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El experimento griego
La imagen que con más frecuencia viene a la mente cuando los americanos o
europeos piensan en el mundo antiguo es la Acrópolis de Atenas, con sus
brillantes templos y santuarios todavía impresionantes pese a sus años y estado
ruinoso. La racionalidad, armonía y serenidad de este símbolo de la cultura
griega a muchos les parece que revela algo esencialmente « occidental» : el
triunfo de la razón y la libertad sobre la « superstición» y el « despotismo» de las
culturas « orientales» como Asiria o Persia.
Estos contrastes fáciles y autocomplacientes dicen más sobre nosotros
mismos que sobre los griegos antiguos. En realidad, la civilización griega ha
sufrido una profunda influencia de sus vecinos de Oriente Próximo desde el
período micénico hasta nuestros días. Sus logros habrían sido imposibles sin la
deuda que había contraído con los ejemplos fenicio, asirio y egipcio.
No obstante, el florecimiento de la civilización griega durante el primer
milenio a. J. C. constituy e una divisoria en el desarrollo de las civilizaciones
occidentales. Basándose en sus experiencias históricas tras el derrumbe de la
Edad de Bronce, los griegos de la Edad de Hierro llegaron a apreciar asunciones
y valores que diferían mucho de los de sus vecinos de Oriente Próximo. Dignidad
humana, libertad individual, gobierno participativo, innovaciones artísticas,
investigación científica, experimentación constitucional, confianza en las
capacidades creativas de la mente humana: los griegos abrazaron todos estos
valores, si bien, como siempre ocurre en los asuntos humanos, a menudo la
práctica no estuvo a la altura de sus ideales.
Aunque lo que hoy entendemos por términos como democracia, igualdad,
justicia y libertad difiere de lo que significaba para los griegos, al mundo
occidental moderno le resultan inteligibles las instituciones y creencias de ese
pueblo tenaz, pendenciero y enérgico, cuy as sociedades de pequeña escala
iniciaron una revolución cultural y crearon una civilización nítidamente diferente
de todo lo anterior. Las democracias del mundo occidental actual no sólo son
herederas de este experimento griego, sino que resultan inimaginables sin él.
LA GUERRA HOPLITA
Durante la may or parte de los siglos VII y VI a. J. C., los aristócratas continuaron
dominando las poleis griegas. Eran habituales las luchas por conseguir influencia
entre familias aristocráticas competidoras, que pretendían dar jaque mate a sus
rivales utilizando nuevas ley es y el despacho de expediciones coloniales como
armas. Sin embargo, a pesar de sus peleas, los aristócratas gozaban de todo el
poder dentro de la polis, no menos porque eran los únicos miembros de la
sociedad que podían permitirse ocupar estos cargos políticos que no tenían sueldo
pero que ocupaban tiempo.
Los aristócratas de la edad arcaica no sólo pretendían riqueza, poder y gloria,
sino también una cultura y un estilo de vida definidos. Ocupar cargos y participar
en la política eran parte de este estilo de vida, pero también lo era el simposio,
una reunión íntima en la que los hombres de la élite disfrutaban del vino (a veces
en cantidades ingentes), la poesía (de la épica a las canciones de borrachera
subidas de tono), concursos de baile y cortesanas que proporcionaban música y
servicios sexuales. Las mujeres respetables estaban excluidas de estas reuniones,
al igual que de los restantes aspectos de la vida social y política. También
quedaban excluidos los hombres que no pertenecían a la aristocracia. Así pues, el
simposio era mucho más que un acto social. Constituía un rasgo esencial de la
vida masculina aristocrática dentro de la polis.
