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Quizás ha llegado el momento, aunque yo me niego a reconocerlo,
de abandonar mis esfuerzos por como-tomar una cosa
incomprensible y de afrontar de una *vega-*da la realidad; de
aceptar la existencia de este gusano que me devora por dentro y
que, con el paso de los días, no hace otra cosa que crecer y crecer.
Si es cierto que la escritura es una terapia liberadora, como yo
mismo he dicho a menudo a mis pacientes, relatar aquí los hechos
que, a pesar de que lo intento, no puedo apartar de mi recuerdo,
servirá para liberarme de este *espant y de estas obsesiones que
crecen dentro de mi cerebro como lianas. Quizás así encontraré el
descanso que busco, inútilmente, desde hace tres años. Será
doloroso escribirlo, porque, de alguna manera, significará revivir
todo aquello que pasó durante aquellos meses tan amargos. Pero lo
tengo que hacer, lo tengo que recordar todo, desde los días *feli-
*ços en que me parecía imposible poder llegar a una situación
parecida. Quién habría adivinado entonces que los ojos de Laura,
aquellos ojos que fueran el origen de mis desventuras, eran la
puerta de un abismo donde me tenía que en-*fonsar hasta las
profundidades donde me encuentro actualmente? Conocí Laura
*Novo el 12 de septiembre de 1999. Me resulta imposible olvidar
aquella fecha porque fue aquel día que empiece a trabajar a la
clínica Ribera *Verda, el prestigioso centro psiquiátrico situado al
Bajo Mino,
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•casi en la frontera con Portugal. Acababa de hacer treinta y dos
años y tenía la sensación que con aquel *primei- trabajo, que
culminaba mis expectativas profesionales, cerraba de una forma
definitiva- mi etapa de formación y abría un nuevo y estimulante
capítulo de mi vida. Desde siempre, desde mis años de
adolescente, cuando leía con curiosidad y pasión los libros de
*Sigmund *Freud que tenía mi padre a la biblioteca, que había
sentido una fascinación especial por la ciencia psiquiátrica, en la
cual me parecía que confluían armónicamente las *di-*mensions
científica y humanística del conocimiento humano. Penetrar los
secretos de la mente, los reductos más íntimos de las grandes
pasiones (amores, odios, celos, manías, *obses-*sions...) y hacerlo

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con la ayuda de un sólido aparato científico, me producía una
emoción que yo consideraba pareciendo a la que debían de vivir las
expediciones científicas del siglo con aquellos exploradores que no
dudaban a arriesgarlo todo, movidos por la obsesión de llegar a los
lugares más lejanos del planeta. Acabé mi carrera a la Facultad de
Medicina con unos resultados magníficos, de la misma forma como
los largos años de médico residente al hospital y los cursos de se-
*pecialització que hice posteriormente en algunas de las
universidades europeas más prestigiosas. Recibí *nombro-sus
ofertas para quedarme en la Universidad, pero las rehusé porque yo
anhelaba el contacto directo con los pan-*cients; las teorías solo
tenían sentido si servían para en-tierno mejor la complejidad de la
mente. Los periodos de prácticas a los varios hospitales fueron
apasionantes, la confirmación que me encontraba donde yo quería,
aunque me
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molestara saber que había siempre otra persona por encima de mí,
controlando el mío trabaje vigilando que no me apartaba de los
caminos habituales. Pero yo sabía muy bien que aquel era el precio
que tenía que pagar para experimentar y aprender las cosas que
ningún libro no *po-*dria enseñarme nunca. Con estos
antecedentes, nadie se debe de extrañar de la emoción y el
nerviosismo que sentía aquel día de *setem-*bre. Quién conozca un
poquito el mundo de la psiquiatría debe de saber que la clínica
Ribera *Verda es un caso a banda en el tratamiento de las
dolencias mentales, una isla de libertad donde se investiga y se
ensayan procedimientos que permiten *ob-tener éxito allá donde los
otros fracasan. Para decirlo en pocas palabras: se trata de una
clínica *excel•*ent, con todos los medios técnicos necesarios y con
una concepción *avan-*çadíssima del trabajo psiquiátrico. No en
balde los suyos *di-rectores son Hugo Montenegro i Elsa *von
*Frantz, quizás las dos figuras más relevantes de la psiquiatría
europea contemporánea. Por eso, cuando supe que se *ofertava
una plaza, me presenté a las pruebas de selección sin dudarlo, con
una confianza ciega que aquel tenía que ser mi puesto de trabajo
en el futuro. La notificación que el lugar era mío supuso una de las
grandes alegrías de mi vida, porqué, finalmente, veía hacerse
realidad mi sueño más importante. Recuerdo que aquel día me
recibió el doctor *Monte-*negro en persona, una deferencia con la

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cual no cuenta-va y que me confirmó su inmensa humanidad.
Después de presentarme algunos de los que tenían que ser mis
compañeros de trabajo, se ofreció a enseñarme las
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instalaciones del centro. Cualquier cosa que diga, será poco,
porque parece imposible que haya *ún lugar mejor. El lugar donde
está el centro ya es excepcional: un palacio *magní-*fic, a pocos
kilómetros de *Goian, situado a la cumbre de una colina que baja
suavemente hasta el borde del Mino, justo frente a las isletas de la
*Boega y *Vacariza y con Vila Nueva de *Cerveira que nos mira
desde la banda portuguesa. Se trata de un edificio cargado de
historia, de una joya *repre-*sentativa de la mejor arquitectura civil
del barroco gallego. Según que supe después, fue edificado sobre
los restos de una vieja fortaleza del siglo *xlv, de la cual apenas
quedaban restos. El palacio databa de mediados de siglo *xviii y
siempre había formado parte del señorío de *Goin y *Cerveira, una
familia noble que, con el paso de los años, había derrochado todo
su patrimonio y había acabado mal-vendiendo las propiedades que
le quedaban. El clima y la belleza del entorno serían dos de las *ra-
*ons que los doctores consideraron a la hora de elegir un lugar
donde posar en práctica sus teorías. Restauraron como-*pletament
el palacio y lo ampliaron con algunas instalaciones anejas. Solo el
exterior ya era una maravilla, con dos torres laterales y una escala
señorial a la entrada; y los *inte-*riors, que habían sido adaptados al
nuevo uso del edificio, también eran modélicos. Las habitaciones de
los pacientes, *llu-*minoses y alegres, habían sido diseñadas con
un estilo minimalista y dotadas de un mobiliario funcional y *còmo-
de. Había, además, numerosos espacios comunitarios, plenos de
lugares que invitaban al diálogo. De todo el conjunto, me
impactaron especialmente los jardines de estilo francés, donde
destacaban unas palmeras *cente-
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*nàries impresionantes, así como la extensa arboleda *posteri-oro,
que ocupaba la otra banda de la colina y limitaba con las tierras
cultivadas del valle. Paseando por aquellas calles, a la sombra de
los castaños y de los robles, tenía la sensación, a pesar de estar a
pocos kilómetros de Vigo, que acababa de entrar en uno de los
pocos bosques solitarios que todavía se *po-*den encontrar en el

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interior de nuestro país. El doctor Montenegro me enseñaba las
instalaciones sin disimular su orgullo. Supongo que, aunque fuera
de una manera inconsciente, quería transmitirme la idea que
trabajar en aquel lugar era un privilegio, una oportunidad única que
no tenía que despreciar. —Conozco muy bien su expediente, doctor
*Moldes; yo mismo presidí el comité de selección —me va *comen-
*tar, mientras visitábamos la piscina climatizada—. Li cono-*fesse
que el detalle que me hizo decidirme por usted no fueron sus
calificaciones, sino su voluntad de conocer, aquel impulso vital que
se adivina más allá de la frialdad de los datos de su currículum. —A
que se refiere, exactamente? pregunté, entre complacido e
intrigado. —Quiero *dír que había algunos expedientes más brizna-
*llants que el suyo; se trata de una plaza muy envidiada y se
presentó gente con una gran preparación. Pero... cómo se lo diría?
Todos los expedientes eran previsibles, seguían una línea
previamente establecida. Casi permitían adivinar qué harán todas
aquellas personas a lo largo de su vida profesional. Quizás el doctor
esperaba que le preguntara algo, si tenemos que juzgar por la
ambigüedad de las suyas paráis-
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.las. Pero yo callé, esperando que *co:*fitinuara diciéndome las
cosas que quería.. —No me malinterpreto, estimado amigo —
añadió, después de un tiempo de-silencio—. Su carrera también es
muy brillante, no se le puede pedir más. Pero, a estas alturas, a
buen seguro que ya sabe que las calificaciones *acadèmi-*ques, por
ellas mismas, no son ninguna garantía. De usted, me interesaron,
sobre todo, los detalles; su interés por los saberes más diversos, la
diversidad de sus lecturas, el hecho de no cerrarse a nada... Estas
cosas aparentemente menores, que indican una pasión profunda
para conocer todas las *face-tés de la vida. Me gustó escuchar las
palabras del doctor; me re-conocía en aquel retrato apresurado que
había esbozado y se lo hice saber. Sin embargo, no acababa de
entender por qué esta faceta había estado decisiva para mi
elección. —La ciencia psiquiátrica necesita una nueva *empen-tu
que rompo la idea que ya lo sabemos todo sobre la mente, que
hemos llegado al jefe del camino que iniciaron los grandes maestros
—me respondió el doctor Montenegro—. Se-teme demasiado
seguros de nosotros mismos, como si ya tuvo-remo una respuesta
para cada problema que se nos presenta. Y no es así; como tiene

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que ser así, si la mente humana es tan enigmática e insondable
como el espacio *interestellar? Recuerdo aquellas palabras tan
sugestivas de *Jung: «La parte de la mente donde se producen los
símbolos, de una complejidad real y desconocida, es todavía
virtualmente inexplorada». *Actu-me como si el cerebro humano
fuera un territorio conocido, cuando todavía es, para nosotros, una
selva tan impenetrable como lo era la *Amazónia para los primeros
exploradores. Por eso
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necesitamos personas que no tengan miedo de recurrir can-*mins
nuevos. Mientras hablaba, había ido acompañándome a una de las
dependencias nuevas del edificio, que todavía no ha-*víem visitado.
En contraste con la luminosidad de las otras, esta parte recordaba
vagamente un búnker, con pan-rindes compactos donde solo se
abrían unos *finestrons pequeños. Al entrar, el doctor me dijo: —La
mejor prueba de todo esto que le he dicho, la tenemos aquí. Esta
construcción alberga seis cejas de seguridad, re-guardadas para los
casos en que la ciencia es incapaz de encontrar una solución. Es la
constatación de nuestro fracaso, de la *insu-*ficiència de nuestro
conocimiento del psiquismo humano. Ya lo ve: muros altos,
ventanas inaccesibles, puertas blindadas; todo como si fuera una
prisión. Aunque no lo es, soy injusto conmigo mismo, porque, con
estas medidas de *protec-*ció, solo tratamos de proteger la vida de
los pacientes. Me quedé mudo, sin saber qué decir en aquellos
momentos. Aquella era la otra cara de la realidad, el lado oscuro,
que contrastaba muchísimo con las insta•*lacions tan avances que
acababa de visitar. —Las seis cejas disponen de todos los
elementos propios de estas *installacions —me explicó el doctor—.
Pan-rindes almohadilladas, muebles especiales, vigilancia
permanente mediante un circuito cerrado de televisión... Han estado
*pen-*sades para albergar los enfermos violentos o con tendencias
suicidas, que hay que vigilar por la noche y de día. —Y qué
enfermos hay? felizmente, las tenemos todas vacías, salvo esta. —
E1 doctor se aproximó a la primera de las miedo-
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tés que había a los dos lados del pasillo central y me hizo un gesto
para indicarme que lo siguiera.— Aquí hay una enferma que hace
tiempo que está con nosotros, pronto hará tres meses que llegó a la

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clínica. Tres meses durante los cuales apenas se han producido
progresos dignos de mención, a pesar de nuestros esfuerzos. Es
nuestro caso imposible, un recuerdo permanente que no somos los
amos de la mente, como pensamos a menudo. El doctor
.Montenegro corrió el pastel del fin-*nestreta que había a la puerta y
la va.abrir. Vigiló *fu-*gaçment el interior de la ceja y, después, me
invitó a mirar. Yo conocía muy bien aquellas *instal•*lacions; ya
había visto muchas de semblantes a los hospitales donde había
estado, aunque no eran tan grandes como aquella. Pero recuerdo
muy bien que apenas reparé en los detalles del *interi-oro de la ceja
porque enseguida mis ojos se fijaron en la persona que lo ocupaba.
Era una mujer joven, que de-vía tener mi edad, prima, vestida con
una *samarre-tu azul y unos pantalones muy anchos, de color gris.
Al primer golpe de vista, aquello que más llamaba la atención eran
sus cabellos intensamente rojos, recogidos en una cola negligente,
que apenas conseguía sujetar la larga can-*bellera rizada. Me
sorprendí pensante que era una mujer bellísima, una reacción que
consideré *in-adecuada en aquel contexto. Sentaba en una silla que
había ante una mesa tapizada de papeles y escribía de una manera
compulsiva, con una impaciencia febril, como si la vida entera
dependiera de aquello que estaba *escri-veinte en aquellos folios.
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En un momento determinado, hice un ruido con la puerta y la mujer
levantó el jefe para mirar hacia la ventanilla con una mirada que no
olvidaré nunca. Fue en aquel momento que vi sus ojos por primera
vez, unos ojos que, todavía hoy, si cierro los míos, continúan
mirándome desde el fondo de mi cerebro, con la misma *in-*tensitat
con que lo hicieron aquella tarde. Cualquier otra consideración
sobre su cuerpo fue *anunada enseguida por aquellos ojos. Pero no
fue la be-*llesa de sus ojos el detalle que más me llamó la atención,
y esto que eran unos ojos muy atractivos, sino el desasosiego y la
angustia que transmitía su mirada. No era miedo ni *tris-*tor, sino
una cosa más profunda e inexplicable, como si todo el terror que
una persona puede concebir se hubiera *concen-*trat al fondo de
aquellos ojos. Levantó el jefe, como he dicho, y se quedó mirando lo
*finestró de la puerta; mirándome, hablando a mis ojos como si me
quisiera comunicar su terror con aquella mira-*da silenciosa pero
llena de significado. Me resulta difícil expresar qué sentí, no
encuentro las palabras adecuadas para describirlo; fue cómo si una

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corriente eléctrica me atravesara de arriba abajo, como si un rayo
invisible me llegaba al alma y me la rompiera en mil trozos. Me
aparté de la puerta, trastornado todavía por la fuerza de aquella
mirada. Debía de estar fuera de mí, incapaz de articular una sola
palabra. El doctor tampoco dijo nada, quizás adivinaba la
conmoción que yo sentía y se posó a andar por el *passadis, en
dirección a la salida. —Espero, doctor; no tenga tanta prisa —pude
decir—. Esta mujer... Esta mujer escribía con una -
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*sió que no es .habitual, como .si la *seira vida dependiera de unas
cuántas palabras. —Oh, también a nosotros nos sorprende su
pasión por la escritura, el esfuerzo que la hace pasar horas y horas
*da-*vant de los papeles, un día y otro —me contestó. Por unos
momentos, me pareció ver un indicio de *complici-*tat en su
mirada—. Pero, quizás, se ha pasado de rubio-can y por más
vueltas que haga, le resulta imposible cambiar de lugar. Le gustaría
ver qué escribe? —Me gustaría, sí; aunque, quizás, no sea... —en
aquellos momentos, no habría querido entrar a la ceja por nada del
mundo, no me habría gustado interrumpir la concentra-*ció de
aquella mujer; habría violado su intimidad. Pero el doctor, que
adivinó mis pensamientos, me va *in-*terrompre. —Oh, no se
preocupe; no tenía la intención de entrar a la ceja. Disponemos de
otros recursos más sencillos. Venga conmigo. Se dirigió a una
habitación que había junto a la puerta y entró. En el interior, un
hombre y una mujer, con los uniformes del personal de la clínica,
atenían un complicado panel de controles. Enseguida adiviné que
desde aquella sala se controlaba el circuito cerrado de té-*levisió.
Unas cuántas pantallas mostraban la sala que *aca-*bàvem de ver
desde varios ángulos. En todas, como una figura que se repetía en
diferentes medidas y posturas, había aquella mujer de la cabellera
roja. Después de presentarme los dos trabajadores, el *doc-*tor
Montenegro se dirigió al hombre: —Enfoca qué está escribiendo la
paciente, Enric. El
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doctor *Moldes tiene interés a ver qué redacta tan *impetu-
*osament. El hombre manipuló los mandos de la mesa. Una de las
cámaras cenitales inició un zoom de acerca-mente que solo se paró
cuando en una de las pantallas apareció el folio donde la mujer

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escribía en aquellos momentos. La *calligrafia era grande y no
resultaba difícil leer las paradlas que había escrito. Mi sorpresa fue
enorme, ni remotamente se-*perava ver aquello. Porque todo el
folio, que la mujer era ya a punto de acabar, .se presentaba cubierto
por dos palabras que, una línea detrás de la otra, se repetían hasta
la exasperación: Laura *Novo, Laura *Novo, Laura *Novo, Laura
*Novo... Sin darme tiempo a recuperarme de la sorpresa, el doctor
abrió un cajón lleno de folios y cogió unos cuántos. —Aquí tenemos
una muestra de su producción *literà-ría durante el tiempo que ha
pasado con nosotros. Puede *exa-minarla si lo desea. Cogí los
folios. Todos estaban escritos con la mi-*teixa *calligrafia nerviosa,
hecho con tanta presión que, por el reverso, se podían seguir las
líneas con las puntas de los dedos. Y, en todos, el mismo nombre,
Laura *Novo, repetido centenares y centenares de vueltas en aquel
montón de papeles. —Hace semanas que está así. Nos limitamos a
facilitarle los lápices y los folios que necesita. Y, al caer el día,
recogemos la producción literaria de la jornada. Por ahora, estos
son los únicos resultados. Me pareció una escena patética, cargada
de *vio-*lència y de amargura; tenía ante mí una tragedia secreta
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a la cual asistía como espectador *invbluntari. Me vino al jefe la
imagen de un náufrago en alta mar, sujeto a una mesa expuesta a
la furia de las oleadas, cada vez con una angustia más grande,
soportando el paso de las horas aferrado a su mesa solitaria. Así se
debía de sentir aquella mujer, aferrada con desesperación a su
nombre, quizás la única *refe-*rència que le quedaba después de
un naufragio ignorado. —Laura *Novo. Es su nombre, no es esto?
—La *pre-*gunta era una obviedad, pero necesitaba decir algo para
disimular mi desconcierto.— Me gustaría saber al-*guna cosa más
sobre su caso. Si hubiera callado, si en aquella ocasión no hubiera
mi-*nifestat ningún interés, quizás ahora estaría en una situación
muy diferente, lejos de este horror que me mordisquea sin *des-
canes desde hace tres años. Pero mi curiosidad solo sirvió para
preparar el camino que abrieron las palabras del doctor
Montenegro. —Sabrá más cosas de Laura *Nova, doctor *Moldes,
porque ella será su primera paciente. Con la mía *su-*pervisió, está
claro. Usted lleva ideas nuevas y quizás sea capaz de encontrar luz
donde nosotros no hemos podido encontrar jefe se-*cletxa. Sé muy
bien que se trata de un reto difícil, pero puede-ser usted es la única

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persona que puede, con su pasión por el saber, encontrar una
solución, aunque se aparte de los caminos habituales. Mandaré que
le hagan llegar tan pronto como sea posible su historial clínico. Sort,
amigo Víctor, y bienvenido a la clínica Ribera *Verda! Sin decir nada
más, me dio la mano y me acompañó a la salida. Yo me dirigí al
edificio principal, donde me se-*perava el administrador para
indicarme las dependencias
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que me habían reservado. Aunque me parecía que todo iba muy
deprisa, me sentía contento por el rumbo que ha-*vien tomado las
cosas, notaba dentro de mío la impaciencia febril que anuncia las
épocas de gran actividad. Que poco *sospi-*tava entonces que las
primeras rajas de la tragedia, a pe-*nes perceptibles, habían
empezado ya a abrirse bajo mis pies!
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El apartamento donde tenía que vivir durante los próximos meses
estaba situado en la torre del ala izquierda del edificio principal.
Tenía un dormitorio pequeño, con su baño, y una sala grande, muy
luminosa, que podía servir de puesto de trabajo si algún día no me
apetecía bajar a mi despacho de la primera planta. Desde la
ventana, ancha, de la sala, podía ver las viñas que se extendían por
las tierras que rodeaban el palacio y también algunos prados y
algunas zonas de bosque. Si miraba al sur, más allá de los jardines,
veía lo Mino y, a la otro borde, la línea verde que marcaba el inicio
de las tierras portuguesas. Era un lugar magnífico y resultaba Bacilo
adivinar que mi estancia sería una experiencia inolvidable. Mientras
estaba acabando de ordenar mis cosas, recibí la visita de una
enfermera que me llevó una carpeta azul. «El director me ha dicho
que le llevo esto. Es el historial de Laura *Novo», me dijo, antes de
retirarse. Sorprendido por tanta rapidez, dejé para más tarde las
cosas que me quedaban para ordenar y me dediqué enseguida a
examinar aquellos papeles. Senté en una *buta-can y esparcí por
encima la mesa los papeles que había dentro de la carpeta. Había
un largo informe con la biografía de la *paci-*ent, acompañado de
numerosos documentos complementa-
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*ris. Después, en una *carpeteta, había los datos sobre su evolución
desde que había llegado a la clínica. Me va sor-tomar, además, un
ejemplar de un libreto escrito por aquella mujer que tanto me había
impresionado hacía solo unas lo-nada, puesto que el doctor no me
había dicho nada de su faceta le-*terària. Decidido a leerlo todo con
la máxima atención, empecé por el informe biográfico. Aunque los
de los ser-*veis de documentación se habían esforzado, la
información que saqué de aquellos papeles me pareció incompleta;
era cómo si, entre todo aquel alud de datos, faltaron algunos
elementos decisivos para entender el estado actual de Laura *Novo;
un estado que, como yo sabía perfectamente, casi *sem-*pre tiene
una génesis que se puede rastrear con un estudio *minu-*ciós de la
biografía del paciente. Laura *Novo había nacido a *Pontedeume,
en 1968. Por lo tanto, ahora tenía treinta y un años, solo un menos
que yo. Su familia (los padres y un hermano dos años más grande)
en la Coruña cuando ella todavía era una niña y fue en aquella
ciudad donde pasó su juventud. La *famí-*lia se trasladó, más tarde,
a Madrid, donde Laura había vivido hasta el año pasado. Allá, había
hecho sus estudios *uni-*versitaris (se había licenciado en
Periodismo y Ciencias Socio-a los), con unas calificaciones
*exce•*ents, *corn posaban de manifiesto las *fotocbpies de su
expediente académico. Ha-vía trabajado en diferentes lugares,
aunque algunos de sus trabajos no tenían ninguna relación con sus
estudios; pero la mayoría de los trabajos se relacionaban con el
*perio-*disme, una profesión que, a pesar de su juventud, le había
permitido ocupar lugares de una cierta importancia.
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había también referencias a su tarea' la escritora, que no había
estado nada del otro jueves: había publicado algunos relatos en
revistas y libros *co•*ectius y, en 95, el volumen que yo tenía ahora
delante: Como nubes que pasan, un libro de re-latos que había
recibido buenas críticas (los recortes de prensa completaban la
documentación), pero que había tenido muy poca fortuna comercial.
Laura vivía suela desde hacía algunos años. El suyo *ger-mano,
que trabajaba de ingeniero en Valencia, se había casado con una
italiana y se había distanciado de la familia. Sus padres se habían
separado al final de los ochenta; al jefe de pocos meses, su padre
se casó con una mujer mucho más joven que él y se fue a vivir a
Barcelona. Laura vivía en la casa de la familia, con su madre, que

