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La Parábola del hijo Prodigo

Lucas: 15:11-32; Un hombre tenía dos hijos —continuó Jesús—. El menor de ellos le
dijo a su padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia.” Así que el padre repartió
sus bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un
país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia. »Cuando ya lo había
gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad.
Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus
campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago
con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. Por fin
recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo
aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado
contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera
uno de tus jornaleros.” Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. »Todavía estaba
lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo
abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no
merezco que se me llame tu hijo.” Pero el padre ordenó a sus siervos: “¡Pronto! Traigan
la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los
pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este
hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo
hemos encontrado.” Así que empezaron a hacer fiesta. »Mientras tanto, el hijo mayor
estaba en el campo. Al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música del baile.
Entonces llamó a uno de los siervos y le preguntó qué pasaba. “Ha llegado tu hermano
—le respondió—, y tu papá ha matado el ternero más gordo porque ha recobrado a su
hijo sano y salvo.” Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre
salió a suplicarle que lo hiciera. Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido
sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta
con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con
prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!” »“Hijo mío —le dijo
su padre—, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que
hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha
vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado.” »

INTRODUCCION:

Entra en escena el hijo mayor. Obsérvese que en las dos parábolas


anteriores sólo había dos personajes: el pastor y la oveja, la dracma y
la mujer. Aquí hay tres: El padre, el hijo menor y el hijo mayor. El padre
encarna el amor, el hijo mayor la razón, el hijo menor es el objeto de
ambos. La razón y el amor se encuentran frente a frente.

Lo razonable, humanamente hablando, hubiera sido que cuando el


padre vio llegar a su hijo, hubiera escuchado su arrepentimiento y
hubiera aceptado su propuesta: “Trátame como a uno de tus jornaleros”.
Es decir, que hubiera dicho a su hijo: “Comprendes que es muy grave
lo que has hecho. Te llevaste la mitad de la hacienda. La has
malgastado y ahora vuelves a casa. Eres mi hijo y yo no voy a expulsarte
de ella. Pero has dicho bien. Trabaja como un jornalero, vete
restituyendo lo que te llevaste y cuando lo hayas restituido, podremos
hablar”.
Pero aquel padre no obra guiado por la razón sino por amor.
Porque, al fin, este también era hijo suyo y no quería perderle, el hijo
mayor replicó indignado a su padre: “Hace tantos años que te sirvo, y
jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un
cabrito para tener una fiesta con mis amigos, ¡y ahora que ha venido
ese hijo tuyo que ha devorado su hacienda con prostitutas, has matado
para él el novillo cebado!”. Desde el punto de vista de la sola razón
humana, el hijo mayor hablaba correctamente. No era razonable lo que
el padre había hecho. El hijo mayor tenía razón, no tenía amor. El
Padre tenía amor que va mucho más allá de lo humanamente
razonable.
Es digno de notarse que el hijo mayor, el hombre de la razón, reclama
antes que nada, la hacienda: “ese hijo tuyo que ha devorado tu hacienda
con prostitutas”. Le importa más la hacienda, el dinero, que la persona,
que el hermano. Le importa más tener la hacienda que ser hermano.
Es el síndrome del Capitalismo: el máximo beneficio antes que las
personas.
Ante la invectiva violenta del hijo mayor, el padre no entra con él en una
discusión dialéctica. La razón la tenía el hijo mayor. Más bien le habla
al corazón porque le dice: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis
cosas son tuyas, pero convenía celebrar una fiesta y disfrutar porque
este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido
y ha sido hallado”. Tambien a éste le llama “hijo”. Le ayuda a pensar
que vale más la persona que las cosas todas. Lo que más debe
importarle no es la hacienda, el dinero, sino “estar con él”, vivir una
entrañable comunión yo-tú, de hijo con padre y de padre con hijo, vivir
el amor que va mucho más allá que la razón y ante el cual las riquezas
quedan muy relativizadas. Una persona vale más que toda la hacienda.
