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Introducción
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I
Victoria Camps es catedrática de ética
en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Es autora, entre otros libros, de La imagina-
ción ética (1990), Virtudes públicas (premio
Espasa de Ensayo 1990), El malestar de la
vida pública (1996) y El siglo de las mujeres
Introdúcelo
(1998).
a la filosofí
política

Victoria Camps

CRÍTICA
Barcelona

r
ÍNDICE

Prólogo 9

I . LA FORMACIÓN DE LA SOCIEDAD POLÍTICA

La comunidad política griega 15"^


El individuo soberano 23 ^
El individuo contra el estado 27^
Sociedad civil y sociedad política 35
Comunidad y sociedad 41
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los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, I L LA LEY Y LA LIBERTAD
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
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informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler El fundamento de la ley 51
o préstamo públicos. Del derecho natural a los derechos humanos 59
La ley y la a u t o n o m í a individual 67

Diseño de la cubierta: Luz de la Mora, Barcelona U I . LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO


© 2001: Victoria Camps
© 2001 de la presente edición para España y América:
La democracia participativa 77^
EDITORIAL CRÍTICA, S.L., Provenía, 2 6 0 , 0 8 0 0 8 Barcelona
ISBN: 84-8432-172-X El republicanismo y la democracia representativa . . . 83 ^ .
Depósito legal: B. 7475-2001 Liberalismo y socialismo 87 y
Impreso en España
Escépticos y realistas 93 ^/
2001. — HUROPE, S.L., Lima, 3, bis, 0 8 0 3 0 Barcelona

á
La democracia y el estado de bienestar 97
Los problemas de la democracia 101¿y PRÓLOGO
Bibliografía ^^'^

APÉNDICES. ANTOLOGÍA DE TEXTOS

L Tucídides, La oración fúnebre de Pendes 1H


2. ?\atón, República 11"^
3. Aristóteles, Política 123/
4. Nicolás Maquiavelo, Discursos sobre la primera década
deTitoLivio
La política no ha sido el objeto de reflexión c a n ó n i c o de los filóso-
5. Thomas Hobbes, Lfiví'aíán 137
fos. Salvo algunos nombres excepcionales —Hobbes es el primero
6. John Locke, Ensayo sobre el gobierno civil 143
que se nos ocurre—, la mayor parte de filósofos ha pasado a la his-
7. Charles de Secondat, b a r ó n de Montesquieu, Del espí- ^
toria por sus teorías sobre el conocimiento de la realidad o sobre el
ritu de las leyes iS'i-^
8. Jean-Jacques Rousseau, De/coníraío soaa/ . . . . 157. ser de la realidad misma, m á s que por sus ideas sobre la convivencia
9. Alexis de Tocqueville, ¿ a ¿¿emocrada en América . . 165 | humana, que es el tema de la moral o de la política. No obstante, a
10. John Stuart M i l i , Sobre la libertad 175 ' medida que a la filosofía le han ido siendo arrebatados sus á m b i t o s
11. John Stuart M i l i , Del gobierno representativo . . . . 183 y de estudio por la diversificación y división de las ciencias en todas
12. Karl Marx, «La cuestión judía» 191 sus modalidades —formales, empíricas o sociales—, eso que ha ve-
13. John Rawls, Teoría de la justicia ^99 7 nido en llamarse «filosofía práctica» ha acabado siendo el espacio
m á s propio y natural de los filósofos. Lo que la fílosofía puede decir
a propósito de la moral o de la política es algo que no hacen ni la so-
ciología de la moral n i la ciencia política. Digamos que la reflexión
filosófica viene después —o debería venir después para tener algo de
rigor— de la historia, de la sociología o de la politología. Es un pen-
sar sobre lo ocurrido, sobre los datos empíricos, sobre las institucio-
nes, con el fin de aportar visiones m á s de conjunto y de razonar
acerca de los hechos pasados o previsibles, así como acerca de nues-
tra forma de aprehenderlos, clasificarlos y ponerlos en cuestión. Co-
nocer la realidad para cambiarla sigue siendo el cometido de la filo-
sofi'a y, muy en especial, de la filosofía práctica.
La historia de la filosofi'a política puede ser abordada de muchas
10 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

maneras, desde la m á s filológica y erudita a la visión sistemática que


elude el orden cronológico de las teorías para centrarse en los con-
I PRÓLOGO

Aunque no soy entusiasta de las antologías de textos, reconozco


su utilidad como instrumentos para la enseñanza. Leer a los filóso-
11

ceptos o los temas m á s significativos que esas teorías han produci- fos no es tarea fácil, menos en unos tiempos decididamente malos
do. Esta sucinta introducción no tiene otra finalidad que la pedagó- para fomentar la afición a la lectura. A c o m p a ñ a al texto introducto-
gica. Es un libro de texto sin otra finalidad que la de ser útil para la rio una recopilación de los fragmentos m á s significativos del pensa-
e n s e ñ a n z a y para el estudio. Por ello, no elude la visión cronológica miento político. No me atrevería a decir que son los textos clave de
de la filosofía política, que es la m á s eficaz a efectos didácticos. Em- la fílosofía política, pero sí los que a m í personalmente me han sido
pieza con la democracia ateniense y acaba en las actuales teorías de m á s útiles para hacer llegar al alumno las ideas que juzgo m á s inte-
la democracia o de la justicia. Dicha visión, sin embargo, se vertebra resantes y características de cada fílósofo. Tras ya muchos años de
en torno a aquellos temas que, lejos de haber perdido vigencia a lo experiencia docente, una se da cuenta de lo difícil que es transmitir
largo de los siglos, se siguen arrastrando desde el origen del discur- lo que creemos saber, y que es m á s sencillo dirigirse a los especialis-
so filosófico hasta hoy. Desde siempre me ha gustado entender la en- tas, dando por sabidas muchas cosas, que dirigirse a quien hay que
señanza de la filosofía como una lectura de los filósofos desde la pers- empezar a explicárselo casi todo. Además de ese afán instrumental
pectiva de los problemas y las preguntas de hoy. Esa lectura no es y, en definitiva, p r a g m á t i c o , el anhelo profundo que alienta estas pá-
imposible cuando de lo que se trata es de analizar la obra de los clá- ginas es el de incitar la curiosidad por los filósofos y por una lectu-
sicos, a los que si algo los define es su capacidad para trascender el ra de sus obras desprovista de esas muletas, imprescindible pero
tiempo y el espacio en que vivieron y hablar también para otros tiem- transitorias, que son las introducciones y los libros de texto.
pos y otros lugares. E l pensamiento de Aristóteles, de Locke, de Kant,
de Marx, entre otros, ayuda a plantear interrogantes y a enfrentar
inquietudes en las que ellos no p o d í a n pensar porque no pertene-
cían a su época.
Los temas que se constituyen en ejes de este texto son básicamen-
te tres: la dialéctica entre la realidad individual y la realidad social, el
sentido de la libertad en la comunidad política y la gestación de los
derechos humanos como fundamento de la democracia. Son temas
transversales que recorren los tres capítulos en que se divide el libro,
temas que, a d e m á s , se entrelazan entre sí y conducen unos a otros
continuamente. Tal vez el mayor logro de la política se resuma en la
concepción del individuo como u n sujeto de derechos que deben ser
respetados y protegidos. Sin el reconocimiento de esos derechos, el
individuo no podría ser libre, pero para serlo y ver garantizados sus
derechos, ha de someterse a ciertas coacciones. Dicho de otra forma,
la vida en c o m ú n no es posible sin normas comunes, siendo el ú l t i m o
fin de las normas el respeto a las libertades individuales.
I. LA FORMACIÓN
DE LA SOCIEDAD POLÍTICA
LA COMUNIDAD POLÍTICA
GRIEGA

Los seres humanos se agrupan en comunidades porque en la vida


comunitaria está su bien m á s propio. «Vemos que toda ciudad es
una comunidad y que toda comunidad está constituida con vistas a
algún bien». Así empieza la Política de Aristóteles. No es natural que
el ser humano viva solo. Lo natural en él es asociarse, vivir en co-
m ú n : formando familias, tribus, ciudades. Pues el hombre «sin fa-
milia, sin ley, sin hogar» —anatemizado ya por Homero— es sólo
amante de la guerra.
En la fílosofía griega, todo conduce a considerar al hombre como
u i f ser que no vive exclusivamente para sí mismo, sino para y entre
sus semejantes. «Animal político» —zoón politikón— es para Aristó-
teles, como lo fue t a m b i é n para Platón e incluso para sus adversa-
rios, los sofistas. E l ser humano es sociable por naturaleza, y supe-
rior a los animales no racionales, porque tiene algo específico que lo
distingue de ellos: el logos, la r a z ó n o el lenguaje. A los humanos les
ha sido concedida la palabra para poder nombrar y clasificar las co-
sas, distinguirlas a fín de conocerlas y establecer jerarquías entre
ellas: separar lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, fijar leyes y
forjar una forma de vida superior a la de los animales.
Ya en el siglo viii a.C, Hesíodo introduce Los trabajos y los días
con la fábula del halcón y el ruiseñor. «Necio es quien pretende opo-
nerse a los m á s fuertes», es la moraleja del cuento en que el ruiseñor
16 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E L A SOCIEDAD POLÍTICA 17

intenta vanamente librarse de las garras del pajarraco. Pero la lec- Platón, sin embargo, quiso atribuir a los hombres la omniscencia
ción de Hesíodo es otra: el mundo humano es distinto del de los ani- y, así, ideó la politeia, la ciudad perfecta. Una organización intacha-
males, debe ser distinto, pues las relaciones deben regirse por la Diké ble donde cada cual tenía su función y todos eran gobernados por
—la Justicia— y no por la violencia. los sabios, los aristas, los mejores. La aristocracia siempre ha tenido
Por eso, porque hay que buscar el bien de todos y no el dominio de mejor prensa que la democracia. En teoría, claro: en diseños como
los fuertes, el fin de la u n i ó n social o política no puede ser otro que el la República platónica. Pero el mismo autor del diseño reconoce
bien, el bien de los que forman una misma comunidad. No debería pronto con tristeza que su República es improbable, u n estado «que
haber conflicto entre el bien de la comunidad y el bien del individuo, se halla sólo en las palabras», pero no existe en n i n g ú n lugar de la
porque el bien del individuo es, precisamente, concebirse y aceptarse Tierra. Si hubiera sabios capaces de llevar a los estados hacia el bien
como ciudadano. Todas las cosas tienden hacia un bien, había escrito de todos, tal vez sería justo confiárselos a ellos. Pero el desconoci-
el mismo Aristóteles en la Ética a Nicómaco, y el bien último y final miento es propio de la naturaleza humana y es fácil que la aristo-
es el que determina la política porque regula la vida de los ciudadanos cracia, en lugar de ser el gobierno de «los mejores», degenere en la
y fija las normas que han de asegurar su bien. La política es la ciencia oligarquía o, lo que es peor, en la tiranía: la corrupción de los su-
m á s noble porque supone e incluye a todas las d e m á s ciencias. puestamente mejores. Cuando escribe su último diálogo. Las leyes,
Definir en q u é consiste ese bien que todos los humanos deberían Platón es otro hombre. Al político lo sitúa entre el sofista y el fílóso-
perseguir para vivir correctamente en comunidad ha sido, desde los fo: no es el sofista que domina el arte de la elocuencia y la utiliza
griegos, el objetivo de la filosofía política. Unos —los sofistas— lo para sus propios fines, convengan o no a la comunidad, n i el fílóso-
vieron con escepticismo. Era imposible dictaminar u n bien c o m ú n fo que ama la sabiduría; el político posee u n saber que cuenta con el
—una justicia— imparcialmente. No hay, en realidad, una esencia recurso de la ley porque es u n saber insuficiente. La legalidad es, en
de la justicia, y si la hay, la desconocemos. Las leyes, necesarias para defínitiva, lo que de hecho gobierna y procura la estabilidad de los
el gobierno de la comunidad, descansan en la autoridad de quien las estados. Tras la experiencia de varios fracasos políticos. Platón ya no
promulga: ésa es su verdad. Así lo proclaman Trasímaco y Gorgias, busca un rey ilustrado. Su proyecto político ya no es utópico.
en disputa con Sócrates, en La República platónica. Haciéndose eco, El proyecto de Aristóteles es m á s realista que el platónico. Aristó-
hasta cierto punto y en una versión muy extremista, del aforismo de teles es hijo de m é d i c o y amante de las ciencias de la naturaleza. E l
Protágoras: «El hombre es la medida de todas las cosas». Una afir- m é t o d o que usa para investigar a los animales y las plantas le sirve
m a c i ó n que no es interpretable desde u n relativismo extremo —cada t a m b i é n para la política: observación, ordenación, clasificación y
hombre es la medida—, incomprensible en u n mundo donde el indi- c o m p a r a c i ó n de lo dado. Es lo que hace con las constituciones polí-
viduo como tal carece de valor. Pero que, sin embargo, tiñe de mo- ticas de su tiempo: las compara entre sí y las contrasta con la reali-
destia la tarea humana de conocer y describir la realidad. No hay dad, a fin de ver cuál puede funcionar mejor. Es el extremo opuesto
m á s medida que la humana y nadie ignora sus insuficiencias. Herá- a su maestro Platón, que elabora tipos ideales como fundamento de
clito había dicho que «a pesar de que el logos existe desde siempre y lo que debería ser la realidad. Aristóteles rechaza el idealismo plató-
para siempre, la inteligencia, no siempre descubre lo que debería nico y pretende ser m á s útil y p r a g m á t i c o . Sirva de muestra de lo
descubrir, que es lo c o m ú n a todos, la ley o nomos. Sólo los dioses, que digo el siguiente texto con el que se cierra la Ética a Nicómaco:
seres superiores, pueden ser omniniscentes».

j t i
18 I N T R O D U C C I Ó N A L A FILOSOFÍA POLÍTICA L A F O R M A C I Ó N D E L A SOCIEDAD POLÍTICA 19

Como nuestros ancestros dejaron sin estudiar lo relativo a la legisla- fundamental de la familia. La única diferencia radica en que el es-
ción, quizá será mejor que lo investiguemos nosotros así como, en con- clavo es «una propiedad viva», imprescindible porque los instru-
junto, la materia concerniente a las constituciones, a ñn de que podamos mentos no son m á q u i n a s n i a u t ó m a t a s que trabajan por sí solos: la
completar, en la medida de lo posible, la filosofía de las cosas humanas. lanzadera no teje por sí misma, n i el arco toca solo la cítara: hacen
Ante todo, pues, intentemos retomar aquellas partes que han sido trata- falta operarios que realicen esas funciones. Tal es la justificación
das por nuestros predecesores; luego, partiendo de las constituciones que «natural» de los esclavos. Unos hombres son naturalmente libres y
hemos coleccionado, intentemos ver qué cosas salvan o destruyen las ciu- otros naturalmente esclavos, pues la naturaleza es sabia y «ha crea-
dades, y cuáles a cada uno de los regímenes, y por qué causas unas ciuda- do a unos seres para mandar y otros para obedecer... Ha fijado la
des están bien gobernadas y otras no. Después de haber investigado es- condición del hombre y de la mujer... La naturaleza no es mezquina
tas cosas, probablemente estemos en mejores condiciones para percibir
como lo es el artista. En la naturaleza cada cual tiene su destino»
qué forma de gobierno es mejor, y cómo ha de ordenarse cada una, y
(1254a). No se puede decir que la situación del esclavo no sea justa,
de qué leyes y costumbres ha de usar (1181b).
puesto que es útil y existe u n interés entre el señor y el esclavo, se
necesitan mutuamente.
Aristóteles es m á s realista. De hecho concibe a la política como la Al igual que los esclavos, los b á r b a r o s y las mujeres están exclui-
culminación de la ética. E l perfeccionamiento de la política descan- dos del derecho de ciudadanía. Aquéllos porque quedan fuera de las
sa en la virtud del ciudadano. E l gobierno perfecto sería aquel en el leyes de la ciudad, son extranjeros. Éstas porque su obligación y su
que la virtud privada fuera idéntica a la virtud política. A Aristóteles función es la e c o n o m í a doméstica, una tarea poco sutil para ser dig-
le importa menos que a Platón el diseño de la ciudad perfecta. No es nifícada. Todo debe estar dispuesto para que el varón pueda desa-
la ciudad ideal lo que debe perseguir el filósofo, sino la seguridad y el rrollar sus virtudes y dedicarse plenamente a la política y al pensa-
bien de las ciudades existentes. Sin duda sería bueno que los sabios miento. E l hombre libre necesita tiempo, tiempo hurtado al trabajo
gobernaran, si existieran. A falta de sabios, m á s vale que sea el de- vil y artesanal, para volcarse en funciones elevadas. La síntesis de
mos, el pueblo, el que detente el poder, pues si el juicio de los indivf^ vida activa y vida contemplativa es, en Aristóteles, la base para la ex-
dúos juntos no es m á s desdeñable que el de aquéllos, la democracia celencia humana.
será, en defínitiva, «el m á s soportable de los malos gobiernos». Una Sin embargo, y pese a todas las insufíciencias y desigualdades
afirmación que anticipa la que luego hizo célebre Churchill: la de- que hacen de la democracia griega una democracia muy especial y
mocracia es el peor sistema de gobierno excluidos todos los d e m á s . elitista, hay algo básico: no es la fuerza lo que une a la comunidad
Pero por mucho que la ética y la política vayan juntas, las comu- política, sino la ley Los primeros códigos legales se escriben ya en el
nidades políticas de los griegos descansan en un ideal de justicia que siglo VI a.C, y representan la ordenación común que ha de regular la
es a ú n muy excluyente. Aristóteles es menos jerárquico que Platón, convivencia pública. «Debe el pueblo combatir por la ley como por
no describe una ciudad en la que cada estamento tiene sus normas, la muralla», dice el enigmático Heráclito. Aunque la raíz de los có-
sus funciones y sus virtudes. Pero justifica la existencia de esclavos digos sigue siendo aristocrática, representa ya u n progreso frente a
como necesaria para el buen funcionamiento de la ciudad. La obe- las aristocracias tradicionales, cuya base es la nobleza de la sangre,
diencia y el mando no sólo son necesarias, sino útiles. E l esclavo es y que prefieren la eübouUa —la buena decisión— a la eunomía —la
una propiedad m á s habida cuenta de que la propiedad es una parte ley justa—. E l prestigio de la ley radica en su c o m ú n aceptación y en

UMJ
LA F O R M A C I Ó N D E LA SOCIEDAD POLÍTICA 21
20 INTRODUCCIÓN A L A FILOSOFÍA POLÍTICA

que sea a u t ó n o m a : la condición necesaria para la constitución de la importante: la separación entre las personas. Aristóteles, que decretó
ciudad es tener leyes propias. A medida que se consolida, la demo- que «el Bien —como el Ser— se dice de muchas maneras», piensa que
cracia ateniense se civiliza y se desprende de los privilegios de naci- «una ciudad es, por naturaleza, una pluralidad de partes separadas»
miento. Al reformador Solón se deben serios intentos de fortalecer (1261a). Sin esa separación entre las personas, n i es posible que flo-
el demos sobre las asociaciones tribales y elevar la categoría del ciu- rezca la amistad n i sería necesaria la justicia distributiva.
dadano y de la comunidad cívica. Un avance hacia la civilización No obstante, aunque Aristóteles parece tener m á s capacidad para
son asimismo las críticas que recibe Esparta, modelo de u n estado pensar al individuo que Platón, los griegos comparten una defíni-
arcaico con el único fin de mantener la estabilidad interior y la de- ción comunitaria del ser humano. La ciudad —el estado— es el l u -
fensa de su territorio, donde las artes y las letras, el comercio y la ar- gar natural del individuo, que se identifica con el ciudadano y cuyo
tesanía no merecen ninguna consideración frente al valor ú n i c o de bien coincide con el de la comunidad. La ciudad justa es la que pro-
las artes marciales y la educación para la guerra. Platón ya critica picia ese bien singular y c o m ú n al mismo tiempo. Consecuencia
esa orientación exclusiva hacia la propia defensa, y el menosprecio de ello es que la política y la ética no se conciben por separado: ac-
de una a r m o n í a basada en la felicidad de los ciudadanos. Esparta no tuar para el bien c o m ú n es la mejor forma de actuar para el propio
es, de n i n g ú n modo, el modelo político que seguir bien, para la felicidad.
La comunidad política es, en definitiva, el telos, el fín natural de
la humanidad. El sentido comunitario es sostenido, en parte, por la
religión. Pero, sobre todo, se basa en la amistad —la philía-— y la jus-
ticia —la diké-—. E l ser humano está destinado a vivir en comunidad,
y no sólo la ley, sino el sentimiento debe alimentar ese destino. Na-
die es materialmente autosufíciente. La vida comunitaria resuelve
necesidades vitales, las que llevan a la división del trabajo: el agri-
cultor necesita al médico, el arquitecto al zapatero. Así nace la co-
munidad de intereses entre personas diversas. Además, la comuni-
dad es necesaria para participar en la b ú s q u e d a colectiva de la vida
buena que es la base de la felicidad. La vida solitaria no nos hace fe-
lices. Falta lo fundamental para que la vida sea a u t é n t i c a m e n t e hu-
mana: la amistad y la política.
Es cierto que toda comunidad tiene sus riesgos. Los lazos fami-
liares, la propiedad de bienes, son causas permanentes de conflicto.
Un conflicto que el Platón de La República pretende evitar con la co-
munidad de bienes. Pero Aristóteles piensa que la unidad sin con-
flicto es artificial: «Una unidad con un ú n i c o bien, una única con-
cepción de "lo propio", una única forma de placer y dolor» (1261a).
No es la unidad apropiada para la polis, porque destruye algo muy
1.
EL INDIVIDUO SOBERANO

é La decadencia de las ciudades, las continuas luchas civiles, las crisis


sociales que destrozan y empobrecen a Grecia son causa, sin ninguna
duda, del repliegue de la filosofía hacia un individuo alejado de la ac-
ción política. El sabio debe desentenderse de la política —será la doc-
trina de Epicuro— pues es deber del sabio condenar la ambición y re-
conocer la imposibilidad humana de transformar el mundo. La
comunidad política no es —para cínicos, estoicos o epicúreos— la cul-
minación de una fílosofí'a que busca el bien. Éste o es el bien del indi-
viduo, la felicidad, que cada cual busca a su manera, o es el bien del
* cosmos. Los estados pervierten ese bien al caer en manos de gobiernos
incapaces de procurar el interés c o m ú n . Sólo los estoicos romanos
—Cicerón, Séneca, Marco Aurelio— condescienden con la política,
pero reservándose su dosis de apatheia, la falta de afecto imprescindi-
ble para no perder, al mismo tiempo, la tranquilidad de espíritu.
La autarquía, que es la forma griega de la libertad individual, em-
pieza a sobresalir como valor primero. Lo bueno es, para el cínico
Antístenes, la independencia de la propia sociedad. La virtud radica
en la total independencia del yo, pues sólo los hombres libres son
hombres de verdad. Es la doctrina que Diógenes el Cínico practica
hasta la extravagancia: la libertad de pensamiento, de expresión y
de costumbres frente a unas leyes que siempre son consecuencia de
prejuicios y tabúes.
24 INTRODUCCIÓN A L A FILOSOFÍA POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E L A S O C I E D A D P O L Í T I C A 25

Ya no es la comunidad política el telos humano, sino, en todo Durante la Edad Media, el pensamiento político es eminentemen-
caso, la «comunidad de los racionales». El estoico Zenón no renun- te teórico y abstracto, siguiendo el modelo platónico o aristotélico,
cia a la ciudadanía, pero se siente ciudadano del mundo y no de esta y poco vinculado a las circunstancias políticas de cada momento.
o aquella polis. Puesto que todas las leyes se han demostrado fruto La caída de Roma y las invasiones b á r b a r a s , junto a la dependencia
de la convención, lo que debe gobernar al sabio es el logos, la r a z ó n religiosa, llevan a entender la comunidad humana como una idea di-
que, de hecho, gobierna al mundo. Descubrir esa r a z ó n y aceptarla vina a la que, a fuerza de buena conducta, hay que i r conformándo-
será la clave de la tranquilidad interna —ataraxia—, así como de la se. La «ciudad de Dios», ideada por San Agustín, será el modelo de
apatheia, la liberación de las pasiones que impiden «la libre expan- la ciudad terrenal. E l origen pecaminoso de la sociedad y la autori-
sión del alma». dad civil, el pecado original, presente en toda la patrística, es la idea
Bajo esa concepción del hombre y del orden político o social, lo que explica la turbia a r m o n í a de u n proyecto que es divino. La fun-
que importa es preservar la libertad. Libertad interior puesto que d a m e n t a c i ó n divina del poder político se da por supuesta, así como
sentirse libre es lo importante, y ese sentimiento es independiente el carácter divino del soberano. Las potestades de la Iglesia y, en es-
de las cadenas exteriores. Un esclavo, como Epicteto, puede llegar a pecial, del papado van en aumento y reciben clara justificación en
ser filósofo: nada impide al individuo emanciparse de las ataduras los escritos de los filósofos.
sociales. «Yerra —escribe Séneca— quien creyere que la esclavitud Quizá sea Santo Tomás quien sintetiza mejor los problemas teó-
se apodera de todo el hombre. Su parte mejor está libre. Sólo los ricos que plantea la constitución de la sociedad y del poder político
cuerpos están sujetos a esclavitud, y pueden ser objeto de dominio.» en u n mundo que no renuncia a la trascendencia. Aunque Santo To-
{De Beneficiis, 111, 20, 1.) m á s acepta el origen natural de la autoridad civil, no quiere renun-
La filosofía no rechaza la solidaridad entre los humanos. Al con- ciar, al mismo tiempo, a las prerrogativas divinas sobre el mismo. E l
trario, el j a r d í n de Epicuro une con vínculos pseudoreligiosos a los ser humano es naturalmente social, pero la sociedad no surge es-
que comparten el espíritu de la filosofí'a del maestro. La amistad es p o n t á n e a m e n t e de la naturaleza humana. Así, la intervención divina
un valor fundamental, pero no como base epistomológica del reco* es absolutamente necesaria. Esa complicada relación de poderes y
nocimiento de sí mismo, como quiso Aristóteles, sino, m á s pragmá- fuerzas la explica Santo Tomás como el equilibrio de tres leyes: la
ticamente, por su utilidad: los amigos son para las ocasiones, uno ley eterna, la ley natural y la ley positiva o humana. E l fundamento
sólo puede contar con los amigos cuando todo lo d e m á s falla. Tam- y el origen de todas ellas es la ley eterna, base del orden del mundo.
bién la utilidad es el fundamento de la escueta teoría política que El hombre participa en la ley eterna con la ley natural y la ley posi-
elabora Epicuro. Precursor del contrato social, Epicuro afirma que tiva, siendo esta ú l t i m a el ordenamiento justo, pero dependiente de
una sociedad debe estar presidida por el derecho, dejando aparte las circunstancias de cada pueblo. Lógicamente, de acuerdo con esta
ideales abstractos de justicia y dignidad humana: «El derecho no es teoría, Tomás de Aquino no ha de oponerse a la legitimidad de la de-
otra cosa que u n pacto de utilidad, cuyo objeto consiste en que no sobediencia de la ley positiva cuando ésta atenta contra o se desvía
nos lesionemos r e c í p r o c a m e n t e y en que no seamos lesionados en de la doctrina divina, la ley eterna.
nuestros propios intereses». No hay otra justicia que la pactada: «Lo Siguiendo asimismo la clasificación de las formas de gobierno
justo según la naturaleza es un acuerdo de lo conveniente para no que hicieron Platón o Aristóteles, Santo Tomás no muestra sus pre-
hacerse d a ñ o unos a otros n i sufrirlo» {Máximas capitales). ferencias por n i n g ú n sistema de gobierno específico, pero sí por u n
26 INTRODUCCIÓN A L A FILOSOFÍA POLÍTICA

gobierno no pervertido n i degenerado. El fin de todo gobierno tiene


que ser el bien c o m ú n . Cuando, en su lugar, se persigue el bien pro-
pio es cuando el gobierno se pervierte y la m o n a r q u í a degenera en
EL INDIVIDUO CONTRA
tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia. EL ESTADO
Es ya entrado el siglo XV, a finales de la Edad Media, cuando se
dejan oír las voces m á s contundentes contra la excesiva vinculación
entre poder civil y religioso. Guillermo de Occam, Marsilio de Padua
y Nicolás de Cusa son severos críticos de las potestades papales. N i -
colás de Cusa ve el ftmdamento de la sociedad en u n consenso que
es ya u n precedente de las teorías del contrato social que marcan el
pensamiento político de la modernidad.

No obstante el peso que la Iglesia ejerce sobre la comunidad cristia-


na, el cristianismo no es ajeno en absoluto al descubrimiento del su-
jeto, que será fundamental para toda la filosofía moderna. Contra el
preceptismo objetivo del Antiguo Testamento, el mensaje evangélico
da otro estatuto a la ley y un protagonismo decisivo a la voluntad y
a la intención como fuentes de valor moral. E l ser humano es con-
cebido como persona, u n microcosmos y no u n elemento m á s en la
jerarquía del cosmos.
El pensamiento teológico medieval va evolucionando en el es-
fuerzo por resolver el dilema entre el autoritarismo de la ley divina
revelada y la conciencia individual. Duns Scoto y Occam son hitos
importantes hacia el reconocimiento de la a u t o n o m í a del individuo
con respecto a la ortodoxia defínida por la Iglesia. Representan de
este modo el paso al protestantismo de Lulero, que desvincula total-
mente la moral de la religión y deja al individuo solo ante Dios. La
individualización de la ética marca el desarrollo del pensamiento l i -
bre que será el punto de partida de la modernidad.
Los pensadores y artistas del Renacimiento consagran el pensa-
miento individualista, donde lo que cuenta son las opiniones subjeti-
vas, las experiencias y sentimientos individuales. El género literario
de la época es intimista: cartas, biografí'as, el retrato en la pintura.
Montaigne escribe sus Ensayos en primera persona, una carta a sí
28 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

mismo como ya tiiciera Petrarca. Las reglas morales de los moralis-


i L A F O R M A C I Ó N D E LA S O C I E D A D P O L Í T I C A

haría real si no existieran la ley de la espada, que obliga a cumplir


29

tas van dirigidas a los problemas del individuo y a su esfuerzo por en- esa ley «La guerra y yo somos gemelos», confiesa Hobbes, viendo en
cauzarlos. La idea de que el hombre ocupa una situación privilegia- las guerras civiles de su tiempo la amenaza constante de la vuelta al
da en el universo, del que es el centro, p a s a r á a ser el patrimonio estado de naturaleza. Cierto que existen unas leyes naturales, pero
específico del pensamiento occidental. Lo que llevará a Descartes a son insuficientes para garantizar la seguridad de todos y cada uno.
proclamar la verdad fundamental: Cogito, ergo sum, y a escoger la i n - De a h í la necesidad de transferir el poder al estado y «reducir todas
trospección como el m é t o d o idóneo para llegar a las verdades fianda- las voluntades a una sola». La transferencia de derechos tiene lugar:
mentales. El individuo, solo ante sí mismo, decidirá el q u é y el por-
qué del conocimiento empírico, social y moral. por acuerdo de cada hombre con cada hombre, como si cada cual dije-
El pensamiento centrado en el individuo choca con la realidad ra a cada uno de los demás: autorizo y renuncio a mi derecho a gober-
del poder político —poder absoluto— que aparece como injustifica- narme a mí mismo en favor de tal hombre, o de tal asamblea de hom-
ble por parte de quien se reconoce como núcleo de libertades. «To- bres, a condición de que tú a tu vez le cedas tu derecho y le autorices a
dos los hombres nacen libres e iguales» es el principio de una serie actuar de la misma manera. Una vez hecho esto, la multitud, unida en
de derechos a los que el individuo ya no va a renunciar. Por otra par- una persona, se llama sociedad, civitas en latín. Y así surge el gran Le-
te, el peso de la religión está ahí, a pesar de los intentos por secula- viatán o, para hablar con más propiedad, el dios mortal al que debemos,
rizar el pensamiento, y el hombre es visto como u n ser perverso, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y defensa {Leviatán, 1, 17).
malo, pecador por naturaleza, con una a m b i c i ó n sin medida. Así,
por lo menos, lo ve Hobbes, quien utilizando, como Descartes, el La teoría del contrato social es suscrita, con matices y diferen-
m é t o d o instrospectivo de profundizar en el análisis de las pasiones cias, por casi todos los filósofos modernos. La excepción es Hume,
humanas, elabora una teoría de la legitimidad del estado que será la para quien el contrato es una construcción teórica sin ninguna base
m á s cruel, pero t a m b i é n m á s perdurable, de la historia del pensa- real. Las ideas de una «edad de oro», o de u n «estado de naturaleza»
miento político. son —dice Hume— puras «ficciones filosóficas». Como lo es el prin-
Muy resumida la teoría es la siguiente. E l individuo se quiere a sí cipio de la igualdad natural de todos los hombres. Si esa igualdad
mismo, quiere ser libre, es ambicioso y teme a la muerte. La combi- existiera, tal vez lo que hubiera asociado a los humanos hubiese sido
nación de todas estas pulsiones, y la racionalización de las mismas, el mutuo consentimiento. Pero todo es irreal. Si los defensores del
le obliga a pactar con sus semejantes y a delegar algunos poderes en contrato «miraran a su alrededor» no e n c o n t r a r í a n «nada que se co-
un poder central que es el poder político. El estado o Leviatán es «un rrespondiera a sus ideas». El ú n i c o origen del poder político es la
hombre artificial creado por los hombres» para conseguir la paz y conquista, la u s u r p a c i ó n o la sumisión involuntaria. No obstante:
conservarse a sí mismos.
La justificación del estado, que limita las libertades individuales, Mi intención no es excluir el consentimiento de las gentes como el
pero, al mismo tiempo, las garantiza, es obra de la razón. En efecto, fundamento justo del gobierno. Sin duda es el mejor y más sagrado de
es la r a z ó n la que mueve al individuo a salir de u n estado, hipotéti- todos. Sólo digo que rara vez se ha dado en un grado ínfimo, y menos en
co pero posible, de «guerra de todos contra todos». E l estado de gue- toda su extensión. Por lo tanto hay que admitir otro fundamento para el
rra —estado de naturaleza— es una ficción, pero una ficción que se gobierno {Sobre el contrato original). "
30 I N T R O D U C C I Ó N A LA F I L O S O F Í A POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E L A SOCIEDAD POLÍTICA 3 1

Todos llevan razón, como suele ocurrir en filosofía. Hume era poderosa y m á s independiente es la que está basada en la razón y
historiador y no acepta una construcción racional de los hechos. guiada por ésta» {Tratado teológico-político, 5, 1). Pero ocurre que la
Los otros —de Hobbes a Kant— hablan precisamente de lo que razón no gobierna a ú n a la humanidad, los hombres no son total-
Hume les concede: el gobierno justo. Un gobierno inexistente pues- mente racionales. Por ello, mientras tanto, es preciso delegar en un
to que, en la época de Hobbes, el poder es monái'quico y absoluto. gobierno cuyo objeto «no es transformar a los hombres de seres ra-
Sin embargo, el gobierno y la ordenación social nacidos del contra- cionales en bestias o m u ñ e c o s , sino ponerles en condiciones de de-
to son deseables. Serán la base de la democracia representativa mo- sarrollar sus mentes y cuerpos en seguridad y emplear su r a z ó n l i -
derna. bremente» {ibid., 20). Un precedente innegable del hegeliano «lo
La teoría del contrato social fue, de hecho, la filosofi'a que inspi- racional es real y lo real es racional».
ró la constitución de la democracia en América. En especial, el pen- El contrato social es pura teoría. Hume no se equivoca. Pero ha
samiento de Locke, m á s optimista y confiado en las capacidades de sido la forma m á s convincente — m á s racional, ¿por q u é no?— de
la naturaleza humana que el de Hobbes: «Todo hombre que posea o justificar el poder del estado. Tres siglos después de las primeras teo-
disfrute cualquier parte de los dominios de cualquier gobierno, da por rías del contrato, se vLielve a ellas para legitimar no sólo el poder de
ello su consentimiento tácito» {Ensayo sobre el gobierno civil, sec. 5). u n estado, sino un cierto modelo de estado: el estado de bienestar.
No es ya el peligro y la amenaza latente en los conflictos sociales de No son sólo Hobbes o Locke las fuentes. Rousseau y Kant contribu-
regresar a u n estado de guerra originario y terrible, sino la convic- yen también y en gran medida a inspirar la Teoría de la justicia de
ción racional de que vivimos en un mundo de recursos escasos, en el John Rawls, una teoría «neocontractualista» de la justicia distributi-
que es difícil que todos tengan lo imprescindible si no existe el pro- va. En definitiva, la idea de u n pacto tácito entre los humanos —un
pósito explícito de asegurar los derechos naturales básicos. Éstos pacto que todos suscribirían si fueran capaces de pensar racional y
son el derecho a la vida y el derecho de propiedad, fruto del trabajo sosegadamente q u é ocurriría en el caso de que no lo hicieran— ha
de cada uno. Las leyes protegen esos derechos. E l pacto de la socie- sido la única d e m o s t r a c i ó n filosófica de que no hay m á s remedio
dad civil tiene como fin garantizarlos. que ordenar la convivencia porque la vida en solitario no es ni posi-
Mas allá de las prescripciones del estado, el individuo es libre ble, n i saludable, n i buena.
para construir y vivir su vida. Se están poniendo los fundamentos Rousseau p e n s ó que sí lo era. Pero Rousseau fue u n individuo ex-
del liberalismo b u r g u é s que defiende la tolerancia religiosa, ataca a traño, complicado, dift'cil, agresivo, «extranjero» en todas partes, en
las teorías que justifican la esclavitud, empieza a defender la inde- ocasiones inhumano, pese a sus teorías a favor de una igualdad m á s
pendencia de la mujer (el Locke tan denostado por las feministas, en real que la defendida por sus antecesores. Rechazaba a los ilustra-
parte lo hace), concibe la separación de poderes y proclama el i m - dos que confiaban excesivamente en las virtualidades del saber y ad-
perio absoluto de la razón. Una r a z ó n que, sin embargo, tiene difi- miraba la inocencia de la gente vulgar. Tal vez esa tendencia le llevó
cultades para encontrarse a sí misma. Un ejemplo es Spinoza. La ley a defender la tesis de que el hombre por naturaleza es bueno, pero
del conatus es, para Spinoza, la única que debe gobernar el compor- la sociedad —inevitable— se ha encargado de pervertirlo. La socie-
tamiento humano: «Perseverar en el ser». Pero ¿cómo?, ¿hacia dón- dad es el origen de la desigualdad: no hay desigualdades naturales,
de?, ¿con q u é guía? La guía es, sin duda, la r a z ó n que ha de ayudar- sino sociales. Recordemos el texto famoso:
nos a reconstruir el orden de la naturaleza: «La comunidad m á s
32 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E L A SOCIEDAD POLÍTICA 33

El primero que, tras poner cerco a un trozo de tierra, se atrevió a de- La moral es, para Kant, algo tan sublime que queda muy lejos de
cir: «Esto es mío», y encontró a otros suficientemente estúpidos como las posibilidades humanas. La moral no se deduce de la experiencia
para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crí- entre otras cosas, porque es imposible encontrar, en la experiencia un
menes, gueiras, muertes, cuántas miserias y horrores se hubieran evita- ejemplo de moralidad pura. Sin embargo, el individuo ha de esfor-
do al género humano si alguien, arrancando las estacas o llenando el zarse por someter su conducta a los mandatos del imperativo cate-
foso, hubiera gritado a sus semejantes: «No escuchéis a ese impostor; es- górico y vencer las fuerzas egoístas del deseo. A tal efecto, puede ser-
táis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es vir de ayuda una buena organización estatal que obligue al hombre
de nadie»! (Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad —que no puede ser moral— a ser u n buen ciudadano. No se trata de
entre los hombres). hacer de la moral una política, sino, al contrario, de intentar hacer
una «política moral»: una política que tenga como objetivo la «paz
Individuo y sociedad constituyen una unidad dialéctica, una uni- perpetua», un deber donde los haya y no una consecuencia espontá-
dad de tensiones que amenaza con romperse y degradarse cons- nea de las relaciones entre los hombres o los pueblos. La dura moral
tantemente. El contrato social no es sino el reconocimiento de que kantiana se mantiene inflexible ante el principio: Fiat iustitia, pereat
no es posible ya regresar al paraíso natural poblado por salvajes mundus.
buenos: hay que construir una sociedad racional en la que el des- La publicidad es la norma del derecho: «Toda acción relativa al
potismo de los ricos y poderosos sea sustituido por u n pacto de derecho de otro, cuya m á x i m a es incompatible con la publicidad, es
igualdad. injusta» {La paz perpetua). La r a z ó n de estado, dicho de una forma
La regla, para un hombre como Rousseau, incapaz de aceptarse m á s actual, j a m á s será una r a z ó n moral. E l secreto, lo reservado, es
a sí mismo, no es el gozo y el placer propugnados por Diderot, sino sospechoso, es fácil que sirva a intereses privados. La norma de la
la voluntad de servicio. E n realidad, todos los teóricos del contrato publicidad es el control democrático por excelencia, lo que obliga
social proyectan un orden bueno y justo, que será fruto de eso que a obviar al m á x i m o las tentaciones de la subjetividad. Kant lo dice
Kant l l a m a r á la «buena voluntad» de los hombres. Hace falta, pues, claramente:
que el individuo se transforme, ponga entre paréntesis su indivi-
dualismo egoísta, y sustituya el interés individual por el general. Objetivamente (esto es, en teoría) no hay conflicto entre moral y po-
Ese interés general, tan mentado por los políticos de las democra- lítica. Subjetivamente, al contrario (en la inclinación egoísta de los hom-
cias actuales, fue ya previsto por Rousseau bajo la idea de una «vo- bres, que no debe llamarse práctica por no estar fundada en máximas de
luntad general». El objetivo de la democracia es la agregación de la razón) el conflicto permanecerá siempre {La paz perpetua).
volrmtades, mejor, la transformación de unas voluntades que, en
principio, sólo se quieren a sí mismas, en voluntades capaces de La diferencia entre el noúmeno y el fenómeno, entre lo objetivo y lo
querer lo que conviene a todos. Esa es la voluntad general. Como subjetivo, explica las dificultades reales para aceptar la teoría del
es fácil entender, la voluntad general es una idea que, si permane- contrato como válida. Somos capaces de pensar muchas cosas, un
ce imprecisa, sin contenido, resulta bastante iniitil; si alguien, al- orden social perfecto, en el que reine la concordia, la paz y la justi-
g ú n poder, se propone precisarla y darle contenido, conduce direc- cia, pero somos incapaces de llevarlo a la práctica. La agrupación
tamente al totalitarismo. humana —la sociedad— es una ayuda-y un estorbo, pero inevitable.
34 I N T R O D U C C I Ó N A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

en cualquier caso. Es una ayuda porque la razón, aunque universal,


no es patrimonio de nadie en particular (Kant no acaba de verlo, de
ahí la rigidez de su teoría moral). Es un estorbo, porque los com-
SOCIEDAD CIVIL
portamientos irracionales abundan m á s que los racionales. Sea Y SOCIEDAD POLÍTICA
como sea, el individuo y la sociedad forman u n conjunto indisolu-
ble, de tal forma que la sociedad es obra de las voluntades indivi-
duales, y las voluntades individuales son una construcción social. Lo
malo es que la filosofía simplifica y exagera, al subrayar un aspecto,
olvida otro y cada vez consigue menos darnos visiones globales y sa-
tisfactorias de eso que Heidegger llamó nuestro ser-en-el-mundo.

