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Fusco Coco La Otra Historia Del Performance PDF
Fusco Coco La Otra Historia Del Performance PDF
DE
PERF RMANCE
1. Performance 2. Artes escénicas I. Fuentes, Marcela A., ed. II. Rubio, Ricardo, tr.
III. Bixio, Alcira, tr. IV. Cancino, María Antonieta, tr. V. Peláez, Silvia, tr. VI. Ser. VII. t.
Distribución mundial
Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com
www.fondodeculturaeconomica.com
Tel. (55) 5224-4672; fax (55) 5227-4640
ISBN 978-607-16-0631-0
Impreso en México • Printed in Mexico
ÍNDICE
Restauración de la conducta 31
RICHARD SCHECHNER
Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del "sexo" 51
JUDITH BUTLER
Créditos 629
La otra historia del performance
intercultural
COCO FUSCO
r
Coco Fusco es una escritora y artista interdisciplinaria latina que se destaca en el cam-
po de performance como hacedora, crítica e investigadora. Además de sus realizaciones
como artista, en donde ha explorado temas como la explotación y deshumanización de
las mujeres dentro del capitalismo transnacional(Dolores de 10 a 22) o el rol de las
mujeres en la guerra (Women and Power in the New America/Mujeres y Poder
en la Nueva América), la producción de Fusco incluye también importantes contri-
buciones a la teoría e historiografía del performance. Entre otros temas, sus escritos
exploran el aporte de los artistas latino/americanos* dentro del campo de performance,
y las limitaciones de las políticas multiculturales diseñadas por los gobiernos y merca-
dos de arte de países dominantes.
El ensayo que presentamos a continuación constituye uno de los hitos del trabajo
de Fusco, no sólo como reseña de su controvertido performance con Guillermo Gómez-
Peña, Two Undiscovered Amerindians Visit... [Dos amerindios no descubiertos
visitan...], sino porque en este texto Fusco presenta un análisis comparativo entre las
tradicionales prácticas etnográficas de exhibición de personas no occidentales y ciertas
formas contemporáneas de encuentro entre públicos occidentales y sujetos racializados.
En su ensayo Fusco explora temas de identidad, autenticidad y representación en el
marco de los intercambios interculturales actuales. Fusco destaca que el interés por ge-
nerar encuentros interculturales —con la consiguiente producción de "lo exótico"— no
es exclusivo de nuestra época sino que, nos recuerda al comienzo en América con el supuesto
* En inglés, el término latin/o american se utiliza para nombrar tanto a los latinos residentes en los
Estados Unidos como a los latinoamericanos o ¡m'in americans.
[ 307 ]
308 PRESE NTACIÓ
do por relaciones de poder, donde unos miran y otros son consumidos como espectáculo
exótico. Para revelar esta circunstancia, Fusco y Gómez-Peña se embarcaron en 1992
en la realización de un performance satírico en contra de la celebración de los quinien-
tos años del descubrimiento de América. Como parte de este performance, Fusco y Gómez
se hicieron pasar por indígenas recién descubiertos, exhibiéndose dentro de una jaula
de oro durante tres días en espacios públicos y museos, rodeados de materiales textuales
apócrifos para demostrar la legitimidad de su origen. Fusco explica los términos de
producción, circulación y recepción del performance, al que conceptualiza como un pro-
ceso de "etnografía revertida" cuyo énfasis estaba puesto en las reacciones del público al
encontrarse con estos "especímenes". Fusco describe la función de la jaula como una
pantalla que refleja las fantasías del público acerca de estos sujetos. Y, dado que el per-
formance contemplaba la interacción entre los artistas (los supuestos nativos) y el pú-
blico, la manera en que estos últimos interactuaran con los nativos resultaba también
reveladora de su posición dentro de esta relación.
¿Cuál es la construcción imaginaria contemporánea del "otro cultural"? ¿Cuáles
son las exigencias del público para validar la autenticidad de un sujeto "nativo"? Fusco
plantea que la construcción de la alteridad étnica es performativa y se localiza en el
cuerpo. No alcanza con "ser distinto" sino que hay que "actuar" como distinto, y cum-
plir con los códigos que moldean las fantasías caucásicas sobre el performance legítimo
de su otro cultural. Fusco relata cómo una vez que los artistas inauguraron uno de los
términos de la relación, ubicándose en el rol del buen salvaje, el público asumió inme-
diatamente el rol del colonizador, cercano a su rol contemporáneo como consumidores
de lo exótico.
La sorpresa con la que se encontraron Fusco y Gómez-Peña fue que para muchos
este performance no tenía nada de comentario sardónico, sino que fue recibido como un
hecho real, a pesar de disloques tales como el hecho de que el "macho nativo" escribiera en
un ordenador y que la "hembra» cantara rap. Para Fusco, la interpretación literal del
performance por parte de ciertos espectadores, que se escandalizaron de que los artistas
criticaran estasprácticas de exhibición y sus émulos contemporáneos reproduciéndolas sin
hacer obvia su crítica, o la actitud paternalista de unos miembros del público para
con otros a quienes supuestamente tenían que proteger de la maldad de estos artist
OTRA HISTORIA DEL PERFORMANCE INTERCULTURAL 309
ultó prueba de la vigencia de las posiciones de poder que están detrás de toda reta-
n presentada como intercultural.