El hijo mayor ha dicho “ese hijo tuyo...”. El padre, con bondad le
recuerda: “este hermano tuyo”. Es tu hermano y para con un hermano
las actitudes racionales son de poco valor, es necesario dar el salto al
amor por un único motivo, porque es tu hermano.
Como se ve, la parábola habla ciertamente de la misericordia de Dios
para con el pecador. Pero va mucho más allá. Exige otra lectura más
profunda, de contenido antropológico y sociológico. Presenta dos
actitudes humanas ante la existencia y ante la convivencia. Por un lado
la razón humana, la civilización de la razón y de lo razonable. Frente a
ella la actitud personalizante del amor, la civilización del amor, que no
es que no razone, pero que sabe que es mejor amar que tener razón.
La parábola del hijo pródigo debe tomarse como la tercera parte de una
trilogía que aparece en Lucas 15. Los fariseos desafían a Jesús: «Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos» (v. 2). El Talmud de
Babilonia expresa claramente que los rabinos no comían junto con la
’am ha’arets (gente de la tierra) que no guardaba la ley al pie de la letra.
Lucas registra: «Entonces él les refirió [a los fariseos] esta parábola
[singular]» (v.3). Inmediatamente después aparecen las tres parábolas:
la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la de los dos hijos
perdidos (el hijo pródigo).
Vemos entonces que Lucas entendió que estas tres parábolas juntas
formaban parte de una sola parábola. Un pastor paga un precio para
encontrar y restaurar una oveja perdida. Lo mismo hace la mujer por su
moneda. En ambas historias queda claro que Jesús es el buen pastor y
la mujer piadosa. Esta relación formula algunos interrogantes con
respecto a la tercera historia: ¿es también Jesús el padre bueno? y
¿también se asemeja esta tercera historia a las dos primeras en el
hecho de que el padre tenga que pagar un alto precio para encontrar y
restaurar a su(s) hijo(s)? Con el fin de responder a estas interrogantes,
que apuntan al amplio tema de la expiación y la encarnación, es
necesario liberar aspectos de la parábola, de la interpretación que
tradicionalmente se le ha dado.

1. La petición.
El hijo menor pide su parte de la herencia mientras su padre aún está
con vida y goza de buena salud. De acuerdo con la cultura tradicional
de Medio Oriente, este acto equivale a decir: «Padre, ¡estoy ansioso
que te mueras!». Un típico padre de Medio Oriente le daría vuelta la
cara a su hijo de una bofetada y lo echaría de la casa. La petición de
este hijo resulta inconcebible, sobre todo para una cultura como la del
Medio Oriente. Se supone que el padre debería negársela, si en verdad
fuera un patriarca oriental. De hecho no lo es, y esta afirmación nos lleva
al segundo punto.
2. La dádiva del padre.
El padre da al hijo pródigo la libertad de adueñarse y de vender la parte
de los bienes que le corresponde. En cinco oportunidades a lo largo de
la parábola, el padre no se comporta como un típico patriarca oriental,
y aquí vemos el primer caso. La herencia es cuantiosa. Se trata de una
familia rica. La sucesión de bienes es un asunto serio, del que sólo
debería ocuparse el padre cuando se encuentra cercano a la muerte.
Además, el hijo pródigo «juntó todo lo que tenía» o bien, como expresa
otra versión: «vendió su parte de la propiedad». La ley judía del siglo
primero permitía la división de bienes (una vez que el padre estaba
dispuesto a llevar a cabo la tarea), pero no otorgaba a los hijos el
derecho de vender sino hasta después de la muerte de su padre.
