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La Ética de Aristóteles es francamente teleológica (telos del griego significa

‘fin’). Considera la acción no en cuanto buena en sí misma, sino en cuanto que conduce
al bien del hombre, en cuanto tiene como fin el bien del hombre.
"Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre elección
parecen tender a algún bien; por esto se ha manifestado, con razón, que el bien es
aquello hacia lo que todas las cosas tienden." (Ética a Nicómaco,
Aristóteles)

Pero hay diferentes clases de bienes, que corresponden a las distintas artes o
ciencias. Así, el arte del médico trata de conseguir la salud, el de la navegación, un viaje
seguro, el de la economía, la riqueza. Por lo demás, algunos fines se subordinan a otros
que tienen más el carácter de últimos. El fin de cierta droga puede ser producir el sueño,
pero este fin inmediato se supedita al fin de sanar al enfermo. […] Estos fines
inmediatos se ordenan, pues, a otros fines o bienes mediatos. Pero si hay algún fin que
deseamos por él mismo y para lograr el cual es por lo que queremos todos los demás
fines o bienes subordinados, entonces este bien último será el mejor bien de todos, será,
en una palabra, el Bien. Aristóteles se propone descubrir qué es este Bien y cuál la
ciencia que le corresponde.
La ética de Aristóteles es en gran parte una ética de
sentido común, basada en los juicios morales
del hombre generalmente considerado como bueno y
virtuoso. Aristóteles procuró que sus doctrinas éticas
fuesen la justificación y el complemento de los juicios
naturales de ese hombre justo, que es —dice— el más
calificado para juzgar en cuestiones de esta índole

El placer desempeña exclusivamente una función


de acompañamiento. El placer, como gozo, como
agrado o como inclinación no decide de por sí nada
sobre lo bueno y lo malo.

