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PALABRAS DE JESUS. Tomadas de Caballo de Troya 1.

JJ Benitez
Los tres objetivos en cuestión fueron los siguientes:

1.º Marzo-abril del año 30 de nuestra era. Justamente, los últimos días de la pasión y muerte de
Jesús de Nazaret.

2.º El año 1478. Lugar: Isla de Madera. Objetivo: tratar de averiguar si Cristóbal Colón pudo recibir
alguna información confidencial, por parte de un predescubridor de América, sobre la existencia de
nuevas tierras, así como sobre la ruta a seguir para llegar hasta ellas.
3.º Marzo de 1861. Lugar: los propios Estados Unidos de América del Norte. Objetivo: conocer con
exactitud los antecedentes de la guerra de Secesión y el pensamiento del recién elegido presidente
Abraham Lincoln.

- Pedro, ¿es que aún no has comprendido que ningún profeta es recibido en su pueblo y que ningún
médico cura a los que le conocen?...

- Después, fijando aquellos ojos de halcón en los míos, añadió:


Si la carne ha sido hecha a causa del espíritu, es una maravilla. Si el espíritu ha sido hecho a causa
del cuerpo, es la maravilla de las maravillas. Mas yo me maravillo de esto: ¿cómo esta gran riqueza
se ha instalado en esta pobreza?

- -Jasón, amigo, ¿qué te sucede? Aquel descubrimiento volvió a sumirme en la confusión. El


Maestro, sin mirarme siquiera y sin esperar una respuesta -¿qué clase de respuesta podía
haberle dado?- prosiguió con un tono de complicidad que adiviné al instante. Tú estás aquí
para dar testimonio y no debes desfallecer.
-Entonces sabes quién soy... Jesús sonrió y pasando su largo brazo sobre mis hombros, señaló
hacia la puerta del jardín, donde aún montaban guardia sus discípulos.
-Pasará mucho tiempo hasta que ésos y las generaciones venideras comprendan quién soy y por qué
fui enviado por mi Padre... Tú, a pesar de venir de donde vienes, estás más cerca que ellos de la
Verdad.

-No comprendo, Maestro, por qué tus hombres van armados. Muy pocos lo creerían... en mi tiempo.

-Los que están conmigo -respondió con un timbre de tristeza- no me han entendido.
-Señor, ¡hay tantas cosas de las que desearía hablarte!...

-Aún tenemos tiempo. Bástele a cada día su afán.

Era irritante. Tanto tiempo aguardando aquella oportunidad y ahora, mano a mano con El, no sabía
qué decir ni qué preguntar...

-Antes me has preguntado qué me ocurría -le comenté intrigado- ¿Cómo has podido darte cuenta?

-Levanta la piedra y me encontrarás allí. Corta la madera y yo estoy allí. Donde hay soledad, allí
estoy yo también...

-¿Sabes?, toda mi vida me he sentido solo. Jesús replicó de forma fulminante:


-Yo soy la luz que está sobre todos. Hay muchos que se tienen junto a la puerta, pero, en verdad, te
digo que sólo los solitarios entrarán en la cámara nupcial.
-Me tranquiliza saber que también los que dudamos tenemos un rincón en tu corazón...
El gigante sonrió por segunda vez. Pero esta vez sus ojos brillaron como el bronce pulido.

-El mundo no es digno de aquel que se encuentra a si mismo...


-Mil veces me he hecho la misma pregunta: ¿por qué estamos aquí?

-El mundo es un puente. Pasad por él pero no os instaléis en él.

-Pero -insistí- no has respondido a mi pregunta...

-Sí, Jasón, si lo he hecho. Este mundo es como la antesala del Reino de mi Padre. Prepárate en la
antesala, a fin de que puedas ser admitido en la sala del banquete. ¡Sé caminante que no se detiene!

-Pero, Señor conozco a muchos que se han «instalado» en su sabiduría y que dicen poseer la
Verdad...

-Dime una cosa, Jasón. ¿Dónde crece la simiente?

-En la tierra.

-En verdad te digo que la verdadera sabiduría sólo puede nacer en el corazón que ha llegado a ser
como el polvo... El sabio y el anciano que no duden en preguntar a un niño de siete días por el lugar
de la Vida, vivirán. Porque muchos primeros serán últimos y llegarán a ser uno.

-Tú hablas de la Verdad, pero ¿dónde debo buscarla?

-Si los que os guían os dicen: «Mirad, el Reino está en el cielo»; entonces, los pájaros del cielo os
precederán. Si os dicen que está en el mar, entonces los peces del mar os precederán. Pero yo te
digo que el Reino de mi Padre está dentro y fuera de vosotros. Cuando os conozcáis seréis
conocidos y sabréis que sois los hijos del Padre viviente. mas si no os conocéis, estaréis en la
pobreza y vosotros seréis la pobreza.
El rabí debió notar mi confusión. Y añadió:

-¿Alguna vez has escuchado a tu propio corazón? Asentí sin saber a dónde quería ir a parar.

-El secreto para poseer la Verdad sólo está en mi Padre. Y en verdad te digo que mi Padre siempre
ha estado en tu corazón. Sólo tienes que mirar «hacia adentro»... Bienaventurado el que busca,
aunque muera creyendo que jamás encontró. Y dichoso aquél que, a fuerza de buscar, encuentre.
Cuando encuentre, se turbará. Y habiéndose turbado, se maravillará y reinará sobre todo.

-Señor, yo miro a mi alrededor y me maravillo y entristezco a un mismo tiempo...


-Yo te aseguro, Jasón, que todo aquel que sabe ver lo que tiene delante de sus ojos recibirá la
revelación de lo oculto. No hay nada oculto que no será revelado.
- « ¡Necios!... Yo aparecí en medio del mundo y en la carne fui visto Por ellos. Y hallé a todos los
hombres ebrios, y entre ellos no encontré a ninguno sediento... Mi espíritu se dolió por los hijos de
los hombres, porque son ciegos de corazón y no ven.»

- Judas, acudió hasta Andrés -el hermano de Pedro- preguntándole de forma que todos pudieron
oírle: -¿Por qué no se vendió este perfume y se donó el dinero para alimentar a los pobres?... Debes
hablar al Maestro para que la reprenda por esta pérdida...(Maria hermana de Lazaro)

-¡Dejadle en paz todos vosotros!... ¿por qué le molestáis por esto, si ella ha hecho lo que le salía del
corazón? A vosotros, que murmuráis y decís que este ungüento debería haber sido vendido y el
dinero dado a los pobres, dejadme deciros que siempre tenéis a los pobres con vosotros para que
podáis atenderles en cualquier momento en Que os parezca bien... Pero yo no siempre estaré con
vosotros. ¡Pronto voy a mi Padre!. -Esta mujer ha guardado mucho tiempo este ungüento para mi
cuerpo en su enterramiento. Y ahora que le ha parecido bien hacer esta unción como anticipación a
mi muerte, no se le debe negar tal satisfacción. Al hacer esto, María os ha reprobado a todos, en
cuanto que con este hecho evidencia fe en lo que he dicho sobre mi muerte y la ascensión a mi
Padre del cielo. Esta mujer no debe ser condenada por esto que ha hecho esta noche. Más bien os
digo que en los tiempos venideros, dondequiera que se predique este evangelio por todo el mundo,
lo que ella ha hecho será dicho en memoria suya.

- los fariseos: se dirigieron a Jesús y, prescindiendo de la valiosa naturaleza del perfume, le


recriminaron por haber consentido que aquella mujer hubiera violado las sagradas leyes del
descanso sabático.

- -Decidme -les preguntó- ¿de dónde venís? -De Jerusalén -afirmaron.


-¿Y cómo es posible que condenéis a una mujer que ha caminado menos de un estadio, habiendo
recorrido vosotros más de quince?

- -¡Ay de vosotros, fariseos! -lanzó Jesús valientemente-. Sois como un perro acostado en el
pesebre de los bueyes: ni come él, ni deja comer a los bueyes.
-¿Quién eres tú -esgrimieron los representantes de Caifás con aire de suficiencia- para
enseñarnos dónde está la Verdad?

-¿Para qué salisteis al campo? -arremetió el Nazareno-. ¿Para ver quizá una caña agitada por el
viento?... ¿Para ver a un hombre con vestidos delicados? Vuestros reyes y vuestros grandes
personajes -vosotros mismos- os cubrís de vestidos de seda y púrpura, pero yo os digo que no
podrán conocer la Verdad...

-Veinticuatro profetas han hablado en Israel y nosotros seguimos su ejemplo...


-¿Vosotros habláis de los que están muertos y estáis rechazando al que vive entre vosotros?
-Dinos quién eres para que creamos en ti contestaron.

-Escrutáis la superficie del cielo y de la tierra y no habéis conocido a aquel que está entre
vosotros... Y volviendo su mirada hacia mi, añadió: No sabéis escrutar este tiempo...

-¡Ay de vosotros, fariseos!. Laváis el exterior de la copa sin comprender que quien ha hecho el
exterior hizo también el interior...
- Pedro conciliador, le propuso a Jesus, que María fuera apartada del grupo, «ya que las mujeres
comentó- no son dignas de la Vida».

-Yo la guiaré para hacerla hombre, para que ella se transforme también en espíritu viviente
semejante a vosotros, los hombres. Porque toda mujer que se haga hombre entrará en el Reino de
los Cielos.

- -¡Oh Jerusalén!, si tan sólo hubieras sabido, incluso tú, al menos en este tu día, las cosas
pertenecientes a tu paz y que hubieras podido tener tan libremente... Pero ahora, estas glorias están a
punto de ser escondidas de tus ojos... Tú estás a punto de rechazar al Hijo de la Paz y volver la
espalda al evangelio de salvación... Pronto vendrán los días en que tus enemigos harán una trinchera
a tu alrededor y te asediarán por todas partes Te destruirán completamente, hasta tal punto que no
quedará piedra sobre piedra. Y todo esto acontecerá porque no conocías el tiempo de tu divina
visita... Estás a punto de rechazar el regalo de Dios y todos los hombres te rechazarán.

- los sacerdotes le gritaron a Jesús: -¡Maestro, deberías reprender a tus discípulos y exhortarles a
que se comporten con más decoro!

- Pero el rabí, sin perder la calma, les contestó:

-Es conveniente que estos niños acojan al Rijo de la Paz, a quien los sacerdotes principales han
rechazado. Sería inútil hacerles callar... Si así lo hiciera, en su lugar podrían hablar las piedras del
camino.

- Algunos griegos sabían del misterioso anuncio del rabí sobre su muerte y le
interrogaron sobre ello. Jesús les respondió:

- -En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo arrojado a la tierra no muere, se
queda solo; pero si muere, produce mucho fruto...

-¿Es que es preciso morir para vivir? -preguntó uno de los gentiles visiblemente extrañado ante
las palabras del Maestro.

-Quien ama su vida -le contestó Jesús-, la pierde. Quien la odia en este mundo, la
conservará para la vida eterna.

-¿Y qué nos ocurrirá a nosotros -preguntaron nuevamente los griegos- si te seguimos?
-El que se acerca a mí, se acerca al fuego. Quien se aleja de mí, se aleja de la vida.
Uno de los que escuchaban interrumpió al Galileo, replicándole que aquellas palabras eran
similares a las de un viejo refrán griego, atribuido a Esopo: «Quien está cerca de Zeus, está cerca
del rayo.»

-A diferencia de Zeus -comentó el Maestro- yo sí puedo daros lo que ningún ojo vio, lo que ningún
oído escuchó, lo que ninguna mano tocó y lo que nunca ha entrado en el corazón del hombre. Si
alguno de vosotros quiere servirme -concluyó- que me siga. Donde yo esté, allí estará también mi
servidor. Si alguien me sirve, mi Padre lo honrará...
Pero los griegos no parecían muy dispuestos a ponerse a las órdenes del rabí y terminaron por
alejarse.
Jesús, sin poder disimular su tristeza, comentó entre sus discípulos:«Ahora, mi alma está
turbada... ¿Qué diré? Padre, ¡líbrame de esta hora!... »Sin embargo, el Cristo pareció arrepentirse
al momento de aquellos pensamientos en voz
alta y añadió, de forma que todos sus seguidores pudieran oírle:

-Pero para esto he venido a esta hora... Y levantando su rostro hacia el encapotado cielo de
Jerusalén, gritó: -¡Padre, glorifica tu nombre!

Lo que aconteció inmediatamente es algo que no sabría explicar con exactitud. Nada más
pronunciar aquellas desgarradoras palabras, en la base -o en el interior- de los cumulonimbus
que cubrían la ciudad (y cuya altura media, según me confirmó Eliseo, era de unos seis mil
pies) se produjo una especie de relámpago o fogonazo. De no haber sido por la potente y
metálica voz que se dejó oír a continuación, yo lo habría atribuido a una posible chispa
eléctrica, tan comunes en este tipo de nubes tormentosas. Pero, como digo, casi al unísono de
aquel «fogonazo», los cientos de personas que permanecíamos en la gran explanada pudimos
escuchar una voz que, en arameo, decía:

-Ya he glorificado y glorificaré de nuevo.

La multitud, los discípulos y yo mismo quedamos sobrecogidos. Al fin, la gente comenzó a


reaccionar y la mayoría trató de tranquilizarse, asegurando que «aquello» sólo había sido un
trueno. Pero todos, en el fondo de nuestros corazones, sabíamos que un trueno no habla... Los
hebreos volvieron a agolparse en torno al Maestro y éste les anunció:

-Esta voz ha venido, no por mi, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo: ahora va a ser
expulsado el príncipe de este mundo. Y yo, levantado de la tierra, atraeré a todos los hombres hacia
mí...

Algunos de los sacerdotes que habían salido del santuario al escuchar aquella enigmática voz,
le replicaron «que ellos sabían por la Ley que el Mesías viviría siempre». Jesús, sin inmutarse, se
volvió hacia los recién llegados y les contestó:
-Todavía un poco más de tiempo estará la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz y que
no os sorprenda la oscuridad: el que camina en la oscuridad no sabe a dónde va. Mientras tenéis la
luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz...
-Somos nosotros, los sacerdotes -arremetieron los representantes del templo, tratando de
ridiculizar a Jesús-, quienes tenemos la potestad de enseñar la luz y la verdad a éstos...

El rabí, señalando con su mano derecha a la muchedumbre, replicó:


-¡Ciegos!... Veis la mota en el ojo de vuestro hermano, pero no veis la viga en el vuestro. Cuando
hayáis logrado quitar la viga de vuestro ojo, entonces veréis con claridad y podréis quitar la mota
del ojo de éstos...

Aproveché la ocasión y le pregunté su opinión sobre aquella tarde.


-He estado en medio del mundo y me he revelado a ellos en la carne. Les he encontrado a todos
borrachos. No he encontrado a ninguno sediento. Mi alma sufre por los hijos de los hombres,
porque están ciegos en su corazón; no ven que han venido vacíos al mundo e intentan salir vacíos
del mundo. Ahora están borrachos. Cuando vomiten su vino, se arrepentirán...

-Esas son palabras muy duras -le dije-. Tan duras como las que pronunciaste sobre el
Olivete, a la vista de Jerusalén...
-Tal vez los hombres piensan que he venido para traer la paz al mundo. No saben que estoy aquí
para echar en la tierra división, fuego, espada y guerra... Pues habrá cinco en una casa: tres contra
dos y dos contra tres; el padre contra el hijo y el hijo contra el padre. Y ellos estarán solos.

-Muchos, en mi mundo -añadí procurando que mis palabras no resultaran excesivamente


extrañas para Lázaro- podrían asociar esas frases tuyas sobre el fin de Jerusalén como el fin de los
tiempos. ¿Qué dices a eso?

-Las generaciones futuras comprenderán que la vuelta del Hijo del Hombre no llegará de la mano
del guerrero. Ese día será inolvidable: después de la gran tribulación -como no la hubo desde el
principio del mundo- mi estandarte será visto en los cielos por todas las tribus de la tierra. Esa será
mi verdadera y definitiva vuelta: sobre las nubes del cielo, como el relámpago que sale por el
oriente y brilla hasta el occidente...

-¿Qué será la gran tribulación?

-Vosotros podríais llamarlo un «parto de toda la Humanidad...» Jesús no parecía muy dispuesto a
revelarme detalles.

-Al menos, dinos cuándo tendrá lugar.

-De aquel día y de aquella hora, nadie sabe. Ni los ángeles ni el Hijo. Sólo el Padre.
Únicamente puedo decirte que será tan inesperado que a muchos les pillará en mitad de su ceguera e
iniquidad.

-Mi mundo, del que vengo -traté de presionarle-, se distingue precisamente por la confusión y la
injusticia...

-Tu mundo no es mejor ni peor que éste. A ambos sólo les falta el principio que rige el
universo: el Amor.

-Dame, al menos, una señal para que sepamos cuándo te revelarás a los hombres por
segunda vez...

-Cuando os desnudéis sin tener vergüenza, toméis vuestros vestidos, los pongáis bajo los pies como
los niños y los pateéis, entonces veréis al hijo del Viviente y no temeréis.
Lázaro, afortunadamente, seguía identificando «mi mundo» con Grecia. Eso me permitió
seguir preguntando al Maestro con un cierto margen de amplitud.
-Entonces -repuse- mi mundo está aún muy lejos de ese día. Allí, los hombres son enemigos de los
hombres y hasta del propio Dios...

Jesús no me dejó seguir. -Estáis entonces equivocados. Dios no tiene enemigos.


Aquella rotunda frase del Nazareno me trajo a la memoria muchas de las creencias sobre un
Dios justiciero, que condena al fuego del infierno a quienes mueren en pecado. Y así se lo
expuse.

Cristo sonrió, moviendo la cabeza negativamente. -Los hombres son hábiles manipuladores de la
Verdad. Un padre puede sentirse afligido ante
las locuras de un hijo, pero nunca condenaría a los suyos a un mal permanente. El infierno -tal y
como creen en tu mundo- significaría que una parte de la Creación se le ha ido de las manos al
Padre... Y puedo asegurarte que creer eso es no conocer al Padre.
-¿Por qué hablaste entonces en cierta ocasión del fuego eterno y del rechinar de dientes?
-Si hablando en parábolas no me comprendéis, ¿cómo puedo enseñaros entonces los
misterios del Reino? En verdad, en verdad os digo que aquel que apueste fuerte, y se
equivoque, sentirá cómo rechinan sus dientes.

-¿Es que la vida es una apuesta?

-Tú lo has dicho, Jasón. Una apuesta por el Amor. Es el único bien en juego desde que se nace.

Permanecí pensativo. Aquellas palabras eran nuevas para mí.


-¿Qué te preocupa? -preguntó Jesús.

-Según esto, ¿qué podemos pensar de los que nunca han amado?

-No hay tales.

-¿Qué me dices de los sanguinarios, de los tiranos?...

-También esos aman a su manera. Cuando pasen al otro lado recibirán un buen susto...
-No entiendo.

-Se darán cuenta que -al dejar este mundo- nadie les preguntará por sus crímenes, riquezas, poder o
belleza. Ellos mismos y sólo ellos caerán en la cuenta de que la única medida válida en el «otro
lado» es la del Amor. Si no has amado aquí, en tu tiempo, tú solo te sentirás responsable.

-¿Y qué ocurrirá con los que no hemos sabido amar?

-Querrás decir, con los que no habéis querido amar.

Me sentí nuevamente confuso.

-...Esos, amigo -prosiguió el rabí captando mis dudas-, serán los grandes estafados y, en
consecuencia, los últimos en el Reino de mi Padre.

-Entonces, tu Dios es un Dios de amor... Jesús pareció enojarse.

-¡Tú eres Dios!

-¿Yo, Señor?...

-En verdad te digo que todos los nacidos llevan el sello de la Divinidad.

-Pero, no has respondido a mi pregunta. ¿Es Dios un Dios de amor?

-De no ser así, no sería Dios.

-En ese caso, ¿debemos excluir de su mente cualquier tipo de castigo o premio?
-Es nuestra propia injusticia la que se revela contra nosotros mismos.
-Empiezo a intuir, Maestro, que tu misión es muy simple. ¿Me equivoco si te digo que todo tu
trabajo consiste en dejar un mensaje?

El Nazareno sonrió satisfecho. Puso su mano sobre mi hombro y replicó: -No podías resumirlo
mejor... Lázaro, sin hacer el menor comentario, asintió con la cabeza.

-Tú sabes que mi corazón es duro -añadí-. ¿Podrías repetirme ese mensaje?
-Dile a tu mundo que el Hijo del Hombre sólo ha venido para transmitir la voluntad del
Padre: ¡que sois sus hijos!

-Eso ya lo sabemos...

-¿Estás seguro? Dime, Jasón, ¿qué significa para ti ser hijo de Dios?
Me sentí nuevamente atrapado. Sinceramente, no tenía una respuesta válida. Ni siquiera estaba
seguro de la existencia de ese Dios.

-Yo te lo diré -intervino el Maestro con una gran dulzura-. Haber sido creado por el Padre
supone la máxima manifestación de amor. Se os ha dado todo, sin pedir nada a cambio. Yo he
recibido el encargo de recordároslo. Ese es mi mensaje.

-Déjame pensar... Entonces, hagamos lo que hagamos, ¿estamos condenados a ser felices?
-Es cuestión de tiempo. El necesario para que el mundo entienda y ponga en práctica que el único
medio para ello es el Amor.

Tuve que meditar muy bien mi siguiente pregunta. En aquellos instantes, la presencia del
resucitado podía constituir un cierto problema.

-Si tu presencia en el mundo obedece a una razón tan elemental como la de depositar un mensaje
para toda la humanidad, ¿no crees que «tu iglesia» está de más?

-¿Mi iglesia? -preguntó a su vez Jesús que, en mi opinión, había comprendido


perfectamente-. Yo no he tenido, ni tengo, la menor intención de fundar una iglesia, tal y como tú
pareces entenderla.

Aquella respuesta me dejó estupefacto.

-Pero tú has dicho que la palabra del Padre deberá ser extendida hasta los confines de la tierra...

-Y en verdad te digo que así será. Pero eso no implica condicionar o doblegar mi mensaje a la
voluntad del poder o de las leyes humanas. No es posible que un hombre monte dos caballos ni que
dos arcos. Y no es posible que un criado sirva a dos señores. él honrará a uno y ofenderá al otro.
Nadie que bebe un vino viejo desea al momento beber vino nuevo. No se vierte vino nuevo en odres
viejos, para que no se rasguen, ni se trasvasa vino viejo a odres nuevos para que no se estropee. Ni
se cose un remiendo viejo a un vestido nuevo porque se haría un rasgón. De la misma forma te digo:
mi mensaje sólo necesita de corazones sinceros que lo transmitan; no de palacios o falsas
dignidades y púrpuras que lo cobijen.

-Tú sabes, que no será así...

-¡Ay de los que antepongan su permanencia a mi voluntad!


-¿Y cuál es tu voluntad?

-Que los hombres se amen como yo les he amado. Eso es todo.

-Tienes razón -insinué-, para eso no hace falta montar nuevas burocracias, ni códigos ni
jefaturas... Sin embargo, muchos de los hombres de mi mundo desearíamos hacerte una pregunta...

-Adelante -me animó el Galileo.

-¿Podríamos llegar a Dios sin pasar por la iglesia?

El rabí suspiró. -¿Es que tú necesitas de esa iglesia para asomarte a tu corazón?

Una confusión extrema me bloqueó la garganta. Y Jesús lo percibió.


-Mucho antes de que existiera la tribu de Leví, hermano Jasón, mucho antes de que el
hombre fuera capaz de erguirse sobre sí mismo, mi Padre había sembrado la belleza y la sabiduría
en la Tierra. ¿Quién es antes, por tanto: Dios o esa iglesia?

-Muchos sacerdotes de mi mundo -le repliqué- consideran a esa iglesia como santa.
-Santo es mi Padre. Santos seréis vosotros el día que améis.

-Entonces -y te ruego que me perdones por lo que voy a decirte- esa iglesia está de sobra...
-El Amor no necesita de templos o legiones. Un hombre saca el bien o el mal de su propio corazón.
Un solo mandamiento os he dado y tú sabes cuál es... El día que mis discípulos hagan saber a toda
la humanidad que el Padre existe, su misión habrá concluido.
-Es curioso: ese Padre parece no tener prisa.

El gigante me miró complacido.

-En verdad te digo que El sabe que terminará triunfando. El hombre sufre de ceguera pero yo he
venido a abrirle los ojos. Otros seres han descubierto ya que es más rentable vivir en el Amor.

-¿Qué ocurre entonces con nosotros? ¿Por qué no terminamos de encontrar esa paz?
-Yo he dicho que a los tibios los vomitaré de mi boca, pero no trates de consumir a tus
hermanos en la molicie o en la prisa. Deja que cada espíritu encuentre el camino. El mismo, al final,
será su juez y defensor.

-Entonces, todo eso del juicio final...

-¿Por qué os preocupa tanto el final, si ni siquiera conocéis el Principio? Ya te he dicho que al otro
lado os espera la sorpresa...

Tengo la impresión de que Tú resultarías excesivamente liberal para las iglesias de mi


mundo.
-Dios es tan liberal, como tú dices, que permite, incluso, que te equivoques. ¡Ay de aquellos que se
arroguen el papel de salvadores, respondiendo al error con el error y a la maldad con la maldad! ¡Ay
de aquellos que monopolicen a Dios!
-Dios... Tú siempre estás hablando de Dios. ¿Podrías explicarme quién o qué es?
El fuego de aquella mirada volvió a traspasarme. Dudo que exista muro, corazón o distancia
que no pudiera ser alcanzado por semejante fuerza.

-¿Puedes tú explicarles a éstos de dónde vienes y cómo? ¿Puede el hombre apresar los colores entre
sus manos? ¿Puede un niño guardar el océano entre los pliegues de tu túnica? ¿Pueden cambiar los
doctores de la Ley el curso de las estrellas? ¿Quién tiene potestad para devolver la fragancia a la
flor que ha sido pisoteada por el buey? No me pidas que te hable de Dios: siéntelo. Eso es
suficiente...

-¿Voy bien si te digo que lo siento como una... energía? No me daba por vencido y Jesús lo sabía.

-Vas muy bien.

-¿Y qué hay por debajo de esa «energía»?

-Es que no hay arriba y abajo -atajó el Nazareno, saliendo al paso de mis atropellados
pensamientos-. El Amor, es decir, el Padre, lo es Todo.

-¿Por qué es tan importante el Amor?

-Es la vela del navío.

-Déjame que insista: ¿qué es el Amor?

-Dar.
-¿Dar? Pero, ¿qué?

-Dar. Desde una mirada hasta tu vida.

-¿Qué podemos dar los angustiados?

-La angustia.

-¿A quién?

-A la persona que te quiere...

-¿Y si no tienes a nadie?

El Maestro hizo un gesto negativo.

-Eso es imposible... Incluso los que no te conocen pueden amarte.

-¿Y qué me dices de tus enemigos? ¿También debes amarles?

-Sobre todo a ésos... El que ama a los que le aman, ya ha recibido su recompensa.

.
.

- Jesús de Nazaret, que no había tocado con el látigo a un solo hebreo ni había derribado mesa
alguna -de ello puedo dar fe, puesto que permanecí muy cerca del Maestro- volvió entonces a
lo alto de las escalinatas y, dirigiéndose a la multitud, gritó:

- -Vosotros habéis sido testigos este día de lo que está escrito en las Escrituras: «Mi casa será
llamada una casa de oración para todas las naciones, pero habéis hecho de ella una madriguera de
ladrones. »

- Quienes no podían faltar, obviamente, eran los responsables del templo. Cuando los
sacerdotes tuvieron conocimiento del incidente acudieron presurosos hasta donde se hallaba Jesús,
interrogándole con severidad: -¿No has oído lo que dicen los hijos de los levitas?

- Pero Jesús les contestó:

- -En las bocas de los niños y criaturas se perfeccionan las alabanzas.

- Siguiendo esta consigna, hacia las dos de la tarde, uno de estos grupos (escribas, fariseos,
levitas, jefes de templo…) se abrió paso hasta el lugar donde Jesús había seguido su plática. Y
con su característico estilo -soberbio y
autoritario- le preguntaron al Maestro:

- -¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?
Ellos sabían que el Nazareno no había pasado por las obligadas escuelas rabínicas y que, por
tanto, sus enseñanzas y el propio título de «rabí» que muchos le atribuían no eran correctos,
desde la más estricta pureza legal y jurídica.
Pero Jesús -con aquella brillantez de reflejos que le caracterizaba- les respondió con otra
interrogante: -También me gustaría a mí haceros otra pregunta. Si me contestáis, yo os diré
igualmente con qué autoridad hago estos trabajos. Decidme: el bautismo de Juan, ¿de dónde era?
¿Consiguió Juan esta autoridad del cielo o de los hombres?

- Los escribas y fariseos formaron un corro entre ellos y comenzaron a deliberar en voz baja,
mientras Jesús y la multitud esperaban en silencio. Habían pretendido acorralar al Galileo y ahora
eran ellos los que se veían en una embarazosa situación. Por fin, volviéndose hacia Jesús,
replicaron: -Respecto al bautismo de Juan, no podemos contestar. No sabemos... La razón de
aquella negativa estaba bien clara. Si afirmaban que «del cielo», Jesús podía responderles:
«¿Por qué no le creísteis entonces?» Además, en este caso, el Maestro podía haber añadido
que su autoridad procedía de Juan. Si, por el contrario, los escribas respondían
que «de los hombres», aquella muchedumbre -que había considerado a Juan como un profeta
podía echarse encima de los sacerdotes...

- La estrategia de Cristo, una vez más, había sido brillante y rotunda. Y el rabí, mirándoles
fijamente, añadió: -Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas... Los hebreos
estallaron en ruidosas carcajadas, ante la impotencia de los «máximos maestros» de Israel,
rojos de ira y de vergüenza. Jesús dirigió entonces su mirada hacia los que habían tratado de
perderle y les dijo: -Puesto que estáis en duda sobre la misión de Juan y en enemistad con la
enseñanza y hechos del Hijo del Hombre, prestad atención mientras os digo una parábola. Cierto
gran y
respetado terrateniente -comenzó el Galileo su relato- tenía dos hijos. Deseando que le
ayudaran en la dirección de sus tierras, acudió a uno de ellos y le dijo: «Hijo, ve a trabajar hoy en
mi viña.» Y este hijo, sin pensar, contestó a su padre: «No voy a ir.» Pero luego se arrepintió y fue.
Cuando el padre encontró al segundo le dijo: «Hijo, ve a trabajar a mi viña.» Y este hijo, hipócrita y
desleal, le dijo: «Sí, padre, ya voy.» Pero, cuando hubo marchado su padre, no fue. Dejadme
preguntaros: ¿cuál de estos hijos hizo realmente la voluntad de su padre?

- La gente, como un solo hombre, contestó: -El primer hijo.

- Jesús replicó entonces mirando a los sacerdotes:

- -Pues así, yo declaro que los taberneros y prostitutas, aunque parezcan rehusar la llamada del
arrepentimiento, verán el error de su camino y entrarán en el reino de Dios antes que vosotros, que
hacéis grandes pretensiones de servir al Padre del Cielo pero que rechazáis los trabajos del Padre.
No fuisteis vosotros, escribas y fariseos, quienes creísteis en Juan, sino los taberneros y pecadores.
Tampoco creéis en mis enseñanzas, pero la gente sencilla escucha mis palabras a gusto. Aquella
segunda ridiculización pública obligó a los escribas y fariseos a dar media vuelta,
entrando en el santuario. Y el Maestro siguió predicando en paz, haciendo las delicias de la
multitud.

- Mientras tanto, Jesús había desarrollado una segunda parábola -la del rico propietario que llegó a
enviar a su propio hijo para convencer a los rebeldes trabajadores de su viña de que le entregaran su
renta- preguntando a los asistentes qué debería hacer el dueño de la viña con aquellos malvados
arrendatarios.

- -Destruir a esos hombres miserables -contestó la multitud- y arrendar su viñedo a otros


granjeros honestos que le den sus frutos en cada estación.
Muchos de los presentes comprendieron el sentido de la parábola de Jesús y expresaron en
voz alta:

- -¡Dios perdone a quienes continúen haciendo estas cosas!

- Pero algunos fariseos no se daban por vencidos y regresaron hasta el lugar donde predicaba
Jesús. El Maestro, al verlos, les dijo:

- -Vosotros sabéis cómo rechazaron vuestros hermanos a los profetas y sabéis bien que estáis
decididos a rechazar al Hijo del Hombre. -Tras unos instantes de silencio, su mirada se hizo más
intensa y añadió-: ¿Nunca leísteis en la Escritura sobre la piedra que los constructores rechazaron
y que, cuando la gente la descubrió, hicieron de ella la piedra angular?... Una vez más os aviso. Si
continuáis rechazando el Evangelio, el reino de Dios será llevado lejos de vosotros y entregado a
otra gente, deseosa de recibir buenas nuevas y llevar adelante los frutos del espíritu. Yo os digo que
existe un misterio sobre esa piedra: quien caiga sobre ella, aunque quede roto en pedazos, se
salvará. Pero, sobre quien caiga dicha piedra angular, será molido hasta quedar hecho polvo y sus
cenizas serán desperdigadas a los cuatro vientos. En esta ocasión, los escribas y jefes ni siquiera
intentaron replicar. Y el Maestro prosiguió sus
enseñanzas, refiriendo una tercera parábola: la del festín de bodas.

- Cuando hubo terminado, Jesús se puso en pie y se dispuso a despedir a la multitud. En ese
instante, uno de los creyentes alzó su voz e interrogó al rabí:

- -Pero, Maestro, ¿cómo sabremos estas cosas? ¿Qué signo nos darás por el que sepamos que tú eres
el Hijo de Dios?
- Se hizo un nuevo y espeso silencio. Los fariseos aguzaron sus oídos y, cuando consideraban
que el impostor había caído en su propia trampa, el Galileo -con voz sonora y señalando con
su dedo índice izquierdo hacia su propio pecho- afirmó:
-Destruid este templo y en tres días lo levantaré.

- Jesús se dirigió a sus doce íntimos (en el jardin de la casa de Simon, el leproso), dedicando a
cada uno de ellos unas cálidas palabras de despedida.
Y empezó por Andrés, el verdadero responsable y jefe del grupo de los apóstoles. En uno de
sus gestos favoritos, colocó sus manos sobre los hombros del hermano de Pedro, diciéndole:

- -No te desanimes por los acontecimientos que están a punto de llegar. Mantén tu mano
fuerte entre tus hermanos y cuida de que no te vean caer en el desánimo.

- Después, dirigiéndose a Pedro, exclamó:

- -No pongas tu confianza en el brazo de la carne, ni en las armas de metal. Fundamenta tu persona
en los cimientos espirituales de las rocas eternas.

- Jesús se colocó frente a Santiago, diciéndole:

- -No desfallezcas por apariencias exteriores. Permanece firme en tu fe y pronto conocerás la


realidad de lo que crees.

- Siguió con Nathaniel y en el mismo tono de dulzura afirmó:

- -No juzgues por las apariencias. Vive tu fe cuando todo parezca desvanecerse. Sé fiel a tu misión
de embajador del reino.

- Al imperturbable Felipe -el hombre «práctico» del grupo- le despidió con estas palabras:
-No te sobrecojas por los acontecimientos que se van a producir. Permanece tranquilo, aun cuando
no puedas ver el camino. Sé leal a tu voto de consagración.

- A Mateo, seguidamente, le habló así:

- -No olvides la gracia que recibiste del reino. No permitas que nadie te estafe en tu
recompensa eterna. Así como has resistido tus inclinaciones de la naturaleza mortal, desea
permanecer resuelto.

- En cuanto a Tomás, su despedida fue así:

- -No importa lo difícil que pueda ser: ahora debes caminar sobre la fe y no sobre la vista. No dudes
que yo puedo terminar el trabajo que he comenzado.
Aquellas palabras a Tomás -el gran escéptico- fueron especialmente proféticas.
-No permitáis que lo que no podéis comprender os aplaste

- -les dijo a los gemelos-.

- Sed fieles a los afectos de vuestros corazones y no pongáis vuestra fe en grandes hombres o en la
actitud cambiante de la gente. Permaneced entre vuestros hermanos.
Después, llegando frente a Simón Zelotes -el discípulo más politizado-, prosiguió:
-Simón, puede que te aplaste el desconcierto, pero tu espíritu se levantará sobre todos los que vayan
contra ti. Lo que no has sabido aprender de mí, mi espíritu te lo enseñará. Busca las verdaderas
realidades del espíritu y deja de sentirte atraído por las sombras irreales y materiales.

- El penúltimo apóstol era el joven Juan. El Maestro tomó sus manos entre las suyas,
diciéndole:

- -Sé suave. Ama incluso a tus enemigos. Sé tolerante. Y recuerda que yo he creído en ti...
Juan, con los ojos humedecidos, retuvo las manos de Jesús, al tiempo que exclamaba con un
hilo de voz: -Pero, Señor, ¿es que te marchas?
el Maestro se aproximó al larguirucho Judas Iscariote.

- -Judas -le dijo el Galileo-, te he amado y he rezado para que ames a tus hermanos. No te sientas
cansado de hacer el bien. Te aviso para que tengas cuidado con los resbaladizos caminos de la
adulación y con los dardos venenosos del ridículo.

- Fue entonces cuando Pedro y Santiago, que llevaban varios días enzarzados en una polémica
sobre las enseñanzas de su Maestro en relación con el perdón de los pecados, decidieron salir
de dudas. Y Pedro tomó la palabra:
-Maestro, Santiago y yo no estamos de acuerdo respecto a tus enseñanzas sobre la
redención del pecado. Santiago afirma que tú enseñas que el Padre nos perdona, incluso, antes de
que se lo pidamos. Yo mantengo que el arrepentimiento y la confesión deben ir por delante del
perdón. ¿Quién de los dos está en lo cierto?
Algo sorprendido por la pregunta, Jesús se detuvo frente a la muralla oriental del templo y,
mirando intensamente a los cuatro, respondió:

-Hermanos míos, erráis en vuestras opiniones porque no comprendéis la naturaleza de las íntimas y
amantes relaciones entre la criatura y el Creador, entre los hombres y Dios. No alcanzáis a conocer
la simpatía comprensiva que los padres sabios tienen para con sus hijos inmaduros y a veces
equivocados. »Es verdaderamente dudoso que un padre inteligente y amante se ponga alguna vez a
perdonar a un hijo normal. Relaciones de comprensión, asociadas con el amor impiden,
efectivamente, esas desavenencias que más tarde necesitan el reajuste y arrepentimiento por el hijo,
con perdón por parte del padre. »Yo os digo que una parte de cada padre vive en el hijo. Y el padre
disfruta de prioridad y superioridad de comprensión en todos los asuntos relacionados con su hijo.
El padre puede ver la inmadurez del hijo por medio de su propia madurez: la experiencia más
madura del viejo. »Pues bien, con los hijos pequeños, el Padre celestial posee una infinita y divina
simpatía y
comprensión amorosa. El perdón divino, por tanto, es inevitable. Es inherente e inalienable a la
infinita comprensión de Dios y a su perfecto conocimiento de todo lo concerniente a los juicios
erróneos y elecciones equivocadas del hijo. La divina justicia es tan eternamente justa que incluye,
inevitablemente, el perdón comprensivo.
»Cuando un hombre sabio entiende los impulsos internos de sus semejantes, los amará. Y cuando
ames a tu hermano, ya le habrás perdonado. Esta capacidad para comprender la naturaleza del
hombre y de perdonar sus aparentes equivocaciones es divina. En verdad, en verdad os digo que si
sois padres sabios, ésta deberá ser la forma en que améis y comprendáis a vuestros hijos; incluso les
perdonaréis cuando una falta de comprensión momentánea os haya separado.
»El hijo, siendo inmaduro y falto de plena comprensión sobre la profunda relación padre-hijo,
sentirá frecuentemente una sensación de separación respecto a su padre. Pero el verdadero padre
nunca estará consciente de esta separación. »EI pecado es la experiencia de la conciencia de la
criatura; no es parte de la conciencia de
Dios. »Vuestra falta de capacidad y de deseo de perdonar a vuestros semejantes es la medida de
vuestra inmadurez y la razón de los fracasos a la hora de alcanzar el amor.
»Mantenéis rencores y alimentáis venganzas en proporción directa a vuestra ignorancia sobre la
naturaleza interna y los verdaderos deseos de vuestros hijos y prójimo. El amor es el resultado de la
divina e interna necesidad de la vida. Se funda en la comprensión, se nutre en el servicio generoso y
se perfecciona en la sabiduría.
Los cuatro amigos de Jesús guardaron silencio. Jesús comenzó sus palabras (Nuevamente en
el Templo). Pero, apenas si había empezado cuando, un grupo de alumnos de las escuelas de
escribas, destacándose entre el gentío, interrumpió al Maestro, preguntándole:

-Rabí, sabemos que eres un enseñante que está en lo cierto y sabemos que proclamas los
caminos de la verdad y que sólo sirves a Dios, pues no temes a ningún hombre. Sabemos
también que no te importa quiénes sean las personas. Señor, sólo somos estudiantes y
quisiéramos conocer la verdad sobre un asunto que nos preocupa. ¿Es justo para nosotros dar
tributo al César? ¿Debemos dar o no debemos dar?

En aquel instante, uno de los sirvientes de Nicodemo -que profesaba desde hacía tiempo la
doctrina de Jesús- hizo un comentario en voz baja, recordándonos que aquella impertinente
interrupción formaba parte del plan, trazado en la fatídica reunión del Sanedrín del día
anterior. Los fariseos, escribas y saduceos, en efecto, habían unido sus votos para, en
principio, formar grupos «especializados» que tratasen de ridiculizar y desprestigiar
públicamente al Galileo.

Aquel típico silencio -propio de los momentos de gran tensión- fue roto por el Nazareno quien,
en un tono irónico -como si conociese a la perfección la falsa ignorancia de aquellos
muchachos, entre los que se hallaba una especial representación de los «herodianos» les
preguntó a su vez:

-¿Por qué venís así, a provocarme?

Y acto seguido, extendiendo su mano izquierda hacia los estudiantes, les ordenó con voz
firme:

-Mostradme la moneda del tributo y os contestaré.

El portavoz de los alumnos le entregó un denario de plata y el Maestro, después de mirar


ambas caras, repuso:

-¿Qué imagen e inscripción lleva esta moneda?

Los jóvenes se miraron con extrañeza y respondieron, dando por sentado que el rabí conocía
perfectamente la respuesta:

-La del César.

-Entonces -contestó Jesús, devolviéndoles la moneda-, dad al César lo que es del César, a Dios lo
que es de Dios y a mí, lo que es mío...

La multitud, maravillada ante la astucia y sagacidad de Jesús, prorrumpió en aplausos,


mientras los aspirantes a escribas y sus cómplices, los «herodianos», se retiraban
avergonzados. Aquella nueva trampa pública había sido muy bien planeada. Todo el mundo
sabía que el denario era el máximo tributo que la nación judía debía pagar inexorablemente a
Roma, como señal de sumisión y vasallaje. Si el Maestro hubiera negado el tributo, los
miembros del Sanedrín habrían acudido rápidamente ante el procurador romano, acusando a
Jesús de sedición. Si, por el contrario, se hubiese mostrado partidario de acatar las órdenes
del Imperio, la mayoría del pueblo judío hubiera sentido herido su orgullo patriótico,
excepción hecha de los
saduceos, que pagaban el tributo con gusto. Fueron estos últimos precisamente quienes, pocos
minutos después de este incidente, y siguiendo la estrategia programada por el Sanedrín,
avanzaron hacia Jesús -que intentaba proseguir con sus enseñanzas- tendiéndole una segunda
trampa:

-Maestro -le dijo el portavoz del grupo-, Moisés dijo que si un hombre casado muriese sin
dejar hijos, su hermano debería tomar a su esposa y sembrar semilla por el hermano muerto.
Entonces ocurrió un caso: cierto hombre que tenía seis hermanos murió sin descendencia. Su
siguiente hermano tomó a su esposa, pero también murió pronto sin dejar hijos. Y lo mismo hizo el
segundo hermano, muriendo igualmente sin prole. Y así hasta que los seis hermanos tuvieron a la
esposa y todos pasaron sin dejar hijos. Entonces, después de todos ellos, la propia esposa falleció.
Lo que te queríamos preguntar es lo siguiente: cuando resuciten, ¿de quién será la esposa?

Al escuchar la disertación del saduceo, varios de los discípulos de Jesús movieron


negativamente la cabeza, en señal de desaprobación. Según me explicaron, las leyes judías
sobre este particular hacía tiempo que eran «letra muerta» para el pueblo. Amén de que aquel
caso tan concreto era muy difícil de que se produjera en realidad, sólo algunas comunidades
de fariseos -los más puristas- seguían considerando y practicando el llamado matrimonio de
levirato.

El rabí, aun sabiendo la falta de sinceridad de aquellos saduceos, accedió a contestar. Y les
dijo:

-Todos erráis al hacer tales preguntas porque no conocéis las Escrituras ni el poder viviente
de Dios. Sabéis que los hijos de este mundo pueden casarse y ser dados en matrimonio, pero no
parecéis comprender que los que se hacen merecedores de los mundos venideros a través de la
resurrección de los justos, ni se casan ni son dados en matrimonio. Los que experimentan la
resurrección de entre los muertos son más como los ángeles del cielo y nunca mueren. Estos
resucitados son eternamente hijos de Dios. Son los hijos de la luz. Incluso vuestro padre, Moisés,
comprendió esto. Ante la zarza ardiente oyó al Padre decir: «Soy el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob.» Y así, junto a Moisés, yo declaro que mi Padre no es el Dios de los
muertos, sino de los vivos. En él, todos vosotros os reproducís y poseéis vuestra existencia mortal.

Los saduceos se retiraron, presa de una gran confusión, mientras sus seculares enemigos, los
fariseos, llegaban a exclamar a voz en grito: «¡Verdad, verdad, verdad Maestro! Has
contestado bien a estos incrédulos.»

Quedé nuevamente sorprendido, al igual que aquella multitud, por la sagacidad y reflejos
mentales de aquel gigante. Jesús conocía la doctrina de esta secta, que sólo aceptaba como
válidos los cinco textos llamados los Libros de Moisés. Y recurrió precisamente a Moisés en su
respuesta, desarmando a los saduceos. Pero, desde mi punto de vista, los fariseos que
aplaudieron las palabras del Maestro, no entendieron tampoco la profundidad del mensaje
del Nazareno, cuando aludió con voz rotunda « a los que experimentan la resurrección de
entre los muertos». Los «santos» o «separados» -como se les llamaba popularmente a los
fariseos creían que, en la resurrección, los cuerpos se levantaban físicamente. Y Jesús, en sus
afirmaciones, no se refirió a este tipo de resurrección...

El Maestro parecía resignado a suspender temporalmente su predicación y esperó en silencio


una nueva pregunta. La verdad es que llegó a los pocos momentos, de labios de aquel mismo
grupo de fariseos que había simulado tan cálidos elogios hacia el rabí. Uno de ellos, señalando
a Jesús, expuso un tema que conmovió de nuevo al gentío:
-Maestro -le dijo-, soy abogado y me gustaría preguntarte cuál es, en tu opinión, el mayor
mandamiento.
Sin conceder un segundo siquiera a la reflexión -y elevando aún más su potente voz-, el
gigante repuso:

-No hay más que un mandamiento y ése es el mayor de todos. Es éste: ¡Oye, oh Israel! El
Señor, nuestro Dios, el Señor es uno. Y lo amarás con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda
tu mente y con toda tu fuerza. Este es el primero y el gran mandamiento. Y el segundo es como este
primero. En realidad, sale directamente de él y es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay
otro mandamiento mayor que éstos. En ellos se basa toda la Ley y los profetas.

Aquel hombre de leyes, consternado por la sabiduría de la respuesta de Jesús, se inclinó a


alabar abiertamente al rabí: -Verdaderamente, Maestro, has dicho bien. Dios, ¡bendito sea!,
es uno y nada más hay tras él. Amarle con todo el corazón, entendimiento y fuerza y amar al
prójimo como a uno mismo es el primero y el gran mandamiento. Estamos de acuerdo en que
este gran mandamiento ha de
ser tenido mucho más en cuenta que todas las ofrendas y sacrificios que se queman. Ante
semejante respuesta, el Nazareno se sintió satisfecho y sentenció, ante el estupor de los
fariseos:

-Amigo mío, me doy cuenta de que no estás lejos del reino de Dios...

Jesús no se equivocaba. Aquella misma noche, en secreto, aquel fariseo acudió hasta el
campamento situado en el huerto de Getsemaní, siendo instruido por Jesús y pidiendo ser
bautizado.

Aquella sucesión de descalabros dialécticos terminó por disuadir a los restantes grupos de
escribas, saduceos y fariseos, que comenzaron a retirarse disimuladamente.
Al observar que no había más preguntas, el Galileo se puso en pie y, antes de que los
venenosos sacerdotes desaparecieran, les lanzó esta interrogante:

-Puesto que no hacéis más preguntas, me gustaría haceros una: ¿Qué pensáis del Libertador? Es
decir, ¿de quién es hijo?

Los fariseos y sus compinches quedaron como electrizados mientras un murmullo recorría
aquella zona de la explanada. Los miembros del Templo deliberaron durante algunos minutos
y, finalmente, uno de los escribas, señalando uno de los papiros que llevaba anudado a su
brazo derecho y que contenía la Ley, respondió:

-El Mesías es el hijo de David.

Pero el Nazareno no se contentó con esta respuesta. Él sabía que existía una agria polémica
sobre si él era o no hijo de David -incluso entre sus propios seguidores- y remachó:
-Sí el Libertador es en verdad el hijo de David, cómo es que en el salmo que atribuís a
David, él mismo, hablando con el espíritu, dice: «El Señor dijo a mi señor: siéntate a mi
derecha hasta que haga de tus enemigos el escabel de tus pies.» Si David le llama Señor,
¿cómo puede ser su hijo?

Los fariseos y principales del templo quedaron tan confusos que no se atrevieron a
responder.

El Nazareno (en casa de Jose de Arimatea), en tono cansino, parecía dirigirse a aquellos
extranjeros de Alejandría, Roma y Atenas:

-... Sé que mi hora se está acercando y estoy afligido. Percibo que mi gente está decidida a
desdeñar el reino, pero me alegro al recibir a estos gentiles, buscadores de la verdad, que
vienen hoy aquí preguntando por el camino de la luz. Sin embargo -prosiguió Jesús-, el corazón me
duele por mi gente y mi alma se turba por lo que está ante mi...

El Maestro hizo una pausa y los comensales se miraron entre sí, desconcertados ante aquella
idea obsesiva que el rabí venía manifestando día tras día. Al entrar en el patio, yo había
procurado apoyar mi vara sobre una de las paredes de mármol blanco, pulsando el clavo que
ponía en marcha la filmación. Y a decir verdad, el tiempo que permanecí en la casa de José,
mi atención estuvo más pendiente del cayado -y de que no fuera derribado por el sin fin de
siervos que entraban y salían con los manjares- que de mi anfitrión y sus invitados.

-... ¿Qué puedo decir -continuó Jesús- cuando miro hacia adelante y veo lo que va a
ocurrirme?
Pedro clavó sus ojos azules en su hermano Andrés, pero, a juzgar por el gesto de sus
rostros, ninguno terminaba de comprender.

-... ¿Debo decir: sálvame de esa hora horrorosa? ¡No! Para este propósito he venido al
mundo e, incluso, a esta hora. Más bien diré y rogaré para que os unáis a mí: Padre, glorificad su
nombre. Tu voluntad será cumplida.

Al terminar la comida, algunos de los griegos y discípulos se levantaron, rogando al Maestro


que les explicase más claramente qué significaba y cuándo tendría lugar la «hora horrorosa».
Pero Jesús eludió toda respuesta.

.
Una vez en la explanada de los Gentiles, el rabí se acomodó en su lugar habitual -las
escalinatas que rodeaban el Santuario- y en un tono sumamente cariñoso comenzó a hablar:
-Durante todo este tiempo he estado con vosotros, yendo y viniendo por estas tierras,
proclamando el amor del Padre para con los hijos de los hombres. Muchos han visto la luz y, por
medio de la fe, han entrado en el reino del cielo. En relación con esta enseñanza y
predicación, el Padre ha hecho cosas maravillosas, incluida la resurrección de los muertos.
Muchos enfermos y afligidos han sido curados porque han creído. Pero toda esa proclamación de la
verdad y curación de enfermedades no ha servido para abrir los ojos de los que rehúsan ver la luz y
de los que están decididos a rechazar el evangelio del reino.
»Yo y todos mis discípulos hemos hecho lo posible para vivir en paz con nuestros hermanos, para
cumplir los mandatos razonables de las leyes de Moisés y las tradiciones de Israel. Hemos buscado
persistentemente la paz, pero los dirigentes de esta nación no la tendrán. Rechazando la verdad de
Dios y la luz del cielo se colocan del lado del error y de la oscuridad. No puede haber paz entre la
luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, entre la verdad y el error.

»Muchos de vosotros os habéis atrevido a creer en mis enseñanzas y ya habéis entrado en la alegría
y libertad de la consciencia de ser hijos de Dios. Seréis mis testigos de que he ofrecido la misma
filiación con Dios a todo Israel. Incluso, a estos mismos hombres que hoy buscan mi destrucción.
Pero os digo más: incluso ahora recibiría mi Padre a estos maestros ciegos, a estos dirigentes
hipócritas si volviesen su cara hacia él y aceptasen su misericordia...

Jesús había ido señalando con la mano a los diferentes grupos de escribas, saduceos y fariseos
que, poco a poco, fueron incorporándose a los cientos de judíos que deseaban escuchar al rabí
de Galilea. Algunos de los discípulos, especialmente Pedro y Andrés, se quedaron pálidos al
escuchar los audaces ataques de su Maestro.

-... Incluso ahora no es demasiado tarde -continuó Jesús- para que esta gente reciba la
palabra del cielo y dé la bienvenida al Hijo del Hombre.

Uno de los miembros del Sanedrín, al escuchar estas expresiones, se alteró visiblemente,
arrastrando al resto de su grupo para que abandonara la explanada. Jesús se dio perfecta
cuenta del hecho y levantando el tono de la voz, arremetió contra ellos:

-... Mi Padre ha tratado con clemencia a esta gente. Generación tras generación hemos
enviado a nuestros profetas para que les enseñasen y advirtiesen. Y generación tras
generación, ellos han matado a nuestros enviados. Ahora, vuestros voluntariosos altos
sacerdotes y testarudos dirigentes siguen haciendo lo mismo. Así como Herodes asesinó a Juan,
vosotros igualmente os preparáis para destruir al Hijo del Hombre.

»Mientras haya una posibilidad para que los judíos vuelvan su rostro hacia mi Padre y
busquen la salvación, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob mantendrá sus manos extendidas
hacía vosotros. Pero, una vez que hayáis rebasado la copa de vuestra impertinencia, esta
nación será abandonada a sus propios consejos e irá rápidamente a un final poco glorioso... El
arraigado sentido del patriotismo de los hebreos quedó visiblemente conmovido por aquellas
sentencias de Jesús. Y la multitud, que escuchaba sentada sobre las losas del Atrio de los
Gentiles, se removió inquieta, entre murmullos de desaprobación. Pero el Nazareno no se
alteró. Verdaderamente, aquel hombre era valiente.
-... Esta gente había sido llamada a ser la luz del mundo y a mostrar la gloria espiritual de
una raza conocedora de Dios... Pero, hasta hoy, os habéis apartado del cumplimiento de
vuestros privilegios divinos y vuestros líderes están a punto de cometer la locura suprema de todos
los tiempos...

Jesús hizo una brevísima pausa, manteniendo al auditorio en ascuas. (Pag 135)

-... Yo os digo que están a punto de rechazar el gran regalo de Dios a todos los hombres y a
todas las épocas: la revelación de su amor.
»En verdad, en verdad os digo que, una vez que hayáis rechazado esta revelación, el reino
del cielo será entregado a otras gentes. En el nombre del Padre que me envió, yo os aviso:
estáis a un paso de perder vuestro puesto en el mundo como sustentadores de la eterna verdad y
como custodios de la ley divina. Justo ahora os estoy ofreciendo vuestra última oportunidad para
que entréis, como los niños, por la fe sincera, en la seguridad de la salvación del reino del cielo.

»Mi Padre ha trabajado durante mucho tiempo por vuestra salvación, y yo he bajado a vivir
entre vosotros para mostraros personalmente el camino. Muchos de los judíos y samaritanos e,
incluso, de los gentiles han creído en el evangelio del reino. Y vosotros, los que deberíais ser los
primeros en aceptar la luz del cielo, habéis rehusado la revelación de la verdad de Dios revelado en
el hombre y del hombre elevado a Dios.

»Esta tarde, mis apóstoles están ante vosotros en silencio. Pero pronto escucharéis sus
voces, clamando por la salvación. Ahora os pido que seáis testigos, discípulos míos y creyentes en
el evangelio del reino, de que, una vez más, he ofrecido a Israel y a sus dirigentes la libertad y la
salvación. De todas formas, os advierto que estos escribas y fariseos se sientan aún en la silla de
Moisés y, por tanto, hasta que las potencias mayores que dirigen los reinos de los hombres no los
destierren y destruyan, yo os ordeno que cooperéis con estos mayores de Israel. No se os pide que
os unáis a ellos en sus planes para destruir al Hijo del Hombre, sino en cualquier otra cosa
relacionada con la paz de Israel. En estos asuntos, haced lo que os ordenen y observad la esencia de
las leyes, pero no toméis ejemplo de sus malas acciones. Recordad que éste es su pecado: dicen lo
que es bueno, pero no lo hacen. Vosotros sabéis bien cómo estos dirigentes os hacen llevar pesadas
cargas y que no levantan un dedo para ayudaros. Os han oprimido con ceremonias y esclavizado
con las tradiciones.

»Y aún os diré más: estos sacerdotes, centrados en sí mismos, se deleitan haciendo buenas obras, de
forma que sean vistas por los hombres. Hacen vastas sus filacterias y ensanchan los bordes de sus
vestidos oficiales. Solicitan los lugares principales en los festines y piden los primeros asientos en
las sinagogas. Codician los saludos y alabanzas en los mercados y desean ser llamados rabís por
todos los hombres. E, incluso, mientras buscan todos estos honores, toman secretamente posesión
de las viudas y se benefician de los servicios del templo sagrado. Por ostentación, estos hipócritas
hacen largas oraciones en público y dan limosna para llamar la atención de sus semejantes.

En aquellos momentos, cuando Jesús lanzaba sus primeros y mortales ataques contra los
sacerdotes y miembros del Sanedrín, los apóstoles que se habían encargado de la instalación
del campamento en la ladera del monte Olivete hicieron acto de presencia en la explanada,
uniéndose al grupo de los discípulos. Fue una lástima que no hubieran escuchado la primera
parte del discurso de Jesús. En especial, Judas Iscariote. A título personal creo que si el
traidor hubiera sido testigo de aquellas primeras frases, ofreciendo misericordia, quizá
hubiese cambiado de parecer. Pero, por lo que pude deducir en la tarde del miércoles, la
última mitad
de la plática del Maestro en el templo fue decisiva para que aquél desertara del grupo. Su
sentido del ridículo y su negativo condicionamiento al «qué dirán» estaban mucho más
acentuados en su alma de lo que yo creía.

-... Y así como debéis hacer honor a vuestros jefes y reverencias a vuestros maestros-
continuó el rabí-, no debéis llamar a ningún hombre «padre» en el sentido espiritual. Sólo Dios es
vuestro Padre. Tampoco debéis buscar dominar a vuestros hermanos del reino. Recordad: yo os he
enseñado que el que sea más grande entre vosotros debe ser sirviente de todos. Si pretendéis
exaltaros a vosotros mismos ante Dios, ciertamente seréis humillados; pero, el que se humille
sinceramente, con seguridad será exaltado. Buscad en vuestra vida diaria, no la propia gloria, sino la
de Dios. Subordinad inteligentemente vuestra propia voluntad a la del Padre del cielo.

»No confundáis mis palabras. No tengo malicia para con estos sacerdotes principales que,
incluso, buscan mi destrucción. No tengo malos deseos contra estos escribas y fariseos que
rechazan mis enseñanzas. Sé que muchos de vosotros creéis en secreto y sé que profesaréis
abiertamente vuestra lealtad al reino cuando llegue la hora. Pero, ¿cómo se justificarán a sí mismos
vuestros rabís si dicen hablar con Dios y pretenden rechazarle y destruir al que viene a los mundos a
revelar al Padre?

(Pag.136)

»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! ¡Hipócritas...! Cerráis las puertas del reino del cielo a
los hombres sinceros porque son incultos en las formas. Rehusáis entrar en el reino y, al mismo
tiempo, hacéis todo lo que está en vuestra mano para evitar que entren los demás.
Permanecéis de espaldas a las puertas de la salvación y os pegáis con todos los que quieren entrar.

»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! ¡Sois hipócritas! Abarcáis el cielo y la tierra para hacer
prosélitos y, cuando lo habéis conseguido, no estáis contentos hasta que les hacéis dos veces más
malos que lo que eran como hijos de los gentiles.

»¡Ay de vosotros, sacerdotes y jefes principales! Domináis la propiedad de los pobres y


exigís pesados tributos a los que quieren servir a Dios. Vosotros, que no tenéis misericordia,
¿podéis esperarla de los mundos venideros?

»¡Ay de vosotros, falsos maestros! ¡Guías ciegos! ¿Qué puede esperarse de una nación en la que los
ciegos dirigen a los ciegos? Ambos caerán en el abismo de la destrucción.
»¡Ay de vosotros, que disimuláis cuando prestáis juramento! ¡Sois estafadores! Enseñáis que un
hombre puede jurar ante el templo y romper su juramento, pero el que jura ante el oro del templo
permanecerá ligado. ¡Sois todos ciegos y locos...!

Jesús se había puesto en pie. El ambiente, cargado por aquellas verdades como puños que
todo el mundo conocía pero que nadie se atrevía a proclamar en voz alta y mucho menos en
presencia de los dignatarios del templo, se hacía cada vez más tenso. Nadie osaba respirar
siquiera. Los discípulos, cada vez más acobardados, bajaban el rostro o miraban con temor a
los grupos de sacerdotes. Pero el Nazareno parecía dispuesto a todo...

-... Ni siquiera sois consecuentes con vuestra deshonestidad. ¿Quién es mayor: el oro o el
templo?
»Enseñáis que si un hombre jura ante el altar, no significa nada. Pero si uno jura ante el
regalo que está ante el altar, entonces permanece como deudor. ¡Sois ciegos a la verdad!
¿Quién es mayor: el regalo o el altar que santifica al regalo? ¿Cómo podéis justificar tanta
hipocresía y deshonestidad?

»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos! Os aseguráis de que traigan diezmos, menta y comino
y, al mismo tiempo, no os preocupáis de los asuntos más pesados de la fe, misericordia y
justicia. Con razón debéis hacer lo uno, pero sin olvidar lo otro. ¡Sois ciertamente maestros
ciegos y sordos! Rechazáis al mosquito y os tragáis el camello...

»¡Ay de vosotros, escribas, fariseos e hipócritas! Sois escrupulosos para limpiar la parte
exterior de la taza y de las fuentes, pero dentro permanece la mugre de la extorsión, de los
excesos y de la decepción. Sois espiritualmente ciegos. Reconoced conmigo que sería mejor limpiar
primero el interior de la taza. Entonces, lo que desbordase de ella limpiaría el exterior. ¡Malvados
réprobos! Hacéis que los actos exteriores de vuestra religión sean conformes a la letra mientras
vuestras almas están empapadas de iniquidad y asesinatos.

»¡Ay de vosotros, todos los que rechazáis la verdad y desdeñáis la misericordia! Muchos de
vosotros sois como sepulcros blanqueados. Por fuera parecen hermosos pero, por dentro, están
llenos de huesos de hombres y de toda clase de falta de limpieza. Aún así, vosotros, los que
rechazáis a sabiendas el consejo de Dios, aparecéis ante los hombres como santos y rectos, pero, por
dentro, vuestros corazones están inflamados por la hipocresía.

»¡Ay de vosotros, falsos guías de la nación! A lo lejos habéis construido un monumento a los
profetas martirizados por los antiguos, mientras que vosotros conspiráis para destruir a aquél de
quien ellos hablaron. Adornáis las tumbas de los rectos y os halagáis a vosotros mismos diciendo
que, de haber vivido en tiempos de vuestros padres, no hubierais matado a los profetas. Y con este
pensamiento tan recto os preparáis para asesinar a aquel de quien hablaron los profetas: el Hijo del
Hombre. ¡Adelante, pues, y llenad hasta el borde la copa de vuestra condena!

»¡Ay de vosotros, hijos del pecado! Juan os llamó en verdad los vástagos de las víboras. Y yo me
pregunto: ¿cómo podéis escapar al juicio que Juan pronunció sobre vosotros?
El Nazareno guardó unos segundos de silencio, mientras los miembros del Sanedrín -rojos de
ira- iban tomando notas en los rollos o «libros» que solían portar en sus brazos. Aquel hecho
me trajo a la mente otra realidad que, tal y como venía comprobando, resultaría lamentable.
Ninguno de los apóstoles o seguidores de Jesús tornaba jamás una sola nota de cuanto hacía y,
sobre todo, de cuanto decía su Maestro. Dadas las múltiples enseñanzas del rabí de Galilea y
su (Pag.137)
considerable extensión -como el discurso que pronunciaba en aquellos momentos-, iba a
resultar poco menos que imposible que sus palabras pudieran ser recogidas en el futuro con
integridad y total fidelidad. Era una lástima que ninguno de aquellos hombres se hubiera
propuesto la importantísima misión de ir recogiendo las pláticas y hechos que protagonizó el
Nazareno. Aquella misma noche, en el campamento del Olivete, tendría ocasión de comprobar
que no estaba equivocado en mis apreciaciones personales...

-... Pero yo os ofrezco en nombre de mi Padre misericordia y perdón. Incluso ahora -añadió
Jesús en un tono más suave y conciliador- os ofrezco mi mano. Mi Padre os envió a los profetas y a
los sabios. A los primeros los matasteis y a los segundos los perseguís. Entonces apareció Juan,
proclamando la venida del Hijo del Hombre y a él le destruisteis, a pesar de que muchos habían
creído en sus enseñanzas. Y ahora os preparáis para derramar más sangre inocente.

¿Comprendéis que llegará un día terrible en el que el Juez de toda la tierra os pedirá cuentas por la
forma en que habéis rechazado, perseguido y destruido a estos mensajeros del cielo? ¿Comprendéis
que debéis rendir cuenta de toda esta sangre honrada, desde el primer profeta, asesinado en los
tiempos de Zechariah entre el Santuario y el altar? Y yo os digo más: si proseguís con esta conducta
malvada, esa cuenta puede ser exigida, incluso, a esta misma generación.

»¡Oh, Jerusalén e hijos de Abraham! Vosotros, que habéis apedreado a los profetas y
asesinado a los maestros, incluso ahora reuniría a vuestros hijos como la gallina reúne a sus
polluelos bajo sus alas... ¡Pero no queréis!
»Ahora os voy a dejar. Habéis oído mi mensaje y tomado vuestra decisión. Los que han
creído en mi evangelio están salvados. Los que habéis elegido rechazar el regalo de Dios no me
veréis más enseñar en el templo. Mi trabajo está hecho.

»¡Tened cuidado ahora! Yo sigo con mis hijos y vuestra casa queda desolada...

Las crudas denuncias de Jesús de Nazaret habían cerrado toda posibilidad de reconciliación
con los dirigentes del Sanedrín y de la clase sacerdotal de Jerusalén. Al terminar sus palabras,
el Maestro ordenó a sus discípulos que le siguieran y todos salimos del templo, en dirección al
campamento del Olivete. Pero en el ambiente de la ciudad santa quedó flotando una
pregunta:

«¿Qué suerte le aguardaba al rabí de Galilea?»

Cuando nos disponíamos a salir, uno de los doce -Mateo, que recordaba la profecía de su
Maestro en la cima del monte de las Aceitunas- se aproximó a Jesús y señalándole los pesados
sillares de la muralla del Templo, le comentó con evidente incredulidad:
-Maestro, observa de qué forma está construido esto. Mira las piedras macizas y los
hermosos adornos. ¿Cómo puede ser que estas edificaciones vayan a ser destruidas?
El rabí, sin aminorar su marcha por las calles de la ciudad, rumbo a la puerta de la Fuente, le
dijo:

-¿Habéis visto esas piedras y ese templo macizo? Pues en verdad, en verdad os digo que
llegarán días muy próximos en los que no quedará piedra sobre piedra. Todas serán echadas abajo.

Y el gigante guardó silencio. El resto del grupo se enzarzó entonces en interminables


polémicas, considerando que era muy difícil que aquella fortaleza pudiera ser demolida. «Ni
siquiera el fin del mundo -llegaron a insinuar algunos de los apóstoles- podría ocasionar la
destrucción del Templo.»

El día apuntaba ya hacia el ocaso y Jesús, tratando de evitar a la muchedumbre de


peregrinos que iban y venían por el valle de Kidrón, sugirió a sus discípulos que dejaran el
camino que conducía a Betania, tomando uno de los senderos que discurre por la ladera sur
del Olivete, en dirección norte. Al alcanzar una de las cimas, Jerusalén surgió de pronto a
nuestra izquierda, majestuoso y bañado en oro por los últimos rayos solares. En el santuario y
en las callejas habían empezado
a encenderse las primeras lámparas de aceite. Aquel espectáculo hizo detenerse al grupo,
mientras uno de los discípulos -señalando a la ciudad santa- preguntaba a Jesús:
-Dinos, Maestro, ¿cómo sabremos que estos acontecimientos están a punto de ocurrir?

El grupo terminó por sentarse sobre la hierba y el rabí, de pie y sin prisa, les fue diciendo:
-Sí, os contaré algo sobre los tiempos en que esta gente habrá llenado la copa de su
iniquidad y la justicia caerá sobre esta ciudad de nuestros padres...

(Pag. 138)

»Estoy a punto de dejaros. Voy a mi Padre. Cuando os deje, tened cuidado de que ningún
hombre os engañe. Muchos vendrán como libertadores y llevarán a muchos por el mal camino.
Cuando oigáis rumores sobre guerras, no os consternéis. Aunque todo eso ocurra, el fin de
Jerusalén no habrá llegado aún. Tampoco debéis preocuparos cuando seáis entregados a las
autoridades civiles y seáis perseguidos por el evangelio...

Los apóstoles se miraron con el miedo reflejado en los semblantes.

-... Seréis despedidos de la sinagoga y hechos prisioneros por mi causa. Y algunos de


vosotros morirán. Cuando seáis llevados ante gobernadores y dirigentes será como testimonio de
vuestra fe y para que mostréis firmeza en el evangelio del reino. Y cuando estéis ante jueces, no
tengáis angustia de antemano sobre lo que debáis decir: el espíritu os enseñará en ese mismo
momento lo que debéis contestar a vuestros adversarios. En esos días de dolor, incluso vuestros
parientes, bajo la dirección de aquellos que han rechazado al Hijo del Hombre, os entregarán a la
prisión y a la muerte. Por cierto tiempo seréis odiados por mi causa pero, incluso en esas
persecuciones, no os abandonaré. Mí espíritu no os dejará desamparados. ¡Sed pacientes! No dudéis
que el evangelio del reino triunfará sobre todos los enemigos y, a su tiempo, será proclamado por
todas las naciones.

El Maestro guardó silencio mientras miraba a la ciudad. Y yo, sentado con los demás, quedé
maravillado ante la precisión de aquellas frases. Ciertamente, cuarenta años más tarde,
cuando las legiones de Tito cercaron y asolaron Jerusalén, ninguno de los apóstoles se hallaba
en la ciudad. De no haber sido advertidos por el Maestro. hubiera sido más que probable que
algunos, quizá, hubieran perecido o hechos prisioneros. El silencio fue roto por Andrés:

-Pero Maestro, si la ciudad santa y el templo van a ser destruidos y si tú no estás aquí para
dirigirnos, ¿cuándo deberemos abandonar Jerusalén?

Jesús, entonces, procuró ser extremadamente claro y preciso:

-Podéis quedaros en la ciudad después de que yo me haya ido, incluso en esos tiempos de
dolor y amarga persecución. Pero, cuando finalmente veáis a Jerusalén rodeada por los
ejércitos romanos tras la revuelta de los falsos profetas, entonces sabréis que su desolación
está en puertas. Entonces debéis huir a las montañas. No dejéis que nadie os detenga ni
permitáis que otros entren. Habrá una gran tribulación. Serán los días de la venganza de los
gentiles. Cuando hayáis huido de la ciudad, esa gente desobediente caerá bajo el filo de las
espadas de los gentiles. Entretanto os aviso: no os dejéis engañar. Si algún hombre viene a
deciros: «Mira, éste es el Libertador» o «Mira, aquí está él», no le creáis. Saldrán muchos falsos
maestros y otros serán llevados por el mal camino. No os dejéis engañar. Ya veis que os lo he
advertido de antemano.

Pedro, a pesar de su buena voluntad, no parecía comprender lo que Jesús les estaba
anunciando. Por sus comentarios deduje que asociaba aquella destrucción con el «fin del
mundo» y no con la caída de Jerusalén. Al formular su pregunta al rabí me convencí
plenamente:

-Pero Maestro -apuntó Pedro-, todos sabemos que estas cosas pasarán cuando los nuevos
cielos y la nueva tierra aparezcan. ¿Cómo sabremos entonces que tú vienes para traer todo
esto?
El gigante le miró con infinita compasión, comprendiendo que su fogoso amigo no había
captado su mensaje. Y le dijo:

-Pedro, siempre yerras porque siempre tratas de relacionar la nueva enseñanza con la vieja.
Estás decidido a malinterpretar mi enseñanza. Insistís en interpretar el evangelio, de acuerdo con
vuestras creencias establecidas. Sin embargo, trataré de explicaros.
»¿Por qué sigues buscando que el Hijo del Hombre se siente en el trono de David y esperas
que se cumplan los sueños materiales de los judíos? Las cosas que ahora aprecias van a
finalizar y será un nuevo comienzo, a partir del cual el evangelio del reino llegará a todo el
mundo. Cuando el reino llegue a su pleno cumplimiento, estad seguros de que el Padre del cielo no
dejará de visitaros. Y así seguirá mi Padre manifestando su misericordia y mostrando su amor,
incluso a este oscuro y malvado mundo. Y así, después de que mi Padre me haya investido de todo
poder y autoridad, yo también seguiré vuestros destinos, guiándoos en los asuntos del reino con la
presencia de mi espíritu, que pronto será vertido sobre toda la carne. Estaré por tanto presente entre
vosotros en espíritu y prometo que alguna vez volveré a este mundo, en el que he vivido esta vida
de la carne y tenido la experiencia de revelar simultáneamente Dios al hombre y llevar al hombre a
Dios. Muy pronto he de dejaros y realizar la obra que el Padre ha confiado en mis manos, pero
tened coraje: volveré alguna vez. Entretanto, mi espíritu de verdad os confortará y guiará.
Sin esperarlo, Jesús había pasado de la profecía sobre la destrucción de Jerusalén a un
extremo que me interesaba profundamente y que yo había tratado ya con él: su anunciada y
confusa segunda venida a la Tierra. Así que todos mis sentidos se centraron en aquellas
palabras, tan mal interpretadas y peor transmitidas en el futuro por sus seguidores.

-... Ahora me veis en la debilidad y en la carne. Pero, cuando vuelva -remachó el rabí
desviando su mirada hacia mí-, será con poder y espíritu. El ojo de la carne ve al Hijo del
Hombre en carne, pero sólo el ojo del espíritu contemplará al Hijo del Hombre glorificado por el
Padre y apareciendo en la tierra con su propio nombre.

»Pero los tiempos de la reaparición del Hijo del Hombre sólo son conocidos por los "consejos del
paraíso". Ni siquiera los ángeles saben cuándo ocurrirá esto. Sin embargo, debéis comprender que,
cuando este evangelio del reino haya sido proclamado por todo el mundo para la salvación de los
hombres y cuando la plenitud de la época haya llegado, el Padre os enviará otro otorgamiento de
designación divina, o el Hijo del Hombre volverá para cerrar la época

Al escuchar aquellas revelaciones quedé perplejo. Y tentado estuve de tomar la palabra e


interrogar a Jesús sobre ese misterioso «cierre» de una época. Sin embargo, mí condición de
estricto observador me mantuvo al margen de la conversación.
Y ahora, en relación con el dolor de Jerusalén, en verdad os digo que ni esta generación
transcurrirá sin que se cumplan mis palabras. En cuanto a la nueva venida del Hijo del Hombre,
nadie en la tierra ni en el cielo puede pretender hablar.

-... Debéis ser sabios en relación con la madurez de una época Debéis estar alerta para
discernir los signos de los tiempos. Sabéis que cuando la higuera muestra sus tiernas ramas y
adelanta sus hojas, el verano está cerca. De igual forma, cuando el mundo haya pasado el largo
invierno de la mentalidad material y veáis la venida de la primavera espiritual, entonces debéis
saber que ha llegado el verano para mi nueva visita.

(Pag. 140)

(En el monte de Los Olivos, 4-04-30) Tomás, tomando la palabra, se dirigió al Maestro,
preguntándole:
-Puesto que vas a volver para terminar el trabajo del reino, ¿cuál debe ser nuestra actitud
mientras estés fuera, en los asuntos del Padre?

(Pag. 141)
Jesús, sentado al otro lado de la hoguera, jugueteaba con un palo, removiendo la candela.
Aquellas altas llamas daban a su rostro una extraña majestad. Con una paciencia envidiable,
el Nazareno miró a Tomás por encima del fuego, respondiéndole:
-Ni siquiera tú, Tomás, aciertas a comprender lo que he estado diciendo. ¿No os he
enseñado que vuestra relación con el reino es espiritual e individual? ¿Qué más debo deciros? La
caída de las naciones, la rotura de los imperios, la destrucción de los judíos no creyentes, el fin de
una época e, incluso, el fin del mundo, ¿qué tienen que ver con alguien que cree en este evangelio y
que ha cobijado su vida en la seguridad del reino eterno? Vosotros, que conocéis a Dios y creéis en
el evangelio, habéis recibido ya la seguridad de la vida eterna. Puesto que vuestras vidas están en
manos del Padre, nada os debe preocupar. Los ciudadanos de los mundos celestiales, los
constructores del reino, no deben preocuparse Por las sacudidas temporales o perturbarse por los
cataclismos terrestres. ¿Qué os importa a vosotros si las naciones se hunden, las épocas finalizan o
todas las cosas visibles caen, si sabéis que vuestra vida es un regalo del Hijo y que está eternamente
segura en el Padre? Habiendo vivido la vida temporal con fe y habiendo entregado los frutos del
espíritu como prueba de servicio por vuestros semejantes, podéis mirar adelante con confianza.
»Cada generación de creyentes debe llevar adelante su obra, con vistas al posible retorno
del Hijo del Hombre, exactamente igual a como cada creyente particular lleva adelante su vida, con
vistas a la inevitable y siempre pronta muerte natural. Cuando os hayáis establecido como hijos de
Dios, nada más debe preocuparos. ¡Pero no os equivoquéis. Esta fe viva pone de manifiesto -cada
vez más- los frutos de aquel divino espíritu que fue inspirado por primera vez en el corazón
humano. El que hayáis aceptado ser hijos del reino celestial no os salvará de conocer el rechazo
persistente de esas verdades que tienen que ver con los frutos progresivos espirituales de los hijos
encarnados de Dios. Vosotros, que habéis estado conmigo en los asuntos del Padre en la tierra,
podéis, incluso, abandonar ahora ese reino. Si veis que no os gusta la forma del servicio de la
humanidad al Padre, como individuos y como creyentes, oídme mientras os digo una parábola...

Sin querer, al escuchar aquellas últimas frases de Jesús, desvié mi mirada hacia Judas
Iscariote. El hombre que ya había desertado en su corazón seguía las palabras de su Maestro
con una frialdad que me produjo escalofríos.

-... Hubo cierto hombre -prosiguió el Nazareno- que, antes de marchar para un largo viaje a
otro país, llamó a todos sus sirvientes de confianza y les entregó todos sus bienes. A uno le dio
cinco talentos, a otro dos y al tercero, uno. A todos les confió sus bienes, según sus distintas
habilidades. Cuando el señor hubo marchado, sus sirvientes se pusieron a trabajar para sacar
beneficios de la fortuna que les había sido confiada. Inmediatamente, el que había recibido cinco
talentos comenzó a comerciar con ellos y muy pronto hizo un beneficio de otros cinco talentos. De
igual modo, el que había recibido dos talentos pronto ganó otros dos. Y así lo hicieron todos los
sirvientes, acumulando nuevas ganancias para su amo, excepto el tercero. Este se marchó e hizo un
agujero en la tierra, escondiendo el dinero. Pero el señor volvió inesperadamente y llamó a sus
criados. El que había recibido cinco talentos se adelantó hasta su señor y, entregándole los diez le
dijo: "Señor me distes cinco talentos y me complace presentarte otros cinco." Entonces, el señor le
dijo: "Bien hecho, buen y fiel sirviente. Te haré mayordomo de muchos." Entonces, el que había
recibido dos talentos, avanzó diciendo: "Señor, entregastes en mis manos dos talentos. Mira, he
ganado otros dos." Y su señor le dijo: "Bien hecho, buen y fiel sirviente. Tú también has sido fiel y
ahora te pondré por encima de otros." Por último, llegó al recuento el que había recibido un solo
talento. "Señor -le dijo-, te conocía y me di cuenta de que eres un hombre astuto porque esperabas
ganancias cuando tú, personalmente, no habías trabajado. Por tanto yo temía arriesgar lo que me
habías confiado.. Yo guardé tu talento a salvo en la tierra y aquí está. Ahora tienes lo que te
pertenece." Pero su señor contestó: "Eres un criado indolente y perezoso. Por tus propias palabras
has confesado que sabías que te iba a pedir cuentas con beneficio razonable, como tus compañeros
lo han hecho. Sabiendo esto deberías, al menos, haber colocado mi dinero en manos de los
banqueros para que, a mi vuelta, yo pudiera recibir mi dinero con interés." (Pag. 142) "Entonces, el
señor dijo al jefe de los criados: "Quitad el talento a este sirviente y dádselo al que tiene diez."