Si en el pasado, como narra Fusco, para Dickens el hecho de que los nativos fueran
capaces de representarse a sí mismos en tareas cotidianas en condiciones artificiales
—por ejemplo, en el ámbito de una muestra etnográfica de museo— era prueba de su
humanidad, en el performance de Fusco y Gómez-Peña, el aspecto satírico del perfor-
mance y la impostura de los artistas que se hacen pasar por nativos sin serlo fue eva-
luado, según informa Fusco, por ciertos sectores del público como expresión de la falta
de ética de los artistas que según estos miembros del público traicionaron la buena fe del
resto de los (crédulos) asistentes.
M. F.
A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX, FRANZ KAFKA ESCRIBIÓ UNA HISTORIA QUE COMEN
zaba: "Honorables miembros de la Academia. Me han hecho el honor de invitarme
a su Academia para que les relate mi vida anterior, cuando fui un simio".' Titulada
"Informe para una academia" se presentó como testimonio de un hombre de la
Costa de Oro africana que había vivido varios años en exhibición en Alemania en
calidad de primate. Ese relato era ficticio y creación de un escritor europeo que
destacaba la ironía de tener que demostrar la propia humanidad; no obstante, es
una de las abundantes alusiones literarias a la historia real de la exhibición etnográ-
fica de seres humanos que ha tenido lugar en Occidente durante los cinco siglos
recientes. Si bien las experiencias de muchos a quienes se exhibió son materia de
leyenda, son los relatos de observadores y empresarios lo que constituye el regis-
tro histórico y literario de esta práctica en Occidente. A mi colaborador, Guillermo
Gómez-Peña, y a mí nos intrigó este efecto de representar la identidad de un otro
para un público caucásico, percibiendo sus implicaciones para nosotros como artistas
de performance que abordan la identidad cultural en el presente. ¿Acaso cambiaron
las cosas?, nos preguntamos. ¿Cómo saberlo, si no al dejar en libertad a esos fantas-
mas de una historia que puede suponerse nuestra? Imagine que me paro frente a
usted, como el personaje de Kafka, para hablar sobre una experiencia que se clasifica
en algún lugar entre la verdad y la ficción. Lo que sigue son mis reflexiones respecto de
la representación del papel del buen salvaje tras los barrotes de una jaula de oro.
1 Franz Kafka, ?he Basic Kafka, Nueva York, Washington Square Press, 1979.
[ 311 ]
312 COCO FUSCO
Nuestra pretensión original era realizar un comentario satírico sobre los con-
ceptos occidentales del otro exótico, primitivo; no obstante, hubimos de enfrentar
dos realidades inesperadas en el transcurso de la elaboración de esta obra: 1) una
porción sustancial del público creyó que nuestras identidades ficcionales eran reales,
y 2) una buena cantidad de intelectuales, artistas y burócratas culturales buscaron
desviar la atención de la sustancia de nuestro experimento a las "implicaciones
morales" de nuestro subterfugio, o, en sus palabras, de nuestra "desinformación
para el público" acerca de quiénes éramos. El literalismo implícito en la interpre-
tación de nuestra obra por parte de individuos que representan el "interés público"
sugiere su compromiso con nociones positivistas de la "verdad" y nociones despo-
litizadas y ahistóricas de "civilización". Esta etnografía invertida de nuestras inter-
acciones con el público sugerirá, espero, la naturaleza culturalmente específica de
su tendencia a una interpretación literal y moral.
Cuando comenzamos a trabajar en este performance como parte de un pro-
yecto que confrontara al quinto centenario, el régimen de Bush (padre) comenza-
ba a trazar paralelismos claros entre el "descubrimiento" del Nuevo Mundo y su
((
nuevo orden mundial". Observamos la semejanza entre las celebraciones oficia-
les del quinto centenario en 1992 y las formas como las conmemoraciones co-
lombinas de 1892 sirvieron de justificación para el entonces nuevo estatus de
Estados Unidos como potencia imperialista. No obstante, si bien anticipamos
que la celebración oficial del quinto centenario conformaría un telón de fondo
impuesto, lo que pronto quedó claro fue que, tanto para España como para Esta-
dos Unidos, la celebración fue una empresa económica desastrosa, e incluso una
vergüenza. La Expo de Sevilla quebró; se investigó a la Comisión Estadunidense
del Quinto Centenario por corrupción; las réplicas de las carabelas se encontraron
con tantas protestas que la gira se canceló; el papa cambió sus planes y no ofició
misa en la República Dominicana hasta después del 12 de octubre; Russell
Means, activista del Movimiento Indo Americano, logró que los italo-estaduni-
denses en Denver cancelaran su desfile del Día de la Raza; y las costosas produc-
ciones cinematográficas que celebrarían a Colón —de 1492: The Discovery [1492:
El descubrimiento] a The Conquest of Paradise [La conquista del Paraíso] fueron
—
fracasos de taquilla. Colón, la figura que comenzó como símbolo del eurocentris-•
mo y del espíritu emprendedor hacia América, terminó por devaluarse a causa de
una reproducción excesiva y una mala actuación.
