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LA FORMACIÓN DE UNA SOCIEDAD REPRESORA - MOORE

Se ha llegado a aceptar de forma corriente que era en cierto modo natural o apropiado, o en
cualquier caso inevitable, que la Iglesia medieval tratara de eliminar la disidencia religiosa por
la fuerza. La naturaleza de la sociedad europea que no esta históricamente fundamentada, y
por tanto alimenta una compresión equivocada de la naturaleza de la persecución misma.
Hamilton dice: la actitud del clero estaba conformada por la sociedad en que vivían, que
consideraba normal la persecución de los herejes. Esto es suponer, primero, que los
poseedores de la autoridad eclesiástica reflejan meramente los sentimientos de la sociedad
que los rodeaba, y no la creaban o dirigían, y segundo, que la violencia y la persecución eran
puramente endémicas en el mundo medieval, “norma” que los historiadores deben dar por
supuesta. La persecución religiosa había sido familiar en el Imperio romano, y continuo
siéndolo a lo largo de la historia del mundo bizantino. Pero en Occidente, desapareció junto
con el Imperio roano y no reapareció hasta el sXI. Los sXI y XII contemplaron lo que se
convertiría en una transformación permanente de la sociedad occidental. La persecución se
hizo habitual. La violencia deliberada y socialmente sancionada empezó a dirigirse, a través de
las instituciones gubernamentales, judiciales y sociales, contra grupos de personas definidas
por características generales como raza, religión o forma de vida; y que la pertenencia a tales
grupos en si misma llego a considerarse justificadores de esos ataques. Se ha otorgado
relativamente poca atención a la persecución como tal, como fenómeno general, y ninguna en
absoluto, por lo que yo conozco, a sus orígenes en estos siglos. En 1100 Europa se convirtió en
una sociedad represora, las razones de ese cambio son dignas de ser exploradas.
PERSECUCIÓN
En el Cuarto Concilio de Letrán (1215) se dio una definición funcional de la comunidad cristiana
y establecieron las condiciones esenciales de pertenencia para todos los europeos
occidentales. Fue el primer intento inspirado por el papado de legislar sobre la vida cristiana
tal como era vivida por los laicos. Aunque existió un enorme abismo entre la promulgación y
ejecución, los Concilios de Letrán proporcionaron un programa cuya influencia, infinitamente
lenta, discontinua y arbitraria, modifico de forma gradual la estructura institucional y espiritual
de la sociedad europea.
Exigían a los judíos que se distinguieran de los cristianos por sus vestidos, les prohibían ocupar
cargos públicos, a quienes se convirtieran al cristianismo continuar observando cualquiera de
sus ritos anteriores para evitar que eludieran los castigos a la infidelidad mediante una alza
conversión. Los herejes habían de ser excomulgados y entregados al poder secular para su
castigo, y confiscadas sus propiedades. Los sospechosos de herejía habían de ser también
excomulgados y se les daba un año para demostrar su inocencia. Los que ocupaban cargos
públicos debían prestar públicamente juramento de que lucharían de buena fe y con toda su
capacidad para exterminar a todos los herejes señalados por la Iglesia en los territorios sujetos
a su jurisdicción, si alguno fuera negligente en estas actuaciones, sus hombres serian liberados
de su vasallaje y el papa otorgaría el territorio en cuestión a buenos católicos.
La herejía se extendía a cualquiera que tuviera contacto con un hereje. A los clérigos se les
prohibía bajo pena de suspensión dar los sacramentos de la Iglesia o recibir sus limosnas y
ofrendas. Asimismo, los obispos debían realizar controles dos o mas veces al año por los
lugares donde se dijera que existían herejes y hacer jurar que si alguien supiera de la presencia
de herejes lo hará saber.
Es importante no exagerar la novedad, efectividad o carácter eclesiástico de estas medidas.
Existían una serie de legislaciones laicas por parte de los emperadores también.
La importancia de estas disposiciones esta no solo en la formidable serie de sanciones legales
que introducían contra la herejía, sino en la legitimidad que daban a la actuación contra ella.