La distinción, divulgada por Hegel, entre sociedad civil y sociedad


política, no existe en los padres fundadores del liberalismo n i en los
teóricos del contrato social. Locke habla de la «sociedad civil o po-
lítica» {civil or political society) como de una sola realidad. Dicha
sociedad es el conjunto de individuos capaces de mantener relacio-
nes civilizadas y a r m ó n i c a s . La sociedad civil o política se opone al
estado de naturaleza, estado salvaje y desordenado. E l estado es el
poder político, un artificio —como lo definió Locke— destinado a
preservar la seguridad, la paz y el bienestar de la sociedad civil, a
cambio de reprimir una parte de las libertades individuales. De al-
gún modo, el estado es el enemigo de la libertad —como luego lo
definirá sin a m b i g ü e d a d e s Hayek—, un enemigo, sin embargo, i m -
prescindible para mantener el orden. Sea como sea, es u n estado
m í n i m o , el m í n i m o poder necesario para asegurar el orden entre
los individuos.
El Überalismo extremo de Locke o de Hobbes no es compartido
por los teóricos del contrato que preludian un modelo de estado m á s
interventor Ya Spinoza, en las breves consideraciones que le dedica
en la Ética, entiende al estado como un poder inevitable para dar as-
pecto racional a una sociedad que todavía no lo es. E l estado espino-
zista es u n «mientras tanto», una etapa en el camino hacia el conoci-
miento plenamente racional. E l estado —dice Spinoza— es una

1
36 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E LA SOCIEDAD POLÍTICA 37

sociedad, «cuyo mantenimiento está garantizado por las leyes y por el En SU ensayo Sobre la libertad, M i l i defiende al individuo de la
poder de conservarse»; el estado civil determina lo justo y lo injusto, opresión no tanto política como social.
la naturaleza del delito, que no existe en el estado de naturaleza.
Rousseau pide más: que los intereses individuales y políticos conflu- El tema de este ensayo —empieza diciendo— no es el llamado libre
yan en la «voluntad general», esto es, que desaparezcan las diferen- albedrío, opuesto a la teoría erróneamente llamada del determinismo fi-
cias entre los intereses particulares y u n supuesto interés c o m ú n . losófico, sino la libertad civil o social, o sea la naturaleza y los límites del
En realidad, las teorías del contrato no han conseguido dar razo- poder que la sociedad puede legítimamente ejercer sobre el individuo.
nes suficientes para la sumisión —parcial, pero sumisión al fín— del
individuo al poder político. O éste aparece como un poder artificial Si las instituciones políticas están para proteger la libertad de
opresor —es la tesis de Hobbes—, o se busca una identidad entre el pensamiento, de expresión o de asociación, el individuo no parece
individuo y el estado totalmente utópica —la propuesta rousseaunia- demasiado interesado en hacer uso de tales libertades. Al contrario,
na—. Un intento de mediar entre ambos extremos lo ofrece el libera- tiende m á s bien a dejarse arrastrar por las múltiples tiranías o cos-
lismo anglosajón de Bentham y M i l i , que pone la semilla del estado tumbres sociales. También Tocqueville, al reflexionar sobre la recién
de bienestar Una teoría moral, menos ambiciosa que el imperativo estrenada «democracia en América», se convierte en u n acérrimo
categórico kantiano, el utilitarismo, fnndada en lo empírico y no en defensor del pluralismo político. Contra la tiranía de la mayoría, los
el a priori, pone las bases para una reforma legislativa y política en individuos deben hacer valer sus intereses, a g r u p á n d o s e y asocián-
beneficio de la llamada «máxima felicidad». El principio utilitarista dose. La libertad de asociación, el asociacionismo libre de la inter-
establece que la utilidad social es el principio del bien y del mal. Es vención estatal es la garantía del individuo como tal en el régimen
decir, es justo lo que es socialmente m á s útil, el fin de un estado o de democrático liberal.
una legislación justa es maximizar el bienestar general. Para ello, De una forma u otra, el tema sigue siendo el mismo. Una vez
hace falta u n estado m á s intervencionista que el liberal clásico, u n descubierto que el individuo debe ser soberano, lo difícil es con-
estado que proteja a los pobres y a los m á s desposeídos. A esta mejo-*" vencerle de que su voluntad y la del estado deben confluir m í n i m a -
ra de las condiciones de la mayoría de ciudadanos va dirigida, por mente. Para lo cual, es tan importante que el estado tenga en cuen-
ejemplo, la reforma legislativa que propone Bentham. Y las propues- ta los intereses individuales, como que los individuos renuncien a
tas de Stuart Mili para mantener los principios del gobierno repre- algunos de sus intereses para ajustarlos al interés c o m ú n . E l reco-
sentativo. No es cierto —dice Stuart M i l i — que el gobierno llamado nocimiento de esta escisión y desarmonía, unido a la necesidad de
«representativo» sea e s p o n t á n e a m e n t e u n «autogobierno» como de- reconciliar los derechos liberales con el orden social, es lo que lle-
bería. Al contrarío, el gobierno representativo tiende a ser el gobier- va a Hegel a distinguir claramente entre el á m b i t o de la individua-
no de la mayoría y a ignorar a los grupos minoritarios. Stuart M i l i hdad y la libertad y el á m b i t o de la universalidad, entre la sociedad
comparte con Tocqueville la idea de que la «tiranía de la mayoría» es civil y la sociedad política. La sociedad burguesa {Burgerliche Ge-
uno de los peligros que amenazan a las democracias liberales. La so- sellschaft) es el reducto de los intereses particulares, donde se for-
ciedad tiende a homogeneizarse, el individuo se desentiende de los man los diversos grupos humanos, desde la familia a las distintas
asuntos públicos, se vuelve pasivo y, de esta forma, se hace víctima corporaciones o agrupaciones económicas, sociales o religiosas.
de u n nuevo despotismo que es el de las masas. Hegel se opone al individualismo liberal y entiende que existe una

I
38 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

serie de mediaciones —los grupos que forman la sociedad civil—


I LA F O R M A C I Ó N D E LA SOCIEDAD POLÍTICA

yendo con u n socialismo que está ya muy lejos del extremismo


39

que tiene la función de acercar a los individuos a la autoridad po- anunciado por Marx. Hemos vuelto, desde mediados del siglo xx, a
lítica del estado. Sociedad civil y sociedad política no son á m b i t o s las teorías del contrato, como ftmdamento filosófico de una filosofía
opuestos, sino complementarios: la primera está dominada por la política que acepta el capitalismo y propone como modelo de justi-
pasión, mientras en la segunda domina la razón. E n la sociedad po- cia el estado intei'ventor John Rawls es el principal valedor de esta
lítica o estado ve Hegel la reconciliación de la voluntad individual teoría que defiende, al mismo tiempo, el principio de la libertad
y la voluntad general, pues el estado representa «lo racional en sí y igual para todos, y el principio de una igualdad de oportunidades di-
para sí», el triunfo de la razón sobre las diferencias que separan y rectamente dirigida a mejorar la situación de los que viven peor Son
distancian a los individuos. Como ya lo había visto Fichte, el esta- los principios que estructuran el estado de bienestar
do hegeliano es el unificador del espíritu nacional, de los diversos ¿Cómo queda la sociedad civil? ¿Sigue existiendo? ¿Qué caracte-
reinos y principados alemanes que a c a b a r á n unidos en el estado rísticas tiene? Más o menos, las que le atribuyó Hegel, pero descar-
prusiano. Esa identificación del estado con la patria o la n a c i ó n tado ya el idealismo y el absolutismo de sus tesis. En lugar de pro-
hace del estado «la Idea hecha manifestación en la tierra». pugnar la identidad de la sociedad civil y la sociedad política, como
Tendrá que llegar Marx para descubrir la gran mentira que es- quería Hegel, lo que hoy se propugna es la necesidad de mantener la
conde el idealismo hegeliano. La división entre sociedad civil y so- separación entre ambas. E l estado de bienestar ha acabado siendo
ciedad política o estado, la división entre los intereses privados y pií- u n estado insuficiente para atender a todas las necesidades, y, ade-
blicos, es falsa. E l estado no es la reconciliación y el fin de las falsas más, paternalista: los individuos que viven bajo su poder se vuelven
conciencias. Pues n i n g ú n estado empírico es, de hecho, la i'epresen- irresponsables por lo que hace a los intereses comunes. Lo cual de-
tación de lo universal. Al contrario, en una sociedad donde las rela- termina profundas desigualdades y marginaciones sociales. Los es-
ciones de producción son profundamente desiguales, el estado no es fuerzos del estado social por hacer justicia no consiguen que se ma-
m á s que el reflejo de los intereses dominantes. Para Marx el estado ximice el bienestar de todos, sino m á s bien que el bienestar de unos
es tan clasista como lo es la sociedad civil burguesa, donde las des> pocos contraste gravemente con la miseria de la mayoría. Aunque el
gualdades y la explotación impiden la verdadera libertad. Mientras modelo que parece funcionar mejor, en orden a preservar las liber-
se mantenga la estructura económica capitalista y la división de cla- tades, es el liberal —o el socioliberal—, muchas de las críücas de
ses que genera, los aparatos de! estado sólo servirán para mantener Marx a un estado que protege sólo a los poderosos y a las clases do-
y consolidar la desigualdad. minantes siguen siendo válidas.
Marx va demasiado lejos. Al concebir al estado como una supra- Por otra parte, los individuos, celosos sobre todo de su libertad,
estructura destinada a desaparecer en cuanto se consiga acabar con no consiguen hacer u n uso realmente a u t ó n o m o de la libertad que
el sistema económico capitalista, impide analizar los problemas en tienen. Las sociedades avanzadas son cada vez m á s homogéneas, de-
su d i m e n s i ó n correcta. Contra lo que creyó Marx, la historia no lle- bido, en gran parte, a las nuevas tecnologías y a la influencia de los
va a la desaparición del estado, pues el estado es u n artificio necesa- medios de comunicación. La llamada de Stuart M i l i a un individua-
rio, sobre todo para corregir los desmanes de una e c o n o m í a que, por lismo auténtico es cada vez m á s pertinente. En tal situación, la so-
otro lado, es la que mejor ha demostrado respetar las libertades. El ciedad civü sigue entendiéndose como el núcleo de posibles renova-
modelo liberal anglosajón se ha desarrollado y ha acabado conflu- ciones y reformas. Dado que las instituciones de la sociedad política
40 INTRODUCCIÓN A L A FILOSOFÍA POLÍTICA

se burocratizan y sufren el deterioro de la rutina, las esperanzas de


i ^
cambio se proyectan en la sociedad civil. No obstante, ésta es poco
m á s que un nombre sin referente real. Nuestras sociedades civiles se
COMUNIDAD Y SOCIEDAD
muestran poco estructuradas, están lejos de organizarse en torno a
esas iniciativas de asociación que tanto fascinaron a Tocqueville en
su visita a los Estados Unidos de América. En estos momentos, la so-
ciedad civil nombra, sobre todo, u n anhelo que no acaba de verse
cumplido.

La sociedad civil, ese á m b i t o de libertades individuales, es una «aso-


ciación general de intercambio cuya naturaleza y movimientos trata
de entender la economía política», explica Ferdinand Tónnies. Con
ello se hace eco de la expresión de Adam Smith para quien, en tal or-
ganización social, «todo hombre se convierte, de algtin modo, en co-
merciante». E n efecto, la sociedad moderna es una Gesselschaft, una
sociedad o asociación, en contraposición a la ciudad antigua que era
Gemeinschaft, una comunidad. Tónnies consagra la contraposición
de ambos términos —comunidad y sociedad o asociación— en su
primera obra, un clásico de la sociología c o n t e m p o r á n e a : Comuni-
dad y sociedad. Una contraposición que hace fortuna y se utiliza
para explicar muchos de los problemas, conflictos y situaciones de
nuestras sociedades complejas.
Los padres de la sociología —^Durkheim, Weber, Tónnies, Sim-
mel, Parsons—, de un modo u otro, desarrollan sus teorías en torno
a la pregunta que, segiín Parsons, se hizo Hobbes: ¿cómo es posible
|l¡el orden social? ¿Cuáles son las raíces de la cohesión social en orga-
nizaciones tan complicadas como las nuestras? La respuesta hobbe-
siana del contrato social es, quizá, demasiado filosófica —un cons-
tructo lógico— para dejarnos satisfechos como explicación de la
integración de los individuos en las organizaciones sociales. No es
casuahdad que haya sido en la modernidad, tras el llamado por
42 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E LA SOCIEDAD POLÍTICA 43

Kant «giro copernicano», cuando ha hecho faUa dar razones para la tórica, la tendencia a pasar de organizaciones comunitarias y mecá-
«sociabihdad» humana. A todas luces, el individuo aparece como i n - nicas a organizaciones sociales, artificiales y complejas. Es el precio
sociable —«El hombre es un lobo para el h o m b r e » — y, siendo él el del progreso y de la civilización. El pacto, la promesa, el autoinlerés
centro del mundo físico y social, es preciso explicar por q u é no se le es lo que mueve a las sociedades avanzadas, donde cada cual va a lo
deja absolutamente libre, o mejor, por qué se deja dominar y subyugar suyo y nada se hace gratuitamente. Las relaciones naturales parecen
El problema no existió como tal en la Antigüedad. Volviendo a inexistentes. La competencia es «la ilustración de la guerra de todos
Tónnies, los seres humanos se agruparon primero en comunidades, contra todos».
grupos en los que los lazos de u n i ó n eran, sobre todo, afectivos. Las Tónnies es un crítico de la cultura y crítico social, que a d e m á s
asociaciones o sociedades vinieron m á s tarde, cuando, por encima de de describir un estado de cosas, denuncia la constnacción dualista de
lo afectivo, existía el interés, sobre todo el económico, el ú n i c o lazo unas sociedades dominadas por la e c o n o m í a capitalista. En las so-
capaz de mantener unidas a personas que no tenían nada que ver en- ciedades avanzadas aparentemente no hay esclavos, todos los indi-
tre sí. E n el ser humano —sigue Tónnies— confluyen dos tipos de vo- viduos son sujetos de derecho en teoría. De hecho, sin embargo, una
luntades: la voluntad esencial (WesenwÜle) que es, fundamentalmen- clase, la que posee el capital, domina a la otra, que sólo posee su
te, pasión y deseo, y la voluntad racional o instrumental {Kurwille) fuerza de trabajo y se ve obligada a vender —a venderse— para po-
que es cálculo y manipulación. De ambas voluntades nacen las dos der sobrevivir La libertad de todos y de cada uno es sólo una argu-
formas de estructuración social: la comunidad y la sociedad. La pri- cia formal, como lo es el derecho y las varias supraestructuras que
mera se forma sobre la base de lazos afectivos, personales, familiares, crea el estado para su perpetuación. E l lenguaje es de Marx, pero no
tribales, patrióticos, nacionales. En la segunda dominan la instru- es ajeno a Tónnies, que lo acepta en principio.
mentalización, las razones estratégicas o tácticas. En la comunidad, El caso es que los esfuerzos de los liberales modernos —Hobbes,
el hombre es reconocido como un fin en sí, lo que no ocurre en la aso- Locke, Kant— para salvar al individuo y t a m b i é n a la sociedad no
ciación, donde tiende a ser utilizado como medio para fines ajenos. convencen. La realidad es otra, como advirtió Hume: no es un con-
La moralidad emana de la comunidad y no de la asociación, si bífen trato lo que organiza las comunidades humanas, sino la guerra, la
ésta es la condición de la civilización y del progreso. dominación, la usurpación. Rousseau, de otra forma, abomina de
Tónnies era un estudioso ferviente de Hobbes, de quien recoge su una sociedad, necesaria, pero muy imperfecta comparada con el es-
idea de que la sociedad es u n artificio, un orden impuesto por el Le- tado asocial, el estado de naturaleza habitado por una humanidad
viatán, el poder estatal. Cuanto m á s complejas se vuelven las socie- sin malicia. Incluso la libertad, el valor Inndamental desde el Rena-
dades humanas, cuanto m á s domina en ellas el interés del dinero por cimiento, parece volverse contra sí misma. Pues «la libertad de los
encima de cualquier otro, cuanto m á s se mercantilizan, m á s difícil es modernos», a diferencia de la «libertad de los antiguos» —explicará
que los lazos naturales de u n i ó n entre los hombres sean fundamen- Benjamín Constant en un texto celebérrimo— no sirve para cons-
tales. Al mismo tiempo que Tónnies escribe su Comunidad y socie- truir algo en c o m ú n , sino m á s bien para disgregar Los antiguos uti-
dad, Durkheim está forjando otras dos nociones paralelas: la de «so- lizaban la libertad para participar en la empresa pública, la ponían
lidaridad mecánica», propia de las sociedades tribales y primitivas, y al servicio de la polis, mientras que los modernos entienden la liber-
la de «solidaridad orgánica», propia de las sociedades avanzadas. tad como independencia y privacidad, han sustituido la guerra por
Las dicotomías de uno y otro sociólogo remiten a una tendencia his- el comercio, y quieren vivir tranquilos,.preocupados por sus asuntos
44 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E LA SOCIEDAD POLÍTICA 45

privados en tanto que los asuntos públicos son resueltos por quienes ca doctrina ético-política que se mantiene en pie, el utilitarismo, y
detentan el poder para hacerlo. decide regresar a Kant para recomponer la filosofía política. Haber-
No hay, sin embargo, ninguna nostalgia en el contraste de dos mas y John Rawls representan el retorno a una «filosofía trascen-
mundos o dos tipos de organización social, la antigua y la moderna. dental» que, a la vez que se pregunta de nuevo por las razones del
Todos entienden y subrayan que el precio de la libertad y del pro- orden político, hace una propuesta normativa.
greso es, en cierto modo, el de la atomización social. Señalan las de- La propuesta de Habermas —y de su colega Karl Otto Apel— se
ficiencias de la situación moderna, pero no para retroceder y volver basa en la realidad de la comunicación. El ser humano se distingue
a lo antiguo, sino, en todo caso, para recuperar de la antigüedad lo por su capacidad de hablar de comunicarse con sus semejantes, esa
que permitiría hacer de nuestro mundo un espacio m á s civilizado en es su realidad m á s específica. E l fín de la c o m u n i c a c i ó n es, por otra
el sentido m á s pleno de la palabra. Fueron sólo los llamados «filóso- parte, llegar a un consenso. Lo es especialmente con respecto a todo
fos de la sospecha», un Marx o un Nietzsche, los únicos que propu- aquello que debe ordenar la vida en c o m ú n , esto es, las normas. Ne-
sieron la destrucción de lo que hay, b a s á n d o s e en la imposibilidad cesariamente debe haber normas comunes de comportamiento, y
absoluta de recomponerlo sin hacer antes b o r r ó n y cuenta nueva. A esas normas deberían ser racionales. ¿Cómo ponerse de acuerdo so-
ellos les debemos un arsenal crítico que siempre es necesario. Pero bre las normas comunes? ¿Cómo lograr que se acerquen lo m á s po-
no las bases para una filosofía política que reconvierta los desvíos y sible a la racionalidad y que no deriven sólo de intereses particula-
desmanes de nuestras sociedades. E l siglo xix y la p r í m e r a parte del res o sean resultado de la d o m i n a c i ó n de unos sobre otros? E l
XX vive el escepticismo y el desencanto de las llamadas ciencias so- mismo lenguaje, la comunicación, da la respuesta a estos interro-
ciales para lograr algo positivo del ser humano. Las dos guerras gantes. Sólo a través de la c o m u n i c a c i ó n y del diálogo es posible
mundiales no alimentan el optimismo. Marx, Nietzsche o Freud acercarse a consensos racionales. Ahora bien, tiene que ser una co-
abominan de la civilización y de la cultura que ha sometido a gran- m u n i c a c i ó n que respete las condiciones de la c o m u n i c a c i ó n ideal, lo
des colectivos o al individuo mismo en nombre de la libertad indivi- que Habermas denomina la « c o m u n i d a d ideal de diálogo». En una
dual. Weber, Durkheim, Tónnies, Simmel describen fríamente el óTs- comunidad ideal, perfecta, donde todo individuo tuviera derecho a
currir de una sociedad movida por la r a z ó n instrumental, sin hablar en igualdad de condiciones, no podría haber desacuerdo so-
razones finales válidas, el destino de unos individuos que apenas bre las normas fundamentales que deben regular la vida en c o m ú n .
pueden pensar en el cultivo de la individualidad. Los filósofos an- De igual modo que Kant pensaba que en el reino de los fines sobra-
glosajones se encierran en el desarrollo de una aséptica filosofía ría el imperativo categórico, no h a r í a falta, porque todos los seres se
analítica que, como mucho, se arriesga a disertar sobre la distancia moverían ú n i c a m e n t e por impulsos racionales, buenos y cortectos,
insalvable entre el ser y el deber ser Husserl deplora «la crisis de las así ocurre en esa comunidad ideal proyectada por los filósofos ale-
ciencias europeas». Heidegger pretende regresar a unos orígenes fi- manes. Las sociedades democráticas que no representan esa comu-
losóficos no pervertidos. Sartre se debate entre un discurso filosófi- nidad deben, sin embargo, tratar de acercarse a ella eliminando los
co y un compromiso político irreconciliables. Foucault proclama la obstáculos que la hacen imposible. É s a es la prueba y la condición
muerte y desaparición del sujeto. de la convivencia racional orientada por valores éticos.
La segunda mitad del siglo x x recoge, por una parte, los epígonos John Rawls es el artífíce de una teoría de la justicia que revive las
de las filosofías críticas m á s radicales; recoge, por otra parte, la ú n i - teorías clásicas del contrato social. Sobre la base de u n pacto hipo-
46 INTRODUCCIÓN A L A FILOSOFÍA POLÍTICA LA F O R M A C I Ó N D E L A SOCIEDAD POLÍTICA 47

tético originario, Rawls explica la obligada aceptación, por parte de racional. Por otra parte, las teorías clásicas del contrato social, así
todos los seres humanos que viven en «sociedades bien ordenadas» como las actuales, se apoyan en la prioridad de la razón, cuando el
—con la justicia como horizonte y como fin— de unos mismos prin- ser humano es también sentimiento, pasión, emoción. El problema
cipios de justicia. En el capítulo sobre la democracia, veremos con de los grandes principios, de los derechos básicos, es que no moti-
m á s detalle el contenido de tal teoría de la justicia. Baste, por ahora, van, no mueven a nadie. Ésa es la explicación de que se pacten en teo-
señalar que con ella lo que hace Rawls es poner las bases filosóficas ría pero se incumplan en la práctica. Otros móviles, como el del di-
y establecer una teoría normativa de lo que debe ser el llamado «es- nero, son los que funcionan realmente en las sociedades avanzadas.
tado de bienestar». Un modelo de estado que tiene por norma pro- En el fondo de ambos problemas —falta de motivación y falta de
curar el bienestar de todos siendo la medida de tal bienestar no las fundamentación— yace otra cuestión: en el mundo complejo y plu-
decisiones empíricas de los ciudadanos, sino unos principios ético- ral en que vivimos, no hay una concepción unitaria de persona. La
políticos que —dentro de la m á s estricta ortodoxia kantiana— han modernidad está marcada por el prejuicio individualista: n i la be-
de imponerse a la realidad. De a h í la necesidad de explicarlo a par- nevolencia n i el altruismo son sentimientos comunes a los seres
tir de un contrato originario e hipotético. humanos. Es decir, han desaparecido todas las cualidades que per-
Pero h a b í a m o s empezado este capítulo hablando sobre la dicoto- mitían foi;mar «comunidad». Lo que define a los individuos es la l i -
m í a entre comunidad y sociedad. La filosofía política de los últimos bertad, cifc a h í que sólo seamos capaces de pergeñar teorías políticas
años es un intento de regresar al problema clásico de la desagrega- liberales. En tales teorías hay que pensar en u n ideal de justicia
ción de las voluntades en las sociedades modernas y democráticas. como lo único que puede lograr una cierta cohesión social, porque
Los ideales éticos de justicia, los derechos humanos no prosperan si faltan objetivos comunes que liguen a los individuos. Faltan objeti-
no hay voluntad de que prosperen. Esa voluntad debe contar, en las vos como los que tuvieron los griegos en torno a la polis o los cris-
sociedades democráticas, con la aquiescencia de las voluntades par- tianos en torno a su Dios. Desde la modernidad, sin embargo, es
ticulares. De lo contrario, nunca saldrá elegido por voluntad popular difícil encontrar lazos intersubjetivos. Por eso hay que pactar — h i -
u n gobierno decidido a hacer justicia y a hacer valer los derechoí" potéticamente— los principios de la sociedad justa, y con una con-
fundamentales. Las explicaciones de Habermas o de Rawls preten- dición: liberando al sujeto de todos sus atributos, d e s n u d á n d o l e
den convencemos de lo que ya quiso convencernos Hobbes: aunque para que fnndamente la obligación de ayudar al otro no en la sensi-
el ser humano es egoísta, su r a z ó n le obliga a pensar en el otro y a bilidsM, sino en la pura razón.
desarrollar u n sentido de la justicia. Su r a z ó n o su capacidad de diá- En resumen, según los llamados «comunitaristas», a los indivi-
logo, que vienen a ser lo mismo. duos modernos nos falta una identidad moral c o m ú n , que sería la
Sin embargo, no convencen a todo el mundo. Una serie de filóso- condición indispensable para crear comunidad. Sin esa base y sin
fos llamados «comunitaristas» encuentran totalmente inviable la re- la comunidad, sólo pueden nacer artificios morales, unas leyes de
cuperación de los principios universales y de una explicación racio- justicia, pero nada m á s profundo. Lo que Rousseau llamó «volun-
nal de los mismos. En primer lugar —dicen— es ya muy difi'cil, por tad general» o lo que la política actual denomina «intereses gene-
no decir imposible, llegar a un acuerdo real sobre el sentido que rales» es algo inexistente, o demasiado abstracto y nebuloso para
debe tener la justicia para nosotros. Los mismos derechos humanos, agregar a las voluntades individuales y motivarlas hacia una acción
en teoría suscritos universalmente, carecen de una fundamentación común.
48 I N T R O D U C C I Ó N A L A FILOSOFÍA POLÍTICA

Los comunitaristas actuales de algún modo resucitan la escisión


de Tónnies entre comunidad y asociación. Ven las ventajas de la co- LA LEY Y LA LIBERTAD
munidad para lograr cohesión ética, y todos los inconvenientes de la
sociedad o asociación para lograr algo parecido. Desde la sociedad y
sus intereses comunes «construimos» el ideal de justicia, un ideal
que, sin embargo, no motiva a los sujetos reales y empíricos. Los lla-
mados «bienes básicos» o que el estado de bienestar debe repartir,
no son percibidos por los ciudadanos como bienes comunes. Como
escribe uno de los representantes de esta corriente comunitarista, el
escocés Alasdayr Mcintyre:

La noción de una comunidad política como un proyecto común es


extraña al mundo individualista liberal moderno. En la perspectiva aris-
totélica, la sociedad liberal moderna sería una agrupación de ciudada-
nos de ninguna parte que se han juntado para asegurar la protección co-
mún [Tras la virtud).

Los filósofos comunitaristas no le ven futuro a una ética univer-


sal n i a una filosofía política basada en el principio de la justicia.
Entienden que no hay forma de pensar en lo c o m ú n desde la sola ra-
zón, sin una «comunidad» en la base. Los m á s provocativos propon-
d r á n la vuelta a tales comunidades o la estructuración de las mismas
sobre la base de vínculos religiosos, de identidades nacionales o de
gobiernos locales. La idea de que la soberanía individual por sí sola
es contraria a la "vida en común", unida a la idea de que el estado
nacional no se corresponde a los problemas y necesidades de nues-
tro tiempo, llevan a pensar que es preciso que la soberanía se dis-
perse hacia arriba y hacia abajo. Que haya leyes e instituciones m á s
internacionales, junto a organizaciones políticas m á s p e q u e ñ a s y
cercanas a las inquietudes de los individuos.

• í
I

EL FUNDAMENTO DE LA LEY

La frase lapidaria de Dostoiewski, «Si Dios ha muerto, todo está per-


mitido», planea sobre el pensamiento filosófico desde que éste pre-
tende liberarse de la dependencia divina. En filosofía, la pregunta
por las leyes, por las obligaciones, por el orden, apunta a la inquie-
tud por el fundamento último de lodo aquello que ha querido atar al
ser humano y reprimir su libertad. Como dijo Platón en Las Leyes, lo
ideal sería la ausencia de leyes, pero pronto vemos que no es posible,
que las leyes son necesarias. Ante esa necesidad, hay que hacerse
dos tipos de preguntas: ¿cómo saber que las leyes que tenemos son
las m á s justas? y ¿cómo justificar la necesidad de la ley en sí mis-
ma? Pues así como las leyes físicas —las leyes de la naturaleza— se
demuestran verificando su cumplimiento —la ley de la gravedad
se demuestra porque los cuerpos caen—, las leyes morales o sociales
tienden precisamente a lo contrario: a no cumplirse. Y, sin embargo,
siguen siendo leyes, normas de obligado cumplimiento. ¿Cómo ex-
plicarlo?
Las leyes pueden ser jurídicas o morales, pero no importa. Final-
mente, el derecho positivo tiene que legitimarse de algún modo, y
t a m b i é n tiene que tener una legitimación o una fundamentación ra-
cional el ordenamiento ético que se supone en la base del jurídico.
El dilema que Platón plantea en el Eutifrón: ¿las cosas son buenas
porque los dioses las quieren o los dioses las quieren porque son
52 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA
LA LEY Y LA LIBERTAD 53

buenas? es, en el fondo, el mismo que no resuelve Dostoiewski. Pues das las leyes contingentes, es algo que podría rastrearse ya en algu-
mientras la fe en Dios es sólida, él es la respuesta última. Cuando nas ideas aristotélicas y que, sin duda, está presente en la filosofía
deja de serlo, el fundamento parece siempre demasiado humano y, estoica. Según los estoicos, existe u n logos, una r a z ó n del mundo, de
en consecuencia, poco convincente para ser aceptado por unanimi- la que participa t a m b i é n la naturaleza humana. Precisamente, la m i -
dad. La filosofía moral y política, entonces, empieza a dar vueltas a sión de los hombres que pretenden organizar la convivencia es des-
preguntas como ¿de d ó n d e sale la obligación, el deber?, ¿quién le da cubrir ese logos y adecuarse a él. Sólo así el obrar bien y el ser í'eliz
al hombre el poder de legislar?, ¿cómo se explican el poder tempo- dejarán de sufrir internas contradicciones.
ral y el orden social?, ¿existe una respuesta en la natui'aleza huma- Pero son los pensadores cristianos los que dan carta de naturale-
na o no hay respuesta si prescindimos de Dios? za •—valga la redundancia— a la ley natural, absolutamente impres-
En los Diálogos platónicos se discute ampliamente sobre si la vir- cindible para establecer el puente entre la fe y la razón, entre una ley
tud —o la justicia—, es decir, la ley fundante de todas las leyes, per- eterna, divina y revelada, y una ley positiva que se hace eco de la
tenece al á m b i t o de la physis —de las cosas que tienen una esencia ley de Dios. La ley natural es la base de ambas: de la ley divina pues-
propia— o al á m b i t o de la nomos —de aquello que es lo que es por to que Dios no puede ordenar nada que sea contrario a la naturale-
convención—. Platón apuesta fuerte por lo primero, llega a diseñar za; de la ley positiva porque ésta debe reflejar la ley natural. De he-
incluso el modelo de la ciudad justa —la República— a la que todas cho, la revelación divina —el Decálogo— no es sino la ayuda que la
las ciudades debieran parecerse, hasta que desiste de su empeño, fe presta a un conocimiento humano que no llega por sí solo a des-
frustrado quizá m á s por la tozudez de los hechos, que no se ajustan velar el todo de esa ley natural que, por otra parte, está inscrita en el
ni de lejos al ideal, que por el empecinamiento de sus contrincantes mismo ser humano. E l trabajo de los teólogos medievales consistirá
sofistas en demostrarle la falta de base racional de sus teorías. Aris- en mostrar, bien la adecuación de la naturaleza humana a la ley di-
tóteles, en cambio, es m á s sensato en sus afirmaciones, precisamen- vina —philosophia ancilla theologiae^, bien la total arbitrariedad de
te porque empieza a distinguir entre la racionalidad estrictamente una ley inexplicable o injustificable desde las capacidades del cono-
lógica y la racionalidad práctica. E n su opinión, la bondad o malda(J cer humano. El episodio bíblico del sacrificio de Isaac es, para Abe-
de las cosas, o de las acciones, está en una naturaleza humana a ú n lardo, una complicación casi insalvable para llegar a comprender la
no manifiesta, porque es potencia y no acto. E n lugar de una idea ley divina: ¿cómo puede un Dios prescribir la muerte del propio hijo?
platónica de lo justo, lo que hay son aproximaciones, versiones de La alteridad, la heteronomía, de la ley divina, aparece a veces en toda
una misma idea. Es m á s fácil convencerse de la justicia de lo justo su crudeza, irreconciliable con la sana conciencia moral. No obstan-
ante u n ejemplo de justicia, que a través de enrevesadas argumenta- te, la ortodoxia, desde San Agustín a Santo Tomás, proclama que la
ciones dialécticas. (Aunque también Platón había reconocido que ley eterna, divina, es la fuente y origen de la ley natural. «Hay que
«tal vez la belleza no sea otra cosa que una muchacha bella».) Sea conservar la vida», por ejemplo, es el primer principio, un principio
como sea, la cuestión del fundamento del orden justo no es la preo- inamovible que la razón no puede rechazar puesto que no es sino la
cupación central del pensamiento griego. Lo será en la modernidad, expresión de una evidente inclinación humana universal. La ley na-
precisamente, cuando se tambalee el fxindamento trascendente que tural, como la ley divina, es expresión de la r a z ó n y voluntad de
alimenta a todo el pensamiento medieval. Dios, según San Agustín. «Para saber lo que cada cosa debe ser o
No obstante, la idea de que existe una ley natural, principio de to- debe hacer, basta definir esa cosa y pedir la realización de la definí-
LA LEY Y LA LIBERTAD 55
54 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

natural divina— o los asuntos internos de las órdenes religiosas, en


ción», sentencia Santo Tomás. E l deber ser está inscrito en lo que es:
los que tampoco tiene derecho a entrometerse.
se deduce de la misma naturaleza humana. La ley de Dios no podría
Tanto la división de poderes, la separación incipiente de lo públi-
dictar nada que no conviniera a dicha naturaleza.
wtfco —o lo político— y lo privado —o lo religioso—, como la separa-
Entre Santo Tomás y Occam, Duns Scoto se debate a favor de
i ción radical entre el entendimiento divino y el humano, constituyen
una ley divina que debe ser racional, y la apariencia de arbitrariedad
la expresión, en el orden político, de la situación del individuo mo-
de esa misma ley. De hecho, la fundamentación teísta conduce casi
derno como una situación de desamparo. La economía de mercado,
necesariamente a la tesis de la arbitrariedad. Si u n Dios es el funda-
el comercio creciente, el surgimiento del homo economicus, el valor
mento, él es la explicación última. ¿A q u é intentar razonarla? Si la
preponderante y casi exclusivo del dinero, todo conduce a un pensa-
norma de la recta razón es Dios, será porque la r a z ó n divina con-
miento que parte de la soledad humana y de su necesidad de desen-
templa la idea ejemplar de naturaleza humana. Una idea, sin em-
volverse con sus propios medios en u n mundo hostil. Occam es el
bargo, que es divina y no humana. ¿Es posible i r m á s allá de un vo-
precedente de la concepción luterana del orden divino y humano
luntarismo divino como principio de un supuesto derecho natural?
como dos mundos escindidos e incomunicados. La organización j u -
Occam piensa que no es posible, con lo que pone fín a la idea de
rídico-política es pura obra humana, sin ninguna garantía de ser
una ley natural. A su juicio, la ley moral se fxmda sólo en la voluntad
aceptada por Dios, cuyo conocimiento y voluntad son impenetrables
de Dios, hasta el punto de que las prohibiciones —robar, matar—
o incomprensibles. Dios es el «totalmente Otro», inaccesible al en-
p o d r í a n no serlo, estar permitidas, si Dios así lo ordenara. Es difí'cil,
tendimiento humano. El derecho, que es la base del orden social, no
en consecuencia, que la moral teológica —basada en la ley divina—
tiene otro fundamento que el consenso de voluntades. De ahí al po-
y la moral racional —basada en la conciencia— lleguen a encontrar-
sitivismo jurídico no hay m á s que un paso.
se. No obstante, esa arbitrariedad del fundamento no significa que el
Ét^; Otra es la visión de los fílósofos escolásticos, fieles a la doctrina to-
derecho no sea un poder legítimo. Lo que ocurre es que hay que dis-
mista. Así, Francisco Suárez defenderá la necesidad del orden políti-
tinguir entre los «derechos irrenunciables» —como el de conservar
co y tratará de explicarla desde el estado de naturaleza humano. El es-
la vida— y los «derechos renunciables» —como el derecho a la pro-
tado de naturaleza no es otra cosa que un estado que carece a ú n de
piedad privada—. Además de atenerse a un nominalismo fílosófico o
leyes positivas, que no tiene legislación ni orden, salvo la ley inscrita
doctrinal que obliga a entender el orden temporal como un orden
en la naturaleza. Una ley por lo tanto, que nadie puede ignorar Según
positivo no deducible de ningún razonamiento, el franciscano Oc-
esa ley el hombre es un animal social y tiende a vivir en comunidades
cam entra de lleno en la polémica de sus colegas franciscanos con el
ordenadas. La comunidad política es la comunidad perfecta, mejor
papa Juan X X l l , sobre el alcance y sentido de la pobreza evangélica,
que la comunidad familiar que no se basta a sí misma. Esa comuni-
la cual no parece muy coherente con el derecho, ampliamente acep-
dad política, natural y necesaría, no puede estar en contradicción con
tado por la Iglesia, de hacer uso de aquello a cuya posesión se había
la libertad humana. De hecho, la ley natural —la naturaleza huma-
renunciado previamente. Es decir, hay derechos cuya evidencia es
na— es la explicación y el fundamento de otras leyes que no se puede
indiscutible, y hay derechos totalmente discutibles. El poder del
decir que coartan o reprimen la libertad, sino que le dan curso, por-

