneficios del cromo podrían comenzar a notarse al cabo de uno o dos meses, mucho
antes de que percibas la diferencia tu cuerpo ya estará reaccionando a este nutriente tan necesario.
En tercer lugar, hacer una dieta rica en fibra parece difícil y nada apetecible; muchas
personas prefieren tomar un comprimido. ¡Sorpresa! Simplemente siguiendo el primer paso de este
programa te asegurarás el consumo de una buena parte de la cantidad diaria de fibra recomendada.
Y añadiendo un poco más cuando elijas los alimentos ricos en hidratos de carbono, complementarás
tu programa con fibra adicional para la salud cardiaca.
La fibra es la parte filamentosa de las frutas, verduras y cereales. Pasa por el cuerpo sin ser
digerida. No tiene ningún valor calórico ni aporta vitaminas ni minerales importantes, y sin
embargo es absolutamente esencial para un programa de salud cardiaca.
Aunque muchas personas hablan de la fibra como si fuera una sola entidad, hay muchos
alimentos que proporcionan diferentes tipos de fibra. Los dos grupos principales de fibra son la
soluble y la insoluble. La fibra insoluble no se disuelve en agua y no la rompen los ácidos gástricos,
de modo que avanza rápidamente por el tubo gastrointestinal y favorece la eliminación rápida de la
materia fecal. Aunque se ha comprobado que la fibra insoluble alivia el estreñimiento y previene las
hemorroides, y muchos investigadores han informado de su importancia en la reducción del riesgo
de contraer cáncer de colon, no equilibra necesariamente la secreción de insulina. Por eso, siempre
atendiendo a las recomendaciones de tu médico, podría convertirse en un importante componente de
tu programa de comidas. Entre los alimentos ricos en fibra insoluble están las frutas, las verduras y
los productos de trigo integral, entre ellos el salvado de trigo.
La fibra soluble, en cambio, se disuelve en agua (aunque permanece intacta mientras está dentro
del cuerpo). En los intestinos forma una masa gelatinosa que engloba el colesterol y favorece su
eliminación. Debido a esta propiedad englobadora, la fibra soluble tiene un potente efecto reductor
del nivel de colesterol, tanto el total como el de baja densidad, lo que es importantísimo a la hora de
reducir el riesgo de enfermedad cardiaca.
En las comidas premio se puede aumentar el consumo de fibra de una manera fácil y
natural: en el tercio correspondiente a los alimentos ricos en hidratos de carbono dale preferencia a
los alimentos complejos (como por ejemplo el pan, las rosquillas de harina integral, las palomitas de
maíz y las frutas enteras ricas en fibra), en lugar de hacerlo a los ricos en azúcar y pobres en fibra
(como los caramelos y las gaseosas). En estas comidas come la fruta entera en lugar de tomarte esos
zumos desprovistos de fibra; tu corazón te lo agradecerá. Si tu médico está de acuerdo, a medida
que aumentes el consumo de fibra podrías ir aumentando también el de agua, añadiendo dos vasos
más a los seis u ocho al día que se recomiendan normalmente.
ALIMENTOS RICOS EN FIBRA Y SALUDABLES PARA EL CORAZÓN
En comidas
Sólo en
Fibra pobres en
Alimento Ración comidas
(gramos) hidratos de
premio
carbono
Verduras crudas
Apio 1 tallo 1,0 9 9
Brotes de legumbres ½ taza 1,5 9 9
Champiñones ½ taza 0,9 9 9
Espinacas 1 taza 1,2 9 9
Lechuga Troceada 1 taza 0,9 9 9
Pimiento Verde 1 taza 1,0 9 9
Zanahoria en rodajas ½ taza 1,9 9 9
Verduras cocidas
Brécoles ½ taza 2,2 9
Calabaza de verano ½ taza 1,4 9
Calabacines ½ taza 1,8 9
Cebollas ½ taza 1,1* 9
Chirivias ½ taza 2,7 9
Col ½ taza 1,7 9
Coles de Bruselas ½ taza 2,3 9 9
Esparragos ½ taza 1,0 9 9
Espinacas ½ taza 2,5 9 9
Guisantes ½ taza 3,6 9 9
Judias verdes ½ taza 1,6 9 9
Nabos ½ taza 1,7* 9
Patata con piel 1 mediana 2,5 9
Quimbonbo ½ taza 1,5* 9 9
Zanahorias ½ taza 2,6 9
Panes, etcetera
Bollo con salvado 1 pequeño 2,5 9
Gofres de centeno 3 2,3 9
Pan de centeno integral 1 rebanada 1,0 9
Pan frances 1 rebanada 0,7 9
Pan de trigo integral 1 rebanada 1,4 9
Cereales
Avena entera, cocida ¾ taza 1,6 9
Avena con salvado, fría ¾ taza 1,5* 9
Cereal 100% salavado, frío 1/3 taza 8,5 9
Copos de trigo 1 taza 2,0 9
Germen de trigo ¼ taza 3,4 9
Harina de avena, sin cocer 1/3 taza 1,4*
Salvado de avena, cocido ¾ taza 2,2*
Trigo descascarillado, frío 2/3 taza 2,6 9
Fruta
Albaricoques frescos 3 medianos 1,8 9
Arándanos ½ taza 2,6 9
Cerezas 10 3,0 9
Ciruelas 3 medianas 3,0 9
Fresas ½ taza 1,5 9
Mango ½ pequeño 1,7* 9
Manzanas con piel 1 mediana 3,5 9
Melocotón 1 mediano 1,9 9
Orejones de albaricoques 5 mitades 1,4 9
Pera 1 mediana 3,2 9
Piña ½ taza 1,1 9
Plátano 1 mediano 2,4 9
Pomelo ½ grande 3,1 9
Legumbres cocidas
Frijoles pequeños ½ taza 2,7* 9
Garbanzos ½ taza 1,3* 9
Judías arriñonadas en lata ½ taza 2,0* 9
Judías blancas ½ taza 2,2* 9
Judías blancas en lata ½ taza 2,2* 9
Judías negras ½ taza 2,4* 9
Pastas/arrozo (cocido)
Arroz integral ½ taza 1,0** 9
Espaguetis normales 1 taza 1,1 9
Espagueties de trigo integral 1 taza 3,9 9
Macarrones 1 taza 1,6 9
Productos para picar/tentempiés
Palomitas de maíz 1 taza 1,6 9
Pasteles de palomitas de maíz 4 1,1 9
Rosquilla salada dura 1 0,8 9
Rosquilla salda de trigo integral, dura 1 2,2 9
Por sus propiedades nutritivas, a la vitamina E se la compara con una navaja suiza, fácil de manejar
y capaz de realizar múltiples funciones. Y la lista de los beneficios para la salud que se le atribuyen
a esta vitamina continúa aumentando: modifica las grasas de la sangre para proteger al cuerpo de
contraer una enfermedad cardiaca, mejora la circulación previniendo la formación de coágulos que
pueden obstaculizar el paso de la sangre hacia el corazón (y disuelve los que ya se han formado),
evita que los glóbulos rojos se vean dañados por el oxígeno, estimula la formación de colesterol
«bueno» y mejora el sistema inmunitario para que nos resguarde mejor de las infecciones
bacterianas (causa recién descubierta de enfermedad cardiaca).
La vitamina E se encuentra en concentraciones bastante elevadas en una amplia variedad de
semillas, frutos secos y aceites, entre ellos, el aceite de oliva, el germen de trigo y el aceite de
germen de trigo, las pipas y el aceite de girasol, las almendras, las pecanas, las avellanas, el aceite
de cártamo, el aceite de maíz, y el aceite y la mantequilla de cacahuete. Los cereales integrales, las
hojas verdes de las verduras, el hígado desecado, las asaduras, la soja y los huevos también son
ricos en vitamina E.
El procesado, la refinación, la congelación, el calor y la presencia de cloro y hierro pueden
despojar a los alimentos de gran parte de su vitamina E natural, motivo por el cual es posible que
los productos de cereales así tratados no proporcionen, aunque se asegure en el paquete que
contienen vitamina E añadida, la cantidad de vitamina utilizable por el cuerpo (sobre todo si
también se ha añadido hierro y otras vitaminas). El hecho de que se haya añadido la vitamina
durante la «fabricación» del producto no significa que éste la contenga de una forma utilizable
cuando se come, ya que el propio procesado o la adición de vitaminas o minerales rivales podrían
eliminarla o inutilizarla. Los aceites prensados en frío (como el de oliva) y los cereales integrales
tienen más posibilidades de retener su contenido de vitamina E que los que han sido calentados,
procesados o refinados.
Y aun en el caso de que la dieta sea rica en vitamina E, muchos fármacos (como, por
ejemplo, los medicamentos para bajar el colesterol, los anticonceptivos orales y algunos
antibióticos) pueden obstaculizar su absorción o utilización por el organismo.
Durante muchos años se sospechó que la vitamina E tenía una capacidad reductora del
hiperinsulinismo, pero sólo recientemente se ha confirmado su conexión con este trastorno y su
relación con la enfermedad cardiaca. Los últimos informes, entre ellos el estudio pionero realizado
por el doctor A. G. Galvan y su equipo de investigadores, publicado en la revista Metabolism en
1996, han proporcionado información esencial respecto a la relación entre la insulina y la vitamina
E. Después de estudiar a cuatro grupos de personas (con problemas de sobrepeso, diabéticas,
hipertensas y sanas), el doctor Galvan comprobó que, al inducirles un hiperinsulinismo, en todas
bajaba considerablemente el nivel de vitamina E. El equipo llegó a la conclusión de que el nivel
elevado de insulina agota drásticamente la provisión de vitamina E en el cuerpo y que este
agotamiento de la vitamina lo deja desprotegido, expuesto a la oxidación, envejecimiento de las
células y a un mayor riesgo de contraer una enfermedad cardiaca.
Es importante incluir, siempre que sea posible, alimentos ricos en vitamina E entre las
opciones diarias (véase página 117). Pero tómala sólo en forma de suplemento y después de
consultárselo a tu médico; si fumas o tienes hipertensión, diabetes o una enfermedad cardiaca
reumática o isquémica, tal vez no te convenga tomar ese suplemento, o tengas que modificar el
consumo. Habla con tu médico acerca de este y otros problemas.
No se aconseja tomar suplementos de vitamina E mientras se están tomando medicamentos
para adelgazar la sangre o se tiene algún problema médico que cause insuficiencia de vitamina K,
como por ejemplo la enfermedad celiaca o enfermedad hepática. Estos y otros problemas deberás
hablarlos con tu médico antes de comenzar a tomar suplementos de vitamina E.
Los suplementos de vitamina E se presentan en ocho formas; la más común y más activa es
la llamada alfa-tocoferol. Las dosis diarias recomendadas de tocoferol son de 8 unidades
internacionales (UI) para mujeres no embarazadas, y de 10 UI para los hombres. En su estudio
«What Dose of Vitamin E Is Required to Reduce Susceptibility of LDL to Oxidation?» [¿Qué dosis
de vitamina E es necesaria para reducir la vulnerabilidad del colesterol LDL (malo) a la
oxidación?], publicado en 1996, el doctor L. A. Simons descubrió que 500 UI diarias producían el
cambio deseado, mientras que el doctor H. M. Princen y otros investigadores informaron que, si
bien dosis mayores de vitamina E reducían en mayor medida el LDL, sólo se necesitaba una dosis
diaria de 25 UI para producir un cambio importante. La dosis adecuada para ti dependerá de tus
necesidades particulares y, repetimos, antes de administrártela, consúltalo con tu médico.
Normalmente es mejor elegir un suplemento de vitamina E que no contenga otros
nutrientes, vitaminas o minerales. Si te conviene tomarlo, elige cápsulas de gel blando y no los
comprimidos multivitamúlicos. Y como no parece que ninguna marca en concreto aporte beneficios
añadidos, compra el producto genérico menos caro, pero eso sí, asegurándote de que sea vitamina
E.
Algunos suplementos de hierro destruyen la vitamina E, por lo tanto no los tomes a la
misma hora.
El cuerpo no produce vitamina C, de modo que toda la que necesitamos hemos de obtenerla
de los alimentos o suplementos. Las pildoras anticonceptivas y la aspirina pueden destruir
las reservas de vitamina C.
Los estudios indican que 400 meg diarios de ácido fólico podría prevenir hasta 27.000
muertes al año en nuestro país. Pero por desgracia, aunque 400 meg era la dosis diaria recomendada
en el pasado, en 1989 se redujo a la mitad. Las pruebas clínicas continúan confirmando la
importancia del ácido fólico en la reducción del riesgo de enfermedad cardiaca, y aunque es muy
posible que pronto cambien las recomendaciones, para incorporar el ácido fólico como elemento
esencial en la batalla contra la enfermedad cardiaca, al parecer la mayoría de los científicos y
médicos estarían de acuerdo con el informe publicado en. Journal ofthe American Medical
Association, septiembre de 1997, que a la vez que pedía que se realizaran más experimentos
clínicos, apuntaba: «Mientras tanto, la norma de aumentar el consumo de ácido fólico podría tener
un considerable efecto».
Según el doctor Meir Stampfer, del Brigham and Women's Hospital, de Boston, las
investigaciones sugieren que la moderada elevación en el nivel de homocisteína implica tener tres
veces más riesgo de contraer una enfermedad cardiaca, y que, por lo general, el nivel elevado se
puede reducir «con modestas cantidades de ácido fólico». Otros estudios, dirigidos por Mu-En Lee
de Harvard, señalan que la homocisteína estimula los genes que activan el crecimiento de las células
de las paredes de los vasos sanguíneos, células que se convierten en placas ateroscleróticas. Así,
expuestos al ácido fólico, estos genes se desactivan. Por lo tanto, para la persona adicta a los
hidratos de carbono, que bien podría formar parte del 21 por ciento de la población que tiene un
nivel elevado de homocisteína, tomar un suplemento de ácido fólico parece muy conveniente.
No obstante, las opiniones sobre la toma de suplementos de ácido fólico continúan
cambiando. Al principio la American Heart Association publicó un comunicado en el que anunció
que «no se recomienda el uso extendido del ácido fólico ni de vitaminas B para reducir el riesgo de
contraer una enfermedad cardiaca o tener accidentes cerebrovasculares». En este sentido,
recomendó una dieta sana y equilibrada que incluyera cinco raciones de fruta y verdura al día y una
dosis diaria de ácido fólico de 400 mcg (la dosis diaria recomendada por el organismo
gubernamental es de 200 mcg para los hombres y 180 mcg para las mujeres). En este mismo
comunicado se incluyó una lista de las fuentes naturales de ácido fólico, entre ellas «las frutas
cítricas, los tomates, las verduras y los productos de cereales», y se dijo que «desde enero de 1998,
la harina de trigo estaba siendo enriquecida con ácido fólico para añadir aproximadamente 100 mcg
al día a la dieta normal», por lo tanto «sólo se deberán tomar suplementos si la dieta no es la
adecuada para lograr esa cantidad».
El riesgo de contraer una enfermedad cardiaca es más del doble en las personas que
tienen un nivel elevado de homocisteína.
Recientemente, en sus Recommendations: Homocysteine; Folie Acid and Cardiovascular Disease
(1999), la American Heart Association (AHA) declara que «dos informes recientes han reforzado
las pruebas de esta relación [entre la enfermedad cardiaca y el nivel elevado de homocisteína]:
1. En un extenso experimento europeo realizado en muchos centros, y publicado en la revista
Journal of the American Medical Association, se comprobó que entre los hombres y
mujeres menores de 60 años, el riesgo general de contraer una enfermedad cardiaca
coronaria y otras enfermedades vasculares era 2,2 veces mayor en las personas cuyo nivel
total de homocisteína en la sangre estaba en el quinto superior de la franja normal,
comparado con las que lo tienen cuatro quintos por debajo. Este riesgo era independiente de
otros factores de riesgo, pero notablemente mayor en las personas que fumaban y tenían
hipertensión.
2. En un estudio realizado en Noruega, y publicado en New England Journal of Medicine, se
comprobó, entre 587 pacientes de enfermedad cardiaca coronaria, que el riesgo de morirse
después de cuatro o cinco años era proporcional al nivel total de homocisteína que tuvieran
en la sangre. El riesgo se elevaba desde el 3,8 por ciento en las personas con los niveles más
bajos (inferior a 9 mcmol/litro) al 24,7 por ciento en las personas con los niveles más altos
(superior a 15 mcmol/litro)».
La AHA añade, además, que «los resultados de otros estudios sugieren que la homocisteína
podría influir en la aterosclerosis al dañar el revestimiento interior de las arterias y favorecer la
trombosis (formación de coágulos o trombos)».
A continuación explica la conexión esencial homocisteína-ácido fólico:
La dieta y los factores genéticos influyen poderosamente en los niveles de homocisteína en la sangre. Los
componentes dietéticos de mayor efecto son el ácido fólico y las vitaminas B6 y B12. El ácido fólico y otras
vitaminas del grupo B contribuyen a descomponer la homocisteína en el cuerpo. En varios estudios, entre
ellos el anterior experimento europeo, se ha descubierto que los niveles mayores de vitaminas B (de ácido
fólico entre otras) están relacionados, al menos en parte, con menores concentraciones de homocisteína. Otros
estudios recientes demuestran que el bajo nivel de ácido fólico en la sangre se vincula con un riesgo mayor de
contraer una enfermedad cardiaca coronaria o tener un accidente cerebrovascular fatales.
no se ha realizado ningún estudio sobre tratamiento controlado que demuestre que los suplementos de ácido
fólico reduzcan el riesgo de contraer aterosclerosis, ni que tomar esas vitaminas tenga un efecto en el desa-
rrollo o recurrencia de la enfermedad cardiovascular. Los investigadores han probado diversas dosis de ácido
fólico para bajar el nivel de homocisteina, pero todavía no está claro cuál es la más óptima ni hasta qué punto
se necesita un suplemento dietético.
no se ha realizado ningún estudio sobre tratamiento controlado que demuestre que los suplementos de ácido
fólico reduzcan el riesgo de contraer aterosclerosis, ni que tomar esas vitaminas tenga un efecto en el desa-
rrollo o recurrencia de la enfermedad cardiovascular. Los investigadores han probado diversas dosis de ácido
fólico para bajar el nivel de homociste-Ina, pero todavía no está claro cuál es la más óptima ni hasta qué punto
se necesita un suplemento dietético.
Más adelante añade también: «Aunque faltan pruebas que demuestren los beneficios que
reporta bajar el nivel de homocisteína, se recomienda encarecidamente a los pacientes de alto riesgo
que sigan una dieta que asegure el consumo adecuado de ácido fólico y de vitaminas B6 yB!2».
Aun así, muchos investigadores piensan que las pruebas de que el ácido fólico reduce el nivel de
homocisteína son fehacientes y claras. El doctor Manuel R. Malinov, de los Servicios de la Salud de
la Universidad de Oregón en Portland, ha lanzado la idea de que enriquecer con ácido fólico los
productos de cereales, medida que la FDA ha recomendado para prevenir los defectos congénitos
(de nacimiento), podría bajar también el nivel de homocisteína.
En un estudio realizado con 75 pacientes de enfermedad cardiaca coronaria, divididos en tres
grupos, de edades comprendidas entre los 45 y los 85 años, publicado en New England Journal oj
Medicine, el doctor Malinov y sus colegas midieron los efectos que tenían en el nivel de
homocisteína en la sangre de estas personas unos cereales que les dieron para desayunar,
enriquecidos con ácido fólico. No todos los cereales contenían la misma cantidad de ácido fólico.
Así pues, en los pacientes que tomaron cereales enriquecidos con 127 mcg de folato
(«aproximadamente, la mayor dosis recomendada por la norma de enriquecimiento de la FDA»), el
nivel de homocisteína no disminuyó de un modo significativo. Pero entre los que tomaron 449 mcg
y 665 mcg, lo hizo en un 11 y un 14 por ciento respectivamente. Este estudio del doctor Malinov
demuestra que hasta la dieta más equilibrada puede no contener suficiente ácido fólico o folato para
bajar el nivel de homocisteína y prevenir el ataque al corazón.
Otros prominentes investigadores apoyan la necesidad de tomar suplementos de ácido
fólico además de alimentos que lo contengan en abundancia. «Las pruebas que relacionan los
ataques al corazón con niveles elevados de homocisteína son muy sólidas», comentó el doctor
Godfrey Oakley hijo, director del Departamento de Defectos de Nacimiento y Trastornos de
Desarrollo de los Centros para el Control y Prevención de la Enfermedad, de Atlanta.
Puede que no se obtenga de los alimentos el ácido fólico que se necesita. Helenbeth Reiss
Reynolds, nutricionista de Plymouth (Minnesota) y portavoz de la American Dietetic Association,
con sede en Chicago, ha observado que «el folato presente de manera natural en los alimentos no es
tan biodisponible como el ácido fólico, por lo que es muy importante enriquecer los productos».
También señala que el estadounidense corriente sólo consume 200-250 mcg diarios de ácido fólico,
una cantidad suficiente para prevenir la insuficiencia, pero no para bajar el nivel de homocisteína.
¿Qué se le puede recomendar entonces a la persona que desea reducir el riesgo de contraer
una enfermedad cardiaca? Creemos que, siempre que tu médico esté de acuerdo, además de algún
suplemento te iría bien tomar alimentos ricos en ácido fólico. La levadura de cerveza, los cítricos,
los tomates, las verduras de hoja verde y los productos elaborados con cereales son particularmente
ricos en ácido fólico. Queda la duda con respecto a la vitamina B6 ya que aún faltan respuestas a
algunos interrogantes y problemas. Además de otras recomendaciones, algunos científicos
aconsejan que, cuando se aumente el consumo de ácido fólico, también se mantenga elevado el de
vitamina B12 para que los potentes beneficios del ácido fólico no enmascaren algún problema de B12
oculto. Desde luego, los alimentos ricos en B¡2 y los suplementos de esta vitamina podrían ser un
buen complemento del ácido fólico. Además de la necesidad de equilibrar los otros nutrientes, la
toma de un suplemento de ácido fólico a veces obliga a añadir magnesio (véase «Opción
suplemento 5»). Como en todas las cuestiones dietéticas, consulta primero con tu médico, y, por la
salud de tu corazón, valora el ácido fólico.
Es probable que cuanto más elevado esté el nivel de insulina en la sangre, más bajo esté el
de magnesio.
Un dato interesante para la persona adicta a los hidratos de carbono es que las reservas de
magnesio dependan de la acción de la insulina, ya que es probable que cuanto más elevado esté el
nivel de insulina y la resistencia a ella, más baja esté la reserva natural de magnesio. Durante un
tiempo las opiniones de los científicos estuvieron bastante divididas con respecto a qué era primero,
el hiperinsulinismo o el nivel bajo de magnesio, ya que las pruebas apoyaban ambos puntos de
vista.
De hecho, cuando encontraban hiperinsulinismo, también encontraban niveles bajos de
magnesio, y viceversa. Por fin, en 1995, el doctor M. S. Djurhuus y su equipo, en un estudio
publicado en la revista Diabetes Medicine, revelaron el proceso por el cual el hiperinsulismo
aumenta considerablemente la cantidad de magnesio eliminado por la orina. Al observar la pérdida
de este mineral esencial, estos investigadores llegaron a la conclusión de que el exceso de insulina
podría ser el responsable del «agotamiento de magnesio observado en diversos estados
hiperinsulínicos, la diabetes mellitus, la aterosclerosis, la hipertensión y la obesidad».
En la actualidad esta cuestión se sigue estudiando, y aunque tomar suplementos de
magnesio no asegura el equilibrio de la insulina, los estudios indican que podría ser de gran ayuda a
la hora de prevenir y eliminar muchos trastornos relacionados con su insuficiencia, entre ellos la
diabetes, la aterosclerosis, la hipertensión y la obesidad. Por supuesto, antes de decidir si la toma de
suplemento de magnesio debe formar parte de tu plan general para reducir el exceso de insulina,
consúltalo con tu médico.
Si tienes alguno de estos síntomas y no se explica la causa, sería juicioso por tu parte que le
preguntaras a tu médico si puedes tomar suplemento de magnesio. Además, en vista de la relación del mag-
nesio con la insulina y la resistencia a ella, parece importante explorar la toma de este suplemento como parte
de un programa saludable para el corazón.