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murió el 1996. Hacía un año, sin ninguna razón objetiva que lo
justificara, abandonó su trabajo y volvió a Galicia, donde se instaló
en una casa de turismo rural, en una *aldea de la Tierra Plana, a
Lugo. Entre la *docu-*mentació, encontré un folleto turístico sobre
esta nueva modalidad de hospedaje, donde había, marcada con re-
*tolador, la foto de la casa donde había residido la paciente. Los
datos correspondientes a los últimos doce meses, al contrario de
cómo es habitual, eran mucho más escasas. Vivió en aquella casa
entre septiembre y mayo, pero no había ningún dato que permitiera
adivinar en qué había se-*tat ocupada durante aquel tiempo. Y fue
el mes de mayo cuando pasó aquel accidente que, según la
documenta-*ció, era la causa de su estado de salud. La primavera
pasa-*da, durante un paseo por el campo, Laura fue víctima de un
rayo; más exactamente, un rayo le cayó muy cerca,
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mientras paseaba por el campo, y le provocó un choque agudo.
Había pasado casi seis semanas internada en el Hospital General
de Santiago, donde se había recuperado físicamente; y fue durante
aquel tiempo de convalecencia que le *diagnos-*ticaren por primera
vez las anomalías psíquicas que manifestaba. Al final de junio, la
trasladaron a nuestra clínica psiquiátrica, donde permanecía desde
entonces. Así *aca-baba el informe biográfico, que juzgué
excesivamente esquemático. Leí, después, el historial clínico del
hospital, donde había detallada toda la información que me había
prometido el doctor Montenegro. Después de una descripción
detalladísima de su comportamiento, con rasgos *depres-*sius y
psicóticos que se mezclaban con otros, asociados al autismo, había
un diagnóstico definido: la paciente sonido-*fria una neurosis de
angustia, provocada por el rayo que lo ha-vía afectada hacía cinco
meses. Casi me hizo gracia leer aquel diagnóstico; fue cómo si una
parte del prestigio de la Clínica Ribera *Verda se hundiera ante mí.
Cómo tenía que ser un rayo la causa del estado actual de Laura?
Es cierto que un rayo, igual que cualquier otro accidente
inesperado, puede provocar un choque emocional, hay numerosas
historias clínicas que lo testimonien; pero, en todos los casos, el
choque desaparece al jefe de pocos días y, con él, los síntomas que
el *acompa-*nyen. Cómo podía explicar un hecho así los rasgos
autistas y de desasosiego, intensos, que patentizaba el
comportamiento de Laura? Y donde estaban los trastornos

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somáticos que van siempre asociados a las neurosis de este tipo?
En este caso, salvo alguna alteración del sueño, el informe
señalaba que
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existían. Y qué relación podía tener esta neurosis con la escritura
obsesiva de la .paciente, una práctica que yo interpreté, desde el
primer momento, como un intento desesperado de aferrarse al hilo
esencial que nos identifica como personas, simbolizado en el
nombre? Además, yo había visto sus ojos, había visto el terror que
los inundaba, y el recuerdo de su mirada borraba toda aquella
literatura médica. No, aquello no podía ser la consecuencia de un
choque provocado por un rayo. Desde mi punto de vista, nos
encontrábamos ante una neurosis de carácter más profundo, con
rasgos obsesivos y fóbicos, aunque los síntomas, a primera vista,
no encajaban con nada conocido. Durante la cena, que todo el
equipo médico hacía en común, me limité a escuchar las
conversaciones de mis nuevos *collegues y a responder de la mejor
manera posible las preguntas personales que me hicieron. Pero, así
que acabamos, busqué el doctor Montenegro y le voy *comen-*tar
todas mis dudas, con la precaución necesaria para no herir su
susceptibilidad. Me escuchó con mucho de interés y, después,
mientras paseábamos por los jardines, me comentó que, a él,
tampoco lo convencía aquel *diag-*nòstic, que quizás era solo una
manera de disimular con palabras el desconcierto que el equipo
médico, incluido él mismo, sentía ante aquel caso. —1.1.ª de
considerar como un diagnóstico provisional, puesto que no
tenemos otro de mejor —concluyó—. Bien es verdad que, en todas
las historias clínicas que tenía al alcance, no ha documentado
ningún comportamiento *sem-*blant. No sabemos casi nada de que
pasa dentro de Laura
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*Novo, esto es la verdad. Hay muchos vacíos en este caso,
demasiado agujeros que tendríamos que llenar antes de continuar.
—A qué agujeros se refiere, doctor? pregunté. —Por ejemplo, a la
ausencia de datos significativos sobre la vida de Laura desde que
volvió a Galicia —me contestó—. Tuvimos dificultades para
recopilar *aques-tus informaciones, aunque todo indica que hizo
una vida rutinaria, sin que le pasara nada significativo. Continué

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andando en silencio, sin saber que dir. Cuando ya nos
aproximábamos a la puerta, fue el doctor quien volvió a hablar. —
Sería magnífico que ella misma nos lo contara, pero es evidente
que no está en condiciones de decirnos nada. Aunque tampoco-no
me tiene que hacer mucho caso, amigo Víctor; esto solo son
comentarios personales, sin ninguna base. Puede-ser todo es más
simple y los problemas de Laura provienen solo de su mundo
psíquico, del interior de la fortaleza que los autistas construyen para
protegerse y poder sobrevivir en un medio que perciben hostil. A
usted le corresponde *in-*vestigar-lo, amigo mío.
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Aquella misma noche, después de repasar una vez más toda la
documentación, leí el volumen de relatos de Laura. Como lector,
encontré poca cosa; era demasiado pretencioso, el típico primer
libro del escritor que quiere de-mostrar que sabe muchas cosas y
que ha leído muchos libros. Se notaba más preocupación para
encontrar una frase brillante que no por la arquitectura de los relatos
o por sus contenidos. Todo era demasiado artificial, con menos vida
que la que podemos encontrar a la superficie de la Luna. Aun así,
me impuse la obligación de hacer una segunda lectura, en esta
ocasión desde una perspectiva *clí-*nica. Fue una decisión
acertada, porque si, como lector, el libro no me interesó nada, como
médico, enseguida vi que podía encontrar un camino que me
permitiera asaltar aquella fortaleza que la mente de Laura había
conos-*truït en su alrededor. Yo tenía muy claro que mi primer
objetivo era aproximarme a mi paciente; de alguna manera, tenía
que ganar su aprecio, hacer que me *veiera como una persona en
quién podía confiar. Solo desde a-*questa proximidad podría iniciar
una terapia que nos llevara a su recuperación. Y, por suerte, sus
mismas palabras me mostraron el camino. En la mayor parte de los
cuentos, mediante los personado-ges protagonistas, Laura hacía
una apasionada profesión
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de fe en la literatura, en el poder que los libros podían tener para
hacernos cambiar la vida y ayudarnos a olvidar los momentos
difíciles. Era una idea que aparecía una y otra vez, como si fuera el
motivo principal del lino-*bre. Esta reiteración me hizo concebir la
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idea de *asset-*jar con palabras la fortaleza que Laura había
construido a su alrededor. Fue cómo una como un estallido de luz
que me abría un camino nuevo. Josué hizo caer los muros de
*Jericó con el sonido de las trompetas de su ejército; de la misma
forma, yo derrocaría las murallas de Laura con otra fuerza más
poderosa: la que conservan las paradlas a su interior. Necesitaba
saber si alguna vuelta se había aplicado una terapia parecida, de
forma que pasé dos días en la biblioteca de la clínica, revisando
toda la bibliografía médica sobre el tema, sin encontrar apenas
nada que me sirviera. Se-*tava claro que me tendría que dejar guiar
por mi intuición y ensayar una terapia original. Al fin y al cabo,
aquella *acti-*tud era la que se esperaba de mí. Después de pasar
tres días sin salir de lo aparta-mente, diseñando mi plan hasta el
mínimo detalle, lo presenté al doctor Montenegro para que me diera
su aprobación. Aunque se mostró bastante escéptico y me formuló
numerosas objeciones, me concedió finalmente el permiso para
aplicarlo. Su opinión fue que no perderíamos nada para probar, de
forma que decidió-remo empezar enseguida. El día siguiente, me
dirigí al edificio donde había las cejas de seguridad con un libro en
una mano y una silla plegable en la otra. Pedí que me abrieron la
puerta de 31

la ceja de. Laura y entré. La mujer Sentaba ante la mesa, como la


había visto la primera vez, y había iniciado su escritura. Llevaba la
misma ropa gris, sus cabellos rojos, que aquel día-llevaba sueltos,
eran la única nota de color que había en la habitación. Cuando
entré, me miró con aquella mirada que tanto me había *impressio-
nato el día de mi llegada. Después, y comportándome siempre
como sí dentro de la habitación no hubiera nadie más, posé la silla
al lugar más apartado de ella. Senté, abrí el libro y empecé a leer.
Laura dejó de escribir mientras yo me acomoda-va, quizás
desconcertada por aquella intromisión. Al ver que me posaba a leer
sin hacerle caso, ella volvió al se-*criptura. Al principio se
interrumpía con frecuencia y me miraba fugazmente, de reojo, pero
después se dedicó a escribir con el mismo frenesí obsesivo que
antes. Tomaba los folios del paquete que tenía encima la mesa y
escribía sin descanso; finalmente, los posaba en una pila, a su
derecha, a medida que iba llenándolos con aquella repetición
obsesiva de su nombre y su apellido. Así transcurrió todo lo mate:

15
ella escribía y yo leía, como si fuéramos dos extraños que habitan
mundos *parallels. Solo los espasmos que, con una frecuencia
*indetermi-nata, sufría Laura alteraban de vez en cuando aquella
*tranquillitat aparente. Casi siempre se producían de la mi-*teixa
forma: paraba de escribir, dejaba el lápiz y miraba un punto
indeterminado de la pared, con el cuerpo rígido y con una expresión
de terror que iba creciendo hasta que acababa con un suspiro
apagado, una explosión silenciosa que resulta-va difícil de olvidar.
Pero esto no duraba nunca más de dos
32
minutos; después, como si despertara de un sueño, Laura *tor-
*nava a coger el lápiz y retomaba la escritura con una *in-*tensitat
renovada. A mediodía, salí de la ceja. Pero al jefe de dos horas,
después de comer y de pasear un hashtag por los *jar-dentro, para
estirar las piernas, volví a entrar y voy re-*petir la misma actuación
del marino. Y así estuve hasta que tocaron las ocho y di por
acabada la primera *jorna-*da de mi terapia experimental. Al jefe de
tres días, empecé a dudar del *eficà-*cia de mi plan, porque no
observaba ningún cambio favorable en el comportamiento de Laura.
Pero la mañana del cuarto día, observé que dejaba de escribir muy
a menudo; levantaba lo cape me miraba durante unos minutos,
como si el espectáculo de un individuo sentado con un libro a las
manos, que movía solo de vez en cuando para pasar una página,
sería de lo más interesante para ella. Después volvía a escribir pero
con menos ímpetu, como si para sus adentros empezara a
producirse un desplazamiento imperceptible de su centro de interés.
Aquella noche decidí que había llegado el momento de pasar a la
segunda fase de mi plan. Dudé muy a propósito del libro que me
convenía llevar, porque una elección equivocada por mi parte lo
podía perturbar todo. Finalmente, me decidí por un libro que me
parecía adecuado a mis propósitos: un volumen gordo, con los
cono-tieso completos de *Jakob y *Wilhem *Grimm. Antes,
seleccioné una docena de relatos, todos ellos con el *estructu-*ra
clásica de los cuentos maravillosos muy marcada: el héroe que vive
un conflicto, que penetra en el interior del bosque, que es una
metáfora del mundo, y que, finalmente, vuelve *victori-
33

16
oso, después de- superar todas las dificultades que se le *presen-
*ten a lo largo del camino. El día siguiente, ya dentro de la ceja,
repetí todos mis movimientos de los otros días. Pero después de la
primera *in-*terrupció de Laura, al ver que se .disponía a volver a
escribir, empecé a leer en voz alta. Lo hacía cómo si no me dirigiera
a nadie, como si fuera la primera vez que alguien contaba aquellos
relatos desde el principio del mundo. *Men-*tre leía, vigilaba
atentamente cualquier reacción de Laura. Así, vi como paraba de
escribir al escuchar mi voz. Después de algunos momentos de
indecisión, se va *acomo-*dar mejor en su silla y se posó a
escuchar sin disimular nada. Cada vez que acababa uno de los
cuentos, yo interrumpía la lectura. No lo hacía solo para descansar;
era, sobre todo, para comprobar la reacción de Laura, que se
movía, inquieta, como si esperara que yo continuara leyendo. Así
pasamos más de dos horas, el tiempo que voy *ro-*mandre dentro
de la Aquella misma tarde repetí la operación. Ahora había elegido
un libro de Jack *London que recogía una *selec-*ció de sus
fascinantes relatos vitalistas, los que entes *traslla-*den a los
paisajes fríos de Alaska o a los mares luminosos de la Polinesia. Y
otra vez, como había pasado durante la mañana, la fuerza de las
narraciones volvió a cautivar la atención de Laura.
**
A lo largo de los días siguientes probé con los relatos mágicos de
*Kipling, con la fantasía incontrolada de *Cun-
34
*queiro, con la mirada irónica de *Roald *Dahl, *àmb la *luci-*desa
*llampant de *Cordzar... Todas las narraciones elegidas eran llenas
de pasión y de vitalidad, eran de aquellas que, al leerlas, despiertan
las ganas de vivir: esta era la única condición que tenían que
cumplir para ser seleccionadas. Y así pasé mañanas y tardes, un
día y otro con la misma rutina; horas y horas de lectura en voz alta,
como si *Ilegira solo para las paredes. Aunque yo nota-va cada vez
más que aquellas palabras no se perdían en el aire, sino que
llegaban al oído de Laura; aquellas historias estaban consiguiendo
que cambiara la expresión de su cara y, sobre todo, que
desapareciera el aire de terror de su mirada. La mañana del cuarto
día se produjo un cambio *signifi-*catiu. Después de entrar a la
ceja, cuando ya me disponía a empezar la lectura (aquel día había

17
seleccionado algunos de los relatos optimistas que *Stevenson
había reunido a sus Cuentos de los- Mares del Sur), Laura se
levantó, cogió su silla y vino a acomodarse a mi lado. En-cara que,
por dentro, el coro empezó a latirme con fuerza, porque aquel era
una señal clara que la mía *estra-*tègia empezaba a dar sus frutos,
abrí el lino-*bre y empecé a leer mientras trataba de *aparençar
indiferencia, como si no pasara nada y Laura no estuviera tan cerca
mío. Así pasamos la tarde y el día siguiente. Pero, después de
aquella victoria inicial, yo esperaba más progresos y esta-va
dispuesto a provocarlos. Decidí que era el momento de abandonar
los cuentos y empezar con alguna novel; como la *Scherezade de
Las mil y una noches, quería dejar las
35
historias Sin acabar, leer de forma que hiciera nacer al ánimo de
Laura el deseo »de'saber que pasaría el día siguiente. Dudé mucho
sobre qué tenía que ser la primera novel que porque no me
resultaba *facil elegirla. Finalmente, me decidí por *Cien *aflos de
*soledad, uno de los pocos libros que todavía conseguían provocar
mi entusiasmo a cada nueva lectura. El día siguiente, al entrar a la
ceja, no senté, como siempre, sino que me quedé derecho junto a la
puerta, la cual mandé que dejaron abierta. Ella aproximó la silla al
lugar habitual y se sentó, esperando; notaba que la había
desorientado aquel cambio en una operación que ya era una rutina
compartida. Entonces abrí el libro y leí las primeras páginas de la
novel. Cuando ya había leído cuatro o cinco páginas, cuando ya la
historia de las aventuras desmesuradas de la familia Buendía nos
había atrapado, empecé a andar hacia la puerta y salí de la
habitación sin dejar de leer en ningún momento. Laura dudó unos
instantes, sin saber qué hacer; pero, finalmente, abandonó también
la ceja y me siguió por el corredor, hasta que salimos del edificio.
Se paró a1 umbral de la puerta, sorprendida por la luz del sol; le
debía de resultar insoportable aquella claridad *sobta-*da a la cual
ya no estaba acostumbrada, después de haber -*sat tantos días
cerrada entre las cuatro paredes de la ceja. Yo la esperé, pero
seguí andando enseguida. Cómo había planeado anteriormente,
andando despacio, me dirigí al pabellón de las *buguenvi•*lees, un
lugar donde el muro que rodeaba una de las zonas más altas del
jardín se abría en un semicírculo limitado por una valla y formaba

18
36
una..tipo de pabellón. Unos bancos de piedra completaban el
círculo y dos *buguenvíl•*ees que crecían abrazándose a una
estructura metano•*lica que protegía los bancos y que se eleva-. va,
como un techo, por sobre, ofrecían una cortina vegetal que
convertía aquel lugar en uno de los rincones privilegiados de la
finca. Las *buguenví•*ees, además de protegernos del sol, *aï-lavan
el pabellón del resto del jardín. Era un lugar idóneo para leer, o
meditar o, sencillamente, para dejar pasar las horas mientras las
nubes corrían por el cielo. Se trataba, en re-*sum, del lugar que yo
necesitaba para conseguir que *Lau-*ra, a pesar de estar al aire
libre, se sintiera tan protegida cómo cuando estaba entre las cuatro
paredes. Senté en *ún de los bancos y continué *lle-*gint, después
de haber comprobado que Laura sentaba, también, a una distancia
prudencial. La notaba rígida, tensa, como si esperara alguna
agresión y, en algunos momentos, incluso temí que se levantara y
echara a correr, dominada por el miedo. Pero, bien sea por la
belleza de aquel lugar, bien por el efecto hipnótico de las palabras
de García *Mth-*quez, el caso es que continuó sentada,
escuchándome, hasta el mediodía. En aquel momento, como
habíamos convenido antes, unas enfermeras vinieron a buscarla y
la volvieron a su Por la tarde, después de comer, volví a repetir los
movimientos de la mañana, procurando que la mía *lec-*tura
acabara en un momento de la trama en el cual el *emo-*ció fuera
muy intensa. Y actué de la misma forma a lo largo de los días
siguientes. Ben pronto, no fueran necesarias ni mi visita a la ceja ni
la intervención de las enfermeras, porque era
la
37
misma Laura •quién, cada mañana, iba por su pie al mira-*dor de
las *buguenvi•*lees, *bliscant su *dósi de lectura. Aunque, quizás,
fueron imperceptibles para uno observa-*dor externo, los progresos
eran evidentes: la relajación del cuerpo, la confianza progresiva que
iba adquiriendo y, sobre-todo, los cambios en su mirada. Todavía
parecía ausente muy a menudo, todavía daba, ocasionalmente,
muestras de pánico; pero la mayor parte del tiempo la pasaba
abstraída, mí-*rant la lejanía, mientras llegaban a sus orejas, *mit-
*jançant mi voz, las palabras de las noveles que yo ha-vía

19
seleccionado metódicamente: La isla del tesoro, de *Stevenson;
Noches blancas, de Dostoyevski; Memorial del convento, de
Saramago... No todo eran progresos. De vez en cuando, Laura
sufría un ataque, una crisis provocada por sus fantasmas interiores.
Yo lo notaba enseguida porque su cuerpo se posaba rígido y las
facciones de su rostro quedaban desencajadas, con la boca abierta
cómo si saliera un grito silencioso, con los ojos llenos de angustia y
de miedo. Era la imagen viva del horror, de un horror que
contrastaba muchísimo con la tranquilo•*litat que nos rodeaba. No
había una cadencia que marcara la frecuencia de estos ataques,
que tampoco eran siempre de la misma intensidad, pero que se
repetían una y otra vez, recordándome su existencia y dificultando
el proceso de recuperación. Un día, empecé a leer La habitación
cerrada, una de las noveles de Paul *Auster que forman su *Tri-
*logia de Nueva York. La historia de amor entre el escritor y la viuda
de su amigo muerto, fascinando y llena de emociones, iba
desgranándose mediante mi voz. Cuando estaba
38
a punto de acabar uno de los capítulos, sentí un breve sus-*pir.
Interrumpí la lectura y miré mi *silen-*ciosa compañía. Por las
mejillas de Laura corrían dos *llà-*grimes y sus ojos parecían plenos
de tristeza. Me miró con fijeza durante unos segundos muy intensos
y va pro-*nunciar las primeras palabras que le he escuchado: —Yo
también escribía. Enseguida se levantó y echó a correr hacia la
clínica. Yo me quedé sentado, sin hacer ningún esfuerzo para
seguirla. Ahora sabía que, después de días y días de asedio, a las
murallas interiores de Laura se habían abierto algunas se-*cletxes
que me permitirían entrar. Empezaba entonces mi trabajo médico,
el proceso que me tenía que hacer conocer las causas que
provocaban los fantasmas que perturbaban la mente de Laura.
39
4
A lo largo de los días siguientes hice todo aquello posible para
conseguir que la vida de Laura cambiara radical-mente. Pasaba
.todo el día pendiente de ella, atento a los detalles más ínfimos,
como haría un enamorado con la persona que aprecio. Mi ayuda le
resultaba imprescindible, ahora que empezaba a volver al mundo
real, un mundo que, por razones que ignorábamos, había
20
abandonado para caer en el abismo negro donde había pasado los
últimos meses. Voy de-mandar que la trasladaron a una habitación
situada en una zona donde no había jefe otro enfermo; continuaba
vigilada permanentemente, siempre bajo mi supervisión directa,
pero su nueva situación era muy diferente del control asfixiante de
las cejas de seguridad. Ahora estaba seguro que no corría ningún
peligro, que los intentos de quitarse la vida ya formaban parte del
pasado. Cada noche, después de cenar, informaba el doctor
*Monte-*negro de los progresos obtenidos y le consultaba los pasos
que teníamos que hacer a continuación. Habíamos pensado que, si
todo acababa bien, publicaríamos un trabajo en la *Rewiew *of
*Psychoanalyse y, por este motivo, yo anotaba detallada-mente
todas las actuaciones de la jornada. Durante esta nueva etapa,
continué leyendo a Laura como antes; yo procuraba introducir, de
vez en cuando, algún comentario personal, aunque ella solo me
nada-
40
ponía con *monosil•*labs. Pero, poco de tiempo después, empezó a
responder con frases cortas e inseguras, como si intentara
afianzarse sobre un terreno desconocido. Ahora que Laura había
decidido volver a la vida, sus progresos eran evidentes para
cualquier observador. Despacio, fui reduciendo el tiempo que
dedicó-*vem cada día a la lectura puesto que, con frecuencia, Laura
me interrumpía y, con sus comentarios, provocaba *algu-*na
conversa, ni que fuera sobre las cosas más banales. En otras
ocasiones, era yo quienes proponía algún tema, *qua-si siempre a
partir del libro que leíamos. De este modo conseguí que se creara
una corriente de simpatía entre los dos; era evidente que Laura se
encontraba a gusto conmigo, aunque continuaba negándose a
hablar con cualquier otra persona. Pero no todo era un camino de
rosas. Había días que Laura parecía volver a la situación anterior y,
entonces, se cerraba en un mutismo que yo respetaba fielmente,
por-que sé muy bien que los retrocesos son inevitables en cual-
*sevol terapia psicoanalítica. Y también continuaban repitiéndose
los ataques repentinos de terror, aunque cada vez eran de una
duración más breve y de menor intensidad. Cómo es natural, yo no
perdía ninguna oportunidad de *inda-*gar sobre su vida pasada.
Todas las cosas que Laura me contaba confirmaban los datos que
ya conocía por el *infor-me biográfico. Pero había algo raro, porque