(
Papa ha ido demasiado lejos y se ha extendido a á m b i t o s en los que
que sólo ponen de manifiesto una especie de «necesidad» natural. La
no debería interferir: el poder temporal —el Papa no debe deponer
célebre tercera antinomia kantiana,, que establece el conflicto entre la
al Emperador—, el poder divino —el Papa no puede cambiar la ley
5Ó INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA LEY Y LA LIBERTAD 57

causalidad natural y la libertad, está ya prefigurada en Suárez. La ley derecho o la ley natural, tiene varias explicaciones y es, a su vez, la
natural es otro nombre para la libertad. E n resumen: las comunida- respuesta a la demanda de una explicación filosófica para las obli-
des humanas son naturales y son las que poseen el poder político. Si, gaciones y las leyes humanas, o para el orden social y político en ge-
por razones de conveniencia o de eficacia, el poder lo tiene u n sobe- neral. E n la física de la época, el paradigma es la teoría mecanicista
rano, éste d e b e r á ser consentido por la comunidad, pues sólo así po- según la cual el universo se mueve de acuerdo con un conjunto de le-
d r á decirse que es legítimo por naturaleza. yes naturales. De igual modo, el estado y las comunicaciones hu-
Los teóricos del derecho natural de los siglos XVI y xvn comparten manas reciben una explicación mecanicista y se fímdamentan en
la concepción del derecho natural que dará pie a las teorías del con- una ley, que es la ley natural. Una ley que, puesto que está en la mis-
trato social. Hugo Grocio trata de superar el intelectualismo católi- ma naturaleza, no precisa ya de ulteriores explicaciones que requie-
co y el voluntarismo protestante. E l derecho natural, a su juicio, no ran creencias religiosas. Se satisface, de esta manera, la pretensión
es el precepto de la recta r a z ó n que nos indica lo que, por naturale- moderna de liberar a la fílosofía de la teología y explicarlo todo por
za, es bueno o malo, y por eso Dios lo quiere, n i es derecho simple- la razón, uno de los puntales del pensamiento ilustrado. Leibniz será
mente porque la voluntad divina lo decida así. E l derecho natural — uno de los últimos epígonos de un pensamiento cristiano que no
añade, siguiendo m á s a los estoicos que a Aristóteles— se basa en u n descarta la identificación de fe y razón, o del derecho natural y el de-
«instinto social», un apetito que tiende a unir y agrupar a los seres recho divino. Otra explicación, ésta de orden político, de lo que su-
humanos, y de a h í surgen las distintas formaciones sociales. Tam- pone la aceptación de una ley natural es la existencia de estados ab-
bién Pufendorf entiende que la acción humana libre, no sometida a solutos. La reflexión filosófica, que cuenta con ellos, reclama u n
la ley de casualidad, no por ello está desvinculada de una ley supe- derecho por encima de los derechos positivos vigentes. Aunque hoy
rior que es la que determina la bondad o maldad de una acción de- el estado absoluto nos parece u n anacronismo, y t a m b i é n la ley na-
terminada. La naturaleza humana, de donde nace esa ley, es, sin em- tural, en aquellos momentos fíie u n recurso para eliminar privile-
bargo, una creación contingente de la voluntad divina. Previamente gios, estamentos y derechos especiales. E l derecho natural fue u n
a su creación por Dios, no existe ninguna idea racional del hombre. paso hacia el reconocimiento de la igualdad de todos los hombres.
Como Grocio y Suárez, Pufendorf parte de esa concepción de la con- Si no la igualdad real, por lo menos la necesaria igualdad ante la ley
dición humana como imhecillitas, que significa 'desamparo' y nece-
sidad del otro'. De la imbecillitas nace la socialitas, la necesidad de
vivir con los d e m á s y ayudarse mutuamente. Esa tendencia funda,
en realidad, la obligación de cada uno de vivir en comunidad y velar
por los d e m á s , por la comunidad entera. E l deber, o la obligación,
pasa, en este caso, por delante de los derechos. Así, es la obligación
de preservar la especie humana lo que otorga determinados dere-
chos a los cónyuges; de la obligación de proteger la propiedad ajena
y ayudar a los pobres deriva el derecho de tener garantizada la pro-
piedad.
El iusnautralismo, etiqueta que nombra a las distintas teorías del
DEL DERECHO NATURAL
A LOS DERECHOS HUMANOS

1
El derecho natural fue un constructo fílosófico destinado no tanto a
explicitar el contenido de unos derechos como a poner de manifies-
to el fundamento racional del orden y de la obligación políticos. Así
lo entiende Hobbes cuando explica que el derecho natural (o la ley
moral) es el fundamento de la obligación. No del derecho positivo,
que es algo m á s contingente, sino de la obligación de todo individuo
de obedecer al soberano. La ley natural va unida, así, a un nuevo
concepto de naturaleza que ya no es el orden dispuesto por Dios,
sino el conjunto de condiciones necesarias para regular la coexis-
tencia entre los humanos. El derecho natural no es el modo de adap-
tarse al orden cósmico, sino algo así como una «técnica racional» de
vida en c o m ú n . Si la ley natural es justa por naturaleza, la ley civil
es justa sólo porque es ley, porque procede del poder legitimado.
Este positivismo jurídico es el subsuelo desde el que es posible siem-
pre contemplar la legislación como algo corregible y contingente.
En efecto, escribe Hobbes:

Las leyes naturales prohiben el robo, el homicidio, el adulterio


y las distintas clases de mal. Pero lo que debe entenderse entre los
ciudadanos por robo, homicidio, adulterio o d a ñ o ha de ser de-
terminado por la ley civil y no la ley natural {De Cive, V I , 16).
60 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA LEY Y LA LIBERTAD 61

No es dift'cil ponerse de acuerdo sobre los principios en abstrac- menos racionalista de la modernidad, escribe un Tratado de la natu-
to, lo complicado es acordar q u é referentes tienen en cada circuns- raleza humana para explicar, desde esa supuesta «naturaleza», las
tancia histórica esos principios: qué entendemos realmente por ase- virtudes y las reglas básicas de la conducta. En su caso, no es la ra-
sinato o robo, c ó m o usamos esos nombres. Eso, parece decir zón, sino la experiencia lo que proporciona los principios y la expli-
Hobbes, ya no está inscrito en la naturaleza, sino que nos toca a no- cación última. Una experiencia, sin embargo, que por sí sola no ex-
sotros irlo descubriendo. pUca n i n g ú n tipo de necesidad, n i fí'sica n i moral, y que fíierza a
N i a Hobbes n i a Locke n i a ninguno de los filósofos que ampa- Kant a confíar de nuevo en el a priori: el deber moral es un factum
ran el orden político en un supuesto derecho natural se Ies oculta la de la razón y no algo que se aprenda por experiencia. La experiencia de
posibilidad de error en el ejercicio del poden Por legitimado que esté que las cosas se hacen mal, de que no se trata al otro como merece,
el soberano, éste puede usar el poder que tiene no para ajustarse a la esa experiencia por sí sola no obliga a cambiar de conducta. Lo que
ley natural, sino para contrariarla. ¿Qué hacer entonces? E l sobera- obliga es esa facultad de razonar que tenemos los humanos.
no puede ordenarlo todo salvo lo que pone en peligro la ley natural. Por mucho que confiemos, pues, en la observación y en la expe-
Cuando eso ocurra y sea percibido como tal, ¿qué se debe hacer? riencia, la naturaleza humana se muestra como algo inescrutable
Locke se enfrenta, m á s directamente que Hobbes, con el derecho de como base para imponer leyes que obliguen a actuar en u n sentido
disidencia, que acepta como una consecuencia lógica del contrato o en otro. ¿Por qué, si lo natural es hacer justicia y no aprovecharse
social. Si el soberano incumple el pacto con los ciudadanos y legisla de las debilidades del otro, lo que la experiencia demuestra es que
contra los principios de la naturaleza humana, los ciudadanos tie- ninguna de esas supuestas leyes «naturales» se cumple? ¿De dónde
nen derecho a rebelarse y disentir. ¿Qué quiere decir disentir? ¿Cuá- sale la ley? Pese, sin embargo, a las difícultades del intento, el méto-
les son los límites del disentimiento? La cuestión queda abstracta e do racional al que se adscribe la fílosofía moderna se e m p e ñ a en ha-
indeterminada, como la consecuencia evidente pero imprecisa de cer que cuadre lo que no puede cuadrar y en mostrar que la natura-
una promesa que no llega a cumplirse. leza humana es de una pieza porque la guía la razón. Teorías como
Sea como sea, la «escuela del derecho natural» o del iusnaturalis* la del consenso, de algún modo defendidas en la Antigüedad, son re-
mo, iniciada con el De iure belli ac pacis (1625) de Hugo Grocio, in- chazadas por débiles y poco sólidas. Aristóteles había dicho que
cluye a la mayor parte de filósofos y juristas del xvii y xviii: Hobbes, «Justo natural es lo que en todas partes tiene la misma eficacia»
Locke, Leibniz, Kant, Pufendorf, Wolff. A todos les une el m é t o d o {Ética a Nicómaco, 1134b), y Cicerón afirmaba que, «en cualquier
racional-deductivo que es el que priva en la filosofía de la época. Se materia, el consenso de todos los pueblos ha de considerarse ley de
trata de reducir tanto el derecho como la moral a una ciencia. Re- la naturaleza» {Tusculanas, 13-14). Son fundamentaciones a poste-
cordemos, por ejemplo, la a m b i c i ó n de Spinoza de llegar a hablar riori que merecen poco o n i n g ú n crédito para filósofos como Locke,
del comportamiento humano «como si se tratara de líneas y pun- que escribe uno de sus primeros ensayos con el título: «La ley natu-
tos»: hacer una ética more geométrico, como si fuera u n tratado de ral no puede ser conocida a partir del consenso universal de los
geometría. Los fílósofos modernos coinciden en el deseo de cons- hombres».
truir una ética racional, desprendida ya de la teología, y capaz de El modelo aristotélico enfiende el estado y sus instituciones como
fundarnentar, con la sola ayuda de la razón, los principios universa- el resultado de una evolución que va de la familia, pasando por la al-
les del comportamiento humano. Incluso Hume, el fílósofo quizá dea, hasta la polis: el principio es la comunidad, o el hombre como
62 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA LEY Y LA LIBERTAD 63

animal político, social. E n el esquema racionalista moderno, en invertir los términos y decir que el poder político no procede de arri-
cambio, en el principio está el individuo, no la sociedad. El indivi- ba abajo sino al revés. Locke, inspirador de las modernas declara-
duo, separado de Dios —por la relorma protestante— y no unido ciones de derechos, entiende que esa hipótesis racional debía servir
«naturalmente» a los d e m á s individuos —recuérdese la tesis del «es- «para entender adecuadamente el poder político y derivarlo de su
tado de naturaleza», como principio del contrato social— ha de po- origen» (Ensayo sobre el gobierno civil. I I , 1). Un siglo y medio m á s
der explicar desde sí mismo, desde su solipsismo, la compleja orga- tarde, la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Nacio-
nización social, empezando por el principio coactivo de la legalidad. nes Unidas repetirá, como punto de partida: «Todos los hombres na-
Toda la filosofía política moderna se dirigirá, pues, a demostrar que cen libres e iguales en derechos». De tal exigencia de la razón —la
el poder sólo será legítimo si es consentido por los individuos; pac- igualdad de todos los humanos— nace la democracia moderna que
tado, aunque sea tácitamente, por convicción racional. La razón, en parte de la soberanía de los individuos.
defínitiva, es la clave de cualquier solución. En 1948, fecha de la Declaración Universal de las Naciones Uni-
Pero la ciencia avanza y, con ella, la desconfianza en la explica- das, no se entra ya en la fundamentación filosófica de los derechos
ción «natural» de las estructuras sociales. Vico, en la Scienza Niiova, humanos. ¿De d ó n d e salen los derechos proclamados? No se sabe, y
es u n pionero en el rechazo del iusnaturalismo, cuando afirma que mejor no ponerse a discutirlo. Eso convinieron los autores de la De-
«el derecho natural de las naciones ha nacido con los usos comunes claración entendiendo que sería m á s fácil llegar a u n acuerdo sobre
de las mismas». La historia empieza a ser m á s creíble que la natura- el contenido de los derechos fundamentales que sobre su fxmda-
leza humana como base de las leyes universales del comportamien- ento. En pleno siglo x x ninguno de los fnndamenlos tradicionales
to. Hegel, a su vez, retoma el modelo historicista. Distingue a la so- I religioso o el natural— podía ser universalmente aceptado. De
ciedad civil — á m b i t o de las libertades individuales— del estado, si algún modo, se volvía al argumento historicista del consenso. O
bien entiende que éste es un estadio superior al representado por las como ha dicho muy bien Norberto Bobbio: la fímdamentación de
instituciones de la sociedad civil, como la familia. Dicha filosofía de los derechos humanos es la Declaración Universal de Derechos H u -
la historia, que empieza con Vico y, en Hegel, explica el movimientb manos. Eso es, de momento, lo que tenemos y hemos convenido.
necesario de la sociedad al estado, a c a b a r á propugnando, con Marx, Dejémonos de fundamentaciones que p o d r í a n llevarnos a rechazar
el paso del estado a la sociedad, o el paso de las relaciones de domi- lo que universalmente aceptamos como válido.
nación a la verdadera libertad. Es cierto que no todos los derechos humanos son iguales n i han
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, merecido siempre la misma aceptación u n á n i m e . E l derecho de pro-
aprobada por la Asamblea Nacional francesa el 26 de agosto de piedad, presente tanto en la Constitución americana como en la De-
1789, marca el fín de una época y el comienzo de otra. Pocos años claración francesa, fue duramente criticado por todo el pensamien-
antes, en 1787, se había aprobado la Constitución americana. A m - to marxista y sirvió, a d e m á s , de base para desechar todos los de-
bos textos tienen su origen en la tradición del derecho natural, en la rechos humanos como derechos no universales, sino reflejo de los
convicción de que el hombre tiene unos derechos naturales que debe intereses dominantes. Desde perspectivas m á s empiristas, Bentham,
reivindicar y defender siempre: «Los hombres nacen y permanecen por ejemplo, no acepta la existencia de unos derechos universales,
libres e iguales en derechos». Esta convicción, refutada por los he- pues juzga que toda ley es coacción y, en consecuencia, no puede de-
chos, es, sin embargo, una exigencia de la razón, la tínica capaz de rivar de la propia naturaleza humana n i puede ser aceptada por esta
64 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA LEY Y LA LIBERTAD 65

e s p o n t á n e a m e n t e . Según Bentham, el derecho es siempre fruto de la Contrasta con dicho entusiasmo el lacónico p r e á m b u l o que enca-
autoridad del estado que impone sus intereses. E l positivismo jurí- beza la Declaración de las Naciones Unidas de 1948: «El olvido y el
dico tampoco acepta la idea de u n derecho universal, que juzga con- menosprecio de los derechos del hombre son la causa de las desgra-
tradictoria. La tesis de los filósofos del xvii según la cual el papel de cias públicas y de la c o r r u p c i ó n de los gobiernos».
los derechos es la defensa del individuo frente al poder político y la
garantía de la seguridad jurídica y procesal de cada individuo no es
admitida por los positivistas jurídicos. Estos entienden que los dere-
chos naturales no limitan el poder del estado, sino que m á s bien
emanan del estado. En otras palabras, no existe m á s derecho que el
derecho positivo.
Pero, en la era del positivismo jurídico, las declaraciones y el n ú -
mero de los derechos humanos no han hecho sino aumentar A los
primeros derechos, civiles y políticos, se han a ñ a d i d o los derechos
económico-sociales y los derechos de tercera generación: dere-
chos relativos al medio ambiente, a la paz, a la intimidad, a la liber-
tad de decidir sobre la propia vida o muerte. Por otra parte, las
declaraciones de derechos se han sectorializado para fijarse en
aquellos colectivos cuyos derechos no parecían demasiado protegi-
dos por los derechos universales: derechos de la mujer del niño, de
los extranjeros. Hoy los derechos humanos hay que verlos como los
principios éticos universalmente compartidos —en teoría, por lo
menos—, es decir como aquellas exigencias e imperativos éticos qiTe
deberían ser la base del derecho positivo.
Transcurridos casi dos siglos desde las primeras declaraciones de
derechos, sólo hay que lamentar los constantes incumplimientos y
violaciones de los mismos. Tantos que empiezan a considerarse hipó-
critas las mismas declaraciones de principios. Estamos lejos del entu-
siasmo que a c o m p a ñ ó al 89 y que Tocqueville supo expresar tan bien:

El tiempo en que fue concebida la Declaración fue el tiempo de en-


tusiasmo juvenil, de arrogancia, de pasiones generosas y sinceras, de las
que, a pesar de cualquier eixor, los hombres guardarían eterna memoria,
y que, por mucho tiempo todavía, turbará los sueños de aquellos a quie-
nes los hombres quieren dominar o corromper.
I

LA LEY Y LA AUTONOMÍA
INDIVIDUAL

El entusiasmo al que se refería Tocqueville fue compartido por todos


los pensadores y filósofos que vieron en la Revolución francesa u n
giro decisivo para el futuro de los derechos de la humanidad. Con-
cretamente Kant se refiere a la Declaración de los Derechos del
Hombre de 1789 como el reflejo del «derecho que tiene u n pueblo a
no ser impedido por otras fuerzas a darse una Constitución civil que
él mismo cree b u e n a » . En efecto, lo que las declaraciones de dere-
chos y las constituciones de los pueblos manifiestan es que el ser hu-
mano tiene la capacidad de darse a sí mismo leyes morales, de i m -
ponerse deberes. Dicho de otro modo, que la libertad y la ley no son
antagónicas sino una misma realidad. Lo cual se dice pronto, pero
cuesta explicarlo. Para hacerlo, es necesario adentrarse en el bosque
del sistema filosófico de Kant, que es el artífice de esa extraña sínte-
sis de ley y libertad.
El problema venía de lejos, porque no era fácil explicar la bondad
de la ley cuando ésta se veía privada de u n origen divino, capaz de
justificar, desde la autoridad que otorga la trascendencia, tanto la
necesidad de la ley como su bondad. El pensamiento moderno secu-
larizado opta por entender la ley simplemente como una e m a n a c i ó n
de la naturaleza humana. Pero como esa deducción e m p í r i c a m e n t e
se sostiene mal —^la experiencia no demuestra que los hombres sean
libres e iguales, n i siquiera que quieran llegar a serlo—, los fílósofos
68 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA LEY Y LA LIBERTAD 69

m á s empiristas se deciden por justificar la necesidad de la ley desde En efecto, la voluntad libre se distingue del de ser animal en que
el egoísmo —ese sí, natural en todo individuo— o desde una forma aquélla no está determinada sólo por estímulos sensibles, sino por
m á s aceptable de egoísmo: la utilidad social. De Hobbes a Hume, motivos racionales. En el «Canon de la r a z ó n pura» se explica Kant
pasando por la famosa m á x i m a de Mandeville segiín la cual «los vi- iáe esta manera:
cios privados producen virtudes públicas», el amor de sí de los indi-
viduos, su voluntad de defenderse del oti'o, les lleva a pactar entre Poseemos la capacidad de superar las impresiones recibidas por
ellos y a someterse a leyes comunes. Será Rousseau quien rompa la nuestra facultad apetitiva sensible gracias a la representación de lo que
inercia con una sentencia revolucionaria que redefiniría la noción nos es, incluso de forma remota, provechoso o perjudicial. Estas rcñe-
m á s intuitiva de libertad: la libertad no es nada m á s que «la obe- xiones acerca de lo deseable, esto es, bueno y provechoso, en relación
diencia a las leyes que nos hemos prescrito». No hay que romperse con todo nuestro estado, se basan en la razón. De ahí que ésta dicte tam-
la cabeza intentando explicar c ó m o es posible que seres libres se so- bién leyes que son imperativos, es decir leyes objetivas de ¡a libertad, y
metan a un orden y que puedan hacerlo voluntaria y no violenta- que establecen lo que debe suceder aunque nunca suceda, matiz que las
mente. La voluntad puede querer el bien y el bien de todos y no sólo distingue de las leyes de la naturaleza, las cuales tratan únicamente de lo
de uno mismo, que es lo difícil. Para Rousseau, esa voluntad, sin que sucede.
embargo, no es la voluntad individual, sino la que él llama «volun-
tad general», un concepto nada trivial a ú n a la hora de explicar el O sea, que lo que distingue a las leyes de la naturaleza de las le-
c ó m o y el p o r q u é de la democracia. yes que los hombres se otorgan a sí mismos como leyes morales no
Ya en Rousseau el problema es c ó m o aunar voluntades para que es que aquéllas sean necesarias y éstas no. La necesidad es inheren-
todas quieran el mismo bien y, por lo tanto, se sujeten a las mismas te a ambas. Lo que las distingue, por el contrario, es que se trata de
leyes igualmente queridas por todos ellos. La idea de voluntad gene- na necesidad distinta: la necesidad física carece de incumplimien-
ral queda ahí, como algo impreciso, sin contenidos claros, pero mar- tos, mientras la necesidad moral convive con el incumplimiento de
cando una dirección. Será la capacidad sintética de Kant la que tra- la ley. Ya lo explicó, años después, Wittgenstein: si yo digo «debes
tará de recoger las sugerencias rousseaunianas y darles la solidez de hacer esto o aquello», se me ocuax preguntar: ¿y q u é pasa si no lo
u n sistema. E l final de la Crítica de la razón pura —«El canon de la hago», y la respuesta es que no pasa absolutamente nada. Esa es la
r a z ó n p u r a » — prefigura la Fundamentación de la metafísica de las extraña peculiaridad de la ley moral.
costumbres que es el intento de explicarlo todo: q u é significa que la Pero es que, a pesar de esa aparente incoherencia, no podemos
voluntad es libre y para q u é es libre la voluntad, esto es, cuál es la ley prescindir de calificar de «necesario» al deber moral. Si no lo hace-
que la voluntad necesariamente se da a sí misma. mos, carecemos de argumentos para distinguir la ley moral de la ley
La voluntad humana está escindida entre dos mundos: el de la positiva: la obligatoriedad moral de la obligatoriedad que emana
sensibilidad y el de la razón. E l individuo quiere e s p o n t á n e a m e n t e simplemente de una autoridad legislativa o normativa. ¿ E n qué se
cosas que sabe que no debe hacer Explicar por q u é es posible supe- distingue u n código de circulación de u n deber moral? En que el có-
rar satisfactoriamente esa contradicción es tratar de entender que digo de circulación deja de estar vigente cuando la autoridad com-
los imperativos legales, pese a ser imperativos, obligaciones, no tie- petente así lo decide, mientras el código o conjunto de deberes mo-
nen por q u é ser contrarios a la naturaleza humana. rales no dejarían de existir aun cuando nadie los i-econociera como
70 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POITTICA LA LEY Y LA LIBERTAD 71

tales. La moral es a priori de la experiencia y no una consecuencia impuestos por alguien y no autoimpuestos. Pero no debe ser así: la
de ella. libertad de la voluntad es a u t o n o m í a . Ahora bien, ¿esa a u t o n o m í a ,
Si la ley moral es vista como una necesidad, la libertad de la vo- esa libertad, no tendrá el peligro de dispersar a los individuos ha-
luntad puede ser entendida como «causalidad»: «La causalidad de la [cia fines divergentes y contrarios, en lugar de unirlos en una con-
r a z ó n en la d e t e r m i n a c i ó n de la voluntad». Cuando, por ejemplo, nivencia a r m ó n i c a ? ¿Cómo hacer que la racionalidad final, los fines
siento hambre puedo dirigirme al frigorffíco y tratar de satisfacerla, perseguidos por los humanos en tanto racionales, coincidan? ¿Có-
en cuyo caso, la sensibilidad me determina. Pero puedo t a m b i é n in- mo hacer que las voluntades individuales se unan en torno a una
hibir ese deseo por cualquier motivo —una dieta de adelgazamiento «voluntad general»?
o rma huelga de hambre—, con lo cual no me dejo determinar por la I, Kant es rotundo: «El principio de a u t o n o m í a es no elegir de otro
sensibilidad sino por la r a z ó n (suponiendo que la dieta o la huelga % modo sino de éste: que las m á x i m a s de la elección, en el querer mis-
sean razonables, claro). La razón actúa, entonces, como causa que mo, sean al mismo tiempo incluidas como ley universal». Esta afir-
mueve a la voluntad libre a actuar contra el impulso m á s natural y ^ m a c i ó n del «Canon de la r a z ó n pura», da lugar, hiego, en la Fun-
espontáneo. ¿Por q u é llamar «libre» a esa determinación? Porque de W- damentación de la metafísica de las costumbres al imperativo ca-
hecho lo es. Lo que la r a z ó n dicta puede ser acatado o no serlo. De íL tegórico, que es la regla de la moralidad y de la razón: «Actúa de tal
ahí que la d e t e r m i n a c i ó n no sea incompatible con la libertad. ^ ^ p i a n e r a que puedas querer que la m á x i m a de tu acción pueda con-
El problema ahora es que no toda determinación racional es mo- vertirse en ley universal». Es decir, no hagas aquello que repugne a tu
ral. La r a z ó n parece tener grados: hay cosas que obligan moralmen- voluntad racional, no hagas aquello que esa voluntad racional no
te y otras que me obligan a m í porque yo tengo interés en ello. La quisiera ver convertido en ley para todos. E n breve: la ley moral es la
primera racionalidad se llama «instrumental»: quiero y me obligo a ley de la universalidad. La voluntad racional es la que quiere el bien,
entrenarme duramente en el tenis porque quiero llegar a ser campeo- pero el bien de todos, el bien universal. La deducción kantiana del
na. La razón, en este caso, pone los medios sólo para alcanzar un fín imperativo categórico es una deducción casi lógica, racional.
que es m í o , no es universal. Es, por decirlo así, una r a z ó n interesa"- El imperativo categórico debería ser el criterio de cualquier ley,
da, egoísta, lo que no signifíca que no esté bien. Es perfectamente de cualquier contenido legal. Kant lo traduce así, en La paz perpetua,
correcta. La otra racionalidad, en cambio, es la llamada «fínal» e i n - cuando la convierte en norma ú l t i m a del derecho público: «Son in-
dica, por decirlo así, lo que deberían querer como objetivo fínal to- justas todas las acciones que se refieren al derecho de otros hombres
dos los seres racionales. Esa racionalidad coincide con los princi- cuyos principios no soportan ser publicados». Si sólo lo universali-
pios morales: querer la libertad, quterer la igualdad o la solidaridad zable tiene la garantía de bondad, sólo será justa aquella norma que
debieran ser los fínes de todo ser racional. %• pueda ser p ú b l i c a m e n t e debatida y anunciada. E l individualismo
También esto lo explica Kant. Una vez nos ha dicho que la vo- Y kantiano es, a su vez, la base de la democracia.
luntad libre no es la que carece de leyes, sino la que a c t ú a deter- Ék Pero hay una pregunta que a Kant se le resiste y no llega a resol-
minada por la razón, intentará explicar cuáles son esas leyes espe- W ver. ¿cómo es posible que la ley moral obligue? En efecto, por m u -
ciales que la razón se impone a sí misma. Se las impone, no le cho que la libertad sea causalidad, es u n tipo de causalidad tan es-
vienen dadas por ninguna instancia externa a ella: si así fuera, los pecial, que no implica necesidad natural, sino racional, por lo que
principios de la moralidad serían h e t e r ó n o m o s y no a u t ó n o m o s , uno se encuentra ante la paradoja de .que la ley moral, aun siendo
72 INTRODUCCIÓN A LA FlLOSOl'ÍA POLÍTICA LA LEY Y LA LIBERTAD 73

ley, se incumple m á s que se cumple. Es una ley que, aparentemente, sonas en lugar de individualizarlas. El gran defensor de esta libertad
no obliga. No obliga fenoménicamente, dirá Kant, pro sí n o u m é n i - realmente «individual» fiae John Stuart M i l i :
camente. Volvemos al principio de este capítulo. Si la voluntad hu-
mana fuera sólo racional, el deber moral se cumpliría tan necesaria- Quien deja que el mundo —o el país donde vive-— escoja por él su
mente como se realizan las leyes de la naturaleza. Pero la voluntad plan de vida, no necesita otra facultad que la imitación simia. En cam-
es t a m b i é n sensibilidad y puede eludir los imperativos de la razón. bio, quien elige su propio plan, pone en juego todas sus facultades (So-
La voluntad humana tiene dos amos y ya dijo el Evangelio que es bre la libertad, cap. III).
imposible servir a ambos y actuar correctamente.
La realidad es que vivimos en el á m b i t o del fenómeno y no del Pero hay algo más, la libertad positiva, la autonomía, para ser au-
n o ú m e n o —no en el «reino de los ñnes», sino en la tierra—. Por lo téntica a u t o n o m í a moral, debe ajustarse a las normas de la moralidad.
tanto, el deber se nos vuelve opaco: no es sólo que lo incumplamos, • Hemos visto ya que, al precisar esas normas, Kant se limita a dar un
es que no llegamos a conocerlo del todo. La pregunta ¿qué debo ha- gran criterio, el imperativo categórico, que dice: haz sólo aquello que
cer? no puede quedar definitivamente contestada, porque el ser hu- pueda unlversalizarse. El problema es: ¿quién decide lo que debe valer
mano, sensible a d e m á s de racional, tiene que adecuar el imperativo como ley universal?, ¿quién tiene autoridad y conocimiento suficiente
categórico a sus circunstancias concretas. Y eso exige algo m á s que para dictar las leyes que han de gobernarnos? Volvemos al punto de par-
la simple lectura de lo que está inscrito en la razón. Exige —como tida: al problema de la legitimidad y la fundamentación del derecho.
dirán los actuales portavoces de la «ética discursiva»— diálogo. Sólo Y la respuesta es que nadie tiene en exclusiva el derecho de legis-
mediante la confrontación de opiniones y puntos de vista se i r á lar La ley positiva debe fijar sólo aquellos m í n i m o s imprescindibles
avanzando en los contenidos que debe tener la ley. para que el derecho a la libertad de todos y cada uno de los indivi-
Kant había dicho que no somos libres para hacer lo que nos ape- duos sea preservado. Dicho de otra forma, sólo pueden ser penaliza-
tece, sino lo que debemos hacer É s a es la definición de la autono- bles y considerados delito aquellos comportamientos que impiden el
mía moral, de lo que se llama «libertad positiva» y no mera «libei^ ejercicio de la libertad a otros individuos. Más allá de esos mínimos,
tad negativa». La distinción entre ambas libertades, que ya está en cada cual es libre de hacer con su libertad lo que quiera, si bien la
Kant, ha sido desarrollada por el filósofo de la política Isaiah Berlín ética le pide al individuo que llene su libertad «positivamente» o que
en su ensayo ya clásico: «Dos conceptos de libertad». Según Berlín, haga un uso «positivo» de la libertad «negativa» que tiene.
la libertad en sentido negativo consiste en la facultad de no estar de- Los peligros de que ese uso «positivo» vengan a su vez dictados por
terminado por leyes físicas o coaccionado por leyes jurídicas y nor-
mas de otro tipo. La libertad negativa es el espacio de acción que
permiten las leyes. En cambio, la libertad en sentido positivo con-
siste en la capacidad del individuo de gobernarse a sí mismo. Es la
« instancias extrañas al individuo mismo son advertidas también
; por Isaiah Berlín. Los totalitarismos y fundamentalismos no son m á s
que el intento de unlversalizar lo que no debe ser universal porque
responde a convicciones particulares. Ningún estado, nación, reli-
libertad positiva lo que debe entenderse como a u t o n o m í a de la per- gión, clase, tiene derecho a decirle a nadie cuál es su bien. La libertad
sona. La capacidad de cada uno para liderar su comportamiento no puede ser ilimitada, hay que poner límites para que todos puedan
m á s allá no ya de las leyes positivas, sino de costumbres, modas, 5 ser libres. Pero los fines humanos son plurales y múltiples y deben se-
inercias y presiones sociales que tratan de homogeneizar a las per- ft S^^^ siéndolo.
III. LA DEMOCRACIA Y
EL ESTADO DE DERECHO
LA DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

La democracia antigua —la de los griegos— era participativa. La


moderna —que es a ú n la nuestra— es representativa. Ésta es la di-
ferencia fundamental, si bien ambos t é r m i n o s —participación y re-
presentación— refieren a u n ideal que ninguna democracia ha llega-
do a realizar nunca. Pese a todo, veamos de qué forma nació y se
estructuró la democracia, cuál fué su contexto, a fin de entender la
distancia que separa a dicha organización política desde la Antigüe-
dad clásica hasta hoy.
Como ya se vio en el primer capítulo, el pensamiento griego par-
te de una concepción del hombre como «animal político»: la vida
humana es, sobre todo, vida en sociedad. Pero esta idea sola no lle-
va a la organización democrática. De hecho, las ciudades griegas no
conocen la democracia hasta el siglo v a.C, cuando se transforman
las ideas políticas y se pasa de los sistemas aristocráticos o, m á s
exactamente, tiránicos, a u n sistema basado en el gobierno del de-
mos, del pueblo. Esta nueva forma de gobierno parte de dos princi-
pios fundamentales: la igualdad de derechos de los ciudadanos (la
isonomía o igualdad ante la ley) y la igualdad de palabra {isegoría)
en la Asamblea que se constituye como el órgano soberano de go-
bierno.
Herodoto se refiere a la isonomía como «el nombre m á s hermo-
so, el nombre que define a la democracia». A propósito de los oríge-
78 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO 79

nes de la democracia, es inevitable asimismo hacer m e n c i ó n del dis- der en la democracia, en un texto que merece ser reproducido por
curso fúnebre de Pericles, pronunciado en el funeral por los caídos extenso:
en la guerra de Esparta. Allí, el político griego hace un elogio con-
tundente y claro del régimen democrático, al tiempo que pone de re- El fundamento del régimen democrático es la libertad (en efecto,
lieve sus ideales y sus objetivos: suele decirse que sólo en este régimen se participa de la libertad, pues
éste es, según afirman, el fin a que tiende toda democracia). Una ca-
Pues tenemos una Constitución que no envidia las leyes de los veci- racterística de la libertad es el ser gobernado y gobernar por turno y, en
nos, sino que más bien es ella modelo para algunas ciudades que imita- efecto, la justicia democrática consiste en tener todos lo mismo numé-
dora de los otros. Y su nombre, por atribuirse no a unos pocos, sino a ricamente y no según los merecimientos, y siendo esto lo justo, for-
los más, es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo con nues- zosamente tiene que ser soberana la muchedumbre, y lo que apruebe la
tras leyes, la igualdad de derechos en las disensiones particulares, mien- mayoría, eso tiene que ser en fín y lo justo. Afirman que todos los
tras que según la reputación que cada cual tiene en algo, no es estimado ciudadanos deben tener lo mismo, de forma que en las democracias
para las cosas en común más por turno que por su valía, ni a su vez tam- resulta que ios pobres tienen más poder que los ricos, puesto que
poco a causa de su pobreza, al menos si tiene algo bueno que hacer en son más numerosos y lo que prevalece es la opinión de la mayoría. Esta
beneficio de la ciudad, se ve impedido por la oscuridad de su reputación es, pues, una característica de la libertad, que todos los partidarios
(Tlicídides, Historia de la Guerra del Peloponeso), de la democracia consideran como un rasgo esencial de este régimen.
Otra es vivir como se quiere, pues dicen que esto es resultado de la
Las ciudades griegas eran comunidades pequeñas, donde la par- libertad, puesto que lo propio del esclavo es vivir como no quiere. Es-
ticipación de los ciudadanos en la vida pública era fácil. E l órgano te es el segundo rasgo esencial de la democracia, y de aquí vino el no
soberano de gobierno era la Asamblea, constituida por todos los ciu- ser gobernado, si es posible por nadie, y si no, por turno. Esta carac-
dadanos (necesitaba u n quorum de 6.000 personas para poder to- terística contribuye a la libertad fundada en la igualdad {Política,
mar decisiones). En la Asamblea se aprobaban las cuestiones poKli- _ 1317b).
cas m á s importantes por la ley de la m a y o r í a tras una votación
formal. E l llamado «Consejo de los Quinientos» y el «Comité de los Libertad e igualdad serán los valores fundamentales de la demo-
50» eran órganos destinados a organizar y proponer a la Asamblea cracia. El gobierno de los muchos y no de los pocos. El gobierno que
las decisiones públicas pertinentes. Una organización así acababa permite la participación real del ciudadano en las decisiones colec-
con los privilegios de los regímenes aristocráticos al entender que no tivas. Pero hay matices que ponen a la democracia participativa en
debía haber m á s gobernantes que los mismos gobernados. Y se fun- su lugar Hemos dicho ya que la democracia ateniense, por ejemplo,
damentaba, a su vez, en una especial concepción de la persona que era posible porque Atenas, en la época de Pericles, era una comuni-
no tenía inconveniente en subordinar la vida privada a la vida pú- dad p e q u e ñ a (no mas de 400.000 habitantes de los que la mitad eran
blica o en entender, con palabas de Aristóteles, que «la virtud del in- esclavos). La pequenez de la polis era una condición, no sólo real,
dividuo es la virtud del ciudadano», es decir, que la mejor manera de sino explícitamente considerada como indispensable para que la de-
realizarse como individuo es dedicándose a los asuntos públicos. mocracia participativa prosperara. Otro requisito era la a u t o n o m í a
Aristóteles, en su Política, analiza con detalle la organización del po- de la ciudad, su independencia con respecto a otras ciudades para
80 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO 81

poder organizarse y estructurarse según su idiosincrasia y conve- aristocracia en oligarquía, la república en democracia y ésta en de-
niencia. Pero hay otro punto que, de n i n g ú n modo, puede ser obvia- magogia. Aun así, es preferible la democracia a la oligarquía o a la
do. De hecho, los ciudadanos atenienses —o de cualquier democra- tiranía, pues —confiesa Aristóteles— la democracia es «el m á s so-
cia griega—- eran, dentro de la ciudad, una minoría. Las mujeres portable de los malos gobiernos».
carecían de estatuto de ciudadanas, igual que los extranjeros —me-
tecos— y los esclavos. Formaban, pues, el demos —el pueblo con fa-
cultades para gobernar— los varones adultos, mayores de veinte
años y no extranjeros. Dicho de otra forma: la democracia y la es-
clavitud eran inseparables. Los esclavos, dedicados a la agricultura,
la minería, la industria y las tareas domésticas —^junto a las muje-
res— p e r m i t í a n que un p e q u e ñ o grupo de varones privilegiados fue-
ran «ciudadanos» y pudieran dedicarse a la actividad política. Cuan-
do Aristóteles habla de la libertad y la igualdad no considera que
mujeres, esclavos y extranjeros merezcan la consideración de libres
e iguales.
Pero hay m á s . La democracia no gusta a los fílósofos griegos.
Platón, en La República, la rechaza, a favor de una estructura je-
rárquica, donde la igualdad no es necesaria y el gobierno está en
manos de los sabios. E l mismo Aristóteles considera que el gobier-
no perfecto es la aristocracia, si bien ve los peligros que ésta entra-
ñ a y se decanta por la democracia, pero como mal menor, sin en-
tusiasmo. Lo que lleva a estos filósofos a despreciar la democra(na
son dos cosas. En primer lugar, la desilusión por el deterioro de la
democracia ateniense tras la derrota del Peloponeso. Platón es tes-
tigo de la degeneración de la democracia en tiranía. Pero hay una
segunda r a z ó n m á s teórica para rechazar la democracia, la cual
pervive luego en la época moderna: el gobierno de los muchos no
es fíable. E l control de lo público debería estar en manos de la m i -
noría realmente cualificada, con habilidad, saber y experiencia
para decidir lo m á s conveniente para todos. Por eso, la aristocracia
—el gobierno de los aristos, los mejores— es vista por todos como
el ideal.
Un ideal a todas luces imposible puesto que todos los regímenes
anuncian su degeneración: la m o n a r q u í a degenera en tiranía, la
EL REPUBLICANISMO Y LA
DEMOCRACIA PARTICIPATIVA

La tradición republicana tiene su origen m á s remoto e impreciso


en las ideas aristotélicas y, m á s directamente, en las experiencias de
la Roma republicana y la República de Venecia. Del republicanismo
encontramos diversas interpretaciones, en el Renacimiento florenti-
no de Guicciardini y Maquiavelo. Se extiende y reformula, a lo largo
de los siglos XVII y xviii, especialmente, en Inglaterra y Estados Uni-
dos. Mantiene las ideas clásicas de que el hombre es un animal so-
cial y político, que debe vivir en asociación, y que el hombre bueno
es el buen ciudadano. Los republicanos sostienen que el mejor siste-
ma político es el que defiende la igualdad de los ciudadanos ante la
ley y no excluye la participación del pueblo en el gobierno. La virtud
cívica es esencial para el buen funcionamiento de la república, si
bien ésta se ve constantemente amenazada por la tendencia de los lí-
deres o del pueblo a corromperse y por los constantes conflictos po-
líticos. Un elemento peculiar del republicanismo es la convicción de
que los intereses del pueblo no son h o m o g é n e o s n i idénticos —exis-
ten los pocos, aristócratas, y los muchos—. Por ello hay que elabo-
rar una constitución que equilibre y refleje todos los intereses, y u n
gobierno mixto, con elementos de democracia, de aristocracia y de
monarquía.
La república romana, con su sistema de cónsules, tribunos y se-
nado fue el ¡modelo m á s claro de la república. También Maquiavelo
84 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO 85

piensa que el mejor gobierno es el que sabe combinar elementos de dado que el hombre, por naturaleza, tiende a quererse sólo a sí
la m o n a r q u í a , la democracia y la aristocracia. E l fin de la política mismo.
—siempre según Maquiavelo— es conciliar dos objetivos: instaurar un En el siglo xvil, la Constitución inglesa y ordenamiento compues-
estado y mantenerlo. Para el segundo fin, la democracia es necesa- to por la m o n a r q u í a , la C á m a r a de los Lores y la C á m a r a de los Co-
ria, mientras que para el primero es u n estorbo. Como la mayoría de munes constituyen el paso a la democracia representativa y el des-
los pensadores griegos, Maquiavelo teme la tendencia de la demo- vanecimiento de los regímenes republicanos clásicos. Poco a poco,
cracia a convertirse en tiranía. Dadas, a d e m á s , las condiciones de distintos acontecimientos unidos al significado que adquieren los
inestabilidad y conflicto constantes en Europa, considera necesaria partidos radicales, como los whigs ingleses, van oponiendo al repu-
la existencia de un buen déspota que imponga una visión de estado blicanismo aristocrático un republicanismo m á s democrático. Ya no
y de sociedad con el fin básico de mantener la estabilidad y la segu-
se piensa, como en Atenas, que el pueblo debe gobernar, pero sí que
ridad. En los Discursos explica Maquiavelo cómo, al desaparecer la
los gobernantes deben representar al m á x i m o todos los intereses de
generación que creó la democracia en Atenas, surgió una situación
los gobernados. E l republicanismo democrático no les teme a «los
caótica por la incapacidad de evitar la arrogancia de las clases supe-
muchos» —que es lo propio de los aristócratas—, sino a «los pocos»
riores. Una situación
que detentan el poder y que acaban defendiendo sus propios intere-
ses y no el bien público. La aristocracia natural sólo puede repre-
en la que no se mostraba ningún respeto ni por el individuo ni por el ofi- sentarse a sí misma. H a b r á que arbitrar otro sistema para que todas
cial y en la que, como todo el mundo hacía lo que quería, se cometían las clases estén representadas.
constantemente todo tipo de atrocidades. El resultado era inevitable. Ya La idea de representación va tomando cuerpo en cuanto empie-
fuera por la sugerencia de algún buen hombre o debido a que de alguna za a desaparecer la política de dimensiones reducidas. Ya en Roma,
forma tenían que librarse de esta anarquía, se restableció de nuevo un al ciudadano se le hace difícil acudir a las asambleas porque vive a
principado. Y a partir de ahí, se volvió, paso a paso, a la anarquía, a tra- una distancia demasiado grande, de forma que la asamblea se va
vés de transiciones... Este es, pues, el ciclo por el que pasan todas las re- transformando en un cuerpo representativo, si bien la representa-
públicas, ya se gobiernen ellas mismas o sean gobernadas (Discursos so- ción no es nada real. Es en la Inglaterra del siglo xvii donde los pu-
bre la primera década de Uto Livio). ritanos y los llamados «niveladores» (Levellers) empiezan a mani-
festarse por la ampliación del sufragio y el derecho al voto. Locke,
E l realismo político de Maquiavelo concibe al ser humano como en su Ensayo sobre el gobierno civil habla, en el mismo sentido, de
egoísta, vago, receloso, incapaz de adquirir la virtud necesaria para la posibilidad de que la mayoría otorgue su consentimiento al go-
que la convivencia fiincione. Sólo activando dos mecanismos insti- bierno. Pero t e n d r á que pasar u n siglo para que la representación
tucionales será posible conseguir el afianzamiento de la virtud. Son deje de ser estamental. Y m á s de dos para que incluya también a
tales mecanismos la religión y la ley. Dos maneras de atar a los las mujeres. No obstante, las voces teóricas a favor de la represen-
hombres y obligarles a considerar los intereses de la comunidad tación ya no cesaron. Montesquieu, en Del espíritu de las leyes, afir-
por encima de los intereses individuales. Este problema será cen- ma que, en un estado de gran t a m a ñ o , sólo es posible legislar a tra-
tral en toda la modernidad: el problema de conseguir que los inte- vés de representantes de los ciudadanos:
reses privados y los públicos resuelvan su natural antagonismo.
86 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

Puesto que en un estado libre todo hombre considerado como posee-


dor de un alma libre debe gobernarse por sí mismo, sería preciso que el
pueblo en cuerpo desempeñara el poder legislativo. Pero como esto es
LIBERALISMO Y SOCIALISM
imposible en los grandes estados, y como está sujeto a mil inconvenien-
tes en los pequeños, el pueblo deberá realizar por medio de sus repre-
sentantes lo que no puede hacer por sí mismo (Del espíritu de las leyes).