El segundo caso en que el padre actúa distinto de lo acostumbrado lo
vemos cuando le entrega la herencia al hijo y le otorga el derecho a
vender, sabiendo que la comunidad consideraba este derecho una
vergüenza para la familia. Por ello queda claro, desde las primeras
líneas de la parábola, que Jesús no emplea la figura de un patriarca
oriental como modelo para referirse a Dios. Por el contrario, al crear esta
imagen de padre, rompe todo vínculo con el patriarcado de Medio
Oriente. Ningún padre humano puede ser un modelo adecuado para
reflejar a Dios. Como Jesús lo sabe, eleva la figura del padre más allá
de las limitaciones humanas.
3. La venta apresurada.
El hijo pródigo vende todo rápidamente («No muchos días después»
v.13). Se ve obligado a hacerlo. La comunidad se enfurece con él
porque ha avergonzado a su padre y a todo el resto de la familia al poner
en venta una gran parte de la hacienda familiar mientras su padre aún
goza de buena salud para administrarla. Tiene que concretar la venta y
salir del pueblo lo más rápido posible. Como ya se dijo, la ley judía no
permitía tal venta; pero al hijo pródigo lo tiene sin cuidado.
4. La ceremonia qetsatsah.
De acuerdo con el contenido del Talmud de Jerusalén, los judíos del
tiempo de Jesús aplicaban un método de castigo a todo muchacho judío
que perdía la herencia familiar en manos de gentiles. Este método se
denominaba «la ceremonia qetsatsah». Cualquiera que no cumpliera
con las expectativas de la comunidad tenía que enfrentar la ceremonia
qetsatsah si se atrevía a regresar a su pueblo natal. La ceremonia era
sencilla: los habitantes del pueblo traían una gran vasija de barro, la
llenaban con nueces quemadas y maíz cocido y la rompían frente al
culpable. Mientras se llevaba a cabo esta ceremonia, la comunidad
gritaba: «esta persona es apartada de su pueblo». A partir de ese
momento, el pueblo ya no tendría ninguna relación con el joven
descarriado.
Los judíos del siglo primero evitaban cualquier contacto con aquél que
transgrediera el código de honor del pueblo y, al parecer, todo
acercamiento estaba completamente prohibido. A medida que se aleja
del pueblo, el hijo pródigo sabe que no debe perder el dinero entre los
gentiles. Sin embargo, lo hace. En el país lejano vive entre gentiles que
Crían… ¡cerdos!
5. Un vivir costoso.
Al hijo pródigo se le acusa de «vivir perdidamente». Sin embargo, el
adverbio griego que aparece en esta frase no implica inmoralidad.
(Traducciones sirias y arábigas han preservado este sutil e ínfimo
detalle durante 18 siglos). Jesús no da ningún indicio en cuanto a la
manera en que el hijo pródigo gastó el dinero. Sólo se nos dice que lo
Malgastó. Al final de la historia, el hijo mayor acusa públicamente a su
hermano de haber gastado el dinero en rameras. Pero, como recién
llega del campo, no está al tanto de lo sucedido. Evidentemente quiere
exagerar los fracasos de su hermano.
6. La búsqueda de empleo.
Una vez gastado el dinero, el hijo pródigo naturalmente regresaría a su
casa. Pero ha roto las reglas. Sabe que, si regresa, lo espera la
ceremonia qetsatsah y, por ende, está desesperado por recuperar el
dinero de alguna manera. Para lograrlo necesita un trabajo rentable.
Dos veces intenta conseguir uno. El primer intento consiste en alimentar
cerdos en el país lejano. El segundo consiste en un plan que idea y
articula en vísperas de su regreso al hogar. Estos dos planes merecen
una cuidadosa observación.
El primero, transformarse en cuidador de cerdos, no funciona. El texto
afirma «nadie le daba nada» (v.16). Cada frase está cuidadosamente
articulada para transmitir un significado preciso. Como cuidador de
cerdos, el hijo pródigo recibe alimento pero no salario. El lector judío del
siglo primero sabe que el hijo pródigo debe recuperar la suma de dinero
gastado para poder evitarse la ceremonia qetsatsah.