21
mis intentos por saber qué había pasado desde que había vuelto a
Galicia chocaban siempre contra un muro de silencio: «No sé
nada», «No me recuerdo», «Ve a saber». Tendría que ser más fácil
de recordar porque era un tiempo más *prò-
41
pero .sus esfuerzos chocaban con un agujero negro *im-posible de
superar. Yo sabía que estos vacíos en la memoria son *tfpics en
casos como el de Laura, pero su duración resultaba insólita sobre
todo, era insólito el hecho de no observar en ella los otros
*sfmptomes de disociación mental característicos de las *neuro-
seis. Porque, en las otras facetas de la vida cotidiana, Laura se
comportaba casi como una persona normal. Aun así,
continuábamos medicándola con ansiolíticos y, durante la noche,
una enfermera la vigilaba, atenta a cualquier reacción imprevista.
Traté de explorar también el territorio de sus sueños, puesto que
sabía que, gracias a ellos, podría encontrar al-*gun indicio
significativo; pero siempre me decía que no re-abrochaba haber
soñado nada. Y, sin embargo, un día sí y el otro también, según los
informes de la enfermera que la controlaba, Laura tenía pesadillas
que, a pesar de la medio-*cació, le provocaban un gran
desasosiego y solían acabar con gritos escalofriantes. Decidí que
había que conocer a fondo aquellas pesadillas y, como que sabía
que siempre se pro-*duïen en la fase profunda del sueño, acordé
con la *in-*fermera que yo estaría presente durante las horas en
que se producía el fenómeno. La primera noche, después de haber
esperado pacientemente durante unas cuántas horas, la enfermera
y yo observamos como Laura empezaba a agitarse en su cama,
como si participara en una lucha que tensaba más y más su cuerpo
y que, al mismo tiempo, dibujaba una viva expresión de *an-*goixa
en su rostro; después, el horror empezó a *di-*buixar-se en su cara
hasta que, finalmente, lanzó un grito de terror, un aullido prolongado
que se esparció por los
42
pasillos y que me hizo *eriçar todos los pelos. En aquel momento,
entré a la habitación y la desperté. Laura abrió los ojos, me
reconoció y dejó de gritar. Entonces, sin darle tiempo a olvidar las
imágenes de la pesadilla, le dije que me contara qué estaba
soñando en aquellos momentos. La suya, fue una narración

22
fragmentaria y *inconne-sah, difícil de comprender, que me
apresuré a anotar, palabra por palabra, así que se volvió a dormir.
Como que mis intervenciones duraron unas cuántas noches y el
sueño siempre era el mismo, aunque con ligeras variaciones, lo
puedo describir ahora, con la coherencia que mi paciente era
incapaz de darle cuando me lo explicaba. Aunque las situaciones de
partida eran siempre *di-*ferents, Laura acababa encontrándose en
un tipo de pasillo oscuro que parecía no tener fin. Ella andaba
adelante, *arnb seguridad, con la sensación que algo o alguien la
se-*perava a finales del recorrido. El pasillo seguía una dirección
descendente y llegaba un punto en que, allá al fondo, *aparei-chía
una incierta fosforescencia, una claridad que le indicaba que se
aproximaba a finales de su trayecto. Como que el camino dibujaba
un ángulo que le impedía ver qué había más allá, Laura se quedaba
paralizada, incapaz de continuar. Entonces, esta contradicción entre
la necesidad de seguir avanzando y el miedo de continuar, le
provocaba una *sen-*sació de pánico que crecía más y más al notar
que estaba clavada al suelo y que no se podía mover. En aquellos
*mo-mentes, la intensidad de luz fosforescente crecía y, sobre las
paredes de la caverna, Laura veía reflejada una inmensa sombra
negra que le provocaba una sensación de *espant *insu-
43
portable..Entonces empezaba a gritar y a gritar, hasta que • se
despertaba y volvía a la realidad. Cómo sabe cualquier persona
familiarizada con el mundo onírico, se *tra. *ctava de un sueño
clásico, con muchísimas vario-antes documentadas, que me hacía
bien .poco de papel; solo confirmaba mis intuiciones: que al cerebro
de Laura había un conflicto no resuelto, una experiencia pasada
que había dejado una impronta insoportable en la suya *memò-ría.
Allá permanecía todavía, escondida a su interior, de forma que el
subconsciente la percibía como una amenaza para su estabilidad.
Enseguida vi claramente la *neces-*sitat de hacerle revivir aquella
experiencia traumática, puesto que solo el conocimiento consciente
de los hechos ocurridos *acon-seguiría desbloquear su mente. Si yo
no hubiera sido tan ciego y mi cerebro no hubiera estado *llastat por
tantas lecturas clínicas, si hubiera hecho más caso de mi intuición
que de los enseña-mentes de *Freud o de *Jung, si no me hubiera
obsesionado a encontrar un significado simbólico en el sueño de
Laura, si en aquellos momentos hubiera sido preparado para saber

23
hasta qué punto estaba facilitándome las pistas necesarias para sal-
*var-la, si yo hubiera hecho caso de todas las cosas que me dijo
mediante sus sueños, quizás ahora ella estaría salvada y viviría una
existencia tan monótona como la de cualquier otra persona. Pero en
aquellos momentos no voy compran-*dre el significado de dos
cosas que pasaron durante aquellos días y que, ahora, a la luz de
mis conocimientos, resultan particularmente significativas.
44
Lo primero de estos hechos ocurrió después de que me decidí a
reducir drásticamente tanto las sesiones de *lec-*tura al pabellón
como los paseos por el jardín. Entonces, empecé a hacer, con
Laura, algunas excursiones por los vuelo-tantos. Quería que,
despacio, fuera recuperando los hábitos y las rutinas de la vida
cotidiana y también que se acostumbrara nuevamente a
encontrarse con gente desconocida. Lo hice con mucha cura, como
es natural, y escogiendo lugares cada vuelta más alejados de la
clínica. Siempre con mi coche, nos acercábamos a *Goiàn,
*Tomifio, O Rosal o cualquiera de los *po-*blets del Bajo *Mifio. Más
tarde, me atreví a pasar el río y la llevé a los pueblos portugueses
de la otro borde: *Valença do *Minho, Vila Nueva de *Cerveira y,
sobre todo, *Caminha, un lugar que me gustaba particularmente y
donde íbamos con cierta frecuencia. Fue precisamente a *Caminha
donde se produjo el *inci-diente que quiero relatar. Comíamos al
*Bark), un restaurante *aco-*llidor, situado en una calle de la zona
vieja, muy cerca de la iglesia. Acabábamos de hacer un paseo por
la plaza Mayor, uno de aquellos espacios que tienen una aura casi
mágica, y yo me sentía pleno de optimismo. Aquel día, siguiendo
los consejos del encargado, pedí dos bogavantes a la parrilla, con el
deseo de complacer Laura. Cuando nos los llevaron, ella saludó con
entusiasmo la llegada de la *plàtera con aquellos ejemplares
magníficos. cogió uno y, muy animada, me comentó que ya ni
recordaba cuando había comido marisco por última vez. Pero,
entonces, mientras tenía lo *llamàn-*tol en la mano, se quedó muda,
mirando las pinzas del animal durante un breve espacio de tiempo.
Después, la expresión de *ter-*ror que yo conocía tan bien empezó
a dibujarse a su
45

24
• rostro una vez más; unos instantes después, cerró los ojos, perdió
los sentidos y cayó al suelo. Felizmente, al restaurante había pocos
clientes y el *inci-diente pasó casi desapercibido. Con la ayuda del
*perso-*nal, llevé Laura a una habitación reservada y voy saco-*tar
de reanimarla durante unos minutos. Cuando recobró los sentidos
no recordaba nada: con solo que paseábamos por la plaza y que
nos dirigíamos al restaurante para comer. Yo creí que aquello se
debía a una baja repentina de tensión y no le di más importancia.
Ahora, cuando lo recuerdo, me parece imposible que yo estuviera
tan ciego, que no fuera capaz de adivinar la ominosa realidad que
escondía aquel incidente. Pero ni siquiera fui capaz de relacionar el
desmayo con las pesadillas de Laura, que van *reapàréixer con más
intensidad y duraron unas cuántas noches. El otro incidente pasó
pocos días después; estábamos a A Guarda, en la montaña de
Santa Tecla, donde habíamos subido para visitar el poblado celta
que se esparci por las vertientes. *Des-*prés de visitarlo, subimos a
la cumbre de la montaña, desde donde se divisa uno de aquellos
paisajes imposibles de olvidar. A un lado, el tramo final del Mino,
que se abría en un ancho se-sacado entre las tierras portuguesas y
gallegas; al otro, el ex-tensión impresionante del Atlántico, con las
olas que choca-vende con violencia contra las rocas de la costa, y
ocupando todo el espacio que se puede alcanzar con la mirada.
Después de pasar un cierto tiempos entretenidos a identificar los
lugares que distinguíamos a un borde del río y a la otra, se me
acudió vise-*tar un museo muy modesto que hay cerca de la
cumbre. Se trata de un edificio sin pretensiones, donde guardan los
mato-*rials encontrados durante las excavaciones, casi todos restos
de ore-
46
gen céltico o romano, aunque también hay de anteriores, de la
época de los primeros pobladores. El museo me sorprendió, porque
no era el típico almacén de piedras amontonadas de cualquier
manera, sino más bien al contrario. Cada pieza llevaba una
descripción detallada de sus características, de forma que el
conjunto ofrecía un panorama exhaustivo de las civilizaciones que
habían dejado sus improntas en aquel lugar. *Pen-*sada para los
numerosos turistas que suben a la montaña, había una *botigueta
donde vendían piezas de cerámica y *ob-*jectes varios, decorados
con motivos relacionados con el museo. Laura quiso regalarme un

25
colgante de plata que tenía la forma de un trípode celta. No solo
tuve que *ac-*ceptar-*lo y colgármelo al cuello, sino que, ante su
*in-*sistència, le prometí que lo llevaría siempre posado. Era, según
que me explicó, una forma de mostrarme su agradecimiento por la
gran ayuda que yo representaba para ella. En un momento
determinado, cuando estábamos mirando una lápida donde había
grabadas unas figuras *rudimentàri-se, casi borradas por el paso del
tiempo, que recordaban vagamente las huellas de un animal
desconocido, Laura hizo un grito apagado y salió del local. Salí
detrás de ella, persiguiéndola entre los árboles, hasta que la pude
parar. Estaba fuera de si, con una expresión que nunca le había
visto antes. Su cara continuaba dando muestras de miedo, pero la
mirada era diferente a la de las otras *vega-*des, como si algo se
hubiera roto para sus adentros. Despacio, fue recuperando su
expresión normal. Así que se recuperó del todo, permitió que lo
acompañaba al coche. Durante el camino de vuelta a la clínica no
dijo
ni 47
una suela .palabra, permaneció cerrada en un mutismo obstinado
que no fui capaz de interpretar. Laura mantuvo una actitud parecida
durante los dos días siguientes. Pidió quedarse suela en su
habitación, en una reclusión voluntaria. Yo voy *espe-raro
pacientemente que quisiera verme, que se animara a hacer un
paseo por los jardines. Pero todo va ser inútil. *Sem-azul como si,
de repente, el lento trabajo de las semanas anteriores se derrocara
y nos obligara a empezar de nuevo. Pero se equivocaba del todo.
Por las cosas que supe después, aquel episodio solo había
acelerado un proceso interno que había provocado una mutación en
el interior de *Lau-*ra. La mañana del tercer día, cuando fui a lo
suyo habita-*ció, sin ninguna esperanza, me encontré que ella ya
me *espe-*rava, preparada para salir. —Buenos días, doctor —me
dijo, con una naturalidad que me desconcertó—. Cree que hoy se
estará bueno al *pave-116 de las *buguenvíllees? —Yo creo que sí
respondí, con una alegría que no fui capaz de disimular—. Hace un
día de otoño que es una bendición. Fuimos al mirador, conversando
sobre temas *intrans-*cendents. Al sentar, Laura estuvo callada
durante unos mí-*nuts y, después, como si hiciera tiempo que
pensaba la manera de contarme aquello, me dijo: —Recuerda
algunos de las mañanas que hemos pasado aquí, cuando el sol iba

26
desvaneciendo la niebla que se formaba a la *ribe-*ra del río y,
despacio, podíamos ver cada vez mejor las tierras de la otro borde?
48
No respondí porque enseguida adiviné que se trataba de una
pregunta *rethrica y que aquellas pan-*raules solo eran el inicio de
la confesión que Laura quería hacerme. Y así fue; durante más de
diez minutos, estuvo contándome cómo también la niebla de su
memoria *co-*mençava a desaparecer; cada vez recordaba mejor
las cosas que le habían pasado durante los últimos meses, pero los
nuevos recuerdos que despertaban a su interior le provocaban un
gran desconcierto. Yo le había dicho a menudo que era mucho *im-
llevando para su recuperación recordar todo aquello que le había
pasado durante los últimos meses. Ahora veía que era *pos-*sible
intentarlo, aunque se encontraba con el problema que le resultaba
difícil verbalizar todo aquello que guardaba a su cerebro. Y,
además, le daba miedo revivir un tiempo que, por los detalles que
había recordado, podía esconder hechos desagradables que no se
sentía con el ánimo suficiente para afrontar. —Escríbalo, escríbalo
todo, desde el principio dije, casi sin pensarlo—. Escriba todo esto
que no es capaz de expresar con palabras ante mí y, quizás, ni
siquiera ante usted misma. Así irán tomando *sen-*tit todas las
cosas que se interfieren en su memoria. —Pero tengo miedo,
doctor. Si, como usted me ha dicho *sem-*pre, el origen de mi
dolencia puede estar en los hechos *ocor-*reguts en mi pasado
reciente, tiene que comprender que me resulto difícil recordarlos. Y
si el hecho de revivirlos me hace re-caer? —Tiene que confiar en
mí, Laura. Llevarlos a la *memò-ría no equivale a revivirlos. Siempre
contará con mi ayuda, como Teseo contaba con Ariadna cuando
entró al laberinto del Minotauro. Yo puedo ser su hilo conductor,
49
quién lo acompaño día a día en este -viaje por su memoria. —Y
como lo puedo hacer? Cuando pienso en el trabajo que re-presenta,
ya me desanimo. Además, me da miedo perderme u olvidar algún
detalle importante. Yo comprendía muy bien las dificultades que
Laura pose-va a mi propuesta. Había que seguir un método que le
permitiera recordar, paso a paso, todo aquello que le había pasado.
Entonces, se me .acudió un procedimiento que podía ser el
adecuado. —Usted escriba todo aquello que recuerdo; escriba cada

27
día, aunque solo sean cuatro líneas. Y, cada tarde, déme el texto
que ha escrito. Yo lo leeré, lo pasaré a limpio en mi ordenador y
volveré el día siguiente, tanto el original como una copia en limpio.
Recuerda *Marlow, el protagonista del coro de las tinieblas, la
novela de *Conrad? Siempre río arriba, sin desfallecer, buscando el
objetivo que daba sentido a su viaje obstinado. Yo le propongo que
haga un viaje *sem-*blant por los ríos de su memoria. —Acepto,
pero con una condición —respondió ella, después de haber
meditado largamente mis paradlas—. Usted leerá mis textos, pero
no quiero que me haga ningún comentario, al menos hasta que no
acabo de escribir. —Lo haremos así, si es su deseo —traté de
posar todo el ánimo posible en mis palabras—. *Enda-*vant, Laura.
«La escritura o la vida», dijo un *novel•*lista hace algunos años.
Pero, en su caso, se trata de la escritura y, además, de la vida. Sus
palabras pueden ser la ayuda que necesitamos para su
recuperación definitiva.
50
5
De las experiencias que comenté con el doctor cuando acordamos
que yo empezara a escribir estas *pà-*gines, quizás la imagen del
naufragio en una isla desierta es la que mejor encaja con los
sentimientos de tengo ahora. Porque inicio esta tarea con una
sensación extraña, en la cual se mezclan el terror a la inutilidad del
esfuerzo y la *conscièn-*cia de no saber a quién dirigir mis palabras.
«A usted misma, escriba para usted misma; cuéntese otra viene-
*gada qué pasó, revívalo todo con la ayuda de las paradlas», me
dijo Víctor aquella tarde. Tendría que ser *facil seguir sus consejos,
aunque algo me dice que me esperan dificultades que ahora no soy
capaz de intuir. La viene-*ritat es que me da miedo iniciar este viaje,
quizás porque me da miedo encontrar momentos que no me
gustaría recordar. Y, sin embargo, no tengo ninguna razón para
pensar de esta forma, porque si hay algún sentimiento que me
inspiro el re-*cord de los últimos meses, por encima de mis temores,
es una sensación de paz y de felicidad. El doctor me dijo que
empezara a contar desde el momento que llegué a Galicia. Pero
ahora que me veo ante el papel en blanco, siendo que no sería
acertado seguir su recomendación. Porque es imprescindible que

28
cuento también las razones que me hicieron abandonar Madrid y
volver a esta tierra que dejé cuando era una adolescente.
51
Es *dificil sano.*ber en qué momento-empieza una nueva etapa de
nuestra vida; todo 'está relacionado *í, si nos dejó-remo llevar por
los hilos que van uniendo las cosas que nos pasan, al final
retrocederíamos al mismo tiempo del nacimiento. O, incluso, más
atrás, como hacía *Sartre en Las palabras, donde hablaba tanto de
sus padres y de sus abuelos, en un intento de entender
completamente su vida. No es la mía *in-*tenció retroceder tanto,
pero sí que iniciaré este viaje por la memoria el verano de 1998,
cuando pasé aquellos me-sus de crisis que me hicieron romper con
la vida que había llevado hasta aquel momento. Es curioso como de
subjetivo puede ser el paso del tiempo; solo ha transcurrido un
poquito más de un año, pero ahora me parece que aquellos hechos
pertenecen a una etapa de mi vida mucho más lejana. Recuerdo
muy bien las causas de la insatisfacción que me dominaba por
aquel tiempo y que pueden ser la única experiencia que tiene
sentido que cuento ahora. Entonces, después de haber convivido
con él durando casi dos años, mis relaciones con Miquel se habían
deteriorado mucho. Y, al menos para mí, acabaron de tren-caro-se
durante el insufrible mes de agosto que pasamos con su familia al
chalé marbellí; un mes que, en teoría, tenía que servir para
conocernos mejor. El resultado fue el contrario que habría querido
Miquel; solo de pensar que me tenía que relacionar con aquella
gente, soportar sus impertinencias, aguantar sus conversaciones
vacías, sus posturas reaccionarias, casi golpistas, me entraban
ganas de echar a correr y no parar hasta que no me encontrara a
miles de kilómetros de todos ellos. Ahora que lo pienso,
52
aquel agosto fue una bendición, porque me permitió conocer el
auténtico Miquel, mostrándose como era realmente ante su familia y
dejándome ver que solo *tení-me en común algunos elementos
superficiales que el paso del tiempo se encargaría de desvanecer
enseguida. Por otra parte, mi situación profesional solo había
empeorado a lo largo de los últimos meses. Desde que escribí
aquellas columnas críticas sobre el ministro de Cultura, las
presiones tendentes a apartarme del diario fueran cada día más

29
fuertes, segundos que me dijo el mismo *direc-*tor. Aunque.siempre
conté con su apoyo, llegó un momento en que se vio obligado a
prescindir de mis trabajos, ante la amenaza de dejar de recibir las
jugosas subvenciones publicitarias de las empresas que cono-
*trolava el gobierno. Me habían posado en la lista negra, me dijo, y
mi futuro como periodista, al menos a Madrid, se presentaba pleno
de sombras. Lo único que podía hacer era trasladarme a los
servicios de documentación hasta que cambiara el color político del
país. Me pareció una oferta humillante, que no voy *vo-*ler aceptar.
Así me quedé sin trabajo y sin saber qué hacer de mi vida. Solo me
quedaba la salida de la universidad, aceptar la plaza de profesora
asociada que me habían ofrecido reiteradamente y tratar de
conseguir, *des-*prés, una plaza de profesora titular. Aunque, antes,
tenía que acabar mi tesis, tantas veces aplazada. Pero, como tenía
que acabar una tesis en aquella situación? Miquel y su familia ya
planeaban el casamiento (querían que fuera a la catedral, con toda
la pompa y todo el lujo de las grandes ce-*lebracions) y yo me
sentía como una mosca atrapada en una
53
*teranyinà, viendo cada vez más *à cerca la araña que chuparía
toda mi sangre y al final me aniquilaría. La necesidad de huir de
aquella situación y mi deseo de acabar la tesis hicieron que, dentro
de mío, fuera *crei-*xent la idea de irme de Madrid. Una idea que
empezó como una posibilidad con la cual *fantasiejava de vez en
cuando, pero que acabó convirtiéndose en una obsesión.
Necesitaba *tranquillitat y calma, alejarme de aquella situación que
me ahogaba. E1 problema era como lo tenía que hacer. Las
personas solemos culpar el azar de las cosas que trueno-*bem
inexplicables. Supongo que siempre hay razones ocultas, impulsos
inconscientes que nos hacen seguir una dirección u otra en los
momentos en que tenemos que elegir. En mi caso, creo que, más
que no el azar, fue el desasosiego *inte-*rior que me llevó a fijarme
en aquel publirreportaje de la Consellería de Turismo gallega que
descubrí *men-*tre hojeaba una revista. Había una información
*comple-*tíssima sobre las numerosas casas de turismo rural que
se habían abierto en Galicia durante los últimos meses y también
sobre el alto nivel de calidad de sus servicios; y, sobre todo, se
posaba mucho de interés a describir la belleza del paisaje y a
garantizar la tranquilo•*litat y la paz que ofrecían aquellos se-