»A todo el que tiene, le será dado mucho más y tendrá abundancia. Pero, al que no tiene,
incluso, lo poco que tenga le será quitado. No os podéis quedar quietos en los asuntos del reino
eterno. Mi Padre exige que todos sus hijos crezcan en gracia y en conocimiento de la verdad.
Vosotros, que conocéis estas verdades, debéis producir el incremento de los frutos del espíritu y
manifestar una devoción creciente en el generoso servicio a vuestros compañeros sirvientes. Y
recordad que lo que deis al más pequeño de mis hermanos lo habréis hecho en servicio mío. "Y así
debéis hacer la obra del Padre, ahora y más adelante. Continuad hasta que yo venga.

»La verdad es la vida. El espíritu de la verdad siempre dirige a los hijos de la luz a nuevos
reinos de realidad espiritual y divino servicio. No se os da la verdad para que la cristalicéis en
formas hechas, seguras y honorables.

»¿Qué pensarán las generaciones futuras de aquellos depositarios de la verdad, si les oyen
decir?: "Aquí, Maestro, está la verdad que nos confiaste hace cientos o miles de años. No
hemos perdido nada. Hemos preservado fielmente todo lo que nos diste. No hemos permitido
cambios en lo que nos enseñaste. Aquí está la verdad que nos diste."
»Libremente habéis recibido. Por tanto, libremente debéis dar la verdad del cielo. En verdad,
en verdad os digo que entonces, esa verdad se multiplicará e irradiará nueva luz. Incluso,
cuando la administréis vosotros.

(el 5-04-30 en la mañana) El Maestro, al fin, rompió el silencio, diciendo:


-Hoy quiero que descanséis. Tomaros tiempo para meditar sobre todo lo que ha ocurrido
desde que vinimos a Jerusalén. Reflexionad sobre lo que está a punto de llegar...

La decisión de Jesús sorprendió un poco a los asistentes. Todos creían que el rabí entraría
nuevamente en el templo y que se dirigiría a las masas. Sin embargo, el Galileo -puesto en pie-
, confirmó su decisión, haciendo saber al jefe del grupo que pensaba retirarse durante toda la
jornada y que, bajo ningún pretexto, deberían traspasar las puertas de la ciudad santa.
Andrés asintió con la cabeza y Jesús se retiró al interior de la tienda.

(Jesús se disponía a partir solo a orar) En ese momento, David Zebedeo -uno de los discípulos
más corpulentos y rápido de pensamiento y que jugaría un papel extraordinariamente
práctico y eficaz durante las terribles jornadas del viernes, sábado y domingo-, salió al paso
del gigante, exponiéndole lo siguiente:
-Bien sabes, Maestro, que los fariseos y dirigentes del templo buscan destruirte. A pesar de
ello, te preparas para ir solo a las colinas. Esto es una locura. Por tanto, mandaré contigo tres
hombres armados para que te protejan.

El Galileo miró primero a David Zebedeo y, a continuación, observó a los tres fornidos
sirvientes del impulsivo discípulo, que esperaban a cierta distancia. Y en un tono que no
admitía réplica o discusión alguna contestó, de forma que todos pudiéramos oírle: -Tienes
razón, David. Pero te equivocas también en algo: el Hijo del Hombre no necesita que nadie le
defienda. Ningún hombre me pondrá las manos encima hasta esa hora en la que deba dar mi vida,
tal y como desea mi Padre. Estos hombres no van a acompañarme. Quiero ir y estar solo para que
pueda comunicarme con mi Padre.

Al escuchar a Jesús, David Zebedeo y sus guardianes se retiraron y yo, sintiendo que algo se
quebraba en mi interior, comprendí también que no podía seguir al protagonista de mi
exploración. Por alguna razón que no había querido detallar, el Maestro tenía que
permanecer solo. Pero, cuando ya daba por perdida aquella parte de la misión, ocurrió algo
que me hizo recobrar las esperanzas y que, por suerte, me permitiría reconstruir parte de lo
que hizo Jesús en aquel miércoles.

(Pag. 146)

Cuando el rabí se dirigía ya hacia la entrada del huerto, dispuesto a perderse Dios sabe en qué
dirección, el muchacho que había traído la cesta con las hogazas de pan surgió de entre los
discípulos y corrió tras el Maestro. Al verle, el rabí se detuvo. Juan Marcos había llenado
aquella misma cesta con agua y comida y le sugirió que, si pensaba pasar el día en el monte, se
llevara al menos unas provisiones. Jesús le sonrió y se agachó, en ademán de tomar la cesta.
Pero el niño, delantándose al Galileo, agarró el canasto con todas sus fuerzas, al tiempo que
insinuaba con timidez:
-Pero, Señor, ¿y si te olvidas de la cesta cuando vayas a rezar... Yo iré contigo y cargaré la
comida. Así estarás más libre para tu devoción.

Antes de que Jesús pudiera replicar, el muchachito intentó tranquilizarle:

-Estaré callado... No haré preguntas... Me quedaré sentado junto a la cesta cuando te


apartes para orar... Los discípulos que presenciaban la escena quedaron atónitos ante la
audacia de Juan.

Y el Maestro volvió a sonreír. Acarició la cabeza del niño y le dijo: -Ya que lo ansías con todo
tu corazón, no te será negado. Nos marcharemos solos y haremos un buen viaje. Puedes
preguntarme cuanto salga de tu alma. Nos confortaremos y consolaremos juntos. Puedes llevar el
cesto. Cuando te sientas fatigado, yo te ayudaré. Sígueme...

(Pag 171)

En vista de que aquellas últimas horas no estaban resultando tan íntimas y familiares como
deseaba el Maestro, éste, tomando la palabra, les dijo: -No debéis permitir que las grandes
muchedumbres os engañen. Las que nos oyeron en el Templo y que parecían creer nuestras
enseñanzas, ésas, precisamente, escuchan la verdad superficialmente. Muy pocos permiten que la
palabra de la verdad les golpee fuerte en su corazón, echando raíces de vida. Los que sólo conocen
el evangelio con la mente y no lo experimentan en su corazón no pueden ser de confianza cuando
llegan los malos momentos y los verdaderos problemas. "Cuando los dirigentes de los judíos
lleguen a un acuerdo para destruir al Hijo del Hombre, y cuando tomen una única consigna,
entonces veréis a esas multitudes como escapan consternadas o se apartan a un lado en silencio.

»Entonces, cuando la adversidad y la persecución desciendan sobre vosotros, llegaréis a ver cómo
otros (que pensábais que aman la verdad) os abandonan y renuncian al evangelio. Habéis
descansado hoy como preparación para estos tiempos que se avecinan. Vigilad, por tanto, y rogad
para que, por la mañana, podáis estar fortalecidos para lo que se avecina.
Y hacia la medianoche, el Galileo invitó a sus amigos para que se retiraran a descansar.

-Id a dormir, hermanos míos -les dijo con una especial dulzura- y conservad la paz hasta que nos
levantemos mañana... Un día más para hacer la voluntad del Padre y experimentar la alegría de
saber que somos sus hijos.

6-04-30 (pag 172) Jesús me sorprendió cuando alimentaba la hoguera con una nueva carga de
leña. -Jasón -me dijo-, ¿no duermes? Sabes de la dureza de las próximas horas. Deberías
descansar como todos los demás...

Sentado junto al fuego le miré con curiosidad, al tiempo que le invitaba a responder a una
pregunta que llevaba dentro desde que le había visto alejarse hacia el olivar:

Maestro, ¿por qué un hombre como tú necesita de la oración...? Porque, si no estoy equivocado,
eso es lo que has hecho durante este tiempo...

El Galileo dudó. Y antes de responder, volvió a sentarse, pero esta vez junto a mi.

Dices bien, Jasón. El hombre, mientras padece su condición de mortal, busca y necesita respuestas.
Y en verdad te digo que esa sed de verdad sólo puede aplacarla mi Padre. Ni el poder, ni la fama, ni
siquiera la sabiduría, conducen al hombre al verdadero contacto con el reino del Espíritu. Es por la
oración cómo el humano trata de acercarse al infinito. Mi espíritu empieza a estar afligido y yo
también necesito del consuelo de mi Padre.

-¿Es que la verdadera sabiduría está en el reino de tu Padre?

-No... Mi Padre es la sabiduría.

Jesús recalcó la palabra «es» con una fuerza que no admitía discusión.

-Entonces, si yo rezo, ¿puedo saciar mi curiosidad e iluminar mi espíritu?

-Siempre que esa oración nazca realmente de tu espíritu. Ninguna súplica recibe respuesta, a no ser
que proceda del espíritu. En verdad, en verdad te digo que el hombre se equivoca cuando intenta
canalizar su oración y sus peticiones hacia el beneficio material propio o ajeno. Esa comunicación
con el reino divino de los seres de mi Padre sólo obtiene cumplida respuesta cuando obedece a una
ansia de conocimiento o consuelo espirituales. Lo demás –las necesidades materiales que tanto os
preocupan- no son consecuencia de la oración, sino del amor de mi Padre.

-¿Por eso has insistido tanto en aquello de «buscar el reino de Dios y su justicia...»?

(Pag 173)

-Si, Jasón. El resto siempre se os da por añadidura...

-¿Y cómo debemos pedir?

-Como si ya se os hubiera concedido. Recuerda que la fe es el verdadero soporte de esa súplica


espiritual.
-Dices que la oración -así formulada- siempre obtiene respuesta. Pero yo sé que eso no siempre es
así...

El Galileo sonrió con benevolencia.

-Cuando las oraciones provienen en verdad del espíritu humano, a veces son tan profundas que no
pueden recibir contestación hasta que el alma no entra en el reino de mi Padre.

-No comprendo...

-Las respuestas, no lo olvides, siempre consisten en realidades espirituales. Si el hombre no ha


alcanzado el grado espiritual necesario y aconsejable para asimilar ese conocimiento emanado del
reino, deberá esperar -en este mundo o en otros- hasta que esa evolución le permita reconocer y
comprender las respuestas que, aparentemente, no recibió en el momento de la petición.

-¿Esto explicaría ese angustioso silencio que parece constituir en ocasiones la única respuesta a la
oración?

-Sí. Pero no te confundas. El silencio no significa olvido. Como te he dicho, todas las súplicas que
nacen del espíritu obtienen respuesta. Todas... Déjame que te lo explique con un ejemplo: el hijo
está siempre en el derecho de preguntar a sus padres, pero éstos pueden demorar las respuestas, a la
espera de que el infante adquiera la suficiente madurez como para comprenderlas.

»La gran diferencia entre los padres humanos y nuestro Padre verdadero está en que aquellos
olvidan a veces que están obligados a contestar, aunque sea al cabo de los años.

-Según esto, cuando muramos, todos seremos sabios...

-Insisto que la única sabiduría válida en el reino de mi Padre es la que brota del amor. Después de
gustar la muerte, nadie será sabio si no lo ha sido antes en vida...

-¿Debo pensar entonces que la demora en la respuesta a mis súplicas es señal de mi progresivo
avance en el mundo del espíritu?

Jesús me miró con complacencia.

-Hay infinidad de respuestas indirectas, de acuerdo con capacidad mental y espiritual del que pide.
Pero, cuando una súplica queda temporalmente en blanco, es frecuente presagio de una contestación
que llenará, en su día, a un espíritu enriquecido por la evolución.

-¿Por qué resulta todo tan complejo?

-No, querido amigo. El amor no es complicado. Es vuestra natural ignorancia la que os precipita a la
oscuridad y la que os inclina a una permanente justificación de vuestros errores.

Guardé silencio. Aquel hombre llevaba razón. Sólo los hombres tratan desesperadamente de
justificarse y justificar sus fracasos... Levanté la vista hacia las estrellas y señalándole aquella
maravilla, le dije:

-¿Qué sientes ante esta belleza?


El Galileo elevó también sus ojos hacia el Firmamento y respondió con melancolía:

-Tristeza...

-¿Por qué?

-Si el hombre no es capaz de recibir en su alma la grandeza de esta obra, ¿cómo podrá captar la
belleza de Aquél que la ha creado?

-¿Es Dios tan inmenso como dices?

-Más que pensar en la inmensidad de mi Padre, debes creer en la inmensidad de su promesa divina.
Rebasa el espíritu del hombre y llega a producir vértigo en las legiones celestiales...

-Ya me lo explicaste, pero, ¿de verdad el acceso al reino de tu Padre está al alcance de todos los
mortales?

-El reino de nuestro Padre -me corrigió Jesús- está en el corazón de todos y cada uno de los seres
humanos. Sólo los que despiertan a la luz del evangelio lo descubren y penetran en él.

-Entonces, ¿todas las religiones, credos o creencias pueden llevarnos a la verdad?

-La verdad es una y nuestro Padre la reparte gratuitamente. Es posible que el gusto y la belleza
puedan ser tan caros como la vulgaridad y la fealdad, pero no sucede lo mismo con la verdad: ésta sí
es un don gratuito que duerme en casi todos los humanos, sean o no gentiles, sean o no poderosos,
sean o no instruidos, sean o no malvados...

(Pag 174)

-¿A quién aborreces más?

-En el corazón de mi Padre no hay lugar para el odio... Deberías saberlo. Guárdate sólo de los
hipócritas, pero no viertas jamás en ellos el veneno de la venganza.

-¿Quién es hipócrita?

-Aquel que predica la vía del reino celestial y, en cambio, se instala en el mundo. En verdad te digo
que los hipócritas engañan a los simples de corazón y no satisfacen más que a los mediocres.

-¿A quién estimas más: a un hombre espiritual o a un revolucionario?

El Maestro sonrió, un tanto sorprendido por mi pregunta. Y posando su mano izquierda


sobre mi hombro, repuso con firmeza:

-Prefiero al hombre que actúa con amor...

-Pero, ¿quién puede llegar a amar más?

-Pregunta mejor, ¿quién puede llegar a comprender más?

-¿Quién?
-Aquel que es capaz de amarlo todo. Pero, ¡ojo! Jasón, aquel que ama de verdad no coloca la
palabra «amor» sobre su puerta, tratando de justificarse ante el mundo. Y el que da, tampoco
escribe la palabra «caridad» para que todos le reconozcan. Cuando alguna vez veas esas palabras,
desvergonzadamente ostentadas en el mundo, no dudes que tienen la única finalidad de enriquecer y
ensalzar a cuantos las esgrimen y airean.

»EI reino de mi Padre es semejante a una mujer que llevaba un cántaro lleno de harina. Mientras
marchaba por un camino apartado se le rompió el asa y la harina se derramó detrás de ella por el
camino. La mujer no se dio cuenta y no supo su desgracia. Cuando llegué a su casa depositó el
cántaro en tierra y lo encontró vacío.

-¡Aquel que es capaz de amarlo todo!... -repetí con un ligero movimiento de cabeza-. ¡Qué difícil es
eso...!

-Nada hay difícil para el que ha aprendido a ceder.

-Pero, ¿qué me dices de las injusticias? ¿También debemos aprender a amar a los que nos
humillan o tiranizan?

-Cuando llegue el caso, pide explicaciones a tu hermano, pero nunca le odies. Sólo cuando miréis a
vuestros hermanos con caridad podréis sentiros contentos.

-Ahora empiezo a comprender -comenté casi para mí mismo- por qué mi mundo se siente infeliz...

-El mayor error de tu mundo -repuso Jesús- es su falta de generosidad. El que conoce y practica el
amor no suele tener necesidad de perdonar: siempre está dispuesto a comprenderlo todo.

-Puede que estés en lo cierto, pero siempre pensé que el gran error de nuestro mundo era su
«empacho» tecnológico...

El Nazareno me miró con una inagotable afabilidad.

-Debéis tener paciencia y confiar. La humanidad, a veces, se emborracha y embota con sus propios
hallazgos y triunfos, olvidando que su auténtico estado natural reside en la serenidad de su espíritu.
El día que despierte de tan pesado letargo volverá sus ojos al sendero del amor: el único que
conduce a la verdadera sabiduría.

(Pag. 180) El 6-04-30. Jesús se dirigio a sus discipulos.

-Los reinos de este mundo -dijo entre otras cosas-, siendo como son materiales, pueden estimar a
menudo que es necesario emplear la fuerza física para la ejecución y desarrollo de las leyes y del
mantenimiento del orden. En el reino de los cielos los creyentes no recurren al empleo de la fuerza
física. El reino del cielo, siendo como es una hermandad espiritual entre los hijos de Dios, puede
promulgarse únicamente por el poder del espíritu. Esta distinción de procedimiento no anula, sin
embargo, el derecho de los grupos sociales de creyentes a mantener el orden en sus filas y
administrar disciplina entre los miembros ingobernables e indignos. No es incompatible ser hijo del
reino espiritual y ciudadano del gobierno secular y civil. Es deber del creyente dar al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios...
»No puede haber desacuerdo entre estos dos requisitos. A no ser -aclaró Jesús- que resulte que un
César intenta usurpar las prerrogativas de Dios y pida homenaje espiritual y se le rinda culto
supremo. En tal caso sólo debéis adorar a Dios, mientras intentáis iluminar a esos dirigentes mal
guiados. No debéis rendir culto espiritual a los gobernantes de la tierra. Ni tampoco debéis emplear
la fuerza física de los gobiernos terrenales.

»Ser hijos del reino, desde el punto de vista de una civilización avanzada -prosiguió Jesús,
dirigiéndome una significativa mirada- debe convertiros en ciudadanos ideales en los reinos
terrenales. La hermandad y el servicio -no lo olvidéis- son las piedras angulares del evangelio.

La llamada del amor del reino espiritual debe probar que es efectiva a la hora de destruir el instinto
del odio entre los ciudadanos no creyentes y guerreros del mundo terreno. Pero estos hijos de las
tinieblas, con mentalidad material, nunca sabrán de vuestra luz espiritual, a no ser que os acerquéis
a ellos. Por ello debéis ser honorables y respetados entre los ciudadanos y entre los dirigentes de
este mundo. Ese servicio social generoso sólo es la consecuencia natural de un espíritu que vive en
la luz.

»Como hombres mortales sois en verdad ciudadanos de los reinos terrenales y debéis ser buenos
ciudadanos y mucho más cuando habéis vuelto a nacer en el espíritu. Tenéis, por tanto, una triple
obligación: servir a Dios, servir al hombre y servir a la hermandad de creyentes en Dios.

»No adoréis a los jefes temporales ni empleéis la fuerza para el fomento del reino espiritual. Pero
manifestaros en un honrado ministerio de servicio amoroso, tanto a los creyentes como a los no
creyentes. Es en el evangelio del reino donde reside el poderoso Espíritu de la Verdad. Yo verteré
sobre vosotros ese Espíritu de Verdad y sus frutos serán poderosas palancas sociales que elevarán a
las razas de las tinieblas. En verdad os digo que este Espíritu llegará a ser vuestro fulcro, con un
poder multiplicador.

»Desplegad sabiduría y mostrad sagacidad en vuestros tratos con los dirigentes civiles no creyentes.
Por medio de la discreción, mostraros expertos a la hora de allanar desacuerdos poco importantes y
arreglar fútiles faltas de entendimiento. Buscad, por todos los procedimientos leales, el vivir
apaciblemente con todos los hombres. Sed siempre sabios como las serpientes y tan inofensivos
como las palomas...

»Seréis mejores ciudadanos si sabéis iluminar vuestro espíritu con la verdad del evangelio. Y los
dirigentes en los asuntos civiles mejorarán como resultado de esta creencia en el reino celestial.

»Mientras los jefes de los gobiernos terrenales busquen ejercitar la autoridad, como dictadores
religiosos, vosotros -los que creéis en este evangelio - sólo podéis esperar problemas, persecuciones
e, incluso, la muerte...

Jesús hizo una pausa, dejando que aquellas últimas palabras flotasen como un negro presagio.

Pero yo os digo -prosiguió el Maestro en un tono firme y esperanzador- que esa misma luz que
llevéis al mundo, y hasta la forma en que padezcáis por ella, iluminará finalmente por sí misma a
toda la humanidad y dará, como resultado, la separación gradual de la política y la religión.

El Galileo volvió a fijar sus ojos en mi. Y continuó:


La persistente predicación de este evangelio del reino llevará algún día a las naciones a una nueva e
increíble liberación, a una libertad intelectual y a la libertad religiosa.

»Yo os anuncio ahora que, bajo las próximas persecuciones de los que odian este evangelio de la
alegría y de la libertad, vosotros floreceréis y el reino de mi Padre prosperará. Pero no os (Pag.
181) engañéis. Correréis grave peligro cuando, en los tiempos posteriores, la mayoría de los
hombres hablen bien de los creyentes en el reino y muchos, incluso, ocupando altos cargos, acepten
el evangelio. Aprended a ser leales al reino, incluso en tiempos de paz y prosperidad.

No tentéis a los ángeles que os vigilan. No les tentéis a llevaros por caminos sembrados de
dificultades, como amante disciplina, cuando os dejéis arrastrar por la molicie y la vanagloria.

Recordad que estáis encargados de predicar este evangelio el supremo deseo de hacer la voluntad
del Padre, junto con la alegría suprema de la realización de la fe de ser hijos de Dios y no debéis
dejar que nada desvíe vuestra atención. Haced que toda la humanidad se beneficie del
desbordamiento de vuestro amante ministerio espiritual, iluminando la comunión intelectual e
inspirando el servicio social. Pero ninguna de estas humanitarias labores deben ocupar el verdadero
objetivo de vuestros corazones: proclamar el evangelio.

»No debéis buscar la promulgación de la Verdad, ni establecer la honradez, por medio del poder de
los gobiernos civiles ni tampoco por la promulgación de leyes seculares.

»Podéis trabajar para persuadir a las mentes humanas, pero nunca -nunca- debéis atreveros a
imponeros. No olvidéis la gran ley de la justicia humana que os he enseñado: lo que deseéis que
otros os hagan, hacédselo vosotros a ellos...

«Cuando un creyente sea llamado a servir al gobierno terrenal, dejad que rinda ese servicio como
ciudadano temporal de dicho gobierno, aunque tenga que mostrar todos los rasgos y señales
ordinarios en la ciudadanía. Éstos han sido realzados por la ilustración espiritual de la
ennoblecedora asociación de la mente del hombre mortal con el espíritu divino que habita en él.

Si el no creyente llega a cualificarse como un sirviente civil superior, debéis preguntaros seriamente
si las raíces de la Verdad de vuestro corazón no han muerto por falta de las aguas vivientes de la
comunión espiritual con el servicio social. La conciencia de ser hijos de Dios debe acelerar toda la
vida de servicio a vuestros semejantes.

«No debéis ser místicos pasivos o desvaídos ascetas. No debéis volveros soñadores o veletas,
cayendo en el cómodo letargo de creer que una ficticia Providencia os va a proveer, incluso, de lo
necesario para vivir.

»En verdad, debéis ser suaves en vuestros tratos con los mortales que se equivocan. Y pacientes en
vuestras conversaciones con los hombres ignorantes. Y contenidos ante la provocación... Pero
también debéis ser valientes a la hora de defender la honradez y fuertes en la promulgación de la
verdad y hasta audaces para predicar este evangelio del reino. Y deberéis llegar hasta los confines
del mundo...

»Este evangelio es una Verdad viviente. Os he dicho que es como la levadura en el pan y como el
grano de mostaza. Y ahora os declaro que es como la semilla del ser viviente que, de generación en
generación, mientras siga siendo la misma semilla viviente, se despliega indefectiblemente en
nuevas manifestaciones y crece de forma aceptable, adaptándose a las necesidades peculiares y
condiciones de cada generación. La revelación que os he hecho esuna revelación viva...
El Galileo recalcó estas dos últimas palabras con una fuerza indescriptible.

-… Una revelación viva -dijo-, y es mi deseo que lleve frutos apropiados a cada individuo y a cada
generación, de acuerdo con las leyes del crecimiento espiritual. Es mi deseo que se incremente y
que tenga un desarrollo. De generación en generación, este evangelio debe mostrar vitalidad
creciente y mayor hondura de poder espiritual. No se debe permitir que llegue a ser un simple
recuerdo sagrado, una mera tradición sobre mí o sobre los tiempos en los que ahora vivimos...

Aquella mirada profunda y afilada como un puñal se paseó por todos y cada uno de los
oyentes. Y al llegar a mi, Jesús volvió a repetirlas:

-… No se debe permitir que llegue a ser un simple recuerdo sagrado, una mera tradición sobre mi o
sobre los tiempos en los que ahora vivimos.

Después, descendiendo a un tono más calmado, prosiguió:

-Y no olvidéis que no hemos dirigido un ataque personal a los individuos ni a la autoridad de los
que se sientan en la silla de Moisés. Tan sólo les hemos ofrecido la nueva luz, que ellos han
rechazado con tanto vigor. Hemos arremetido contra ellos sólo por su deslealtad espiritual para con
las mismas verdades que confiesan enseñar y salvaguardar. Hemos chocado con estos establecidos
dirigentes y reconocidos jefes sólo cuando se han opuesto directamente a la predicación del
evangelio. E incluso ahora no somos nosotros los que arremetemos contra ellos, sino ellos los que
buscan nuestra destrucción. No estáis para atacar las antiguas formas. Debéis (Pag. 182) poner
diestramente la levadura de la nueva Verdad en medio de las viejas creencias. Y dejad que el
Espíritu haga su propio trabajo. Dejad que venga la controversia, sólo cuando aquellos que os
desprecian os fuercen a ella. Pero, cuando los no creyentes os ataquen intencionadamente, no dudéis
en manteneros en una vigorosa defensa de la Verdad que os ha salvado y santificado.

»Recordad siempre amaros el uno al otro. No luchéis con los hombres, ni siquiera con los no
creyentes. Mostrad misericordia, incluso, con los que, despreciativamente, abusen de vosotros.
Mostraros ciudadanos leales, honrados artesanos, vecinos merecedores de alabanza, parientes
devotos, padres comprensivos y sinceros creyentes en la hermandad del reino del Espíritu. Y yo os
aseguro que mi espíritu estará sobre vosotros ahora y siempre, hasta el final del mundo...

- (Pag. 196) Después de la ultima cena, en el campamento con varios de sus seguidores.

-Amigos y hermanos. No me queda mucho tiempo para estar entre vosotros. Desearía que nos
aisláramos con el fin de pedirle a nuestro Padre Celestial la fuerza necesaria en esta hora y seguir
así la obra que, en su nombre, debemos realizar. Los discípulos y los griegos le siguieron entonces
ladera arriba, hasta una plataforma rocosa, en plena cima del Olivete. Una vez allí, pidió que
nos arrodilláramos a su alrededor. Yo continué de pie, al tiempo que filmaba aquella
impresionante escena. El gigante, bañado por la luz de la luna, levantó los ojos hacia las
estrellas y con su voz de trueno exclamó:
-¡Padre, ha llegado mi hora!... Glorifica a tu Hijo para que el Hijo pueda glorificarte. Sé que me has
dado plena autoridad sobre todas las criaturas vivientes de mi reino y daré la vida eterna a todos
aquellos que, por la fe, sean hijos de Dios. La vida eterna es que mis criaturas te reconozcan como
el único y verdadero Dios y Padre de todos. Que crean en Aquel a quien has enviado a este mundo.
Padre, te he exaltado en esta tierra y cumplido la obra que me encomendaste. Casi he terminado mi
efusión sobre los hijos de nuestra propia creación. Solamente me resta sacrificar mi vida carnal.

»Ahora, Padre, glorifícame con la gloria que tenía antes de que este mundo existiera y recíbeme una
vez más a tu derecha.

Jesús hizo una breve pausa, mientras sus cabellos comenzaron a agitarse por una brisa cada
vez más intensa.

Te he puesto de manifiesto ante los hombres que has escogido en el mundo y que me has dado -
prosiguió-. Son tuyos, como toda la vida entre tus manos. He vivido con ellos enseñándoles las
normas de la vida, y ellos han creído. Estos hombres saben que todo lo que tengo proviene de ti y
que la encarnación de mi vida está destinada a dar a conocer a mi Padre en el mundo. Les he
revelado la verdad que me has dado y ellos -mis amigos y mis embajadores- han querido
sinceramente recibir tu palabra. Les he dicho que soy descendiente tuyo, que me has enviado a esta
tierra y que estoy dispuesto a volver hacia ti... Padre, ruego por todos estos hombres escogidos.
Ruego por ellos, no como lo haría por el mundo, sino como hombres a los que he elegido para
representarme después que haya vuelto junto a ti. Estos hombres son míos. Tú me los has dado.

»No puedo permanecer más tiempo en este mundo. Voy a volver a la obra que me has encargado.
Es preciso que deje a estos compañeros tras de mí para que nos representen y representen nuestro
reino entre los hombres. Padre, preserva su fidelidad mientras me preparo para abandonar esta vida
encarnada. Ayúdales a estar unidos en espíritu como tú y yo lo estamos. Son mis amigos. «Durante
mi estancia entre ellos podía velar y guiarles, pero ahora voy a partir. Padre, permanece junto a ellos
hasta que podamos enviar un nuevo instructor que les consuele y reconforte. Me has dado a doce
hombres y he guardado a todos menos a uno, que no ha querido mantener su comunión con
nosotros. Estos hombres son débiles y frágiles, pero sé que puedo contar con ellos. Los he probado
y sé que me quieren. Pese a que tengan que padecer mucho por mi culpa, deseo que estén
ilusionados.

«El mundo puede odiarles como me ha odiado a mí. Pero no pido que les retires del mundo;
solamente que les libres del mal que existe en este mundo. Santifícales en la verdad. Tu palabra es
la verdad. Lo mismo que me has enviado a este mundo, así voy a enviarles a ellos (Pag 197) por el
mundo. Por ellos he vivido entre los hombres y consagrado mi vida a tu servicio, con el fin de
inspirarles para que se purifiquen en la verdad y en el amor que les he mostrado. Bien sé, Padre
mío, que no necesito rogarte que veles por ellos después de mi marcha. Y también sé que les amas
tanto como yo. Hago esto para que comprendan mejor que el Padre ama a los mortales lo mismo
que el Hijo.

»Deseo demostrar fervientemente a mis hermanos terrestres la gloria que disfrutaba a tu lado antes
de la creación de este mundo que se conoce tan poco...

»¡Oh, Padre justo!, pero yo te conozco y te he dado a conocer a estos creyentes, que divulgarán tu
nombre a otras generaciones.

»De momento les prometo que estarás cerca de ellos en el mundo, de la misma manera que has
estado conmigo.
Y levantando sus largos brazos hacia el cielo, concluyó:

Yo soy el pan de la vida... Yo soy el agua viva... Yo soy la luz del mundo... Yo soy el deseo de
todas las edades... Yo soy la puerta abierta a la salvación eterna... Yo soy la realidad de la vida sin
fin... Yo soy el buen pastor... Yo soy el sendero de la perfección infinita... Yo soy la resurrección y
la vida... Yo soy el secreto de la vida eterna... Yo soy el camino, la verdad y la vida... Yo soy el
Padre infinito de mis hijos limitados... Yo soy la verdadera cepa y vosotros, los armientos... Yo soy
la esperanza de todos aquellos que conocen la verdad viviente... Yo soy el puente vivo que une un
mundo con otro... Yo soy la unión viva entre el tiempo y la eternidad...

Tras unos minutos de silencio, el Galileo pidió a sus hombres que se alzaran y -uno por uno
fue abrazándoles. Cuando llegó hasta mi, sus ojos se hallaban arrasados por las lágrimas.

Después solo con David y uno de sus mensajeros (Jacob) le dijo al mensajero:

-Vete enseguida a casa de Abner, en Filadelfia, y dile lo siguiente: el Maestro te envía sus deseos de
paz. Dile también que ha llegado la hora en que seré entregado a mis enemigos y que seré muerto...

El emisario palideció, pero Jesús prosiguió sin inmutarse:

Dile igualmente que resucitaré de entre los muertos y que me apareceré a él antes de regresar junto
a mi Padre. Entonces le daré instrucciones sobre el momento en que el nuevo instructor vendrá a
morar en vuestros corazones.

(Pag. 198)

David y yo nos miramos. Jesús rogó entonces a Jacobo que repitiera el mensaje y, una vez
satisfecho, le despidió con estas palabras:

-No temas. Esta noche, un mensajero invisible correrá a tu lado.

El Maestro regresó hasta la fogata y, cuando se disponía a alejarse con sus íntimos hacia el
interior del olivar, David le retuvo unos instantes. Con la voz trémula y los ojos húmedos
acertó al fin a decirle:

-Maestro, he tenido una gran satisfacción al trabajar para ti. Mis hermanos son tus apóstoles, pero
me alegro de haberte servido en las cosas más pequeñas. Lamentaré de todo corazón tu partida...

Las lágrimas terminaron por rodar por sus curtidas mejillas. Y el Galileo, sin poder contener
su amor hacia aquel hombre prudente y eficaz, le tomó por los hombros, diciéndole:

-David, hijo mío, los otros han hecho lo que les ordené. Pero, en tu caso, ha sido tu propio corazón
el que ha respondido y servido con devoción. Tú también vendrás un día a servir a mi lado en el
reino eterno.

.
7 de abril 30 (VIERNES)

(Pag. 200)

(En el Calvero) -¡Abbá! -murmuró de nuevo-. He venido a este mundo para cumplir tu voluntad y
así lo he hecho... Sé que ha llegado la hora de sacrificar mi vida carnal... No lo rehuyo, pero
desearía saber si es tu voluntad que beba esta copa...

-... Dame la seguridad -prosiguió- de que con mi muerte te satisfago como lo he hecho en vida.

Sus manos, abiertas, tensas e implorantes, fueron descendiendo poco a poco. Pero su rostro -
tenuemente iluminado por la Luna- no se movió…. Jesús levantó el rostro hacia las estrellas y,
gimiendo, llamó de nuevo a su Padre….

-¡Abbá!... ¡Abbá!...

-Padre..., muy bien sé que es posible evitar esta copa. Todo es posible para ti... Pero he venido para
cumplir tu voluntad y, no obstante ser tan amarga, la beberé si es tu deseo...

(pag. 206)

…Una vez allí, ya con su habitual tono de voz, el Maestro habló así, siempre con la mirada fija
en lo alto:

(Pag. 207)

-Padre, ves a mis apóstoles dormidos... Extiende sobre ellos tu misericordia. En verdad, el espíritu
está presto, pero la carne es débil...

Jesús guardó silencio e inclinó su cabeza, cerrando los ojos. Después, a los pocos segundos,
dirigió su rostro nuevamente a los cielos, exclamando:

-Y ahora, Padre mío, si esta copa no se puede apartar... la beberé. Que se haga tu voluntad y no la
mía...

Debían ser casi la una de la madrugada de aquel viernes, 7 de abril.

(Pag. 210)

El Maestro había continuado en dirección a la soldadesca, deteniendo sus pasos a pocos


metros del grupo. Y desde allí, con gran voz, interpeló al que parecía el jefe:

-¿Qué buscas aquí?

El soldado romano, que a juzgar por su casco con un penacho de plumas rojas y su espada
(situada en el costado izquierdo), debía ser un oficial, se adelantó a su vez y, en griego,
respondió:

-¡A Jesús de Nazaret!


El Maestro avanzó entonces hacia el posible centurión y con gran solemnidad exclamó:

-Soy yo...

Judas - cuyos planes no estaban saliendo tal y como él había previsto, según pude averiguar
horas más tarde- se acercó al Nazareno, abrazándole. E inmediata y ostensiblemente -de
forma que todos pudiéramos verle- se alzó sobre las puntas de sus sandalias, estampando un
beso en la frente de Jesús, al tiempo que le decía:

-¡Salud, Maestro e Instructor!

Y el Galileo, sin perder la calma, le respondió:

-¡Amigo...!. no basta con hacer esto. ¿Es que, además, quieres traicionar al Hijo del Hombre con un
beso?

Antes de que Judas pudiera reaccionar, el Maestro se zafó del abrazo del traidor, encarándose
nuevamente con el oficial romano y con el resto de la tropa.

-¿Qué buscan?

-¡A Jesús de Nazaret! -repitió el oficial.

-Ya te he dicho que soy yo... Por tanto -prosiguió Jesús-, si al que buscas es a mí, deja a los demás
que sigan su camino... Estoy dispuesto a seguirte...

Antes de que la escolta romana tuviera tiempo de proteger a Malco, Pedro -espada en alto
cayó sobre el aterrorizado siervo del sumo sacerdote, lanzando un violento mandoble sobre su
cráneo. En el último segundo, Malco logró echarse a un lado, evitando así que la potente
izquierda de Simón le abriera la cabeza. El filo de la espada, sin embargo, rozó la parte
derecha de su cara, rebanándole la oreja e hiriéndole en el hombro.

(Pag. 211)

Jesús levantó entonces su brazo hacia Pedro y con gran severidad recriminó su acción:

-¡Pedro, envaina tu espada...! Quienquiera que desenvaine la espada, morirá por la espada. ¿No
comprendéis que es voluntad de mi Padre que beba esta copa? ¿No sabéis que ahora mismo podría
mandar a docenas de legiones de ángeles y sus compañeros me librarían de las manos de los
hombres?

Mientras le maniataban, el Maestro, profundamente dolorido por aquella humillación, se


dirigió a los levitas y soldados quienes, con las espadas y bastones dispuestos para repeler
cualquier otro ataque, contemplaban la escena:

-¿Para qué sacan sus espadas y palos contra mí, como si fuera un ladrón? Todos los días he estado
con vosotros en el templo, educando y enseñando públicamente al pueblo, sin que hicierais nada
para detenerme...

Pero nadie respondió. Eran las dos menos diez de la madrugada...


.

(Pag. 226)

»Anas:-¿No estimas que soy muy bondadoso contigo...? ¿No te das cuenta de cuál es mi poder? Yo
puedo determinar el resultado final de tu próximo juicio...

«Jesús, por primera vez, habló y, dirigiéndose a Anás, le dijo:

»-Ya sabes que jamás podrás tener poder sobre mi sin permiso de mi Padre. Algunos

querrían matar al Hijo del Hombre porque son unos ignorantes y no saben hacer otra cosa. Pero tú,
amigo, sí tienes idea de lo que haces. Entonces, ¿cómo puedo rechazar la luz de Dios?

»Anas:-¿Qué intentas enseñar al pueblo? ¿Quién pretendes ser?

»El Maestro no eludió ninguna de las cuestiones. Y se dirigió a Anás con gran firmeza:

»-Muy bien sabes que he hablado claramente al mundo. He enseñado en las sinagogas

muchas veces y también en el templo, donde judíos y gentiles me han escuchado. No he dicho nada
en secreto. ¿Cuál es entonces la razón por la que me interrogas sobre mis enseñanzas? ¿Por qué no
convocas a mis oyentes y te informas por ellos? Todo Jerusalén me ha oído. Y tú también, aunque
no hayas entendido mis enseñanzas.

Uno de los siervos de la casa se volvió hacia el Maestro y le abofeteó violentamente,


diciéndole: ¿Cómo te atreves a contestar así al sumo sacerdote?

con la misma transparencia y docilidad con que se había dirigido a Anás le manifestó.

»-Amigo mío, si he hablado mal, testifica contra mi. Pero, si es verdad, ¿por qué me maltratas?

»Anas: -¿Te consideras el Mesías, libertador de Israel?

»Jesús levantó nuevamente el rostro y con idéntica calma le dijo:

»-Anás, me conoces desde mi juventud y sabes que no pretendo ser nada más y nada menos que el
delegado de mi Padre. He sido enviado para todos los hombres: tanto gentiles como judíos.

(Pag. 227)

»Anas: -He oído comentar que pretendes ser el Mesías. ¿Es cierto?

»-¡Tú lo has dicho!

(Pag. 231)
Caifas: -En nombre de Dios vivo -¡bendito sea!- te ordeno que me digas si eres el liberador, el Hijo
de Dios..., ¡bendito sea su nombre!

Esta vez, Jesús, bajando sus ojos hacia el menguado y colérico sumo sacerdote, sí dejó oír su
potente voz:

-Lo soy... Y pronto iré junto al Padre. En breve, el Hijo del Hombre será revestido de poder y
reinará de nuevo sobre los ejércitos celestiales.

(Pag. 248)

Pilato se dirigió nuevamente al Galileo: -En lo que se refiere a la tercera de las acusaciones, dime,
¿eres tú el rey de los judíos?

(Pag. 249)

-Pilato -repuso el rabí-, ¿haces esa pregunta por ti mismo o la has recogido de los

acusadores?

El procurador abrió sus ojos indignado.

-¿Es que soy un judío? Tu propio pueblo te ha entregado y los principales sacerdotes me han pedido
tu pena de muerte...

Poncio trató de recobrar la calma y mostrando sus dientes de oro añadió:

-Dudo de la validez de estas acusaciones y sólo trato de descubrir por mí mismo qué es lo que has
hecho. Por eso te preguntaré por segunda vez: ¿has dicho que eres el rey de los judíos y que intentas
formar un nuevo reino?

El Galileo no se demoró en su respuesta:

-¿No ves que mi reino no está en este mundo? Si así fuera, mis discípulos hubieran luchado para
que no me entregaran a los judíos. Mi presencia aquí, ante ti y atado, demuestra a todos los hombres
que mi reino es una dominación espiritual: la de la confraternidad de los hombres que, por amor y
fe, han pasado a ser hijos de Dios. Este ofrecimiento es igual para gentiles que para judíos.

Pilato se levantó y golpeando la mesa con la palma de su mano, exclamó sin poder reprimir su
sorpresa:

-iPor consiguiente, tú eres rey!

-Sí –contestó el prisionero, mirando cara a cara al procurador-, soy un rey de este género y mi
reino es la familia de los que creen en mi Padre que está en los cielos. He nacido para revelar a mi
Padre a todos los hombres y testimoniar la verdad de Dios. Y ahora mismo declaro que el amante de
la verdad me oye.

El procurador dio un pequeño rodeo en torno a la mesa y. situándose entre Juan y el


prisionero, comentó para sí mismo:
-¡La Verdad!... ¿Qué es la Verdad?... ¿Quién la conoce?.

(Pag. 270)

Poncio: -¿De dónde vienes...? ¿Quién eres en realidad? ¿Por qué dicen que eres el Hijo de Dios...?

El Nazareno levantó su rostro levemente, posando una mirada llena de piedad sobre aquel
juez débil y acorralado por sus propias dudas. Pero los temblorosos labios de Jesús no
llegaron a articular palabra alguna.

Pilato, cada vez más descompuesto, insistió:

-¿Es que te niegas a responder? ¿No comprendes que todavía tengo poder suficiente para liberarte o
crucificarte?

Al escuchar aquellas amenazantes advertencias, el Galileo repuso al fin con un hilo de voz:

-No tendrías poder sobre mí sin el permiso de arriba...

La extrema debilidad del Maestro hizo que sus palabras llegaran muy mermadas hasta los
oídos del procurador. Y éste, aproximándose cuanto le fue posible hasta los plastones rojizos
que habían quedado prendidos en su barba y bigote, le pidió que repitiese.

-¿Cómo dices?

-No puedes ejercer ninguna autoridad sobre el Hijo del Hombre -añadió Jesús haciendo un
esfuerzo-, a menos que el Padre celestial te lo consienta...

Poncio se echó atrás, con los ojos desencajados por el desconcierto. Pero el Nazareno no había
terminado.

Pero tú no eres totalmente culpable, ya que ignoras el evangelio. Aquel que me ha

traicionado y entregado a ti ha cometido el mayor de los pecados.

…el Nazareno, dirigiéndose a Juan, colocó su mano sobre la cabeza del discípulo, haciéndole
un último ruego:

-Juan, no puedes hacer nada por mí... Vete con mi madre y tráela para que me vea antes de que
muera.

(Pag. 283)

…Las mujeres rompieron a llorar. Fueron unas lágrimas amargas y silenciosas.


El Galileo giró entonces su cabeza y al contemplar al grupo de judías inspiró profundamente.
Después, ante la sorpresa general, exclamó con una voz ronca.

-¡Hijas de Jerusalén...! No lloréis por mí. Llorad más bien por vosotras mismas y los

vuestros...

(Pag. 284)

El viento golpeaba los mantos de las hebreas, que no cesaban de sollozar. Y Jesús, tras una
breve pausa, añadió:

-Mi misión está casi cumplida. Muy pronto me iré con mi Padre... pero la época de terribles males
para Jerusalén no ha hecho más que empezar...

Los escalofríos arreciaron y, haciendo un último esfuerzo, concluyó:

-Veréis llegar días en los que digáis: «Benditas las estériles y aquellas cuyos senos no

amamantaron a sus pequeños...» En esos días pediréis a las rocas que caigan sobre vosotras para
libraros del terror de vuestras tribulaciones.

(Pag. 302)

Dismas a Distas: -¿No temes tú mismo a Dios?... ¿No ves que nuestros sufrimientos... son por
nuestros actos?...

Dismas hizo una pausa, luchando por una nueva inhalación y, al fin, continuó:

¡Pero... este hombre sufre injustamente!... ¿No sería preferible que buscáramos el perdón de
nuestros pecados... y la salvación... de nuestras... almas?

-iSeñor! -le dijo con voz suplicante-. ¡Acuérdate de mí... cuando entres en tu reino!

Y al tiempo que expulsaba parte del aire robado en la última inhalación, el Galileo, con las
arterias del cuello tensas como tablas, acertó a responderle:

-De verdad... hoy te digo... que algún día estarás junto a mi... en el paraíso...
.

(Pag. 309)

-¡Mujer...!

La renqueante voz del Maestro hizo que María y todos los demás levantaran el rostro. Y el
semblante de aquella hebrea se iluminó.

-¡Mujer -repitió Jesús-, he aquí a tu hijo!

Juan se secó las lágrimas con la palma de su mano derecha, mirando a su Maestro sin acertar
a comprender.

Después, desviando el rostro hacia el apóstol exclamó, casi sin fuerzas:

-¡Hijo mío..., he aquí a tu madre!

La menguada inhalación del crucificado estaba casi agotada. Su respiración entró en déficit y
apurando sus últimas posibilidades, ordenó entre jadeos:

-Deseo..., que abandonéis este... lugar.

Su abdomen había vuelto a deformarse y su cabeza, al igual que los músculos de los brazos y
hombros, se desplomaron.

Los hombres hicieron intención de dar media vuelta y retirarse, pero María, siempre en
silencio, avanzó un paso hacia el crucificado. Se inclinó muy lentamente y besó la rodilla
derecha de Jesús. Después, ocultando su rostro entre las manos, abandonó el peñasco,
prácticamente sostenida por Juan y su hijo.

(pag, 313)

La caja torácica, a punto de estallar, inhaló el aire suficiente para que Jesús de Nazaret, con
una potencia que hizo volver la cabeza a todos los legionarios, exclamase:

-¡He terminado! ¡Padre, pongo en tus manos mi espíritu! (7-04-30 14:55)

PALABRAS DE JESUS. Tomadas de Caballo de Troya 2. JJ Benitez


EN LA ULTIMA CENA (pg 64)
“-He deseado grandemente comer esta cena de Pascua con vosotros... Quería hacerlo una vez más
antes de sufrir... Mi hora ha llegado y, en lo que concierne a mañana, todos estamos en las manos
del Padre, cuya voluntad he venido a cumplir. No volveré a comer con vosotros hasta que no os
sentéis conmigo en el reino que mi Padre me entregará cuando haya terminado aquello para lo que
me ha enviado a este mundo.”

“-Tomad esta copa y divididla entre vosotros. Y cuando la hayáis compartido, pensad que ya no
beberé con vosotros el fruto de la vid... Esta es nuestra última cena...”

“-... Cuando nos sentemos otra vez -concluyó el Maestro- será en el reino que está por llegar.”

(Pg 65)

PEDRO: “-Maestro, ¿realmente vas a lavar mis pies?”.Jesús debió de levantar su rostro hacia el
impetuoso y decepcionado pescador porque, a renglón seguido, se le oyó decir:

“-Puede que no comprendáis lo que me dispongo a hacer... de ahora en adelante, conoceréis el


sentido de todas estas...
Un profundo suspiro escapó de la garganta de Simón Pedro.
“-Maestro -se le volvió a oír-, nunca me lavarás los pies!”

“-Pedro -replicó Jesús en un tono que no dejaba lugar a dudas-, en verdad te digo que, si no te
limpio los pies, no tomarás parte conmigo en lo que estoy a punto de llevar a cabo.”

“-Entonces, Maestro, no me laves sólo los pies... También manos y la cabeza”

“-Aquel que ya está limpio -intervino de nuevo el Maestro- sólo necesita que se le lave los pies.
Vosotros, que os sentais conmigo esta noche, estáis limpios...” Se produjo una pausa. “-... Aunque
no todos.”

“-... Deberíais haber lavado el polvo de vuestros pies antes de sentaros a tomar el alimento conmigo.
Además, quiero hacer este servicio para ilustrar un nuevo mandamiento que voy a daros.”

CUANDO TERMINO EL LAVATORIO

“-¿Comprendéis lo que os he hecho?”

“-Me llamáis "rabí” -añadió en un tono condescendiente- y decís bien, pues lo soy. Entonces, si el
Maestro ha lavado vuestros pies, ¿por qué os negábais a lavaros los unos a los otros?... ¿Qué lección
debéis aprender de esta parábola en la que el Maestro, tan gustosamente, ha hecho un servicio que
vosotros os habéis negado mutuamente? En verdad, en verdad os digo que un sirviente no es más
grande que su amo. Ni tampoco es más grande el enviado que aquel que le envía. Habéis visto cuál
ha sido la forma de mi servicio en vida. Bendito sea quien tenga la graciosa valentía de hacer otro
tanto. Pero ¿por qué sois tan lentos en aprender que el secreto de la grandeza en el reino del espíritu
nada tiene que ver con los métodos del mundo de lo material?
Cuando llegué a esta habitación, no sólo rehusabais lavaros los pies unos a otros sino que, además,
discutíais sobre quién debe ocupar los lugares de honor en torno a mi mesa. Esos honores los
buscan los fariseos.., y los niños. Pero no será así entre los embajadores del reino celestial. ¿Es que
no sabéis que no puede haber lugar de preferencia en mi mesa? ¿No comprendéis que os amo a cada
uno de vosotros como al resto? El lugar más próximo a mí puede no significar nada en relación a
vuestro puesto en el reino de los cielos. No ignoráis que los
reyes de los gentiles tienen poder y señorio sobre sus súbditos y que, incluso, son llamados
benefactores. En el reino de los cielos no será así. Si algunos de vosotros quiere tener la preferencia,
que sepa renunciar al privilegio de la edad. Y si otro desea ser jefe, que se vuelva sirviente. ¿Quién
es más grande: el que se sienta a comer o el que sirve? ¿No se considera al primero como al
principal? Y, sin embargo, observad que yo estoy entre vosotros como el que sirve...

(pg. 66)
“En verdad, en verdad os digo que si así actuáis, haciendo conmigo la voluntad de mi Padre,
entonces sí tendréis un lugar, a mi lado, en el poder.”

“-Ya os he dicho cuánto deseaba celebrar esta cena con vosotros...”


Jesús de Nazaret parecía turbado.
“-... Y sabiendo en qué forma las demoníacas fuerzas de las tinieblas han conspirado para llevar a la
muerte al Hijo del Hombre, tomé la decisión de cenar con vosotros, en esta habitación secreta y un
día antes de la Pascua...”

“-... ya que, mañana, a esta misma hora, no estaré con vosotros.”


El dramático anuncio del Cristo sí debió ser captado por algunos de los apóstoles porque, de
pronto, el trasiego de la cena decreció. Y el silencio se hizo más intenso.
“-... Os he dicho en repetidas ocasiones -continuó el Nazareno- que debo volver al Padre. Ahora ha
llegado mi hora, aunque no era necesario que uno de vosotros me traicionase, poniéndome en
manos de mis enemigos.”
Por primera vez, los íntimos del Galileo -alertados por el propio rabí empezaban a tomar
conciencia de la existencia de un renegado en el seno del grupo.
Aquello fue tan grave e inesperado que necesitaron varios minutos para reaccionar. Al fin,
uno tras otro, con temor, formularon la misma pregunta:.“-¿Soy yo?”
el único que no ha preguntado ha sido Judas..., tras el referido y undécimo “¿soy yo?”, surgió
la voz del Cristo, repitiendo parte de lo ya expuesto con anterioridad:

“-Es necesario que vaya al Padre. Pero, para cumplir su voluntad, no era preciso que uno de
vosotros se convirtiera en traidor. Esto es fruto de la maldad de uno que no ha conseguido amar la
Verdad... Qué engañoso es el orgullo que precede a la caída espiritual! Un viejo amigo, que incluso,
ahora, come mi pan, está deseoso de traicionarme. Incluso ahora -reiteró el Galileo, dando un
especial énfasis a sus palabras-, que hunde su mano conmigo en el plato...”
Esta nueva alocución fue seguida de murmullos y de algún que otro y repetitivo "¿soy yo?”.
Pero el Maestro no respondió.
Los comentarios entre los discípulos se generalizaron y ésta, casi con toda seguridad, fue la
razón de que ninguno de los once prestara atención a un inmediato y lacónico coloquio entre
el Iscariote y Jesús. En mitad de aquel maremágnum de opiniones, Judas -reclinado a la
izquierda del Maestro- preguntó a su vez, aunque en un tono difícilmente perceptible para el resto:
“-¿Soy yo?”
(Pg.67)
Una vez formulada la pregunta de Judas, el rabí hundió un trozo de pan en el plato de hierbas
que tenía frente a él, ofreciéndoselo al traidor. Segundos después de percibir el crujido del
pan al quebrarse contra el fondo de madera del plato, Jesús -también a media voz- respondió
con su fatídico...
“ Tú lo has dicho!”
Juan Zebedeo en un nivel de audición sumamente bajo -como si la pregunta hubiera sido
formulada casi al oído -, le plantearía:
“-¿Quién es?... Debemos saber quién es infiel a su creencia.”
Y el rabí -en un tono igualmente confidencial- respondió:
“-Ya os lo he dicho: incluso, aquel a quien doy la sopa...”
Simón Pedro al parecer a Juan.
“-Pregúntale quién es!... O, si ya te lo ha dicho, dime quién es el traidor.”
“-Me apena -les manifestó- que este mal haya llegado a prosperar. Esperaba, incluso hasta esta hora,
que el poder de la Verdad triunfase sobre las decepciones del mal. Pero estas victorias no se ganan
sin la fe y un sincero amor por la Verdad. No os hubiera dicho esto en nuestra última cena, de no ser
porque deseo advertiros y prepararos acerca lo que está ahora sobre nosotros...”
“-... Os he hablado de esto porque deseo que recordéis, después que me haya ido, que sabía de todas
estas malvadas conspiraciones y que os advertí de la traición. Y lo hago sólo para que podáis ser
más fuertes Frente a las tentaciones y juicios que tenemos justamente delante.”
el Nazareno a Judas:
“-Lo que has decidido hacer... hazlo pronto.”

(Pg. 68)
“-Tomad esta copa y bebed todos de ella... Esta será la copa de mi recuerdo. Esta es la copa de la
bendición de un nuevo designio divino de gracia y verdad. Este será el emblema de la otorgación y
del ministerio del divino Espíritu de la Verdad.”
“-... Ya no beberé con vosotros hasta que no lo haga en una nueva forma, en el reino eterno de mi
Padre.”
“-Tomad este pan y comedlo -les anunció el Maestro-. Os he manifestado que soy el pan de la
vida, que es la vida unificada del Padre y del Hijo en un solo don. La palabra del Padre, tal como
fue revelada por el Hijo, es realmente el pan de la vida.”
“-Cuando hagáis estas cosas, recordad la vida que he vivido en la Tierra y regocijaos porque
continuaré viviendo con vosotros. No luchéis para averiguar quién es el más grande entre vosotros.
Sed como hermanos. Y cuando el reino crezca hasta alcanzar numerosos grupos de creyentes, no
luchéis tampoco por esa grandeza o por buscar el ascenso entre tales grupos. Y tan a menudo como
hagáis esto, hacedlo en memoria mía. Y cuando me recordéis, primero mirad atrás: a mi vida en la
carne. Y recordad que una vez estuve con vosotros. Entonces, por la fe, percibid que todos cenaréis
alguna vez, conmigo, en el reino eterno del Padre. Esta es la nueva Pascua que os dejo: la palabra de
la eterna verdad, mi amor por vosotros y el derramamiento del Espíritu sobre la carne...”.
“-Recordáis bien cuando os envié sin bolsa ni cartera e, incluso, os advertí que no lleváseis ropa de
repuesto...“
Los apóstoles, con monosílabos, respondieron afirmativamente.
“-... Todos recordaréis que nada os faltó. Sin embargo, ahora los tiempos son difíciles. Ya no podéis
depender de la buena voluntad de las multitudes. Por tanto, en adelante, aquel que tenga bolsa, que
la lleve. Cuando salgáis al mundo a proclamar este evangelio, haced provisión para vuestro
sustento, como mejor os parezca. He venido a traer la paz pero, por un tiempo, ésta no aparecerá.”
"Ha llegado el tiempo en que el Hijo del Hombre será glorificado y el Padre, en Él...”
Su voz volvió a turbarse.
“Amigos míos: voy a estar con vosotros sólo un poco más. Pronto me buscaréis, pero no me
hallaréis, pues voy a un lugar al que, esta vez, no podéis venir. Cuando hayáis terminado vuestro
trabajo en la Tierra, al igual que yo he concluido el mío, entonces vendréis a mí en la misma forma
en que yo me preparo ahora para ir al Padre.”
“-En muy poco tiempo voy a dejaros... Ya no me veréis en la Tierra, pero todos me veréis en el
tiempo venidero, cuando ascendáis al reino que me ha dado mí Padre.”
“-Cuando os referí una parábola, señalando cómo debéis estar deseosos de serviros los unos a los
otros, os dije también que deseaba daros un nuevo mandamiento. Lo haré ahora ya que estoy a
punto de dejaros. Conocéis perfectamente el mandamiento que ordena amaros recíprocamente y a
vuestro prójimo como a vosotros mismos..."
Jesús hizo una estudiada pausa.
(Pg. 69)
“-Sin embargo, no estoy del todo satisfecho, incluso con esta sincera devoción por parte de mis
hijos. Deseo que hagáis mayores actos de amor en el reino de la hermandad de los creyentes. Por
eso, he aquí mi nuevo mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado."
“-Si así lo hacéis, los hombres sabrán que sois mis discípulos.”
“-... Con este nuevo mandamiento no cargo vuestras almas con un nuevo peso. Al contrario: os
traigo nueva alegría y hago posible que experimentéis un nuevo placer, al conocer las delicias de la
donación, por el amor, hacia vuestro prójimo. Yo mismo estoy a punto de experimentar el supremo
regocijo (aun cuando soporte una pena exterior), con la entrega de mi afecto por vosotros y por el
resto de los mortales.”
"Cuando os invito a amaros los unos a los otros, tal y como yo os he amado, os presento la suprema
medida del verdadero afecto. Ningún hombre puede alcanzar un amor superior a éste: el de dar la
vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos y continuaréis siéndolo si tan sólo deseáis hacer lo
que os he enseñado. Me habéis llamado Maestro, pero yo no os llamo sirvientes. Si os amáis los
unos a los otros como yo os estoy amando, entonces seréis mis amigos y yo os hablaré alguna vez
de aquello que mi Padre me ha revelado. No sois vosotros quienes me habéis elegido, sino yo. Y os
he ordenado que salgáis al mundo para entregar el fruto del servicio amoroso a vuestros semejantes,
de la misma forma que yo he vivido entre vosotros y os he revelado al
Padre. Ambos trabajaremos con vosotros y experimentaréis la divina plenitud de la alegría si tan
sólo obedecéis este nuevo mandamiento: amaros unos a otros como yo Os he amado.”
“Si compartís el regocijo del Maestro, debéis compartir su amor. Y compartir su amor significa que
habéis compartido su servicio. Tal experiencia de amor no os libra de las dificultades de este
mundo. Pero, ciertamente, hace "nuevo" al viejo mundo...“
“-Recordad: es lealtad lo que yo pido. No sacrificio. La conciencia de sacrificio implica la ausencia
de ese afecto incondicional, que hubiera hecho de dicho servicio amoroso una suprema alegría. La
idea de deber u obligación significa que, mentalmente, os convertís en sirvientes, perdiendo así la
poderosa sensación de practicar vuestro servicio como amigos y para los amigos. La amistad
trasciende el significado del deber y el servicio de un amigo hacia otro jamás debe calificarse como
sacrificio. El Maestro os ha enseñado que sois los hijos de Dios. Os ha llamado hermanos y ahora,
antes de partir, os llama sus amigos. “
“-Yo soy la verdadera cepa y mi Padre, el labrador. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Mi
Padre sólo pide que deis mucho fruto. La viña sólo se poda para aumentar la fertilidad de sus ramas.
Todos los sarmientos que brotan de mí y que no dan fruto, mi Padre los arrancará. En cambio,
aquellos que lleven fruto, el Padre los limpiará para que multipliquen su riqueza. Ya estáis limpios,
a través de las palabras que os he dirigido, pero debéis continuar limpios. Debéis morar en mí y yo
en vosotros. Si es separado de la cepa, el sarmiento morirá. Así como la rama no puede llevar fruto
si no mora en la viña, así vosotros no podéis rendir los frutos del amor si no moráis en mi.
Recordad: yo soy la verdadera cepa y vosotros los sarmientos vivientes. El que vive en mí, y yo en
él, dará mucho fruto y experimentará la suprema alegría de la cosecha espiritual. Si mantenéis esta
conexión viviente y espiritual conmigo, vuestros frutos serán abundantes. Si moráis en mí y mis
palabras en vosotros, podréis comunicaros libremente conmigo. Entonces, mi espíritu viviente os
infundirá de tal forma que podréis solicitar lo que queráis. El Padre garantizará nuestra petición. así
es glorificado el Padre. Que la cepa tenga muchas ramas vivientes y que cada sarmiento
proporcione mucho fruto. Cuando el mundo vea esas ramas vivas y cargadas de fruto (es decir, a
mis amigos que se aman como yo les he amado), los hombres sabrán entonces que sois en verdad
mis discípulos. Como mi Padre me ha amado, así os he amado. Vivid en mi amor, al igual
que yo vivo en el del Padre. Si hacéis como os he enseñado, moraréis en mí y, tal y como he
prometido, en su amor.”
“-Cuando os haya dejado, no os desalentéis ante la enemistad del mundo. No decaigáis cuando
creyentes de débil corazón se vuelvan, incluso, contra vosotros y unan sus manos a las de los
enemigos del reino. Si el mundo os odia, recordad que me odió a mí antes que a vosotros. Si fuéseis
de este mundo, entonces el mundo amaría lo suyo propio. Pero, como no lo sois, el mundo se niega
a amaros. Estáis en este mundo, pero vuestras vidas no deben ser de este mundo. Os he escogido de
entre el mundo para representar el espíritu de otro mundo. Recordad siempre mis palabras: el
sirviente no es más grande que su amo. Si se atraven a perseguirme, también os perseguirán a
vosotros. Si mis palabras ofenden a los no creyentes, también las vuestras ofenderán a los sin Dios.
Os harán todo esto porque no creen en mí ni en el que me envió. Por eso
sufriréis muchas cosas en nombre de mi evangelio.

(Pg. 69)
Pero, cuando soportéis estas tribulaciones, recordad que yo también sufrí antes que vosotros en el
nombre de este evangelio del reino celestial.”
“Muchos de los que os asalten son ignorantes de la luz del cielo. Esto, en cambio, no es así para
algunos que ahora nos persiguen. Si no les hubiésemos enseñado la Verdad podrían hacer cosas
extrañas, sin caer en la condena. Pero ahora, puesto que han conocido la luz y se han atrevido a
rechazarla, no tienen excusa para su actitud. El que me odia, odia a mi Padre. No puede ser de otro
modo. Del mismo modo que la luz os salvará, si es aceptada, os condenará si, a sabiendas, resulta
rechazada.”
“¿Y qué he hecho yo para que estos hombres me odien con tanto ahínco? Nada, salvo ofrecerles la
hermandad en la Tierra y la salvación en el cielo. ¿Es que no habéis leído en la Escritura. ” Y me
odiaron sin una causa.””
“Pero no os dejaré solos en el mundo. Muy pronto, después que me haya ido, os enviaré un Espíritu
ayudador. Tendréis entonces con vosotros a uno que tomará mi lugar. Uno que continuar enseñando
el camino de la Verdad y que, incluso, os consolará.”
“No permitáis que se turben vuestros corazones. Creéis en Dios. Continuad creyendo también en
mi. Aunque yo debo dejaros, no estaré lejos de vosotros. Ya os he dicho que en el universo de mi
Padre hay muchos lugares donde quedarse. Si esto no fuera verdad, no os hubiese hablado
repetidamente sobre ello. Voy a volver a esos mundos de luz: estaciones en el cielo del Padre, a las
que alguna vez ascenderéis. Desde estos lugares vine a este mundo y ahora ha llegado el momento
en el que debo volver al trabajo de mí Padre en las esferas de lo alto.”
“Por tanto, si voy antes que vosotros al reino celestial del Padre, tened la seguridad de que enviaré a
por vosotros para que podáis estar conmigo en los lugares que fueron preparados para los hijos
mortales de Dios, antes de que existiese este mundo...”
“Aunque deba dejaros -continuó Jesús ante la lógica incomprensión de los atentos discípulos-
, seguiré presente en espíritu. Finalmente, estaréis conmigo, en persona, cuando hayáis ascendido
hasta mí, en mi universo, así como yo estoy a punto de ascender a mi Padre, a su universo mayor88.
Y lo que os digo es eterno y verdadero, aunque ahora no lo comprendáis del todo. Yo voy al Padre
y, aunque ahora no podáis seguirme, ciertamente lo haréis en épocas venideras.”
Tomás:
“-Maestro -le dijo-, no sabemos a dónde vas. No conocemos el camino. Pero, si nos lo muestras,
esta misma noche te seguiremos...”
“-Tomás, yo soy el camino, la Verdad y la vida. Ningún hombre va al Padre si no es a través mío.
Todos los que encuentran al Padre, primero me encuentran a mí. Si me conocéis, conocéis el
camino hacia el Padre. Y vosotros me conocéis porque habéis vivido conmigo y ahora me veis.”
Felipe dirigiéndose al rabí, habló así:.“-Maestro, muéstranos al Padre y todo cuanto has dicho
quedará claro."
El Nazareno replicó en un tono de evidente decepción:
“-Felipe, ¿he estado tanto tiempo contigo y aún no me conoces? De nuevo os declaro: quien me
haya visto a mi ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decir entonces "muéstranos al Padre"? ¿No crees
que yo estoy en el Padre y El en mi? ¿No os he enseñado que las palabras que yo hablo no son mías
sino del Padre? Yo hablo por el Padre y no por mi mismo. Estoy en este mundo para hacer su
voluntad y eso es lo que he hecho. Mi Padre mora en mi y actúa a través mío. Creedme cuando digo
que el Padre está en mí y que yo estoy en El. O, si no, creed al menos en nombre de la vida que he
llevado y en nombre de mis obras.”
“-Cuando haya ido al Padre -intervino de nuevo Jesús- y después que Él acepte el trabajo que he
hecho en la Tierra para vosotros y yo reciba la soberanía final de mi propio dominio, entonces diré a
mi Padre: habiendo dejado a mis hijos solos sobre la Tierra, de acuerdo con mi promesa, les envío
otro enseñante. Y cuando el Padre lo apruebe, yo vertiré el Espíritu de la Verdad sobre toda la
carne. El Espíritu de mi Padre está ya en vuestros corazones y, cuando llegue ese día, también me
tendréis a mi con vosotros, así como ahora tenéis al Padre. Este nuevo don es el Espíritu de la
Verdad viviente. Los no creyentes no escucharán sus enseñanzas, ( Pg. 71) pero los hijos de la luz
lo recibirán con agrado y con todo su corazón. Y conoceréis a este Espíritu cuando venga, de la
misma forma que me habéis conocido a mí. Y recibiréis este don en vuestros corazones y Él
morará en vosotros. ¿Os dais cuenta, por tanto, que no voy a dejaros sin ayuda y sin guía? No os
dejaré en la desolación. Hoy sólo puedo estar con vosotros en persona. En los tiempos venideros
estaré con vosotros y con el resto de los hombres que deseen mi presencia, donde quiera que estéis
y con cada uno al mismo tiempo.
¿No os dais cuenta que es mejor para mí que me marche y que os deje en la carne para que pueda
estar con vosotros en espíritu?”
“Dentro de unas pocas horas, el mundo no me verá más. Pero continuaréis conociéndome en
vuestros corazones hasta que os envíe al nuevo enseñante: al.Espíritu de la Verdad. así como he
vivido con vosotros en persona, así viviré entonces en vosotros: seré uno con vuestras experiencias
personales en el reino del espíritu. Y, cuando haya llegado el momento de que esto suceda, sabréis
ciertamente que yo estoy en el Padre y que, mientras vuestra vida está oculta con el Padre en mí, yo
también estaré con vosotros. He amado al Padre y mantenido su palabra. Me habéis amado y
mantendréis mi palabra. así como mi Padre me ha dado de su espíritu, así os daré yo del mío. Y este
Espíritu de Verdad que yo otorgaré sobre vosotros os guiará y confortará y, finalmente, os
conducirá a toda la Verdad.”
“Os digo estas cosas para que podáis prepararos mejor y soportar las pruebas que están ahora frente
a nosotros. Cuando ese nuevo día llegue, seréis habitados por el Hijo y por el Padre. Y estos dones
del cielo trabajarán siempre el uno con el otro, al igual que el Padre y yo hemos forjado sobre la
Tierra, y ante vuestros ojos, al Hijo del Hombre como a una sola persona. Este Espíritu amigo os
traerá a la memoria todo cuanto os he enseñado. “
El gemelo Judas de Alfeo- se atrevió a levantarse y a preguntar:
“-Maestro... siempre has vivido entre nosotros como un amigo. ¿Cómo te conoceremos cuando ya
no te manifiestes a nosotros, sino a través de ese espíritu? Si el mundo no te ve, ¿cómo estaremos
seguros de ti? ¿Cómo te mostrarás a nosotros?”
“-Hijitos míos -la voz del Cristo era sumamente cordial-, yo me marcho. Vuelvo al Padre. Dentro
de muy poco ya no me veréis como lo hacéis ahora, como carne y sangre. Y en muy poco tiempo os
enviaré a mi Espíritu, que es igual a mí, excepto por este cuerpo material. Este nuevo enseñante es
el Espíritu de la Verdad, que vivirá con cada uno de vosotros, en vuestros corazones. Por tanto,
todos los hijos de la luz serán uno. De esta forma, tanto mi Padre como yo podremos vivir en las
almas de cada uno de vosotros y también en los corazones de los otros hombres que nos aman y que
hacen realidad ese amor, amándose unos a otros como yo, ahora, os estoy amando.”
"-Os digo todo esto -repitió por enésima vez- para que podáis estar preparados frente a lo que os
aguarda y no caigáis en el error. Las autoridades no se contentarán con arrojaros fuera de las
sinagogas. Os aviso: se acerca la hora en que aquellos que os maten crean que están haciendo un
servicio a Dios. Os harán todo esto porque no conocen al Padre. Y han rehusado conocerle porque
han rehusado recibirme. Y ellos rehúsan recibirme cuando os rechazan. Os cuento estas cosas por
adelantado para que, cuando os llegue la hora, como ha llegado ahora la mía, podáis reconfortaros
al recordar que todo me era conocido y que mi Espíritu estará con vosotros en todos vuestros
sufrimientos.
Era con este fin por el que he estado hablando tan claramente desde el comienzo. Incluso os he
advertido que los enemigos de un hombre pueden ser los de su propia casa. Aunque este evangelio
del reino nunca deja de traer gran paz al alma del creyente, no traerá paz a la Tierra hasta que el
hombre se muestre deseoso de creer en mi enseñanza con todo su corazón, estableciendo la práctica
de hacer la voluntad del Padre como el propósito principal de toda vida mortal.”
“Y ahora que os dejo, viendo que ha llegado la hora en que estoy a punto de ir al Padre, estoy
sorprendido de que ninguno de vosotros me haya preguntado: "¿Por qué nos dejas?"”
“De todas formas, sé que os hacéis estas preguntas en vuestros corazones. Os hablaré con claridad.
Como un amigo a otro... “
El silencio se hizo más denso. Señal inequívoca de la expectación despertada por el Maestro.
“-... Es en verdad provechoso para vosotros que yo me marche. Si no me fuera, el nuevo enseñante
no podría venir a vuestros corazones. Debo ser despojado de este cuerpo mortal y restituido a mi
lugar, en lo alto, antes de que pueda enviar a ese espíritu enseñante. Y cuando mi Espíritu venga a
morar en vosotros, El iluminará la diferencia entre el pecado y la rectitud y os hará capaces de
juzgar sabiamente.”
El cansancio debía estar haciendo estragos entre sus hombres porque, de pronto, Jesús hizo
alusión a ello:
“-Aún tengo mucho que deciros, aunque veo que ya no os tenéis en pie. Cuando el Espíritu venga,
Él os conducirá finalmente a toda la Verdad, haciéndoos pasar por las muchas moradas del universo
de mi Padre.
Este Espíritu no hablará de sí mismo. Os mostrará lo que el Padre ha revelado al Hijo e, incluso, las
cosas venideras. El me glorificará, así como yo lo he hecho con el Padre. Él viene después de mí y
os revelará mi (Pg. 71) verdad. Todo lo que el Padre tiene en este dominio es ahora mío. Por tanto,
este nuevo enseñante tomará de lo que es mío y os lo manifestará.”
“Dentro de muy poco os dejaré, aunque por poco tiempo. Después, cuando volváis a verme, yo
estaré ya camino de mi Padre. Entonces, incluso, no me veréis por mucho tiempo.”
Como era de esperar, los apóstoles resultaron nueva y profundamente confundidos. Y
aprovechando el silencio del Maestro, empezaron a preguntarse unos a otros:
“-¿Qué es lo que nos ha contado?... ¿En breve voy a dejaros y, cuando me veáis, será por poco
tiempo, pues estaré camino del Padre? ¿Qué puede querer decir con ese "dentro de muy poco" y con
el "aunque por poco tiempo", No podemos comprender lo que nos está diciendo...”
“-¿Os preguntáis qué quise decir cuando hablé de que dentro de muy poco no estaría ya con
vosotros y que, cuando me viéseis otra vez, estaría de camino a mi Padre? Os he hablado
claramente -insistió Jesús-. El Hijo del Hombre debe morir, pero se volverá a levantar. ¿Es que no
podéis discernir el significado de mis palabras? Primero os apenaréis. más tarde, cuando estas cosas
hayan sucedido, os regocijaréis con todos aquellos que lo comprendan. Una mujer está
verdaderamente afligida a la hora del parto. Pero, una vez libre del hijo, olvida de inmediato su
angustia ante la alegría de saber que ha traído un hombre al mundo. Y así estáis: a punto de
afligiros ante mi partida. Pero pronto os volveré a ver y, entonces, vuestra tristeza se convertirá en
regocijo. Y recibiréis una nueva revelación sobre la salvación de Dios. Una revelación que ningún
hombre podrá arrebataros. Y todos los mundos serán benditos en esta misma revelación de vida, al
llevar a cabo el derrocamiento de la muerte.
Hasta ahora habéis hecho todas vuestras peticiones en nombre de mi Padre. Después de que volváis
a verme, también podréis pedir en mi nombre y yo os oiré.”
“Aquí abajo os he enseñado en proverbios y os he hablado en parábolas. Lo hice así porque sólo
érais niños en el espíritu. Pero ha llegado el tiempo en que os hablaré claramente con respecto al
Padre y a su reino. Y lo haré porque el mismo Padre os ama y desea ser plenamente revelado a
vosotros. El hombre mortal no puede ver al Padre espíritu. Por eso he venido al mundo: para
mostrároslo. Cuando el crecimiento del Espíritu os perfeccione, entonces veréis al mismo Padre.”
Algunos de los discípulos replicaron con frases como éstas:
“-Mirad, realmente nos habla con claridad. Seguramente, el Maestro ha venido de Dios. Pero ¿por
qué dice que debe volver con el Padre?"
Finalizado lo que podríamos calificar de discurso de despedida, el Nazareno se separó de su
diván. Algunos de los apóstoles le imitaron y, durante quince o veinte minutos, departieron
amistosamente, rememorando algunas de las experiencias de su vida en común. Después,
todos ocuparon sus respectivos puestos.
El Maestro, en pie, les habló así:
“-Mientras permanezco con vosotros, bajo la forma de carne, no puedo ser más que un individuo en
medio del mundo. Pero, cuando haya sido liberado de esta investidura de naturaleza mortal, podré
volver como Espíritu y morar en cada uno de vosotros y en los otros creyentes en este evangelio del
reino. Así, el Hijo del Hombre se volverá una encarnación espiritual en las almas de todos los
creyentes verdaderos.”
"Cuando haya vuelto a vosotros en Espíritu podré guiaros mejor a través de esta vida y de las
muchas moradas de la vida futura, en el cielo de los cielos. La vida en la eterna creación del Padre
no es un descanso, una ociosidad sin fin o una egoísta comodidad, sino una incesante progresión en
gracia, verdad y gloria. Cada una de las muchas moradas en la casa de mi Padre es un lugar de paso,
una vida diseñada para que os sirva de preparación para la siguiente. Y así, los hijos de la luz
seguirán de gloria en gloria hasta que alcancen el estado divino (en el que serán espiritualmente
perfectos), al igual que el Padre es perfecto en todas las cosas.".”
(Pg. 73)
“-Si me seguís cuando os deje, poned vuestros más ardientes esfuerzos en vivir de acuerdo con el
Espíritu de mis enseñanzas y con el ideal de mi vida: hacer la voluntad de mi Padre. Haced esto en
lugar de intentar imitar mi natural vida en la carne...”
“El Padre me envió a este mundo, pero sólo unos pocos han elegido recibirme en plenitud. Yo
vertiré mi Espíritu sobre toda carne, pero no todos los hombres elegirán recibir a este nuevo
enseñante como guía y consuelo de su alma. Sin embargo, los que lo reciban se verán iluminados,
limpios y confortados. Y este Espíritu de la Verdad se transformará en ellos en un pozo de agua
viva, manando a la vida eterna.”
“Y ahora, puesto que estoy a punto de dejaros, quiero transmitiros palabras de consuelo. Os dejo la
paz. Mi paz os doy. Y doy estos dones, no como los da el mundo, por medidas. Doy a cada uno de
vosotros todo lo que seáis capaces de recibir. No permitáis que vuestro corazón se turbe, ni que se
muestre temeroso. Yo he superado al mundo y en mí, todos triunfaréis por la fe. Os he advertido
que el Hijo del Hombre será muerto, pero os aseguro que volveré antes de ir al Padre, aunque sólo
sea por un poquito. Y después que haya ascendido al Padre, con seguridad enviaré al nuevo
enseñante para que habite en vuestros mismos corazones. Y cuando veáis que llega el momento en
que todo esto ocurre, no os consternéis. Creed. Tanto mas cuanto que lo sabíais con antelación. Os
he amado con gran afecto y no os dejaría, pero es la voluntad del Padre. Mi hora
ha llegado.”
“No dudéis de estas verdades, aunque os halléis dispersos en el extranjero a causa de las
persecuciones o abatidos por muchas penas. Cuando os sintáis solos en el mundo, yo sabré de
vuestra soledad, de la misma forma que vosotros sabreis de la mía cuando dejéis al Hijo del Hombre
en manos de sus enemigos. La diferencia es que yo nunca estoy solo. El Padre siempre está
conmigo. Incluso en esos momentos rogaré por vosotros. Os he dicho todas estas cosas para que
podáis tener paz y la tengáis abundantemente. En este mundo tendréis tribulaciones, pero estad de
buen humor. Yo he triunfado en el mundo y os he mostrado el camino hacia la eterna alegría y hacia
el servicio eterno. No dejéis que se turbe vuestro corazón... ni le dejéis
tener miedo. “
Aquellas hermosas palabras pusieron casi punto final a la llamada “última cena”. Sólo
restaba un postrero y emotivo capítulo: el de las despedidas personales...
“-Tú, Juan, eres el más joven de mis hermanos. Has estado muy cerca de mí y, aunque os amo a
todos con el mismo afecto que un padre tiene por sus hijos, fuiste designado por Andrés como uno
de los tres que siempre debía estar cerca de mi...”
(Pg. 74)
“-... Además de esto has actuado por mi mismo y debes continuar así, trabajando en favor de los
asuntos relacionados con mi familia en la Tierra. Yo voy al Padre, Juan, teniendo plena confianza
en que seguirás velando por aquellos que son míos en la carne. Cuida que su presente confusión,
respecto a mi misión, de ninguna manera te impida darles toda la simpatía, consejo y ayuda que, lo
sabes, yo les daría si debiese permanecer en la carne.”
“Y ahora, mientras entro en las horas finales de mi carrera en la Tierra, permanece cerca, a mano,
para que pueda dejar cualquier mensaje a mi familia.”
“… Por lo que respecta a mi obra, puesta en mis manos por el Padre, -prosiguió Jesús-, está
terminada, con excepción de mi muerte en la carne. Y estoy preparado para beber esta última copa.
En cuanto a las responsabilidades dejadas por José, mi padre en la Tierra, así como yo las he
atendido durante mi vida, ahora dependo de ti para que actúes en mi lugar, resolviendo estos
asuntos. Y te he elegido para que hagas esto por mí, Juan, porque eres el más joven y, por tanto, es
probable que sobrevivas a los otros apóstoles.”
“- Una vez te llamé a ti y a tu hermano hijos del trueno. Comenzaste con nosotros con una mente
recia e intolerante. Pero has cambiado mucho desde que me rogaste que hiciera caer fuego del cielo
contra los ignorantes e irreflexivos no creyentes. Y aún debes cambiar más. Tienes que llegar a ser
el apóstol del nuevo mandamiento que os he dado esta noche. Dedica tu vida a enseñar a tus
hermanos a amarse los unos a los otros como yo os he amado.”
Cuando hubo terminado, un incontenible gimoteo empañó el silencio de los allí reunidos. Juan
estaba llorando. Y con la voz entrecortada, respondió:
“-Y así lo haré, Maestro. Pero ¿cómo puedo aprender a amar a mis hermanos?”
“-Aprenderás a amar más a tus hermanos -replicó solícito Jesús- cuando aprendas a amar primero a
su Padre del cielo y cuando llegues a estar verdaderamente interesado en el bienestar de todos
ellos.., en el tiempo y en la eternidad. Y todo este interés humano se ve favorecido con el servicio
generoso, con la comprensión, con la simpatía y con el perdón ilimitado. Ningún hombre
despreciará tu juventud. Pero te exhorto a que concedas siempre la debida consideración al hecho de
que la vejez representa, normalmente, experiencia. Y nada en los asuntos del hombre puede
reemplazar a la auténtica experiencia. Esfuérzate en vivir apaciblemente con todos los hombres. En
especial con tus amigos en la hermandad del reino celestial. Y recuerda siempre, Juan: no luches
con las almas que podrías ganar para el reino.”