OTRA HISTORIA DEL PERFORMANCE INTERCULTURAL 313
parte de la Bienal Edge '92, que tendría lugar en Londres y también en Madrid
como parte de la celebración del quinto centenario en su calidad de capital de la
cultura europea. Aprovechamos el interés de Edge en ubicar el arte en espacios
públicos para crear un performance propio de un sitio específico para la Plaza
Colón en Madrid, en conmemoración del llamado Descubrimiento.
Nuestro plan era vivir en una jaula dorada durante tres días, presentándonos
como amerindios no descubiertos de una isla del Golfo de México que de alguna
manera los europeos hubiesen soslayado durante cinco siglos. Denominamos
nuestro territorio Guatinau, y a nosotros, guatinauis. Representamos nuestras "ac-
tividades tradicionales", que abarcaban desde coser muñecas vudú y levantar pesas
hasta ver televisión y trabajar en una computadora portátil. Una caja para donati-
vos frente a la jaula indicaba que, por una módica suma, yo bailaría (con música de
rap), Guillermo contaría auténticos relatos amerindios (en un lenguaje sin sentido)
y posaríamos para que se nos fotografiase con los visitantes. En las cercanías ron-
darían dos "guardias de zoológico" para hablar con los visitantes (pues nosotros no
los entendíamos), para llevarnos al baño atados con correas y darnos de comer
sándwiches y fruta. En el Museo Whitney, en Nueva York, añadimos sexo a nues-
tro espectáculo, al ofrecer una mirada a unos auténticos genitales masculinos
guatinauis por cinco dólares. En un letrero didáctico se presentaba una cronolo-
gía que destacaba la exhibición de personas no occidentales, y en otro, una entra-
da simulada de la Enciclopedia Británica con un mapa falso del Golfo de México
en donde figuraba nuestra isla. Tras los tres días de mayo de 1992, llevamos nuestro
performance a Covent Garden, en Londres. En septiembre, lo presentamos en
Mineápolis, y en octubre, en el Museo Nacional de Historia Natural, del Smith-
soniano. En diciembre estuvimos en exhibición en el Museo Australiano de Historia
Natural, en Sidney, y en enero de 1993, en el Field Museum de Chicago. A prin-
cipios de marzo estuvimos en el Whitney para la inauguración de la bienal, único
lugar donde nos encontramos contextualizados de forma reconocible como obra
de arte. Antes de nuestro viaje a Madrid, realizamos una exposición de prueba
en condiciones relativamente controladas en la Galería de Arte de la Universidad de
California en Irvine.
Nuestro proyecto se concentró en el "grado cero" de las relaciones intercultu-
rales en un intento de definir un punto de origen para los debates que vinculan
descubrimiento y otredad. Trabajamos dentro de disciplinas que desdibujan las
LA OTRA HISTORIA DEL PERFORMANCE INTERCULTURAL 315
-71161
„sitio
en Chicago se ubicaran fuera de "La Ciudad Blanca", un área cerrada que cele-
braba la ciencia y la industria.
Performance intercultural
1493 Colón llevó a un arawak del Caribe para exhibirlo en la corte española du-
rante dos años, hasta que murió de depresión.
1502 Se exhibe a "esquimales" en Bristol, Inglaterra.
1505 Se lleva a nativos norteamericanos a Francia para construir una aldea brasi-
leña en Rouen. El rey de Francia ordena a sus soldados que quemen la aldea
como performance. Tanto le agrada el espectáculo que ordena que se repre-
sente de nuevo al día siguiente.
318 COCO FUSCO
Pienso en los bosquimanos. Pienso en los dos hombres y las dos mujeres a quie-
nes se exhibe por Inglaterra desde hace algunos años. ¿Acaso la mayoría de las
personas —quienes recuerdan al horrible y diminuto líder de ese grupo en su
purulento manojo de pieles, cubierto de mugre y su antipatía al agua, y sus pier-
nas cruzadas, y sus gritos de "Qu-u-u-u-aaa" (voz bosquimana para algo deses-
peradamente insultante, sin duda)— anhela de manera deliberada al buen salvaje,
o es algo idiosincrásico en mí aborrecerlo, detestarlo, abominarlo y repudiarlo?