30
*tabliments. La palabra *tranguillitat debió de ser la que actuó como
un motor de mis deseos. En un recuadro, hay-vía la dirección de la
página de Internado donde podía encontrar más informaciones
sobre el turismo rural en Galicia. Como que era por la noche y no
tenía nada mejor a hacer, puse en marcha el ordenador y lo conecté
en la red. Enseguida voy
54
localizar la página que buscaba. Estaba muy bien *confec-*cionada
y era muy completa. Y aquello que más me va *interes-*sar es que
se ofrecían informaciones detalladísimas de tono-tieso las casas.
Empecé a pasar páginas y páginas y en todas encontraba algún
detalle interesante. Fue curioso, porque a medida que recorría
aquellas casas dispersas por todas las comarcas de Galicia,
recuperando tantos nombres que creía olvidados, sentí que el
desasosiego que me acompaña-va desde hacía tantos días se
debilitaba un poquito, como si aquel viaje virtual fuera un bálsamo
para mi espíritu. Así, jugando con el ratón adelante y atrás, apareció
a la pantalla otra casa, con todas las informaciones en un recuadro
lateral. Ya estaba a punto de pasar en otra casa, cuando algo me
hizo leer con atención las *lí-anidas que informaban sobre la Casa
Grande de *Lanzós «un edificio a pocos kilómetros de *Vilalba, en la
Tierra Plana de Lugo». La casa ofrecía todas las comodidades
posibles, *bibli-*oteca incluida, y las informaciones destacaban la
belleza *pai-*satgística del entorno. Pero aquello que más me llamó
la atención no fue aquel texto, con una redacción propia de un
folleto turístico, muy parecido al de las otras casas que se
*ofertaven, sino el nombre del propietario que regentaba la casa,
Carles *Valdrcel. Así que lo leí, mi coro empezó a *bate-*gar con
más fuerza y me provocó una efervescencia de recuerdos que creía
olvidados. Me sentí, de repente, como la jovencita adolescente que
escribía versos a un amor imposible. Lo tendré que contar también
aquí? Supongo que no servirá de ayuda para las investigaciones del
doctor, pero me
55
servirá a mí, me servirá pera entender por qué, entro tan-tus casas
de turismo rural *còm hay en Galicia, me voy fin-*xar en la Casa
Grande de *Lanzós. El azar echó los dados; o fue un designio
oscuro que nos controla sin que lo no-teme. Sea cual sea, dejamos

31
los recuerdos para más adelante, ya habrá tiempos para recordar
cuando convenga. Porque, ahora, contaba mi sorpresa al ver el
nombre de Carles *Valdrcel asociado en aquella casa. Cuando mis
recuerdos se calmaron, me di cuenta que aquello que pensaba no
podía ser posible. Carles *Valdrcel que yo conocí hace tantos años
debía continuo-*ar trabajando de profesor en la Coruña, no podía
vivir en una casa rural de la Tierra Plana; probablemente, solo se
trataba de una coincidencia de nombres. Pero allá estaba el azar,
llevándome cada vez más adelante. Porque, por casualidad, aquella
casa era de las pocas que tenían correo electrónico y ofrecía la
posibilidad de hacer reservas por este medio. Sin pensarlo dos
viene-*gades, siguiendo un impulso irracional, envié un correo
solo•*icitant más información, que acabé con una *pre-*gunta:
«Tienen en la biblioteca *Arnoia, *Arnoia, de Méndez Ferrín?», que,
de una forma indirecta, trataba de *confir-mar si aquel era lo Carles
*Valdrcel que encendió mi coro adolescente. El día siguiente por la
tarde, puse en marcha lo *ordina-*dor para comprobar si tenía algún
mensaje en el correo electrónico. Y si, había uno, la respuesta al
que yo había enviado la víspera. Fui leyendo las informaciones a la
pantalla. Era un texto neutro, aséptico, que hablaba, sobre todo, de
las cosas que se podían ver por los alrededores de la casa y 56

que, incluso, remitía a otras páginas web sobre la Tierra Plana.


Finalmente, en una posdata, había la *infor-*mació que me
interesaba, la clave que me hizo abandonarlo todo, dejando, ni que
sería una vez en la vida, que mi coro decidiera libremente. «Lo
*Ilibre *Arnoia, *Arnoia no forma parte de la *biblio-teca de la casa,
pero sí de mi biblioteca particular. »Una vez, conocí una Laura
*Novo a quien también gustaba este libro. Laura que yo conocía
debe tener, ahora, unos treinta años. Tiene usted algo a ver con
ella?» • No había ninguna duda. Aquel Carles *Valdrcel era mi
amor imposible, mi pasión adolescente. Sin pensarlo más,
dejándome llevar por un impulso *irracio-*nal, formalicé una reserva,
a partir del 15 de *setem-*bre, en aquel mismo momento. Mi parte
racional se posó enseguida a elaborar la coartada que necesitaba,
puesto que aquel era el lugar idóneo para hacer realidad mis
planes: alejarme de Madrid y trabajar seriamente en mi tesis.
Tendría toda la *tranqui•*litat del mundo y nadie sería capaz de
encontrarme, por más que lo intentara. Fue muy duro habla con

32
Miquel, informarlo que me iba durante una temporada puesto que,
además de hacer los trabajos de la tesis, necesitaba estar sola y
reflexionar; el matrimonio era un paso muy importante y quería estar
*comple-*tament segura de mis actos. Le dije que me iba a Galicia,
sin especificar más; sabía muy bien que era can-*paç de aparecer
al jefe de dos días, si sabía donde encontrarme. Dediqué los tres
días siguientes a resolver varios asuntos, a reunir todo el material
de la tesis y una *biblio-
57
grafía *inínima, imprescindible por :a mi trabajo. El día 15, de buena
mañana, cerré la puerta del piso con la *sensa-*ció que ya había
pasado a la otra parte de una línea imaginaria que *obrià un nuevo
capítulo de mi vida. Y así, con el coche cargado de bolsas, libros y
carpetas, inicié el viaje en dirección a Galicia.
58
6
El viaje en Galicia duró casi todo el día. A medida que iba pasando
el tiempo, la ciudad iba quedando más lejos y la sensación de paz
iba ganando espacio dentro de mi coro. Al uno lado y al otro, veía
siempre el mismo *pai-*satge, una llanura inacabable, con aquella
gamma de amarillos, ocres y marrones, alterada solo por las colinas
que *aparei-*xien de vez en cuando, recortándose contra el cielo.
Sin saber por qué, recordé unos versos de Juan *Larrea: «*Baza de
*islas, *segregamos *soledad *como *las *tapias *horizonte», nada-
tieso de un poema que me gustaba cuando era joven y que, en
aquella ocasión, no fui capaz de recordar entero. Cuando ya había
hecho más de tres horas de viaje, cansada de aquella conducción
monótona, salí de la autovía y continué por la carretera vieja;
aunque tenía que ir más despacio, me apetecía disfrutar de los
placeres de la ruta. Y tuve que resistir la tentación de parar en cada
pueblecito que atravesaba, con las casas agrupadas alrededor de la
iglesia, que casi siempre tenía un nido de cigüeñas a la torre del
campanario, porque me habría gustado pasear sin prisa por sus
calles, ahora que el sol del verano ya *co-*mençava a bajar de
intensidad. En mi memoria, asocio aquel viaje con una sensación de
fuga, quizás porque más que no ir a algún lugar, escapaba, me
alejaba de una realidad que me ahogaba. A 59

33
medida que me distanciaba. de Madrid, notaba que la imagen de
Miquel iba desvaneciéndose con una facilidad que me sorprendió a
mí misma, como si descubriera de repente la debilidad de la-
nuestra relación, como si el hecho de haberme alejado ya sería la
solución para el problema que yo quería resolver. Fue, como he
dicho, un viaje *Ilarg. Paré a comer a *Ponferrada, en un
restaurante de las afueras. Después de haber descansado durante
un tiempo prudencial, subí al coche, decidida a afrontar la última
etapa que me quedaba. *Men-*tre atravesaba las tierras de Lo
*Bierzo, llenas de un verdor que ya anunciaba la proximidad de
Galicia, la imagen de Caro-las *Valcrcel empezó a imponerse dentro
de mi jefe. Quizás era una locura aquello que hacía, pero todavía
estaba a tiempo de hacer media vuelta; si quería soledad, podía
encontrar para dar y vender en cualquier lugar próximo a Madrid.
Pero enseguida rehusé aquellos pensamientos, porque notaba una
fuerza interior que me impulsaba a seguir aquel viaje hasta el fin. Es
ahora cuando veo claramente que, en aquel impulso había algo
más que el deseo de irme. Había, *tam-bien, la y•*usió de volver a
Galicia, una Galicia que yo había ido *mitificant durando años en mi
memoria; y había, sobre todo, por qué lo tendría que negar, mi
deseo de reencontrarme con Carles. No tendría sentido esconder
aquí aquel deseo, porque ocultarlo significaría romper el pacto que
hice con el doctor. Aunque me cuesto, tengo que contar también los
re-*cords que, de una forma desordenada, me venían al jefe, todos
ellos referidos al año que conocí Carles y me enamoré como solo
lo puede hacer una adolescente.
60
.Entonces, yo acababa de hacer dieciséis años y empezaba *ter-
*cer de bachillerato al instituto Daniel *Castelao de la Coruña. Aquel
año, Carles *Valcrcel había llegado nuevo al centro y era el profesor
de Historia Contemporánea. Debía de tener unos treinta años y, así
que lo vi, sentí una atracción inmediata. Alto y delgado, siempre
vestido de una manera *infor-mal, con aquellos cabellos que 1z
caían sobre el frente y *aque-*lles *ulleretes que le daban un aire
*intel•*ectual que, a mí, me atraía poderosamente. Pero no fue su
físico el que me fascinó; al fin y al cabo, en la ciudad había un humo
de hombres tan atractivos como él o más encara. Serían sus clases

34
las que me embrujaron completamente. Por aquel tiempo, yo era
una jovencita llena de sueños, apasionada por la lectura, que
guardaba dentro de mío el deseo de ser una periodista famosa o
una de aquellas escritoras que veía fotografiadas a las *revis-tieso y
que admiraba en silencio, mientras *fantasiejava sobre un *fu-*tur
en qué yo sería tan famosa y admirada como mis ídolos. No es
difícil entender que las clases de Carles fueron una conmoción para
una joven con mis inquietudes. Me había acostumbrado a los otros
profesores del instituto, que no tenían ningún atractivo para mí.
Todos eran mucho más grandes y hacían las clases como mejor
sabían; pero no podían evitar puesto que la rutina los devorara del
todo. Era difícil no dejarse vencer por los sueños en aquel ambiente
de *sopor que *acon-seguían crear. Hoy ya no recuerdo sus
nombres, ni siquiera sus caras, pero todavía ahora, después de
tantos años, no he podido apartar de mi memoria la sensación de
*avorri-mente que me producían. Por eso, la llegada de Carles fue
una revolución y no solo para mí. Carles era todo pasión, lo
dominaba el afán
61
de saber.y de transmitir las cosas que sabía. La hora que duraban
sus clases *pàssava sin que te *adónares, mientras él leía,
comentaba, preguntaba, analizaba, *expli-cava unos hechos que,
por obra suya, dejaban de ser solo las hojas de un Libro que había
que estudiar y se transformaban en fragmentos apasionantes de
historia; una historia que, como una y•*uminació, descubrías que
tenía relación con las *co-sus que te pasaban a tú misma, con las
cosas que pasa-vende en el país, con las cosas que pasaban cada
día y que *po-días ver en los informativos de la televisión. Su era
una pasión contagiosa. Recuerdo con una emoción especial las
clases dedicadas a hablarnos de la *his-*tòria de Galicia, «esta
historia que no quieren que *cone-*gueu, porque si la conozcáis
nunca seréis los mismos». Y solo con esto, con estas pocas
palabras que tan bien recuerdo, ya conseguía interesarnos para sus
*expli-*cacions posteriores. Pero ya me soltaba, no fueron estas
cosas las que prometí que contaría, y tampoco creo que sean
importantes para lograr los objetivos de estas *pà-*gines. Aquí, me
tengo que centrar en mi relación con él, por-que eso sí que puede
servir para explicar muchos de los hechos que pasaron después.
Siempre fui una alumna destacada y, en las clases de Carles,

35
motivada como me sentía, mi rendimiento era todavía superior. De
forma que no es extraño que él se fijara en mí y que, conmigo,
tuviera algunos detalles que mi coro adolescente interpretó como
síntomas de un interés más personal. Nunca había tenido un
profesor que considerara tan importando su trabajo; le gustaba
62
posar muchas notas cuando nos volvía los trabajos y yo leía una y
otra vez las que me escribía, buscando un sentido oculto, como si
fueron mensajes en clave que yo tenía que *des-cifrar. Para decirlo
de una vez y claramente: me voy ene-*morar de Carles. Me
enamoré con una pasión que me quemaba, de aquellas que solo se
pueden sentir durante la adolescencia. Supongo que se me debía
de notar, que él lo no-*tava, aunque yo nunca me atreví a decirle
nada. Y yo, ciega como estaba, quería creer que sus atenciones,
sus palabras de ánimo, las conversaciones que manteníamos de
vez en cuando a la cafetería o a los corredores, cuando yo iba a
hacerle alguna pregunta, tenían que ser la consecuencia de una
preocupación especial por mí. Al observar mi interés por la lectura,
empezó a dejarme libros, como hacía con algunos otros
compañeros de clase. Por aquel tiempo se publicó *Arnoia, *Arnoia,
el lino-*bre de Méndez Ferrín, en aquella edición de *Xerais tan
*boni-can que, más tarde, compré yo misma. Carles me lo dejó un
día y, al dar-miel, me dijo: «Este libro te gustará, seguro; aunque el
protagonista es un chico, supongo que la aventura de hacerse
grande es igual para cualquier persona». Acostumbrada como
estaba a suponer que todas sus palabras escondían un mensaje
oculto, leí el lino-*bre aquella misma noche, intentando imaginar qué
tenía a voz-re conmigo, o con nosotros, aquella aventura llena de
encanto. No tenía nada a ver, está claro, pero entonces yo no lo
*veía así. Mi jefe fantasioso encontró enseguida claves que
relacionaban cada una de las páginas del libro con mi situación y,
incluso, me pinté en la mano una estrella de cinco puntas, como la
que llevaba *Nmogadah, el
63
protagonista de la novel. Y creí que me *correspo-anida dar el paso
siguiente, hacer *vetire, a Carles, que había entendido el mensaje
cifrado que escondía aquel libro, mostrarle uno se-*nyal que lo
ayudara a ver qué sentía yo por él. Hacía pocos meses que había

36
descubierto de verdad la *poe-*sia, que me parecía tan fascinante
como un continente *inex-llorado. Y Pablo *Neruda era uno de mis
autores preferidos, incluso llegué a aprender de memoria los
*Veinte *poemas de amor *y una *canción desesperada. De forma
que copié uno de los sonetos de amor en un folio de color rosa;
después, lo posé dentro del libro volví. Era un poema que me
gustaba mucho y que todavía conserve a mi memoria:
No te amo *como si *fueras rosa de sal, *topacio o *flecha de
*claveles que *propagan el *fuego: te amo *como se *aman *ciertas
*cosas *oscuras, *secretamente, entre la *sombra *y el *alma.
Te amo *como la planta que no *florece *y leva *dentro de sí,
*escondida, la *luz de *aquellas floras, *y *gracias a tú amor *vive
*oscuro en mí *cuerpo lo *apretado aroma que *ascendió de la
*tierra.
Te amo *sin saber *cómo, ni *cuiindo, ni de *dónde, te amo
*directamente *sin *problemas ni *orgullo: *así te amo *porque no sé
*amar de *otra manera,
*sino *así de este *modo en que no *soy ni eras, tan busca que tú
mando sobre mí *pecho se *mía, tan busca que se *cierran tose
*ojos cono mí *suefio.
64
. A lo largo de los días siguientes, esperé que pasara algo,
dominada por un nerviosismo creciente; pero no pasó nada. Carles
seguía tratándome igual que *sem-*pre, como se trata una buena
alumna, pero sin *demos-*trar-me nada. Si hubo algún cambio,
quizás fuera que él se volvió un poquito más distante, o esto me va
*sem-*blar, porque evitaba que nos encontramos los dos solo. Yo
me consolaba imaginando que todavía no había hojeado el libro y
que, por lo tanto, no había descubierto mi poema. Y así, mientras yo
deseaba que, cualquier día, se produjera el mira-*cle, llegó el fin del
curso. Saqué la nota máxima en Historia Contemporánea, recibí la
felicitación de Carles... pero nada más. Pasé unos cuántos días
entre el *desencant y el pe-*sar, deseando que el verano no durara
genes y que empezara enseguida el nuevo curso. Pero fue
entonces que mi vida hizo un giro inesperado: ascendieron mi padre
dentro de lo empleo-sano, a un lugar que implicaba trabajar a
Madrid. De forma que nos trasladamos lejos de la Coruña y lejos de

37
Carles. Fueron unos meses horribles, aunque pude *dissimu-*lar mi
tristeza con la excusa que me había afectado mucho el cambio. Me
sentía vacía y desgraciada, como si el mundo ya no tuviera ningún
sentido para mí. Pero siempre se ha dicho que la yo-*ventut mira al
futuro y, en mi caso, fue *aíxí: cuando acabé el COU y empecé mis
estudios *universita-*ris, la obsesión por Carles ya había
desaparecido de mi jefe. Durante todos estos años pensaba que me
había *obli-*dat, que no fue más que un episodio de mi despertar
adolescente; un recuerdo de aquellos años en que experimentemos
con las emociones y los sentimientos que, después, formarán
65
parte de nuestra vida adulta. Esto pensaba yo, pero ahora sabía
que había vivido engañada durante muchos años. Porque, desde
que había visto su nombre a la pantalla del ordenador, estaba
descubriendo que no *erà así, que aquella pasión se había *man-
tenido dormida dentro de mío, pero que permanecía, como los
grandes de trigo que se descubren, a veces, en las *excavaci-*ons
arqueológicas, soterrados durante centenares de años pero que
conservan intacta su capacidad de germinar. De forma que,
habiendo sabido todo esto, se entenderá bien la cantidad de
sentimientos contradictorios que hervían dentro de mi jefe mientras
atravesaba las montañas de *Pedrafita. Te-anida la sensación que
me equivocaba tratando de revivir todo aquello, que no tenía
sentido, que solo era una locura. No había ningún indicio que me
permitiera pensar que Carles tuviera, durante aquel curso, ningún
interés especial por mí, salvo el académico, y todavía menos que,
ahora, le quedara algún rastro de aquel interés, si es que hubo
alguna vez. Pero me decía de cuando en cuando que, de cualquier
manera, el viaje tenía sentido: me dirigía a una *tranqui•a casa de
turismo rural, un lugar sosegado y relajante, como yo necesitaba.
Perdía algo para intentarlo? Y, posados a pensar mal, si al ninguno
de unos días no lo podía soportar, era libre de *cancellar la re-
guarda que había hecho e irme en cualquier momento. Al pasar A
*Fonsagrada, volví a la autovía, que abandoné a Lugo para seguir
por la carretera de *Vilalba, la comarca a la cual pertenecía la
parroquia de *Lanzós. A *Vilalba, tuve que preguntar unas cuántas
veces, hasta que, finalmente, localicé el cruce donde empezaba la
carretera de *Lanzós, apretón y llena de hoyos. En menos de un
cuarto temprano llegué al centro de la

38
66
parroquia porque la carretera no debía de tener ni .debe *quilò-
metros. Y ni siquiera hizo falta preguntar por la Casa Grande,
porque había muchos carteles que indicaban el camino. Cuando,
por la vi, desde una curva de la puesto que-rindiera, ya adiviné que
aquella tenía que ser la casa que yo buscaba. Era una construcción
grande y su aspecto hacía pensar que había estado propiedad de
una familia rica. Además del edificio principal, había unas
dependencias *an-nexos que, seguramente, habían sido los
establos en otro tiempo. La casa estaba un poquito apartada de la
carretera y se llegaba por un caminito de graba. Dejé el coche en el
espacio reservado para aparcar, a un lado del edificio. Había seis
coches más, señal que, a pesar de la época, todavía había gente
hospedada a la casa. Desde donde me encontraba, podía ver un
trozo de piscina, a la parte posterior de la *edi-*fici, donde nadaban
unos cuántos niños. También había unas cuántas personas *gitades
en hamacas, leyendo o *enrao-*nant. El conjunto transmitía una
agradable sensación de paz y *tranquiNitat. Me tendría que haber
sentido cansada, después de un viaje tan largo. Pero, si lo estaba,
no lo noté. Solo *sen-tía una rara excitación interior, como si iniciara
una aventura inolvidable. Una aventura inolvidable! Entonces no
podía adivinar que mis expectativas se tenían que cumplir
*sobradament, aunque en un sentido muy diferente del
que yo imaginaba.
67
7
Si esto sería una narración clásica, yo, ahora, tendría que describir
con todo los pelos y señales la Casa Grande; pero diré pocas
cosas porque el tema central de estas *pàgi-*nes no es la
arquitectura del edificio. Diré, sin embargo, que me llamó la
atención la sensación de solidez que trans-*metia. Muros anchos y
ventanas pequeñas, un modelo de construcción que, segundos que
supe después, era lo *tra-*dicional de la Tierra Plana. Solo dos
grandes balcones en la fachada y una galería que ocupaba uno de
los laterales rompían la sensación•de sobriedad que emanaba todo
el edificio. Pero aunque me fijé muy bien en todo aquello que veían
mis ojos, bien es verdad que mi atención se centró enseguida en el
hombre que se levantó de un banco de piedra situado al pie de la
39
puerta principal y se me va *aproxi-mar con pasos rápidos. Hacía
quince años que no lo veía, incluso me daba miedo de no
reconocerlo, pero cuando lo vi, derecho ante mí, tuve la sensación
que no había pasado el tiempo. Es cierto que había envejecido: el
paso del tiempo le había blanqueado los cabellos, había acentuado
la profundidad de sus ojos y había hecho que se le marcaron más
las arrugas de la cara. Pero era la misma imagen de Carles que yo
guardaba *nítidamènt a mi cerebro, la que me había acompañado
durante todos aquellos años, aunque yo no fuera consciente de su
existencia.
68
. Nos saludamos con dos besos y un abrazo tímido, como sí ni el
uno ni el otro supimos como actuar en un caso así. Yo estaba
contenta, pero también nerviosa, sin saber por donde podían ir las
cosas. Carles también me pareció *ale-*gre y trató, enseguida, de
romper aquella situación *in-cómoda. -Laura, Laura *Novo!
Bienvenida en la Casa Grande de *Lanzós! Quién me tenía que
haber dicho que aquella niña de mis clases se convertiría en una
mujer tan atractiva como la que estoy mirando? Enseguida, sin
darme tiempo a decir nada, pasó a ejercer de anfitrión. —Debes de
estar cansada, después de un viaje tan largo. A buen seguro que
quieres ducharte y cambiarte antes de hacer nada. Ven, te
acompañaré a la que será tu habitación mientras estés con
nosotros. —Tengo que subir el equipaje —respondí, mientras abría
lo *portaequipatges del coche, pleno a rebosar—. Aunque creo que
he llevado demasiadas cosas. —No te preocupas; sube solo las
cosas necesarias que, después, ya se encargará *Monxo de subirlo
todo a tu habitación. Cogí el neceser donde llevaba las cosas del
baño y una bolsa con un poquito de ropa. Carles me lo quitó de las
manos y me pidió que lo siguiera. Cuando entró-remo al recibidor,
que se comunicaba con una sala muy grande, me sorprendió
agradablemente el gusto con que estaba decorado, con soluciones
que respetaban el carácter de la casa y creaban un ambiente cálido
y acogedor. Vamos *pu-*jar al primer piso por unas escalas de
madera que daban a un
69
espacio circular del cual salían dos corredores perpendiculares.
Andábamos por el más largo hasta que *arribàrein a una puerta que