El informe decía que Beth sólo tenía 49 años, pero cuando entré en la sala para examinarla me
pareció muchísimo mayor. Tenía el pelo canoso, la piel cetrina y la espalda encorvada. Se veía
cansada, abatida, V Sentí una inmensa rnmnasión nnr olla
Los resultados del análisis de sangre revelaban parte de su historia: elevado nivel de triglicéridos,
casi tres veces el normal; bajo nivel de «colesterol bueno», elevado nivel de «colesterol malo»;
tenía la presión arterial un poco alta y un sobrepeso considerable. Lo más preocupante era que
todo el sobrepeso estaba concentrado en la zona abdominal, lo que suele indicar una inminente
enfermedad cardiaca producida por el exceso de insulina.
De todos modos, pensé que debía considerar otras cosas aparte de los análisis de
laboratorio, y mi corazonada fue acertada. Charlamos un poco, y al cabo de unos momentos ella
se sinceró conmigo y me explicó lo frustrada y preocupada que se sentía. Sufría cambios de humor
extremos y unas ansias de comer que ella atribuía a un nivel bajo de azúcar en la sangre. Aunque
eran muchas las cosas que podían causar esos cambios en el estado de ánimo y motivación, a ella
le parecía que su incapacidad para concentrarse o pensar con claridad le sobrevenía dos horas
después de comer, señal de que, en realidad, los problemas del nivel de azúcar en ia sangre
podían ser un factor causal.
Aunque el análisis de sangre en ayunas para comprobar su nivel de azúcar no indicaba
ninguna anormalidad, dada la incidencia de diabetes de adulto en su familia, le pedí que se hiciera
una prueba de tolerancia a la glucosa oral. El análisis realizado tres horas después de haber
tomado una bebida rica en glucosa nos dio la información que necesitábamos. Aunque todavía no
era diabética «oficialmente», iba bien encaminada para acabar siéndolo, ya que los resultados del
análisis indicaban claramente que su cuerpo era incapaz de tratar el azúcar de una manera normal.
Su secreción de insulina como reacción a la bebida de glucosa era tres veces la normal, y a las
dos horas de haberla bebido su nivel de azúcar en la sangre había bajado respecto al que tenía
después de más de ocho horas de ayuno.
Le expliqué que, si bien un nivel bajo de azúcar en la sangre daba la impresión de ser lo
contrario del exceso de azúcar que suele acompañar a la diabetes, con frecuencia ambos niveles
estaban muy relacionados.
Sus padres habían sido diabéticos; su padre había sucumbido a la enfermedad cardiaca
cuando todavía era cincuentón, y su madre cuando tenía poco más de sesenta. Beth necesitaba
tratamiento, y lo necesitaba ya.
Hablamos de la dieta de poca frecuencia de hidratos de carbono, y de que comiera los
alimentos ricos en ellos en una comida al día. v en las demás sólo alimentos pobres en hidratos de
carbono.
También le recomendé que empezara a tomar cromo factor tolerancia a la glucosa cada día.
—Tómalo entre comidas —le expliqué—, y sin ningún otro suplemento. El zinc compite con el
cromo, por lo tanto si los tomas juntos, o el cromo con alimentos ricos en zinc, éste impedirá que tu
cuerpo absorba el otro mineral.
Beth quiso saber más acerca del cromo, y yo le ayudé con mucho gusto a entender su importancia.
—Nueve de cada diez estadounidenses comen alimentos que no contienen suficiente cromo. De tu
dieta no obtienes el cromo suficiente, y si se comen alimentos procesados que contienen
muchísimo azúcar, o se bebe leche, se pierde aún más cromo del que ya se ha almacenado. El
cromo es también un importante auxiliar de la insulina, de modo que cuando no se tiene suficiente,
el cuerpo trata de compensarlo secretando insulina extra, cosa que a ti no te conviene que haga —
añadí con énfasis.
Le recomendé cromo factor tolerancia a la glucosa, una forma de cromo muy bien
estudiada que ha demostrado ser muy eficaz.
Beth quedó en volver a verme pasados unos tres meses.
La mujer que se presentó ante mí pasados esos meses parecía mucho más joven, y feliz.
—Me siento una persona nueva —exclamó—. Me han desaparecido los cambios de
humor; no tengo palabras para decir lo maravilloso que es. Y bueno, me siento tan... joven.
Los análisis confirmaron lo que Beth ya sabía. Le había bajado la presión arterial, los triglicéridos
en la sangre estaban dentro de los límites normales, y todos los demás aspectos de su sangre
indicaban una importante mejoría. Otro análisis de tolerancia a la glucosa, de tres horas, reveló
cambios notables; si no la hubiera visto hace unos meses, no se me habría ocurrido considerarla
prediabética.
—Sé que el cromo es importante —me dijo mientras comentábamos los resultados de sus
análisis—. La dieta ha acabado con mis ansias de comer, y sé que va bien para mantener a raya el
azúcar en la sangre, pero, no sé explicarlo, después de tomar cromo me siento mejor.
Simplemente es algo que me hace sentir bien.
Tenía los ojos luminosos, sus mejillas habían cobrado ese brillo natural de la salud, y su porte
denotaba seguridad y confianza. Rebosaba una nueva energía, y sonreía al hablar entusiasmada
con sus nuevas experiencias y sentimientos.
«Sí, algo está muy bien», pensé, y sonreí como reacción a la ¡dea de lo joven de corazón
que se había vuelto mi paciente.
7
El Programa Corazón Sano
para los adictos a los hidratos de carbono.
Tercer paso: Opciones de actividad
Equilibrada
Las mentes activas y los cuerpos activos nunca envejecen.
LEE SALK
Actores y espectadores
Hay personas que se mueven, que actúan: les encanta estar activas, mientras que otras se limitan a
contemplar la actividad, sentadas, moviendo la cabeza maravilladas e incrédulas.
No dejaremos de repetirlo una y otra vez: la misma talla no le va bien a todo el mundo, y
esto también vale para un programa de actividades. Aunque cientos de científicos han documentado
las formas que tiene la actividad de reducir el exceso de insulina y la resistencia a ella, y aunque te
animamos a ser todo lo activo/a que puedas según tus necesidades y preferencias, si te sientes
incapaz o no quieres añadir el componente actividad a tu programa (ya sea por ahora o
indefinidamente), estás en tu derecho de no hacerlo. 24*
La actividad regular y apropiada reduce el exceso de insulina y la resistencia a ella. Como
hemos visto, este equilibrio de la insulina influye positivamente en la hipertensión, niveles de
triglicéridos y colesterol en la sangre y sobrepeso, y disminuye el riesgo de contraer diabetes o una
enfermedad cardiaca derivada del exceso de insulina.
Con toda probabilidad, un estilo de vida activo tendrá un efecto sinérgico, multiplicando los
beneficios producidos por los dos primeros pasos de este programa y reduciendo aún más los
riesgos de acabar teniendo una enfermedad cardiaca. En el caso de que no puedas o no desees
incorporar un programa continuado de actividad (ni siquiera uno muy suave y poco exigente), de
todos modos cosecharás los beneficios para la salud del corazón provenientes del equilibrio
insulínico producido por los otros pasos.
Si decides saltarte este paso, hazlo pensando que sólo es «por el momento». Con el tiempo,
los efectos de los dos primeros pasos mejorarán tu disposición y te motivarán, y tal vez te capaciten
más para disfrutar de los placeres y beneficios de una vida activa. En ese caso, siempre podrás
volver a este paso.
Esperamos que puedas unirte a nosotros en este paso «que se mueve» hacia la salud del
corazón, pero de no ser así, siéntete en total libertad para pasar a las «Opciones saludables para el
corazón» del siguiente capítulo.
Se realista en tus opciones elige una actividad que te resulte agradable y fácil y que encaje bien
en tu agenda u ocupaciones cotidianas.
La constancia es lo principal en este paso, al igual que en todos los demás pasos del
programa; pero la buena noticia es que aquí tendrás mayor libertad de elección de la que tal vez has
tenido antes. Te animamos a elegir una actividad que sea fácil y/o tan agradable que la constancia
no sea un problema. Elige un grado de intensidad en el que te sientas a gusto y sea fácil de
mantener.
La constancia no implica un compromiso diario. Es mucho mejor elegir una actividad
moderada y perseverar en ella tres veces a la semana que decantarse por una actividad vigorosa
diaria y saltársela varias veces a la semana. Al principio tu cuerpo no notará la diferencia, pero tu
mente sí. Y, como sabes, si te disgusta faltar a una promesa, aunque sea (o especialmente) hecha a ti
mismo/a, haciéndolo así evitarás sentirte culpable.
Elige una actividad que te resulte agradable y fácil y que encaje bien en tu agenda de
ocupaciones cotidianas. Comienza a practicarla con calma y ve aumentando la intensidad según
convenga. Tal vez descubras que después de haber incorporado los dos primeros pasos a tu vida, ha
aumentado tu grado de energía, y hasta es probable que te sientas más inclinado y motivado para
realizar alguna actividad y que te canses menos. Con la conformidad de tu médico, aumenta tu
actividad como desees, y si en cualquier momento piensas que preferirías volver al primer grado de
intensidad o cambiar a otra actividad, hazlo de inmediato. No te obligues a hacer algo que no deseas
hacer, ya que eso te provocaría un enfado contra ti mismo y al final lo dejarías del todo.
Es increíble el número de personas que hacen caso omiso de sus sentimientos y se obligan a
practicar una actividad hasta que se vuelve insoportable y la llegan a odiar, rebelándose contra las
mismas cosas que deseaban conseguí Así pues, te rogamos que seas amable y comprensivo/a y
compasivo/a contigo mismo/a; en último término esto es, en todos los aspectos, totalmente lógico
para la salud del corazón.
ASEGURARSE EL ÉXITO
Cuando te llegue el momento de elegir una actividad, usa la cabeza. Tómate todo el tiempo que
quieras para considerar tus necesidades y limitaciones. Sé realista y piensa en lo siguiente:
• ¿Cuánto tiempo puedes dedicarle, regularmente?
• ¿Prefieres una sola actividad, o estás dispuesto/a a llevar a cabo varias que mantengan el
interés?
• ¿Puedes hacer la actividad elegida si hace mal tiempo?
• Cuando el tiempo y las exigencias del trabajo te lo pongan difícil, ¿podrás mantener tu
compromiso?
• ¿Hay algo que puedas hacer para que tu elección sea más gratificante?
Piensa detenidamente en tus limitaciones físicas. Procura no hacer promesas que después
vayas a romper y te hagan sentir culpable. Si cambias de opinión, perdónate; aprende de la
experiencia, y la segunda vez haz una elección más realista.
Es mucho mejor que elijas una actividad que te exija menos tiempo y esfuerzo pero que la
puedas continuar haciendo, que una más rigurosa que luego te vayas a ver obligado a abandonar
simplemente porque no es la adecuada para ti.
Comienza con un compromiso «más fácil»; cuando bajes el nivel de insulina y el peso y tu
energía aumente, entonces podrás cambiar a algo más difícil. Ser constante con una alternativa
más fácil es mucho más beneficioso que comenzar, dejarlo y volver a comenzar una opción más
difícil o exigente. Y antes de comenzar cualquier programa nuevo de actividad, consúltalo con tu
médico.
Frecuencia
Actividad
SUAVE:
Aparatos StepMaster, NordicTrack, andadores y similares: paso tranquilo y uniforme Baile:
ritmo movido pero tranquilo
Bicicleta (normal o estática): ritmo tranquilo y uniforme
Bolos
Ejercicios de estiramiento
25
Por favor, elige sólo actividades que no contravengan las recomendaciones de tu médiro de cabecera.
Caminar: paso ágil pero tranquilo
Gimnasia acuática: amplia variedad de ejercicios suaves
Golf
Tai chi
Yoga
MODERADA:
Aparatos StepMaster, NordicTrack, andadores y similares: paso moderado y uniforme
Baile: ritmo moderado
Bicicleta (normal o estática): velocidad moderada Ejercicios aeróbicos: ritmo suave
Ejercicios con pesas: ritmo moderado con momentos de descanso Caminata: paso
moderado Esquí (de fondo o en pendiente): velocidad suave Gimnasia acuática: ejercicios
moderados, agradables Natación: ritmo moderado, uniforme Patinar: ritmo moderado,
uniforme Saltar a la cuerda: ritmo suave, uniforme Tenis, frontón, voleibol: ritmo moderado
Trote: carrera moderada a paso enérgico
VIGOROSA:
Aparatos StepMaster, NordicTrack, andadores y similares: ritmo rápido
Baile: ritmo rápido, sin interrupción
Bicicleta (normal o estática): ritmo rápido
Ejercicios aeróbicos: ritmo moderado o rápido
Ejercicios con pesas: intensos
Caminata: paso rápido, sin interrupción
Esquí (de fondo o en pendiente): velocidad moderada o rápida
Gimnasia acuática: ejercicios rápidos
Natación: ritmo rápido
Patinar: ritmo moderado o rápido
Saltar a la cuerda: ritmo moderado
Tenis, frontón, voleibol: ritmo moderado o rápido
Trote: carrera moderada o rápida
Cuando comiences a sentirte cómodo/a con tu actividad, y una vez que hayas obtenido la
conformidad de tu médico, puedes empezar a aumentar la duración y la frecuencia. Quizá prefieras
aumentar el grado de intensidad (de suave a moderada o de moderada a vigorosa). Hazlo como más
te plazca. Por ejemplo, si disfrutas caminando, quizá te resulte fácil aumentar el tiempo que le
dedicas. Pero si no tienes tiempo ni ganas de hacerlo, tal vez puedas aumentar la velocidad o la
frecuencia; es decisión tuya. No olvides, eso sí, que sólo puedes hacer el cambio cuando ya hayas
perseverado en la actividad actual.
Muchas veces hemos oído que cuanto más enérgico es el ejercicio y más nos hace «sudar», mejor es
para el corazón. Pues bien, esto no siempre es así en el caso de los adictos a los hidratos de carbono,
cuyo cuerpo está empeñado en ahorrar energía. Y además, para ellos, la mejor forma de sacarlos de
esa modalidad «ahorradora» es llevar un estilo de vida activo, y no un exigente régimen de
ejercicios que no se pueda mantener.
No obstante, añadiendo una actividad regular a los pasos de nutrición equilibradora de los hidratos
de carbono y suplementos, podrás iniciar un verdadero cambio en el nivel de insulina y en el riesgo
que comporta de contraer una enfermedad cardiaca.
Una actividad suave y regular saca al cuerpo de la modalidad «ahorradora»,
disminuye el exceso de insulina y el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca.
Los ejercicios aeróbicos rápidos y otros tipos de programas formales también valen, aunque
aquí no podemos determinar tu capacidad para participar en un régimen de ejercicios vigorosos.
Ahora bien, en lo tocante a equilibrar la secreción de insulina y reducir la resistencia a ella, la
actividad suave y regular puede producir resultados similares a los de los ejercicios más vigorosos.
No obstante, una caminata tranquila y agradable, el movimiento y el baile quizás se acerquen mas al
tipo de actividad que te estimule a continuar y que, al final, produzca los mejores resultados
posibles en la reducción de la insulina. Por otra parte, recuerda que los ejercicios agotadores tienden
a consumir las reservas de cromo y otros nutrientes esenciales para el equilibrio de los niveles de
insulina y de azúcar en la sangre.
Aumenta el grado de actividad, la duración y/o la frecuencia según desees y de acuerdo con
tu estado de salud actual. Este es tu programa; no te impongas reglas ni exigencias innecesarias. Sé
amable contigo mismo/a y reconoce los esfuerzos que haces. Si comienzas a fallar en la constancia,
intenta hacer más agradable y gratificante tu actividad. Como siempre, reconoce el trabajo que
haces, y si flaqueas en la perseverancia, no te culpes; busca la causa o motivo, y soluciona el
problema.
TERCERA PARTE
Favorecedores
de la salud cardiaca,
para hoy y para mañana
8
Opciones saludables para el corazón, para toda la vida
El mayor poder que posee una persona es el de elegir.
J. MARTIN KOHE
Una vez que te sientas cómodo/a con el Plan básico (primero, segundo y tercer pasos) podrás
añadir, de una en una, opciones saludables para el corazón. Cada una de estas opciones está pensada
para reducir aún más el exceso de insulina y la resistencia a ella. Por lo tanto, cuantas más opciones
incorpores a tu vida, mayores serán las probabilidades de reducir los riesgos de hipertensión, niveles
peligrosos de grasa en la sangre, diabetes, obesidad y enfermedad cardiaca.
Estas opciones saludables apuntan a potentes desencadenantes ocultos que tal vez no sabes
que tienes en el cuerpo y que amenazan tu salud cardiaca. Son sencillas de seguir y se pueden
adaptar fácilmente a tu estilo de vida y preferencias.
No importa el orden con que las elijas ni cuándo, pero sí que escojas todas las que
convengan a tus circunstancias particulares. La elección la haces tú; tú decides qué opciones deseas
incorporar, y cuándo y de qué modo las quieres añadir.
Tú eliges las opciones que deseas incorporar a tu vida, una a una, y decides cuándo y
cómo añadirlas.
La opción de escucharte
Cuando eliges una opción saludable, lo que haces en definitiva es tomar la decisión de seguir
aumentando el compromiso con tu salud y longevidad. Tómate un momento para considerar la
importancia del cambio que estás haciendo y permítete sentir el orgullo y el aprecio que nosotros
sentimos por ti.
A medida que vayas eligiendo tus opciones saludables, continúa con el plan básico. Hemos
comprobado que algunas personas prefieren comenzar por opciones más sencillas, como la de tomar
los medicamentos de venta sin receta; otras eligen opciones que suponen un cambio que «habían
estado pensando hacer de todos modos», como la de reducir el estrés; y las hay que prefieren
empezar con la opción que tenga tal vez el mayor efecto sobre la salud del corazón, como por
ejemplo la de reducir la frecuencia de las comidas.
No elijas una opción saludable simplemente porque otra persona opina que es lo que
debes hacer.
A medida que vayas incorporando una opción tras otra, te sorprenderás de ver lo fácil y
gratificante que es.
No elijas una opción saludable simplemente porque otra persona opina que es lo que debes
hacer. Muchas veces nos influyen las opiniones de los demás más de lo que pensamos. Pues bien, al
igual que no elegirías unas gafas simplemente porque una amiga piensa que te sientan bien o porque
le van bien a tu marido, en estos momentos lo esencial es que te concentres en ti, en tu salud, tus
preferencias y tus necesidades. Antes de elegir una opción, dedica un momento a leerlas todas y
luego elige la que más te atraiga.
Una vez hecha la elección, lee atentamente la explicación, y reléela si es necesario, para
comprender totalmente lo que se te está pidiendo que hagas. Piensa en ella durante todo un día y
planea la mejor forma de incorporarla a tu rutina diaria. Por ejemplo, decidir en qué lugar tranquilo
de la casa harás los ejercicios de reducción del estrés sin miedo a que te interrumpan.
Recuerda que es importante que continúes siguiendo el Plan básico mientras incorporas las
opciones saludables que elijas.
La selección de opciones saludables no está tallada en piedra!! Las puedes cambiar según
tus necesidades y preferencias.
Si pasados unos días compruebas que tu primera opción saludable encaja cómodamente en
tu vida, entonces continúa con ella. Pero si tu primera elección no te va del todo bien o ves que te
exige más de lo que pensabas, y notas que te incomoda o que «haces trampas», déjala. El éxito de
un programa se basa en ser realista en cuanto a las necesidades y en la disposición y capacidad para
continuar siguiendo las directrices; nuestra experiencia nos dice que si la persona se siente libre
para abandonar una opción porque no le va bien, tiene muchas más posibilidades de elegir otra que
le irá mejor. Cuanto mejor te vaya la opción, más probabilidades tendrás de incorporarla al
programa de salud cardiaca y a la vida.
Si una opción está entre dos aguas, es decir, dudas, no sabes si continuarla o no, pruébala
durante dos semanas, y pasadas esas dos semanas, toma la decisión de continuar con ella o
abandonarla.
Con el tiempo se pueden cambiar las opciones para satisfacer las necesidades y preferencias
que cambian. Tu elección de opciones no está tallada en piedra. Puedes elegir una que te parezca
atractiva en un momento o periodo de tu vida, y después, en otro momento, ver qué nuevas
exigencias te impiden continuar con ella. En el caso de que ocurran esos cambios, tienes plena
libertad para abandonar esa opción, sin sentirte culpable. No olvides que para que el programa
produzca realmente un cambio en el estilo de vida, debe ser llevadero. No se trata de una
competición que exige perfección para llevarse el premio. Es un programa diseñado para que dure y
para ayudarte a hacer lo mismo.
Y recuerda, elige una sola opción cada vez y, para obtener mejores resultados, continúa con
ella por lo menos dos semanas antes de añadir otra. Siempre que tu médico esté de acuerdo, podrás
incorporar con absoluta libertad todas las opciones que quieras (una por una), sin dejar de prestar
atención a tus sentimientos y pensamientos. Escúchate. Probablemente te sorprenderá ver lo buenos
que son tus consejos.
De nuevo te recordamos que es absolutamente esencial que continúes con el Plan básico
mientras añades opciones saludables. Estas opciones están pensadas para complementar el Plan
básico, no para reemplazarlo.
Si no deseas incorporar ninguna opción saludable, no lo hagas, así de sencillo. Y si has probado
alguna, pero la has dejado por diversos motivos, puedes volver a intentarla en cualquier momento.
Tal vez descubras que con el paso del tiempo, las mejorías físicas que produce seguir el
programa hacen más fáciles y más atractivas opciones que antes te parecían difíciles. Por lo tanto, si
en algún momento has probado una opción y luego la has dejado, tal vez te convendría volver a ella
más adelante para ver si ahora se adecúa más a tus gustos.
Una última advertencia: elige sólo una opción saludable cuando te parezca cómodo y te
sientas preparado/a para incorporarla a tu vida. Este programa está pensado para que sea llevadero y
útil. Y contrariamente a lo que tal vez has experimentado con otros regímenes, no te obliga a
alcanzar la perfección. El perfeccionismo sólo causa rebeldía en el futuro, o produce fastidio y
resentimiento, cosas que no van a contribuir mucho a mejorar la salud de tu corazón.
Así pues, tómate el derecho a hacer los cambios a un ritmo tranquilo y cómodo. Es muy
probable que a medida que tu cuerpo se vaya equilibrando naturalmente, éstos te resulten más
fáciles. Hemos descubierto que cuando las cosas son fáciles y agradables y cuando nos damos lo
que deseamos, tenemos muy poca necesidad de «motivarnos» a hacerlas. Y por eso mismo, si eres
amable contigo mismo/a y sensible ante tus necesidades, verás que tenderás mucho más a continuar
con el programa indefinidamente, y sin esfuerzos.
Si una opción dice «Sáltate una comida o tentempié si realmente no deseas comer», presta
atención a todo el mensaje, no sólo a la primera parte. Si procuras no excederte en lo que te resulta
agradable y natural, verás cómo la opción te hace avanzar en la dirección correcta. Da lo mejor de ti
al programa, sigue las directrices del Plan básico y elige las opciones saludables que encuentres
apropiadas, siendo al mismo tiempo realista y tratándote con consideración, sensibilidad y cariño.
Es esencial comprender que si bien lo que se come influye poderosamente en las ansias de comer,
en el peso y el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca relacionado con el exceso de insulina, el
cómo y el cuándo se come podría ser igual de importante.
Imagínate cómo te sentirías si después de no comer nada en todo el día, te tomaras tres
copas de licor en cinco minutos. Ahora imagínate cómo te sentirías si consumieras esa misma
cantidad de licor diluida en bebidas combinadas y la fueras bebiendo a lo largo de varias horas
acompañándola con comida. Aunque la cantidad de alcohol sea la misma, el cómo y cuándo se
consume cambia mucho la forma en que el cuerpo la absorbe.
Tomar aspirina, Tylenol o Advil varias veces al día podría elevar de manera
importante el nivel de insulina.
Un segundo grupo de medicamentos de venta sin receta son los de sabor dulce; al parecer
estos remedios elevan el nivel de insulina de una forma mucho más directa que los
antiinflamatorios. Lo bueno es que esos efectos se pueden reducir o eliminar fácilmente. Cualquier
sabor dulce hace que el cuerpo secrete grandes cantidades de insulina. Estos remedios suelen
contener azúcar y/o sucedáneos del azúcar (edulcorantes artificiales, entre otros). Pero sea lo que
sea que contengan, si saben a dulce, casi con toda seguridad producirán una oleada de insulina.