Nunca he visto que ese grupo duerma, fume y escupa cerca de algún brasero,
pero con sinceridad he deseado que algo pase con el carbón de allí dentro, y que
cause la sofocación inmediata de todos esos buenos extranjeros.'
3 Richard D. Altwick, 7he Shows of London, Cambridge, Massachusetts, Belknap Press, 1978.
322 COCO FUSCO
Tzara se apresura a señalar aquí que sólo él, en tanto dadaísta, comprende la
importancia del gesto "inocente" de su hermano "ingenuo y bueno". En The Pre-
dicament of Culture 'Dilemas de la cultura],James Clifford explica la forma en que
los modernistas y etnógrafos de principios del siglo xx proyectaron percepciones
codificadas del cuerpo negro: imbuido de vitalidad, ritmo, magia y poderes eró-
ticos, otra formación de lo "bueno" frente al salvaje irracional o malvado.'
Clifford cuestiona el modo convencional de comparación en términos de afini-
dad, al observar que este término sugiere una relación "natural" más que política
4 Tristan Tzara, Seven Dada Manifestos and Lampisteries, Barbara Wright (trad.), Londres, J. Calder,
1992.
5 James Clifford, 7,e Predicament of Culture, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press,
1988 [ed. esp.: Dilemas de la cultura, Barcelona, Gedisa, 1995].
LA OTRA HISTORIA DEL PERFORMANCE INTERCULTURAL 323
6 Jerome Rothenberg, "New Models, New Visions: Some Notes Towards a Poetics of Performance",
Performance in Postmodern Culture, Michael Benamou y Charles Caramello (eds.), Madison, WI, Coda
Press, 1977, pp. 11-18.
324 COCO FUSCO
por parte del militante nativo norteamericano. En resumen, se trata del dere-
cho a la autodefinición". 7
La redefinición de estas "afinidades" con lo primitivo, lo tradicional y lo
exótico se convierte cada vez más en un asunto delicado conforme más artistas
de color entran en la esfera de la "vanguardia". Lo que puede ser una identifica-
ción "liberadora" y "transgresora" para los europeos y euro-estadunidenses ya es
un símbolo de confinamiento dentro de un estereotipo impuesto por otros. La
"afinidad" que defendían los primeros modernos y también los travestis culturales
posmodernos se da a través de un estereotipo imaginado, junto con los versos
del "hermano" de Tzara. Los encuentros reales amenazarían la posición y supre-
macía del apropiador a menos que permanezcan en su lugar las fronteras y las
relaciones de poder concomitantes. Como resultado, los mismos ámbitos inte-
lectuales que ahora hacen alarde de los perforadores corporales neoprimitivos,
pensadores "nómadas", comadres de estirpe inglesa y adoradores de la Tierra new
age continúan mostrando una actitud literalista hacia los artistas de color, y
demuestran así que la diferencia racial es un componente determinante en la
relación propia con las nociones de lo "primitivo". En el juicio de 1987 del es-
cultor minimalista Carl Andre —acusado de asesinar a su esposa, la artista cu-
bana Ana Mendieta—, la defensa no dejaba de sugerir que los trabajos de la
occisa referentes a la tierra revelaban impulsos suicidas, desencadenados por sus
ideas "satánicas"; las referencias a la santería en la obra de Mendieta no podían
interpretarse como algo consciente. Cuando los curadores franceses de la exhi-
bición Les Magiciens de la Terre visitaron al artista cubano José Bedia, a finales
de la década de 1980, le pidieron que mostrara su altar privado para "demostrar"
que en realidad era un creyente en la santería. Un joven poeta afroestaduniden-
se aclamado por la crítica se sorprendió cuando al enterarse, el año anterior, que
un empresario del Nuyorican Poet's Café lo promovió como antiguo miembro
de una pandilla de Los Ángeles, lo que él nunca fue. Y mientras representaba
Border Brujo a finales de la década de 1980, Gómez-Peña se encontró con nu-
merosos presentadores y miembros del público decepcionados de que él no
fuese un "chamán real" y de que sus "lenguas" no fuesen de origen náhuatl, sino
ficticias.
7 Idem.
LA OTRA HISTORIA DEL PERFORMANCE INTERCULTURAL 325
sus ancestros, igual que muchos nativos estadunidenses se vestían como sioux,
cuyo parecido, gracias a las extensas y sangrientas guerras de las planicies de finales
del siglo xIx, dominaba la imaginación popular estadunidense.
Para Gómez-Peña y para mí, las exhibiciones humanas representan el in-
consciente colonial de la sociedad estadunidense. Para justificar los genocidios,
esclavismo y la ocupación ilegal de tierras, debía establecerse una separación "na-
turalizada" de la humanidad a lo largo de líneas raciales. Cuando la libre mezcla
de razas demostró que esas diferencias no contaban con ninguna base biológica,
se determinaron sistemas sociales y legales que reforzaran dichas jerarquías.