Después de fallar en el primer intento, decide lanzar los dados por
segunda y última vez: irá a su casa, se preparará para un trabajo y
ganará su dinero. Para que lo acepten en este trabajo, necesitará el
respaldo de su padre. Pero ¿cómo convencerá a su padre de que confíe
en él una vez más?
7. El plan de autobeneficio.
El malentendido tradicional que ha causado el mayor daño teológico en
esta parábola quizá se encuentre en la percepción popular de la frase
«volvió en sí» (v.17), que durante mucho tiempo se ha interpretado
como «se arrepintió». Esta lectura quita fuerza al texto y destruye su
unidad teológica. El buen pastor debe atravesar el desierto para
encontrar su oveja. No regresa a la aldea a esperar que la oveja vuelva
a casa por su propia cuenta y se lamente a la puerta del redil. La mujer
piadosa enciende una lámpara y busca con diligencia hasta encontrar
la moneda perdida. No vuelve a sus quehaceres y espera que salte de
una grieta del piso y aterrice sobre la mesa de la cocina.
En las dos primeras historias, tanto la oveja como la moneda deben ser
recuperadas. No obstante, si el hijo pródigo logra volver a casa por sus
propios medios, entonces la tercera historia enseña que los seres
humanos no se ven impedidos por el pecado o por una voluntad
corrompida y que pueden tomar medidas para ser salvos por sí mismos,
sin ayuda de la gracia divina.
En la primera historia, la oveja perdida es un símbolo de
arrepentimiento, el cual se entiende como «la aceptación de ser
hallada». La segunda historia confirma esta definición. Pero si el hijo
pródigo en verdad se arrepiente en el país lejano y él solo se abre paso
hasta llegar a su hogar, entonces Jesús se contradice a sí mismo. Si se
sigue la interpretación tradicional, la tercera historia se opone a las dos
primeras. Bien Jesús está confundido en su teología, o bien el
arrepentimiento es un concepto elástico, que queda abierto a la
interpretación. ¿Existe entonces alguna alternativa?
Al relatar la parábola del Buen Pastor, Jesús evoca el Salmo 23, donde
también hay una oveja perdida y un buen pastor. La frase clave aparece
en el versículo 3, que tradicionalmente se ha traducido: «El restaura mi
alma». El significado de esta afirmación se ha transformado en: estaba
desalentado y el Señor me devolvió el ánimo.
Sin duda esta interpretación forma parte de la intención del salmista;
pero en hebreo significa literalmente: «me trajo de regreso» o «hizo que
me arrepintiera». Evidentemente, el salmista está perdido y Dios, el
buen pastor, lo trae de vuelta a las sendas de justicia.
Cuando se lee la parábola del hijo pródigo desde esta óptica, surge un
nuevo significado: El hijo pródigo solucionará su propio problema: volvió
en sí. No aparece ningún verbo para «regresar». La extensa y rica
historia de las versiones arábigas contiene gran cantidad de
traducciones interesantes de esta frase clave: «Se volvió inteligente»,
«Se interesó por sí mismo», «Se dijo a sí mismo», son sólo algunas.
Ninguno de estos traductores vio al hijo pródigo arrepentido en el país
lejano. Entonces... ¿cómo se explica su «confesión»? La confesión
preparada reza: «He pecado contra el cielo y ante ti» (v.18), palabras
que naturalmente suelen indicar un arrepentimiento genuino. Sin
embargo, el público presente ante Jesús está compuesto por fariseos
que conocen bien la Escritura. Estos se dan cuenta de que la confesión
es una cita de las palabras del Faraón a Moisés cuando trata de
manipularlo para que quite las plagas.(Éx.10,16.17) Pasada la novena
plaga, el Faraón finalmente acepta encontrarse con Moisés y, cuando
Moisés aparece, el Faraón le da este mismo discurso. Nadie ignora que
el Faraón no está arrepentido, sino que solamente trata de doblegar la
voluntad de Moisés.