40
Carles abrió, antes de invitarme a pasara adelante. Supongo que
notó mi sorpresa al ver aquel dormitorio que superaba todas mis
expectativas. Era una habitación grandísima que daba a la galería
lateral, llena de *testos con una variadísima muestra de plantas,
entre las cuales llamaban la atención unas *begònies de *dife-
levaduras colores. El sol *pà1•1*id de la tarde entraba por las fin-
*nestres e inundaba la habitación de luz dorada. De siente-*da, mi
mirada se interesó por dos cuadros de gran formato que había en
una de las paredes. Uno de ellos era de *Seoane, lo reconocí
enseguida porque había visto muchas reproducciones; el otro era
una composición abstracta en la cual predominaban los trazos
verdes y que tenía el estilo característico de *Menchu *Lamas.
Tocando a los muebles, hay-vía una cama grande, un armario y una
*calaixera que parecían datar de la época de esplendor de la casa.
Aquellos muebles *an-tics contrastaban con una mesa grandísima y
unos prestado-ges vacíos, de diseño moderno, que estaban
situados a la otra parte de la habitación. —Como que venías a
trabajar, he procurado reservarte una habitación apropiada. Allá, al
pie de la mesa, hay un enchufe para el ordenador; también he
mandado *instal•*ar una *lí-anida telefónica nueva, para que puedas
conectarte fácil-mente en Internet. Yo me quedé muda ante aquel
trato prive-*legiat que me cogió de sorpresa. Quizás Carles va
*inter-*pretar que mi silencio se debía al deseo de quedarme sola,
porque enseguida, añadió:
70
—Te espero en la sala de aquí a una hora. Hoy sopas conmigo,
eres mi invitada; tenemos que celebrar la tuya llega-*da como se
merece. Salió de la habitación y me dejó suela. Entré al baño,
pequeño, pero con todos los detalles que hacen agradable la vida
cotidiana. Mientras me duchaba, me hice el pro-poso de abandonar
prevenciones ridículas, era mejor aceptar con naturalidad la
situación que se presentara. Me sentía tan alegre y tan feliz que,
una hora después, duchada y cambiada, me sorprendí
canturreando una canción mientras bajaba las escalas. Cuánto de
tiempo hacía que no cantaba?
**
Carles ya me esperaba en la sala, junto al hogar. Eran casi las
nueve, la hora fijada para la cena. Entramos a un comedor

41
pequeño, situado a la derecha de la sala, donde ya había algunas
mesas ocupadas. Se trataba, en todos los casos, de parejas
jóvenes, la mayoría con criaturas pequeñas, aunque también había
algunos adolescentes. —Ya te presentaré mañana la gente que
tenemos con *nos-otras, casi todos son clientes habituales. Pero
hoy cenaremos juntos, quiero tenerte para mí solo. Me tienes que
contar muchas cosas! —Y tú también, no lo olvidas dije, alegro-
mente—. La primera, que haces aquí, al lugar donde menos
esperaba encontrarte. —En su momento, ahora tenemos que hacer
los honores a la cena que nos ha preparado Maria. —Carles sonrió
a la chica que se acercó a la mesa para servirnos.— Hoy tenemos
minas-
71
*tra de verduras y tortillas fritas. Las verduras son del *nos-*tre
huerto y las tortillas del río Magdalena, que está a unos *qua-*tre
kilómetros Tortillas de verdad, de las que ya no hay! Bien es verdad
que lo encontré todo delicioso, y no fue solo por el hambre que
tenía. Así que empezamos a cenar, Carles me pidió que le contara
qué había hecho a lo largo de tantos años. —Hoy me lo cuentas por
encima encima, sin en-*trar en detalles —me dijo—. Para *lalletra
pequeña, ya *tin-*drem tiempo los otros días. —Y desde donde
quieres que empiece? pregunté. —Desde el verano del 83, cuando
te fuiste de la Coruña —me contestó—. Desde que eras una niña
de diecisiete años y yo tenía prohibido enamorarme de tú. Me
quedé en silencio durante unos según, inca-*paç de pronunciar una
sola palabra. Carles me sonreía cálidamente, *corn si no fuera
consciente de la carga de pro-*funditat que escondían sus palabras
y de la *commo-*ció que provocaban dentro de mío. —Esto me lo
tienes que explicar después —pude decir, mientras me esforzaba a
*aparençar una tranquilo•*itat que no sentía. —Habrá tiempo, te lo
promete. Recuerda que hiciste la reserva para un mes. Pero ahora
te toca a tú —me dijo, con un aire descarado, animándome, una vez
más, a habla. Finalmente, empecé a contarle *corn había
transcurrido mi vida desde entonces. Lo hice con placer, como si
me lo contara también a mí misma, *apro-acotando la oportunidad
para posar en orden todas las ideas que
72

42
me. bailaban por el jefe. El traslado de mi familia a Madrid, después
del ascenso de mi padre dentro de la empresa. Mis años de
universidad en las facultades de Periodismo Sociología. Mis
trabajos en varias revistas y *periò-diques, las dificultades para
abrirme camino en una profesión en la cual resultaba cada vez más
difícil mantener la *hon-*radesa necesaria para mirarse al espejo sin
vergüenza. Mis intentos de hacerme un nombre en el mundo del
*escrip-*tura, la publicación de mi primer Libro... Y, en aspectos más
personales, le hablé de *Ia separación de mis pan-nada, de la
muerte de mi madre y, poco de tiempo después, de mi padre, de las
relaciones cada vez más distantes y freno-*des con mi hermano. Y
también de mi relación con Miquel, de los proyectos de casamiento
y de mis temores. Fin-*nalment, le comenté mi intención de acabar
la tesis y tratar de conseguir un puesto de trabajo en la universidad.
—De forma que estos son los motivos del tuyo *viat-ge en Galicia?
—preguntó Carles, después de haberme escuchado con mucha
atención—. Sabes que se asemeja más a una fuga que no a una
reencontrada con tu país? —Reencontrada o fuga, tanto se vale;
quizás haya un poquito de las dos cosas —respondí, incómoda por
aquel comentario. No me apetecía hablar más de mí y también
quería evitar las preguntas de Carles—. Yo ya he cumplido mi parte,
ya sabes mi historia a grandes rasgos. Ahora te toca contar a tú;
tengo ganas de saber como se pasa de dar clases de historia a
dirigir un negocio de hostelería. —Todo tiene una explicación muy
sencilla, no creas —respondió—. Yo también empezaré por el año
83. Aunque, deliberadamente, omitiré cualquier referencia a *corn
73
me afectó .1.ª marcha de aquella *alu=*mna *rnenudeta que seguía
mis clases con tanto de interés. Por boca del mismo Carles, aquella
noche supe que había continuado haciendo -clases al mismo
instituto pero que, despacio, su vida profesional había ido
complicándose. Su estilo no encajaba con el de la mayoría del pro-
*fessorat del centro, que había ido tirando-le un vacío cada vuelo-tu
más grande y que posaba trabas a todas sus iniciativas. Las quejas
sobre el aumento de la indisciplina, primero *in-directas y después
explícitas, eran continuas. Además, este malestar lo manifestaban
también algunos padres, que se *quei-*xaven que sus clases tenían
una orientación política, que no respetaba los contenidos del
programa, que *incul-cava ideas perniciosas a sus f *lls. Incluso le

43
abrieron un expediente, a raíz de una discusión violenta con el
director, que acabó con una suspensión, sin sueldo, de un *trimes-
*tre. Se sentía cada día más desmoralizado, aunque *gau-día de la
simpatía del alumnado; cansado de tener que mesurar
cuidadosamente las palabras que decía en sus clases. Una
situación sin salida, que incluso estuvo a punto de pro-*vocar-le una
depresión. —La vida es llena de giros inesperados, a veces muy
dolorosos —continuó Carles—. El noviembre del 88 murió mi padre
y, pocos meses después, lo siguió mi tía Marta, que era soltera y,
poco de tiempo después de morir mi madre, se había ido a vivir con
mi padre; en cierta forma, fue cómo una segunda madre para mí. Tú
no debes de conocer la historia de mi familia paterna, pero es
mucho *Facil resumirla: los *Valdrcel siempre han sido una alcurnia
de noble linaje, la clásica familia rica, de caciques,
74
que yo os explicaba en mis clases. Tenían un palacio enorme a la
entrada de *Ribadeo (un día te enseñaré las *fo-tos que tengo,
porque ya no queda nada en pie; ahora, han construido una
urbanización de chalés) y a toda la Marina de Lugo no se movía una
paja sin su permiso. Con el paso del tiempo, la familia fue
menguando en número y en influencias, pero no en propiedades,
que se fueron *concen-*trant a manos de mi tía y de mi padre. De
forma que, fin-*nalment, recogí una herencia que me convertía en el
propietario de no sé cuántas tierras y, sobre todo, de varias casas
en la Coruña y Santiago, muchas de• las cuales ni siquiera yo
conocía. Era una fortuna inmensa que me *perme-tía, si yo quería,
vivir sin trabajar durante el resto de mi vida. »Si las cosas del
instituto no se hubieron posado de *aque-*lla manera, quizás habría
continuado dando clases; siempre me ha gustado la enseñanza y,
más, el de la historia. Nunca he pensado que el dinero fueran
decisivo en la vida; de hecho, durante muchos años, me negué a
aceptar ninguno de las *co-sus que mi padre me ofrecía
ahincadamente y viví no-más de mi sueldo de profesor. Pero aquel
golpe de fortuna me abría unos caminos que me permitirían salir de
aquella si-*tuació tan incómoda. Decidí sonido•licitar una *excedèn-
*cia y dedicarme solo a mis dos aficiones *preferi-*des: los viajes y
la fotografía. »Durante más de dos años, recorrí el mundo en todas
las direcciones, siempre con mi cámara de fotos, buzo-canto los
lugares soñados, los lugares que la fascinación infantil o las

44
ficciones literarias te hacen *mitificar: los bosques del Canadá, los
*mohais de de Pascua, la luz matinal reflejándose sobre
75
• las aguas del *Ganges, los almendros en *flòr a los pies del Fuji-
*Yama, las pirámides de Egipto; los canales de Venecia, los caro-
*rers de Praga, las ruinas del *Machu-*Picchu, el Barrio Alto de
Lisboa... Pero la fascinación inicial fue enfriándose con aquel
continuo ir y venir y se convirtió en un viaje sin rumbo, casi como
una fuga de mí mismo. Fue una tarde, a París, al lado del Sena, que
tomé *consci-*ència que la vida que llevaba no tenía sentido. Salvo
todas las distancias, estaba.experimentando un proceso parecido al
vivido por Adrià *Solovio, el protagonista de la *novel.*laAlseu
cercando, la obra de Otero *Pedrayo que, seguramente, debes de
recordar porque creo, incluso, que fue una lectura obligatoria al
instituto. Decidí que ya había suficiente de viajes y que tenía que
aceptar, como dijo el poeta, que cada persona era de un tiempo y
de un país. Y si yo tenía una cosa clara era qué era mi país. De
forma que, sin pensarlo más, decidí instalarme en Galicia de una
manera definitiva. »Es curiosa la importancia que tienen los años de
la niñez en la vida de cualquier persona. En cuenta de quedarme a
vivir a Santiago o en la Coruña, *corn había pensar al principio, me
decidí por esta casa, que es la casa donde me llevaba mi madre
todos los veranos de mi *in-*fantesa. dejé de venir el verano que
hacía quince años, que es la edad que yo tenía cuando ella murió,
en un accidente estúpido que mi padre se reprochó durante toda la
vida. E11 nunca quiso volver, pero se va precio-*cupar para hacer
que la casa continuara preparada para ser habitada en cualquier
momento. Carles calló y después, mirándome a los ojos, me
preguntó:
76
.—Te aburro, Laura? No tengo remedio: no nos vemos desde hace
tantos años y nos sobran cosas interesantes de las cuales hablar; y
yo, en cambio, pierde el tiempo contándote unos recuerdos
familiares que probablemente no te interesan nada. —Te equivocas
de pies a cabeza, solo me molesta que hayas interrumpido el relato.
A todos nos gusta que nos cuenten historias —respondí, sonriendo
con *simpa-tía. Y no era para quedar bien; me interesaba de verdad
todo aquello que me contaba Carles. Después, fingiendo que me

45
enfadaba, me posé seria, para añadir:— Te ordeno que cuente-
desnudas con tu historia familiar. —Por mí, encantado. Por donde
íbamos? —Por esta casa; me tienes que contar como te posaste a
vivir aquí. —Aquí pasaba yo los veranos de mi niñez, como te he
dicho. Siempre pasábamos los meses de julio y agosto. La familia
de mi madre también tenía un buen pasar, aunque no se podía
comparar, ni de lejos, con la de mi padre. Este edificio fue
construido por su abuelo, que emigró a Cuba y hizo una fortuna
respetable. volvió convertido en el típico indiano y la primera cosa
que hizo fue construir la mejor casa en muchos kilómetros a la
redonda, un símbolo evidente de su fortuna. Una casa que, después
de muchas historias, heredó mi madre. Ella se sentía muy feliz aquí,
no soportaba pasar temporadas largas sin venir; este era el suyo
*cen-*tre del mundo. Como ya he dicho, mi padre trató de *man-
tenerse fiel a la pasión que mi madre sentía por este lugar. »A mí
me pareció que el mejor homenaje que podía hacer a mis padres,
era volver a dar vida a esta casa. Por eso decidí convertirla *tam-
77
• bien en el centro •de mi mundo. Supongo que los recuerdos de mi
niñez influyeron en la decisión; es cierto esto que las personas, a
medida que van pasando los años, deseamos *tor-*nar al paraíso
que fue nuestra niñez. Y, poco de tiempo después de venir, decidí
convertirla en una casa de turismo rural: era una manera de hacer
algo útil y, al mismo tiempo, de estar siempre acompañado. »La
inauguramos en 93, después de haber hecho todas las obras
necesarias. No miré los precios, ya verás como todo ha sido
pensado hasta el último detalle. Y conservé el nombre que, desde
siempre, la ha identificado a la parroquia: la Casa Grande, la Casa
Grande de *Lanzós. Como ya debes de haber visto, la casa es el
cuerpo central del conjunto, pero hay otras muchas dependencias
que construí para poder convertirla en un lugar con todas las
comodidades. Y trasladé mi biblioteca y la col•*ecció de pintura
gallega que había ido re-uniendo a lo largo de los últimos años.
Poco de tiempo después de *inau-*gurar-la, ya se había convertido
en una referencia en el mundo del turismo rural. Creo que no hubo
ninguna revista que no se ocupara, alabándola siempre con las
mejores palabras y *desta-canto, por indicación mía, su carácter
cultural. Una *estra-*tègia que me libera de la burguesía rica e
inculta que tanto abunda en el país y que, en cambio, atrae la clase

46
de personas que me interesan. —Y como te lo apañas? No te da
mucho trabajo? —Mujer, de trabajo da, porque hay que estar
pendiente de muchas cosas. Pero no estoy solo, hay una familia
que me ayuda y que se encarga de todo cuando yo me voy durante
alguna temporada. Viven en una casa que hay a menos de ciento
metros, allí abajo, no sé si la has visto. Él es *Monxo
78
y hace. un poquito de todo: tiene cura del jardín, arregla los *des-
perfectos, atiende los animales... Maria, su mujer, cocina; tiene
unas manos divinas, como has podido comprobar. Tienen una hija
de dieciséis años, Glòria, que estudia a *Vilalba y que *tam-bien nos
da un golpe de mano. Y, después, para la limpieza y el servicio,
tengo contratadas tres jóvenes de la zona. Es más que suficiente
para funcionar de buena ley. Carles hizo una pausa y, después de
unos segundos de si-*lenci, añadió• : —Y, además, el negocio es
rentable. Aunque me *po-*dria permitir el lujo de perder dinero, bien
es verdad que tengo unos buenos beneficios y esto que todos los
trabajadores están muy muy pagados. Ya voces cómo son las
cosas. Ahora sí que me pareció que había acabado su re-lato, un
relato que me permitió conocer las líneas *gene-*rals de su vida a lo
largo de los últimos años, pero que no me aclaró algunas omisiones
que me interesaban más. Por fin, osé preguntarle: —No me has
contado nada de tu vida sentimental. No hay, no ha habido nadie en
tu vida? —Ven, iremos a pasear un poquito —me dijo, como si mi
pregunta no existiera—. Hace una noche *precio-sano, de las que a
buen seguro que ya no estás acostumbrada a ver. Pero no te dejas
la chaqueta, las noches de la Tierra Plana ya son *fresquetes en
esta época del año.
***
Nos levantamos y salimos. Anduvimos hasta que nos alejamos
bastante de la casa, por un camino que *comen-
79
• *çava a la parte posterior. Levadura.de *algurú•*Ilums que había
encendidos en las casas más próximas, la oscuridad era absoluta, a
pesar de que no había nubes. Miré el cielo; una *infini-*tat de
estrellas centelleaban allí arriba, el firmamento nos *co-*bria como
un inmenso velo oscuro. Mientras andábamos, yo tenía la

47
sensación que éramos los dos únicos habitantes del mundo, por-
llevados en aquella oscuridad que me provocaba una extraña
tranquilo•*litat. Pero las palabras de Carles me volvieron a la
realidad. —Tuve un amor, sí; una persona que conocí poco de
tiempo después de que te fuiste de la *Co-*runya. Entre el 85 y el
87 estuve casado, pero lo *matri-*moni no funcionó. La *il•*lusió
inicial fue perdiéndose poco de tiempo después, descubrimos que
no nos unía nada, salvo algunas vivencias compartidas que no
*aconsegui-reno unirnos. Nos separamos a buenas; no resultó difícil
porque no teníamos hijos. Después, ella se volvió a can-*sar,
merecía encontrar alguien mejor que yo. Continuamos siendo
amigos, todavía viene por aquí de vez en cuando, con su hombre.
Pero ya no queda ningún rastro del amor que nos unió un día.
Yo no dije nada. Carles, como si quisiera acabar con humor aquella
confesión de su fracaso sentimental, añadió: —De forma que,
ahora, mi coro es de *Dèdal, el mastín que debes de haber visto al
entrar. Él es el amigo fiel que nunca me abandonará. Decidí
seguirle la broma, porque ya había suficiente de confesiones por
una noche. De forma que voy *des-*viar la conversación para volver
a los años del instituto, al terreno
80
que compartíamos. Pasamos revista a personas y hechos pro-
*tagonistes de aquellos años y reímos por nuestras visiones
contradictorias; yo, de alumna, y él, de profesor. Pero, como si nos
hubimos puesto de acuerdo tácitamente, no hicimos ninguna
referencia a los sentimientos que yo (y también él, según que me
había insinuado durante la cena) experimenté aquel año, ni a
*Arnoia, *Arnoia, ni a mi ridículo poema de amor. Quizás eran temas
que tenían que arraigar en uno *ter-regaño más firme y que tenían
que esperar que creciera la cono-afianza entre nosotros. Era tarde,
muy tarde, cuando acabamos de hablar y nos retiramos a dormir.
Yo estaba muy cansada del viaje, pero me notaba excitada y alegro
por las cosas que me *havi-en pasado. Ya a la cama, mientras
esperaba la llegada del sueño, me hizo la sensación que empezaba
a vivir una etapa de felicidad total. No sabía cómo de equivocada
estaba, no *po-día imaginar que el mal que me amenazaba ya
había *co-*mençat a tejer los primeros hilos de la telaraña que me
ha-vía de encarcelar.