Entre los medicamentos sin receta de sabor dulce, cabe destacar:
Es posible que uno no se dé cuenta de que muchos de estos medicamentos contienen por lo
menos un tipo de azúcar o sucedáneo del azúcar, ya que el edulcorante está entre los ingredientes
inactivos. Los fabricantes tienden a colocar la lista de ingredientes activos en un lugar mucho más
visible que los inactivos, por lo que se necesita ser muy persistente para localizar el azúcar o su
sucedáneo (si es que aparece en la lista).
Pero no siempre hay que intentar identificar los ingredientes dulces en estos remedios. A
efectos de esta opción saludable, supon que con toda probabilidad la mayoría de los medicamentos
sin receta contienen algún tipo de edulcorante, porque si no se lo añadieran el sabor sería
insoportable, y entonces no lo venderían.
Para incorporar esta opción a tu programa, comienza por eliminar todos los remedios que no
sean esenciales. No te deshagas por supuesto de ninguno que te haya recetado tu médico o que
consideres importante para tu salud o bienestar. Pero sí deja esos que tal vez tomas más por rutina
que por necesidad.
Por ejemplo, aunque no puedas dejar de tomar el antiácido que te ha recetado el médico, sí que
puedes beber agua fría o darte un minuto para lavarte los dientes y la lengua y evitar usar los
refrescantes comerciales para el aliento.
Por otro lado, siempre que puedas, toma todos estos remedios con la comida premio; con
algunos es fácil hacerlo (los ablandadores de las heces, por ejemplo). De hecho, muchos de nuestros
pacientes y participantes en estudios nos dicen que la eficacia del remedio no la cambia la hora en
que se toma. Contribuir a reducir tu exceso de insulina programando la toma de estos remedios
junto con tu comida premio puede aportarte un inmenso beneficio.
Hay algunos remedios que, por su propia naturaleza (los que son para la tos, por ejemplo) se
deben tomar a horas distintas de la comida premio. Si no los puedes combinar con esta comida,
intenta hacerlo con las comidas pobres en hidratos de carbono, para que los alimentos ricos en
proteína y en fibra de esas comidas reduzcan su efecto en la insulina.
Y si no es posible combinar algunos de estos medicamentos ni con la comida premio ni con las
otras, entonces simplemente tómatelos a la hora que tengas que hacerlo, y consuélate pensando que
el Plan básico y otras opciones saludables del programa ya corregirán el desequilibrio insulínico que
te puedan causar.
Si puedes, trata de corregir la necesidad de tomar un remedio; de lo contrario, simplemente
continúa con tu programa y ten paciencia hasta que ya no lo necesites.
Es casi imposible ver el telediario o coger una revista o diario sin oír o leer algo acerca de los
problemas de salud relacionados con el estrés, sobre todo los relativos a la hipertensión o un mayor
riesgo de tener una afección cardiaca. (Hay quienes dicen que las noticias en sí son un factor causal
de estrés.) En todas partes el mensaje es el mismo: evita el estrés en tu vida. Un consejo que da que
pensar.
Por definición, la vida es complicada y enredada, y hay muchísimas experiencias cotidianas
que escapan a nuestro control. Para la mayoría de nosotros, eliminar el estrés es un objetivo
aparentemente inalcanzable, y los intentos de lograrlo pueden dejarnos más frustrados que antes de
comenzar.
No obstante, sí podemos tomar medidas positivas para reducir el estrés innecesario (como
por ejemplo, las exigencias perfeccionistas que nos imponemos). Además, hay muchas cosas que
podemos hacer para reducir el efecto que tiene el estrés en nuestro cuerpo.
Las hormonas del estrés elevan el nivel de insulina (lo cual explica por qué
muchas personas recurren a la comida cuando están estresadas).
Efectos: Cuando se toman estos remedios, el cuerpo podría interpretarlos como «alimentos
dulces» y producir una mayor secreción de insulina, aumentando así la resistencia a ella. Si se
toman con regularidad, podrían aumentar el riesgo de problemas cardiacos por exceso de insulina.
• Continuar tomando todos los medicamentos sin receta recomendados por el médico.
• Siempre que sea posible, corregir el problema para que no sea necesario continuar
tomándolos.
• Si se toman una vez al día, hacerlo coincidir con las comidas premio.
• Si hay que tomarlos a lo largo del día, hacerlo con las comidas pobres en hidratos de
carbono, o inmediatamente después de ellas.
• Si no se pueden tomar durante o después de una comida, consolarse con la idea de que el
Plan básico y otras opciones saludables podrían compensar el efecto productor de insulina
de esos remedios.
Para la persona adicta a los hidratos de carbono es muy importante reducir el estrés, ya que por
lo que se sabe las hormonas del estrés elevan el nivel de insulina (lo cual explica por qué muchas
personas recurren a la comida cuando están estresadas o después de una experiencia estresante, y
por qué a otras les sube repentinamente la presión arterial). Muchos adictos a los hidratos de
carbono parecen ser particularmente sensibles a la reacción de estrés, por eso reducir el estrés es
para ellos una parte muy valiosa de cualquier programa favorecedor de la salud cardiaca.
Si eliges esta opción, te tienes que comprometer a fijarte en los factores estresantes de tu vida, a
aprender a conocerlos y a dar los pasos necesarios para limitar o poner fin a los efectos que tiene el
estrés en la salud cardiaca.
En el mejor de todos los mundos posibles, podrías evitar el estrés innecesario. Siempre que
sea posible, sin comprometer tu integridad ni tus prioridades, aléjate de la situación estresante.
Ahora bien, no podemos negar que hay ocasiones en que el estrés es sencillamente inevitable, ya
que de algunas situaciones no se puede escapar así como así.
Para esos casos en los que de ninguna manera se puede evitar el estrés, te ofrecemos
algunas sugerencias que te ayudarán a limitar y aliviar los efectos del estrés en el cuerpo.
La mayoría estamos tan ocupados intentando evitar el estrés que no escuchamos los mensajes
importantes que nos da. Nuestra primera tarea es hacernos sensibles a las reacción del cuerpo ante
el estrés, y escuchar nuestros sentimientos en lugar de huir de ellos. Pero de hecho, la mayoría sólo
nos damos cuenta de que estamos apremiados y estresados cuando ya no lo podemos soportar;
entonces nos replegamos emocionalmen-te, o bien, explotamos. Y para empeorar las cosas, después
de esto podemos sentirnos culpables y/o furiosos, con lo cual nos estresamos aún más.
Pero cuando sabemos escuchar nuestros sentimientos, las primeras reacciones del cuerpo al
estrés nos dicen lo que necesitamos saber y nos Donemos mucho más al mando de la situación.
Las técnicas de reducción del estrés que ofrecemos a continuación podrían facilitarte el
trabajo de limitar o evitar el dominio del estrés, y ambién su poder productor de insulina.
Son muchas las personas que no entienden que el estrés no viene de la reacción de estrés
del cuerpo es aprender a confiar en nosotros mismos. En lugar de tratar de reprimir los sentimientos
y pensamientos que nos llenan de rabia, miedo, frustración, resentimiento, autorrecrimina-ciones o
culpabilidad, lo que debes hacer es parar el proceso cuando ha comenzado, y centrar la atención
precisamente en las ideas y experiencias que nos hacen sentir desgraciados y molestos. No permitas
que la tensión se te acumule hasta el punto de «estallar», interior o exterior-mente.
Detente a pensar un momento; esa tensión que sientes en la base del cráneo, ¿está causada
por exigencias imposibles de cumplir que te impone tu jefe? Ese nudo en el estómago, ¿tiene que
ver con la perspectiva de ir a casa y tener que tratar un asunto familiar no resuelto? ¿De veras tienes
hambre, o has descubierto que comer te calma? ¿O tal vez la sensación de plenitud te da un pretexto
para echarte a dormir y evitar asi una tarea desagradable?
Para incorporar la opción de reducción del estrés a tu programa, comienza por prestar más
atención a las señales de estrés de tu cuerpo; así aprenderás a entender lo que quiere decirte. Tal vez
te resulte más eficaz trabajar «volviendo atrás», es decir, si te enfadas, por ejemplo (aunque te
reprimas), intenta revivir el sentimiento o pensamiento que tuviste antes de esa explosión
emocional. Fíjate en tus pensamientos o sentimientos, sobre todo si hay un tema recurrente. No lo
juzgues ni critiques; simplemente permanece alerta para advertir la próxima vez que vuelvas a sentir
o pensar lo mismo. Esa es la señal a la que debes atender: que estás experimentando estrés y
necesitas tomar las medidas adecuadas para reducir el efecto de ese estrés en tu cuerpo.
Cuando comiences a notar las señales del estrés, tienes tres maneras básicas de reducirlo y/o reducir
sus efectos en tu vida: 1) evitar el acaloramiento en las discusiones, 2) limitar la duración del estrés,
y 3) eliminar su efecto.
Evitar el acaloramiento en las discusiones significa frenar el vaivén de intensidad
emocional que suele acompañar a las discusiones o desacuerdos. Estas formas de estallidos son
llorar, chillar, gritar, pelearse, o la furia que casi todos hemos experimentado. Pero en ocasiones los
estallidos no se manifiestan, y la intensidad emocional que se siente dentro es aún más estresante.
En este sentido, hay que entender que evitar los estallidos no significa «reprimir» los sentimientos
sino más bien decantarse por evitar una guerra verbal inútil y estresante.
En muchos casos se necesita ayuda y apoyo para evitar el acaloramiento en las discusiones.
Quizá te pueda orientar un terapeuta, o te vaya bien hablar con tus amigos sobre estrategias
alternativas para evitarlo. También hay buenos libros y casetes sobre el tema, de reconocidos
autores, y muchos grupos de apoyo con los que se puede contactar a través de Internet o por
teléfono. No olvides que tú eres el centro de atención. Haz todo lo que esté en tus manos para
encontrar la forma «no combativa» y correcta de conducir conversaciones muy cargadas emo-
cionalmente que te estresan.
Limitar la duración del estrés significa tomar el mando de la situación y reducir al mínimo
el tiempo en que se está en la situación estresante. Quizá tengas que renunciar a «ganar», pero si
entiendes que la auténtica victoria de cualquier situación estresante es saber cuidar de tu cuerpo y de
tu salud, tendrás más probabilidades de salir calmado y con eficacia de las situaciones estresantes.
Hay varias formas innovadoras que te pueden servir para limitar directa o indirectamente la
duración del estrés. Algunas personas encuentran muy útil dejar claros sus límites, de una manera
franca, antes de verse inmersas en situaciones que tensen al máximo su cuerda emocional.
Otra manera de hacerlo, como han comprobado algunos de nuestros pacientes, es disponer
el escenario: «Sé que no quieres que esto acabe en una pelea a gritos, y tampoco lo quiero yo —
comienzan—. Pero puesto que me cuesta mucho hablar sin salirme de mis casillas, tal vez necesite
dejarlo un rato si veo que las cosas se me descontrolan». Y así, después de haber explicado por qué
necesitan marcharse hasta haber aclarado sus sentimientos y logrado cierto dominio, lo hacen
tranquilamente antes de que la necesidad de estallar los domine. Es posible que estos cambios de
comportamiento se encuentren ante cierta resistencia, sobre todo si la otra persona está atrapada en
sus emociones, pero disponer el escenario y repetir los motivos que se tienen para limitar la
conversación estresante (sin acalorarse), normalmente les deja a los demás pocas posibilidades de
continuar la discusión en otro momento. 26
Hay personas que prefieren un método más indirecto a la hora de limitar la duración del estrés. En
realidad, da igual la táctica que emplees, lo importante es encontrar la que te vaya bien a ti. Tu
objetivo es eliminar o reducir el daño físico que el estrés puede causarle a tu salud cardiaca y
continuar centrado en cuidar de ti mismo y de tu salud.
Eliminar el efecto del estrés es la tercera alternativa. Aunque siempre es mejor evitar el estrés o
limitar el tiempo que dura la situación estresante, cuando esto no es posible, hay que aprender a
eliminar los efectos. Una manera de hacerlo podría ser centrar la atención en tu cuerpo mediante el
ejercicio (por ejemplo, correr o bailar) o emplear técnicas aliviadoras del estrés (como el yoga o el
tai chi); un baño caliente y relajador, una buena siesta, o un rato en agradable compañía son otros
tantos trucos. Sea lo que sea lo que te relaje y elimine el efecto del estrés (mientras continúas con tu
programa), planifícalo e incorpóralo a tu vida.
Planificar la reducción del estrés y darle prioridad a la propia vida, es muy importante para la salud
del corazón. Si no tomas medidas eficaces para acabar con el estrés, probablemente tu cuerpo
experimentará muchos de los efectos producidos por las hormonas del estrés, en particular la
secreción excesiva de insulina, que puede fácilmente comprometer la salud de tu corazón y
aumentar el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca. Te recomendamos dedicar tiempo y
energía a cuidar de ti, del mismo modo que lo harías con otras personas o cosas que amas, ya que tu
mente, cuerpo y alma necesitan que les ahorres los golpes, magulladuras y desgaste innecesarios de
la vida cotidiana.
Reducir el efecto del estrés suele significar centrar activamente la atención en uno mismo.
No todos los hidratos de carbono tienen la misma composición. Normalmente, los que se
encuentran en los alimentos ricos en hidratos de carbono entran en dos categorías: azúcares simples
e hidratos de carbono complejos. Ejemplos típicos de azúcares simples son el azúcar, la miel, el
azúcar de la fruta (fructosa), el azúcar de la leche (lactosa), el jarabe de maíz y el jarabe de maíz
rico en fructosa (que en realidad contiene sobre todo glucosa).
Los alimentos que contienen azúcares simples suelen llamarse «azúcares simples». Aunque
habrás oído decir que las frutas y los zumos de fruta, los dulces (caramelos, chocolates), los
pasteles, el helado de crema, las bebidas edulcoradas y similares son azúcares simples, la verdad es
que no lo son, lo que pasa es que contienen una gran cantidad de azúcares simples.
Los hidratos de carbono complejos, por su parte, son féculas: largas cadenas de glucosa
(azúcar simple) enlazadas químicamente. Los alimentos ricos en hidratos de carbono complejos
suelen llamarse «hidratos de carbono complejos» o féculas. Son los cereales y los productos de
cereales, el arroz, la pasta y las verduras feculentas, como los guisantes, las patatas y el maíz.
A muchos adictos a los hidratos de carbono, los hidratos de carbono complejos les
producen menos secreción de insulina que los azúcares simples.
Si bien tu cuerpo secreta insulina siempre que comes alimentos que contienen azúcares
simples o hidratos de carbono complejos, es muy posible que secrete menos y disminuya tu
resistencia a ella cuando, en la parte hidratos de carbono de tu comida premio, te tomes
26
En algunas situaciones es aconsejable la orientación y el asesoramiento de un profesional. Consultale siempre que sea
necesario.
principalmente hidratos de carbono complejos (en cuanto opuestos a azúcares simples).
Descubrimientos científicos de más de diez años de investigación indican que tanto la frecuencia
como el tipo de hidratos de carbono que se comen influyen poderosamente en la reacción insulínica.
La opción hidratos de carbono complejos consiste en reemplazar por éstos los azúcares
simples en la parte que les corresponde de la comida premio. Para llevar a cabo esta opción
saludable, lee el cuadro «Opción hidratos de carbono complejos», al final de esta subsección;
después, para el tercio rico en hidratos de carbono de tu comida premio, elige cuanto te sea posible
alimentos de la columna izquierda en lugar de los de la columna derecha.
De vez en cuando querrás darte un gustazo. Pues bien lo puedes hacer sin tener
que abandonar el programa.
De vez en cuando querrás darte un gustazo. Pues bien, aunque esos alimentos contengan
azúcares simples, date permiso para comerlos como parte de tu comida premio. Sólo recuerda que
para cumplir esta opción, siempre que te sea posible, debes elegir hidratos de carbono complejos en
lugar de azúcares simples. Muchas personas hacen lo siguiente: cuando desean tomar algo dulce, lo
hacen como parte de su comida premio, pero si lo pueden reemplazar por hidratos de carbono
complejos se esfuerzan por elegir un dulce feculento (por ejemplo, un panecillo, palomitas de maíz
o rosquillas) en lugar del dulce concentrado.
Es importante que la comida premio sea equilibrada: todos los hidratos de carbono
(complejos y simples) de esa comida deben equivaler a un tercio de la comida total y han de estar
equilibrados por un tercio de proteína y un tercio de verduras pobres en hidratos de carbono,
además de la ensalada del principio (en el capítulo 5 se detalla la comida premio). Y no olvides que,
aunque elijas hidratos de carbono complejos en lugar de azúcares simples, no debes comer
alimentos ricos en hidratos de carbono en más de una comida al día.
En el cuadro «Opción hidratos de carbono complejos» observarás que no aparecen las
frutas, ya que contienen fructosa, azúcar simple, que, según se ha comprobado en muchos estudios
científicos, eleva el nivel de insulina y pone al cuerpo en la modalidad fabricante de grasa. Además,
según el doctor J. Hallfrisch, del Instituto Nacional para el Envejecimiento, la fructosa puede causar
una «mayor elevación del nivel de triglicéridos en la sangre, y a veces del colesterol». Y añade que,
por lo que parece, la hipertensión, el nivel elevado de insulina o de triglicéridos, la diabetes de
adulto y la posmenopausia vuelven a la persona más propensa a los efectos adversos de la fructosa.
Ciertamente estaríamos de acuerdo en que, extraída de su fuente natural, sobre todo de los
alimentos a los que se añade en lugar de sucrosa, la fructosa puede aumentar los riesgos
relacionados con la enfermedad cardiaca, pero en su estado natural, en la fruta, como está destinada
a comerse, va acompañada de una gran cantidad de fibra. En algunas personas, el equilibrio de fibra
de la fruta entera podría ir bien para reducir la secreción de insulina.
La fructosa puede aumentar los riesgos relacionados con la insulina, pero cuando se
consume como parte de la fruta entera, el equilibrio natural de fibra podría ir bien para
reducir la secreción de insulina.
El veredicto todavía está en suspenso en lo que respecta a comer fruta en la comida premio.
Observa la reacción de tu cuerpo; si notas que después de ingerirla te entran deseos de comer más y
más, o que aunque al principio te sientas bien, pasadas una o dos horas notas altibajos en el nivel de
azúcar en la sangre (sudores, debilidad, dolor de cabeza, cansancio o ansias de comer), consulta con
tu médico la posibilidad de reemplazar la fruta por alimentos ricos en fibra e hidratos de carbono
complejos; habíale también de los demás alimentos que comes y/o de las vitaminas que tomas para
estar seguro/a de que consumes todos los nutrientes que te proporcionaría la fruta. De todos modos,
no comas fruta fuera de la comida premio.
El zumo de fruta no contiene fibra para equilibrar su elevado contenido en
azúcar, por lo que puede producir una fuerte oleada de insulina.
Por lo tanto, el cuerpo no está hecho para beberse el equivalente a seis naranjas en un vaso
alto, sin la fibra equilibradora del azúcar en la sangre, ni tampoco para atiborrarse de zumos
intensamente dulces todos los días del año. Por lo tanto, pasa de los zumos y, siempre que sea posi-
ble, elige hidratos de carbono complejos en lugar de dulces, así aumentarás tus posibilidades de
cosechar las dulces recompensas de un corazón más sano.
Elige cualquiera de los siguientes alimentos que contienen hidratos de carbono complejos:
Arroz
Bollos y otros panes (con preferencia, de harina integral)
Frutos secos y semillas 27 (con poca grasa o normales)
Galletas no dulces
Legumbres
Maíz
Palomitas de maíz (secas)
Pasta
Patatas fritas 28 (con poca grasa o normales)
Caramelos
Chocolates
Donuts
Empanadillas dulces
Flanes, natillas
Helado de crema o leche helada
Pasteles
Sorbetes
Yogures con fruta
Los estudios que exploran los efectos de la cafeína en la salud del corazón han producido una
amplia variedad de descubrimientos. Algunos investigadores, entre ellos el doctor D. Roberston y
sus colegas, comprobarón, según el estudio publicado en New England Journal of Medicine, que la
cafeína puede causar hipertensión y cambios en los neurotransmisores (sustancias bioquímicas que
se comunican con los sistemas nervioso simpático y central). Otros investigadores dicen que el
cuerpo se «adapta» a la cafeína y que, si se consume durante mucho tiempo, disminuye la
probabilidad de que induzca la hipertensión.
Otros investigadores han informado que el consumo de cafeína puede ser causa de
nerviosismo, temblores, palpitaciones e insomnio. Se ha comprobado que el consumo excesivo de
cafeína produce problemas gastrointestinales (diarrea entre otros), y que dejarla provoca dolores de
cabeza y otros síntomas neurológicos.
Científicos del Instituto Nacional de Salud Mental descubrieron que el consumo de cafeína puede
multiplicar por cinco la secreción de hormonas del estrés.
27
Sigue siempre la orientación de tu médico en cuento a las alternativas con poca grasa o poca grasa saturada.
28
Sigue siempre la orientación de tu médico en cuento a las alternativas con poca grasa o poca grasa saturada.
Pero de todos los descubrimientos científicos relacionados con la cafeína, tal vez el más
importante para el adicto a los hidratos de carbc no es el realizado por el doctor T. W Uhde y sus
colegas en el Instituto Nacional de Salud Mental. Según ellos, el consumo de cafeína pued aumentar
la secreción de la hormona del estrés, llamada cortisol, asi en un 500 por ciento, lo que equivale a
cinco veces la cantidad norm; de esta hormona liberadora de insulina.
Ahora bien, es posible que no se note una secreción de insulina despues de tomar cafeína,
ya que puede quedar oculta por el efecto temporal estimulante. De hecho, muchas veces se la ha
tildado de droga, y tal vez con razón, ya que su efecto estimulante da a la persona que la consume la
sensación de tener más energía durante un rato. Por eso, cuando pasadas dos horas sobreviene el
bajón, nadie lo atribuye a la capacidad de la cafeína de desencadenar el desequilibrio en el nivel de
azúcar relacionado con la insulina, y simplemente se piensa que se necesita «otra taza de café» o
una bebida dietética, con lo cual vuelve a comenzar el ciclo.
Hemos visto cambios increíbles en muchos de nuestros paciente que han decidido reducir o
eliminar el consumo de cafeína. Los dolores de cabeza iniciales y la sensación de cansancio que se
atribuye a la abstinencia se pueden aliviar o eliminar siguiendo el Plan básico de este programa.Las
opciones saludables de este capítulo son un importante complemento de este plan.
Muchas personas nos han dicho que después de dejar o reducir el consumo de cafeína han
sentido una nueva sensación de paz y claridad. Este beneficio, combinado con el conocimiento del
sano empuje que le estás dando a tu salud cardiaca eliminando la ración diaria de cafeína, será una
gratificación mucho mayor que la que nunca te ha ofrecido la cafeína.
Si quieres elegir esta opción, repasa la siguiente lista de alimentos, bebidas y remedios.
Siempre que te sea posible y cuando toque, elige alternativas sin cafeína, o evita totalmente los
alimentos y bebidas a los que se añade cafeína. 29
Lee atentamente la lista de ingredientes de las etiquetas de los productos, y antes de tomar
alguno de esos remedios de venta sin receta, repasa la lista de ingredientes activos y no activos.
29
A no ser que tu médico recomiende otra cosa.
30
Nunca elimines un remedio que te haya recetado el médico o que pienses que es importante para tu salud.
La opción menor frecuencia en las comidas
Dado que este programa se ha ideado concretamente para equilibrar el nivel de insulina y reducir la
resistencia a ella, es probable que hayas notado una importante disminución en las ansias de comer
y el hambre. Pero aunque ya no sientas tantas ansias de comida ni la necesites con tanta frecuencia,
quizá no se te ha ocurrido cambiar tus costumbres al respecto (tres comidas al día más algunos
tentempiés). 31 O tal vez comes más por hábito que por hambre.
También puede ser que sigas comiendo con frecuencia a lo largo del día porque tienes la
costumbre de hacerlo a ciertas horas, «según te lo marca el reloj». Es fácil comprender por qué
muchos adictos a los hidratos de carbono se acostumbran a comer a determinadas horas y no en
reacción a las señales de hambre de sus cuerpos. Si nos detenemos a pensarlo, la mayoría de los
adictos a los hidratos de carbono ya no se fían de esas señales de sus cuerpos, porque tienen miedo
de que si lo hacen, se van a pasar comiendo todo el tiempo.