Simón el Zelote, escuchó las siguientes palabras:


(Pg. 75)
“-Tú eres un verdadero hijo de Abraham. Pero cuánto tiempo he tratado de convertirte en un hijo
del reino celestial!... Te quiero y también todos tus hermanos. Sé que me amas, Simón, y que amas
también el reino, pero continúas intentando que este reino sea de acuerdo con tu gusto. Sé muy bien
que, finalmente, comprenderás la naturaleza espiritual y el significado de mi evangelio y que
realizarás un valiente trabajo en su proclamación. Pero estoy preocupado por lo que pueda ocurrirte
cuando me vaya. Me alegraría saber que no dudarás. Sería feliz si pudiese saber que, después que
vaya al Padre, no dejarás de ser mi apóstol y que te comportarás aceptablemente como embajador
del reino celestial.”
El ardiente patriota no dudó en su respuesta:
“-Maestro, no temas por mi lealtad. He vuelto la espalda a todo para poder dedicar mi vida al
establecimiento de tu reino en la Tierra y no fallaré. Hasta ahora he sobrevivido a todas las
decepciones y no te abandonaré.”
Al oír tan vehemente afirmación, el Maestro replicó con cierta crudeza:
“-Es realmente refrescante oírte hablar así en un momento como éste. Pero, mi buen amigo, todavía
no sabes de lo que estás hablando. Ni por un momento dudaría de tu lealtad o devoción. Sé que no
vacilarías en ir adelante en la lucha y en morir por mí, como lo harían éstos...”
“-... Pero no se requerirá eso de vosotros. Os he dicho repetidamente que mi reino no es de este
mundo y que mis discípulos no lucharán para llevar a cabo su establecimiento. Os lo he dicho
muchas veces, Simón, pero no queréis enfrentaros a la verdad. No estoy preocupado por vuestra
lealtad hacia mí o hacia el reino. Pero ¿qué haréis cuando me marche y despertéis al fin y os deis
cuenta que no habéis comprendido el significado de mi enseñanza y que tenéis que ajustar vuestros
conceptos erróneos a otra realidad?”
“-Ninguno de mis apóstoles es más sincero y honesto de corazón que tú, pero ninguno estará tan
abatido y perturbado como tú después que yo me vaya. Durante tu desaliento, mi espíritu morará en
ti y éstos, tus hermanos, no te abandonarán. No olvides lo que te he enseñado sobre la relación entre
los ciudadanos del mundo y la "ciudadanía" de los otros hijos: los del reino de mi Padre. Medita
bien todo lo que te he dicho sobre dar al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios y a mi
lo que es mío. Dedica tu vida, Simón, a mostrar cuán aceptablemente puede el hombre mortal
cunfundir mi precepto referente al reconocimiento simultáneo del deber temporal para con los
poderes civiles y el servicio espiritual en la hermandad del reino. Si eres enseñado por el Espíritu de
la Verdad, nunca habrá conflicto entre las obligaciones que impone la ciudadanía de la Tierra y las
de ser hijos del cielo.., a no ser que los dirigentes temporales pretendan de vosotros el homenaje y
adoración que sólo pertenecen a Dios. Y ahora, Simón, cuando veas finalmente todo
esto, te hayas sacudido la depresión y salgas adelante, proclamando con gran poder este evangelio,
nunca olvides que yo estaba contigo, incluso en toda tu época de descorazonamiento y que
continuaré contigo hasta el mismo fin. Siempre serás mi apóstol y, cuando llegues a ver con el ojo
del Espíritu y sometas plenamente tu voluntad a la del Padre del cielo, entonces volverás a trabajar
como mi embajador. A pesar de tu lentitud en comprender las verdades que te he enseñado, nadie te
quitará la autoridad que te he dado. Así, Simón, te aviso una vez más: los que luchan con la espada,
mueren con la espada. Sin embargo, los que trabajan en el Espíritu
consiguen la vida eterna en el reino y la paz y la alegría en la Tierra. Cuando la misión
encomendada a tus manos haya sido terminada en el mundo, tú, Simón, te sentarás conmigo en mi
reino. Y verás realmente el reino por el que has suspirado. Pero no será en esta vida. Continúa
creyendo en mí y en lo que te he revelado y recibirás el regalo de la vida eterna.”
A Mateo Leví:
“-Ya no te corresponderá cuidar de la caja del grupo apostólico. Pronto, muy pronto, todos os
dispersaréis. No os será permitido disfrutar siquiera del reconfortante y continuo apoyo de uno solo
de vuestros hermanos. Cuando vayáis predicando este evangelio del reino tendréis que buscar
nuevos compañeros. Os he enviado de dos en dos durante el tiempo de entrenamiento pero, ahora
que os dejo, después que os hayáis recuperado del golpe, iréis solos y hasta los confines de la
Tierra, proclamando esta buena noticia: que los mortales vivificados en la fe son los hijos de Dios.”
Mateo, con su habitual calma y sentido práctico, preguntó a su vez:
“-Pero, Maestro, ¿quién nos enviará y cómo sabremos a dónde ir? ¿Nos enseñará Andrés el
camino?”
“-No, Leví -respondió Jesús, la jefatura del hermano de Simón Pedro-, Andrés ya no os dirigirá en
la proclamación del evangelio. En verdad, continuará como vuestro amigo y consejero hasta el día
en que llegue el nuevo maestro. Entonces, el Espíritu de la Verdad os guiará al extranjero para que
trabajéis por la ampliación del reino. Muchos cambios han sobrevenido sobre vosotros desde aquel
día, en la casa de aduanas, cuando, por primera vez, empezásteis a seguirme. Pero muchos más
deben ocurrir antes de que podáis contemplar la visión de una hermandad en la que gentiles y judíos
se sienten en asociación fraternal. Pero seguid adelante en vuestras prisas por ganar a vuestros
hermanos judíos. Cuando estéis totalmente satisfechos, volved entonces con fuerza hacia los
gentiles. De una cosa puedes estar seguro, Leví: has ganado la confianza y el afecto de tus
hermanos. Todos te quieren.”
(Pg. 76)
“-Leví, sé de tus ansiedades, sacrificios y trabajos para mantener llena la caja. Tus hermanos no lo
han sabido. Y me siento contento de que, aunque el que lleva la bolsa no está, el embajador del
tabernero esté aquí, en mi reunión de despedida, con los mensajeros del reino. Ruego porque puedas
discernir el significado de mi enseñanza con los ojos del espíritu. Y cuando el nuevo maestro llegue
a tu corazón, sigue adelante. Él te guiará. Y muestra a tus hermanos y a todo el mundo lo que el
Padre puede hacer con un odiado recaudador de impuestos, que se atrevió a seguir al Hijo del
Hombre y a creer en el evangelio del reino. Incluso desde el principio, Leví, te quise como quise a
estos otros galileos. Sabiendo entonces muy bien que ni el Padre ni el Hijo tienen en cuenta a las
personas, mira de no hacer esas distinciones entre los que lleguen a ser creyentes en el evangelio a
través de tu ministerio. Y así, Mateo, dedica toda tu vida de servicio futuro a mostrar a los hombres
que Dios no tiene en cuenta la posición de las personas. Que, a la vista del Padre en la hermandad
del reino, todos los humanos son iguales, todos son hijos de Dios.”
A Santiago Zebedeo:
“-Santiago, cuando tú y tu hermano pequeño llegásteis una vez hasta mí, buscando preferencias en
los honores del cielo y os respondí que esos honores eran otorgados por el Padre, os pregunté si
seríais capaces de beber mi copa. Los dos respondísteis que sí. Aunque ni entonces ni ahora estéis
preparados para ello, pronto estaréis dispuestos para tal servicio, a causa de la experiencia que estáis
a punto de atravesar. Por aquel comportamiento reñiste a tus hermanos. Si todavía no te han
perdonado del todo, lo harán cuando vean que bebes mi copa. Tanto si tu ministerio es largo o
corto, conserva tu alma en paz. Cuando el nuevo maestro venga, deja que te enseñe el equilibrio de
la compasión y esa amable tolerancia que nace de la sublime confianza en mí y en la perfecta
sumisión a la voluntad del Padre. Dedica tu vida a demostrar afecto humano y dignidad divina
combinados. Y todos los que vivan así revelarán el evangelio, incluso en la forma de su muerte. Tú
y tu hermano Juan iréis por distintos caminos y uno de vosotros puede que se siente conmigo en el
reino eterno mucho antes que el otro...”
“-Os ayudaría mucho saber que la verdadera sabiduría comprende discreción y coraje a un mismo
tiempo. Aprenderéis sagacidad, para que acompañe a vuestra agresividad. Llegarán supremos
momentos en los que mis discípulos no dudarán en dar sus vidas por este evangelio. Pero, en las
demás circunstancias, en las ordinarias, será mejor aplacar la ira de los no creyentes para que podáis
vivir y continuar predicando las buenas noticias. Mientras tengáis fuerzas, vivid largamente para
que vuestra labor sea fructífera en almas ganadas para el reino celestial.”
A Andrés:
“-Andrés, me has representado con fidelidad como cabeza de los embajadores del reino celestial.
Aunque hayas dudado muchas veces y en otras ocasiones hayas manifestado una clara y peligrosa
timidez, así y con todo, siempre has sido sinceramente justo en tus relaciones con tus compañeros.
Desde tu ordenación y la de tus hermanos como mensajeros del reino has sabido gobernarte a ti
mismo en los asuntos administrativos del grupo. En ningún otro asunto temporal he actuado para
dirigir o influir tus decisiones. Y lo hice así para enseñarte, con vistas a tus deliberaciones en los
grupos futuros. En mi universo y en el universo de los universos de mi Padre, a nuestros hijos-
hermanos se les trata como individuos en todas sus relaciones espirituales. Pero en las de grupo
procuramos que exista una dirección. Nuestro reino es un reino de orden y, donde dos o más
criaturas actúen en cooperación, siempre existe esa autoridad.”
“Y ahora, Andrés, puesto que eres el jefe de tus hermanos por la autoridad de mi nombramiento y
puesto que así has servido, como mi representante personal, ya que estoy a punto de marcharme e ir
a mi Padre, te libero de toda responsabilidad en lo concerniente a los asuntos temporales y
administrativos. De ahora en adelante puedes no ejercer jurisdicción sobre tus hermanos, excepto la
que hayas ganado por tu capacidad como líder espiritual y que ellos reconozcan libremente. Desde
este momento puedes no ejercer ninguna autoridad sobre tus hermanos, a no ser que ellos te la
restauren. Pero esta liberación como cabeza administrativa del grupo de ninguna manera disminuye
tu responsabilidad moral para hacer todo lo que esté en tu mano respecto al mantenimiento de la
unión de todos éstos en el periodo de prueba que se avecina. De ahora en adelante sólo ejerceré
autoridad espiritual sobre y entre vosotros.”
“Si tus hermanos desean retenerte como consejero, te digo que debes hacer todo lo que puedas para
promocionar la paz y la armonía (tanto en los asuntos temporales como espirituales) entre los
grupos de sinceros creyentes en el evangelio. Dedica el resto de tu vida a impulsar los aspectos
prácticos del amor fraterno. Sé amable con mis hermanos en la carne. Manifiesta una devoción
amorosa e imparcial a los griegos del oeste y a Abner, del este. Aunque éstos, mis apóstoles, van a
ser esparcidos muy pronto por los cuatro confines de la Tierra para proclamar la buena nueva de la
salvación, debes mantenerles unidos durante el tiempo de prueba que se avecina. En esa época
debéis aprender a creer en este evangelio sin mí presencia personal. Y así, Andrés, aunque no
recaigan en ti las grandes labores que ven los hombres, conténtate con ser el maestro y consejero de
los que las hacen. Sigue adelante con tu trabajo en la Tierra (hasta el final) y así continuarás este
ministerio en el reino eterno. ¿No te he dicho muchas veces que tengo otras ovejas que no
son de este rebaño?”
A los gemelos Alfeo:
“-Hijitos míos. Vosotros sois uno de los tres grupos de hermanos que eligió seguirme... “
(Pg. 77)
“-... Los seis -prosiguió Jesús- habéis trabajado bien y en paz con vuestra propia carne y sangre.
Pero nadie lo ha hecho mejor que vosotros. Se avecinan tiempos duros... Puede que no comprendáis
todo lo que va a suceder, pero no dudéis que una vez fuísteis llamados para la tarea del reino. Por
algún tiempo no habrá multitudes a quienes dirigir. Pero no os descorazonéis. Cuando vuestro
trabajo en esta vida haya concluido, os recibiré en lo alto y allí, en la gloria, hablaréis de vuestra
salvación a los ejércitos seráficos y a las multitudes de los altos Hijos de Dios. Dedicad vuestra vida
a engrandecer las tareas triviales. Mostrad a todos los hombres y a los ángeles cuán alegre y valiente
puede llegar a ser el hombre mortal. Y tras vuestra época al servicio de Dios, volved a las labores de
los días pasados. Si, por el momento, veis concluido vuestro trabajo en los asuntos exteriores del
reino, volved a las faenas cotidianas. Y hacedlo con la nueva luz de la experiencia de saberos hijos
de Dios. A vosotros, que habéis trabajado conmigo, todo se os ha hecho sagrado. Toda labor
terrenal ha llegado a ser un servicio al Dios Padre. Y cuando oigáis noticias de los hechos de
vuestros anteriores compañeros apostólicos, regocijaros con ellos y continuad vuestra labor diaria
como los que esperan en Dios y sirven mientras esperan. Habéis sido mis apóstoles y siempre lo
seréis y os recordaré en el reino que ha de llegar.”
Felipe fue el siguiente:
“-Felipe, me has formulado muchas y locas preguntas. Y he hecho lo posible para responder a todas
ellas. Ahora contestaré a la última que ha surgido en tu muy honesta aunque poco espiritual mente.
Todo el tiempo he estado acudiendo a ti, mientras te preguntabas: "Qué haré si el Maestro se
marcha y nos deja solos en el mundo?" Oh, tú, hombre de poca fe! Y así y con todo, tienes casi
tanta como muchos de tus hermanos... Has un buen sirviente, Felipe. Nos fallaste pocas veces. Y
uno de los fallos lo utilizamos para manifestar la gloria del Padre...”
“-... Tu oficio de servidor está a punto de concluir, deberás hacer el trabajo para el que fuiste
llamado: la predicación de este evangelio. Felipe, siempre has querido que se muestren las cosas.
Pronto verás grandes hechos. Puesto que has sido sincero, incluso en tu visión material, vivirás para
ver cumplidas mis palabras. Y entonces, cuando seas bendecido con visión espiritual, sigue adelante
en tu trabajo, dedicando tu vida a la conducción de la Humanidad hacia la búsqueda de Dios y de
las realidades espirituales, pero con los ojos de la fe; no con los de la mente material. Recuerda,
Felipe, tienes una gran misión en la Tierra. El mundo está lleno de hombres que miran la vida como
tú lo has hecho. Tienes un gran trabajo por hacer, y, cuando esté terminado, vendrás a mi, en mi
reino y tendré gran placer en enseñarte lo que no ha visto el ojo, escuchado el oído ni concebido la
mente mortal. Entretanto, sé como un niño pequeño en el reino del Espíritu y Permíteme, como
Espíritu del nuevo maestro, guiarte hacia el reino espiritual. De esta forma podré hacer mucho por
ti: lo que no pude llevar a cabo cuando permanecí contigo como un mortal. Y recuerda siempre,
Felipe: quien me haya visto, ha visto al Padre.”
A Natanael:
“-Natanael, has aprendido a vivir por encima de los prejuicios y a practicar una tolerancia cada vez
mayor, puesto que te hiciste mi apóstol. Pero aún hay mucho que aprender. Has sido una bendición
para tus compañeros, siempre amonestados con tu sinceridad. Cuando me haya ido, puede que tu
franqueza interfiera en las relaciones con tus hermanos, tanto con los antiguos como con los nuevos.
Debes aprender que incluso la expresión de un buen pensamiento tiene que ser modulada de
acuerdo con el nivel intelectual y el desarrollo espiritual del que escucha. La sinceridad es más útil
en las tareas del reino cuando se casa con la discreción.”
“Sí aprendieses a trabajar con tus hermanos podrías finalizar muchas más cosas. Pero si te
encuentras a ti mismo en la búsqueda de aquellos que piensan como tú, en ese caso, dedica tu vida a
demostrar que el discípulo conocedor de Dios puede llegar a ser un constructor del reino, incluso
cuando esté solo y separado de sus hermanos creyentes. Sé que serás fiel hasta el final. Y algún día
te daré la bienvenida al amplio servicio de mi reino, en lo alto.”
Bartolomé se dirigió entonces al rabí, preguntándole:
“-He escuchado tus enseñanzas desde la primera vez que me llamaste al servicio de este reino. Pero,
honestamente, no puedo comprender todo el significado de lo que nos dices. No sé qué más
debemos esperar. Y creo que la mayoría de mis hermanos están perplejos, al igual que yo, aunque
dudan en confesar su confusión. ¿Puedes ayudarme?”
(Pg. 78)
“-Amigo mío -respondió el Cristo al instante-, no es extraño que te encuentres perplejo en tu intento
por comprender el significado de mis enseñanzas espirituales. Arrastráis el preconcepto de la
tradición judía y os empeñáis en interpretar mí evangelio de acuerdo con las enseñanzas de los
escribas y fariseos. Os he enseñado por la palabra de mi boca y he vivido mi vida entre vosotros. He
hecho lo posible para alumbrar vuestras mentes y liberar vuestras almas, pero lo que no habéis
conseguido hasta ahora por mis enseñanzas, debéis adquirirlo de la mano de ese maestro de
maestros: la experiencia real. En esa nueva andadura, yo iré por delante y el Espíritu de la Verdad
estará con vosotros. No temáis. Lo que ahora no podéis comprender, el nuevo maestro, cuando haya
venido, os lo revelará en esta vida y en vuestro aprendizaje en el tiempo eterno.”
Jesús dirigió entonces su voz hacia el centro de la mesa:
“-No os turbéis porque no podáis asimilar todo el significado del evangelio. No sois más que
hombres finitos y mortales y lo que os he enseñado es infinito, divino y eterno. Sed pacientes.
Tened valor. Tenéis las edades eternas ante vosotros. En ellas continuaréis vuestra progresiva
perfección, así como vuestro Padre del Paraíso es perfecto.”
Jesús se incorporó y caminó hasta la posición de Tomás. Y se le oyó decir:
“-Tomás. A menudo te ha faltado la fe. Sin embargo, a pesar de esos momentos de duda, nunca has
carecido de coraje. Sé muy bien que los falsos profetas y maestros no te engañarán. Después que me
haya ido, tus hermanos apreciarán mucho más tu forma crítica de ver y enjuiciar las enseñanzas. Y
cuando todos os disperséis por los confines de la Tierra, recuerda que aún eres mi embajador.
Dedica tu vida a la gran obra de mostrar cómo la mente crítica material puede triunfar sobre la
inercia de la duda intelectual, cuando se enfrenta con la demostración de la manifestación de la
verdad viva.”
“Tomás, estoy contento de que te hayas unido a nosotros. Y sé que, tras un corto período de
perplejidad, seguirás adelante, en el servicio del reino. Tus dudas han confundido a tus hermanos,
pero no a mí. Tengo confianza en ti e iré delante tuyo a los más remotos lugares de la Tierra.”
A Simón Pedro:
“-Pedro, sé que me amas. Y sé que dedicarás tu vida a la proclamación pública de este evangelio del
reino a judíos y gentiles. Pero estoy apenado... Tus años de tan firme asociación conmigo no te han
ayudado lo suficiente a pensar antes de hablar... “
“-... ¿Qué experiencia debes vivir para que aprendas a ser cauteloso con tu boca? Cuántos
problemas nos has dado por tu irreflexión y por tu presuntuosa confianza en ti mismo! Y estás
destinado a crearte muchos más si no dominas esa debilidad. Sabes que, a pesar de ese defecto, tus
hermanos te aman. Y debes entender igualmente que esa debilidad de ningún modo disminuye mi
afecto hacia ti. Pero te resta eficacia y multiplica tus problemas... “
“-... Sin duda, la experiencia que pasarás esta noche te será de gran ayuda. Y lo que ahora te digo,
Simón Pedro, sirve también para todos los aquí reunidos: esta noche correréis grave peligro de
tropezar conmigo. Sabéis que está escrito: "El Pastor será castigado y las ovejas esparcidas fuera."
Cuando esté ausente habrá el riesgo de que algunos de vosotros sucumbáis ante la
duda y tropecéis por lo que a mí me suceda. Pero ahora mismo os prometo que volveré por un corto
tiempo y que, entonces, entraré en Galilea.”
El fogoso Pedro no tardó en replicar:
“-No importa si todos mis hermanos sucumben ante la duda por tu causa. Prometo que no tropezaré
con nada que tú puedas hacer. Iré contigo! Y, si es necesario... moriré por ti!”
“-Pedro, en verdad, en verdad te digo que esta noche no cantará el gallo antes de que me hayas
negado... tres o cuatro veces.”
“-... De esta forma-. -continuó Jesús-, lo que no has conseguido aprender de tu pacífica unión
conmigo, lo asumirás entre problemas y penas. Y cuando hayas entendido esta necesaria lección,
deberás reconfortar a tus hermanos y seguir adelante, llevando una vida entregada a la predicación
de este evangelio. Aunque puedas ir a prisión y, quizá, seguirme, pagando el precio supremo por el
amoroso servicio en la construcción del reino del Padre.”
“-Pero recuerda mí promesa: cuando haya resucitado, me quedaré con vosotros un tiempo antes de
ir al Padre. Incluso esta noche haré súplicas para que os fortalezca ante lo que debéis soportar. Os
amo a todos con el (Pg.79) amor con que el Padre me ama y, por tanto, de ahora en adelante, debéis
amaros los unos a los otros como yo os he amado.”

(Pg. 119)
DESPUES DE RESUCITADO
-”¿Qué buscáis?...”
Maria Magdalena: -Quedé desconcertada. Aquella voz... Me sequé las lágrimas como pude y,
mirándole, acerté a responder: “Buscamos a Jesús... enterrado en la tumba de José... Pero ya no está.
¿Sabes tú dónde le han llevado?”
-Era Él... Entonces lo supe. Su voz..., su voz...
-Su voz. Sí, yo la conozco. Era Él!
”Este Jesús, ¿no os ha dicho, hasta en la misma Galilea, que moriría, pero que resucitaría?”
-Todas nos conmovimos -prosiguió Salomé-. Todas conprendimos... Pero no supimos reaccionar.
Al poco, volvió a hablar. Su voz, dulce y afectuosa, pronunció un nombre:¡ María!"
Maria Magdalena: -Entonces, al escuchar mi nombre, ya no dudé. Era el Maestro! Pero, estaba tan
cambiado!... “Y presa de una mezcla de alegría, sorpresa y miedo, enterré mi rostro en el polvo de
la finca, murmurando: "Mi Señor!... Mi Maestro!"
“Mis hermanas me imitaron y cayeron igualmente de rodillas, atónitas. Sé que puede parecerte una
niñería, pero, ardiendo en deseos de abrazarle, de besarle, de estrujarle entre mis brazos, fui
acercándome a Él. Y cuando me disponía a hacerlo, retrocedió, diciendo:
“No me toques, María! No soy el que tú has conocido en la carne..."
“...Bajo esta forma permaneceré entre vosotros antes de ir cerca del Padre.”
”Ahora íd todas y decid a mis apóstoles, y a Pedro! que he resucitado y que me habéis hablado.”
(Pg. 125)
Nuevamente a Maria Magdalena: “No permanezcas en la duda. Ten valor... Cree lo que has visto y
oído. Vuelve con los apóstoles y diles otra vez que he resucitado... que apareceré ante ellos y que,
pronto, como he prometido, les precederé en Galilea.”
(Pg. 143)
A Maria Magdalena y otras mujeres en casa de Jose de Arimatea: “Que la paz sea con
vosotras.” “En la comunión del reino no habrá ni judío ni gentil. Ni rico ni pobre. Ni hombre ni
mujer. Ni esclavo ni señor... Vosotras también estáis llamadas a proclamar la buena nueva de la
liberación de la Humanidad por el evangelio de la unión con Dios en el reino de los cielos. Id por el
mundo entero anunciando este evangelio y confirmar a los creyentes en esta fe. A la vez que hacéis
esto, no olvidéis a los enfermos y alentar a los tímidos y temerosos. Siempre estaré con vosotras
hasta los confines de la tierra.”
(Pg. 149) En casa de Flavio a los griegos (narración por Juan Marcos a los Apostoles): -”Que la
paz sea con vosotros. Aun cuando el Hijo del Hombre haya aparecido en la tierra entre judíos, traía
su ministerio para todos los hombres...”
“traía su ministerio para todos los hombres. Dentro del reino de mi Padre, no hay ni habrá judíos ni
gentiles. Todos seréis hermanos... Los hijos de Dios.”
-”Todos seréis hermanos... Los hijos de Dios.”
(Pg. 152) Se le apareció a Pedro y le dijo: “Pedro, el enemigo quería poseerte, pero yo no te he
abandonado.”
“Sabía que en tu corazón no habías renegado de mí. Por ello, te perdoné antes de que me lo pidieras.
Ahora hay que dejar de pensar en uno mismo y en las actuales dificultades. Prepárate a llevar la
buena nueva del evangelio a aquellos que se encuentran en las tinieblas. No te preocupes por lo que
puedas conseguir del reino más bien, mira lo que tú puedas dar a los que viven en la horrenda
miseria espiritual. Estáte presto Simón, para el combate de un nuevo día, para la lucha contra el
oscurantismo espiritual y las nefastas dudas del pensamiento natural de los hombres.”
“Adiós, Pedro, hasta que te vea en compañía de tus compañeros.“
(Pg. 154) A los hermanos Emaus: Cleofas y Jacobo (pastores): “¿Cuáles eran las palabras que
intercambiábais con tanta seriedad cuando me he aproximado a vosotros?”
Y yo le dije: ¿Es posible que vivas en Jerusalén y no
sepas los acontecimientos que han ocurrido? Y él preguntó: “¿Qué acontecimientos?”
Si desconoces esos hechos (le dije un tanto malhumorado), eres el único en la ciudad que no está al
tanto de los rumores referentes a Jesús de Nazaret, que era un profeta rico en palabras y obras ante
Dios y el pueblo. Los jefes de los sacerdotes y los dirigentes judíos le han entregado a los romanos,
exigiendo su crucifixión. Pero esto no es todo (añadí, convencido de que, en efecto, aquel forastero
no sabía nada sobre el Maestro). Muchos de nosotros esperábamos que librase a Israel del yugo de
los gentiles, además, hoy estamos en el tercer día desde su crucifixión y algunas mujeres nos han
asombrado, declarando que habían salido muy de mañana hacia el sepulcro, encontrando la tumba
vacía. Y estas mismas mujeres repiten con insistencia que han conversado con Jesús y sostienen que
ha resucitado de entre los muertos. Cuando lo contaron a los hombres,
dos de los discípulos corrieron a la tumba y también la hallaron vacía...
(Pg. 155) “Qué lentos sois para comprender la verdad! Si decís que el motivo de vuestra discusión
eran las enseñanzas y las obras de este hombre, os lo voy a aclarar, ya que estoy más acostumbrado
a estas enseñanzas. ¿No recordáis lo que siempre dijo y predicó Jesús?: ¿que su reino no era de este
mundo y que todos los hombres son hijos de Dios? Por ello deben encontrar la liberación y la
libertad en la alegría espiritual de la comunión fraterna del servicio afectuoso en este nuevo reino de
la verdad del amor del Padre celestial."
Cleofás enmudeció. Y con cierto pudor pasó a interrogar a los presentes.
-¿Qué pudo querer decir con esas intrincadas palabras?
“¿No recordáis cómo el Hijo del Hombre proclama la salvación de Dios para todos los hombres,
sanando a los enfermos y a los afligidos y liberando a aquellos que estaban unidos por el miedo y
que eran esclavos del mal? ¿No sabéis que este hombre de Nazaret avisó a sus discípulos de que
habría que ir a Jerusalén y de que le entregarían a sus enemigos, que le condenarían a muerte,
resucitando al tercer día? ¿No habéis leído los pasajes de las Escrituras relativos a este día de
salvación de los judíos y gentiles, donde se dice que en Él todas las familias de la tierra serán en
verdad bendecidas, que oirá el grito lastimero de los necesitados y que salvará las almas de los
pobres que buscan su ayuda y que todas las naciones le calificarán de bendito? ¿No habéis oído que
este Liberador aparecerá a la sombra de una gran roca, en un país desértico? ¿Que alimentará el
rebaño como un verdadero pastor, acogiendo en sus brazos a los corderos y llevándolos dulcemente
sobre su pecho? ¿Que abrirá los ojos a los ciegos espirituales y liberará a los presos de la
desesperación en plena libertad y luz?...”
“¿Que todos los que moran en las tinieblas verán la gran luz de la salvación eterna? ¿Que curará los
corazones destrozados, proclamará la libertad de los cautivos del pecado y abrirá las puertas de la
cárcel a los esclavos del miedo y del mal? ¿Que llevará el consuelo a los afligidos y extenderá sobre
ellos la alegría de la salvación, en lugar del dolor y de la opresión? ¿Que será el deseo de todas las
naciones y la alegría perpetua de los que buscan la justicia? ¿Que este Hijo de la Verdad y de la
rectitud se levantará sobre el mundo con una luz de curación y un poder de salvación? ¿Que
perdonará los pecados a sus fieles? ¿Que buscará y salvará a los extraviados? ¿Que destruirá a los
débiles, pero que llevará la salvación a todos aquellos que tienen hambre y
sed de justicia? ¿No habeis oído que los que crean en Él gozarán de la vida eterna? ¿Que extenderá
su espíritu sobre toda la carne, y que en cada creyente este Espíritu de la Verdad será un manantial
de agua viva, incluso en la vida eterna? ¿No habéis comprendido la grandeza del Evangelio del
Reino que ese hombre os ha dado? ¿No veis cuán grande es la salvación de la que os beneficiais?"
-Por mi santa madre, que en la gloria esté! -los ojos del mocetón se humedecieron-.Entonces caí en
la cuenta! Era Jesús! Y, cuando, tras dar un codazo a mi hermano, comenté “Es el
Maestro!", desapareció.
(Pg. 157) Aparición a sus apóstoles en casa de Elías Marcos: -La paz sea con vosotros!
-¿No os dije que los principales sacerdotes y dirigentes me entregarían a la muerte, que uno de
vosotros me traicionaría y que resucitaría al tercer día?
Jesús de Nazaret -porque tenía que ser Él- fue bajando los brazos muy despacio.
Entonces-prosiguió la “voz"-, ¿a qué tantas discusiones y dudas sobre lo que manifestaron las
mujeres, Cleofás, Jacobo o el mismo Pedro? Y ahora que me veis, ¿me vais a creer? Nadie
respondió. ¿Quién, en su sano juicio, lo hubiera hecho?
(Pg. 158) -Uno de vosotros todavía está ausente. Cuando os reunais una vez más y sepáis con
seguridad que el Hijo del Hombre ha resucitado, marchad para Galilea...
¿Marchar para el norte? Otra vez aquella consigna...
-Tened fe en Dios! Tened fe los unos en los otros! Así entraréis en el nuevo servicio del reino de los
cielos.
El “ser” hizo una brevísima pausa. Era asombroso! Había matices en el timbre de su voz!
-Permaneceré en Jerusalén hasta que estéis en condiciones de partir hacia Galilea. Os dejo en paz. Y
en una fracción de segundo -quizá en menos-, toda la figura de luz se esfumó, recogiéndose
sobre sí misma, hasta que sólo quedó un punto brillante, blanco como el más potente de los
arcos voltaicos, en el lugar que debía ocupar el supuesto “cerebro” del no menos supuesto
“hombre"... Después, también ese punto se disolvió. Y en las retinas de mis ojos siguió “vivo",
oscilando a cada parpadeo, como cuando se observa fijamente el disco solar.
(Pg. 181) A Santiago el hermano: “Santiago, te llamo para el servicio del reino. Únete seriamente
a tus hermanos y sígueme." Santiago no conto lo que le dijo Jesus.
(Pg. 182) “Adiós, Santiago, hasta que os salve a todos juntos.”
(Pg. 184) A David Zebedeo y las hermanas de Lazaro: "La paz sea con vosotros." Nos
quedamos mudos. Pero El continuó: “Saludos para aquellos que estuvieron cerca de mí en la
carne y en la comunión de mis hermanos y hermanas en el reino de los cielos. ¿Cómo habéis
podido dudar? ¿Por qué habéis esperado tanto para seguir de todo corazón la luz de la verdad?
Entrad en la comunión del Espíritu de la Verdad en el reino del Padre."
Seguir en la Pg 188
(Pg. 202) El 16 de abril del año 30: Aparicion a sus discípulos: -Que la paz sea con vosotros...
He esperado una semana -continuó, moviendo la cabeza a todo lo largo de la mesa y dirigiendo
así una mirada general-, hasta que estuviérais todos reunidos, para aparecer de nuevo y daros, una
vez más, la orden de recorrer el mundo divulgando el evangelio del reino...
(Pg. 203) Os lo repito: lo mismo que el Padre me ha enviado al mundo, yo os mando. Lo mismo que
he revelado al Padre, vosotros vais a extender el amor divino, no sólo con palabras, sino también
con vuestras vidas cotidianas. Os envío, no para amar las almas de los hombres, sino para amar a
los hombres. No basta que proclaméis las alegrías del cielo. Es preciso también demostrar las
realidades espirituales de la vida divina en vuestra experiencia diaria. Sabéis por la fe que la vida
eterna es un don de Dios. Cuando tengáis más fe y el poder de arriba (el Espíritu de la Verdad) haya
penetrado en vosotros, no ocultaréis vuestra luz. Aquí, tras las puertas cerradas, daréis a conocer a
toda la Humanidad el amor y la misericordia de Dios. Por miedo, huís ahora ante una desagradable
experiencia. Pero, al estar bautizados del Espíritu de la Verdad, iréis felices y alegres a propagar las
nuevas experiencias de la vida eterna en el reino del Padre...
-... Podéis permanecer aquí o en Galilea durante un corto periodo -les manifestó, relajando
ligeramente el timbre de la voz- así podréis reponeros del golpe de la transición entre la falsa
seguridad de la autoridad del tradicionalismo y el nuevo orden de la autoridad de los hechos, de la
verdad y de la fe en las realidades supremas de la viva experiencia. Vuestra misión en el mundo se
basa en lo que he vivido con vosotros: una vida revelando a Dios y en torno a la verdad de que sois
hijos del Padre, al igual que todos los hombres. Esta misión se concretará en la vida que haréis entre
los hombres, en la experiencia afectiva y viviente del amor a todos ellos, tal y como yo os he amado
y servido. Que la fe ilumine al mundo y que la revelación de la verdad abra los ojos cegados por la
tradición. Que vuestro amor destruya los prejuicios engendrados por la ignorancia.
Al acercaros a vuestros contemporáneos con simpatía comprensiva y una entrega desinteresada, les
conduciréis a la salvación por el conocimiento del amor del Padre. Los judíos han exaltado la
bondad. Los griegos, la belleza. Los hindúes, la devoción. Los lejanos ascetas, el respeto. Los
romanos, la fidelidad... Pero yo pido la vida de mis discípulos. Una vida de amor al servicio de sus
hermanos encarnados.
Tras este discurso, el Maestro hizo una breve pausa. Y concentrando en los de Tomás aquella
mágica luz y aquella afilada fuerza que seguían irradiando sus ojos, le dijo sin reproches:
-Y tú, Tomás, que has dicho que no creerías a menos que me vieras y pusieras tus dedos en las
heridas de los clavos de mis muñecas, ahora me has visto y oído...
A pesar de que no veas ninguna señal de clavos... Y Jesús acompañó aquellas palabras con un
movimiento de sus brazos. Los alzó hasta que las palmas quedaron a la altura de su rostro y,
por efecto de la gravedad -otro detalle a tener en cuenta-, las amplias mangas se deslizaron al
momento hacia abajo. Los antebrazos y muñecas, en efecto, no presentaban cicatrices o
señales de las pasadas torturas.
Las miradas de todos -como las de un solo hombre- se centraron en las extremidades
superiores del rabí, que permaneció unos segundos en la misma posición. Fue desconcertante!
Su piel aparecía tersa, con el mismo y abundante vello de antes y con los vasos perfectamente
marcados.
-... ya que ahora vivo bajo una forma que tú también tendrás cuando dejes este mundo -reanudó su
importante aclaración-, ¿qué les dirás a tus hermanos?
El mismo Jesús respondió a su pregunta..-Reconocerás la verdad, ya que, en tu corazón, habías
empezado a creer, a pesar de manifestar con insistencia tu incredulidad.Es justo el momento en
que las dudas empiezan a desmoronarse... Tomás, te pido que no pierdas la fe. Sé creyente... Sé
que creerás con todo tu corazón. Al ver las muñecas de su Maestro y escuchar estas palabras,
Tomás se alzó del diván, cayendo de rodillas sobre el entarimado. Y asustado, exclamó:
-Creo, mi Señor y mi Maestro!
-Has creído, Tomás, porque me has visto y oído. Benditos sean en los tiempos venideros...!
La sangre se me heló en las venas. Jesús giró ligeramente su rostro, mirándome a los ojos. Y
repitió:
-... Benditos sean en los tiempos venideros los que crean sin haberme visto con los ojos de la carne,
ni oírme con los oídos humanos!
-Ahora, id todos a Galilea. allí os apareceré muy pronto.
Se volvió nuevamente hacia mí, me sonrió y caminó despacio, sin prisas, hacia la penumbra de la
pared por la que le habíamos visto surgir. Y dejamos de verle. Simplemente, se esfumó..

PALABRAS DE JESUS. Tomadas de Caballo de Troya 3. JJ Benitez


(Pg. 121) «Ahora, id todos a Galilea. Allí os apareceré muy pronto.»
(Pg. 235) Juan Marcos le cuenta a Jason lo que le dijo Jesus en Miercoles 5 de abril 30,
cuanto se alejaron a las montañas: (Pg. 236) -Dijo que llegaría a vivir lo suficiente como para ser
un «poderoso mensajero del reino». -... Cuando le pregunté cómo llegar a ser un «poderoso
mensajero del re-ino», el rabí manifestó lo siguiente: «Sé que serás fiel al evangelio del reino
porque conozco tu fe y amor, enraizados en ti gracias a tus padres. Eres el fruto de un hogar en el
que el amor está presente, aunque, por fortuna para ti, tus progenitores no han exaltado en exceso tu
propia importancia. Su amor no ha distorsionado tu corazón. Disfrutas del amor paterno, que ase-
gura una laudable confianza en uno mismo, fomentando los normales sentimientos de seguridad.
También has sido afortunado porque, además del afecto que se profesan mutuamente, tus Padres
han sabido actuar con inteligencia y sabiduría. Ha sido esa sabiduría la que los ha llevado a ser
inflexibles con tus caprichos y debilidades, respetando a un tiempo tu perso-nalidad y tus propias
experiencias. Tú, con tu amigo Amos, me buscasteis en el Jordán. Ambos deseabais venir conmigo.
Al regresar a Jerusalén, tus padres consintieron. Los de Amos se negaron. Aman tanto a su hijo que
le (Pg. 237) negaron la bendita experiencia que tú estás viviendo. Escapándose de casa, Amos pudo
haberse unido a nosotros. Pero esa actuación hubiera herido el amor y sacrificado la lealtad. Los
padres sabios, como los tuyos, procuran que sus hijos no se vean forzados a herir ese amor o ahogar
la lealtad, permitiéndoles, cuando llegan a tu edad, que desarrollen su independencia y que,
gradualmente, vayan saboreando su libertad. No existe nada más desprendido y justo que el
verdadero amor. El amor, Juan Marcos, es la suprema realidad, cuando es otorgado con sabiduría.
Pero los padres mortales, lamentablemente, lo convierten en un rasgo peligroso y egoísta. Cuando te
cases y tengas tus propios hijos, asegúrate de que tu amor esté siempre aconsejado por la sabiduría y
guiado por la inteligencia.
»Tu joven amigo Amos cree en este evangelio del reino tanto como tú, pero no puedo confiar
plenamente en él. No estoy seguro de lo que hará en los años venideros. Su infancia no ha sido la
adecuada. Él es igual a uno de mis discípulos, que tampoco tuvo una educación basada en el amor y
la sabiduría. Tú, en cambio, serás un hombre digno de confianza, porque tus primeros ocho años
transcurrieron en un hogar normal y bien regulado. Posees un fuerte y bien tejido carácter porque
creciste en una casa en la que prevalece el amor y reina la cordura. Tal educación conduce a un tipo
de lealtad que me inclina a creer que terminarás lo que has empezado.»
«Mientras los padres sigan enseñando a rezar el "padrenuestro" -le aseguró Cristo a su joven
acompañante-, sobre ellos caerá la tremenda responsabilidad de ordenar sus hogares de forma que
esa palabra (padre) (Pg.238) encierre y signifique un auténtico valor en las mentes y en los
corazones de sus hijos.»
(pg. 243) Gracias por vuestros sacrificios!
Atónito, le miré de hito en hito. Sonrió con una leve sombra de amargura y, comprendiendo
mi perplejidad, añadió:
-Sabes bien a qué me refiero. Vuestra decisión de conocer la verdadera historia del Hijo del Hombre
no es fruto del azar. Éstos -y su mano izquier-da señaló hacia las embarcaciones del yam-, mis
pequeñuelos de hoy, terminarán por alterar involuntariamente mi mensaje...
-Maestro, yo soy un científico. ¿Cómo puedo comprender y transmitir tu resurrección? Tú estabas
muerto.-
Jesús cedió benévolo a mis requerimientos. Levantó el rostro hacia las estrellas y, a media voz,
comentó rotundo:
-Hay realidades que difícilmente podrán ser probadas por la ciencia o por las deducciones de la
razón pura. Nadie puede concebir esas verdades mientras permanezca en el reino de la experiencia
humana. Cuando hayáis acabado aquí abajo, cuando completéis vuestro recorrido de prueba en la
carne, cuando el polvo que forma el tabernáculo mortal sea devuelto a la tierra de donde procede,
entonces, sólo entonces, el Espíritu que os habita retornará al Dios que os lo ha regalado y tu
pregunta quedará plenamente satisfecha.
-Entonces -insistí sin ocultar mi incredulidad-, ¿es cierto que la muerte es sólo un paso?
-Tan natural y obligado como la calma que sucede a la tempestad. -Pero los hombres de ciencia
no creen...
-La correa de hierro de la verdad, que vosotros calificáis de invariable, os mantiene ciegos en un
círculo vicioso. Técnicamente se puede tener razón en los hechos y, sin embargo, estar eternamente
equivocados en la Verdad.
(Pg. 244) Y, dibujando una inmensa sonrisa, añadió:
-... Yo soy la Verdad. Me has tocado y ahora me ves y escuchas mis palabras. ¿Por qué sigues
dudando? El hecho de que no lo comprendas no significa que esa realidad superior sea una quimera
o el fruto de unas mentes visionarias. Cuando llegue tu hora, mis ángeles resucitadores te
despertarán en un mundo que ni siquiera puedes intuir
-Tus ángeles resucitadores?
El Maestro apuntó hacia las estrellas. Creí comprenderle.
-Tú, querido amigo -comentó sin dejar de observar el brillante firmamento-, a tu manera, ya
respondiste a esa cuestión: en mi reino hay muchas moradas... Y una de ellas es paso obligado para
los mortales que proceden de los mundos evolucionarios del tiempo y del espacio.
-Y tú, ¿también has sido resucitado?
-No, hijo mío -su voz se llenó de ternura-. Acabo de decirte que yo soy la Vida. Mis ángeles, no
a petición mía, sólo han dispuesto de mi envoltura carnal. Pero el poder de resucitar en el Espíritu es
un don que sólo debo al Padre. Algún día, cuando pases al otro lado, lo comprenderás.
-Disculpa mi torpeza.
El Maestro me envolvió en su cálida mirada, animándome a proseguir:
-Si no he entendido mal, ninguno de los seres humanos tiene el poder de autorresucitarse...
-Así es. Sin embargo podéis disfrutar de la esperanza de que nadie, nadie, puede perder ese
derecho. Todos, como yo lo he hecho, despertaréis a una vida que sólo es el principio de una larga
carrera hacia el Paraíso. Una continuada ascensión hacia el Padre Universal. Un «viaje»... sin
retorno.
Las palabras de Jesús -rotundas- no dejaban el menor resquicio a la duda.
-¿Qué quieres decir con eso de que tus ángeles sólo han dispuesto de tu envoltura carnal?
-Te lo he dicho, pero, en tu perplejidad, no escuchas mis palabras...
Lo reconozco. Su «presencia» me tenía trastornado. Mi limitada inteligencia no hacía otra
cosa que dar vueltas en torno a la realidad física de aquel cuerpo, surgido de la «nada».
Supongo que, en el fondo, era inevitable y hasta lógico. No era tan sencillo sentarse junto a un
« resucitado » y dialogar como si tal cosa...
-¡Yo soy la Vida! En verdad te digo que ninguna de mis criaturas puede devolverme lo que es
mío y que sólo comparto con mi Padre. Mis discípulos, y la mayoría de los hombres de los tiempos
venideros, han asociado y asociarán la maravillosa realidad de la vuelta a la vida eterna y espiritual
con la mera desaparición de Mi Cuerpo terrestre. Se equivocan. La desintegración (Pg. 244) de esa
envoltura carnal ha sido un fenómeno posterior a mi verdadera resurrección. Un fenómeno
necesario, fruto del poder de mis ángeles.
-¿Desintegración? Todo el mundo piensa que la desaparición del cuerpo fue un milagro...
Durante unos instantes siguió con la mirada fija en la mágica danza de las llamas. Pensé
incluso que no me había oído.
-A ti sí puedo decírtelo -susurró al fin-. Los milagros, tal y como los conciben muchos seres
humanos, no existen. El poder de mi Padre es tan inmenso que no necesita alterar el orden de lo
creado. El verdadero milagro es vuestra ciega creencia en los milagros.
-Sigo sin entender. Ese cadáver se esfumó ...
Jesús sonrió, llenándome de confianza.
-¿Es que tus ángeles conocen una técnica ... ?
-Tú lo has dicho, Pero, al igual que ocurre con vuestro código moral, el de esas criaturas a mis
órdenes tampoco debe ser violado. Sé que lo comprendes. No es el lugar ni el momento para
hacerlo.
-Disculpa mi curiosidad. ¿Tiene esa «técnica» algo que ver con la manipu-lación del tiempo que
nosotros mismos estamos utilizando?
La sonrisa se acentuó. Fue la mejor de las respuestas. Y con un cálido tono de reproche
añadió:
-¿Cuándo comprenderéis que el tiempo es sólo la imagen en movimiento de la eternidad?
¿Cuánto más necesitaréis para considerar que el espacio es sólo la sombra fugitiva de las realidades
del Paraíso? Os enorgullecéis de vuestros hallazgos y pensáis que la Verdad absoluta está a vuestro
alcance. No comprendéis que sois como niños recién llegados a un orden inmensamente viejo e
inconcebiblemente sabio.
-Y tú, Maestro, ¿qué lugar ocupas en ese «orden»?
-Soy un Hijo Creador.
-No pretendas atrapar lo que todavía es invisible a tus ojos de mortal. Te bastará la fe en la
existencia del Padre. Muchas de mis criaturas, a pesar de haber traspasado la barrera de la muerte,
tampoco están preparadas para enfrentarse, cara a cara, a la luz cegadora del Padre Universal.
(Pg. 246) Un torrente de preguntas empezaba a encharcar mi corazón. ¿El Padre? ¿La
muerte? ¿Aquellas otras criaturas?...
-iTodo parece tan sencillo!... Hablas de la muerte sin miedo... Sin embargo, nosotros...
-Vosotros os empeñáis en apagar la «luz» que late en cada uno de los co-razones y que fue
depositada ahí, precisamente para vencer el miedo. Si los hombres escucharan su propia voz, nadie
temería ese paso. ¿Por qué crees que he vuelto?
No me dejó responder.
Es preciso que unos pocos me vean ahora para que otros muchos crean y aprendan a mirar hacia
sí mismos. La muerte, hijo mío, es sólo una puerta. No temáis cruzarla.
-Algunos seres humanos -esbocé con dificultad- temen más la incógnita del «después» de la
muerte que al hecho físico de la misma...
-Ésos -se apresuró a intervenir-, en el escandaloso tronar de sus dudas, silencian la íntima y
sabia «voz» de sus conciencias. Dejad que sea ella quien os guíe. Todo, en la creación de mi Padre,
está meticulosa y misericordiosamente dispuesto para vuestro bien. Nadie muere. Nada muere.
Todo es un continuo progreso hacia el Paraíso. Y ni siquiera ése es el fin...
-Pero las religiones y algunas Iglesias predican la salvación y la condenación...
Fue la única vez que su rostro se endureció.
-No midas a nuestro Padre Universal con la vara de los hombres. Ni confundas la religión de la
autoridad con la del espíritu. Algún día, todos los mortales comprenderán que sólo la carrera de la
experiencia y de la búsqueda personal es digna de la «chispa» divina que os alimenta a cada uno de
vosotros. Hasta que las razas no evolucionen, el mundo asistirá a esas ceremonias religiosas,
infantiles y supersticiosas, tan características de los pueblos primitivos. Hasta que la Humanidad no
alcance un nivel superior, reconociendo así las realidades de la experiencia espiritual, muchos
hombres y mujeres preferirán las religiones autoritarias, que sólo exigen el asentimiento intelectual.
Estas religiones de la mente, apoyadas en la autoridad de las tradiciones religiosas, ofrecen un
cómodo cobijo a las almas confusas o asaltadas por las dudas y la incertidumbre. El precio a pagar
por esa falsa y siempre provisional seguridad es el fiel y pasivo asentimiento intelectual a «sus»
verdades. Durante muchas generaciones, la Tierra acogerá a mortales tímidos, temerosos y
vacilantes que preferirán este tipo de «pacto». Y yo te digo que, al unir sus destinos al de las
religiones de la autoridad, pondrán en peligro la sagrada soberanía de sus personalidades,
renunciando al derecho a participar en la más apasionante y vivificante de (Pg. 247) todas las
experiencias humanas: la búsqueda personal de la Verdad y todo lo que ello significa...
-¿Y qué representa esa «búsqueda personal»?
Aquel increíble Hombre abrió sus brazos y, mostrándome las luces del lago, la infinita
belleza del firmamento y el crepitar del fuego, sentenció vibrante:
-¿Y tú, embarcado en esta apasionante aventura, me lo preguntas? ¿Qué me dices de la alegría y
de las emociones que conllevan vuestros descubrimientos? ¿No ha merecido la pena?
Guardé silencio. Una vez más estaba en lo cierto.
-Los descubrimientos intelectuales, amigo mío, constituyen siempre una «aventura» y un riesgo.
Pero sólo los audaces, los que obedecen a su propio «yo», están capacitados para enfrentarse a ello.
Sólo ésos, los auténticos «buscadores» de la Verdad, saben explorar con resolución y sin miedo las
realidades de la experiencia religiosa personal. ¡Tú mismo y tu hermano estáis experimentando la
suprema satisfacción del triunfo de la fe sobre las dudas intelectuales!
Ahora, con el beneficio del tiempo y de la perspectiva, aquella extrañeza mía me parece
ridícula. Aferrado aún al duro lastre de lo material, la directa alusión a Eliseo -y a la familiar
fórmula con que vengo definiéndolo: mi hermano- me dejó perplejo. El «poder» de aquel Ser,
sencillamente, era absoluto.
-Y estas victorias, único objetivo de la existencia humana, sólo conducen a un fin: la búsqueda
personal de Dios. En verdad, en verdad te digo que todo hombre que se empeñe en esa suprema
aventura encontrará a mi Padre, incluso en el desaliento de las dudas. La religión del espíritu
significa lucha, conflicto, esfuerzo, amor, fidelidad y progreso. La dogmática, por el contrario, sólo
exige de sus fieles una parte ínfima de ese esfuerzo. No olvides, Jasón, que la tradición es un
sendero fácil y un refugio seguro para las almas tibias y temerosas, incapaces de afrontar las duras
luchas del espíritu y de la incertidumbre. Los hombres de fe viajan siempre por los difíciles
océanos, a la búsqueda de nuevos horizontes. Los surrusos se limitan a costear o fondean sus
inquietudes al abrigo de puertos limitados, impropios de «navíos» que han sido hechos para audaces
y lejanas singladuras.
-Esas palabras -repliqué sin poder contenerme-, en «mi tiempo», te llevarían de nuevo a la
muerte...,
-No olvides que mi paso por el mundo será motivo de división y enfren-tamiento...
De nuevo le interrumpí:
-Dime: ¿qué debe hacer un hombre que desea encontrar la Verdad?
-Tú tampoco has comprendido mi mensaje?
(Pg. 248) Una ola de vergüenza me hizo bajar los ojos. Pero aquel Hombre, al punto, pasando su
brazo izquierdo sobre mis hombros, me obligó a sostener su mirada. El contacto de aquella mano,
aferrada con firmeza a mi hombro, fue como una sacudida eléctrica.
-Confiar en nuestro Padre. Sólo eso. Cada amanecer, cada momento de tu vida, ponte en sus
manos. Lucha por la fraternidad entre los humanos. Lucha por la tolerancia y por la justicia. Lucha
por los débiles. Él se encargará del resto.
-¡El Padre! -exclamé contagiado de su entusiasmo-. ¡Debe de ser un gran tipo!
Mi prosaica definición hizo reír al Hombre. Sus reacciones, como iría veri-ficando, eran
tan «humanas» y naturales como las de cualquier mortal. ¡Era para volverse loco! Y tomando
un puñado de arena extendió su mano, mos-trándome el negro granulado.
-¡Es tan inmenso -replicó lenta y pausadamente que mide los mares en el hueco de su mano y los
universos en la distancia de un palmo! Es Él quien está sentado en la órbita de la Tierra. El quien
extiende los cielos como un manto y los ordena para que sean habitados. Pero no te confundas: Dios
es un mero símbolo verbal, que designa todas las personalidades de la deidad...
Jesús tomó mi mano derecha y, trasvasando la arena a mi palma, insistió en algo que ya
había comentado:
-Nunca olvides que una parte de ese Dios, de nuestro Padre, entró en ti hace muchos años.
-¿Cuándo?
-Digamos, para simplificar, que en el momento en que tomaste tu primera decisión moral.
-Entonces, ¿yo soy Dios?
-Tú lo has dicho. Y a partir de hoy, búscate en lo más íntimo de tu alma.
La curiosidad me consumía. Y dejándome llevar del más infantil de los impulsos, le solté a
bocajarro:
-¿Cómo te llamas?
El Resucitado no eludió la cuestión. Él sabía que no estaba refiriéndome a su nombre en la
Tierra. Me observó con picardía y, dirigiendo su dedo índice izquierdo hacia las estrellas,
exclamó:
-En mi reino, mis criaturas me conocen por Micael.
-¿Y por qué no adoptaste ese mismo nombre en la Tierra?
El Maestro parecía disfrutar con aquellas pueriles preguntas. Sonrió de nuevo y la blanca y
perfecta dentadura se iluminó con el resplandor de las llamas.
(Pg. 249) -Al principio, por expreso deseo mío, ni yo mismo fui consciente de quién era aquel
joven de Nazaret. Así lo exigía mi experiencia entre los humanos evolucionarios del tiempo y del
espacio. Sólo unos pocos, muy allegados a Micael, supieron de este secreto y lo guardaron
celosamente.
No salía de mi asombro. ¡Dios santo! ignoraba sobre aquel Hombre!...
Mi nombre en la Tierra tenía que ser otro. ¿Satisfecho?
-Entonces tú, durante tu infancia y juventud, nunca supiste...
Negó con la cabeza.
-¿Y cuándo ... ?
-Eso, querido Jasón -replicó divertido-, es algo que deberéis descubrir por vosotros mismos.... en
su momento.
Ahora lo sé. Entonces no lo intuí siquiera. Jesús de Nazaret se refería a nuestra tercera y
fascinante «aventura» en la que, en efecto, tendríamos la formidable oportunidad de conocer
los «detalles» de tan decisivo «cambio» en la personalidad del Hijo del Hombre.
-¿Por qué hablas de «mi experiencia entre los humanos»?
-¿Y qué otra cosa puedo decir?
Insistí perplejo.
-¿Experiencia? ¿Sólo eso?
-Según tú -preguntó a su vez-, ¿cómo debería calificarla?
-De derroche -me vacié sin darle tiempo a replicar- un derroche, si me lo permites, innecesario
y, a juzgar por los resultados próximos y «futuros», catastrófico.
-El Soberano Creador de este universo -intervino, olvidando por un momento su acogedora
sonrisa-.también hace la voluntad del Padre. Una vez satisfecha mi sed de conocimiento de los
humanos, pude abandonar el mundo y recibir del Padre Universal el definitivo reconocimiento de
mi soberanía. Pero, como te digo, no era ésa la voluntad del Padre.
Estas palabras me resultaron confusas. Enigmáticas. ¿Desde cuándo un Creador necesita
convivir con sus criaturas? ¿Qué podía aprender en un mundo como éste? ¿A qué tipo de
«experiencia» se refería? ¿Qué era aquello del «definitivo reconocimiento de su soberanía»?
-¿Quieres decir -le interrogué sin saber por dónde empezar- que el Padre ha podido desear
para ti una muerte tan cruel y sanguinaria?
Se puso en pie. Tras los cerros de Kursi e Hipos empezaba a clarear. Las antorchas seguían
oscilando en el lago.
Arrojó un haz de leña a la hoguera y, con un leve gesto de su cabeza, me invitó a caminar
con él. Tomó la dirección de la desembocadura del Jordán y, despacio, nos alejamos del
pequeño Juan Marcos. Durante algunos metros no dijo nada. Llegué a pensar que había
olvidado mi pregunta. De pronto, con especial énfasis, habló así:
(Pg. 250) -Antes de mi encarnación en la Tierra, los hombres podían creer en un Dios colérico,
sediento de justicia. Su ignorancia era perdonable. Ahora les he revelado a un Padre misericordioso
que sólo conoce la palabra amor. ¿Crees entonces que un Padre puede desear esa muerte a su hijo?
Su voluntad era que permaneciera en vuestro mundo hasta el final y que apurase la copa que todos
los mortales, por su naturaleza, han bebido y beberán. Si he compartido la muerte ha sido para
demostraros que la fe en Dios nunca es estéril. Sé que, a pesar de mis palabras, muchos deformarán
el sentido de mi muerte en la cruz. Yo no he venido al mundo para saldar una supuesta vieja cuenta
de los hombres para con Dios...
Me detuve. Y Jesús, adivinando mi sorpresa, añadió:
-Sé lo que estás pensando. Te equivocas y se equivocan quienes así lo creen. El Padre celestial
no puede concebir jamás la grave injusticia de condenar a una alma por los errores de sus
antepasados.
-Entonces, esas ideas de los cristianos sobre la redención por la cruz...
El Maestro posó sus manos sobre mis hombros, transmitiéndome su com-prensión.
-La tendencia al vicio puede ser hereditaria. El pecado, en cambio, no se transmite de padres a
hijos. El pecado es un acto consciente y deliberado de rebeldía contra la voluntad de nuestro Padre
Universal y contra las leyes del Hijo. Toda idea de rescate o expiación, por tanto, es incompatible
con el concepto de Dios. El amor infinito de nuestro Padre ocupa el primer puesto dentro de la
naturaleza divina. En verdad te digo, Jasón, que el sentido de salvación por el sacrificio está
arraigado en el egoísmo. Yo he predicado que la vida de servicio es el concepto más elevado de la
fraternidad entre los creyentes. Y te diré más: la salvación es creer en la paternidad de Dios. La
mayor preocupación de los fieles del reino no debería ser su deseo egoísta de salvación personal.
Sólo la necesidad de amar a sus semejantes por encima de sí mismos. Los auténticos creyentes no se
preocupan del posible y futuro castigo a sus errores. Se interesan tan sólo por el restablecimiento
del contacto con Dios. Ciertamente, un padre puede castigar a sus hijos, pero lo hace por amor y
con un fin y un sentido puramente disciplinarios.
-Luego, hay un castigo futuro...
-No como tú lo imaginas. Nuestro Padre es amor. Y el amor es contagioso y eternamente
creador. ¿Crees que no existen otros medios mejores que el castigo para corregir los errores de las
limitadas criaturas mortales? Antes de que yo viniera a este mundo (incluso aunque no lo hubiera
hecho), todos los mortales del reino disponían ya de la salvación. Nuestro Padre, te lo repito, no es
un monarca ofendido, severo e implacable, cuyo principal placer consiste en detectar y perseguir a
las criaturas que obran en la oscuridad o en el pecado. La sola idea de un rescate o expiación
colocaría a la salvación (Pg. 250) en un plano de irrealidad. Este concepto es puramente filosófico.
La salvación humana es innegable y basada en dos únicos principios: Dios es nuestro Padre y,
consecuentemente, todos los hombres son hermanos.
Me costaba aceptar tan hermosa utopía. Y sin disimular mi escepticismo le pregunté:
-¿Cuándo ocurrirá eso? ¿Cuándo desaparecerán la maldad y la injusticia?
-Sólo hay un camino: el amor. El amor disuelve el Pecado y las debilidades. ¡Ama a tus
semejantes, Jasón! ¡Ámalos en la penuria y en la riqueza! ¡Ámalos aun cuando creas que están
equivocados! ¡Ámalos, sencillamente!
Supongo que perdí la noción del tiempo. Escucharle era mucho más que aprender: era
vivir, sentir y palpar una nueva realidad. Una realidad que yo ignoraba.
El Maestro agitó cariñosamente los revueltos cabellos del muchacho y, en un tono distendido,
comentó:
(Pg. 259) –Juan (a Juan Marcos), estoy contento de volver a verte en Galilea, donde podremos tener
una buena conversación. Quédate con nosotros a desayunar.
Y dirigiéndose a los petrificados discípulos les ordenó:
-Traed vuestro pescado y preparad algunos para desayunar. Tenemos fuego y mucho pan.
(Pg. 262) pasando su brazo izquierdo sobre los hombros del Zebedeo, le preguntó:
-Juan, ¿me amas?
El discípulo, que evidentemente no esperaba semejante pregunta, se apresuró a replicar:
-¡Sí, Maestro!... ¡De todo corazón!
Y el Resucitado, ante la atónita mirada de los galileos, exclamó con ve-hemencia:
-Entonces, renuncia a tu intolerancia y aprende a amar a los hombres como yo te he amado.
Consagra tu vida a demostrar que el amor es lo más grande del mundo. Es el amor de Dios quien
conduce a los hombres a la salvación. El amor es la bondad espiritual y la esencia de la verdadera
belleza.
Y volviéndose hacia el rudo Pedro, taladrándole con aquella mirada de halcón, le formuló
la misma cuestión.
-Pedro, ¿me amas?
(Pg. 263) El sais, con los ojos como lunas, se apresuró a satisfacer al cabalístico Maestro:
-¡Señor, sabes que te amo con toda mi alma!
-Si me amas -argumentó con un hilo de tristeza-, alimenta a mis corderos...
imparable, como siempre, el pescador quiso replicar. Pero el Resucitado, sellando los
labios del galileo con su mano izquierda, prosiguió:
-No escatimes tu ministerio a los débiles, a los pobres ni a los jóvenes. Predica el evangelio sin
temor ni preferencias. No olvides que Dios no hace excepciones. Sirve a tus contemporáneos como
yo te serví. Perdona a los hombres como yo te he perdonado. Deja que la experiencia te demuestre
el valor de la meditación y el poder de la reflexión inteligente.
-Pedro, ¿me amas realmente?
Desconcertado, con la boca abierta, Simón necesitó unos segundos para rehacerse. Al fin,
en tono persuasivo, afirmó:
-Sí, Señor, sabes que te amo.
-Cuida bien de mis ovejas. Parecía como si el Maestro no hubiera escuchado la respuesta- Sé
un buen pastor para mi rebaño. No traiciones la confianza que tengo en ti. No te dejes sorprender
por el enemigo. Debes estar siempre vigilante. ¡Vela y reza!
El confuso discípulo permaneció clavado en la arena. Y Jesús y el Zebedeo se distanciaron
unos metros. Pero el Maestro se volvió hacia el pescador, planteándole por tercera vez el
mismo dilema.
-Pedro, ¿me amas verdaderamente?
Simón bajó la cabeza, entristecido. No era muy difícil adivinar sus turbulentos
pensamientos. Las negaciones en la casa de Anás, en Jerusalén, debieron de resucitar
implacables en su atormentado corazón. Jesús aguardó. Y el sais, remontándose por encima
de la tristeza, le gritó sin esconder su enojo:
-¡Conoces todas mis cosas, Señor!... ¡Por lo tanto, sabes que, en realidad, te quiero!
Y el Resucitado, autoritario, le ordenó:
-¡Alimenta mis ovejas!... ¡No abandones el rebaño! ¡Sirve de ejemplo e inspiración a todos tus
compañeros pastores!... ¡Ama al rebaño como yo te he amado! ¡Conságrale toda tu felicidad, como
yo lo hice contigo! ¡Y sígueme!... ¡Sígueme hasta el fin!
(Pg. 264) Estas consignas fueron acompañadas de bruscos y sucesivos movimientos
afirmativos de cabeza por parte de Pedro. El rabí se disponía a reanudar el paseo cuando, en
otro de sus irreflexivos arranques, Simón señaló hacia Juan, preguntando:
-Si te sigo, ¿qué hará éste?
Jesús le miró con benevolencia. El fogoso y elemental sais no había captado el sentido de
sus palabras. Y con una paciencia infinita le aclaró:
-No te preocupes de lo que hagan tus hermanos. Si quiero que Juan permanezca aquí al
marcharte tú, y hasta que yo vuelva, ¿en qué te concierne?
Avanzó unos pasos hasta situarse a medio metro del galileo y, colocando sus manos sobre
los hombros de Pedro, repitió con firmeza:
-¡Tú asegúrate únicamente de seguirme!
(Pg 265)
-Andrés, ¿tienes confianza en mí?
El introvertido hermano de Simón se detuvo. Posiblemente, como Santiago, no esperaba
una pregunta tan aparentemente fuera de lugar. Y con exquisita calma respondió:
-Sí, Maestro, tengo absoluta confianza en ti.... y lo sabes.
El Resucitado le sonrió complacido.
-Andrés, si tienes confianza en mí -replicó Jesús, poniendo el dedo en uno de los graves
defectos del galileo-, ten más confianza en tus hermanos y, sobre todo, en Pedro...
-... Antaño -prosiguió en tono animoso- te encomendé su dirección. Ahora es preciso que les
des confianza, en tanto que yo te dejo para ir hacia el Padre. Cuando tus hermanos se dispersen
como consecuencia de las persecuciones, sé un sabio y previsor consejero para Santiago, mi
hermano por la sangre, ya que tendrá que soportar una pesada carga, que su experiencia no le
permite llevar. Después sigue teniendo confianza. ¡No te faltaré! Y al fin vendrás junto a mí.
Seguidamente, volviéndose hacia el frío y distante Santiago de Zebedeo, le formuló la
misma pregunta:
-Tienes confianza en mí?
El pétreo rostro del sais no se inmutó. Pero su voz, reposada y segura, denunció el gran
afecto que le profesaba.
-Sí, Maestro, de todo corazón...
-Santiago, si es cierto que tienes confianza en mí, deberías ser menos impaciente con tus
hermanos...
El Zebedeo no pestañeó. El rabí tenía toda la razón. Pero, demasiado orgulloso para
admitirlo, sostuvo desafiante la mirada del Resucitado.
-Si de verdad deseas disfrutar de mi confianza, esto te ayudará a ser mejor para con la
hermandad de los creyentes.
La irresistible luz de aquellos ojos venció finalmente la audacia del Zebedeo. E inclinando
la cabeza, asintió en silencio.
-...Aprende a pensar en las consecuencias de tus palabras y actos. Recuerda que la cosecha es
obra de la siembra. Reza por la tranquilidad de (Pg. 266) espíritu y cultiva la paciencia. Con fe viva,
estas gracias te sostendrán cuando llegue la hora de beber la copa del sacrificio. No temas nunca.
Cuando hayas acabado en la Tierra vendrás a morar junto a mí.
-Tomás, ¿me sirves?
Educado y analítico, el discípulo, sin saber muy bien qué quería decir con tan singular
cuestión, repuso con cierto miedo:
-Sí, Señor... Te sirvo ahora y siempre.
-Si quieres servirme -le anunció al tiempo que le estrechaba contra su costado derecho-
, sirve a tus hermanos mortales como yo te he servido. No te canses de obrar en este sentido y
persevera, puesto que has recibido la ordenación de Dios para este servicio de amor. Al terminar en
la Tierra servirás conmigo en la gloria. Tomás, tienes que dejar de dudar. ¡Acrecienta tu fe y tu
conocimiento de la Verdad! Si lo deseas, cree en Dios como un niño, pero no actúes infantilmente...
Y, deteniéndose, le alentó con vehemencia:
-¡Ten valor! ¡Sé fuerte en la fe y en el reino de Dios!
Bartolomé (Natanael) escuchó la misma pregunta:
-¿Me sirves?
-Sí, Maestro, con una total entrega.
-Si me amas de todo corazón -prosiguió Jesús-, asegúrate de trabajar por el bienestar de mis
hermanos terrestres. Une la amistad a tus consejos y añade el amor a la filosofía. Sirve a tus
contemporáneos como yo serví. Sé fiel a los hombres, lo mismo que he velado por ti. No seas
crítico y espera menos de algunos hombres. Así, tu decepción será menor. Al término de tu trabajo
en la Tierra servirás arriba, conmigo.
-Felipe, ¿me obedeces?
-Sí, Señor, te obedeceré aun a costa de mi vida.
Sin poder evitarlo, bostezó ruidosamente. El Maestro, paciente ante el honesto aunque
poco espiritual galileo, aguardó a que el de Caná recuperara una cierta compostura. Después,
señalando hacia el este, le dijo algo que marcaría su destino:
-Si quieres obedecerme, ve al país de los gentiles y proclama el evangelio.
-.. Los profetas han dicho que más vale obedecer que sacrificar. Por la fe, conociendo a Dios,
eres un hijo del reino. Sólo hay una ley a observar: difundir el evangelio. ¡Deja de temer a los
hombres! ¡No te asuste predicar la buena nueva de la vida eterna a tus semejantes que languidecen
en las tinieblas y que tienen sed de luz y de verdad!
Muerto de cansancio, Felipe oía sin escuchar. Pero súbitamente, cuando le mencionó el
tema «dinero», su atolondramiento se esfumó.
-.. No te ocupes más del dinero -concluyó Jesús-, ni de las provisiones. Desde ahora, al igual
que tus hermanos, eres libre para extender la buena nueva. Te precederé y acompañaré hasta el
final.
Mateo Leví, el «ex recaudador» de impuestos, uno de los hombres más serios y cabales del
grupo, aguardó su turno con evidente curiosidad.
-¿Tu corazón, Mateo, está en disposición de obedecer me?
-Sí, Señor -replicó el discípulo con serenidad-, estoy enteramente consa-grado a seguir tu
voluntad.
-Entonces, si quieres obedecerme -le ordenó el Resucitado-, ve a enseñar a todos los pueblos el
evangelio del reino. No proporcionarás a tus hermanos las cosas materiales de la vida. Sin embargo
proclamarás la buena nueva de la salud y de la salvación espiritual. A partir de ahora, no tendrás
otro objetivo que ejecutar el mandamiento de predicar este evangelio del reino del Padre. Igual que
yo he seguido en la Tierra la voluntad del Padre, tú cumplirás también tu misión divina...
Jesús puso especial énfasis en estas tres últimas palabras: «... tu misión divina.»
(Pg. 268)
-Acuérdate que judíos y gentiles son ambos tus hermanos. No tengas temor de ningún hombre
cuando proclames las verdades salvadoras del evangelio del reino de los cielos. Allí donde yo voy,
tú vendrás pronto.
-Jacobo y Judas (gemelos Alfeo) -les preguntó conjuntamente-, ¿creéis en mí?
La respuesta fue fulminante:
-Sí, Maestro, creemos.
Jesús los contempló con ternura. No cabía duda: a pesar de su corta ca-pacidad intelectual,
los de Alfeo le idolatraban. Les sonrió y, contagiados de aquel inmenso afecto, se precipitaron
sobre el rabí, abrazándole.
-Muy pronto os voy a dejar -les manifestó con dulzura y como si temiera lastimarlos- Ya veis
que lo he hecho físicamente...
Su exquisito tacto no evitó que los hermanos, presintiendo su marcha, rompieran a llorar.
Me estremecí. El Maestro intentó infundirles ánimo:
-Estaré poco tiempo en mi actual forma, antes de ir con el Padre...
-Creéis en mí. Sois mis discípulos y siempre lo seréis. Seguid creyendo cuando haya partido y
recordad siempre vuestra asociación conmigo. Incluso cuando regreséis a vuestro antiguo trabajo.
No dejéis jamás que el cambio de labor influya en vuestra obediencia. Tened fe en Dios hasta el fin
de vuestros días terrestres. No olvidéis que sois hijos de Dios por la fe y que todo trabajo honrado es
sagrado para el reino. Nada de cuanto haga un hijo de Dios puede ser ordinario. Por lo tanto, haced
ahora vuestro trabajo como si fuera para Dios. Cuando hayáis acabado en este mundo -Jesús
levantó el rostro hacia el azul del cielo- tengo otros mejores, donde trabajaréis también para mí.
En esta obra, en éste y otros mundos, trabajaré con vosotros y mi espíritu vivirá en vosotros.
…a un par de metros del círculo que formaban los galileos, de espaldas al lago, se despidió
con las siguientes palabras:
-¡Adiós!... Hasta que vuelva a todos mañana, a la hora sexta, en la montaña de vuestra
ordenación.
(Pg. 277)
Jason a Eliseo: -¡Merece la pena!... ¡Ese Hombre es lo más sublime que jamás hayas conocido!...
-Sólo nuestro Padre, Jasón, es lo más sublime...
Y dando media vuelta fue a sentarse sobre la hierba, de cara a la lejana Nahum. Nos
miramos. Eliseo, sin poder creer lo que acababa de escuchar. Quien esto escribe,
permanentemente desconcertado ante el poder de aquel Ser. Y llamándonos por nuestros
verdaderos nombres, nos invitó a que nos sentáramos a su lado. Obedecí al punto.Mi hermano, en
cambio, mudo y tembloroso, siguió en pie. Sus ojos estaban prendidos en* las matas de hierba
recién aplastadas por el rabí. Y Jesús, repitiendo la invitación con ambas manos, abordó sus
pensamientos:
-Los espíritus, si eso es lo que crees que soy, no aplastan la hierba. También tú... -aquí aparece
el verdadero nombre de Eliseo- debes aprender a confiar. Y en verdad os digo que llegará el día
en que no dudaréis y, al igual que mis embajadores de hoy, también vosotros (de otra manera y en
otro tiempo y lugar) proclamaréis la buena nueva del reino.
-¿Nosotros?
El Maestro, y no digamos yo, se alegró al oír la voz de mi compañero. Con cierto recelo
terminó por acomodarse a mi izquierda. Jesús nos contempló como se hace con un par de
niños ansiosos por aprender.
-¿Por qué creéis que estáis aquí?
La cuestión planteada por el Maestro parecía obvia. Su interpretación, sin embargo, no lo
fue tanto.
-Yo os digo que, en los universos de nuestro Padre, nada que concierna al dominio del espíritu
queda esclavizado por el azar. Todo es obra del amor, de la sabiduría y de la misericordia.
-No te comprendemos, Señor.
-No tardaréis en hacerlo...
El Resucitado marcó con sus ojos la posición de la «cuna». Eliseo y yo volvimos a mirarnos,
desarmados.
-Cuando seáis devueltos al mundo y al momento de donde procedéis, una sola realidad brillará
en vuestros corazones: enseñad a vuestros semejantes, a todos, cuanto habéis visto, oído y
experimentado a mi lado. Sé que, a vuestra manera, terminaréis por confiar en mí. Sé también que
no teméis a los hombres, ni a lo que puedan representar, y que proclamaréis mi Verdad. Y otros
muchos, gracias a vuestro esfuerzo y sacrificio, recibirán la luz de mi promesa.
Jesús aguardó a que mis torturadas reflexiones llegaran al inevitable callejón sin salida en
el que me encontraba. Me observó con atención y yo, cayendo en la cuenta, me sonrojé como
un párvulo. Intenté excusarme. ¡Qué absurdo! ¿Por qué justificarse ante un Ser que «lee» los
pensamientos y que, sobre todo, es capaz de una infinita comprensión?
Movió la cabeza, como si un servidor no tuviera arreglo. Acertó. Pero, condescendiente,
alivió en parte mi testarudez:
-¿Por qué te atormentas?
Eliseo, que lógicamente no podía saber de las dudas que me asaltaban en aquellos
instantes, me hizo una señal con la cabeza, pidiendo una aclaración. No me atreví ni a
respirar.
-Ten fe. Ya te lo dije: también las criaturas a mi servicio tienen un «código» -subrayó esta
palabra- que, como vosotros, no pueden profanar. Recuerda mis palabras a Lázaro: «Hijo mío, lo
que te ha sucedido, ocurrirá igual a todos aquellos que crean en el evangelio, pero resucitarán bajo
una forma más gloriosa. ¡Yo soy la resurrección... y la VIDA! Esto que veis y que podéis tocar -
Jesús extendió las palmas de sus manos- no es fruto de fantasías ni de milagros. ¡Miradlo bien! Es
una de las formas que disfruta toda criatura mortal de los mundos del tiempo y del espacio, una vez
vencido el sueño de la muerte.
Mi hermano hiló rápido y, con su envidiable espontaneidad, le interrumpió:
-Puedo ... ?
El Resucitado, como si esperase la pregunta, desvió su mano derecha -la más próxima a
Eliseo-, invitándole a que comprobase. No sé si volví a ruborizarme. Yo hubiera sido incapaz
de semejante audacia. Pero aquel ingeniero en telecomunicaciones y experto en computadoras
era una caja de sorpresas. Se arrodilló frente al Maestro y, tomando la mano entre las suyas,
presionó, palpó, acarició, olfateó sin el menor pudor y, ante la divertida expresión del
Hombre, buscó el pulso. A los dos minutos, pálido como un muerto -quizá más muerto que
vivo-, se enfrentó a la mirada del Resucitado. Le vi fruncir el entrecejo, como buscando una
explicación. Lamentablemente, no la había. Mejor dicho, tenía que haberla, aunque no estaba
al (Pg. 280) alcance de nuestras pobres y limitadas mentes. Una «explicación» que no
lastimaba las leyes universales de la física y que, sin embargo, desconocíamos. Fue toda una
lección de humildad para la engreída Ciencia que creíamos representar.
De pronto, sin palabras -¡qué necesidad había de ellas!-, mi compañero se inclinó, besando
los nudillos de la mano que retenía y que acababa de explorar. Fue instantáneo. Y debo
anotarlo, por lo que fue y por lo que representa. Los ojos de Jesús se humedecieron. ¡Dios
santo! Aquel Ser era capaz de emocionarse. Ahora, esta deducción me parece ridícula.
-¿Satisfecho?
Eliseo, perplejo, se dejó caer sobre la hierba. Y por toda respuesta negó con la cabeza. Al
punto, supongo que por pura cortesía, rectificó, asintiendo en silencio.
-No os extrañéis -reanudó su exposición- si advertís que esta forma carnal poco o nada tiene
que ver con lo que conocéis. Allí donde sois devueltos a la verdadera vida, las limitaciones que os
acosan aquí abajo no tienen sentido. Allí sentiréis otra clase de hambre. Otra clase de sed. Otra clase
de sentimientos y necesidades. Os lo repito: no os atormentéis. Ahora es muy difícil que el hombre
mortal pueda alcanzar las estrellas. Debe bastaros saber que están ahí y que, en su momento, no sólo
las estrellas formarán parte de vuestro conocimiento. La «carrera» hacia el Padre Universal es
prodigiosamente reveladora. Nada quedará oculto. No olvidéis que vuestros conocimientos son
finitos y que toda comprensión, por parte de las criaturas mortales, es relativa. Cualquier
información, incluso la que procede de fuentes elevadas, sólo es relativamente completa, localmente
exacta y personalmente verdadera. Sólo eso. Los hechos físicos pueden ser uniformes, pero la
verdad es una realidad viva y flexible en la filosofía del universo. Las personas que evolucionan
como vosotros lo estáis haciendo ahora sólo son parcialmente sabias y relativamente verídicas en
sus mensajes. Sólo pueden tener certidumbre en los límites de su experiencia personal. Algo que
puede parecer cierto en un lugar, puede ser relativamente verdadero en otro segmento de la
creación. La verdad divina, la verdad final, es uniforme y universal. La historia de las criaturas
espirituales, tal y como es contada por numerosas individualidades originarias de esferas diversas,
puede cambiar a veces en los detalles. Esto obedece a la relatividad en la plenitud de sus
conocimientos y de su experiencia personal, así como a la extensión y amplitud de esa experiencia...
-Me parece que te contradices, Señor..
La irrupción de Eliseo me dejó atónito.
-La vida y las vicisitudes de los seres humanos -argumentó con frialdad- se oponen a esa idea
de la soberanía universal de Dios...
(Pg. 281) El Maestro aceptó el reto con deportividad.
-El plan de nuestro Padre es fruto del amor y, en consecuencia, perfecto. Y hasta tal punto es así
que las criaturas evolutivas, como vosotros, se ven necesariamente asaltadas por toda suerte de
contingencias, sólo en razón de su beneficio.
-Contingencias? -replicó mi hermano con amargura- Yo emplearía un término más duro.
Y antes de que el rabí abriera nuevamente la boca, le espetó inmisericorde:
-¿Qué me dices de la desesperanza, de la mentira, de la injusticia?...
El Maestro alzó sus manos, rogándole calma.
-Veamos: ¿la esperanza es deseable?
Asentimos al unísono.
-Pues bien, entonces es necesario que la existencia humana aparezca permanentemente
enfrentada a la incertidumbre y a la inseguridad.
-¿Y qué nos dices de la mentira?
-Decidme: ¿es bueno el amor a la verdad?
No esperó nuestra respuesta. Era obvia.
-En ese caso, es preciso que el hombre crezca en un mundo donde el error esté presente y la
falsedad sea una cotidiana compañera.
-¿Qué puedes decir ante la decepción?
-Lo mismo: ¿es deseable la fuerza de carácter? Entonces, siendo así, la Humanidad debe ser
educada en un ambiente que la obligue a atacar duras pruebas y a reaccionar cuando llegue la
decepción.
Las respuestas, rotundas, no desanimaron al mordaz Eliseo.
-¿Y qué puedes alegar sobre el dolor? Tú lo has experimentado con creces. ¿Era necesario? ¿Es
justo?
El rostro del Galileo se endureció fugazmente.
-Tú deseas la felicidad, ¿verdad?
-¡Más que nada en este mundo! -estalló mi hermano, recobrando el temple.
-Entonces -sentenció sin posibilidad de apelación- deberás vivir en un mundo en el que la
alternativa del dolor y la probabilidad del sufrimiento sean posibilidades experienciales siempre
presentes. Las tribulaciones son la mejor fuente de sabiduría para los mortales. En verdad, en
verdad os digo que no se puede percibir la realidad espiritual si antes no se ha sentido por la
experiencia. Y muchas de esas verdades sólo se intuyen y comprenden en mitad de la adversidad...
En cuanto a mi propio sufrimiento, en nada se ha diferenciado del de muchos otros mortales.
Cuando alguien yace por causa del dolor, yo, o mis ángeles, estamos allí...
-Para qué?
(Pg. 282)
La ingenuidad de Eliseo debió conmover al Maestro. Le sonrió y, alzando el rostro hacia el
celeste del cielo, replicó:
-Aunque el enfermo no lo perciba con claridad, con el único fin de recordarle que, como yo hice,
debe abandonarse en las manos del Padre. Os lo he dicho: nada en el reino de nuestro Padre es
causa del azar.
-¡El Padre! -esta vez tomé yo la iniciativa- ¡Hablas tanto de Él!... Pero, de verdad, Maestro,
ahora que no nos escucha nadie, ¿qué es el Padre?
Jesús soltó una carcajada.
-¿De veras crees que no nos escucha nadie?
Como dos tontos, Eliseo y yo paseamos la vista a nuestro alrededor.
Sin perder aquella espléndida sonrisa, el Señor movió la cabeza, rindiéndose ante nuestro
candor.
-Tú amabas al tuyo -apuntó con aquel especial brillo que irradiaba cuando se refería al Padre-
Eso te permite aproximarte un poco, sólo un poco, a la magnífica realidad de nues-tro ver-da-de-ro
Pa-dre.
Intencionadamente fue separando las sílabas.
-El Padre Universal no es un ser humano, con largas barbas blancas, como a veces lo pintan sus
criaturas. Pero el ejemplo es válido. Él es el Dios de toda la creación. La «causa-centro-primera» de
todas las cosas y de todos los seres. Debéis pensar en Él como un creador. Después como un
controlador. Por último, como un apoyo infinito. La verdad sobre el Padre Universal empezó a
despuntar sobre la Humanidad cuando el profeta dijo: «Tú, Dios, estás solo y nadie hay a tu lado.
Tú has creado los cielos y los cielos de los cielos con todos sus ejércitos. Tú los preservas y tú los
controlas. Es por los Hijos de Dios que los universos han sido hechos. El Creador se cubre de luz
como de un ropaje y extiende los cielos como un manto.» Todos los mundos iluminados reconocen
y adoran al Padre Universal, el autor eterno y el sustento infinito de toda la creación. En
innumerables universos, criaturas dotadas de voluntad han emprendido el largo, muy largo, viaje
hacia el Paraíso y la lucha fascinante de la aventura eterna para alcanzar a Dios, el Padre. Las
criaturas que conocen a Dios no tienen más que una ambición suprema, un único y ardiente deseo:
el de parecerse en su propio mundo a lo que Él es en su perfección paradisíaca personalizada...
-¿Mundos iluminados, dices? -Eliseo, pendiente de la mínima, descendió a un plano más
prosaico- ¿Es que hay vida inteligente y organizada fuera de la Tierra?
Le vi dudar. Tomó un manojo de aquella fresca hierba y, arrancándolo de raíz, lo mostró,
preguntando:
-Decidme: ¿qué es más importante: esto o vosotros?
Ninguno de los dos nos atrevimos a responder. Él lo hizo por nosotros:
(Pg. 282)
-Ante nuestro Padre, vosotros, sin lugar a dudas. ¿Creéis entonces que el Padre puede permitir
que la hierba sea más numerosa que su prole?
-No has respondido a mi pregunta, Señor: ¿qué es el Padre?
-Lo he hecho, Jasón...
Acarició los verdes y jugosos tallos, mordisqueando uno de ellos.
-Pero os pondré un ejemplo. Hace miles de millones de «eones» de tiempos, el primer
Inteligente que alcanzó la conciencia de sí mismo entró en el no-tiempo, después de experimentar
un proceso que también duró miles de millones de «eones» de tiempos. En el mismo instante de la
transición al no-tiempo supo que, con ello, iniciaba un largo camino de realización absoluta de sí
mismo que igualmente se prolongaría miles de millones de «eo-nes» de tiempos, en espera de que
las humanidades en camino llegasen a formar parte de Él. Y aquel Ser pensó: «Yo seré vuestra
meta, aunque me ignoréis. Yo seré vuestro propósito, cuando tan sólo me sospechéis. Yo seré
vuestra imagen cuando creáis en mí. Yo sólo seré Dios cuando vosotros seáis un todo conmigo:
cuando lleguéis a ser Dios conmigo. Y juntos volveremos a empezar un proceso más allá del no-
tiempo, pues el tiempo habrá perdido su razón de ser.
Quien esto escribe -debo confesarlo humildemente- no logró asimilar esta supuesta
parábola.
-Y tú ¿qué nombre le das al Padre? -Eliseo no retro cedía ante nada. Porque, según creo, tú
también eres Dios... ¿Cómo se entiende este galimatías? Siendo Dios, ¿por qué el Padre es más que
tú?
Pero el Maestro tampoco era de los que atrancaban...
-Responde primero a una pregunta: ¿crees que podrías beberte el agua del yam?
-No, Maestro...
-Pues nuestro Padre es un lago al que se olvidaron de cercar.. No te empeñes en comprender la
naturaleza de Dios: ¡siéntela! Los nombres que las criaturas le atribuyen dependen de la forma con
que ellas conciban al Creador. La «causa-centro-primera» del universo nunca se ha revelado por su
nombre: sólo por su naturaleza. Al Padre le da lo mismo cómo le llames. Él no impone ninguna
forma de reconocimiento, ni de culto oficial, ni de adoración servil a las criaturas dotadas de
inteligencia y voluntad. Lo importante es que, en lo más hondo de vuestros corazones, le
reconozcáis, le améis y le adoréis.... voluntariamente. El Creador rehúsa ejercer una prepotencia en
el libre arbitrio espiritual de sus criaturas materiales y, mucho menos, forzarlas a la sumisión...
-Pero las religiones...
-¿Sabéis cuál es el don más precioso del hombre?
(Pg. 284) -nos interpeló, posando su penetrante mirada en uno y otro, alternativamente.
-La libertad -esgrimí con no demasiada seguridad.
-La consagración amorosa de la voluntad humana a la del Padre. De hecho, hijos míos, es el
único don válido que el hombre puede ofrecer a Dios.
-¿Quieres decir que no podemos ofrecer nada más?
-El hacer la voluntad de nuestro Padre lo es todo. En Él, los humanos viven, se mueven y tienen
su existencia. Ése es el verdadero culto, que satisface plenamente la naturaleza del Padre Creador,
dominado por el amor.
Elíseo volvió a la carga.
-Y tú, Maestro, ¿cómo le llamas?
-Te lo he dicho: abbá.
Aquella palabra aramea venía a significar «papá»: el más entrañable de los vocablos que,
por cierto, jamás era utilizado por los judíos cuando se referían a Dios.
-En espíritu -continuó- todos los nombres otorgados a Dios guardan idéntico significado,
aunque, en palabras y símbolos, cada una de las denominaciones expresa el grado y la profundidad
con que el Padre es entronizado en el corazón de sus criaturas...
-Y por ahí -mi hermano señaló al cielo-, ¿cómo le llaman?
El rabí sonrió de nuevo.
-Cerca del centro del universo de los universos, el Padre Universal es generalmente conocido
bajo nombres que vienen a significar la «causa-primera». Más allá, en el exterior, en los universos
del espacio, los términos empleados para designarlo coinciden con el de «centro universal». Más
lejos, en la creación estrellada, es conocido por «primera causa creadora» y «centro divino». En una
constelación vecina a la vuestra, Dios es llamado «el Padre de los universos». En otra: el «apoyo
infinito». Hacia oriente recibe el nombre de «Divino Controlador». También ha sido calificado
como el «Padre de las luces», el «Don de la Vida» y el «único Todopoderoso».
El «universo de los universos», los «universos del espacio», la «creación estrellada»...
Aquello escapaba a mi corto conocimiento. Hubiera deseado preguntarle sobre tan magna
creación, pero, honradamente, las fuerzas me abandonaron. Elíseo, en cambio, continuaba
despierto y dispuesto...
-Antes has mencionado el Paraíso. ¿Existe en realidad o se trata de otra bella metáfora?
-Vosotros lo asociáis a un lugar pleno de felicidad y no estáis equivocados. Pero mientras
permanezcáis sujetos a la carne, jamás podréis aproximaros siquiera a su magnífico e inmenso
esplendor.
Eliseo, inasequible al desaliento, insistió:
(Pg. 285) -Te atreverías a definirlo en cuatro palabras?
-Centro de gravedad absoluta. 0, mejor, isla nuclear de luz.
-¡Dios mío! -exclamó mi hermano-. ¡Luego es cierto!...
Y antes de que Jesús acertara a proseguir, fue directamente al grano:
-Muchos seres humanos piensan que, al morir, entrarán de lleno en el Paraíso. ¿Están
equivocados?
-Querido amigo, el hombre es como un niño: posesivo, inconsciente y atado únicamente al
mundo cercano que le rodea. Ya te he dicho que la carrera hacia la Perfección, hacia el Paraíso, o, si
lo prefieres, hacia nuestro Padre, exige una dilatada preparación en otras «moradas»...
-Entonces, ¿cuándo veremos a Dios cara a cara?
-A veces -se lamentó el Resucitado- parecéis ciegos... ¿Por qué le buscas fuera si Él te ha
regalado parte de su esencia?
Mi compañero -a juzgar por la expresión de su rostro- no le comprendió.
Se ha dicho: «Vosotros no podéis ver mi rostro, ya que ningún mortal puede verme y vivir.»
Pues bien, yo os digo que ningún ser material podría contemplar el espíritu de Dios y preservar su
existencia terrestre. Es imposible a los grupos inferiores de seres espirituales y a todos los órdenes
de personalidades materiales captar la gloria y el resplandor espiritual de la presencia de la
personalidad divina. La luminosidad espiritual de esa presencia del Padre es una luz que ningún
mortal puede soportar, que ninguna criatura material ha visto y que no podrá ver.
-En resumen -le manifestó en su honesta simplicidad-, que después de la muerte tampoco le
veremos...
-Hijo mío, en la inmensidad de la creación, Dios no trata directamente con las personalidades
dotadas de voluntad. Lo hace de otras maneras: como te he dicho, «instalándose» en lo más íntimo
de cada ser y a través de un vasto circuito de personalidades celestes.
-Te das cuenta de lo que acabas de exponer?
Supongo que aquella perplejidad en el rostro del Maestro fue simulada.
-Si no te he entendido mal -prosiguió Eliseo-, Dios se «instala» en cada uno de nosotros...
El Señor no tenía prisa en responder. Se concedió unos segundos, multi-plicando así la
ansiedad de mi hermano.
-Ésa, mi pequeño curioso, es la más grande verdad que podrás escuchar de mis labios.
Y desplazando sus ojos hacia mi persona, subrayó:
-Tu hermano lo sabe: la falsedad no puede anidar en mi alma. Y yo te digo que cada criatura
mortal dotada de inteligencia y voluntad recibe, directamente del Padre, una «chispa» de Él mismo,
enviada desde el Paraíso y que vive en el órgano mental de los mortales, ayudándolos a desarrollar
su (Pg. 285) alma inmortal, destinada a sobrevivir por toda la eternidad. La presencia de este
«ajustador divino» (así podríamos calificarlo) en la mente humana es revelada merced a tres
fenómenos experienciales: a la aptitud intelectual para conocer a Dios, a la necesidad espiritual de
encontrarle y al intenso deseo de toda personalidad de parecérsele.
Fue como un chispazo. De pronto creí entender la famosa frase bíblica: «hecho a su imagen
y semejanza». Y el Maestro, captando «mi» hallazgo, se revolvió como un ciclón.
-¡Así es, Jasón! Y en verdad te digo que en todas vuestras aflicciones, Él se aflige. En todos
vuestros triunfos, Él triunfa en vosotros y con vosotros. Su divino espíritu es realmente una parte de
vosotros, aunque la inmensa mayoría de los humanos jamás llegan a descubrirlo.
-Ajustador divino... ¡Me gusta tu definición! -Eliseo, poco amante de rodeos, le disparó a
quemarropa-: Si es como dices, Señor, si cada ser humano recibe esa «chispa» del mismísimo
Dios, ¿qué sucede con aquellas criaturas que no llegan a nacer? Tú no ignoras que ayer, hoy y
«mañana», el aborto provocado es una realidad...
Al mencionar la palabra «aborto», la faz del Maestro se oscureció. Mi hermano,
conociéndole como le conocía, debió de creer que lo tenía atrapado.
-Mira a tu alrededor. ¿Qué ves?
-No sé..., campos florecientes, colinas hermosas, un lago...
-Dime ahora: ¿crees que todo eso es consecuencia de la casualidad?
Eliseo no dijo nada. Como yo, tenía sus dudas.
-Os lo he repetido: la Creación entera es obra de nuestro Padre. El maarabit no soplaría, las
mieses no maduraran y las tilapias no alimentarían a los hombres si Él no lo hubiera deseado. Todo
obedece a un orden, basado en el amor. Cualquier profanación de ese orden repercute en el resto. En
consecuencia, incluso por puro egoísmo personal, las criaturas humanas deben respetar las leyes de
la Naturaleza. ¿Creéis de verdad que nuestro Padre está sujeto al error? Sus leyes son fruto del
amor. Y os aseguro que el amor es la única moneda válida en el universo, imposible de falsificar.
-Si el Padre es amor -tercié en la conversación-, ¿por qué consiente el mal?
-El mal, mi atormentado amigo, es un concepto relativo. El mal potencial es inherente al carácter
necesariamente incompleto de Dios, como expresión de la infinidad y de la eternidad limitadas por
el espacio-tiempo. El hecho del elemento parcial, en presencia del total perfeccionado, constituye la
relatividad de la realidad. En todo el universo, cada unidad es considerada como una parle del todo.
La supervivencia de la fracción depende de la cooperación con el plan y la intención del todo, del
deseo sincero y del (Pg. 287) consentimiento perfecto de hacer la divina voluntad del Padre. Si
existiese un mundo evolucionario sin error, sin posibilidades de juicios imprudentes, sería un
mundo sin inteligencia libre. En mi universo hay mil millones de mundos perfectos, con sus
habitantes perfectos, pero es preciso que el hombre en evolución sea falible, si de verdad desea ser
libre. Es imposible que una inteligencia libre y sin experiencia sea uniformemente sabia a priori.
Pero no confundáis error con pecado. La posibilidad de juicio erróneo sólo se vuelve pecado si la
voluntad humana asume y adopta conscientemente un juicio inmoral intencional.
-Según esto -enlacé con sus explicaciones-, creer que las desgracias son enviadas por Dios
puede ser una absoluta estupidez...
-Más que una estupidez, Jasón, una consecuencia de la ceguera humana. El Dios eterno es
incapaz de sentir la cólera o de castigar a sus hijos. Ésas son emociones humanas, vulgares y
despreciables, indignas de ser llamadas humanas y, mucho menos, divinas.
Mi hermano, de mente más ágil, sí estaba dispuesto a «exprimir» a nuestro singular
interlocutor.
-¿Por qué no nos hablas un poco más de ese Paraíso?
El Maestro se encogió de hombros.
(Pg. 288) -Lo haré, si así lo deseas, pero será como si vosotros trataseis de hacer comprender a mis
pequeñuelos de hoy el sentido de vuestra misión... Antes deberían conocer otras muchas cosas.
Suspiró profundamente y, durante unos segundos, se entretuvo -supongo- en la búsqueda
de las palabras adecuadas.
-El Paraíso o la isla nuclear de luz se deriva de la Deidad, aunque no puede decirse que sea una
Deidad. Las creaciones materiales no son sólo una parte de la Deidad: son una consecuencia.
Podríamos decir que, sin calificación especial, es el Absoluto del control material-gravitacional, por
la «cau-sa-centro-primera». Esa inmensa «isla», cuyas dimensiones no podríais concebir con la
limitada mente humana, permanece inmóvil. Es la única creación estática en el universo de los
universos. La isla del Paraíso tiene un lugar en el universo, pero carece de posición en el espacio. Se
trata de una isla eterna, origen efectivo de los universos físicos pasados, presentes y futuros...
¡A qué negarlo! A mitad de la explicación había vuelto a «perderme».
-El Paraíso es un término que incluye los Absolutos focales personales e impersonales de todas
las fases de la realidad universal. El Paraíso puede implicar y reunir todas las formas de la realidad:
Deidad, Divinidad, personalidad y energía espiritual, mental o material. Todo tiene al Paraíso como
punto de origen, de función y de destino, en lo que se refiere a su valor, su significado y su
existencia de hecho. Pero no os confundáis. La isla eterna no es un Creador. Es un controlador
único de numerosas actividades universales. De un extremo a otro de los universos materiales, el
Paraíso influye en la conducta de todos los seres relacionados con fuerzas, energías y potencias.
Pero, en sí mismo, es único, exclusivo y aislado en los universos. No representa a nada y nada
representa. No es una fuerza ni una presencia. El Paraíso es, simplemente, el Paraíso.
Ni Eliseo ni yo nos atrevimos a formular comentario alguno. Era imposible. Yo, como
siempre, acepté su palabra. El Paraíso existe y debe tratarse de un lugar (?) inenarrable.
-Y todas esas cosas -terció Eliseo con melancolía-, ¿por qué no son reveladas con claridad? Los
hombres quizá encontrarían un verdadero sentido a su vida...
-Hijo mío, es conveniente que los hombres no reciban una revelación ex-cesiva...
Atónito, casi indignado, Eliseo protestó.
-Ello -prosiguió el Maestro con absoluta calma- asfixiaría la imaginación. El progreso exige
que la individualidad se desarrolle. La mediocridad busca perpetuarse en la uniformidad. Fuera del
contacto con el Padre Universal, ninguna revelación puede ser jamás completa. Porque vuestro
mundo (Pg. 289) ignora generalmente el origen de las cosas, incluso físicas, se ha estimado
conveniente darle, de vez en cuando, nociones de cosmogonía, pero esto siempre ha provocado
confusiones. Las leyes que gobiernan la revelación limitan grandemente porque prohíben, como os
ocurre ahora a vosotros, la transmisión de conocimientos inmerecidos o prematuros. La revelación
es una técnica que permite economizar siglos y siglos de tiempo en el trabajo indispensable de
selección y de análisis minucioso de los errores de la evolución, a fin de extraer las verdades
adquiridas por el espíritu...
-Pero esas revelaciones -intervino mi hermano con nerviosismo-ayudarían a la Ciencia...
El Maestro negó con la cabeza.
-La revelación no debe engendrar ciencia, ni tampoco religiones. Su función es coordinar a
ambas con la verdad de la realidad.
-Pero la Ciencia...
-Vuestra Ciencia, como la de todos los tiempos, es sólo un espejo, que refleja vuestra propia
imagen cambiante. Y te diré más: tanto la Ciencia como la religión están permanentemente
necesitadas de una autocrítica más intrépida y de una más clara conciencia de lo insuficiente de sus
respectivos estatutos evolutivos. En los dos terrenos, los educadores humanos caen con frecuencia
en el dogmatismo y en un exceso de confianza en sí mismos.
Mi compañero sonrió burlonamente.
-Tú, Maestro, no pareces muy amante de las religiones. ¿Quién lo diría?
-El sectarismo, mi querido hijo, es una enfermedad de las religiones insti-tucionales. En cuanto
al dogmatismo, una ¡esclavitud de la naturaleza espiritual. Es mucho mejor tener una religión sin
Iglesia, que una Iglesia sin religión.
-Eso me interesa -apuntó Elíseo, disfrutando de aquella increíble liberalidad del
Resucitado- ¿Cuáles son, en tu opinión, los peligros de las Iglesias?
-En otra oportunidad hablé de esto con tu hermano. Pero lo repetiré, si ése es tu deseo. Las
religiones formalistas tienden a la fijación de las creencias y a la cristalización de los sentimientos;
fosilizan la Verdad; se desvían del servicio de Dios al de la Iglesia; luchan entre sí y entre los
hermanos, en nombre del amor, propiciando las sectas y las divisiones; establecen autoridades
eclesiásticas opresivas; conducen al nacimiento del falso estado mental aristocrático de «pueblo
elegido»; mantienen ideas falsas y exageradas sobre la santidad; se tornan rutinarias y petrificadas y
terminan venerando el pasado, ignorando las necesidades del presente.
-¡Dios mío! -se lamentó mi compañero- ¡Pero tú también formarás una Iglesia!
Un crudo silencio cayó sobre la colina. El Maestro le miró con dureza. Finalmente,
señalando hacia mí con su mano izquierda, respondió sin rodeos:
(Pg. 290) -Si no deseas escuchar mis palabras, escucha al menos las de Jasón. Cuando el Padre
permita que me acompañes, analiza bien mi proceder. Juzga entonces en lo más íntimo de tu ser y
recuerda lo que acabas de afirmar. Es importante que transmitas la verdad. Yo no vine al mundo a
crear Iglesias. Sólo a dar testimonio de nuestro Padre. La naturaleza humana es débil (lo sé) e,
involuntariamente, mi mensaje será trastocado, surgiendo así una nueva religión..., «a propósito» de
mi persona.
Palabras proféticas las de Jesús de Nazaret...
-¿Y cuál es tu religión?
-Os lo he dicho: hacer la voluntad del Padre. Entregarse generosamente al amor y a la
apasionante aventura, de la búsqueda personal de Dios. Yo no deseo credos ni tradiciones que
fosilicen el alma humana. Los que acepten mi mensaje jamás serán dogmáticos. Son las metas (no
los credos) las que deben unir a los hombres. Y la que yo os he revelado es ligera y cristalina: llegar
al Padre. Hacer su voluntad. Descansar en Él.
No pude contenerme. Y saltando por encima de las muchas cuestiones que todavía
almacenaba Eliseo en su insaciable e inquieto corazón, me interesé por el destino de esta
Caótica Humanidad a la que pertenezco.
-En verdad os digo -sentenció con los ojos radiantes por la esperanza- que el futuro del mundo es
espléndido. Las tribulaciones pasarán. Y llegará el día en que los hombres olvidarán rencillas y
oscuros intereses. Ese día, las naciones de la Tierra, como un solo pueblo, aceptarán el doble
mensaje que os traigo: que el Padre existe y que todos sois hermanos. Vuestro destino es la luz. Y
nadie os arrebatará ese derecho. Entonces, sólo entonces, hallaréis la paz. Para llegar a eso debéis
aprender primero a gozar de los privilegios sin abusar de ellos, a disponer de la libertad como de un
delicado recipiente de cristal que conviene manejar con delicadeza y a poseer el poder, rehusando
utilizarlo para ambiciones personales. Tales son los indicios de una «Humanidad avanzada».
-Entonces estamos muy lejos...
La insinuación de Eliseo quedó en el aire. El cinturón de seguridad en tormo a la «cuna»,
proyectado a 600 pies, había detectado un «target». El computador central transfirió la alerta,
haciendo vibrar la conexión auditiva. Me puse en pie. Alguien rondaba o se acercaba a la
colina.
Con una escueta indicación fue suficiente: mi hermano comprendió que «algo» sucedía e,
incorporándose al punto, miró en silencio al extraordinario Hombre. Fue una mirada de
admiración.Jesús le correspondió con un guiño. Alzó sus manos y se despidió con un
lacónico «Id pues ... ».
(Pg. 291) Cuando llegaron los 11 discipulos al monte de la ordenación:
-¡Padre mío, te traigo de nuevo a estos hombres: mis mensajeros! De entre los hijos de la Tierra, he
elegido a éstos para que me representen, como yo he venido representándote. ¡Ámalos y
acompáñalos, como tú me has amado y acompañado! Y ahora, Padre mío, dales la sabiduría, ya que
pongo en sus manos todos los asuntos del reino. Nuevamente, Padre mío, te doy las gracias por
estos hombres y los dejo bajo tu guardia...
Concluida la plegaria, en mitad de un respetuoso silencio, el Resucitado se acercó a cada
uno de los presentes, colocando las manos sobre sus cabezas. En cada imposición, el Señor
cerraba sus ojos, permaneciendo así (Pg. 291) por espacio de varios segundos. Sólo Felipe y
Simón Pedro -los más curiosos- se permitieron alzar ligeramente los ojos, espiando los
movimientos de Jesús.
Terminada la imposición de manos, les rogó que se alzaran. Y recuperando su buen
humor, departió con ellos durante una media hora, rememorando -como sucediera en la playa
de Saidan- los «viejos tiempos». Por último, hacia las 12.45 horas se dirigió a Simón, el Zelote,
abrazándolo durante casi un minuto. No hubo palabras en aquel efusivo abrazo. Pero los ojos
del patriota se llenaron de lágrimas. Acto seguido, uno por uno, repitió la entrañable
despedida. Y retrocediendo hasta el centro del círculo que formaban los íntimos, desapareció
fulminantemente.
Mi compañero me miró perplejo. Yo, impotente, arqueé las cejas, cediendo ante la
evidencia. Esta vez no hubo anuncio para una tercera aparición. ¿Significaba esto que las
«presencias» de Jesús en la Galilea habían finalizado?
Tras unos minutos de confusión, los discípulos emprendieron el regreso a Nahum.