La homosexualidad era otro aspecto importante de la cultura aristocrática en
el período arcaico. La conducta homosexual aristocrática estaba regulada por la
costumbre social. Lo habitual era que un hombre de entre veintitantos a treinta y
tantos años en ascenso en la vida política tomara como amante y protegido a un
joven aristócrata de diez y pocos años. Los dos formarían un lazo de amistad
estrecho e íntimo en el que las relaciones sexuales desempeñaban un papel
importante. Se creía que este lazo íntimo entre hombre y muchacho beneficiaba
al miembro más joven de la pareja, pues aprendía el funcionamiento del
gobierno y la sociedad, y por mediación de su amante may or establecía
importantes conexiones sociales y políticas de las que sacaría provecho más
adelante en la vida. En efecto, Platón sostendría que el amor verdadero sólo
podía existir entre dos amantes masculinos porque sólo dentro de esa relación
podía un hombre encontrar una pareja merecedora de su afecto.
Así pues, en el período arcaico un complejo íntegro de valores, ideas,
prácticas y asunciones informaba la identidad aristocrática. Como resultado, era
imposible para los que se encontraban fuera de este mundo elitista participar de
lleno en la vida pública de la polis. Sin embargo, a mediados de la era arcaica el
círculo de la élite aristocrática se estrechó aún más. Un pequeño número de
aristócratas dominaba ahora los cargos más elevados de la polis, con lo que se
encontraban en posición de controlar una amplia zona de la vida cívica a
expensas de sus rivales. Se dejó a muchos aristócratas fuera de su propia cultura,
como meros observadores. Pero estos hombres tenían a mano el remedio a su
problema: los hoplitas, quienes también se quejaban de su exclusión del poder
político.
Cuando los círculos de poder político se estrecharon en el siglo VII, aumentó
la violencia entre los grupos aristocráticos y acabó propiciándose el surgimiento
de la tiranía como forma alternativa de gobierno. La palabra tyrannos no era
originalmente griega, sino que se tomó de Lidia para significar a alguien que se
hacía con el poder y gobernaba fuera del marco constitucional tradicional. De
este modo, en la Grecia arcaica un tirano no era necesariamente un gobernante
abusivo, y los pensadores de esa era se sintieron fascinados y horrorizados por su
poder sin freno. Aristóteles condenaría la tiranía como perversión de la forma
« pura» de la monarquía hereditaria, por mucho que en el período arcaico
sirviera a menudo para abrir camino a la concesión de derechos políticos más
amplios.
El tirano griego solía ser un aristócrata cansado de su exclusión de la élite o
frustrado por las disputas mezquinas de las facciones aristocráticas dentro de la
polis. Los futuros tiranos apelaban a la clase hoplita, cuy a fuerza armada podía
impulsarlos a una posición de poder único; a cambio, le extendían derechos de
participación política o al menos le ofrecían nuevas garantías económicas y
judiciales, a la vez que se esforzaban en retener las riendas del poder en sus
manos. Era un estado de cosas inestable de por sí, porque una vez que el tirano
original había satisfecho los deseos de los hoplitas, la continuación de la tiranía se
convertía en un obstáculo para la obtención de may or poder para el pueblo, el
demos. Por esta razón, las tiranías rara vez duraron más de dos generaciones. Las
más de las veces sirvieron de estaciones de paso en el camino de la aristocracia a
formas de gobierno más participativas, como la democracia.
LA POESÍA LÍRICA
Las poleis arcaicas se desarrollaron de formas muy diferentes. Para ilustrar esta
diversidad, examinaremos tres ejemplos particularmente bien documentados:
Atenas, Esparta y Mileto. Sin embargo, ninguna es « típica» del desarrollo
histórico de las poleis griegas en su conjunto. Hubo más o menos mil poleis en
Grecia y de la may oría no sabemos apenas nada. Parece improbable que entre
tanta diversidad seamos capaces alguna vez de describir una polis « típica» .
ATENAS
Los atenienses creían que ellos y su ciudad habían existido de forma continuada
desde la Edad de Bronce, afirmación que formaba parte esencial de su identidad
y su sentimiento de importancia dentro del mundo griego may or. Pero aunque
Ática se encontraba entre las regiones más poblabas y prósperas en la edad
oscura, Atenas apenas contaba en esos primeros tiempos. Incluso al comienzo del
período arcaico Corinto era la principal ciudad comercial de Grecia; Atenas
destacaba como la potencia militar preeminente; y las islas egeas, junto con la
costa central de Anatolia, eran los centros culturales primordiales.