Sin embargo, con este programa, la reducción o eliminación de las ansias de comer y el
mayor dominio que se experimenta respecto a la comida, te permitirá confiar en ti y reaccionar a la
verdadera hambre de tu cuerpo.
Algunos adictos incluso se dan cuenta de que cuanto más comen, más desean comer. Otros
se han educado para comer «a determinadas horas», permitiéndose sólo tomar alimento
cuando «lo marca el reloj».
La opción menor frecuencia te pide que reacciones ante las necesidades de recibir alimento
de tu cuerpo en lugar de hacer caso a las viejas normas de cuándo hay que comer. Si los niveles de
insulina y de azúcar en la sangre están equilibrados es más fácil confiar en las señales del cuerpo y
dejar de comer según el reloj.
En esta opción saludable, si es «la hora» de una comida pobre en hidratos de carbono y
simplemente no tienes hambre, postérgala o sáltatela. Quizá decidas tomarla más tarde. Si quieres
saltártela del todo (a pesar de que no tienes hambre), come porciones más pequeñas (un tentempié
en lugar de una comida completa). En cualquier caso, si no tienes hambre no comas (o come
menos), a no ser que tu médico te recomiende otra cosa.
Si te pone nervioso/a saltarte o retrasar una comida pobre en hidratos de carbono o comer
menos, recuerda lo siguiente: si no te la comes a la hora habitual y por algún motivo sientes hambre
después, tómatela entonces. No te obsesiones pensando que si no te tomas la comida en ese
momento, después lo vas a lamentar. Si más tarde te entran ganas de comer, prepárate la comida
con los alimentos pobres en hidratos de carbono que te tocaban. Y si lo que te has tomado es un
tentempié en lugar de una comida y después sientes hambre o lamentas no haber hecho la comida
habitual, cómete el resto en ese momento. De ese modo, si no tienes hambre, no pierdes nada con
saltarte esa comida, retrasarla o tomar menos cantidad.
31
Si tu médico te ha recomendado que comas con frecuencia o a horas regulares, sáltate esta opción y, como siempre,
sigue su consejo.
Siempre puedes tomarte una comida o tentempié pobre en hidratos de carbono si lo
necesitas.
La única excepción a la hora de saltarse comidas es con la comida premio. Si cuando llega
la hora de hacerla ves que no tienes hambre, no te la saltes del todo. Retrásala un rato, pero no
olvides que los hidratos de carbono son esenciales para la salud y la satisfacción, y que hay que
disfrutarlos (en una comida equilibrada) cada día. Si no tienes ganas de tomarte la comida premio y
no puedes o no quieres retrasarla, simplemente reduce la cantidad.
En el caso de que te decantes por esta última opción, no olvides mantener el equilibrio de los tres
tercios (hidratos de carbono, proteínas y verduras pobres en hidratos de carbono), además de la
ensalada preliminar. Y no sustituyas una comida premio bien equilibrada por un tentempié cargado
de hidratos de carbono. Siempre que comes hidratos de carbono, necesitas también proteínas y fibra
para equilibrar los niveles de insulina y azúcar en la sangre. Algunos pacientes y lectores prefieren
comer pocos alimentos ricos en hidratos de carbono en algunas comidas premio. Mientras tu
médico esté de acuerdo, puedes hacerlo, pero procura que haya la suficiente cantidad para
mantenerte con buena salud. Y no olvides que puedes saltarte, reducir o retrasar cualquier comida o
tentempié pobre en hidratos de carbono, pero no las comidas premio (no te las saltes de manera
regular).
A algunos adictos a los hidratos de carbono les da miedo saltarse las comidas pobres en
hidratos de carbono; les preocupa volver a experimentar los síntomas típicos de la hipoglucemia
(bajo nivel de azúcar en la sangre) que experimentaron en el pasado (entre otros, sudores, dolor de
cabeza, temblores, incapacidad de concentrarse o pensar con claridad, cansancio, irritabilidad,
cambios de humor). Este temor está enraizado en sus experiencias del pasado, cuando comían
alimentos ricos en hidratos de carbono con frecuencia a lo largo del día, y seguramente tenían
elevado el nivel de insulina y bajo el de azúcar. Aunque no te aconsejamos pasar de la comida hasta
el extremo de estar a punto de desmayarte, y jamás debes saltarte una si tu médico te lo desaconseja,
nosotros pensamos que sí puedes saltártela cuando no tengas hambre de verdad. Probablemente te
sorprenderás al ver lo poco que la echas en falta.
Muchos de nuestros pacientes y participantes en estudios nos preguntan si se pueden saltar
el desayuno. Si en realidad no deseas desayunar, en lugar de tomar alimentos pobres en hidratos de
carbono quizá prefieras tomarte una taza de café (descafeinado si quieres) con leche. 32 Después de
unos días de seguir el Plan básico te sorprenderá comprobar tu falta de hambre y ansias de comer, y
tal vez hasta seas capaz, y te resulte cómodo, no comer nada hasta el almuerzo o comida de medio
día. También podrías optar por retardar el desayuno (tomarlo a las once de la mañana, por ejemplo)
y combinarlo con el almuerzo. O saltarte una u otra comida durante los días laborables y no los
fines de semana, o viceversa.
Estáte atento a tu cuerpo y a tu hambre; escucha los mensajes de tu cuerpo y no las normas
que tienes en la mente. No te exijas; date permiso para saltarte o retrasar cualquier comida o
tentempié. Deja que el deseo te venga de manera natural, cuando disminuyan las ansias de comer.
Algunas personas aprovechan una comida o tentempié a modo de «agradable descanso», para
interrumpir el trabajo. Si normalmente aprovechas la hora de comer para tomarte un poco de tiempo
libre, continúa haciéndolo aun cuando no comas nada. Comer no tiene que ser la excusa para
32
La leche con una taza de café, en una comida distinta a la comida premio, sólo la podrás tomar una vez al día. Limita el
consumo de leche (natural o descremada) o de crema a un total de 60 gramos por taza de café, y tómatela dentro de los
quince minutos
levantarse del escritorio o tomarse un descanso. Elige, pues, alguna otra actividad placentera que
puedas hacer durante esas pausas. Por ejemplo, llévate unos auriculares al trabajo y durante la hora
en que normalmente comerías, escucha la música que te gusta. También puedes ponerte a leer un
libro, llamar a alguien por teléfono con quien te gustaría charlar, o bien empezar a escribir un diario
(tal vez un libro). Otras opciones serían llevarse la labor, un rompecabezas, crucigramas o cualquier
pasatiempo que te agrade hacer. Da un paseo, o simplemente échate una siesta. Elige cualquier
alternativa que te guste, pero tómate el tiempo que habrías aprovechado en hacer una comida, y
«regálatelo» en la forma de otra actividad agradable. (Hacer recados o llamadas telefónicas
relacionadas con el trabajo no vale, a menos que realmente desees hacerlo).
El hecho de que no estés comiendo no significa que no tengas el derecho a no estar
disponible para los demás. Por lo tanto, durante esa «hora para comer» desconecta el teléfono,
conecta el contestador automático o ponió en la modalidad «correo de voz». Y si tienes una oficina
para ti, cierra la puerta y échate una cabezadita (llévate un despertador que funcione bien y que no
haga demasiado ruido). Si trabajas en casa, aléjate de tus deberes y tómate un tiempo para ti. Dedica
ese tiempo a ver tu programa de televisión favorito o una parte de una película o vídeo, o a darte un
baño relajador. Quizá hasta puedas echarte una siesta.
Cuando se trate de aprovechar tu bien ganada hora de descanso del trabajo, ofrécete la
opción de una alternativa agradable sin comida. Si sólo te das dos alternativas, trabajar o comer, ya
sabes cuál ganará. Por lo tanto, cuando te apetezca retrasar o saltarte una comida pobre en hidratos
de carbono, hazlo, pero no olvides procurarte otro pasatiempo agradable o placentero en su lugar.
No uses cremas que no sean de leche ni sucedáneos del azúcar; estos dos productos
estimulan la secreción de insulina.
9
En el horizonte asoman guerreros para combatir por la
salud del corazón
El futuro no es algo en lo que entramos, es algo que creamos.
LEONARD I. SWEET
La sensacional soja
La proteína de soja, en forma de tofu, se está manifestando como el principal avance en nutrición
para la salud. El papel de las proteínas vegetales en la reducción del riesgo de contraer una
enfermedad de las arterias coronarias lo postuló por primera vez, en 1909, Vladislov Ignatowski en
Rusia, y desde entonces, generaciones de científicos han estudiado la influencia de las proteínas
vegetales, comparadas con las de origen animal, en la modificación de los niveles de grasas en la
sangre y, por lo tanto, en el riesgo de contraer una enfermedad cardiovascular. No obstante, los
beneficios que la soja puede representar para la salud del corazón sólo han salido a la luz
recientemente, cuando los medios de comunicación se han puesto a difundir su posible papel en ¡a
reducción del riesgo de contraer cáncer.
Si bien los investigadores no se ponen de acuerdo en sí lo que causa la mejoría en los
niveles de grasa en la sangre es la presencia de fitoestró-genos (estrógenos vegetales naturales) o el
cambio en las grasas saturadas de origen animal producido por la soja, la proteína de soja contiene
una fabulosa promesa en la guerra contra la enfermedad cardiaca.
Pero el descubrimiento más interesante para la persona adicta a los hidratos de carbono es
la relación que hay entre la proteína de soja y la insulina. Investigadores del Departamento de
Nutrición de la Escuela de Salud Pública de Loma Linda han informado que el tipo de proteína que
se consume en una comida combinada y las unidades estructurales que contiene esa proteína
influyen en la secreción de insulina que sigue a su consumo. Como era de esperar, en este caso se
comprobó que la proteína de soja disminuye la secreción de insulina tanto en las personas con
niveles de colesterol normal como en las de nivel elevado. Además, estos científicos han propuesto
la hipótesis de que es posible que los aminoácidos y la reducción de la secreción de insulina que se
derivan de consumir proteína de soja reduzcan el nivel de colesterol que contribuye a contraer la
enfermedad cardiaca.
Aunque aún no han terminado los estudios, es posible que la soja ofrezca, como el maná
blanco que caía del cielo para alimentar a todo un pueblo, una maravillosa fuente de proteínas,
saludables, tal vez reductoras de la secreción de insulina y sanas para el corazón. En el capítulo 12,
«Comidas cordiales I: Recetas de platos pobres en hidratos de carbono», te ofrecemos algunas
interesantes recetas con proteína de soja (tofu) para disfrutarlas en cualquier comida.
Una advertencia: la soja, en cualquier forma, contiene glutamatos libres, por lo que podría
representar problemas para las personas con una sensibilidad especial (véase página 169, para
información sobre productos de acción similar a la de los hidratos de carbono). Aún falta el último
veredicto sobre la soja, pero parece muy prometedor, así que mantente al tanto de los pros y los
contras.
No todas las grasas alimentarias son malas. Es posible que algunas protejan más
de la enfermedad cardiaca que una dieta muy pobre en grasas y rica en hidratos de
carbono.
Del mismo modo, el tema de la relación entre las grasas alimentarias y la enfermedad
cardiaca está pasando por un proceso de diferenciación. Los científicos se están dando cuenta de
que no todas las grasas son malas y de que en realidad algunas protegen más de la enfermedad
cardiaca que las dietas pobres en grasas y ricas en hidratos de carbono que solían recomendarse.
No hemos de olvidar que los ácidos grasos trans son grasas insatura-das que por medios
químicos se las ha convertido del estado líquido a temperatura ambiente, al estado sólido; 33 se las
llama grasas hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas. Los procesadores de alimentos prefieren
los ácidos grasos trans, porque estas grasas sólidas se pueden emplear como margarina o añadir a
los productos alimenticios sin que queden aceitosos; además, se conservan mucho más tiempo que
33
Encontrará más información sobre las grasas alimentarias en el capítulo 3.
las otras grasas. Por desgracia, en lo que a la salud se refiere, los ácidos grasos trans tienen un lado
muy negro.
Para convertir una grasa insaturada en ácido graso trans se le añaden átomos extras de
hidrógeno; este proceso se llama hidrogenación. Con esos átomos de hidrógeno añadidos, la grasa,
que era poliinsaturada, se transforma en saturada, lo cual anula todos los beneficios que tienen los
aceites poliinsa turados. Los fabricantes de productos alimenticios prefieren el nombre grasas
insaturadas trans en lugar del igualmente correcto ácidos grasos trans, porque contiene la palabra
insaturadas. El nombre grasa insaturada trans da la impresión de que es buena para la salud, pero
no lo es. La hidrogenación de las grasas insaturadas significa problemas para el corazón; de hecho,
los científicos ya tienen pruebas de que las grasas hidrogenadas son mucho más dañinas que las
grasas saturadas naturalmente.
El doctor E B. Hu y su equipo de investigadores observaron la dieta y la salud cardiaca de
más de 80.000 mujeres durante un periodo de quince años. En su estudio, publicado en New
England Journal ofMedicine, descubrieron que las grasas insaturadas trans son causa del mayor
aumento en el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca. Comprobaron que reemplazando sólo un
2 por ciento de consumo calórico diario de hidratos de carbono por grasas insaturadas trans
aumentaba nada menos que en un 93 por ciento el riesgo de enfermedad cardiaca. La buena nueva
es que reemplazando una mínima cantidad de ácidos grasos trans por grasas mono o poliinsaturadas
se reducía el riesgo en más de la mitad.
También comprobaron, que reemplazando sólo un 5 por ciento del consumo calórico diario
de hidratos de carbono por grasas monoinsatu-radas, se reducía el riesgo de enfermedad cardiaca en
un 19 por ciento, y al hacerlo por grasas poliinsaturadas se reducía en un 38 por ciento. Se ha
calculado que reemplazar las grasas saturadas por grasas mono y poliinsaturadas tiene un efecto aún
mayor en la reducción del riesgo de enfermedad cardiaca, del 38 y del 55 por ciento
respectivamente. La conclusión del doctor Hu en lo que a la enfermedad cardiaca se refiere es que
reemplazar las grasas insaturadas trans por grasas mono y poliinsaturadas es más eficaz que reducir
el consumo total de grasas.
Las grasas hidrogenadas podrían ser más dañinas que las grasas saturadas
naturalmente. Reemplazar pequeñas cantidades de ácidos grasos trans por grasas
insaturadas reduce en más de la mitad el riesgo de enfermedad cardiaca.
Otros científicos, médicos y legos son conocedores de estas realidades desde hace años. Los
informes indican que sólo una persona de cada cinco obtiene los beneficios para la salud prometidos
por las dietas pobres en grasa. Y nosotros, en nuestros estudios de investigación y práctica clínica,
también hemos sido testigos de que en algunas personas las dietas pobres en grasa no les sirven para
reducir el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca. Sobre todo, en el caso de la persona adicta a
los hidratos de carbono, para la que un consumo total bajo en grasa puede significar un mayor
consumo de hidratos de carbono y la subida de los niveles de insulina, una dieta pobre en grasa en
general podría no ser tan beneficiosa como una que simplemente dé importancia al consumo de
grasas poli y monoinsaturadas.
Llegados a este punto, debemos añadir dos ideas más a esta nueva oleada de estudios
científicos: 1) En estos momentos tanto las grasas monoinsaturadas como las poliinsaturadas se
consideran grasas «buenas». Ahora bien, quizá, a medida que avancen los estudios, podría resultar
que las grasas poliinsaturadas no sean una opción tan beneficiosa como las monoinsaturadas. Por su
estructura química, la grasa poliin-saturada es menos estable y más propensa a contribuir a la
oxidación dañina en las arterias que la grasa monoinsaturada. A este respecto, algunos
investigadores recomiendan tomar suplementos de vitaminas E y C para reducir este daño
oxidativo. Nuestra opción sería consumir grasas monoinsaturadas siempre que sea posible. 2)
Nunca incorpores a tu estilo de vida opciones basadas en descubrimientos científicos sin antes con-
sultar con tu médico. Tus necesidades podrían ser especiales, y te mereces tener el tiempo necesario
para tomar una decisión informada.
Los científicos también han comprobado que consumir la grasa adecuada a las necesidades
del cuerpo es esencial para la salud del corazón. Cuando no se come suficiente grasa alimentaria, el
cuerpo compensa la falta fabricando la suya propia, y la grasa que produce (lípidos endógenos) es
más peligrosa para la salud cardiaca que la grasa que se come (lípidos exógenos).
Ahora, armado de tu buen conocimiento sobre las realidades de las grasas, puedes esperar
un cambio de actitud en lo referente al consumo de grasa y la enfermedad cardiaca y, ateniéndote a
las recomendaciones de tu médico, estáte dispuesto a descubrir nuevas grasas no peligrosas que
vienen en camino.
La grasa es uno de los nutrientes básicos del cuerpo (los otros son los hidratos de carbono y las
proteínas). Toda forma de grasa está compuesta por una combinación de unidades estructurales
llamadas ácidos grasos. Estas unidades estructurales pueden estar sueltas como moléculas
simples (ácidos grasos libres) o reunidas en grupos que forman moléculas más grandes (grasas).
Cuando cada molécula del grupo de moléculas que constituye una grasa está totalmente llena de
hidrógeno, se dice que es una grasa saturada. Cuando en cada molécula hay un espacio libre
para un átomo de hidrógeno, se dice que la grasa es monoinsaturada. Cuando en cada molécula
hay varios espacios libres para átomos de hidrógeno se dice que la grasa es poliinsaturada.
Para ilustrar la diferencia entre grasa saturada, monoinsaturada y poliinsaturada,
imagínate una molécula de grasa como si fuera un tren de pasajeros; cada vagón del tren es un
átomo de carbono. Si cada asiento del tren está ocupado por un pasajero (un átomo de
hidrógeno), entonces el tren representa una molécula de grasa saturada. Pero si en un vagón del
tren hay sólo un asiento desocupado, en el que se puede sentar un pasajero-átomo de hidrógeno,
este tren representa una molécula de grasa monoinsaturada; y si hay varios asientos libres en los
coches, el tren representa una molécula de grasa poliinsaturada.
Normalmente, las grasas saturadas son de origen animal, y tienen una solidez suficiente
para conservar su forma a temperatura ambiente y continuar sólidas. Los aceites tropicales, como
el de coco y el de palma, son excepciones a la regla de que las grasas saturadas sean sólidas, ya
que estos dos aceites saturados, de origen vegetal, son semisólidos a temperatura ambiente.
Las grasas saturadas tienen especial importancia para la persona adicta a los hidratos de
carbono, porque se ha demostrado que elevan los niveles de insulina y de colesterol total;
también se las ha relacionado con algunas formas de cáncer. Estudios recientes indican que
reemplazar una pequeña cantidad de grasa saturada por grasa mono o poliinsaturada reduce el
riesgo de contraer una enfermedad cardiaca en un 38 y un 55 por ciento respectivamente.
Reemplazar ácidos grasos trans por grasas mono y poliinsaturadas puede reducir aún más el
riesgo.
En estos momentos continúan los estudios que tal vez algún día revelarán que
reemplazar la grasa saturada por grasa poliinsaturada no es una opción tan beneficiosa como
reemplazarla por grasa monoinsaturada. La grasa poliinsaturada es menos estable y más
propensa a contribuir a la oxidación dañina en las arterias que la grasa monoinsaturada. Nuestra
opción sería consumir grasas monoinsaturadas siempre que sea posible.
Y no olvides que no debes incorporar a tu estilo de vida opciones basadas en descubrimientos
científicos sin antes hablar de ello con tu médico.
NFORMACIÓN SÓLIDA SOBRE LAS GRASAS
Las grasas y los aceites están compuestos por proporciones variables de todos los tipos de lípidos:
ácidos grasos trans, grasas saturadas, grasas poliinsaturadas y grasas monoinsaturadas. En la
lista siguiente encontrarás los alimentos o productos grasos pertenecientes a cada categoría, en
orden descendente según su concentración en el tipo de Iípido indicado en la cabecera.
Aunque a los ácidos grasos trans se los llama también grasas insaturadas trans, el proceso
de hidrogenación mediante el cual se convierte en ellos a las grasas insaturadas elimina todos los
beneficios de estas grasas, ya que las transforma en grasas saturadas. Al parecer, los ácidos
grasos trans son los más dañinos de todas las grasas; en las etiquetas también aparecen con el
nombre de grasas hidrogenadas o parcialmente hidrogenadas. Ahora bien, se los denomine como
se los denomine, los ácidos grasos trans no son buenos para la salud del corazón.
Para reducir la posible oxidación dañina y sus consecuencias, algunos investigadores
indican que preferir el uso de grasas monoinsaturadas siempre que sea posible es una opción
ideal. Otros estudios podrían cambiar aún más nuestra comprensión de la relación entre los lípidos
alimentarios y la salud cardiaca.
Antes de hacer cualquier cambio dietético, consúltalo con tu médico.
34
Peores para la salud de corazón
35
Mejores para la salud del corazón
actúan a modo de «cestas» para transportar el colesterol entre la sangre y el hígado. La forma
«mala» es una lipoproteína de baja densidad (LDL, low density lipoprotein), que recoge colesterol
del hígado y lo transporta por el torrente sanguíneo; esta lipoproteína se considera mala porque,
cuando su nivel es elevado, indica que el hígado está en modalidad fabricación de grasa, y el
elevado nivel de colesterol que produce podría ser causa de formación y acumulación de placas
(ateromas) en las paredes de las arterias, lo que al final conduce a la enfermedad cardiaca. 36
La llamada forma «buena» de colesterol es una lipoproteína de alta densidad (HDL, high
density lipoprotein) que transporta el colesterol de la sangre al hígado. Normalmente, un nivel
elevado de esta lipoproteína indica que el hígado está en modalidad quema de grasa. Cuando hay
hiperinsulinismo, es mucho más probable tener elevado el nivel de lipoproteínas «malas» (LDL) y
bajo el de lipoproteínas «buenas» (HDL), porque el hígado ha recibido la orden de continuar en la
modalidad fabricación de grasa. Pero si se equilibra el nivel de insulina, hay muchas más
posibilidades de que el hígado entre en la otra modalidad, la de quemar el exceso de grasa
presente en la sangre, elevando, por lo tanto, el nivel de lipoproteínas «buenas» y reduciendo el de
«malas».
36
La recomendación actual de la American Heart Association a las personas afectadas por una enfermedad cardiaca es
reducir el nivel de LDL por debajo de los 100 miligramos por decilitro de sangre.
la luz. Durante un tiempo el debate científico con respecto a la H. pylori y su papel en la infección y
la enfermedad ocupó el centro de atención. Sin embargo, aunque algunos científicos descubrieron
que era un potente factor de riesgo de hipertensión y de tener peligrosos niveles de grasa en la
sangre, así como de enfermedad cardiaca, otros negaron esa conexión. Paralelamente, otros
investigadores aseguraron que la gingivitis
aumentaba el riesgo de enfermedad cardiaca, pero por lo visto, ninguno llegó a comprender las
conexiones (si las hay) entre estos factores de riesgo de enfermedad cardiaca aparentemente tan
discrepantes.
Ahora bien, esta infección por H. pylori, con sede en el estómago, se puede propagar hacia
arriba por el esófago. Cuando esta bacteria encuentra un nuevo hogar en la boca, favorece la
gingivitis mediante la acumulación bacteriana de sarro en los dientes. Se inflaman los
revestimientos del estómago y la boca, y, al mismo tiempo, la secreción de gastrina-insulina
producida por esta bacteria puede aumentar enormemente el riesgo de contraer una enfermedad
cardiaca. Evidentemente, el hiperinsulinismo, y no la gingivitis, el sarro dental, o la inflamación del
revestimiento del estómago, es el responsable de estos problemas cardiacos.
Muy pronto, cuando las piezas del rompecabezas encajen, los médicos y científicos tendrán
claro que la gingivitis, la acumulación de sarro dental y la inflamación gástrica no son la causa de la
enfermedad cardiaca sino los signos de la presencia de H. pylori. Además, llegarán a comprender
que la H. pylori y el hiperinsulinismo que provoca son los verdaderos culpables.