Mientras tanto, los espectáculos etnográficos difundieron y reforzaron estereoti-
pos, al destacar que la "diferencia" era manifiesta en los cuerpos en exhibición. De
este modo naturalizaron las representaciones "fetichizadas" de la otredad, al miti-
gar el nerviosismo que generaba el encuentro con la diferencia.
En su ensayo "The Other Question", Homi Bhabha explica que la clasifica-
ción racial mediante el estereotipo es un componente necesario del discurso colo-
nialista, en tanto justifica la dominación y disfraza el temor del colonizador a su
incapacidad de conocer siempre al otro.' De nuestras experiencias en la jaula
surgió que aunque se tome con reticencia la idea de que Estados Unidos sea un
sistema colonial —pues contradice la presentación de la ideología predominante
de nuestro sistema como democracia—, las reacciones del público indicaron que
los papeles colonialistas se internalizaron de manera muy eficaz.
Los estereotipos acerca de las personas no caucásicas que se refuerzan de conti-
nuo con las exhibiciones etnográficas aún perviven en la alta cultura y los medios
masivos. Incrustadas en el inconsciente, estas imágenes forman la base de temores,
deseos y fantasías acerca del otro cultural. En "lhe Negro and Psychopathology",
Frantz Fanon analiza una etapa crítica en el desarrollo de los niños socializados en la
cultura occidental, sin importar su raza, en la que los estereotipos racistas de lo sal-
vaje y lo primitivo se asimilan mediante el consumo de la cultura popular: historie-
tas, películas, caricaturas, etc.' Estas imágenes esterotípicas suelen formar parte de
8 Homi Bhabha, "The Other Question: Difference, Discrimination and the Discourse of Colonialism",
Out There: Marginalization and Contemporary Culture, Russell Ferguson, Martha Gever, Trinh T Min-ha
y Cornel West (eds.), Cambridge, MIT Press, 1982, pp. 71-88.
9 Frantz Fanon, "The Negro and Psycopathology", Black Skin, White Masks, Chalres Lam Markmann
(trad.), Nueva York, Grove Press, 1967, pp. 141-209 [ed. esp.: Piel negra, máscaras blancas, Madrid, Akal,
2009].
LA OTRA HISTORIA DEL PERFORMANCE INTERCULTURAL 327
mitos de dominio colonial (por ejemplo, los vaqueros vencen a los indios, el con- con-
quistador triunfa sobre el Imperio azteca, los soldados coloniales vencen al jefe afri-
cano, etc.). Esta dinámica contiene también una dimensión sexual, que por lo gene-
ral se expresa como ansiedad sobre la (omni)potencia masculina caucásica. En
Prospero and Caliban: The Psychology of Colonization, Octave Mannoni acuñó el tér-
mino complejo de Próspero para describir el continuo temor de los patriarcas colonia-
les caucásicos de que sus hijas fuesen raptadas por un varón no blanco. 1° Varios este-
reotipos coloniales también alimentan estas ansiedades, por lo común al representar
a una mujer blanca cuya "pureza" se pone en peligro ante los negros con genitales
agrandados, o gentiles /m'in lovers, o guerreros nativos de mirada salvaje; y la práctica
común de los linchamientos públicos de negros en los estados del sur de Estados
Unidos es un ejemplo de la respuesta masculina blanca ritualizada a dichos temores.
Junto con estos estereotipos están sus homólogos que humillan y degradan a las
mujeres de color, para mitigar sus ansiedades acerca de la rivalidad sexual entre mu-
jeres blancas y no blancas. En el pasado, era la sirviente subordinada, y la nana obesa
y carente de sexualidad; hoy en día, la desventurada víctima de un oscuro varón
brutal o irracional cuya tradición carente de "libertades feministas" es lo más común.
Estos estereotipos se han analizado de manera muy amplia durante las décadas
recientes, pero nuestras experiencias en la jaula sugieren que la inversión psíquica
en ellos no se debilita sólo con la racionalización. La preocupación constante acer-
ca de nuestro "realismo" reveló una necesidad de reasegurar que sí existió un "ver-
dadero primitivo", sea que nos ajustemos a él o no, y de que él o ella se puede
identificar visualmente. El antropólogo Roger Bartra ve este deseo como una parte
de una dependencia característicamente europea de un "otro incivilizado" con el fin de
definir el yo occidental. En su libro El salvaje en el espejo, rastrea la evolución del
"salvaje" a partir de los habitantes mitológicos de los bosques a los hombres y mu-
jeres "salvajes" y por lo general peludos que incluso en épocas modernas apare-
cen en espectáculos de fenómenos y películas de horror. 11 Estos arquetipos a la larga
se incorporaron a la iconografia cristiana y después se les proyectó a los pueblos del
Nuevo Mundo, a quienes se les percibió ya sea como salvajes paganos capaces de
reformarse o diablos irredimibles que había que erradicar.
1° Octave Mannoni, Prospero and Caliban: 7he Psychology of Colonization, Pamela Powesland (trad.),
Ann Arbor, University of Michigan Press, 1990.