En el sXIII había llegado a ser claro que la legislación que dependía para su instrumentación de
los obispos nunca seria efectiva: donde tenían voluntad carecían muchas veces de los medios y
el apoyo para descubrir, condenar y castigar a los miembros de sus comunidades.
Mientras estos oficiales ponían en práctica su licencia con legendaria ferocidad, fue en
Toulouse donde la Inquisición papal adopto su forma institucional regular, formal y duradera.
Cuando sus actividades se extendieron por toda Europa occidental ampliaron también su
alcance (1240). En esta época las leyes contra los herejes se estaban aplicando a conversos
judíos: relapsos, y en 1721 la Inquisición había añadido a sus obligaciones la de buscar a esas
personas y llevarlas a juicio.
En el Cuarto Concilio de Letran estableció una maquinaria de persecución para la cristiandad
occidental, y especialmente una serie de sanciones contra los condenados que se iba a
demostrar adaptable a una variedad de victimas mucho más amplia, que la de los herejes para
los que fue ideada.
La prescripción de vestimentas identificativas y la prohibición a los judíos del ejercicio de
cargos públicos sirvieron para subrayar sus desventajas y para confirmar su ubicación, con los
herejes, en la categoría de quienes estaban sometidos a la represión.

HEREJES

Durante los últimos siglos de la Antigüedad el apoyo del poder imperial proporciono los
medios de la coerción, y la inteligencia del mayor de los padres de la Iglesia su fundamento
racional. La desviación persistente de la fe desafiaba no solo la organización intelectual sino la
social, es fácilmente comprensible en el contexto de las pequeñas y perseguidas comunidades
de los primitivos cristianos, para quienes los valores supremos debían ser la lealtad y la
fraternidad.
El derecho romano y la conversión del Imperio romano al catolicismo ya legislaban la exclusión
de beneficios a los que no practicaban la fe cristiana. En el Imperio oriental la pena de muerte
por herejía se prescribió solo para unas pocas sectas muy apartadas y se aplico en ocasiones
contadas.
No hay testimonios en el Occidente latino de separación de la ortodoxia católica atribuible a
los laicos, y mucho menos de que fueran deshonrados por eso hasta el sX.
EL SIGLO XI

Este silencio fue roto por el cronista cluniacense Raul Glaber, en sus Cinco libros de la Historia.
Sus historias de Vilgardo y Leutardo pueden aceptarse como tipificadoras a su manera de las
dos corrientes de herejía que se manifestarían en las primeras décadas del siglo XI.
No hay razones para pensar que los grupos heterodoxos formaban una sola secta o una sola
tradición, sino que compartían ciertas características principales. Todos, parece claro, eran
campesinos, en cualquier caso grupos no privilegiados, y su doctrina religiosa parece haberse
limitado a un simple seguimiento literal de los preceptos del Nuevo Testamento, en especial
los Evangelios y los Hechos de los Apostoles, lo que les hacia escépticos respecto a algunas
enseñanzas y afirmaciones de la Iglesia.
El discutidísimo renacimiento de la herejía en Occidente en el sXI. Aunque las dos corrientes
que comprendía contrastaran agudamente en sus fuentes intelectuales y su contexto
geográfico y social, convergían en una proposición, la de que la Iglesia necesitaba reformarse y
erradicar la corrupción de su gobierno y la falta de celo de sus sacerdotes, para que pudiera
responder a las necesidades espirituales de quienes buscaban la salvación mediante la
iluminación del alma, el rechazo de la riqueza y el poder mundanos y la imitación de los
apóstoles. Las corrientes de herejía estaban, por tanto, entremezcladas con las corrientes de
reforma mucho mas amplias y rápidas que desde mediados de siglo trastornaban a la Iglesia y
media Europa.
La herejía no desapareció en estos años, como se dice a veces: se convirtió en la línea política
de la Iglesia (1020)
EL CRECIMIENTO DE LA HEREJIA POPULAR