Bien se entiende que el hijo pródigo intenta hacer lo mismo. A la espera
de ablandar el corazón de su padre, proyecta ofrecer su propia solución
al problema del alejamiento con su padre: aprender el oficio. Trabajará
como un artesano pago y así podrá ahorrar dinero. Por el momento no
vivirá en su hogar, sino que una vez reunido el dinero gastado, se podrá
hablar de reconciliación. Ya que no pudo conseguir un trabajo rentable
en el país lejano, tratará de obtener el respaldo de su padre para
conseguir un empleo remunerativo cerca de su casa. Por lo pronto se
salvará por medio de la ley. No hace falta ninguna gracia. Él puede
arreglárselas. O al menos eso cree. Pero de todos modos, ¿es el dinero
gastado el verdadero problema?
En el soliloquio que pronuncia mientras aún se encuentra en el país
lejano, el hijo abre su mente y su espíritu al oyente/lector. Quiere comer
y dice: ¡Me muero de hambre!
Cree que sólo con recuperar el dinero, todo lo demás se solucionará:
con el tiempo la comunidad volverá a aceptarlo. No tiene en cuenta que
su padre quedó con el corazón herido por la agonía que tuvo que
soportar al ver su amor despreciado. No hay ninguna señal de
vergüenza o remordimiento mientras se habla a sí mismo en el país
lejano. Si su posición fuera la de un siervo frente a su amo, el plan sería
de alguna manera adecuado. Si se trata de un hijo ante un padre
amoroso y compasivo, su planeada solución resulta inapropiada.
8. El momento del regreso.
El hijo se arma de coraje para soportar su humillante entrada al pueblo.
Recuerda la ceremonia qetsatsah y cobra ánimo para sobrellevar su
vergüenza. Su única esperanza es que «la humildad» de su discurso
toque el corazón de su padre y ganarse así su respaldo para ser
instruido en todo lo suficiente y poder convertirse en un asalariado. Se
supone que el hijo pródigo regresará con opulentos presentes para la
familia. El hijo pródigo no sólo vuelve con las manos vacías, sino que
vuelve en falta luego de haber agraviado a su familia y a la comunidad
al irse. Sufre este doloroso camino de regreso por una única razón:
«¡Me muero de hambre!». Pero, ¿qué hay del padre? Sabe que su hijo
fracasará. Día tras día espera con los ojos fijos en la poblada calle del
pueblo, que en la distancia da al camino por el que desapareció su hijo
con arrogancia y grandes esperanzas. Sabe perfectamente bien cómo
la comunidad recibirá a su hijo, cuando regrese fracasado. En
consecuencia, el padre también prepara un plan: ir al encuentro de su
hijo antes de que éste llegue al pueblo. El padre sabe que si logra
reconciliarse con su hijo en público, ningún miembro de la comunidad
se atreverá a insinuar que se debe proceder con la ceremonia
qetsatsah.
Cuando el padre lo ve, él «todavía estaba lejos» (v.20). Por tercera vez
el padre rompe el molde del patriarcado de Medio Oriente. Se levanta
el borde de su larga túnica y corre a recibir a su hijo, el cuidador de
cerdos. Se le echa al cuello y lo besa antes de escuchar el discurso
preparado. El padre no demuestra amor en respuesta a la confesión de
su hijo, sino que lo mueve su propia compasión, toma forma de siervo y
corre a reconciliarse con su alejado hijo. En Medio Oriente, un habitante
tradicional que usa vestiduras largas no corre en público. Tal acto se
considera sumamente humillante. Este padre corre. El muchacho queda
totalmente sorprendido. Abrumado, sólo puede pronunciar la primera
parte de su preparado discurso, el cual adquiere ahora un nuevo
significado. El muchacho declara que ha pecado y que no es digno de
ser llamado hijo.