Si encuentras que esto es demasiado científico, míralo de este modo: si dentro del estómago
albergas la bacteria H. pylori (y hay un cincuenta por ciento de posibilidades de que la tengas), su
presencia te hará secretar grandes cantidades de insulina. Esta bacteria, y el hiperinsulinismo que
produce, pueden predisponerte a padecer problemas cardiacos y también a la enfermedad cardiaca.
La solución está en camino. Seguir el Programa Corazón Sano para los adictos a los
hidratos de carbono va bien de dos maneras. En primer lugar, porque optando por un programa
destinado a bajar y equilibrar el nivel de insulina, lo que haces es tomar medidas para reducir el
riesgo que acompaña a la insulina de contraer una enfermedad cardiaca. Por lo tanto, seguramente
ahora ya estás mucho mejor.
En segundo lugar, mientras lees estas páginas, se están perfeccionando análisis diagnósticos
y desarrollando un tratamiento relativamente fácil y sin riesgos (una combinación de tres semanas
de antibióticos y sales de bismuto) para atacar la infección por H. pylori. Aunque tanto los análisis
como el tratamiento aún se hallan en fase de estudio, en lo que respecta a su aplicación a los
factores relacionados con el corazón, el trabajo avanza rápido.
Así pues, mantente informado/a. Es un descubrimiento importante, y una vez que se
planchen las «arrugas», este nuevo tratamiento ofrecerá un mundo de esperanza y ayuda. Mientras
tanto, sé consciente de que los que tienen poco o ningún conocimiento de la conexión insulina, no
dejarán de debatir y criticar. Sigue tu programa y manten abiertos los ojos y los oídos. Confiamos
en que en un futuro no muy lejano este posible salvavidas llegue a formar parte de la atención
médica cotidiana.
No olvides que la cocción a temperatura elevada puede destruir casi la mitad de las
propiedades de estos aceites; por lo que parece, la cocción en horno microondas no tiene ningún
efecto adverso. El salmón, el atún y las sardinas en lata son excelentes fuentes de aceites omega-3.
Pero si al atún enlatado se le añade mayonesa (que contiene grasas saturadas) se anulan algunos de
sus beneficios.
Ahora bien, un problema importante que hay que tener en cuenta antes de lanzarse a vaciar
las estanterías de los supermercados o pescaderías de productos ricos en omega-3, es que algunos
aceites de pescado omega-3 podrían estar contaminados con mercurio. Y un nivel elevado de
mercurio puede aumentar la oxidación dañina, anulando así los beneficios para la salud que aportan
los omega-3.
En estos momentos los investigadores no tienen muy claro si los suplementos de aceite de
pescado omega-3 producen los mismos beneficios que los observados cuando se consumen como
parte de una dieta rica en pescado. Por lo tanto, sigue los informes científicos de fuentes fiables para
saber si los aceites omega-3 están a la altura de lo que prometen a la hora de aportar beneficios para
la salud cardiaca.
Aunque al parecer reducen los niveles peligrosos de grasa en la sangre, algunos aceites
de pescado omega-3 podrían estar contaminados con mercurio.
37
Encontrará más información sobre el magnesio en el capítulo 6.
El Joslin Center también ha comunicado que «se están realizando estudios para evaluar la
eficacia y la seguridad de las sales de vanadio tomadas por vía oral para controlar la glucemia y,
más importante aún, la sensibilidad a la insulina, al igual que la presión arterial y el nivel de
colesterol en pacientes con diabetes y otros problemas de resistencia a la insulina, como la
hipertensión».
En el futuro, tal vez un futuro no muy lejano, quizá se considere el vanadio un elemento
esencial a la hora de reducir el riesgo, que acompaña a la insulina, de contraer una enfermedad
cardiaca y convertirse, por lo tanto, en un suplemento importante para la persona adicta a los hidra-
tos de carbono, que se podrá beneficiar de su protección.
La L-arginina, un aminoácido que el cuerpo utiliza para fabricar óxido nítrico (potente
vasodilatador) es el más misterioso y complejo de los nutrientes que están surgiendo. Aunque tiene
propiedades beneficiosas, en muchos sentidos hay que ser extremadamente prudente en su uso.
A científicos y médicos por igual les ha impresionado su capacidad para dilatar los vasos
sanguíneos y aumentar el flujo de sangre que circula por ellos. Mejorar la circulación hacia el
corazón es importante en el tratamiento de la enfermedad cardiaca. Sin embargo, otros estudios han
revelado un gran problema para el adicto a los hidratos de carbono: se ha comprobado que, además
de su capacidad vasodilatadora, eleva en gran medida los niveles de insulina.
A corto plazo, la L-arginina puede ofrecer algunos importantes beneficios para la salud del
corazón, pero a la larga, sobre todo en la persona adicta a los hidratos de carbono, sus efectos en la
secreción de insulina podría anular sus ventajas para el corazón.
10
Debía tener unos cinco años, así que no era capaz de definir ese sonido que me golpeaba los oídos,
acostada en la cama de mi silenciosa habitación. Me asustó sentir ese golpeteo rítmico, resonante, y
cuanto más lo escuchaba, más fuerte sonaba y más rápido me parecía.
Me bajé de la cama, busqué la puerta en la oscuridad y me dirigí a la cocina, donde estaba
segura de que encontraría a Angela, mi niñera, leyendo el «buen libro» y bebiendo una taza de té.
Buscaba su consuelo y sabiduría como si fuera alimento y agua.
Me subí a su falda y le conté lo del sonido que me angustiaba tanto. Ella me besó dulcemente en la
cabeza, me echó hacia atrás los mechones de pelo aplastados en mi sudorosa frente y me dijo que lo
que había perturbado mi descanso sólo era el sonido de los latidos de mi corazón. Me explicó que si
se apoyaba la oreja en la almohada siempre podría oírlos.
—El corazón es mucho más que un músculo para bombear sangre —me explicó—.
Evidentemente es el órgano que nos mantiene vivos, un verdadero milagro, pero también es el
refugio del alma, y cada latido, una oración a Dios.
Yo guardé silencio, maravillada.
—Cada vez que late tu corazón —continuó—, estás orando.
—¿Orando?
—Sí. Verás, todo lo que haces, piensas y dices, todo lo que eres, se puede oír en los latidos
de tu corazón. Cuando te sientes desgraciada, tus latidos le dicen a Dios cómo estás de ánimo. Y
cuando sientes vergüenza por algo que has hecho mal, tu corazón lo acusa poniéndose a latir de otra
manera, y Dios lo entiende. Por eso tienes que ser la mejor niñita del mundo, para que cuando Dios
oiga tus latidos sepa que tus oraciones vienen de una personita muy buena.
—¿Dios oye mis latidos, de verdad? —pregunté, fascinada ante tal revelación.
—Oye los latidos de todos —me aseguró ella—. Y cada latido es diferente, igual que las
huellas de tus dedos. Así es como puede seguirte la pista.
Me miré las yemas de los dedos y ella, a su manera inimitable, me levantó la mano y me la besó. Yo
sonreí y me acurruqué más para continuar escuchando.
—Cuando Dios escucha tus latidos, sabe todo lo que sientes, y te contesta del mismo modo,
a través de tu corazón.
Tal vez yo la miré con cierto escepticismo, porque me dijo, riendo:
—¿No me crees? Bueno, pues te lo voy a demostrar. Cuando haces una cosa que no está
bien, ¿verdad que sientes algo por todo el cuerpo aunque nadie te haya dicho nada ni sepa que lo
has hecho?
Yo asentí, aunque mi intención era no hacerlo, para no dar a entender que alguna vez había
hecho algo malo; al fin y al cabo podría haber sido una pregunta tramposa. Pero Angela me abrazó
ante mi reconocimiento y me sonrió para tranquilizarme.
—Bueno, eso que sientes cuando has hecho algo mal, es la respuesta de Dios que te está
diciendo: «No ha estado bien eso que has hecho, hija mía. Te perdono, pero no vuelvas a hacerlo».
Y ahora a la cama.
Me puso de pie en el suelo y me empujó suavemente hacia la puerta.
—Pero Angela —le dije, caminando mientras me encaminaba hacia mi dormitorio—, si
cada latido es una oración a Dios, ¿por qué tengo que decir mis oraciones antes de dormirme?
—Es la última pregunta que te voy a contestar —me advirtió ella, y me dio una respuesta
que no olvidaría nunca—: Verás, hija, tus latidos le dicen a Dios todo lo que Él necesita saber, pero
tus oraciones, ah, te dicen lo que tú necesitas saber. Ahora rezas con las palabras que te han
enseñado otras personas, pero cuando seas mayor aprenderás a hacerlo con las tuyas propias, y
cuando lo hagas aprenderás a ser humilde y a abrirte a Dios. En cada oración verás todo lo que eres
y todo lo que esperas ser algún día. Y si vives bien —añadió—, Dios lo sabrá y tú también.
Esa noche estuve muchísimo rato despierta pensando en lo que me había dicho Angela,
apretando la oreja contra la almohada para escuchar mis latidos, y pensando si habría sido una niña
buena y qué diría cuando tuviera edad para hacer mis propias oraciones. Cuando mis padres
llegaron a casa simulé que estaba dormida. Sabía que se enfadarían con Angela si se enteraban que
me había explicado «otra de sus historias», así que lo guardé para mí como un pequeño secreto:
mío, de Angela y de Dios.
Pues bien, incluso hoy en día, cuando estoy despierta en la oscuridad de la noche con la
oreja apoyada en la almohada escuchando el sonido de mis latidos, pienso en el día que acaba de
pasar y evalúo si lo he vivido bien. Después me quedo dormida sabiendo que cada latido de mi
corazón es una oración silenciosa a Dios.
En un fascinante artículo publicado en Journal of Holistic Nursing, C. E. Hughes concluía que «la
manifiesta curación que resulta de la oración deja perplejos a los investigadores. Se podrían ofrecer
numerosas teorías respecto a los mecanismos por los cuales se produce esta curación. La fe de la
persona que ora en el poder de la propia oración, podría estimular la curación; [...] el acto de orar
podría estimular el sistema inmunitario». Más adelante añade que «a veces existe una faceta en la
oración y la curación que desafía la explicación racional y parece sugerir la existencia de un poder
superior». No podríamos estar más de acuerdo. Sin embargo, a la ciencia le ha llevado muchísimo
tiempo verificar lo que tantas personas han sabido a lo largo de muchos siglos: que la oración ofrece
esperanza, ayuda y curación.
La salud del corazón es igual a mucho más que la suma de las substancias químicas, los impulsos y
los músculos que se pueden observar, identificar, diseccionar y etiquetar. Contra toda lógica
científica, muchas cosas del corazón (sus latidos, su fuerza, vitalidad y resistencia) se originan en
algo que trasciende nuestro entendimiento limitado.
Lo hemos visto con nuestros ojos. Hombres y mujeres que tenían muy poco a lo que
recurrir aparte de su voluntad de vivir, el cariño de sus familiares y amigos o su fe en un poder o
finalidad superior, han vivido más tiempo que otras personas que, a pesar de contar con un corazón
fuerte, no tenían nada más en sus vidas.
Corazón a corazón, de corazón, con el corazón en la mano, de alma y corazón: de todas las
formas el corazón nos conecta con lo que tenemos en nuestra esencia. ¿Cuántos de nosotros, ante un
enorme sufrimiento o tormento o la pérdida de un ser querido, nos hemos sentido como si nos
hubieran arrancado el corazón del pecho? Y en esos momentos, ¿cuántos hemos recurrido a un
poder superior en busca de orientación y ayuda? Eso es algo tan natural como inspirar y espirar. En
momentos de necesidad y momentos de alegría, nuestros corazones se elevan hacia algo superior a
nosotros. Solamente en esa conexión encontramos alivio, consuelo, paz, salud y felicidad.
Ahora los científicos han confirmado dos cosas que hemos sabido siempre: que aquellas
personas cuya fe es fuerte tienen muchísimas menos probabilidades de sufrir una enfermedad
cardiaca que las que no, y que la oración tiene un efecto sanador. No parece tener mucha impor-
tancia que reces de la manera que te enseñaron o que te comuniques con métodos poco
convencionales, ya que una comunicación franca y continuada con Dios cosecha una amplia
variedad de beneficios para la salud del corazón.
Pero los beneficios espirituales para el corazón no les llegan sólo a las personas cuya idea
de un poder superior está de acuerdo con la versión oficial; aunque tu poder superior cueste más de
definir, de igual modo puede producirte paz mental y quizá hasta un corazón más sano también. La
oración no tiene por qué materializarse en palabras (aunque este método parece que es muy eficaz),
ya que puede consistir en, o combinarse con, meditación, visualización guiada, un trabajo feliz y
enriquecedor del alma, música, baile u otras creaciones artísticas.
Sin embargo, lo que sí es importante es que la oración, comunicación y celebración sean las
correctas y verdaderas para uno, y que salga ¿el corazón. Es dentro de esta conexión especial donde
puede ocurrir la curación, una curación que trasciende todo lo que la humanidad o la ciencia pueden
explicar.
Este capítulo no contiene directrices ni opciones. Simplemente confirma lo que muchos ya
sabemos, que la oración es importante, sea silenciosa o hablada, utilice palabras, actos o
celebración. Las historias que vas a leer a continuación son claros testimonios del misterioso poder
de la oración, y esperamos que te inspiren y estimulen a abrazar las conexiones espirituales que
tienes en tu interior.
Mis padres no eran personas particularmente religiosas; creían en Dios, pero sus respectivas
familias pertenecían a religiones diferentes, por lo que me educaron en las dos. También se
ocuparon de que yo conociera muchos otros diversos credos y opiniones, desde el judaismo
ortodoxo al budismo zen. Pensaron que si conocía muchas religiones diferentes me sentiría atraída o
llamada por una, y que tal vez eso me daría una conexión espiritual mayor que la que ellos habían
tenido. Sé que mí padre deseaba muchísimo que yo encontrara algo en lo que creer, pero nunca
llegué a hablar de eso con él. Y ahora ya no puedo hacerlo.
Cuando era una adolescente me imaginaba que ese «experimento en religión» de mis padres
se debía más a su sentimiento de culpa por su tibieza que al verdadero deseo de darme orientación
espiritual, pero les seguí la corriente porque lo encontraba interesante. Escribí ensayos, ganadores
de premios, que comparaban los mitos de la creación comunes a varias religiones, que detallaban
las similitudes entre las leyes del judaismo, cristianismo e islam, que comparaban los caminos de la
iluminación zen con las populares directrices psicológicas para la capacitación personal. Pero nunca
conocí a Dios; para mí la religión era una búsqueda intelectual que comprendía pero no sentía; era
algo que necesitaban otras personas, pero que para mí no significaba nada. Mis padres se sintieron
decepcionados, pero nunca me lo dijeron, y en mi rebelión adolescente disfruté demostrándoles que
su «experimento» había fracasado.
Lo único que lamento es que mi padre nunca sabrá el éxito que tuvo, y que fue su muerte la
que me trajo la fe que tanto deseó infundirme cuando estaba vivo.
Ya rondaba los cuarenta años cuando una amiga me dio el nombre y el teléfono del doctor
Vagnini.
—Es fantástico —me dijo—. Se puede hablar con él; es muy simpático, y podría ser la
persona indicada para atender a tu padre.
—Gracias, lo llamaré —contesté con una falsa sonrisa, cogiendo el papel.
«Fabuloso —pensé— un doctor simpático; eso es lo último que necesitamos. Mi padre no
necesita un médico simpático sino uno hábil, inteligente. Si necesitara simpatía le regalaría un
cachorrillo. Lo que necesita es habilidad.»
Me guardé el papel en el bolsillo, me despedí de mi amiga y me encaminé al hospital donde
mi padre se estaba recuperando de una operación al corazón. Dos días después, ese papel me salvó
la vida.
Llevaba yo más de cuarenta y ocho horas sin dormir. Nos habían dicho que la operación
había sido un éxito y que con algunos cambios de estilo de vida se recuperaría bien. Pero no estaba
bien, y cuando entré en su habitación, me di cuenta de que no se iba a recuperar. Hice todo lo que
pude; mi madre también, pero después de haber fumado toda la vida, haber comido sin mesura y
haber estado sometido a estrés, la factura que pagó era muy alta. Murió mientras dormía, con mi
madre a un lado de la cabecera de su cama y yo al otro.
Acto seguido, me puse en acción inmediatamente, organizándolo todo para evitarle a mi
madre esas cuestiones para las que no estaba preparada. Tenía la mente increíblemente despejada y
sentía muy poca emoción; me encontraba en estado de shock, pero estaba tan ocupada
felicitándome por llevarlo todo tan bien que no me di cuenta.
En los cuatro días que siguieron dormí un total de doce horas, que se sumaron a la falta de
sueño que ya acarreaba de los días en que lo velé en el hospital. Por lo tanto, me preparé para el
funeral en medio de una especie de niebla. Estaba enferma de tanto comer en exceso. Ya tenía
veinte o veinticinco kilos de sobrepeso, y debí subir otros ocho. Apenas podía dormir, no era capaz
de pensar ni trabajar; no sentía nada. Me tomé una semana libre en el trabajo, y después de llamar a
todos los parientes y organizarlo todo, me dediqué a ver televisión y a seguir comiendo.
En el corto periodo entre el ataque de mi padre y el funeral me engordé tanto que ya no me
cabía la ropa, pero sólo me di cuenta de lo mal que iban las cosas cuando me puse el vestido negro
para el funeral; con horror comprobé que los botones estaban tan tirantes que se me abría por
delante, y como no tenía nada más que ponerme, desesperada, agarré el abrigo y me lo cerré bien.
Lo encontré sorprendentemente agradable, calentito y suave, ya que durante dos días había
sentido rachas de frío y calor, y aunque no quería pensar en eso, probablemente tenía la presión alta.
Desde hace unos dos años acarreaba ese problema, pero no había querido ceder y tomarme los
medicamentos que me había recomendado el médico. En ese momento, un terrible dolor de cabeza,
tal vez debido a la tensión alta, me hacía desear acurrucarme en un rincón oscuro y quedarme allí.
Los sollozos de mi madre parecían venir de muy lejos; acababa de comenzar el servicio
funerario cuando sentí la primera punzada de dolor en el pecho. Me sentí como si me hubiera
golpeado un rayo, e inmediatamente me di cuenta de que estaba teniendo un ataque al corazón.
Lo primero que pensé fue: «No, Dios mío, no me hagas esto. Por favor, no. Matará a mi madre;
Dios mío, por favor, no lo hagas». Estas palabras me sorprendieron, a mí, que era una persona tan
poco religiosa; pero no era ese el momento de ponerse a pensar en ello. Estaba sudando
profusamente, pero no quería que me quitaran el abrigo; y como si lo hubiera ensayado unas cien
veces, cuando lograron convencerme de que me lo dejara quitar, saqué con sumo cuidado el papel
con el teléfono del doctor Vagnini.
Ahora le tocó a mi madre conservar la calma; yo siempre supuse que ante una situación
como aquella se desmoronaría, pero no fue así; llamó rápidamente a la ambulancia, y cuando le
dijeron que tardaría por lo menos quince minutos, se puso en contacto con el doctor Vagnini.
—Dijo que se reunirá con nosotras en el hospital —me explicó—. Ha sido muy amable, y
me ha dicho que estará esperándonos allí, y que no nos preocupemos.
Yo estaba a punto de hacer un chiste cuando sentí otra fuerte punzada en el pecho.
—Me ha dicho que te mantengamos cómoda y que...
—¿Qué? —pregunté—. ¿Qué más te ha dicho?
—Que rezara —contestó ella tranquilamente.
—¿Quién? ¿Tú o yo?
—Las dos.
—Ay, mamá —contesté riendo—. Es increíble.
Pero mi madre no contestó. Allí mismo, sentada a mi lado y delante de todos, con la
cabeza, inclinada y los ojos cerrados, se puso a rezar.
Los murmullos cesaron, y uno a uno, familiares y amigos se unieron a su oración. Deseé
decirles que pararan, decirles que eso era una tontería, pero se me llenaron los ojos de lágrimas y un
nudo en la garganta me impidió hablar.
Entonces la sentí: una mano fresca en mi frente, una certeza en mi interior, y de pronto la
mano invisible que estaba arrancando la vida de mi corazón se aflojó. Se me despejó la vista y vi
una escena que no olvidaré jamás. Delante de mí había unas cien personas, todas en silencio, que
oraban y suplicaban a Dios por mí. Detrás de ellas, el ataúd cerrado de mi padre, y en la distancia se
oía la sirena de la ambulancia. La cara de mi madre, tan vieja y triste esa mañana, se veía joven y
hermosa, y cuando le dije que todo iba a ir bien, sonrió y me dijo que ya lo sabía.
En el hospital nos esperaba el doctor Vagnini. Pensé que le habríamos parecido
extrañamente serenas, pero después él nos explicó que no habíamos sido las primeras en seguir su
consejo y encontrar la respuesta a nuestras oraciones.
Han transcurrido tres años desde ese día y yo lo celebro como mi día de renacimiento. Con
la ayuda del doctor Vagnini he cambiado totalmente. Como hidratos de carbono una sola vez al día,
camino un buen rato por el centro comercial tres veces a la semana y tomo el cromo que él me ha
recomendado. He bajado casi veinte kilos y mi presión arterial es normal. No me quedó ninguna
lesión del ataque al corazón, y el doctor Vagnini, Dios lo bendiga, me ha enseñado muchísimo
sobre el vínculo entre la medicina y la fe.
Ya no doy por descontadas mi salud ni mi vida. Como bien, vivo bien y he encontrado una
fe en Dios que habría hecho muy feliz a mi padre.
Alguien dijo una vez: «Si quieres que tu hija no sea católica, envíala interna a un colegio católico».
Bueno, por lo visto mi padre nunca oyó ese sabio consejo. Cuando yo estaba en enseñanza básica,
mis padres se divorciaron y quedé bajo la custodia de mi padre. A los pocos días de finalizar los
trámites del divorcio me envió interna a un colegio católico. A los doce años yo ya odiaba a todo el
mundo: a mi padre, a mi madre, a mi hermana (que estaba prisionera conmigo en ese nido de
víboras), a las monjas y, sobre todo, a Dios, que permitía que las monjas me pegaran y humillaran
tanto que me hacían desear verlas muertas.
El resto de mi vida lo viví en secreto. Mi marido, Chris, y mis hijas, rara vez me
encontraban con la guardia baja; decidía lo que iba a revelar y qué me guardaría para mí, y
guardaba mis verdaderos pensamientos como una leona protege a sus cachorros. Mi marido no era
católico, y no me costó mucho alejarlo de su iglesia, a la que yo asistí durante muy poco tiempo,
más por sentido del deber y de culpabilidad que por amor a Dios.
Chris nunca hablaba mucho de religión; no se unía a mí cuando yo la criticaba, pero
tampoco la defendía. Esa era su manera de ser: si no lo empujabas, nunca decía nada. Por eso
aquella noche, cuando al llegar a casa dijo que no se sentía bien, me asusté muchísimo.
No habíamos ido al médico desde hacía más tiempo del que me gustaba reconocer. A los
pediatras de las niñas no faltábamos nunca, tanto si estaban enfermas como si necesitaban un
examen médico para el colegio o el campamento, pero nosotros, bueno, eso era otra cosa.
Chris era hijo adoptivo, y no sabíamos nada sobre sus padres naturales; toda su vida había
tenido sobrepeso, y en esos momentos, rondando los cincuenta, su tripa estaba francamente
abultada. Por mí no me preocupaba, pero no me gustaba nada lo mucho que le costaba respirar; por
la noche me despertaba con sus ronquidos, cosa que no había hecho en los primeros años de
casados. También había adquirido la costumbre de picar entre horas. Los fines de semana daba la
impresión de no dejar de comer desde la mañana a la noche; le gastábamos bromas y nos reíamos,
pero yo sabía que no se sentía feliz con su peso, ya que era vendedor y no tenía ocasiones de hacer
ejercicio. Además, siempre comía con prisas por el camino, y por lo tanto yo no podía culparle de
nada.
Cuando su empresa comenzó a reducir su infraestructura (una forma elegante de decir que
comenzó a despedir personal), él saltó del barco y se apresuró a buscar trabajo en la principal
competidora. Fue una movida inteligente, ya que a los pocos meses todas las vacantes quedaron
ocupadas. No obstante, el único problema que tuvo fue el examen físico que le exigieron para
entrar, por cuestiones del seguro. Recuerdo que bromeó diciendo que cuando su antigua empresa
redujo su volumen, él debería haber hecho lo mismo.