48
81
8
Mis primeros días en la Casa Grande fueron una fiesta continua, el
mejor bálsamo para hacerme olvidar el *des-sosiego interno que me
acompañaba durante las últimas siete-mandas, como si formara
parte de mí. Carles dedicaba casi todas las horas del día a estar
conmigo y me sometía a una actividad ininterrumpida; no quería
que dejamos de visitar ni un solo rincón de la comarca. Visitamos
*Vilalba, las *mun-*tanyes de San Simón, las tierras frías de
*Abadín, a *Mondo-*fiedo, donde nos alargamos al cementerio viejo
para visitar la tumba de .*Alvaro *Cunqueiro... Para trasladarnos a
los lugares más apartados, íbamos en coche; pero la mayoría de los
días, mientras nos movíamos por los alrededores, íbamos a pie o
con *bi-*cicleta o, incluso, a caballo, puesto que a la casa había dos
animales para facilitar que los huéspedes que lo desearon
*pugueren practicar la equitación. Yo no había montado nunca, pero
Carles me enseñó las habilidades imprescindibles para intentarlo,
aunque nunca pasé de uno trotas suave y sin complicaciones.
Aquellas excursiones hacían crecer dentro de mío uno sienta-mente
de reencontrada con Galicia, como si despertaron *aque-*lla
dimensión *panteista que nos atribuyen a los gallegos. O, quizás,
todo era más elemental, mi reencontrada solo era con la natura,
después de haber pasado tantos años a la *ciu-*tat. El tiempo,
además, parecía un aliado nuestro. Teníamos un
82
otoño con días soleados y tranquilos, .que invitaba a pasear sin
rumbo, a internarnos por bosques solitarios o a ascender a las
cumbres de las montañas que cerraban el valle. Por otra parte, mi
vida dentro de la casa era también muy agradable. Maria y Glòria
me acogieron con una gran amabilidad desde el primer momento y
me trataron como si hubiera vivido siempre con ellas. No podía
tener la misma opinión de *Monxo, que siempre se manifestaba
esquivo y áspero, me respondía solo con *monosí•*abs y no me
facilitó nada una aproximación. Aunque me costó aceptarlo, tuve
que constatar la evidencia que evitaba mi contacto, que procuraba
no entrar nunca a los lugares donde estaba yo. Al principio, lo.
atribuí a mi condición de mujer, pensé que lo avergonzaba
encontrarse con una mujer joven porque quizás no sabía como

49
tratarme. Pero con el paso del tiempo, después de haber observado
cómo saco-*tava las otras mujeres, me tuve que rendir a la
evidencia: aquel comportamiento insociable solo lo manifestaba
conmigo; había algo que no funcionaba entre nosotros. Llegué a
repasar de pe a pa las cosas que había hecho desde que había
llegado a la casa, buscando algún motivo que explicara que nos
avinimos tan poco; quizás yo había hecho, sin saberlo, algo que lo
había molestado. Pero no encontraba nada que justificara aquellas
miradas que me dirigía de vez en cuando y en las cuales percibía
una como-binación de miedo y rencor que me desconcertaba. A
medida que el otoño avanzaba, los clientes eran más escasos, de
forma que muchos días yo era el única huésped de la Casa Grande.
Solo los fines de semana vendía gente, *qua-
83
.si todos clientes habituales. Había dos .familias que eran fijas y que
venían prácticamente cada semana; de hecho, ya tenían las
habitaciones reservadas. Aunque al principio traté de guardar las
distancias, acabé teniendo una buena relación con aquella gente
porque Carles propicio-*ava las reuniones nocturnas en la sala
grande, donde pasábamos lo-nada y horas conversando. Una de
las parejas era de Vigo; ella trabajaba en una editorial y él daba
clases en un instituto; tenían una hija de siete años, un terremoto
pequeño y gracioso que trataba todos los huéspedes como si
fuéramos miembros de una gran familia. La otra pareja vivía a Lugo;
los dos trabaja-vende al museo provincial y hacía años que se
dedicaban a la ele-*boració de la que, algún día, tenía que ser una
guía *comple-*tíssima de los seres del mundo gallego imaginario.
Tenían dos hijos, pero el grande había empezado aquel año los
estudios en la universidad y solo los acompañaba muy de vez en
cuando. Quién venía siempre con ellos era su hija pequeña, *Iria,
una adolescente de dieciséis años con quienes enseguida voy
cono-*geniar porque, así que supo que era periodista, no se separó
de mí; quería que le contara todos los secretos de una profesión
que ella imaginaba fascinante. En aquellas circunstancias, no debe
de resultar difícil en-tierno que recuerdo aquella etapa de mi vida
como un tiempo en qué estuve muy próxima a la felicidad; solo la
presencia de *Monxo me hacía bajar de aquella nube rosa donde
vivía. Un día, durante uno de los paseos habituales que hacíamos
por los alrededores de la casa, después de comer, voy *co-*mentar

50
con Carles mi preocupación por la actitud que creía observar en
*Monxo. Él trató de quitarle *impor-*tància y lo atribuyó todo a mi
imaginación. Pero como
84
que yo insistí y aporté pruebas, finalmente lo tuvo que reconocer.
—Yo me pensaba que no lo veías, por eso no te había comentado
nada. Pero yo también me he preocupado por su cómo-*portament,
desde el mismo día que llegaste. Como que me parecía una
desconsideración, hablé con él para preguntarle la causa de su
actitud. —Y ahora ya la sabes? pregunté, intrigada—. Por qué no
me habías comentado nada? —No te he comentado nada porque
todo son cosas sin importancia. Cosas de *Monxo, que también
tiene sus pe-*culiaritats. Es mejor que no hagas caso y que hagas
tu vida con toda normalidad. Ya le pasará. Tuve que *poar-me
pesada y de insistir una y otra vez, durante la mayor parte del
camino, para romper la resistencia de Carles, que huía de aquel
tema como quien se aparta del fuego. Finalmente, ya cansado, me
dijo: —Te lo contaré, puesto que te interesa tanto. Pero me tienes
que prometer que no le darás ninguna importancia ni te dejarás
impresionar por leyendas y creencias propias de una *socie-*tat
atrasada. Recuerda que *Monxo no ha salido nunca jamás de su
pueblo; el viaje más largo que ha hecho, y porque fue a hacer el
servicio militar, es a Lugo. Al ver que yo no decía nada, siguió
andando en si-*lenci, como si buscara las palabras necesarias para
cuente-anudar. Al ninguno de unos minutos, añadió: —Aunque no
te lo quieras creer, se trata de tus cabellos, del hecho que tengas la
cabellera roja. Y, a este hecho, le puedes añadir el problema, según
él, de ser demasiada atractiva. —Carles sonrió fugazmente.—
*Monxo cruz
85
• que no tendrías que estar aquí, que.nunca *hàuries de haber *vin-
*gut en la Casa Grande. —Qué amable! Y se puede saber por qué?
—Yo estaba desconcertada, no acababa de entender el sentido de
aquellas palabras. —Para decirlo con sus mismas palabras... por-
que hay el peligro que despiertas la Gran Bestia —va cono-cerrar
Carles, con un hilo de voz, como si le costara mucho decir aquello.
—Que puedo despertar a quién? Te burlas de mí, verdad? —En
aquellos momentos, no sabía si reír o enfadarme, porque no
51
esperaba una cosa *aixi.— Me puedes explicar qué es esto de la
Gran Bestia? —Esto es largo de contar y se relaciona con algunas
creencias que hay por esta comarca. Te lo podrían ex-*plicar bien
nuestros amigos de Lugo; si quieres, habla con ellos este fin de
semana. Han estudiado mucho la cuestión y *cre-*uen que no es
nada extraña; todo indica que hay muchas historias parecidas en
varias partes del mundo, aunque con otros nombres. Según que los
he sentido explicar, tono-tieso tienen que ver con la clásica
dualidad, la oposición entre el bien y el mal. Ya sabes que la
humanidad siempre ha creado mitos para explicar nuestro lado
oscuro, el mal que somos capaces de hacer los humanos. Es
demasiado llevar aceptar que el mal es dentro de nuestro, que
todos tenemos también un lado oscuro: es mejor personificarlo en
alguien o en algo. —Quieres dejar todas estas interpretaciones y
*expli-caro-me claramente qué es esto de la Gran Bestia y que pinto
yo en una leyenda de estas tierras? —pregunté, con la mosca a la
nariz.
86
Carles parecía dudar. Después hizo un gesto de determinación y
me dijo: - —*Monxo tiene miedo que tu presencia despierto la Gran
Bestia, que la haga salir del sueño que duerme a las pro-*funditats
del infierno. —Paró un poquito para cono-*trolar mi reacción y
después continuó:— Esto no tiene nada que ver con la religión, el
infierno del cual te hablo solo se asemeja al de los católicos en el
nombre. Se trata de una cosa más simple, mucho más elemental.
Según estas creencias, por debajo nuestro, en el interior de la tierra,
hay El infierno, el lugar donde viven los seres malvados; es decir,
los demonios que llevan el mal a nuestro mundo. Y el más
importante de todos, el Demonio Mayor, para decirlo de alguna
manera, es la Gran Bestia, que duerme uno su profundo y solo
despierta muy de vez en cuando. —Le agradezco mucho su
documentada explicación, señor profesor —dije, sin poder disimular
mi irritación—. Pero todavía no me ha dicho qué pinto yo en todas
estas leyendas. —No te enfadas conmigo, Laura; recuerda que me
has pedido que te lo contara. —Perdona, perdona, no me hagas
caso. Acaba de *expli-puesto que-me lo de una vuelta, venga. —
Hay muchas historias sobre las vueltas que la Gran Bestia ha
despertado y ha salido al exterior, ha venido al mundo de los vivos.
Cómo debes de suponer, son las leyendas clásicas que pretenden

52
tener un aire de verdad y que todavía se cono-*ten como si
hubieron pasado realmente. En todas, el *desenca-*denant es una
mujer. Una mujer bella, representada siempre con los cabellos
rojos, supongo que por asociación con el fuego.
87
• Restos de la tradición cristiana; ya lo la da como origen del mal e
incitadora de todos los pecados. muy mirado, en el fondo te tendrías
que sentir orgullosa. —No lo estoy *gèns y no me lo puedo tomar a
broma, como tú —contesté—. Y continúo sin entender qué tengo
que ver con todo esto. No somos la mayoría, pero de mujeres con
los cabellos rojos hay todavía buena cosa; de forma que no sé por
qué el Demonio Mayor se tendría que fin-*xar en mí, perdida en
esta *aldea de Lugo. —Es que hay más cosas; la historia no estaría
como-majada si no te dijera que, según estas creencias, hay varias
entradas en el mundo de los infiernos, dispersiones en todo Galicia.
Son las llamadas puertas del infierno, lugares *male-*ïts de los
cuales huye la gente. Por estas puertas, salen a la *exte-*rior los
demonios, son los puntos de contacto entre nuestro mundo y el
suyo. Y una de estas puertas no es muy lejos de aquí, a las
montañas de San Simón, aquellas que tenemos allá delante,
cerrando el valle. —Carles señalaba ahora al norte, donde unas
montañas oscuras parecían señalar el fin del mundo.— Massa
cerca para *Monxo. Por eso no voz con buenos ojos que tú y yo
paseamos por allá; incluso me ha *pre-gato que no nos acercamos
a San Simón. Ya voces hasta donde *po-*den llegar las
supersticiones cuando todas estas cosas al-*teren una mente
simple como la suya. Yo no soy impresionable, no lo he estado
nunca. Toda mi vida ha transcurrido en la ciudad, lejos de las
*supers-*ticions del mundo rural. Había leído muchos libros, sabía
por-*fectament que todo aquello que Carles contaba solo eran
residuos de mitos arcaicos, propios de sociedades agrícolas que
vino-*uen cerradas a los avances del progreso. La Santa
Compañera,
88
los condenados, los hombres lobo, las almas de los muertos... Todo
había empezado a. desaparecer con la llegada de la luz eléctrica,
desde que Galicia había abandonado unas *for-mes de vida propias
de la edad mediana. Ahora eran unos al-tres, los fantasmas que

53
teníamos que temer, mucho más reales y que no tenían nada que
ver con leyendas que ya no tenían ningún sentido a las puertas del
siglo *xoa. Pero, a pesar de saber todo esto, no pude evitar que un
escalofrío intenso me recorriera la espalda y que la imaginación
empezaba a trabajar sin control. Voy tractar.de continuar por el
camino del humor, *iro-*nitzant sobre el gusto de los demonios y
sobre la posibilidad de teñirme los cabellos de otro color, para posar
fin así a mi papel de tentación. Finalmente, opté para desviar la
conversación, no me apetecía continuar hablando de un tema que
tenía la virtud de desasosegarme. Y voy pro-metro que trataría de
olvidarlo. Creí que lo conseguiría, pero ahora sé que estaba
equivocada: tengo la certeza que fue aquella tarde cuando la
semilla del miedo, una semilla diminuta pero poderosa, empezó a
arraigar a mi interior.
89
9
Un día de final de septiembre, Carles se fue a Lugo porque tenía
que hacer unas gestiones administrativas re-*lacionades con la
casa. Era el primer día que pasaba sin él desde mi llegada, la
primera vez que podía decidir, yo sola, qué hacer con mi tiempo.
Pensé que aquel era el momento idóneo para empezar a revisar los
materiales que tenía la intención de utilizar en la redacción de la
tesis, me apetecía empezar ya el trabajo que me había llevado a la
Casa Grande. Además, el tiempo parecía aliarse con mis propósitos
porque el cielo aparecía cubierto por unos se-*pessos nubes negras
que presagiaban lluvia. Pasé la mañana entera revisando y
ordenando todas las fichas y papeles que guardaba en las carpetas.
Trabajé duramente hasta la hora de comida, cada vuelta más
animada por la perspectiva de retomar seriamente mi trabajo en la
tesis. Las horas transcurrieron sin que me diera cuenta, porque
estaba inmersa en un trabajo que tenía la virtud de apasionarme así
que profundizaba en mis lecturas. Comí a la cocina, acompañada
de las paradlas amables de Maria y dispuesta a continuar
trabajando por la tarde. Pero cuando ya volvía a la habitación, vi
que el tiempo había cambiado a lo largo de la mañana: el sol había
ganado la batalla a las nubes y el cielo estaba ahora casi raído del
todo. Había algo en el aire, en aquella luz de *tar-
90

54
*dor .que parecía dormir la natura, que invitaba a *ei-*xir. Pensé que
no me vendría mal un paseo por el campo, andar sin rumbo hasta
que me cansara; el *exer-*cici físico tenía la virtud de dejarme el
jefe claro y yo lo sano-*bia. Si continuaba trabajando, entre el
cansancio de la mañana y el *sopor de después de comer, corría el
peligro de bloquearme y perder el tiempo ante los papeles; en casos
así, lo sabía por experiencia, era mucho mejor dejarlo todo y *espe-
raro que pasaron las horas. De aquella manera, nada me *im-
*pediria continuar por la noche y trabajar hasta que me viniera el
sueño. Tenía la intención de llegar a la arboleda de *Vilagondriz,
uno de los lugares que ya había visitado con Carles; me apetecía
can-minar suela por lugares donde no hubiera nadie. Pero, al salir,
vi las montañas de San Simón a mi delante, ofreciéndoseme como
una tentación más allá del horizonte. Desde donde yo las miraba,
eran la imagen de la natura en estado puro, sin ningún rastro de
vida humana. Entonces, voy *can-*viar los planes, entusiasmada
por la posibilidad de recorrer caminos solitarios; podía ir en coche
hasta el pie de las montañas y andar después, sin rumbo. Decidida
a perderme por aquellos caminos que tanto me atraían, busqué las
claves del coche y me dirigí al aparcamiento. Entonces, cuando ya
estaba a punto de subir al coche, vi que *Dèdal vendía corriendo.
Se paró a mi lado y me miraba sin dejar de moverse, con ges-tus
evidentes de impaciencia. No era la primera vuelta que lo hacía, nos
había acompañado durante algunas de las *excursi-*ons que
habíamos hecho Carles y yo. Y todo indicaba que el perro me había
tomado afecto y quería venir conmigo. A mí, también
91
me apetecía tener su compañía, de forma que le abrí la puerta del
*darreré y *él dejé entrar al coche. Así, en compañía de *Dèdal,
empecé mi *viat-ge por la carretera de-San Simón. Al llegar a los
pies de las tierras altas, dejé la carretera y entré por una pista de
tierra que recorría los límites de la *clariana. Dejé el coche en un
lugar donde la pista era suficiente ancha, por si acaso mi coche
dificultaba el posible paso de un tractor; a pocos metros de aquel
lugar, pacían dos caballos enormes que me servirían de *refe-
*rència al volver. Así, con *Dèdal siempre a mi lado, empecé mi
paseo. Eran las tres tocadas y no se hacía por la noche hasta las
ocho. Tenía, por lo tanto, cinco horas para andar libremente.
Empecé a andar, primero por una senda cuerpo-*teruda que

55
parecía subir hasta la cumbre de la montaña que tenía delante;
después, por *senderols estrechos que se *bifur-cavan sin ningún
sentido y, finalmente, por el campo abierto. *Enca-*ra que, de lejos,
aquellas montañas parecían no tener mucho pendiente, la realidad
era bien diferente; a veces, se me hacía difícil ascender y,
enseguida, desistí *dé mi idea inicial de llegar a la cumbre. Me
estimaba más pasear por las vertientes de la montaña, ya era
suficiente difícil encontrar un lugar seguro para posar los pies, entre
tantos matorrales. Despacio, cada vez más animada por el ejercicio
físico, voy *tra-derramar vaguadas, vadeé algunos torrentes y subí a
rocas peladas que parecían lomos de animales *prehis-tóricos.
Salvo algunas sendas que se insinuaban entre los árboles, no había
ninguna señal de actividad humana; me sentía cómo si fuera la
única habitante del mundo, formando
92
parte de aquel fragmento de natura que parecía estar como hacía
miles de años. Después de andar sin rumbo durante unos cuántos
kilómetros, vi ante mí un tozal de poca al-*tura que parecía tener
menos pendiente que los otros. Me entraron ganas de llegar a la
cumbre para contemplar el *pai-*satge desde allí arriba, una
sensación infantil que me venció. Aceleré el paso y, al llegar al lugar
donde *comen-*çava la costa, me posé a ascender con decisión,
buzo-canto entre los matorrales un camino que me permitiera
avanzar con el menor esfuerzo posible. Me disponía a rodear unas
rocas, cerca ya de la cumbre, que descubrí una cueva. De lejos no
lo había *vis-tu, porque la tapaban las plantas que crecían a la
entrada. Pero *Dèdal, que se me había avanzado, se había parado
ante la entrada y husmeaba el aire como si buscara algo. Al
acercarme, vi que tenía ante mí la boca de una cueva que debía de
hacer dos metros de diámetro. Allá, mientras la miraba, me vinieron
a la memoria las palabras de Carles. Debía de ser la cueva que
había provocado aquellas supersticiones absurdas que me había
contado? O solo era una de tantas como había por aquellos
parajes? muy mirado, un poquito más al norte, ya cerca de
*Mondoriedo, había todo un laberinto de cuevas: las cuevas del Rey
*Cintolo, todavía hoy parcialmente inexploradas; no era extraño que
hubiera cuevas más pequeñas por los alrededores. Y tampoco era
extraño encontrar alguna, como me había pasado en mí. Supongo
que la fascinación que yo sentía en aquellos *mo-mentes era

56
completamente normal, cualquier persona se *hau-ría sentido
impresionada al ver una cueva como aquella. La 93

luz del sol solo penetraba unos *pijcs metros; después, la oscuridad
era absoluta, de forma que resultaba imposible saber hasta donde
llegaba aquella caverna. Interesada, decidí entrar, acompañada
siempre de *Dèdal. El suelo bajaba ligeramente a medida que se
entraba, pero se podía andar derecho con bastante comodidad.
Enseguida llegué al límite hasta donde la luz *exteri-oro permitía ver
las paredes de la cueva. Continué avanzando con todas las
precauciones del mundo, pero me tuve que parar cuando la
oscuridad me rodeaba como un fluido espeso. No me atrevía a
adentrarme en aquellas *tene-*bres. Después de unos según, me
pareció que mis ojos se acostumbraban a la oscuridad y que podía
distinguir, aunque fuera *boirosament, los perfiles de las paredes
que me rodeaban. Hice todavía unos cuántos pasos más, pero me
paré en seco al ver que *Dèdal empezaba a ladrar violentamente,
de una forma que yo no le había sentido nunca. La advertencia del
perro me hizo parar y me desconcertó durante unos instantes; me
dio miedo, por qué no lo tengo que reconocer? Por qué había
reaccionado de aquella manera? Bien es verdad que si no llega a
ser por el perro, yo no esta-ría ahora aquí contando mi aventura de
aquella tarde. Los ladridos de *Dèdal me hicieron reaccionar
rápidamente; fue entonces que recordé que llevaba una *Ilanterneta
dentro de mi bolsa, una de aquellas que no son más grandes que
un rotulador. La encendí y enfoqué la oscuridad. La luz era escasa,
pero suficiente para ayudarme a como-tomar enseguida qué había
causado la reacción del perro: a pocos metros de donde nos
habíamos parado, el pasillo se acababa bruscamente, como si la
tierra se hundiera, y dejaba a un
94
tipo de pozo, del cual fui incapaz de imaginar la fonio-*dària. *Dèdal
acababa de salvarme la vida, era evidente que su instinto percibía
aquello que no podían ver mis ojos. Si llego a ir suela, ahora estaría
al fondo de aquel pozo, quien sabe a qué profundidad, sin que
nadie me pudiera ayudar. Así que me recuperé de la desagradable
sor-tomada y mi coro volvió a latir con normalidad, sentí curiosidad
por saber qué debía de haber dentro de aquel pozo. Con todas las

57
precauciones del mundo, mirando bien donde posaba los pies, me
aproximé cerca. Enfoqué la *llanterneta en dirección a las
profundidades, pero la luz era tan débil que apenas podía ver nada,
*lle-*vat de unas tinieblas negras como el alquitrán. Solo se *sen-tía
un rumor mortecino, como si por allí abajo pasara algún torrente
subterráneo. Entonces, cogí una piedra y la dejé cae-re, dispuesta a
calcular la profundidad de aquel abismo. *Recor-*dava haber hecho
problemas parecidos en clase de física; su-*bia que tenía que
contar los según que tardara a sentir el ruido, porque era un dato
relevante, aunque no sabía qué tenía que hacer, después, con este
número. Ya había contado veinte, que sentí el ruido que hacía la
piedra al caer al fondo: un ruido mortecino, que parecía venir de
muy lejos y que me confirmó que *Dèdal acababa de sal-*var-me de
una muerte segura. Me levanté e hice media vuelta, siempre con
*Dèdal a mi lado. Al salir de la cueva, me aparté unos metros y
senté a recuperar las fuerzas. La sensación de peligro me había
dejado muy inquieta, una cosa que ya me había
95
pasado antes, siempre que me había encontrado en una situación
peligrosa. Era la confirmación que todo puede cambiar en un *ins-
tanto, aunque nos sentimos muy seguros, como si la vida
consistiera a andar siempre sobre arenas movedizas. Cejé en
continuar mi excursión; lo excita-*ció que había sentido hasta aquel
momento desapareció de repente. Además, entre unas cosas y
otras, el reloj me decía que ya era la hora de volver. Mientras
andaba hacia el coche, iba pensando que, si aquel era el pozo que
provocaba los temores de *Monxo, no me parecía nada extraño que
la gente de la comarca acabara dominada por tantas creencias
irracionales. Decidí no contar nada de todo aquello, ni siquiera a
Carles; si no volvía nunca más por aquel lugar, no coro-*reria
ningún peligro. Y, por mi parte, era mejor olvidarlo todo; ya había
suficiente con *Monxo y aquella absurda mi-anida suya sobre el
color de mis cabellos.
*
**
Recuerdo ahora las cosas que me pasaron aquella ve-pradera y no
puedo evitar que un estremecimiento me recorra el cuerpo entero.
Si me dejara llevar por mis sentimientos, do-*naria por acabada esta
58
redacción. Pero ya sé que *aixe, *ani-ría contra mis esfuerzos para
mejorar y que tengo que seguir las indicaciones del doctor: lo tengo
que contar todo *ad, tengo que revivir una a una todas las
sensaciones que *vaíg *experimen-*tar durante los días siguientes,
aunque resultan dolorosas. Porque bien es verdad que, a partir de
aquel día, voy *co-*mençar a percibir cosas que nunca había
experimentado antes. Fue cómo si dentro mío se produjera un
cambio sutil,
96

del cual no me di cuenta hasta que ya era •imposible ocultarlo. Me
dio vergüenza explicarlo, porque sé que son cosas que no tienen
sentido y que, quizás, solo se deben a los desajustes que
empezaban a producirse a mi cerebro. Pero lo tenía que hacer y lo
tenía que describir todo como lo sentía, si quería cumplir mi pacto
con el doctor. No sabría decir el momento exacto en que lo noté por
primera vez, quizás fuera ya el día siguiente de haber visitado la
cueva. Pero bien es verdad que empecé a tener el se-*tranya
sensación que alguien me observaba durante las veinticuatro horas
del día, como si una presencia *incorpòria vigilara todos mis
movimientos. Me pasaba, sobre todo, cuando era sola: andando por
el corredor, paseando entre los árboles de los bosques próximos o
por los *camíns que rodeaban la casa... Era siempre una *sensa-
*ció muy molesta, la de imaginar que alguien, a poca distancia,
observaba todos mis actos. Cuántas veces me he girado,
repentinamente, para tratar de encontrarme frente a frente aquel
perseguidor misterioso que imaginaba! Pero, como es *natu-*ral,
nunca había nadie. Cada vuelta que me giraba y trueno-baba solo
el vacío, era una confirmación que aquella *pre-*sència solo vivía
dentro de mi jefe. Pero esto solo me *tranquillitzava
momentáneamente, porque poco de tiempo después, volvía a notar
la misma sensación, quizás más *in-*tensament y todo. A veces,
sobre todo en lugares solitarios, la sensación se hacía tan viva que
incluso me parecía notar un aliento fétido y horrible a mi pescuezo,
como si el ser innominado que me *empaitava estuviera a punto de
echarse encima mío. Y, además, aquella inquietud mía tenía la
virtud de posar *ner-
97