Admite (al omitir la tercera frase) que carece de una idea brillante para
restablecer la relación con su padre. Ya no está «trabajando» a su padre
para sacarle más provecho. El padre no «interrumpe» a su hijo menor,
sino que el hijo pródigo cambia de opinión y en un instante de
arrepentimiento genuino, acepta ser hallado.
9. Cristología.
Cuando el padre se compadece y corre en busca de su hijo para
reconciliarse, se convierte en un símbolo de Dios en Cristo. Los fariseos
murmuran: «Este recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les
contesta con esta historia, la cual de hecho afirma: «Efectivamente, yo
como con pecadores. Pero es mucho peor de lo que ustedes imaginan.
No sólo como con ellos, sino que corro por el camino, los colmo de
besos y los traigo de regreso para poder comer con ellos». Es evidente
que Jesús está hablando de sí mismo. Al final de la historia, el padre
hace lo mismo que Jesús.
10. El significado del banquete.
El banquete tiene tres interpretaciones en esta parábola.
La primera la brinda el padre.
La segunda, el muchachito que andaba por el patio de la casa.
La tercera, el hijo mayor.
Las dos primeras armonizan entre sí; la tercera difiere en gran medida
con las dos primeras. Los lectores contemporáneos suelen recordar
solamente la tercera interpretación. Sin embargo, es necesario
examinar las tres.
Una vez asegurada la reconciliación, el padre ordena un banquete.
Dice: «Comamos y regocijémonos, [y ahora viene la causa] porque este
hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido
hallado». (v.v. 23, 24). Entonces ¿quién lo encontró? Fue el padre.
¿Dónde lo encontró? A la entrada del pueblo. Así que, según la
percepción del padre, el hijo pródigo todavía estaba muerto y perdido a
la entrada del pueblo. Así como el pastor se vio obligado a salir y pagar
un alto precio para encontrar su oveja, y la mujer piadosa buscó con
diligencia hasta encontrar su moneda, así también el padre se
compadeció y salió, en una valiosa muestra de amor inesperado, a
encontrar y a resucitar a su hijo. El banquete celebra el triunfo del
encuentro y de la resurrección.
Concentrémonos ahora en la interpretación que ofrece el muchachito.
El hijo mayor llega del campo y, al escuchar la música, llama a un” pais”.
Esta palabra griega puede tener tres significados. El primero es «hijo»;
el segundo, «siervo». El tercer significado es «muchachito». Las
versiones sirias y arábigas de Medio Oriente siempre han optado por
esta tercera opción. El hijo mayor pregunta (al muchachito) qué ocurre
y el joven le responde: «Tu hermano ha regresado, y tu padre ha matado
el becerro engordado porque (y aquí viene la segunda interpretación)
ha (el padre) recibido a su hijo con paz (shalom)».
El punto está en que el banquete se lleva a cabo para celebrar el triunfo
del padre en su esfuerzo por lograr la reconciliación, y la comunidad ha
venido a participar en esta celebración. En lugar de una ceremonia
qetsatsah de rechazo comparte con el padre la alegría de haber logrado
una restauración a un alto costo. Por lo tanto, el muchachito confirma la
interpretación del padre: para ambos, el banquete es una celebración
por el costoso triunfo del padre en reconciliarse con su hijo.
Las palabras del muchachito, «Lo recibió» (y tiene pensado comer con
él), recuerdan al oyente la queja de los fariseos: «Este hombre [Jesús]
recibe a los pecadores y come con ellos». En esta parábola el padre
hace lo mismo.
