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KAMA KAMANDA
Quién iba a decir, decías, que el lugar fuese tan oscuro a la mirada. En efecto. Quién
podía pensar que fuera tan tenebroso y confuso. Quién podía creer que el nacimiento
y el ultraje provinieran ambos del mismo hueco rancio. De esos pasillos sin ángulos
rectos, de aquellas superficies lisas y brillantes. Estábamos tal vez dentro de algún
cuerpo humano, llegué a temer.
Intento hacer memoria, pero no recuerdo ahora por dónde comenzaste, qué objeto o
fenómeno cayó primero a consecuencia de tu antojo. No recuerdo por qué tomaste la
decisión que lo desató todo. Sé que rasgaste una hoja de algún libro y eliminaste un
nombre. Y que en seguida se inició el tsunami de letras, objetos y fenómenos que
describo. Permanecen frescos en mi memoria tus ojos brillantes, especialmente
hermosos y más claros esa mañana en que todo comenzó; tu rostro satisfecho y esa
sonrisa infantil, casi traviesa.
Se trataba de una tarea delicada y minuciosa la mía: una vez iniciado algún
proyecto, anunciado algún cambio con sus adosadas muertes y nacimientos, debía
atravesar los corredores oscuros como hígados, explorar por temas el mundo, llegar
a la fuente del verbo y de la imagen, modificarla; luego hallar las bisagras
conectivas con otros temas relacionados, visitar sus pasillos, encontrar sus orígenes,
alterarlos, y repetir el proceso hasta cerrar un círculo perfecto. Al final, ubicar y
recorrer el camino de regreso, el camino de regreso hasta ti, que estarías esperando
suspendido en el tiempo.
Una vez dijiste que la palabra mar era demasiado corta. Que el mar era muy
hermoso y extenso para llamarse así, demasiada vida, tantos colores y misterios: tres
letras no bastaban. Primero pensaste necesario construir una palabra que contuviera
todos los sonidos, pero pronto dijiste que eso no era posible. No era posible.
Entonces decidimos trabajar tomando como punto de partida lo que el mar es,
pusimos a prueba palabras, sentidos, sopesamos consecuencias y virtudes de cada
bautizo aceptable; finalmente decidimos que el mar se llamaría universo. Pero el
asunto no finalizaba allí, era necesario determinar qué ocurriría con la palabra
universo y con el universo mismo. Y por otra parte, con las plantas, la fauna marina,
¿qué ocurriría?, ¿se llamarían estrellas todas las formas de vida existentes en los
mares y océanos? No podía ser. El trabajo era pesado, agotador. Yo debía caminar
los pasillos, encontrar todos los libros en los que mar, universo, pez, fugaz, marea,
estrella, alga, planeta y cualquier otra palabra relacionada apareciese escrita;
comenzando por enciclopedias y diccionarios, pero contemplando también cuentos y
novelas, poemas y cuanto documento científico hubiese sido escrito y mencionara
estas palabras.
Cuentan que este último caso, el de los libros, era además humillante, pues el lector
podía confundir las etiquetas con las páginas del libro y su historia o su discurso,
terminando sin saber siquiera quién era quién, quién leía y quién había escrito, quién
era real en el mundo de las tres dimensiones y quién una sombra plana; si las
guerras, el amor, la nostalgia o los descubrimientos científicos que había en su
mente tenían algo que ver con él, o incluso con el uso y sentido del objeto cuadrado
o rectangular de peso y características variadas que sostenía entre las manos. En
ciertos casos, cuentan las crónicas de los sobrevivientes, podía uno encontrarse a un
caballero sentado en la acera llorando desconsoladamente sin saber bien dónde
dirigirse, cuál era la frontera de sí mismo, qué era todo aquello que se movía a su
alrededor con ritmos, colores, olores, tamaños y direcciones extrañas.
Qué era eso —¡el mundo! le hubiésemos dicho—, que lo rodeaba como a un recién
nacido que no se reconoce aún los dedos de los pies. Numerosos hogares, oficinas y
proyectos fueron abandonados de un momento a otro por no comportar relación con
lo que las personas afectadas construían y reconocían como su historia reciente,
como memoria presente. Y para los efectos debe decirse, persona afectada
resultaban también los familiares, amigos, socios, vecinos del desmemoriado,
abandonados por irreconocibles y progresivamente por invisibles.
No. Esto era distinto. Sin lugar a dudas menos poético que aquella práctica antigua
que aconsejaba rotular los recuerdos para organizarlos cuidadosamente en las
esquinas y otros espacios libres de las casas, de manera de no tropezar con ellos. En
efecto, nuestro estremecimiento no perseguía a los recuerdos. Al menos no
intencionalmente. El carácter más bien íntimo de las memorias las mantuvo a salvo
por algún tiempo más, aunque quedaba claro que en algún momento también ellas
terminarían arrolladas, sin siquiera etiquetas que las salvaran del precipicio al que
caían lenta pero indefectiblemente el presente, sus artefactos, sus afectos, sus ruinas
y sus sombras. Mientras abajo soplabas palabras y sentidos a fuego vivo, arriba todo
era plegado y desplegado, sacudido y vuelto a armar; y la gente se iba desorientando
ante esos espacios vacíos, trasmutados ante sus ojos sin explicación aparente.
Pronto entendí que quedaba poco tiempo antes de perderme y perder el mundo en un
cataclismo, en un amasijo de palabras y sentidos, en una confusión o un hastío de
sonidos que lo destrozaría todo. Tu existencia comenzaría a palidecer, pues con el
deterioro de mi cuerpo y de mi ejercicio vendría el de tus predios, el del fuego y el
del sueño que soñabas. Sólo quedaría un pequeñísimo punto negro. Con la certeza
de la salvación en la palabra no pronunciada, me propuse silenciarte, borrarte.
Iniciaría una última travesía hacia los lugares que fueran precisos, cumpliría con el
protocolo, minuciosa como siempre. Buscaría además de tu nombre todos los
nombres que te han dado desde los comienzos; en cada pasillo, en cada poema, texto
antiguo, documento. La luz comenzaría a temblar, los pasillos se borrarían. A partir
de entonces yo continuaría vagando sin plan ni estrategia. Arriba los proyectos y en
definitiva el mundo continuarían medio cojos, igual que siempre. Así como se ven
hoy. Quedarían huérfanos las mujeres y los hombres, esperando sin saberlo por el
nuevo mundo inventado.
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