Relatos relacionados con las Palabras de JESUS Tomados de Caballo de Troya 4.


CABALLO DE TROYA 4 – NAZARET
(Pg. 87) MARIA: “EL PADRE NUESTRO”
-...Padre nuestro, que nos has creado, arrancándonos como un destello eterno de tu corazón de oro...
Que estás en los cielos... Que estás en los cielos limitados de cada dolor y de cada enfermedad...
Que estás en la sangre que se derrama... Que estás en el cielo sin distancias del amor... Santificado
sea tu nombre... Santificado y repetido con orgullo, con la satisfacción del hijo del poderoso...
Venga a nosotros tu reino... Llegue a los hombres la sombra de tu sabiduría... Venga a nosotros la
brisa que impulsa la vela... Venga pronto la señal de tu Hijo, mi añorado Hijo, vengan a nosotros las
otras verdades de tu reino... Hágase tu voluntad en la Tierra y en los cielos... Y que el hombre sepa
comprenderlo... Que los espíritus conozcan
que nada muere o cambia sin tu conocimiento... Que no perdamos el sentido de tu última palabra:
«Amaos»... Hágase tu voluntad, aunque no la entendamos...
El pan nuestro de cada día, dánosle hoy... Danos el pan de la paciencia y el del reposo... Danos el
pan de la alegría de los pequeños momentos... Danos el pan de las promesas... Danos el pan del
valor y de la justicia... Y el fuego y la sal de la compañía... Y también el llanto que limpia... Danos,
Padre, el rostro sin rostro de tu imagen... Y perdona nuestras deudas... Disculpa nuestros errores
como el padre olvida la torpeza del hijo... Perdona las tinieblas de nuestro egoísmo... Perdona las
heridas abiertas... Perdona los silencios y el trueno de las calumnias... Perdona nuestra pesada carga
de desconfianza... Perdona a este mundo que, a fuerza de soledad, se está quedando solo... Perdona
nuestro pasado y nuestro futuro... Y no nos dejes caer en tentación... Líbranos de la ceguera de
corazón...
No nos dejes caer en la tentación de la riqueza, ni en la miseria y estrechez de espíritu... Líbranos,
Padre, de toda certidumbre y seguridad materiales... Líbranos.
escrita por Jesús en su lejana juventud

Jason pregunto a Maria (madre de Jesus): -¿a Jesus le gustaban los nimales?
-Desde siempre -avanzó María. Y tras recordarme la pasión del Jesús niño por una de las ocas
de la granja de su hermano, animó a la pequeña ardilla » a que me hablara de Zal Al oír este
nombre, la muchacha, sobresaltada, bajó los ojos, rompiendo a llorar. Quedé en suspenso.
¿Quién era Zal? Y antes de que la Señora acertara a consolarla se retiró de la mesa,
refugiándose en el oscuro taller. Miriam intentó levantarse para acudir en su ayuda.
Pero María, conociendo la extrema sensibilidad de Ruth, le recomendó que la dejara a
solas. Zal -aclaró Miriam- fue uno de los mejores amigos de Ruth..., y de Jesús. (Pg. 136) Me
interesé vivamente por este nuevo personaje. Y al requerir mayor información, la -Señora,
intuitiva, se apresuró a descabalgarme de lo que, sin duda, llevaba camino de convertirse en
una lamentable equivocación.
-Jasón: no te precipites... Zal no era un ser humano, aunque, en ocasiones, demostró mayor nobleza,
lealtad e inteligencia que muchos que se dicen hombres. ¿Jesús no te habló de él?
-Lo recordaría...
Zal fue un hermoso perro, inseparable compañero de mi Hijo en sus últimos años. Una vez más,
aquel jovencito había predicado con el ejemplo, colocándose del lado de la Naturaleza.

(Pg. 136)
Jason: ¿cómo y por qué surgió la designación de «Hijo del Hombre o de los Hombres»?
Maria y Myriam confirmaron lo que Santiago en Betania le había contado:
Fue en el transcurso de dicho año 9 cuando, en una de sus periódicas visitas a la biblioteca de
la sinagoga, «tropezó» con un texto que le impresionó vivamente.
En ese año 9, como había empezado a relatar, la Providencia condujo al todavía confuso
carpintero hasta uno de los rollos almacenados en la sinagoga: el libro de Enoc. Y aunque era
público y notorio que el mencionado manuscrito podía tener un carácter apócrifo, Jesús lo
leyó y releyó, impresionado por uno de los pasajes. En él aparecía la expresión «Hijo del
Hombre». El autor hablaba con precisión, retratando a un Hombre que, antes de descender al
mundo para iluminarlo con su palabra, había cruzado los umbrales de la gloria celestial, en
compañía del Padre Universal, «su» Padre. Y (Pg.140) decía también que el «Hijo del
Hombre» había renunciado a su majestad y grandeza, en beneficio de los infelices y perdidos
mortales a quienes ofrecería la revelación de la filiación divina. Y el corazón del adolescente
vibró como pocas veces lo había hecho. De entre las profecías y referencias mesiánicas,
aquélla era la que más se aproximaba a sus íntimas inquietudes. Y a sus catorce años Jesús de
Nazaret se hizo la firme y secreta promesa de adoptar para sí tan hermoso título.
Ciertamente, y yo fui testigo de excepción, el Maestro tenía la facultad infalible y envidiable
de reconocer la verdad, allí donde estuviera y vistiera el ropaje que vistiera...
.
.
.
Y llegó el 21 de agosto...
Como dije, el rompecabezas del odio y de la envidia seguía encajando. Al cumplir los quince
años, el entonces jefe de la sinagoga de Nazaret`-Ismael el saduceo- se apresuró a ordenar una
nueva pieza en el tablero de su corazón de hiena. Veamos cómo ocurrió.
En esa señalada fecha Jesús fue autorizado a dirigir el oficio del sábado. (A partir de los doce-
trece años, la ley permitía a los varones libres de Israel la lectura de la sagrada Torá -el
Pentateuco- en las sinagogas.) Y aunque el adolescente ya había leído las Escrituras en otras
oportunidades, en aquel momento, al sabbat siguiente a su cumpleaños, al ser requerido
oficialmente por el consejo, el acto guardaba una solemne significación. La aldea entera se
hallaba reunida en la beth- hakeneseth. Y el joven, vistiendo su blanca túnica de lino, regalo
de María, se dirigió a los asistentes, leyendo un pasaje especialmente escogido por su
simbología:
-El espíritu del Señor Dios está en mí, ya que Él me ha ungido y enviado para llevar a los
bondadosos la buena nueva, para curar a aquellos que sufren, para anunciar la libertad a los cautivos
y abrir las cárceles a los prisioneros.
Para proclamar el año en favor del Eterno y un día de venganza para nuestro Dios. Para consolar a
los afligidos y darles el aceite de la alegría en lugar del luto y un canto de alabanzas en vez de un
espíritu abatido, con el fin de que sean llamados árboles de rectitud, plantados por el Señor y
destinados a glorificarle...
»Buscad el bien y no el mal, para que viváis y el Señor, el Eterno de los Ejércitos, sea con vosotros.
Odiad el mal, amad el bien. Estableced
el juicio justo en las asambleas de la puerta. Tal vez el Señor Dios usará de su gracia con los restos
de José.
»Lavaos y purificaos. Quitad la maldad en vuestras acciones ante mis ojos. Cesad de hacer el mal y
aprended a hacer el bien. Buscad la justicia, aliviad al oprimido. Defended al que ya no tiene padre
y proteged la causa de la viuda.
»¿Cómo me presentaré ante el Señor? ¿Cómo me inclinaré delante del Dios de toda la tierra?
¿Tendré que ir ante Él con holocaustos, con bueyes de un (Pg. 141) año? ¿El Señor gozará con
miles de moruecos, con decenas de miles de carneros o con ríos de aceite? ¿Daría a mi primogénito
por mi trasgresión o el fruto de mi cuerpo por el pecado de mi alma? No, porque el Señor nos ha
enseñado lo que es bueno. ¿Qué os pide el Señor? Únicamente, ser justos, amar la misericordia y
caminar humildemente hacia Él.
»¿Con quién comparáis al Dios que domina toda la órbita de la tierra? Levantad los ojos y ved
quién ha creado estos mundos que producen legiones y las llama por su nombre. Hace todas estas
cosas gracias a la grandeza de su poder. Y dada la fuerza de su poder, nadie se equivoca. Da vigor a
los débiles y aumenta la fuerza a los que están cansados. No temáis, pues estoy con vosotros ya que
soy vuestro Dios. Os ayudaré. En efecto os sostendré con la mano derecha de la justicia, pues soy el
Señor vuestro Dios. Os daré mi mano, diciendo: "No temáis, ya que os ayudaré."
»Tú eres mi testigo, dijo el Señor y el servidor que he escogido con el fin de que todos me conozcan
y me crean, al tiempo que sepan que soy el Eterno.
Yo, sí yo, soy el Señor..., y fuera de mí no hay Salvador.
Miriam, que idolatraba a su Hermano, dio cumplida cuenta de la reacción del pueblo:
-Regresaron a sus casas impresionados. La lectura de Jesús, solemne, dulce, varonil, rotunda, les
llenó de paz y de esperanza...
-Y de odio -medió la Señora, aportando un dato que ya flotaba en mi mente-. Odio entre los de
siempre... Odio en los corazones de los que asociaron aquella lectura con mis sueños mesiánicos. El
saduceo, sobre todo, que siempre menospreció nuestras creencias en el Mesías, interpretó las
últimas frases de mi Hijo como una blasfemia solapada. Él sabía que Jesús era considerado «el niño
de la Promesa». La noticia, inevitablemente, terminó por correr de boca en boca. Y el atrevimiento
de Jesús le pareció intolerable.
«¿Quién se cree este engreído carpintero? (llegó a murmurar). Suponiendo que el Ungido aparezca,
¿es que no sabe que primero será designado sumo sacerdote?»
-Imagino que Jesús sabía de estos odios...
-Sobradamente -puntualizó su madre-. Pero había «algo» en él que desconcertaba. Desde muy
niño le repugnaba la violencia. Y no era un problema de falta de valor o de vigor físico. Todos le
vimos cargar maderos de dos y tres «efa». -Considerando que un «efa» equivalía a unos 43 kilos,
la (Pg. 142) expresión de la madre se me antojó un tanto exagerada. Pero todo era posible en
aquel soberbio ejemplar humano-. Nadie le vio retroceder ante una amenaza o arrugarse como
una mujer en la oscuridad. Era bravo y valeroso..., pero lo demostraba con sencillez, sin alardes. Y
cuando llegaban a sus oídos las maledicencias o calumnias de los de siempre, sonreía o acudía a su
frase favorita: «nada se mueve si no es por la voluntad de mi Padre. Incluso la lengua del
áspid».
.
.
.
(Pg. 143)
-Suponemos -terció María- que la idea del «Padrenuestro» nació a causa de nuestra escasa
imaginación...
-No entiendo.
-Es fácil -aclaró, impacientándose ante mi impaciencia-. Desde siempre, mi pueblo y mi familia
se habían limitado a recitar de memoria las oraciones que marca la ley y la tradición. Pero Jesús,
empeñado en que compartiéramos sus locas pretensiones de «hablar directamente con Dios»,
bendito sea su nombre, insistía en que «era bueno improvisar y comunicar al Padre todas nuestras
inquietudes y problemas». ¿Te imaginas, Jasón? ¿Cómo podía ser eso? Por mucho menos habían
lapidado a otros. ¿Hablar, de tú a tú, con el Divino?... Las amonestaciones de José, cuando vivía, y
las mías, en todos esos años, fueron como zumbidos de moscas en sus oídos. Mis hijos, que le
adoraban, lo intentaron. Pero, temerosos ante «el qué dirán» o amarrados a la fuerza de la
costumbre, acababan en la recitación memorística. Y un buen día...
-Una noche, mamá María... -corrigió Miriam.
-Una noche, tienes razón, cansado de solicitar espontaneidad, fue a sentarse aquí mismo y tomando
una de las maderas sobrantes del «sucio taller »...
-Esta vez acompañó la indirecta con una pícara sonrisa-..: .se puso a pintar...
-A escribir, mamá María... -rectificó la hija.
-El cielo me valga, Jasón... Ya no hay respeto en este mundo...
Agradecí la precisión. Como era lógico y natural, la Señora no podía comprender lo
importante que era para mí la exactitud, la «milimétrica exactitud», en todo lo concerniente a
su Hijo. Y aunque el hecho de equivocar la palabra «escribir» por la de «pintar» pueda ser
estimado como vanal, no quiero pasarlo por alto. La razón no es tan vanal... Nos hallábamos
en abril del 30. Habían transcurrido veintiún años desde la creación del Padrenuestro.
Si una de las protagonistas del importante suceso no retenía con nitidez los pormenores del mismo,
¿qué podía esperarse de los llamados «evangelistas» (Pg. 144) que se aventuraron a redactar sus
recuerdos y los de terceras personas bastantes años después?
-...Muy bien, se puso a escribir... Esta deslenguada y yo trasteábamos junto al hogar, preparando la
cena. Y los más pequeños, si no recuerdo mal, jugaban fuera o quizá en el terrado, con las cajas de
arena...
María, suspicaz, arqueó las cejas y abriendo las manos interrogó a su hija con la mirada. Pero
Miriam, maliciosamente, le hizo ver que su memoria no llegaba tan lejos.
-Y de pronto, Ruth, que apenas contaba seis meses, rompió a llorar. Alcé la vista y vi cómo Jesús
arrimaba la cuna a la mesa. Me sonrió y, canturreando, prosiguió con su escritura, al tiempo que
balanceaba a la «pequeña ardilla». Era matemático. En cuanto alguien la acunaba, la muy pájara
cesaba en sus lloros... Y así, inclinado sobre esta muela, haciendo traquetear la cuna con su mano
derecha, entre el vocerío de la gente menuda y el trasteo de platos y vasijas, le dio cuerpo a esa
«maravilla»…
Un punto de silencio arropó la certera calificación. Y los tres nos abandonamos en brazos de aquella
escena. ¡Cuán sencilla es a veces la gestación de las grandes obras!
-Terminada la cena reclamó la atención general y, amoroso, nos leyó la plegaria. Los más pequeños
-Judas, Amos y Ruth- se. durmieron en los brazos de sus hermanos. Y en paz, a la parpadeante luz
de una lucerna como ésta, mi Hijo fue leyendo, comentando y respondiendo las dudas de todos
nosotros...
La Señora titubeó. Y sus labios temblaron, vencidos por una melancólica tristeza.
-Fue hermoso, Jasón -le relevó Miriam, mientras escondía entre las suyas las largas y
crepusculares manos de su madre-. Hermoso aunque no le comprendiéramos...
-¿Por qué? -interviene sin reflexionar.
-Él hablaba y decía cosas extrañas, casi prohibidas por la ley...
-Por Dios -le animé-, hazme partícipe de sus «pecados».
La muchacha sonrió, gozosa ante alguien que tampoco cedía con facilidad.
-Fue recitando lo escrito y..., pero mejor será que lo escuches. Y entornando los ojos fue
recordando.
-Padre nuestro...
»Y recorriendo nuestros asombrados ojos aclaró: »Porque Él nos ha creado en verdad, como la
ola que, sin desprenderse, se desprende del mar...
»Que estás en los cielos...
»Y guiñándonos un ojo señaló al pecho de Santiago. Y dijo:
»En los cielos del corazón.
»Santificado sea tu nombre...
(Pg.145)
»Y todos asentimos. Pero él, sin dejar de sonreír, negó con la cabeza. Y aclaró:
. »Santificado, no sólo porque lo ordene la ley. Santificado porque nunca duerme. Santificado
porque nunca hiere. Santificado porque ahora, seguramente, se sonríe ante los problemas de mamá
María y de este pobre carpintero...
La Señora, me traspasó con la mirada. Aquel verde hierba hubiera sido suficiente para
iluminar la estancia. -Venga a nosotros tu reino... »Y Santiago le interrumpió: ¿Es que Dios es
rey?
»Y mi Hermano, señalando hacia el patio, alzó la voz. Y dijo:
»El único, oídme bien, capaz de armar el rojo de una rosa. ¿Podrías tú, Santiago, o tú,
Miriam, o tú, José, fabricar la geometría de las estrellas?
»Nadie replicó. Y con una seguridad que daba miedo sentenció:
»Pues ése es el reino de nuestro Padre: el de la belleza visible e invisible.
»¿Belleza invisible?, saltó Simón, que a sus siete años era tan irritantemente curioso como
Jesús.
»Sí, pequeño: la que se adivina debajo de la justicia; la que sostiene un beso de amor; la de los
hombres que jamás reclaman; la que regala al mundo sus cosechas; la que concede antes de que se
abran los labios para rogar.
Ése es nuestro reino...
»Y hágase tu voluntad en la tierra y en los cielos... »Esperó un momento. Y en plena expectación
anunció lo que menos imaginábamos:
»Ya sé que, a veces, el Padre de los Cielos parece como si se hubiera ido de viaje... No temáis: es el
único que jamás viaja...
»¿Nunca?, terció Marta con los ojos abiertos como espuertas. Eso no es verdad... ¿Y qué me
dices de Moisés? ¿No viajó con él por el desierto?
»Atrapado, Jesús se rindió a la candidez de mi hermana.
»Lo que quiero decir, niña intrigante, es que nuestra voluntad no siempre coincide con la
suya. Pero Él, como mamá María, sabe bien lo que te conviene.
Hacer la voluntad del Padre -siempre, a cada instante, aunque no la comprendamos- es el pequeño-
gran secreto para vivir en paz.
»Y mi Hermano continuó:
»El pan nuestro de cada día, dánosle hoy...
»Pero, ¿quién nos lo da: mamá María, tú o Dios?
»El responsable y racional Santiago nunca tuvo pelos en la lengua.
»Mamá María y yo, por supuesto..., porque Él nos lo ha dado primero.
»El razonamiento, a sus once años, no le satisfizo.
»Y mi Hermano añadió solícito:
»El Padre es sabio. Conoce a cada uno de sus hijos por su nombre. Y dispone todo lo necesario
para que, en forma de trabajo, de suerte o de casualidad, ni una sola de sus criaturas quede
desamparada. La codicia, la ambición (Pg. 146) y la usura, queridos, no son sólo pecados
contra los hombres. Son estupideces, muy propias de los que han olvidado o nunca supieron
que tienen un Padre..., inmensamente rico.
»Y perdona nuestras deudas.
»Y Jesús dijo:
»Sobre todo, las que nadie conoce.
»Y tú -me atreví a preguntarle, aclaró Miriam-, ¿también tienes deudas con el Padre?
»Se puso serio. Y me asusté.
»Tantas como virutas en mi taller...
»Pero nadie le creyó porque esas virutas estaban rizadas por el sudor de su frente. Y es difícil
hallar la maldad en alguien que lo antepone todo a su interés.
»Y no nos dejes caer en la tentación.
»Y bajando el tono de voz nos hizo partícipes de otro secreto:
»...No en la tentación de violar el sábado o las casi siempre interesadas leyes de los hombres.
Decid mejor: «no nos dejes caer en la tentación» de olvidarte, Padre de los cielos. Si el peor de los
pecados es menospreciar o ignorar a los que nos han dado la vida terrenal, ¿qué clase de afrenta será
renunciar al Padre de los padres?
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.
(Pg. 151)
Y fue en aquel año 10 cuando -según confesión de Santiago- tomó una de sus primeras e
importantes decisiones. Una determinación que afectaba a su futuro y al de los suyos. Una
resolución que no compartió con su madre porque, entre otras razones, difícilmente le hubiera
comprendido. Jesús, (Pg. 152) consciente de su grave responsabilidad para con la familia de la que
era «padre» y principal soporte, decidió esperar...
-Lo había meditado largamente -explicó su hermano-. Aguardaría a que todos estuviésemos en
condiciones de valernos por nosotros mismos. Entonces, sólo entonces, emprendería su ministerio
como educador de la verdad.
-¿Qué verdad? -pregunté simulando un total escepticismo.
-La suya -replicó certeramente-. A sus dieciséis años, aunque su pensamiento se hallaba todavía
confuso, tenía muy clara la idea de «su Padre Celestial». No me preguntes cómo pero ese asunto
había echado unas profundas raíces en su inteligencia. Y nadie pudo con Él: ni maestros, ni
sacerdotes, ni amigos, ni siquiera María... ¡Pobre mamá María! ¡Cuánto padeció con sus silencios!...
Y ése, Jasón, fue el sueño y el ideal que le sostuvo durante años: liberarse de los compromisos
familiares para anunciar al mundo que hay un Padre que nada tiene que ver con el Yavé de nuestros
mayores.

…una vez que sus hermanos contrajeron matrimonio y encauzaron sus respectivas existencias, el
Maestro abandonó la Galilea..., para viajar. Y lo hizo durante dos años. En total, por tanto, la
«puesta a punto» de su misión exigió más de cinco mil días. Evidentemente, la aparición en público
del Hijo del Hombre no fue algo repentino, ni fruto de una «súbita iluminación», como pueden creer
algunos. En el desarrollo de nuestro «tercer salto» iríamos descubriendo el apasionante
prolegómeno que constituyó el fundamento de su gira de predicación.

…María era imprevisible. Así que fui todo oídos. (Maria dirigiéndose a Ismael referente a la
educación de sus hijas)
-...Y Moisés puso la ley por escrito y se la dio a los sacerdotes... Y les dio esta orden: «Cada siete
años, tiempo fijado para el año de la Remisión, en la fiesta de las Tiendas, cuando todo Israel acuda,
para ver el rostro de Yavé tu Dios, al lugar elegido por él, leerás esta ley a oídos de todo Israel.
Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que vive en tus ciudades, para que
oigan, aprendan a temer a Yavé vuestro Dios, y cuiden de poner en práctica todas las palabras de
esta ley. Y sus hijos, que todavía no la conocen, la oirán y aprenderán a temer a Yavé nuestro Dios
todos los días que viváis en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.»
Más que el contenido de aquel pasaje del Deuteronomio lo que me impactó fue el hecho de que
conociera la Torá. Quizá, como otras mujeres, había sido «secretamente» instruida en su hogar.
-Y ahora dime: ¿guardaban justicia mis palabras?
Asentí, claro.
-Pues bien, conforme recitaba la letra santa, el muy bribón, a quien Dios confunda, fue
cambiando de color. Y del blanco pasó al rojo y luego al verde. Algo tramaba. Y mi Hijo,
conociendo sus maquinaciones, me hizo un gesto para que cesara el discurso. Pero María, «la
de las palomas», no es mujer a la que se le pueda imponer un injusto silencio. Aquel saduceo
me escucharía hasta el final. Y al concluir, dirigiéndose a Jesús, con la lengua atropellada por
la ira, balbuceó: «¡Tú y tus irreverentes ideas...! ¡Más valdría que buscaras marido para esta viuda
deslenguada! »
»A partir de ese momento, el muy venenoso ni siquiera me miró. Mis posibles culpas cayeron
sobre las espaldas de Jesús. E invocando la palabra del Divino acometió de nuevo: "¡Muchos
han caído a filo de espada, mas no tantos como los caídos por la lengua! Yugo mal sujeto es la
mujer mala..."
»Y Jesús, una vez que el hazán hubo vaciado su ponzoña, le replicó con la sabiduría del
Eclesiástico: "Tres clases de gente odia mi alma, y su vida de indignación me llena: pobre altanero,
rico mentiroso y viejo adúltero, falto de inteligencia."
»¡Dios bendito!, el saduceo (altanero, mentiroso y adúltero) se puso lívido. Y arrojando hiel y
fuego por los ojos arremetió contra mi Hijo: "¿Quién le ha enseñado la ley? ¿Quién ha cometido
el sacrilegio de abrir la santidad de la (Pg. 158) Torá. a esta pecadora? ¿Has sido tú, Mesías de
madera? ¿Sabes que podría expulsarte de la sinagoga?"
»Pero Jesús, sonriendo valientemente, le dijo algo que entonces, con el señuelo del Mesías
Libertador en mi corazón, interpreté de forma equivocada: "Mide bien tus palabras, Ismael.
También yo, el último, me he desvelado, como quien racima tras los viñadores. Por la bendición del
Señor me he adelantado, y como viñador he llenado el lagar. Mira que no para mí sólo me afano,
sino para todos los que buscan la instrucción. Deja a esta viuda con la pena de su viudez y no
olvides lo que reza la ley que tanto defiendes: el corazón obstinado se carga de fatigas. Y hay quien
se agota y apresura en beneficio de la santidad de un libro, llegando tarde a la suya propia.
Si por buscar el ingreso de la justicia en la sinagoga pretendes mi expulsión de la asamblea, ¿no
será que estás condenando al justo?"
» "¿Justo? ¿Te atreves a proclamarte Justo?"
»El saduceo, fuera de sí, le hubiera abrasado en su mirada. Y cuando Jesús se disponía a
responder estalló entre hipócritas lamentos: "¡Halaga a tu hijo y te dará sorpresas! ¡Juega con él
y te traerá pesares! ¿Por qué tuve que instruirte? ¿Has olvidado quién te enseñó? ¿Eres tú más justo
que el que imparte la justicia?"
»Esta vez, mi Hijo no permitió que le sellara los labios. "No lo he olvidado.
Pero no habría estado en tu mano, de no ser por expreso deseo de mi Padre..."
»Ismael -aclaró María innecesariamente- confundió las palabras."José, tu padre, era un hombre
sin doblez, pero blando. Te consintió en exceso y éste es el fruto: un hijo libertino."
»"Está escrito: el que instruye a su hijo (rechazó Jesús) pondrá celoso a su enemigo. Y ante sus
amigos se sentirá gozoso." En cuanto a mis pecados, no olvides que los vástagos de los impíos no
tienen muchas ramas... Y dime: ¿acaso las ves en este Mesías de madera?"
»"¿Cómo te atreves a llamarme impío? (vomitó el sacerdote). Yo soy el custodio de la ley..."
»"El que guarda la ley (le desarmó Jesús) controla sus ideas."
»"Mis ideas, desagradecido y presuntuoso jovencito (clamó el hazán atropelladamente) nacen de la
ley. Las tuyas, para tu perdición, mueren en la ley. Siempre te expresaste como un necio y sólo a los
necios consolarás. Mas, no te confundas: yo no soy tal."
»"Ismael (manifestó Jesús con una paciencia y dulzura que me sacaron de quicio), tú, ahora, tienes
el corazón en la boca. Y yo, algún día, enseñaré lo contrario: que el corazón sea la boca de los
sabios."
»"¿Algún día?... Primero tendrás que aprender la humildad. Y aun así,
¿quién escuchará a un desarrapado carpintero?"
(Pg. 159)
»Jasón, tuve que contenerme. Le hubiera sacado los ojos...
»Pero aquel Hijo del Hombre en proyecto empezaba a brillar con luz propia. Y tuvo la
respuesta justa: "Quien es estimado en la pobreza, ¡cuánto más en la riqueza!"
»"¡Ah!, ¿pero tú serás rico?", se burló el saduceo.
»Y mi Hijo volvió a sonreírle. Y señalando con el dedo a los cielos trató de aclararle su idea de
la "riqueza". Pero la víbora era ciega.
»"Mi riqueza, Ismael, es hacer la voluntad del Padre. Cuanto mayor es mi fe en Él, más grande mi
crédito en la tierra... Y en cuanto a aprender la humildad, ésa, amigo mío, no se aprende: se nace o
no se nace con ella."
»"Dice la Escritura: ensálzate con moderación."
»El reproche del sacerdote no hizo mella en Jesús. "Y dice también (le replicó al punto) estímate
en lo que vales. Porque, al que peca contra sí mismo, ¿quién le justificará? ¿Quién apreciará al que
desprecia su vida?"
»`Y tú, infeliz, ¿en qué puedes estimarte?"
»Cargada como una tormenta no pude contenerme. Y fui yo quien le dio cumplida
réplica: "Es estimado en el amor que guarda y que otorga. ¿Puedes tú decir lo mismo, que sólo has
ganado la amistad de los sin amor?"
»Jesús trató de apaciguarme. Pero, furiosa, le restregué por la cara lo que todos pensaban y
muy pocos se atrevían a declarar."Tu boca amarga, lejos de multiplicar amigos, sólo sabe
menguarlos. Tu poder es el del miedo. Te sientas a las mesas de las gentes de esta aldea, pero jamás
has abierto tu bolsa ante la adversidad de los demás. Sólo tú te estimas, confundiendo el brillo del
lujo con el beneplácito divino. ¿Es que no sabes que el corazón modela el rostro del hombre? Pues
bien, mírate y juzga..."
»Mis palabras, lo reconozco, fueron despiadadas. Y Jesús, tirando de mí, me obligó a regresar
a casa. Desde aquella disputa, Ismael el saduceo no dejó de intrigar para perdemos. Y mis
hijas tuvieron que ser instruidas secretamente. Santiago, y en ocasiones Jesús, cuando su
trabajo se lo permitía, fueron los maestros.
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(Pg. 162)
-Era curioso -manifestó Miriam, hablando casi para sí-. Recuerdo muy bien los ojos de Jesús
cuando tocábamos el mundo de los números. Se iluminaban. Flotaba en ellos el amarillo de la
llama... Todos sabíamos que le entusiasmaban. Pero nunca quiso entrar en honduras. Los llamaba la
«secreta correspondencia de su Padre de los cielos». ¿Qué podía querer decir?
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-¿En qué momento se refirió el ángel a un Mesías Libertador?
Me miró confusa. Y rememorando el anuncio -grabado a martillo y cincel en su memoria-
enumeró las expresiones que, según ella, habían alimentado sus ilusiones:
-..:«Tu concepción ha sido ordenada por el cielo»... «Le llamarás Yavé salva... E inaugurará el reino
de los cielos sobre la tierra y entre los hombres...» «Isabel prepara el camino para el mensaje de
liberación que tu hijo proclamará con fuerza y profunda convicción a los hombres»... «Esta casa ha
sido escogida como morada terrestre de este niño del destino.»
Y sus ojos, violetas ahora por la pesadumbre, esperaron alguna aclaración.
Y quien esto escribe se atrevió a proporcionársela. Para ello entoné' primero otra no menos
célebre súplica de naturaleza mesiánica, contenida en las Escrituras:
-Escucha, oh Señor, pon sobre ellos a su rey, el hijo de David...
»Y cíñele de fuerza, que pueda destruir a los jefes injustos...
»Que con vara de hierro los aniquile...»Que destruya a las naciones impías con el aliento de su
boca...»Y que reúna un pueblo santo...»Y ponga las naciones paganas bajo su yugo... »Será rey
justo, instruido por Dios...»Y en sus días no habrá iniquidad en su reino... »Pues todo será santo y
su rey el Ungido del Señor. Acto seguido pregunté:
-¿Es que Jesús fue un destructor de jefes injustos?
¿Aniquiló con vara de hierro? ¿Destruyó naciones? ¿Es que no hubo iniquidad durante su vida?
¿Fue todo santo? ¿Qué relación guarda esto con la buena nueva del ángel? Miriam, sorprendida
por mis «conocimientos bíblicos», hizo de defensora de su madre:
(Pg.179)
-Gabriel habló de un mensaje de liberación para los hombres...
Asentí, complacido por la oportunidad de su comentario. Y puesto que el Maestro se había
cansado de insistir en ello, les recordé algo que no interfería en «su ahora»:
-Ese mensaje, hija, que muy pocos han comprendido, nada tiene que ver con un Mesías Libertador.
No es fuego, ni armas, ni guerra, ni esplendor humano o político lo que ha traído tu Hermano a la
tierra. Es algo así como un correo especial, directamente de los cielos...
La Señora tomó mis manos y, besándolas, exclamó radiante:
-¡Dios te bendiga!
Las retiré al momento. Y confuso concluí como pude:
-...Un correo que, más o menos, le recuerda a la humanidad que hay un Padre en los cielos...
El gesto de María me descompuso. Y no supe terminar.
-
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(Pg. 180)
-Ahora me siento orgullosa de un Hijo así. «Ninguna causa (les dijo abiertamente) puede justificar
mi ausencia. Mi madre viuda y mis ocho hermanos precisan del consuelo, del cariño y del consejo
de un guía de su misma sangre. Y el dinero, amigos míos, no arropará a los más pequeños en las
noches de invierno, ni consolará la soledad de María. Lo siento. La solemne promesa hecha a mi
padre muerto no será rota.
Y después de agradecerles sus desvelos se retiró al taller.
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(Pg. 185)
-En aquellos años -intervino Jacobo en un cordial intento de satisfacer mi sed-, por si ello arroja
luz sobre tus dudas, el tema favorito de conversación con nosotros, sus íntimos, era su Padre
Celestial.
Ésa era una buena pista. Y le supliqué que profundizara.
-Hablaba de Él a todas horas. Con el menor o más vanal de los pretextos. Era una obsesión. Su
Padre estaba en todo. E intentaba convencemos de que éramos sus hijos. No importaba la raza, la
condición social o el grado de bondad. Para nosotros no era fácil. El único Dios que habíamos
conocido era el de Moisés: justiciero, abrasador a veces, conquistador y tan remoto que sólo el
sumo sacerdote tenía acceso al «santo de los santos» y una vez al año. ¿Cómo podíamos hablar de
tú a tú con ese Dios? La blasfemia era flagrante. Pero Él lo vivía y explicaba con una lógica y
naturalidad que infundían miedo. Santiago y yo lo comentamos muchas veces: si las ideas de Jesús
llegaban a oídos del consejo podía ser fulminado. Decía, incluso, que «nuestro Padre» amaba lo feo,
lo impuro y lo deforme. Nos mostraba una flor, un trozo de madera de su taller o a su perro y
exclamaba entusiasmado:
«¿Sabéis de hombre alguno que haya logrado una perfección semejante?»
»Algunas veces le preguntamos por el rostro de ese Dios. Nos miraba con dulzura y decía: «¿Podéis
describirme el de la música? ¿Qué facciones tiene el amor? ¿Quién será capaz de dibujar la cara de
la sabiduría? ¿Tiene ojos la ternura o la tolerancia o la fidelidad? Pues bien, hermanos míos, así es
el Padre de los cielos: sin rostro y con los mil rostros de la belleza, del perdón, de la risa, del poder,
de la paz y, sobre todo, de la misericordia.
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(Pg. 189)
Santiago: -Y te diré una cosa, Jasón. Aquellas buenas gentes, paganos en su mayoría, agradecían
este trato. Mi Hermano les hacía multitud de preguntas y la espera resultaba infinitamente más
agradable. No todos los albergues y almacenes recibían a los prosélitos con el mismo cariño y
simpatía. Y el saduceo, enterado de lo que él -consideraba «una debilidad impropia de un
judío»; le amonestó en repetidas ocasiones. Pero Jesús le contestaba siempre lo mismo:
«Grandes trabajos han sido creados para todo hombre. Una sonrisa y
una palabra amable hacen más ligero el yugo.»
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(Pg. 192)
-María casi le sigue a la tumba -susurró Jacobo-. Si la desaparición de José fue un hachazo, la del
niño la destrozó física y moralmente. Y todos clamamos a Yavé. ¿Por qué? ¿Qué pecado habíamos
cometido? El único que se mostró entero (¡bendito sea su nombre!) fue Jesús. Nadie le vio llorar.
Pero tampoco consintió que sus familiares portaran el cadáver de su hermano hasta la colina. Él
mismo, con una serenidad y majestad envidiables, lo tomó en sus brazos, presidiendo el cortejo
fúnebre. Y al depositarlo junto a los restos de José le besó y clamó con gran voz: «Padre mío, ésta
es tu voluntad. Amós es tuyo y a ti vuelve. Y ahora líbranos de la tristeza: la verdadera muerte.»
»Y durante semanas esta casa fue una garganta desierta. El pueblo desfiló por ella de
puntillas. Nadie hablaba. Y a pesar de los esfuerzos y la permanente presencia de Jesús,
María se negaba a comer. Y llegó un momento en que temimos por su salud. Hasta que,
cariñoso pero firme, su Hijo posó las manos sobre sus hombros y le dijo: "Madre, la pena no
puede ayudarnos. Hacemos cuanto podemos, pero no es suficiente. El Padre, ahora, nos pide el
tributo de una sonrisa. Concédenos la tuya. Así, todo saldrá mejor. Y no pierdas la esperanza. Él
sabe lo que nos conviene. También en el dolor está su mano."
»Y consiguió lo que parecía un milagro. Su optimismo, paciencia y sentido común fueron como un
bálsamo. Y mamá María, muy despacio, recuperó el (Pg.193) color y las ganas de vivir. Y a partir
de aquel duelo fue unánimemente reconocido como un jefe valeroso.
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(Pg. 206)
-Tenía una frase que le encantaba repetir -manifestó Jacobo con placer-. «No seáis como esos
lacayos que siempre esperan una propina; servid al Padre gratuitamente.»
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(Pg. 209)
Y Santiago, el único que supo de los detalles de éste, su primer viaje en solitario, se hizo con el
gobierno del relato.
-No sé si hemos comentado en otras oportunidades el profundo desagrado que experimentaba Jesús
cada vez que visitaba el templo...
En efecto. El tema había sido tocado en las conversaciones desplegadas en Betania.
-...Pues bien, en esta tercera entrada en Jerusalén (según me confesó a la vuelta) el repulsivo
espectáculo de los sacrificios y el descarado comercio en el atrio de los Gentiles destaparon sus
antiguos sentimientos. «Aquello es una vergüenza (dijo). Paganos, sacerdotes y judíos han
convertido la fiesta de la Pascua en un latrocinio. Sólo les interesa el dinero. Y tienen el
atrevimiento de justificar su repugnante actuación "en el nombre de Yavé". ¿A qué clase de Dios
creen que sirven? ¿Es que el derramamiento de sangre sirve para algo más que para truncar la vida
de un animal y revolver el estómago de los sensibles? Mi Padre no es un Dios de sangre. » Y se
entristecía, Jasón. Esta concepción de un Yavé al que había que aplacar le resultaba pueril y
propia de un pueblo primitivo. Ésa, como sabes, fue una de sus permanentes batallas.
Y movido por esta natural repugnancia propuso a Lázaro y a sus hermanas lo que, a partir de
ese año 14, se convertiría en todo un símbolo: festejar la Pascua prescindiendo del cordero.
-La familia de Betania -continuó Santiago-, que no esperaba la visita de mi Hermano, quedó
estupefacta. ¿Celebrar la solemne fiesta rompiendo con la tradición? Y Jesús les explicó que esta
suerte de rituales carecía de importancia. Que nada tenían que ver con el Padre de los cielos. Y por
primera vez, aunque en secreto, un grupo judío quebró la sagrada ley de Moisés. En (Pg.
210) la mesa de Lázaro sólo hubo pan ácimo y vino con agua. Y en un apasionado discurso,
Jesús llamó a esos manjares el «pan de la vida» y el «agua viviente».
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(Pg. 212)
-¿Y qué era «lejano» para Jesús?
María y sus hijas sonrieron. Y dieron la respuesta certera: -Para aquel Hombre maravilloso sólo
existía el presente. El futuro, el mañana, eran la voluntad del Padre.
…-Jesús, optimista por naturaleza, depositaba sus manos sobre mis hombros y a mis
insinuaciones sobre la posibilidad de salir de la pobreza replicaba: «Madre, nunca hemos sido
pobres...» -La Señora, al recordar estas palabras, pronunciadas dieciséis años atrás, se
estremeció...
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(Pg. 214)
El Mayor: Jesús se encarnó en la tierra con una doble gran finalidad. Él, como «Hijo» de ese gran
Dios o Padre Celeste, ya había conocido la gloria de la divinidad. (Las palabras, lo he dicho, son mi
enemigo. Haré lo que pueda.) Pero quiso «descender» hasta una de las más primitivas escalas de las
criaturas dotadas de voluntad. Nunca lo comprendí, pero ésas fueron sus palabras. Él, como
Soberano y Creador de esas mismas criaturas (llamadas seres humanos), deseaba compartir su
existencia. Para ello, el «mejor sistema» era hacerse hombre y vivir como tal. Y lógicamente, para
lograrlo en plenitud, este «Hijo» del Padre tuvo que renunciar -durante muchos años- a su, digamos,
«memoria celeste», «poder y naturaleza divinos». En otras palabras: por expresa voluntad, Jesús
nació, creció, aprendió, sufrió y experimentó como cualquier individuo de la raza humana y
absolutamente ajeno a su verdadera identidad. Punto éste de difícil comprensión, pero decisivo, para
entender esos años de supuesta «vida oculta». «Sólo así -nos dijo- era posible que mi Padre
reconociera la absoluta soberanía del Hijo sobre lo creado.» (Palabras enigmáticas que mi corto
entendimiento no ha podido resolver, aunque las acepto.)
Concluida esta experiencia en la tierra -algo que, sorpresivamente para nosotros, tuvo lugar en
vísperas de su etapa de predicación-, Jesús podía haber «vuelto» al Padre. Su misión, al parecer, se
hallaba culminada. Había «conocido» a los hombres y hubiera obtenido -de pleno derecho- la
referida y misteriosa entronización como Soberano. Pero, y he aquí otro «mágico» aspecto de la
encarnación del Hijo del Hombre, desde muy joven, sin saber muy bien qué se pretendía de Él, esa
Superinteligencia se había encargado de mantener el fuego sagrado de un «ideal»: revelar la
existencia de ese Padre-Dios a la humanidad. He aquí la segunda gran finalidad de su «visita» a la
tierra. Durante muchos años, curiosa o paradójicamente, Jesús fue consciente de este segundo
«ideal», aunque ignoraba quién era en verdad y por qué había nacido. Hoy podríamos definir la
situación como «un empezar la casa por el tejado». Pero no me cabe la menor duda de que Dios es
«inteligente»... Y «planear» las cosas así, en el fondo, resultó lo más sensato y natural. Imagino que
un Jesús plenamente consciente de su divinidad, allá por su infancia o juventud, hubiera resultado
un caos. La vida, su experiencia humana, debían discurrir como algo normal. La prueba es que,
hasta (Pg. 215)mediados del año 25 de nuestra era, Jesús tuvo una única manifestación de índole
celeste o sobrenatural: a los casi trece años, en su primera visita a Jerusalén. En dicha ocasión -si se
me permite la licencia-, la Gran Inteligencia «despertó» en Él la realidad de un Padre de los cielos.
Ese «fuego», por supuesto, no se apagaría jamás. Pero, ¿en qué momento se «abrió» su inteligencia
humana al «hallazgo de los hallazgos»? Tuvo que haber una fecha, un período, en el que el Maestro
tomara plena y definitiva conciencia de su origen y naturaleza divinos. A decir verdad nunca
ocurrió con la simpleza que lo estoy planteando. Desde la mencionada etapa de juventud hasta el
histórico retiro en la montaña del Hermón, en el verano del año 25 (pasaje ignorado y confundido
por los evangelistas con el posterior segundo retiro en el desierto de la actual Jordania) el proceso
de «apertura» a la divinidad fue irritantemente lento y gradual. Creí entenderle que, a partir de la
experiencia en las cumbres del Hermón (actual sur del Líbano), ÉL SUPO QUIÉN ERA. Pero, hasta
esos días, su corazón e inteligencia se debatieron en un océano de dudas. Sabía que era un hombre,
nacido de mujer. Y tenía perfectamente transparente la idea de un Padre Celeste que, en su
momento, le reclamaría a un «especialísimo trabajo». Y a partir de sus veinte-veintiún años, el
espíritu de aquel Hombre entró en una demoledora crisis. Una angustia celosamente guardada de la
que nadie supo nada. «Era como un incontenible torrente interior que, poco a poco, me iba
arrastrando a la más absurda de las ideas: que yo tenía mucho que ver con esa Divinidad, que era
parte de Ella...» La tragedia del Hijo del Hombre durante esos diez-doce años hubiera pulverizado a
un coloso. Pero Jesús, inteligentemente, no se precipitó. Su casi suicida confianza en el Padre le
salvó de la locura o de algo peor. Y se limitó a seguir el curso de los acontecimientos y de la vida
cotidiana. La frase tantas veces repetida -«No ha llegado mi hora»- resultó providencial. Otra
prueba de cuanto afirmo se halla justamente en el hecho de que, sólo después del bautismo en el
Jordán, plenamente seguro de su poder e identidad divinos, empezó a aceptar de sus amigos y
discípulos el título de Señor e Hijo de Dios. Antes de ese año 26, nadie, jamás, pudo favorecerle con
semejante denominación. Aunque en muchos momentos, en especial en los años próximos al
decisivo retiro en el Hermón, llegara a intuir o sospechar su doble naturaleza, se guardó muy bien
de manifestarlo o de hacer uso de los poderes que, sin duda, germinaban ya en su interior.
Su madre, incluso, como creo haber mencionado, llegó a dudar de su papel mesiánico; entre otras
razones, a causa de la ausencia de prodigios.
En resumen: la autoconciencia de su divinidad fue un lento, gradual y, sin duda, doloroso «parto»
de treinta y un años de gestación.

(Pg. 273) Rebeca: ...Cuando al fin aceptó hablar conmigo supo escucharme. Y desde el primer
momento, desde que mis labios le confesaron mi amor, supe que todo era inútil. Él tenía
diecinueve años. Yo, diecisiete. Y con una seguridad que sólo contribuyó a multiplicar mis
sentimientos hacia Él agradeció mi valor y sinceridad, explicándome que primero eran los
suyos. Me defendí y, estúpida de mí, le exigí el nombre de mi rival... -María sonrió con
benevolencia-... Jesús (yo lo sabía) no sentía predilección por ninguna de nosotras. Su trato
siempre fue correcto. Sus deferencias hacia unos y otras eran escasas. Pero una mujer herida
es imprevisible. Y yo, lo confieso, cometí la torpeza de preguntar por su secreta enamorada.
-¿Y qué respondió?
-¿No lo imaginas? Se puso serio y me habló de algo que, en aquel entonces, me crispó los nervios:
de su Padre de los cielos. «Por encima del amor que profeso a mi madre y hermanos (manifestó)
está mi inexpugnable deseo de cumplir la voluntad de "Abba".» -Rebeca, cuya bravura hubiera
hecho palidecer a la Señora, se vació-. ¡Su «Abba»! ¡Aquel tonto prefería a su Padre! Años
más tarde, al seguirle, comprendí que la tonta era yo... Pero, Jasón, ¿qué quieres? A los
diecisiete años y perdidamente enamorada era difícil entender. Sin embargo, con una
paciencia infinita, aguardó a que me calmara. Y siguió hablándome de su Padre Azul y del
posible destino que le esperaba. No te mentiré. Al principio me costó creerle. Y rabiosa le
propuse algo de lo que mamá María ya estaba al tanto: aceptaba ser la esposa del Mesías. Un
hombre poderoso, intrépido y predestinado necesita a su lado una mujer leal y valiente. Pero
Él, negando con la cabeza, me desarmó: «Más adelante lo comprenderás. Ahora, Rebeca, acepta la
verdad. Me siento halagado. Y esto (puedes estar segura) me da valor y me ayudará en todos los
días de mi vida.»
»Y astuta, a punto de perder la batalla, eché mano de mi última arma: las lágrimas. Jesús no
dijo nada. Se mantuvo firme. Y yo, derrotada, supe que todo había terminado..., sin empezar.
Pero, a pesar de mi dolor, he sido afortunada... -Y el celeste de su mirada se sublimó. Y la
verdad habló por ella-:...Yo, Rebeca, hija de Ezra, he amado al Hombre más grande de la
Tierra.
.
.
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(Pg. 293)
¿Cómo era el «tío Jesús» con los niños? ¿En qué consistían esos cuentos que, al parecer, hacían las
delicias de la chiquillería? Yo le había visto jugar con ellos y tenía una cercana idea de su debilidad
por los «pequeñuelos». Pero quise cerciorarme.
-¿Sabes cómo llamaban al almacén de aprovisionamiento? -abrió el fuego Jacobo-. La «casa
encantada». Jesús convirtió el recinto en un lugar mágico, abierto a las fantasías infantiles. Sentía
tal apego por ellos que, durante años, nada más abrir el negocio, sacaba a la calle un laberinto de
maderas, cestos y cuerdas en desuso. Y como si de un rito se tratase, los niños acudían a las puertas,
jugando y fantaseando con los cachivaches. Cuando se cansaban, los más audaces irrumpían en el
interior y espiaban al «jefe». Si adivinaban que no se hallaba demasiado atareado le tiraban de la
túnica y entonaban la frase clave: «Tío Jesús, sal y cuéntanos una historia.» Y allí lo tienes,
sentado al pie del muro, con los más «enanos» entre las rodillas y cercado por un enjambre de
ávidos y nerviosos soñadores...
(Pg. 294)
-Y tú, bribón, ¿cómo sabes esas cosas?
La oportuna pregunta de María le descubrió. E implorando compasión confesó su «delito»:
-Me escondía para escucharle.
-Debía imaginarlo -reparó Miriam-. Así que, en lugar de trabajar...
-No era el único... -se defendió el albañil.
-¡Tunante! Eres peor que tus hijos...
…-El de la rana -manifestó el albañil aprovechando la coincidencia- sirvió para que esos diablillos
aprendieran a respetarlas. Al menos durante unas horas. Jesús les contaba que Dios las creó sin
dientes para que no devorasen a otros animales acuáticos. Y los muy tontos se lo creían...
-Y tú también -replicó la Señora, dejando al desnudo la cristalina ingenuidad de su yerno.
-Sólo al principio. Y decía que la rana poseía poderes mágicos y una gran sabiduría. Y que fue uno
de estos animalitos quien enseñó la Torá al rabino Hanina y también las setenta lenguas del mundo
y los idiomas de las aves y de los mamíferos. Para ello escribía las palabras en un trozo de papiro y
el discípulo se lo tragaba.
-Cuenta la del leviatán...
Ruth, testigo de excepción de las fantásticas narraciones de su Hermano a la chiquillería de la aldea,
vino en mi ayuda. Y Jacobo, en clara referencia a los hipopótamos que en aquel tiempo disfrutaban
de la jungla del Jordán, habló así:
-Era una de las historias preferida por los «enanos»...
-Y por otros no tan «enanos» -incordió Miriam.
-...Jesús explicaba que el behemot era la criatura más grande de la tierra. Y recordándoles el libro de
Job aseguraba que ni mil montañas eran suficientes para alimentarle. Y los pequeños,
entusiasmados, le oían decir que «todo el agua que arrastraba el Jordán en un año era un solo trago
para él». (Pg. 295) Para saciar su sed, el Todopoderoso había hecho brotar el Yubal, una corriente
que brotaba directamente del Paraíso. Al reparar en las caras de los comensales descubrí con
satisfacción que los que descansaban en la plataforma no eran los únicos «niños» de la casa...
-...El patrón llamaba a los gallos «la trompeta matinal»...
Al referir el nuevo apólogo de Jesús atribuyó al «patrón» del almacén una definición de Horacio.
Obviamente, el Maestro había leído al poeta latino.
-...Y en tono misterioso les contaba que el gallo, al cantar en la última vigilia, advierte a los
demonios y a los espíritus errantes de la noche para que se retiren. Es curioso -meditó el devorador
de ancas de rana-No sé cómo se las arreglaba pero en casi todas sus historias aparecía el Padre
Azul. Rebeca, indulgente, se lo explicó como si la duda hubiera brotado del pequeño Judá:
-Si el sol pudiera hablar, ¿cuál crees que sería su tema favorito de conversación?
No sé qué le encandiló más: si el ejemplo o el celeste marino de la mujer. Y recuperando el hilo
concluyó:
-...Y añadía que el gallo es el «cantante de Dios» porque repite sus alabanzas siete veces.
-Ahora la del águila...
La «pequeña ardilla» las conocía todas. Y el hambriento Jacobo, pendiente de una segunda y
merecida ración, le cedió el «testigo».
-¡Prepárate! -me advirtió la Señora-. La pelirroja puede agotarnos a todos.
¿Sabes que no se dormía si Jesús no le contaba uno de esos cuentos? Nunca supe de dónde sacaba
tanta paciencia e imaginación...
-¿Y bien?
-Pues verás. Él nos hablaba de muchas clases de águilas (la de «patas cortas», la «cazadora, de
serpientes», la «imperial» pero su preferida era la «dorada»...
Supuse que el Hijo del Hombre, excelente observador de la Naturaleza, se refería a la Aquila
Chrysaetos, enorme, oscura, majestuosa, capaz de prolongar sus vuelos durante horas y que
construye sus nidos en los picachos.
-...Un día, el rey Salomón encontró una bella fortaleza. Pero, ¡oh, cielos!, carecía de puertas. Y
buscando y buscando... -María hizo una señal para que me aproximara. Y emocionada me
susurró al oído: «Lo cuenta como Él.»-... fue a tropezar con un águila dorada. El rey le preguntó
dónde estaba la puerta y ella, que tenía sólo setecientos años, le envió un poco más arriba, al nido de
su madre, que contaba novecientos. Pero tampoco supo darle razón y le indicó un tercer nido (más
alto que el suyo), habitado por su abuela, que había cumplido mil trescientos años. El águila abuela
le dijo que, en efecto, su padre le contó cómo, en la antigüedad, existía una puerta (Pg. 296) por el
oeste. Y el rey, caminando y caminando, halló una entrada de hierro, sepultada en el polvo de los
siglos. Y en la puerta se decía: «Nosotros,
los moradores de este palacio, vivimos durante años con lujo y riquezas. Pero sobrevino el hambre y
nos vimos obligados a fabricar el pan con harina de perlas. Pero no sirvió de nada. Y cuando
estábamos a punto de morir, legamos este lugar a las águilas.» ¿Lo has entendido?
La Señora repitió el gesto, revelándome otro pequeño secreto:
-Eso era lo que preguntaba mi Hijo al concluir la historia.
Y la revuelta constelación de pecas cambió de longitud y latitud, empujada por una sonrisa
sin fin.
-Es fácil -manifestó haciendo suyas las palabras de su ídolo-. Sólo las águilas poseen la
inmortalidad. Cuando envejecen vuelan hasta la casa del Padre Azul y Éste, una a una, les cambia
las plumas...
-¿Y no te explicó cómo enseñan a sus crías a mirar al sol?
Santiago, buen cazador, sonrió ante mi pregunta. Y fiándome de una cita de Plinio le aclaré
que, según algunos sabios, estas aves obligan a sus polluelos a mirar fijamente el disco solar. -Sólo
así crecen sus alas. Y si alguno lagrimea, el águila madre los mata.
-Mi Hermano nunca destruía a los protagonistas de sus cuentos.
Encajé el reproche de Ruth. Y le rogué que prosiguiera.
-La del zorro también me gustaba... -En aquel tiempo, el llamado Vulpes vulpes niloticus o «zorro
rojo» constituía una auténtica plaga-... Mi Hermano contaba que, después de Adán, el ángel
exterminador comenzó a lanzar al mar una pareja de cada especie animal. Y cuando llegó al zorro,
éste se puso a llorar amargamente. Y el ángel, curioso, le preguntó a qué venía aquel llanto.
Entonces la astuta raposa replicó que lo hacía por su amigo. Y señalando la superficie del agua
mostró al ángel su propio reflejo. Y el exterminador le dejó marchar.
Y la «pequeña ardilla» -inagotable- pasó a referir un nuevo sucedido.
-Una noche Jesús me preguntó si sabía por qué los cuervos caminan a saltos y desgarbadamente. Al
responderle que nunca me había fijado se puso a imitarles. Y me entró la risa. Después, sentándose
a mi lado, aclaró el misterio: «En cierta ocasión, los cuervos, envidiosos de las palomas, trataron de
copiar sus andares. Y casi se rompieron los huesos. Y todas las aves se burlaron de ellos. Cuando
finalmente quisieron caminar como lo hacían en un principio observaron con horror que se les había
olvidado. Por eso, desde entonces, lo hacen a saltitos y siempre tropezando.» Y mi Hermano
añadió: «Aprende de los cuervos. El que trata de arrebatar lo que no le pertenece puede perder
hasta lo poco que tiene.»
(Pg. 297)
El repaso a las fantásticas leyendas que narrara el «tío Jesús» a los más pequeños de Nazaret se
prolongó hasta bien entrada la noche. Y los comensales -yo el primero disfrutamos con aquella
tierna estampa.
.
.
.
(Pg. 298)
Y el destino tocó en el hombro del Maestro. Su hora estaba próxima.
-Fue doloroso -prosiguió Santiago-. Al día siguiente de las bodas, mi Hermano me llamó al
almacén de aprovisionamiento. Y me hizo una innecesaria confidencia: se disponía a dejarnos. Su
corazón era una vasija repleta de agua. La euforia cantaba contra las paredes. Pero, al mismo
tiempo, un aceite espeso flotaba en la superficie. La tristeza le cambió la voz. Y con su habitual
generosidad cedió la propiedad del negocio a mi nombre, designándome «jefe protector de la casa
de su padre». A manera de compensación me rogó que, a partir de su marcha, corriera con la total
responsabilidad de las finanzas de la familia, descargándole así de dicho compromiso.
«En la medida que sea posible (añadió) seguiré enviándote una ayuda mensual…, (Pg.299) hasta
que llegue mi hora. Emplea esos fondos como estimes conveniente.»
….Y una lluviosa mañana de enero del 21 de nuestra era, a sus veintiséis años, tras besar a su
madre, se perdió en el camino de Caná. La Gran Inteligencia -su Padre Azul acababa de abrir las
puertas de su penúltima etapa en la tierra: cuatro intensos, radiantes y viajeros años,
lamentablemente ignorados por los evangelistas y de los que daré cumplida cuenta..., en su
momento.
PALABRAS DE JESUS. Tomadas de Caballo de Troya 5. JJ Benitez

CABALLO DE TROYA 5 – CESAREA.