Atenas surgió de la edad oscura con una economía claramente agrícola. Los
ingresos que sus aristócratas habían obtenido mediante el comercio los habían
reinvertido en tierra. A comienzos de la era arcaica, la élite aristocrática
consideraba el comercio un medio dudoso de ganarse la vida. La orientación de
su ciudad hacia el Egeo, junto con los excelentes puertos que había en el litoral de
Ática, acabarían convirtiendo Atenas en una polis famosa en la actividad
mercantil y marinera, pero hasta el siglo VI a. J. C. la aristocracia ateniense
permaneció firmemente atrincherada en la tierra.
El dominio aristócrata de Atenas descansaba sobre los magistrados elegidos,
que monopolizaban, y el consejo de estado, que estaba compuesto por antiguos
magistrados. A comienzos del siglo VII a. J. C., unos cargos aristocráticos
llamados arcontes y a ejercían el poder ejecutivo. Dichos arcontes acabaron
siendo nueve y presidían las funciones civiles, militares, judiciales y religiosas de
la polis. Ocupaban el cargo durante un año y después se convertían en miembros
vitalicios del consejo del Areópago, que era donde residía el poder real en
Atenas. El Areópago elegía a los arcontes, con lo que controlaba a sus futuros
miembros; también servía de especie de « tribunal supremo» y tenía una
influencia tremenda en los procesos judiciales.
Durante el siglo VII se desarrollaron profundas divisiones económicas y
sociales en la sociedad, cuando una proporción considerable de la población cay ó
en la esclavitud por deudas (la práctica de conseguir un préstamo poniendo como
garantía a la persona que lo pedía y, cuando no era capaz de pagarlo,
convirtiéndose en esclavo del acreedor). Asimismo, las rivalidades entre las
facciones políticas de la aristocracia desestabilizaron la polis. En el año 632
a. J. C., un aristócrata prominente llamado Quilón intentó establecer una tiranía,
pero se rindió cuando le ofrecieron un salvoconducto. Sin embargo, sus rivales
políticos violaron su promesa de inmunidad, asesinaron a sus partidarios y lo
enviaron al exilio. Los resentimientos perdurarían durante una generación.
El ciclo interminable de asesinatos por venganza que siguió al golpe de estado
fallido de Quilón inspiró el primer intento de ley escrita en Atenas. En el año 621
a. J. C., a un aristócrata llamado Dracón se le encargó « fijar las ley es» , y se
propuso en particular controlar los homicidios mediante duros castigos
(« draconianos» ). Sin embargo, su intento de estabilizar Atenas fracasó, y la
ciudad se vio pronto al borde de la guerra civil. Con la esperanza de evitarla, en el
año 594 a. J. C. los aristócratas y los hoplitas convinieron en que Solón fuera el
único arconte durante un año y en otorgarle amplios poderes para reorganizar el
gobierno. Solón era un aristócrata que había conseguido fama y fortuna como
comerciante, lo que hizo que la sociedad ateniense confiara en él porque no
estaba en deuda con ningún interés particular.
Sus reformas políticas y económicas pusieron los cimientos para el desarrollo
posterior de la democracia ateniense. Prohibió la esclavitud por deuda y
estableció un fondo para comprar a los esclavos por deuda atenienses que se
habían vendido al extranjero. Fomentó el cultivo de olivos y viñas, con lo que
espoleó la agricultura de cultivos comerciales y las industrias urbanas (como la
alfarería, la producción de aceite y la construcción naval), necesarias para hacer
de Atenas una potencia comercial. También amplió los derechos de participación
política. Estableció tribunales en los que una may or diversidad de ciudadanos
servía de miembros del jurado y a los que podía apelar cualquier ateniense si le
disgustaba una decisión del Areópago. Basó la elección de los cargos políticos en
criterios de propiedad, y de este modo posibilitó a quienes no habían nacido
aristócratas lograr el acceso al poder mediante la acumulación de riqueza.