11 Roger Bartra, El salvaje en el espejo, México, Era, 1992.
328 COCO FUSCO
a quien se exhibió por toda España hasta su muerte, en 1862, aún está disponible,
embalsamada, para investigación científica y para préstamos a los museos intere-
sados. El verano pasado, el caso de Ota Benga, pigmeo que se exhibió en la jaula
para primates del zoológico del Bronx en 1906, ganó mucha visibilidad por los
planes de que participara en una película de Hollywood basada en un libro de
reciente aparición donde se hizo público el asunto. Y en la Feria Estatal de Min-
nesota el verano pasado, vimos a Tiny Teesha, la princesa isleña, quien en reali-
dad era una enana negra de Haití que se ganaba la vida yendo de una feria esta-
tal a otra.
Si bien la exhibición humana existe en formas benignas hoy en día —es de-
cir, no se exhibe a la gente contra su voluntad—, persiste el deseo de ver formas
predecibles de la otredad desde una distancia segura. Sospecho, tras mi experien-
cia en la jaula, que este deseo es bastante poderoso para permitir que el público
descarte la posibilidad de la ironía deliberada en la autopresentación del otro; in-
cluso quienes vieron nuestro performance como arte y no como artefacto pare-
cieron obtener más placer al participar en la ficción, al pagar para vernos repre-
sentar actividades por completo carentes de sentido o humillantes. Un hombre
de edad mediana que asistió a la inauguración de la bienal Whitney con su espo-
sa elegantemente vestida insistió en darme de comer un plátano. El guardia del
zoológico le dijo que tendría que pagar 10 dólares para hacerlo, los que dio con
rapidez, además de insistir en que se le fotografiara en el acto. Después de la sor-
presa inicial de encontrar a seres humanos dentro de una jaula, el público invaria-
blemente revelaba su familiaridad con el escenario al que se nos aludía.
No anticipamos que nuestro comentario deliberado sobre esta práctica fue-
se verosímil. Subestimamos la fe del público en los museos como bastiones de
la verdad, y la participación institucional en ese papel. Además, tampoco antici-
pamos que el literalismo dominase la interpretación de nuestra obra. De forma
consistente de ciudad en ciudad, más de la mitad de nuestros visitantes creyó
nuestra ficción y pensó que éramos "reales"; sin embargo, en el Whitney experi-
mentamos el mundo del arte equivalente a dichas percepciones equivocadas: al-
gunos visitantes supusieron que nosotros no éramos los artistas, sino actores
contratados por otro artista. Conforme cambiamos nuestro performance de un
sitio público al museo de historia natural, la presión de los representantes institu-
cionales nos obligó a corregir didácticamente las malinterpretaciones del público.
330 COCO FUSCO
Consideramos esto en particular irónico, pues quienes trabajan en los museos son
quizá los individuos más conscientes de la rampante distorsión de la realidad que
se da en el etiquetamiento de artefactos de otras culturas. En otras palabras, no
éramos los únicos que mentían; nuestras mentiras tan sólo contaban una historia
diferente. Por hacer esto evidente, se nos percibió ya sea como buenos salvajes o
charlatanes diabólicos, disimuladores que desacreditaban a los museos y traicio-
naban la confianza del público. Cuando algunos miembros intranquilos del per-
sonal en Australia y Chicago se dieron cuenta de los grandes grupos de turistas
japoneses que parecían creer la ficción, se incomodaron profundamente, por el
temor de que los turistas regresaran a su país con una impresión negativa del
museo. En Chicago, junto a una reseña del performance de la jaula, el diario Sun
Times publicó los resultados de un sondeo telefónico en el que preguntaron a los
lectores si en su opinión el Museo Field debió exhibirnos, a lo cual 47% contestó
que no, y 53%, que sí. 12 Nos preguntamos con seriedad si estas responsabilidades
morales tan graves también se aplican a artistas caucásicos que presentan ficciones
en contextos no artísticos.
Atribuyamos la confusión ahora infame que generamos entre el público ge-
neral a algún defecto de clase o educación; vale aclarar que la malinterpretación
se filtró hasta los escalafones de la élite cultural. Cambio 16, revista de noticias de
tendencia progresista en España, publicó una nota sobre nosotros como "Dos
indios tras las rejas", lo que originó una protesta política." Si bien de tono iróni-
co, la nota se refería a nosotros sólo por nuestros nombres de pila, casi como para
que pareciésemos la más reciente llegada exótica al zoológico local. Los encarga-
dos del Museo Whitney pidieron a los curadores en una reunión previa a la bienal
la confirmación de los rumores de que habría "personas desnudas gritando obsce-
nidades en una jaula" en la inauguración. Cuando llegamos a la Universidad de
California Irvine el año pasado, nos enteramos de que la Environmental Health
and Safety Office* tenía entendido que Gómez-Peña y yo éramos antropólogos
que llevaríamos "aborígenes reales" cuyo excremento —si se depositaba dentro de
la galería— sería peligroso para la universidad. Esto era en particular importante
a la luz de la ubicación de la universidad, en el condado Orange, donde a menudo
12 Chicago Sun Times, 19 de enero de 1993, p. 2.
13 Cambio 16, 18 de mayo de 1992.
* Dependencia encargada del cuidado y seguridad del ambiente [Ti.