(Pg. 110) Aparición en Galilea ante sus discípulos y mucha gente


« Que la paz sea con vosotros... »
Se produjo una brevísima pausa. Sé que puede parecer de locos. Yo mismo continúo haciéndome
una y mil preguntas. Fue desconcertante. Las palabras sonaron perfectas en un escenario
«perfectamente insonorizado».
«... Mi paz os dejo. »
E instantáneamente dejé -dejamos- de verle. Sencillamente (?) se volatilizó.

(Pg. 278) Jason hablando con Juan Marcos referente al nombre del caballo “POSEIDON”.
…Y el muchacho siguió empujándome hacia la leyenda de Poseidón. -Y se cuenta que ese dios
griego creó al caballo con un golpe de su tridente... -Anfitrite, hija de Océano, rechazó a Poseidón.
Y se escondió. Pero el dios envió a un delfín para que la localizara. Y finalmente la llevó ante el
dueño de los mares. Y Poseidón recompensó al fiel mensajero convirtiéndolo en sol.
(Pg. 280) Y entre la penumbra, cuando me encontraba a dos pasos de la puerta de doble hoja,
apareció aquel «hombre». ¿Apareció? ¿Entró? ¿Estaba allí? Imposible saberlo. La verdad es
que casi tropecé con él. Y aturdido, al excusarme e intentar rodearlo, me habló en voz baja:
-No lo convertí en sol... Poseidón (?) lo transformó en una estrella.
Y estupefacto, la bandeja resbaló entre mis dedos, cayendo con estrépito sobre el piso.
Y el «hombre», sonriendo, se inclinó. Recogió la pieza y, al entregármela, susurró:
-Tampoco es para tanto...
(Pg. 281) A sus discípulos:
-Que la paz sea con vosotros...
(Pg. 282)
Y la voz grave y potente adoptó un tono serio pero igualmente cálido y familiar:
-Os pedí que permanecierais aquí, en Jerusalén, hasta mi ascensión junto al Padre...
Los íntimos fueron secando las lágrimas. Pedro, en primera fila, se transformó. Yo diría que
flotaba de alegría.
-Y os dije que enviaría al Espíritu de la Verdad, que pronto será derramado sobre toda carne y que
os conferirá el poder de lo alto...
Codazos. Y algunos cuchichearon entre sí. Jesús, haciendo una pausa, aguardó. Nuevos
codazos. Finalmente, empujado por sus compañeros, el renegrido rostro de Simón, el Zelota,
se destacó en la penumbra. Y tartamudeando preguntó:
-Entonces, Maestro, ¿restablecerás el reino?... ¿Veremos la gloria de Dios manifestarse en el
mundo?
Y cumplido el «encargo» se apresuró a retroceder, parapetándose entre los «instigadores».
Simón Pedro, mirando fijamente al rabí, sin perder la arrolladora sonrisa, asentía con la
cabeza una y otra vez. Pero el Maestro, girando hacia quien esto escribe, transmitió una clara
y triste sensación de impotencia. Después, dirigiéndose al antiguo guerrillero, se lamentó:
-Simón, todavía te aferras a tus viejas ideas sobre el Mesías judío y el reino material...
Y la sonrisa de Pedro fue desvaneciéndose.
-No te preocupes -le alentó-, recibirás poder espiritual cuando el Espíritu haya descendido sobre
ti... ¿El Espíritu? ¿A qué se refería? ¿En qué consistía ese poder?
Y el Maestro, alzando los brazos ligeramente, abrió las manos e intentó despabilar a los
equivocados galileos. Y su voz vibró.
-Después marcharéis por todo el mundo predicando esta buena noticia del reino. Así como el Padre
me envió, así os envío yo ahora...
Y los siempre tímidos gemelos, conmovidos, se aferraron de nuevo a las manos del Resucitado.
Jesús recuperó la sonrisa y cerró los dedos con fuerza, sujetando a los de Alfeo. Y exclamó
como sólo Él sabía hacerlo:
-¡Y deseo que os améis y tengáis confianza los unos en los otros!
Y los once, con una sola voz, replicaron con un decidido «Sí, Maestro».
-Judas ya no está con vosotros -añadió apuntalando la petición- porque su amor se enfrió y
porque os negó su confianza...
La alusión al Iscariote me sorprendió. Pero tendría que vivir el tercer «salto » para captar la
dimensión de aquellas palabras.
(Pag 283)
-¿No habéis leído en las Escrituras que «no es bueno que el hombre esté solo»? Ningún hombre
vive para sí mismo. Todo aquel que quiera tener amigos deberá mostrarse amistoso. ¿Acaso no os
envié a enseñar de dos en dos, con el fin de que no os sintierais solos y de que no cayerais en los
errores y sufrimientos que provoca la soledad?
»También sabéis que durante mi encarnación no me permití estar a solas por largos períodos. Desde
el principio tuve siempre a mi lado a dos o tres de vosotros..., incluso cuando hablaba con el Padre...
Y agitando las manos, que aprisionaban las de los gemelos, calentó la voz, ordenando:
-¡Confiad, pues, los unos en los otros!
Días más tarde entendería también el porqué de esta insistencia en la confianza mutua.
E instintivamente, acusando el golpe, Bartolomé bajó los ojos. Y de pronto, con el tono
desmayado, sin disimular un punto de amargura, concluyó:
-Y esto es hoy mucho más necesario porque vais a quedar solos...
Y los rostros se enturbiaron. Y los murmullos redoblaron como un presagio.
-La hora ha llegado...
Pedro y Juan Zebedeo se miraron sin comprender. Y algunos, apuntando con los dedos,
intentaron preguntar. Pero el Maestro, con una inesperada gravedad en el semblante, los dejó
con la palabra en la boca.
-Estoy a punto de regresar cerca del Padre...
Y soltando a los de Alfeo, les indicó que lo siguieran.
Dio media vuelta y con los ojos bajos caminó hacia la puerta.
Y los mudos testigos, paralizados por el anuncio, no pudieron -no pudimos reaccionar. Y lo
vimos alejarse y descender por la escalera.
Y una vez más fueron las mujeres las que tiraron de aquel pelotón de perplejos e inútiles
hombres.
Siete horas...
Pedro brincó sobre la mesa y movilizó al fin a sus compañeros. Y salieron a la carrera tras los
pasos de María y Rode. Y quien esto escribe, como casi siempre, fue el último en abandonar el
lugar. Y confundido, al ganar el patio, me llamó la atención el espanto de la servidumbre y los
relinchos de Poseidón, al fondo del jardín. María Marcos y Rode, nuevamente abrazadas
junto al fuego, tenían la vista fija en el portalón de entrada a la casa.
(Pg. 284)
La escena pudo durar un par de segundos. Miré al caballo y comprobé que, en efecto, se hallaba
asustado. Extrañamente
asustado. Después María, sin palabras, extendiendo el brazo, me indicó la salida. Y olvidando
incluso el cayado, me lancé tras el grupo. Pero, en el umbral, me detuve. Y retrocediendo recuperé
la «vara de Moisés».
(Pg. 285)
…corrí tras ellos.
El Maestro, en cabeza, caminaba con sus características grandes zancadas. Parecía tener
prisa. Y detrás, a tres o cuatro metros, silenciosos, los once, procurando no perder la
distancia. Y efectivamente descendieron por la abrupta cañada del Cedrón cruzando hacia la
ladera oeste del cerro de los Olivos.
(Pg. 286)
Y al conquistar medio centenar de metros, poco más o menos a un tercio de la cima, el
Maestro se detuvo. Y abandonando el senderillo, se introdujo en el olivar.
Jesús dio unos pasos y se asomó a la ladera, contemplando la ciudad.
Y el Maestro, con la voz quebrada, les recordó lo ya expuesto en el piso superior de la casa de
los Marcos.
-Os he pedido que permanecierais en Jerusalén hasta que recibáis el poder de lo alto.
»Ahora estoy a punto de despedirme de vosotros y ascender junto al Padre. Y pronto, muy pronto,
enviaremos al Espíritu de la Verdad a este mundo donde he vivido...
Los discípulos, sin comprender, le miraban como niños.
-Y cuando él llegue difundiréis el evangelio del reino. Primero en Jerusalén. Después...
Y desplazando el rostro hacia este explorador, me salió al encuentro. Y me estremecí.
(Pg. 287)
-Después..., por todo el mundo.
Y la voz se tensó. Y repitió, traspasándome: -¡Por todo el mundo!
Y en ese instante lo supe. Aquella mirada de halcón me abrió el alma.
Y descendiendo sobre los once, dulcificando tono y semblante, continuó:
-Amad a los hombres con el mismo amor con que os he amado. Y servid a vuestros semejantes
como yo os he servido.
Y recorriendo todas y cada una de las caras de los angustiados discípulos, añadió:
-Servidlos con el ejemplo... Y enseñad a los hombres con los frutos espirituales de vuestra vida.
Enseñadles la gran verdad...
Y dejó correr el silencio.
-Incitadlos a creer que el hombre es un hijo de Dios.Nueva pausa. Y los corazones se
detuvieron. -¡Un hijo de Dios!
-El hombre es un hijo de Dios y todos, por tanto, sois hermanos.
Y levantando el rostro cerró los ojos. Y se bebió el azul del cielo. Y al abrirlos vi en ellos el
universo.
-Recordad todo cuanto os he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros...
Y adelantándose, fue a posar las manos sobre la cabeza de los atónitos galileos.
-Mi amor os cubrirá.
Y la frase fue repetida once veces. Mejor dicho, doce.
Porque, al concluir, avanzó hacia quien esto escribe. Y al llegar a mi altura, en un gesto típico,
depositó las manos sobre mis hombros. Y susurró:
-Mi amor os cubrirá...
Y aquellas palabras -al rojo blanco- me marcarían para siempre.
-¡Hasta muy pronto!
Y con un certero guiño de complicidad me ahogó en una sonrisa. Y dando media vuelta,
dirigiéndose de nuevo a sus íntimos, concluyó:
-Y mi espíritu y mi paz reinarán sobre vosotros. Y alzando los brazos gritó:
-¡Adiós!

PALABRAS DE JESUS. Tomadas de Caballo de Troya 6. JJ Benitez


CABALLO DE TROYA 6 – HERMON
JJ Benitez
Palabras de JESUS

(Pg. 6)
Frases -pronunciadas por el Resucitado el 22 de abril en su aparición en la colina de las
Bienaventuranzas- redondeó la inolvidable mañana.
«...Cuando seáis devueltos al mundo y al momento de donde procedáis, una sola realidad brillará en
vuestros corazones: enseñad a vuestros semejantes, a todos, cuanto habéis visto, oído y
experimentado a mi lado. Sé que, a vuestra manera, terminaréis por confiar en mí. Sé también que
no teméis a los hombres, ni a lo que puedan representar, y que proclamaréis mi Verdad. Y otros
muchos, gracias a vuestro esfuerzo y sacrificio, recibirán la luz de mi promesa...»

(Pg. 12)
¿Y qué fue del importante mensaje que el Hijo del Hombre se preocupó de recordar a los suyos?
(Pg. 13)
«... Amad a los hombres con el mismo amor con que os he amado. Y servid a vuestros semejantes
como yo os he servido... Servidlos con el ejemplo... Y enseñad a los hombres con los frutos
espirituales de vuestra vida. Enseñadles la gran verdad... Incitadlos a creer que el hombre es un
hijo de Dios... ¡Un hijo de Dios!... El hombre es un hijo de Dios y todos, por tanto, sois
hermanos...»

(Pg. 215)
20-08-25
(Pg. 236) En el Hermon
… Instantes después, en pie, disipadas las risas, sumidos en la sorpresa y antes de que
acertáramos a pronunciar una sola palabra,Jesús de Nazaret abrió los brazos y,
estrechándome, susurro:
-Oheb!
Y repitió:
-Yaqqiroheb!... ¡Querido amigo!
No soy capaz de explicarlo. No hay forma de articular y poner en pie el torbellino de sentimientos y
sensaciones que provocó aquel abrazo.
¿Gratitud? ¿Alegría? ¿Emoción? ¿Desconcierto?
(Pg. 237)
Sólo recuerdo que, sin poder contenerme, rompí a llorar. Y me abracé a Él,
con más fuerza si cabe...
¡Al fin!
-¡Querido amigo!... ¡Querido amigo!
A continuación, al estrechar a Eliseo entre los musculosos brazos, siguió pronunciando la misma
frase.
-Yaqqir oheb!...
Nos contempló unos segundos y, acogiéndonos con una radiante e interminable
sonrisa, exclamó:
-¡Gracias!... ¡Gracias por vuestra decisión y sacrificios!...
Aquella sonrisa... ¡Era la misma!...
-Sé que estáis aquí por la voluntad de mi Padre...
Eliseo y yo, mudos, perplejos, con un nudo en el estómago, flotábamos en una nube. Aquello
no era real. ¿Estaba soñando de nuevo? ¿Gracias por nuestra decisión? Pero, ¿cómo podía
saber? La respuesta aparecería «en un momento». Y lo haría delicadamente. Sin
brusquedades. «Como lo más natural del mundo» (!).
-Como habrás visto, querido Jasón, el «hasta muy pronto» se ha cumplido...
Y guiñando un ojo me electrizó.
Claro que recordaba aquellas palabras. Pero, ¡Dios santo!, las pronunció en la mañana del jueves,
18 de mayo... ¡del año 30! Fue su despedida en el monte de los Olivos...
-Bien -concluyó, despabilándonos-, prosigamos. Hay mucho por hacer...
Creo que le seguimos como autómatas. Ni el ingeniero ni quien esto escribe fuimos capaces de
pronunciar un «sí» o un «no». Sencillamente, parecíamos hipnotizados. Cargamos las
provisiones y la tienda y marchamos tras Él... Y, de pronto, mal que bien, rememoré la
reciente escena. ¡Él estaba allí, frente a estos dormidos exploradores! Lo vi plácidamente,
sentado, observándonos... ¡Dios! ¿Cuánto tiempo estuvo pendiente de nosotros?
A los pocos pasos, mi hermano, emparejándose con este explorador, habló al fin. Y repitió mis
propios pensamientos:
-¿Cómo es posible?... ¡Nos ha reconocido!...
Entonces, pillándonos de nuevo por sorpresa, el Maestro fue a detenerse. Giró (Pg. 238) sobre
los talones y, esbozando una picara sonrisa, fijó su irresistible mirada sobre quien esto
escribe, pronunciando unas palabras que me remataron:
-¿Recuerdas?... «Y en el aire de los corazones quedó aquel pañuelo blanco..., flotando como un
definitivo adiós»...
Supongo que palidecí. ¡Increíble! Esas frases, surgidas a raíz de su «ascensión», habían sido escritas
en mi diario poco después del histórico y ya mencionado 18 de mayo del año 30..., al retornar al
Ravid. Nadie las conocía...
Pero, divertido, no concedió cuartel. Y añadió:
-Pues no... Ahí te equivocaste... Los que conocen al Padre nunca se despiden. Nunca dicen
«adiós»... Sólo «hasta luego».
Nuevo guiño de complicidad. La sonrisa se abrió al máximo y, dándonos la espalda, continuó
ascendiendo por la trocha con aquellas -casi olvidadas grandes zancadas.
(Pg. 240)
…Se detuvo de nuevo. Señaló a lo alto y, con el rostro grave, anunció:
-¡El último friega los cacharros!...
Soltó una carcajada y, dando media vuelta, se lanzó cuesta arriba, a la carrera.
-¡Te ha tocado! -se burló mi hermano-. ¡Servicio de cocina! ¡Los quiero impecables!
Me resigné.
Jesús, entonces, tomando mi petate y las provisiones que me habían tocado en suerte, cargó
con todo, haciendo causa común con el ingeniero:
-¡Impecables!...
(Pg. 241)
Concluida la faena, el Maestro buscó el sol. Podía ser la «décima» (las cuatro de la tarde).
Faltaban, pues, algo más de dos horas para el ocaso. Y, atento y servicial, preguntó:
-¿Qué tal un baño antes de la cena?
¿Un baño? ¿A dos mil metros de altitud?
(Pg. 242)
Mi hermano, entusiasmado, accedió al instante.
Y con un gesto de su mano izquierda nos invitó a seguirle. Como decía, no lo
habíamos visto todo...
…En una piscina formada entre dos cascadas:
El Maestro, alborozado, se despojó de túnica y sandalias y, de un salto, se lanzó de cabeza a
las aguas, provocando la precipitada huida de decenas de inquilinos del robledal: nectarinas
de cabezas y pechos violetas, trigueros de oreja negra y cola blanca y tímidos carpinteros
sirios, entre otros.
Eliseo, nervioso, se desnudó como pudo y, sin dudarlo, siguió el ejemplo de Jesús de Nazaret.
Y yo, sin poder creer lo que estaba viendo, fui a sentarme al filo de la «piscina »,
contemplándolos.
¡El Maestro nadando!
Braceaba ágil, con fuerza. Se detenía. Tomaba aire y desaparecía bajo las aguas. Buscaba al
ingeniero. Hacía presa en sus piernas y, como si fuera una pluma, lo levantaba sobre la superficie,
dejándolo caer. Risas.Eliseo, desconcertado, se recuperaba y, ni corto ni perezoso, perseguía al
Maestro. Se apoyaba en los brillantes y musculosos hombros e intentaba hundirlo. (Pg.
243) Imposible. El Hijo del Hombre era una roca. Se revolvía. Chapoteaba. Y, entre
carcajadas, terminaba hundiendo de nuevo al pobre Eliseo...
No sé cuánto tiempo permanecí allí arriba, atónito..., y feliz. Sí, esa es la palabra exacta: feliz. Pero,
de pronto, les vi cuchichear. Y, en silencio, se desplazaron hacia quien esto escribe. Ambos lucían
una sospechosa sonrisa de complicidad. Me puse en pie y, comprendiendo las malévolas
intenciones, supliqué calma. Me desvestí a toda velocidad y, antes de que fuera presa de aquellos
maravillosos «locos», salté a la «piscina». Cuando acerté a resollar, cuatro poderosas manos
cayeron sobre mí, hundiéndome. Y como tres niños, sin dejar de reír persiguiéndonos una y otra
vez, así se prolongó aquel primer e inolvidable baño a los pies del Hermón. Nunca, nunca podré
olvidarlo...
Una hora después, agotados, nos reuníamos al pie de los cedros.
El Maestro soltó sus cabellos y fue a sentarse frente a estos jadeantes exploradores.
…Y, de pronto, sin previo aviso, el siempre sincero y espontáneo ingeniero formuló una
pregunta. Una cuestión que nos rondaba y atormentaba desde mucho antes de llegar a su
presencia.
-Señor, ¿qué haces aquí?
De momento, el Galileo no replicó. Continuó con los ojos cerrados, ajeno a todo y a todos.
Pensé que no deseaba hablar. Y fulminé a mi compañero con la mirada. Eliseo, desolado, bajó
la cabeza.
-No, Jasón -intervino el Maestro, pillándome por sorpresa-, no reprendas a tu hermano porque,
como tú, ansia la verdad...
Era imposible. No lograba acostumbrarme. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía «ver» o «leer» en los
corazones? Si tenía los ojos cerrados, ¿cómo pudo...?
Enderezó el rostro y, atravesándome con aquella mirada, me salió de nuevo al paso:
-Porque ahora, querido Jasón, finalmente, he recuperado lo que es mío...Y volviéndose hacia el
aturdido Eliseo, regalándole su mejor sonrisa, añadió:
(Pg. 244)
-Amigo..., haces bien en preguntar. Para eso estáis aquí. Para contar y dar fe de lo que soy y de lo
que desea mi Padre... Vuestro Padre...
Solicité disculpas a mi compañero y, olvidado el leve incidente, Eliseo, vibrante, cayó sobre el
rabí, matizando a cuestión inicial.
-¿Has venido al Hermón para buscar algo que habías perdido?
El Maestro, encantado ante la transparencia de aquel hombre, lo miró unos segundos. Sus
ojos brillaron y una sonrisa casi imperceptible se derramó por el rostro, alcanzándonos.
Y volvió a desconcertarnos.
-Excelente pregunta... Recuérdamela después de la cena...
Le guiñó un ojo y, de un salto, como un atleta, se puso en pie. Recogió sus
cosas y, decidido, canturreando, regresó al mahaneh.
(Pg. 245)
Jason y Eliseo:, …discutimos. Busqué entre los sacos. Negativo. Ni rastro de las dichosas
«cerillas».
El Maestro escuchó y, advirtiendo la naturaleza del conflicto, fue a su tienda. Al poco,
depositando en mis pecadoras manos un puñado de «fósforos», sentenció burlón:
-¡Vaya par de ángeles!
…¡Quién lo hubiera dicho! ¡Jesús de Nazaret cocinando...!
Primero extendió una amplia estera de hoja de palma sobre la hierba. Después organizó los
cacharros y dispuso ingredientes y viandas. Eliseo, atentísimo, cumplió las instrucciones del
chef. Tomó media docena de blancas y hermosas manzanas sirias y comenzó el rallado.
Sonreí para mis adentros. No lo había visto tan concentrado ni en las operaciones de vuelo de
la «cuna»...
De pronto, al llegar al corazón de la primera fruta, se detuvo. E, indeciso, preguntó:
-Señor, ¿qué hago con el lebab?
(En arameo, la palabra lebab tenía un doble sentido: corazón y mente.)
Jesús, absorto en el batido de una salsa, replicó sin levantar la vista del cuenco de madera:
-¿Qué le ocurre?... ¿Está inquieta?
Comprendí. El Maestro, distraído, interpretó el término como «mente».
-¿Inquieta? No, Señor... Es que no sé qué hacer con él.
-Olvida las preocupaciones. Disfruta del momento...
-Pero...
-Comprendo... -se resignó Jesús, agitando con fuerza la mezcla-. La echas de
menos... ¿Es guapa?
El ingeniero, perplejo, miró el corazón que sostenía entre los dedos.
-¿Guapa?... No, Señor...
-¿No es guapa? -prosiguió sin dejar de golpear la salsa-. ¡Qué raro!... ¿Y cuál
es el problema? ¿Por qué te inquietas?
-Señor -intentó aclarar el cada vez más confuso «pinche»-, es una tappuah...
(Pg. 246)
Nuevo enredo. Tappuah (manzana) era utilizado también como piropo. Equivalía a «dulce»,
«sabrosa», «deseable» (referido, naturalmente, a una mujer bella).
-¿En qué quedamos? ¿Es o no tappuah?
-Sí, pero...
No pude contenerme y rompí a reír, alertando al ensimismado «cocinero jefe».
Jesús alzó la vista y Eliseo, mostrándole el corazón de la tappuah, insistió rojo como una
amapola:
-Yo no tengo novia, Señor... Hablaba del corazón. ¿Lo rallo o no?
Naturalmente, al descubrir el equívoco, las carcajadas regresaron al mahaneh, contagiando a
las primeras estrellas. Y las vi parpadear, desconcertadas.
Así era aquel maravilloso Hombre...
La cena no se demoró.
Ensalada «made in María», la de la «palomas». Una receta aprendida de su madre.
Disfrutamos y repetimos: manzanas ralladas, palitos de una legumbre parecida al apio,
nueces, pasas de Corinto (sin grano) y una suave y disgestiva salsa integrada por aceite, sal,
miel, vinagre y un chorreón de vino. Después, tocino magro a la brasa y queso en abundancia.
No pude por menos de felicitarles. Y mi hermano, satisfecho y mordaz, tendió la mano,
obligándome a besarla. Pero el de Nazaret, que no le iba a la zaga en el sentido del humor, hizo otro
tanto. Ese beso, sin embargo, fue distinto. Y me estremecí...
(Pg. 247)
El primero en hablar fue Él. Serio, pausadamente, se interesó por nuestro viaje. Nunca
supimos con certeza a cuál se refería. Estaba claro que conocía nuestro verdadero «origen»,
pero siempre -y mucho más en presencia de otros- se mantuvo en una discreta «nebulosa». En
el fondo lo agradecimos. Finalmente, como colofón, llenándonos una vez más de optimismo y
sorpresa, repitió lo apuntado en las «cascadas»:
-Mis queridos «ángeles»... No os rindáis... ¡Ánimo!... Ni vosotros mismos sois conscientes de la
trascendencia de vuestro trabajo... Alzó la vista hacia los luceros y, suspirando, añadió:
-Mi Padre sabe... Llegará el día, gracias a vosotros y a otro «mensajero», en que mis palabras y mi
obra refrescarán la memoria del mundo. Gracias por adelantado...
-¿Otro «mensajero»?
Eliseo y yo nos pisamos la pregunta.
El Maestro, sonriente, asintió con la cabeza. Pero nos dejó en el aire.Hoy, casi con seguridad, sé
a qué se refería. Mejor dicho, a quién. Él, a su manera,
también estaba allí..., en la suave noche del Hermón.
-Señor -terció el ingeniero, que jamás olvidaba-; contéstanos ahora. Lo prometiste. ¿Qué es lo
que has perdido en estas montañas? ¿Por qué dices que has venido a recuperar lo que es tuyo?
El Hijo del Hombre, consciente de lo que se disponía a revelar, meditó las palabras. Echó
mano de una de las ramas y jugueteó con el pacífico fuego. Después, grave, en un tono que no
admitía duda alguna, se expresó así:
-Hijo mío, lo que voy a comunicarte no es de fácil comprensión para la limitada y torpe naturaleza
humana. Sois los más pequeños de mi reino y entiendo que tu mente se resista. Pero, en breve,
cuando llegue mi hora, lo comprenderás...
Y desviando la mirada hacia este atento explorador insistió:
-Entonces, sólo entonces, estaréis en condición de entenderlo. Ahora, por el momento, escuchad y
confiad...
Eliseo, impulsivo, le interrumpió:
-¡Confiamos, Señor!... ¡Tú lo sabes!
(Pg. 248)
Jesús lo agradeció. Le sonrió y prosiguió:
-De acuerdo a la voluntad de mi Padre, ha llegado el momento de restablecer en mí mismo la
auténtica identidad del Hijo del Hombre. Mi verdadera memoria, voluntariamente eclipsada durante
esta encarnación, ha vuelto a mí... Y con ella, mi «otro espíritu»...
Quedamos perplejos y confusos. Y, de pronto, una luz me iluminó. Creí entender lo que decía.
En el fondo estaba confirmando lo que ya explicó en el otro «ahora» y que fue detallado en
páginas precedentes.
Sonrió de nuevo y, mirándome fijamente, asintió despacio, convirtiéndose en cómplice de los
súbitos recuerdos.
-Así es, querido amigo, así es...
Y durante un largo rato descendió a los detalles, informando del porqué de su presencia en
este mundo.
Al parecer -según dijo-, ésa era la voluntad de su querido Ab-bá, su Padre Celestial. Él, como Hijo
de Dios, debía vivir, conocer y experimentar de cerca la existencia terrenal de sus propias criaturas.
Eso era lo establecido. Ese requisito resultaba vital e imprescindible para alcanzar la absoluta y
definitiva soberanía como Creador de su universo... Ése, en suma, era el precio para lograr la
definitiva entronización como rey de su propia creación.
Y advirtiendo nuestra perplejidad recalcó:
-No os atormentéis... Estáis en el principio de una larga travesía hacia el Padre. Ahora debe bastaros
con mi palabra.
-Entonces, si no he comprendido mal -terció el ingeniero-, tú eres un Dios... «camuflado»,
El Maestro, descabalgado, rió con ganas. No había duda. Las ingenuas y, aparentemente,
infantiles cuestiones de Eliseo le fascinaban.
-¿Un Dios escondido?... Sí, de momento...
Le guiñó un ojo y añadió:
-Y os diré más. Aunque tampoco es fácil de asimilar, de acuerdo con los designios de Ab-ba, otro
de los objetivos de esta experiencia humana consiste en «vivir» la fe y la confianza que yo mismo,
como Creador, solicito de mis hijos respecto a ese magnífico Padre.
Y subrayó con énfasis:
-Vivir la fe y la confianza...
-Pero, no comprendo..., ¿es que tú no tienes fe?
La risa lo dobló de nuevo y, cuando acertó a recuperarse, aclaró:
-Mi querido ángel..., yo soy la fe. Pero, aun así, conviene que sea probado.
-Una experiencia... -musitó casi para sí el cada vez más desconcertado Eliseo-Tu encarnación en
este planeta obedece a eso, a la necesidad de experimentar…
-Es el plan divino. Sólo así puedo llegar a ser íntima y realmente misericordioso.
(Pg. 249)
Mi hermano buscó mi parecer.
-Y tú, «pinche» de ángel, ¿qué dices? Esto es nuevo para mí. Esto nada tiene que ver con lo que han
dicho...
Jesús, sonriendo pícaramente, aguardó mi respuesta.
-A juzgar por lo visto y oído -resumí-, muy poco de lo dicho y escrito tiene que ver con la verdad...
Y me atreví a profundizar en lo que ya sabía.
-...Si no he comprendido mal, tú, Señor, no estás aquí para redimir a nadie...
Sencillamente, negó con la cabeza. Y afirmó:
-En su momento lo escuchaste del propio Hijo glorificado: el Padre no es un juez. El Padre no lleva
esa clase de cuentas. ¿Por qué exigir responsabilidades a unas criaturas que no tienen culpa? Cada
uno responde de sus propios errores...
Eliseo se mostró de acuerdo.
-Eso sí tiene sentido.
Y Jesús, señalándonos entonces con el dedo, remachó:
-Estad, pues, atentos y cumplid vuestra misión: debéis ser fieles mensajeros de cuanto digo. Que el
mundo, vuestro mundo, no se confunda.
Mensaje recibido.
-Conocer de cerca a tus criaturas. Vivir y experimentar en la carne. Pero, Maestro, ¿qué puedes
aprender de nosotros?
Mi compañero, perplejo, siguió preguntando y preguntándose.
-... ¿Qué hay de bueno en unos seres tan mezquinos, brutales, necios, primitivos...?
El Galileo le interrumpió.
-¡Dios!
-¿Dios?
-Así es -explicó Jesús acariciando cada palabra-. Ésa es otra de las razones, la gran razón, por la
que he descendido hasta vosotros. Revelar a Ab-ba. Recordar a éstas, y a todas las criaturas de mi
reino, que el Padre reside, per-so-nal-men-te, en cada espíritu.
Eliseo, en esos momentos, no se percató de la importancia de la revolucionaria afirmación del
Galileo. Y se desvió:
-¿Otras criaturas?
Jesús, comprendiendo, se resignó. Sonrió con benevolencia y asintió de nuevo con la cabeza en
un significativo silencio.
-Pero, ¿cómo otras criaturas? ¿Dónde?
-Querido e impulsivo niño... Acabo de decírtelo: estás en los comienzos de una venturosa carrera
hacia el Padre. Algún día lo verás con tus propios ojos. La creación es vida. No reduzcas al Padre a
las cortas fronteras de tu percepción; y te diré más: la generosidad de Ab-ba es tan inconmensurable
que nunca, ¡nunca!, alcanzarás a conocer sus límites.
(Pg. 250)
-¿Estás diciendo -manifestó el ingeniero con incredulidad- que ahí fuera hay vida inteligente?
-Mírame... ¿Me consideras inteligente?
Eliseo, aturdido, balbuceó un «sí».
-Pues yo, hijo mío, procedo de «ahí fuera», como tú dices...
Eliseo, descolocado, cayó en un profundo mutismo. Él, como yo, amaba a Jesús de Nazaret.
Habíamos visto lo suficiente como para no poner en duda sus palabras. El tiempo, por
supuesto, seguiría ratificando este convencimiento.
Aproveché el silencio de mi compañero y me centré en otra de las insinuaciones del Maestro.
-Tu reino... ¿Dónde está? ¿En qué consiste?
Jesús extendió los brazos. Abrió las palmas de las manos y me miró feliz.
-Aquí mismo...
Después, levantando el rostro hacia la apretada e insultante «Vía Láctea», añadió:
-Ahí mismo...
-¿El universo es tu reino?
-No, querido Jasón -matizó con aquella infinita paciencia-, los universos tienen sus propios
creadores. El mío es uno de ellos...
-Eso tiene gracia -reaccionó el ingeniero-. Tú, Señor, no eres el único Dios...
-Te lo repito una vez más: la pequeña llama de tu entendimiento acaba de ser encendida. No
pretendas iluminar con ella la totalidad de lo creado. Date tiempo, querido ángel...
Pero Eliseo, de ideas fijas, comentó casi para sí:
-¡Muchos Dioses!... Y tú, ¿eres grande o pequeñito?
El Maestro y yo cruzamos una mirada. Y, sin poder remediarlo, terminamos riendo.
-En los reinos de mi Padre, querido «pinche», no hay grandes ni pequeñitos... El amor no distingue.
No mide.
-Señor, hay algo que no sé...
-¡Por fin! -me interrumpió socarrón-. ¡Por fin alguien reconoce que no sabe!
-... Esas criaturas, las que dices que también forman tu reino, ¿son como nosotros? ¿Necesitan
igualmente que les recuerdes quién es el Padre?
-Toda la creación vive para alcanzar y conocer a Ab-bá. Ésa es la única, la sublime, la gran meta...
Algunos, como vosotros, están aún en el principio del principio. Ellos, no lo dudéis, están
pendientes de este pequeño y perdido mundo. Lo que aquí está a punto de suceder los llenará de
orgullo y de esperanza...
Extrañas y misteriosas palabras.
-¿Y por qué nosotros? -atacó de nuevo el incansable ingeniero-. ¿Por qué has elegido este remoto
planeta?
(Pg. 251)
-Eso obedece a los designios del Padre..., y a los míos, como Creador. En su momento te hablaré de
las desdichas de este agitado y confundido mundo. Nada, en la creación, es fruto del azar o de la
improvisación!.
Lamentablemente, mi hermano volvió a interrumpirlo, cortando lo que, sin duda, podía hacer
sido una revelación. Pero quien esto escribe no lo olvidó.
-Entonces, Señor, tú vas por tu reino, por tu universo, revelando al Padre... ¿Ése es tu trabajo?
La capacidad de asombro de aquel Hombre no parecía tener límite. Abrió los luminosos ojos
y, conmovido, replicó:
-Sí y no... Entrar a formar parte de la vida de mis criaturas, como te dije, es una exigencia para todo
Hijo Creador. Antes de esta encarnación, por ejemplo, yo he sido ángel... Y también me he
sometido voluntariamente a la naturaleza de otros seres a mi servicio. Otros seres que tú, ahora, ni
siquiera imaginas...
-¿Tú has sido un ángel?... Pero, ¿cómo?
-Hijo mío, ¿puedes explicar a los hombres de este tiempo de dónde vienes y cómo lo haces?
Eliseo negó con la cabeza.
-Pues bien, deja que el conocimiento y la revelación lleguen a su debido tiempo. Disfruta de la
maravillosa aventura de la ascensión hacia el Padre. Nada quedará oculto..., pero ten fe. Aguarda
confiado.
Y Jesús puso el dedo en la llaga.
-Dime: ¿crees en lo que digo?
Esta vez me uní a la rotunda afirmación de Eliseo.
-Absolutamente, Señor...
-Entonces, dejadme hacer. Mi Padre «sabe». No lo olvidéis…
-Ahora lo entiendo -susurró el «pinche»-, ahora lo entiendo...
Señaló las desdibujadas nieves del Hermón y proclamó triunfante:
-Ha llegado tu hora... El Creador ha recuperado lo que es suyo. Ahora sabe quién es. Aquí y ahora
se ha hecho el milagro. Jesús de Nazaret, el hombre, es consciente, al fin, de su verdadera
naturaleza divina…
-Hijo mío, eres afortunado... Es mi Padre quien habla por ti.
Las llamas oscilaron, tan electrizadas como nuestros corazones. Mi hermano
-no sé cómo- lo resumió a la perfección. Y nosotros, por la generosidad de los cielos, fuimos
testigos. Testigos de excepción del «gran cambio»...
(Pg. 252)
… Y otro dato más, escuchado de sus propios labios: justo en esos días, durante la estancia en
el Hermón, una vez asumida la genuina naturaleza divina, el Maestro pudo haber
abandonado el mundo de su encarnación. Al plantear la insólita y desconocida posibilidad,
Eliseo, pasmado, preguntó:
-¿Qué dices? ¿Hablas en serio?
Naturalmente. A pesar de sus continuas bromas, el Maestro siempre hablaba en serio.
-Mi trabajo -manifestó- ha sido culminado. He cumplido la voluntad del Padre. Ahora conozco al
hombre. De haber regresado a mi lugar habría recibido la soberanía que me pertenece. Pero...
Hizo una pausa. Nos miró con ternura y añadió:
-Pero me he sometido al Padre...
Eliseo, impaciente, le cortó.
-¿Y qué ha dicho el «Jefe»?
El Galileo, desarmado, interrumpió lo que iba a decir. Y, entre risas, preguntó a su vez:
-¿El Jefe?
-Sí -apremió el ingeniero señalando al no menos atónito firmamento-, el «Barbas»...»
-¿El «Barbas»?
-El Padre... Tú me entiendes, Señor... Yo, al Padre, me lo imagino así..., con (Pg. 253) barbas. »
-¿Y por qué con barbas?
-Si es lo que dices, Señor, tiene que ser muy viejo...
Jesús, maravillosamente desconcertado, sonrió levemente. Fue una sonrisa fugaz, pero plena
de amor y satisfacción.
-Te diré algo. Poco importa si estás o no acertado. A mi Padre le encantan esos retratos...
-Y bien... ¿Qué ha dicho?
-Que mañana será otro día..., querido «pinche».
-Pero…
Ahí finalizó la charla. Jesús, guiñándole un ojo, se puso en pie.
-El «Barbas» dice que es hora de descansar. Para hablar de Él necesitamos tiempo. Mucho tiempo...
¿Desilusión?
Sí, en parte...
A la mañana siguiente, al despertar, el Maestro no se hallaba en el mahaneh. Frente a la tienda había
situado una de las escudillas de madera. En el interior, garrapateado con un tizón, se leía:
«Estoy con el "Barbas". Regresaré al atardecer.»
(Pg. 256)
Hacia la «décima» (las cuatro), puntual, Jesús de Nazaret irrumpió en el campamento. Lo
escuchamos en mitad de la espesura, cuando cruzaba las últimas hileras de cedros. Venía
cantando. Y lo hacía a voz en grito.
«Te dos gracias, Padre mío, de todo corazón... Cantaré tus maravillas...»Al principio no estuve
seguro. Parecía un salmo. Al reunirse con estos boquiabiertos exploradores soltó el caldero
que portaba y, sonriendo, alzó brazos y rostro hacia el azul del cielo, rematando el canto con
voz grave y templada:
«Escucha mi ley, pueblo mío, tiende tu oído a las palabras de mi boca...Voy a abrirla en
parábolas...»
Esta vez lo identifiqué. Salmo 78.
Eliseo, curioso, se asomó al recipiente de hierro.
-¡Nieve!
El Maestro, en efecto, aprovechó la visita a la cumbre para hacer acopio del inmaculado y
siempre gratificante cargamento. Esa noche, sobre todo, resultaría especialmente útil.
-Regalo del Jefe -intervino el Galileo, refiriéndose a la nieve-. Hoy, queridos ángeles, es un día
señalado...
Mi hermano y yo nos miramos. Y creímos captar el sentido de las enigmáticas palabras.
Entonces, desolado, hice una señal al ingeniero. Y éste, comprendiendo, respondió con una
rápida sonrisa y un guiño.
Debí suponerlo. Eliseo maquinaba algo. Naturalmente, no había olvidado el aniversario del
rabí.
-¿Qué tramáis?
Mi compañero, pillado in fraganti, se escurrió como pudo.
-Nada, Señor..., cosas de ángeles...
El Maestro, divertido, indicó la dirección de las «cascadas», animándonos a
seguirlo. Era el momento del baño.
(Pg. 257)
Una hora después, el imprevisible Jesús volvió a sorprendernos. En esta ocasión, sin embargo,
el suceso nos llenó de sonrojo...
Fue un fallo, sí. Pero aprendimos la lección.
Al vestirnos, cuando nos disponíamos a retornar al mahaneh, el Galileo, siempre discreto y
delicado, rogó que me adelantara. Entendí. Por alguna razón deseaba hablar a solas con mi
compañero.
Minutos después, mientras avivaba el fuego, los vi aparecer en la explanada. Caminaban
despacio. Al llegar a la altura del dolmen se detuvieron. El Maestro era el único que hablaba.
Eliseo, con la cabeza baja, se limitaba a escuchar, asintiendo una y otra vez. Intuí algo. La
actitud de mi hermano no era normal. ¿Qué sucedía?
Por último, Jesús lo abrazó.
Avanzaron y, al reunirse con este intrigado explorador, cada uno tiró hacia sus respectivas tiendas.
Eliseo ni me miró. Estaba pálido. Poco faltó para que saliera tras él, pero me contuve. El asunto,
evidentemente, no era de mi incumbencia. ¿O sí?
-¿Qué demonios pasaba?
Al poco, Eliseo regresó. Traía una escudilla en las manos. La reconocí al instante. Era el
cuenco de madera en el que el rabí había escrito el breve mensaje:
«Estoy con el "Barbas". Regresaré al atardecer.»
Y seguí hecho un lío...
La verdad es que, tras la lectura del «aviso», no presté mayor atención a la dichosa escudilla.
Sencillamente, la perdí de vista. Y un súbito pensamiento me desconcertó todavía más: ¿Por
qué Eliseo la guardó en nuestra tienda? El ingeniero continuó mudo, esquivando mi mirada.
Lo noté hundido. Desmoralizado. Y me asusté. Algo grave, sin duda, acababa de ocurrir...
Jesús se situó frente al hogar. Presentaba un rostro sereno y relajado, como si nada hubiera
sucedido. Aquella actitud, francamente, terminó confundiéndome del todo. No entendía nada
de nada...
Y al punto, entregándole el pequeño cuenco de sopa, Eliseo, con la voz quebrada, se excusó:
-Te pido perdón, Señor... No volverá a repetirse...
El Maestro tomó la escudilla y, aludiendo a lo escrito en el interior, quitó hierro al asunto,
tratando de animar al decaído ingeniero:
-Compréndelo, mi queridísimo hijo... Vosotros tenéis unas normas. Mi Padre y
yo, otras...
Entonces, aproximándose al muchacho, fue a posar las manos sobre sus hombros y,
agitándolo cariñosamente, gritó:
-¡Despierta!... ¡Tampoco es para tanto!
Eliseo, remontando con dificultad, movió la cabeza afirmativamente y replicó (Pg. 258) con un
amago de sonrisa.
-Eso está mejor... Y ahora, escucha. Escuchad los dos...
Tomó los ánades. Se sentó frente a la fogata y, entregando uno de los patos a mi compañero, le
sugirió que lo desplumase. Él, con el suyo, hizo otro tanto. Y, mientras limpiaba el cebado
«silbón», fue a desvelarnos algo de especial interés, que aclaró la mente de este confuso y
confundido explorador. Algo que tampoco figura en los evangelios y que, no obstante, como
digo, despejaba varias e importantes incógnitas relacionadas con la encarnación del Hijo del
Hombre. Unas incógnitas que, de haber sido resueltas por los escritores sagrados (?), habrían
evitado mucha confusión e infinitos ríos de tinta...
Según sus palabras, de acuerdo a los planes divinos, el hecho físico de su experiencia humana
se hallaba «limitado» por una serie de «condiciones», absolutamente inviolables. Esas
«prohibiciones» -autoimpuestas por el propio Jesús de Nazaret durante su estancia en el
Hermón- resultaban casi de sentido común...
En primer lugar, el Hombre-Dios no debería dejar escrito alguno.Escritos -entendimos- de su
puño y letra. De ningún tipo. Llevaba razón. Si el Maestro hubiera puesto por escrito su
doctrina y filosofía, los seguidores, muy probablemente, habrían convertido semejante tesoro
en un «artículo» de veneración y, lo que podía ser más lamentable, en un motivo de
permanentes disputas e interpretaciones de todo tipo.
En segundo lugar -movido por ese mismo sentido común-, el Hijo del Hombre tomaría otra no
menos importante decisión: su imagen, su figura, no podría ser dibujada por manos
humanas. Es curioso. Cuando algunos, a lo largo de su vida pública, intentaron «retratarlo»,
Él siempre se opuso, provocando el desconcierto de propios y extraños. En mi opinión, era
igualmente lógico. Esas pinturas, en el fondo, sólo habrían causado problemas. En especial, de
índole idolátrico.
«... No podría ser dibujada por manos humanas.»
Al pronunciar esta frase, Jesús de Nazaret interrumpió la limpieza del ánade. Me traspasó
con aquellos ojos rasgados, incisivos y limpios como la atmósfera del Hermón y, haciéndome
un guiño de complicidad, prosiguió. El corazón aceleró. Entendí perfectamente.
(Pg. 259)
Su imagen sí quedaría en este mundo, pero «confeccionada» por otras manos... Como decía
con regularidad, «quien tenga oídos...».
La tercera autolimitación -de mayor calado si cabe- nos dejó perplejos.Alguna vez lo pensé, pero,
francamente, no imaginé a qué obedecía su firme y decidido celibato. Pues bien -de acuerdo con
sus palabras-, la decisión de no contraer matrimonio y no dejar descendencia formaba parte
también de la rígida «normativa» (?) divina. Eso -dijo- era lo aconsejado por su Padre. Y como
Creador no podía infringir la ley. Una ley, obviamente, que escapaba a nuestra comprensión.
Pero lo aceptamos. No había, pues, «razones» oscuras, ni tampoco religiosas, en dicha actitud.
Sencillamente, eso era lo dispuesto, antes, incluso, de su encarnación. Ése era el «orden»
establecido por lo Alto. Y no le faltaba razón. Si un escrito de su puño y letra, o bien un dibujo
de aquel hermoso rostro, hubieran originado auténticas conmociones en el futuro, ¿qué se
supone que habría ocurrido con unos hijos, nietos, etc., del Hijo de Dios?
Por supuesto, no dejé pasar la excelente ocasión y pregunté:
-Señor, ¿significa esto que prefieres el celibato al matrimonio?
Jesús, leyendo en mi corazón, se apresuró a corregirme.
-Sabes que no he dicho eso. Y sé igualmente por qué lo planteas. Pues toma buena nota: el
matrimonio es tan digno como la decisión de permanecer célibe. En el reino de mi Padre no hay
matrimonios, tal y como vosotros lo entendéis. Pero eso no importa ahora. Aquí, en la fraternidad
humana, tanto uno como otro tiene su papel y su justificación. Pero, ¡ojo, mi querido «mensajero»!,
transmite bien mis palabras... Ningún célibe deberá considerarse superior, ni más capacitado, a la
hora de pregonar o practicar mi mensaje...
Y añadió rotundo y sin contemplaciones.
-... Buscar al «Barbas», y hacer su voluntad, no depende de la categoría social, de las riquezas y,
mucho menos, del estado civil. Y te diré más: ni siquiera está sujeto a la inteligencia... El gran
secreto de la existencia humana, descubrir al «Jefe», sólo puede ser desvelado con la voluntad. Si lo
deseas, sólo si lo deseas, hallarás al Padre y habrás triunfado en la vida...
El Maestro, entonces, atravesando el ánade con un largo palo, lo sometió al fuego,
flameándolo y purificándolo. Y así permaneció unos instantes, con la vista fija en las llamas.
Después, como si despertara, proclamó solemne:
-Queridos hijos... ¿Veis las lenguas de fuego?... Pues ése, en cierto modo, es el trabajo que le
aguarda al Hijo del Hombre...
Eliseo, recompuesto, le interrumpió, alegrando el corazón del Maestro y no digamos el de este
explorador. Ambos, creo, echábamos de menos sus bromas...
-¡Bombero!... ¿Piensas ejercer como la militia vigilum?
(Pg. 260)
Jesús, atónito, rompió a reír. Y casi chamuscó el pato. Mi hermano, echando mano de la
expresión latina, se refería al cuerpo de bomberos de Roma, fundado por Augusto en el año 22
antes de Cristo, dependiente desde el 6 d.J.C. de un praefectus vigilum, y que alcanzaría gran
fama en todo el imperio.
Al unirme a las carcajadas del Galileo, mi compañero nos observó perplejo. Finalmente, feliz,
intuyendo que las risas eran mucho más que una consecuencia de sus palabras, espontáneo
como siempre, soltó el «silbón» y fue a arrodillarse frente al divertido Maestro. Le sonrió y,
sin previo aviso, se abrazó a Él. Y así permaneció varios minutos.
Jesús de Nazaret, conmovido, hizo un esfuerzo. Muy leve, la verdad. Y un par de lágrimas
terminaron traicionándolo. Y rodaron solitarias por las mejillas.
-¡El pato, Señor!
Mi grito puso en guardia al Maestro. El sufrido ánade, en efecto, ardía por los cuatro
costados...
-¿Será posible?...
El Galileo, desconcertado, intentó apagar las llamas. Y lo logró, claro. Pero el pobre pato,
negro y humeante, estaba en las últimas...
-¿Será posible? -repitió Jesús contemplando la carbonizada cena-. ¡Vaya Dios
más torpe!
Eliseo, desconsolado, pidió disculpas.
-¡Perdón, Señor!... ¡Perdón!
Y el Maestro, atrapado en otro ataque de risa, le exigió:
-¡No, por favor!... ¡No más perdón!... ¡Sólo nos queda un pato!
Así era aquel maravilloso Hombre...
Cuando !os ánimos se calmaron, el rabí, absolutamente perdido, preguntó:
-¿Por dónde iba?
Quise responder, pero la risa, incontenible, me zancadilleó. Eliseo, entonces, muy serio, trató
de socorrer a Jesús, aclarando:
-Por los bomberos...
Imposible. Las carcajadas, de nuevo, se hicieron dueñas y señoras del mahaneh, llegando
claras hasta un Hermón igualmente enrojecido.
-Queridos hijos -respiró al fin el Maestro-, ¿sabéis qué es lo más hermoso y reconfortante de la risa?
Eliseo contempló el malogrado ánade, pero, prudentemente, guardó silencio.
-...Lo más atractivo del sentido del humor -prosiguió el Maestro- es que sólo
es practicado por gente segura y confiada.
Y dirigiéndose al ingeniero remachó:
-No cambies nunca, mi querido ángel..., «destroza-patos»..
Era inútil. El Hijo del Hombre, cuando se lo proponía, era peor que Eliseo... No fué fácil
sujetar el nuevo ataque de risa. Y desde esa tarde, mi hermano recibiría el sobrenombre de
«destrozapatos». Naturalmente, supo encajar la broma del Galileo y aceptó el apodo con
deportividad.
(Pg. 261)
-... ¿Sabéis que el humor -reveló Jesús- es un invento del Padre?
-Entonces -proclamó Eliseo con los ojos muy abiertos-, el Jefe se ríe...
-Sobre todo cuando el hombre piensa...
-Señor -intervine reconduciendo la conversación-, ¿por qué decías que tu trabajo es similar al de
las lenguas de fuego? El Maestro agradeció el cable. Se puso nuevamente serio y matizó:
-El Hijo del Hombre ha venido también para sanear la memoria humana. Ahora, no por vuestra
culpa, se halla enferma. Dominada por la oscuridad. Sujeta al error y a la desesperación. Yo soy el
fuego que purifica. Yo os traigo la esperanza. Yo os anuncio que, a pesar de las apariencias, todo
está por estrenar. Dios, el Padre, está por «estrenar»...
Hizo una pausa y, señalando el perfil grana de los bosques, nos dejó nuevamente en suspenso:
-Y hablando de estrenar..., ¿qué hay de la cena? Hoy, queridos ángeles, como os dije, es un día
especial... - Ataquemos... ¡El pato es nuestro! Después seguiremos con el «Barbas»…

Después de la cena…
…Al final, un brindis. El Maestro alzó la humilde copa de madera. Repasó las estrellas y,
descendiendo feliz a nuestros corazones, pronunció una de sus palabras favoritas:
-Lehaim!
-Lehaim! -replicamos al unísono.
-¡Por la vida!, repitió con voz imperativa.
Supongo que era el momento esperado por Eliseo. Se levantó y, en silencio, se perdió en el
interior de la tienda. Jesús, impasible, continuó con la vista anclada en el tumultuoso
firmamento. Venus, Marte y Regulus, casi en línea, destellaron con más fuerza. Parecían
cómplices. El Halley, ahora más al norte y al oeste, también fue testigo de la siguiente,
emotiva... y absurda escena.
Eliseo reapareció. Se plantó frente al rabí y le miró sonriente. Tenía las manos a la espalda.
Después, buscándome con la mirada, intensificó la sonrisa. Creí entender. Pero, ¿qué ocultaba?
Jesús le observó curioso. Desvió la vista hacia quien esto escribe y me interrogó sin palabras.
Me encogí de hombros.
La verdad es que me hallaba al margen.
Finalmente, ceremonioso, el ingeniero fue a mostrarle lo que había ido a (Pg. 262) buscar. Y,
al entregárselo, exclamó despacio y solemne:
-¡Felicidades!... Un regalo de otro mundo para el «gordo» de todos los mundos...
El Maestro, perplejo, no supo qué decir.
Mi hermano, sin querer, equivocó una de las palabras. En lugar de utilizar el arameo mare
(Señor) pronunció merí, que en hebreo significa «cebado» o «gordo». Y arruinó la bien
estudiada frase.
-Mare, le corregí aturdido.
Pero el voluntarioso ingeniero que, al parecer, ensayó el momento una y otra vez, no se
percató del lapsus y siguió en sus trece.
-Sí, eso, merí... Un regalo de otro mundo para el «gordo» de todos los mundos... El Maestro,
comprendiendo el baile de letras, sonrió benevolente, tomando el vástago de olivo. Pero,
incapaz de resistir la tentación, volvió a echar mano de aquel incombustible sentido del
humor, replicando:
-¡Gracias!... ¡Gracias, mi querida «reina»!
No pude contenerme y solté una carcajada.
Siguiendo el involuntario juego de Eliseo, el rabí alteró el término mal´ak (ángel),
cambiándolo por mal...kah (reina).
Mi hermano, sin embargo, feliz con el obsequio, no percibió el doble lenguaje.
Jesús terminó alzándose y, tras observar el retoño tan celosamente conservado, colocó su
mano derecha sobre el hombro de mi amigo, exclamando:
-Un regalo de otro mundo para el Señor de todos los mundos... No podías definirlo mejor...
-...Lo plantaremos como símbolo de la paz... La paz interior: la más ardua...
Acto seguido se retiró a la tienda, guardando el vástago que nos entregara el general Curtiss.
Al quedarnos solos le felicité. Fue una idea excelente. En el fondo, el mejor de los destinos
para el humilde olivo... Algún tiempo después, aprovechando una «especialísima
circunstancia», el rabí cumpliría su palabra, plantando el vástago en otro no menos
«entrañable lugar». Y allí creció. Y allí se encuentra, aunque muy pocos conocen su mágica y
verdadera historia... Pero de eso hablaré en su momento.
Aquella noche, verdaderamente, sería histórica e inolvidable. También el Hijo del Hombre se
reservaba una sorpresa. Algo insinuó a su llegada al campamento, pero, sinceramente, tras el
incidente de la escudilla, la ruina del ánade y la entrega del obsequio, lo olvidamos por
completo.
El Maestro se aproximó a las llamas. Nunca olvidaré su expresión.Nos miró en silencio. Se
hallaba serio, pero los ojos, de nuevo, hablaron. Fue un «discurso» breve y elocuente. Pocas
veces, hasta ese instante, había percibido en su mirada tanto amor y comprensión. Fue como
una marea. Intensa. Arrolladora.
Y nos invadió, erizándonos el cabello.
No movimos un músculo. Algo estaba a punto de suceder. Lo sabía. Podía palparlo...
(Pg. 263)
Jesús parpadeó. Relajó los corazones con una amplia y sostenida sonrisa y, dulcemente, fue
levantándonos hasta las estrellas.
-Hoy, en mi treinta y un cumpleaños en esta forma humana, voy a pedir al Padre que os convierta
en mis primeros discípulos... Y quiero hacerlo solemnemente... Como corresponde a unos
auténticos embajadores y mensajeros... Levantó los brazos y fue a depositar sus manos sobre
nuestras cabezas.
Fue instantáneo. No sé cómo describirlo...
Una especie de fuego frío, una llamarada helada, me recorrió en décimas de
segundo. Aquella mano era y no era humana...
Guardó silencio. Después, con gran voz, prosiguió:
-¡Padre!... Ellos son los primeros!... ¡Protégelos!... ¡Guíalos!... ¡Dales tu bendición!...
Entonces, intensificando la presión de las manos, añadió solemne y vibrante:
-¡Ellos, al buscarme, ya te han encontrado! ¡Bendito seas, Ab-bá, mi querido «papá»...!
Nuevo silencio.
Y el Maestro, retirando las manos, nos atravesó de parte a parte. Aquellos ojos eran y no eran
humanos...
-Mis queridos ángeles... ¡Bienvenidos!... Bienvenidos a la vida!... ¡Bienvenidos al reino!... Y
recordarlo siempre: este «viaje» hacia el Padre no tiene retorno...
Acto seguido, uno por uno, nos abrazó. Fue un abrazo sólido. Incuestionable. Prolongado. Un
abrazo que ratificó la inesperada y cálida «consagración».
¡Sus primeros embajadores!
¿Y por qué no?
Éramos observadores, sí, pero observadores «atrapados» por un Dios. ¿Qué podíamos hacer?
Yo, personalmente, me sentí feliz y agradecido. Mi trabajo fue el mismo. Continué analizando
y valorando.
Me mantuve siempre en la sombra, a cierta distancia, pero, en lo más íntimo, compartiendo y
aprendiendo.
¿Las normas de la operación?
Fueron respetadas, sí. Palabras y sucesos figuran en este diario con escrupulosa
objetividad. En cuanto a los sentimientos -igualmente prohibidos por Caballo de Troya-, siguieron
su inevitable curso: sencillamente le amamos. Y jamás me sentí culpable.
Como apuntó el ingeniero, ¡a la mierda Curtiss y su gente!
Jesús de Nazaret llenó de nuevo las copas y, entusiasmado, gritó:
-¡Por el «Barbas»!
Arrojó una carga de leña al fuego y, frotándose las manos, se sentó frente a las sorprendidas
llamas. Las vio danzar. Chisporrotear. Después entró en (Pg. 264) materia. En su materia
favorita: el Padre.
Y aquellos perplejos exploradores siguieron aprendiendo.
-¿Dónde estábamos?
Eliseo, adelantándose, le refrescó la memoria.
-Decías que tu trabajo ha sido culminado. Decías que ahora conoces al hombre, que podrías
regresar, si lo desearas, y asumir la soberanía de tu universo... Jesús fue asintiendo con la cabeza.
-... Decías también que, sin embargo, habías optado por someterte a la voluntad
del Jefe... Y yo te pregunté: ¿y qué ha dicho?
-En palabras simples: que siga con vosotros, que cumpla el segundo gran objetivo de esta
experiencia humana... ¡Que os hable de El!... ¡Que encienda la luz de la verdad!
Este explorador, más pragmático y prosaico que el ingeniero, intervino de inmediato.
-Señor, si vas a hablarnos del Padre, bueno será que lo definas, que nos digas qué o quién es...
E intentando justificarme añadí:
-... No olvides que, en el fondo, somos hombres escépticos...
Jesús sonrió malévolo. Y preguntó:
-¿Escépticos?
Me atrapó. Después de lo visto en la anterior experiencia, después de haber sido testigos de su
resurrección, la definición, por supuesto, no era correcta. Y rectifiqué.
-Ignorantes...
-Eso sí, querido Jasón... Pero no te alarmes. Ignorancia y escepticismo tienen arreglo. Recuerda:
para dar sentido a tu vida, para saber quién eres, qué haces aquí y qué te aguarda tras la muerte, sólo
precisas de la voluntad. Si quieres, puedes «saber»... Y ahora vayamos con tu pregunta.
Meditó unos instantes. Supuse que no era fácil. Me equivoqué. La definición del Padre era
casi imposible. Imposible para las bajísimas posibilidades de percepción humana.
-Recordad siempre -arrancó con un preámbulo decisivo- que, en el futuro, cuando llegue mi hora,
hablaré como un educador. Ése será mi papel. En consecuencia, tomad mis palabras como una
aproximación a la realidad...
Buscó nuestra comprensión y prosiguió.
-... ¿Por qué digo esto? Sencillamente, porque lo finito, vosotros, no puede entender, abarcar o hacer
suyo lo infinito. Y eso es Ab-bá: una luz, una presencia espiritual, una realidad infinita que, de
momento, no está al alcance de las criaturas materiales.
Sonrió y, optimista, redondeó:
... Pero lo estará.
-¡Una luz! -comentó mi compañero intrigado-. ¡Una energía que, obviamente, piensa!
(Pg. 265)
-Obviamente...
-¡Lástima! -lamentó el ingeniero-... Lo de «Barbas» me gustaba... El Maestro negó con la cabeza.
Y corrigió a Eliseo.
-No, mi querido ángel. Eso está bien. ¿Por qué crees que utilizo la palabra «Padre»?
No esperó respuesta.
-Porque lo es. El Jefe, como tú lo llamas, y muy acertadamente, por cierto, no tiene un cuerpo físico
y material... Pero es una persona. Es un Ab-bá, en el sentido literal de la expresión. Él es el
principio, el generador, la fuente, el que sostiene la Creación... Podéis imaginarlo como queráis.
Podéis definirlo como gustéis. Y yo os digo que siempre os quedaréis cortos...
-¿Una persona? -intervine-. No entiendo... Una persona sin cuerpo... El Maestro parecía estar
esperando aquella duda.
-Es lógico que te lo preguntes. Mis pequeñas y humildes criaturas del tiempo y del espacio, las más
limitadas, tienen dificultad para imaginar una personalidad que carezca de soporte físico visible.
Pero yo te digo que la personalidad, incluso en vuestro caso, es independiente de la materia donde
habita. Más adelante, cuando sigáis ascendiendo hacia el Padre, tu personalidad, Jasón, continuará
viva. Más viva que nunca, a pesar de haber perdido el cuerpo que ahora tienes. Serán tu mente y
espíritu quienes forjarán y sujetarán esa personalidad. Así, de hecho, ocurre ahora mismo.
Sonrió levemente y nos hizo otra revelación.
-Es pronto para que lo entendáis con plenitud, pero en verdad os digo que la personalidad humana
no es otra cosa que la sombra del Padre, proyectada en los universos. El problema, insisto, está en
vuestra finitud. Estudiando esa «sombra» jamás llegaréis a descubrir al «propietario» y causante de
la misma.
Quedamos en silencio, pensativos. Tenía razón. Si alguien pretendiera estudiar a un ser
humano a través de su sombra, sencillamente, perdería el tiempo...
-Pero no os desaniméis. Todo en su momento. Llegará el día en que estaréis en la presencia de Ab-
bá. Entonces, sólo entonces, empezaréis a comprender y a comprenderle. Si Él careciese de esa
personalidad, el gran objetivo de todos los seres vivientes sería estéril. Es su personalidad, a pesar
de la infinitud, lo que hace el «milagro»...
Y recalcó, deseoso de que entendiéramos.
-Al igual que un padre y un hijo se aman y comprenden, así sucede con el gran Padre y todos sus
hijos... Él es persona. Vosotros sois personas. Pero, como os digo, dejad que se cumplan los
designios de Ab-bá...
-¿Sus designios? -clamó Eliseo contrariado-. ¿Y por qué no habla con más claridad? ¿Qué quiere?
"
-En primer lugar -replicó el Maestro al instante-, que sepas que existe. Para (Pg.266) eso estoy aquí.
Para revelar al mundo que Ab-bá no es un bello sueño de la filosofía. ¡Existe!
Hizo una pausa y la palabra «existe» quedó flotando, rotunda, sólida, incuestionable. Alzó la
voz y repitió, haciendo retroceder cualquier vestigio de escepticismo:
-¡Existe!
A estas alturas, algo estaba muy claro para estos exploradores. Jesús de Nazaret jamás mentía
o inventaba. Y aunque resultaba difícil de entender, lo aceptamos.
-En segundo lugar, el Padre, tu Padre, desea que lo busques, que lo encuentres...
-¿Cómo, Señor? Tú mismo acabas de reconocerlo... Somos finitos, limitados, lo último de lo
último... Parece que el Jefe se descuidó al pensar en nosotros...
El Maestro acogió la broma con dulzura.
-No, querido «pinche»... En el reino de Ab-bá no hay descuidos. Todo se halla minuciosamente
planificado. Y, aunque no lo creas, vosotros, los «destrozapatos», sois y seguiréis siendo la
admiración de los universos.
-¿Nosotros?
-¿Imagina por qué?
-Ni idea... -Vosotros, lo más denso y limitado, poseéis algo de lo que no disfrutan otras criaturas,
creadas en perfección: tenéis la maravillosa virtud de ascender y progresar..., sin saber, sin haber
visto. Tenéis la envidiable capacidad de creer, de confiar..., sin pruebas.
-Exageras...
El Galileo negó con la cabeza.
-No exagero. Y ése es el «cómo». Ésa es la respuesta a tu pregunta. Al Padre, de momento, sólo
puedes buscarlo con la ayuda de la confianza. Ése es el plan. Eso es lo establecido. Progresar.
Progresar. Progresar...
-¿Aquí? ¿En este basurero? "
... -Aquí, en este atormentado mundo -le corrigió-, en los que te reservo después y siempre... Ya me
has oído. Para llegar a la presencia de Ab-bá, primero debes recorrer un largo, muy largo, camino.
Ése es el objetivo. Ésa es la única razón de tu existencia: una aventura fascinante...
-Un largo camino... Muchos, en nuestro mundo, piensan que el «Barbas» los estará esperando al
otro lado de la muerte...
Jesús, divertido, escuchó los razonamientos de mi amigo.
-... Dicen y creen que los justos serán recibidos de inmediato en su presencia.
Tú, en cambio, hablas de un largo recorrido...
En esos instantes -¿casualidad?-, una enorme y hermosa mariposa cuadriculada en blanco y
negro, una Euprepia oertzeni, atraída por la luz de la fogata, fue a posarse en el extremo de la
rama con la que jugueteaba el Maestro. Y Jesús, aludiendo al bello ejemplar, respondió así:
(Pg. 267)
Dime, querido ángel, ¿crees que esa criatura está en condiciones de comprender que un Dios, su
Dios, la está sosteniendo?
-No, Señor. Hay demasiada distancia...
Entonces, agitando el palo, la obligó a volar. Tú lo has dicho. Hay demasiada distancia... Pues bien,
la que ahora te separa de Ab-bá. es infinitamente mayor... Si un mortal fuera transportado, tras la
muerte, ante la presencia del Padre, en verdad te digo que reaccionaría como esa mariposa. No
sabría, no tendría conciencia de dónde está ni de quién lo sostiene...
Y añadió feliz.
-Afortunadamente, vosotros sois mucho más que una mariposa. Y podéis estar seguros de lo que
afirmo: llegará el día, cuando hayáis crecido espiritualmente, cuando hayáis progresado, que veréis
al Jefe y comprenderéis.
Mi hermano, espontáneo, clamó:
-Pero, ¿tan grande es?
Jesús se vació.
-No hay palabras, querido «pinche». Sostiene y contempla los universos en el hueco de su mano. Es
todo presente, pero está en el futuro. Es el único santo, porque es perfecto. Es indivisible y, no
obstante, se multiplica sin cesar. Él te imagina y apareces...
Eliseo negó con la cabeza. Y comentó casi para sí:
-Hermoso, muy hermoso, pero la ciencia...
El Maestro, percibiendo la dirección de Eliseo, le salió al paso con contundencia:
- No te equivoques... Ni la ciencia, ni la razón, ni tampoco la filosofía podrán demostrar jamás la
existencia del Padre.
El ingeniero le miró perplejo.
Y el rabí, penetrando sin piedad en sus pensamientos, sentenció:
-Tu Jefe es más listo, imaginativo y amoroso de lo que supones. Él no está a merced de hipótesis o
postulados. Él sólo está a merced del corazón...
Entonces, señalando el revoloteo de la Euprepia, afirmó:
-En eso le lleváis ventaja... Vosotros sí podéis experimentar a Dios.
Nos miró intensamente y remachó:
-He dicho experimentar, no demostrar... En esa búsqueda, cuando el hombre persigue y ansia a
Dios, su alma, al encontrarlo, nota, percibe, experimenta su presencia. Eso es suficiente..., por
ahora.
-¿Experimentar al Padre? Y eso, ¿cómo se hace?, ¿cómo se sabe?
-No has escuchado mis palabras, querido «destrozapatos». Cuando un ser humano «toca» al Padre,
cuando Él te «toca», el alma se pone en pie. Es una sensación única. Clamorosa. Y una magnífica
seguridad te acompaña de por vida... Pero ese benéfico sentimiento es personal e intransferible. Es
difícil de explicar, pero tan real como la visita de la ternura, de la compasión o de la alegría.
(Pg. 268)
Y desviando la mirada hacia este absorto explorador me previno:
-Por eso, Jasón, porque se trata siempre de una experiencia, de un sentimiento personal, no escribas
para convencer. Hazlo para insinuar. Para ayudar. Para iluminar...
Mensaje recibido.
... No «vendas», querido ángel. No grites el nombre del Padre. No obligues. No discutas. Cada cual,
según lo establecido, recibirá el «toque» a su debido tiempo. No hay prisa. Ab-bá sabe. Ab-bá
reparte.
-Un Dios sin prisas -terció el «destrozapatos»-. Eso me gusta...
-Un Dios amor que ya está en ti...
Y el Maestro, dirigiendo la vara hacia Eliseo, fue a tocar su pecho. El ingeniero, sorprendido,
bajó la cabeza, observando el punto señalado por el Galileo.
Después, nunca supe si en broma o en serio, exclamó:
-¿El Jefazo está aquí?... ¡Y yo con estos pelos...! ¿No me crees?
Eliseo, incapacitado para la mentira o el disimulo, negó con la cabeza y puntualizó:
-Tú lo has dicho, Maestro. Somos materia finita... El Padre, si quisiera entrar en mí, se sentiría muy
incómodo. Jesús lo acarició con la mirada.Mi amigo era como un niño.
-Escucha atentamente. Escuchad los dos... Lo que ahora os anuncio formará parte del mensaje
cuando llegue mi hora.
El rostro, iluminado por la fogata, cobró una especial gravedad. E intuí que se disponía a
confesar algo trascendental. No me equivoqué.
-Decidme: ¿os he mentido alguna vez?
Él «no» fue instantáneo.
-Pues bien, yo os digo que el Padre ya está en vosotros...
-Sí -concedí-, hace un momento lo has invocado. Has sido muy generoso al
convertirnos en tus embajadores.
-No -se apresuró a corregirme-, eso ha sido una consagración formal. Pero Abbá ya estaba en
vuestras mentes.
-Claro -terció Eliseo-, muchas veces hemos pensado en Él...
El Maestro volvió a negar con la cabeza.
-No comprendéis. Os estoy hablando de uno de los grandes misterios de la Creación. El Padre, en su
infinita misericordia, en su indescriptible amor, hace tiempo que se instaló en vosotros...
Notó nuestra confusión y profundizó.
-Cada criatura del tiempo y del espacio recibe una diminuta fracción de la esencia divina. El Padre,
como os dije, aunque único e indivisible, se fracciona y os busca. Se instala en cada uno de
vosotros, los más pequeños del reino.
-¿Se trata de una parábola?
-No, Jasón, esto es real. Y no me preguntes cómo lo hace porque nadie lo sabe. Es una de sus
grandes prerrogativas. Él, así, «sabe». Él, así, «está». Él, así, se comunica con la creación y se hace
uno con cada mortal inteligente.
(Pg. 269)
-Pero, ¿cómo es eso?, ¿cómo un Dios puede habitar en mi interior?
El Maestro no respondió a las lógicas cuestiones formuladas por mi hermano. Se limitó a
remover las brasas, levantando un fugaz chisporroteo. Después, llamando nuestra atención,
prosiguió:
-¿Veis las chispas?... Pues en verdad os digo que algo similar sucede con el Padre. Una «chispa»
divina, una parte de Él mismo, vuela hasta cada criatura y la hace inmortal.
Supongo que captó la perplejidad de aquellos exploradores. Sonrió amorosamente y exclamó:
-A esto, justamente, he venido. A revelar al mundo que sois hijos de un Dios... Y lo sois por
derecho propio.
-Pero, Señor, yo no percibo nada raro... Si el Jefazo estuviera en mi interior tendría que notarlo.
-Lo percibes, querido «pinche», lo percibes... El problema es que, hasta ahora, no lo sabías. Podías
intuirlo, pero nadie te lo había confirmado.
-¿Lo percibo? ¿Tú crees? diré algo. ¿Qué opinas de esa bella mariposa? ¿Por qué se siente atraída
por la luz?
-Eso es algo instintivo...
-Correcto. Ella no es consciente, pero «algo» la empuja...
Asentimos en silencio.
-Pues bien, con vosotros, los humanos, ocurre lo mismo. «Algo» que no podéis, que no sabéis
definir, os impulsa a pensar en Dios. «Algo» desconocido os proporciona la capacidad intelectual
suficiente como para plantearos el problema de la divinidad. «Algo» sutil os arrastra hacia el
misterio de Dios.
Nadie se ve libre de esas inquietudes. Tarde o temprano, en mayor o menor medida, todos se hacen
las mismas preguntas: «¿quién soy yo?, ¿existe Dios?, ¿qué quiere de mí?, ¿por qué estoy aquí?».
Volvió a introducir el palo entre las llamas y una nueva columna de chispas se agitó
brevemente en el increíble y solemne silencio de la noche y de nuestros corazones. Finalmente,
dirigiéndose al ingeniero, preguntó:
-¿Nunca has percibido esa inquietud?
Eliseo reconoció que sí. Muchas veces...
-Ahora lo sabes. Ese impulso, esa necesidad de conocer, de saber de Dios, está animado por la
«chispa» que te habita. Esa «presencia» del Jefe en tu interior es la que verdaderamente te hace
distinto. La que te inquieta. La que perfecciona y corrige tus pensamientos. La que, a veces,
escuchas en voz baja. La que siempre tiene razón. La que, en definitiva, «tira» de ti hacia El.
-Y la mariposa, Señor, ¿también es habitada por el «Barbas»?
Jesús, soltando una carcajada, negó con la cabeza.
Mi compañero, sin embargo, hablaba en serio.
"-No, querido niño... Te lo he dicho: vosotros sois mucho más que una mariposa.
Los animales se mueven por instinto. En ocasiones pueden demostrar(Pg. 270)
sentimientos, pero ninguno, jamás, se plantea la necesidad de buscar a Dios. Ni siquiera tienen
conciencia de sí mismos. La «chispa» del Padre, como te dije, es un regalo exclusivo a los
humanos…
Eliseo, inquieto, lo interrumpió.
-¿Y tus ángeles? ¿Reciben también la «chispa» del Jefe?
-No, querido... No me escuchas cuando hablo. Esa magnífica y divina presencia del Creador os
alcanza únicamente a vosotros, las criaturas del tiempo y del espacio. Las más humildes...
-¡Qué lujo! ¿Y por qué a nosotros?
-Eso lo irás comprendiendo poco a poco, conforme asciendas... El Padre es así: un padrazo...
Entonces, dirigiéndose a este explorador, comentó: -Estás muy callado...
-Es demasiado para mi torpe y corto conocimiento, Señor... Pero, ya que lo planteas, dime: ¿tiene
esa «chispa» algo que ver con la famosa frase...?
No me dejó concluir.
-Sí, Jasón... «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.
-Ahora lo entiendo -clamó Eliseo-, ahora lo entiendo...
El rabí sonrió satisfecho. Y manifestó:
-Tú, mi querido «pinche», eres igual a Dios porque lo llevas en lo más profundo.
Y no son meras palabras... Tú eres su imagen. Más aún: ¡tú eres Dios!
-Yo, Señor -escapó como pudo el ingeniero-, sólo soy un pobre «destrozapatos
»... -¡Tú eres Dios!
-Y yo te digo que no.
-¡Y yo te digo que sí!
-¡Que no! -¡Que sí!
Tercié conciliador:
-¡Haya paz!...
-Bueno -admitió Eliseo-, si tú lo dices...
-Lo digo y lo mantengo. Y te diré más:
algún día «trabajarás» a su lado, creando y sosteniendo..., como Él.
-¿Yo, un Jefazo?
-¿Por qué crees que Ab-bá ha pensado en ti?
-Buena pregunta -intervine-, ¿por qué, Señor?
-Porque el amor no es posesivo. El amor del Padre, como la luz, sólo se mueve en una dirección:
hacia adelante. Él, aunque ahora no podáis comprenderlo, os necesita. Él será Él cuando toda su
creación sea Él.
-Veamos si te he comprendido. ¿Estás insinuando que el ser humano es inmortal?
Esta vez sonrió pícaro. Dejó correr una bien estudiada pausa y, cuando la tensión rozó las
estrellas, exclamó rotundo. Sin contemplaciones. Con una seguridad que nos convirtió en
estatuas:
-No insinúo... ¡Afirmo!... ¡Sois inmortales! Así lo ha querido el Padre.
Yo, incapaz de reaccionar, permanecí mudo. El ingeniero, en cambio, estalló:
-Señor, con el debido respeto, ¡no te burles! "
El semblante cambió. Fue una de las pocas veces que lo vi serio. Muy serio. Casi enojado...
(Pg. 271)
-¿Crees que he venido a este mundo para burlarme?
Mi hermano, asustado, echó marcha atrás.
-No, Señor, pero... -Estoy aquí para revelar al Padre. Para decirle al confuso y confundido hombre
que la esperanza existe... ¡Que sois hijos de un Dios! ¡Que habéis sido elegidos por el infinito amor
de Ab-bá. ¡Qué estáis, simplemente, en el principio!
Tembló la voz y, más sereno, añadió:
-...Si Él no os hubiera hecho inmortales..., todo esto sí sería una burla. Una trágica burla...
-Entonces -intervine tímidamente-, eso de ganar o merecer el cielo...
El Maestro recuperó su habitual sonrisa, pero, de momento, no dijo nada. Me miró sin
pestañear. Y la fuerza de aquella mirada me sofocó. A continuación, solemne, pronunció una
sola palabra:
-Mattenah.
¡Un «regalo»! Eso significaba mattenah.
Y simulando que no había comprendido repetí:
-¿Un regalo? ¿La inmortalidad es un regalo?
-Sí, Jasón. Y recuerda bien el término que he utilizado. Recuérdalo y escríbelo. El hombre debe
saber que es inmortal por expreso deseo de mi Padre. Haga lo que haga o diga lo que diga...
Supongo que volvió a adivinar nuestros pensamientos.
-De eso no os preocupéis. Ésa es otra historia. Para los que hacen daño o, sencillamente, se
equivocan, hay otros prodecimientos... En verdad os digo que nadie escapa al amor de Ab-bá. Tarde
o temprano, hasta los más inicuos son «tocados»...
-Pero, Señor -se desbordó Eliseo-, ¡eso que dices es magnífico!
-No, muchacho, ¡el Padre es magnífico! ¡Es tu Padre el verdaderamente grande y generoso!
-¿De verdad es tan grande?
Jesús abrió los brazos y gritó a las estrellas:
-¡Tan inmenso que se pone en pie en lo más pequeño!
Eliseo, entonces, exaltado, alzándose, exclamó:
-¡Pues viva la madre que lo parió! Y feliz añadió:
-¿Sabes una cosa? Aunque fuera más pequeño, también me caería bien...
Y antes de que el Maestro saliera de su asombro se aferró a sus mangas y,
tirando de Él, le apremió:
-¡Vamos, Señor!... ¡Salgamos de aquí!... ¡Todo el mundo debe saberlo!... ¡Vamos! Necesitamos
unos minutos para calmarlo y sentarlo.
Por último, el Galileo, echando mano de una familiar frase, aclaró:
-Deja que el Padre señale mi hora... De todas formas, gracias. Ya veo que has comprendido...
Y redondeó burlón:
-¿Percibes o no percibes la «chispa»?
No pude contenerme y solté algo que pujaba por salir.
(Pg. 272)
-Señor, ese nuevo Dios, ese magnífico Padre..., no va a gustar a tu pueblo.
-No he venido a imponer. Sólo a revelar. A recordar cuál es el verdadero rostro de Dios y cuál la
auténtica condición humana. Mi mensaje es claro y fácil de entender: Ab-bá es un Padre entrañable,
amoroso, que no precisa de leyes escritas, ni tampoco de prohibiciones. El que lo descubre sabe qué
hacer... Sabe que todo consiste en amar y servir, empezando por el prójimo.
¿Sabéis por qué? ¿Sabéis por qué se debe auxiliar y querer a vuestros semejantes?
-¿Por ética? -replicó Eliseo.
-No.
-¿Por solidaridad? -me aventuré.
-No.
-¿Por lógica? -apuntó el ingeniero sin demasiada seguridad.
-¡Caliente, caliente!
Nos rendimos. A decir verdad, nunca me había planteado la, aparentemente, tonta cuestión.
-Por sentido común -manifestó el Galileo con naturalidad.
-¿Por sentido común?
-¿Recordáis la «chispa» divina? Pensad... Si Ab-bá es el Padre de todos los humanos, si Él reside en
cada hombre, si él os imagina y aparecéis, ¿qué sois en realidad?
-Hermanos... en la fe -replicó el ingeniero.
-No.
-¿No?
Jesús subrayó el «no» con un lento y negativo movimiento de cabeza.
-No sois hermanos en la fe. ¡Sois hermanos... físicamente! ¡Sois iguales!
Entonces aclaró:
-Segunda parte del mensaje del Hijo del Hombre: si Ab-bá es vuestro Padre, el mundo es una
familia. Por eso debéis amaros y ayudaros. Por sentido común. Todos tenéis el mismo destino:
llegar a Él.
-Lo dicho, Señor -intervine con desaliento-, eso no va a gustar. Ricos y pobres...
¿iguales? ¿Esclavos y dueños? ¿Necios y sabios? ¿Judíos y gentiles?
Mi hermano se unió a quien esto escribe, añadiendo:
-¿Y qué dices, Señor, de ese nuevo rostro del Padre? ¿Un Dios amoroso? A las
castas sacerdotales no les gustará...
-Acabo de manifestarlo. El Hijo del Hombre no viene a imponer. Sólo a inspirar. Mi trabajo no
consiste en demoler, sino en insinuar. Yo soy la verdad y todo aquel que escuche mi palabra será
tocado y removido. Dejad que la «chispa» interior haga el resto...
-Pero Yavé no es Ab-bá. Yavé castiga, persigue...
-Os lo repito. Dejad que se cumplan los planes del Padre. Tienes razón, mi querido «pinche». Yavé
no es Ab-bá, pero ha cumplido con lo dispuesto: el (Pg. 273) hombre respeta la Ley. Ahora es el
turno de la revelación. Por encima de la Ley está siempre la verdad. Y la verdad es sólo una: sois
hijos de un Dios-Amor. Empecé a intuir y a comprender. Cambiar el rostro de Yavé. Modificar sus
procedimientos y normativas. Dulcificar al severo juez. Casi humanizarlo. Inyectar la esperanza en
un pueblo resignado y adormecido. Levantarlo hasta las estrellas. Decirle que es inmortal por la
generosidad de un Dios. Gritarle que esa «chispa» no es una utopía. Hacerle ver que el mundo es
una familia... Y desde esos instantes supe también el porqué del trágico final de aquel extraordinario
Hombre. Su filosofía, su mensaje, eran revolucionarios. Peligrosamente revolucionarios.
Eliseo, una vez más, rebajó la tensión. Se aferró a una de las últimas frases de Jesús y solicitó
detalles.
-¿Dejad que la «chispa» interior haga el resto? No sabía que el Jefazo trabajase...
El Maestro se doblegó encantado.
-¿Qué pensabas? ¿Creías que esa presencia divina era un adorno?
-¿Y qué hace?
-Te lo dije: «tira» de ti... Esa misteriosa criatura se ocupa, entre otras cosas, de preparar tu alma
para la vida futura, para la verdadera vida. En cierto modo, te entrena...
-Pues yo no me entero.
-Es lógico. El Jefazo es muy silencioso. Tampoco le gustan los gritos. Se limita a pulir y rectificar
tus pensamientos. Pero lo hace en la sombra de tu mente. Escondido. Casi prisionero.
-¿Y cómo puedo ayudarle?
Jesús sonrió complacido.
-Ahora lo haces. Basta con tu buena voluntad. Basta con el deseo de querer, de prosperar en
conocimientos, de aceptar que Ab-bá es tu Padre. Él, poco a poco, estrechará esa comunicación. Y
llegará el día en que no precise de símbolos para decirte: «Ánimo! Estoy aquí. Escucha mi voz.
Sube. Búscame...
-Pero, Señor, no entiendo... El Jefazo debería ser más claro. ¿Por qué no habla un poco más alto?
¡Dios santo! ¡Cómo disfrutaba el Galileo con aquellas preguntas de mi hermano!
-No quiere y no debe. Además, tú mandas...
-¿Yo?, ¿un «destrozapatos»?
-Así es. Eso es lo establecido. Te pondré un ejemplo: tu mente es un navío, Ab-bá, la «chispa»
interior, el piloto y tu voluntad, el capitán. Tú mandas...
-¿Un navegante?
-¡El mejor! ¡Lástima que no os dejéis guiar por Él! Con frecuencia, su rumbo es alterado por vuestra
torpe naturaleza humana y, sobre todo, por los miedos, ideas preconcebidas y el qué dirán...
-¡Los miedos! -exclamó Eliseo convencido-. ¡Cuánta razón tienes! ¿Por qué el (Pg. 274) hombre
siente tanto miedo?
-Muy simple. Porque no sabe, no es consciente de cuanto os estoy revelando. El día que despierte, y
no os quepa duda de que lo hará, y comprenda que es hijo de un Dios, que es inmortal y que está
condenado a ser feliz, ese día, mis queridos ángeles, el mundo será diferente. El ser humano sólo
tendrá un temor: a no parecerse a Él...
Y al instante matizó:
-...Pero ese «miedo» también desaparecerá. La «chispa» lo sofocará.
-Veamos -intervine sin demasiada seguridad-, si no he comprendido mal, el buen gobierno de esa
«chispa» interior no depende de lo que uno crea o deje de creer, sino de la voluntad, del deseo de
hallar al Padre. ¿Me equivoco?
-No, Jasón. Has hablado acertadamente. El éxito de mi Padre está íntimamente asociado a tu poder
de decisión. Si tú confías, Él gana. Poco importa lo que creas. Si lo buscas, si lo persigues, la
«chispa» controla el rumbo. Y tú, poco a poco, te vas haciendo uno con «ella».
Guardó silencio. Creo que entendió. Sus palabras eran hermosas, esperanzadoras, pero, a
veces, de difícil comprensión.
-Os diré un secreto...
Agitó de nuevo las llamas y, en tono reposado, con una elocuencia estremecedora, afirmó:
-Observad la madera. Se hace uno con el fuego y ambos, sin remedio, ascienden. Al fin son
verdaderamente libres... ¡Mirad!
Y señaló la temblorosa espiral de humo, escapando hacia la noche.
-¡Mirad bien! Ahora, fuego y madera son uno... ¿Me habéis comprendido?
-Por supuesto...
-Pues bien, éste es el secreto. El hombre, la madera, que consigue identificarse, hacerse uno con
Ab-bá, el fuego... ¡no morirá! Su envoltura mortal será consumida por la «chispa», por el Amor, y
no necesitará ser resucitado...
-Quise intervenir, pero Eliseo me atropello con una cuestión que, en efecto, había quedado
rezagada.
-¿Por qué, al mencionar la «chispa», la has llamado «misteriosa criatura»?
-Porque lo es...
El Maestro suspiró. Evidentemente, como a nosotros, las palabras también lo limitaban. E
intentó simplificar.
-Recordad la mariposa... Por mucho empeño que pongáis no os entenderá. Si le dices quién eres, ni
siquiera te escuchará. Tu pregunta, querido «Elisa» [Eliseo], me coloca en la misma situación.
Aunque te revelara la verdadera naturaleza de esa «chispa»... no comprenderías. Admite, pues, mi
palabra.
El ingeniero, asintiendo con la cabeza, lo animó.
-La presencia divina que te habita es una luz, un destello del Padre... con su propia personalidad. Es,
por tanto, una criatura, aunque desgajada del Creador. Y no preguntes más... Te lo dije: también
Ab-bá tiene sus secretos...
-¿Y cuándo se instala en el ser humano?
(Pg. 275)
Jesús de Nazaret, complacido con la insaciable curiosidad de mi compañero, sonrió
condescendiente.
-Eso depende de Él... Pero, generalmente, cuando el niño es capaz de tomar
su primera decisión moral.
-¿Y le acompaña hasta la muerte?
-Y más allá de la muerte. Recuerda: sois inmortales. El Padre, cuando da, no lo hace a medias...
Eliseo quedó pensativo. Jesús le observó y, sorprendiéndonos, exclamó:
«Dilo... Ésa es una buena pregunta...
Mi hermano, descompuesto, balbuceó:
-Pero, ¿cómo lo haces? ¿Cómo sabes lo que estoy pensando?
El Maestro señaló el blanco y dormido rostro del Hermón y recordó algo que olvidábamos con
frecuencia.
-Ha llegado mi hora. Tú lo sabes. Aquí y ahora he recuperado lo que es mío... Pregunta.
¿Qué sucede con la «chispa» cuando alguien mata a su hermano o se suicida? El ingeniero,
nervioso, esbozó una sonrisa.
-Eso... ¿Qué pasa con la «criatura» si termino con una vida?
-Lo más triste y lamentable, querido ángel, no es únicamente que atentes contra la vida, patrimonio
exclusivo de la divinidad, sino que, súbitamente, sin previo aviso, suspendas la labor de la «chispa».
Literalmente: la dejas huérfana...
-En otras palabras: una patada en el trasero del Jefe...
-Correcto -rió Jesús-... admitiendo que el «Barbas» tenga trasero. Y matizó:
-Con una acción así se demora, no se suspende, la escalada hacia el Padre.
Dejadme que insista: sois inmortales. Nadie puede privaros de esa herencia.
Ab-bá os la ha entregado por adelantado.
-¡Inmortales!
-Sí, Jasón... como suena. Ése es mi mensaje. A eso vengo... ¿Te parece importante?
Y le abrí el corazón:
-Para gente como yo, perdida y sin horizonte, lo más importante.
Pero necesitado de concreción, de objetivos físicos y palpables, pregunté:
-Está bien, Señor. Te hemos entendido. Todo consiste en descubrir, en buscar
al Jefe. Pero, ¿qué más?, ¿cómo lo materializo?
El Maestro -lo sé- esperaba ansioso esta cuestión. Y pronunció la frase clave:
-Abandónate en sus manos.
Le miré atónito.
-¿Nada más?
-Nada más. Eso es todo.
-Pero... El Maestro tenía esa virtud. Hacía fácil lo difícil. Y se apresuró a vaciar las dudas.
-Él se ha sometido a tu voluntad. Él está en tu interior, humilde, silencioso y pendiente de tus
deseos de prosperar mental y espiritualmente. Haz tú lo (Pg.276)
mismo. Entrégate a él. No seas tonto y aprovecha: abandónate en sus manos. Deja que se haga su
voluntad.
No fui capaz de reaccionar. ¿Cómo era posible? ¿Eso era todo?
Jesús entró de nuevo en mis atropelladas ideas e intentó apaciguarlas.
-Os haré otra revelación...
Alimentó el suspense con unas gotas de silencio y, finalmente, cuando nos tuvo en la palma de
la mano, anunció:
-Yo conozco al Padre. Vosotros, todavía no... Os hablo, pues, con la verdad. ¿Sabéis cuál es el
mejor regalo que podéis hacerle?
Eliseo y yo nos miramos. Ni idea...
-El más exquisito, el más singular y acertado obsequio que la criatura humana puede presentar al
Jefe es hacer su voluntad. Nada le conmueve más. Nada resulta más rentable...
Mi hermano, tan perplejo como yo, confundió el sentido de estas palabras.
-¿Quieres decir que debemos negarnos a nosotros mismos?
Jesús de Nazaret, comprendiendo, se apresuró a enmendar el error de Eliseo.
-No, yo no he dicho eso. Hacer la voluntad del Padre no significa esclavitud ni renuncia. Tus ideas
son tuyas. También tus iniciativas y decisiones. Hacer la voluntad de Ab-ba es confiar. ¡Es un estilo
de vida. Es saber y aceptar que estás en sus manos. Que Él dispone. Que Él dirige. Que Él cuida.
-Entiendo. Estás diciendo: «es mi voluntad que se haga su voluntad».
-Exacto, Jasón. Tú lo has dicho. Cuando un hijo adopta esa suprema y sublime decisión, el salto
hacia la fusión con la «chispa» interior es gigantesco. Ésa es la clave. A partir de ahí, nada es igual.
La vida cambia. Todo cambia. Y el Jefe responde...
Nueva pausa. Inspiró profundamente. Con ansiedad. Y dijo algo que jamás olvidaríamos.
Algo que, poco a poco, iríamos verificando.
-El Padre responde y una fuerza benéfica, arrolladora, se pone al servicio de esa criatura. Cuando el
hombre dice «estoy en tus manos» lo da todo. Y Ab-ba convierte a ese hijo en un gigante. Ni él
mismo llega a reconocerse. Es mucho más de lo que aparentemente es.
-¿Una fuerza arrolladora?
De pronto recordé. ¿Qué ocurrió en lo alto del Ravid? Un día, sin previo aviso, sin razón
aparente, nos sentimos llenos, inundados, de una extraña y singular «fuerza». ¿Era esto a lo
que se refería el Galileo?
El Maestro me miró y volvió a negar con la cabeza.
-No, mi perplejo ángel, esa «fuerza» tiene otro origen y otro nombre...
Lo había hecho de nuevo. Acababa de colarse en mi mente... Sonrió burlón y continuó:
-Esa «fuerza» que tanto os intriga descendió sobre los hombres por expreso deseo del Creador de
este universo. Se llama Espíritu de la Verdad. Pero de ello, si os parece, hablaremos en su momento.
Eliseo no aceptó.
(Pg. 277)
-¿Tú enviaste a ese Espíritu?
-Así lo prometí. Y creo que lo sabéis de sobra: siempre cumplo.
No permití que mi amigo desviara al Maestro del tema inicial. Y repetí la pregunta:
-¿Una fuerza arrolladora?
-Sí, Jasón... Ese hombre, el que decide hacer la voluntad del Padre, se llena. Hasta sus más
pequeños deseos se ven cumplidos. Sencillamente, como os he dicho, despierta a la gloria y al
Amor de Ab-ba. Es el gran hallazgo. Su vida, a partir de ahí, es una continua y gratificante sorpresa.
Es el principio de la más fascinante de las aventuras...
Y remachó con aquella inquietante seguridad:
-Ponerse en sus manos, hacer la voluntad de Ab-ba significa, además, saber...
-¿Saber? -.
-Sí, saber. Obtener respuestas...
Por ejemplo, ¿quién soy?
En ese momento es fácil. Eres un hijo del Amor. Un «regalo» del Jefe. Un ser
inmortal. Una criatura nacida en lo más bajo... destinada a lo más alto. Un hombre que empieza a
correr. A correr hacia Él.
Por ejemplo: ¿qué hago aquí?
Al descubrir al Padre también es fácil...
Estás en este mundo para VIVIR.
El ingeniero no pudo contenerse.
-Claro, Señor. Obvio...
-No...
Jesús me señaló y prosiguió:
-Escríbelo con mayúsculas... VIVIR... No he dicho vivir, tal y como vosotros lo entendéis. Si el
Padre os ha puesto aquí es por algo realmente interesante... Interesante para vosotros. Escuchadme:
¡sois inmortales! Ahora os encontráis sujetos en esa envoltura carnal pero, en breve, cuando entréis
en los mundos que os tengo reservados, este cuerpo sólo será un recuerdo. Un recuerdo cada vez
más difuso... ¡VIVID, pues, la presente experiencia! ¡VIVID con intensidad! ¡VIVID con amor!
¡Con sentido común! ¡Con alegría! Y recordad que sólo tenéis esta oportunidad. Después, tras la
muerte, VIVIRÉIS de otra forma...
Mi hermano y yo, impulsados por mil preguntas, nos pisamos las palabras.
Pero Jesús, haciendo caso omiso, siguió a lo suyo.
-Por ejemplo: ¿cuál es mi futuro? Supongo que ya lo habéis adivinado. Lo sé, comentó, riéndose
de sí mismo, me repito mucho... Insisto: vuestro destino es Él. No hay otra dirección. Vuestro
futuro es llegar a Él. Ser como Él. Ser perfectos. Conocerle. Trabajar hombro con hombro...
-¿Seremos socios?
(Pg. 278)
-Querido «destrozapatos», si decides ponerte en sus manos, si optas por hacer su voluntad... ¡ya eres
su socio! Él hará en ti maravillas. Él te cubrirá con un Amor que te levantará del suelo. Y tus
miedos, escucha bien, desaparecerán...
La noche, como nosotros, se quedó quieta. Absorta. Entusiasmada. Más aún: yo diría que
esperanzada...
Sencillamente, nos tenía atrapados. Él lo sabía y cerró el círculo.
-... Si tu corazón se abre y se hace aliado de la vida, si te abandonas a su voluntad, nada, dentro o
fuera de ti, te hará temblar. Como un prodigio, tu alma caminará segura. Nada, querido ángel, ¡nada
te hará retroceder! Y esa sensación, ese sentimiento de seguridad te escoltará hasta el fin de tus días.
-«Pero no os equivoquéis. Al mismo tiempo que ese afortunado hombre crece, así desaparece...
-No entiendo.
-Es fácil, querido «pinche». El Amor que se derrama desde el Padre es turbulento.
No sabe del reposo. Y deberás irradiarlo. Compartirlo. Catapultarlo. No es de tu propiedad. Pues
bien, un día, sin previo aviso, caerás en la cuenta de algo igualmente maravilloso: ¡no existe!, ¡has
desaparecido para ti mismo! ¡No cuentas! ¡No exiges! ¡No precisas! ¡No reclamas!
Y rubricó la revelación con la mejor de sus sonrisas.
-¡Habrás triunfado! En ese momento, al fin, habrás comprendido, querido «socio»...
-¿Y qué pasa si me guardo ese Amor para mí mismo?
-Escurriría, sin remedio, por la sentina del buque. Sería una lástima. Tendrías que empezar de
nuevo... Aquel que intenta encarcelar la verdad..., la pierde. Sois hermanos. Y te diré más: eso que
propones no sucede jamás en un auténtico «socio». Te lo dije: se trata de un viaje sin retorno. Si Él
te «toca»... nada es igual.
-¡Socios de un Dios!
-En efecto, Jasón. Y todo depende de tu voluntad... Si dices «sí», si te abandonas en sus manos, si te
dejas gobernar por ese «piloto» interior, romperás las barreras que te limitan. Y tu capacidad de
asombro será desbordada una y otra vez. Todo, a tu alrededor, estará a tu servicio. Tú «sí» es el «sí»
de Ab-bá. En palabras sencillas: habrás encontrado una mina de oro...
El ingeniero, eufórico, le interrumpió.
-¡Aunque sea de carbón, Maestro!
Jesús rió con ganas. Después, terminando la inconclusa frase, nos dejó boquiabiertos.
-... Habréis encontrado una mina de oro... ¡que funciona sola!
Y preguntó:
-¿Os animáis?... ¡Es gratis!
Entonces, señalando la casi extinguida fogata, se apresuró a comentar:
(Pg. 279)
-Pensadlo. Ya me diréis... Mejor dicho, se lo diréis a Él... Y ahora... descansad. Y añadió socarrón:
-Si podéis...