Además, otorgó a la asamblea de ciudadanos (conocida como ekklesia) el
derecho a elegir a los arcontes, paso que resultó crucial, puesto que todos los
hombres atenienses de más de dieciocho años nacidos libres podían participar en
la asamblea.
Con todo, las reformas de Solón no tuvieron éxito. La aristocracia las
consideró demasiado radicales, y el demos, insuficientes. En la agitación que se
suscitó, un aristócrata llamado Pisístratos consiguió establecerse como tirano en
el año 546 a. J. C. Pisístratos permitió que los órganos de gobierno funcionaran
como había pretendido Solón y lanzó una ingente campaña de proy ectos de obras
públicas. Sin embargo, detrás de la aparente moderación de su gobierno suby acía
la intimidación callada pero persistente que practicaba mediante la contratación
de mercenarios extranjeros y la crueldad con la que aplastaba toda disensión de
su régimen. Al poner en práctica las reformas de Solón, fortaleció al demos y
fomentó el gusto por el autogobierno. Fue un gobernante popular hasta su muerte.
Sus hijos, sin embargo, resultaron mucho menos populares, y después de que uno
de ellos fuera asesinado en una disputa aristocrática, el otro fue derrocado en
seguida con la ay uda de los espartanos.
Tras la caída de los pisistrátidas en el año 510 a. J. C., llegó un breve régimen
contrarrevolucionario aristocrático, apoy ado por los espartanos. Pero dos
generaciones de acceso a un poder en aumento habían hecho que el demos
ateniense no tuviera el más mínimo interés en volver a una oligarquía elitista. Por
primera vez en la historia, el pueblo en general se levantó de forma espontánea y
derrocó al gobierno. Se congregó en torno a Clístenes, también aristócrata, pero
que había servido bien en el gobierno pisistrátida y había abrazado la causa del
demos tras la caída de la tiranía. Una vez votado como arconte en 508-507
a. J. C., Clístenes tomó medidas de inmediato para limitar el poder de la
aristocracia. Al reorganizar a la población ateniense en diez « tribus» votantes,
suprimió las identidades regionales dentro de Ática, que habían sido una
importante fuente de influencia para la aristocracia. Fortaleció más la asamblea
de ciudadanos atenienses y extendió la maquinaria del gobierno democrático al
ámbito local por toda Ática. También introdujo la práctica del ostracismo, por la
cual los atenienses podían decidir cada año si querían desterrar a alguien durante
diez años y, de ser así, a quién. Clístenes creía que con este poder el demos podría
impedir el regreso de un tirano y sofocar las luchas de facciones si la guerra civil
parecía inmediata.
En el año 500 a. J. C. Atenas y a se había convertido en la principal
exportadora de aceites de oliva, vinos y cerámica del mundo griego. Las
contiendas políticas del siglo VI también le habían otorgado un carácter mucho
más democrático que el que poseían cualquiera de las restantes polis griegas, y
fortaleció de forma simultánea sus instituciones de gobierno central. Los
atenienses estaban en disposición de asumir el papel que reclamarían para sí
durante el siglo V como modelo de la cultura griega y defensores de su estilo de
democracia participativa.
ESPARTA
Situada en la parte meridional del Peloponeso (la gran península que forma el sur
de Grecia), Esparta significaba todo lo que no eran los atenienses. Atenas era
culta, sofisticada y cosmopolita; Esparta, básica, llana y tradicional. Dependiendo
del punto de vista de cada cual, ambos conjuntos de adjetivos podrían servir de
admiración o de crítica.
Esparta tomó forma cuando cuatro aldeas (y al final una quinta) se unieron
para crear la polis. Tal vez como reliquia del proceso de unificación, mantuvo
una monarquía doble a lo largo de la historia, con dos familias reales y dos líneas
de sucesión. Aunque la antigüedad o la capacidad solían determinar cuál de los
dos rey es gobernantes gozaba de may or influencia, ninguno era técnicamente
superior al otro, situación que condujo a la intriga política intestina.