Cuando la revolución gregoriana perdió su rigor y empezó a acomodarse de nuevo el mundo,


la herejía reapareció con mayor vigor y de nuevo con dos aspectos, aunque muy diferentes de
los anteriores. Por un lado, como después de cualquier revolución, estaban quienes pensaban
que la reforma había sido traicionada y había fracasado en mantenerse la con el ideal sin
compromisos de pobreza apostólica y separación de la corrupción del poder secular. Por otro
lado, con menos frecuencia al principio pero con importancia creciente a medida que el sXII
avanza, quienes rechazaban no solo los logros sino el objetivo de la reforma gregoriana, el
ideal de una Iglesia jerárquicamente organizada que reivindicaba el derecho a intervenir en
toda área de la vida y el pensamiento.

El mensaje de la traición fue sostenido por predicadores vagabundos, hombres con aspecto
salvaje, pobreza manifiesta y lenguaje feroz, que despotricaban contra la avaricia y el
libertinaje de los curas.
Existían predicadores anticlericales mas fuertes que otros que tenían la capacidad de explotar
la indignación popular, pero lo cierto es que en esta región de Europa la autoridad eclesiástica
era particularmente débil. Grupos de laicos comenzaban a reunirse en busca de consuelo
espiritual y apoyo social mediante el culto y el estudio del Evangelio privados. Excepto cuando
por uno u otra razón incurrían en las sospechar de las autoridades, sabemos poco sobre ellos.
Un trasfondo de piedad laica extendida, discreta, pero con frecuencia claramente orientada,
cuya misma existencia constituía en cierta medida una crítica a la Iglesia y su actuación, es un
contexto esencial para el creciente atractivos de los movimientos heréticos.
Los eclesiásticos occidentales se inclinaban siempre a atribuir la herejía a la contaminación
extranjera (aunque aun no maniquea), hubiera o no pruebas de ello.

En la década de 1150, a lo sumo, los cataros como iban a ser conocidos, habían organizado una
estructura eclesiástica en Renania, con sus propias iglesias, ritos y obispos. En los años de la
década de 1160 se estaban extendiendo rápidamente en Languedoc, que llegaría a ser su mas
firma baluarte, u desde allá a Italia, donde tomaron contacto en la década de 1170, primero
con otros herejes de origen búlgaro que se habían extendido por el Veneto y la Marca de
Dalmacia durante las mismas dos décadas, y después directamente con misiones de sus
compañeros de Constantinopla. En todas estas regiones los cataros establecieron profundas
raíces sociales muy rápidamente, quizás en razón de que eran áreas donde la autoridad estaba
ya fragmentada y el rápido cambio social producía tensiones y conflictos. En esa época había
iglesias cataras en todas las ciudades importantes de Italia septentrional y central, y la
agitación cívica y de facciones con frecuencia les permitía predicar y practicar su fe de forma
publica. Se aseguraron un grado de tolerancia y protección de los laicos influyentes que en
muchos lugares les proporciono una inmunidad sustancial frente a la disciplina de la Iglesia.
Los valdenses se extendieron quizá tan rápidamente como los cataros, fueron aun más
implacables frente a la autoridad y las pretensiones del clero romano. El periodo entre el
Tercer Concilio de Letrán (1179) y el Cuarto (1215) viera la mas rápida difusión de la herejía
popular que Europa occidental haya experimentado.