A principios del xix, el autor francés Destutt de Tracy dice rotun-


damente que:

la representación o gobierno representativo debe ser considerado un


buen invento, desconocido en la época de Montesquieu (...) La demo-
cracia representativa (...) es la democracia que se ha vuelto practicable Ei estado, como u n ó r g a n o de poder impersonal e independiente de
durante un largo período y en un vasto territorio (Comentario sobre «El gobernantes y gobernados, aparece en el siglo xvi. En la Edad Me-
espíritu de las leyes» de Montesquieu). dia, el poder eclesiástico está a ú n por encima del poder secular: la
ciudad de Dios domina y orienta a la ciudad de los hombres. Es
Asimismo, James M i l i decía en 1820 que «el sistema de la repre- la Reforma protestante la que empieza a cuestionar la autoridad
sentación era el gran descubrimiento de los tiempos modernos» y papal y eclesiástica para los asuntos seculares. E l individuo, conce-
que quizá en él «pueda hallarse la solución a todas las dificultades bido, desde la religión cristiana, como servidor de Dios, empieza a
especulativas y prácticas». ser consciente de su soledad, ante Dios y ante los otros hombres.
Pero la democracia representativa no tardó en hacer notar sus La función del estado será, básicamente, la protección del indi-
propios fallos. La necesidad de crear una serie de instituciones pol> viduo.
ticas que hicieran frente a los problemas y necesidades de los ciuda- El individuaUsmo moderno, ese giro copernicano del pensamien-
danos se fue complicando en una burocratización que t e n d e r á a to, es la base de la tradición liberal que empieza con Hobbes y Loc-
servirse sólo a sí misma. Por lo mismo, el gobierno y los distintos ke. Aunque, como se ha visto, no existe a ú n una representación de-
poderes políticos se fueron alejando del demos y perdiendo contacto m o c r á t i c a real, la insafisfacción teórica y práctica hacia los estados
con los ciudadanos. Hoy, este alejamiento de la actividad política si- absolutistas y la defensa de las libertades frente al poder tiránico es
gue siendo rmo de los problemas fundamentales, que lleva a algunos una aspiración de toda la filosofía política a partir del siglo xvi. Para
pensadores utópicos e idealistas a abogar de nuevo por la vuelta a Locke, la r a z ó n de ser del gobierno es la protección de los ciudada-
u n tipo de democracia participativa, donde la comunidad de ciuda- nos y de sus derechos que son, fundamentalmente, tres: la vida, la l i -
danos sea mucho m á s real. bertad y la propiedad. El estado debe ser constitucional, lo que lue-
go se l l a m a r á «estado de derecho», un estado que se da a sí mismo
una constitución y la respeta, y que distingue y separa el poder eje-
cutivo del poder legislativo que posee el pariamento. La separación
88 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO 89

de poderes —que luego ratificará y desarrollará Montesquieu— es Otros: «La única libertad que merece este nombre es la de buscar
importante porque, como escribe Locke, nuestro propio bien a nuestra manera, siempre y cuando no intente-
mos privar de sus bienes a otros o frenar sus esfuerzos para obte-
s e r í a u n a t e n t a c i ó n d e m a s i a d o fuerte p a r a la d e b i l i d a d h u m a n a , que t i e - nerla» (Sobre la libertad, p. 35).
ne t e n d e n c i a a aferrarse a l poder, c o n f i a r l a tarea de ejecutar las leyes a Pero, como se ha visto ya, el liberalismo o el origen de la demo-
las m i s m a s personas que t i e n e n la m i s i ó n de hacerlas. E l l o d a r í a l u g a r a cracia representativa tienen muchas deficiencas: el sufragio es cen-
que eludiesen la o b e d i e n c i a a esas m i s m a s leyes hechas p o r ellos, o a sitario, no universal; se considera suficiente que voten los censados
que las redactasen de a c u e r d o c o n sus intereses p a r t i c u l a r e s , l l e g a n d o como contribuyentes, es decir, los propietarios, y no está reconocido
p o r ello a que esos intereses fuesen d i s t i n t o s de los d e l resto de la co- el derecho de asociación para defender determinados intereses o
m u n i d a d , cosa c o n t r a r i a a l a finalidad de l a s o c i e d a d y d e l g o b i e r n o (En- ideas en forma de partidos o sindicatos. D e m ó c r a t a s convencidos
sayo sobre el gobierno civil, X I I , 143). como Madison, Paine, Jefferson, Tocqueville o Stuart M i l i defendie-
ron, sin embargo, votos desiguales que protegieran a determinadas
Como se ha visto ya en el primer capítulo, con la modernidad la minorías. El miedo a los muchos, a lo que Tocqueville Uama la «ti-
vida prívada de los individuos va ganando terreno e importancia. La ranía de las mayorías», es insuperable. También Stuart M i l i teme
política está para permitir y garantizar la realización de los fines pri- esa tiranía porque desconfía del pueblo. Por ello pide que valga m á s
vados de cada cual. Ello hace a los ciudadanos sujetos de derechos, el voto de los sabios.
pero también de una serie de obUgaciones hacia la colectividad. E l Si el primer liberalismo no merece a ú n el nombre de «democra-
gobierno constitucional —dirá Montesquieu— es el encargado de cia», a medida que se va reconociendo el pluralismo de intereses y se
proteger la constitución y su desarrollo —las leyes— y de proteger, da entrada a los grupos intermedios entre los individuos y el estado,
en consecuencia a los individuos. Es preciso que «el poder sea u n se consolida la democracia liberal: u n estado m á s de derecho — m á s
control para el poder». Lo cual se logrará sólo por el procedimiento protector de las libertades individuales— que el estado meramente
de separar los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. Nadie " liberal.
p o d r á abusar dei poder porque siempre alguien se lo impedirá o lo Por otra parte el final del siglo x i x es testigo de una evolución so-
castigará si lo hiciere. cial de las democracias liberales. E l precedente de la tradición
Los utilitaristas, con Bentham y Stuart Mili a la cabeza, afianzan socialista o socializante es, sin duda, Rousseau. Como lo es asimismo
la idea del estado protector del individuo: un estado interventor para del peUgro de degeneración de la democracia en totalitarismo. La
hacer realidad lodo lo socialmente útil (de a h í la d e n o m i n a c i ó n de convicción de que la soberanía es del pueblo lleva a Rousseau a con-
«utilitaristas») o lo destinado a hacer feliz a la mayoría de los ciuda- siderar inadmisible la representación d e m o c r á t i c a y a abogar p o r
danos. Los fines del gobierno deberían ser, según Bentham, «pro- una democracia directa: «La soberanía no puede ser representada». Una
porcionar el sustento, producir abundancia, favorecer la igualdad y democracia —digámoslo todo— para la que el filósofo ginebrino
mantener la seguridad». Stuart M i l i , defensor a c é r r i m o de la liber- veía un espacio adecuado en una república no industrializada y pe-
tad individual, rechaza radicalmente el poder absoluto y la concep- queña como la de Ginebra. Para Rousseau, la democracia debe sig-
ción de u n estado sobredimensionado y, en definitiva, «paternalis- nificar, sobre todo, autogobierno. Su concepción del teórico «con-
ta». Al individuo se le puede permitir todo, salvo que haga d a ñ o a trato social» es distinta de la de sus c o n t e m p o r á n e o s liberales. En
90 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO 91

lugar de partir del supuesto de que el hombre es egoísta y necesita la es radical: una democracia burguesa en la que el estado no logrará
sociedad para vivir en a r m o n í a , Rousseau piensa que el hombre es nunca servir a los intereses de todos los ciudadanos porque el poder
bueno en estado asocial y la sociedad lo pei*v¡erte, pero lo hace ne- económico lo impide. En un estado liberal dominado por la econo-
cesariamente, no es posible n i conveniente volver atrás. Lo que debe mía de mercado, la sociedad se encuentra dividida en clases con i n -
conseguirse, entonces, es cambiar al hombre, de forma que no exis- tereses contrapuestos. Marx, gran admirador de Hegel, da un vuel-
ta un estado opuesto a una sociedad civil, sino m á s bien una socie- co, sin embargo, a la fílosofía hegeliana, afirmando que el punto de
dad con las preocupaciones públicas propias del estado. Dicho fín partida del análisis político no puede ser el individuo abstracto: «El
será realidad si consigue instaurarse la «voluntad general», la cual hombre no es un ser abstracto situado fuera del m u n d o » . No se en-
es, a la vez, creación y limitación del ciudadano, puesto que sale de tiende la relación real entre las personas si no se tiene en cuenta la
él, pero limita aquellos intereses y apetencias capaces de estorbar la división y la lucha de clases: una clase de no productores vive de
empresa pública. También el gobierno es limitado y controlado por la producción de otros. Los que tienen el control de los medios de pro-
la «voluntad general». ducción —los propietarios— forman la clase dominante o gober-
Como todos los socialistas, Rousseau está convencido de que la nante económica y políticamente. La explotación sólo desaparecerá
libertad sin igualdad es u n engaño, aunque la igualdad absoluta no si desaparece el capitalismo que, por otra parte, está destinado a pe-
es buena. Se trata sólo de promover aquella igualdad necesaria para recer víctima de sus propias contradicciones. Sólo en clave econó-
que todos los individuos puedan ser realmente libres. Convicción mica es comprensible y criticable la política.
puramente teórica pues tampoco Rousseau se muestra sensible ha- La organización obrera y sindical es la estrategia necesaria para
cia la inclusión de las mujeres en la vida pública. Al contrario, abo- que los intereses generales, que son los de la clase obrera, puedan
ga por su exclusión e incluso la argumenta y da razones: las mujeres ser defendidos. La democracia liberal ha fracasado como medio
no son capaces de pensar y actuar con sensatez porque son víctimas para crear las condiciones necesarias para la libertad y la igualdad.
de «pasiones i n m o d e r a d a s » . Por ello necesitan la guía y la protec- Porque, para Marx, el gobierno democrático es imposible en una so-
ción masculina. ' ciedad capitalista. El estado, de hecho, no puede representar a todo
La evolución social de la democracia se producirá, sin embargo, el mundo porque tiene que defender la propiedad privada de los me-
gracias a la presión de organizaciones políticas y sindicales que re- dios de p r o d u c c i ó n y la exclusión de muchos de esa propiedad. Tal
claman m á s igualdad real. Los derechos fimdamentales dejarán de es la base de la economía capitalista que es, a la vez, el sustento de
estar polarizados en torno al derecho a la libertad —una libertad vir- la política. En consecuencia, las democracias liberales no pueden
tual o formal— y c o b r a r á n importancia los derechos socioeconómi- defender m á s que una libertad formal, irreal, no se preocupan de
cos: el derecho al trabajo, a la seguridad social, a una vivienda dig- una libertad igual para todos. Dicha igualdad sólo será posible por
na, a la educación. El estado se volverá m á s intervencionista para la democratización completa de la sociedad.
poder garantizar tales derechos: es el llamado «estado de bienestar». Para que haya m á s igualdad, pues, tiene que haber m á s demo-
También se volverá m á s defícitario puesto que el gasto y las deman- cracia, lo que parece una tautología. Si esto es posible —para Marx
das de los ciudadanos serán cada vez mayores. no sólo lo era, sino que lo vio como inevitable—la sociedad avanza-
Son JVIai-x y Engels quienes marcan u n hito irreversible en el rá hacia el comunismo. Antes h a b r á que pasar por una fase de «dic-
avance del pensamiento socialista. Su crítica a la democracia liberal tadura del proletariado» o control d e m o c r á t i c o del estado y la socie-
92 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

dad por parte de los no propietarios (en la acepción de Marx, no de


Lenin, que hizo de la dictadura «democrática» que Marx quería una
dictadura sin más). El comunismo debía ser u n estado donde, según
ESCÉPTICOS Y REALISTAS
Marx, «el libre desarrollo de cada uno» fuera compatible con «el l i -
bre desarrollo de todos». Un estado que significara el fin de todos los
aparatos opresores: el estado, el derecho, la moral, el fin de la polí-
tica misma que dejaría de ser necesaria. U n estado que expresaría
cabalmente lo que el fílósofo polaco y crítico del marxismo Lezek
Kolakowski llamó «el mito de la autoidentidad h u m a n a » , el mito de
la identificación del estado y la sociedad civil, un mito en el que,
como acabamos de ver, t a m b i é n creyó Rousseau.

No sólo el socialismo radical desconfía de las democracias reales.


Otras posturas m á s conservadoras, pero no menos críticas, se pro-
nuncian, durante la primera mitad del siglo xx, contra una demo-
cracia real cuyas deficiencias la alejan cada vez m á s de la perfección
deseada.
Uno de los críticos del poder político, en general, y de la demo-
cracia como forma de dicho poder, es el sociólogo Max Weber. Críti-
co, a su vez, de las posturas marxistas, Weber desarrolla en su
Economía y sociedad y en su célebre ensayo «La política como voca-
ción», una de las críticas m á s duras y realistas al poder del estado.
Frente a Marx, Weber no cree en la tesis de que el estado moderno
sea u n producto del capitalismo. Más bien, por el contrario, el esta-
do moderno ha contribuido a promover el desarrollo de la e c o n o m í a
capitalista. E l estado y la religión, calvinista en concreto, cuyo men-
saje moral fue idóneo para la evolución de lo que Weber llamó «el
espíritu del capitalismo».
El capitalismo, según Weber, ha hecho realidad uno de los fenó-
menos m á s característicos de la a d m i n i s t r a c i ó n moderna: la buro-
cratización. La burocracia, llamada por el propio Weber «jaula de
hierro» de la población, esclerotiza y hace imposible cualquier pro-
ceso de cambio y de mejora. La burocracia no es otra cosa que el re-
sultado de una racionalización excesiva, el precio que hay que pagar

I
94 INTRODUCCIÓN A LA iFILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y E L ESTADO DE DERECHO 95

por vivir en un mundo técnica y e c o n ó m i c a m e n t e desarrollado. E l Schumpeter entiende que la democracia es una especie de «merca-
precio de la llamada «modernización» que poco tiene que ver, m u - do»: un m é t o d o político para tomar decisiones confiriendo a ciertos
chas veces, con el auténtico progreso humano. individuos la capacidad para hacerlo como consecuencia del éxito
Además de estar instalado en una burocracia que hace del estado que han obtenido en la b ú s q u e d a del voto. La lucha política se con-
una organización rígida, impersonal y deshumanizada, otra caracte- vierte, así, en una lucha electoral entre líderes rivales organizados en
rística del estado es el monopolio de la violencia. E l estado es el úni- partidos.
co poder que no sólo monopoliza el uso de la violencia en u n terri- La descripción fría y realista de Shumpeter priva a la democracia
torio dado, con el fín de mantenerlo en orden, sino que lo hace de sus ideales clásicos: la libertad, la igualdad, la justicia. Sólo respe-
legítimamente. Con un realismo a la postre simplista, Weber pone, ta el derecho de los ciudadanos a escoger y autorizar a u n gobierno
así, de manifiesto los lados m á s oscuros y rechazables de u n poder para que tome las decisiones que crea oportunas y lo haga en nom-
político víctima de su propia expansión y desarrollo. bre de todos. La democracia es, fxindamentalmente, u n procedi-
Las instituciones democráticas, ya extendidas y consolidadas en miento para tomar decisiones, independientemente de cuál sea el
tiempos de Weber, sufi-en asimismo el deterioro de la burocratiza- contenido de las mismas. No pertenece a la esencia de la democracia,
ción. La extensión del sufiragio hizo necesaria la proliferación de por ejemplo, la justicia social. Sólo la rectitud del procedimiento le-
asociaciones políticas o partidos, los cuales, al principio, debían ac- gitima a u n gobierno determinado. Pese a esa postura defensora de
tuar como mediadores entre el poder político y los ciudadanos. De una democracia puramente formal, Schumpeter no rechazaba, por
hecho, sin embargo, los partidos se convierten necesariametne en otro lado, el socialismo como una cierta planificación de recursos.
una «empresa de interesados». Son organizaciones, aparatos, cada Dicho de otra forma, hay que olvidarse de que la democracia sig-
vez m á s complejos y presos en las redes de su propia organización nifica «gobierno del pueblo» o «autogobierno». Más bien hay que
interna. Medios para competir entre sí y ganar elecciones, m á s que decir que «el pueblo tiene la capacidad de aceptar o rechazar a las
mediadores entre la política y la sociedad. La evolución de los parti- personas que puedan gobernarle». Algo parecido dijo Popper cuan-
dos hace que el parlamento también se desvirtúe y los representan- • do se refirió a la democracia como la posibilidad de derrocar a un
tes del pueblo, los parlamentarios, se conviertan «por lo general, en gobierno y poner otro. Los políticos, en efecto, «comercian con vo-
unos borregos perfectamente disciplinados» («La política como vo- tos», de igual modo que los hombres de negocios comercian con
cación»). Todo ello repercute, a su vez, en la pasividad del electora- cualquier mercancía. La única forma de participación política de los
do. La sociedad se ve dividida en una m i n o r í a de ciudadanos políti- ciudadanos es el voto. Los votantes «deben respetar la división del
camente activos, y una mayoría de ciudadanos pasivos que, como trabajo entre ellos y los políticos elegidos. No deben retirar la con-
mucho, acuden a las urnas a votar periódicamente, para desenten- fianza tan fácilmente entre una y otra elección y deben comprender
derse luego de toda actividad política. El «desencanto» —palabra que, una vez han elegido a u n individuo, la política ya no es asunto
que usa, por primera vez, Max Weber— se apodera de los individuos que suyo» (op. cit.). Visión que encierra dos peligros totalmente ciertos:
no pueden recuperar la magia de la existencia. el ganar votos es el único móvil del político, y el ciudadano siente
Otro brillante analista del funcionamiento de las democracias que la política se aparta de sus preocupaciones reales.
reales es el economista austríaco J. A. Schumpeter, especialmente en En el fondo de tales posturas —la de Schumpeter y la de Weber—
su libro m á s célebre: Capitalismo, socialismo y democracia (1942). existe una desconfianza hacia el pueblo que no puede ser soberano,
96 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

porque es ignorante e incapaz de juicios sensatos. Ya hemos visto


que esta idea, concomitante con el origen de la democracia en Ate-
nas, se repite a lo largo de la historia del pensamiento. No sólo Pla-
LA DEMOCRACIA
t ó n y Aristóteles ven la democracia como el régimen menos malo.
También Tocqueville o Stuart M i l i son partidarios de votos de cali-
Y EL ESTADO DE BIENESTAR
dad y desconfian de la capacidad —o de la voluntad— de la gente
por conocer e interesarse por el bien c o m ú n . Schumpeter desecha
la misma idea de bien c o m ú n . En su opinión ese bien c o m ú n sobre
el que «todos estarían de acuerdo o a c a b a r í a n estando de acuerdo
por la fuerza del argumento racional» es peligrosa y engañosa. La
verdad es que las preferencias de los individuos son distintas y va-
riadas y es imposible aunarlas todas en un supuesto «bien común» o
«interés general». La voluntad general rousseauniana es una cons-
La democracia es el mejor régimen que la humanidad ha sido capaz
trucción social que no deriva tanto de la fuerza de la r a z ó n como de
de inventar. Es, sin embargo, u n r é g i m e n lleno de imperfecciones,
otros elementos inevitables y omnipresentes en la economía de mer-
teóricas y prácticas. Hemos visto algunas de ellas: las derivadas de la
cado: la publicidad manipula a las personas y las lleva a donde inte-
crítica m á s radical y las derivadas de posturas m á s liberales. Son
resa al mercado.
críticas con fundamento, pero incapaces de acabar con la idea de
que la democracia es, pese a todo, la foma de gobierno m á s progre-
sista, la que cuenta con m á s controles capaces de i r limando todas
las imperfecciones y corrupciones.
Fiel a esta idea, la segunda mitad del siglo xx, después de la se-
gunda guerra mundial, se caracteriza por el afianzamiento y conso-
lidación de las democracias. La caída del muro de Berlín, en 1988,
acaba con el p e r í o d o del llamado «socialismo real» en los países de
la Europa del Este, una triste experiencia que entierra definitiva-
mente los ideales comunistas. O, por lo menos, el intento de llevar-
los a la práctica desde directrices políticas totalitarias y anticapita-
hstas. Las democracias actuales se caracterizan por el respeto al
estado constitucional y al gobierno representativo, así como por la
concepción del estado como medio para la distribución y p r o m o c i ó n
del bien colectivo. De hecho, tal concepción del estado es la propia
de la llamada «socialdemocracia», la rama m á s liberal del socialis-
mo. Si bien la socialdemocracia sigue ocupando u n extremo del es-
pectro ideológico de este fin de siglo, mientras al otro extremo se si-
1
98 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO 99

t ú a n las ideologías m á s liberales y conservadoras, lo cierto es que el guiente apartamiento del estado de asuntos en los que no tiene por
modelo del estado de bienestar se introdujo con tal fuerza en las po- qué intervenir, d a r á como resultado una sociedad m á s justa.
líticas democráticas que es muy difícil ya renunciar siquiera a los La teoría de la justicia de John Rawls es totalmente opuesta a la
m í n i m o s de dicha concepción. de Nozick, que es, en realidad, una reacción ultraconservadora con-
No obstante, en la teoría siguen distinguiéndose dos modelos de ta la Teoría de la justicia de Rawls. Rawls piensa que lo que él llama
estado opuestos: el «estado de bienestar» que defiende la distribu- una «sociedad bien ordenada» comparte un ideal de justicia que se
ción de los bienes básicos, mediante políticas públicas adecuadas, y resume en tres principios fundamentales: 1) libertad igual para to-
el llamado «estado mínimo» que pretende privar al estado de toda dos; 2) igualdad de oportunidades; 3) principio de la diferencia, con-
otra función que no sea la mera protección de las libertades indivi- sistente en repartir los bienes básicos con el criterio de dar m á s a
duales. En la práctica, es difícil el desmantelamiento total del esta- quienes menos tienen. Estos principios cree Rawls que serían asu-
do de bienestar o «estado providencia», pese a que hoy este modelo midos por todos los individuos si pudieran olvidarse de sus situa-
está pasando por grandes dificultades. Los ciudadanos, acostumbra- ciones de hecho —situaciones de privilegios y desigualdades— y lle-
dos ya a recibir lo básico, no lo permitirían. Existe, pese a todo, una gar a u n acuerdo sobre el tipo de sociedad en que todos querrían
tendencia neoliberal o ultraliberal que apunta hacia ese desmantela- vivir Para explicarlo, Rawls elabora una complicada teoría filosófi-
miento. Quizá los mejores representantes teóricos de ambos mode- ca del contrato social adaptada a nuestro tiempo. Lo que se propo-
los son los filósofos norteamericanos Robert Nozik, autor del libro ne, a través de ella, es demostrar que la justicia debe entenderse
Anarquía, estado y utopía, y John Rawls, autor de la Teoría de la jus- como la puesta en práctica de los tres principios mencionados. Tres
ticia. principios que deben hacer suyos las instituciones democráticas
Robert Nozick es un «anarquista» en el sentido conservador y —^la constitución, el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial— con
norteamericano del término, no en su vieja acepción europea. Su el fín de i r mejorando la justicia social. En lugar de creer como No-
anarquismo consiste en la voluntad de acabar con el estado o dejar- zick, que la libertad es el ú n i c o derecho que el estado debe proteger,
lo reducido a su expresión m á s m í n i m a . Lo que se denomina un «es- Rawls piensa que no hay libertad igual para todos si, al mismo tiem-
tado-policía» con la única función de proteger a los individuos y sus po, no se trabaja a favor de una mayor igualdad. A tal fin van dirigi-
propiedades. No cree que sea el deber de u n estado justo la redistri- dos sus segundo y tercer principios de la justicia: una igualdad de
bución de la riqueza o de aquellos bienes considerados por todos oportunidades que debe atender al criterio marcado por el principio
como básicos: educación, sanidad, seguridad social, trabajo. Piensa, de la diferencia: dar m á s a quienes menos tienen.
por el contrario, que es injusto privarle al que trabaja de todo el fru-
to de su trabajo para, por la vía fiscal, dárselo a quien carece de tra-
bajo o prefiere no trabajan La idea de la justicia de Nozick es fiel a
la m á x i m a propia de las teorías del laissez-faire: «A cada cual según
sus méritos». Radicalmente rechaza el supuesto de que todos los in-
dividuos tienen unos derechos íntimos que deben ser satisfechos por
el poder político. Fiel a la creencia de Adam Smith en la «mano in-
visible», Nozick da por supuesto que el neoliberalismo y el consi-
LOS PROBLEMAS
DE LA DEMOCRACIA

Veamos, para concluir cuáles son, muy e s q u e m á t i c a m e n t e , los pro-


blemas que tienen planteados las democracias actuales. Problemas
derivados todos ellos de la deficiencias que se han venido conside-
rando a lo largo de este capítulo, de la mano de los teóricos de la de-
mocracia m á s sobresalientes del pensamiento occidental.

a) La razón de estado. Las democracias se fundamentan en el


llamado «estado de derecho»: un estado que defiende, ante todo, los
derechos de los individuos. Ocurre, sin embargo, que la política tie-
ne una tendencia a actuar de acuerdo con razones e intereses que
ella ha creado y que pueden i r contra los derechos de los ciudada-
nos. A eso se llama, e n g a ñ o s a m e n t e , «razón de estado»: la razón que
consiste en anteponer u n supuesto bien de la comunidad al bien del
individuo, o ciertos ideales políticos a los derechos individuales. La
mayoría de conflictos bélicos de signo nacionalista responden a esa
tendencia. Por otro lado, cualquier poder político, incluidas las de-
mocracias, necesita mantener, por motivos de seguridad, ciertas zo-
nas secretas y opacas a la luz pública: fondos reservados, centros de
inteligencia. La utilización de esos medios no debería convertirse
nunca en un fín en sí mismo ni debe prevalecer cuando claramente
viola derechos individuales. La m á x i m a «el fin no justifica los me-
dios» debe ser un principio invulnerable en una democracia. Tradu-
102 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y EL ESTADO DE DERECHO 1 03

cido al lenguaje corriente significa: no todo vale como medio para la sante de este problema, de la que no están inmunes otras organiza-
seguridad. La seguridad es un valor y un derecho, sin duda, pero ciones no públicas, incluso organizaciones con fines benéficos. E l
cuya defensa no permite nunca obviar otros derechos igualmente sistema de partidos políticos, insustituible hasta ahora, está mos-
fundamentales y respetables. Por ejemplo, el derecho al respeto a la trando asimismo graves deficiencias. Pero, hoy por hoy, los partidos
intimidad de las personas, el derecho a la vida o el derecho a la l i - son imprescindibles y, al parecer, irreemplazables. Los llamados
bertad de expresión o asociación. «movimientos sociales» m á s destacados en la segunda mitad de este
siglo: el ecologismo, el pacifismo y el feminismo, se presentaron
como alternativa a los partidos políticos y han acabado siendo reab-
b) La tiranía de las mayorías. La democracia consiste, básica-
sorbidos por las grandes fuerzas políticas. No obstante, los movi-
mente en u n procedimiento para tomar decisiones colectivas. Dicho
mientos sociales, en especial bajo la forma de organizaciones no gu-
procedimiento actúa a través del voto de los ciudadanos o de sus re-
bernamentales, siguen siendo, por ahora, la expresión de otra forma
presentantes igualmente elegidos por sufragio universal. Finalmente,
de hacer política menos oficial, distanciada del sistema electoral y
la decisión adoptada es la votada por la mayoría de ciudadanos o de
menos proclive a caer en una burocratización que resta eficacia y
representantes de la ciudadanía. Es decir, por aquellos partidos que
humanidad a las organizaciones.
tienen m á s electores. Tal procedimiento tiende a dejarse llevar por la
llamada «tiranía de la mayoría». Una tiranía, de algún modo, inevi-
table, pero no carente de peligros. Entre ellos cabe destacar dos: 1) d) El interés común y los intereses corporativistas. En repetidas
el derecho de las minorías a expresarse y a ser tenidas en cuenta se ocasiones, hemos usado, a lo largo de este capítulo, expresiones
ve seriamente mermado cuando son las mayorías las que siempre como «interés c o m ú n » , «bien c o m ú n » , «intereses generales». Todos
se imponen; 2) la mayoría no está en posesión de la razón, puede ellos relacionados, de algún modo, con la «voluntad general» rous-
equivocarse y decidir en contra de lo que sería el bien c o m ú n . No se seauniana. Los sociólogos sostienen que nuestra sociedad está orga-
olvide que Hitler llegó al poder como resultado de unas elecciones nizada «corporativamente», por lo que es muy difi'cil que el «interés
democráticas. La democracia puede volverse contra sí misma y que- común» prevalezca sobre los intereses «corporativos». Como decía-
dar anulada como consecuencia de unas elecciones. Éste es un pro- mos m á s arriba, los partidos y los sindicatos persiguen su propio in-
blema difícilísimo de resolver, pues ¿cómo se evita un resultado an- terés, pero no sólo ellos, t a m b i é n las empresas, las universidades, las
tidemocrático cuando todo parece indicar que la mayoría quiere ese mismas organizaciones no gubernamentales, tienen el peligro de
resultado? E l problema demuestra que la democracia no es única- perder de vista esa condición de «servicio público» que tales empre-
mente un procedimiento de elección de representates. La democra- sas deberían tener por encima de todo. El corporatívismo es el prin-
cia requiere de unos valores cuyo olvido produce el deterioro de cipal enemigo del interés c o m ú n .
todo el sistema.
e) El concepto de ciudadanía. La democracia nace en Grecia
c) El deterioro institucional. Los partidos políticos, el parlamen- cuando el individuo se concibe a sí mismo básicamente como ciu-
to y los sindicatos se han ido convirtiendo en organizaciones que se dadano, como sei-vidor de la polis. La república es la organización
sirven m á s a sí mismas que al público al que deberían servir. La bu- social dirigida a defender el bien c o m ú n de los ciudadanos para lo
rocratización que denunciaba Weber es, en buena medida, la cau- cual es preciso que éstos desarrollen una especial «cultura c m c a » .
104 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA LA DEMOCRACIA Y E L ESTADO DE DERECHO 105

Todos estos conceptos están hoy en desuso. La ciudadanía es u n de- y de la sanidad, el crecimiento de las prestaciones de desempleo, el
recho formal, reconocido por la constitución y por la ley positiva, encarecimiento de ciertas prestaciones que utilizan procedimientos
pero olvidado como conjunto de deberes políticos. El hecho de que de alta tecnología, como la sanidad, el envejecimiento de la pobla-
haya una democracia, m á s o menos perfecta, no implica necesaria- ción y aumento de los pensionistas, el decrecimiento de la natalidad
mente la educación d e m o c r á t i c a de los ciudadanos. La insolidaridad y la disminución consiguiente de los contribuyentes, todo ello obli-
y la intolerancia crecen como consecuencia de todos los fenómenos ga a pensar en m é t o d o s y procesos que reestructuren el modelo sin
derivados de las desigualdades económicas y sociales atin no supe- acabar con él. De una u otra manera, los ciudadanos, la sociedad ci-
radas. Conseguir que el individuo se conciba a sí mismo como ciu- vil h a b r á de intervenir m á s en aquellos cometidos que, hasta ahora,
dadano y a c t ú e como tal es algo que hay que proponerse como ob- eran casi exclusivos del estado.
jetivo de la educación en todos sus niveles.
h) La mundialización de la economía y de la política. Vamos,
f) La corrupción. No es un problema específico de la democra- cada vez m á s , a una globalización de los problemas. Casi nada se
cia, sino del poder en todas sus formas, que n i siquiera el poder puede resolver desde el aislacionismo, porque todo depende de me-
m á s difuso de las democracias es capaz de evitar. La tendencia a uti- didas que se toman m á s allá de los gobiernos nacionales o de fenó-
lizar bienes y privilegios públicos para fínes privados es natural en menos —como los movimientos financieros— que parecen desarro-
todo aquel que se dedica a gestionar y administrar lo público. A di- llarse de acuerdo con una inercia propia e independiente. Dicha
ferencia de lo que ocurre con la dictadura, en sí misma corrupta, la internacionalización contrasta gravemente con la m a r g i n a c i ó n de
democracia permite que los casos de c o r r u p c i ó n a ñ o r e n , se hagan los países subdesarrollados que no están en condiciones de compe-
públicos y sean castigados. Para evitar la corrupción, las democra- t i r con los m á s poderosos. Las diferencias entre el Norte y el Sur la
cias deben afínar sus procedimientos de control, respetar la división existencia de sociedades «duales» —en las que los ricos y satisfechos
de poderes y educar al ciudadano tanto en el autodominio —tam- viven sin inmutarse al lado de muchos pobres y excluidos de todo—,
bién hay corrupción ciudadana—, como en la exigencia frente a s u í el reconocimiento de la llamada «ciudad de los dos tercios», en la
representantes políticos. Todos los controles resultan insuficientes si que dos tercios de la humanidad vive en una pobreza casi extrema,
la persona no está convencida de que ciertas cosas no deben hacer- son realidades que obligan a poner en duda la vigencia de unos de-
se y tiene la voluntad formada para actuar en consecuencia. rechos fundamentales y la voluntad de actuar de acuerdo con ellos.
La mundialización, que debería ser u n movimiento hacia la integra-
g) La crisis del estado de bienestar. Aunque ya se ha visto que ción y la igualdad, da muestras de ir en el sentido contrario y de
existe una tendencia d e m o c r á t i c a neoliberal que rechaza el modelo afianzar las dominaciones de unos sobre otros.
del estado de bienestar, éste es tan inherente a la construcción de las Esta Hsta de los problemas de la democracia no hace sino confir-
democracias del siglo xx, que es difícil que pueda desaparecer E l es- mar lo que reconoce Robert Dahl en La democracia y sus críticos:
tado de bienestar está en crisis por una r a z ó n muy simple y a la vez «El triunfo de la idea de democracia no ha traído aparejado el triun-
terriblemente compleja: su extensión y universalización no hace fo del proceso democrático». Sigue ocurriendo lo que Platón y Aris-
m á s que aumentar el déficit p ú b h c o . E l estado ya no puede cargar tóteles no dejaron de temer nunca: que la democracia degenere en
con un peso económico mayor La universalización de la educación alguno de los sistemas autoritarios. Frente a los griegos, sin embar-

1
106 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

go, tenemos una ventaja: la democracia está mucho m á s extendida y


es m á s perfecta, en la medida en que reconoce la igualdad de m u -
chos m á s individuos. No aprovechar esas ventajas para potenciarlas
BIBLIOGRAFÍA
es algo que debe reprochárseles no sólo a los políticos sino a todos
los ciudadanos de los regímenes democráticos. No en vano, la de-
mocracia es el tínico sistema político que tiene como ideal el gobier-
no del pueblo.

Platón, La República I m m a n u e l K a n t , La paz perpetua


—, Las leyes Benjamin Constant, Escritos políticos
Aristóteles, Política Alexis de Tocqueville, La democracia
T h o m a s Hobbes, Leviatán en América
Ban.]ch de S p i n o z a , Tratado teológi- John Stuart Mili, Sobre la libertad
co-político —, Del gobierno representativo
J o h n Locke, Ensayo sobre el gobierno G e o r Wilhelm F. Hegel, Filosofía del
civil derecho
D a v i d H u m e , Ensayos políticos K a r l Marx, Manifiesto del partido co-
Jean-Jacques Rousseau, Discurso munista
sobre el origen y los fundamentos J o h n R a w l s , Teoría de la justicia
de la desigualdad entre los hombres Robert Nozick, Anarquía, estado y
—, Del contrato social utopía

Obras generales

Victoria C a m p s , ed.. Historia de la F e m a n d o V a l l e s p í n , ed., Historia de


ética, Crítica, B a r c e l o n a . la teoría política. Alianza, Ma-
Salvador Giner, Historia del pensa- drid.
miento social, Ariel, B a r c e l o n a .
APÉNDICES:
ANTOLOGÍA DE TEXTOS
1. TUCÍDIDES, LA ORACIÓN
FÚNEBRE DE PERICLES*

LIBRO I I

35. La mayoría de los que a q u í han hablado anteriormente, elogian


al que a ñ a d i ó a la costumbre el que se pronunciara p ú b l i c a m e n t e
este discurso, como algo hermoso en honor de los enterrados a con-
secuencia de las guerras. Aunque lo que a m í me parecería suficien-
te es que, ya que llegaron a ser de hecho hombres valientes, t a m b i é n
de hecho se patentizara su fama como ahora mismo veis en torno a
este t ú m u l o que p ú b l i c a m e n t e se les ha preparado; y no que las vir-
tudes de muchos corran el peligro de ser creídas según que un solo
hombre hable bien o menos bien. Pues es difícil hablar con exacti-
tud en momentos en los que difícilmente está segura incluso la apre-
ciación de la verdad.
Pues el oyente que ha conocido los hechos y es benévolo, pensa-
rá quizá que la exposición se queda corta respecto a lo que él quiere
y sabe; en cambio quien no los conoce pensará, por envidia, que se
está exagerando, si oye algo que está por encima de su propia natu-
raleza. Pues los elogios pronunciados sobre los d e m á s se toleran
sólo hasta el punto en que cada cual t a m b i é n cree ser capaz de rea-
lizar algo de las cosas que oyó; y a lo que por encima de ellos sobre-

* E n Historia de la Guerra del Peloponeso, Alianza Editorial, Madrid, 1989.