El médico le dio la mala noticia el lunes, y él no me lo dijo hasta la mañana del viernes
siguiente. «Sabía que volverías a ponerme a dieta», me dijo después, y tenía razón.
Chris había hecho más dietas que todas las personas que conozco. Siempre las comenzaba
con mucho entusiasmo, después empezaba a flaquear y al final renunciaba. Alguien acuñó la
expresión dietasyo-yo para definir este proceso. Pero yo sabía que no era culpa suya; algunas dietas
le exigían contar calorías, otras le prohibían muchos alimentos, y otras medir y pesarlo todo, y eso
no era para él; se pasaba el día hambriento, y al final yo cedía y le dejaba que comiera lo que
quisiera. Pero lo que no me imaginaba era lo cerca que estaba de tener un ataque al corazón.
El médico se quedó pasmado ante los resultados de su presión arterial; no se limitó a decirle
que no podía darle el visto bueno para el trabajo, añadió que, en su opinión, deberían hospitalizarlo;
también le indicó hacerse un análisis de sangre. Justamente cuando me estaba contando el problema
de la hipertensión, sonó el teléfono: era el médico de la empresa para decirnos que los resultados del
análisis no eran buenos y que su nivel de colesterol estaba por encima de 300, y la proporción entre
colesterol bueno y colesterol malo estaba al revés de lo que debía estar, y añadió que Chris iba
derecho a un ataque al corazón. Pensamos que nos daría la misma hoja de dieta de siempre, con
raciones y cambios, pero en lugar de eso nos recomendó un libro sobre la adicciñon a los hidratos
de carbono.
Chris salió de casa como un rayo; dijo que deseaba comenzar de inmediato, pero yo pensé
que sólo quería evitar hablar de eso. Después de una hora, cuando vi que no volvía, comencé a
asustarme; la librería estaba a sólo cinco minutos en coche. No lograba imaginarme qué motivos lo
habían llevado a tardar tanto; pensé que tal vez habría ido a tomarse una última comida antes de
empezar la dieta, y me sentí mucho mejor.
Cuando llegó a casa, parecía otro; traía un libro bajo el brazo y una sonrisa en la cara. Lo
dejó sobre la mesa y me abrazó; me acarició el pelo igual que solía hacerlo cuando estábamos
recién casados. También noté un olor raro en su ropa, y no logré comprender qué le pasaba.
—He pasado por la iglesia de San Bernabé —me explicó.
Casi no me lo pude creer, pero no le di importancia, atribuyéndolo a la mala noticia que
acabábamos de recibir. Si Chris necesitaba una muleta, yo era lo suficientemente adulta para no
reírme de él. Pero lo que vi en las semanas siguientes fue mucho más que una muleta.
Pasaron las semanas y Chris continuó fiel a su dieta y a su fe. Yo hacía todo lo que estaba
en mi mano para que la cosa funcionara; no quería perderlo. Él se leía el libro religiosamente,
seguía su programa e iba a la iglesia. Comenzó a ayudarme en la casa y se levantaba temprano para
estar un poco con las niñas antes de que se fueran al colegio, y tampoco se perdía su caminata
matutina. Era otro hombre, y aunque esperé pacientemente que resurgiera el antiguo Chris, nunca
ocurrió.
En lugar de eso, perdió más de 20 kilos, lento pero seguro. Nunca se quejaba de la dieta,
decía que ya no tenía hambre, y cuando le bajó la presión arterial, quedó libre otro puesto en la
empresa, y esta vez pasó su examen físico con éxito. El trabajo resultó ser muy agradable, y su zona
estaba bastante cerca de casa en coche. La iglesia ha continuado siendo algo importante en su vida,
hasta ahora, y aunque yo no puedo acompañarlo en ese aspecto, ya que mis heridas aún están muy
vivas, veo en él la paz que le da su fe. También reza todas las noches.
Una vez le pregunté qué pedía cuando oraba. Me miró extrañado y movió la cabeza:
—No pido nada, simplemente doy las gracias.
El Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono es un instrumento que se debe
usar como parte de una relación continuada y saludable para el corazón entre tú y tu médico. Cada
uno de nosotros tiene necesidades, problemas de salud y trastornos muy distintos, de modo que
antes de comenzar este programa (o cualquier otro) consulta con tu médico.
No obstante, puede ocurrir que tu médico no tenga el tiempo o los conocimientos
necesarios para contestar a tus preguntas, ofrecerte su aliento o darte los recursos que necesitas.
En este capítulo, escrito la primera parte en el sencillo formato de preguntas y respuestas,
encontrarás los nombres, direcciones, números de teléfono y sitios web de organizaciones y centros
que te pueden ofrecer orientación, información, productos, apoyo y aliento. Y para satisfacer las
necesidades individuales de cada uno, siempre que es posible se especifica más de un recurso. En el
momento en que escribimos este libro consideramos que estos eran los mejores, pero dado que con
el tiempo podrían haber cambiado en cuanto a calidad en el servicio, disponibilidad y continuidad,
no nos responsabilizamos de ningún cambio en este sentido.
Muchas de las organizaciones y centros que reseñamos son gratuitos, otros no. En cada caso
proporcionamos la dirección para contactar y advertimos si es necesario pagar honorarios, cuota o
precio. Y, por favor, sé consciente de que con el tiempo las cosas cambian y de que es posible que
algo haya cambiado en los recursos disponibles desde que se estaba preparando este libro.
Pero aparte de a todas estas direcciones, a veces también te remitimos a algunas páginas de
este libro, lo que asegurará que, como primer paso, has leído la información contenida en ellas. Si
ya las has leído escoge entre los otros recursos que te ofrecemos.
Como siempre, comienza con una visita a tu médico y después busca otras manos
auxiliadoras que puedan ofrecerte asistencia complementaria según la necesites. Muchos de los
participantes en nuestros estudios y pacientes han descubierto que el círculo se completa cuando
pueden volver a sus médicos a contarles todo esto y a hablarles de sus mejoras con respecto a la
salud del corazón.
Unas últimas palabras de aliento: tu salud es tu posesión más preciada; con ella todo es
posible, sin ella, nada. No temas hablar francamente en defensa de tu salud. No permitas que otras
personas la subvaloren o desprecien lo que tú de corazón sabes que es válido y cierto. Cuida de tu
salud y quiérela, y nunca, bajo ninguna circunstancia, la comprometas en favor de otra persona, ni
por vergüenza ni por apremio.
¿Cómo puedo incorporar a mi programa las recomendaciones de los organismos de salud sobre el
poco consumo de grasa y sal?
En las páginas 341-346 encontrarás sugerencias paso a paso para incorporar las directrices
dietéticas del Departamento de Salud y Servicios Humanos (Departamento de Agricultura) y de la
American Heart Association. Como siempre, toma las decisiones de acuerdo con lo que te aconseje
tu médico.
¿Dónde puedo obtener más información sobre el programa? ¿Dónde obtener respuestas a mis
preguntas?
Aunque las directrices básicas y las opciones saludables para el corazón del Programa
Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono están contenidas en este libro, quizá
necesites más información o explicaciones. Una vez que hayas leído todo el libro, si te parece que
necesitas más información o todavía tienes preguntas, podrías:
• Visitar The Carbohydrate Addict s Official Website en www. carbohydrateaddicts.com,
donde encontrarás más de cuarenta páginas de información clara, interesante y puesta al
día. (Es gratis, sólo necesitas tener acceso a Internet. La dirección de este sitio web aparece
en la página 290.)
• Hablar por teléfono o personalmente con un nutricionista titulado de The Cardiovascular
Wellness Centers. (De pago; la información para contactar está en la página 292.)
• Entrar en el grupo de apoyo por e-mail CASupport® dirigido por y para adictos a los
hidratos de carbono. (Es gratis, sólo necesitas tener acceso a Internet; información en la
página 290.)
• Entrar en CAChat®, sala de conversación (chat) por Internet dirigida por y para adictos a
los hidratos de carbono (existen salas America Online y non-America Online; sólo necesitas
tener acceso a Internet; información en la página 290).
• Se puede encontrar información complementaria en otros libros de los doctores Richard y
Rachael Heller sobre el hiperinsulinis-mo. (Vale lo que pagas por los libros; la lista
completa de libros de los doctores Heller e información para pedirlos con descuento está en
las páginas 290-291.)
• En la Bibliografía, páginas 347 y siguientes, hemos incluido la lista de artículos científicos
y libros que forman la base del Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de
carbono.
• Para más información sobre la base científica del programa, utiliza la free Medline [línea
médica gratis], que te permite buscar datos por Internet en las mejores y más prestigiosas
publicaciones científicas. Las palabras clave para iniciar la búsqueda son: hyperinsulinemia
[hiperinsulinismo] y heart disease [enfermedad cardiaca]. (Es gratis; sólo has de tener
acceso a Internet; información sobre cómo entrar en la página 293.)
• Habla por teléfono o personalmente con un nutricionista titulado de The Cardiovascular Centers.
(Explicación en el apartado anterior.)
¿Tenéis otros libros que puedan serme útiles? ¿Dónde puedo encontrarlos?
Los doctores Richard y Rachael Heller han escrito otros seis libros sobre el
hiperinsulinismo y su efecto en el peso y en una amplia variedad de problemas de salud, entre ellos
la diabetes de adulto y el cáncer. En su manual se han centrado en los aspectos psíquicos de la
adicción a los hidratos de carbono. En otros libros lo hacen en las necesidades de los niños adictos a
los hidratos de carbono y en las de los adultos a partir de los cuarenta, cincuenta, sesenta y más
años. La lista de todos los libros e información para pedirlos con descuento está en la página 290.
¿Cómo puedo comunicarme con otros adictos a los hidratos de carbono que sigan este programa?
Quizá lo único tan gratificante como descubrir un programa que da resultados y que ofrece
libertad y salud, es encontrar a otras personas que compartan las mismas experiencias. Si quieres
comunicarte con otros adictos que han seguido este programa u otros de los Heller, puedes:
• Entrar en el grupo de apoyo por e-mail CASupport dirigido por y para adictos a los hidratos
de carbono. (Es gratis, sólo se necesita estar conectado a Internet; información en las
páginas 289-290.)
• Entrar en CAChat, donde muchos de los miembros de CASupport se reúnen en una sala de
conversación, animada e interactiva, dirigida por y para adictos a los hidratos de carbono
(existen salas America Online y non-America Online; tienes que estar conectado a Internet;
información en la página 290).
¿Adonde puedo acudir para analizar y tratar mi riesgo de contraer una enfermedad cardiaca
relacionada con el exceso de insulina, o restablecer mi salud cardiaca?
The Cardiovascular Wellness Centers del doctor Vagnini, con sede en la ciudad de Nueva
York y Long Island (Nueva York), realiza análisis innovadores y ofrece lo último en tratamiento
médico complementario basado en pruebas. (Se paga la visita y los análisis; hay que ir a Nueva
York; información para contactar o pedir hora en capítulo 11.)
¿Dónde puedo informarme más sobre medicina preventiva, sobre todo en lo que respecta a la salud
de mi corazón? ¿Cómo estar al tanto de los nuevos descubrimientos científicos relativos al
corazón?
Recursos
El Carbohydrate Addict's Official Website [sitio Web Oficial de Adictos a los Hidratos de Carbono]
ofrece más de cuarenta páginas de información, cuestionarios, historias personales, recetas,
respuestas a preguntas que se hacen con frecuencia, apoyo por línea y grupos de conversación y
libros con descuento. Las conexiones te orientan a través del website, y muchos visitantes vuelven
una y otra vez a aprender más y a contar sus descubrimientos. (Gratis, sólo necesitas tener acceso a
Internet. Encuentras The Carbohydrate Addict's Official Website en:
http://www.carbohydrateaddicts.com
CASupport es un grupo de apoyo dirigido por y para adictos a los hidratos de carbono que
siguen cualquiera de los programas de los Heller. Sus miembros ofrecen amistad y apoyo, y
explican a todos los demás sus experiencias personales a través de mensajes por e-mail. Para
subscribirte a este grupo, entra en la página web, desplázate por ella y haz un clic en la casilla
correspondiente. Te pedirán la información que te permitirá convertirte en miembro. (Es gratis; sólo
necesitas tener acceso a Internet.)
CAChat es una sala privada dirigida por y para los adictos a los hidratos de carbono que
siguen cualquiera de los programas de los Heller. Descubrirás que muchos adictos entran en este
espacio para hablar con verdaderos amigos. Para acceder a este espacio gratis, entra en el sitio web
de The Carbohydrate Addict's desplázate por la página y haz un clic en la casilla adecuada. Te
pedirán que indiques si quieres suscribirte a America Online (existen salas de conversación
America Online y non-America Online); se te da la información sobre cómo entrar en la sala de
conversación y las horas programadas para hacerlo. (Es gratis; sólo necesitas tener acceso a
Internet.)
Todos los libros de los doctores Heller están disponibles en las librerías. Normalmente se
encuentran todos los títulos, pero si estuvieran agotados temporalmente, encárgalo; sólo tardan unos
días en reponerlos. Si tienes acceso a Internet, puedes encargarlos con un buen descuento a través
del sitio web oficial de The Carbohydrate Addict's en http:// www.carbohydrateaddicts.com
(desplaza la página hasta encontrar la casilla de los libros con descuento).
• The Carbohydrate Addicts's Diet (Signet, 1993, edición de bolsillo): el primer programa
sólo para adelgazar. [Publicado en castellano por Ediciones Urano: Dieta vara los adictos a
los hidratos de carbono, Barcelona, 1993. Disponible también por Internet en
http://www.edicionesurano. com/]
• The Carbohydrate Addict's Program for Success (Plume, 1993): manual interactivo para
liberarse del poder de las experiencias, los sentimientos y pensamientos dolorosos que
suelen estar relacionados con la adicción a los hidratos de carbono.
• The Carbohydrate Addict's Gram Counter (Signet, 1993): manual tamaño bolsillo del valor
calórico de los alimentos, especialmente ideado para el adicto a los hidratos de carbono.
• Healthy for Lije (Plume, 1996): programa paso a paso para bajar de peso y mejorar la salud.
[Publicado en castellano por Ediciones Urano: Salud para toda la vida, Barcelona, 1997.]
• The Carbohydrate Addict's Lifespan Program (Signet, 1998): programa para bajar de peso
y mejorar la salud, con información puesta al día sobre el efecto de los sucedáneos del
azúcar, el glutamato monosódico, los medicamentos y el estrés.
• Carbohydrate-Addicted Kids (HarperCollins, 1998): programas fáciles, paso a paso, para
niños y adolescentes adictos a las féculas, comida basura, productos para picar y dulces.
Los Cardiovascular Wellness Centers (Centros de Salud Cardiovascular) tienen sus sedes en la
ciudad de Nueva York y en Long Island. En sus modernas instalaciones para análisis y exámenes, el
doctor Frederic J. Vagnini ofrece los más avanzados tratamientos médicos complementarios,
basados en pruebas. Se evalúa a los pacientes y se les ofrece lo más moderno en técnicas de
prevención y tratamiento agresivo de la hipertensión, la diabetes de adulto, la obesidad, los niveles
peligrosos de lípidos en la sangre, la aterosclerosis, la enfermedad cardiaca y los accidentes
cerebrovasculares.
Entre los avanzados métodos de análisis aplican la exploración por imágenes para detectar
la arteriosclerosis y evaluación de los cambios, imágenes de alta resolución de veinticuatro puntos
de vasos sanguíneos para detectar y evaluar problemas de aterosclerosis, y avanzados análisis de
sangre para detectar una amplia variedad de factores de riesgo de la enfermedad cardiaca.
Se aceptan muchos planes de seguro, y se ofrece a los pacientes tratamiento farmacológico
(medicamentos), de nutrición y de estilo de vida según convenga.
Direcciones:
(Servicio de pago; los posibles pacientes deben viajar a la zona de Nueva York.)
Orientación en nutrición
En los Centros hay un nutricionista titulado para responder a las preguntas u ofrecer más
información, orientación individualizada o mayor motivación. Las consultas se pueden hacer
personalmente o por teléfono. Hay que pedir hora con antelación, llamando al Centro al (516) 222-
2288, o de manera gratuita al (888) HEART90 ([888] 432-7890). (La consulta se paga; se aceptan
todas las principales tarjetas de crédito.)
Suplementos
Aunque los suplementos de los que se habla en el capítulo 6 los encontrarás en farmacias,
supermercados o tiendas de alimentos dietéticos, también los puedes comprar directamente en los
Cardiovascular Wellness Centers. Para encargarlos por teléfono, llama al (516) 222-2288, o gratis al
(888) HEART90 ([888] 432-7890). Si vives cerca de cualquiera de los centros, puedes ir a
comprarlos personalmente.
La subscripción a Cardiovascular Wellness, hoja informativa mensual con artículos del doctor
Frederic J. Vagnini y su nutricionista, te mantendrá al día de los últimos descubrimientos,
tradicionales y complementarios, en la prevención y tratamiento de la enfermedad cardiaca. Para
suscribirte, puedes escribir o llamar por teléfono a:
Healthstar Publishing
146 SterlingAvenue
Greenport.NY 11944
Tels.: (516)222-2288, o bien (888) HEART90 ([888] 432-7890).
El programa The Heart Show, en la radio WOR, 710 AM, lo presenta el doctor Frederic Vagnini y
ofrece lo último en información sobre medicina preventiva y salud cardiaca. Si vives en la zona
triestatal de Nueva York podrás escucharlo en directo de cuatro a cinco de la tarde los domingos. El
vasto conocimiento del doctor Vagnini, de fascinantes especialistas e invitados, hacen de esta una
experiencia que no hay que perderse. (Es gratis, pero hay que vivir en la zona triestatal de Nueva
York.)
Para contactar con este organismo puedes escribir, llamar por teléfono o acceder por Internet:
The American Heart Association
National Center
7272 Greerwille Avenue
Dallas, TX 75231
Tel.: (8OO)AHA-USA1 ([800] 242-8721)
Web site: http://vvrww.amhrt.org
Free Medline
La Free Medline es una ventana al mundo de la ciencia y la medicina que te permitirá acceder a los
mismos estudios que leen los investigadores y médicos para mantenerse informados de los últimos
descubrimientos, técnicas y tratamientos. Para acceder a ella, entra en:
http://www.infotrieve.com
y haz un clic en la opción free Medline. El sitio web te guiará en la busqueda de resúmenes de los
artículos que te interesan (para que la búsqueda sea fructuosa, elige los temas de la derecha). Si
necesitas ayuda, te ofrece instrucciones y asistencia para perfeccionar tu técnica de búsqueda.
Aunque con la búsqueda gratuita sólo se puede acceder a resúmenes (llamados abstracts)
pagando podrás pedir el artículo entero, o si la revista médica es reciente, buscarla y ver si ofrece
los artículos enteros (llamados full text) para acceder a ellos gratuitamente. Otra opción es consultar
en la librería de tu localidad si te puede conseguir el artículo, gratis o pagando. En cualquier caso,
aunque no obtengas los artículos completos, los resúmenes te proporcionarán un punto de partida
para familiarizarte con las últimas investigaciones en el campo que hayas elegido y te servirá para
iniciar un buen diálogo con tu médico. Por cierto, mientras estás en free Medline, prueba con las
palabras clave hyperinsulinemia (hiperinsulinismo) y heart (corazón) para comprobar de qué se
están enterando los científicos cada día acerca de este tema esencial.
Si el sitio web que te damos no te da resultado, puedes encontrar sugerencias buscando con las
palabras free Medline con un motor de búsqueda por Internet. Ten cuidado de no elegir alternativas
que haya que pagar, a menos que esa sea tu intención. (Como hemos dicho, este servicio es gratis,
sólo hay que tener acceso a Internet.)
Este libro no estaría completo si no te recordáramos que en tu interior tienes los dos mejores
recursos de todos: tu compromiso con tu salud y tu conexión con tu poder superior. Tu disposición a
aprender nuevas estrategias, mantenerte al día en los últimos descubrimientos científicos y a buscar
el consejo, sabiduría y orientación de tu médico, junto con tu fuerza y compromiso, te irán muy
bien. Además, tu conexión con un poder superior, sea espiritual, humano o de la naturaleza, te
llevará a la fuente de fuerza y orientación que te dará la ayuda, la esperanza y la curación.
Te deseamos algo muy simple: que encuentres todo lo que necesitas en el libro que tienes
en tus manos, en el mundo que te rodea y, por supuesto, dentro del lugar más preciado que
llamamos alma. Que busques lo que necesitas y lo compartas; que descubras que salud, felicidad,
esperanza y libertad pueden ser sinónimos. Y sobre todo, que nunca olvides que es la alegría del
viaje lo que hace digna la aventura.
CUARTA PARTE
Recetas para el éxito
12
Comidas cordiales I:
Recetas de platos pobres en hidratos de carbono
Ya sabes que el Programa Corazón Sano para los adictos a los hidratos de carbono ha sido ideado
para reducir la secreción de insulina y así disminuir el riesgo de tener hipertensión, obesidad,
niveles elevados de lípidos en la sangre, diabetes de adulto y enfermedad cardiaca.
Por lo tanto, a estas alturas ya debes tener bastante claro lo importante que es mantener
equilibrado el nivel de insulina durante todo el día. También es importante comer y disfrutar de
alimentos ricos en hidratos de carbono cada día. La comida premio diaria te proporciona esos
alimentos, equilibrados con otros pobres en hidratos de carbono, 38 mientras que las demás comidas
del día sólo contienen alimentos pobres en hidratos de carbono. De esta manera continúas
disfrutando de los alimentos que necesitas y te gustan, reduciendo al mismo tiempo la secreción de
insulina y con ello el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca y las otras enfermedades y
factores de riesgo vinculados a ello.
En este capítulo te ofrecemos muchas recetas de platos deliciosos para las comidas o los
tentempiés pobres en hidratos de carbono. Recuerda que en estas comidas sólo puedes comer de
estos alimentos, y que en las comidas premio los tienes que combinar con alimentos ricos en
hidratos de carbono, equilibrándolos de una manera agradable y nutritiva.
Las recetas de este capítulo son sólo unos cuantos ejemplos de las muchas combinaciones
que se pueden realizar con alimentos pobres en hidratos de carbono. Aquí está tu oportunidad para
divertirte usando tu creatividad. Idea un número ilimitado de recetas combinando los alimentos de
la «Lista de alimentos pobres en hidratos de carbono», y no olvides que cuando planees estas
comidas sólo deberás elegir alimentos de esa lista.
Como su nombre indica, estos alimentos contienen una baja proporción de azúcares simples
y de féculas, por lo tanto no estimulan la secreción de insulina (ni la resistencia a ella),
disminuyendo así el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca que se vincula con ella.
En este capítulo encontrarás algunas de tus recetas favoritas para:
Todos los alimentos pobres en hidratos de carbono se pueden hervir en agua o al vapor, asar al
horno o a la parrilla, freír, saltear o guisar, según sean las recomendaciones de tu médico. Y no
olvides que en estas comidas no debes usar ni pan ni harina ni ningún tipo de producto para
empanar o rebozar.
Incluimos recetas alternativas pobres en grasa y, en lo posible, con aceite de oliva (fuente de
grasa monoinsaturada) en lugar de mantequilla u otros productos que contienen cantidades
38
Más información sobre la comida premio en las páginas 151-152.
importantes de grasa saturada. Para sugerencias sobre la incorporación al programa de alimentos
pobres en grasa, pobres en grasa saturada, pobres en sal y otras recomendaciones dietéticas, véase
página 341.
Las recetas siempre se pueden modificar en cantidad para adaptarse al número de raciones
deseadas. Si comes solo/a, por ejemplo, podrías querer reducirla a la mitad o a tres cuartas partes, o
preparar toda la cantidad y guardar el resto en el refrigerador o congelador para tomártela más tarde
o en otra ocasión. (Siempre es agradable tener algo preparado; simplemente, no olvides ponerles la
fecha y comerlo cuando corresponda.)
Nosotros llevamos un inventario de las comidas o alimentos, cocidos o crudos, que congelamos,
enganchando pequeñas notas con alfileres a un tablero de corcho que tenemos en la cocina. A cada
compartimiento le asignamos un color, y las notas las sujetamos con alfileres del color
correspondiente, para facilitar la tarea de localizar las cosas, y nos fijamos mucho en las fechas para
evitar dejar los alimentos demasiado tiempo en el congelador.