El sistema espartano dependió de su conquista de Mesenia, rica región
agrícola situada al oeste de Esparta. Hacia el año 720 a. J. C., los espartanos
suby ugaron la región y esclavizaron a la población. Estos ilotas (como entonces
se denominó a los mesenios esclavizados) siguieron trabajando la tierra, que
ahora se parceló entre los espartanos. Sin embargo, hacia el año 650 a. J. C., los
ilotas se levantaron en una revuelta y obtuvieron el apoy o de varias ciudades
vecinas, y llegaron a amenazar brevemente a Esparta con la aniquilación. Al
final, ésta triunfó, pero la conmoción de esta rebelión produjo una
transformación permanente en su sociedad.
Dispuesta a impedir otro levantamiento, Esparta se convirtió en la polis más
militarizada de Grecia. En el año 600 a. J. C. toda la polis y a se orientaba al
mantenimiento de su ejército hoplita, una fuerza tan superior que los espartanos,
confiados en su seguridad, dejaron sin fortificar su ciudad. El sistema espartano
hacía de todo ciudadano pleno, llamado espartiate (o, de forma alternativa,
« igual» ), un soldado profesional de la falange. En una época en la que la
sociedad ateniense se estaba volviendo más democrática, en Esparta la
ciudadanía se iba « aristocratizando» , convirtiendo a cada ciudadano-soldado en
un guerrero-campeón de la falange hoplita.
Esparta llegó a ser una sociedad organizada para la guerra. Las autoridades
examinaban a todos los niños que nacían y determinaban si estaban sanos para
ser criados (en caso contrario, se los abandonaba en las montañas). Si resultaban
dignos de crianza, a los siete años se los colocaba en el sistema educativo estatal.
Los niños y las niñas se instruían juntos hasta los doce años, participaban en
ejercicios, gimnasia, otra preparación física y competiciones. Luego los niños
pasaban a vivir en los barracones, donde iniciarían en serio su formación militar.
Las niñas continuaban una educación en letras hasta que se casaban, por lo
general en torno a los dieciocho años.
La formación en los barracones era rigurosa con miras a acostumbrar al
joven a las privaciones físicas. A los dieciocho años tenía que intentar ser
aceptado en un syssition, una tienda comedor comunal, además de una especie
de fraternidad de combate. Si fracasaba, no podría convertirse en un espartiata
completo y perdería sus derechos como ciudadano. Sin embargo, si era
aceptado, permanecería en los barracones hasta que tuviera treinta años. Aunque
se pedía que los hombres se casaran entre los veinte y los treinta años, a los que
vivían en los barracones sólo se les permitía reunirse con sus esposas a
escondidas, hecho que quizá explique en parte la tasa de nacimientos tan baja
entre las parejas de espartiatas. Una vez cumplidos los cincuenta, el varón
espartiata podía vivir con su familia, pero permanecía como militar en activo
hasta los sesenta años, si bien no era probable que participara en el combate de
falanges una vez que sobrepasara los cuarenta y cinco años.
Todos los varones espartiatas de más de treinta años eran miembros de la
asamblea de ciudadanos, la apella, que votaba sí o no, sin debate, en asuntos que
les proponía un consejo formado por veintiocho ancianos (la gerousia), además
de los dos rey es. La gerousia era el principal organismo normativo de la polis, así
como su tribunal fundamental. Sus miembros eran elegidos por la apella de por
vida, pero tenían que sobrepasar los sesenta años. Cinco éforos, elegidos
anualmente por la apella, supervisaban el sistema educativo y actuaban de
guardianes de las tradiciones. En su último papel podían incluso deponer a un rey
descarriado del mando del ejército cuando estaba en campaña. Los éforos
también supervisaban el servicio secreto, la kripteia, y reclutaban agentes entre
los jóvenes espartiatas más prometedores. Los agentes espiaban a los ciudadanos,
pero su principal labor consistía en infiltrarse entre la población de los ilotas,
identificar a posibles perturbadores y matarlos.