112 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLITICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 113

pasa, sintiendo ya envidia, no le dan crédito. Mas, puesto que a los por la oscuridad de su reputación. Gobernamos liberalmente lo re-
antiguos les pareció que ello estaba bien, es preciso que t a m b i é n yo, lativo a la comunidad, y respecto a la suspicacia recíproca referente
siguiendo la ley, intente satisfacer lo m á s posible el deseo y la ex- a las cuestiones de cada día, ni sentimos envidia del vecino si hace
pectación de cada uno de vosotros. algo por placer, ni a ñ a d i m o s nuevas molestias, que aun no siendo
36. Comenzaré por los antepasados, lo primero; pues es justo y al penosas son lamentables de ver Y al tratar los asuntos privados sin
mismo tiempo conveniente que en estos momentos se les conceda a molestarnos, tampoco transgredimos los asuntos públicos, m á s que
ellos esta honra de su recuerdo. Pues habitaron siempre este país en nada por miedo, y por obediencia a los que en cada ocasión desem-
la sucesión de las generaciones hasta hoy, y libre nos lo entregaron p e ñ a n cargos públicos y a las leyes, y de entre ellas sobre todo a las
gracias a su valor Dignos son de elogio aquéllos, y mucho m á s lo que están dadas en pro de los injustamente tratados, y a cuantas por
son nuestros propios padres, pues adquiriendo no sin esfuerzo, ade- ser leyes no escritas comportan una vergüenza reconocida.
m á s de lo que recibieron, cuanto imperio tenemos, nos lo dejaron a 38. Y t a m b i é n nos hemos procurado frecuentes descansos para
nosotros, los de hoy en día. Y nosotros, los mismos que a ú n vivimos nuestro espíritu, sirviéndonos de certámenes y sacrificios celebra-
y estamos en plena edad madura, en su mayor parte lo hemos en- dos a lo largo del año, y de decorosas casas particulares cuyo disfru-
grandecido, y hemos convertido nuestra ciudad en la m á s autárqui- te diario aleja las penas. Y a causa de su grandeza entran en nuestra
ca, tanto en lo referente a la guerra como a la paz. ciudad toda clase de productos desde toda la tierra, y nos acontece
De esas cosas pasaré por alto los hechos de la guerra con los que que disfrutamos los bienes que aquí se producen para deleite pro-
se adquirió cada cosa, o si nosotros mismos o nuestros padres re- pio, no menos que los bienes de los d e m á s hombres.
chazamos al enemigo, b á r b a r o o griego, que valerosamente atacaba, 39. Y t a m b i é n sobresalimos en los preparativos de las cosas de la
por no querer extenderme ante quienes ya lo conocen. En cambio, guerra por lo siguiente: mantenemos nuestra ciudad abierta y nun-
tras haber expuesto primero desde q u é modo de ser llegamos a ello, ca se da el que impidamos a nadie (expulsando a los extranjeros)
y con q u é régimen político y a partir de q u é caracteres personales se que pregunte o contemple algo —al menos que se trate de algo que
hizo grande, pasaré t a m b i é n luego al elogio de los muertos, consi- de no estar oculto pudiera un enemigo sacar provecho al verlo—,
derando que en el momento presente no sería inoportuno que esto porque confiamos no m á s en los preparativos y estratagemas que en
se dijera, y es conveniente que lo oiga toda esta asamblea de ciuda- nuestro propio buen á n i m o a la hora de actuar Y respecto a la edu-
danos y extranjeros. cación éstos, cuando todavía son niños, practican con un esforzado
37. Pues tenemos una Constitución que no envidia las leyes de los entrenamiento el valor propio de adultos, mientras que nosotros vi-
vecinos, sino que m á s bien es ella modelo para algunas ciudades que vimos plácidamente y no por ello nos enfrentamos menos a parejos
imitadora de los otros. Y su nombre, por atribuirse no a unos pocos, peligros. Aquí está la prueba: los lacedemonios nunca vienen a nues-
sino a los m á s , es Democracia. A todo el mundo asiste, de acuerdo tro territorio por sí solos, sino en c o m p a ñ í a de todos sus aliados; en
con nuestras leyes, la igualdad de derechos en las disensiones parti- cambio nosotros, cuando atacamos el territorio de los vecinos, ven-
culares, mientras que según la reputación que cada cual tiene en cemos con facilidad en tierra extranjera la m a y o r í a de las veces, y
algo, no es estimado para las cosas en c o m ú n m á s por turno que por eso que son gentes que se defienden por sus propiedades. Y contra
su valía, n i a su vez tampoco a causa de su pobreza, al menos si tie- todas nuestras fuerzas reunidas n i n g ú n enemigo se enfrentó toda-
ne algo bueno que hacer en beneficio de la ciudad, se ve impedido vía, a causa tanto de la preparación de nuestra flota como de que en-
114 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGIA DE TEXTOS 115

víamos a algunos de nosotros mismos a puntos diversos por tierra, una deuda. Y somos los únicos que sin angustiarnos procuramos a
y si ellos se enfrentan en algún sitio con una parte de los nuestros, alguien beneficios no tanto por el cálculo del momento oportuno
si vencen se jactan de haber rechazado unos pocos a todos los nues- como por la confianza en nuestra libertad.
tros, y si son vencidos, haberlo sido por la totalidad. Así pues, si con 41. Resumiendo, afirmo que la ciudad toda es escuela de Grecia,
una cierta indolencia m á s que con el continuo entrenarse en penali- y me parece que cada ciudadano de entre nosotros podría procurar-
dades, y no con leyes m á s que con costumbres de valor queremos se en los m á s variados aspectos una vida completísima con la mayor
correr los riesgos, ocurre que no sufrimos de antemano con los do- flexibiUdad y encanto. Y que estas cosas no son jactancia retórica
lores venideros, y aparecemos llegando a lo mismo y con no menos del momento actual sino la verdad de los hechos, lo demuestra el po-
arrojo que quienes siempre están ejercitándose. Por todo ello la ciu- derío de la ciudad, el cual hemos conseguido a partir de este carác-
dad es digna de a d m i r a c i ó n y aun por otros motivos. ter. Efectivamente, es la única ciudad de las actuales que acude a
40. Pues amamos la belleza con e c o n o m í a y amamos la sabiduría una prueba mayor que su fama, y la ú n i c a que no provoca en el
sin blandicie, y usamos la riqueza m á s como ocasión de obrar que enemigo que la ataca indignación por lo que sufre, n i reproches en
como jactancia de palabra. Y el reconocer que se es pobre no es ver- los subditos, en la idea de que no son gobernados por gentes dignas.
güenza para nadie, sino que el no huirlo de hecho, eso sí que es m á s Y al habernos procurado u n poderío con pruebas m á s que evidentes
vergonzoso. Arraigada está en ellos la p r e o c u p a c i ó n de los asuntos y no sin testigos, daremos ocasión de ser admirados a los hombres
privados y t a m b i é n de los públicos; y estas gentes, dedicadas a otras de ahora y a los venideros, sin necesitar para nada el elogio de Ho-
actividades, entienden no menos de los asuntos públicos. Somos los mero n i de n i n g ú n otro que nos deleitará de momento con palabras
únicos, en efecto, que consideramos al que no participa de estas co- halagadoras, aunque la verdad irá a desmentir su concepción de los
sas, no ya u n tranquilo, sino u n inútil, y nosotros mismos, o bien hechos; sino que tras haber obfigado a todas las tierras y mares a ser
emitimos nuestro propio juicio, o bien deliberamos rectamente so- accesibles a nuestro arrojo, por todas partes hemos contribuido a
bre los asuntos públicos, sin considerar las palabras u n perjuicio fundar recuerdos imperecederos para bien o para mal.
para la acción, sino el no aprender de antemano mediante la palabríf Así pues, éstos, considerando justo no ser privados de una tal ciu-
antes de pasar de hecho a ejecutar lo que es preciso. dad, lucharon y murieron noblemente, y es natural que cualquiera
Pues t a m b i é n poseemos ventajosamente esto: el ser atrevidos y de los supervivientes quiera esforzarse en su defensa.
deliberar especialmente sobre lo que vamos a emprender; en cambio
en los otros la ignorancia les da temeridad y la reflexión les implica
demora. Podrían ser considerados justamente los de mejor á n i m o
aquellos que conocen exactamente lo agradable y lo terrible y no por
ello se apartan de los peligros. Y en lo que concierne a la virtud nos
distinguimos de la mayoría; pues nos procuramos a los amigos, no
recibiendo favores sino haciéndolos. Y es que el que otorga el favor
es u n amigo m á s seguro para mantener la amistad que le debe aquel
a quien se lo hizo, pues el que lo debe es en cambio m á s débil, ya
que sabe que devolverá el favor no gratuitamente sino como si fuera
2. PLATÓN, REPÚBLICA''

(§ 357a) Después de haber dicho estas cosas, creía yo haber puesto


fin a la conversación; pero, al parecer, h a b í a sido sólo el preludio.
Glaucón, en efecto, quien solía ser el m á s valeroso de todos, en esta
ocasión no consintió la retirada de Trasímaco y exclamó:
—Sócrates: ¿quieres que parezca que hemos quedado convenci-
dos o que verdaderamente nos convenzamos de que lo justo es me-
j o r que lo injusto en todo sentido?
—Yo preferiría —contesté— convenceros verdaderamente, si de
m í dependiera.
—En tal caso —insistió Glaucón—, no haces lo que quieres. Dime,
pues: ¿no crees que hay una clase de bienes que no deseamos poseer por
lo que de ellos resulta, sino que nos agradan por sí mismos, tales como
el regocijo y aquellos placeres inocentes, por medio de los cuáles nada
se produce en un momento posterior, sino sólo el disfrute de poseerlos?
—Creo que sí —respondí.
—Pero hay bienes que anhelamos tanto por sí mismos como por
lo que de ellos se genera, tales como la comprensión, la vista y la sa-
lud. Esas cosas, en efecto, nos agradan por ambos motivos.

* Credos, Madrid. 1986.


118 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 119

—Así es. pero tengo la dificultad de que los oídos se me atLirden al escuchar a
—¿Adviertes una tercera clase de bienes, en la cual se encuentran Trasímaco y a muchos otros, en tanto que de nadie he escuchado el
la práctica de la gimnasia, el tratamiento médico que recibe un en- argumento que quisiera oír en favor de la justicia y de su superiori-
fermo, el ejercicio de la medicina y cualquier otro modo de ganar dad sobre la injusticia. Desearía escuchar u n elogio de la justicia en
dinero? Pues de estas cosas diríamos que son penosas pero que nos sí misma y por sí misma; y creo que de t i , m á s que de cualquier otro,
benefician, y que no las deseamos poseer por sí mismas, sino por los p o d r í a aprenderlo. Por eso hablaré poniendo todas mis energías en
salarios y d e m á s beneficios que se generan de ellas. defender el modo de vida del injusto; y después de ello te m o s t r a r é
—Es cierto —repuse, es una tercera clase de bienes. Pero ¿y des- de qué modo quisiera oírte censurando la injusticia y alabando la
pués qué? justicia. Pero ahora mira si te place lo que digo.
— ¿ E n cuál de esas tres clases —^preguntó— colocas a la justicia? —Más cualquier otra cosa —respondí—. ¿Hay acaso algo sobre lo
(§ 358) —Pienso —respondí— que habría que colocarla en la clase cual alguien con sentido c o m ú n gozaría m á s al hablar y escuchar
más bella, la de los bienes que anhelamos tanto por sí mismos como por una y otra vez?
lo que de ellos se genera, al menos para quien áe proponga ser feliz. —Perfectamente —dijo Glaucón—; óyeme hablar sobre aquello
—Pues la m a y o r í a no opina así —dijo—, sino que la coloca en la que afirmé que lo h a r í a en primer lugar: c ó m o es la justicia y de
clase de bienes penosos, que hay que cultivar con miras a obtener d ó n d e se ha originado. Se dice, en efecto, que es por naturaleza
salarios y a ganarse una buena reputación, pero que, si fuera por sí bueno el cometer injusticias, malo en padecerlas, y que lo malo del
mismos, h a b r í a que evitarlos, por ser desagradables. padecer injusticias supera en mucho a lo bueno del cometerlas. De
—Ya conozco esa opinión —dije—, y hace rato que, en base a ella, este modo, cuando los hombres cometen y padecen injusticias entre
la justicia es censurada por Trasímaco y alabada en cambio la injus- sí y experimentan ambas situaciones, (§ 359) aquellos que no pue-
ticia. Pero yo he sido lerdo en darme cuenta, segitn parece. den evitar una y elegir la otra juzgan ventajoso concertar acuerdos
—Esctichame, entonces —dijo Glaucón—, para ver si estás de entre unos hombres y otros para no cometer injusticias ni sufrirlas.
acuerdo conmigo; pues Trasímaco, me parece, se ha rendido dema- Y a partir de allí se comienzan a implantar leyes y convenciones mu-
siado pronto, encantado por t i como por una serpiente. Pero a ú n no tuas, y a lo prescrito por la ley se lo llama 'legítimo' y 'justo'. Y éste,
se ha hecho una exposición de una y otra a m i gusto. Deseo escu- dicen, es el origen y la esencia de la justicia, que es algo intermedio
char, en efecto, q u é es cada una de ellas y q u é poder tienen por sí entre lo mejor —que sería cometer injusticias impunemente— y lo
mismas al estar en el alma, con independencia de los salarios y de peor —no poder desquitarse cuando se padece injusticia—; por ello
las consecuencias que derivan de ellas. Esto es lo que haré, si tú es- lo justo, que está en el medio de ambas situaciones, es deseado no
tás de acuerdo: r e t o m a r é el argumento de Trasímaco, y primera- como u n bien, sino estimado por los que carecen de fuerza para co-
mente te diré q u é es lo que se dice que es la justicia y de d ó n d e se ha meter injusticias; pues el que puede hacerlas y es verdaderamente
originado; en segundo lugar, c ó m o todos los que la cultivan no la hombre j a m á s concertaría acuerdos para no cometer injusticias m
cultivan voluntariamente sino por necesidad, pero no por ser para padecerlas, salvo que estuviera loco. Tal es, por consiguiente, la na-
ellos un bien; y en tercer lugar, por q u é es natural que obren así, ya turaleza de la justicia, Sócrates, y las situaciones a partir de las cua-
que dicen que es mucho mejor el modo de vivir del injusto que el del les se ha originado, según se cuenta.
justo. E n lo que a m í concierne, Sócrates, no soy de esa opinión. Veamos ahora el segundo punto: los que cultivan la justicia no la
120 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 121

cultivan voluntariamente sino por impotencia de cometer injusti- se otorgara uno a un hombre justo y otro a uno injusto, según la opi-
cias. Esto lo percibiremos mejor si nos imaginamos las cosas del si- n i ó n c o m ú n no h a b r í a nadie tan íntegro que perseverara firmemen-
guiente modo: demos tanto al justo como al injusto el poder de ha- te en la justicia y soportara el abstenerse de los bienes ajenos, sin to-
cer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos carlos, cuando p o d r í a tanto apoderarse impunemente de lo que
para observar adonde conduce a cada uno el deseo. Entonces sor- quisiera del mercado, como, al entrar en las casas, acostarse con la
prenderemos al justo tomando el mismo camino que el injusto, mo- mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cade-
vido por la codicia, lo que toda criatura persigue por naturaleza nas a otros, según su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a u n
como Lin bien, pero que por convención es violentamente desplaza- dios entre los hombres. En esto el hombre justo no haría nada dife-
do hacia el respeto a la igualdad. E l poder del que hablo sería efec- rente del injusto, sino que ambos m a r c h a r í a n por el mismo camino.
tivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fnerza tal como la E incluso se diría que esto es una importante prueba de que nadie es
que se dice que cierta vez tuvo Giges, el antepasado del lidio. Giges justo voluntariamente, sino forzado, por no considerarse a la justi-
era u n pastor que servía al entonces rey de Lidia. Un día sobrevino cia como u n bien individual, ya que allí donde cada uno se cree ca-
una gran tormenta y u n terremoto que rasgó la tierra y produjo un paz de cometer injusticias, las comete. En efecto, todo hombre pies-
abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asom- ta que la injusticia le brinda muchas m á s ventajas individuales que
brado al ver esto, descendió al abismo y halló, entre otras maravillas la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría. Y
que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco y con ventanillas, si alguien, dotado de tal poder, no quisiese nunca cometer injusticias
a través de las cuales divisó adentro u n cadáver de t a m a ñ o m á s ni echar mano a los bienes ajenos, sería considerado por los que lo
grande que el de u n hombre, según parecía, y que no tenía nada ex- vieran como el hombre m á s desdichado y tonto, aunque lo elogiaran
cepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el anillo y salió del en público, e n g a ñ á n d o s e así mutuamente por temor a padecer i n -
abismo. Ahora bien, los pastores hacían su r e u n i ó n habitual para justicia. Y esto es todo sobre este punto.
dar al rey el informe mensual concerniente a la hacienda, cuando En cuanto al juicio sobre el modo de vida de los dos hombres
llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse entre los demás, casual- que hemos descrito, pondremos aparte al m á s justo del m á s injusto;
mente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. de ese modo podremos juzgar correctamente. ¿Qué clase de separa-
(§ 360) Al suceder esto se t o r n ó invisible para los que estaban senta- ción efectuaremos? La siguiente: no quitaremos al injusto nada de la
dos allí, quienes se pusieron a hablar de él como si se hubiera ido. injusticia, n i al justo nada de la justicia, sino que supondremos a
Giges se a s o m b r ó , y luego, examinando ei anillo, dio vuelta el en- uno y otro perfectos en lo que hace al comportamiento que les es
gaste hacia afuera y t o r n ó a hacerse visible. Al advertirlo, experi- propio. En primer lugar, el hombre injusto ha de actuar como los ar-
m e n t ó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y c o m p r o b ó que tesanos expertos. E l mejor piloto o el mejor médico, por ejemplo,
así era: cuando giraba el engaste hacia adentro, su d u e ñ o se hacía discriminan lo que es imposible de lo que es posible, en sus respec-
invisible, y, cuando lo giraba hacia afuera, se hacía visible. En cuan- tivas artes, para intentar la empresa en el último caso, abandonarla
to se hubo cerciorado de ello, m a q u i n ó el modo de formar parte de en el primero. (§ 361) Incluso si en algún sentido dan u n paso en fal-
los que fueron a la residencia del rey como informantes; y una vez so, son capaces de enmendarlo. De este modo, el hombre inJListo in-
allí sedujo a la reina, y con ayuda de ella m a t ó al rey y se a p o d e r ó del tentará cometer delitos correctamente, esto es, sin ser descubierto,
gobierno. Por consiguiente, si existiesen dos anillos de esa índole y si quiere ser efectivamente injusto: en poco es tenido qLtien es sor-
122 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

prendido en el acto de delinquir, ya que la m á s alta injusticia con-


siste en parecer justo sin serlo. Que se confiera al que es perfecta-
mente injusto la perfecta injusticia, sin quitarle nada, pero a la vez
3. ARISTÓTELES, POLÍTICA
que se conceda al que comete las mayores injusticias la mejor repu-
tación que, en cuanto a justicia, se le pueda procuran Y si da un
paso en falso, que lo pueda enmendar y ser capaz de hablar de modo
que convenza de su inocencia si es denunciado en alguno de sus de-
litos; o bien hacer violencia cuantas veces sea necesaria la violencia,

t
por medio de su fuerza y su coraje, o por medio de sus amigos y de
la fortuna que se haya procurado. Una vez supuesto semejante hom-
bre, coloquemos en teoría, junto a él al hombre justo, simple y no-
ble, que no quiere, al decir de Esquilo, parecer bueno sino serlo. Por
consiguiente, hay que quitarle la apariencia de justo; pues si parece LIBRO I I I
que es justo, su apariencia le r e p o r t a r á honores y recompensas, y
luego no q u e d a r á en claro si es justo con miras a lo justo o con m i - 1. El que estudia los regímenes políticos, q u é es cada uno y cuáles son
ras a las recompensas y honores. Despojémoslo de todo, pues, ex- sus atributos, debe tratar de ver en primer t é r m i n o q u é es la ciudad.
cepto de la justicia, y concibámoslo en la condición opuesta a la del Pues actualmente las opiniones están divididas, y unos hablan de que
anterior: que, sin cometer injusticia, posea la mayor reputación de la ciudad ha llevado a cabo tal acción, mientras otros dicen que no ha
injusticia, a fin de que, tras haber sido puesta a prueba su consagra- sido la ciudad, sino la oligarquía o el tirano. Por otra parte, toda la ac-
ción a la justicia en no haberse ablandado por causa de la mala re- tividad del político y del legislador gira, como vemos, en torno a la
p u t a c i ó n y de todo lo que de ésta se deriva, permanezca inalterable ciudad; y la constitución es cierta ordenación de los habitantes de
hasta la muerte, pareciendo toda ia vida injusto aun siendo justo. De la ciudad. Puesto que la ciudad consta de los elementos que la com-
esta suerte, llegados ambos al punto extremo, de la justicia uno, de ponen, como cualquier otro todo compuesto de muchas partes, es
la injusticia el otro, se p o d r á juzgar cuál de ellos es el m á s feliz. evidente que primero se debe estudiar el ciudadano. (§ 1275a) La ciu-
—¡Es maravilloso, querido Glaucón —exclamé—, el modo vigo- dad es, en efecto, cierta multitud de ciudadanos, de manera que he-
roso con que has pulido a estos dos hombres, como si fneran esta- mos de considerar a quién se debe llamar ciudadano y qué es el
tuas, para poder juzgarlos! ciudadano. Pues t a m b i é n el ciudadano es írecuentemente objeto de
discusión, y no están todos de acuerdo en llamar ciudadano a la mis-
ma persona. El que es ciudadano en una democracia, a menudo no lo
es en una oligarquía. Dejemos de lado a los que obtienen este título de
ttn modo excepcional, como los que adquieren la ciudadanía. El ciu-
dadano no lo es por habitar en u n sitio determinado (pues también

* Centro de Estudios Institucionales, Madrid, 1983.


124 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 125

los metecos y los esclavos participan de la misma residencia), n i por gar las rectas, ya que después de definir éstas, resultarán claras tam-
participar de ciertos derechos en la medida necesaria para poder ser bién sus desviaciones. Puesto que régimen y gobierno significan lo
sometidos a proceso o entablarlo (pues este derecho lo tienen tam- mismo y gobierno es el elemento soberano de las ciudades, necesaria-
bién los que participan de él en virtud de u n tratado; en efecto, éstos mente será soberano o un individuo, o la minoría, o la mayoría; cuan-
lo tienen, pero en muchos lugares n i siquiera los metecos gozan de él do el uno o la minoría o la mayoría gobiernan en vista del interés co-
plenamente, sino que tienen que nombrar un patrono, de suerte que m ú n , esos regímenes serán necesariamente rectos, y aquellos en que
participan imperfectamente de la comunidad). De tales personas, se gobierne atendiendo al interés particular del uno, de los pocos o de
como de los niños que por su edad a ú n no han sido inscritos, o de los la masa serán desviaciones; porque, o no se debe llamar ciudadanos a
ancianos que han dejado ya de serlo, se p o d r á decir que son ciudada- los miembros de una ciudad, o deben participar de sus ventajas.
nos en cierto modo, pero no en u n sentido demasiado absoluto, sino De los gobiernos unipersonales, solemos llamar m o n a r q u í a al
a ñ a d i e n d o alguna d e t e r m i n a c i ó n como «imperfectos» o «excedentes que mira al interés c o m ú n ; al gobierno de unos pocos, pero m á s de
por la edad», o cualquiera otra semejante (lo mismo da una que otra: uno, aristocracia, sea porque gobiernan los mejores (áristoi), o por-
está claro lo que queremos decir). que se propone lo mejor (áñston) para la ciudad y para los que per-
Buscamos, pues, al ciudadano a secas y que no necesita la correc- tenecen a ella; y cuando es la masa la que gobierna en vista del inte-
ción de n i n g ú n apelativo de esa clase; problema que también existe y rés c o m ú n , el régimen recibe el nombre c o m ú n a todas las formas
hay que resolver a propósito de los privados de sus derechos de ciuda- de gobierno: república (poíiteia); y con razón, pues u n individuo o
danía y de los desterrados. E l ciudadano sin m á s por nada se define unos pocos pueden distinguirse por su excelencia; pero un n ú m e r o
mejor que por participar en la administración de justicia y en el go- mayor es difi'cil que descuelle en todas las cualidades; (§ 1279b) en
bierno. De las magistraturas, unas tienen el tiempo limitado, de modo cambio puede poseer extremadamente la virtud guerrera, porque
que la misma persona no puede desempeñarlas dos veces, o sólo con ésta se da en la masa. Por ello, en esta clase de régimen el poder su-
determinados intervalos, y otras se ejercen por u n tiempo ilimitado, premo reside en el elemento defensor, y participan de él los que po-
como las de juez y miembro de la asamblea. Podría alegarse que ésos seen las armas. Las desviaciones de los regímenes mencionados son:
no son gobernantes ni participan con ello del poder, pero es ridículo la tiranía de la m o n a r q u í a , la oligarquía de la aristocracia, la demo-
considerar privados de poder a los que ejercen el mando supremo. cracia de la república. La tiranía es, efectivamente, una m o n a r q u í a
Pero no demos importancia a esto, pues se trata de un nombre, ya que orientada hacia el interés del monarca, la oligarquía busca el de los
no existe denominación para lo que es c o m ú n al juez y al miembro de ricos, y la democracia el interés de los pobres; pero ninguna de ellas
la asamblea y no sabemos c ó m o debemos llamar a ambos. Digamos, busca el provecho de la comunidad.
para distinguir, magistratura indefinida. Damos por sentado, pues, (...)
que los que participan de ella son ciudadanos. La definición de ciuda-
dano que mejor se adapta a todos los llamados así viene a ser ésta.
(...) LIBRO I V

7. Una vez precisadas estas cuestiones, hay que considerar a conti- l l . Consideraremos ahora cuál es la mejor forma de gobierno y cuál
nuación cuántas y cuáles son las formas de gobierno, y en primer lu- es la mejor clase de vida para la mayoría de las ciudades y para la

t
126 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 127

mayoría de los hombres, sin asumir u n nivel de virtud que esté por acostumbrados a obedecer, mientras los que viven en una indigencia
encima de personas ordinarias, n i una educación que requiera con- excesiva están degradados; de modo que los unos no saben mandar
diciones afortunadas de naturaleza y recursos, n i un régimen a me- sino sólo obedecer a una autoridad propia de esclavos, y los otros no
dida de todos los deseos, sino una clase de vida tal que pueda parti- saben obedecer a ninguna clase de autoridad, sino sólo ejercer ellos
cipar de ella la mayoría de los hombres y u n r é g i m e n que esté al una autoridad despótica; la consecuencia es una ciudad de esclavos
alcance de la m a y o r í a de las ciudades. Porque las llamadas aristo- y de amos, pero no de hombres libres, y una ciudad donde los unos
cracias, de que acabamos de hablar, unas caen fuera de las posibili- envidian y los otros desprecian, lo cual está muy lejos de la amistad
dades de la m a y o r í a de las ciudades y otras son próximas a la lla- y la comunidad política. Porque la comunidad implica la amistad:
mada república, y por ello debe hablarse de ambas como de una los enemigos no quieren compartir n i siquiera u n camino. La ciudad
sola. La decisión sobre todas estas cuestiones se funda en los mis- debe estar constituida de elementos iguales y semejantes en el ma-
mos principios elementales. En efecto, si se ha dicho con r a z ó n en la yor grado posible, y esta condición se da especialmente en la clase
Ética que la vida feliz es la vida sin impedimento de acuerdo con la media, de modo que una ciudad así será necesariamente la mejor
virtud, y que la virtud consiste en un t é r m i n o medio, necesariamen- gobernada por lo que se refiere a los elementos de que hemos dicho
te la vida media será la mejor, por estar en t é r m i n o medio al alcan- que se compone. Además, los ciudadanos de la clase media son los
ce de la mayoría. Y estos mismos criterios serán necesariamente los m á s estables en las ciudades, porque ni codician lo ajeno como
de la virtud o maldad de la ciudad y del régimen, porque el régimen los pobres, n i otros desean lo suyo, como los pobres lo que tienen los
es la forma de vida de la ciudad. ricos, y al no ser objeto de conspiraciones n i conspirar, viven en se-
(§ 1295b) Ahora bien, en toda ciudad hay tres elementos: los muy guridad. Por eso era acertado el deseo de Focílides: «Muchas cosas
ricos, los muy pobres y, en tercer lugar, los intermedios entre unos y son mejores para los de en medio; quiero tener una posición media
otros; y puesto que hemos convenido en que lo moderado y lo inter- en la ciudad» (72).
medio es lo mejor, es evidente que t a m b i é n cuando se trata de la po- Queda claro, pues, que t a m b i é n la mejor comunidad política es la
sesión de los bienes de la fortuna la intermedia es la mejor de todas, constituida por el elemento intermedio, y que están bien gobernadas
porque es la que m á s fácilmente obedece a la razón. Los que son de- las ciudades en las cuales este elemento es muy numeroso y m á s
masiado hermosos, fuertes, nobles, ríeos, o por el contrario, los de- fuerte que los otros dos juntos, o por lo menos que cada uno de
masiado pobres, débiles o despreciados, difícilmente se dejan guiar ellos, pues su adición produce el equilibrio e impide los excesos con-
por la razón, pues los primeros se vuelven soberbios y grandes mal- trarios. Por eso es una gran fortuna que los ciudadanos tengan una
vados, y los segundos malhechores y capaces de p e q u e ñ a s maldades, hacienda mediana y suficiente, (§ 1296a) porque donde unos poseen
y de los delitos unos se cometen por soberbia y otros por maldad. demasiado y otros nada, surge o la democracia extrema o la oligar-
Además la clase media ni apetece demasiado los cargos n i los rehu- quía pura o la tiranía, por exceso de una o de otra, porque la tiranía
ye, y ambas cosas son perjudiciales para las ciudades. Por otra par- nace tanto de la democracia m á s desatada como de la oligarquía,
te, los que están provistos en exceso de los bienes de la fortuna, fuer- pero con mucha menos frecuencia de los regímenes intermedios y
za, riqueza, amigos y otros semejantes no quieren ni saben sei' de los próximos a ellos. La causa la expondré m á s adelante al tratar
mandados, y esto les ocurre ya en casa de sus padres siendo niños, de las revoluciones. Que el régimen intei'medio es el mejor, es evi-
pues a causa del lujo en que viven, ni siquiera en la escuela están dente, puesto que es el ú n i c o libre de sediciones. En efecto, donde la
128 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 129

clase media es numerosa es donde menos sediciones y disensiones Resulta claro con estas consideraciones cuál es el régimen mejor
civiles se producen, y las grandes ciudades están m á s libres de sedi- y por q u é causa. De los d e m á s regímenes (puesto que hemos dicho
ciones por la misma razón, porque la clase media es numerosa; en que existen varias clases de democracia y varias clases de oligarquía)
cambio, en las p e q u e ñ a s es fácil que se dividan entre los dos extre- no es difícil ver cuál se ha de considerar el primero, el segundo o el
mos sin dejar n i n g ú n t é r m i n o medio, y casi todos son o pobres o r i - inmediato por su superioridad o inferioridad, una vez definido el ré-
cos. Las democracias son t a m b i é n m á s firmes y duraderas que las gimen mejor. Forzosamente será mejor el que m á s se aproxime a
oligarquías por las clases medias, que son m á s numerosas y partici- éste, y peor el que diste m á s del r é g i m e n intermedio, a no ser que se
pan m á s de los honores en las democracias que en las oligarquías, juzgue en vista de ciertas circunstancias; digo en vista de ciertas cir-
pues cuando aquéllas faltan y los pobres alcanzan u n n ú m e r o exce- cunstancias, porque con frecuencia, aun siendo preferible u n régi-
men, nada impide que a algunos les convenga m á s otro régimen.
sivo, surgen los fracasos y pronto desaparecen. Debe considerarse
como prueba de esto el hecho de que los mejores legisladores han
sido ciudadanos de la clase media. Solón pertenecía a ella (como lo
pone de manifiesto su poesía) y Licurgo (pues no fue rey), y Caron-
das, y la m a y o r í a de los otros.
De a q u í resulta t a m b i é n clara la r a z ó n de que la mayoría de los
regímenes sean democráticos o bien oligárquicos; por ser general-
mente poco numerosa en ellos la clase media, cualquiera de los dos
extremos que predomine, sea el de los acaudalados o el del pueblo,
desplaza a la clase media y lleva por sí solo el gobierno, con lo que
surge o una democracia o una oligarquía. Además, como se produ-
cen disensiones y luchas entre el pueblo y los ricos, aquéllos que
m á s dominan a sus contrarios no establecen u n régimen c o m ú n "ni
igual para todos, sino que consideran como el premio de su victoria
su propio predominio en el gobierno, y unos establecen una demo-
cracia y otros una oligarquía. Por otra parte, los que tuvieron la he-
gemonía en la Hélade, mirando sólo a su propio régimen, estable-
cieron en las ciudades unos democracias y otros oligarquías, sin
tener en cuenta la conveniencia de esas ciudades, sino la suya pro-
pia. De modo que, por estas causas, el régimen intermedio no ha
existido nunca, o pocas veces y en pocas ciudades. Un solo hombre
de los que en tiempos pasados obtuvieron el mando accedió a i m -
plantar ese régimen; (§ 1296b) pero en las ciudades se ha hecho ya
costumbre que los ciudadanos no se interesen siquiera por la igual-
dad, sino procuren ejercer el poder o se sometan si son vencidos.
4. NICOLÁS MAQUIAVELO,
DISCURSOS SOBRE LA PRIMER
DÉCADA DE TITO LTVIO*

•i:

LIBRO I I

L Cuáles hayan sido siempre los principios de cualquier ciudad y cuál


fue el de Roma

Los que leen cuál fue el origen de la ciudad de Roma, qué legisladores
y q u é ordenamiento tuvo, no se maravillan de que tanta virtud se man-
tuviese por muchos siglos en tal ciudad, ni tampoco de que, m á s tarde,
el imperio se añadiese a tal república. Y hablando en primer lugar de
su nacimiento, digo que todas las ciudades son edificadas, o por los
hombres nativos del lugar en que se erigen, o por extranjeros. Sucede
lo primero cuando los habitantes, dispersos en muchos sitios peque-
ños, no se sienten seguros, no pudiendo cada grupo, por su situación y
por su tamaño, resistir por sí mismo al ímpetu de los asaltantes, y así,
cuando viene un enemigo deben unirse para su defensa, o no llegan a
tiempo o, si lo hacen, deben abandonar muchos de sus reductos, que se
convierten en rápida presa para el enemigo, de modo que, para huir es-
tos peligros, por propia iniciativa o convencidos por alguno que tenga
entre ellos mayor autoridad, se reúnen para habitar juntos en un lugar
elegido por ellos, donde la vida sea m á s c ó m o d a y la defensa m á s fácil.

* Alianza Editorial, Madrid, 1996.


132 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 133

De esta forma nacieron, entre muchas otras, Atenas y Venecia. La gado por las epidemias, por el hambre o por la guerra a abandonar
primera, bajo el mando de Teseo, fue edificada p o r los dispersos ha- el país natal y buscar u n nuevo asentamiento. Tales hombres, o ha-
bitantes por razones similares; en cuanto a la otra, habiéndose asen- bitan en las ciudades que encuentran en los países que conquistan,
tado muchos pueblos en algunas islillas, en el extremo del mar como hizo Moisés, o las edifican de nuevo, como hizo Eneas. Aquí
Adriático, con el fin de huir de las guerras que surgían continua- es donde se conoce la virtud de los fundadores y la fortuna de la ciu-
mente en Italia, por l a llegada de nuevos b á r b a r o s tras el declive del dad fundada, que será m á s o menos maravillosa según hayan sido
Imperio romano, comenzaron entre ellos, sin que les guiase n i n g ú n m á s o menos virtuosos sus principios. La virtud se conoce por dos
príncipe en particular, a vivir bajo aquellas leyes que les parecieron señales: la elección del lugar y la o r d e n a c i ó n de las leyes. Ya que los
m á s adecuadas para mantenerse, lo que les sucedió con toda felici- hombres obran por necesidad o por libre elección, y vemos que hay
dad, gracias a la prolongada tranquilidad que les proporcionaba el mayor virtud allí donde la libertad de elección es menor, se ha con-
lugar, que no tenía m á s salida que el mar, careciendo aquellos pue- siderado si sería mejor elegir para la edificación de las ciudades l u -
blos que infestaban Italia de naves con que poder atacarlo, de modo gares estériles, para que así los hombres, obligados a ingeniárselas,
que, de tan modestos principios, pudieron llegar a la grandeza en que con menos lugar para el ocio, viviesen m á s unidos, teniendo, por la
se encuentran ahora. pobreza del lugar, menos motivos de discordia, como sucedió en Ra-
En el segundo caso, C L i a n d o las ciudades son edificadas por fo- gusa y en muchas otras ciudades edificadas en semejantes sitios;
rasteros, o bien nacen de hombres libres o que dependen de otros, elección que sería sin duda la m á s sabia y útil si los hombres estu-
como son l a s colonias, fundadas por una república o por u n prínci- viesen satisfechos de vivir por sí mismos y no anduvieran buscando
pe para descargar sus tierras de habitantes, o para defender algún sojuzgar a otros. Por tanto, ya que los hombres no pueden garanti-
país recién conquistado en el que quiere mantenerse con seguridad zar su seguridad m á s que con el poder, es necesario huir de esa es-
y sin gran costo, como las numerosas ciudades que edificó e l pueblo terilidad de la tierra y asentarse en lugares muy fértiles, donde, pu-
romano por todo su imperio, o bien son fundadas por u n príncipe diendo ensancharse, gracias al u b é r r i m o terreno, puedan t a m b i é n
no para vivir en ellas, sino para su propia gloria, como hizo Alejara defenderse de los asaltantes, y someter a cualquiera que se oponga a
dro con Alejandría. Y como estas ciudades no son libres por sus orí- su grandeza. E n cuanto al ocio que pudiera traer consigo la abun-
genes, raras veces hacen grandes progresos y se pueden enumerar dancia del lugar, se deben ordenar las cosas de modo que las leyes
entre las principales del reino a que pertenecen. Semejante a ésta impongan esa necesidad que el sitio no impone, imitando a aquellos
fue la fundación de Florencia, pues, ya fuera edificada por los sol- que fueron sabios y vivieron en lugares a m e n í s i m o s y fértiles, aptos
dados de Sila, ya por los habitantes de las m o n t a ñ a s de Fiésole, que, para producir hombres ociosos e inhábiles para todo virtuoso ejer-
confiados por la larga paz que nació en el mundo bajo el mandato cicio, que, para obviar los d a ñ o s que podría causar la amenidad del
de Octaviano, se decidieron a establecerse en la llanura sobre e l país mediante el ocio, impusieron la obligación de ejercitarse a los
Amo, lo cierto es que se fundó bajo el Imperío romano, y, en sus que h a b í a n de ser soldados, de modo que, por tales órdenes, llegaron
principios, no podía hacer otros progresos que los que l a cortesía del a ser mejores soldados que los de aquellos lugares naturalmente as-
príncipe quería concederle. peros y estériles. Entre éstos se cuenta el reino de los egipcios, en el
Las ciudades son fundadas por hombres libres cuando algún pue- cual, aunque el país es a m e n í s i m o , pudo tanto aquella necesidad or-
blo, bajo la dirección de u n príncipe o por propia iniciativa, es obli- denada por las leyes, que nacieron hombres excelentísimos, y, si sus
134 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 135

nombres no hubieran sido arrebatados por la antigüedad, veríamos a ñ a d i e n d o todo lo que se derivó de ellas, y con estos discursos con-
c ó m o merecieron m á s alabanzas que Alejandro Magno y muchos cluiré este primer libro o primera parte.
otros de los que permanece fresco el recuerdo. Y quien hubiera ob- (...)
servado el reino del Sultán, y el orden de los mamelucos y de su ejér-
cito, antes de que fuera desbaratado por el Gran Turco Salí, hubiera 4. Que la desunión entre la plebe y el senado romano hizo libre y po-
visto cuánto se ejercitaban los soldados, y hubiera conocido en la derosa a aquella república
práctica c u á n t o t e m í a n el ocio a que p o d í a conducirles la benigni-
dad del país, si no lo hubieran evitado con leyes severísimas. No quiero pasar por alto los tumultos que hubo en Roma desde la
Afirmo, pues, que es m á s prudente elección establecerse en luga- muerte de Tarquino hasta la creación de los tribunos, contradicien-
res fértiles, siempre que esa fertilidad se reduzca a los debidos lími- do la opinión de muchos que afirman que Roma era una república
tes mediante las leyes. Así, queriendo Alejandro Magno edificar una alborotadora y tan llena de confusión que, si la buena suerte y la vir-
ciudad para su gloria, llegó el arquitecto Dinócrates y le m o s t r ó tud militar no hubieran superado sus defectos, hubiera sido inferior
cómo p o d í a construirse sobre el monte Athos, lugar que, a d e m á s de a cualquier otra república. No puedo negar que la fortuna y la m i l i -
ser fuerte, podía labrarse de tal modo que se diese a la ciudad forma cia fueran causas del Imperio romano, pero creo que no se dan
humana, lo que sería algo maravilloso y raro, digno de su grandeza. cuenta de que, donde existe u n buen ejército, suele haber una buena
Y p r e g u n t á n d o l e Alejandro de q u é vivirían los habitantes, respondió organización, y así, raras veces falta la buena fortuna. Pero vayamos
que no lo había pensado, así que el rey se rió y, dejando tranquilo el a las particularidades de aquella ciudad. Creo que los que condenan
monte, edificó Alejandría, donde las gentes se q u e d a r í a n a vivir de los tumultos entre los nobles y la plebe atacan lo que fue la causa
buen grado por la riqueza de la tierra y por la comodidad del mar y principal de la libertad de Roma, se fijan m á s en los ruidos y gritos
del Nilo. Y quien según esto, considere la fundación de Roma, si que n a c í a n de esos tumultos que en los buenos efectos que produje-
toma a Eneas por su parte fundador, la p o n d r á entre aquellas ciuda- ron, y consideran que en toda república hay dos espíritus contra-
des edificadas por los forasteros, y si a R ó m u l o , entre las edificadas puestos: el de los grandes y el del pueblo, y todas las leyes que se ha-
por los nativos, pero, en cualquier caso, la verá siempre con un ori- cen en pro de la libertad nacen de la desunión entre ambos, como se
gen libre, sin depender de nadie, y verá también, como se dirá m á s puede ver fácilmente por lo ocurrido en Roma, pues de los Tarqui-
adelante, a cuántas obligaciones la redujeron las leyes dadas por nes a los Gracos transcurrieron m á s de trescientos años, y, en ese
Rómulo, Numa y otros, de modo que la fertilidad del terreno, la co- tiempo, las disensiones de Roma raras veces comportaron el exilio,
modidad del mar, las coi^tinuas victorias y la grandeza del imperio y menos a ú n la pena capital. Por tanto, no podemos juzgar nocivos
no la pudieron, durante muchos siglos, corromper, y la mantuvieron esos tumultos, n i considerar dividida una república que, en tanto
llena de tanta virtud, como j a m á s ha ostentado ninguna otra ciudad tiempo, no m a n d ó al exilio, como consecuencia de sus luchas inter-
o república. nas, m á s que a ocho o diez ciudadanos, ejecutó a poquísimos y n i si-
Dado que los hechos que obró, y que son alabados por Tito Livio, guiera m u l t ó a muchos. No se puede llamar, en modo alguno, desor-
sucedieron por iniciativa pública o privada, dentro o hiera de la ciu- denada una república donde existieron tantos ejemplos de virtud,
dad, c o m e n z a r é a comentar las cosas ocurridas dentro y por conse- porque los buenos ejemplos nacen de la buena educación, la buena
jo público, que son las que juzgo dignas de mayor consideración, educación de las buenas leyes, y las buenas leyes de esas diferencias

.'ÍHH.:"'
136 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

internas que muchos, desconsideradamente, condenan, pues quien


estudie el buen fin que tuvieron e n c o n t r a r á que no engendraron exi-
lios n i violencias en perjuicio del bien c o m ú n , sino leyes y órdenes
5. THOMAS HOBBES, LEVIA2
en beneficio de la libertad pública. Y si alguno dice que los medios
fueron extraordinarios y casi feroces, pues se ve al pueblo unido gri-
tar contra el senado, al senado contra el pueblo, correr tumultuosa-
mente por las calles, saquear las tiendas, marcharse toda la plebe de
Roma, cosas estas que espantan, m á s que otra cosa, al que las lee, le
respondo que toda ciudad debe arbitrar vías por donde el pueblo
pueda desfogar su ambición, sobre todo las ciudades que quieran
valerse del pueblo en los asuntos importantes; de éstas era la ciudad
de Roma, que lo hacía de esta manera: cuando el pueblo quería que
se promulgase alguna ley, o protestaba en la forma que hemos des- CAPÍTULO xiii. D E LA CONDICIÓN NATURAL DEL GÉNERO HUMANO, E N LO
crito o se negaba a enrolarse para i r a la guerra, de modo que era QUE CONCIERNE A SU FELICIDAD Y MISERIA.
preciso aplacarlo satisfaciendo, al menos en parte, sus peticiones.
Además, los deseos de los pueblos libres raras veces son dañosos a la La naturaleza ha hecho a los hombres tan iguales en sus facultades
libertad, porque nacen, o de sentirse oprimidos, o se sospechar que corporales y mentales que, aunque pueda encontrarse a veces un
puedan llegar a estarlo. Y si estas opiniones fueran falsas queda el hombre manifiestamente m á s fuerte de cuerpo, o m á s rápido de
recurso de las palabras, encomendando a algún hombre honrado mente que otro, aun así, cuando todo se toma en cuenta en conjun-
que, hablándoles, les demuestre que se engañan, pues los pueblos, to, la diferencia entre hombre y hombre no es lo bastante conside-
como dice Tulio, aunque sean ignorantes, son capaces de reconocer rable como para que uno de ellos pueda reclamar para sí beneficio
la verdad, y ceden fácilmente cuando la oyen de labios de u n hom- * alguno que no pueda el otro pretender tanto como él. Porque en lo
bre digno de crédito. que toca a la fuerza corporal, aun el m á s débil dene fuerza suficien-
Por eso se debe criticar con mayor m o d e r a c i ó n el gobierno ro- te para matar al m á s fuerte, ya sea por m a q u i n a c i ó n secreta o por
mano, considerando que tantos buenos efectos no se derivaron sino federación con otros que se encuentran en el mismo peligro que él.
de ó p t i m a s causas. Y si los tumultos fueron causa de la creación de Y en lo que toca a las facultades mentales, (dejando aparte las ar-
los tribunos merecen suma alabanza, pues a d e m á s de dar su parte al tes fundadas sobre palabras, y especialmente aquella capacidad de
pueblo en la administración, se constituyeron en guardianes de la l i - procedimiento por normas generales e infalibles llamado ciencia,
bertad romana, como se d e m o s t r a r á en el siguiente capítulo. que muy pocos tienen, y para muy pocas cosas, nO siendo una fa-
cultad natural, nacida con nosotros, n i adquirida (como la pruden-
cia) cuando buscamos alguna otra cosa) encuentro mayor igualdad
I a ú n entre los hombres, que en el caso de la fiierza. Pues la pruden-

* Editora Nacional, Madrid, 1979.