LA RESPUESTA DE LA IGLESIA.
Los poderes y la penas establecidos en el derecho romano proporcionaban en ocasiones la
base para su respuesta, pero el hecho de que cuando, en torno al año 1002, Burchard de
Works reunió la mas amplia colección de derecho eclesiástico hasta esa fecha no incluyera
tales medidas, o tan sin siquiera considerada la cuestión de la herejía popular, es una llamativa
confirmación de que nuestra ignorancia de los sentimiento heréticos en los siglos anteriores
inmediatos no es simplemente atribuible a las deficiencias de los testimonios que han
sobrevivido. En algunos de los casos más antiguos la iniciativa fue adoptada por los poderes
seculares, por razones propias. En ausencia de presión de estos, los obispos tendían a actuar
según el principio establecido por Wazo de Leija de que los informes de herejía debían
investigarse, los herejes debían ser examinados y excomulgados y sus doctrinas públicamente
refutadas.
Los años anteriores a 1140 o en torno a esa fecha, cuando la respuesta episcopal a l
predicación herética era parcial, ad hoc y con frecuencia suave, y la determinación creciente
de tratarla con severidad después de ese tiempo. El cambio se relaciona con la tendencia a un
tratamiento mas centralizado del problema. La responsabilidad de enfrentarse a la hereje
recaía en los obispos. Pero su principal remedio, la expulsión del hereje de la diócesis, lejos de
ser adecuado para frenar la difusión de las doctrinas heréticas, contribuía realmente a ella.
En el Concilio de Reims 1148 se solicita que no se diera socorro a los seguidores de los herejes,
bajo pena de interdicto sobre las tierras de quienes les dieran abrigo. Se estipula también que
los sospechosos de herejía podían ser detenido por quienquiera que los descubriese. Con
anterioridad los obispos habían reaccionado frente a lo que generalmente eran actos
espectaculares y agresivos por parte de herejes manifiestos, ahora su tarea era buscar herejes
baja la premisa de que serian encontrados y de que cualquier negativa por parte de los herejes
a proclamar su infamia seria solo una prueba de su duplicidad. Se suponía ahora que la herejía
se difundía en secreto pero con gran rapidez, los herejes habían de ser rápidamente
investigados, los sospechosos de adhesión a la herejía habían de ser boicoteados social y
comercialmente, el poder secular invocado contra ellos y confiscadas sus propiedades. En
suma, en estos años la Iglesia paso a la ofensiva. No debían existir tratos sociales o comerciales
con los herejes o sus simpatizante, bajo pena de excomunión, de disolución de los vínculos de
homenaje y de sujeción, hasta la de confiscación de tierras bienes.
JUDIOS
EL LEGADO DE LA ANTIGÜEDAD

El derecho romano colocaba a los judíos en la misma situación de incapacidad que a los
herejes cristianos. Quedaban excluidos por el Codex Justiniano del servicio imperial y la
profesión legal, del derecho a hacer testamento y recibir herencia, a testificar o presentar
demandas en los tribunales públicos; como contrapartida a los privilegios otorgados antes de
las sangrientas guerras del siglo I d.c.. La ambigüedad continúo gobernando las relaciones de
los judíos con los otros pueblos de Europa.

El ascenso del cristianismo en los sIV y V llevo el problema a punto culminante. A los judíos se
les prohibió casarse con cristianos, adquirir esclavos cristianos o convertir a los esclavos que
tuvieran a su propia religión.

Las prohibiciones ideadas para impedir a los judíos ejercer poder domestico y político sobre los
cristianos y hacer proselitismo a favor de su religión se contenían en unas cincuenta
disposiciones del código teodosiano y se repitieron en los códigos de los reinos germanos que
se sucedieron en el sV y VI. Otra cuestión es el grado en el que fueron puestas en práctica.