LA OTRA HISTORIA DEL PERFORMANCE INTERCULTURAL 331
Otros miembros del público que se dieron cuenta de que éramos artistas nos
reprendieron por la "inmoralidad" de embaucar al público. Esta reacción fue muy
popular entre los británicos, y llegó a serlo también entre intelectuales y burócra-
tas culturales en Estados Unidos. Debo señalar aquí que hay precedentes históri-
cos de las respuestas moralistas a la exhibición etnográfica en Inglaterra y Estados
Unidos, pero, en esos casos, se trataba de lo inhumano de tal práctica, no de la
ética de engañar al público, lo que a menudo hicieron los falsos antropólogos que
actuaban como guías en pequeños museos estadunidenses. Un famoso caso judi-
cial tuvo lugar a principios del siglo xix para determinar si era correcto exhibir a
la Venus hotentote, y los ministros negros en el Estados Unidos de principios del
siglo xix protestaron por la exhibición de Ota Benga en el zoológico del Bronx.
Ninguna protesta prosperó ante el atractivo de masas de dicho espectáculo para'
los caucásicos.
El literalismo que rige el pensamiento estadunidense complementa la idea
liberal de que el racismo se elimina mediante correctivos didácticos; también fo-
menta la resistencia a la idea de que los métodos conscientes no necesariamente
transforman las estructuras inconscientes de las ideas. Me parece que esta situa-
ción explica por qué los intérpretes moralistas desplazaron el foco de atención de
nuestra obra desde las reacciones del público hasta nuestra ética. Por ejemplo, la
reseñista que envió el Washington Post se enfureció tanto por nuestra "deshonesti-
dad" que apenas pudo contener su ira y tuvo que retirársele con ayuda de unos
asistentes. Un representante de la Fundación MacArthur fue al performance con
su esposa y se autoasignaron el rol de "corregir" las interpretaciones que se daban
frente a la jaula. En una reunión después del performance, el representante de la
Fundación habló de la "pobre familia mexicana" que estaba tan agradecida con
su esposa por explicarles el performance. Tras recibir dos quejas por escrito y la
reseña del Washington Post, el director de los programas públicos del Museo de
Historia Natural del Smithsoniano dio una charla en Australia en la que nos
criticaba duramente por engañar al público. Nos enteramos que desde entonces,
cambió su postura. Lo que aún no acabamos de comprender es por qué tantas de
estas personas no fueron capaces de ver nuestro performance como algo interactivo,
y por qué parecieron olvidar la tradición del performance específico [site-specifid
para el lugar en la que encajaba nuestra obra, desarrollo histórico que precedió a
la teatralización del arte del performance en la década de 1980.
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En general, las respuestas del público tendieron a ser menos pedantes y más
aparentemente emocionales. Algunas personas a quienes les perturbó la imagen
de la jaula temieron acercarse demasiado, y prefirieron mantenerse en la periferia
del público. Barbara Kruger fue a vernos en la Universidad de California en Irvine
y salió muy emocionada de la galería en cuanto leyó la cronología de la exhibición
humana. Claes Oldenberg, por otra parte, se sentó a la distancia en Mineápolis,
para observar a nuestro público con una sonrisa irónica en su rostro. Fue a vernos
la curadora de la colección amerindia en el Museo Británico. Cuando posó para
una foto, confesó a uno de nuestros representantes de la Bienal Edge que se sen-
tía muy culpable. Su museo ya había declinado damos el permiso para la exhibi-
ción. Otras personas encontraron formas menos directas de expresar esta ansiedad.
Una artista feminista de Nueva York nos cuestionó después de una conferencia
pública que dimos sobre el performance en Los Ángeles el año pasado, para suge-
rir que nuestra obra había "fracasado" si el público no la había leído bien. Una
joven cineasta caucásica que asistió a los performances en Chicago se presentó
después en una clase en la Universidad de Illinois y le recriminó a gritos a Gó-
mez-Peña por su "ingratitud" por todos los beneficios que había recibido gracias
al multiculturalismo. Ella afirmó que asistió al performance con un afroestaduni-
dense que se sintió "igualmente perturbado" por éste. Gómez-Peña respondió
que el multiculturalismo no era un "regalo" de los caucásicos, sino el resultado de
décadas de lucha de la gente de color. En los Estados Unidos, varias artistas e
intelectuales feministas se acercaron a la jaula para quejarse de que mi papel era
demasiado pasivo, y me regañaron por no hablar, y sólo bailar, como si mis activi-
dades debieran apoyar su postura política.