í
138 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 139

cia no es sino experiencia, que a igual tiempo se acuerda igualmen- ciéndose en contemplar su propio poder en los actos de conquista,
te a todos los hombres en aquellas cosas a que se aplican igualmente. los llevan m á s lejos de lo que su seguridad requeriría, si otros que de
Lo que quizá haga de una tal igualdad algo increíble no es m á s que otra manera se contentarían con permanecer tranquilos dentro de lí-
una vanidosa fe en la propia sabiduría, que casi todo hombre cree mites modestos, no incrementasen su poder por medio de la inva-
poseer en mayor grado que el vulgo; esto es, que todo otro hombre sión, no serían capaces de subsistir largo tiempo permaneciendo
salvo él mismo, y unos pocos otros, a quienes, por causa de la fama, sólo a la defensiva. Y, en consecuencia, siendo tal aumento del do-
o por estar de acuerdo con ellos, aprueba. Pues la naturaleza de los minio sobre hombres necesario para la conservación de u n hombre,
hombres es tal que, aunque puedan reconocer que muchos otros son debiera serle permitido.
m á s vivos, o m á s elocuentes, o m á s instruidos, difícilmente creerán, Por lo d e m á s , los hombres no derivan placer alguno (sino antes
sin embargo, que haya muchos m á s sabios que ellos mismos: pues bien, considerable pesar) de estar juntos allí donde no hay poder ca-
ven su propia inteligencia a mano, y la de otros hombres a distancia. paz de imponer respeto a todos ellos. Pues cada hombre se cuida de
Pero esto prueba que los hombres son en ese punto iguales m á s bien que su c o m p a ñ e r o le valore a la altura que se coloca él mismo. Y
que desiguales. Pues generalmente no hay mejor signo de la igual ante toda señal de desprecio o subvaloración es natural que se es-
distribución de alguna cosa que el que cada hombre se contente con fuerce hasta donde se atreva (que, entre aquellos que no tienen un
lo que le ha tocado. poder c o m ú n que los mantenga tranquilos, es lo suficiente para ha-
De esta igualdad de capacidades surge la igualdad en la esperan- cerles destruirse mutuamente), en obtener de sus rivales, por daño,
za de alcanzar nuestros fines. Y, por lo tanto, si dos hombres cuales- una m á s alta valoración; y de los otros, por el ejemplo.
quiera desean la misma cosa, que, sin embargo, no pueden ambos Así pues, encontramos tres causas principales de riña en la natu-
gozar, devienen enemigos; y en su camino hacia su fin (que es prin- raleza del hombre. Primero, competición; segundo, inseguridad; ter-
cipalmente su proia conservación, y a veces sólo su delectación) se cero, gloria.
esfuerzan mutuamente en destruirse o subyugarse. Y viene así a El primero hace que los hombres invadan por ganancia; el se-
ocurrir que, allí donde un invasor no tiene otra cosa que temer que^ gundo por seguridad; y el tercero, por reputación. Los primeros
el simple poder de otro hombre, si alguien planta, siembra, constru- usan de la violencia para hacerse d u e ñ o s de las personas, esposas,
ye, o posee asiento adecuado, pueda esperarse de otros que vengan hijos y ganado de otros hombres; los segundos para defenderios; los
probablemente preparados con fuerzas unidas para desposeerle y terceros, por pequeneces, como una palabra, una sonrisa, una opi-
privarle no sólo del fruto de su trabajo, sino t a m b i é n de su vida, o l i - n i ó n distinta, y cualquier otro signo de subvaloración, ya sea direc-
bertad. Y el invasor a su vez se encuentra en el mismo peligro fren- tamente de su persona, o por reflejo en su prole, sus amigos, su na-
te a u n tercero. ción, su profesión o su nombre.
No hay para el hombre m á s forma razonable de guardarse de esta Es por ellos manifiesto que durante el tiempo en que los hombres
inseguridad mutua que la anticipación; esto es, dominar, por fuerza viven sin u n poder c o m ú n que les obligue a todos al respeto, están
o astucia, a tantos hombres como pueda hasta el punto de no ver en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de
otro poder lo bastante grande como para ponerle en peligro. Y no es todo hombre contra todo hombre. Pues la GUERRA no consiste sólo
esto m á s que lo que su propia conservación requiere, y lo general- en batallas, o en el acto de luchar; sino en un espacio de tiempo don-
mente admitido. También porque habiendo algunos, que compla- de la voluntad de disputar en batalla es suficientemente conocida. Y,
140 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APENDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 141

por tanto, la noción de tiempo debe considerarse en la naturaleza de deseos, y otras pasiones del hombre, no son en sí mismos pecado.
la guerra; como está en la naturaleza del tiempo atmosférico. Pues No lo son tampoco las acciones que proceden de esas pasiones, has-
así como la naturaleza de mal tiempo no está en u n c h a p a r r ó n o ta que conocen una ley que las prohibe. Lo que no pueden saber has-
dos, sino en una inclinación hacia la lluvia de muchos días en con- ta q u é leyes. N i puede hacerse ley alguna hasta que hayan acordado
junto, así la naturaleza de la guerra no consiste en el hecho de la l u - la persona que lo h a r á .
cha, sino en la disposición conocida hacia ella, durante todo el tiem- Puede quizás pensarse que j a m á s hubo tal tiempo n i tal situación
po en que no hay seguridad de lo contrario. Todo otro tiempo es PAZ. de guerra; y yo creo que nunca fue generalmente así, en todo el
Lo que puede en consecuencia atribuirse al tiempo de guerra, en mundo. Pero hay muchos lugares donde viven así hoy. Pues las gen-
el que todo hombre es enemigo de todo hombre, puede igualmente tes salvajes de muchos lugares de América, con la excepción del go-
atribuirse al tiempo en el que los hombres t a m b i é n viven sin otra se- bierno de p e q u e ñ a s familias, cuya concordia depende de la natural
guridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia i n - lujuria, no tienen gobierno alguno; y viven hoy en día de la bru-
ventiva. En tal condición no hay lugar para la industria; porque el tal manera que antes he dicho. De todas formas, q u é forma de vida
fruto de la misma es inseguro. Y, por consiguiente, tampoco cultivo h a b r í a allí donde no hubiera u n poder c o m ú n al que temer puede
de la tierra; n i navegación, n i uso de los bienes que pueden se i m - ser percibido por la forma de vida en la que suelen degenerar en una
portados por m a r n i construcción confortable; n i instrumentos para guerra civil, hombres que anteriormente han vivido bajo un gobier-
mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; n i conoci- no pacífico.
miento de la faz de la tierra, n i c ó m p u t o del tiempo; n i artes; n i le- Pero aunque nunca hubiera habido u n tiempo en el que hombres
tras; n i sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo, y particulares estuvieran en estado de guerra de unos contra otros, sin
peligro de muerte violenta; y para el hombre ima vida solitaria, po- embargo, en todo tiempo, los reyes y personas de autoridad sobera-
bre, desagradable, b m t a l y corta. na están, a causa de su independencia, en continuo celo, y en el es-
Puede resultar extraño para u n hombre que no haya sopesado tado y postura de gladiadores; con las armas apuntando, y los ojos
bien estas cosas que la naturaleza disocie de tal manera a los hom- fijos en los d e m á s ; esto es, sus fuertes, guarniciones y cañones sobre
bres y les haga capaces de invadirse y destruirse mutuamente. Y es las fronteras de sus reinos e ininterrumpidos espías sobre sus veci-
posible que, en consecuencia, desee, no confiando en esta inducción nos; lo que es una postura de guerra. Pero, pues, sostienen así la in-
derivada de las pasiones, confirmar la misma por experiencia. Me- dustria de sus subditos, no se sigue de ello aquella miseria que
dite entonces él, que se arma y trata de ir bien a c o m p a ñ a d o cuando a c o m p a ñ a a la libertad de los hombres particulares.
viaja, que atranca sus puertas cuando se va a d o r m i r que echa el ce- De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es t a m b i é n
rrojo a sus arcones incluso en su casa, y esto sabiendo que hay leyes consecuencia que nada puede ser injusto. Las nociones de bien y
y empleados públicos armados para vengar todo d a ñ o que se le haya mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar Donde no hay poder co-
hecho, q u é opinión tiene de su prójimo cuando cabalga armado, de m ú n , no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia. La fuerza y el
sus conciudadanos cuando atranca sus puertas, y de sus hijos y ser- fraude son en la guerra las dos virtudes cardinales. La justicia y la
vidores cuando echa el cerrojo a sus arcones. ¿No acusa así a la hu- injusticia no son facultad alguna n i del cuerpo n i de la mente. Si lo
manidad con sus acciones como lo hago yo con mis palabras? Pero fueran, p o d r í a n estar en un hombre que estuviera solo en el mundo,
ninguno de nosotros acusa por ello a la naturaleza del hombre. Los como sus sentidos y pasiones. Son cuahdades relativas a hombres en
142 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

sociedad, no en soledad. Es consecuente también con la misma con-


dición que no haya propiedad, n i dominio, n i distinción entre mío y
tuyo; sino sólo aquello que todo hombre pueda tomar; y por tanto
6. JOHN LOCKE, ENSAYO SOBR
tiempo como pueda conservarlo. Y hasta aquí lo que se refiere a la EL GOBIERNO CIVIL*
penosa condición en la que el hombre se encuentra de hecho por
pura naturaleza; aunque con una posibilidad de salir de ella, consis-
tente en parte en las pasiones, en parte en su razón.
Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor
a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son necesarias para una
vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria. Y la
razón sugiere adecuados artículos de paz sobre los cuales puede lle-
varse a los hombres al acuerdo. Estos artículos son aquellos que en
otro sentido se llaman leyes de la naturaleza, de las que hablaré m á s CAPÍTULO V U . D E LA SOCIEDAD POLÍTICA O CIVIL
en concreto en los dos siguientes capítulos.
§ 77. Según el propio juicio de Dios, el hombre había sido creado en
una condición tal que no convenía que permaneciese solitario; lo co-
locó, pues, en la obligación apremiante, por necesidad, utilidad o
tendencia, de entrar en sociedad, al mismo tiempo que lo dotaba de
inteligencia y de lenguaje para que permaneciese en ella y se encon-
trase satisfecho en esa situación. La primera sociedad fue la que se
estableció entre el hombre y la mujer como esposa; de ella nació la
sociedad entre los padres y los hijos, y esta dio origen, andando el
tiempo, a la sociedad entre el amo y los servidores suyos. Pero, a pe-
sar de que todos ellos pudieron coincidir, y coincidieron realmente,
formando una sola familia en la que el amo o la señora ejercían cier-
ta especie de gobierno de toda ella, ninguna de dichas sociedades
por separado, ni todas juntas, llegaron a construir una sociedad po-
lítica, como lo veremos cuando llegue el momento de estudiar las
distintas finalidades, lazos y límites de cada una.

§ 87. E l hombre, según hemos demostrado ya, nace con un título a la


perfecta libertad y al disfrute ilimitado de todos los derechos y privi-

* Aguilar, IMadrid, 1969.


144 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 145

legíos de la ley natural. Tiene, pues, por naturaleza, al igual que cual- § 88. De ese modo, el Estado viene a disponer de poder para fijar
quier otro hombre o de cualquier n ú m e r o de hombres que haya en el el castigo que h a b r á de aplicarse a las distintas transgresiones, se-
mundo, no solo el poder de defender su propiedad, es decir, su vida, g ú n crea que lo merecen, cometidas por los miembros de esa so-
su libertad y sus bienes, contra los atropellos y acometidas de los de- ciedad. Este es el poder de hacer las leyes. Dispone t a m b i é n del po-
más; tiene t a m b i é n el poder de juzgar y de castigar los quebranta- der de castigar cualquier d a ñ o hecho a uno de sus miembros por
mientos de esa ley cometidos por otros, en el grado que en su con- alguien que no lo es. Eso constituye el poder de la paz y de la gue-
vencimiento merece la culpa cometida, pudiendo, incluso, castigarla rra. Ambos poderes están encaminados a la defensa de la propiedad
con la muerte cuando lo odioso de los crímenes cometidos lo exija, de todos los miembros de dicha sociedad hasta donde sea posible.
en opinión suya. Ahora bien: no pudiendo existir n i subsistir una so- Pero aunque cada hombre que entra a formar parte de la sociedad
ciedad política sin poseer en sí misma el poder necesario para la de- ha hecho renuncia de su poder natural para castigar los atropellos
fensa de la propiedad, y para castigar los atropellos cometidos con- cometidos contra la ley de Naturaleza siguiendo su propio juicio
tra la misma por cualquiera de los miembros de dicha sociedad, personal, resulta que, al renunciar en favor del poder legislativo al
resulta que solo existe sociedad política allí, y allí exclusivamente, propio juicio de los d a ñ o s sufridos en todos aquellos casos en que
donde cada uno de los miembros ha hecho renuncia de ese poder na- puede apelar al magistrado, ha renunciado, por eso mismo, en fa-
tural, entregándolo en manos de la comunidad para todos aquellos vor del Estado al empleo de su propia fuerza en la ejecución de las
casos que no le impiden acudir a esa sociedad en demanda de pro- sentencias dictadas por este, y tiene que prestársela siempre que
tección para la defensa de la ley que ella estableció. Vemos, pues, que sea requerido para ello, puesto que se trata de juicios propios dic-
al quedar excluido el juicio particular de cada uno de los miembros, tados por él mismo o por quien lo representa. Ahí nos encontramos
la comunidad viene a convertirse en arbitro y que, interpretando las con el origen del poder legislativo y del poder ejecutivo de la socie-
reglas generales y por intermedio de ciertos hombres autorizados por dad civil, que tiene que juzgar, de acuerdo con leyes establecidas, el
esa comunidad para ejecutarlas, resuelve todas las diferencias que grado de castigo que ha de aplicarse a los culpables cuando han co-
puedan surgir entre los miembros de dicha sociedad en cualquier metido una falta dentro de ese Estado; y t a m b i é n es ese el origen
asunto de Derecho, y castiga las culpas que cualquier miembro haya del poder para las sentencias que en determinados momentos ten-
cometido contra la sociedad, aplicándole los castigos que la ley tiene f ga que dictar apoyándose en las circunstancias de hecho, sobre la
establecidos. Así resulta fácil discernir quiénes viven juntos dentro de vindicación de atropellos cometidos desde el exterior En ambos ca-
una sociedad política y quiénes no. Las personas que viven unidas sos, cuando ello sea necesario, puede emplear toda la fuerza de to-
formando un mismo cuerpo y que disponen de una ley c o m ú n san- dos sus miembros.
cionada y de un organismo judicial al que recurrir, con autoridad
para decidir las disputas entre ellos y castigar a los culpables, viven en § 89. En su consecuencia, siempre que cierto n ú m e r o de hombres
sociedad civil los unos con los otros. Aquellos que no cuentan con na- se une en sociedad renunciando cada uno de ellos al poder de eje-
die a quien apelar quiero decir a quien apelar en este mundo, siguen cutar la ley natural, cediéndolo a la comunidad, entonces y solo en-
viviendo en el estado de Naturaleza, y, a falta de otro juez, son cada tonces se constituye una sociedad política o civil. Ese hecho se pro-
uno de ellos jueces y ejecutores por sí mismos, ya que, según lo he de- duce siempre que cierto n ú m e r o de hombres que vivían en el
mostrado anteriormente, es ese el estado perfecto de Naturaleza. estado de Naturaleza se asocian para formar un pueblo, un cuerpo
146 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 1 47

político, sometido a u n gobierno supremo, o cuando alguien se ad- CAPÍTULO viii. D E L COMIENZO DE LAS SOCIEDADES POLÍTICAS
hiere y se incorpora a cualquier gobierno ya constituido. Por ese
hecho autoriza a la sociedad o , lo que es lo mismo, a s u poder le- § 95. Siendo, según se ha dicho ya, los hombres libres, iguales e in-
gislativo para hacer las leyes en su nombre según convenga al bien dependientes por naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrancado
público d e la sociedad y para ejecutarlas siempre que se requiera su de esa situación y sometido al poder político de otros sin que medie
propia asistencia (como si se tratase d e decisiones propia suyas). su propio consentimiento. Este se otorga mediante convenio hecho
Eso es lo que saca a los hombres de u n estado de Naturaleza y los con otros hombres de juntarse e integrarse en una comunidad desti-
coloca dentro d e una sociedad civil, es decir, el hecho d e establecer nada a permitirles una vida c ó m o d a , segura y pacífica de unos con
en este mundo u n juez con autoridad para decidir todas las dispu- otros, en el disfrute tranquilo de sus bienes propios, y una salva-
tas y reparar todos los d a ñ o s que pueda sufrir u n miembro cual- guardia mayor contra cualquiera que no pertenezca a esa comuni-
quiera de la misma. Ese juez es el poder legislativo, o lo son los ma- dad. Esto puede llevarlo a cabo cualquier cantidad de hombres, por-
gistrados que el mismo señale. Siempre que encontremos a cierto que no perjudica a la libertad de los demás, que siguen estando,
n ú m e r o de hombres asociados entre sí, pero sin disponer de ese po- como lo estaban hasta entonces, en la libertad del estado de Natura-
der decisivo a quien apelar, podemos decir que siguen viviendo en el leza. Una vez que u n determinado n ú m e r o de hombres ha consenti-
estado de Naturaleza. do en constituir una comunidad o gobierno, quedan desde ese mis-
mo momento conjuntados V forman u n solo cuerpo político, dentro
§ 90. Resulta, pues, evidente que la m o n a r q u í a absoluta, a la que del cual la mayoría tiene el derecho de regir y de obligar a todos.
ciertas personas consideran como el ú n i c o gobierno del mundo, es,
e n realidad, incompatible con la sociedad civil, y, por ello, no puede § 96. E n efecto, una vez que, gracias al consentimiento de cada indi-
ni siquiera considerarse como una forma de poder civil. La finalidad viduo, ha constituido cierto n ú m e r o de hombres una comunidad,
de la sociedad civil es evitar y remediar los inconvenientes del esta- han formado, por ese hecho, u n cuerpo con dicha comunidad, con
do de Naturaleza que se producen forzosamente cuando cada hom- poder para actuar como u n solo cuerpo, lo que se consigue por la vo-
bre es juez de su propio caso, estableciendo para ello una a L i t o r i d a d luntad y la decisión de la mayoría. De otra forma es imposible ac-
conocida a la que todo miembro de dicha sociedad pueda recurrir tuar y forman verdaderamente u n solo cuerpo, una sola comunidad,
cuando sufre algún atropello, o siempre que se produzca una dispu- que es a lo que cada individuo ha dado su consentimiento al ingre-
ta y a la que todos tengan obligación de obedecer Allí donde existen sar en la misma. El cuerpo se mueve hacia donde lo impulsa la fuer-
personas que no disponen d e esa autoridad a quien recurrir para za mayor y esa fuerza es el consentimiento de la mayoría; por esa
que decida e n e l acto las diferencias que surgen entre ellas, esas per- r a z ó n quedan todos obligados por la resolución a que llegue la ma-
sonas siguen viviendo e n u n estado de Naturaleza. Y en esa situa- yoría. Por eso vemos que en las asambleas investidas por leyes posi-
ción se encuentran, frente a frente, e l rey absoluto y todos aquellos tivas para poder actuar, pero sin que esas leyes positivas hayan esta-
que están sometidos a su régimen. blecido u n n ú m e r o fijo para que puedan hacerlo, la resolución de la
m a y o r í a es aceptada como resolución de la totalidad de sus miem-
bros y, por la ley natural y la de la razón, se da por supuesto que
obliga, por llevar dentro de sí el poder de la totalidad.
148 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 149

§ 122. Pero el simple hecho de someterse a las leyes de u n país, de e n c o n t r á n d o s e expuesto constantemente a ser atropellado por otros
vivir tranquilamente y de disfrutar de los privilegios y de la protec- hombres. Siendo todos tan reyes como él, cualquier hombre es su
ción que ellas otorgan no hace a ningtin hombre miembro de dicha igual; como la mayor parte de los hombres no observan estricta-
sociedad; todo eso es tínicamente una protección local y una aten- mente los mandatos de la equidad y de la justicia, resulta muy inse-
ción debida y exigida a todos aquellos que, no e n c o n t r á n d o s e en es- guro y mal salvaguardado el disfrute de los bienes que cada cual po-
tado de guerra, vienen a vivir a los territorios pertenecientes a un see en ese Estado. Esa es la r a z ó n de que los hombres estén
gobierno, en cualquier lugar adonde alcanza la fuerza de su ley. dispuestos a abandonar esa condición natural suya que, por muy l i -
Pero ese hecho no convierte a u n hombre en miembro de aquella bre que sea, está plagada de sobresaltos y de continuos peligros. Tie-
sociedad, en subdito perpetuo de aquel Estado, como no lo conver- nen razones suficientes para procurar salir de la misma y entrar vo-
tiría en subdito del jefe de una familia con la que encontrase con- luntariamente en sociedad con otros hombres que se encuentran ya
veniente residir por algún tiempo; ahora bien: mientras residiese en unidos, o que tienen el propósito de unirse para la mutua salvaguar-
ese país estará obligado a cumplir sus leyes y a someterse al go- dia de sus vidas, libertades y tierras, a todo lo cual incluyo dentro
bierno establecido en el mismo. Vemos, de ese modo, que los ex- del nombre genérico de bienes o propiedades.
tranjeros que pasan toda su vida bajo otro gobierno, y que gozan
de los privilegios y la protección que él otorga, no se convierten por , § 124. Tenemos, pues, que la finalidad m á x i m a y principal que bus-
ello en subditos o miembros de aquel Estado, aunque se hallen en can los hombres al reunirse en Estados o comunidades, sometién-
conciencia obligados a someterse, igual que cualquier otro ciuda- dose a u n gobierno, es la de salvaguardar sus bienes; esa salvaguar-
dano, a sus disposiciones. Nada puede hacer a u n hombre subdito dia es muy incompleta en el estado de Naturaleza.
o miembro de u n Estado sino su ingreso en el mismo por compro- E n primer lugar se necesita una ley establecida, aceptada, conoci-
miso positivo, promesa expresa y pacto. Esa es m i manera de pen- da y firme que sirva por c o m ú n consenso de norma de lo justo y de lo
sar en lo referente al comienzo de las sociedades políticas y al con- injusto, y de medida c o m ú n para que puedan resolverse por ella todas
sentimiento que convierte a un hombre en miembro de u n Estado las disputas que surjan entre los hombres. Aunque la ley natural es
determinado. clara e inteligible para todas las criaturas racionales, los hombres, lle-
vados de su propio interés, o ignorantes por falta de estudio de la mis-
. ma, se sienten inclinados a no reconocerla como norma que los obli-
CAPÍTULO EX. D E LAS FINALIDADES DE LA SOCIEDAD POLÍTICA Y DEL GOBIERNO ga cuando se trata de aplicarla a los casos en que está en juego su
interés.
§ 123. Si el hombre es tan libre como hemos explicado en el estado
de Naturaleza, si es señor absoluto de su propia persona y de sus § 125. En segundo lugar hace falta en el estado de Naturaleza un
bienes, igual al hombre m á s alto y libre de toda sujeción, ¿por qué juez reconocido e imparcial, con autoridad para resolver todas las
r a z ó n va a renunciar a esa libertad, a ese poder supremo para so- diferencias, de acuerdo con la ley establecida. Como en ese estado es
meterse al gobierno y a la autoridad de otro poder? La respuesta evi- cada hombre juez y ejecutor de la ley natural, y como todos ellos son
dente es que, a pesar de disponer de tales derechos en el estado de parciales cuando se trata de sí mismos, es muy posible que la pasión
Naturaleza, es muy inseguro en ese estado el disñoite de los mismos. y el rencor los lleven demasiado lejos; que tomen con excesivo aca-
APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 151
150 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

sola comunidad, constituyen una sola sociedad, y eso los distingue


loramiento sus propios problemas y que se muestren negligentes y
del resto de las criaturas. Si no fuese por la corrupción y los vicios
despreocupados con los problemas de los d e m á s .
de ciertos hombres degenerados, no habría necesidad de ninguna
otra ley, n i de que los hombres se apartasen de esa alta y natural co-
§ 126. El tercer lugar, se carece con frecuencia en el estado de Natu-
munidad, para asociarse en combinaciones de menor importancia.
raleza de u n poder suficiente que respalde y sostenga la sentencia
El otro poder que el hombre tiene en el estado de Naturaleza es el de
cuando esta es justa, y que la ejecute debidamente. Quienes se han
castigar los delitos cometidos contra la ley. Pero el hombre renuncia
hecho culpables de una injusticia rara vez dejarán de mantenerla si
a esos dos poderes cuando entra a formar parte de una sociedad po-
disponen de fuerza para ello. Esa resistencia convierte muchas veces lítica particular, si se me permite esta palabra, concreta, y se incor-
en peligroso el castigo, resultando con frecuencia muertos quienes pora a u n Estado independiente del resto de los hombres.
tratan de aplicarlo.

§ 129. E l primero de esos poderes, es decir, el de hacer lo que le pa-


§ 127. Así es como el género humano se ve r á p i d a m e n t e llevado ha-
rece bien para su propia salvaguardia y la de los d e m á s hombres, lo
cia la sociedad política a pesar de todos los privilegios de que goza
entrega a la reglamentación de las leyes que dicta la sociedad, en la
en el estado de Naturaleza, porque mientras permanecen dentro de
medida que su propia salvaguardia y la de los d e m á s miembros de la
este su situación es mala. Por esa razón, es raro encontrar hombres
sociedad lo requiere. Esas leyes de la sociedad restringen en muchas
que permanezcan durante algtin tiempo en tal estado. Los inconve-
cosas la libertad que le ha sido otorgada por la ley de la Naturaleza.
nientes a que están expuestos, dado que cualquiera de ellos puede
poner por obra sin norma n i límite el poder de castigar las transgre-
§ 130. E n segundo lugar, renuncia de una manera total al poder que
siones de los demás, los impulsan a buscar refugio, a fin de salva-
tenía de castigar, y compromete su fuerza natural, esa fuerza de la
guardar sus bienes, en las leyes establecidas por los gobiernos. Esto
que antes podía servirse por su propia autoridad para ejecutar la ley
es lo que hace que cada cual esté dispuesto a renunciar a su poder
natural, según creía conveniente, a ponerla al servicio del poder eje-
individual de castigar, dejándolo en las manos de un solo individuo
cutivo de la sociedad, cuando sus leyes lo exijan. Eso porque ahora
elegido entre ellos para esa tarea, y ateniéndose a las reglas que la
se encuentra en una nueva situación y en ella va a disfiritar de mu-
comunidad o aquellos que han sido autorizados por los miembros
chas ventajas derivadas del trabajo, de la ayuda y de la c o m p a ñ í a de
de la misma establezcan de comtin acuerdo. Ahí es donde radica ei
los d e m á s miembros de la comunidad que, a d e m á s , lo protege con
derecho y el nacimiento de ambos poderes, el legislativo y el ejecuti-
todo su poder. Así, pues, tiene que renunciar, en la b ú s q u e d a de sus
vo, y t a m b i é n el de los gobiernos y el de las mismas sociedades po-
ventajas personales, a la parte de su libertad natural que exige el
líticas.
bien, la prosperidad y la seguridad de la sociedad. Esto no es solo in-
dispensable, sino que es t a m b i é n justo, puesto que todos los d e m á s
§ 128. E n el estado de Naturaleza, dejando de lado la libertad que
miembros renuncian igualmente.
tiene de disfrutar de placeres sencillos, el hombre posee dos pode-
res. E l primero de ellos es el de hacer lo que bien le parece para su
§ 131. Sin embargo, aunque al entrar en sociedad renuncian los
propia salvaguardia y la de los demás, dentro de la ley natural. Por
hombres a la igualdad, a la libertad y al poder ejecutivo de que dis-
esta ley comtin a todos, él y todos los d e m á s hombres forman una
152 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

p o n í a n en el estado de Naturaleza y hacen entrega de los mismos a


la sociedad para que el poder legislativo disponga de ellos según lo
requiera el bien de esa sociedad, y habida cuenta de que el propósi-
7. CHARLES DE SECONDAT,
to de todos los que la componen es solo salvaguardarse mejor en sus BARÓN DE MONTESQUIEU
personas, libertades y propiedades (ya que no puede suponerse que
una criatura racional cambie deliberadamente de estado para i r a DEL ESPÍRITU DE LAS LEYl
peor), no cabe aceptar que el poder de la sociedad política, o de los
legisladores instituidos por ella, pretenda otra cosa que el bien co-
m ú n , hallándose obligados a salvaguardar las propiedades de todos
mediante medidas contra los defectos arriba señalados, que convier-
ten en inseguro e intranquilo el estado de Naturaleza. Por esa razón,
quien tiene en sus manos el poder legislativo o supremo de un Esta-
do hállase en la obligación de gobernar mediante leyes fijas y esta- LIBRO X I
blecidas, promulgadas y conocidas por el pueblo; no debe hacerlo
por decretos extemporáneos. Es preciso que establezca jueces rectos Capítulo IH: Qué es la libertad.— Es cierto que en las democracias
e imparciales encargados de resolver los litigios mediante aquellas parece que el pueblo hace lo que quiere; pero la libertad política no
leyes. Por último, e m p l e a r á la fuerza de la comunidad dentro de la consiste en hacer lo que uno quiera. En un Estado, es decir, en una
misma ú n i c a m e n t e para hacerlas ejecutar, y en el exterior para evi- sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en po-
tar o para exigir reparación de los atropellos extranjeros, y t a m b i é n der hacer lo que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que
para asegurar a la comunidad contra las incursiones violentas y la no se debe querer
invasión. Y todo esto debe ser encaminado al ú n i c o objeto de conse- Hay que tomar consciencia de lo que es la independencia y de lo
guir la paz, la seguridad y el bien de la población. • que es la libertad. La libertad es el derecho de hacer todo lo que las
leyes permiten, de modo que si u n ciudadano pudiera hacer lo que
las leyes prohiben, ya no h a b r í a libertad, pues los d e m á s t e n d r í a n
igualmente esta facultad.

Capítulo IV: Continuación del niismo tema.— La democracia y la


aristocracia no son Estados libres por su naturaleza. La liber-
tad política no se encuentra m á s que en los Estados moderados;
ahora bien, no siempre aparece en ellos sino sólo cuando no se
abusa del poder Pero es una experiencia eterna, que todo hombre
que tiene poder siente la inchnación de abusar de él, yendo hasta

* Tecnos, Madrid, 1985.

'.«ta..: i
154 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 155

donde encuentra límites. ¡Quién lo diría! La misma virtud necesita Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga le-
límites. yes para cierto tiempo o para siempre, y enmienda o deroga las exis-
Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la dis- tentes. Por el segundo poder, dispone de la guerra y de la paz, envía
posición de las cosas, el poder frene al poder. Una constitución pue- o recibe embajadores, establece la seguridad, previene las invasio-
de ser tal que nadie esté obligado a hacer las cosas no preceptuadas nes. Por el tercero, castiga los delitos o juzga las diferencias entre
por la ley, y a no hacer las permitidas. particulares. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro, simple-
mente, poder ejecutivo del Estado.
Capítulo V: Del fin de los distintos Estados.— Aunque todos los Esta- La libertad política de un ciudadano depende de la tranquilidad
dos tengan, en general, el mismo fin, que es el de mantenerse, cada de espíritu que nace de la opinión que tiene cada uno de su seguri-
uno tiene, sin embargo, uno que le es particular. El engrandeci- dad. Y para que exista la libertad-^ es necesario que el Gobierno sea
miento era el de Roma; la guerra, el de Lacedemonia; la religión, el tal que n i n g ú n ciudadano pueda temer nada de otro.
de las leyes judaicas; el comercio, el de Marsella; la tranquilidad pú- Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la
blica, el de las leyes chinas;' la navegación, el de las leyes de Rodas; misma persona o en el mismo cuerpo, no hay libertad porque se
la libertad natural, el de la legislación de los salvajes; las delicias del puede temer que el monarca o el Senado promulguen leyes tiránicas
príncipe, por lo c o m ú n , el de los Estados despóticos; la gloria para hacerlas cumplir tiránicamente.
del príncipe y la del Estado, el de las Monarquías; el objeto de la le- Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del le-
yes de Polonia es la independencia de cada ciudadano, pero de ellas gislativo n i del ejecutivo. Si va unido al poder legislativo, el poder
resulta la opresión de todos sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sen'a arbitrario, pues el
Existe t a m b i é n una n a c i ó n en el mundo cuya constitución tiene juez sería al mismo tiempo legislador. Si va unido al poder ejecutivo,
como objeto directo la libertad política. Vamos a examinar los prin- el juez podría tener la fuerza de un opresor.
cipios en que se funda: si son buenos, la libertad se reflejará en ellos Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de
como en u n espejo. personas principales, de los nobles o del pueblo, ejerciera los tres
Para d e s c u b r í r la libertad política en la constitución no hace fal- poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas
ta mucho esfuerzo. Ahora bien, si se la puede contemplar y si ya se y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.
ha encontrado, ¿por q u é buscarla más? (...)
Puesto que en un Estado libre, todo hombre, considerado como
Capítulo VI: De la constitución de Inglatora.— Hay en cada Estado poseedor de u n alma libre, debe gobernarse por sí mismo, sería
tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de los preciso que el pueblo en cuerpo d e s e m p e ñ a r a el poder legislativo.
asuntos que dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de Pero como esto es imposible en los grandes Estados, y como está
los que depende del derecho civil. sujeto a m i l inconvenientes en los pequeños, el pueblo deberá rea-

1 Fin natural de un Estado que no tiene enemigos en el exterior o que cree tener- 3 Aun cuando un hombre tuviese en Inglaterra tantos enemigos como cabellos tie-
los contenidos con barreras. ne en la cabeza, no le pasarla nada; y es mucho, pues la salud el alma es tan necesa-
2 Inconveniente del Liberum veto. ria como la del cuerpo. {Notas sobre Inglaterra.)
156 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

lizar por medio de sus representantes lo que no puede hacer por sí


mismo.
Se conocen mejor las necesidades de la propia ciudad que las de
8. JEAN-JACQUES ROUSSEAU,
las d e m á s ciudades y se juzga mejor sobre la capacidad de los veci- DEL CONTRATO SOCIAL*
nos que sobre la de los d e m á s compatriotas. No es necesario, pues,
que los miembros del cuerpo legislativo provengan, en general, del
cuerpo de la nación, sino que conviene que, en cada lugar principal,
los habitantes elijan u n representante.
La gran ventaja de los representantes es que tienen capacidad
para discutir los asuntos. E l pueblo en cambio no está preparado
para esto, lo que constituye uno de los grandes inconvenientes de la
democracia.
Cuando los representantes han recibido de quienes los eligieron LIBRO I
unas instrucciones generales, no es necesario que reciban instruc-
ciones particulares sobre cada asunto, como se practica en las dietas Capítulo VI. Del pacto social
de Alemania. Verdad es que, de esta manera, la palabra de los dipu-
tados sería m á s propiamente la expresión de la voz de la nación, Supongo a los hombres recién llegados al punto en que los obstácu-
pero esta práctica llevaría a infinitas dilaciones, haría a cada dipu- los que impiden su conservación en el estado natural superan a las
tado d u e ñ o de los d e m á s y, en los momentos m á s apremiantes, toda fiierzas que cada individuo puede emplear para mantenerse en di-
la fiierza de la n a c i ó n podría ser detenida por un capricho. cho estado. Entonces ese estado primitivo no puede subsistir, y el gé-
nero humano perecería si no variara de manera de ser.
Ahora bien, como los hombres no pueden engendrar nuevas fuer-
zas, sino unir y dirigir solamente las que existen, no tienen otro me-
dio para conservarse que el de formar, por agregación, una suma de
fuerzas capaz de superar la resistencia, ponerlas en juego con un
solo fin y hacerles obrar de mutuo acuerdo.
Esa suma de fiierzas no puede nacer sino del concurso de mu-
chos; pero, constituyendo la fuerza y la libertad de cada hombre los
principales instrumentos para su conservación, ¿cómo podría él
comprometerlos sin justificarse n i descuidar las obligaciones que
tiene para consigo mismo? Esta dificultad, volviendo a m i tema,
puede enunciarse en los t é r m i n o s siguientes:

* Alianza, Madrid, 1991.