59
*viós *Dèdal, un hecho que confirmaba *qué -los animales tienen un
sexto sentido para coger el estado de ánimo de las personas.
Porque, cuanto más atemorizada me sentía yo, más ladraba y
gruñía el perro, como si lo afectaron mis temores. No quise decir
nada de todo aquello a nadie, ni siquiera a Carles. Además, tenía
muy claro qué debía de ser el origen de aquella aprensión que me
invadía. Era evidente que las *histò-rías que Carles me había
contado, unidas al peligro cierto que corrí dentro de la cueva,
habían confluido a mi *inconsci-*ent y provocaban mis temores
irracionales. Si, a todo esto, añadimos la sensación de soledad y
silencio, yo que estaba *acostu-*mada al trasiego y a los ruidos de
Madrid, incluso me parece-va lógico que me pasara todo aquello.
Hubo, sin embargo, un hecho que me alteró mucho, aunque,
objetivamente, no tuvo jefa *impor-*tància: incluso me hace un
poquito de vergüenza contarlo ahora. Aquel hecho provocó que mis
temores irracionales se incrementaron hasta convertirse en una
paranoia que cada vez me resultaba más difícil ocultar. Carles,
como ya he dicho, era un gran forofo en la foto-grafía, a la cual
dedicaba una buena parte de su tiempo. Era impresionando la
col•*ecció de retratos que tenía a su estudio; cantidades enormes
de fotos de las personas más diversas, cuidadosamente ordenadas
en cajas, como si se tratara de un catálogo exhaustivo que
alcanzara la inmensa variedad del rubio-*tre humano. Cómo él
mismo solía decir: «cada fotografía es el vestigio de una cara, una
impronta de este viaje fascinante que es la vida humana». Yo podía
pasar horas contemplándolas, imaginando historias para aquellos
rostros, siempre en blanco y negro, dotados de un intenso poder
evocador.
98
.Carles ya me había comentado unas cuántas veces su interés a
hacerme una serie de retratos; un interés que, si tengo que decir la
verdad, me hacía sentir muy feliz. Un día, *des-*prés de habernos
desayunado juntos al comedor, me dijo que aquella mañana era
ideal para hacer mis fotos, antes de que la luz del otoño fuera
vencida por los colores más *apa-gatos del invierno. Yo acepté,
encantada, de forma que pasamos la mañana haciendo fotos, tanto
dentro de la casa como por fuera. Después de comer, mientras
Carles se cerraba al *laborato-*ri de revelado, yo me volví a la
habitación para continuo-*ar mi trabajo.. No lo hacía solo para

60
avanzar, sino *tam-bueno porque necesitaba estar ocupada, olvidar,
aunque fuera temporalmente, las obsesiones que me volaban por el
jefe. De *vespradeta, al reunirme con Carles, le voy *pre-*guntar por
las fotos. Me dijo que tendríamos que repetir la sesión otro día,
porque los negativos habían salido manchados, probablemente por
culpa de los líquidos de revelado. Cómo insistí que me las dejara
ver, aunque fueran *defectu-*oses, fue a lo estudié me las llevó. Al
primer golpe de vista, las fotos me parecieron magníficas, nunca
jamás no me habían hecho fotos con aquella fuerza: más que no mi
cara, me pareció ver una radiografía de mis sentimientos y mis
emociones. Pero era verdad que no estaban bueno, porque en
todas, siempre detrás mío, se veían unas manchas, algunas más
intensas que las otras, borrosas y difusas como recortes de niebla
gris. Curiosamente, las manchas nunca afectaban mi imagen, sino
que aparecían *sem-*pre sobre el paisaje de fondo. Aunque
lamenté que las fotos se hubieron echado a perder, no di más
importancia a aquel hecho e incluso
99
insistí a quedarme algunas, en las cuales me encontraba
especialmente favorecida. Cuando las tenía todas dispersiones por
encima la mesa, para seleccionar las mejores, *Monxo va en-*trar a
la sala para encender el hogar. Debía de escuchar nuestra
conversación porque, antes de irse, pasó por nuestro cuerpo-*tat y
se paró para mirar las fotografías. Después de observarlas con una
*atencíó poco usual, me miró con ojos acusa-dorso y se fue
rápidamente hacia la cocina. No contaría todo esto, unas anécdotas
a las cuales no di ninguna importancia en aquellos momentos, si no
fuera porque, después de cenar, cuando yo casi ni me recordaba de
las fotos, vi que *Monxo gritaba Carles disimula-*dament y que los
dos entraban por la puerta de la bodega. *Intri-*gada, me levanté,
fingiendo que examinaba una de las fin-*gures que había en una
vitrina, y traté de escuchar su conversación. Apenas entendí
algunas paradlas, porque hablaban en voz queda. *Monxo parecía
excitado según que deduje, trataba de convencer Carles que las
fotos no se habían echado a perder por los líquidos y que aquellas
sombras eran reales, aunque no sabía cómo habían *apare-*gut en
los retratos. Carles le seguía la corriente y respondía con
*monosíl•*labs. Confieso que solo sentí palabras solo-tés, que me
sirvieron para imaginar el resto de la conversación. Pero hubo una

61
frase que *Monxo pronunció en voz alta, antes de dar por acabada
la conversación, y que yo volviera a sentar a mi lugar. Una frase
que llegó *níti-*dament a mi oreja y que tuvo la virtud de *intensifi-
puesto que irremediablemente mi desasosiego: —Esta sombra,
señor Carles, esta sombra. Es la Gran Bestia, que vigila.
100
10
Me pensaba que, las que escribí la última vuelta, serían las páginas
finales de mi relato, porqué, a lo largo de los últimos días, no *rn'he
encontrado con fuerzas para continuar se-*crivint. La insistencia de
Víctor es la causa que lo intento otra vez hoy, a pesar de todos los
temores que me as-saltan, puesto que es *corn abrir las puertas a
realidades que no quiero recordar. De forma que retomo esta
ascensión por los ríos de la memoria, esta difícil forma de avanzar
contra coro-levadura, sin poder evitar la asociación con el
inquietante *viat-ge de *Marlow río arriba, hacia el coro de las
tinieblas. Ahora me corresponde afrontar el recuerdo de aquellos
días de noviembre a la Casa Grande, y la primera cosa que vuelve
a mi memoria es el intenso temor que se apoderó de mí. Porque
aquel miedo irracional, aquella sensación de sentirme perseguida
en cualquier momento, no hacía más que *créi-*xer a cada instante.
Si es cierto que los fantasmas *interíors *ar-*ribaren a dominar mi
cerebro, como asegura el doctor, fue por aquel tiempo que se
*installaren dentro mío de mi-*nera permanente. La sensación que
alguien me vigilaba se convirtió en una obsesión que me
exasperaba. Era un temor absurdo, *qua-si paranoico, que me
obligaba a estar en tensión permanente-mente, buscando la
compañía de alguien en cualquier momento. Mis paseos solitarios
acabaron olvidados; también, en
101
•parte, porque el tiempo no ayudaba. No-*ernbre había llevado días
fríos, con un cielo siempre cubierto de nubes y con unas lluvias que
descargaban sobre la comarca con una *inten-*sitat desconocida
por mí. Me apetecía mucho más quedarme en casa, un refugio
cálido y seguro, escuchando los rebotes *monb-tonos de las gotas
contra los vidrios. El trabajo de la tesis se convirtió en el refugio que
yo necesitaba. mantenía largas conversaciones con Carles, que, de
alguna manera, me servían para aclarar los *argu-mentes y las
62
ideas que quería desarrollar. Y las horas que pasaba leyendo o
escribiendo eran una isla de calma que cono-*trastava con la
inquietud que me asaltaba durante el resto del día. También fue
entonces que empezaron mis sueños. Hasta aquel momento, yo
siempre había tenido unos sueños tan normales como los de la
mayoría de las personas. No es que no tuviera alguna pesadilla de
vez en cuando, como todo el mundo. Pero *allb que empezó a
pasarme era muy diferente, porque las pesadillas se producían con
una frecuencia muy superior a la normal. Cuando despertaba
después de una pesadilla, solo recordaba imágenes sueltas, a
pesar de mis esfuerzos; estaba claro que mi jefe se *esfor-*çava a
borrar conscientemente aquello que no quería conservar en mi
memoria. Casi siempre me despertaba cuando quería echar a
correr, angustiada ante una amenaza que no era capaz de
concretar, y me veía imposibilitada de hacerlo porqué las piernas
no me respondían y se me queda-vende clavadas en tierra. La
angustia crecía hasta que se hacía *insu-portable y, entonces, me
despertaba, empapada de sudor y con el coro golpeándome el
pecho como un loco. A veces,
102
lloraba en sueños, con un llanto intermitente que despierta-va
Carles; en aquellas ocasiones, él venía a la mía habita-*ció y me
acompañaba hasta que conseguía volver a *ador-*mir-me. Además,
la actitud de *Monxo se mantenía inalterable. Evitaba siempre el
contacto directo conmigo, aunque tampoco desaprovechaba
ninguna ocasión para expresar, con indirectas, el malestar que le
provocaba mi presencia. Recuerdo una noche que, cuando
estábamos los cinco reunidos, *des-*prés de cena, nos acalló de
una forma imperativa. «Escucháis, escucháis», dijo, ansiosamente.
Todos callamos y pudimos sentir nítidamente un sonido repetido,
que parecía provenir de la robleda *prbxima. —Es la lechuza —dijo
*Monxo—. Hace noches que duerme cerca de la casa. —Venga
hombre, no empiezas dijo Carles—. La pobre lechuza tiene todo el
derecho del mundo a vivir en la robleda, solo faltaría que no pudiera
tener el *jóc cerca de casa. —Presiente la muerte, la lechuza
presiente la muerte —va re-*mugar *Monxo, con un filete de voz.
Una dura mirada de Carles impidió que cono-*tinuara y ya no dijo ni
una sola palabra más en toda la noche. De vez en cuando, me
miraba de reojo, como si yo tuviera que entender qué me decía con

63
aquella mirada. Fue un episodio desagradable, que me obligó a
retirarme pronto en mi habitación, buscando la calma que 'solo me
pro-*porcionava el trabajo. Porque bien es verdad que avanzaba en
la elaboración de la tesis con una rapidez que me sorprendía a mí
misma. Cuando me concentraba, la redacción me salía más fluida,
como
103
•si las palabras estuvieron ya ordenadas dentro de mi cerebro,
esperando con solo que las escribiera. Al final de noviembre, ya
había redactado tres capítulos y las piezas del rompecabezas
parecían encajar perfectamente. Pero durante aquellos últimos días
de noviembre, cuando todo parecía ir mejor que nunca, cuando
Carles ya me había convencido que *Ies mías obsesiones eran fruto
de una cono-*junció de factores, como por ejemplo la sensación de
aislamiento y soledad, el tiempo invernal y mi sensibilidad extrema,
pasó una cosa terrible, un primer aviso que ya me tendría que haber
posado en guardia pero que, en aquellos momentos, no llegué a
comprender.
***
Recuerdo que el tiempo había cambiado de repente. Los días
tranquilos del otoño solo eran ya un recuerdo y el invierno había
llegado con la intensidad de los peores días. Acostumbra-*da a vivir
en la ciudad, donde la presencia de tantos edificios lo matiza todo,
ya no recordaba que las fuerzas naturales se pode-al manifestar de
una manera tan violenta. El viento del norte, frío como el hielo,
bajaba de las montañas y asolaba la *ter-*ra, golpeando con furia
contra la robleda que resguardaba la casa por la parte posterior.
Desde mi habitación, se-*coltava el ruido que hacía el aire al agitar
violentamente las ramas desnudas de los robles, unido al repique
de las gotas de *plu-puesto que chocaban con una fuerza inusitada
contra los vidrios. Una de aquellas noches en qué toda la furia de la
natura parecía descargar sobre nosotros, me asustaron unos
ladridos muy fuertes, a los cuales siguió un aullido prolongado
104
que se imponía al sonido del viento y que me recordó mis peores
pesadillas. Casi inmediatamente, escuché sonido-*rolls en la
habitación de Carles. Al sentir que abría la puerta, yo también salí al

64
corredor. Carles se había vestido rápida-mente y ya bajaba por las
escalas, con una expresión de *in-quietud a la cara. Volví a entrar a
mi habitación y me posé más ropa, dispuesta a seguirlo. Al bajar,
Carles estaba derecho ante la puerta principal, con una se-*copeta
en la mano. —Era *Dèdal el que ladraba, pasa algo —me dijo—.
Quédate aquí y hazme luz con la linterna. Cogí la linterna del cajón
que me indicó y salí con él. Desde el borde del porche voy el
camino que se dirigía a la caseta de *Dèdal, que estaba ante el
establo de los caballos. Carles llegó a la caseta, va mí-raro adentro
y entró al establo. Al jefe de un minuto, vuelve-va a mi lado con cara
de preocupación. —*Dèdal no está dentro de su caseta y tampoco
con los caballos. Todo esto es muy extraño —me comentó—.
Déjame la linterna y espérame dentro de la casa; yo miraré por los
alrededores. Carles se fue y yo lo esperé, refugiada bajo el porche.
Veía el haz de luz que se movía estropeando las tinieblas y
y•*uminant fragmentos de espacio que dejaban ve-re como caía
intensamente la lluvia. Después, la luz se perdió por la parte
posterior. Los minutos transcurrieron de una manera agónica, hasta
que volví a ver la *cla-*ror que indicaba que Carles volvía. Por su
cara, adiviné enseguida que había pasado alguna desgracia; como
me confirmaron inmediatamente sus palabras.
105
—*Dèdal ha muerto; lo he encontrado al camino de la robleda. El
debe haber atacado algún animal, porque tiene heridas *terri-*bles
en todo el cuerpo. Entramos a la casa. Carles se quitó el abrigo
mojado y dejó la escopeta encima la mesa. Sentó en una *cadi-*ra y
me dijo: Yo me quedaré despierto, hasta que se haga de día. Tú ve
y duerme un poquito más, si quieres. Pero yo no habría podido
dormir en aquellas *circums-*tàncies. Fui a la cocina e hice café,
después volví a sentar junto a Carles. Los dos esperamos, en si-
*lenci, que pasaron las horas, inmersos en nuestros *pen-*saments,
hasta que una claridad tenue fue derrotando las tinieblas y,
finalmente, nació el nuevo día. Cuando Carles volvió a salir,
todavía no eran las ocho. Yo me posé unas botas y lo seguí, sin
hacer caso de sus peticiones insistentes que me quedara en casa.
Había pan-*rat de llover, aunque unas nubes negras continuaban
cubriendo el cielo; el viento helado que lo arrasaba todo, también se
llevó nuestros restos de sueño. Hicimos la vuelta en la casa y
anduvimos hasta un cubierto donde guardaban la leña para el

65
hogar: allá encontramos el cuerpo de *Dèdal. *Laigua de la lluvia lo
había lavado y, salvo la que tenía a la boca, no había dejado restos
de sangre. Tenía rota una de las patas posteriores, porque hacía un
ángulo imposible. Pero el aspecto de su cuerpo era terrible, con
unas heridas que lo atravesaban desde el hacia la cola; unos cortes
que parecían hechos por un cuchillo afilado y que dejaban a cuerpo
descubierto la carne y parte de las vísceras. Carles cogió una de las
*vànoves viejas con que tapaban la leña y cubrió el cuerpo del
animal, que después
106
posó bajo el cubierto. Volvimos a la casa y esperamos que vinieron
*Monxo y Maria, que llegaron a las ocho en punto, a la hora que
iniciaban su jornada laboral. No hicieron falta muchas palabras para
explicarlos qué había -*sat. Enseguida, los dos hombres fueron a
buscar unas pan-las y, con ellas, se dirigieron al cubierto donde
yacía el perro. Yo estuve observando sus movimientos desde la
ventana. *Monxo no paraba de hablar, con una inquietud viva a su
cara, una inquietud que contrastaba con el hermetismo de Carles.
Cavaron una fosa al pie de un nogal y dejaron el cuerpo de *Dèdal.
Finalmente, vuelve-reno a cubrirlo con tierra y lo taparon todo con la
hierba que habían apartado al principio. Quien no supiera qué había
pasado, nunca habría descubierto la tumba del perro. Más tarde,
mientras hablábamos a la cocina, tratando de encontrar una
explicación, Maria dijo que podían haber sido los lobos. Aunque
cada día quedaban menos, los lobos continúa-vende poblando la
parte más agreste y fría de las montañas de San Simón. Y no era el
primer invierno que bajaban de la *mun-*tanya, forzados por la
necesidad de encontrar alimentos. Podía *sem-*blar extraño que
llegaron tan lejos, que se aproximaron tanto a las casas; pero
también era verdad que cada vuelta los resultaba más *dificil
encontrar el alimento que necesitaban. No obstante su verosimilitud,
aquella hipótesis no explicaba las heridas que habíamos visto al
cuerpo de *Dèdal. Fue Carles quién aventuró que, probablemente,
debía de ser la obra de un jabalí. Cada vez había más; su número
aumentaba por la sencilla razón que estaban pro-*tegits y tampoco
era extraño que llegaron a los campos culo-*tivats y en las casas. Y
los machos grandes tenían unos colmillos capa-
107

66
*ços de hacer aquellas heridas largas y rectas, *corn las de un *ga-
*nivet, que habían. ademán fino a la vida del perro. Además, en
tierra había numerosas huellas que parecían de jabalí, aunque, por
culpa -del barro y de la lluvia, resultaba *difí-*cil identificarlas con
precisión. La hipótesis de Carles era más creíble y todos la vamos
*ac-*ceptar enseguida. Todos, salvo *Monxo, que me miraba con
unos ojos llenos de miedo, como si mirara una aparición. De vez en
cuando, hablaba a banda con Maria, con frases breves que yo
imaginaba referidas a mí, a pesar de que no las como-tomaba
exactamente. Bien es verdad que, por esta rara habilidad que
tenemos los humanos para olvidar todo aquello que no nos interesa
*recor-*dar, borré también de mi memoria aquel *desgra-*ciat
incidente que había matado *Dèdal. Sentía la ausencia del perro,
como es natural, porque le tenía afecto y, además, me había
salvado de caer en aquel pozo sin fondo, del cual había estado tan
cerca durante mi visita a la cueva. Pero, al fin y al cabo, era un
animal y no una persona. Y si Carles era capaz de superar la
pérdida, más todavía lo tenía que ser yo. Si hubiera sabido leer las
advertencias que me enviaba la vida, si hubiera decidido irme
entonces de la Casa Grande por siempre jamás, quizás no habría
pasado nada. O quizás sí, quizás el destino de todos nosotros está
escrito y, como en aquel cuento de la muerte y el mercader de
Bagdad, nuestros *in-*tents de cambiarlo son siempre inútiles.
Porque la única verdad es que me quedé a *Lanzós, como un
tragaluz incapaz de alejarse de la luz que lo atrae. Cómo tenía que
saber yo que, a lo largo de los días siguientes, un horror mucho
peor todavía tenía que hacer su aparición?
108
11
Me cuesta un esfuerzo enorme continuar la redacción de estas
páginas porque me aproximo a la parte más difícil dolorosa, al
recuerdo de los hechos que me hacen revivir la angustia y el
sufrimiento que los acompañaron. Si no fuera por la fe ciega que
tengo en .el doctor, no escribiría ni una línea más; pero durante los
últimos días, ha insistido mucho que tenía que continuar, que ahora
no podía parar, después del largo camino que ya había recorrido.
De forma que trataré de cuente-anudar mi relato, de seguir
remontando este río hasta el coro de las tinieblas, consciente que