…Eliseo, más audaz e inteligente que quien esto escribe, se decidió rápido. Una mañana, antes
de la habitual partida de Jesús hacia los ventisqueros, le salió al paso. Se plantó ante Él y,
solemne, le comunicó:
-Señor, lo tengo claro. No comprendo bien algunas de las cosas que dices, pero acepto. A partir de
ahora me pongo en sus manos. Es mi voluntad que se haga la voluntad del Jefe...
El rabí reaccionó con uno de sus familiares gestos. Colocó las manos sobre los hombros del
ingeniero y, feliz, sentenció:
-Que así sea... ¡Bienvenido al reino!
(Pg. 281)
De pronto, cuando marchaban cerca del dolmen (los Tiglat), alguien gritó desde los cedros,
reclamándolos.
¡El Galileo!
Jesús no consintió que los Tiglat colaborasen en la cena. Eran sus invitados. Tomó las truchas
recién descargadas -regalo de los fenicios- y las cocinó al estilo del yam. Una receta que
provocó encendidos elogios entre los comensales. Tras limpiar media docena de «arco iris»,
empujó las columnas vertebrales con los dedos medio y pulgar, desprendiendo la carne. De la
marinada -siguiendo las indicaciones del «cocinero-jefe»- se responsabilizó el «pinche»: aceite,
sal, miel de dátiles, pimienta negra bien molida y vinagre.
Concluida la fritura, Jesús puso el toque personal: almendras calientes y una cucharada de
mantequilla sobre cada pescado. Y escoltando el apetitoso condumio una ensalada-postre,
troceada por Él mismo, a base del dulce mikshak, el melón del Hule, salpicado con otra de sus
debilidades: las pasas de Corinto.
Mientras devorábamos las deliciosas truchas, el joven Tiglat sacó a relucir el incidente con
«Al» y sus compinches, explicando al Maestro cómo su buen dios Baal nos había protegido,
«descargando sus rayos sobre los bandidos».
Eliseo y yo nos miramos. La versión del pequeño guía nos tranquilizó. Jesús escuchó
atentamente, pero no hizo comentario alguno. Al finalizar la detallada exposición, el Galileo
me buscó con la mirada. Sonrió y me hizo un guiño de complicidad.
Entonces, dirigiéndose al «extraño galileo» Tiglat padre, curioso, preguntó:
-Dice mi hijo que eres un hombre rico. ¿Es eso cierto?
El Maestro, sorprendido, no pudo contener la risa y se atragantó.(Pg. 282)
Instantes después, recuperado, replicó:
-¿Y para qué necesita la riqueza aquel que posee la verdad?
Mi hermano, deseoso de corregir la equivocada interpretación del fenicio, puntualizó:
-No fue eso lo que le dije a tu hijo. Cuando le hablé de nuestro amigo me refería su corazón... «Un
corazón inmensamente rico». Ésas fueron mis palabras.
El jefe de Bet Jenn comprendió. Pero, desconcertado por la respuesta de Jesús, se agarró a la
idea expresada por el Maestro.
-¿La verdad? ¿Conoces tú la verdad?
A partir de esos momentos asistiríamos a un parca, pero reveladora conversación con el Hijo
del Hombre. Una tertulia de la que todos saldríamos confundidos...
El adolescente intentó forzar al Galileo. Y lo consiguió a medias.
-Mi padre dice que la verdad, si es que existe, está por llegar. Tiglat, complacido, asintió. -Y dice
también que, cuando llegue, me hará temblar de emoción porque es algo que toca directamente el
corazón...
El Maestro, vencido, le sonrió con ternura. Volvió a mirarme y, haciéndome un guiño,
exclamó: -Tu padre es un hombre sabio...
Debería estar acostumbrado, pero no... Esta frase, justamente, fue pronunciada por este
explorador al pie del asherat, como respuesta a los comentarios hechos por el guía. ¡Los
mismos comentarios expuestos ahora por el joven Tiglat!
-Vosotros -prosiguió Jesús dirigiéndose a los Tiglat- no me conocéis. Éstos,
en cambio, mis queridos griegos, saben quién soy. Conocen mi palabra y pueden dar fe de que
nunca miento.
Dudó. Estaba claro que lo que se disponía a revelar no era sencillo. Suspiró y, supongo, se
resignó.
-Sí, amigo mío... Yo conozco la verdad. Tu hijo habla con razón. La verdad existe, pero, de
momento, no está al alcance de los seres humanos.
Señaló la luna, casi llena, y matizó:
-Vosotros tenéis una idea de la realidad. Pero es un concepto limitado, propio de una mente finita
que apenas acaba de despertar. Para éstos –continuó refiriéndose a Eliseo y a quien esto escribe-,
educados en otro lugar, la realidad
del universo es distinta a la vuestra...
La sutileza, lógicamente, no fue captada por los Tiglat en su auténtica dimensión. Pero la
comparación era válida. Y supimos leer entre líneas...
-... Ellos entienden la luna y las estrellas de una forma. Vosotros de otra. En (Pg. 283) definitiva,
tenéis diferentes conceptos de una misma realidad. Y yo os digo: los cuatro os quedáis cortos. La
realidad total, final y completa, es mucho más que todo eso.
Nadie respiraba.
-... Más allá de lo que veis existen otras realidades, tan físicas y concretas como esa luna, que
pertenecen al mundo de lo no material. Ese mundo invisible e inconcebible para vosotros constituye
en verdad la auténtica «realidad».
Y terminó desembarcando en lo anunciado inicialmente.
-... Pero, como os decía, para alcanzar esa realidad última, la gran verdad, necesitáis tiempo. Mucho
tiempo. La verdad, por tanto, existe, pero es del todo imposible que pueda ser abarcada por la mente
y la inteligencia de una criatura mortal.
El muchacho, ágil y listo, le abordó sin contemplaciones.
-Tú no hablas como un judío... ¿Quién eres realmente?
Jesús tampoco se parapetó.
-Yo, hijo mío, he venido a tocar tu corazón. Estoy aquí para hacerte temblar de emoción. Para que
dudes, para enseñarte un camino que nadie te ha mostrado...
-¿Un camino? ¿Hacia dónde?
-Hacia esa verdad de la que habla tu padre. Pero no te impacientes. Cuando llegue mi hora volverás
a verme y tus ojos se abrirán. Entonces te mostraré a Ab-bá y comprenderás que la verdad de la que
te hablo es como un perfume. Sencillamente, la identificarás por su fragancia.
El joven Tiglat, hecho un lío, siguió preguntando.
-¿Ab-bá? ¿Quién es ese padre?
-Para ti -anunció el Hijo del Hombre categórico-, un Dios nuevo. Para tu padre... un viejo sueño.
-Y tú, ¿cómo sabes eso? -intervino perplejo el padre del joven-. ¿Cómo sabes que dudo de todos los
dioses, incluido el tuyo?
No hubo respuesta. Mi hermano y yo comprendimos. No era el momento. Como Él acababa
de afirmar, no había llegado su hora. Jesús de Nazaret eligió el silencio.
-¡Un Dios nuevo! -exclamó el jovencito, no menos desconcertado-. ¿Y tú eres judío? ¿Qué pasará
con Yavé?
-Te lo he dicho: deja que llegue mi hora... Entonces te hablaré de ese nuevo Padre.
-¡No! -bramó el impetuoso adolescente-. ¡Háblame ahora! El jefe de los Tiglat reprendió al
muchacho. Pero Jesús, solicitando calma, accedió.
-Está bien, mi querido e impulsivo amigo... Lo haré porque es tu corazón el que lo reclama.
Yavé está bien donde está. Y ahí quedará para los que no comprendan la(Pg. 284) nueva revelación.
Porque de eso se trata: de entregar al hombre un concepto más exacto de Dios... Sí, hijo mío, un
Dios nuevo y viejo al mismo tiempo. Un Dios Padre. Un Dios que no precisa nombre. Un Dios sin
leyes escritas. Un Dios que no castiga, que no lleva las cuentas de tus obras. Un Dios que no
necesita perdonar..., porque no hay nada que perdonar. Un Dios al que puedes y debes hablar de tú a
tú. Un Dios que te ha creado inmortal. Que te llevará de la mano cuando mueras. Que te invita a
conocerlo, a poseerlo y, sobre todo, a amarlo. Un Dios, como tú haces con tu padre, en el que
confiar. Un Dios que te cuida sin tú saberlo. Que te da antes de que aciertes a abrir los labios. Un
Dios tan inmenso que es capaz de instalarse en lo más pequeño: ¡tú!
La mágica voz de aquel Hombre, sonora, segura, armada de esperanza, nos rindió a todos.
Tiglat padre sostuvo la penetrante y cálida mirada del «extraño galileo». No había duda. Sus
palabras lo hechizaron. Y balbuceó:
-¿Dónde está ese Dios? ¿Dónde podemos encontrarlo?
Jesús tocó su propio pecho con el índice izquierdo y aclaró: -Te lo he dicho: aquí mismo...
dentro de ti.
-Pero, ¿cómo es eso? -se adelantó el hijo-. Todos los dioses están fuera.
-Exacto, pequeño. Sólo la verdad está dentro. Por eso, como dice tu padre, cuando la encuentres,
cuando descubras a Ab-bá, te hará temblar de emoción...
Y añadió, levantando de nuevo los corazones:
-... Ese Dios se esconde en la experiencia. Y la experiencia es personal. Cada uno vive a Ab-bá a su
manera. No hay normas ni leyes. Os lo he dicho. Ese Dios trabaja dentro y lo hace a medida de cada
inteligencia y de cada voluntad. No perdáis el tiempo buscando en el exterior. No escuchéis siquiera
a los que dicen poseer la verdad. Yo os digo que nadie puede domesticarla y hacerla suya. La
verdad, la pequeña parte que ahora podéis distinguir, es libre, dinámica y bella. Si alguien la
encadena, si alguien comercia con ella, se aleja.
-Pero tú dices conocer la verdad. Tú también la estas vendiendo y pregonando...
El Maestro volvió a dudar. Nos miró y creí distinguir en sus ojos la sombra de la impotencia.
En esta ocasión, sin embargo, no respondió al duro planteamiento del joven Tiglat. Se alzó y,
lacónico, exclamó a manera de despedida:
-No ha llegado mi hora...
Acto seguido desapareció en su tienda.
Al día siguiente, viernes, cuando los Tiglat regresaron a Bet Jenn, Eliseo y yo nos enzarzamos
en una fuerte polémica. Mi hermano defendía la postura del Maestro. Estaba de acuerdo con
su extraña y, en cierto modo, cortante actitud. No era el momento. Nos hallábamos en el final
de agosto del año 25. Jesús de (Pg. 285) Nazaret debía esperar. Yo, en cambio, estimé que los
honestos fenicios tenían derecho a saber. Y así nos sorprendió el Galileo a su vuelta de la
cumbre del Hermón: atrincherados en posturas radicalmente contrarias.
Fue inevitable. Tras la cena, yo mismo planteé el problema. Y Jesús, más relajado, le dio la
razón a mi compañero.
-Jasón, al igual que tu hermano, yo también me he puesto en las manos del Padre. Me limito a hacer
su voluntad. Y, cariñoso, derribando mis presuntuosos postulados, afirmó:
-¿Cómo puedes pensar una cosa así? ¿Crees que mi corazón no arde en deseos de pregonar la buena
nueva?
-Pero, entonces, Señor, ¿por qué estás con nosotros? ¿Por qué nos hablas de Ab-bá?
-Os lo dije en su momento. Vosotros estáis aquí por expresa voluntad del Jefe. Vosotros sois una
excepción. Vosotros no contáis para este tiempo. Sois los mensajeros de otros hombres y mis
propios embajadores. Sois una de las muchas realidades de mi reino. Él os ha bendecido y yo hago
lo mismo.
Eliseo no dejó pasar la oportunidad.
-Ahora estamos solos. Quizá desees hablar con más claridad. ¿Qué es eso de «otras realidades»?
Jesús pareció sorprendido por el abordaje.
-Creí que lo habíais entendido...
El ingeniero, transparente, habló también por mí.
-Sí y no... Por ejemplo: nos dejaste perplejos al asegurar que la verdad no está al alcance de la
mente humana.
El Maestro levantó el rostro hacia las estrellas y preguntó:
-¿Veis esa luz?
-Sí, Maestro... Es la luz del universo.
-Decidme: ¿creéis que es la única luz?
Aquellos exploradores, intuyendo una secreta intención, se miraron sin saber qué decir.
-Bueno -expresé celoso-, eso parece...
-Dices bien, Jasón. Eso parece, pero no lo es... Ésa es vuestra realidad. El problema es: ¿se trata de
la única realidad?
-¿Estás insinuando que hay otro tipo de luz?
-No, querido «pinche», no insinúo. Afirmo. En el reino de Ab-bá hay tres clases de luces: la que
ahora veis, la física, la material; la luz de la mente y la genuina, la luz del espíritu.
-Pero, ¿ésas son físicas?
-Mucho más que la de las estrellas...
Eliseo, insatisfecho, remachó: -Cuando digo «físicas» estoy diciendo «físicas»...
Jesús sonrió. E hizo suyas las palabras de mi amigo.
-Cuando digo «físicas», yo también estoy diciendo «físicas»...
(Pg. 286)
-No puede ser. Yo no veo la luz mental de mi hermano... Me miró y añadió malévolo: -He
buscado un mal ejemplo... Éste carece de inteligencia.
-Pues yo tampoco veo la tuya, «destrozapatos»...
-¡Calma! -suplicó el Maestro. Y fue derecho al grano-. Ambos tenéis razón. Esas «otras
realidades», las luces del intelecto y del espíritu, no son visibles ahora, mientras permanezcáis en
esta forma humana. ¿Es que no lo comprendéis? Estáis en el principio. Sois como un bebé. Ni
siquiera os habéis puesto en pie...
Entonces, señalando hacia las «cascadas», recordó a nuestros «vecinos», los damanes de las
rocas. Y prosiguió:
-Estamos ante el mismo caso de la mariposa. Si lograseis atrapar a una de esas criaturas, ¿cómo la
convenceríais de que el mundo se extiende mucho más allá del nahal?
-Imposible, Señor...
-Pues en verdad os digo que ése, ni más ni menos, es vuestro caso. Acabáis de nacer a la vida y lo
ignoráis todo sobre las realidades que sostiene el Padre. Y os diré más: aunque por razones
diferentes a las vuestras, las criaturas espirituales también consideran la materia como algo irreal.
Supongo que percibió nuestro desconcierto. Y se apresuró a concretar:
-Queridos ángeles, conforme vayáis alejándoos de este soporte material, conforme ganéis en
perfección y luz espiritual, tanto más difuso aparecerá el recuerdo de esta etapa. De hecho, esas
criaturas de luz atraviesan la materia física como si no existiese.
-Entiendo, Señor. Por eso decías que la verdad final no está a nuestro alcance...
-Por el momento, Jasón. Sólo por el momento... Poco a poco, más adelante, irás captando y
comprendiendo.
-¿Y seré sabio? .
...-Más que ahora, sí... Pero no te confundas, mi querido «destrozapatos». Ni siquiera cuando
llegues a la presencia del Jefazo estarás en posesión de la verdad absoluta.
-No importa, Señor. Me contento con atravesar paredes... No pude ni quise silenciar mis
pensamientos.
-¡Qué equivocados estamos! En nuestro mundo hay muchos que se consideran en posesión de esa
verdad..., empezando por la ciencia. El Maestro asintió con la cabeza. Y fue a repetir lo expuesto
la noche anterior:
-Es gente confundida. ¡Ay de aquellos que intenten monopolizarla! Su fanatismo
los volverá ciegos. En cuanto a la ciencia, querido Jasón, no desesperes. Algún día descubrirás que
sólo es una valiosa compañera de viaje...
-¿De viaje? ¿De quién?
(Pg. 287)
-De la fe.
-Eso tiene gracia -terció el ingeniero-. Siempre creí que la fe era ciega.
-No, son los hombres los que la hacen ciega. La confianza en el Padre, en esas otras realidades que
os aguardan, debe ser razonable y científica... hasta donde sea posible. La ciencia, poco a poco,
controlará y comprenderá el universo en el que ahora os movéis. Y confirmará el tesoro de vuestra
experiencia personal, ganada a pulso y en solitario. Y llegará el día en que la revelación, esta
revelación, le dará la mano a ambas: a la fe y a la ciencia.
-Un momento, Señor, ¿es que fe y revelación no son la misma cosa?
-No, Jasón, no son lo mismo. La fe... a mí me gusta más la palabra confianza, es un acto que
depende de la voluntad. La revelación es un regalo del Padre. Y llega siempre en el instante
oportuno.
-No lo entiendo. Siempre he escuchado y leído que la fe, perdón, la confianza, es un don de Dios...
El Maestro sonrió con benevolencia.
-Lo sé, Jasón, lo sé... En el futuro, muchas de mis palabras y actos serán mal interpretados y, lo que
es peor, manipulados. Si fuera como dices, si la confianza
en Ab-bá fuera el resultado de una gracia divina, algo fallaría en los cielos. ¿Por qué a unos sí y a
otros no? Eso no es justo. Ése no es el estilo del «Barbas». Os lo repito: descubrir al Padre, confiar
en Él, ponerse en sus manos y aceptar su voluntad depende únicamente, ¡únicamente!, del hombre.
-Pero antes, Señor, hay que caer en la cuenta...
-Exacto, querido «pinche». Por eso estoy aquí.
El ingeniero musitó casi para sí: -En el fondo es fácil... Todo consiste en decir: «sí, quiero».
-No... Di mejor «sí, acepto». Entonces, al despertar a la nueva, a la verdadera vida, esa confianza te
hará razonable. Después, tras la muerte, tu propia experiencia te hará sabio. Por último, cuando
entres en «otras realidades», cuando seas un «hombre-luz», cuando te presentes ante tu querido
«Barbas», entonces, querido amigo, sentirás cómo la verdad te roza y te besa... -Entonces... -Sí -
murmuró el Hijo del Hombre, acariciando las palabras-, sólo entonces...

…A la mañana siguiente, lunes, como venía diciendo, con las primeras claridades, el Galileo,
feliz y sonriente, nos sacó prácticamente de la tienda. Y señalando las nieves del Hermón
anunció eufórico:
-¡Acompañadme!... Los detalles también son importantes.
Tomamos unas provisiones y, medio dormidos, nos dispusimos a seguirlo. Entonces, al
hacerme con la «vara de Moisés», el rabí, autoritario, ordenó:
-No, Jasón... No temas. Ab-bá vela.
El ingeniero y yo, perplejos, nos miramos sin saber qué hacer. Sabíamos que sabía, pero, a veces,
nos desconcertaba…
(Pg. 289)
Obedecí, naturalmente. Y el cayado -muy a mi pesar- continuó en el fondo de la tienda.
¿Detalles? ¿A qué se refería con la insólita afirmación?
Pronto caeríamos en la cuenta... A decir verdad, en multitud de ocasiones durante aquel
tercer «salto» en el tiempo, fue Él quien condujo nuestra misión. Fue Él quien nos alertó,
abriendo nuestros torpes y asombrados ojos a infinidad de pequeños-grandes detalles.
Detalles que también formaban parte -¡y de qué manera!- de la vida del Hijo del Hombre.
El Maestro, canturreando uno de los salmos, recogió los cabellos, amarrándolos en su
acostumbrada cola. Después, sonriendo, rebosante de una paz y felicidad difíciles de explicar,
comentó:
-¡Permaneced tranquilos!... ¡Es el turno de mi Padre!
Nos guiñó un ojo y, despacio, se alejó hacia una de las cercanas y chorreantes lenguas de
nieve.
Aquella estampa, de nuevo, me maravilló. ¡Jesús de Nazaret caminando sobre la blanca y
crujiente nieve! Al poco se detuvo. Alzó los brazos y levantó el rostro hacia el azul purísimo de
los cielos. Y así permaneció largo rato. Entonces creí entender el porqué de sus enigmáticas
palabras...
-«¡Acompañadme!... Los detalles también son importantes.»

…Jesús rezaba como el que conversa con un amigo muy querido. Y lo hacía sobre la marcha:
en pie, sentado, tumbado, mientras cocinaba, en pleno baño o en mitad del trabajo...
Recuerdo que ese día, cuando interrumpió (?) la «conversación» con el Jefe para dar buena
cuenta de las provisiones, quien esto escribe, sin poder sujetar la curiosidad, le interrogó
sobre aquella extraña forma de orar.
-¿Extraña? -preguntó a su vez el Hijo del Hombre-. ¿Y por qué extraña?
-Digamos que no es muy normal...
El Galileo adelantó parte de la respuesta con un negativo movimiento de cabeza. Y volvió a
interrogarnos.
-Decidme: ¿qué entendéis vosotros por rezar?
Ahí nos pilló. Y ambos, humildemente, confesamos que jamás rezábamos. El
Maestro, entonces, sonriendo, afirmó rotundo:
-¡Pues ya va siendo hora...! Es muy fácil... La oración, en realidad, no es otra cosa que una charla
con la «chispa» que os habita. Vosotros habláis. Conversáis con Él. Exponéis vuestros problemas y,
sobre todo, vuestras dudas. Y Él, sencillamente, responde.
-Y tú, Señor, ¿qué problemas tienes?... Te hemos observado y no has parado de hablar con Él
durante toda la mañana...
-Bien -replicó complacido-, de eso se trataba: de que captéis también los «detalles»...
-En cuanto a tu pregunta, mi querido e indiscreto «pinche», yo no tengo problemas. Durante estos
retiros, lisa y llanamente, cambio impresiones con Él. Repasamos la situación y, digámoslo así, me
preparo para lo que está por venir.
-¡Genial! -clamó el ingeniero-. ¡Una reunión en la «cumbre»!
-Algo así...
-Entonces -intervine desconcertado-, si no he entendido mal, cuando rezas, cuando hablas con el
Jefe, no pides nada...
-¿Pedir? No, Jasón, con Él, eso es una solemne pérdida de tiempo. Lo habéis oído y lo repetiré
muchas veces. Ab-bá es AMOR. Recuerda: con mayúsculas. (Pg. 291) Él te sostiene y te da... antes
de que tú abras los labios. Todo cuanto te rodea, cuanto tienes y puedas tener, es consecuencia de su
AMOR. ¿Recuerdas?...
-Sí, con mayúsculas.
-Muy bien -rió satisfecho-. Veo que aprendes rápido. Y añadió feliz:
-¡No seáis tontos! Cuando habléis con Él... ¡exprimidlo! ¡Sacadle el jugo! ¡Pedidle únicamente
información y respuestas!... En eso no falla. Nos hizo un guiño y, alzándose, se excusó:
-Y ahora, perdonad... Voy a seguir «exprimiéndolo».

…Depositamos el saco con las viandas muy cerca de una de las láminas de nieve y, de pronto,
mi hermano reparó en algo. Nos aproximamos y, curiosos, echamos un vistazo al reguero de
huellas.
Jesús se inclinó sobre el inmaculado manto de nieve y, tras un breve examen, comentó:
-Undob... (un oso)
(Pg. 292)
…Alrededor de la hora «sexta» (mediodía) compartimos el frugal almuerzo: miel, queso y
fruta.
El Maestro, de un humor excelente, siguió hablándonos del Padre y de su intensa
comunicación con Él. Repitió una generosa ración de miel y se retiró de nuevo a cosa de
cincuenta o sesenta metros.
(Pg. 294)
Una hora más tarde -rondando la «décima» (las cuatro)-, Jesús abandonó su asilamiento,
reuniéndose con estos maltrechos exploradores. Algo notó en nuestros rostros y, al punto,
intrigado, preguntó qué sucedía. Al explicarle, sonriendo burlón, exclamó:
-¡Una osa!... ¿Aquí?... ¡Y yo con estos pelos!...

…«Algo» invisible parecía preservarlo. (Pg. 295) Esa misma noche, tras la cena, no pude resistir
la tentación y lo expuse abiertamente.
-No temas, Jasón -replicó el Galileo, ratificando mis sospechas-, nada sucede, ni sucederá, sin el
consentimiento del Padre. Y añadió con aquella seguridad de hierro:
-¡Estoy en las mejores manos!
Entonces, recordando un viejo accidente -su caída por las escaleras exteriores en la casa de
Nazaret cuando tan sólo contaba siete años-, pregunté:
-¿Y qué me dices de la tormenta de arena que provocó aquel peligroso tropiezo? Podías haberte
matado...
La alusión a su ya lejana infancia debió traerle gratos recuerdos. Se aisló unos segundos y,
finalmente, sonriendo, exclamó:
-Has hecho un buen trabajo, mi querido embajador, pero recuerda mis palabras: la vida es para
VIVIRLA. Con mayúsculas... Y yo he venido también para experimentar la existencia humana.
Todo ha sido minuciosa y escrupulosamente medido.
Estaba claro.
Eliseo intervino, interpretando las afirmaciones del Maestro «a su manera», como siempre...
-¿Quieres decir que un ángel te protegió?
-Es más complejo, pero vale...
Mi hermano no dejó pasar la excelente oportunidad y atacó. Aquella, si no recuerdo mal, era
una de las casi cien preguntas que tenía preparadas.
-Entonces reconoces que los ángeles existen...
Jesús le contempló asombrado.
-Muchacho..., ¿estás sordo?
-Todavía no, Señor...
-¿Cuántas veces tendré que repetirlo? El reino de Ab-bá es un hervidero de vida.
-O sea..., ¡existen!
-Y en tal cantidad -replicó el Maestro resignado ante la impetuosidad del ingeniero- que no hay
medida en la Tierra para sumarlos.
-¿Y cómo son?
-¿Por qué no esperas a comprobarlo por ti mismo?
-¡Ah!, entonces lo veré cuando pase el «otro lado»... ¿Al «otro lado»?
-Ya me entiendes, Señor... Cuando muera.
-Claro, mi querido «pinche». Eso es lo establecido.
-¿Tienen alas? Eliseo, cuando se lo proponía, era un terremoto.
-¿Alas? ¿Como los pájaros?
-Como los pájaros...
Jesús me miró y, suspirando, comentó derrotado:
-¿De dónde lo has sacado? ¿Es siempre así?
Asentí sonriente.
-Si quieres imaginarlos con alas... muy bien. Cuando pases al «otro lado»,(Pg. 296) como tú dices,
te llevarás una sorpresa.
Dudó y, sin perder la sonrisa, rectificó:
-Mejor dicho, un susto...
-¿Son feos?
-Menos que tú, querido «destrozapatos»...
-Entonces son guapos...
El Maestro volvió a mirarme y musitó:
-¡Incorregible!... ¡Maravillosamente incorregible!
Y, tan resignado como Él, asentí de nuevo.
-¿Guapos? -terció mi amigo, cayendo en la cuenta de algo que desencadenaría las risas del
rabí-. ¿Es que no hay guapas?
-Los ángeles son criaturas de luz. Pertenecen a esas «otras realidades» de las que ya te hablé. No
disponen de cuerpos físicos. Han sido creados en perfección y no saben de sexos. Son una
«realidad» muy parecida a la que os aguarda en el «otro lado»...
Interrumpió la explicación y, asintiendo con la cabeza, esgrimió casi para sí:
-El «otro lado»... Me gusta la definición.
-Y si no hay sexo, ¿cómo se divierten?
-¡No seas bruto! -le reproché.
-No importa -terció Jesús-. Me gusta su naturalidad... Hijo mío, ahora no estás capacitado para
entenderlo, pero hay otros placeres inmensamente más intensos y gratificantes que el sexo. Te
garantizo que, en el «otro lado», no te aburrirás...
Intenté reconstruir la conversación y pregunté:
-Y esos seres de luz, ¿cuidan de los humanos?
-Algunos sí. No todos.
-¡El famoso ángel guardián!
-Los famosos ángeles, Jasón, en plural...
La matización, lógicamente, nos dejó confusos. Y Eliseo lo abordó:
-¿En plural? ¿Cuántos tenemos?
-Esas deliciosas criaturas son creadas siempre por parejas. Son dos en uno.
Cada mortal que lo merece, por tanto, recibe un custodio doble.
-¿Y por qué dos?
-Cosas de Ab-bá. Ya sabes que es muy imaginativo...
Una de las afirmaciones no pasó inadvertida para estos exploradores. Y Eliseo y yo nos
pisamos de nuevo la pregunta:
-¿Cada mortal que lo merece? ¿Qué has querido decir?
-Observad atentamente: siempre regresamos al principio. Siempre se vuelve al mensaje clave:
ponerse en sus manos, hacer su voluntad, desencadena una fuerza arrolladora y magnífica. Pues
bien, cuando el hombre toma esa suprema decisión, una pareja de serafines es destinada de
inmediato a la custodia del pequeño Dios. Y lo acompañará hasta la presencia del Jefe... y (Pg.
297) más allá.
-Un momento -clamó el ingeniero desconcertado-. ¿Y qué pasa con los que nunca han querido...
o, incluso, no han podido hacer suya esa gran decisión?
-Mi Padre, también te lo dije, tiene otros métodos y caminos. El Amor no distingue. Vosotros
habéis planteado algo concreto y yo he respondido.
-Veamos -intervine, intentando seguir siendo lo más puntual y certero posible-, ¿quiere eso
decir que una mente subnormal, por ejemplo, se halla indefensa?
El Maestro, leyendo en mi corazón, se apresuró a negar con la cabeza. Adoptó un tono más
grave y aclaró:
-No, hijo mío. Esas criaturas son especialmente cuidadas por los ángeles al servicio de Ab-bá.
Y subrayó con énfasis:
-¡Especialmente!
-En otras palabras -aventuré-: nadie queda sin protección.
-Querido Jasón, el día que descubras hasta dónde llega el Amor del Padre, esa reflexión te llenará
de sonrojo.
-Pero, Señor, no entiendo. Si toda criatura humana es guardada y vigilada, ¿qué significado tiene
esa pareja de ángeles que aparece cuando se toma la decisión de hacer la voluntad de Ab-bá?
-Muy sencillo. Te dije que el Amor es dinámico. Si tú prosperas, el Amor prospera...
-Entiendo -resumió Eliseo-. Esa pareja «extra» es un lujo.
-Dios es un lujo. Un continuo e inagotable lujo...
-Y tú, Señor, como ser humano, ¿cuántos ángeles tienes a tu lado? El Galileo, divertido, miró a su
alrededor. "-Sólo veo dos…
Eliseo, ingenuo, no captó la broma.
-¿Dos? ¿Y cómo son?
Primero, señalándole a él, exclamó entre risas:
-Uno... un «destrozapatos».
A continuación, dirigiéndose hacia quien esto escribe, remachó:
-El otro... un «fregaplatos».
No insistimos. Poco a poco fuimos aprendiendo. Esta clase de «respuestas» marcaba casi
siempre un punto final en el asunto que manejábamos. Por razones desconocidas para
nosotros, algunos de los temas que salían a la luz no eran satisfechos por el Maestro como
hubiéramos deseado. Recuerdo que una vez, en plena vida de predicación, me atreví a
interrogarlo sobre el particular.
Y Él, afectuoso, colocando las manos sobre mis hombros, sentenció:
-Mi querido ángel, la revelación es como la lluvia. En exceso sólo trae problemas.
Dejadme hacer...
Intuyo que lo que me dispongo a relatar a continuación, muy probablemente, es uno de los
capítulos más sugestivo y trascendental de cuanto llevo narrado (Pg. 298) en este pobre y
apresurado diario.
…Recuerdo que me hallaba en la tienda. Fue al atardecer del día siguiente, sábado, 8 de septiembre.
Acabábamos de regresar de la tercera y última excursión a la cumbre de la montaña santa. El
Maestro y mi compañero se afanaban en la preparación de la cena. Yo aproveché aquellos minutos
y repasé las notas de la jornada anterior. De pronto -no sé por qué- me detuve en una de las frases
de Jesús. Curioso. Este explorador la había subrayado. El Maestro, refiriéndose a los ángeles, se
expresó así:
Y «Son una "realidad" muy parecida a la que os aguarda en el cielo.»
Quedé pensativo. …cuando, sin previo aviso, vi aparecer al Galileo en el interior del refugio.
Parecía distraído. Me miró. Sonrió y se excusó:
-¡Vaya!... Me he equivocado de tienda... Perdón... Busco la sal...
Dio media vuelta y se dirigió al exterior. Pero, de pronto, se detuvo. Giró la cabeza y,
señalando mis escritos, exclamó:
-Yo no dije semáyin...
Cuando reaccioné había desaparecido.
Semáyin ?
Caí sobre el diario y, atónito, descubrí que, en efecto, la referida frase de los ángeles se
hallaba equivocada. Jesús de Nazaret nunca habló de «cielo» (Semáyin), sino del «otro lado»
(ohoran atar).
Por supuesto, terminé riendo solo, como un tonto. ¿Se equivocó de tienda? Nunca lo creí.
¿Preguntar cómo lo hacía? Ni hablar. Sencillamente, lo hacía...
Minutos después, reunidos alrededor de la lumbre, el rabí, guiñándome un ojo, preguntó:
-¿Tenía o no tenía razón?
Y servidor, como un idiota, replicó:
-Sí, pero, en el fondo, viene a ser lo mismo...
-No, Jasón. El cielo, tal y como vosotros lo interpretáis, tiene poco que ver con el «otro lado».
Y así, mágicamente, fue a hablarnos de «algo» a lo que nunca quise enfrentarme. Una
realidad, sin embargo, a la que nadie escapa.
Mi hermano, captando parte de lo sucedido, le puso el tema en bandeja.
-Ya que hablas de la muerte. Señor, dime: ¿no te asusta? La respuesta fue (Pg. 299) categórica.
Fulminante.
-Responde primero a otra pregunta: ¿te asusta dormir?
-No, pero no veo la relación...
- Es lo mismo.
-¿Morir es dormir?
-Así es, querido «pinche». Sólo eso.
-¿Y después?
-Después... ¡la vida!
La palabra utilizada por el Galileo -hay- no dejaba lugar a dudas. Hay = vida.
-Un momento -se despachó Eliseo, muy consciente de la gravedad de lo que se estaba
planteando-, ¿hablas en serio o en parábola?
Jesús contuvo la risa.
-Muy en serio...
-¿Seguro?
-¡Segurísimo!
-Repítelo otra vez. ¿Es eso cierto?
El Maestro aguardó unos instantes. Borró todo rastro de sonrisa y con la faz grave, muy
grave, exclamó:
-Yassib!
Para ese término arameo, que yo sepa, sólo hay dos traducciones:«cierto» y «verdadero».
-¡Cierto! -repitió el rabí-, eliminando toda suspicacia.
Silencio sepulcral... Y nunca mejor dicho.
Eliseo y yo nos miramos. Ante semejante y categórica afirmación sólo cabía creer o no creer.
El problema era que aquel Hombre jamás mentía. Si Él aseguraba que tras la muerte hay
vida... no teníamos alternativa. ¡Hay vida!
El ingeniero, sincero, suspiró:
-¡Cómo nos gustaría creerte!
Jesús, entonces, le salió -nos salió- al paso sin titubeos:
-Vosotros, precisamente, lo sabéis mejor que nadie... ¿A qué vienen ahora esas dudas?
-Es que es muy fuerte, Señor...
-Sí, lo sé. Ésa es otra de las razones de mi presencia entre los humanos. Cuando llegue el
momento... ya sabéis a qué me refiero, lo verán con sus propios ojos. Verán al Hijo del Hombre
resucitado de entre los muertos. Y lo verán con una forma idéntica a la que todos disfrutaréis tras el
sueño de la muerte.
-Pero, Señor, tú eres Dios. Tú sí puedes hacerlo. Nosotros, en cambio...
-No, hijo mío. Mi resurrección pondrá de manifiesto la gloria del Padre, pero también tendrá una
segunda y no menos importante justificación: la esperanza. Te lo dije: sois inmortales. Seréis
resucitados.
-¿Seremos? ¿Por quién?
-Justamente por mis ángeles.
-¿Por los pájaros?
-¿Pájaros? ¿Qué pájaros?
(Pg. 300)
Tercié en la charla, amonestando a mi compañero. No era momento para bromas. Jesús, sin
embargo, me lo reprochó.
-Querido amigo, deja a tu hermano que se exprese. Cuanto más arriba estés en la carrera hacia el
Jefe, más gustarás del buen humor. Cuanto más importante y serio es un asunto, más humor
necesita... El sentido del humor, no lo olvides, no fue inventado por el hombre. Es cosa de los
cielos.
Eliseo, crecido, fue a los detalles. Y yo, sinceramente, lo agradecí.
-Pero, ¿dónde?, ¿cómo?
El Maestro, feliz, solicitó calma. Y fue desgranando algunas informaciones.
-¿Recuerdas?: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas...»
Asentimos impacientes.
- Pues eso. En mi reino hay unas estancias... digamos que «especiales», en las que volvéis a la vida.
A la verdadera vida.
Nos observó complacido.
-... Tras la muerte, tras ese fugaz sueño, apareceréis en un mundo distinto.
-¿Con casas?, ¿con árboles?, ¿con ríos?.
-Sí, mi impulsivo amigo, igual a éste... pero distinto.
-Lo has dicho muchas veces, Señor...
Capté el involuntario error y rectifiqué.
-Perdón, lo dirás muchas veces... “Cuando llegue la hora despertaréis en un mundo que ni
siquiera podéis intuir.” Ahora dices que es igual a éste, pero diferente. No entiendo...
-Es lógico, Jasón. Decidme: ¿imagináis unos cuerpos, una materia, que son y no son materia?
¿Estáis capacitados para comprender una besar[carne] que, además es or [luz]?
¿Carne y luz al mismo tiempo?
No, no éramos capaces de similar ese concepto.
-A eso me refiero -prosiguió el rabí haciendo un esfuerzo por acercar las palabras a nuestra
corta inteligencia- cuando os digo que ese espléndido mundo es igual, pero distinto.
-¡Materia y luz!
Eliseo, de pronto, recordó algo que discutimos largamente en la cumbre del Ravid. Y, ni corto
ni perezoso, expuso su original y gratificante teoría sobre «MAT-1».
El Maestro escuchó atento y visiblemente conmovido. Cuando Eliseo concluyó, sencillamente,
le sonrió, aprobando su hipótesis con varios y afirmativos movimientos de cabeza.
Fue suficiente.
Mi amigo, entusiasmado, pegó un salto y, apretando los puños, gritó:-¡Lo sabía!... ¡Mitad
materia, mitad luz!
Pero el rabí, interviniendo, lo deshinchó en parte:
-Más o menos, querido «pinche». Más o menos...
(Pg. 301)
Acto seguido, enlazando con algo que repetiría hasta la saciedad, advirtió:
-¿Comprendéis ahora por qué os pido con tanta insistencia que VIVÁIS la vida?
¿Entendéis por qué he dicho que estoy aquí para experimentar la existencia humana?
-Déjame adivinarlo. Parece simple...
Miré mis manos y me aventuré.
-Esta forma de vida es única. Allá, en esos mundos especiales, tendremos otros «cuerpos»...
distintos. No podremos vivir como ahora. ¿Te refieres a eso? ¿Estás hablando, Señor, de apreciar y
aprovechar esta oportunidad? ¿Nos estás diciendo que VIVAMOS la vida porque no disfrutaremos
de otra semejante?
No respondió. Nos dejó en suspenso unos segundos y, al percibir nuestra ansiedad, sonrió
feliz, exclamando:
-¡Perfecto, Jasón! VIVID intensa y generosamente. Saboread la vida. Disfrutad cada instante. Sabed
que esta oportunidad, como dices, es única. Nunca volveréis a este estado. Amad la vida.
Respetadla. Compartidla. Usadla con inteligencia y moderación. Os lo dije: es un regalo del Padre.
Mi hermano, entonces, estalló como un volcán, interrogándolo sin respiro.
-Y ahí, Señor, ¿qué se hace?
-Te lo estoy diciendo, pero no escuchas: despertar.
-Pero, ¿a qué?
-A la verdadera, a la definitiva vida. Ahí comienzas. Ahí arrancas hacia el Padre.
-¿Se trabaja?
-Por supuesto, aunque al principio todos necesitáis una «limpieza»...
Notó nuestra perplejidad y aclaró:
-Cuando seáis despertados en ese mundo, todo, prácticamente, será idéntico a lo que acabáis de
dejar aquí. Os lo repito: es un simple despertar. Pero los defectos y vicios de la naturaleza humana
seguirán pesando... en parte. Y los míos se ocuparán entonces de «limpiarlos». No os preocupéis: la
«cura» es rápida y sin dolor. Comprendedlo: en esa otra realidad no cabe la densa y torpe herencia
que arrastráis. Os prepararán para un largo, muy largo, camino hacia el Jefe. Un camino cada vez
más espléndido. Una senda en la que, poco a poco, la luz dominará a la materia. Y llegará el día en
que sólo seréis eso: luz.
-Entonces veremos al Jefe...
-¡Tranquilo, muchacho! Al «Barbas» lo verás... a su debido tiempo.
-Mitad luz, mitad materia... ¿Y cómo se sostiene esa materia? ¿Se come en el «otro lado»?
Jesús parecía esperar la pregunta de Eliseo.
-Se come y se bebe... pero no lo que tú crees.
Mi hermano y yo nos miramos una vez más. Y tuvimos el mismo pensamiento. (Pg. 302) Esa
afirmación del rabí coincidía con lo detectado por nosotros durante la aparición número
catorce del Resucitado, en la mañana del sábado, 22 de abril del año 30, en la colina de la
«Ordenación» (hoy llamada de las Bienaventuranzas).

-Entonces -machacó el ingeniero-, se come y se bebe...


Jesús asintió en silencio, pero no proporcionó más aclaraciones. Sencillamente, se limitó a
repetir lo ya dicho.
-Seréis como ángeles...
-¿Con esposa o sin esposa?
-Querido «destrozapatos», por favor, escucha cuando hablo...
-Ya escucho, Señor...
-Entonces estás sordo.
-No -tercié mordaz-, es que es tonto...
-¡Silencio, «fregaplatos»!
-¡Haya paz!... Te decía que en esa nueva realidad no se precisa del sexo, tal y como lo entendéis en
la Tierra. Allí no existen esas inclinaciones. Entre otras razones, porque la carne, el cuerpo material,
no pasa al «otro lado». Aquí queda y aquí desaparece…
-¡Maravilloso! -clamó Eliseo-. Entonces, si no hay esposa, tampoco hay suegra...
El Maestro levantó los brazos, exclamando:
-¡Me rindo!
-No, por favor... Sujetaré la lengua, pero continúa hablando...
Aproveché el frenazo del ingeniero y me interesé por un punto que no terminaba de asimilar.
Uno entre muchos, claro...
-Dices que somos inmortales. Así nacemos. Entonces, ¿por qué no resucitamos (Pg. 303) por
nosotros mismos? ¿Por qué se precisa a tus ángeles?
Jesús tropezó de nuevo con el gran problema: la limitación de la mente humana. Quien esto
escribe ansiaba saber, pero, lo reconozco, quizá me estaba aventurando en cuestiones que iban
más allá de mi corto conocimiento.
Aun así, el rabí lo intentó.
-Hijo mío, no es mucho lo que puedo decirte... por ahora. Hay criaturas del tiempo y del espacio
que no estrenan siquiera su inteligencia. Por múltiples razones se ven privadas de un mínimo de
espiritualidad. Pues bien, según lo establecido por Ab-bá, esos humanos no son «despertados» tras
la muerte. Deben esperar, en un sueño colectivo, a que llegue su hora. Y no preguntes más. Acepta
mi palabra...
¿Un sueño colectivo?
Entonces creí entender una de las misteriosas frases del Resucitado, pronunciada el 5 de mayo
del año 30, en la aparición en la casa de Nicodemo, en la Ciudad Santa:
-«...Más que por esto (se refería a su resurrección), vuestros corazones deberían estremecerse por la
realidad de esos muertos de una época que han emprendido la ascensión eterna poco después de que
yo abandonara la tumba de José de Arimatea...
-Sólo una cuestión, Señor. Otros muchos seres sí disponen de ese mínimo de inteligencia y
espiritualidad. ¿Por qué no resucitan por sí mismos?
-También lo hemos hablado, mi querido y olvidadizo ángel. Sois inmortales, sí, y por derecho
propio. Así lo ha querido Ab-bá. Pero no confundas inmortalidad con vida.
-No comprendo... ¿No es lo mismo?
-Sí y no. La vida precede siempre a la inmortalidad. Ésta, en definitiva, depende de aquélla. Y no
olvides que la vida es una prerrogativa del Padre. Yo dispongo de ese poder por su inmensa
generosidad. Vosotros, en cambio, no estáis capacitados para ponerla en pie...
Mi hermano le interrumpió.
-¿Quieres decir que el hombre nunca creará la vida?
-Así es. Mientras pertenezca al reino de lo material... nunca lo conseguirá. ¡Nunca!
Aquel «nunca!» sonó rotundo. Yo diría que premonitorio. Todo un aviso... para nuestro
mundo. Y añadió con idéntica contundencia:
-No lo olvidéis: la vida es sagrada. Es patrimonio del Padre. Abortarla, suprimirla
o herirla es un desprecio a quien la entrega... gratuitamente.
Mensaje recibido.
Y Eliseo, deseoso de retornar al tema capital, volvió por sus fueros.
-Señor, si el cuerpo se queda aquí, en la tierra, ¿qué sucede con la memoria? Cuando pase al «otro
lado», cuando tus ángeles me resuciten, ¿recordaré a este «fregaplatos»?
(Pg. 304)
El Maestro, dulcificando el tono, replicó:
-En el «otro lado» recordarás y serás recordado. Reconocerás y serás reconocido. Ninguna de tus
cualidades se perderá.
Dudo unos instantes y, mordaz, matizó:
-La de «pinche» de cocina... no sé.
-¿Recordaré todo?
-Todo lo que merezca la pena. Todo lo que te haya emocionado y servido para prosperar. El resto,
las tendencias puramente animales, los vicios y defectos desaparecerán con el cerebro físico.
-¡Dios santo! -clamó Eliseo desconsolado-. Entonces, mi suegra me reconocerá...
Jesús le siguió la broma.
-Te reconocerá y te perseguirá...
-Por cierto, Señor, ¿veremos allí a nuestros padres?
-Por supuesto, Jasón. A tus padres y a todos tus seres queridos. Ellos te ayudarán, pero, insisto,
aquel lugar no es como éste. Allí no existen los lazos familiares, tal y como vosotros los interpretáis
aquí, en la Tierra. En esos mundos no tienen cabida conceptos como «padre», «familia», «esposa» o
«hijos»... ¡Sois como ángeles!
Nos miró y al descubrir una cierta decepción en nuestros rostros, aclaró:
-En esa nueva realidad, en «MAT-1», como tú dices, el Amor es tan pleno, intenso y limpio que los
pequeños Dioses no echan de menos los antiguos y limitadísimos afectos humanos. Vuestra alma
inmortal, libre al fin, quedará tan deslumbrada que nada de lo que ahora estimáis como prioritario
os hará sombra. Os lo repito: habréis entrado en una aventura fascinante.
El Maestro, al referirse al alma, empleó un término -nismah- que me confundió. El vocablo,
en arameo, significa «espíritu o aliento». Y, no sé por qué, lo asocié a la «chispa» divina,
regalo de Ab-bá. Y pregunté:
-¿«Chispa» y alma inmortal son la misma cosa?
El rabí, impotente ante la anemia de las palabras, suspiró ruidosamente. E intentó descender
a nuestro nivel.
-No, Jasón, no son lo mismo. Pero no te atormentes. Todo será revelado... en su momento. Esa
presencia divina, la «chispa», cuando mueras, se ocupará de custodiar tu memoria. Tu dikron. Ella
la mantendrá a salvo hasta el momento de tu resurrección.
Jesús leyó de nuevo en mi interior y precisó:
-He dicho dikron [memoria], no bal [mente]. Ésta, como parte integrante de tu cerebro físico, se
disolverá con el cuerpo.
Entonces, retornando a mi pregunta, completó:
-El alma inmortal es otra criatura, independiente de la memoria y de la mente física. Y ésa,
la nismah, es acogida tras la muerte por tu ángel guardián. Él la mima y la conserva, también hasta
el sublime instante de la resurrección.
Difíciles palabras, lo sé, pero eran sus palabras. Y creímos lo que decía.
(Pg. 305)
Sonrió compasivo y recalcó:
-Tened calma. Mi Padre es sabio. Él sabe...
-Alma inmortal..., «chispa» divina..., mente humana..., memoria... Señor, ¡qué lío!
-Querido «pinche»: confía en mí.
-Señor -lo interrogué perplejo-, ¿y qué sucede en el instante exacto de la resurrección?
-Sencillo: alma y memoria se reúnen. Y caminan juntas... para siempre.
-¿Y la «chispa»?
-También te lo dije: no te abandona jamás. Es el tercer «viajero» hacia la Perfección.
-Y ese «viaje», Señor, ¿cuánto dura?
-Si lo expreso en términos humanos, querido «pinche», no lo comprenderías.
-¿Me aburriré?
-Lo dudo...
-¿Y cuánto tiempo permaneceré como «MAT-1»?
-Lo justo y necesario. No mucho...
-Señor, ¿qué te ocurre? Estás muy lacónico.
-Compréndelo. No está bien que me tires de la lengua...
Eliseo, como siempre, no escuchó.
-¿Y después? ¿Qué pasará cuando, al fin, sea un «hombre-luz»?
-¡Sorpresa!
-Entiendo... Veré al Jefe. El Maestro, malévolo, negó con la cabeza.
-¿No? ¡Pues sí que está lejos! -Por cierto, Señor -intervine, planteando un asunto que, al menos
para mí, no había quedado claro-, en esos mundos, al pasar de un «MAT» a otro, ¿se muere de
nuevo? El Galileo sonrió y, mirándome como a un niño, sentenció rotundo:
-No.
-Entonces, sólo se muere una vez...
-Exacto. Os lo he dicho: Ab-bá es poderoso, pero prefiere la imaginación.Comprendió nuestra
confusión y, señalando las estrellas, exclamó:
-Decidme: ¿sabéis de algo en la Naturaleza que se repita?
Silencio.
Eliseo y yo intentamos hallar ese algo.
-No -me rendí-, que yo sepa, nada es igual.
-Muy bien, Jasón. ¿Y por qué el fenómeno de la muerte iba a ser una excepción? Tu Padre «sabe»...
-Señor, hay algo que me intriga... El Maestro y yo nos echamos a temblar.
-¿Por qué nadie vuelve después de la muerte?
-Te equivocas. Yo lo haré. -Ya me entiendes... Me refiero a los «destrozapatos». Son las reglas.
Vosotros también tenéis las vuestras...
(Pg 306)
-Qué cielo más raro...
-No, mi querido «pinche», eso no es el cielo. Os lo dije: tenéis una idea equivocada. El cielo, el
Paraíso, está mucho más allá. Ahora es imposible que captéis su auténtica naturaleza. En los
mundos que os aguardan tras la muerte tan sólo intuiréis esa inmensa, inmensa, maravilla.
-¡Dios bendito! -estalló mi amigo-. ¿Cómo vamos a transmitir todo esto a nuestro mundo? La
ciencia no lo aceptará...
-Mis queridos hijos: ¡dejad en paz a la ciencia! No estáis aquí para convencer a nadie. Sólo para
transmitir. Dejad que la verdad toque los corazones. Con eso es suficiente.
Eliseo, terco, no aceptó.
Entonces, rememorando el vuelo de la bella mariposa que se posó en su vara, Jesús de Nazaret
puso un elocuente ejemplo:
-Queridos míos, la filosofía que rige los universos no puede ser entendida por
la inteligencia material. No os preocupéis... -«Respondedme: si los hombres de ciencia no tuvieran
la posibilidad de comprobar la metamorfosis de una mariposa, ¿aceptarían que esa criatura ha sido
primero una oruga? Dejad que pasen al «otro lado». Entonces verificarán que las leyes que
gobiernan esas otras realidades son tan físicas y rígidas como las del tiempo y el espacio. La
sorpresa, entonces, los desconcertará.
Ellos, «orugas» en la Tierra, se habrán transformado en «mariposas» ágiles y deslumbrantes.
Vosotros sois testigos. El Hijo del Hombre, una «oruga» más, hará el milagro y se convertirá en
«mariposa».
Insisto: limitaos a ser mensajeros de mi palabra.
-Por cierto, Señor, ya que lo mencionas, tenemos una ligera idea, pero nos gustaría confirmarlo...
¿Qué ocurrió, perdón, que ocurrirá, con tus restos mortales? ¿Cómo desaparecerán de la tumba?
-Cosas de ángeles... Esbozó una picara sonrisa y añadió:
-Tendréis que preguntárselo a ellos. Yo no tuve nada que ver. Titubeó unos instantes y redondeó:
-Mejor aún: interrogaos a vosotros mismos. En cierto modo también sois ángeles y conocéis esas
«técnicas»...
Entendí. Casi sin palabras, el Maestro vino a ratificar nuestras sospechas. Su resurrección, su
retorno a la vida, nada tuvo que ver con el hecho físico de la «disolución» (?) del cadáver. La
misteriosa desaparición del cuerpo obedeció, muy probablemente, a una «manipulación» (?)
del tiempo. Alguien, sus ángeles, «condensó» o «concentró» en décimas o centésimas de
segundo los años que hubieran sido necesarios para ultimar un proceso normal de
putrefacción. Y la materia orgánica, mágicamente, se extinguió.
El Maestro, confirmando mis apreciaciones, concluyó así:
-Mi resurrección no depende de nadie. Yo soy la Vida. No caigáis en el error de asociar ese gesto de
piedad y respeto, por parte de los míos, con la realidad de mi vuelta a la vida.
Mensaje recibido.
(Pg. 307)
Y exclamó, cerrando aquella inolvidable conversación:
-¡Llenaos de esperanza!... ¡La muerte sólo es un sueño!... ¡Sois inmortales por expreso deseo de Ab-
bá!... ¡Sois hijos de un Dios!... ¡Transmitidlo!
¿Transmitir la esperanza? ¿Seré capaz?
Que Él me ayude...

…al amanecer del domingo, 9 de septiembre.


El Galileo nos reunió y, con el rostro severo, anunció:
-Escuchad atentamente. Ahora debo dejaros por unos días. Es preciso que siga ocupándome de los
asuntos de mi Padre...
Nos alarmamos. Ni el tono ni el semblante eran los habituales. Parecía preocupado. Muy
preocupado...
-...Esperad tranquilos.
Y concluyó con unas palabras que no entendimos:
-...Es la hora del rebelde y del príncipe de este mundo...
Punto final.