Nota importante: Recuerda que las recetas que te ofrecemos a continuación son de platos que
no sólo puedes disfrutar en las comidas y los tentempiés pobres en hidratos de carbono sino también
en las comidas premio, equilibrándolas, por supuesto, con alimentos ricos en hidratos de carbono.
Si decides añadir mayonesa a cualquiera de tus comidas pobres en hidratos de carbono, cerciórate
de que es de la variedad «normal»; no pongas mayonesa «pobre en grasa» en las comidas pobres en
hidratos de carbono. Éstas últimas suelen contener varias formas de azúcar, para reemplazar la grasa
que se les ha quitado. Estos azúcares añadidos pueden aumentar la secreción de insulina y, por lo
tanto, también la resistencia a la insulina.
El truco que empleamos para convertir una mayonesa «normal» en una alternativa con poca
grasa es «adelgazarla» con un poquito de agua. Añadiéndole agua fría, poco a poco, y removiendo
para mezclarla bien, podrás reducir el contenido graso de la mayonesa entre un cuarto y un tercio,
sin añadir azúcar. Te sorprenderá lo poco que afecta el agua a su consistencia.
Los hornos de microondas pueden ser una verdadera bendición para las personas a las que les gusta
la buena cocina pero tienen poco tiempo (que somos la mayoría). Usa el microondas para calentar
los restos que hayas guardado en la nevera o congelado, tanto en casa como en el trabajo. Con ellos,
en cuestión de minutos podrás disfrutar de una exquisita comida casera. Cuando lo pruebes y veas
lo fácil que es planear las comidas con antelación, prepararás raciones dobles y triples de tus platos
favoritos, para así poder tomártelos varios días después. Conocemos a una mujer que se compró un
microondas para el trabajo; según nos dijo, con lo que ahorró al dejar de ir a restaurantes, amortizó
su inversión en unas pocas semanas, y, además, «comía como una reina», mejorando su salud al
mismo tiempo. Sus comidas se convirtieron en la envidia de sus compañeros de trabajo, y disfrutaba
cada minuto de ellas.
Por lo tanto, planea con antelación y usa tu energía y creatividad y también los
electrodomésticos disponibles para cuidar bien (y de un modo delicioso) de ti.
DESAYUNOS POBRES EN HIDRATOS DE CARBONO
Fritada Libertad
3 raciones
Reúne restos de tus verduras favoritas y proteínas y prepárate un exquisito comienzo para el día. Es un plato
fabuloso para desayuno-almuerzo, comida ligera de mediodía, y también como parte del plato principal de la
comida premio.
6 huevos (o sucedáneos con poca grasa)
1 ½ cucharadas de aceite de oliva
2 tazas de verduras ya cocidas (champiñones, espinacas, apio, coliflor, pimiento verde, etcétera) y
proteínas (pollo, pescado, marisco, carne o tofu); todo troceado
Sal al gusto
Pimienta al gusto
Batir bien los huevos y verter el batido en una sartén grande con el aceite caliente. Cuando los
huevos formen una crepé o tortilla sólida, darle la vuelta suavemente.
Con una cuchara poner la combinación de verduras y proteínas sobre la mitad de la crepé y cubrirla
con la otra mitad.
Darle la vuelta para que se cueza bien por el otro lado.
Servir con rodajas de pepino frió. Un delicioso plato para despertar.
Disponer los champiñones, con la parte redonda hacia abajo, en una fuente para hornear tamaño
mediano y espolvorearlos con sal y pimienta.
Hornear hasta que estén tiernos (12-15 minutos), sacar del horno y disponerlos en un plato. Reducir
la temperatura del horno a 120 °C.
Poner 3 cucharaditas de aceite en una sartén mediana y calentar a fuego medio; añadir el ajo picado y
saltearlo hasta que esté dorado (2-3 minutos).
Añadir las espinacas y remover hasta que hayan perdido su tersura (2-3 minutos); añadir la albahaca.
Disponer las espinacas en la misma fuente para hornear y encima los champiñones, con la parte
redonda hacia abajo, y llenarlos hasta la mitad con el pimiento picado. Meter en el horno para mantenerlos
calientes.
Mezclar los huevos en un cuenco mediano; espolvorear sal y pimienta.
Calentar 1 cucharadita de aceite en una sartén mediana a fuego medio; verter los huevos y remover
hasta que estén hechos, blandos (2-3 minutos).
Llenar los champiñones con los huevos revueltos y coronar con una cucharadita del pimiento picado.
Dividir las espinacas con champiñones en tres o cuatro raciones.
Pastel sin harina para desayunar
5-6 raciones
No hay un desayuno más bueno que este plato delicioso, caliente o frío. Elige variedades
descremadas o con poca grasa si conviene.
Poner todos los ingredientes, excepto el aceite, en una fuente grande y mezclar bien. Dividir la
mezcla en 20 partes iguales y darles la forma de hamburguesas de unos 4 cm de diámetro.
Calentar el aceite en una sartén grande a fuego moderado. Cuando esté caliente, freír las
hamburguesas por ambos lados hasta que estén totalmente cocidas.
Servir con rodajas de pepino, tallos de apio y judías verdes.
Congelar las hamburguesas que queden para consumirlas más adelante.
Aderezo cremoso
Aproximadamente 1 taza
39
Si este plato forma parte de una comida pobre en hidratos de carbono, ese día no añadas leche al café o té.
2 cucharaditas de ajo picado fino
1/2 cucharadita de mostaza preparada
Sal al gusto
Pimienta negra al gusto
Cortar el queso en trozos pequeños y batirlo hasta obtener una pasta lisa. Añadir poco a poco el
aceite y el vinagre. Batir hasta que esté todo bien mezclado.
Añadir el ajo, la mostaza, la sal y la pimienta. Mezclarlo todo bien. Poner a enfriar y servirlo como
salsa o aderezo.
Mezclar la mostaza, la sal y la pimienta en un cuenco o mortero grande. Añadir los demás
ingredientes y remover hasta mezclarlo todo bien. Dejar en reposo una hora antes de usarlo.
Pasar el apio, la espinaca y las cebolletas troceados por la licuadora o aparato para picar.
Añadir la albahaca y la mayonesa y mezclar bien.
Va bien para poner sobre las verduras, pescado, pollo o ensaladas de hoja verde.
40
No uses mayonesa con poca grasa en las comidas ni en los tentempiés pobres en hidratos de carbono; estas
variedades suelen contener azúcares añadidos. Para obtener una mayonesa con menos grasa, adelgaza la
mayonesa «normal» añadiéndole un poquito de agua, poco a poco y mezclándola bien. De esta manera se
puede reducir la grasa a la mitad.
Salsa picante de queso cremoso
2 tazas
Sabroso aliño para verduras crudas.
Mezclar las almejas escurridas, la crema agria, el ajo en polvo, la sal y la pimienta de Cayena y liar
bien.
Colocar la mezcla en un plato para servir y dejar enfriar una hora.
Si se desea, espolvorear con una pizca de paprika y perejil.
Rodear con verduras frescas crujientes, como coliflor, apio, pimiento verde, judías tiernas y
champiñones crudos.
Cocer las espinacas según las instrucciones del paquete. Escurrirlas y reservar el agua.
Cocer los cebollinos en mantequilla en un cazo mediano hasta que estén flaccidos.
Añadir las espinacas y los demás ingredientes y cocer a fuego suave, removiendo de vez en cuando,
hasta que se haya derretido el queso y la mezcla esté cremosa.
APERITIVOS O TENTEMPIÉS POBRES EN HIDRATOS DE CARBONO
Huevos picantes
6 raciones
41
Tomar sólo de vez en cuando, y en esa ocasión evitar otros alimentos ricos en grasa saturada.
42
Recuerda que no debes usar mayonesa con poca grasa en las comidas ni en los tentempiés pobres en
hidratos de carbono; relee la nota de la pág. 303.
Apio relleno
2-4 raciones
Una variación especial de un sabroso aperitivo, entrante o tentempié que se prepara mejor el día
anterior.
2 cucharadas de aceite de oliva
120 g de carne o pollo crudos, a trozos
1 cucharada de rábano picante
60 g de queso cremoso a temperatura ambiente
6 tallos de apio limpios de hilos y lavados
1 cucharadita de albahaca seca
Sal al gusto
Pimienta negra molida, al gusto
En una fuente para ensalada mezclar bien el apio, los pimientos, los champiñones y el atún, y
reservar.
Aparte, preparar el aliño con el vinagre, el aceite de oliva, la mayonesa y las hierbas, mezclándolo
todo bien.
Verter el aliño en la ensalada y mezclar hasta que esté repartido uniformemente. Añadir pimienta al
gusto.
Servir inmediatamente, o poner a enfriar primero.
En un cuenco grande mezclar los mariscos y el pescado con el aceite de oliva y el ajo en polvo hasta
que todos los trozos tengan una fina capa de aceite y ajo.
Cocer, saltear o asar a la parrilla la mezcla hasta que todo el marisco y pescado esté bien cocido;
después dejar enfriar.
Poner la mezcla fría en una fuente grande y añadir el pepino, el apio y la pimienta.
Añadir el aliño preferido, remover ligeramente y dejar enfriar 2 horas. Servir sobre hojas grandes de
lechuga.
Delicias de col
3-4 raciones
Jamás la col ha sabido tan bien.
2 ½ tazas de agua
1
/4 cucharadita de sal
4 tazas de col roja o verde
1
/8 cucharadita de comino
1/8 cucharadita de orégano seco
1/8 cucharadita de albahaca seca
1 hoja de laurel
1 diente grande de ajo partido en cuatro a lo largo
1 taza de vinagre blanco
En un cuenco grande poner 2 tazas de agua y la sal y remover para mezclar bien. Añadir la col y
dejar en remojo 8-12 minutos. Después escurrir y tirar el agua.
En un cazo mediano poner la col con el comino, el orégano, la hoja de laurel, el ajo, el vinagre y la media taza
restante de agua.
Tapar y llevar a ebullición rápida.
Retirar del fuego inmediatamente, destapar y dejar enfriar.
Para acompañar tu proteína favorita.
En una fuente grande mezclar las espinacas, el pimiento verde, el apio y el pepino.
Coronar con las tiritas de pollo, de queso y rodajas de huevo. Aliñar con una salsa o aderezo pobre
en hidratos de carbono.
En un cazo hondo con dos dedos de agua, poner la coliflor, tapar, llevar a ebullición a fuego fuerte y
hervir de 2 o 3 minutos.
Apagar el fuego, quitar el agua y mantener el cazo tapado.
Disponer los filetes de pemil en una fuente mediana para hornear y distribuir igual cantidad de dados
de coliflor sobre cada uno.
En un cazo pequeño calentar el aceite, bajar el fuego y añadir el resto de los ingredientes,
removiendo hasta que esté todo bien mezclado.
Extender la salsa sobre los filetes con la coliflor.
Meter la fuente en el homo y cocer hasta que esté muy caliente (8-10 minutos).
43
Tomar sólo de vez en cuando, y en esa ocasión evitar otros alimentos ricos en grasa saturada.
44
Tomar sólo de vez en cuando, y en esa ocasión evitar otros alimentos ricos en grasa saturada.
45
Tomar sólo de vez en cuando, y en esa ocasión evitar otros alimentos ricos en grasa saturada.
Foo yung de huevo
3-4 raciones
En una sartén mediana sofreír la carne, el pollo o el pescado con el jengibre, las cebolletas y el apio
en 1 cucharada de aceite, hasta que estas últimas estén translúcidas y crujientes. Retirar del fuego.
Mezclar los demás ingredientes (excepto el aceite restante).
Calentar el aceite restante en una sartén y verter en él la mezcla formando pequeñas tortillas.
Cocer bien hasta que estén doradas por los dos lados.
Si se sirve en una comida premio, coronar con salsa de soja. 46
Insertar un termómetro para carne en la parte más gruesa y colocar la carne sobre la rejilla de una
fuente para asar a la parrilla con dos dedos de agua en el fondo.
Mezclar los aceites y verterlos sobre la carne; espolvorearla con el ajo y la paprika para que forme
una pasta con el aceite, que después se encostrará. Añadir la pimienta.
Asar unas dos horas y media (hasta que el termómetro marque la temperatura adecuada).
Eliminar toda la grasa visible y servir, caliente o frío, con verduras ricas en fibra.
Pescado a la parrilla
3-4 raciones
¿Hay algún pescado fresco que sea tu favorito? Aquí tienes una receta que te deleitará a ti y a todos
los que la prueben.
46
Información sobre la salsa de soja en las páginas 169-173.
47
Relee la nota de la pág. 310.
48
No uses mayonesa con poca grasa en las comidas ni en los tentempiés pobres en hidratos de carbono; estas variedades
suelen contener azúcares añadidos. Para obtener una mayonesa con menos grasa, adelgaza la mayonesa «normal»
añadiéndole un poquito de agua poco a poco y mezclándola bien. De esa manera se puede reducir la grasa a la mitad.
1 cucharada de mostaza preparada
2 dientes de ajo o el equivalente en polvo (opcional) Sal al gusto
Pimienta negra molida, al gusto
Colocar la rejilla o fuente para asar a unos 5 cm de distancia de la parrilla para precalentarla.
Lavar el pescado y espolvorearlo con sal, pimienta y paprika.
En un cuenco, mezclar bien la mayonesa con la albahaca, el ajo y la mostaza.
Colocar el pescado sobre la rejilla de la fuente precalentada y cubrirlo con la mitad de la mezcla.
Asar durante 3 minutos.
Dar la vuelta al pescado y cubrirlo con el resto de la mezcla; asar entre 4-5 minutos más hasta que
esté hecho pero no en exceso.
Acompañarlo con berro si se desea. Es delicioso, caliente o frío.
En un cuenco pequeño mezclar bien el ajo con la pimienta y las hierbas. Cubrir ambos lados de las
chuletas con la mezcla, haciendo presión para que penetre en la came. Tapar y dejar en el refrigerador toda la
noche.
Asarlas a la parrilla de 6 a 7 minutos por lado, hasta que estén bien hechas.
Servirlas calientes acompañadas con las ramitas de perejil.
Hamburguesas de tofu
3-4 raciones
Mezclar bien el ajo, el pimiento verde, el apio y el aceite de oliva en una sartén mediana y saltear a
fuego medio durante 1-2 minutos.
Colocar la mezcla en una fuente mediana, añadir el tofu, los huevos, la albahaca y el queso, y
mezclar bien.
49
Información sobre el Tofú en la página 256.
Amasar unas hamburguesas de unos 7 cm de diámetro y colocarlas en una fuente o bandeja para
pasteles engrasada. Meter en el horno y hornear de 25 a 30 minutos.
Servir caliente sobre hojas de lechuga o rodajas de pepino.
2 ½ tazas de agua
1 col pequeña cortada en rodajas finas 8 champiñones medianos, cortados a láminas
450 g de tofu firme, 50 cortado en dados de aproximadamente medio centímetro.
1 cucharadita de vinagre blanco
1 cucharadita de albahaca seca
2 cucharadas de rábanos picantes preparados 4 hojas grandes de lechuga
Rodajas de pepino
En un cazo mediano poner la col y los champiñones con 2 tazas de agua, y hervir a fuego suave hasta
que estén blandos (8-10 minutos).
Mientras las verduras hierven, poner los dados de tofu y el resto del agua en otro cazo y hervirlo
durante 1-2 minutos.
Escurrir el tofu y molerlo con un tenedor o un pasapuré.
Añadir el vinagre, la albahaca y el rábano picante y mezclar bien.
En una fuente grande, mezclar las verduras escurridas y el puré de tofu.
Dejar reposar 5 minutos y servir sobre hojas de lechuga y adornado con rodajas de pepino.
En una sartén grande poner el aceite y las rodajas de «pollo» y freirías a fuego medio hasta que estén
doradas por ambos lados (3 minutos por lado). Retirar de la sartén y reservar.
En la misma sartén poner la albahaca y el ajo y cocer 2 minutos.
Volver a colocar las rodajas de «pollo» en la sartén y cocer a fuego suave otros 3 minutos.
Salpimentar al gusto. Adornar con perejil.
Servir con el plato favorito de alimentos pobres en hidratos de carbono.
50
Que no contenga más de 4 g de hidratos de carbono por ración.
51
Que no contenga más de 4 g de hidratos de carbono por ración.
«Bistec» vegetariano a la cazuela
5-6 raciones
Untar con 1 cucharadita de aceite el fondo de una cazuela grande con tapa.
Poner el resto del aceite en un cazo y calentarlo a fuego medio; añadir el pimiento, el apio, el ajo y el
jengibre y saltear hasta que estén dorados.
Cortar los «bistecs» en dados de 2,5 cm y añadirlos al cazo, mezclar bien y continuar sofriendo a
fuego medio durante 4 minutos.
Verter la mezcla en la cazuela.
En un cuenco pequeño mezclar el agua con la crema agria y verter sobre la cazuela.
Tapar y hornear durante 30-35 minutos.
13
Comidas cordiales II:
Recetas ricas en hidratos de carbono
para las comidas premio
«¿Qué puedo poner en mi comida premio?» ¡Las combinaciones son ilimitadas! Como la comida
premio se compone de verduras (pobres en hidratos de carbono), proteínas y alimentos ricos en
hidratos de carbono en cantidades equilibradas, una vez al día tienes libertad para elegir entre lo que
más te guste: fruta, zumo de frutas, pan, pastas, patatas y otras verduras feculentas, arroz y postres
(no todo el mismo día, claro está).
Tomar una comida premio al día es esencial para mantener equilibrada la insulina y reducir
el riesgo de contraer una enfermedad cardiaca que se vincula con ella. Aunque muchos de los platos
que aparecen a continuación podrían ser ricos en hidratos de carbono, el resto de la comida debe
constar de cantidades adecuadas de ensalada, verduras pobres en hidratos de carbono y proteínas (la
definición clara de este tipo de comida la encontrarás en la página 153). La comida premio no es un
atracón, sino un banquete equilibrado (esta es la palabra clave) para celebrar el placer de estar
comiendo para la salud. Nunca elijas sólo alimentos ricos en hidratos de carbono cuando te la
tomes, y equilíbrala siempre con verduras pobres en hidratos de carbono.
Las recetas ricas en hidratos de carbono que te ofrecemos en este capítulo son una muestra
de los platos que sólo debes tomar durante tus comidas premio. Cualesquiera de estos alimentos los
puedes hacer al horno, hervidos, a la parrilla, fritos (rebozados con pan si quieres), guisados, al
vapor o salteados. Como siempre, sigue las recomendaciones de tu médico respecto a la cantidad de
grasa, tipos de grasa, sal y demás. En las páginas 341-346 te ofrecemos sugerencias sobre cómo
incorporar las recomendaciones dietéticas a este programa. Tienes plena libertad para incluir
cualquier receta que te guste en tu comida premio diaria, durante la cual también podrás disfrutar de
tus «platos favoritos» o probar recetas nuevas; hemos incluido algunas de las nuestras.
No lo olvides: hay todo un mundo de posibilidades para incluir en tus comidas premio
(¡equilibradas!). Aquí encontrarás recetas para:
Al igual que en las recetas para las comidas pobres en hidratos de carbono, aquí también
incluimos opciones con poca grasa.
Modifica estas recetas si quieres cambiar el número de raciones. Por ejemplo, si tienes
invitados, quizá necesites doblar la cantidad, o si comes solo/a, reducirla a la mitad o a tres cuartos.
En la mayoría de los casos, puedes preparar todas las raciones y guardar lo que quede en el
refrigerador para el día siguiente, o congelarlo para otra ocasión. A menos que se indique otra cosa,
los restos de las comidas ricas en hidratos de carbono sólo los podrás guardar para otras comidas
premio.
Y ya lo sabes, puedes repetir una, dos, y hasta tres veces si te apetece, 52 pero cada vez que lo
hagas equilibra los alimentos ricos en hidratos de carbono con las proporciones adecuadas de
proteínas y de verduras (pobres en hidratos de carbono).
52
Ten siempre presente las recomendaciones de tu médico.
La comida premio no es un atracón, sino un banquete equilibrado para celebrar los
placeres de comer para la salud.
Recuerda que si te tomas la comida premio para desayunar, también debe ser equilibrada.
53
Para comer sólo de vez en cuando, y en esa ocasión evitar otros alimentos ricos en grasa saturada.
Torrijas de pan integral
En una fuente llana mezclar los huevos, la sal, 3 cucharadas de azúcar y la leche.
Remojar el pan en esta mezcla hasta que esté blando, dándole la vuelta una vez.
Freír en una sartén bien engrasada, hasta que estén doradas por ambos lados.
Mezclar el resto del azúcar con la canela molida y espolvorearlo por encima de las rebanadas.
Servirlas crujientes con jamón de pavo y salchicha con poca grasa. Se puede añadir mantequilla o
mermelada, según sea el resto de la comida premio.
Estas sabrosas tiritas desaparecerán de la fuente de servicio no bien la hayas dejado sobre la mesa.
Eliminar toda la grasa de la carne, y si es gruesa, cortarla por la mitad a lo largo. Después cortar en
diagonal en tiras finas.
Mezclar todos los demás ingredientes en una fuente mediana y añadir las tiras de carne.
Tapar y dejar marinar en el refrigerador durante 3-4 horas, dándoles la vuelta con frecuencia.
Sacar del refrigerador, escurrir y reservar la marinada.
Calentar el aceite en una sartén y dorar las tiritas por ambos lados hasta que estén tiernas (5-8
minutos por lado).
Añadir la marinada y dejar hervir a fuego lento 20 minutos hasta que estén bien cocidas.
Sacar las tiritas y servirlas con palillos mondadientes y la marinada como salsa para mojar.
54
Información sobre la salsa teriyaki en la página 167.
Canapés de salmón y queso
3-4 raciones
Aguacates rellenos
6 raciones
En un cuenco mediano mezclar las salsas de chile, ketchup, teriyaki y tabasco con el vinagre, azúcar
y 2 cucharadas de zumo de limón. Dejar enfriar en el refrigerador unas 3-4 horas.
Cuando la mezcla esté lista para servir, pelar los aguacates, cortarlos por la mitad y quitar los huesos;
con un pincel mojar la parte cortada con el zumo de limón restante, llenar las cavidades con la carne de
cangrejo y darle una forma redondeada. Rociar con la salsa.
Servir frío con guarnición.
4 huevos duros
4 cucharadas de pollo o atún picados
2 cucharadas de aceite de oliva
1 cucharada de salsa teriyaki 55
1 cucharada de mayonesa
Sal y pimienta negra molida, al gusto
Cortar los huevos por la mitad, a lo largo, y retirar las yemas. Disponer las mitades en un molde para
magdalenas y rellenar cada una con 1/8 del pollo o atún picado.
En una batidora mezclar las yemas con los demás ingredientes. Batir hasta
55
Información sobre la salsa teriyaki en la página 167.
que se forme una pasta homogénea. Añadir sal y pimienta al gusto. (Otros añadidos opcionales: mostaza en
polvo, paprika, albahaca seca o zumo de limón.)
Meter la mezcla en una manga con boquilla en forma de estrella y decorar los huevos rellenos
moviendo la boquilla en zigzag.
Colocar en una fuente y acompañar con hojas grandes de lechuga. Servir frío.
Vinagreta sabrosa
Aproximadamente 1 taza
En un cuenco mediano mezclar el vinagre, el vino, el agua, la mostaza, el perejil, el ajo, la sal y la
pimienta, y añadir el aceite, poco a poco, sin dejar de batir. Antes de servir, batir de nuevo para mezclarlo
todo bien.
56
Para reducir el contenido graso, adelgazar con un 50 por ciento de agua.
Mezclar todos los ingredientes en un recipiente mediano y taparlo herméticamente. Agitar bien
durante un minuto y dejar reposar. Fabuloso para cualquier ensalada verde mixta.
Si son espinacas frescas, secarlas y colocarlas en un olla grande con '/e de taza de agua; tapar y cocer
a fuego medio hasta que las hojas estén lacias (3-4 minutos). Si son congeladas, simplemente descongelarlas,
escurrirlas y cocer como las frescas.
Retirar del fuego, escurrirlas y dejarlas enfriar a temperatura ambiente.
Estrujarlas suavemente para quitarles el resto del líquido y picarlas muy finas.
Colocar el pepino troceado sobre papel de cocina para quitarles el exceso de líquido.