LA APARICION DEL ANTISEMITISMO

La primera indicación general del cambio de atmósfera se produjo en los años 1020-1012, con
una serie de ataques en Francia, después de un rumor de que el Santo Sepulcro en Jerusalén
había sido saqueado por orden del príncipe de Babilonia. En 1063 varias comunidades judías
del sudoeste fueron atacadas por caballeros que se dirigían a luchar contra el infiel en España.
Quienes aceptaron el cristianismo escaparon al asesinato. Es difícil de establecer
numéricamente la escala de estas masacres. Parece improbable que ciudades cuyas
poblaciones no superaban los dos o tres mil habitantes albergaran varios cientos de judíos, y
no parece que perdieran la totalidad de sus habitantes judíos. Se ha discutido si los
acontecimientos asociados a la primera cruzada produjeron un impacto duradero sobre los
judíos franceses, el salvajismo y la crueldad de los asesinatos, que perturbaron a muchos
comentaristas cristianos, dejaron a los judíos de Alemania y Renania no solo conmocionados y
desesperados sino expuestos a la crueldad, los insultos y la explotación. La predicación y la
preparación de las cruzadas, el fervor religioso y la inquietud social asociados a ellas, siguieron
representando un peligro para los judíos. Los cruzados estimularon la hostilidad hacia los
judíos pero no la causaron. Parece cierto que los judíos de Europa estaban siendo sometidos a
una presión creciente y a vejaciones cotidianas durante los sXI y XII, y puede haber algo mas
que coincidencia en la tendencia de los indicios que se han conservados al respecto al
desplazarse del Mediterráneo al norte de Europa a medida que el periodo avanza.

Es imposible hacer un balance fiel de la situación general de los judíos europeos en el siglo XII.
En muchos aspectos participaron de la prosperidad general y de la expansión del periodo. Las
comunidades judías se extendieron a muchas regiones de Europa, sobre todo en el norte y en
el oeste, donde no habían existido anteriormente. Sus miembros ocupaban con frecuencia
posiciones de influencia, y muchos acumularon grandes riquezas, no solo mediante el
prestamos local sonó como parte de una estructura bancaria y comercial que se extendía por
Europa y Oriente Medio. El pensamiento y la cultura judíos experimentaron un renacimientos
en el sXII. Es difícil no advertir la precariedad de tal bienestar y sospechar que, aparte del
disturbio ocasional, aparte del cuadro cada vez mas extendido del judío como enemigo
decidido de la comunidad cristiana que constituía un siniestro presagio para el futuro, existía
una vulnerabilidad creciente en la vida cotidiana a los ataques y abusos causales del fiel.

En 1179 un apéndice del Tercer Concilio de Letrán dice que los judíos no debían ser privados
de tierra, dinero o bienes sin juicio, no debía atacárseles con palos y piedras durante la
celebración de sus festividades religiosas, y sus cementerios no debían ser invadidos o
violados. El antisemitismo casual, casi instintivo, se había convertido en un lugar común en las
crónicas.

Parece seguro que la formación de ese tópico, junto con la especialización de los judíos en el
negocio de préstamos de dinero y con el establecimiento en la mayoría de las regiones de su
peculiar estatuto jurídico como posesiones del rey, fueron en la practica, aunque no en los
principios, obra del sXII. Estos tres acontecimientos estuvieron íntimamente relacionados, y
unidos constituyen los elementos esenciales de la vulnerabilidad de los judíos a la persecución.

LOS JUDIOS COMO ENEMIGOS DE CRISTO


Los enemigos particulares. La idea de una asociación especial entre el demonio y los judíos
tenia una base en las Escrituras “Vuestro padre es el diablo y queréis cumplir los deseos de
vuestro padre” Juan 8, 42-44.
A mediados del siglo XIII la creencia de que los judíos asesinaban niños cristianos, profanaban
la hostia y estaban estrechamente relacionados con la suciedad y defecación.

LOS JUDIOS, SIERVOS REALES.

“El judío no puede poseer nada, porque cuanto adquiere lo adquiere no para si, sino para el
rey; pues los judíos viven no para si mismos, sino para otros y adquieren no para si mismos,
sino para otros” cumplían la función de servidumbre de la corona. El motivo pudo ser
directamente fiscal –llevar a manos de la corona los bienes de los judíos- o político –impedirles
constituir una base para la oposición-

El tratamiento especial era en si mismo peligroso, y lo que empezó como privilegio mas tarde
se convirtió en medio de opresión. Se ejercía la justicia sobre ellos y se heredaban sus tierras
cuando morían.