158 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS I 59

«Cómo encontrar una forma de asociación que defienda y prote- m ú n su persona y su poder bajo la suprema dirección de la voluntad
ja, con la fuerza c o m ú n , la persona y los bienes de cada asociado, y general, y cada miembro es considerado como parte indivisible del
por la cual cada uno, uniéndose a todos los demás, no obedezca m á s todo».
que a sí mismo y permanezca, por tanto, tan libre como antes.» He Al instante, este acto de asociación transforma la persona parti-
a q u í el problema fundamental cuya solución proporciona el contra- cular de cada contratante en u n ente normal y colectivo, compuesto
to social. de tantos miembros como votos tiene la asamblea, la cual recibe de
Las cláusulas de este contrato están de tal suerte determinadas este mismo acto su unidad, su yo c o m ú n , su vida y su voluntad. La
por la naturaleza del acto, que la menor modificación en ellas las ha- persona pública que así se constituye, por la u n i ó n de todas las de-
ría inútiles y sin efecto; de manera que, aunque no hayan sido j a m á s m á s , tomaba en otro tiempo el nombre de Ciudad^ y hoy el de Re-
formalmente enunciadas, resultan en todas partes las mismas, así pública o cuerpo político, el cual es denominado Estado cuando es
como t á c i t a m e n t e reconocidas y admitidas, hasta tanto que, violado activo, potencia en relación a sus semejantes. En cuanto a los aso-
el pacto social, cada cual recobra sus primitivos derechos y recupe- ciados, éstos toman colectivamente el nombre de Pueblo y particu-
ra su libertad natural al perder la condicional por la cual había re- larmente el de ciudadanos, como partícipes de la autoridad sobera-
nunciado a la primera. na, y el de subditos por estar sometidos a las leyes del Estado. Pero
Estas cláusulas, suficientemente estudiadas, se reducen a una estos t é r m i n o s se confunden a menudo, t o m á n d o s e el uno por el
sola, a saber: la alienación total de cada asociado con sus innegables otro; basta saber distinguirlos cuando son empleados con absoluta
derechos a toda la comunidad. Pues, primeramente, d á n d o s e por precisión.
completo cada uno de los asociados, la condición es igual para to-
dos; y siendo igual, ninguno tiene interés en hacerla gravosa para los
demás.
1. E l verdadero sentido de esta palabra casi se ha perdido entre nosotros: la mayo-
Además, efectuándose la alienación sin reservas, la u n i ó n resulta ría de ios hombres modernos confunden una población con una ciudad y un habi-
tan perfecta como puede serlo, sin que n i n g ú n asociado tenga nada tante con un ciudadano. Ignoran que !as casas constituyen la extensión, la pobla-
que exigir, pues si quedasen algunos derechos a los particulares, ción, y que los ciudadanos representan o suponen la ciudad. Este mismo error costó
como no h a b r í a n i n g ú n superior c o m ú n que pudiera dirigir entre caro alguna vez a los cartagineses. No he leído que el título de ciudadano se haya
dado jamás a los subditos de algún príncipe, ni a los macedonios antiguamente, ni
ellos y el público, cada cual, siendo hasta cierto punto su propio
tampoco en nuestros días a los ingleses, a pesar de estar más próximos a la libertad
juez, p r e t e n d e r í a en seguida serlo en todo; en consecuencia, el esta- de todos los demás. Sólo los franceses adoptan familiarmente este nombre porque
do natural subsistiría y la asociación convertiríase fatalmente en t i - no tienen verdadera idea de lo que la palabra ciudadano significa, como pueden ver
ránica e inútil. en sus diccionarios, sin que inciuran, usurpándolo, en crimen de lesa majestad: este
En fin, d á n d o s e cada individuo a todos, no se da a nadie, y como nombre expresa entre ellos una virtud y no un derecho. Cuando Bodin ha querido
hablar de nuestros ciudadanos o habitantes ha incurrido en un grave error tomando
no hay u n asociado sobre el cual no se adquiera el mismo derecho
los unos por los otros. M. d'Alembert, en cambio, no se ha equivocado y ha distin-
que se cede, se gana la equivalencia de todo lo que se pierde y ma- guido bien, en su artículo Ginebra, las cuatro clases de hombres (cinco, contando los
yor fuerza para conservar lo que se tiene. Si se descarta, pues, del extranjeros) que existen en nuestra población y de los cuales dos solamente compo-
pacto social lo que no constituye su esencia, encontraremos que el nen la república. Ningún autor francés, que yo sepa, ha comprendido el verdadero
mismo se reduce a los t é r m i n o s siguientes: «Cada cual pone en co- sentido del vocablo ciudadano.
160 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 161

LIBRO I I tado no será una suma de p e q u e ñ a s diferencias, sino una diferencia


única: desaparece la voluntad general y la opinión que impera es
Capítulo UI. De si la voluntad general puede errar una opinión particular.
Importa, pues, para tener una buena exposición de la voluntad
De lo que precede se deduce que la voluntad general es siempre rec- general que no existan sociedades particulares en el Estado, y que
ta y tiende constantemente a la utilidad pública; pero no se deriva de cada ciudadano opine con arreglo a su manera de pensar. Tal fue la
ello que las resoluciones del pueblo tengan siempre la misma recti- única y sublime institución del gran Licurgo. Si existen sociedades
tud. particulares es preciso multiplicarlas a fin de prevenir la desigual-
E l pueblo quiere indefectiblemente su bien, pero no siempre lo dad, como lo hicieron Solón y Numa. Estas precauciones son nece-
comprende. J a m á s se corrompe al pueblo, pero a menudo se le en- sarias para que la voluntad general sea siempre esclarecida y para
gaña, y es entonces cuando parece querer el mal. que el pueblo no se equivoque nunca.
Frecuentemente surge una gran diferencia entre la voluntad de
todos y la voluntad general: ésta sólo atiende al interés c o m ú n , aqué- LIBRO I I I
lla al interés privado, siendo en resumen una simia de las voluntades
particulares; pero suprimid de esas mismas voluntades las m á s y las Capítulo IV. De la democracia
menos que se destruyen entre sí, y q u e d a r á la voluntad general
como suma de las diferencias.^ El autor de la ley sabe mejor que nadie c ó m o debe ser ejecutada e
Si cuando el pueblo, suficientemente informado, delibera, los interpretada. Parece, según esto, que no p o d r í a haber mejor consti-
ciudadanos pudieran permanecer sin ninguna c o m u n i c a c i ó n entre tución que aquella en la cual el poder ejecutivo estuviese unido al le-
ellos, del gran n ú m e r o de p e q u e ñ a s diferencias resultaría siempre la gislativo; pero eso mismo haría a ese gobierno incapaz, desde cierto
voluntad general y la resolución sería buena. Pero cuando se forman punto de vista, porque lo que debe ser diferenciado no lo es y con-
intrigas y asociaciones parciales a expensas de la comunidad, la vo-* fundiendo al príncipe con el cuerpo soberano, no existiría, por a s í
luntad de cada una de ellas conviértese en general con relación a sus decirlo, sino u n gobierno sin gobierno.
miembros, y en particular con relación al Estado, p u d i é n d o s e decir No es bueno que el que promulga las leyes las ejecute, n i que el
entonces que no hay ya tantos votantes como ciudadanos, sino tan- cuerpo del pueblo distraiga su atención de las miras generales para
tos como asociaciones. Las diferencias se hacen menos numerosas y dirigirla hacia los objetos particulares. Nada es tan peligroso como
da u n resultado menos general. E n fin, cuando una de esas asocia- la influencia de los intereses privados en los negocios públicos,
ciones es tan grande que predomina sobre todas las d e m á s , el resul- pues hasta el abuso de las leyes por parte del gobierno es menos
nocivo que la corrupción del legislador, consecuencia fatal de i n -
tereses particulares, pues estando el Estado alterado en su sustan-
2. Cada interés, dice el marqués de Argenson, tiene principios diferentes. El acuer-
cia, toda reforma resulta imposible. Un pueblo que no abusara ja-
do entre dos intereses particulares se forma por oposición al de un tercero. Ha podido
agregar que el acuerdo de todos los intereses se realiza por oposición al interés de
m á s del gobierno, no abusan'a tampoco de su independencia. U n
cada uno. Si no hubiese intereses diferentes, apenas si se comprenderla el interés co- pueblo que gobernara siempre bien, no tendría necesidad de ser
mún, que no encontraría jamás obstáculos, y la política dejaría de ser un arte. gobernado.
162 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 163

Tomando la palabra en su rigurosa acepción, no existirá j a m á s ver- continuamente a cambiar de forma n i que exija m á s vigilancia y va-
dadera democracia, n i ha existido nunca. Es contra el orden natural lor para sostenerse. Bajo este sistema sobre todo debe el ciudadano
que el mayor núimero gobierne y los menos sean gobernados. No se armarse de fuerza y de constancia y repetir todos los días, en el fon-
puede imaginar que el pueblo viva constantemente reunido para ocu- do de su corazón, lo que decía el virtuoso Palatino en la dieta de Po-
parse de los negocios públicos, siendo fácil comprender que no po- lonia: Malo periculosam lihertatem quam quietum servitium?
dría delegar tal función sin que la forma de a d m i n i s t r a c i ó n variase. Si hubiera u n pueblo de dioses estaría gobernado democrática-
En efecto, yo creo poder establecer como principio que, cuando mente. U n gobierno tan perfecto no conviene a los hombres.
las funciones del gobierno están divididas entre muchos tribunales,
los menos numerosos consiguen, tarde o temprano, la mayor auto-
ridad, aunque no sea m á s que por r a z ó n de la facilidad para resolver
los negocios.
Además, ¿no son demasiadas cosas difíciles las que implica reu-
nir este gobierno? Primeramente, un Estado muy pequeño, en don-
de se pueda reunir el pueblo y en donde cada ciudadano pueda, sin
dificultad, conocer a los d e m á s . E n segundo lugar, una gran senci-
llez de costumbres que prevenga o resuelva por anticipado multitud
de negocios y de resoluciones espinosas; luego, gran igualdad en los
rangos y en las fortunas, sin lo cual la igualdad de derechos y de au-
toridad no p o d r í a prevalecer mucho tiempo; y, por último, poco o
n i n g ú n lujo, pues éste, hijo de las riquezas, corrompe de la misma
manera al rico que al pobre, al uno por la posesión y al otro por la
codicia; entrega la patria a la molicie, a la vanidad y arrebata al Es-'
tado todos los ciudadanos para esclavizarlos, sometiendo unos al
yugo de otros y todos al de la opinión.
He a q u í por q u é u n autor célebre dio por fundamento a la repú-
blica la virtud, sin la cual estas condiciones no p o d r í a n subsistir, pero
por no haber hecho las distinciones necesarias aquel genio careció a
menudo de precisión, muchas veces de claridad y no vio que siendo
la autoridad soberana en todas partes la misma, el mismo funda-
mento debe ser el de todo Estado bien constituido, m á s o menos, es
cierto, según la forma de gobierno.
Añádase a esto que no hay gobierno que esté tan sujeto a las gue-
rras civiles y a las agitaciones intestinas como el democrático o po-
pular, a causa de que no hay tampoco ninguno que propenda tan 3. Trefiero la libertad con peligro a la esclavitud con sosiego'.
9. ALEXIS DE TOCQUEVILLE,
LA DEMOCRACIA EN AMÉRIC

T O M O I , SEGUNDA PARTE

Actividad que reina en todas las partes del cuerpo político de los Esta-
dos Unidos, e influencia que ejerce dicha actividad sobre la sociedad.

Cuando se pasa de un país libre a otro que no lo es, nos sorprende un


espectáculo extraordinario: allí todo es actividad y movimiento; aquí
todo parece tranquilo e inmóvil. En el primero reina un afán de mejo-
ramiento y de progreso; en el segundo diríase que la sociedad, después
de haber adquirido todos los bienes no aspira m á s que a descansar y a
gozar de ellos. Sin embargo, el país que despliega tanta agitación para
ser feliz es, en general, m á s rico y próspero que el que parece tan sa-
tisfecho con su suerte. Y considerando a uno y a otro, difícilmente
puede concebirse cómo en el primero se dejan sentir tantas nuevas ne-
cesidades, mientras tan pocas se experimentan en el segundo.
Si esta observación es aplicable tanto a los países libres que han
conservado la forma m o n á r q u i c a como a aquellos en que domina la
aristocracia, a ú n lo es mucho m á s a las repúblicas democráticas. En
éstas no es una parte del pueblo la que se propone mejorar el estado
de la sociedad, sino que es el pueblo entero el que se encarga de tal

Alianza. Madrid, 1985.


166 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 167

empresa. No se trata ú n i c a m e n t e de proveer a las necesidades y co- los quehaceres del hogar. Para ellas, los clubs reemplazan hasta cier-
modidades de una clase, sino a las de todas las clases al mismo tiempo. to punto a los espectáculos. E l americano no sabe conversar: discu-
No es imposible concebir la inmensa libertad de que gozan los te. No discurre: diserta. Nos habla siempre como si se dirigiese a
americanos, y otro tanto puede decirse sobre su idea de extrema una asamblea, y si alguna vez se acalora dice «Señores» al dirigirse
igualdad; pero lo que no se puede comprender sin haber sido testigo a su interlocutor.
de ello es la actividad política que reina en los Estados Unidos. En determinados países el habitante acepta con cierta repugnan-
Apenas se pone el pie en suelo americano se encuentra uno en cia los derechos políticos que la ley le concede; le parece que se le
medio de una especie de tumulto; un conftiso clamor se alza por to- roba el tiempo haciéndole ocuparse de los intereses comunes, y pre-
das partes; m i l voces llegan s i m u l t á n e a m e n t e al oído, cada una de fiere encerrarse en u n estrecho egoísmo limitado por cuatro zanjas
ellas expresando necesidades sociales. Alrededor todo es agitación; rematadas por u n seto.
aquí, el pueblo de u n barrio se ha reunido para saber si se debe edi- Por el contrario, si se redujera al norteamericano a no ocuparse
ficar una iglesia; allá, se trabaja en la elección de un representante; m á s que de sus propios asuntos se le quitaría media vida; sentiría
m á s lejos, los diputados de un c a n t ó n se trasladan a toda prisa a la como u n inmenso vacío y llegaría a ser enormemente desgraciado.
ciudad a fin de proveer a determinadas mejoras locales; en otro l u - Estoy persuadido de que si el despotismo llegara alguna vez a esta-
gar, son los labradores de u n pueblo quienes abandonan sus sem- blecerse en América, encontraría m á s dificultades en vencer los hábi-
brados para discutir el proyecto de una carretera o ima escuela, o tos creados por la libertad que en superar el amor mismo a la libertad.
ciudadanos que se r e ú n e n con el único objeto de declarar que desa- Esa agitación siempre renaciente que el gobierno de la democra-
prueban la actuación del gobierno, al tiempo que otros lo hacen cia ha introducido en el mundo político, para luego a la sociedad ci-
para proclamar que los hombres que se hallan en el poder son los pa- vil. Y no sé si a fin de cuentas no será esa la mayor ventaja del go-
dres de la patria. Y a ú n hay otros que, considerando la embriaguez bierno democrático, al que alabo a ú n m á s por lo que hace hacer que
como la fiiente principal de los males del Estado, se comprometen por lo que hace.
solemnemente a dar ejemplo de m o d e r a c i ó n . Es innegable que el pueblo suele dirigir bastante mal los asuntos
El gran movimiento político agita sin cesar a la legislatura ame- públicos, pero es que el pueblo no puede ocuparse de los asuntos pú-
ricana. El ú n i c o que se percibe desde fuera, no es m á s que u n episo- blicos sin que el círculo de sus ideas se extienda y su espíritu salga
dio y una especie de prolongación de ese movimiento universal que de la rutina ordinaria. El hombre del pueblo que ha sido llamado al
comienza en las clases m á s bajas del pueblo y va extendiéndose, de gobierno de la sociedad, adquiere una cierta estima de sí mismo.
una a otra, a todas las clases de ciudadanos. No se puede trabajar Convertido en poder, inteligencias lúcidas se ponen al servicio de la
m á s afanosamente para el logro de la felicidad. suya. Se dirigen a él para buscar su apoyo y, tratando de engañarle
Es difi'cil decir q u é lugar ocupa la política en la vida de u n hom- de m i l modos diferentes, le ilustran. En política interviene en activi-
bre de los Estados Unidos. Gobernar la sociedad y hablar de c ó m o dades no concebidas por él, pero que le sugieren u n amor general
hacerlo es el asunto m á s importante, y por así decirlo el único pla- por las empresas. A diario se le indican nuevas mejoras a realizar en
cer del americano. Esto se percibe hasta en los menores hábitos de la propiedad c o m ú n , y siente nacer en él el deseo de mejorar la suya
su vida; las mismas mujeres acuden a menudo a las asambleas p ú - personal. No es quizá n i m á s virtuoso n i m á s feliz que sus antepasa-
blicas, donde escuchan discursos políticos mientras descansan de dos pero sí m á s ilustrado y activo. Estoy seguro de que las institu-
168 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 169

clones democráticas, unidas a la naturaleza física del país, son la ¿Qué exigís de la sociedad y de su gobierno?
causa, no directa como tantos dicen, sino la causa indirecta del pro- Entendámonos.
digioso movimiento industrial que se observa en los Estados Unidos. ¿Queréis dar al espíritu humano cierta elevación, una manera ge-
No es que las leyes lo produzcan, es el pueblo quien al hacer la ley nerosa de enfocar las cosas de este mundo? ¿Queréis inspirar a los
aprende a producirlo. hombres una especie de desprecio por los bienes materiales? ¿De-
Cuando los enemigos de la democracia pretenden que u n hombre seáis hacer nacer, o mantener, convicciones profundas y preparar una
solo hace mejor su cometido que el gobierno de todos, creo que tie- gran abnegación?
nen razón. E l gobierno de uno solo, suponiendo igualdad de dotes ¿Se trata, para vosotros, de pulir las costumbres, de elevar las
intelectuales en ambas posibilidades muestra m á s continuidad en maneras, de hacer brillar las artes? ¿Buscáis poesía, ruido, gloria?
sus empresas que la multitud, m á s perseverancia, m á s idea de con- ¿Pretendéis organizar un pueblo de forma que impere sobre to-
junto, m á s perfección en el detalle y un superior discernimiento en dos los demás? ¿Lo destináis a intentar grandes empresas y, sea cual
la elección de los hombres. Quienes nieguen esto no han visto j a m á s sea el resultado de sus esfuerzos, a dejar una inmensa huella en la
una república democrática o juzgan por unos pocos ejemplos. La de- historia?
mocracia, aun cuando las circunstancias locales y las disposiciones Si éste es, según vosotros, el objeto principal que deben propo-
del pueblo la permitan mantenerse, no presenta aspectos de regula- nerse los hombres en sociedad, no adoptéis el gobierno de la demo-
ridad administrativa n i de orden metódico en el gobierno: esto es cracia, pues con toda seguridad no os conducirá a él.
cierto. La libertad d e m o c r á t i c a no ejecuta ninguno de sus proyectos Pero si os parece útil dirigir la actividad intelectual y moral del
con la misma perfección que el despotismo inteligente; a menudo los hombre hacia las necesidades de la vida material, así como em-
abandona antes de obtener su fruto, o se aventura en otros peligro- plearla en producir el bienestar; si la razón os parece m á s provechosa
sos. Pero a la larga produce m á s que el despotismo ilustrado; hace para los hombres que el genio; si vuestro objeto no es el de crear vir-
peor cada cosa, pero hace m á s cosas. Bajo su imperio lo grande no turdes heroicas, sino hábitos apacibles; si consideráis que los vicios
suele ser lo que ejecuta la administración pública, sino lo que se eje- son mejores que los crímenes y preferís encontrar menos acciones
cuta sin ella y fuera de ella. La democracia no da al pueblo el go- grandes con tal de encontrar menos dehtos; si en lugar de actuar en
bierno m á s hábil, pero logra aquello que el gobierno m á s hábil a me- el seno de una sociedad brillante os basta con vivir en una sociedad
nudo no puede: extiende por todo el cuerpo social una actividad p r ó s p e r a ; si, en fín, el objeto principal de un gobierno no es, según
inquieta, una fuerza sobreabundante y una energía que j a m á s exis- vosotros, el de dar al cuerpo entero de la n a c i ó n la mayor fuerza o la
ten sin ella y que, a poco favorables que sean las circunstancias, pue- mayor gloria posible, sino el de procurar a cada uno de los indivi-
den engendrar maravillas. Esas son sus verdaderas ventajas. duos que la componen el mayor bienestar y evitarle la miseria en la
En este siglo en que los destinos del mundo cristiano parecen en medida que pueda, entonces igualad las condiciones e instituid el
suspenso, unos se apresuran a atacar la democracia como a fuerza gobierno de la democracia.
enemiga, cuando ésta a ú n se está desarrollando, y otros la adoran ya Si ya no es tiempo de elegir, si una fuerza superior al hombre os
conio a un nuevo dios surgido de la nada; pero tanto unos como arrastra sin consultar vuestros deseos hacia uno de los dos gobier-
otros sólo conocen imperfectamente el objeto de su odio o de su de- nos, tratad al menos de obtener de él todo el bien que puede procu-
seo; combaten en la oscuridad y descargan sus golpes a ciegas. rar; y conociendo tanto sus virtudes como sus malas inclinaciones.

1
170 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 171

esforzaos por restringir el efecto de las segundas y por desarrollar E n los Estados Unidos no se suele decir que la virtud es bella. Se
las primeras. afirma que es útil, y se demuestra cada día. Los moralistas america-
(...) nos no pretenden que haya que sacrificarse a los semejantes porque
sea hermoso hacerlo; ,pero_diceB_¿ÍTuambages
son tan necesarios aLqueseLlosTUipone como a quien aprovechan.
T O M O I I , SEGUNDA PARTE Han adquirido conciencia de que en su país y en su época el hom-
bre es llevado hacia sí mismo por una fuerza irresistible, y, al perder
Capítulo VIII.— Cómo frenan los americanos el individualismo con el la esperanza de contenerla, no se ocupan ya sino de guiarla.
principio del interés bien entendido No niegan, pues, que cada hombre tenga derecho a buscar su i n -
terés, pero se esfuerzan en demostrar que el interés de todos en par-
Cuando el mundo era regido por u n p e q u e ñ o n ú m e r o de individuos ticular consiste en ser honrados.
poderosos y ricos, éstos gustaban de formarse una idea sublime de No voy a entrar ahora en el detalle de sus razones, pues ello me
los deberes del hombre; se complacían en afirmar que es glorioso ol- a p a r t a r í a de m i tema. Me limitaré a decir cuáles han convencido
vidarse de sí mismo y que conviene hacer el bien desinteresadamen- m á s a sus conciudadanos.
te, como Dios mismo. Tal era la doctrina oficial de aquella época en Hace tiempo dijo Montaigne: «Aun cuando y no siguiera el cami-
cuestión de moral. no recto por su rectitud, lo seguiría por haberme demostrado la ex-
Dudo que los hombres fueran m á s virtuosos en los siglos aristo- periencia que a fin de cuentas es c o m ú n m e n t e el m á s acertado y el
cráticos, pero es cierto que en ellos se hablaba incesantemente de la m á s útil».
belleza de la virtud; sólo en secreto se estudiaba por qué era útil. Pero, La doctrina del interés bien entendido no es nueva, por lo tanto;
i a medida que la i m a g i n a c i ó n vuela m á s bajo y cada uno se concentra pero ha sido admitida de manera general por todos los americanos
j en sí mismo, los moralistas se asustan ante la idea del sacrificio y no de nuestros días. Se ha hecho popular, se encuentra en el fondo de
¡ se atreven a aconsejarle al espíritu humano; se limitan, pues, a averi- todas las acciones y de todos los discursos; y tanto en los labios del
i guar si la ventaja individual de los ciudadanos no consistirá en traba- pobre como en los del rico.
1 j a r por el bien de todos, y, cuando han descubierto uno de esos pun- La doctrina del interés es mucho m á s burda en Europa que en
tos en que el interés particular viene a coincidir con el interés general América; pero al mismo tiempo está menos extendida, y, sobre todo,
y a confundirse con él, se apresuran a sacarlo a la luz; poco a poco se ofrece menos ejemplos, fingiéndose por ella una devoción que no se
van multiplicando otras observaciones semejantes. Lo que no era siente.
m á s que una observación aislada se convierte en doctrina general, y Por el contrario, los americanos, se complacen en explicar, me-
^ al finalje^cree percibir que el hombre, al servir a sus semejantes se diante el inter^_bien_enteiIcUdo> casi todos los actos de su vida. Se
sirve a sí mismo, y que su propio interés consiste en hacer el bien. complacen en demostrar que y n ^ e n s a t o ^ e g o í s n ^ lleva sin cesar
Ya hice ver en distintos pasajes de esta obra que los habitantes de a ayudarse unos a o t r o s y les^predisponej^^aci^^
los Estados Unidos sabían casi siempre ligar su propio bienestar al tadcruna_£arte_d^^ Creo que a menudo
de sus conciudadanos. Lo que ahora quiero destacar es la teoría ge- no se hacen justicia en esto, pues en los Estados Unidos, como en
neral con cuya ayuda lo consiguen. cualquier otra parte, es fo-ecuente ver a los ciudadanos abandonarse
172 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA
APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 173

a impulsos desinteresados e irreflexivos naturales al hombre; pero a


cuada a las necesidades de los hombres de nuestra época, y que la
los americanos no les gusta reconocer que ceden a esa clase de mo-
veo como la m á s firme garantía existente contra ellos mismos. Ha-
vimientos, y prefieren ensalzar a su filosofía antes que a ellos mis-
cia allí, pues, debe dirigirse principalmente el espíritu de los mora-
mos.
listas de hoy. Aun cuando la juzguen imperfecta, deben adoptarla
Podría detenerme aquí sin intentar juzgar lo que acabo de expo-
como necesaria.
ner, sirviéndome de excusa la gran dificultad del asunto. Pero no
A fin de cuentas, no creo que haya m á s egoísmo entre nosotros
quiero aprovecharme de ella y prefiero que mis lectores reblasen se-
que en América; la única diferencia es que hay allí un egoísmo culti-
guirme viendo claramente m i propósito, antes que dejarles en sus-
penso. vado, y aquí no. Todo americano sacrifica una parte de sus intereses
particulares para salvar el resto. Nosotros queremos conservarlo
El interés bien entendido es una doctrina poco elevada, pero cla-
todo, y con frecuencia todo se nos escapa.
ra y segura. No persigue grandes fines, pero logra alcanzar sin exce-
Sólo veo a m i alrededor gentes que parecen querer e n s e ñ a r cada
sivo esfuerzo los que pretende. Comoquiera que está al alcance de
día a sus c o n t e m p o r á n e o s , con su palabra y su ejemplo, que lo útil
todas las inteligencias, todo el mimdo la comprende fácilmente y ia
j a m á s es deshonesto. ¿Será posible que no encuentre a nadie que
retiene sin trabajo. Adaptándose a maravilla a las flaquezas de los
pretenda hacerles ver c ó m o puede ser útil lo honrado?
hombres, obtiene fácilmente sobre ellos un gran imperio que no le
No hay poder en la tierta capaz de impedir que la creciente igual-
es difícil conservar, ya que vuelve el interés personal contra sí mis-
dad en las condiciones sociales lleve al espíritu humano hacia la
mo y se sirve, para guiar las pasiones, del aguijón que las excita.
b ú s q u e d a de lo útil, y que no predisponga a cada ciudadano a ence-
La doctrina del interés bien entendido no provoca devociones ex-
rrarse en sí mismo.
tremadas; pero cada día sugiere p e q u e ñ o s sacrificios. Por sí sola no
'l^.P'^gy^^' l?^^s, que el i n t e r é s - i a d i v i d u a L s ^ irá convirtiendo
es capaz de hacer virtuoso a u n hombre, pero sí de formar gran nú-
cada v e z m á s en el principal, si no en el ú n i c o móvil de las acciones
mero de ciudadanos ordenados, sobrios, moderados, previsores,
de los hombres;_pero falta_saber_cómo entenderá cada hombre su i n -
d u e ñ o s de sí mismos; de modo que, si no conduce directamente a l a
terés individual.
virtud por la voluntad, sí le acerca imperceptiblemente a través de
Si los ciudadanos, al hacerse iguales, permanecieran ignorantes y
los hábitos que inculca.
toscos, resultaría difi'cil prever hasta q u é exceso de estupidez podría
Si la doctrina del interés bien entendido llegara a dominar ente-
conducirles su egoísmo, y no sería fácil anticipar en q u é vergonzo-
ramente el mundo moral, las virtudes extraordinarias serían indu-
sas miserías se s u m e r g i r í a n ellos mismos por miedo a sacrificar algo
dablemente m á s raras. Pero creo t a m b i é n que serían menos comu-
de su bienestar a la prosperidad de sus semejantes.
nes las depravaciones m á s groseras. La doctrina del interés bien
No creo que la doctrina del interés, tal como se predica en Amé-
entendido quizá impida a ciertos hombres elevarse sobre el nivel or-
rica, resulte evidente en todos sus puntos; pero al menos encierra
dinario de la humanidad; pero otros muchos que caerían por deba-
numerosas verdades y tan evidentes que basta con educar a los hom-
j o j o se mantienen gracias a ella. Si sólo consideramos algunos indivi-
bres para que las vean. Educadlos, pues, a toda costa; porque el
1 dúos» los rebaja; pero si contemplamos la especie, la eleva.
tiempo de las creencias ciegas y de las virtudes instintivas huye ya
No t-engo inconveniente en afirmar que la doctrina del interés
de nosotros, y veo aproximarse aquel en que la libertad, la paz pu-
bien entendido me parece, de todas las teorías filosóficas, la m á s ade-
blica y el orden social mismo no p o d r á n existir sin la cultura.
t 10. JOHN STUART MILL, SOBRE
LA LIBERTAD*

CAPÍTULO PRELIMINAR

(...)

El objeto de este ensayo es afirmar un sencillo principio destinado a


regir absolutamente las relaciones de la sociedad con el individuo en
lo que tengan de c o m p u l s i ó n o control, ya sean los medios emplea-
dos, la fuerza ñ'sica en forma de penalidades legales o la coacción
moral de la opinión piíblica. Este principio consiste en afirmar que
el ú n i c o fin por el cual es justificable que la humanidad, individual
o colectivamente, se entremeta en la libertad de acción de uno cual-
quiera de sus miembros, es la propia protección. Que la única fina-
lidad por la cual el poder puede, con pleno derecho, ser ejercido so-
bre u n miembro de una comunidad civilizada contra su voluntad, es
vitar que perjudique a los d e m á s . Su propio bien, físico o moral, no
es justificación suficiente. Nadie puede ser obligado justificadamen-
te a realizar o no realizar determinados actos, porque eso fuera me-
jor para él, porque le h a r í a feliz, porque, en opinión de los demás,
hacerlo sería m á s acertado o m á s justo. Estas son buenas razones
para discutir, razonar y persuadirle, pero no para obligarle o cau-

* Alianza, Madrid, 1997.


176 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 177

sarle algún perjuicio si obra de manera diferente. Para justificar esto Debe hacerse constar que prescindo de toda ventaja que pudiera
sería preciso pensar que la conducta de la que se trata de disuadirle derivarse para m i argumento de la idea abstracta de lo justo como de
p r o d u c í a un perjuicio a algún otro. La única paite de la conducta de cosa independiente de la utilidad. Considero la utilidad como la su-
cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se prema apelación en las cuestiones éticas; pero la utilidad, en su m á s
refiere a los d e m á s . E n la parte que le concierne meramente a él, su amplio sentido, fundada en los intereses permanentes del hombre
independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su como u n ser progresivo. Estos intereses aLitorizan, en m i opinión, el
propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano. control extemo de la espontaneidad individual sólo respecto a aque-
Casi es innecesario decir que esta doctrina es sólo aplicable a seres llas acciones de cada uno que hacen referencia a los d e m á s . Si un
humanos en la madurez de sus facultades. No hablamos de los niños hombre ejecuta u n acto perjudicial a los demás, hay un motivo para
ni de los jóvenes que no hayan llegado a la edad que la ley fije como la castigarle, sea por la ley, sea, donde las penalidades legales no pue-
de la plena masculinidad o femineidad. Los que están todavía en una dan ser aplicadas, por la general desaprobación. Hay también m u -
situación que exige sean cuidados por otros, deben ser protegidos chos actos beneficiosos para los d e m á s a cuya realización puede un
contra su propios actos, tanto como contra los d a ñ o s exteriores. Por hombre ser justamente obligado, tales como atestiguar ante un tri-
la misma r a z ó n podemos prescindir de considerar aquellos estados bunal de justicia, tomar la parte que le corresponda en la defensa co-
atrasados de la sociedad en los que la misma raza puede ser conside- m ú n o en cualquier otra obra general necesaria al interés de la so-
rada como en su m i n o r í a de edad. Las primeras dificultades en el pro- ciedad de cuya protección goza; así como t a m b i é n la de ciertos actos
greso e s p o n t á n e o son tan grandes que es difícil poder escoger los me- de beneficiencia individual como salvar la vida de un semejante o
dios para vencerlas; y u n gobernante lleno de espíritu de proteger al indefenso contra los malos tratos, cosas cuya realización
mejoramiento está autorizado para emplear todos los recursos me- constituye en todo momento el deber de todo hombre, y por cuya
diante los cuales pueda alcanzar u n fín, quizá inaccesible de otra ma- inejecución puede hacérsele, muy justamente, responsable ante la
nera. E l despotismo es u n modo legítimo de gobierno tratándose de sociedad. Una persona puede causar d a ñ o a otras no sólo por su ac-
b á r b a r o s , siempre que su fin sea su mejoramiento, y que los medio» ción, sino por su omisión, y en ambos caso debe responder ante ella
se justifiquen por estar actualmente encaminados a ese fin. La liber- del perjuicio. Es verdad que el caso último exige un esfuerzo de
tad, como un principio, no tiene aplicación a u n estado de cosas an- compulsión mucho m á s prudente que el primero. Hacer a uno res-
terior al momento en que la humanidad se hizo capaz de mejorar por ponsable del mal que haya causado a otro es la regla general; hacer-
la libre y pacífica discusión. Hasta entonces, no hubo para ella m á s le responsable por no haber prevenido el mal, es, comparativamen-
que la obediencia implícita a u n Akbar o u n Carlomagno, si tuvo la te, la excepción. Sin embargo, hay muchos casos bastante claros y
fortuna de encontrar alguno. Pero tan pronto como la humanidad al- bastante graves para justificar la excepción. En todas las cosas que
canzó la capacidad de ser guiada hacia su propio mejoramiento por se refieren a las relaciones extemar del individuo, éste es, de jure,
la convicción o la persuasión {largo p e r í o d o desde que fue consegui- responsable ante aquellos cuyos intereses fueron atacados, y si ne-
da en todas las naciones, del cual debemos preocuparnos aquí), la cesario fuera, ante la sociedad, como su protectora. Hay, con fre-
compulsión, bien sea en la forma directa, bien en la de penalidades cuencia, buenas razones para no exigirle esta responsabilidad; pero
por inobservancia, no es ya admisible como u n medio para conseguir tales razones deben surgir de las especiales circunstancias del caso,
su propio bien, y sólo es justificable para la seguridad de los d e m á s . bien sea por tratarse de uno en el cual haya probabilidades de que el
178 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA
APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 179

individuo proceda mejor abandonado a su propia discreción que so-


pensar que nuestra conducta es loca, perversa o equivocada. En ter-
metido a una cualquiera de las formas de control que la sociedad
cer lugar, de esta libertad de cada individuo se desprende la libertad,
pueda ejercer sobre él, bien sea porque el intento de ejercer este con-
dentro de los mismos límites, de asociación entre individuos: libertad
trol produzca otros males m á s grandes que aquellos que trata de
de reunirse para todos los fínes que no sean perjudicar a los demás;
prevenir. Cuando razones tales impidan que la responsabilidad sea
y en el supuesto de que las personas que se asocian sean mayores de
exigida, la conciencia del mismo agente debe ocupar el lugar vacan-
edad y no vayan forzadas n i e n g a ñ a d a s .
te del juez y proteger los intereses de los d e m á s que carecen de una
No es libre ninguna sociedad, cualquiera que sea su forma de go-
protección externa, juzgándose con la mayor rigidez, precisamente
bierno, en la cual estas libertades no estén respetadas en su totali-
porque el caso no admite ser sometido al juicio de sus semejantes.
dad; y ninguna es libre por completo si no están en ella absoluta y
Pero hay una esfera de acción en la cual la sociedad, como dis-
plenamente garantizadas. La única libertad que merece este nombre
tinta del individuo, no tiene, si acaso, m á s que u n interés indirecto,
es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en
comprensiva de toda aquella parte de la vida y conducta del indivi-
tnato no privemos a los d e m á s del suyo o les impidamos esforzarse
duo que no afecta m á s que a él mismo, o que si afecta también a los
por conseguirlo. Cada uno es el g u a r d i á n natural de su propia salud,
demás, es sólo por una participación libre, voluntaria y reflexiva-
sea fí'sica, mental o espiritual. La humanidad sale m á s gananciosa
mente consentida por ellos. Cuando digo a él mismo quiero signifi-
consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándolo a vivir a
car directamente y en primer lugar; pues todo lo que afecta a uno
la manera de los d e m á s .
puede afectar a otros a través de él, y ya será ulteriormente tomada
Aunque esta doctrina no es nueva, y a alguien puede parecerle
en consideración la objeción que en esto puede apoyarse. Esta es,
evidente por sí misma, no existe ninguna otra que m á s directamen-
pues, la r a z ó n propia de la libertad humana. Comprende, primero,
te se oponga a la tendencia general de la opinión y la práctica rei-
el dominio interno de la conciencia; exigiendo la libertad de con-
nantes. La sociedad ha empleado tanto esfuerzo en tratar (según sus
ciencia en el m á s compresivo de sus sentidos; la libertad de pensar y
luces) de obligar a las gentes a seguir sus nociones respecto de la
sentir; la m á s absoluta libertad de pensamiento y sentimiento sobi^
perfección individual, como en obligarlas a seguir las relativas a la per-
todas las materias prácticas o especulativas, científicas, morales o
fección social. Las antiguas repúblicas se consideraban con título
teológicas. La libertad de expresar y publicar las opiniones puede
bastante para reglamentar, por medio de la autoridad pública, toda
parecer que cae bajo u n principio diferente por pertenecer a esa par-
la conducta privada, ftindándose en que el Estado tenía profundo in-
te de la conducta de u n individuo que se relaciona con los d e m á s ;
terés en la disciplina corporal y mental de cada uno de los ciudada-
pero teniendo casi tanta importancia como la misma libertad de
nos, y los filósofos apoyaban esta pretensión; modo de pensar que
pensamiento y descansando en gran parte sobre las misma razones,
pudo ser admisible en p e q u e ñ a s repúblicas rodeadas de poderosos
es p r á c t i c a m e n t e inseparable de ella. E n segundo lugar, la libertad
enemigos, en peligro constante de ser subvertidas por ataques exte-
humana exige libertad en nuestros gustos y en la d e t e r m i n a c i ó n de
riores o conmociones internas, y a las cuales podía fácilmente ser fa-
nuestros propios fínes; libertad para trazar el plan de nuestra vida
tal un corto período de relajación en la energía y propia domina-
según nuestro propio c a r á c t e r para obrar como queramos, sujetos a
ción, lo que no les p e n n i t í a esperar los saludables y permanentes
las consecuencias de nuestros actos, sin que nos lo impidan nuestros
efectos de la libertad. En el mundo moderno, la mayor extensión de
semejantes en tanto no les perjudiquemos, aun cuando ellos puedan
las comunidades políticas y, sobre todo, la separación entre la auto-
180 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APkNDICHS; ANTOLOGÍA DE TEXTOS 18]

ridad temporal y la espiritual (que puso la dirección de la concien- clina, sino que crece, debemos esperar, a menos que se levante con-
cia de los hombres en manos distintas de aquellas que inspecciona- tra el mal una fuerte barrera de convicción moral, que en las pre-
ban sus asuntos terrenos), impidió una intervención tan fuerte de la sentes circunstancias del mundo hemos de verlo aumentan
ley en los detalles de la vida privada; pero el mecanismo de la repre- Será conveniente para el argumento que en vez de entrar, desde
sión moral fue manejado m á s vigorosamente contra las discrepan- luego, en la tesis general, nos limitemos en el primer momento a
cias de la opinión reinante en lo que afectaba a la conciencia indivi- una sola rama de ella, respecto de la cual el principio aquí establecí
dual que en materias sociales; la religión, el elemento m á s poderoso do es, si no completamente, por lo menos hasta un cierto punto ad-
de los que han intervenido en la formación del sentimiento moral, mitido por las opiniones corrientes.
ha estado casi siempre gobernada, sea por la a m b i c i ó n de una jerar- Esta rama es la libertad de pensamiento, de la cual es imposible
quía que aspiraba al control sobre todas las manifestaciones de la separar la libertad conexa de hablar y escribir. Aunque estas liberta-
conducta humana, sea por el espíritu del puritanismo. Y algunos de des, en una considerable parte, integran la moralidad política de to-
estos reformadores que se han colocado en la m á s irreductible opo- dos los países que profesan la tolerancia religiosa y las instituciones
sición a las religiones del pasado, no se han quedado atrás, ni de las libres, los principios, tanto filosóficos como prácticos, en los cuales
iglesias, n i de las sectas, al afirmar el derecho de d o m i n a c i ó n espiri- se apoyan, no son tan familiares a la opinión general n i tan comple-
tual: especialmente A. Comte, en cuyo sistema social, tal como se ex- tamente apreciados aun por muchos de los conductores de la opi-
pone en su Traite de Politique Positive, se tiende (aunque m á s bien nión como podría esperarse. Estos principios, rectamente entendi-
por medios morales que legales) a u n despotismo de la sociedad so- dos, son aplicables con mucha mayor amplitud de la que exige un
bre el individuo, que supera todo lo que puede contemplarse en los solo aspecto de la materia, y una consideración total de esta parte de
ideales políticos de los m á s rígidos ordenancistas, entre los filósofos la cuestión será la mejor introducción para lo que ha de seguir Es-
antiguos. pero me perdonen aquellos que. nada nuevo encuentren en lo que
voy a decir, por aventurarme a discutir una vez m á s u n asunto que
Aparte de las opiniones peculiares de los pensadores individuales,
con tanta frecuencia ha sido discutido desde hace tres siglos.
hay t a m b i é n en el mundo una grande y creciente inclinación a ex-
tender indebidamente los poderes de la sociedad sobre el individuo,
no sólo por la fuerza de la opinión, sino t a m b i é n por la de la legisla-
ción; y como la tendencia de todos los cambios que tienen lugar en
el mundo es a fortalecer la sociedad y disminuir el poder del indivi-
duo, esta intromisión no es uno de los males que tiendan a desapa-
recer e s p o n t á n e a m e n t e , sino que, por el contrario, se h a r á m á s y
m á s formidable cada día. Esta disposición del hombre, sea como go-
bernante o como ciudadano, a imponer sus propias opiniones e in-
clinaciones como regla de conducta para los demás, está tan enérgi-
camente sostenida por algunos de los mejores y algunos de los
peores sentimientos inherentes a la naturaleza humana que casi
nunca se contiene si no es por falta de poder; y como el poder no de-
11. JOHN STUART MILL, DEL
GOBIERNO REPRESENTATIV

CAPÍTULO I I I

(...)
No hay dificultad en demostrar que el ideal de la mejor forma de go-
bierno es la que inviste de la soberanía a la masa reunida de la co-
munidad, teniendo cada ciudadano no sólo voz en el ejercicio del
poder, sino, de tiempo en tiempo, intervención real por el desempe-
ño de alguna función local o general. Hay que juzgar esta proposición
con relación al criterio demostrado en el capítulo anterior
Para apreciar el m é r i t o de un Gobierno se trata de saber: 1.° E n
qué medida atiende al bien público por el empleo de las facultades
morales, intelectuales y activas existentes; 2." Cual sea su influen-
cia sobre esas facultades para mejorarlas o aminorarlas. No necesi-
to decir que el ideal de la mejor forma de gobierno no se refiere a
la que es practicable o aplicable en todos los grados de la civiliza-
ción, sino aquella a la cual corresponde, en las circunstancias en
que es aplicable, mayor suma de consecuencias inmediatas o futu-
ras. Sólo el Gobierno completamente popular puede alegar alguna
pretensión a este carácter, por ser el único que satisface las dos
condiciones supradichas y el m á s favorable de todos, ya a la buena

Tecnos, Madrid, 1985.