Aristóteles responde que este Bien que es un fin por sí mismo (no requiere de
nada más) y por el cual queremos todos los demás fines o bienes subordinados es la
felicidad (eudaimonía). Pero para él la felicidad no puede cifrarse en el placer y en el
gozo, pues esto estaría también al alcance del animal y nuestro bien no pasaría de un
bienestar corpóreo; nada habría entonces en el mundo valioso del hombre esencialmente
superior a lo que tenemos en el buey, por ejemplo. La felicidad es una actividad, es un
hábito. Y si la felicidad es un hábito, y una actividad del hombre, hemos de ver cuál es
la actividad peculiarmente propia del hombre. Ésta no puede ser la actividad del
crecimiento, ni la de la reproducción, ni tampoco la de la sensación,
pues de todas ellas participan también otros seres inferiores al hombre (animales,
plantas): habrá de ser la actividad de lo que sólo el hombre posee entre los seres
naturales, es decir, la actividad de la razón o la actividad según la razón. Y de esta
depende una actividad virtuosa. La felicidad como fin moral consiste en el hábito
conforme a la virtud, en la actividad virtuosa (tanto virtudes morales como virtudes
intelectuales). Y además, dice Aristóteles, para que merezca realmente el nombre de
felicidad ha de manifestarse durante una vida entera, y no sólo en breves períodos.
Aristóteles viene a poner la esencia de la felicidad, y con ello el principio del bien
moral, en la perfecta actuación del hombre según su actividad específica. […] Para
Aristóteles esta es la actividad de la razón.
Virtud
La virtud es para Aristóteles «aquella actitud de nuestro querer que se decide por el
justo medio, y determina este medio tal como suele entenderlo el hombre inteligente y
juicioso» (Eth. Nic. B, 6; 1106b 36). Más brevemente, virtud es el natural obrar del
hombre en su perfección. Y puesto que la naturaleza específica del hombre consiste en
su ser racional, y este ser racional se escinde en pensar y querer, tenemos ya con ello los
dos grandes grupos capitales de virtudes: las virtudes intelectuales (dianoéticas) y las
virtudes morales (éticas).
-Las virtudes morales (éticas) están relacionadas con la fijación de hábítos que nos
disponen a ciertos fines. El hombres posee ciertas disposiciones que hacen que sea lo
que es; unas son por naturaleza y otras por esfuerzo. Estas ulimas implican un
entrenamiento que genera hábitos (virtudes o vicios) que conforman el carácter del
individuo. La virtud moral es un hábito (depende de nuestra voluntad) que está regulado
por la razón al como lo regularía un hombre sabio y prudente.
Nos volvemos virtuosos en la práctica. A un niño le dirán sus padres que no mienta. Él
obedecerá, quizá, sin advertir la bondad inherente al decir la verdad y sin tener formado
todavía el hábito de decirla; pero las sucesivas verdades que vaya diciendo, como
acciones buenas en sí que son, le irán formando gradualmente ese buen hábito, y a
medida que avance el proceso educativo, el niño llegará a comprender que el decir la
verdad es bueno de suyo, y escogerá el decirla por o que en sí misma tiene de bien,
como siendo lo que debe hacerse. Entonces será ya virtuoso en este aspecto. La
educación moldea los deseos.
-Las virtudes intelectuales (dianoéticas) están relacionadas con los medios para realizar
los fines de las virtudes morales. En cada caso particular hay varias maneras de llevar a
cabo una virtud moral hacia su fin pero sólo una de esas maneras, medios, es la más
adecuada. La virtudes intelectuales, la sabiduría práctica, me sirven para deliberar cuñal
es el medio, la justa medida de una acción para que la virtud moral llegue a su fin
adecuado. Es así que la virtud la habíamos definido como «aquella actitud de nuestro
querer que se decide por el justo medio, y determina este medio tal como suele
entenderlo el hombre inteligente y juicioso». El justo medio se encuentra siempre entre
dos extremos que harían de la virtud un vicio ya sea por exceso o por defecto. Si
consideramos la acción del dar dinero, el exceso con respecto a ella es la prodigalidad
—que es un vicio— y el defecto es la tacañería, la avaricia. La virtud del dar dinero, de
la generosidad, será el justo medio entre esos dos vicios. (ver cuadro por más ejemplos).
(v.g. la valentía)
Aristóteles consideraba la posesión de la sabiduría práctica, la aptitud para ver cuál es la
cosa justa que ha de hacerse según las circunstancias, como esencial para el hombre
verdaderamente virtuoso, y daba mucho más valor a los juicios morales de la conciencia
clara e informada que a cualesquiera conclusiones a priori y puramente teóricas [esto es
importante, las cosas no se puede resolver a priori]. Cuando Aristóteles habla de la
virtud como de un «justo medio», no piensa en un medio que se tenga que calcular
matemáticamente. Nosotros no podemos determinar lo que es exceso, medio y defecto,
por reglas rigurosas y matemáticas
Aristóteles analiza del siguiente modo el proceso moral: 1) El agente desea un fin.
2) El agente delibera, viendo qué B es el medio para llegar a A (que es el fin que ha
de obtenerse), C el medio para llegar a B, y así sucesivamente hasta que 3) El agente
percibe que algunos medios determinados acercan o apartan del fin, según el caso, y
que uno de esos medios es algo que él puede hacer ahora. 4) El agente escoge
este medio que se le presenta como practicable ahora, y 5) Realiza el acto en
cuestión. Así, un hombre puede desear la felicidad (de hecho, la desea siempre,
piensa Aristóteles). Ese hombre ve entonces que la salud es un medio para ser feliz, y
que el ejercicio es un medio para tener salud. Advierte después que el salir de paseo
es algo que él puede hacer en aquel momento y situación, y que es un buen ejercicio.
Escoge, por consiguiente, realizar ese acto y lo realiza, es decir, sale a dar un paseo.
LA VOLUNTAD
La voluntad es cosa distinta del saber. Su peculiaridad puede caracterizarse diciendo que
el querer significa una actuación cuyo principio está en nuestras manos; simplemente es
una actuación de la voluntad. Toda actuación moral debe necesariamente ser de este
tipo. Pero no basta que sea simplemente una actuación de la voluntad, pues el hecho de
que el principio del obrar esté en el que obra se da también en los niños sin uso de razón
y en nosotros en acciones que realizamos a la fuerza o inconscientemente. La acción
ética debe ser por tanto una acción específicamente humana, es decir una acción del
hombre maduro, a saber, una acción de libre elección. La voluntad libre (proaίresij) es
algo superior a la mera actuación de la voluntad. [...]La libre decisión de la voluntad
presupone siempre el conocer lo querido. Obrar libremente significa, pues, obrar con
propósito y deliberación. [...] El resultado de toda la discusión es que el conocimiento y
la voluntad son los dos elementos fundamentales del obrar moral, lo que efectivamente
habrá que incluir en el patrimonio común del pensamiento ético.
A propósito de la ignorancia, Aristóteles
observa algunas cosas muy pertinentes,
como cuando señala que, aunque de un hombre que
actúe en un arrebato de cólera o
en estado de embriaguez pueda decirse que obra con
ignorancia, no se puede decir
que obre por ignorancia, pues esta ignorancia es
debida ella misma a la cólera o al
vino.
Una acción puede ser buena o contribuir al
bien
sin que por eso sea estrictamente obligatoria, sin que
sea un deber: la teoría ética de
Aristóteles no tiene en cuenta esta distinción
La contemplación (la mayor felicidad)
Aristóteles aduce varias razones en pro de la afirmación de que la más alta
felicidad del hombre consiste en τὸ θεωρῆσαι:[843] 1) Que la razón es la facultad más
excelsa del hombre, y la contemplación teórica la más sublime actividad de la razón.
2) Que esta forma de actividad podemos sostenerla más prolongadamente que
ninguna otra, por ejemplo, que el ejercicio corporal. 3) Que el placer es uno de los
elementos de la felicidad, y «la filosofía es, reconocidamente, la más placentera de
las actividades en que se manifiesta la excelencia humana». (Diríase que esta última
observación le pareció un tanto singular a Aristóteles mismo, pues añade: «Por lo
menos, los placeres de la filosofía parecen ser maravillosamente puros y firmes y
nada tiene en verdad de extraño que la vida del que sabe sea más grata que la del que
aprende».) 4) El filósofo se basta a sí mismo mejor que ningún otro hombre. Cierto
que no puede eludir las necesidades de la vida, como tampoco puede ningún otro
hombre (y Aristóteles pensaba que el filósofo necesita tener con moderación bienes
externos y necesita amigos), pero así y todo, «el pensador es capaz de proseguir sus
estudios en absoluta soledad, y cuanto más profundo pensador es más capaz es de
ello». La cooperación de los demás le es de gran ayuda, pero, si le falta, el pensador
está más capacitado que ningún otro hombre para prescindir de ese alivio. 5) La
filosofía es amada por sí misma y no por los resultados que de ella deriven. En el
ámbito de las actividades prácticas, lo deseable no es la acción misma, sino los
resultados que mediante ella se pueden conseguir. La filosofía no es un simple medio
para alcanzar un fin ulterior. 6) Parece ser que la felicidad entraña y requiere el ocio.
Ahora bien, «las virtudes prácticas se ejercitan en el palenque de la guerra o de la
política, ocupaciones de las que no puede decirse que sean propias del ocio, y menos
que ninguna otra lo es la guerra».

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