Aún nos queda por examinar la interpretación del hijo mayor, la cual
encontramos después de que el padre trata de reconciliar a este hijo
consigo. El hijo mayor expresa: «Mataste el becerro engordado para
él». Este reclamo refleja todo lo contrario de lo que el muchachito le ha
dicho hace unos momentos al hijo mayor. También se contrapone al
propósito que tiene el banquete de acuerdo con la declaración del propio
padre. Si el oyente se da cuenta de que el hijo mayor contradice las dos
interpretaciones previas acerca del banquete, necesariamente debe
hacer una elección. ¿El banquete se celebra en honor al hijo pródigo o
en honor al padre? ¿Es una celebración porque el hijo pródigo logró con
esfuerzo (y por sus propios medios) llegar a casa, o se celebra en
cambio que el padre lograra con un valioso esfuerzo crear shalom? Los
invitados, ¿felicitarán al padre o al hijo?
El lector moderno de esta parábola, por lo general, ni siquiera percibe
estos contrastes y, por ende, no se da cuenta de que hay que hacer una
elección. El banquete es un anticipo de la Cena y del banquete
escatológico. Con certeza sabemos que Jesús es el héroe de ese
banquete y que el centro de atención no son los pecadores. La manera
en que el hijo mayor se considera a sí mismo justo y bueno se
transforma en la lente por la que observa el mundo que lo rodea. Todo
lo que puede entender es que su hermano menor gastó el dinero y que
se reconcilió con su padre sin antes devolver el total de la suma. Como
conclusión, en lugar de que el pecador cumpliera con los requisitos y
las demandas de la ley, se ha ofrecido gracia y esa gracia fue aceptada.
La interpretación del hijo mayor refleja la visión de muchos hoy como
ayer. Por el contrario, la concepción que el padre tiene del banquete
(sustentada por el discurso del muchachito) refleja la mente de Jesús.
Para muchos, la gracia no sólo es sorprendente, sino que también es
increíble. ¿Cómo es posible que sea cierto? Después de todo, uno
siempre cosecha lo que siembra, ¿verdad?
11. El enojo del hijo mayor.
Si el banquete fuera una simple celebración por el regreso a salvo del
hijo pródigo, el hijo mayor se uniría al festejo de inmediato, ya que esto
significaría que aún no se ha determinado la posición del hijo pródigo
dentro de la familia. El hijo mayor estaría muy ansioso por expresar su
punto de vista cuando la familia tratara el asunto. Pero el muchachito le
dice al hijo mayor que todo ha terminado. El padre ya se ha reconciliado
con su hijo menor… ¡y sin que el hijo pródigo pagara sus pecados! Esta
es la razón por la que el hijo mayor se enoja y toma la drástica medida
de cortar la relación con su padre.
El hecho de que un hijo esté presente y se niegue a participar de un
banquete semejante implica una atroz deshonra pública para el padre.
La oposición del hijo mayor a la reconciliación del padre con el hijo
pródigo lo motiva a romper su relación con el padre reconciliador.
12. La respuesta del padre.
Por cuarta vez, el padre va más allá de lo que haría un patriarca
tradicional. Por segunda vez en el mismo día, está dispuesto a ofrecer
una valiosa e inesperada muestra de amor.
Sólo que esta vez va dirigida a un cumplidor de la ley y no a un
transgresor. La maravillosa gracia es válida para ambos hijos. De
acuerdo con la tradición cultural, el padre tendría que continuar con el
banquete y pasar por alto la ofensa pública. Puede ocuparse del hijo
mayor más tarde. Sin embargo no lo hace. Soportando una dolorosa
humillación pública, el padre sale una vez más a recuperar lo perdido
(oveja / moneda / hijo).
13. La respuesta del hijo mayor.
El hijo menor «aceptó» ser hallado. Se sintió colmado por el precioso
amor que se le ofreció gratuitamente. Al hijo mayor, en cambio, parece
no causarle efecto. Por el contrario, ataca sin piedad tanto a su padre
como a su hermano en público. Se esperaría que el padre finalmente
explotara y ordenara una paliza por las ofensas públicas. Por quinta vez,
el padre trasciende el patriarcado tradicional. No es que se trate de un
padre extraordinario, sino que es un símbolo de Dios. Como escribe
Henri Nouwen respecto de esta parábola, «Este es el retrato de Dios,
cuya bondad, amor, perdón, cuidado, gozo y compasión no tienen
límites en absoluto. Jesús presenta la generosidad de Dios, valiéndose
de todo el simbolismo que su cultura le brinda, y al mismo tiempo
transformándolo constantemente» (El regreso del hijo pródigo).