184 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 185

dirección de los negocios, ya al mejoramiento y elevación del ca- venir en la gobernación del Estado. B á s t a n o s observar que cuando
rácter nacional. el poder reside exclusivamente en una clase ésta sacrifica a sus in-
Su superioridad, con relación al bienestar actual, descansa sobre tereses a ciencia y conciencia a todas las d e m á s . Sábese que, au-
dos principios que son tan universalmente aplicables y verdaderos sentes sus defensores naturales, el interés de las clases excluidas co-
como cualquiera otra proposición general, susceptible de ser emiti- rre siempre el riesgo de ser olvidado o pospuesto, y aunque se trate
da sobre los negocios humanos. E l primero es que los derechos e in- de tomarlo en consideración nunca se le atiende como cuando se
tereses, de cualquier clase que sean, ú n i c a m e n t e no corren el riesgo halla bajo la salvaguardia de las personas a quienes directamente
de ser descuidados cuando las personas a que a t a ñ e n se encargan de afecta. En nuestro país, donde puede considerarse a las clases obre-
su dirección y defensa. E l segundo, que la prosperidad general se ras como excluidas de toda participación directa en el Gobierno, no
eleva y difunde tanto m á s cuanto m á s variadas e intensas son las fa- creo, sin embargo, que las clases que lo poseen tengan, por regla
cultades consagradas a su desenvolvimiento. general, el intento de sacrificar a aquéllas. Lo han tenido otras ve-
Para mayor precisión p o d r í a decirse: E l hombre no tiene m á s se- ces; testigos, los esfuerzos que han hecho durante tanto tiempo
guridad contra el mal obrar de sus semejantes que la protección de para rebajar los salarios por medio de la ley. Pero hoy han modifi-
sí mismo por sí mismo: en su lucha con la naturaleza su única pro- cado sus miras habituales y han hecho voluntariamente sacrificios
babilidad de triunfo consiste en la confianza en sí propio, contando considerables, sobre todo desde el punto de vista de sus intereses
con los esfuerzos de que sea capaz, ya aislado, ya asociado, antes pecuniarios en provecho de dichas clases, inclinándose, quizá de-
que con los ajenos. masiado, a una beneficencia pródiga y ciega. No creo tampoco que
La primera proposición, que cada uno es el ú n i c o custodio segu- haya habido nunca Gobiernos inspirados por u n deseo m á s sincero
ro de sus derechos e intereses, es una de esas m á x i m a s elementales de cumplir su deber para con los m á s humildes de sus compatrio-
de pmdencia que todos siguen implícitamente siempre que su inte- tas. Sin embargo, ¿acaso el Parlamento o alguno de sus miembros
rés personal está en juego. Muchos, sin embargo, la odian en polí- se coloca j a m á s en la situación de u n obrero para estudiar cual-
tica, complaciéndose en condenarla como una doctrina de egoísmo quier cuestión que a los mismos afecta? ¿Cuando se discute u n
universal. A esto podemos contestar que, cuando cese de ser cierto asunto de esta clase lo mira alguien de distinta manera que los pa-
que la mayor parte de los hombres antepongan su conveniencia a tronos? No digo que, en general, sean m á s justas las apreciaciones
la de los demás, y la de aquellos que están m á s estrechamente l i - de los obreros, pero a veces lo son tanto, por lo menos, y su opi-
gados con ellos, a la del resto, el comunismo será el ú n i c o Gobier- nión debiera escucharse respetuosamente; al paso que no sólo no es
no posible. No creyendo, por m i parte, en el egoísmo universal no atendida, sino que hasta es ignorada. E n la cuestión de las huelgas
negaré que el comunismo no sea practicable desde ahora entre lo no hay quizá miembro importante del Parlamento que no dé la ra-
m á s selecto de la sociedad, y que algún día no pueda serlo en toda zón a los patronos y crea buenamente absurdas las razones que ale-
ella. Pero como esta opinión no goza el favor de los defensores de gan los obreros. No obstante, los que han estudiado esas cuestiones
las instituciones actuales quizá éstos, al censurar la doctrina del saben cuan lejos está esto de ser cierto y que serían discutidas de
predominio general del egoísmo, se hallen en el fondo perfecta- distinto modo, y mucho menos superficialmente, si los obreros pu-
mente de acuerdo con ella. Sin embargo, no es preciso extremar diesen hacer oír su voz en el Parlamento. Por intención sincera que
tanto las ideas para fundar el derecho que a todos asiste de inter- se tenga de proteger los intereses ajenos no es seguro n i prudente
186 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 187

ligar las manos a sus defensores natos; ésta es condición inherente Desde el momento en que algunos, no importa quiénes, son exclui-
a los asuntos humanos; y otra verdad m á s evidente todavía es que dos de esa participación, sus intereses quedan privados de la ga-
ninguna clase n i n i n g ú n individuo operará, sino mediante sus pro- rantía concedida a los de los otros, y a la vez están en condiciones
pios esfxierzos, u n cambio positivo y duradero en su situación. Bajo m á s desfavorables para aplicar sus facultades a mejorar su estado
la influencia reunida de estos dos principios en todas las comuni- y el estado de la comunidad, siendo esto precisamente de lo que de-
dades libres ha habido menos crímenes e injusticias sociales y ma- pende la prosperidad general.
yor grado de prosperidad y esplendor que en las d e m á s , y que en He aquí el hecho en cuanto al bienestar actual, en cuanto a la
ellas mismas, después de haber perdido la libertad. Comparad los buena dirección de los negocios de la generación existente. Si pasa-
Estados libres del mundo, mientras conservaron su libertad, con mos ahora a la influencia de la forma de gobierno sobre el carácter
los subditos c o n t e m p o r á n e o s del despotismo oligárquico o m o n á r - hallaremos demostrada la superioridad del Gobierno libre m á s fácil
quico; las ciudades griegas con las satrapías persas; las repúblicas e incontestablemente, si es posible.
italianas y las ciudades libres de Flandes y Alemania con las mo- Realmente, esta cuestión descansa sobre otra m á s fundamental
n a r q u í a feudales de Europa: Suiza, Holanda e Inglaterra, con Aus- todavía, a saber: cuál de los dos tipos ordinarios de carácter es pre-
tria o Francia, antes de la Revolución. Su mayor prosperidad es u n ferible que predomine para el bien general de la humanidad, el tipo
hecho demasiado evidente para haber sido nunca negado, mientras activo o el pasivo; el que lucha contra los inconvenientes, o el que los
que su superioridad desde el punto de vista de buen Gobierno y de soporta; el que se pliega a las circunstancias, o el que procura so-
las relaciones sociales está probado por esa misma prosperidad y meterlas a sus miras.
brilla, a d e m á s , en cada página de su historia. Si comparamos no u n Los lugares comunes de la moral y las simpatías generales de los
siglo a otro, sino los diferentes Gobiernos que existieron en el mis- hombres están a favor del carácter pasivo. Se admiran, sin duda,
mo siglo, veremos que la suma de desorden que puede haber exis- los caracteres enérgicos, pero la mayor parte de las personas prefie-
tido en medio de la pubhcidad de los Estados libres no es compa- ren particularmente los sumisos y tranquilos. La pasividad de los de-
rable, por mucho que se la exagere, con el hábito de humillíft m á s aumenta nuestro sentimiento de seguridad, conciliándose con
constantemente a la masa del país, arraigado en los países m o n á r - lo que hay en nosotros de imperioso, y cuando no necesitamos la
quicos, o con la irritante tiranía individual de que se h a c í a diaria- actividad de tales caracteres nos parecen u n obstáculo de menos
mente alarde en aquellos sistemas de saqueo calificados de arreglos en nuestro camino. U n carácter satisfecho no es un rival peligroso.
económicos, y en el misterio de sus tenebrosos tribunales. Es nece- Pero, sin embargo, todo progreso se debe a los caracteres descon-
sario reconocer que los beneficios de la libertad no han recaí- tentos; y, por otra parte, es m á s fácil a un espíritu activo adquirir las
do hasta ahora sino sobre una porción de la comunidad y que un Go- cualidades de obediencia y sumisión que a imo pasivo adquirir la de
bierno bajo el cual se extiendan imparcialmente a todos es u n desi- energía.
derátum a ú n no realizado. Pero aunque todo lo que se acerque a él La superioridad mental es intelectual, práctica y moral. Ahora
tenga un valor intrínseco innegable, y por m á s que en el estado ac- bien, en las dos primeras categorías no es difícil ver de q u é parte
tual del progreso no sea frecuentemente posible sino aproximarse está la ventaja. Toda superioridad intelectual es fruto de u n esfuerzo
al mismo, la participación de todas las clases en los beneficios de activo. E l espíritu de empresa, el deseo de anticiparse a los otros y
la libertad es en teoría la concepción perfecta del Gobierno libre. de ensayar nuevos procedimientos son la fuente del talento practico
188 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 189

y hasta del especulativo. La cultura intelectual, compatible con el benevolencia para con los que tienden al mismo fin o ya lo han al-
Otro tipo, es esa cultura débil y vaga propia de un espíritu que se l i - canzado. Y cuando la mayoría está así ocupada las costumbres ge-
mita a distraerse o a la simple contemplación. La aplicación prove- nerales del país dan el tono a los sentimientos de los que no logran
chosa a la práctica: he aquí el sello de u n pensamiento real y vigoro- ver satisfechos sus deseos, quienes atribuyen su suceso desgraciado
so, de u n pensamiento que busca la verdad en vez de mecerse en a la falta de esfuerzos o de ocasión, o a su mala gestión personal
ilusiones. Donde no existe este propósito para dar al pensamiento Pero los que sin perjuicio de anhelar lo que otros poseen no emplean
precisión, carácter determinado, sentido inteligible, no produce m á s ninguna energía para adquirirlo se quejan incesantemente de que la
que los Vedas o el misticismo metaft'sico de los pitagóricos. Por lo que fortuna no hace por ellos lo que por sí mismos debieran hacer, o se
hace al mejoramiento práctico la ventaja es a ú n m á s evidente. E l ca- revuelven envidiosos y malévolos contra los d e m á s .
rácter que mejora las condiciones de la vida humana es el que lucha
con las tendencias y hierzas de la naturaleza en vez de plegarse a
ellas. Las cualidades de que obtenemos beneficios pertenecen todas
al carácter activo y enérgico, y los hábitos y la conducta qiie redun-
dan en provecho de cada individuo son, a la larga, al menos en gran
parte, la fuente de la prosperidad general. Pero si se quiere saber
cuál de ambos tipos es preferible en el concepto de la preeminencia
moral a primera vista parece permitida la vacilación. No aludo al
sentimiento religioso, que casi siempre se ha decidido por el carác-
ter inactivo, como m á s en a r m o n í a con la sumisión debida a la vo-
luntad divina. E l cristianismo ha desenvuelto este sentimiento tanto
como las d e m á s religiones, pero le corresponde la prerrogativa del
poder desembarazarse de esta perversión lo mismo que de otras mu-
chas. Abstracción hecha de las ideas religiosas, el carácter pasivo
que cede ante los obstáculos en vez de intentar vencerlos no será a
la verdad muy útil, n i a sí mismo, n i a los d e m á s ; pero al menos po-
dría esperarse que fuera inofensivo. Se ha colocado siempre la re-
signación en el n ú m e r o de las virtudes morales. Mas es u n error
completo suponer que la resignación pertenezca necesaria o natu-
ralmente a la pasividad de carácter; y las consecuencias morales de
este error son muy peligrosas. Allí donde existe la codicia de venta-
jas no poseídas el espíritu que no lleva en sí el poder de gozarlas al-
g ú n día, gracias a su propia energía, echa una mirada de odio y de
malicia sobre los que están mejor dotados. E l hombre que se agita
lleno de esperanzas de mejorar su situación se siente impulsado a la
12. KARL MARX,
«LA CUESTIÓN JUDÍA»*

(...)
Los droits de l'homme, los derechos del hombre, en cuanto tales,
se distinguen así de los droits du citoyen, de los derechos del ciuda-
dano. ¿Quién es el homme distinto del citoyen? N i m á s n i menos que
el miembro de la sociedad burguesa. ¿Por qué al miembro de la so-
ciedad bimguesa se le llama «hombre», simplemente hombre, y por
q u é sus derechos se llaman derechos del hombre? ¿Cómo se explica
esto? Podemos explicarlo r e m i t i é n d o n o s a las relaciones entre el Es-
tado político y la sociedad burguesa, a la ausencia o a la falta de la
e m a n c i p a c i ó n política.
E n primer lugar constatamos el hecho de que los llamados dere-
chos del hombre, los droits de l'homme en cuanto distintos de los
droits du citoyen, no son sino los derechos del miembro de la socie-
dad burguesa, es decir, del hombre egoísta, del hombre separado del
hombre y de la comunidad. La constitución m á s radical, la de 1793,
puede afirmar:

Déclaration des droits de l'homme et du citoyen:


Article 2: «Ces droits, etc. (les droits naturels et imprescriptibles)
sont: l'égalité, la liberté, la süreté, la propriété».

* E n Los anales franco-alemanes, Ediciones Martínez Roca, Madrid, 1970.


192 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 193

¿En q u é consiste la liberté? disposer á son gré de ses biens, de ses revenus, du fruit de son travail
Article 6; «La liberté est le pouvoir qui appartient á rhomme de et de son industrie».
faire tout ce qui ne nuit pas aux droits d'autrui» o, de acuerdo con la Quedan todavía por examinar los otros derechos humanos la
Declaración de los Derechos del hombre de 1791: «La liberté consiste égalité y la síireté.
á pouvoir faire tout ce qui ne nuit pas á autnii». La égalité, considerada aquí en su sentido no político, no es otra
cosa que la igualdad de la liberté m á s arriba descrita, a saber, que
Así pues, la libertad es el derecho de hacer o ejercitar todo lo que todo hombre se considere por igual m ó n a d a y a sí misma se atenga.
no perjudica a los d e m á s . Los límites entre los que uno puede mover- La Constitución de 1795 define del sígnente modo esa igualdad, de
se sin d a ñ a r a los d e m á s están establecidos por la ley, del mismo acuerdo con su significado:
modo que la empalizada marca el límite o la división entre las tierras. Art. (Constitución de 1795): «L'égalité consiste en ce que la loi est
Se trata de la libertad del hombre en cuanto m ó n a d a aislada y reple- la m é m e pour tous, soit qu'elle protege, soit qu'elle punisse».
gada en sí misma. ¿Por q u é entonces, de acuerdo con Bauer, el judío ¿Y la süreté?
es incapaz de obtener los derechos humanos? «Mientras siga siendo Art. 8 (Constitución de 1795): «La süreté consiste dans la protec-
judío la limitada esencia que hace de él u n judío tiene necesariamen- tion accordée par la société á chacun de ses membres pour la con-
te que triunfar sobre la esencia humana que, en cuanto hombre tiene servation de sa personne, de ses droits et de ses propriétés».
que unirle al resto de los hombres y separarle de los que no son j u - La seguridad es el concepto social supremo de la sociedad bur-
díos.» Pero el derecho humano de la libertad no está basado en la guesa, el concepto áe policía, de acuerdo con el cual toda la sociedad
u n i ó n del hombre con el hombre, sino, por el contrario, en la separa- existe para garantizar a cada uno de sus miembros la conservación
ción del hombre con repecto al hombre. Es el derecho a esta disocia- de su persona, de sus derechos y de su propiedad. En ese sentido
ción, el derecho del individuo delimitado, limitado a sí mismo. Hegel califica a la sociedad burguesa de «el Estado de la necesidad
La aplicación práctica del derecho humano de la libertad es el de- y del intelecto».
recho humano de la propiedad privada. » El concepto de la seguridad no hace que la sociedad burguesa su-
¿En q u é consiste el derecho humano de la propiedad privada? pere su egoísmo. La seguridad es, por el contrario, la garantía de ese
Art. 16: (Constitución 1793): «Le droit áe propriété est celui qui egoísmo.
appartient á tout citoyen de jouir et de disposer á son gré de ses Ninguno de los llamados derechos humanos trasciende, por lo
biens, de ses revenus, du fruit de son travail et de son industrie». tanto, el hombre egoísta, el hombre como miembro de la sociedad
Así pues, el derecho del hombre a la propiedad privada es el de- burguesa, es decir, el individuo replegado en sí mismo, en su interés
recho a disfrutar de su patrimonio y a disponer de él abiertamente privado y en su arbitrariedad privada y disociado de la comunidad.
(á son gré), sin atender al resto de los hombres, independientemen- Muy lejos de concebir al hombre como ser genérico, estos derechos
te de la sociedad, del derecho del interés personal. Esa libertad indi- hacen aparecer, por el contrario, la vida genérica misma, la socie-
vidual y su aplicación constituyen el fundamento de la sociead bur- dad, como un marco externo a los individuos, como una limitación
guesa. Sociedad que hace que todo hombre encuentre en los demás, de su independencia originaría. E l único nexo que los mantiene en
no la realización, sino, por el contrario, la limitación de su libertad. cohesión es la necesidad natural, la necesidad y el interés privado, la
Y proclama por encima de todo el derecho humano «de jouir et de conservación de su propiedad y de su persona egoísta.
194 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 195

Resulta extraño que un pueblo, que precisamente empieza a libe- anule totalmente la libertad de prensa, pues, «la liberté de la presse
rarse, que empieza a derribar todas las barreras entre los distin- ne doit pas étre permise lorsqu'elle compromet la liberté politique»
tos miembros que lo componen y a crearse una conciencia política, {Rohespierre jeune, Histoire parlamentaire de la Revolution frangai-
que este pueblo proclame solemnemente la legitimidad del hombre se», par Buchez et Roux, t. 28, pág. 159); es decir, que el derecho hu-
egoísta, disociado de sus semejantes y de la comunidad {Déclaration mano de la libertad deja de ser un derecho cuando entra en colisión
de 1791); y m á s a ú n , que repita lo mismo en un momento en que con la vida política, mientras que, con arteglo a la teoría, la vida po-
sólo la m á s heroica abnegación puede salvar a la nación y viene, por lítica sólo es la garantía de los derechos humanos, de los derechos
lo tanto, imperiosamente exigida, en u n momento en que se pone a del hombre en cuanto individuo, debiendo, por lo tanto, abandonar-
la orden del día el sacrificio de todos los intereses en aras de la se tan pronto como contradice a su fin, a esos derechos humanos.
sociedad burguesa y en que el egoísmo debe ser castigado como un Pero la práctica es dolo la excepción, y la teoría la regla. Ahora bien,
crimen {Déclaration des droits de l'homme, etc., de 1793). Pero este si nos e m p e ñ á r a m o s en considerar la misma práctica revolucionaria
hecho resulta todavía m á s extraño cuando vemos que los emancipa- como el planteamiento correcto de la relación, quedaría por resolver
dores políticos rebajan incluso la ciudadanía, la comunidad política, el misterio de por q u é en la conciencia de los emancipadores políti-
al papel de simple medio para la conservación de los llamados dere- cos se invierten los t é r m i n o s de la relación, presentando el fin como
chos humanos; que, por lo tanto, se declara al citoyen servidor del medio y el medio como fín. Ilusión óptica de SLI conciencia que no
homme egoísta, se degrada la esfera en que el hombre se comporta dejaría de ser u n misterio, aunque fuese un misterio psicológico,
como comunidad por debajo de la esfera en que se comporta como teórico.
individuo particular; que, por último, no se considera como verda- El enigma se resuelve de u n modo sencillo.
dero y auténtico hombre al hombre en cuanto ciudadano, sino al La e m a n c i p a c i ó n política es, al mismo tiempo, la disolución de la
hombre en cuanto burgués. vieja sociedad, sobre la que descansa el Estado extraño al pueblo, el
«Le but de toute association politique est la conservation des poder señorial. La revolución política es la revolución de la sociedad
droits naturels et imprescriptibles de l'homme». {Déclaration de^ civil. ¿Cuál era el carácter de la vieja sociedad? Se caracteriza por
droits, etc., de 1791, art. 2) «Le gouvemement est institué pour ga- una sola palabra. E l feudalismo. La vieja sociedad civil tenía direc-
rantir á l'homme la jouissance de ses droits naturels et imprescripti- tamente un carácter político, es decir, los elementos de la vida bur-
bles». {Déclaration, etc., de 1793, art. 1) Por lo tanto, incluso en los guesa, como por ejemplo, la posesión, o la familia, o el tipo y el modo
momentos de entusiasmo juvenil, exaltado por la fuerza de las cir- de trabajo, se h a b í a n elevado al plano de elementos de la vida esta-
cunstancias, la vida política aparece como simple medio cuyo fin es tal, bajo la forma de la propiedad territorial, el estamento o la cor-
la vida de la sociedad burguesa. E n realidad, su práctica revolucio- poración. Desde este punto de vista, determinaban las relaciones en-
naria se encuentra en flagrante contradicción con su teoría. Así por tre el individuo y el conjunto del Estado, es decir, sus relaciones
ejemplo, p r o c l a m á n d o s e la seguridad como un derecho humano, se políticas o, lo que viene a ser lo mismo, sus relaciones de separación
pone p ú b l i c a m e n t e a la orden del día la violación del secreto de la o exclusión dei resto de las partes integrantes de la sociedad. Efecti-
correspondencia. Se garantiza <da liberté indefinie de la presse» vamente, aquella organización de la vida del pueblo no elevaba la
(Constitución de 1795, art. 122) como una consecuencia del derecho posesión o el trabajo al nivel de elementos sociales, sino que, por el
humano a la libertad individual, pero ello no es óbice para que se contrario, llevaba a t é r m i n o su separación del conjunto del Estado y
196 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 197

los constituía en sociedades particulares en el interior de la sociedad. Pero la puesta en práctica del idealismo del Estado fue, al mismo
A pesar de todo, las funciones y condiciones de vida de la sociedad tiempo la puesta en práctica del materialismo de la sociedad bur-
civil seguían siendo políticas, aunque políticas en el sentido feudal; guesa. La supresión del yugo político fue al mismo tiempo la supre-
es decir, excluían al individuo del conjunto del Estado, y convertían sión de las ataduras que sujetaban el espíritu egoísta de la sociedad
la relación particular de su corporación con el conjunto del Estado burguesa. La e m a n c i p a c i ó n política fue c o n t e m p o r á n e a m e n t e , la
en su propia relación universal con la vida del pueblo, del mis- e m a n c i p a c i ó n de la sociedad burguesa de la política, de la aparien-
mo modo que convertían su actividad y situación burguesas deter- cia misma de u n contenido universal.
minadas en su actividad y situación universal. Como consecuencia La sociedad feudal se hallaba disuelta en su fundamento: en el
de esta organización, la unidad del Estado, en cuanto conciencia, hombre. Pero en el hombre que constituía realmente su fundamen-
voluntad y actividad de la unidad estatal, el poder general del Esta- to, en el hombre egoísta. Este hombre, miembro de la sociedad bur-
do aparece necesariamente como asunto particular de u n soberano guesa, es ahora la base, la premisa del Estado político. Y como tal es
aislado del pueblo y de sus servidores. reconocido por él en los derechos humanos.
La revolución política, que derrocó ese poder señorial y elevó los La libertad del egoísta y el reconocimiento de esa libertad es m á s
asuntos del Estado a asuntos del pueblo y que constituyó al Estado bien el reconocimiento del movimiento desenfrenado de los elemen-
político en asunto general, es decir, como Estado real, destruyó ne- tos espirituales y materiales que forman su contenido de vida.
cesariamente todos los estamentos, corporaciones, gremios y privi- Por lo tanto, el hombre no se vio liberado de la religión, sino que
legios, que eran otras tantas expresiones de la separación entre el obtuvo la libertad rehgiosa. No se vio liberado de la propiedad, sino
pueblo y su comunidad. La revolución política suprimió, con ello, que obtuvo la libertad de la propiedad. No se vio liberado del egoís-
el carácter político de la sociedad burguesa. Escindió la sociedad bur- mo de la industria, sino que obtuvo la libertad industrial.
guesa en sus partes integrantes m á s simples, de una parte los indivi- La constitución del Estado político y la disolución de la sociedad
duos y de otra los elementos materiales y espirituales que forman el burguesa en individuos independientes —cuya relación es el dere-
contenido vital, la situación burguesa de estos individuos. Liberó de cho, mientras que la relación entre los hombres de los estamentos y
sus ataduras al espíritu político, que se hallaba como escindido, di- los gremios era el privilegio— se lleva a cabo en uno y el mismo acto.
vidido y estancado en los callejones sin salida de la sociedad feudal; Ahora bien, el hombre, en cuanto miembro de la sociedad civil, el
lo aglutinó sacándolo de esta dispersión, lo liberó de su confusión hombre no político, aparece necesariamente como el hombre natu-
con la vida burguesa a la que se h a b í a unido y lo constituyó en la es- ral. Los droits de l'homme aparecen como droits naturels, pues la ac-
fera de la comunidad, de la actividad universal del pueblo, en ideal tividad consciente de sí misma se concentra en el acto político. E l
independencia con respecto a aquellos elementos particulares de la hombre egoísta es el resultado pasivo, simplemente casual de la so-
vida burguesa. Las determinadas actividades y condiciones de vida ciedad disuelta, objeto de la certeza inmediata y, por lo tanto, objeto
descendieron hasta una significación puramente individual. Dejaron natural. La revolución política disuelve la vida burguesa en sus par-
de representar la relación general entre el individuo y el conjunto tes integrantes, sin revolucionar esas mismas partes n i someterlas a
del Estado. Lejos de ello, la cosa pública en cuanto tal p a s ó a ser crítica. Se comporta con respecto a la sociedad burguesa, con res-
ahora de incumbencia general de todo individuo, y la función políti- pecto al mundo de las necesidades, del trabajo, de los intereses par-
ca su fnnción universal. ticulares, del derecho privado, como con respecto a la base de su
198 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA

existencia, como con respecto una premisa que ya no es posible se-


guir razonando, y, por lo tanto, como ante su hase natura!. Final-
mente el hombre, en cuanto miembro de la sociedad burguesa, es
13. JOHN RAWLS,
considerado como el verdadero hombre, como el homme a diferencia TEORÍA DE LA JUSTICIA
del citoyen, por ser el hombre en su inmediata existencia sensible e
individual, mientras que el hombre político sólo es el hombre abs-
tracto, artificial, el hombre en cuanto persona alegórica, moral. E l
hombre real sólo se reconoce bajo la forma del individuo egoísta;
el hombre verdadero, sólo bajo la forma del citoyen abstracto.
Rousseau describe, pues, certeramente, la abstracción del hom-
bre político, cuando dice:

Celui qui ose entreprendre d'instituer un peuple doit se sentir en état de CAPÍTULO I I
changer pour ainsi diré la natura humaine, de transformer chaqué individu,
qui par lui-méme est un tout parfait et solitaire, en partie d'un plus grand 11. Dos principios de la justicia
tout dont cet individu regoive en quelque serte sa vie et son étre, de substi-
tuer una existence partielle et morale á 1 existence physique et indépendante. E n u n c i a r é ahora, de manera provisional, los dos principios de la jus-
II faut qu'il ote a l'homme ses forces propres pour lui en donner qui lui ticia respecto a los que creo que h a b r í a acuerdo en la posición ori-
soient étrangéres et dont il ne puisse faire usage sans le secours d'auni ginal. La primera formulación de estos principios es u n tanteo. A
{Contrat social, lib. II, Londres, 1782, p. 67). medida que avancemos consideraré varias formulaciones aproxi-
m á n d o m e paso a paso a la e n u n c i a c i ó n final que se d a r á m á s adelan-
Toda e m a n c i p a c i ó n es la reducción del mundo humano de las re- • te. Creo que el hacerlo así permitirá que la exposición proceda de ma-
laciones, al hombre mismo. nera natural.
La e m a n c i p a c i ó n política es la reducción del hombre, de una par- La primera e n u n c i a c i ó n de los dos principios es la siguiente:
te, a miembro de la sociedad burguesa, al individuo egoísta indepen- Primero: Cada persona ha de tener u n derecho igual al esquema
diente, y, de otra parte, al ciudadano del Estado, a la persona moral. m á s extenso de libertades básicas iguales que sea compatible con u n
Sólo cuando el hombre individual real reincorpora a sí al ciuda- esquema semejante de libertades para los d e m á s .
dano abstracto y se convierte como hombre individual en ser genéri- Segundo: Las desigualdades sociales y económicas h a b r á n de ser
co, en su trabajo individual y en sus relaciones individuales; sólo conformadas de modo tal que a la vez que: a) se espere razonable-
cuando el hombre ha reconocido y organizado sus «forces propes» mente que sean ventajosas para todos, b) se vinculen a empleos y
como fuerzas sociales y cuando, por lo tanto, no desglosa ya de sí la cargos asequibles para todos.
fuerza social bajo la forma de fuerza política, sólo entonces se lleva Hay dos frases ambiguas en el segundo principio, a saber 'venta-
a cabo la e m a n c i p a c i ó n humana.
* Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
200 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 201

josas para todos' y 'asequibles para todos'. Una determinación m á s Estos principios h a b r á n de ser dispuestos en un orden serial
exacta de su sentido c o n d u c i r á a una segunda formulación del prin- dando prioridad al primer principio sobre el segundo. Esta ordena-
cipio en § 13. La versión final de los principios se da en el párrafo ción significa que las violaciones a las libertades básicas iguales
46, y el 39 contiene la explicación del primer principio. protegidas por el primer principio no pueden ser justificadas n i
Estos principios se aplican en primer lugar, como ya he dicho, a compensadas mediante mayores ventajas sociales y económicas.
la estructura básica de la sociedad, y rigen la asignación de derechos Estas libertades tienen u n á m b i t o central de aplicación dentro del
y deberes regulando la distribución de las ventajas económicas y so- cual pueden ser objeto de límites y compromisos solamente cuan-
ciales. Su formulación presupone que, para los propósitos de una do, entren en conflicto con otras libertades básicas. Dado que pue-
teoría de la justicia, puede considerarse que la estructura social den ser limitadas cuando entran en conflicto unas con otras, nin-
consta de dos partes m á s o menos distintas, aplicándose el primer guna de estas libertades es absoluta; sin embargo, están proyec-
principio a una y el segundo a la otra. Así, distinguimos entre los as- tadas para formar un sistema y este sistema ha de ser el mismo
pectos del sistema social que definen y aseguran las libertades bási- para todos. Es difícil, y quizá imposible, dar una especificación
cas iguales y los aspectos que especifican y establecen desigualda- completa de estas libertades con independencia de las particulares
des económicas y sociales. Ahora bien, es esencial observar que las circunstancias sociales, económicas y tecnológicas de una sociedad
libertades básicas se dan a través de la e n u m e r a c i ó n de tales liberta- dada. La hipótesis es que la forma general de una lista semejante
des. Las m á s importantes entre ellas son la libertad política (el dere- p o d r í a ser ideada con suficiente exactitud como para sostener esta
cho a votar y a d e s e m p e ñ a r puesto públicos) y la libertad de expre- concepción de la justicia. Por supuesto que las libertades que no es-
sión y de reunión; la libertad de conciencia y de pensamiento; la tuviesen en la lista, por ejemplo, el derecho a poseer ciertos tipos
libertad personal que incluye la libertad frente a la opresión psicoló- de propiedad (por ejemplo, los medios de producción) y la libertad
gica, la agresión fi'sica y el desmembramiento (integridad de la per- contractual, tal como es entendida por la doctrina del laissez-faire,
sona); el derecho a la propiedad personal y la libertad respecto al no son básicas, y por tanto no están protegidas por la prioridad del
arresto y detención arbitrarios, tal y como está definida por el COTT' primer principio. Finalmente, en relación con el segundo principio,
cepto de estado de derecho. Estas libertades h a b r á n de ser iguales la distribución de la riqueza y el ingreso y la accesibilidad a los
conforme al primer principio. puestos de autoridad y responsabilidad, h a b r á n de ser consistentes,
El segundo principio se aplica, en su primera aproximación, a la tanto con las libertades básicas como con la igualdad de oportuni-
distribución del ingreso y la riqueza y al diseño de organizaciones dades.
que hagan uso de las diferencias de autoridad y responsabilidad. Los dos principios son bastante específicos en su contenido, y su
Mientras que la distribución del ingreso y de las riquezas no necesi- aceptación descansa en ciertos presupuestos que eventualmente tra-
ta ser igual, tiene no obstante que ser ventajosa para todos, y al mis- taré de explicar y justifican Por el momento, h a b r á de observarse
mo tiempo los puestos de autoridad y responsabilidad tienen que ser que estos principios son u n caso especial de una concepción m á s ge-
accesibles a todos. El segundo principio se aplica haciendo asequi- neral de la justicia que puede ser expresada como sigue:
bles los puestos y, teniendo en cuenta esta restricción, disponiendo
las desigualdades económicas y sociales de modo tal que todos se Todos los valores sociales —libertad y oportunidad, ingreso y ri-
beneficien. queza, así como las bases sociales y el respeto a sí mismo— h a b r á n
202 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA
APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 203

de ser distribuidos igualitariamente a menos que una distribución


de esclavitud. Imaginemos en cambio que las personas parezcan dis-
desigual de alguno o de todos estos valores redunde en una ventaja
puestas a renunciar a ciertos derechos políticos cuando las compen-
para todos. saciones económicas sean significativas. Este es el tipo de intercam-
bio que eliminan los dos principios; estando dispuestos en un orden
La injusticia consistirá entonces, simplemente, en las desigualda- serial no permiten intercambios entre libertades básicas y ganancias
des que no benefician a todos. Por supuesto que esta concepción es económicas y sociales, excepto bajo circunstancias atenuantes (§§ 26
extremadamente vaga y requiere ser intei'pretada.
y 39).
Como primer paso, supongamos que la estructura básica de la so- En su mayor parte dejaré de lado la concepción general de la jus-
ciedad distribuye ciertos bienes primarios, esto es, cosas que se pre- ticia y examinaré en su lugar los dos principios en orden serial. La
sume que todo ser racional desea. Estos bienes tienen normalmente ventaja de este procedimiento es que desde u n principio se reconoce
un uso, sea cual firere el plan racional de vida de una persona. En la cuestión de las prioridades, haciéndose u n esfuerzo por encontrar
aras de la simplicidad supongamos que los principales bienes p r i - principios para estructurarla.
marios, a disposición de la sociedad sean derechos, libertades, opor- Nos veremos obligados a ocuparnos detenidamente de las condi-
tunidades, ingreso y riqueza. (Más adelante, en la tercera parte, el ciones bajo las cuales el valor absoluto de la libertad con respecto a
bien primario del respeto por sí mismo tendrá u n lugar central.) Es- las ventajas sociales y económicas, tal y como lo define el orden le-
tos son los bienes primarios. Otros bienes primarios tales como la xicográfico de los dos principios, sería razonable. A primera vista,
salud y el vigor, la inteligencia y la imaginación, son bienes natura- esta jerarquía aparece como extrema y como u n caso muy especial;
les; aunque su posesión se vea influida por la estructura básica, no sin embargo, existe una mayor justificación para ella que la que pu-
están directamente bajo su control. Imaginemos entonces un acuer- diera parecer a primera vista, o al menos es lo que m a n t e n d r é (§ 82).
do hipotético inicial en el cual todos los bienes sociales primarios Más a ú n , la distinción entre derechos y libertades fundamentales, y
sean distribuidos igualitariamente: cada uno tiene derechos y debe- beneficios sociales y económicos señala una diferencia entre los bie-
res semejantes, y el ingreso y la riqueza se comparten igualitaria* nes sociales primarios, la cual sugiere una división importante en el
mente. Este estado de cosas proporciona u n punto de referencia sistema social. Por supuesto, las distinciones trazadas y el orden
para juzgar las mejorías. Si ciertas desigualdades de riqueza y dife- propuesto son, en el mejor de los casos, ú n i c a m e n t e aproximacio-
rencias en autoridad hicieran mejorar a todos con respecto a esa si- nes. Seguramente que existen circunstancias en las que fracasan.
tuación hipotética inicial, entonces estarían de acuerdo con la con- Sin embargo, es esencial diseñar claramente las líneas principales
cepción general. de una concepción razonable de la justicia; y, en todo caso, bajo di-
Ahora bien es posible, al menos teóricamente, que al ceder algu- versas condiciones, los dos principios en u n orden serial pueden ser-
nas de sus libertades fundamentales los hombres se vean compensa- vir bastante bien.
dos de forma suficiente mediante las ganancias sociales y económi- El hecho de que los dos principios se apliquen a las instituciones
cas resultantes. La concepción general de la justicia no impone tiene ciertas consecuencias. Ante todo, los derechos y libertades bá-
restricciones respecto al tipo de desigualdades que son permisibles; sicos a los que se refieren estos principios son aquellos que están de-
únicarhente exige que se mejore la posición de cada uno. No necesi- finidos mediante las reglas públicas de la estructura básica. El que
tamos suponer nada tan drástico como el consentir una condición los hombres sean libres está determinado por los derechos y deberes
204 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA APÉNDICES: ANTOLOGÍA DE TEXTOS 205

establecidos por las principales instituciones de la sociedad. La l i - Ahora bien, el segundo principio insiste en que cada persona se
bertad es u n cierto esquema de formas sociales. E l primer principio beneficie de las desigualdades permisibles dentro de la estructura
requiere simplemente que ciertos tipos de reglas, aquellas que defi- básica. Esto quiere decir que para cada hombre representativo rele-
nen las libertades básicas, se apliquen a cada uno equitativamente y vante, definido por esta estructura, tiene que ser razonable que, al
que permitan la mayor extensión de libertad compatible con una l i - ver que la empresa funciona, prefiere sus perspectivas con la desi-
bertad semejante para todos. La única r a z ó n para circunscribir las gualdad en lugar de las que tendría sin ella. No está permitido justi-
libertades básicas, haciéndolas menos extensivas, es que de otra ma- ficar diferencias en ingresos o en cargos de autoridad y responsabi-
nera interfieran una con otra. lidad b a s á n d o s e en que las desventajas de quienes están en una
Más a ú n , cuando los principios mencionen personas o exijan que posición se compensan por las mayores ventajas de quienes están en
todos obtengan ganancias de una desigualdad, la referencia se hace a otra. Menos a ú n se pueden equilibrar de este modo las restricciones
las personas representativas que d e s e m p e ñ a n diversas posiciones so- a la libertad. Es obvio, sin embargo, que existe u n n ú m e r o indefini-
ciales o cargos establecidos por la estructura básica. Así, al aplicar el do de soluciones según las cuales todos pueden tener ventajas al to-
segundo principio supongo que es posible asignar una expectativa de mar como punto de referencia al acuerdo inicial de igualdad. ¿Cómo
habremos de escoger entonces entre estas posibilidades? Los princi-
bienestar a los individuos representativos que ocupan estas posicio-
pios t e n d r á n que ser especificados de modo tal que produzcan una
nes. Esta expectativa indica sus perspectivas de vida tal y como se ven
conclusión determinada.
desde su posición social. En general, las expectativas de las personas
representativas dependen de la distribución de derechos y obligacio-
nes hecha en la estructura básica. Las expectativas están conectadas:
al aumentar las perspectivas del hombre representativo de una posi-
ción, posiblemente aumentamos o disminuimos las perspectivas de
hombres representativos de otras posiciones. Puesto que el segundo
principio (o m á s bien la primera parte de él) se aplica a formas insti-
tucionales, se refiere a las expectativas de individuos representativos.
Tal y como lo discutiré m á s abajo (§ 14) ninguno de los principios se
aplica a la distribución de bienes particulares a individuos particula-
res que puedan ser identificados mediante sus nombres propios. La si-
tuación en la cual alguien reflexiona sobre cómo asignar ciertos bie-
nes a personas necesitadas que les son conocidas, no se encuentra
dentro del ámbito de los principios: están destinados a regular los
acuerdos institucionales básicos. No debemos suponer que exista mu-
cha semejanza, desde el punto de vista de la justicia, entre la asigna-
ción administrativa de bienes hecha a personas específicas y el diseño
correcto de una sociedad. Nuestras intuiciones de sentido c o m ú n en el
primer caso pueden resultar una pobre guía para el segundo.

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