DE LA EXPLOTACION A LA EXPULSION

Felipe Augusto en 1179, posterior a su coronación, agentes reales arrestó a los judíos durante
sus ritos, registraron sus casas y tomaron sus bienes como fianza. Dos años más tarde se
anuncio su expulsión del dominio real. Parece, que la doctrina de que los judíos eran siervos
regios fue adoptada en el reino francés como una racionalización post factum de la
persecución y que no proporciono la base original para ella. La formulación explicita de la
doctrina en los documentos reales tuvo lugar con relativa lentitud durante el siglo XIII. 1204
Inocencio III reitero que los judíos estaban condenados a servidumbre perpetua como castigo
por la crucifixión.
Este acuerdo inaugura la explotación nueva y mucho más sistemática de los judíos como
fuente de ingresos de los reyes franceses y los barones. Cuando los beneficios directos de sus
actividades financieras eran insuficientes para las necesidades del momento podría gravárseles
en razón de protección o por devolvérseles sus bienes después de confiscarlos, o podían ser
expulsados del reino y obligados a pagar por volver en términos todavía mas duros que antes,
proceso que continuo pasta la expulsión final en 1394. También se decreta que los judíos de
ambos sexos se distingan de las otras personas por sus vestidos.
LEPROSOS
La historia de los leprosos y la lepra es compleja debido a las incertidumbres médicas que
rodean todavía la enfermedad y a la dificultad de conocer que circunstancias medicas se
describen cuando la lepra aparece en las fuentes históricas de diferentes periodos y culturas.
La enfermedad de Hansen se manifiesta clínicamente de formas diferentes, siendo difícil de
diagnosticar correctamente.

EL LEGADO DE LA ANTIGÜEDAD
La lepra del Levítico no era la enfermedad de Hansen. Puede decirse con cierta confianza que
si la enfermedad de Hansen no era desconocida en el mundo antiguo, era sumamente rara. La
segregación de los leprosos se prescribe por primera vez, no en el derecho romano o en el
eclesiástico, sino en el código de Rothari, rey de los lombardos en 635.

Cuando esta enfermedad se hizo frecuente era ya familiar una estructura para tratarla. En el
siglo XI el recrudecimiento de la lepra que se hizo visible entonces se atribuye con frecuencia al
mayor contacto con el Oriente Medio derivado de las cruzadas

EL ATAQUE A LA LEPRA EN LA EDAD MEDIA


Es totalmente posible que hubiera mas cosas que el simple miedo a la lepra tras incidentes
como estos, que implicaron la destitución de personajes poseedores de autoridad en tiempos
turbulentos. Se produjo una modificación en el tratamiento otorgado a los leprosos, que
representa un notable esfuerzo de organización y gasto: hospitales y casas para leprosos.
Existe una clara explicación del destacado incremento de estas fundaciones en el ultimo cuarto
del XII, el Tercer Concilio de Letrán reiteró que debía segregarse a los leprosos, a quienes
vivieran en comunidades se les debía proporcionar capillas sacerdotes y cementerios.
HACIA LA SEGREGACIÓN

Estas fundaciones tuvieron lugar en un contexto de creciente hostilidad hacia los leprosos y en
medio de una creciente convicción de que debían estar segregados de la comunidad. La
creación de un hospital no suponía necesariamente que la segregación apareciera por primera
vez. La segregación difícilmente podía ser el objetivo principal de las fundaciones, una de las
principales fuentes de beneficencia eran los mismos leprosos. La ansiedad del leproso por ser
admitido en el lazareto, o por no ser expulsado de allí, y el grado en que su fundación y
mantenimiento representaban un logro caritativo, deben considerarse una medida del rigor
con el que se aplicaba la segregación y los horrores que la acompañaban. Hay signos evidentes
de un miedo creciente al contagio desde comienzos del siglo XII.