La política espartana solía girar en torno a la precaria relación entre los ilotas
y los espartiatas. Los ilotas superaban a los espartiatas en número en una
proporción de diez a uno, y Mesenia ardía en revueltas cada poco tiempo. Los
ilotas acompañaban a los espartanos durante las campañas como portadores de
escudos y lanzas, además de como responsables del bagaje; resulta notable que
no sepamos de revueltas en estas circunstancias. Sin embargo, cuando no estaban
en campaña, los ilotas eran una preocupación de seguridad constante. Todos los
años, de forma ritual, los espartanos les declaraban la guerra, como recuerdo de
que no tolerarían intentos de liberación. Pero los espartiatas nunca descansaban
tranquilos en sus camas; los espartanos eran renuentes a mandar fuera a su
ejército, debido en parte a que temían que su ausencia prolongada pudiera
alentar un alzamiento de los ilotas en el país. La esclavitud de los ilotas hizo
posible el sistema espartano, pero el hecho de que Esparta tuviera que depender
de una población hostil de esclavos también fue una limitación seria para su
poder.
Los espartiatas tenían prohibido participar en intercambios o comercio debido
a que la riqueza podría distraerlos de su persecución de la virtud marcial.
Tampoco labraban sus tierras. La actividad económica en el estado espartano
recaía en los ilotas o en los residentes libres de otras ciudades peloponesas
(conocidos como los perioikoi [periecos], « los que moran alrededor» ). Los
periecos disfrutaban de ciertos derechos y protección en la sociedad espartana, y
algunos se hicieron ricos administrando sus negocios. Sin embargo, no ejercían
derechos políticos dentro del estado espartano y era Esparta quien dirigía su
política exterior. Los espartiatas que perdían sus derechos como ciudadanos
también se convertían en periecos.
Los espartanos rechazaban de forma consciente la innovación o el cambio. Se
llamaban a sí mismos los protectores de las « constituciones tradicionales» de
Grecia, entendiendo por tales los regímenes aristocráticos más antiguos. En este
papel, Esparta intentó evitar el establecimiento de tiranías en los estados vecinos
y derrocarlas cuando surgieron. Su tenaz defensa de la tradición la convirtió en
objeto de admiración en todo el mundo griego, aunque pocos griegos sintieran
algún deseo de vivir como lo hacían los espartanos.
El defecto fatal del sistema espartano fue demográfico. Había muchos modos
de perder la posición de espartiata, incluidas la conducta criminal y la cobardía,
pero la única manera de llegar a serlo era por la cuna, y la tasa de nacimientos
no podía mantenerse a la par que la demanda de espartiatas. Como
consecuencia, el número de espartiatas de pleno derecho descendió de unos diez
mil en el período arcaico a sólo unos mil a mediados del siglo IV a. J. C.
MILETO
LA INVASIÓN DE JERJES
ARTE Y ARQUITECTURA
Los griegos de la edad dorada revelaron la misma variedad de genio en las artes
visuales que en sus obras teatrales. Su vis cómica —exuberancia, sensualidad
jovial e ingenio grosero— puede verse en especial en sus jarrones y jarras de
« figuras negras» , cuy os personajes suelen parecer granujas que están
cometiendo algún tipo de travesura, por lo general sexual. Más dignas eran las
estatuas de mármol y los relieves escultóricos que los griegos hacían para los
templos y lugares públicos. Los escultores atenienses en particular adoptaron
como tema la grandeza humana, representaron la belleza de la forma humana en
unas estatuas que eran a la vez naturalistas e idealistas.
Tal vez el avance más asombroso en la escultura griega del siglo V sea la
aparición relativamente repentina del desnudo naturalista bien proporcionado.
Sucedió primero en Atenas en torno a los años comprendidos entre 490 y 480
a. J. C. No se había visto nada igual hasta entonces y es difícil no llegar a la
conclusión de que el triunfo de los ideales griegos de dignidad y libertad humanas
en las guerras médicas tuvo algo que ver. Convencidos de que todos los persas se
doblegaban ante sus gobernantes como esclavos, mientras que ellos disfrutaban
de igualdad política y social, los griegos expresaron el ideal de la grandeza
humana conmemorando en piedra la dignidad del cuerpo sin adornos.