En un cuenco mediano mezclar el yogur, el comino, el cardamomo, la sal y la pimienta al gusto.
Añadir la espinaca y el pepino y mezclar bien. Tapar y poner en el refrigerador como mínimo durante dos
horas. Espolvorear con paprika al gusto y servir con verduras cocidas o ensalada.
Secar las hojas de espinaca entre dos trozos de papel de cocina y trocearlas a mano quitando los
pedúnculos y las nervaduras toscas.
Frotar el interior de un cuenco con las mitades de ajo, y echar en él el ajo en láminas, la cebolleta
cortada a dados, el zumo de limón y el aceite de oliva, y dejarlo reposar en la nevera 1 hora.
Sacar del refrigerador, añadir las espinacas y remover bien hasta que éstas estén totalmente
aderezadas.
Espolvorear con la pimienta y el queso.
Añadir las cuñas de tomate y las rodajas de cebolla. Mezclar ligeramente y servir.
Esta sencilla y nutritiva ensalada es un excelente complemento para cualquier comida premio.
4 tomates
2 cucharadas de albahaca fresca picada fina
2 cucharadas de perejil fresco picado fino 4 cucharadas de cebolla picada fina
1 taza de pimientos verdes cortados a dados V2 taza de zanahorias cortada a dados
1
/4 taza de vinagre de vino 1/2 taza de aceite de oliva 1/2 cucharadita de azúcar
2 cucharadas de alcaparras Sal al gusto
Eneldo fresco
Mezclar la albahaca, el perejil y la cebolla y espolvorear la mezcla sobre las mitades de tomate.
Esta reconfortante sopa se puede servir fría o caliente; de las dos maneras se disfruta.
Esta sopa es rica en hidratos de carbono, de modo que no olvides equilibrarla con ensalada, verduras
pobres en hidratos de carbono y proteínas.
En una olla grande con 1 litro de agua poner los guisantes y llevar a ebullición; bajar el fuego y hervir 45
minutos.
Añadir los demás ingredientes, tapar y hervir a fuego lento una hora y media.
Retirar del fuego, sacar el pemil y dejarlo enfriar. Después separar la carne del hueso, cortarla a dados y
reservarla.
Sacar las verduras de la olla (dejando el caldo en ella), escurrirlas en un colador no demasiado fino,
presionando, y luego volverlas a echar en la olla.
Añadir la carne troceada a la olla y recalentar a fuego suave sin tapar hasta que la sopa esté caliente (15-
20 minutos).
Servir sola o con picatostes.
En una olla de 6 litros poner el aceite y la mantequilla y calentar a fuego medio. Colocar los trozos
de carne, dorarlos por ambos lados y retirarlos de la olla.
A continuación, echar el tomate troceado, la sal, la pimienta, el vino, el orégano, la albahaca, el
perejil, el pimiento verde y el ajo. Remover y dejar que cueza.
Añadir los trozos de carne. Tapar y cocer a fuego lento hasta que la carne esté tierna (45-50
minutos).
En un cuenco pequeño mezclar la harina con el agua; verter la mezcla en la olla y remover.
Añadir los champiñones y seguir cociendo a fuego lento hasta que se espese la salsa (10-15 minutos).
Servir caliente.
Cazuela de pollo con arroz
3-4 raciones
Delicia a la antigua.
450 g de pechuga de pollo (o pavo) picada 1 cucharada de aceite de oliva 1/2 taza de cebolla troceada
1 taza de apio troceado
¼
taza de pimiento verde troceado
½ taza de arroz crudo
½ taza de agua
2 cucharaditas de chile [ají, guindilla] en polvo
1 cucharadita de salsa teriyaki 59
½ taza de aceitunas (verdes o negras), deshuesadas y cortadas en trozos grandes
Sal al gusto
Pimienta negra molida, al gusto
Precalentar el horno a 160 °C.
En una sartén grande calentar el aceite y dorar la carne picada de la pechuga a fuego medio.
Retirarla y poner la cebolla, el apio, el pimiento verde y el arroz; remover hasta que todo esté dorado.
Añadir el agua, los condimentos, el pollo y la aceitunas y dejar que cueza Verterlo todo en una
fuente y tapar.
Hornear hasta que esté hecho (45-60 minutos).
Servir caliente.
Lavar los filetes, secarlos con el papel de cocina y cortarlos en porciones para servir.
Poner el pan rallado en un plato o fuente con borde alto.
En un plato pequeño batir el huevo con un tenedor.
Mojar los filetes en el huevo por ambos lados y luego pasarlos por el pan rallado, de modo que los
dos lados queden bien cubiertos.
En una sartén grande calentar bien el aceite. Poner tantos trozos de pescado como quepan en la
sartén. Bajar el fuego y freír hasta que estén muy dorados (4-5 minutos); darles la vuelta con cuidado
y freírlos por el otro lado (otros 4 a 5 minutos).
Colocarlos en la fuente para servir, adornar con las ramitas de perejil y los trozos de limón y servir.
Coronar con una salsa o aderezo favorito.
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Información sobre la salsa teriyaki en la página 167.
Asado de cerdo a la olla
5-6 raciones
En un cuenco pequeño mezclar bien la crema agria, la salsa dulce de encurtidos, la sal, el tabasco y
el ajo picado, y dejar un mínimo de 2 horas en el refrigerador.
Escurrir las almejas y reservarlas; reservar también 2 cucharadas del líquido.
En un cuenco pequeño, mezclar bien el liquido de las almejas con el huevo y la paprika.
Poner el pan rallado en un plato pequeño.
Cubrir el fondo de una sartén grande con aceite (6 mm de profundidad) y calentarlo a fuego medio.
Mientras se calienta el aceite, mojar las almejas en la mezcla de huevo y luego pasarlas por el pan
rallado.
Cuando el aceite esté caliente, freír las almejas hasta que estén hechas (3-4 minutos por cada lado).
Secar con el papel de cocina y servir con la salsa de crema agria.
60
Para reducir la grasa saturada, reemplazar por pavo u otra ave, o por carne pobre en grasa saturada.
Medallones de ternera con champiñones y hierbas
4-5 raciones
En una sartén pesada cocer los cebollinos, el ajo y la salvia en 2 cucharadas de aceite, a fuego
moderadamente lento, removiendo, hasta que se hayan ablandado.
Añadir los champiñones, sal y pimienta al gusto, y cocer a fuego moderado, removiendo, hasta que
los champiñones estén tiernos y se haya consumido todo el líquido que desprenden.
Añadir 1/2 taza del vino y continuar la cocción hasta que el vino se haya evaporado. Poner la mezcla
en un plato.
Rebozar la carne en harina mezclada con sal y pimienta.
Calentar el resto del aceite en una sartén, a fuego moderadamente fuerte hasta que esté caliente pero
sin que llegue a humear. Saltear los medallones de ternera 1 minuto por cada lado, hasta que se doren, y
colocarlos en una fuente; mantenerlos calientes.
Añadir a la sartén el resto del vino y calentarlo a fuego moderado, removiendo y rascando el fondo,
hasta que el vino se haya reducido a la mitad.
Añadir el caldo de pollo y continuar la cocción a la espera de que el líquido se vuelva a reducir a la mitad.
Añadir la nata y la mezcla de champiñones sin dejar de remover; continuar la cocción hasta que la mezcla
cremosa se espese ligeramente. Añadir entonces el perejil y verterla sobre los medallones de ternera.
Vieiras rebozadas
3-4 raciones
1 cucharadita de sal
1/3 cucharadita de pimienta negra molida gruesa
1 diente de ajo picado
2 huevos (separadas las claras de las yemas)
1 cucharada de mantequilla (o sucedáneo poco graso)
1 taza de cerveza a la que se ha dejado evaporar el gas
450 g de vieiras medianas
Aceite de oliva para freír
En un cuenco mediano mezclar la sal, la pimienta, el ajo, las yemas de huevo, la cerveza y la
mantequilla derretida. Batir para mezclar bien y dejar en el refrigerador al menos 4 horas.
Cuando se vaya a usar, batir las claras y echarlas en la mezcla anterior.
Poner aceite en una sartén grande o freidora y calentarlo a 190 °C.
Rebozar cada vieira con la mezcla obtenida y freirías hasta que estén doradas. Escurrirlas con la
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Los caldos de pollo que se comercializan casi siempre contienen glutamatos, algo que en nuestra opinión es
mejor que los adictos a los hidratos de carbono eviten siempre que sea posible.
ayuda de papel de cocina y disponerlas en una fuente.
Si se desea, servirlas con trozos de limón, salsa marinera, salsa tártara u otra que se desee.
1 taza de azúcar
¼ taza de harina
3 cucharaditas de fécula de maíz
¼ cucharadita de sal
2 tazas de agua
3 yemas de huevo (las claras son para el merengue)
1 cucharada de mantequilla '/»taza de zumo de lima
Ralladura de la cascara de una lima (o limón)
Base de pasta horneada para pastel, de 20-25 cm de diámetro
En un cazo mediano mezclar el azúcar, la harina, la fécula de maíz y la sal; añadir el agua poco a
poco sin dejar de remover. Cocer la mezcla a fuego medio, y seguir removiendo hasta que forme una pasta
espesa.
Batir las yemas de huevo y añadirlas lentamente, removiendo 2 minutos más.
Retirar del fuego y añadir la mantequilla, el zumo y la ralladura de lima, mezclando bien. Dejar
enfriar 5 minutos, después verterla en la base de pasta y dejar enfriar 30 minutos.
Precalentar el horno a 220 °C.
Batir las claras hasta que formen una espuma ligera. Añadir el tartrato y continuar batiendo hasta
punto de nieve. Añadir poco a poco el azúcar y continuar batiendo hasta que el merengue esté brillante y
firme.
Verter el merengue sobre el pastel y esparcirlo bien hasta los bordes para impedir que se encoja
cuando se dore. Meter en el horno y dejarlo hasta que la superficie del merengue adquiera un color tostado
(unos 5-7 minutos).
Dejar enfriar y servir.
Lavar bien la fruta y colocarla en una olla grande. Añadir todos los demás ingredientes.
Tapar y cocer media hora. Servir frío.
Crepés sencillas
4-5 raciones
Fáciles, agradables, deliciosas.
Crepés:
2/3 taza de leche a temperatura ambiente
½ taza de harina para todo uso
2 huevos medianos
1 ½ cucharadas de mantequilla sin sal, derretida
½ cucharada de azúcar
1/8 cucharadita de sal
3 cucharadas de aceite vegetal insaturado
Relleno:
1 «litro» (3-4 tazas de té) de arándanos agrios frescos (o el equivalente congelado)
¼
taza de azúcar
½ cucharada de canela en polvo
1 cucharada de zumo de limón
½ cucharadita de tartrato sodicopotásico
Crepés:
Mezclar los primeros seis ingredientes en una batidora hasta que quede una pasta homogénea. Tapar
el batido y dejar enfriar 30 minutos.
Cubrir el fondo de una sartén de teflón de 17-18 cm de diámetro con una película de aceite
insaturado y calentarlo a fuego medio. Verter 2 cucharadas del batido, esparcirlo por la sartén y freírlo hasta
que esté ligeramente dorado (alrededor de 1 minuto). Despegar los bordes con una espátula y darle la vuelta
suavemente. Cocer hasta que el lado de abajo se dore (unos 30 segundos).
Trasladar la crepé a una fuente y tapar con papel de cocina para separarla de la que se va a poner
encima. Repetir la operación, esparciendo el aceite en la sartén enfriada. Ir colocando las crepés en la fuente,
cubriéndolas con papel de cocina.
Relleno:
Lavar los arándanos en un colador sin secarlos. Ponerlos en un cazo mediano y echarlos a cocer a
fuego medio durante 5 minutos, removiendo suavemente hasta que se pegue.
Añadir el azúcar, la canela y el zumo de limón y continuar removiendo suavemente hasta que se
abran y el líquido llene el fondo del cazo.
Cocer a fuego lento hasta que la mayor parte se hayan abierto.
Añadir el tartrato, mezclar bien y retirar del fuego inmediatamente. El relleno se espesa al enfriarse.
Colocarlo en las crepés y enrollarlas.
Cubrirlas con el relleno restante.
Mezclar todas las frutas en una fuente grande. Tapar y dejar enfriar. En un cuenco mediano mezclar
la miel con el zumo de limón. Antes de servir, mezclar la fruta con la miel y el zumo de limón.
Rollitos de fruta
3-4 raciones
2 cucharadas de sal
1 taza de patatas cocidas y hechas puré
1 huevo batido
1 taza de harina
½ cucharadita de polvos para hornear
1 taza de manzana pelada y troceada
220 g de melocotones pelados, deshuesados y troceados
220 g de arándanos lavados
Llenar de agua una olla grande hasta ¾ de su capacidad; añadir 1 cucharadita de sal y dejar que
hierva suavemente a fuego medio.
Mientras se calienta el agua, en un cuenco grande juntar el puré de patatas, el resto de sal, el huevo,
la harina y el polvo para hornear y mezclar bien hasta que se forme una masa firme.
Espolvorear con harina un tablero para amasar y extender la masa con un fruslero hasta dejarla de un
grosor de unos 3 mm, y cortarla en cuadrados de 10 cm por lado.
En un cuenco mediano mezclar la manzana, los melocotones, los arándanos y el azúcar.
Colocar 1 cucharada de esta mezcla en el centro de cada cuadrado de pasta y envolver, cerrando bien
los bordes y apretándolos con los dedos; enharinarlos ligeramente para endurecer y secar la pasta y que no
entre agua hirviendo ni se escapen los jugos del interior.
Meter los rollos en el agua hirviendo, tapar y cocer de 8 a 10 minutos; los rollos de fruta subirán a la
superficie. Sacarlos de uno en uno con una espumadera.
Opcional: estos rollitos de fruta están muy buenos cubiertos con una mezcla de nueces molidas y un
poco de yogur o crema agria (normal o descremada).
En una sartén mediana calentar 1 cucharadita de aceite de oliva a fuego medio y dorar las rodajas de
de «buey» (4-5 minutos), y luego reservar.
Poner las 4 tazas de agua con la sal en una olla mediana, llevar a ebullición, añadir la pasta y cocer
hasta que esté al dente. Escurrir el agua y cubrir la olla para mantener caliente la pasta.
Echar el resto del aceite en un cazo pequeño y calentar a fuego medio. Añadir la harina y remover;
añadir la nata o el yogur y cocer 2 minutos sin dejar de remover.
Recalentar las rodajas de «buey» en la sartén.
Colocar la pasta en una fuente de servir y cubrirla con la salsa de nata. Añadir el aguacate troceado,
¾ del «buey» y del queso parmesano, y pimienta al gusto.
Adornar con las rodajas de aguacate y las de «buey» restantes y servir con el queso rallado que haya quedado.
Untar una bandeja de horno con 1/2 cucharadita de aceite de oliva y reservar. En un cazo mezclar el
resto del aceite, el ajo y las cebolletas, y cocer a fuego medio-suave durante 3 minutos, removiendo varias
veces.
Añadir el tomate, 2 cucharadas de albahaca, el orégano y el vino. Continuar cociendo 10 minutos a fuego
suave, removiendo de vez en cuando.
Trasladar esta salsa a un cuenco grande y añadir el calabacín, el pimiento verde, la salsa picante, el «pollo»,
los copos y el salvado de avena, las claras, la sal y la pimienta. Mezclar bien.
Ponerlo todo en la bandeja de horno y distribuirlo uniformemente. Dejar cocer en el horno hasta que la
superficie esté dorada (alrededor de 1 hora).
Puede servirse caliente o frío.
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Que no contenga más de 4 gramos de hidratos de carbono por ración normal.
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Que no contenga más de 4 gramos de hidratos de carbono por ración normal.
Queso seco rallado al gusto (o uno poco graso)
En un cazo grande mezclar los tomates, enteros y en puré, con el azúcar, la sal, la pimienta, el ajo, la
albahaca, el perifollo, la mejorana y el orégano, y cocer a fuego suave durante 1 hora, sin tapar.
Precalentar el horno a 175 °C.
En una sartén pequeña mezclar 1 cucharada de aceite de oliva, la cebolla y el pimiento verde y
saltear a fuego medio 3 minutos.
Hervir los macarrones según las instrucciones del paquete, y después lavarlos en agua fría.
Con el resto del aceite untar una fuente o cazuela grande. Disponer los macarrones, la salsa y las
lonchas de queso por capas, de modo que la última sea de salsa coronada por lonchas de queso.
Meter en el horno sin tapar y dejar hasta que se derrita el queso (20-30 minutos).
Servir caliente (aunque frío también es delicioso).
Apéndice
Cómo incorporar al programa
las recomendaciones dietéticas
de los organismos de la salud
Basado en: Dietary Guidelines for Americans, 4a ed., del Depart. de Salud y Serv. Hum. de Estados
Unidos (depart. de Agricultura); Eating Plan for Healthy Ameñcan, de la American Heart
Association, y 1996 Guidelines on Diet, Nutrition, and Cáncer Prevenúon, de la American Cáncer
Society.
Para incorporar esta recomendación al programa: Incorpora nuevos alimentos a tus comidas
pobres en hidratos de carbono, y elige de una variedad de ingredientes para ensaladas, verduras y
productos lácteos pobres en hidratos de carbono y proteínas. Para las comidas premio elige
alimentos pobres y ricos en hidratos de carbono, del variado surtido de cereales, féculas, otros
productos lácteos, frutas y postres «sanos». Prueba una verdura o fruta nueva cada semana y
experimenta con nuevas recetas. Añade variedad e interés a la vez que continúas disfrutando de tus
alimentos favoritos de siempre.
Para incorporar esta recomendación al programa: El Programa Corazón Sano para los adictos a
los hidratos de carbono incorpora la recomendación de actividad física en el tercer paso de su Plan
básico. Los cambios graduales son muy favorables a la hora de adquirir hábitos sanos para toda la
vida. A partir de la página 225 encontrarás una amplia variedad de opciones de actividad física para
incorporar a tu rutina. Comienza con pasos pequeños y a tu medida.
En cuanto a mantener el peso ideal, la reducción de peso y su mantenimiento son consecuencias
naturales de este programa, reacciones normales al equilibrio de insulina que produce.
Para incorporar esta recomendación al programa: Come una amplia variedad de verduras ricas en
fibra y pobres en hidratos de carbono en todas las comidas y tentempiés. Para mantener el equilibrio
de los alimentos ricos en hidratos de carbono en las comidas premio, elige panes integrales,
productos de cereales, arroz, pastas, patatas y otras verduras y frutas feculentas.
Para incorporar esta recomendación al programa: Las directrices básicas del Programa Corazón
Sano para los adictos a los hidratos de carbono te servirán para reducir naturalmente el consumo de
azúcar; las comidas pobres en hidratos de carbono son esencialmente sin azúcar, y si deseas seguir
manteniendo bajo el consumo de azúcar, en las comidas premio elige postres elaborados a base de
hidratos de carbono complejos, panecillos de pan integral, palomitas de maíz, rosquillas de harina
integral, y para tentempiés, cereales integrales en lugar de caramelos.
Para incorporar esta recomendación al programa: Reduce la cantidad de sal que usas para cocinar
o en la mesa. Para todas las comidas elige productos enlatados o envasados con poca sal, así como
queso y otros productos lácteos pobres en sal. En los restaurantes pide alternativas con poca sal.
Evita en lo posible los productos ahumados o curados con sal.
Para incorporar esta recomendación al programa: En el Programa Corazón Sano para los adictos a
los hidratos de carbono, las bebidas alcohólicas entran en la categoría «de acción similar a la de los
hidratos de carbono», y si se consumen debe hacerse con moderación, y solamente durante las
comidas premio. Equilibrar las bebidas alcohólicas (como parte de la opción alimentos ricos en
hidratos de carbono) con las porciones de alimentos pobres en hidratos de carbono en la comida
premio contribuye naturalmente a mantener moderado su consumo. Consulta siempre con tu
médico, & las personas diabéticas o con otros problemas, el médico podría recornendarles
abstenerse totalmente del alcohol.
• El consumo total de grasa no debe ser superior al 30 por ciento del total de calorías.
• El consumo de ácidos grasos saturados debe ser de hasta el 8-10 por ciento del total de
calorías.
• El consumo de ácidos grasos poliinsaturados debe ser de hasta el 10 por ciento del total de
calorías.
• El consumo de colesterol debe ser inferior a 300 mm diarios.
• El consumo de sodio debe ser inferior a 2.400 mm diarios, que equivale más o menos a 1
1
/4 cucharaditas de cloruro sódico (sal).
• El consumo de hidratos de carbono debe constituir el 55-60 por ciento o más del consumo
calórico, acentuando la importancia de fuentes de hidratos de carbono complejos.
• El total de calorías debe adaptarse de modo que logre y mantenga un peso corporal sano. 64
Para incorporar esta recomendación al programa: El Programa Corazón para los adictos a los
hidratos de carbono también se ha diseñado para que sea compatible con las recomendaciones de la
American Heart Association. Para seguir sus directrices:
• Elige proteínas que contengan poca grasa saturada, por ejemplo tofu, proteínas de la soja y
pescado, en lugar de proteínas de carne grasa.
• Cuando comas alimentos preparados, elige variedades sin sal, y en casa cocina con muy
poca sal.
• Para equilibrar con proteínas las proporciones recomendadas de hidratos de carbono, elige
ave, pescado y toíu. Estas proteínas de pocas calorías combinadas con verduras pobres en
hidratos de carbono te permitirán mantener el 55-60 por ciento de calorías en hidratos de
carbono sin inclinar la balanza hacia los hidratos de carbono en la comida premio. Si
además consumes principalmente hidratos de carbono complejos de calidad, cumplirás las
recomendaciones de la AHA, en cuanto a mantener bajo el consumo de calorías y mantener
la cuota mayor de hidratos de carbono complejos sin aumentar el consumo de azúcar.
• En el apartado «Información sólida sobre las grasas» (pág. 262) encontrarás una guía fácil
para distinguir entre grasas poliinsatu-radas y saturadas y ácidos grasos saturados.
Nota importante: No se trata de que cada alimento aislado que se come deba ser pobre en grasa.
Según la American Heart Associacion: 65
Algunas personas interpretan mal la primera orientación, creyendo que significa que cada alimento o
cada receta debe tener menos del 30 de sus calorías en grasa. La orientación vale para el total de c
alorías consumidas en varios días, una semana, por ejemplo, ya que si la directriz «el 30 por ciento
de caloñas en grasa» se aplicara a los alimentos sueltos, quedarían excluidos muchos que van bien en
un plan de comidas equilibrado. Ejemplos de estos alimentos que contienen más del 30 por ciento de
calorías en grasa son, entre otros: el aceite y la margarina (100 por ciento), los aderezos para
ensaladas normales y poco calóricos (75-100 por ciento), la carne oscura de pollo sin piel (43 por
ciento), el salmón (36 por ciento), las carnes poco grasas como el pavo o el jamón (34 por ciento),
así como muchos frutos secos y semillas (75-90 por ciento).
Aplicar el criterio del 30 por ciento a alimentos solos limita enormemente la variedad de ellos que se
puede tomar y conduce a error. La única manera de mantener el equilibrio, la variedad y el agrado
del plan de comida de la AHA es interpretar la directriz acentuando las palabras «total de calorías».
64
Tomadas de las orientaciones de la American Heart Association en Eating Plan for Health Americans, 1996.
65
http://www.americanheart.org/presenter.jhtml?identifier=4561
Así pues, para seguir las normativas de la AHA, elige una amplia y fabulosa combinación
de alimentos, escogiéndolos con sensatez y buscando un equilibrio agradable y sano.
Para incorporar esta recomendación al programa: El Programa Corazón Sano para los adictos a
los hidratos de carbono es compatible con las directrices de la American Cáncer Society. Para
cumplirlas:
• Siempre que sea posible y apropiado, elige tofu y alimentos pro-teínicos de soja en lugar de
proteínas de origen animal.
• Incorpora todas las opciones de actividad (capítulo 7, tercer paso) que puedas, de acuerdo
con tu capacidad física.
• Sigue las directrices para reducir las ansias de comer inducidas por el desequilibrio
insulínico, de modo que bajes el exceso de peso y lo mantengas constante y sano.
• En la comida premio, limita el consumo de bebidas alcohólicas o, si te va bien, pasa de ellas
totalmente.
66
Tomadas de American Cáncer Society, Guidelines on Diet, Nutrition, and Cáncer Prevention, 1996.