Dias después…
Sería, poco más o menos, la hora «nona» (las tres de la tarde).¡El Maestro! (Pg. 310) La
verdad sea dicha. El recibimiento fue casi cómico.
Jesús avanzó hasta nosotros y nos contempló en silencio. Nos quedamos como estatuas. Eliseo,
perplejo, con la boca abierta, sostenía entre las manos unas hortalizas plagadas de hormigas.
Yo, por mi parte, intentaba limpiar un manojo de tilapias curadas, igualmente conquistadas
por las frenéticas camponotus.
Era un Jesús distinto. Radiante. La habitual y penetrante luz de sus ojos aparecía ahora
multiplicada. Aquella estampa nada tenía que ver con la del Galileo que nos había dejado una
semana antes. Más aún: la luminosidad era infinitamente más acusada que la irradiada
durante toda la estancia en el Hermón.
¿Qué ocurrió en los ventisqueros?
El rabí sonrió al fin y, señalando las hormigas que empezaban a correr por brazos y túnicas,
exclamó socarrón:
-¡Vaya par de ángeles! No os puedo dejar solos. Un día más y acabáis con mi reino...
Acto seguido, abrazándonos, susurró:
-Se ha hecho la voluntad de Ab-bá... Ahora soy yo el Príncipe de este mundo. Esa misma noche -la
última en el Hermón-, cálido y eufórico, explicó el porqué de su repentino y dilatado
aislamiento en la cumbre de la montaña santa. En un primer momento apenas entendimos.
¡Era tanto lo que ignorábamos...! Después, conforme lo seguimos y escuchamos, fuimos
comprendiendo. La cena, aunque frugal, resultó divertida, como siempre. El «cocinero-jefe»
se hallaba feliz y se esmeró, echando mano de otra receta familiar: tortilla con miel, al estilo
de la Señora, la de «las palomas». Y al final, el brindis favorito del Maestro:
-Lehaim!
-¡Por la vida!
Y el Galileo, ansioso por compartir su aventura en la soledad de las nieves, inició así sus
aclaraciones:
-Os contaré un cuento...
»Hace tiempo, mucho tiempo, el gran Dios encomendó a uno de sus Hijos la creación de un nuevo
universo. Y ese Hijo construyó un magnífico reino, repleto de estrellas y mundos. Era un universo
inmenso.
»Y aquel Hijo gobernó con amor y sabiduría durante miles y miles de años. »Pero ocurrió algo...
»Cierto día, en una apartada región, varios de los príncipes a su servicio, jefes de otros tantos
mundos, decidieron rebelarse contra la autoridad del Hijo y soberano. No creyeron en su forma de
gobierno e incitaron a otros príncipes
próximos a manifestarse contra lo establecido. E intentaron formar su propio reino, rechazando al
monarca y, en definitiva, al gran Dios.
»EL Hijo, echando mano del amor y la misericordia, trató de restablecer el(Pg. 311) orden. Fue
inútil. Los rebeldes, empeñados en el error, despreciaron todo intento de reconciliación.
«Finalmente, ese Hijo divino tomó una decisión: viajaría de incógnito hasta los lejanos mundos de
los infractores, haciéndose pasar por tan modesto carpintero. Escogió uno de los planetas y allí
nació como un hombre más. Y así vivió, sujeto a la carne, y enseñando la verdad a las gentes. Les
mostró quién era en realidad el gran Dios. Habló del espléndido futuro que les aguardaba y, sobre
todo, recordó que eran hijos de ese maravilloso Padre.
»Pero la fama de aquel Hombre-Dios terminó llegando a oídos de los príncipes rebeldes. Y sucedió
que, en cierta ocasión, cuando el carpintero oraba en lo alto de una montaña nevada, dos de los
traidores se presentaron ante él, sometiéndolo a toda clase de preguntas.
-«¿Quién eres...? ¿Cómo te atreves a hablar de ese Dios?... ¿Quién te envía?»
Por último, convencidos de que se hallaban ante el Hijo y soberano del universo, le hicieron una
proposición:
-¡Únete a nosotros!
Y el Hijo replicó:
-«Hágase la voluntad del Padre.»
Los rebeldes, derrotados, se retiraron. Y todo el universo, pendiente de aquella entrevista, elogió la
misericordia del Hijo y soberano.
Desde entonces, el Dios disfrazado de hombre y carpintero ostentaría también
el título de Príncipe de la Tierra.
Terminada la historia, el Maestro descendió a los detalles, revelando algo que, con el paso de
los siglos, resultaría igualmente deformado.Esto fue lo que acertamos a intuir:
Tiempo atrás, mucho tiempo atrás, en una minúscula región de su universo (en la nuestra),
tuvo lugar una insurrección, más o menos similar a la expuesta en el cuento. Mejor dicho, en
el supuesto cuento.
Un viejo conocido de los humanos -Luzbel-, jefe de esa casi insignificante parcela de la
galaxia, se alzó contra el orden establecido, protestando por el largo camino exigido para
llegar al Paraíso. Al parecer, calificó esa «marcha» de «fraude total», dudando, incluso, de la
existencia de Ab-bá. La rebelión, sin embargo, no alcanzó excesivo éxito. Sólo 30 o 40 mundos
la secundaron. La Tierra fue uno de ellos.
Pues bien, no deseando acudir a métodos más severos -a los que tenía legítimo derecho-, el
magnánimo Hijo Creador de este universo optó por encarnarse y «camuflarse» entre las más
modestas de sus criaturas. Justamente entre las que habitaban en uno de esos mundos en
rebeldía. Y se hizo hombre. Y vivió como tal, anunciando a los infelices súbditos de los
príncipes rebeldes dónde estaba la verdad y quién era Ab-bá.
Pero la naturaleza divina del humilde carpintero no pasó desapercibida para los jefes
planetarios que encabezaban la insurrección. Y dos de ellos -un alto (Pg. 312) representante de
Luzbel y el propio príncipe del mundo seleccionado por el Hijo divino- acudieron a su
presencia. Y lo hicieron en aquellos días de septiembre y en aquel lugar. Ésta, probablemente,
fue la razón del súbito ensombrecimiento del Hijo del Hombre cuando se alejó del mahaneh.
Él sabía lo que le aguardaba en la soledad de los ventisqueros. Sabía que estaba a punto de
ofrecer una nueva oportunidad a sus hijos descarriados.
Y se sometió, dócil, a los interrogatorios y proposiciones. Pero, como decía el «cuento», sólo se
sometió a la voluntad de su Padre.
Por último, estos seres no materiales -creados por el propio Hijo divino en luz y perfección- se
retiraron derrotados.
Y el universo de Jesús de Nazaret -según sus palabras- asistió perplejo y conmovido a la
«batalla dialéctica».
En esos momentos -y sigo transmitiendo sus explicaciones-, el Hijo del Hombre, por expresa
voluntad de Ab-bá, fue investido como Príncipe de este mundo. Un título especialmente
importante, según Él.
A partir de ese suceso -afirmó-, la rebelión quedó «lista para sentencia». Al rechazar, una vez
más, su misericordia, la suerte de todos ellos depende ahora de «otras instancias». Y así sigue.
Esto, ni más ni menos, fue lo acaecido en el Hermón en aquellos días. Unas jornadas
trascendentales en las que, no obstante, no llegamos a percibir nada extraño, salvo la ya
referida y grave actitud del Maestro. La explicación era simple: esa «batalla» no se desarrolló
a nivel físico. En otras palabras: aunque lo hubiéramos acompañado a los ventisqueros, nada
habríamos visto, ni tampoco oído...
Como decía, no fue fácil asimilar tan intrincadas y misteriosas explicaciones. Lentamente, sin
embargo, iríamos divisando una «luz» que centraría el espinoso problema y, sobre todo, que
despejaría otras no menos interesantes incógnitas.
Por ejemplo, según el Maestro, una de las razones de la violencia y primitivismo de la Tierra
hay que buscarla, justamente, en las consecuencias de esa desgraciada rebelión. Al traicionar
las leyes divinas, nuestro mundo, como el resto de los planetas que se levantó contra Ab-bá,
quedó automáticamente incomunicado y sumido en la oscuridad y la barbarie. Y,
«técnicamente», así continúa. Sólo cuando la «cuarentena» sea levantada, la humanidad –esta
infeliz humanidad- recuperará la normalidad.
Naturalmente, le preguntamos: ¿cuándo llegará ese venturoso día?
La respuesta fue rotunda:
-Cuando los rebeldes sean juzgados... Pero eso no está en mis manos.
Lo que sí estaba al alcance del Hijo del Hombre era consolar e iluminar a las criaturas que
padecen -y padecerán- este aislamiento. Y escogió uno de esos mundos en rebelión, sembrando
la semilla de la esperanza: Ab-bá existe. Ab-bá espera. Ab-bá os ama...

…Y llegó el final de nuestra estancia en las cumbres de la Gaulanitis. Esa noche, cercano el
lunes, 17 de septiembre, antes de retirarnos a descansar, Jesús de Nazaret dio una última
orden:
-Preparaos. Mañana partiremos. La hora del Hijo del Hombre está próxima...
Y así fue. Su hora -la de su vida pública- se acercaba. Y estos exploradores fueron testigos de
excepción.
Sí, la aventura acababa de empezar...

PALABRAS DE JESUS. Tomadas de Caballo de Troya 7. JJ Benitez


Nahum - Caballo de Troya 7
J. J. Benítez
(Pg. 6)
—Confía —exclamó el Maestro, acariciándome con aquella voz firme y profunda. Y tomando
la pequeña madera, tras algunos segundos de atenta lectura, concluyó—: Aquí lo dice bien
claro... Si tienes esperanza, si confías, lo tienes todo.
—Vamos, es la hora...
Y cargando sacos y tiendas, el Maestro y estos exploradores se alejaron del mahaneh, el rústico
campamento ubicado en la cota 2.000, muy cerca de las nevadas cumbres del Hermón; un paraje
difícil de olvidar y al que tendríamos la fortuna de regresar en su momento.
(Pg. 9)
—¿Por qué os empeñáis en saborear lo amargo cuando podéis disfrutar de lo dulce?
(Pg. 32)
Refiriendose a un enfermo: ... Así lo quiere —murmuró Assi por segunda vez—. Ése es el deseo
del Santo, bendito sea su nombre...
No esperó respuesta. Se alzó y, tras desearnos la paz, se dirigió hacia una de las cabañas.
Hasok, Tinieblas, se fue tras él. Imaginé que debían madrugar...
Jesús, sentado a la turca, me observó fugazmente. Fue como un calambre. Aquella mirada
jamás pasaba desapercibida para el corazón. Nos habíamos quedado solos, con la única
compañía del fuego y el silencio. Y, una vez más, hizo fácil lo difícil...
—¿Crees que el Padre lo quiere así?
Lo miré sin terminar de captar. La voz, templada, prosiguió:
—¿Crees que el Padre condena a sus hijos a la enfermedad?
Lo importante, Señor, no es lo que yo crea, sino lo que ellos —y señalé la oscuridad de las
chozas— entienden. Tú has enseñado que ese Padre es amor...
Guardó silencio durante unos instantes. Tuve la sensación de que medía las palabras.
En aquel tiempo, como ya he referido en otras ocasiones, la enfermedad era una consecuencia
directa del pecado, incluso por omisión. Se trataba de una concepción exclusivamente
religiosa de lo que hoy entendemos como dolencia o patología. Fue inventada por los
mesopotámicos. La Biblia está sembrada de alusiones a esa trágica ecuación: pecado = cólera
divina = castigo (enfermedad)
—Lo que tú observes, lo que escuches y, sobre todo, lo que termines por creer, sí es importante.
Eres un enviado. Después, cuando regreses, sé fiel. Otros descubrirán la verdad de tu mano. ¿Es
importante o no?
Sonrió, acogedor. Jesús volvía a ser el del Hermón. Risueño, afable, comunicativo.
—Responde a mi pregunta: ¿consideras que el Padre desea el mal y la enfermedad?
—Si yo tuviera un hijo —repliqué, un tanto abrumado—, nunca lo castigaría con una
enfermedad. Probablemente —rectifiqué—, no lo castigaría...
Y en mi mente quedó flotando una frase que no supe interpretar en esos instantes: «cuando
regreses...». ¿Por qué hablaba en singular? Pero, sumido en la conversación, aquel «chispazo»
— importantísimo— se extinguió y no volví a recordarlo..., hasta un tiempo después.
—En verdad te digo, Jasón, que estás próximo a la esencia de la cuestión. El problema es que no
conoces al Padre —todavía—, y, por tanto, no sabes que las palabras «castigo» y «pecado» no son
concebibles para Él. Sois vosotros los que habéis levantado esas calumnias contra Dios.
Percibió mi confusión y, animándome con una interminable sonrisa, trató de ir paso a paso.
—Empecemos por el final. ¿Qué es para ti el pecado?
—Si yo fuera religioso —maticé—, lo entendería como una transgresión de las leyes y los
preceptos divinos.
—¿Y cuáles son esas leyes y normas?
Me sorprendió. Él lo sabía mejor que yo. Él conocía la Tora y los 613 mandamientos revelados
por Moisés (365 prohibiciones, según el número de días del año solar, y 248 órdenes positivas
que —decían— correspondían a las partes del cuerpo humano).
No me dejó responder.
—¿Crees que el Padre dictó esas leyes?
—Tengo entendido que fue Yavé...
La mirada, como una daga, me advirtió.
—No estoy hablando de Yavé, sino del Padre, el Número Uno, como dice tu hermano... Me atrapó.
—¿Sabes cuál es la única ley para el Padre? —El amor.
Eso lo sabemos por ti...
—Y el profeta Amos lo resumió en un solo mandamiento: «Buscadme y viviréis.» Eso es lo que
solicita el Padre: buscarlo. Ésa es la única ley.
»Pues bien, dime: ¿qué castigo puede derivarse del incumplimiento de esa ley? ¿Crees que si el
hombre no busca a Dios es un pecador?
Me dejó perplejo, una vez más.
—Pero ésa, querido amigo, aun siendo importante, no es la cuestión principal. El problema, como te
decía, es que la inteligencia humana no está preparada para entender la naturaleza del Número Uno.
Es lógico.
¿Recuerdas la mariposa en el extremo de aquella rama?
Asentí en silencio.
El Maestro se refería a la Euprepia oertzeni, el hermoso lepidóptero que se había posado en la
rama que sostenía Jesús en una de las inolvidables noches en torno al fuego, en el Hermón.
Recordaba muy bien sus palabras: «Dime, querido ángel, ¿crees que esa criatura está en
condiciones de comprender que un Dios, su Dios, la está sosteniendo?»
—No (dijiste), hay demasiada distancia...
Y el Maestro siguió abriendo camino.
—... Correcto. Hay una distancia tan inmensa que ninguna mente humana puede sospechar cómo es
el Padre. Lo finito (lo sabes muy bien) no está hecho para lo infinito. Mientras viváis sumergidos en
el tiempo y en el espacio, no podréis intuir siquiera qué hay más allá, en las regiones del espíritu.
Jesús alivió la tensión. Señaló el negro y parpadeante firmamento y preguntó:
—¿Podría captar la mente de Aru el orden que rige las estrellas? Y, si no es así, ¿cómo aceptar que
pueda ofenderlas? ¿Por qué sois tan vanidosos y engreídos? Si ni siquiera comprendéis a Dios,
¿cómo os atrevéis a colocarlo a vuestro nivel? ¿Cómo es posible que lo juzguéis capacitado para ser
ofendido y para castigar?
No parpadeé. El Maestro fue rotundo.
—... ¿Pecar? ¿De verdad estimas que una criatura finita puede molestar, injuriar o provocar a Dios?
¿Crees que Dios es humano?
—Tú, sin embargo, has hablado (y hablarás) del pecado y de los pecadores...
—Os lo dije una vez: cuando llegue mi hora hablaré como un educador. Tú, mejor que nadie,
deberías entender a qué me refiero. Habrá momentos en los que mis palabras deberán ser tomadas
como una aproximación a la realidad. Ellos —añadió, refiriéndose a los que habitaban el kan— son
la consecuencia de una época. Sólo conocen un lenguaje... Vosotros, en cambio, estáis más cerca...
Lo interrumpí. El asunto del «pecado» me tenía perplejo. Nunca fui un hombre religioso y, en
cierto modo, me satisfacía la postura del Galileo. Pero...
—Si el pecado no existe, al menos como ofensa al Padre, ¿qué sucede con los asesinos, ladrones,
etcétera? ¿No son pecadores?
El Hijo del Hombre esperaba la pregunta. Dibujó una media sonrisa y negó con la cabeza.
—Una cosa es intentar ofender al Padre (imposible, como te he dicho) y otra muy distinta causar
daño a tus hermanos, los seres humanos. Cuando alguien incumple esas leyes está infringiendo las
normas que rigen entre los hombres. No confundas ese pecado con el otro...
—Pero, a fin de cuentas, Dios castiga a esos pecadores, digamos, «de segunda»...
—Nuevo error, querido Jasón. El Padre es amor. Ya lo hablamos. Si el pecado no forma parte de la
conciencia de Dios, y así es, ¿por qué pensar que es un juez castigador? Ni pecado, ni castigo son
conceptos comprensibles para el amor. Y Él, tu Padre, el Número Uno, es el amor...
—Lo sé, con mayúsculas.
—¿Crees entonces que Él desea y envía la enfermedad? Silencio.
—¿Puedes admitir que una persona enamorada imagine siquiera cómo ofender y castigar a su
hombre o mujer amados?
Jesús permitió que las ideas planearan sobre mi corazón. Después, pausadamente, fue
descendiendo...
—El Padre (no Yavé) no lleva las cuentas. Te lo dije: confía. Ahora estáis ciegos, pero algún día se
hará la luz en vuestras inteligencias. Todo obedece a un orden, incluida la maldad.
La palabra «orden» se propagó solemne en mi interior. Aquello era nuevo para mí.
Demasiado nuevo...
—Lo sabes muy bien, Jasón. La enfermedad no es un castigo divino. Su origen es otro. La
enfermedad sólo existe en los mundos materiales. Forma parte del proceso natural. Pero ¿cómo
explicárselo a estos pequeñuelos? .-podríais hacerlo vosotros?
—Necesitan tiempo —murmuré con tristeza.
—Y vosotros también... Confía, querido amigo. Sólo se os pide eso: confianza. En el amor no hay
resquicios.
—Entonces, Yavé... ¿quién es?
—Di mejor quién fue...
Esperé, intrigado. El Maestro se perdió en el flamear de las llamas y así permaneció durante
un tiempo que se me antojó interminable. Me arrepentí de la pregunta. Quizá no era
oportuna. Finalmente, regresando a mí, sentenció:
—Éste es otro momento en el que mis palabras sólo pueden aproximarse a tu realidad. Digamos que
fue un «instrumento»...
—¿Quieres decir que no era Dios?
No respondió. Su mirada buscó de nuevo los rojos de la hoguera y quien esto escribe creyó
«leer» en el silencio.
—¿Por qué tanta confusión?
El Maestro volvió a negar con la cabeza. En parte comprendí su impotencia a la hora de
transmitir ideas.
—Te lo he dicho. Todo obedece a un orden. Nada es casual. Lo que tú estimas como confusión es
falta de perspectiva. Acabas de ser imaginado por Él. Acabas de aparecer como criatura mortal.
Todo te parece confuso. Eres un recién llegado. Confía y recibirás la información..., en el momento
adecuado.
Éstos conciben a Dios como un juez y creen que el ideal es la total sumisión a los preceptos.
La justicia divina (para ellos) es algo lógico. En el futuro, gracias a mensajeros como tú, eso
cambiará. El mundo recordará mis palabras. Reconocerá el verdadero rostro de ese Dios-Padre y,
sencillamente, lo buscará...
—Un momento —lo interrumpí—, ¿estás diciendo que algún día, en el futuro, la justicia divina
desaparecerá? No es fácil concebir a un Dios sin justicia...
—Ahora, así es. Ése es el orden del que te he hablado. El amanecer llega siempre después de la
oscuridad. Pero habrá un mañana y el mundo descubrirá que el Dios justiciero (como Yavé) forma
parte de un tiempo pasado. Es más: te diré algo que ya deberías saber...
Me observó con picardía.
—El Padre nunca ha sido justo...
Y el Maestro, comprendiendo mi extrañeza, suavizó la afirmación:
—Al igual que sucede con el concepto de pecado, sois vosotros, los hombres, quienes habéis
decidido que Dios imparta justicia...
—¿Y no es lo justo?
—El amor no precisa de la justicia. Insisto: es el ser humano el que se empeña en hacer a Dios a su
imagen y semejanza. Yo dije en cierta ocasión que la divina justicia es tan eternamente justa que
incluye, inevitablemente, el perdón comprensivo. Ahora, en el silencio de este lugar, te digo que
mis palabras se quedaron cortas. Ahora, y a ti, mi querido mensajero, te digo que el Padre jamás ha
necesitado de la justicia. Si el pecado, como ofensa a la divinidad, no forma parte de la conciencia
de Dios, ¿dónde queda la justicia? ¿Comprendes el porqué de mis palabras? ¿Comprendes cuando
digo que Dios nunca ha sido justo?
—Permite, Señor, que vuelva sobre mis pasos. Si el Padre no precisa de la justicia, ¿qué
hacemos con los malvados? ¿Quién los juzga? ¿Cómo y dónde pagan sus atrocidades?
El Hijo del Hombre inspiró profundamente. Sus ojos, lejos de reprochar, me acogieron con
dulzura. E intentó descender a mi realidad, una vez más...
—Éste es un lugar especial —asocié sus palabras al kan (grave error)—. Aquí, por expreso deseo
de la divinidad, se autoriza todo: lo más noble y lo más bajo. Pero eso, Jasón, no significa que la
creación se le haya ido de las manos al Padre. Te lo he dicho: nada escapa al amor del Número Uno.
La maldad, incluso, forma parte del juego...
Era cierto. No prestaba la suficiente atención. Y, como un tonto, insistí...
—Pero ¿quién hace justicia?, ¿quién pide cuentas?
—También lo hablamos. Después de la muerte, nadie juzga. El amor nunca juzga. Sé paciente y
confía. Existe un orden que tú apenas distingues...
—Entonces, ¿qué debemos hacer?
Jesús respondió con una sola palabra: —¡Yeda!... ¡Dar gracias!
Así terminó aquella intensa jornada.

Eliseo y yo nos pusimos en pie, dispuestos a reanudar la marcha. Y, súbitamente, dejando el


vaso sobre el tablero de pino, Sitio se alzó y preguntó:
—¿Eres tú como Hillel, el sabio...?
Dudó, pero, amparándose en la luz de los ojos del Galileo, concluyó lo que pretendía decir.
—...Estos griegos aseguran que eres mucho más.
Nosotros no habíamos dicho tal cosa, pero guardamos silencio. Hablaba con razón.
El Maestro fue a colocar las manos sobre los hombros de Sitio. El jefe de la posada no supo
qué hacer, ni qué decir. Aquel gesto típico y entrañable terminó por desarmarlo.
Apuntó una fugaz sonrisa y, supongo, traspasado por la cordialidad de aquel Hombre, bajó
los ojos, enrojeciendo.
—Amigo —respondió el Maestro con dulzura—, no soy como Hillel...
Sacudió levemente los hombros, reclamando toda la atención del ruborizado Sitio.
El «hombre» obedeció al punto y devolvió la mirada.
—Soy la esperanza...
Yseñalando con la mano izquierda la pared que tenía a su espalda, añadió:
—... La que ahora te falta...
Lo había hecho, una vez más. Nunca me acostumbré. ¿Cómo podía saber que, en aquel muro,
faltaba una tablilla de madera? Casualmente (?), la que hablaba de la esperanza, la que yo
guardaba en el petate...
Ydesviando los ojos hacia este atónito explorador, me hizo un guiño.
(Pg. 42)
—Sí —balbuceó Sitio—, tienes razón. Pero dime, ¿cómo puedo recuperarla?
-La esperanza, querido amigo, siempre está contigo. Ahora duerme. Algún día despertará...
—¿Algún día? —reclamó Sitio, impaciente—. ¿Cuándo?
—No ha llegado mi hora...
—Pero ¿quién eres tú?
—Te lo he dicho: soy la esperanza. El que me conoce confía...
—Quiero conocerte mejor...
Jesús, conmovido, accedió en parte a la petición.
—Si tanto lo deseas...
Sitio animó al Maestro con varios y afirmativos movimientos de cabeza. El magnetismo de
aquel Hombre lo había cautivado definitivamente...
—... busca a Aru. La esperanza va con él.
—¿Aru?
—Después, cuando oigas que el Hijo del Hombre está entre vosotros, si lo sigues deseando,
búscame...
El posadero no comprendió.
—Búscame —insistió el Galileo— y, juntos, despertaremos a la esperanza...
—¿El Hijo del Hombre? ¿Quién es? ¿Dónde lo encontraré?
Jesús cargó el saco de viaje. Sonrió de nuevo a Sitio y, antes de alejarse hacia la puerta, le
recordó y nos recordó:
—No ha llegado mi hora...

Eliseo: Dime, Señor, ¿cómo explicar la homosexualidad en un reino tan perfecto como el del Padre?
Jesus de pronto se desvió y fue a orillarse al filo izquierdo de la ruta. Allí, sobre la ceniza,
entre voluminosos cestos de hoja de palma, aguardaba sentado un anciano badawi (beduino).
Era un vendedor de uva.
El Maestro, curioso, paseó la vista por los apiñados racimos. Estaban casi recién cortados.
Eran las célebres uvas de la alta Galilea, en especial, de las regiones de Batra y Rafid. Había
granos rojos, de terciopelo, llamados arije, cultivados en cepas de un metro de altura. Otros,
también enormes, originarios de África, brillaban en un negro terso y azabache. Distinguí
igualmente las verdiblancas, del tipo albulo y abejar, de hollejos delgados y gruesos,
respectivamente, dulcísimas...
El nómada, esperanzado ante la presencia de aquellos posibles compradores, espantó los
escuadrones de avispas que zumbaban sobre los canastos y en un arameo de hierro animó al
cliente más próximo —en este caso, Jesús— a que probara el género.
—...Las anavim (uvas) son un regalo de los dioses —dijo—. Además, aclaran la piel. Iluminarán tu
rostro...
Jesús deslizó la mano izquierda sobre unos racimos blancos, con pintas negras, y, tras dudar,
arrancó uno de los granos. Lo alzó y, dirigiéndolo hacia el sol, contempló satisfecho la textura
y la firmeza de la pulpa. Después dio media vuelta y se lo ofreció al ingeniero, invitándolo a
que lo degustara. Y, feliz, preguntó:
—¿Qué me decías?
Eliseo, desconcertado, no respondió. Ambos sabíamos que el Maestro había oído
perfectamente y que su memoria era excelente. Algo tramaba...
(Pg. 4 4)
—Muy dulce —replicó mi hermano finalmente—. En cuanto a mi pregunta...
Lo vi dudar. Pensé que daba marcha atrás. Pero no. Eliseo no era de los que se atrancaban o
retrocedían. Miró de frente al Maestro y prosiguió:
—... sólo quería saber qué opinas de la homosexualidad...
Jesús lo contempló en silencio. Adiviné unos gramos de ironia. Los tres recordábamos la
pregunta inicial. El sentido no era el mismo. El Galileo, sin embargo, borró con rapidez
aquella leve sombra y, depositando las manos sobre los fornidos hombros del ingeniero,
respondió en un tono que no admitía discusión:
—Hijo, ¿crees que el Padre comete errores?
(Pg. 48)
El publicano (Santiago trabajando como recaudador de impuestos) bajó la vista y, finalmente,
curioseó en el interior del saco de viaje del Galileo. De pronto dio con algo que, al parecer,
llamó su atención. Alzó los ojos y con aquella voz aflautada, característica de Mateo, interrogó
a Jesús, al tiempo que lo extraía del petate.
—¿Y esto?
El Maestro se encogió de hombros y, señalando a Elíseo, comentó:
—Un regalo...
Mateo no respondió. Inspeccionó la húmeda tela que cubría las pequeñas raíces del vástago y,
serio, exclamó:
—Apresúrate... Puede morir.
El Hijo del Hombre tomó entonces el retoño de olivo que, efectivamente, le había regalado mi
hermano en su treinta y un cumpleaños, en las cumbres del Hermón, y con énfasis, sentenció:
—En mis manos, nada muere. Y mucho menos la paz...
Y recordé con emoción las palabras del Maestro en aquel 21 de agosto, al recibir el olivo que
nos entregó el general Curtiss: «... Un regalo de otro mundo para el Señor de todos los
mundos... Lo plantaremos como símbolo de la paz... La paz interior: la más ardua...»
—De todas formas —insistió el publicano—, apresúrate...
El Hijo del Hombre guardó con mimo el vástago y replicó con unas frases que Mateo,
lógicamente, no comprendió en esos momentos.
—Nunca tengo prisa... Dios actúa, pero nunca con prisa... Cuando llegue la hora, cuando decida
plantar la paz en los corazones, tú serás de los primeros en saberlo...
—Está bien —repuso el recaudador con sorna—, también los gabbai tenemos derecho a un poco
de paz... De momento, esa paz te costará un as...
(Pg. 54)
—¡Atiende! —comentó la «pequeña ardilla»—. ¡Ya se mueve! ¡Nacerá para adar!
Eso quería decir febrero, más o menos. Esta, por tanto, se encontraba en el quinto mes de
gestación, aproximadamente.
El Maestro, con la mano extendida sobre la túnica, aguardó impaciente. Y al poco, el asombro
y otra sonrisa vinieron a confirmar las palabras de la pelirroja. El feto se había movido...
Y el Galileo pasó de la emoción a la risa.
—¡Se mueve! —gritó.

…Jesús, feliz, tomó entonces al pequeño que jugueteaba en las proximidades del barreño, lo
alzó y preguntó:
—¿Quién eres tú?
El bebé, con el cráneo igualmente pelado (una sabia medida contra las epidemias de piojos
que martirizaban a todas las poblaciones), observó a Jesús con sus enormes y azules ojos.
—¡Tú debes de ser Amos!
(Pg. 59)
Necesitamos un tiempo para entender que el Hijo del Hombre amaba el silencio. Era su color
preferido en el arco iris. «¿Por qué hablar —decía—, si el silencio habla por nosotros...? El silencio
es el idioma natal del amor.»

…Eliseo, menos diplomático, rompió el silencio y el misterioso juego del Galileo y fue a
plantear una cuestión que —lo reconozco— también me tenía intrigado.
¿De quién era aquella casa? ¿Por qué se habían trasladado de Nazaret a Cafarnaún o Nahum?
El Maestro interrumpió el trazado sobre los círculos y nos contempló con dulzura.
Comprendía, perfectamente, nuestra curiosidad. Echó atrás los húmedos cabellos y dejó que
el maarabit los enredara. Después, con los ojos cerrados, fue recordando...
Sucedió cuatro años atrás, en el mes de tébet (diciembre-enero). En ese año 21 de nuestra era,
en una lluviosa mañana de domingo, Jesús se alejó de Nazaret. Quería ver mundo. Quería
saber de las criaturas. Jamás regresaría a la pequeña aldea, al menos para quedarse
oficialmente. Su madre y sus hermanos no comprendieron...
Estaba a punto de estrenar la magnífica y secreta etapa de los viajes por el Mediterráneo y
por el Oriente. Pero el Destino —cómo no— le salió al encuentro... Fue en el yam, en la vecina
población de Saidan. Allí vivía una familia con la que José, su padre terrenal, guardó siempre
una estrecha y entrañable relación.
Jesús sonrió y pronunció un nombre sobradamente conocido:
—Zebedeo...
El viejo pescador y constructor de barcos, en efecto, era socio y amigo de José, carpintero de
exteriores y contratista de obras, fallecido, como se recordará, el 25 de setiembre del año 8,
cuando el Galileo contaba catorce años de edad. El viejo Zebedeo y José trabajaron e hicieron
negocios juntos. Toda la familia de Saidan lo conocía y lo estimaba. Por eso, cuando Jesús se
presentó en el caserón de la playa, fue recibido con los brazos abiertos. Fue en ese mes de
enero cuando el Maestro inició su amistad con la (Pg. 6 0) citada familia. Aunque se había
cruzado con ellos en otras ocasiones, fue en ese arranque del año 21 cuando intimó con los
hijos del patriarca, en especial con Juan.
Los Zebedeo necesitaban mano de obra en el pequeño astillero existente en la desembocadura
del río Korazaín y, conociendo la habilidad de Jesús como carpintero y forjador, le
propusieron que trabajara para ellos.
—... El Padre decidió que sí —manifestó el Maestro, encantado ante la posibilidad de recordar.
—¿El padre? —terció Elíseo sin comprender—. ¿Por qué decidió el viejo Zebedeo?
El Maestro negó levemente con la cabeza. Después, elevando el rostro hacia el azul del cielo,
matizó:
—Tu Jefe... El «Barbas», como tú lo llamas...
Mi hermano, satisfecho, lo animó a que prosiguiera.
Jesús vivió en el caserón de Saidan durante trece meses. Todos lo querían. Especialmente las
cuatro hijas, hermanas de Santiago, Juan y David (el que más adelante se convertiría en jefe
de los «correos»).
Durante esos meses, como prometió, Jesús envió dinero a su familia de Nazaret. Sólo en el
marjesván (octubre-noviembre) visitó de nuevo a la Señora, y asistió a la boda de Marta, la
segunda de las hermanas. Después desapareció, una vez más. La Señora no volvería a verlo en
dos años.
El Maestro se inscribió en el censo de Nahum. Allí pagó sus impuestos. Este pueblo, en
definitiva, fue «su ciudad», como afirman Mateo y Marcos, esta vez acertadamente. Jesús
figuró como «artesano especializado», sin mas.
Y en el mes de marzo del siguiente año (22 de nuestra era), el Galileo, «ciudadano de Nahum»
desde esas fechas, siguió su Destino. Ante la desolación de los Zebedeo —en especial, de las
hijas—, se despidió, rumbo al sur, e inició el primero de sus dilatados y apasionantes viajes.
(Aún continúo preguntándome si debo incluir esa información en el presente diario. Quién
sabe...)
Antes de emprender el camino, el Maestro solicitó un favor de su amigo, Juan Zebedeo.
Durante su ausencia debería enviar regularmente una cierta cantidad de dinero a su madre,
en Nazaret. Jesús había preferido recibir una pequeña suma mensual —a cuenta del salario
establecido—, y guardar el resto para un futuro. Ahora era el momento de echar mano de
esos denarios, auxiliando así a su gente.
El Zebedeo aceptó, comprometiéndose a eso «y a lo que fuera menester». Cuando Juan
preguntó sobre el destino del viaje y el tiempo que permanecería lejos del yam, Jesús
respondió: «Eso lo decide mi Padre. Regresaré cuando sea mi hora.»
Ni que decir tiene que el Zebedeo no comprendió. Tampoco era su hora...
Pero, como digo, cumplió con su palabra. Y con el dinero acumulado respetó lo pactado e hizo
algo más. Durante dos años envió mil doscientos denarios de plata a la Señora, y con el resto
—otros mil— se aventuró a comprar una casa en Nahum. Justamente en la que ahora
descansábamos. Pagó la hipoteca y procedió a la liquidación de la deuda, extendiendo el título
de propiedad a nombre de su amigo, «Jesús de Nahum». (Pg 61) De esta forma, mientras se
hallaba ausente, el Maestro se convirtió en propietario. Fue la única propiedad a lo largo de
toda su vida...
(Pg. 62)
…Jesús fue el último en recibir el «aperitivo». Tomó el cuenco entre las manos y, siguiendo su
costumbre, lo levantó ligeramente, brindando:
—Lehaim!
—¡Por la vida! —replicó mi compañero.
Yo, como digo, continué mudo, sin saber qué me sucedía.
Y Jesús, captando mi silencio, repitió el brindis, animándome a que me uniera al hermoso
deseo.
—¡Por la vida! —respondí finalmente con la voz prisionera por aquel súbito sentimiento—.
Lehaim!
Ymis ojos, sin poder remediarlo, se fueron con la rápida y delicada silueta de la mujer. A
partir de esos instantes, nada fue igual para este perplejo explorador...
Mi hermano elogió el buen gusto de las cocineras, y el Maestro, sin desviar sus ojos de los
míos, traspasándome, aclaró las dudas del ingeniero sobre los ingredientes de la abattíah.
Esta vez fui yo, atrapado, quien bajó la mirada. No sé cómo explicarlo. Él leía en los
corazones...
—¿Recuerdas la esperanza? —preguntó el Galileo manteniendo la intensa mirada—.
¿Recuerdas a Sitio?
Supongo que respondí afirmativamente. Mi corazón estaba en otra parte.
—Pues bien —replicó Jesús, dejando libre una de sus mejores sonrisas—, la tuya acaba de
despertar...
Ahora sí entiendo sus palabras.
—¿Esperanza? —intervino Eliseo sin captar—. ¿Qué esperanza? ¿A qué te refieres?
El Maestro guardó silencio. En parte, imagino, por la repentina aparición en el patio de Esta y
la niña, inevitablemente agarrada a su túnica.

María con voz segura, teñida por la tristeza, reprochó a Jesús:


—¿Es que nunca cambiarás?
(Pg. 6 5)
Los labios de la Señora temblaron y su rostro palideció. Santiago movió la cabeza,
afirmativamente, apoyando a la madre.
No supe a qué se refería. No en esos momentos...
El Maestro detuvo el dedo en el círculo central y respondió a la pregunta con idéntica o mayor
firmeza:
—Eso, querida mamá María, está en las manos del Padre...

Ruth, incansable, trató de sonsacar a su Hermano sobre los viajes y, especialmente, sobre el
último.
—Me he limitado a estudiar a los hombres...
—Pero ¿por qué? —insistió la muchacha sin comprender—. ¿Por qué dejar a los tuyos para
estudiar a los extranjeros?
—Ésa es parte de mi misión. A eso he venido...
(Pg. 69)
…Ruth: —¿Y hallaste al Padre en las nieves del Hermón?
El Galileo agradeció la ayuda con una breve, casi forzada, sonrisa.
—No, mí querida Ruth... El Padre no está ahí fuera...
Entonces, señalando el ancho tórax, aclaró:
(Pg. 70)
—... Dios está aquí, en el interior. Al Hermón no he subido para hablar con Abbá, aunque también
lo he hecho...
—Entonces, ¿para qué?
Jesús desvió la mirada hacia mi compañero. Después me buscó.Entendimos.
—Era el momento de recuperar lo que siempre fue mío...
—Pero ¿qué habías perdido? —reaccionó finalmente Santiago—. Que yo sepa, nunca estuviste en
ese lugar...
—Cuando llegue la hora..., todos lo sabréis.
…Era tarde. Todos madrugaríamos. Así que, tras desearnos la paz, la familia se retiró. Sólo
Jesús permaneció frente a estos agotados exploradores. Nos contempló unos instantes y
manifestó:
—Ahora descansad... Yo siempre estoy con vosotros, aunque dejéis de verme. El Padre tiene planes
a los que, por ahora, no tenéis acceso, pero confiad.
¿Qué quiso decir? Lo averiguaríamos pocos días después...
(Pg. 70)
…El Maestro depositó una de las lucernas sobre la superficie de la terraza. Era la más
grande, con cuatro mechas; una de las habituales lámparas de barro rojo —llamadas
«herodianas»—, cuya carga de aceite de oliva podía durar tres «vigilias»; es decir, casi toda la
noche.
Entonces, señalando el todavía vacío firmamento, exclamó a manera de despedida:
—Confiad...
Y lo vimos desaparecer por la escalera exterior.
(Pg. 188)
…Y al volverme lo hallé sonriente, con aquella luminosa mirada de color miel. ¡El Maestro!
Fue a posar las manos sobre mis hombros y, antes de besarme y abrazarme, exclamó: —¡Patos
no, por favor!
Una vez más, no supe qué decir. Jesús me atrajo con fuerza hacia sí y, tras besarme en la
mejilla derecha y, posteriormente, en la izquierda, susurró al oído: —¡Gracias por confiar! No
podía creerlo.
(Pg. 191)
No éramos teólogos, pero reconocimos la verdad en las palabras del Maestro.
—... Sólo vosotros, en vuestra ceguera, creéis ofender a quien sólo os ama.
(Pg. 194)
Maria: Él ha sido más valiente. Yehohanan ya está en el camino, preparando el reino. Y tú, ¿a qué
esperas?
Esta vez sí hubo respuesta. El Maestro, corrigiendo a la madre, exclamó, rotundo:
—Ese reino —e insistió en el término malkuta di 'elaha («reino de Dios»)— nada tiene que ver
conmigo...
(Pg. 201)
Durante algunos segundos no lo percibí con claridad. El golpeteo del martillo sobre los pernos
de sauce terminaba solapando el canturreo del Maestro. En una de las pausas, mientras el
Galileo extraía varios clavos de bronce de uno de los bolsillos del mandil y los alineaba entre
los labios, creí entender parte de la letra de la canción: «Dios es ella... Ella, la primera hé, la que
sigue a la iod... Ella, la hermosa y virgen..., el vaso del secreto... Padre y Madre son nueve más
seis... Dios es ella... Ella, la segunda hé, habitante de los sueños... Dios es ella...»
En los días que siguieron tuve oportunidad de escucharla casi de continuo. Jesús trabajaba al
ritmo de aquella extraña canción.
«Dios es ella» era el verso o estribillo principal. Eso entendí.
Pero ¿qué significaba?
«Dios es ella»...
Hé e iod son letras hebreas. Ahí terminaban mis conocimientos.
Jesús la entonaba con emoción, acomodando el ritmo a los golpes. Siempre terminaba con un
vibrante «¡Dios es ella!».
(Pg. 224)
—Somos los hombres los que hacemos a Dios a nuestra imagen y semejanza. No al
revés... Aquellas palabras de Eliseo fueron pronunciadas por el Maestro en las nieves del
Hermón.
Jesús, al escucharlas, sonrió levemente, con dulzura.
(Pg. 225)
…—Te equivocas, mamá María... Jesús tomó la palabra. El tono fue inflexible.
—... El Padre jamás —e insistió en el término—, jamás, ha utilizado una vara... El Padre no es el
ser enfurecido del que tú hablas. Y deletreó «enfurecido» (za'ep) para que no quedara duda.
La Señora se encrespó.
—¡Ya empezamos con tus locuras!... ¡Quiera el Santo que no te oigan esos fanáticos de Jerusalén!
Quien no pareció escuchar fue el Maestro.
—... Si el Padre condujera a sus hijos con una vara, sería un dios menor... Sería Yavé.
—Entonces, según tú, ¿cómo nos guía?
El Galileo extendió el brazo izquierdo, mostró la palma de la mano y sentenció:
—Pas! (literalmente, «palma de la mano»).
—¿Estamos en la palma de su mano? —terció Ruth con una sonrisa.
—En todo momento. En la oscuridad y en la alegría. En el error y en el acierto. En el amor y en el
desamor. Al principio y al final...

PALABRAS DE JESUS. Tomadas de Caballo de Troya 8, JJ Benitez

J. J. BENÍTEZ
CABALLO DE TROYA 8
JORDÁN

(Pg. 157)
lunes, 14 de enero, del año 26
Me encontraba ante lo que denominan el «bautizo» del Maestro en el Jordán. No era el
Jordán, pero eso, ahora, carecía de importancia.
(Pg. 158)
Jesús envolvió al gigante en su misericordia, y lo acarició con aquellos indescriptibles ojos
color miel. No sé cómo, pero Él sabía quién tenía delante, y lo que le reservaba el Destino.
Creo que el Maestro conocía muy bien la situación de su pariente y, sobre todo, su triste
futuro...

—¿Tu?...¿Por qué bajas tú al agua? Yehohanan cedió, y preguntó con su voz áspera.
El Maestro intensificó la sonrisa, y replicó con seguridad:
—Para ser bautizado...
(Pg. 159)
—Pero soy yo quien debe ser purificado por ti...
No salía de mi asombro. El tono del Anunciador, siempre imperativo y altanero, cayó al nivel
de la súplica. ¿Qué le sucedía?
El Hijo del Hombre, entonces, le dio alas:
—Ten paciencia, y actúa como te pido, porque conviene que demos ejemplo a mis hermanos...
¿Sus hermanos? ¿Estaban allí, en Omega? Sólo había visto a Santiago...
Y Jesús concluyó con algo que me desarmó:
Todo el mundo debe saber que ha llegado la hora del Hijo del Hombre...
Levantó los ojos hacia el cumulonimbo y la lluvia acarició su rostro con especial dulzura. Eso
me pareció...
¿Su hora?
Segundos después, sin dejar de mirar el oscuro «cb», proclamó:
—¡Ahora es el principio!... ¡Ahora, el final es el principio!
Y de la nube, como si alguien estuviera presenciando la escena, partió otra descarga, que se
ramificó sobre Omega. Pero ocurrió algo muy extraño. El relámpago fue azul, y no se produjo
la lógica detonación. Fue una chispa eléctrica (?) imposible...
…Yehohanan depositó las puntas de los dedos sobre los hombros del Maestro y, sin mediar
palabra, fue empujándolos suavemente. Yo diría que casi no tocó a Jesús.
El Maestro cerró los ojos y se dejó caer, muy despacio, hundiéndose en la corriente del Artal.
(Pg. 160)
Al instante, los cabellos del Galileo flotaron en las aguas. Y unas tímidas ondas marcaron la
presencia del Hombre-Dios bajo la superficie. Y fueron alejándose, borrando los breves
impactos de las gotas de lluvia.
Después, vi flotar parte del manto. Sumé cinco segundos.
El Anunciador, con los ojos muy abiertos, aguardaba ansioso la reaparición de Jesús.
Y el Maestro regresó, y lo hizo con idéntica lentitud. Pero su rostro era otro. Era el mismo,
pero no era el mismo. Había una luz que lo cubría... ¿Cómo explicarlo? Imposible. Quizá sólo
fueron imaginaciones mías.

…Acto seguido, con una firmeza dulce y acerada al mismo tiempo, exclamó:
—¡Vamos, mal’ak!... ¡Ha llegado la hora!
(Pg. 166)
Y me guiñó el ojo.
Y aquel aturdido «mensajero» se fue tras Él. Esta vez sí fui afortunado. Fui a donde nadie fue,
y fui con El...
(Pg. 175)
—Mal’ak!
La voz del Maestro, reclamándome, me hizo olvidar, de momento, al insólito hombre.
Jesús insistió desde el pozo, y me animó con el brazo para que me reuniera con El.
(Pg. 176)
—Mal’ak! - ¡Vamos, mal’ak!
Empezaba a gustarme la palabra —«mensajero»—, y corrí hacia el Hijo del Hombre.

Fui al grano. Yo sabía que Jesús era un Hombre intachable. Nunca ofendió, voluntariamente,
a un semejante. Y le había oído expresarse sobre la imposibilidad física de injuriar, o de
ofender, al Padre de los cielos. Recuerdo cómo insistió en ello, durante la inolvidable noche en
el kan de Assi, el 17 de septiembre último.
Pues bien, si la naturaleza humana no tiene capacidad de ofensa hacia Dios, ¿por qué admitió la
ceremonia de «bajar al agua»? ¿De qué tenía que purificarse? ¿Qué sentido tuvo el «bautismo»?
El Maestro me observó con ternura. Y durante unos segundos guardó silencio.
¿Había vuelto a equivocarme? Quizá no debería haber planteado un asunto tan íntimo...
Pero, en realidad, la razón del fugaz silencio era otra. El Maestro, midiendo las palabras, hizo
una aclaración, que no debía perder de vista en ningún momento:
—Querido mensajero, cuando me oigas hablar, recuerda siempre que lo dicho es sólo una
aproximación a la verdad...
Sí, El lo dijo en cierta ocasión. Lo había olvidado.
La verdad no es humana. Vosotros, ahora, no tenéis posibilidad de asumirla... Ni siquiera de
intuirla. Lo que estimáis como verdad es una mezcla de deseos y de imposiciones exteriores. Mejor
así...
Y sonrió, pícaro.
Si el Padre te mostrara la verdad, ¿qué quedaría para la eternidad?
Mensaje recibido.
Entonces, concluida la precisión, resolvió mis dudas con la siguiente frase:
—Fue mi regalo al Padre...
Al percatarse de que mi mente se había quedado atrás, y de que no terminaba de entender,
pasó el brazo izquierdo sobre mis hombros y me acogió con dulzura. Entonces, lentamente,
recreándose en cada palabra, y en cada concepto, fue desgranando el significado de la frase.
(Pg. 177)
Esto fue lo que entendí: al sumergirse en las aguas, el Hijo del Hombre llevó a cabo un ritual
personal —e insistió en lo de «personal»—, y se consagró a la voluntad de Ab-ba, el Padre Azul.
Fue un «regalo», mucho más simbólico de lo que podamos imaginar. El quiso inaugurar el
principio de su ministerio con lo más sagrado de que era capaz:«regalar» su voluntad al que lo
había enviado... El «bautismo», por tanto, fue un gesto más santo, y delicado, de lo que siempre
se ha creído.
Y los cielos se abrieron, como no podía ser menos, ante el «regalo» de un Dios hacia otro Dios...
Además, sirvió de ejemplo a sus hermanos. Pero esto fue lo menos importante. Permanecí
pensativo. No era fácil para quien esto escribe. Yo jamás he regalado nada a Dios. Tampoco
he pedido mucho, pero, en honor a la verdad, mis labios siempre se han abierto para
reclamar, o suplicar.
¿Regalar a Dios? Tenía gracia... Y volví a desmenuzar las palabras del Hombre-Dios.
Jesús, atento, me dejó hacer. El sabía esperar. Era otra de sus cualidades.
Maestro había hablado en numerosas oportunidades de ese «ejercicio», casi ignorado por la
mayor parte de la humanidad: hacer la voluntad de Ab-ba. Recordé sus explicaciones durante
la primera semana de estancia en las cumbres del Hermón, en el verano del año 25:
«... Yo conozco al Padre —nos dijo—. Vosotros, todavía no. Os hablo, pues, con la verdad. ¿Sabéis
cuál es el mejor regalo que podéis hacerle?... El más exquisito, el más singular y acertado obsequio
que la criatura humana puede presentar al Jefe es hacer su voluntad. Nada le conmueve más. Nada
resulta más rentable... »
Pues bien, llega un momento en el que la criatura humana, experta ya en esa «gimnasia» de
entregarse a la voluntad del Padre, toma la decisión de consagrarse «para siempre». Y lo hace
tranquila y serenamente, y elige para ello el instante que estima oportuno. Se trata de un momento
de auténtica elevación espiritual, en el que el hombre, o la mujer, sencillamente, se entregan al
Padre. Es un rito íntimo, el mejor «regalo» que podamos imaginar...
Jesús eligió Omega. Fue la culminación de lo que sabía y practicaba.
Había llegado su hora...
El Maestro asintió en silencio. ¡Volvió a hacerlo! ¡Se coló de nuevo en mis pensamientos! Y
prosiguió con sus explicaciones...
Esa mañana —me atrevería a calificarla de histórica— se registró otro suceso (?) que sólo he
alcanzado a entender en parte. En realidad, en una mínima parte...
Recuerdo que el rostro del Maestro se iluminó, y de cada poro nacía una increíble y bellísima
radiación azul. Lo llamé azul «movible»...Según el Maestro, ése fue el mayor de los prodigios
que ha tenido lugar en la carne. Seguí sin saber de qué hablaba. Y se aproximó un poco a la
realidad (lo que pudo). Su mente humana, o quizá su naturaleza humana (no supe distinguir con
exactitud a qué se refería), se hizo una con la mente divina (?), o con la naturaleza divina. Mi mente
naufragó, y también se hizo una, pero con la nada...
Y Él, consciente, se detuvo. Dejó caer el saco de viaje sobre la tierra oscura del camino y se
agachó. Tomó un puñado de dicha tierra, sucia y contaminada por el trasiego de hombres y
animales, y me la mostró. Los ojos se iluminaron, y supe que se movía en mi interior. Sonrió y,
en silencio, caminó hacia la colina de caolín más cercana.Lo seguí, intrigado. Allí, bajo los
olivos, volvió a agacharse y tomó un segundo puñado de tierra, esta vez blanco-amarillenta,
pura y brillante, como consecuencia del silicato hidratado de aluminio. Y, sin dejar de
mirarme, procedió a mezclar ambos puñados. Al poco, no supe distinguir cuál era la tierra de
inferior calidad, la del sendero, y cuál la brillante, la de la colina...
Mensaje recibido.
(Pg. 178)
Y al «unificarse» (?) ambas naturalezas —la del hombre y la del Dios—, se produjo el
milagro, el mayor prodigio de todos los tiempos; un milagro superior, creo, al de la
resurrección de los muertos... Fue en esos instantes (?), suponiendo que esa «fusión» pueda ser
medida, cuando Jesús de Nazaret se convirtió, VERDADERAMENTE, en un Hombre-Dios.
En el monte Hermón recuperó lo que era suyo —la divinidad—, pero fue en Omega donde el
Padre hizo «oficial» (digámoslo así) la divinidad de su Hijo, muy amado...
Fue entonces cuando se transformó en un Dios.
«Regalo» por «regalo»...
Así lo vi, y así lo hago constatar.

Fue, por tanto, en la «sexta» (hacia las 12 horas) del lunes, 14 de enero del año 26 de nuestra
era, cuando Jesús inauguró «oficialmente» su divinidad. Si tuviera que elegir el punto de
arranque de su vida pública, probablemente seleccionaría éste.

…Y prosiguió hacia el este, hacia el lugar que denominaban El Hawi. No lo vi


dudar. Entonces, divertido, comentó:
—Fue un cruce de caminos, para mí...
(Pg. 179)
Entendí que se refería a la encrucijada que había quedado atrás, y repliqué, como un perfecto
idiota:
—Claro, Señor. Y también para mí...
Me miró atónito, y terminó sonriendo. Se refería a Omega. Y explicó algo que tampoco ha
trascendido.
Si no comprendí mal, esa mañana, terminada la ceremonia de consagración a la voluntad del
Padre, el Hijo del Hombre se encontró en mitad de un «cruce de caminos»...
Adelanto que lo expresado por Jesús fue otro enigma para quien esto escribe. Me limitaré a
narrarlo, tal y como lo hizo.
El no se encarnó para salvarnos, como aseguran las religiones. Ya lo estamos, según sus propias
palabras. El Padre nos ha regalado la inmortalidad. Su presencia en nuestro mundo obedeció a otras
«razones», digamos, de índole «personal», y que podrían ser sintetizadas (peor que bien) en la
«necesidad de experimentar la naturaleza del tiempo y del espacio» (conocer a sus propias
criaturas). De nuevo, se aproximó a la realidad, sólo eso, muy a su pesar... Pues bien, su
experiencia en la carne quedó ultimada con el referido e íntimo «regalo» ofrecido a Ab ba en
Omega. Pudo abandonar, añadió, pero, una vez más, lo dejó en las manos del Padre. «Y se
dirigió hacia el este del corazón humano, a la búsqueda del amanecer. . . » Esa fue la voluntad de
Ab-ba. Ese fue el «cruce de caminos» del recién estrenado Hombre-Dios, el primero de una
larga serie.
Si esto fue así, y el Galileo jamás mentía, El eligió continuar en la Tierra, de acuerdo con la
voluntad del Padre.
Quedé desconcertado. ¡Pudo marcharse!
—Pero aquí estamos —manifestó, feliz, haciendo suyas mis reflexiones—, camino del este... Y
añadió, al tiempo que me guiñaba un ojo:
—¿Conoces un camino mejor?
¿Qué podía decir? E intuí que no estaba pensando en la senda que pisábamos. Ese «este» era
otro... Y así lo confirmó. Jesús entendió que, además de su experiencia (?) con los humanos, Él
debía proporcionarnos otro «regalo»: la esperanza. Él comprendió que, además de
«enriquecerse», podía «enriquecernos». El mundo estaba, y está, en la oscuridad. Son muy
pocos los que supieron, y saben, que la vida sigue después de la muerte, y que existe un Dios
«que no lleva las cuentas».
Esa mañana, en Omega, el Hombre-Dios tomó la firme decisión de revelar al mundo la
existencia de otro «mundo»: el del Amor, con mayúscula, como a Él le gustaba...
Si de mí dependiera, el 14 de enero sería designado Día del Planeta Tierra. Ese día, El decidió
permanecer con el hombre, un poco más...
Entonces creí entender otra de sus frases, cuando se hallaba en las aguas, en el Artal:
—Ahora es el principio —dijo—. Ahora, el final es el principio...
(Pg. 180)
«Omega es el principio.»

…Y al fondo de la colina, prisionero de los olivos, distinguí un amasijo de adobe. Eran casas de
color ocre, maquilladas en rojo por el atardecer.
Y Jesús, a media voz, pronunció el nombre del poblado:
—Beit Ids...
(Pg. 185)
…Segundos más tarde, como si hubiera adivinado mis pensamientos, el Galileo regresó al
exterior, y rogó que esperase.
—¡Qué Dios más torpe! —murmuró entre dientes—. ¡He olvidado las luces!
Y corrió por el camino, hacia Beit Ids.
(Pg. 186)
Este era el Hijo del Hombre...
(Pg. 187)
El Maestro me animó a moverme. «Había mucho por hacer...»
¿Mucho por hacer? No entendí. La gruta se hallaba vacía, con un suelo aparentemente limpio,
formado por una tierra seca y esponjosa. Obedecí, naturalmente. Me situé a su altura, en el
centro de la caverna, y esperé órdenes. El Galileo
sonrió y señaló la entrada, al tiempo que exclamaba, socarrón:
—Ella no vendrá sola...
¿Ella?
No sé si palidecí o enrojecí. El se percató de mis cortas luces, y aclaró:
—¡La paja, mal’ak!... Conviene esparcirla por el suelo...
—Claro —redondeé, dirigiéndome al exterior—, la paja...
¿En qué estaría yo pensando?
(Pg.188)
Yo no fui, de eso doy fe. Fue el vientre del Galileo el que protestó, y dejó oír los continuados
borborigmos.
Finalmente se puso en pie. Golpeó la frente con la palma de la mano izquierda y se lamentó:
—¡También olvidé la cena!...
Y lo vi salir de la cueva, muerto de risa. Así era Él...

—Hoy, querido mensajero, ha sido un día muy especial... Me gustaría que fueras tú el encargado de
la bendición...
—Pero, Señor... Yo sólo soy un mal’ak...
La defensa fue inútil. El Maestro me miró como sólo Él sabía hacerlo, y me vació. Una sonrisa
asomó primero en los ojos. Una sonrisa pícara y anunciadora... Lo supe. Estaba perdido.
Y la sonrisa se derramó por el rostro, y por la cueva entera.
Movió las largas y estilizadas manos, animándome. Hice lo que pude.
—Te damos gracias, oh, Padre...
Dudé. Lo miré, buscando su aprobación, y Él movió la cabeza,manifestando ciertas dudas,
supongo.
—... por estos alimentos...
(Pg. 192)
Entonces caí en la cuenta. Y pregunté:
—¿Los saltamontes son un alimento o un castigo?
Adiós a la bendición. La risa arruinó las buenas intenciones.
—Está bien —terció el Maestro, definitivamente vencido—. Yo me ocuparé...
Entornó los ojos y elevó el rostro hacia la oscuridad de la bóveda. Las luces de las lámparas lo
siguieron, curiosas, y lo iluminaron para la ocasión, dulce y discretamente. Y la voz, grave y
profunda, nacida del corazón, dijo:
—Ab-ba [ referido a Dios]... ¡Te damos gracias porque estás ahí!... En lo grande y en lo pequeño!
... ¡En el trigo del corazón humano, todavía por germinar!... En la dulzura de lo simple, y en la paz
interior, la hija menor de la verdad!...
Guardó un breve silencio, y concluyó:
—¡Y gracias también por los saltamontes, aunque hubiéramos preferido cordero!...
Abrió los ojos y, recuperando el habitual buen humor, me guiñó un ojo.
—Debes disculparme —añadió, incorregible—. Soy un Hombre-Dios con poca experiencia...
Y sin más demora, se lanzó sobre la comida…
(Pg. 194)
Habló feliz, y se centró «en lo bien que hacía las cosas su Padre, y la “gente” al servicio de su
Padre». Se refería a los dátiles y al halwa, el dulcísimo y cremoso postre. Lo saboreó. Lo vi
cerrar los ojos y suspirar, al tiempo que se relamía los dedos. Aquel Hombre sabía disfrutar
cada momento...
(Pg. 198)
…(refiriéndose al perfume del frasco azul) —El Padre —replicó el Maestro, al tiempo que volvía
a sentarse sobre la paja, frente a este explorador— y su «gente»... Ya ves cómo trabajan...
Otra vez aquello. ¿A qué se refería? ¿Quién era la «gente» que trabajaba para Ab-ba? Y
aproveché su excelente disposición, y lo planteé. Jesús, creo, esperaba la pregunta.
—Recuerda siempre, querido mal’ak, que mis palabras son una aproximación a la verdad...
Dije que sí con la cabeza. No lo olvidaría.
—Pues bien, para llegar a ser un Dios, primero tienes que aprender a delegar. Sonrió, y continuó
descendiendo en mi torpe inteligencia.
—Él, Ab-bá, es la luz. El llega y lo perfuma todo, pero, previamente, otros, su «gente», han
colaborado en el prodigio. Son incontables las criaturas que participan en la belleza, en el amor, o
en el simple avance de las leyes fisicas y espirituales. Lo visible está lleno, pero lo invisible está
repleto.
Comprendí, pero no comprendí. El lo notó, y tomó el frasco azul entre los dedos. Me lo
mostró, y preguntó:
—¿Qué es?
—Un perfume, Señor...
—Pero ¿cómo se obtiene?
—Gracias a las plantas, a la luz, y a cuanto rodea al sándalo, y a la jara, y a la mandarina...
—Todos hacen el milagro. Todos participan...
Así era. Las esencias, que posteriormente se convierten en aceites esenciales o perfumes,
mediante presión o destilación al vapor, aparecen en las plantas como un auténtico «juego de
manos» de la naturaleza. Las células secretoras, altamente especializadas, «juegan» con la luz
y se transforman en estructuras químicas complejas. Y la planta combina esa energía con
elementos químicos del agua, del
terreno, del aire e, incluso, de los excrementos que pueden abonar el suelo. Es así como nacen
los ácidos, los fenoles, los aldehídos, las cetonas, los alcoholes, los ésteres, los terpenos y los
sesquiterpenos. Y todos ellos, como si de una orquesta se tratase, se reúnen y componen la
«música» de los perfumes. El Maestro hablaba con razón. Todos colaboran, aunque nada
hubiera sido posible sin la luz.
Sí, el Padre perfuma con la luz...
(Pg. 199)
Mensaje recibido.
—El Padre y su «gente» —repitió Jesús, sin disimular su satisfacción—. ¿Trabajan o no trabajan
bien?
—Muy bien, Señor...
Y me atreví a ir un poco más allá en nuestra primera conversación en Beit Ids. El aceptó,
encantado.
—Y El está ahí, en lo grande y en lo pequeño. ¿Sabes de algún lugar donde no está el Padre?
Sin querer, empezaba a parecerme a Eliseo, a la hora de plantear determinadas cuestiones. El
lo percibió, y sonrió, pícaro.
—Todo lo que es, o existe, lo es porque Él lo ha imaginado previamente...
Dejó que soltara la imaginación, y que me aproximara a su pensamiento. No sé si lo conseguí.
Más aún —continuó—: Lo que no es... también es suyo.
—¿Quieres decir, Señor, que lo que vemos, o sentimos, ha sido imaginado previamente?
Asintió en silencio, y divertido. Sabía muy bien adónde quería ir a parar.
—Entonces, cuando nosotros imaginamos...
—No, mal’ak, no confundas mis palabras. Yo no he dicho eso. El Padre imagina y es. El ser
humano imagina porque ya es. Esa es una de las grandes diferencias entre el hombre y Dios.
—Un momento —le interrumpí, ciertamente sorprendido—, ¿quieres decir que no podemos
imaginar si lo imaginado no ha existido con anterioridad?
—Así es...
—¿Todo?
—Todo —replicó, rotundo—. Absolutamente todo...
—No consigo entenderlo...
—Es lógico. Estás al principio del camino. El Padre es más listo que tú...

—No te atormentes ahora con eso —terció, oportuno—. Ni siquiera Dios es el final...
—Me asombra tu familiaridad para con Él. Es dificil acostumbrarse. ¿Por qué le hablas así al
Padre?
—¿Crees que es el Dios del miedo?
—Tú enseñas lo contrario, pero...
—Lo sé, mi madre, mis hermanos, éstos, mis pequeñuelos de ahora, han sido educados en un Dios
al que hay que temer. Lo sabes bien: yo he venido a cambiar eso. ¿Cómo puedes sentir miedo de la
luz, que te ayuda y te vivifica? ¿Cómo debo hablar con el amor?
Y dibujó en el aire la palabra áhab (amor). Entendí: con mayúscula...
—Con el Amor, querido mensajero, ni siquiera es preciso hablar Pero, si lo haces, hazlo con la
confianza, con el respeto, con la admiración, con la alegría y, sobre todo, con la sencillez que
proporciona un amigo...
Dudó.
—El Padre es más que un amigo, y más que una novia o un novio. Háblale, silo deseas, como te
hablas a ti mismo. En realidad, aunque no lo sepas, le estarás hablando a Él.
—Sin miedo...
(Pg. 200)
—¿Concibes la luz como un juez? ¿Crees que el Amor lleva las cuentas? ¿Para qué está el perfume?
¿Sientes miedo cuando me hablas?
Negué de inmediato. Podía sentir otros sentimientos, muchos, pero jamás el miedo. Aquellos
ojos, como la miel líquida, no habían nacido para asustar o dominar. Eso lo sé, y siempre lo he
defendido. La mirada del Hijo del Hombre era un refugio...
—Hablar con el Padre..., como si fuera un amigo, y a cualquier hora, como tú...
—Así es. No importa cuándo, ni por qué. Para hablar con Él no necesitas un motivo. ¿Necesitas una
razón para soñar, o para amar?
—Pero, si me dirijo a Él, tiene que ser por algo...
—Sí, ésa es otra equivocación que me gustaría corregir. Al Amor no conviene pedirle nada. Es un
error y, además, una pérdida de tiempo. Tú estás enamorado...
Me estremecí. Sabía que lo sabía, pero, así, de pronto...
… y jamás le has pedido nada. Al contrario...
La penumbra de la cueva llegó en mi auxilio. Supongo que estaba rojo, como una amapola.
Pero Él pasó sobre mi inquietud de puntillas, como si no tuviera importancia.
Querida Ma’ch... Él lo sabía.
—Si hablas con el Padre —prosiguió con una sonrisa de complicidad—, no pierdas el tiempo. No
solicites lo que ya tienes, o tendrás. Y aclaró:
…Si Él te imagina, y es obvio que así es, puesto que estás ahí, frente a mí, Él lo hace con lo
necesario para tu supervivencia. Tú no dependes de ti mismo, aunque creas lo contrario, sino de Él.
Pues bien, si existes, porque te ha imaginado, ¿por qué te preocupas de lo material? En el Amor,
como en el perfume, todo se ordena mágica y benéficamente.
—Entonces —lo interrogué con un hilo de voz—, ¿qué debo pedir?
—¿Qué me pides a mí, cuando estamos juntos?
Buena pregunta. Y me hizo pensar. Jamás le pedí un favor, nada físico. Me bastaba con su
compañía y, sobre todo, con su palabra.
Leyó mis pensamientos y movió la cabeza afirmativamente. Después, recreándose, manifestó:
—Oírle es un placer. ¿Te parece poco? Además, dada su condición de Padre, siempre regala algo...
—¿Oír por oír?
—Ese es el secreto que abre el corazón del Amor. Cuanto más quieras, más debes oír... Mejor
dicho, más debes oír... le.
—¿Y qué regala?
—¿Y por qué no lo averiguas por ti mismo? Sólo tienes que asomarte al interior...
—Pero ¿cómo empiezo?
Sonrió, divertido.
—Quizá por el asunto de los saltamontes...
Así concluyó la primera conversación en Beit Ids.
(Pg. 221)
…Pensé en recoger algunas muestras y trasladarlas a la «cuna». Los análisis podían ser
reveladores. Así lo haría, suponiendo que fuera compatible con los planes del Galileo. ¿Y
cuáles eran esos planes? Tenía que despejar la duda. No esperaría más tiempo. Se lo
preguntaría ahora. Y con esa intención retorné al abrigo en el que dejé al Maestro.
Sorpresa.
Jesús había despertado, y examinaba, curioso, el interior de la cesta. Al verme, sonrió y
exclamó, aparentemente desilusionado:
—Por un momento, yo también creí en los milagros...
Señaló el mensaf, y redondeó:
—Parece que el Padre ha oído tu deseo: cordero, mejor que saltamontes...