Asimismo, los atenienses realizaron contribuciones excepcionales a la
arquitectura. Todos sus templos intentaban crear una impresión de armonía y
reposo, pero el Partenón de Atenas, construido entre los años 447 y 438 a. J. C.,
suele considerarse el ejemplo más consumado de su género. Pericles fue quien
urgió a los atenienses para que construy eran este edificio asombroso, caro y
difícil, pues lo consideraba un símbolo de devoción a su diosa patrona, Atenea, y
una celebración de su poder y confianza.
EL FIN DE LA GUERRA
Sócrates era lo bastante rico como para no haber tenido nunca que enseñar para
ganarse la vida. Había combatido dos veces como parte de la infantería ateniense
y era un ardiente patriota que creía que Atenas se estaba corrompiendo por las
vergonzosas doctrinas de los sofistas. Pero no era un patriota irreflexivo amante
de los eslóganes, sino que le gustaba someter toda verdad presupuesta a un
examen riguroso con el fin de reconstruir la vida ateniense sobre un cimiento
firme de certeza ética. Es una amarga ironía que sus propios conciudadanos
condujeran a la muerte a un idealista tan devoto. Poco después del final de la
guerra del Peloponeso, en el año 399 a. J. C., cuando Atenas todavía se
tambaleaba por la impresión de la derrota y las violentas convulsiones internas,
una facción democrática decidió que Sócrates era una amenaza para el estado.
Una corte democrática estuvo de acuerdo y lo condenó por impiedad y por
« corromper a la juventud» . Aunque sus amigos prepararon su huida, Sócrates
decidió aceptar el juicio popular y acatar las ley es de su polis. Murió bebiendo
tranquilo una copa de veneno.
Como Sócrates no escribió nada, es difícil determinar con exactitud lo que
enseñaba. Sin embargo, los informes contemporáneos, en especial los de su
discípulo Platón, aclaran algunos puntos. En primer lugar, Sócrates sometía todas
las asunciones heredadas a una crítica rigurosa. Llamándose a sí mismo
« criticón» , continuamente hacía participar a sus contemporáneos en
interrogatorios « socráticos» con el fin de demostrarles que todas sus supuestas
certezas no eran más que prejuicios no analizados que se basaban en asunciones
falsas. Según Platón, un oráculo dijo una vez que Sócrates era la persona más
sabia del mundo, y Sócrates estuvo de acuerdo: todos los demás pensaban que él
sabía algo, pero él era más sabio porque sabía que no sabía nada. En segundo
lugar, pretendía basar sus especulaciones filosóficas en definiciones consistentes
de las palabras, y en tercer lugar, centraba su atención en la ética y no en el
estudio del mundo físico. Rechazaba las tradicionales discusiones de los filósofos
milesios sobre por qué existen las cosas, por qué crecen y por qué mueren, y en
su lugar instaba a la gente a reflexionar sobre los principios de la conducta
adecuada, tanto por su bien como por el de la sociedad. Cada persona debe
considerar el significado de sus acciones y vida en todo momento, pues, según
una de sus máximas más memorables, « una vida que no se examina no merece
la pena vivirla» .
Puede que todo esto hiciera que Sócrates pareciera un sofista; de hecho,
durante su juicio se sintió obligado a insistir en que no lo era. Como los sofistas,
era un « filósofo del mercado» que ponía en duda la tradición y los tópicos con el
fin de ay udar a la gente a mejorar sus vidas. Pero la diferencia abrumadora
entre Sócrates y los sofistas radicaba en su creencia en certezas —aunque evitara
decir qué eran— y en la norma del bien absoluto en lugar de la conveniencia que
aplicaba a todos los aspectos de la vida. Sin embargo, su muerte puso de
manifiesto que para restablecer la polis sería necesario ir más lejos de lo que lo
había hecho el filósofo, construy endo un sistema que revelara un marco positivo
de verdad y realidad. Ésta fue la tarea que su discípulo más brillante, Platón,
emprendería tras los desastres de la guerra del Peloponeso. Al hacerlo, pondría
los cimientos para todo el pensamiento filosófico occidental posterior hasta la
actualidad.
