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Buen Trato
Buen Trato
Época arcaica
La agogé
El Estado asume la tutela hasta los veinte años. Durante la infancia, todo el
énfasis se pone en el rigor y la disciplina. Estos dos principios son la
quintaesencia de lo espartano. A los niños se les corta el pelo al rape (más
tarde, cuando sean efebos, lo llevarán largo y bien cuidado), van habitualmente
descalzos y hacia los doce años sólo se les permite ya un himatión (manto de
lana de una pieza) al año y ningún quitón (la habitual túnica corta, atada sobre
los hombros). De hecho, la mayor parte del tiempo -en el gimnasio, en sus
juegos- van desnudos y mugrientos, porque raramente se les permite bañarse.
Las raciones de comida se reducen al mínimo imprescindible, lo que les obliga
a robar si quieren evitar el hambre o así se lo manda su irén (y, de ser
sorprendidos, se les castiga severamente no por el robo mismo, sino por su
torpeza al cometerlo). Duermen en un lecho de cañas recogidas en el Eurotas,
que deben cortar a mano ellos mismos, sin herramientas de ninguna clase.
Pese a todo, los niños y jóvenes cuentan con servidores que les atienden,
salvo durante la Krypteia. Al convertirse en efebos (hacia los quince años) se
dejaban el cabello largo propio de los soldados, limpio y perfumado, en honor
de la opinión atribuida a Licurgo, para quien la melena hacía a los guapos más
apuestos y a los feos más temibles.
Todo este entrenamiento hace de los espartanos los soldados más temidos de
Grecia y figuran, probablemente, entre los mejores combatientes de la
Antigüedad.
La educación de las niñas
Las mujeres recibían también una educación gestionada por el Estado, basada
en la gimnasia, la lucha y el atletismo, y que tenía como finalidad principal
capacitarlas para engendrar niños sanos y fuertes. Se trataba de combatir los
rasgos considerados femeninos (gracia, cultura) mientras se endurecía el
cuerpo. La mujer espartana llevaba habitualmente el peplo arcaico, sin coser
por el costado, lo que suscitaba bromas y comentarios lascivos entre los demás
griegos, especialmente los atenienses, que las llamaban las fainomérides (“las
que enseñan los muslos”). En las ceremonias religiosas y en las fiestas iban
directamente desnudas, lo mismo que en las competiciones públicas de
atletismo o lucha.
La pederastia
A los doce años, según cuenta Plutarco, era corriente que tuvieran ya un
amante de entre los muchachos mayores y más prestigiosos (el Erasta;
del griego "erastés" = el amante). La relación entre la pareja adquiría tal
carácter oficial que en algún caso los éforos castigaron al erasta por una falta
cometida por su efebo. No estaban bien vistos, en cambio, los celos o
rivalidades por un mismo muchacho, sino que ambos rivales debían colaborar
al unísono en la educación del amado (el Eronome; del griego "eromenós" = el
amado).
Bibliografía