…Hallé un Jesús radiante y feliz. Y supe que deseaba hablar. Lo necesitaba. Entonces
pregunté sobre sus planes. ¿Qué pretendía? ¿Por qué se detuvo en aquel paraje? ¿Qué buscaba en
la colina de la «oscuridad»?
Desplegó con mimo el paño que envolvía una de las «pastillas» de halwa, el apetitoso dulce
beduino, y llevó el «turrón» a los labios, saboreándolo. Después se alzó y me indicó que lo
siguiera.Caminamos hasta el filo del precipicio. Se sentó en el borde y me invitó a que lo
acompañara. Así lo hice, un tanto preocupado por la cercanía del Maestro al vacío. Y la vieja
idea rondó de nuevo: ¿podía sufrir un accidente? Por supuesto, guardé silencio. No me
pareció oportuno interrumpirlo con semejante (Pg. 222) pensamiento. Y allí permaneció, con
el halwa entre los dedos, y las piernas oscilando y jugueteando en el aire. Abajo, a una
distancia mortal, el fondo del acantilado...
Esperó a terminar el postre. Jesús era así: cada cosa recibía el afán necesario, y siempre de
una en una. Dificilmente emprendía dos asuntos a un tiempo.
Lo espié con el rabillo del ojo. La brisa despejó el bronceado rostro, lanzando hacia atrás los
cabellos. Supongo que meditó bien sus palabras. Lo que me disponía a oír era una especie de
«declaración de principios»: la esencia de lo que iba a ser su próxima vida pública.
Y habló. Y lo hizo con pasión, y convencido. Quien esto escribe se limitó a oír y a preguntar.
Ojalá fuera capaz de transcribir lo que puso ante mí. No todo fue simple. Parte de lo que dijo
sigue siendo un misterio para este torpe explorador. Lo confieso. Algunos temas me
desbordaron y, sencillamente, resbalaron por mi escasa inteligencia. Quizá el hipotético lector
de este diario tenga más fortuna que yo...
Jesús me recordó algo que ya había intuido. Aquel lunes, 14 de enero, fecha de la inmersión en
las aguas del Artal, fue el «estreno» —las palabras no me ayudan— del Galileo como Hombre-
Dios. Como dije, el día del Señor, su «inauguración oficial» como Dios hecho hombre, o como
hombre que recibe la naturaleza divina. A partir de ese mediodía, nada fue igual. El viejo sueño de
Jesús —hacer siempre la voluntad de Ab-ba se convirtió en algo inherente (inseparable) a la doble
recién estrenada naturaleza del Hijo del Hombre. Hacer la voluntad del Padre Azul formó parte de
su sangre y de su inteligencia. Le gustó mi definición: el «principio Omega». Pues bien, ésa era (y
es) otra de las incontables ventajas del «principio Omega»: El guía. Así llegó a Beit Ids. Fue su
Padre quien lo llevó prácticamente de la mano. Y la elección, como iré relatando, fue un acierto,
con una subterránea lectura simbólica. En eso, los evangelistas acertaron: «…y fue empujado
por el Espíritu... » Sólo en eso... Pero vayamos paso a paso.
Beit Ids fue el lugar elegido para frenar los naturales ímpetus de Alguien que sí estaba en posesión
de la verdad, y que deseaba regalar parte de esa luz. Beit Ids, con sus colinas, sus badu y sus
silencios, fue el paraje idóneo para que el Maestro meditara, sobre sí mismo, y sobre lo que
pretendía. ¿Y cuál era su objetivo? Lo repitió por enésima vez: despertar al ser humano,
zarandearlo, si era preciso, y anunciarle la buena nueva. No todo era oscuridad. No todo era miedo
y desesperación. El estaba allí para gritar que Dios, el Padre, no es lo que dicen. El decidió quedarse
en la Tierra para destapar la esperanza. Nuestro mundo, por razones que nos llevarían muy lejos,
permanece en las tinieblas. Nadie sabe realmente por qué nace, por qué vive, y, sobre todo,
qué le espera después, suponiendo que exista algo tras la muerte.
Esa era la clave. A eso vino el Hijo del Hombre: a mostrar la cara de un Dios-Padre que no lleva las
cuentas, que no castiga, al que no es posible ofender, aunque lo pretendamos, y que, al imaginarnos,
al crearnos, nos regala la inmortalidad. ¡Inmortales desde que somos imaginados! Había llegado la
hora de
disipar las tinieblas y abrirse paso hacia la luz: el Padre no era el invento de una mente enfermiza, o
de un soñador. El Padre es real, como la roca sobre la que estábamos sentados, o como los olivos
que nos observaban en la lejanía, desconcertados ante las hermosas palabras del Príncipe Yuy.
Lo miré, sobrecogido. Los ojos, color miel, se habían bebido el azul del cielo. Todo era suyo,
porque suya era la verdad. Y ardía en deseos de bajar al mundo y de proclamar ese «reino» tan
distinto, y distante, del que pretendían los seguidores de Yehohanan y del Mesías libertador. Un
«reino» del espíritu, que sólo podíamos intuir mientras permaneciéramos en la materia. El «reino»
del Padre, el que nos aguardaba después de la muerte: el gran objetivo, el único, el verdadero... Ese
era nuestro destino: un camino circular. Habíamos partido de Ab-ba y a Él volveríamos,
inexorablemente, una vez cubiertas las prodigiosas aventuras de la vida y de la ascensión por los
mundos del «no tiempo» y del «no espacio».
No comprendí bien, pero lo acepté. El jamás mentía. Si aseguraba que el verdadero destino, y
nuestra auténtica forma, es espiritual (entendida como energía o luz), yo lo creía. Además de
esperanzador, era lógico: el derroche de la vida sólo es comprensible en una «mente» (?) que
vive porque imagina...
Pero todo esto —la revelación del Padre Azul a los seres humanos— debía producirse paso a paso.
Lo he dicho alguna vez: la revelación es como la lluvia. El exceso o la sequía son perjudiciales. El
Maestro lo sabía muy bien. Era necesario esperar, meditar y, en suma, sujetarse a la voluntad del
Padre. Y creí entender el significado de las misteriosas palabras: ¿por qué el Hijo del Hombre
demoraba tan espléndido trabajo? A mi mente llegó un nombre: Yehohanan...
Tenía toda la razón. Si Jesús hubiera iniciado su período de predicación ese mismo lunes, 14
de enero, ¿qué habría sucedido? ¿Cómo hubieran reaccionado Abner y el resto de los
discípulos? Si el Maestro seleccionaba a sus propios íntimos, y arrancaba como predicador,
¿qué clase de reacción habría provocado en el grupo de Yehohanan? Los conceptos eran
opuestos. El vidente creía en un Mesías «rompedor de dientes», en un Yavé vengativo, y en un
«reino» bajo la hegemonía de Israel. El Maestro pretendía algo más trascendental y
revolucionario: despertar la esperanza... para siempre.
No me equivoqué...
El Maestro, inteligentemente, optó por la espera. Sí, paso a paso... El Destino sabía lo que hacía.
Francamente, no envidié su trabajo. Los propósitos del Hijo del Hombre, al menos en aquel
«ahora», estaban condenados al fracaso. El lo sabía y, aun así, se sometió al «principio
Omega». Recuerdo que le pregunté sobre el particular, y sonrió, con cierta amargura. «Es
preciso», fue su única respuesta. Y mi admiración creció. El estaba al corriente: los hombres
habían hecho un negocio de los dioses, incluido el del Sinaí, y no resultaría fácil. ¿Alzar la voz y
pregonar que existe un Padre, pero que nada tiene que ver con los treinta mil dioses del panteón
romano o con el Yavé que defendía la pureza racial? ¿Cómo
convencer a fenicios, egipcios, mesopotámicos, asiáticos o árabes, entre otros pueblos, de la
inutilidad de sus creencias y de lo estéril de las divinidades a las que temían? Y, sin embargo, El
prendió la llama...
Creía conocer el porqué, pero lo pregunté. Y Él, dócil, lo explicó como si fuera la primera vez.
Quizá lo fue (para mi «ahora»).
Todo tenía un origen único. Su encarnación en la Tierra era consecuencia del Amor.
—¿Amor?
Me observó, y me desnudó. Creo que enrojecí. Obvia mente, nos referíamos a «amores» muy
distintos...
Yo pensé en ella, pero me equivocaba. El se refería a otra clase de Amor (con mayúscula).
Mencionó la palabra áhab (más que enamoramiento).
Y torpe, como siempre, lo interrumpí. Mejor dicho, peor que torpe... No deseaba que
preguntara por Ma’ch, y me las ingenié para desviar la conversación. Eché mano de la
primera idea que cruzó ante mí. Y ocurrió que ese pensamiento fue la pequeña esfera de
piedra que guardaba en el ceñidor. La extraje y se la entregué, al tiempo que me interesaba
por su origen.
El Maestro no pareció sorprendido al recuperar la galgal, como llamó a la atractiva ortoclasa de la
«nube» azul. La examinó y empezó a juguetear con ella entre los dedos. Me arrepentí al instante. Si
la esferita escapaba de entre las manos, lo más probable es que se precipitara en el abismo...
Contemplé el fondo del acantilado, nervioso. Como dije, el precipicio era respetable: más de
ochenta metros...
Jesús, divertido, siguió mareando la galgal.
¡Vaya!...
Después, cansado del examen, inauguró otro juego: empezó a lanzarla de una mano a otra...
Pensé en rogarle que detuviera el inocente juego, o que me entregara la piedra. No fui capaz.
Finalmente, atento a los saltos de la ortoclasa, procedió a satisfacer mi curiosidad. La esfera le fue
regalada en uno de sus viajes secretos por Oriente. Creo recordar que habló de Tuspa, en Armenia,
en las proximidades del lago Van (actual Turquía oriental). Pero me hallaba tan desquiciado con
la posibilidad de que la esfera se escurriera, y fuera a estrellarse con las rocas del fondo, que
casi no presté atención.
—Esto —dijo— es un regalo...
Detuvo el juego y situó la esferita en la palma de la mano izquierda. Y allí la sostuvo,
meciéndola. La galgal pidió socorro, a su manera. Estoy seguro. Y poco faltó para que me
lanzara y la rescatara. Las «nubes» azules eran gritos. Pero la galgal, como Ma’ch, era otro
amor imposible...
Al menos se había calmado. Y continuó:
—Esto, querido mensajero, es una muestra del amor humano, pero es el áhab, el Amor del Padre, el
que lo ha hecho posible, y lo sostiene.
Entonces regresó a sus primeras palabras. Todo tiene un origen único, pero los humanos, limitados
en la comprensión de Dios, no sabemos distinguir. Una cosa es el amor humano y otra, muy
distinta, el ahab.
Cerró los dedos y ocultó la esfera. Entonces, pícaro, preguntó:
—Dime, mal’ak, ¿crees que tu «amiga» está ahí?
Lo miré, desconcertado. ¿Mi «amiga»?
Asentí con la cabeza, e intenté adivinar sus pensamientos. No lo conseguí. Olvidé que era un
Hombre-Dios.
—Pero si no la ves, ¿cómo puedes estar seguro?
—La he visto...
El Maestro sonrió, satisfecho. Y volvió a abrir la mano, mostrándome la galgal. Entonces, auxiliado
por el dedo pulgar, siguió agitándola sobre la palma. Y volvió el nerviosismo. Casi no recuerdo su
comentario. Sólo sé que la esfera peligraba, y que me lo transmitía en cada destello azul. El
abismo la reclamaba. ¿Qué podía hacer?
—Así funciona el Amor del Padre —creo que dijo—. Está ahí, pero no lo veis...
Y continuó jugando y zarandeándola. Iba de una mano a otra, o corría entre los dedos, yo diría que
tan aterrorizada como quien esto escribe.
Habló del áhab, y dijo cosas memorables, pero sólo retuve ideas. La voluntad, el corazón y mi
flaca inteligencia estaban en otro lugar. Curioso: me interesaba más el regalo, el amor
humano, que el creador, y sostenedor, del mismo. Así somos...
Dijo que el Amor del Padre era un «fuego blanco», la expresión que confundió a su hermano
Judas («Hazaq») durante la ceremonia de la inmersión en las aguas del Artal. «Del Nombre
—oyó— ha nacido el fuego del final.» ¿Fuego, o quizá blanco? Y habló del áhab como una
«llama» (labá) que no quema, que no es posible ver con los ojos materiales, pero que «incendia» la
nada y proporciona la vida. Dijo que ese Amor es la «sangre» de lo creado. Nace del Padre y circula
de forma natural, más allá del tiempo y del no tiempo, más allá del espacio y del no espacio. No es
Dios, pero procede de Él, y sólo Él es capaz de generarlo.Sus palabras me recordaron lo que, en
nuestro «ahora», conocemos como combustible. Eso podría ser el áhab divino: una gasolina
que mueve y da vida, y que es mucho más que amor. No se trataría de un sentimiento, tal y
como la mente humana lo interpreta, sino de mucho más: pura acción, puro combustible,
puro «fuego blanco» que corre por las «tuberías» de lo creado, y de lo increado, pura fuerza
(desconocida), sujeta a las leyes del universo del espíritu (más desconocido aún), pura
«gravedad» que mantiene y equilibra (totalmente ignorada). Ahora, en la distancia, me
arrepiento de no haber prestado mayor atención a sus palabras. Y doy vueltas y vueltas a lo
que manifestó, mientras practicaba el supuesto (Pg. 225)juego con la esfera de piedra, mi
«amiga». Entendí que el Amor, como la gasolina, huele, pero ese olor no es la gasolina. Hoy,
los seres humanos asociamos determinados sentimientos con el Amor del Padre. Estamos
convencidos de que su Amor es eso: sentimientos químicamente puros. Sí y no. Lo que creí
entender esque los sentimientos que identificamos como Amor divino no son otra cosa que una
consecuencia de esa misteriosa e imparable «fuerza» que brota de la esencia del Padre: el olor
respecto de la gasolina, como dije. Y todo, absolutamente todo, depende de esa «energía» (?) una
«fuerza» (?), insisto, que está fuera del alcance de la comprensión del hombre, como el arco iris lo
está para un ciego de nacimiento. No es posible aproximarse siquiera a la realidad del áhab, aquí y
ahora. En consecuencia, ¿cómo pretender injuriar o molestar, a ese Amor? ¿Es que un insecto está
capacitado para entender la naturaleza de un oleoducto y el sentido del mismo? Él lo insinuó: pecar
contra el Padre, contra el Amor, es tan pretencioso como ridículo. El hombre está capacitado para
ofender a sus semejantes, y a sí mismo, pero no a lo que está más allá de las fronteras de su
inteligencia. De ser así, ese Dios sólo sería un dios.
Y dijo que el Amor, esa segunda «gravedad» que lo cohesiona todo, sea visible o invisible, se
derrama sobre nuestra inteligencia, y surge la poesía, la solidaridad, el sacrificio, la bondad, la
genialidad, la tolerancia, el humor y, por supuesto, el amor. Es un «descenso» lógico, y natural,
previsto en las leyes fisicas de lo invisible. Utilizó la palabra najat («descender»). Es literalmente
correcto que somos una consecuencia del Amor, del áhab de Ab-ba. Somos porque Él desciende.
Somos porque el Amor nos «incendia», como no podría ser de otra forma. Por eso la justicia es
humana. En las «tuberías» de los cielos —eso entendí— sólo circula el Amor. La justicia implica
falta de Amor, y eso es inviable en el Padre. Jesús de Nazaret lo expresó con nitidez: «Cuando
despertéis, cuando seáis resucitados, nadie os juzgará. En el reino de mi Padre no existe la justicia:
sólo el áhab.»
El Amor, por tanto, sólo tiene una lectura: se derrama. Es la ley de leyes, la auténtica Torá. El que
la descubre, o la intuye, entra en el reino de la sabiduría. Y dijo: «El principio del saber no es el
temor de Yavé, como rezan las escrituras. Yo he venido a cambiar eso. El sabio lo es, precisamente,
porque no teme.» Esa fue otra de las claves a incluir en su «declaración de principios»: el miedo no
es compatible con el Amor. Él lo repitió hasta el agotamiento, e incluso lo gritó sin palabras al
resucitar.
Pero yo, pendiente del amor, casi no presté atención al Amor. La esperanza estaba a mi lado,
sentada en el borde del precipicio, pero no supe verlo...
Guardó silencio un rato y me dejó deambular entre los pensamientos, casi todos maltrechos por los
nervios. Después volvió el suplicio. Sin decir una sola palabra, lanzó la esfera al aire, a cosa de un
metro, y esperó la caída. La recogió con ambas manos, y con gran seguridad.
Mi corazón sí cayó al vacío, como un plomo.
Y repitió el juego.
Me hallaba al filo del abismo, y de un infarto...
Pero el Maestro, hábil, supo atraparla por segunda vez. Obviamente, no me percaté de la
secreta lectura del «juego»...
Sonrió, extendió la palma de la mano izquierda y me mostró la galgal. Los destellos azules eran
angustiosos, lo sé.
Entonces, en un tono grave, preguntó:
—¿Por qué te inquieta esta pequeña luz azul, si disfrutas de una infinitamente más intensa y
benéfica?
—¿Una luz? —balbuceé—. ¿Dónde?
Señaló mi pecho y, más serio, si cabe, proclamó:
—En el corazón...
No usó la palabra aramea leb, sino lebab, con la que indicaban «corazón y mente», como un todo.
Para los judíos, la mente residía en el corazón. En esos instantes, confuso por las peripecias de mi
«amiga», no detecté la sutileza del Hijo del Hombre. Pero ahí permaneció, inmutable, en la
memoria.
Ese no fue el único despiste. Tomé el comentario por las hojas y malinterpreté sus palabras.
Sabía que Él sabía lo de mi amor, y me rendí. Imaginé que la referencia a la «luz», en el
corazón, era una clara alusión a Ma’ch.
¿Una luz más intensa y benéfica? Ni siquiera me había atrevido a hablar con ella...
Era el momento. Lo supe. Tenía que vaciarme. Nunca más volvería a hablarle de aquel amor
imposible. Y lo hice. Él me dejó hacer. Escuchó atentamente. Se lo agradecí...
No sabía cómo había ocurrido. La vi en el tercer «salto» y me enamoré. Sus ojos me
acompañan desde entonces. Sabía que estaba condenado al silencio. Ni siquiera ella lo sabría
jamás, aunque lo sabía. Las miradas también pesan, también caminan, también hablan. Sobre
todo las de ella...
¿Qué hacer?
Por supuesto, no mencioné a Eliseo.
Sabía que regresaría a mi mundo, y que moriría sin que ella supiera de mis sentimientos. ¿O
sí lo supo?
Era, y es, toda mi vida, aunque no la vea...
Inspiré profundamente. Me sentí notablemente aliviado.
Él, entonces, me abrazó con la mirada, y, apacible, habló así:
—Querido mal’ak, te contaré algo...
Fue así como supe de «K», alguien de quien ya había oído hablar por Jaiá, la esposa del
anciano Abá Saúl, y por Yu, el chino. Este último la llamaba «Kui».
Escuché con especial atención y, estoy seguro, también lo hicieron los cielos, y los olivos, y las
colinas de Beit Ids. Todos prestaron oído a una historia que, probablemente, es cierta.
«K», o «Kui», era una criatura perfecta, imaginada por el Padre Azul. Hoy la identificaríamos con
un ángel, pero, a juzgar por las palabras del Maestro, era mucho más. No importa. Yo la imaginé a
mi manera, y Él asintió. Por mucho que pudiera acertar, siempre me quedaría atrás. «K» no era
varón, ni tampoco hembra. Era, simplemente. Reunía en su naturaleza —no material— todo lo que
podamos estimar como complementario: luz y ausencia de luz, sonido y silencio, realidad y
promesas, yo y tú, el uno que produce dos, la fuente que mana hacia el exterior y, sobre todo, hacia
el interior, el haber y el no haber, el áhab que se basta a sí mismo, pero que no puede detenerse, lo
cerrado, que sólo puede ser concebido si está abierto, la quietud y la aspiración, lo que actúa sin
actuar, lo amarrado y lo instintivo, la mitad de cada sueño, la libertad y el Destino, lo inminente que
nunca es lo que vemos que, a su vez, nos ve, pensar y ser, el rojo del «adiós» y el azul del
«vamos»...
El insistió en el término qéren, que podríamos traducir por dual o dualidad. «K», en definitiva, sería
lo que hoy entendemos como un ser (?) con la propiedad de presentar, o poseer, dos estados
diferenciados e, incluso, opuestos, y mucho más...
Pero un día (?), «K» descubrió que existen el tiempo y el espacio, a los que jamás tuvo acceso.
Sintió curiosidad y quiso experimentar. Y se asomó al tiempo. Entonces ocurrió algo nuevo: «K» se
dividió en dos. Una parte se hizo mujer; la otra apareció como un varón. Eran las reglas del juego.
Si deseaba vivir en el tiempo —es decir, en la imperfección—, tenía que aceptar la nueva dualidad (
siempre vive en el «Dos»). Y muy a su pesar, «K» mujer, y «K» hombre, siguieron rumbos
distintos. A veces coincidieron y vibraron, pero los encuentros fueron breves, y la vida terminó
distanciándolos. Ella lo añora, y él, a su vez, la mantiene viva en su corazón, pero ninguno de los
dos conoce el secreto de «K». El juego prohíbe la reunión definitiva, al menos en los mundos
materiales. Él vive, y ella vive igualmente, y experimenta. Ella crece, y él crece. Ella lo ama, y él la
ama, pero no saben por qué. Ignoran que fueron, y serán, «K». Y(Pg. 227) llegará el momento en el
que mujer y hombre retornarán a su primitivo estado —la forma espiritual— y serán «K». Entonces,
a su áhab natural, habrá sido añadida la vivencia humana, el amor, con minúscula.
Mensaje recibido.
Y me atreví a preguntar:
—¿ «K» existe?
La respuesta fue rotunda:
—Itay! (¡Existe!)
—¿Y qué lugar es ése?
—No es un lugar, mi querido mal’ak: «K» no vive en el tiempo y en el espacio. De nuevo debo
aproximarme a la realidad, pero no es la realidad. «K» vive en la eternidad...
Y empleó el término ‘alam, que en arameo quiere decir «tiempo remoto», en una aproximación,
efectivamente, al concepto de eternidad.
Jesús advirtió mi sorpresa, y matizó:
—Todos seréis «K» algún día. A eso he venido: para anunciaros la esperanza. En realidad, la vida
es un sueño..., pasajero. Cuando llegue el momento, tú, ella, todos, recuperaréis lo que,
legítimamente, es vuestro...
Y puso especial énfasis en la palabra «legítimamente».
—¿Comprendes?
Negué con la cabeza. Estaba aturdido. Lo único que flotaba en mi corazón es que, si la historia
de «K» era cierta, y Él, insisto, nunca mentía, mi amor por Ma’ch sí tenía sentido. Era
imposible, pero sólo en el tiempo. Si ella y yo éramos «K», ella, o yo, esperaríamos en el ‘alam,
en la eternidad.
—¿Comprendes por qué, al descubrir la esperanza, descubres que lo tienes todo?
Y recordé la plancha de madera, obsequio de Sitio, la posadera del cruce de Qazrin: «Creí no
tener nada —había grabado a fuego—, pero, al descubrir la esperanza, comprendí que lo
tenía todo.»
Y creí entender, igualmente, el significado del extraño sueño de Jaiá, la mujer de Abá Saúl, en
el que se presentó un doble Jasón: el viejo, vivo, y el joven, muerto. «Entonces —explicó
Jaiá—, el anciano Jasón habló..., y dijo:
“El amaba a ‘K’ y yo también.” Los dos la amábamos, lógicamente...» Pero ¿cómo pudo soñar
algo así?
¿Cómo supo...?
El Maestro leyó mis pensamientos, y sonrió, malicioso. Y se adelantó a mi pregunta:
—Yo no sé nada... No soy un tzadikim. Sólo soy... Dudó. Lanzó la esferita de la «nube» azul hacia
lo alto, pero, en esta tercera oportunidad, fui yo quien adelantó las manos, y la atrapé.
—Sí, lo sé —intervine, feliz por la captura—, sólo eres un Dios sin experiencia. ¡Un peligro...!
Jesús mantuvo la sonrisa y, cómplice, añadió:
—Sólo recién llegado... Un Dios recién llegado, como sabes mejor que nadie... Y tienes toda la
razón: en breve, seré un peligro...
Le devolví la ortoclasa y continuamos hablando. Fue una jornada muy instructiva. Allí, en la
roca de los znun, confirmé lo que había intuido: Beit Ids no era un lugar de paso. Beit Ids fue
seleccionado, minuciosamente, para «calentar motores», si se me permite la expresión
aeronáutica. En aquel olvidado paraje, lejos de todo, y de todos, en la única compañía de la
naturaleza, de los badu y de un loco ( ¿o (Pg. 228) fuimos dos?), el Hijo del Hombre acometió
la preparación de su gran sueño: descubrir la cara amable de Ab-ba, la única posible. Fueron
treinta y nueve días de reflexión, de constante comunicación con el Padre de los cielos, y de lo
que El llamó el At-attah-ani. No he logrado traducirlo, y dudo que exista una aproximación
medianamente certera, salvo para los grandes iniciados. Descomponiendo la expresión
aparecen at (pronombre femenino que significa «tú»), attah (pronombre masculino, que
también quiere decir «tú») y ani («yo»), todo ello en hebreo. At, en arameo, es una palabra de
especial significación en lo concerniente a la expectativa mesiánica. Simboliza el «milagro», el
«prodigio», o la «señal» que acompañaría a dicho Libertador de Israel. Pues bien, por lo que
alcancé a comprender —y no fue mucho—, el At-attah-ani consistió en un «proceso» (?) por el
que el At (lo Femenino, con mayúscula) aprendió (?) a convivir (?) con el attah (lo masculino), con
un resultado «milagroso»: un ani (yo), integrado por la doble naturaleza anterior: la divina y la
humana. Quedé tan perplejo como confuso. Fue otro de los misterios que no me atreví a
destapar. Él lo dijo, y yo lo creo. Durante esas casi seis semanas en Beit Ids, las naturalezas
humana y divina del Hombre-Dios aprendieron (?) a convivir y a ser «uno en dos». Ese fue el
«milagro»: el «tú» (femenino) y el «tú» (masculino) se reunieron en una sola criatura, y
apareció el Hombre-Dios. Como dije, escapa a mi ridícula comprensión, y ahí quedó, como un
acto de confianza en la palabra de un amigo.
…De todas formas, lo pregunté. Me quedé más tranquilo:
—¿Deseas que te acompañe, Mareh («Señor»)? No molestaré. Sólo te serviré, silo permites.
Mientras tú meditas, mientras haces At-attah-ani, mientras hablas con el Padre, mientras
preparas la buena nueva, yo cuidaré de lo pequeño. Haré fuego. Conseguiré alimentos. Lavaré
la ropa. Estaré atento para que nadie te moleste. Velaré por tu seguridad...
Dejó que me explayara.
—... Con una condición...
Me miró, divertido.
—No más ayunos... involuntarios.
Sonrió con dulzura y asintió en silencio.
—Yo seré el ángel que te sirva...
—No sólo me parece bien, sino, incluso, necesario. Haz como deseas, puesto que lo deseas con el
corazón.
—Y otra cosa —lo interrumpí—, no más apariciones y desapariciones. Siempre deberé saber
dónde estás...
—Tienes razón —comentó con un punto de ironía—, las apariciones y desapariciones son otro
capítulo...
En cuanto a mi seguridad, no temas, mal’ak...
Señaló al cielo y me hizo un guiño, al tiempo que proclamaba:
—Mi gente está ahí, pendiente...
¿Su gente? Y asocié las palabras a las misteriosas «luces» que había contemplado. Pero no
indagué. Fue lo más cerca que estuve de la verdad. Ni Él se extendió jamás sobre el particular,
ni este torpe explorador insistió en el enigmático asunto. Creo que tampoco hace falta. El
hipotético lector de estas memorias sabrá interpretar esos «signos» en los cielos, siempre tan
oportunos...
(Pg. 229)
En suma, la estancia en las colinas de Beit Ids fue un período de especial importancia para el
Hijo del Hombre, en el que, entre otras cosas, hizo At-attah-ani, algo jamás mencionado y
que, desde mi humilde punto de vista, aclara el porqué de su retiro, tras la inauguración
«oficial» como Hombre-Dios.
El Maestro, siempre considerado, tomó el desayuno y desapareció sin ruido.
Era lo pactado. El se dirigiría a las colinas, y retornaría antes de la puesta de sol.
Inspeccioné a mi alrededor y me llamó la atención una de las tablas de agba, la tola blanca
que se acumulaba en uno de los extremos de la caverna. El Galileo había pintado algo sobre
ella, y la depositó en la cabecera de la manta sobre la que dormía este explorador. Utilizó uno
de los carbones del hogar. En arameo y hebreo se leía: «Te dejo con la nitzutz. Estaré con mi
gente.»
Nitzutz, la única palabra en hebreo, podía ser traducida como «chispa», pero no en el sentido
de chispa eléctrica, partícula incandescente que nace de una fricción, o de algo que se está
quemando, o destello luminoso, sino como una «vibración» (?) producida por la letra yod, la
primera del Nombre santo. Esa yod tenía «vida», y, según los iniciados, la «oscilación» la
convertía en una de las letras más agudas y más cercanas a la divinidad. De hecho, como digo,
forma parte del Nombre o Tetragrama: YHWH (Yavé) o ‫ חךח‬, en hebreo.
¿Me dejaba, con la nitzutz. ¿Qué quiso decir?
... Lo vi feliz. Procedía del nordeste, probablemente de la colina «778». Traía una vieja
canción en los labios. La recordaba del mézah, el astillero de los Zebedeo en el yam: «Dios es
ella... Ella, la primera hé.. . » Me miró, sonriente, y entró en la caverna. Y seguí oyendo la canción:
«... la que sigue a la iod... Ella. . . » ¿Qué significaba la misteriosa letra? ¿Dios es ella? Lo había
pensado en el astillero: ¿Dios es una mujer? Tenía que preguntarle.
Cruzó ante mí y, a juzgar por lo que cargaba, deduje que deseaba tomar un baño.
«... Ella, la hermosa y virgen..., el vaso del secreto... Padre y Madre son nueve más seis... » Y lo vi
alejarse por el bosque de los almendros, en dirección al wadi que corría algo más abajo.
Era increíble. Parecía adivinar mis pensamientos. Conforme se distanció, el Maestro alzó la
voz, como si deseara que no perdiera detalle del cántico...
«¡Dios es ella! .—retumbó la voz profunda del Galileo entre los perplejos árboles de la “luz”—.
Ella, la segunda hé, habitante de los sueños... »
Finalmente, se perdió por el desnivel y, entre las flores blancas y rosas, quedó prendido aquel
extraño «Dios es ella»...
El sol, tan atónito como este explorador, optó por desaparecer, y yo le di los últimos toques a
las verduras, al hummus, el sabroso puré de garbanzos, especias y aceite, y al felafel, otro
plato típico de los badu, consistente en jugosos filetes de caza. Sólo eché de menos el vino, pero
todo se andaría...
Cuando retornó, el Maestro se había cambiado de túnica. Ahora lucía la blanca, sin costuras, su
vestimenta habitual, y yo diría que favorita; la túnica regalo de su madre, la Señora, testigo de sus
mejores y de sus peores momentos. Se inclinó sobre el guisote de verduras y, tras olerlo, me hizo un
guiño de complicidad. Y exclamó:
—Esto sí que es gloria...
Lo perdí en la oscuridad del túnel de la caverna. Y quedé pensativo. Yo juraría... Al regresar,
lo confirmé. El Maestro se había perfumado con el kimah. La fragancia dominante era la del
sándalo blanco. Y todo, a su alrededor, quedó conquistado por una paz que no percibí hasta
esos instantes.
Yo fui el primer afectado, sin duda. A lo largo de esa noche, mientras permanecí a su lado, la
pesadilla del robo del cilindro desapareció. Fui otra persona. Me sentí sereno, relajado, y con la
felicidad sentada en mis rodillas, como pocas veces había sucedido. A partir de ese día, el olor a
sándalo en el Hijo del Hombre fue sinónimo de paz interior, o viceversa: ¿su intensa serenidad
estimulaba el aceite esencial de sándalo?
Traía una de las maderas de agba en las manos. En ella, como dije, había escrito: «Te dejo con la
nitzutz... »
Cenamos. Al principio, en silencio. La paz tiene esa ventaja: se expresa mejor sin palabras.
Después, sin preguntarle, colmó mi natural curiosidad, detallando lo hecho en la roca de los
znun: fundamentalmente, hablar con su Padre, y hacer At-attah-ani. Se sentía lleno, y
dispuesto a regalar. Yo fui el afortunado, en esos momentos, y así lo he trasvasado a este
diario. Ojalá disponga de la inteligencia suficiente para saber transmitir tanta esperanza...
Nitzutz, como intenté explicar, es una palabra hebrea, no demasiado clara, ni siquiera para
los tzadikim, o iniciados en la sabiduría secreta de los textos santos. ¿Por qué la escribió en los
restos del barco del sheikh? ¿Qué quiso decir? ¿Por qué me dejó con la «chispa»? ¿Qué era
esa «chispa o vibración» para el Hombre-Dios?
Pregunté, por supuesto, y Jesús rememoró los lejanos tiempos de Nazaret, cuando casi era un
adolescente.
Ahora, mi discreta reprimenda en la peña de la «oscuridad» le trajo recuerdos. ¿Reprimenda? Sólo
recordé una cariñosa amonestación: «No más ayunos... involuntarios, y no más apariciones y
desapariciones.» José, su padre terrenal, también lo reprendió en alguna oportunidad, como
consecuencia de sus escapadas a la colina del Nebi. Fue así como nació un juego, ideado por José,
para saber qué hacía su imprevisible primogénito. Cada mañana, si Jesús se ausentaba de la casa,
tenía que escribir una palabra, o una frase, que identificara el lugar al que pretendía dirigirse, o los
propósitos de esa jornada. Y el juego terminó por convertirse en una especie de adivinanza. Jesús
escribía una palabra, y el resto de la familia tenía que interpretarla. A la hora de la cena, dialogaban
y discutían sobre la cuestión planteada. La mayoría no sabía qué decir, y se quedaba como una
estatua. De ahí el nombre final del juego: («estatua»). El joven Jesús era el que más se divertía...
Y de esta forma, sin querer, entré a formar parte del selem muchos años después. El lo agradeció, y
yo, infinitamente...
Cada mañana, al partir, el Maestro dibujaba en una de las maderas de tola blanca y me proponía una
adivinanza. ¿Una adivinanza? Yo diría que mucho más que eso... Fue una experiencia única, del
lado del secreto o tzad.
«Te dejo con la nitzutz.. . »
Agitó las llamas con la tabla que le había servido para el selem y cuestionó, al tiempo que elevaba
los ojos hacia el firmamento:
—¿Crees que lo que distingue al ser humano es su inteligencia?
Siguió con la vista fija en las estrellas. Parecía esperar algo...
—Yo diría que sí...
La afirmación no resultó muy convincente, lo reconozco. Tampoco sabía qué se proponía.
Quien esto escribe sólo preguntó por el significado de la «chispa».
El percibió el recelo, y fue directo:
—Ha llegado el momento de abrir tus ojos. Eres un mal’ak, y deberás transmitirlo...
Asentí en silencio, pero con la atención puesta en las constelaciones. ¿Se presentarían las
«luces» de nuevo?
¿Era eso lo que aguardaba? Creo que el ser humano, en efecto, no tiene arreglo...
—La nitzutz, te lo dije, está en el interior...
La oscuridad disimuló mi torpeza. Una vez más, no prestaba atención a sus palabras...
—¿Por qué te inquietan las luces, si disfrutas de una infinitamente más intensa y benéfica?
Él, entonces, la jornada anterior, al filo del precipicio, hizo alusión a la «nube» azul, a la luz
de la galgal. Tenía razón. En esos instantes, este explorador se hallaba pendiente de otras
luces...
Y repetí lo ya planteado en la roca de los znun:
—¿A qué te refieres, Señor? ¿Una luz en mi interior? No comprendo...
Y Él, efectivamente, me hizo el mejor regalo que pueda recibir un ser humano: la «chispa» —
también utilizó la expresión nishmat hayim o «Espíritu de origen divino»— es el Padre, en
miniatura. La «chispa», (Pg. 238) o «vibración», es lo que realmente nos distingue del resto de lo
creado. La llamó también «regalo celeste» y «don del fuego blanco» (!).
—Estás hablando de la «luz» de la Torá —lo interrumpí como un perfecto estúpido—. El
libro de los Proverbios dice que «ella es luz» (6, 23).
—No, querido mensajero. La «luz» de la que te hablo no puede ser generada por el hombre. En
realidad, no es «luz». Te lo he dicho, pero sigues pendiente de otras luces. La «chispa» es Él, que
desciende. Otro gran misterio: lo más grande, en lo más pequeño. Cada ser humano la recibe. Cada
ser humano es depositario del Número Uno. ¿Recuerdas? El Amor (Áhab), lo que sostiene lo
creado, concentrado en el interior: el Padre (Ab) y el Espíritu (lié) en el corazón y en la mente
(lebab).
—¿Estás insinuando que el Padre está en mí?
—No insinúo, querido mal’ak: afirmo. Esa «chispa» es y no es Dios...
Sabía que no entendería, y acudió, presuroso, a un ejemplo:
—Lo que recibes, ese regalo azul, es el Padre, pero no lo es, de la misma forma que una gota de
agua pertenece al océano, pero no es el océano.
El habló de esto en las cumbres del Hermón, pero no con tanta minuciosidad.
—¿Una gota de Dios? ¿Y por qué en algo tan torpe y primitivo como yo?
Sonrió, malicioso, y replicó:
—Los filetes de felafel estaban en su punto...
Desistí. Ya lo había dicho: la presencia de la «chispa», o de la «vibración divina», o de la gota
azul, era el misterio de los misterios. El sabía por qué, pero no era el momento de revelarlo.
Tampoco era la clave.
Desde mi humilde parecer, lo importante era la revelación en sí misma: ¡el ser humano es
portador del Padre! Para ser fiel a sus palabras: ¡portador de una fracción, de una «chispa»,
del Amor!
Y continuó hablando, lleno de ternura...
Esa «chispa», como dijo, nos distingue. Es la envidia de las criaturas que viven en la perfección.
Sólo «desciende» en los seres del tiempo y del espacio. Algunos «K» —insinuó— se asoman a la
imperfección de lo material para llegar a sentir al Padre en su interior...
Entonces, al formular las siguientes preguntas, noté que el perfume cambió. La esencia de
sándalo blanco se extinguió, y percibí un claro e intensísimo, perfume a mandarina. ¿Estaba
Yu en lo cierto? Y el refrescante olor fue asociado en mi memoria a otro sentimiento: el de la
ternura.
—Nunca pude imaginarlo... No es la inteligencia lo que nos distingue del resto de lo creado,
sino Él... ¿Y cómo se instala? ¿Cuándo llega? ¿Cómo puedo saber...?
Solicitó calma. Paso a paso. Volvió a elevar el rostro hacia el cielo, y meditó unos segundos.
Supuse que no era fácil...
Me miró de nuevo y, en silencio, me entregó la madera de tola. La recibí, sin saber qué se proponía.
—¿Recuerdas tu niñez?
—Por supuesto, Señor...
—Bien, imagina que tienes cuatro o cinco años, e imagina que tienes un palo en las manos...
Empecé a temblar. Algo intuí... Y prosiguió, con un brillo especial en la mirada:
—Ahora supón que soy un perro...
—Pero...
(Pg. 239)
El Maestro dibujó una sonrisa e intentó tranquilizarme.
—Sólo es un suponer...
—Está bien. Ya lo veo: eres un perro...
—¡Vaya, qué rápido! Pues bien, ¿cuál crees que sería la reacción normal en ese niño?
Esta vez, la sonrisa apareció en mi rostro. Levanté el trozo de madera y simulé que lo
golpeaba.
Jesús reforzó la sonrisa, y exclamó:
—¡Pégame!
—¿Cómo dices?
—¡Que me pegues!
—¡De eso nada...!
Mantuvo la maliciosa sonrisa, e insistió:
—¡Pégame!
Palidecí. ¿Estaba hablando en serio? Y observé cómo su sonrisa se deshacía... Me negué,
nuevamente.
—Recuerda que eres un niño, con un palo, y yo, un perro...
—¡Ni hablar! ¡No lo haré! Y arrojé la madera a las llamas. El, entonces, aclaró:
—Ese niño ha tomado una decisión, ¿no te parece? Asentí, todavía con el susto en el cuerpo.
—Pues bien, mi querido mal’ak, ésa es la respuesta a una de tus preguntas: ¿cuándo llega la «chispa
divina» al ser humano? Cuando el niño toma su primera decisión moral: «No pegaré al perro,
porque no es correcto... »

—Interesante, Señor...
Jesús lo notó. Dejó de contemplar la tola, devorada ya por las lenguas rojas, y me miró,
aparentemente sorprendido.
—¿Conoces el tema? ¿Te he hablado de la «chispa»?...
—Sí —repliqué mecánicamente—, una vez, o quizá dos...
Las «luces» se reunieron en la estrella Spica, y allí se mantuvieron, inmóviles y camufladas.
—Esto es preocupante —se lamentó el Maestro—. Ahora resulta que no recuerdo lo que digo...
—No, Señor, es que una de las alusiones fue... Mejor dicho, será...
(Pg. 240)
Me detuve, perplejo. «Será en el futuro», estuve a punto de decir. Y opté por guardar silencio.
Mi mente no daba más de sí... La tola blanca se consumió, y quien esto escribe formuló un
pensamiento en voz alta:
—Ahora comprendo: «Te dejo con la nitzutz... Estaré con mi gente. »
Jesús asintió, feliz.
Ninguno de los dos lo expresamos, pero sé que tuvimos el mismo pensamiento: su «gente» eran los
de las «luces»...
—¿Decías?
—Pensaba en tus ángeles...
—¿Pensabas en ti mismo?
—No exactamente, pero...
—Regresa a la «luz» principal, y olvida las otras...
Mensaje recibido.

Sí, todavía flotaban muchas dudas en mi corazón. Y, de pronto, movida por esa «fuerza» (!)
que siempre me acompaña, apareció en la mente la imagen de Amar, el anciano
desequilibrado que me acompañó en el ascenso a la colina «778». Era una buena pregunta, y
se la formulé con crudeza: ¿qué sucede con los seres humanos que no disfrutan de la
capacidad de tomar decisiones morales? Los hay a millones. ¿Qué debía suponer ‘respecto a
los niños con deficiencias psíquicas? ¿Los habita la «chispa»?
El Maestro me reprochó la duda. No lo dijo así, pero lo sé.
—¿Crees que el Padre olvida a los mejores? Para ocupar esos puestos es preciso mucho valor... Casi
todos son «K».
Y añadió, rotundo:
—En esos casos, el Amor desciende mucho antes... Me sentí avergonzado, y cambié de asunto.
—¿Y dónde reside ese fragmento del Padre?
El Maestro iba de sorpresa en sorpresa. Movió la cabeza, negativamente, y preguntó a su vez:
—¿Por qué malgastas tu tiempo con esas cuestiones? ¿Qué importa cuál sea el escenario en el que
habita la nitzutz? Te lo dije allí arriba...
Y señaló hacia la peña de la «oscuridad».
Cierto. Él mencionó el interior (lebab). Más exactamente, el corazón y la mente, a un tiempo.
Y, obstinado, insistí:
—Pero ¿dónde?
Jesús, que no deseaba retroceder, decidió despabilarme:
—Si tú me dices dónde reside la inteligencia, yo te diré en qué lugar permanece la «chispa»...
Utilizó el término arameo sokletanu, y muy hábilmente. Sokletanu era sinónimo de
«inteligencia», pero en el más amplio sentido de la expresión: capacidad para sobrevivir,
sentido de la intuición, posibilidad de expresión en territorios como el de la belleza, la justicia
o la generosidad, y facultad de comprensión.
Era imposible. Ni siquiera hoy, en nuestro «ahora», se sabe con seguridad qué es la
inteligencia y, mucho menos, dónde descansa. Me rendí. Estaba claro que eran otras las
cuestiones que merecía la pena plantear...
—¡Y para qué sirve? ¿Qué gano al recibirla en mi mente?
(Pg. 241)
Jesús rió de buena gana. Supongo que me consideró incorregible. La verdad es que no fue una
trampa. Lo de la «mente» se me escapó, sin más. ¿O fue el subconsciente?
—Está bien... tú ganas: en la mente...
—¿En la mente? Pero eso es como no decir nada...
Guardó silencio, divertido. En realidad, siempre era yo quien resultaba desconcertado en
aquellos juegos dialécticos. Mejor dicho, en aquellos supuestos juegos dialécticos.
El Maestro recuperó el rumbo de la cuestión, y replicó:
—¡Me asombras, querido mensajero! ¿Podrías decirme para qué sirve que vosotros hayáis
«descendido» hasta aquí?
No tuve palabras. Le asistía la razón. Aun así, haciéndose cargo de mi profunda ignorancia,
maravillosamente compasivo, me proporcionó algunas pistas:
—¡Él es el Amor!... ¡El te ha escrito en la eternidad!... Fue subrayando las expresiones, y dejando
que me empaparan lentamente. Creo que no he olvidado ninguna...
¡Eres suyo!... ¡Le perteneces, porque El te ha imaginado, y eres!...
Su asombrosa seguridad penetró hasta los huesos.
Dame una razón: ¿por qué tendría que olvidar lo que es suyo?
Silencio. Si era así, lo lógico es que esa fracción divina me habitara. Pero había más.
—¿Qué ganas al recibirla... —inició una pícara sonrisa y terminó la frase— en tu mente?
—Ni idea.
—De nuevo me veo obligado a aproximarme, sólo aproximarme, a la realidad, no lo olvides...
Aguardé, impaciente, al igual que las «luces» que se escondían entre los destellos azules de
Spica. Ellas, como yo, no estaban allí por casualidad...
—El descenso del Padre en el ser humano provoca el nacimiento de otra criatura, de la que
hablamos en el Hermón: el alma inmortal.
Lo recordaba. El se refirió a la nis’mah («alma», en arameo) en una de las inolvidables
conversaciones en la montaña sagrada, a lo largo de la última semana en el campamento, en
agosto del año 25.
—El alma —comenté—, una criatura interesante...
—Una «hija» de la «chispa», aunque ella no lo sepa, de momento...
—¿Qué quieres decir?
Tuvo que hacer un nuevo esfuerzo, lo sé. Las realidades que estaba enumerando no
pertenecen al mundo de lo visible y, en consecuencia, no hay conceptos que puedan vestirlas.
Se ajustó al mundo de los símbolos, el más adecuado, aunque lejano...
—El alma, como un bebé, nace ignorante, aunque amorosamente abrazada por el Amor. Necesitará
tiempo para dar sus primeros pasos, ser consciente de quién es, y hacia dónde dirigirse. Como te
digo, al aparecer, el alma no sabe que es inmortal. Lo descubrirá, pero antes debe ocuparse de
crecer. Ella será el recipiente que acogerá la personalidad del nuevo ser humano. Ella es la
materialización del nuevo hombre, o de la nueva mujer...
Algo sabía al respecto, pero quise oírlo de sus labios. El jamás mentía...
—Alma inmortal...
El Maestro, consciente de la trascendencia del momento, dejó correr los segundos.
(Pg. 242)
Empezó a notarse el frío de la noche. Me levanté, entré en la cueva y me hice con una de las
mantas. Retorné frente al fuego, y cubrí los poderosos hombros del Hijo del Hombre.
Después, repetí el comentario...
—Alma inmortal. Eso quiere decir que, una vez imaginados, vivimos para siempre...
El Galileo aproximó las palmas de las manos a la hoguera y dejó que el calor lo recorriera. Me miró
con dulzura y percibí el perfume del kimah, como una ola...
—Sí, lo hemos hablado... La inmortalidad es uno de los regalos del Padre. No depende de nada. Es
un regalo del Amor. Como te he mencionado, el Amor actúa, sin más. No precisa condiciones. No
pide nada a cambio. No pregunta, ni tampoco espera respuesta. El Amor sabe. El Amor te cubre, y
te arropa, porque sí...
Inspiré profundamente y me dejé embriagar por aquella esencia. El jamás mentía...
Y, sin palabras, lo abracé con la mirada, tal y como El tenía por costumbre. Aquel Hombre
me devolvió la esperanza. Ahora sí lo tengo todo...
¡Inmortal!
Y redondeó:
—Inmortal, aunque ella no lo sepa, o no lo acepte. El alma está destinada a Él. Terminará donde
empezó, aunque no lo entienda. Ella ha sido dotada de lo necesario para elevar al hombre por
encima de lo material y, muy especialmente, para buscar el Origen. Con ella nace el pensamiento.
Ella es el naggar del barco interior. Ella es la responsable de la arquitectura de la personalidad. Ella
está preparada para buscar, aunque no sepa qué. La «chispa» le ha concedido el magnífico don de la
inquietud, y no descansará hasta que descubra quién es realmente, y de dónde procede. Ella está
sujeta a la razón, pero sólo hasta que decida poner en funcionamiento lo que tú llamas «principio
Omega»: hacer la voluntad del que la ha creado... Entonces, el alma será también intuitiva, e
iniciará la magnífica aventura del sabio que, además, sabe quién es.
(Pg. 243)
Y el Maestro continuó saciando la curiosidad de quien esto escribe. El gran regalo del Amor
—la «chispa»—, como habrá intuido el hipotético lector de este diario, era uno de sus temas
favoritos. Cuando hablaba de Él, no existía tiempo, ni medida. Ahora lo comprendo. Es la
«llave maestra» que abre todos sus mensajes. El Padre nos imagina —El sabe por qué—,
desciende sobre nosotros, nos habita, nos regala una alma inmortal, y nos lanza a la más prodigiosa
de las aventuras: buscarlo.
« ¿Qué gano al recibir esa “chispa” en mi mente?»
Y siguió enumerando las ventajas...
Esto es lo que recuerdo:
La «chispa» o nitzutz —así lo entendí—, es una criatura (?) que contagia, por naturaleza. ¿Y qué
transmite el Ahab o Amor? Todo, menos miedo. Por eso, el miedo sólo es viable en aquellos que
todavía no han descubierto la «chispa». Para el que sabe que está ahí, en el interior, o,
sencillamente, la intuye, la bondad es lógica, la acción es continua, la serenidad es irremediable, la
misericordia es el paisaje, y la inteligencia es el «principio Omega». La «chispa» —insistió— lo
contagia todo. Es su característica. El es así. Y no hay antídoto. La inmortalidad no tiene retroceso,
ni funciona con condiciones. Eres o no eres.
La nitzutz, o «vibración» del Padre Azul, es una jugada maestra. El desciende, y controla. El vive
porque tú vives. El recibe y emite, del Padre, y hacia el Padre. Hoy la llamaríamos «baliza divina».
El conoce cada milímetro de tu recorrido, porque así lo (te) imaginó, y porque lo hace contigo. El
sabe del número total de tus parpadeos, porque los cuenta. El sí tiene información de primera mano.
El sabe cómo te llamas, aunque nunca te reclamará. Eres tú quien debe descubrirlo. Será el hallazgo
de los hallazgos. Entonces comprenderás todos los «por qué». El sólo lleva las cuentas de tus dudas,
y cada una lo considera un éxito. Si Él deseara la certeza en tu corazón, no habría permitido que te
asomaras al tiempo y
al espacio. Él es el misterio, desgranado.
La «chispa» es el «piloto» del alma inmortal. Ella gobierna en el silencio, y en la profundidad de las
emociones. Ella es la fuente de los sentimientos. Ella es la que susurra la piedad, y la que inspira la
confianza. Ella es la intuición, la mirada del Padre. Ella es el cristal que te permite distinguir la
belleza.
Ella es el Espíritu que te mueve hacia los territorios de la generosidad. Ella es la voz que
confundimos con la conciencia. ¿Desde cuándo la mente tiene voz? Ella mantiene el rumbo de tu
destino, aunque no lo comprendas, ni lo aceptes. Ella, finalmente, te dejará el timón cuando la
descubras (cuando comprendas).
La nitzutz es tu mar interior. En todos los seres humanos es diferente. En algunos, serena. En otros,
bravía. Puedes navegarla, bucearla y, sobre todo, disfrutarla. Si la dejas hablar, serás un sabio. Por
eso, al descubrirla, los hombres enmudecen. Y el silencio es la mejor de las respuestas. Ella es otro
mundo (el verdadero), sin salir del tuyo. Ella es el «reino de los cielos», del que tanto habló el
Galileo, y que muy pocos comprendieron. Ella no es Yavé, ni remotamente...
La «chispa» no es definible, como no lo es lo inmaterial. Lo «sin fin» no puede ser amarrado con
las cuerdas del entendimiento humano, que siempre tiene fin.
Todo cuanto me reveló es tan aproximado a la realidad como Omaha al sol. Pero mi deber es
transmitirlo...
Y dijo también que la «chispa» —el gran regalo del Padre— es lo que queda cuando te han
abandonado, o cuando estimas que el fin te ha alcanzado. Con la «chispa», la soledad nunca es
negra, ni rabiosa. Ella siempre parpadea en algún momento, y hace el milagro: la esperanza está a tu
lado, pendiente, y convierte la supuesta negrura en penumbra. Somos tan limitados, y poderosos, a
un tiempo, que creamos la oscuridad y, en el colmo de lo absurdo, nos la creemos. «Chispa» y
oscuridad son incompatibles. «A eso he venido —repitió una y otra vez—. Ésa es la buena nueva: el
Padre está en el interior, hagas lo que hagas, y seas lo que seas... »
La nitzutz no depende de tu voluntad. Ella desciende, sin más. Eso es un Dios de lujo. No hay
trueque.
Las condiciones las pone el hombre y, obviamente, se equivoca. El Padre no requiere, ni necesita,
no (Pg.244) exige, ni tampoco espera. La «chispa» es suya, y a Él retornará cuando concluya la gran
aventura del tiempo y del espacio. E insistió:
—¡Confía!
Es la «chispa» la que te hace fuerte, inexplicablemente. Es del azul del Ahab de donde bebes, y del
que consigues la fuerza de voluntad, incluso cuando caminas detrás de ti mismo...
Es Ella el tronco del que florece la intuición. Cuanto antes la descubras, más y mejor disfrutarás de
la característica humana por excelencia. Cuanto más próximo a la «chispa», más intuitivo. Cuanto
más intuitivo, más certero. Cuanto más certero, menos necesitado de la razón. Cuanto más lejos de
la razón, más al sur de la mediocridad. Cuanto menos mediocre, más tú...
La nitzutz, además, contagia la imaginación. Ninguna otra criatura mortal está capacitada para soñar
despierta. Es otra de las distancias siderales que nos separan del mundo animal. Ellos, los brutos,
jamás podrán crear, o prosperar, porque no disponen de la «gota azul» en el interior. Ellos, los
animales, carecen, por tanto, del alma que elabora el «Yo». Ellos no saben quiénes son, ni lo sabrán
jamás. Ellos no se hacen preguntas, ni buscan a Dios. No es su cometido. Su única inmortalidad está
en nuestra memoria.
Al practicar la imaginación, la «chispa» entreabre la puerta del futuro, y muestra cómo seremos:
como Dioses (con mayúscula). Dioses creadores de universos que sólo nosotros imaginaremos. En
realidad, eso es el Padre: la imaginación por encima del poder. Ahora no lo sabemos, pero nunca
somos tan iguales a Él como cuando desplegamos la imaginación. Es la «chispa» la que desnuda la
belleza, y hace concebir la poesía. Es Ella la que ordena los sonidos y los silencios, y dibuja la
música. Es la nitzutz la que golpea la piedra y deja escapar el arte. Es Ella la creadora de unicornios
azules. Es Ella la que provoca los sueños, y los archiva. Es Ella, con la imaginación de la mano, la
que anuncia el «reino» del que procedes —tu «patria»—, y al que, necesariamente, volverás. Un
«reino» del espíritu, en el que imaginar es ser. La nitzutz es la perla que sí hallarás en la amatista, si
sabes buscar. Ella es el genio que no descansa, y que bombea ideas. No importa sexo, raza o
condición. Es Ella la que nos hace espiritualmente iguales. La «chispa» es la clave. Ninguna «gota
azul» es mejor o peor. El Padre, sencillamente, es. Todas las «chispas» son Él, y todas descienden
de Él, aunque Él es mucho más...
Esta fue la «piedra angular» que sostuvo el magnífico «edificio» levantado por el Hijo del Hombre.
Pretender la superioridad, intentar acaparar la razón, o creerse en posesión de la verdad es no saber
(todavía) que nos habita un Dios. Y lo que es peor: es no saber que esa «chispa» se reparte con el
mismo Amor, y en la misma «cantidad».
Entonces, mientras hablaba, la noche cambió de perfume, y percibí la esencia del tintal, algo
parecido al olor a tierra mojada. Y asocié dicha esencia con la esperanza...
No me equivoqué. Jesús comparó la «chispa» con el mejor de los «mensajeros». Y al llamarla
mal’ak me miró intensamente.
Mensaje recibido.
Es la misteriosa fracción (?) del Padre Azul, que un día toma posesión de nosotros, quien se ocupa
de sembrar esperanzas. El las despabila, y las reparte. Y cada día se presentan ante nosotros. Otra
cuestión es que alcancemos a verlas. Pueden ser inmensas, o esperanzas que caben en la palma de la
mano. Eso poco
importa. Lo fascinante es que, mientras hay «chispa», hay esperanza. Y es justamente la esperanza
—la confianza en algo— el oxígeno de la jovencísima alma que ha llegado al paso de la «chispa».
A más esperanza, más oxígeno. Cuanto más oxígeno, más felicidad. Pero el cargamento de
esperanza no depende de nosotros. Cada ser humano nace con un cupo. Eso entendí. Después, tras
la muerte, la esperanza deja de ser intermitente, y nos abraza. Ya no será el doble renglón del libro
de la vida. La esperanza será el «ADN» del alma. Por eso no hay palabras. Por eso insistió, una y
otra vez: «Confía.» La esperanza es la sombra de la «chispa». La primera no es posible sin la
segunda. «Confía.» Sólo los seres humanos disfrutan de un sentimiento tan gratificante. ¿Has visto
a un perro esperanzado? La felicidad de los animales es la sombra de la esperanza humana.
«mal’ak! Cuando experimentas la esperanza —añadió, feliz—, lo tienes todo... » La esperanza es
otra demostración de la existencia del Padre en el interior del (Pg. 245) hombre. Es un guiño del
Amor. Sólo tú sabrás comprenderlo. Sólo el ser humano reúne las condiciones necesarias para
acoger la esperanza, y abrazarla. Si te aproximas a esta realidad, te habrás acercado a la mismísima
esencia divina. «Confía, mal’ak.» La «chispa», ahora, prepara al hombre para un estado de felicidad
casi completo, tan incomprensible para la corta inteligencia humana como la estructura interna de la
inmortalidad. «Confía...»
Es Ella, en definitiva, la que nos hace humanos. Es la nitzutz la que nos diferencia del resto de la
creación. Ella es el milagro, y el gran enigma, no resuelto ni por los ángeles. Nadie sabe por qué,
pero el Padre ha elegido lo más pequeño, y lo más primitivo, para acomodarse en el tiempo y en el
espacio.
Somos unos recién llegados con suerte. Por eso decía que nos envidian. Por eso, en parte, los «K» lo
dejan todo, y descienden a la imperfección...
Es la «gota azul», que nos distingue, la que tira del alma hacia Dios. Es lógico que Ella se incline
hacia sí misma. Sólo su presencia justifica la desbordante inquietud del ser humano por lo
trascendente. Ningún animal se atormenta con las grandes preguntas: ¿quién soy?, ¿por qué estoy
aquí?, ¿qué será de mí? Es el alma inmortal quien debe hallar las respuestas, siempre susurradas por
la «chispa». Y llega el día, al intuir, imaginar, o descubrir que el hombre está habitado por el
Número Uno, cuando la vida adquiere sentido. Entonces, «Omega es el principio». Entonces, al
comprender, el alma se vacía por sí misma, y deja que la «chispa» la llene. Entonces, según el
Maestro, al arrodillarse, y reconocer al Buen Dios que
nos habita, es inevitable que nos sentemos en sus rodillas, y que dejemos hacer al Amor. Es lo que
este explorador definió como el «principio Omega» (hacer la voluntad del Padre). Y en ese
instante, Ahab hace el prodigio: la inmensa maquinaria del universo visible, y del invisible, se
coloca al servicio del más humilde. Es el secreto de los secretos, al alcance de todos, aunque muy
pocos llegan a destaparlo. «Confía, mal’ak. Existe un orden... »
Y la voz de la nitzutz se oye «5 x 5» (fuerte y claro): «Serás lo que Yo soy.» A partir de ese
prodigioso momento, cuando el ser humano se entrega a la voluntad del Número Uno, la voz de la
«chispa» deja de ser un susurro. Y la esperanza, al fin, se convierte en huésped permanente del
alma. Es un anticipo de la «gran aventura»...
Después la comparó con un «amigo fiel», algo difícil de hallar, casi único. Utilizó las palabras dod
neemán, con un evidente, y al mismo tiempo, oculto significado. Según la Cábala, las letras de
dicha expresión suman 155; es decir, Dios, como Señor, y como Amigo. Ahora, en la distancia,
al analizar sus palabras con detenimiento, sigo perplejo. «155» es también «2», reduciendo la
suma de los dígitos a un solo número. «Dos» era justamente Él: el Príncipe Yuy, el «amigo
fiel», el mejor que he tenido, el «rostro» del Padre en la Tierra, el Dos que procede del Uno,
como la «chispa»...
Miré a lo alto. Las «luces», supongo, continuaban camufladas entre los azules de la estrella
Spica, tan desconcertadas como quien esto escribe. Tampoco se movieron. ¿Cómo hacerlo
cuando alguien te obsequia una revelación de semejante naturaleza?
Algo sabía, no mucho. Algo apuntó meses atrás, en las inolvidables noches del Hermón. Pero
mi alma —ahora sí debo hablar como Él me enseñó— solicitó más.
—¿Qué más?
El Maestro avivó las llamas, y dejó que mi corazón se sentara junto a la hoguera. Sonrió, y solicitó
calma.
No era su voz la que estaba oyendo, sino la del Padre, la de mi propia «chispa».
—Y así será —sentenció—, de ahora en adelante. Oirás mi voz, sí, pero no seré yo quien te hable.
Señaló mi pecho, y repitió:
—¿Recuerdas?
Asentí.
—Sí, Maestro... Una luz en mi interior. Ahora comprendo.
(Pg. 246)
—No, mal’ak, no puedes comprender, pero no importa. Es suficiente con la confianza. Después,
cuando llegue tu hora, transmite lo que el Padre te ha mostrado. Ahora no eres consciente: tu nitzutz
se ha puesto en pie, en tu interior...
Dudó, pero, finalmente, expresó lo que se agitaba en su pensamiento:
—¿Tienes miedo?
En un primer momento no supe a qué se refería con exactitud. ¿Miedo a morir? ¿Miedo a no
saber expresar lo que había vivido, y lo que, sin duda, me quedaba por conocer? ¿Miedo a
fracasar?
—Miedo a saber —se adelantó, comprendiendo mi confusión—. ¿Te asusta ser el depositario de
una revelación?
—Me asusta no saber...
Sonrió, agradecido, y tiró con fuerza de las palabras, sabedor de mi absoluta transparencia.
—Presta atención. Jamás miento...
E hizo un breve prólogo, en el que habló de nuevo de la nitzutz. Si no comprendí mal, el Maestro
responsabilizó al fragmento divino que nos habita de todas y cada una de las revelaciones a las que
tenemos acceso a lo largo de la vida. Ella, la «chispa», las dosifica. De Ella proceden. Y se vale de
los medios más insospechados. No es la mente —criatura mortal y al servicio del alma— la que
proporciona esas informaciones decisivas, que varían el rumbo de criterios y actuaciones. Es Él, el
Padre, quien informa, y lo hace oportunamente. No son los hombres, ni tampoco los libros, quienes
iluminan. Es Él, aunque, en ocasiones, pueda servirse de ellos. Y añadió: «Esa revelación llega por
dos caminos. A través
de la comunicación directa con el Padre, con la “chispa”, o porque así está establecido.» Entendí
que la primera vía es lo que llamamos oración, aunque al Galileo no le gustaba el sentido
ortodoxo de la palabra.
Prefería comunicación, o conversación, con la nitzutz. De ese diálogo, en definitiva, nacen las
revelaciones. De ahí la importancia de pedir información, o respuestas; nunca beneficios materiales.
De esto último se ocupa el Ahab, el «combustible» que todo lo sostiene en la creación, el Amor del
Padre. Y no hay pregunta que quede sin respuesta, como tampoco hay sueño que no se
materialice..., ambos, en su momento. E insistió: «Ahora, en esta vida, o después... »
En cuanto al segundo camino, prefirió no agotarme.
Él sabía que no estaba a mi alcance. Si no he logrado encajar las piezas que forman mi propia
personalidad, ¿cómo organizar el «puzzle» divino? Con su palabra fue suficiente.
La revelación —sublime o doméstica— pasa siempre por la «chispa». Ella la autoriza, y la deposita
en el alma, como una flor destinada a hablar en silencio. Es el alma inmortal quien deberá
analizarla, y disfrutarla. A diferencia de las flores, las revelaciones no se marchitan jamás. Y
mañana proporcionarán hijos...
La revelación, sin embargo, termina aislando a quien la recibe. El anciano Abá Saúl, de Salem,
tenía razón: la verdad no está hecha para ser proclamada; no en este mundo. Cuando la
revelación llega, si es de gran calibre, abre un enorme cráter en el ánimo del receptor, y queda
mudo. Si se atreve a hablar, nadie le cree. Desde ese momento, el ser humano sólo crecerá hacia el
interior. Entonces brillará con luz propia,
pero nadie lo sabrá. Jesús lo llamó el «abrazo 3», el único que «abraza sin poseer». A pesar de todo,
a pesar de la soledad del que recibe, la revelación es un paso del alma. El bebé está caminando...
—Presta atención, querido mensajero...
Era todo oídos. Pocas veces lo vi tan solemne. ¿Qué trataba de comunicarme? ¿Qué pretendía
la «chispa»?
Dirigió el rostro hacia el firmamento. Pensé en las «luces». ¿Se moverían?
No lo hicieron.
—Así está establecido...
(Pg. 247)
—No comprendo, Señor...
—Ahora es el momento. Ahora debes saber... Escucha mis palabras, para que lo que veas, y oigas,
sea comprensible para ti y, sobre todo, para los que llegarán después...
Obedecí. Algo especial, y destacado, intentaba transmitirme, aunque no era fácil. De nuevo lo
vi pelear con las ideas. Todo se quedaba pequeño; especialmente, las palabras...
—¿Sabes qué es el tikkún?
Asentí con la cabeza. Para los judíos, el tikkún era una especie de misión sagrada. La traían
cada hombre y mujer al nacer. Según los muy religiosos, el tikkún tenía un objetivo básico:
recuperar y reconstruir la Sekinah o Divina Presencia, huida del Templo por culpa de los
pecados de Israel, y en esos momentos en poder del invasor, Roma. Cumplir el tikkún era
contribuir a la llegada del Mesías libertador, haciendo la voluntad del Santo. El tikkún,
además, era el único camino para alcanzar la salvación. El hombre que cumplía su tikkún era
bendecido por Dios. El que lo rechazaba, o descuidaba, quedaba maldito, y sujeto al estado
diabólico. Lo llamaban «hombre qlifoth». Estas, digamos, eran las líneas generales del tikkún.
Por supuesto, cada escuela rabínica añadía nuevas interpretaciones y matizaciones. Esta,
como ya mencioné, era una de las ideas que motorizaba la vida de Yehohanan: derrotar a los
impíos y recuperar la Sekinah. Más exactamente, arrebatar la «Luz Divina» a Roma, y
depositarla en manos de los sacerdotes y doctores de la Ley. Ellos sabrían devolverle la
primigenia unidad.
—También he venido para cambiar eso...
—¿Tú crees en esa misión sagrada?
—Es cierto que existe un tikkún para cada ser humano, pero no como lo interpretan los rabinos...
Aquello, en efecto, era nuevo para este explorador. Y Jesús avanzó un poco más,
cautelosamente...
—El hombre no necesita ser salvado. La inmortalidad no depende de su tikkún. Recuerda que es un
regalo del Padre. Eres inmortal desde que eres imaginado por el Amor. Eres inmortal sin
condiciones.
Y matizó:
—El hombre y la mujer nacen con un tikkún: vivir, sencillamente...
—¿Vivir?
Algo había apuntado en el Hermón...
—¿Qué quieres decir?
—Asomarse a los mundos del tiempo significa experimentar la imperfección. Vivir lo opuesto a
vuestra naturaleza original, la del espíritu. Es lógico que nazcas para vivir...
Algo nos dijo, efectivamente, en las nieves del Hermón. Es importante vivir porque ésta es
nuestra única oportunidad. Después, tras la muerte, será distinto. Será otra situación, otro cuerpo...
—Sigo sin comprender...
—Te lo he dicho. También he venido a cambiar eso. He venido a proclamar que cada vida, cada
tikkún, tiene sentido. Cada tikkún es una cadena de experiencias, enriquecedora. Nada es fruto del
azar. Todo, en el reino de mi Padre, está sujeto al orden, y al Áhab...
—¿Tiene sentido el dolor, la enfermedad, la oscuridad...?
—Me lo preguntaste en el kan de Assi, y te repito lo mismo. Hay lugares, como este mundo, en los
que todo es posible, incluida la maldad. Es parte de un juego que no estás en condiciones de intuir.
¿Crees en mi palabra?
—Por supuesto, Señor...
(Pg. 248)
—Bien, entonces, acéptala. Cada tikkún es minuciosamente planificado... antes de nacer. Y todo
tikkún obedece a un porqué. Nadie es rico, o negro, o esclavo, o ciego, o paralítico, o ignorante, o
pobre, o rey, por casualidad. Nadie vive las experiencias que le toca vivir simplemente porque sí, o
por un capricho de la naturaleza.
—¿Y quién decide que alguien viva en la sabiduría? ¿Quién establece que uno sea más y otro
menos?
Jesús sonrió, malicioso. Empecé a aprender que aquella sonrisa, en particular, significaba
«terreno peligroso». Pero respondió:
—Quizá tú mismo...
—¿Yo selecciono la pobreza o el sufrimiento? No lo creo...
La sonrisa permaneció, firme e inmutable. No hubo palabras. Fue la mejor respuesta. Después, tras
el elocuente silencio, proclamó:
—A eso he venido, querido mal’ak: a traer la esperanza, la presencia de Ab-ba a los que la han
perdido. A eso he venido: a proclamar que cada vida, cada tikkún, obedece a un orden, aunque no
podáis comprender...
—Y al nacer, todo queda olvidado...
El Maestro refrendó el comentario con un leve y afirmativo movimiento de cabeza. Él no fue ajeno
a esa circunstancia. Necesitó mucho tiempo —casi treinta y un años— para saber quién era en
realidad...
—Todo tiene sentido —proseguí, desvelando mis pensamientos—. Sólo es cuestión de vivir...
—Vivir en la seguridad de que todos son iguales, e importantes, para el Padre. Todos cumplen una
misión. Todos camináis en la misma dirección, aunque no lo parezca...
—A eso has venido...
—Sí, a refrescar una memoria dormida. Y sé, igualmente, que mis palabras serán olvidadas, y
tergiversadas...
—¿Y no te importa?
—Lo primero que debes aprender esta noche es que ningún tikkún es reprobable.
Cada persona, una misión. Cada ser humano, un destino. Esa fue la revelación que recibí en
aquella jornada, en Beit Ids, y que me apresuro a transmitir tal y como Él lo
quiso. Yehohanan, su tikkún. Judas, el Iscariote, el suyo. Poncio, también. Cada hombre y mujer, el
que hayan elegido —y lo remarcó—... «antes de nacer». Poco importa el porqué de cada tikkún.
Estamos aquí, y ésa es la única realidad. Desde esa fría noche, frente a la cueva, no he vuelto a
levantar el puño contra Dios, ni contra los hombres. No tiene sentido. Ahora creo entender
muchas de las injusticias, o supuestas injusticias, que veo en la vida.
Antes sentía piedad por los mendigos, y por los desheredados. Ahora también me conmueven,
pero menos. Ahora sé que ellos lo han querido así, y debo respetarlo. Es un orden que escapa
a mi corto entendimiento, pero que acepto, porque la información nació de Él.
Y aunque el Galileo fue todo lo claro que pudo ser, quien esto escribe, con su habitual torpeza,
siguió confundiéndolo todo...
—Si dices que el tikkún es diseñado (?), y aceptado, antes de nacer, eso quiere decir que
admites la reencarnación...
Un súbito destello, en lo alto, me distrajo. Pero las «luces» continuaron solapadas. Yo juraría
que presencié aquel fogonazo. Blanco. Muy intenso. El tuvo que verlo, necesariamente. Pero
siguió a lo suyo. Mejor dicho, a lo mío.
—Dime, mal’ak, ¿mi Padre es santo?
—Tú enseñas que Ab-ba es perfecto, aunque no sé muy bien en qué consiste la perfección...
(Pg. 249)
Se sintió satisfecho, y concluyó:
—Una de las características de la santidad, o de la perfección, como tú dices, es que no repite
jamás.
Me invitó a contemplar el cielo estrellado y preguntó, de nuevo:
—¿Puedes indicarme dos criaturas iguales en la naturaleza?
Y pensé: «Ahora se repetirá...»
Pero no. El fogonazo no regresó. El firmamento permaneció sereno y rodante. ¡Lástima!
E insistió:
—¿Hay dos gotas gemelas? Ni siquiera las palabras que salen de tu boca son fruto de los mismos
pensamientos. Ninguna es como la anterior...
Y sonrió, benevolente.
—No hagas a Dios a tu imagen y semejanza... Lo hablamos: sólo se muere una vez...
Y fue así como nos adentramos en el territorio de la muerte. Hablamos un tiempo. Después,
vencido por el cansancio, El se retiró a la gruta, y quien esto escribe se sumergió en el interior,
intentando poner orden en las enseñanzas recibidas. No había duda. El Maestro utilizó el
término guilúi («revelación»). Para mí fue un día grande. Mi alma creció, casi hasta la estrella
Spica.
¡La muerte! ¡La gran temida! ¡La peor conocida! El lo tenía absolutamente nítido: en el mundo
material no hay otra forma más sabia de terminar. Alguien toca en el hombro, y el alma «abre los
ojos». Eso es morir. En otros momentos de este diario he utilizado la palabra «resurrección».
Seguramente me equivocaba. El matizó, aunque era consciente de la anemia de las ideas humanas.
Y digo que me
equivocaba porque el alma, al ser inmortal, no puede ser resucitada. Digamos que experimenta (?)
un proceso de «transportación» (?), y que amanece en los mundos «MAT», con un soporte fisico
nuevo.
Nadie la juzga. No hay premio ni castigo, en el sentido tradicional. En todo caso, una inmensa
sorpresa. «MAT-1» no es el cielo, pero es infinitamente mejor que lo que ha quedado atrás. Y el
alma comprende, al fin: sólo ha cumplido su tikkún. Ahora, en «MAT», debe proseguir, siempre
hacia la perfección. El cuerpo es sólo un recuerdo, cada vez más difuso.
En eso, las escrituras judías hablan con razón: «... Vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, el espíritu
vuelva a Dios, que es quien lo dio» (Eclesiastés 12, 7).
La materia orgánica (El habló de «vestiduras» o begadim) es reemplazada por otro cuerpo físico,
igualmente imaginado por el Padre; es decir, asombroso: sin aparato digestivo, circulatorio, ni
respiratorio. El habló de una maravilla que se mueve, que siente, y que también finaliza, pero sin el
proceso de la muerte. En su lugar, el paso de un «MAT» a otro se registra por medios «diferentes».
No pude sacarle mucho más. En esos nuevos «tramos», el alma continuará como «recipiente» de la
personalidad. Sencillamente, creceremos. Y al final de los mundos «MAT», aunque ahora está fuera
de toda comprensión, el alma podrá «valerse por sí misma». Eso significará que es «luz», y que
habrá regresado a su «patria», el mundo del espíritu. Será entonces cuando veremos al Padre. Mejor
dicho, será entonces, sólo entonces, cuando seremos como Él. «Omega es el principio.» Y aquel
lejano, y primitivo, ser humano iniciará su carrera como Dios Creador...
Y en ello estaba, tratando de ordenar las ideas, cuando las «luces» dieron señales de vida. Esta
vez fue hacia el oeste. Primero observé un destello, en la posición que ocupaba Sirio. Y al
instante, desde el cinturón de Orión, se encendió una especie de gigantesco faro, que recorrió
el cielo, dibujando enormes círculos. Conté tres. ¡Tres círculos de nuevo!
Después, todo volvió a la normalidad. ¡Lástima! De haber sucedido poco antes, el Maestro lo
habría presenciado... Y, durante un tiempo, intenté en vano resolver el enigma. Allí, en lo alto,
había alguien. Eso era obvio.
Pero ¿quién? ¿Por qué sobre el lugar en el que habitaba Jesús?
(Pg. 250)
Los «intrusos» (?) no se hicieron visibles, al menos esa noche. Pero la imagen del formidable
haz de luz, barriendo la oscuridad, quedó grabada en la memoria para siempre, como ocurrió
con otros sucesos similares. Tenía gracia. Minutos antes, el Maestro y quien esto escribe
habíamos conversado sobre el valor de los recuerdos...
Una vez más, me dejó perplejo. Si sus enseñanzas eran ciertas —y no lo dudo—, aquellas imágenes
de las «luces» que volaban en solitario, o en formación, o la increíble esfera que descendió sobre la
garganta del Firán, formarían parte de mi «equipaje» al más allá. Eso manifestó en el Hermón, y
repitió ahora, en Beit Ids: sólo la dikron (la memoria) sobrevive a la muerte. Ese será el único «saco
de viaje» autorizado. El resto, todo lo demás, grande o pequeño, valioso o insignificante, quedará en
este mundo. Sólo el alma inmortal y la memoria (lo más exacto sería hablar de memorias, en
plural) entrarán en los mundos «MAT».
Necesité tiempo para acostumbrarme a la idea. «Sólo los recuerdos son salvados... » E imaginé
al alma, con una maleta en la mano. Una maleta llena de vivencias.
Él, entonces, añadió:
—¿Comprendes por qué es tan importante vivir? Serás lo que sea tu memoria; lo que dictamine tu
tikkún.
Y, peor que bien, pretendí recomponer el proceso revelado por el Hijo del Hombre. Vivir. Eso
es lo que cuenta. El alma, bajo el «pilotaje» de la «chispa», se ocupa de almacenar dichos
recuerdos, y de preservarlos. Parte de esa misteriosa, y delicada, labor de selección y archivo se
registra durante la noche, mientras dormimos. No importa que los recuerdos se disipen y
desaparezcan. Que olvidemos no significa que las memorias se hayan desintegrado. Después, al
morir, el «cargamento» será custodiado por la nitzutz, y entregado al alma en «MAT-1 », cuando
«despierte». Y pregunté: ¿por qué la memoria es tan importante? Yo conocía parte de la
respuesta: «¿Qué otra cosa puede sustituir a lo vivido?» Incluso el presente es memoria, un
segundo después. En definitiva, vivimos para recordar, y recordamos porque hemos vivido.

(Pg. 254)
«Dios no está para ayudar.»
Y el Maestro insistió en la inutilidad de solicitar favores materiales, y lamentó que los seres
humanos se acuerden del Padre, única y exclusivamente, cuando «truena»... La «chispa», lo dijo,
tiene cometidos mucho más importantes...
«Morir es cuestión de tiempo. Vivir es lo contrario.»
(Pg. 255)
Los esclavos del tiempo —eso creí entender— viven para morir.
«El miedo, desde este momento, es cosa del pasado.»
Si el Padre regala, ¿por qué temer? Los que odian sólo tienen miedo. ¿Y qué es el odio?: amnesia.
El que odia no «recuerda» que fue imaginado por el Áhab, por el Amor. Miedo y odio —dijo— no
tienen posibilidad en su «reino». Hay que hacerse a la idea...
«Vive más el que sueña.»
Y me invitó a que aprendiera del alma de las mujeres. Ellas practican, mejor que los hombres, el
arte de la intuición. Soñar sólo es eso: caminar un paso por delante de la razón. Y dijo más: en lo
más recóndito, y escondido, de Dios «vive» lo femenino, el Gran Espíritu. No comprendí muy bien
en esos momentos...
«No busques la verdad, porque podrías hallarla.»
Deja la «luz» para cuando seas «luz». Deja lo sublime para el «no tiempo». El Padre —insistió—
quiere que seamos santos, o perfectos, pero mañana. Hoy es suficiente con «renacer»...
«¿Desde cuándo la muerte forma parte de la vida?»
El Padre regala inmortalidad (vida). ¿Por qué nos empeñamos en confundir el puente con el río?
¿Quién termina desembocando en la mar, en el Amor: el puente, o las aguas de la vida?
«La verdad no grita. Susurra. . . »
La verdad es tan incomprensible para nuestra limitada naturaleza humana que, ahora, sólo conviene
susurrarla. Y matizó: «Susurro interior, claro... »
«Es mejor hablar con los ojos.»
Después de todo, es el «te quiero» más veloz.
«No juzgues, aunque tengas razón.»
En la tabla de tola dibujó también la letra hebrea vav, que simboliza al hombre. Y reiteró: cada cual
se limita a dar cumplida cuenta de su tikkún, su misión en la vida. Ni siquiera cuando seas espíritu
deberás juzgar. Ni siquiera los Dioses lo hacen...
«Si descubres que vas a morir, continúa con lo que tienes entre manos.»
No estamos en la vida para arrepentirnos, y mucho menos para pedir perdón a Dios. Los hijos deben
caminar con seguridad y confianza, no con temor. Nadie tiene capacidad para ofender al Áhab. Ni
siquiera los propios Dioses (y volvió a utilizar la mayúscula).
«Lo más hermoso está siempre por suceder.»
Según entendí, ése es el gran secreto del Padre: experto en sorpresas, experto en cocinar el día a día
(con amor). Y añadió: «Lo mejor que te ha ocurrido en la vida sólo es una abreviatura de lo que Él
te reserva.» Y pensé: «Ma’ch ya lo es...»
«La lucidez obnubila.»
Cuanta más claridad mental (se refirió a claridad del alma), más lejos de la razón y más cerca del
Áhab. Y lo desmenuzó como si fuera el alimento de un bebé (en realidad, lo era): cuanto más
próximo a la nitzutz, cuanto más consciente de la presencia divina en tu interior, más huidiza y
breve te resultará la realidad...
«Dios no duda, eso es cosa nuestra.»
La ley básica de la imperfección es la duda. Sólo el Padre acierta. Por eso no podemos
comprenderlo (ahora). Es la duda la que impulsa a caminar, no la certeza. Por eso Dios no se
mueve. Nosotros, algún día, tampoco dudaremos. Jesús de Nazaret fue un «atajo», pero muy pocos
llegan a descubrirlo.
«Cuando comprendas, tendrás que decir adiós.»
(Pg. 256)
Y lo representó con la iod, la letra hebrea que simboliza a Dios como «Ab-ba (Papá), y como origen
del Áhab. Ese «despertar» nunca podrá ser en vida. «Comprenderemos» cuando sólo seamos
«interior»... Será la gran «despedida» de nosotros mismos.
«Dios no lucha, pero gana.»
Es el Gran Brujo, que dispone el final, antes que el principio. Si conociéramos el secreto del Padre,
estaríamos por encima de Él. Y afirmó, rotundo: «Alguien lo está... Por eso gana, sin necesidad de
pelear.»
La revelación, como otras, me superó. No acepté lo que, evidentemente, estaba manifestando.
No estoy preparado.
«Si tu dios pregunta, mal asunto.»
Escribió dios con minúscula (ab ba). Y explicó: las preguntas son propias de las criaturas del tiempo
y del espacio. En la perfección, en el «reino» de Ab-ba todo «es». Sólo la imperfección está
capacitada para interrogar. No debemos confundir dioses con Dioses.
«La sabiduría es una actitud.»
La auténtica, la que nace de la nitzutz, o fracción divina, es una forma de comportarse. Cuanto más
sabio, más tolerante. Cuanto más sabio, más abrazo. Cuanto más sabio, más fluido. Cuanta más
sabiduría, más amante. Cuanto más sabio, más intuitivo. Cuanto más sabio, más enemigos...
«Dios no pide nada a cambio. No lo necesita.»
No hagáis caso de los hombres —proclamó—. Él, el Padre, está en cada uno de vosotros. Él
concede antes de que puedas abrir los labios, y susurra de por vida. Él no perdona, porque no hay
nada que perdonar. Él sabe, aunque tú no sepas. Él tiene, porque da. ¿Qué puede solicitar el Amor
del amor? Me hizo un guiño, y aclaró: «Sólo que despiertes.» E insistió, e insistió, e insistió: somos
inmortales por
naturaleza. Él ya lo ha dado todo. Algún día, cuando finalice nuestro tikkún, la felicidad nos
ahogará... «A eso he venido, querido mal’ak: para recordaros que no hay condiciones...»
«La duda no es mal comienzo.»
Ejercitarla es alimentar al alma. Dudar es el estado natural del hombre. Así ha sido dispuesto por los
que no dudan. El que aprende a dudar respeta. El que duda desempolva su corazón. El que practica
la duda multiplica. El que duda admite sus errores y, sobre todo, los de los demás. La duda,
entonces, nos hará valiosos. La duda es un truco de la divinidad: cuantas más dudas, más recorrido.
Dudar es el pacto obligado con la «chispa». Si el alma no dudara, ¿cómo podría crecer? La duda
embellece porque nos hace más humanos. Dudamos porque vivimos. Dudamos porque buscamos.
La duda es la mejor protección contra fanáticos, salvadores y ladrones de voluntades.
«El que adora se asoma a Dios.»
O lo que es lo mismo: el que adora se asoma a la nitzutz. Adorar es descubrir que «viajamos»
juntos. Se trata de la máxima expresión de la inteligencia humana. Sólo adoran los sabios; es decir,
los que han «despertado», los que no dudan en empezar de nuevo, constantemente. Sólo adoran los
que empiezan a saber algo de sí mismos...
Y comprendí: yo jamás había adorado a Dios. Confundí al Padre con la religión.
Adorar, en realidad, es un simple y bellísimo gesto de gratitud. Es lo menos que se debe ofrecer al
que nos ha imaginado. Entonces, al arrodillar el alma, Él te levanta a la altura de sus ojos. Jamás,
como criatura humana, podrás estar tan próxima al poder y a la fuerza. Es el instante sagrado que
bauticé, acertadamente, como «principio Omega». Al adorar, al abandonarse a la voluntad del
Padre, el alma entra en la edad de oro. Y repitió: la creación se enciende a nuestro favor. Ya nada es
lo mismo. La primitiva criatura humana se ha declarado amiga del Número Uno. ¿A qué más puede
aspirar un Dios?
«El que escucha, habla doblemente.»
(Pg. 257)
De eso doy fe. Nada de cuanto he escrito habría sido posible si no hubiera prestado atención a
su palabra.
Su presencia fue insustituible, y su mensaje, eterno. Yo, ahora, hablo doblemente, por su
infinita misericordia. Hablo para mí, y para los que tienen que llegar. Nada de lo que contiene
este apresurado diario es lo que parece. Es mucho más. Es el «doble».
Como repetía el Maestro: quien tenga oídos, que oiga.
«Enamorarse es perder la razón, al fin... »
Y dejó. la cuestión, intencionadamente, para el final. Habló del amor humano, como una interesante
aproximación al Áhab. Y precisó: «Sólo una aproximación...» No debería sorprendernos, y mucho
menos atormentarnos, la fugacidad del amor humano. Enamorarse es prender una vela que, tarde o
temprano, se extinguirá. Pero, mientras dura, ilumina y nos aleja de la razón, la gran enemiga de la
duda. Enamorarse es intrínseco a la naturaleza humana, al igual que dormir, o alimentarse. No
debemos avergonzarnos jamás por experimentar lo que es inherente a la condición de la mujer y del
hombre. Otra cuestión es que el ser humano, en su ignorancia, le quiera otorgar un carácter sagrado,
que jamás ha tenido, como no lo tienen las funciones de imaginar, reflexionar, reír o llorar. Y me
animó a «confiar», aunque mi amor por Ma’ch fuera imposible... «Lo imposible —sentenció—
es, justamente, lo verdadero.»
(Pg. 262)
…Al parecer, lo decidió mucho antes, en uno de sus retiros en la «778». En una de aquellas
meditaciones, en aquel, para mí, indescifrable misterio del At-attah-ani, o «engranaje» de lo divino
con lo humano, Jesús de Nazaret, un Dios Creador, optó por prescindir de su poder.
¡Dios santo! No sé si seré capaz de transmitirlo...
El Maestro era un Dios, como ya he mencionado muchas veces. Exactamente, un hombre que fue
capaz de «identificarse» con la «chispa», o fracción divina. Ahora, en vida, Él era hombre y nitzutz,
reunidos en un todo, un Hombre-Dios. Pues bien, aunque escapa a mi comprensión, esa parte
divina, esa naturaleza «no humana», continuaba disfrutando del poder, entendiendo como tal la
capacidad de crear y sostener.
Él, según explicó, era el Creador de un universo; uno de los muchos que configuran la «parte
visible» de la Gran Creación del Padre. Y como tal, como Dios Creador, el Maestro disponía de una
inmensa «fuerza», capaz de resucitarse y de devolver a la vida a los muertos. Eso lo sabía, porque
fui testigo. Mejor dicho, lo sería...
En esa colina, insistió, tomó la firme decisión de no hacer uso de ese inmenso poder. Dicha opción,
si no comprendí mal, afectaba a tres grandes capítulos (?).A saber: renunciaba a su «gente», a los
prodigios, propiamente dichos, y a su defensa personal.
Pregunté, obviamente, pero, a pesar de su buena voluntad, y de su generosidad, la «realidad»
de la que hablaba se escurría como el agua entre los dedos. Aun así, como digo, me arriesgaré
a escribir lo que dio de sí mi corto entendimiento.
¿Quién era su «gente»? Me lo pregunté en varias ocasiones. ¿Eran ángeles? ¿Quizá los seres
que pilotaban (?) las «luces» que aparecían en los cielos? Eran criaturas, sin más, a las que no
puedo comprender (no mientras permanezca en el tiempo y en el espacio), y que fueron creadas por
Él. Mejor dicho, «imaginadas»...
Eran incontables. No eran guerreros, como la pobre mente humana ha llegado a suponer. Eran seres
«nacidos» (?) en la perfección, no materiales, que se hallaban a su servicio. Desarrollaban las más
asombrosas tareas: desde las «comunicaciones», al «transporte» de la vida, pasando por la
«vigilancia» de las criaturas mortales, su «despertar» tras la muerte, y otras funciones que, como
digo, escaparon a mis escasas luces: Entre esa fantástica «gente» había que contabilizar a los «K»...
Esa «gente» sabía, perfectamente, de la encarnación de su Dios Creador y Señor. Jamás lo
mencionó, pero yo supe que siempre estuvieron con Él: desde la concepción, hasta después de
su muerte. Y supe que habían participado en mis sueños...
Una sola palabra suya, una orden, y esas «legiones de ángeles» habrían actuado. Algo le dijo a
Pedro en el huerto de Getsemaní, pero este explorador no supo a qué se refería con exactitud.
En la noche de aquel imborrable viernes, 7 de abril del año 30, cuando Pedro atacó a Malco,
uno de los siervos del sumo sacerdote Caifás, el Maestro, severo, obligó al discípulo a guardar
la espada, y le dijo:
—¡Pedro, envaina tu espada!... ¿No comprendéis que es la voluntad de mi Padre que beba esta
copa?...
¿No sabéis que ahora mismo podría mandar a docenas de legiones de ángeles..., que me librarían de
las manos de los hombres?
Ellos, los apóstoles, y yo, quedamos aturdidos. ¿De qué hablaba? Algo insinuó en el Hermón,
y ahora lo amplió, en la medida de sus posibilidades.
Su «gente», salvo que fuera la voluntad del Número Uno, permanecería al margen. Jesús
desarrollaría su trabajo en la Tierra sin la ayuda de los que, habitualmente, le sirven en el
«reino». Él renunció a su «gente», pero ¿renunció su «gente» a Él? Esa era la cuestión. Una
cuestión que me reservaba interesantes sorpresas...
Curiosamente, las «luces» no volvieron a ser vistas sobre Beit Ids. Yo, al menos, no las
detecté...
Pero «ellos» permanecieron allí, muy cerca, como tendría la oportunidad de verificar pocas
horas después.
La segunda noticia me dejó más confuso, si cabe.
—Querido mensajero —aclaró-—, no recurriré a los prodigios, salvo que sea la voluntad de mi
Padre...
Era igualmente simple. Si acerté a comprender, lo que el Maestro trató de transmitirme era su
renuncia, total y sin condiciones, a la posibilidad de hacer milagros. Su poder era tal que podría
haberse presentado sobre una nube, y rodeado de rayos y truenos. No era eso lo que
deseaba.Él quería «despertar» al hombre, pero por la magia de la palabra. Aborrecía la idea de
ganar adeptos por el solo hecho de que pudiera convertir las piedras en pan, o de que pudiera
fulminar a las legiones romanas. No era el camino que le agradaba, aunque hubiera sido legítimo.
De hecho, ésa era la idea del Mesías libertador que dominaba entre los judíos. Jesús lo sabía
muy bien. Ese ansiado Mesías, cantado desde antiguo por más de quinientos textos religiosos,
sería un rey, hijo de la casa de David, enviado por Dios y dotado de los más asombrosos
poderes, que utilizaría, sin reparo, para situar a la nación judía en lo más alto de la categoría
social humana. Lo he dicho, y no me cansaré de insistir en ello: el Mesías de los hebreos, al
que siguen esperando, era un hombre y un superhombre al mismo tiempo; era un rey y un
libertador político;
era un sacerdote y un juez; era un sanador y un hacedor de maravillas que doblegaría a los
impíos (Roma) por la fuerza de la espada, y que sometería al mundo tras un baño de
sangre. Los que lo conocimos, aunque fuera mínimamente, supimos que el Hijo del Hombre se
hallaba muy lejos de esa concepción mesiánica. Él no era el Mesías. Era mucho más...
Y decidió demostrarlo, como digo, sin alardes, y por el poder de su palabra. Quería regalar
esperanza, y alzar los ánimos de los deprimidos y desheredados, por la fuerza y la originalidad de su
pensamiento. Para ello, el primer paso era renunciar a su poder personal.
—Nada de milagros, salvo que el Padre estime lo contrario.
Lo miré, desconcertado. Entró en mi mente y leyó...
—Los milagros (creo) se producirán...
Asintió con la cabeza, en silencio, y sonrió con cierto aire de complicidad.
—Entonces —intervine, sin alcanzar a comprender la profundidad de lo que estaba
planteando—, tú no estarás de acuerdo con esos prodigios...
—Yo siempre estoy de acuerdo con la voluntad de Ab-ba, aunque ahora, en la carne, pueda sufrir
por ello...
Y añadió, misterioso:
—Y no olvides, querido mal’ak, que, a su lado, soy un Dios menor...
Dejé escapar la oportunidad. No fui capaz. No tuve valor. No acerté a despejar el enigma de
aquella frase:
«Soy un Dios menor… ».
(Pg. 264)
Lo vi decidido. Deseaba renunciar a las maravillas. Pero, entonces, ¿qué debía pensar sobre
los milagros que, supuestamente, le atribuían? ¿Es que no tuvieron lugar? Eso no era posible.
Yo había visto (yo vería) a un Lázaro vivo que, según sus familiares y amigos, falleció tres días
antes de ser resucitado. ¿Fue obra del Padre, o de Él? A decir verdad, yo no fui testigo de la
muerte del vecino de Betania...

Por último, el Galileo se negó a utilizar su poder en beneficio de su integridad física.


En un primer momento, tampoco caí en la cuenta de lo que estaba anunciando.
Habló de la violencia. Yo sabía que la rechazaba, pero no imaginé hasta qué extremo. Jamás se
defendería, ni siquiera cuando le asistiera la razón. Cuidaría de su cuerpo, obviamente, y trataría de
no correr peligros innecesarios, pero —insistió— no acudiría a su poder para librarse del dolor, o
para satisfacer sus necesidades básicas. No emplearía su capacidad creadora para favorecerse. Y lo
cumplió: auxilió a muchos, pero Él se olvidó de sí mismo. También me lo pregunté: ¿estaba
sujeto a los accidentes? Y recordé mi preocupación en las proximidades de la cueva, al oír los
gruñidos del supuesto jabalí y los aullidos de los lobos, cuando se hallaba en lo alto de la
colina de la «oscuridad». Me eché a temblar. Según esta declaración, el Maestro podía sufrir
cualquier tipo de contingencia...
Sonrió, e intentó tranquilizarme. Y habló de algo que me resultó familiar:
—No te alarmes. Nada se mueve sin el consentimiento del Padre...
Fue después, algún tiempo más tarde, cuando comprendí. Ese domingo, 27 de enero del año
26 de nuestra era, el Hijo del Hombre ya sabía cuál era su destino. Lo supo durante uno de los
retiros en la «778». Lo supo cuatro años y sesenta y seis días antes de su crucifixión. Lo supo desde
el principio, pero lo guardó en lo más profundo de su corazón...
«Renuncio a mi poder... »
Y ocurrió algo que nunca imaginé. Podría silenciarlo, pero no debo; no sería justo con Él, y
tampoco conmigo mismo. No sé por qué sucedió. Quizá lo vi tan próximo, tan humano... La
cuestión es que dudé.
Ahora me avergüenzo, pero así fue: dudé de su poder. Él habló, y habló, de sus inmensas
posibilidades como Dios Creador. Lo hizo con entusiasmo. Me abrió su alma, y yo, pobre
diablo, dudé. Lo vería muerto, y lo vería resucitado y, aún así, dudé.
Sí, eso fue: lo vi tan normal, tan humano...
¿Cómo era posible que Alguien así fuera el Creador de un universo?
De otra manera, pero yo también lo negué. No fue en público, como Pedro, pero lo rechacé en
mi corazón. Ahora no sé qué es peor...
El Destino, sin embargo, lo tenía todo previsto. En breve, quien esto escribe recibiría una
lección... ¡Y qué lección!

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