Conclusión
Desde el Renacimiento, a los europeos les ha gustado pensar que son los
herederos de los griegos clásicos e imaginárselos como sus imágenes
especulares. Tal admiración ciega resulta engañosa tanto acerca de los primeros
como de los segundos. Pese al escepticismo religioso de unos cuantos
intelectuales, los griegos no eran laicistas ni racionalistas. Aunque inventaron el
concepto de democracia, sólo a un mínimo porcentaje de la población masculina
de Atenas se le permitía desempeñar un papel en los asuntos políticos. Los
espartanos mantenían a la masa de su población en un sometimiento servil y los
atenienses daban por descontada la esclavitud. En el mundo griego las mujeres
eran explotadas por lo que hoy denominaríamos un « patriarcado» , un sistema
represivo gestionado por padres y esposos. El arte de gobernar se caracterizaba
por el imperialismo y la guerra de agresión. Los griegos no efectuaron grandes
avances en la actividad económica y desdeñaron el comercio. Para finalizar, ni
siquiera a los atenienses cabría describirlos como tolerantes. Sócrates no fue el
único hombre llevado a la muerte por limitarse a expresar sus opiniones.
Sin embargo, es innegable el profundo significado del experimento griego
para la historia de las civilizaciones occidentales, significado que puede verse con
claridad particular si comparamos los rasgos culturales griegos con los de
Mesopotamia y el Antiguo Egipto. Estas dos últimas civilizaciones estaban
dominadas por la autocracia, el sobrenaturalismo y el sometimiento del individuo
al grupo. El régimen político habitual del antiguo Oriente Próximo era el de la
monarquía absoluta, apoy ada por una casta sacerdotal poderosa. La cultura era
ante todo un instrumento para realzar el prestigio de los gobernantes y sacerdotes,
y la vida económica tendía a estar controlada por órganos gubernamentales y
religiosos bien organizados.
En contraste, la civilización de Grecia, en especial en su forma ateniense, se
basaba en ideales de libertad, competencia, logro individual y gloria humana. La
palabra griega para libertad —eleutheria— no puede traducirse a ninguna lengua
del antiguo Oriente Próximo, ni siquiera al hebreo. La cultura de los griegos fue
la primera de Occidente que se basó en la primacía del intelecto humano; no
había ningún tema que temieran investigar. Herodoto relata que un griego (en
este caso, un espartano) dijo a un persa: « Tú entiendes qué es ser esclavo, pero
no sabes nada de libertad […]. Si hubieras llegado a probarla, nos aconsejarías
que lucháramos por ella no sólo con lanzas, sino también con hachas» .
Otro modo de valorar la importancia duradera de la civilización griega para
el mundo occidental es recordar algunas de las palabras que nos han llegado de
ella: política, democracia, filosofía, metafísica, historia, tragedia. Todas son
formas de pensar y actuar que han enriquecido la vida humana de una manera
inconmensurable, que apenas se habían conocido antes de que los griegos las
inventaran. Incluso el mismo concepto de « humanidad» —el papel exaltado
dentro de la naturaleza que se otorga a la raza humana, en general, y al ser
humano como individuo, en particular— nos ha llegado en grado sorprendente de
los griegos, para quienes la meta de la existencia era el pleno desarrollo del
potencial humano de cada cual: la tarea de convertirse en persona, llamada en
griego paideia, suponía que todo hombre libre debía ser el escultor de su propia
estatua. Cuando los romanos adoptaron este ideal de los griegos, lo denominaron
humanitas, término del que se deriva la palabra « humanidad» . Los romanos
admitieron su deuda cuando señalaron que « en Grecia fue donde se inventó la
humanidad» . Es difícil poner en duda que estaban en lo cierto.
Bibliografía seleccionada