Los caucásicos fuera de Estados Unidos manifestaron reacciones más lúdicas
que los caucásicos estadunidenses, y dieron la impresión de ser menos tímidos para
expresar su disfrute de nuestro espectáculo. Por ejemplo, varones de traje y corbata
en Londres y Madrid se aproximaban a la jaula para hacer sonidos estereotipados
de animales de la selva; sin embargo, no todas las reacciones nacían de buenas
intenciones. Un grupo de cabezas rapadas atacaron a Gómez-Peña en Londres, y
algunos miembros del público los sacaron del lugar; montones de adolescentes en
Madrid se quedaban cerca de la jaula durante horas todos los días, tentándo-
nos con ofrecimientos de latas de cerveza llenas de orina y otras delicadezas
semejantes. Algunos de quienes entendieron que la obra de la jaula era arte de
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caucásicos pasaban horas frente a nosotros y se preguntaban cómo era posible que
pudiésemos operar una computadora, tener lentes de sol y tenis, y fumar cigarros.
En España hubo muchas quejas de que nuestra piel no fuese lo bastante os-
cura para ser primitivos "reales". Los guardias de zoológico explicaban que vivía-
mos en una zona de selva húmeda, sin mucha exposición al sol. En el Whitney,
un puñado de mujeres mayores también se quejó de que nuestra piel era demasia-
do clara, y una de ellas decía que la obra sólo sería eficaz si fuésemos "de verdad
oscuros". No obstante, estas dudas no impidieron que muchos aprovecharan
nuestra aparente incapacidad de entender los idiomas europeos; muchos hombres
en España hicieron comentarios con fuerte carga sexual sobre mi cuerpo, y ani-
maban a otros a que pusieran más dinero en la caja de donaciones para ver cómo
se movían mis senos cuando bailaba. En Londres, algunas veces me invitaron a
salir. Muchas otras personas eligieron una manera más discreta de expresar su
curiosidad sexual, al preguntar a los guardias si nos apareábamos en público en la
jaula. A Gómez-Peña le costó más trabajo que a mí soportar la experiencia de
que se le objetificase continuamente. Para la parte final de nuestros primeros tres
días en Madrid, comenzamos a percatamos no sólo de que las suposiciones de la
gente sobre nosotros se basaban en estereotipos de género, sino de que mis expe-
riencias como mujer me habían preparado para resistir psicológicamente la vio-
lencia de la objetificación pública.
Tal vez estaba más preparada, pero, durante los performances, ambos encara-
mos desafíos sexuales que transgredían nuestros límites fisicos y emocionales. En
la jaula, a ambos se nos objetificaba, en cierto sentido, se nos feminizaba, lo que
invitaba a los espectadores tanto masculinos como femeninos a entablar una rela-
ción voyeurista con nosotros. Esto quizás explique por qué las mujeres tanto como
los hombres manifestaban ese comportamiento ante lo que parecía la atracción
erótica de un macho primitivo enjaulado. En Sidney, la institución que nos patro-
cinaba, el Museo Australiano de Historia Natural, recibió la propuesta de una re-
portera de una revista erótica que deseaba tomar una foto desplegable en la que
ella apareciese sin sostén, dándonos de comer plátanos y sandía. El funcionario
de relaciones públicas del museo rechazó la proposición. Fue interesante que
las reacciones de las mujeres fuesen más consistentemente físicas, mientras
que los hombres eran más verbalmente abusivos. En Irvine, una mujer caucásica
pidió guantes de plástico para tocar al espécimen macho, empezó a acariciar sus
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yo pensaba que yo era, cómo me veía a mí misma, eso no importaba. Nunca había
visto con tanta claridad lo que podía provocar mi presencia fisica en la imagina-
ción de un pervertido colonialista entrado en años.
El recuerdo de la mirada de ese cineasta etnográfico me obsesionó durante años,
al grado de que comenzaba a preguntarme si me había vuelto paranoica. No obstan-
te, tras observar el comportamiento sólo un poco más discreto que el suyo desde el
otro lado de las rejas de nuestra jaula, me tranquiliza pensar que no soy paranoica.
Esos son los momentos cuando me agrada que existan barrotes reales. Es también
entonces cuando, aunque sé que puedo salir de la jaula, no puedo escapar del todo.
gendaria con Séneca y Américo Vespucio. Si bien el término amerindio sugiere que
se trataba de los habitantes originales del continente, las autoridades más antiguas
(por ejemplo, Cristóbal Colón en sus Diarios, y, en fechas más recientes, Paul Ri-
vette) los consideraban inmigrantes de Asia, no americanos. Otras explicaciones
propuestas son arborindios, "gente de los árboles", y amerindios, "gente de color
café". Lo más que se puede decir es que amerindios puede ser el nombre de una
estirpe americana indígena que los antiguos desconocían tanto como nosotros.
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