EL MUERTO EN VIDA

El reforzamiento de la ley de segregación estipulado en el Tercer Concilio de Letrán se


expresaba con máxima crueldad en el ritual de separación de la comunidad, modelado sobre el
rito para los muertos, que el concilio ordenaba y para el que proporciono numerosos modelos.
Durante el siglo XIII estas prohibiciones se trasladaron a numerosas ordenanzas locales y
municipales para el control y el aislamiento de los leprosos, cuya cruel aunque espasmódica
puesta en vigor queda atestiguada regularmente en los relatos sobre la expulsión de los
leprosos de villas y ciudades, individualmente y en masse, que se desarrollo de forma regular
en los siglos siguientes. La dimensión más temible de la muerte mundana del leproso, sin
embargo, era la perdida que ocasionaba de la protección y la propiedad. En 1342 la lepra
estaba en retroceso. El siglo XVI en toda Europa se invirtió el curso de las donaciones trazado
en los siglos XII y XIII. La imagen del cisne como la mas repelente, peligrosa y desolada de las
criaturas, representante del ultimo grado de la degradación humana, que, aunque ciertamente
no inventada en esos siglos, recibió entonces precisa forma legal y social, permaneció tan
firmemente arraigada que el terror de sufrir la enfermedad ha quedado como uno de los
obstáculos mas poderosos para su control y tratamiento hasta la actualidad.
EL ENEMIGO COMÚN

Para los cristianos la muerte en vida de la lepra era objeto tanto de admiración e incluso
envidia, como de terror. Se le había concedido la gracia especial de recibir el pago a sus
pecados en vida, y podía esperar por tanto una más pronta redención en la próxima. Como a
los eremitas y a los monjes, con frecuencia se llamaba a los leprosos pauperes Christi, y las
reglas estrictas que gobernaban la conducta de las leproserías eran en parte un reflejo de la
idea de que los leprosos constituían una orden semirreligiosa. Fue esta ambivalencia sobre su
condición, así como su carácter físicamente repugnante, que otorgaba un merito especial a la
practica de lavar las heridas y besar las lesiones de los leprosos, lo que durante este periodo
haría de ello un ejercicio religioso general. La asociación a una conducta sexual desordenada
fue especialmente frecuente. Durante la revolución papal del siglo XI se llamaba leprosos a los
simoniacos representantes de la amenaza del control laico contra el que luchaba la Iglesia.
La lepra se identifico con el pecado, se había identificado con la enemistad hacia la iglesia. La
analogía entre lepra y herejía es utilizada con gran regularidad y detalle por los escritores del
siglo XII. La herejía se extiende como la lepra, avanzando progresivamente, infectando los
miembros de Cristo a medida que avanza.
Si lepra y herejía eran la misma enfermedad, cabria esperar que sus portadores tuvieran las
mismas características. El vestido harapiento y sucio del leproso, la mirada fija y la voz ronca
forman también parte de la descripción general del predicador vagabundo y el hereje
vagabundo. Se creía que la lepra se transmitía y se heredaba sexualmente, incrementaba el
apetito sexual y provocaba la hinchazón de los genitales. De aquí la separación de sexos en las
leproserías y el fuerte énfasis en la legislación municipal del siglo XIII en excluir a los leprosos
de los burdeles.

Los judíos eran asimilados a los herejes y los leprosos al asociarlos con la suciedad, el hedor y
la putrefacción, con una excepcional voracidad y capacidad sexuales, y por la amenaza que
representaban en consecuencia para las mujeres y los niños de los cristianos honestos. Herejes
judíos y leprosos eran intercambiables. Tenían las mismas cualidades, procedían de la misma
fuente y representaban la misma amenaza: a través de ellos el diablo trabajaba para subvertir
el orden cristiano y llevar el mundo al caos.

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