Si el hijo mayor acepta el amor que ahora se le ofrece a él, se verá
obligado a aceptar al hijo pródigo con el mismo amor con el que el padre
recibió al cuidador de cerdos. Será necesario que el hijo mayor sea
hecho «conforme a la imagen» de ese padre compasivo que sale al
encuentro de ambas clases de pecadores como un siervo sufrido que
ofrece un amor inmerecido y de gran valor. ¿Está dispuesto? La
Escritura no lo dice. Llegado este punto, el público está en escena y
debe decidir por sí mismo. 2) La llamada «parábola del hijo pródigo» o,
si se prefiere, del «padre misericordioso»
(Lc 15,11-32) puede ayudarnos a concluir. En ella se ejemplifica de
forma paradigmática el perdón paterno que se adelanta; el perdón que
desborda las expectativas del hijo pecador, cuyo arrepentimiento inicial
es dudoso e incluso puede leerse como mezquino; el poder de la
misericordia para reincorporar al seno familiar...
Pero su final abierto es inquietante. La fiesta por la vuelta del pecador
organizada por el padre no está completa si el hijo mayor no toma parte
en ella. El interés de la parábola es la necesidad de abrirse a la
misericordia, de pedir perdón y de perdonar, como crítica a los fariseos
y escribas por su actitud ante Jesús (Lc 15,2). Pero la última palabra en
la fiesta de reconciliación no la tiene el padre, sino que queda pendiente
de la respuesta del hijo mayor. El perdón del hijo mayor no se puede
imponer. La reconciliación es un don libre, y el padre sólo puede dar las
razones que le han movido al perdón: «convenía celebrar una fiesta y
alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida; estaba perdido y ha sido hallado» (Lc 15,32). Al margen de que la
parábola denuncia el desconocimiento de la misericordia del padre al
que se sirve «fielmente», el texto deja ese molesto cabo suelto de la
reconciliación fraterna. Queda a la libertad del hijo mayor conocer la
misericordia paterna, perdonar, entrar... y que la fiesta sea completa.
En definitiva, la reconciliación es un proceso relacional que parte de un
sí incondicional de Dios, pero que debe visualizarse para que la
virtualidad del perdón sea efectiva. Y ese proceso público pende de la
palabra de arrepentimiento del pecador y de la palabra graciosa de
perdón por parte de las víctimas. Ninguna de las dos puede imponerse,
ni en un régimen de libertad es fácil decir qué es condición, qué es
consecuencia y qué es causa. El testimonio cristiano y la invitación a la
praxis reconciliadora se basa en la experiencia de que «ser perdonados
por Dios, perdonarnos a nosotros mismos, perdonar a los demás...
vienen a expresar distintos momentos del mismo y único movimiento de
reconciliación, por el que sabemos que, en cristiano, sólo podemos
recibir perdón si –o porque– estamos dispuestos a darlo, y sólo
podemos dar perdón si –o porque– lo hemos recibido (Lc 11,4; Mt 18,21-
35)» 13.
La confianza depositada en la humanidad de Caín por Yahvé («a la
puerta acecha el pecado, como fiera que te codicia, pero tú puedes
dominarlo»: Gn 4,7) recibe una confirmación probada y definitiva en la
Humanidad Nueva acontecida en Jesucristo, en cuyo perdón tanto
víctima como victimario pueden decir su sí para que la reconciliación
sea una realidad, personal y social, y no quede en un proceso truncado.

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