67
nunca me resultará *pos-*sible narrar los hechos con objetividad,
como los viví lleva-*rant aquellos días, porque ahora sé qué pasó
después y esto condicionará inevitablemente todo aquello que
tengo que contar. Quizás en mi escrito de hace unos días no
expresé bastante claramente el impacto que me produjo la muerte
de *Dèdal y las circunstancias que lo rodearon. Aunque al principio
acepté sin dudar la versión del ataque del *sen-*glar, el paso del
tiempo fue desgastando mi certeza *ini-*cial hasta hacerla
desaparecer, como un gusano que mordisquea *incan-*sablement
los cimientos de algo que se hunde de repente. Qué claves debía
de tener aquel animal, capaz de hacer unas heridas tan limpias y
tan profundas como las que voy ve-re al cuerpo del perro? Cómo es
posible que las patas de *Dèdal se-*tigueren limpias, sin ninguna
señal que indicara la ferocidad de 109

la lucha qué debieran de mantener los dos *nirnals? Por qué las
huellas del supuesto jabalí *nómés eran identificables al lugar
donde se produjo la lucha y no continuaban después, en jefa otra
dirección, indicando el camino por donde tendría que haber huido?
A pesar de todo esto, si tengo que ser sincera, tengo que decir que
estas preguntas no eran el asunto que más me precio-*cupava.
Aquello que me obsesionaba de verdad eran las *relaci-*ons que,
contra mi voluntad, empecé a establecer entre la muerte del perro y
los mitos y creencias que me había cono-*tat Carles. Me quedaba
pensando en cualquier momento del día, dejándome vencer por la
imaginación, tratando de *encai-*xar las piezas que unían el mundo
real con el imaginario. No habían empezado mis temores y mis
pesadillas *des-*prés de haber visitado la cueva dónde, si no
hubiera estado por *Dè-*dal, habría estado a punto de morir? Podría
aquella cueva ser la misma que despertaba tantos temores entre la
gente de la comarca? Y si la piedra que eché, o solo mi presencia,
hubiera despertado la bestia que, según la *llegen-*da, dormía al
fondo de aquel pozo? Escribo ahora, aquí, estas preguntas porque
el doctor me ha dicho que anoto cualquier recuerdo de aquellos
días y no encuentro ninguna forma mejor de expresar mi inquietud.
Pero alas-horas, aquellos pensamientos solo me afectaban de una
forma subliminal, ni siquiera llegué nunca a verbalizarlos como
estoy haciendo ahora, quizás por miedo a no poder resistir el horror
ante una cosa que desafía las leyes de todo aquello que *conei-

68
*xem como el mundo real. Que poco podía imaginar que me *espe-
*rava una prueba mucho más evidente en el futuro.
***
110
Todo va pasar a primeros de diciembre. Lo recuerdo muy bien
porque había un puente de cuatro días y esto hizo que la Casa
Grande se llenara de gente y recuperara así la animación de las
mejores temporadas. Además de algunos otros clientes que yo no
conocía, allá se reunieron nuevamente la mayoría de los ha-
*bituals, como la familia del editor de Vigo o la del relojero de la
Coruña. Y vinieron también *Xaro y Sebastià, el *matri-*moni que
trabajaba al museo de Lugo, esta vez con los dos hijos. Así que me
vio, *Xaro me informó de las últimas novedades referidas a su hija.
—Todavía no has hablado con *Iria? Tiene muchas ganas de verte.
No sé qué le das cuando venimos, que la tienes en-sisada. Sabes
que pasa el día hablando de tú y que ahora quiere ser periodista?
Incluso se ha teñido los cabellos del mismo color que tú. Cosas de
la edad, a dieciséis años están todas un hashtag estropeadas. Yo le
reí la gracia y no le di más *impor-*tància. Era verdad que *Iria me
admiraba; cuando venían a la Casa, siempre me venía detrás,
tratando de gritar mi atención; me pedía a menudo que lo
acompañara a hacer un paseo en bicicleta, una de sus aficiones. Y,
como comprobé así que la vi, se había teñido los cabellos, había
cambiado su color castaño natural por otro, casi idéntico al mío. Me
lo mostró, orgullosa, y me aseguró que no se lo cambiaría nunca.
Cosas de la *adolescèn-*cia! Tengo que reconocer que su
entusiasmo inagotable me alegró la tarde y que me traspasó una
parte del humor y de la vitalidad que le sobraban. Yo no me podía
imaginar que las cosas cambiarían de una manera dramática al jefe
de pocas horas.
111
Los hechos ocurrieron el segundo día del puente, de víspera-*deta.
Después de comer, un grupo de personas vamos *improvi-*sar una
tertulia alrededor del hogar. Era agradable aquella sensación de
*escalforeta mientras hacíamos la digestión y escuchábamos las
historias que Sebastià y el relojero ensartaban incansable-mente.
Según que supe después, la gente joven se había reunido en la
sala de la televisión para ver una pe•*ícula. *Iria, debían de ser las
69
cinco, comentó con los otros que le *abe-*llia hacer un paseo en
bicicleta. Nadie la quiso acompañar, porque hacía frío y apetecía
más quedarse en casa, de forma que se fue suela. Supongo que
también debió de venir a la sala con la esperanza que lo acompaña-
*ra, pero al verme tan inmersa en la tertulia, no debió de querer
molestarme. Sí que estoy segura que la vi por la ventana, mientras
salía de la barraca donde guardaban las bicicletas. Creo que la
preocupación por su ausencia va *co-*mençar hacia las siete.
Transcurrían los días más cortos del año y ya era por la noche
cuando los otros jóvenes vinieron a preguntar si la habíamos visto.
Al irse, cuando los dijimos que no, noté que *Xaro estaba
preocupada, no dejaba de mirar por la ventana, mientras la
oscuridad iba borrando el paisaje. De hecho, creo que fue ella quien
se encargó de deshacer la tertulia, porque nos encomendó su
inquietud. Al tocar las ocho, el nerviosismo sepultado estalló y la
ausencia de la niña se impuso a cualquier otra cono-*sideració.
Quizás la había sorprendido la noche y se había perdido por los
caminos de los alrededores; también podía haber tenido uno *acci-
diente que le impidiera moverse. La única verdad es que la *xi-
*queta ya tardaba demasiado.
112
Decidimos repartirnos en tres grupos y salir a buscarla después de
haber hecho un repaso de los itinerarios que había *po-*gut seguir
*Iria. Yo fui con *Xaro y Carles, con el pro-poso de rastrear el
camino de San Simón. Pero todavía no habíamos andado ni un
kilómetro, que sentimos los gritos de *Monxo y el relojero que nos
gritaban. Las voces *proce-*dien del otro lado de la robleda, de
forma que volvió-remo rápidamente sobre nuestros pasos.
Enseguida vimos las siluetas de los dos hombres, que llevaban las
linternas encendidas y *il•*uminaven un hoyo, próximo al canal de
riego que atravesaba la robleda. A mi jefe, *emergi-reno de repente
los peores presagios. Así que llegamos al lugar y vi el espacio
*illuminat, comprendí que mi vida nunca más no volvería a ser igual
después de aquel horror. Noto que, en este momento, mi mano se
niega a describir la escena, aunque, a mi cerebro, conservo la
imagen tan nítidamente como la vi aquella noche. Allá, echado junto
a la bicicleta, con las piernas casi cubiertas por el agua, reposaba el
cuerpo de *Iria. Como que había caído de cara contra la hierba, solo
podíamos ver su cabellera roja, que destacaba sobre el fondo verde

70
*inuminat por las linternas, y su espalda, con el anorak
completamente estropeado. Pero, entre los jirones, se distinguían
unas *feri-*des profundas por las cuales había perdido mucha
sangre. Me vinieron al jefe, inmediatamente, las imágenes de la
noche que descubrimos el cuerpo de *Dèdal, también con cortes
rectos y pro-*funds por todos los lados. Aquella asociación me va
*paralit-*zar y el jefe me giraba cómo si fuera a perder los sentidos.
Necesité toda mi fuerza de voluntad para sobreponerme, no podía
desfallecer en una situación como aquella.
113
Fue una suerte que Carles no *pérdera la sangre fría y reaccionario
*aml? rapidez. Giró el cuerpo de la niña con mucha cura, de forma
que pudimos ver la cara de *Iria, con los ojos cerrados y.sucia de
tierra, y también su cuerpo, que no presentaba ninguna herida por
la parte de delante. Va *aproxi-mar la oreja al pecho de la niña y, al
ninguno de unos según que me parecieron eternos, gritó: —Vive,
está viva! Que alguien grito una ambulancia enseguida! El alivio que
sentí en aquellos momentos fue enorme; durante algunos minutos
había tenido lo convenza-mente que *Iria había muerto. La tensión
acumulada estalló y me eché a llorar, incapaz ya de continuar
dominando mi nerviosismo. Pero necesitábamos la ayuda de todos,
de mi-*nera que me calmé para poder *collaborar. El cuerpo es
sabio y genera automatismos en situaciones de estrés; podemos
actuar como sonámbulos y hacer aquello que tenemos que hacer,
como si la mente se desvinculara del cuerpo y se mantuviera ajena
a todo aquello que pasa a su alrededor. Aquella fue la mía re-acción
la noche de los hechos, solo de esta forma fui capaz de ayudar con
una fuerza que no tenía nada que ver con la que tenía de verdad.
Las cosas que pasaron a continuación, quizás por el *blo-*queig
interior que sentía, las recuerdo como en un sueño. Sé que casi
enseguida llegaron al lugar los padres de *Iria y *tam-bien otros
huéspedes. Decidieron no mover el cuerpo de la *xi-*queta para
evitar consecuencias irreparables y esperar la *ar-*ribada de la
ambulancia. No tuvimos que esperar mucho, enseguida vimos las
luces que anunciaban la llegada del vehículo. El médico, después
de un análisis de urgencia, nos va
114

71
dar las primeras noticias *tranqui•*itzadores: *Iria *presen-*tava
numerosas heridas a las espaldas y los muslos, producidas
probablemente por una arma blanca, pero su vida no corría peligro,
si no aparecían complicaciones posteriores. La ambulancia salió en
dirección al Hospital *Gene-*ral de Lugo, con Sebastià siempre
junto a *Iria. Carles se encargó de llevar en coche *Xaro y su hijo;
creí que yo también tenía que ir y, sin decir nada, senté al cuerpo-
*tat de Carles. Hicimos el viaje en un silencio que solo rompían los
suspiros apagados de *Xaro. En el hospital, esperó-remo durante
horas para saber el resultado de la operación de *ur-*gència a qué
habían sometido *Iria. Las noticias fueron buenas, en aquellas
circunstancias: aunque algunas de las *feri-desde la espalda eran
muy profundas, no habían afectado ningún órgano vital; había
perdido mucha sangre, pero era joven y llena de vitalidad, de forma
que era previsible que fuera todo bueno y que se recuperara pronto.
Después, haría falta *espe-raro que cicatrizaron las heridas y, más
adelante, hacer la *ope-ración de cirugía que eliminara
definitivamente las marcas que 1y habían dejado. Antes de irnos,
todavía tuvimos que hablar con dos inspectores de policía que
vinieron al hospital, aunque no sabíamos quién los había avisado.
Los contamos todo aquello que sabíamos, que era muy poco, y
acordamos que el día siguiente vendrían a la Casa Grande para
explorar los quiere-tantos. Entonces, ya más tranquilos, los
podríamos comentar detalles que, en aquellos momentos, no
estábamos en *condici-*ons de recordar. Las palabras que dijo un
de aquellos lo-mas antes de irse se han quedado grabadas a mi
memoria:
115
—La niña ha tenido suerte y se ha escapado de una muerte cierta.
Parece que su agresor se arrepintió a última hora y dejó su trabajo
a medias. Cómo si hubiera *tin-*gut un momento de *dóbte o de
lucidez. Quién sabe como *fun-*ciona la mente de quién es capaz
de hacer una cosa así? Ya era casi de día cuando Carles y yo
salimos del *hos-*pital. Subimos al coche los dos en silencio y
rehicimos el camino hacia la casa. Mientras veía como la luz del
faros la carretera, pensaba en las palabras del policía. Ahora no nos
hacía papel la hipótesis tranquilo•*litzadora del jabalí, ni la más
increíble de un accidente. Era evidente que habían atacado *Iria
aprovechando la oscuridad, que alguien la había agredido y la había

72
herido con una arma blanca, una navaja de grandes *dimen-*sions
o un cuchillo. Quizás el anorak grueso que llevaba la había
protegido y las heridas no eran mucho profundas *grà-*cies a esto.
Al llegar a la casa, subí directamente a mi habitación y me dejé caer
encima de la cama, sin *lle-*var-me la ropa. permanecí *gitada, con
los ojos abiertos mirando el techo, esperando inútilmente que
viniera el sueño. Al jefe de un tiempo que no sabría precisar, voy
*sen-tiro el sonido de unas pasas apagones al corredor, un ruido
que paró ante mi puerta. Levanté el jefe y vi como una hoja de
papel se *esmunyia por debajo la puerta. De se-*guida, volví a
sentir como unos pies se alejaban deprisa por el corredor. Salté de
la cama y corrí a abrir la puerta. Pero no había nadie, quién fuera,
había actuado más deprisa que yo. Cerré otra vez y recogí el papel.
Encendí la luz de la mesilla de noche y lo observé *aten-
116
*tament. Era una página de *Ilibreta, un poquito arrugada, donde
alguien había escrito un breve mensaje: «La niña ha sido una
equivocación, te buscaba en tú. Ha sido el segundo aviso, pero la
Gran Bestia no volverá a hace-hogar. Vete inmediatamente, ahora
que todavía estás a tiempo!». En otras circunstancias, una situación
como aquella me habría hecho reaccionar inmediatamente, quien
sabe con qué consecuencias. En el fondo, fue una suerte que me
encontrara tan cansada que fui incapaz de moverme. Porque solo
dejé el papel encima la mesa y me volví a dejar caer sobre la cama,
con la mente en blanco, superada por unos hechos que me
resultaba imposible asimilar. Y no sé como, me dormí.
Me despertaron unos golpes a la puerta. Enseguida, Maria entró a
la habitación con una tasa de café y me dijo que había venido la
policía y también la Guardia Civil, y que me esperaban en la sala.
Después de tomarme el café, me duché y me vestí deprisa;
después, bajé a la sala, molesta para tener que afrontar una
realidad que no me gustaba. Allá había Carles y *Monxo, además
del editor y el relojero, con los dos policías que habíamos visto en el
hospital. Ya habían examinado previamente el lugar donde
habíamos encontrado el cuerpo, buzo-canto indicios que los
permitieran avanzar en la investigación. Algunos guardias civiles,
como vi por la ventana, raído-*trejaven minuciosamente los

73
alrededores de la casa. Los contamos todo aquello que sabíamos,
sin dejarnos
117
ninguno detalla No solo la tragedia de *là-víspera, sino también los
hechos que pudieran tener *àlguna relación con el incidente,
incluida la muerte violenta de *Dèdal. Los policías se cansaron de
hacer preguntas; creo que no dejaron ningún detalle para analizar.
Después, hablaron con los niños que habían hecho amistad con
*Iria y con todos los otros huéspedes, algunos de los cuales ya
habían hecho las maletas porque habían manifestado el deseo de
abandonar la residencia, después de aquellos hechos que habían
alterado inesperadamente la vida cotidiana a la Casa Grande. El
mundo *idíl•*lic creado a su alrededor se había roto sin remedio.
Pero aquellos hechos también habían alterado profundamente mi
vida. Dos días después, incapaz de soportar la *ten-*sió que me
hacía pasar las horas cerrada dentro de mi *habi-*tació, hablé con
Carles y le manifesté mi deseo de volver a Madrid durante una
temporada. No le quería contar las obsesiones que me dominaban,
de forma que me excusé en la proximidad de las fiestas de Navidad
y en la necesidad de dejar definitivamente las cosas claras con
Miquel. Carles no intentó retenerme y me dijo que podía dejar el
equipaje en mi habitación, puesto que nadie lo ocuparía durante mi
ausencia. Aquella tarde, posé en unas bolsas la ropa necesaria y
algunos objetos personales y lo cargué todo al coche. Pasé las
últimas horas en mi habitación, mirando por última vez desde la
ventana aquellas tierras tan familiares. No pensaba volver nunca
más. Al llegar a Madrid, escribiría a Carles pidiéndole que
empaquetara el resto del equipaje y que me lo enviara; sabía que
no me lo negaría, aunque le doliera.
118
Aquella noche pude dormir algunas horas, *allibe-rada por fin de la
sensación de angustia que me dominaba. De buena mañana, subí
al coche, dispuesta a conducir todo el día. Carles no salió a decirme
adiós, quizás ya intuía que yo no volvería nunca. La última cosa que
vi fue su cara, detrás de los vidrios de la sala, observando con una
expresión muy concentrada como me iba, creía yo que por siempre
jamás, de la Casa Grande de *Lanzós.
119
74
12
Pensé que no volvería nunca a la Casa Grande, pero el caso es que
volví al final de enero. Yo no podía imaginar, ni remotamente, una
cosa así, cuando me voy insta•*lar nuevamente a Madrid, porque
mis primeros días a la ciudad, lejos de todo aquello que me
recordaba la angustia que había pasado en Galicia, serían un
bálsamo para el mío se-perecido. Encontré la capital con una
animación que ya no recordaba: calles llenas de luces y de música,
vitrinas que rivalizaban a atraer la atención de los peatones, ríos de
gente cargada con bolsas y paquetes... Toda la población hervía
con las actividades propias de los días navideños, en uno freno-sí
*co•*ectiu al cual yo misma me entregué sin *reser-ve, participando
en la apoteosis desenfrenada del consumo que, como una
maldición periódica, lo invade todo durante aquellas fechas. Fue
una sensación extraña volver a vivir al piso, donde todo continuaba
tan mal como lo había dejado. Todavía tardé a sentirme otra vez en
un territorio hace-miliar, era cómo si mi ausencia de tres meses
hubiera transformado mi percepción de las cosas. Unos días *des-
*prés, me noté con bastante fuerza para trucar a Miquel. Tenía que
hablar con él, le debía una explicación por mi fuga y por no haber
dado señales de vida en todos aquellos meses.
120
Aunque, al principio, se sintió molesto porque no había tenido
noticias mías, parecía comprender los motivos que me hicieron huir
de todo para reencontrarme conmigo misma. Y se entusiasmó
cuando no le negué la posibilidad de cono-*tinuar las relaciones que
había interrumpido mi ausencia. Fue Heráclito quién afirmó que
nadie se baña dos vueltas al mismo río. Y es muy cierto, al menos
referido a mi relación con Miquel. Supongo que él interpretó mi
vuelta como una claudicación, como la señal que yo había aceptado
definitivamente perder mi *independèn-*cia, porque enseguida
volvió al misma tema. Como que yo estaba sola y aquellas eran
unas fechas muy señaladas, se empecinó que pasara la Navidad
con su familia. Yo acepté sin resistencia, porque emocionalmente,
me encontraba demasiado débil para negarme. Pero todo aquel
ejercicio de alegría hipócrita y forzada en que me voy ninguno-
*bussar fue una fracaso, una ceremonia del absurdo, un esperpento
indigesto que me sirvió para descubrir clara-mente que, entrar en

75
aquella familia, era como entrar en una telaraña que al final me
inmovilizaría y haría marchitar tono-tieso las de mi vida. Todavía
aguanté con Miquel hasta el final de de-siembro, pero la perspectiva
de repetir la función la nochevieja se me hacía insoportable. De
forma que, el día 30, decidí hacer realidad el viejo tópico «Año
nuevo, vida nueva» y, después de una discusión amarga y dura,
durante la cual exteriorizamos nuestros peores sentimientos, rompí
definitivamente mi relación con Miquel. La soledad en qué celebré la
llegada del año nuevo no solo me gustó, sino que me pareció una
bendición.
121
Pero todo esto no tiene ninguna importancia, supongo que ni
siquiera haría falta que lo contaba, porque aques.ta ruptura no tuvo
nada que ver con mi vuelta. Fueron más *impor-tantos las
reiteradas comunicaciones que, desde los primeros días de mi
llegada a Madrid, empezó a enviarme Carles intermediando el
correo electrónico. Eran siempre mensajes formalmente asépticos,
motivados, aparentemente, por el drama de *Iria. Gracias a ellos,
supe como evolucionaban los hechos terribles .que habían
originado mi fuga. En primer lugar, me interesaba la evolución de la
*xique-tu: iba bien, muy bien, y las heridas cicatrizaban a una gran
velocidad; los médicos comentaban que podría volver a hacer vida
normal al final de enero. Ya recuperada, *Iria contó qué le había
pasado aquella tarde terrible o, más exactamente, todo aquello que
recordaba. Entre las cosas que me contaba Carles y las que podía
leer a las ediciones electrónicas de El *Progreso y La *Voz de
*Galicia, hice una reconstrucción basta exacta del proceso. La
agresión se había producido cuando *Iria volvía a la Casa, con la
bicicleta de la mano. Se había alejado demasiado durante su paseo
y, como que había empezado a hacerse por la noche, en cuenta de
volver por la carretera principal, decidió *acurtar el camino *í se
desvió por el camino que bordeaba el bosque. Fue entonces que
alguien la atacó de repente por la espalda. Según sus
declaraciones, no había notado nada extraño hasta unos según
antes de la agresión; en aquel *mo-mente sintió una respiración
agitada a su espalda y también un mal olor insoportable que no fue
capaz de re-*lacionar con jefa otra y que le provocó náuseas. Casi
no notó las heridas que recibió; según ella, sintió

76
122
que unos vidrios de hielo le estropeaban la carne y un dolor frío e
intenso que le llegó al coro. Dejó caer la bicicleta y trató de girarse,
en una reacción instintiva, pero entonces se sintió mareada y cayó
al suelo. Mientras caía, en-cara pudo girar el jefe un poquito, para
tratar de voz-re quién lo atacaba. Pero solo vio una sombra negra,
una sombra alta, muy alta, en la cual se destacaban unos ojos
llenos de mal que parecían brillar con luz propia. Sus miradas
coincidieron durante un brevísimo instante después, la sombra
negra hizo media vuelta y desapareció en la oscuridad, como niebla
que se *desfa en el aire. Esto decía la niña, aunque, según Carles,
y también según la policía, había que matizar mucho el suyo
*testimo-ni, porque era evidente que *Iria fue agredida por el
*esque-*na y, en consecuencia, probablemente ni siquiera pudo ver
quién lo hacía. Aun así, era cierto, y desconcertante, que el agresor
evitó rematarla y, bien al contrario de cómo suele pasar en la
mayoría de casos parecidos, decidió irse sin continuar el ataque,
como si hubiera dudado en el *úl-*tim momento. De cualquier
manera, nuestra intervención fue providencial porque, si llegamos a
tardar un poquito más a encontrarla, la pérdida de sangre habría
tenido unas *conse-*qüències fatales. Fue una suerte, uno de
aquellos cambios *ines-*perats del azar que, a veces, modifican el
curso de una vida. Aunque el relato de *Iria era muy incompleto y
deja-va un humo de dudas sin aclarar, la policía actuó deprisa y
tardó pocos días a encontrar el presunto autor de aquella agresión
salvaje. Se trataba de un hombre joven que cumplía condena a la
prisión de *Bouxe pero que, durante
123
• aquel jefe. de semana, había salido con un permiso al. Ya había
estado *confirrriat 'que aquel día'*hav. *ia comido a *Vilalba, en una
fonda situada al cruce donde nace el camino que va a *Lanzós y a
San Simón. Y, según que había teste-*moniat un labrador que había
pasado con su tractor por aquel lugar, aquella misma tarde había
estado *asse-*gut a las escalas del cementerio viejo de *Lanzós. El
hombre había reconocido todos estos hechos; era verdad que había
pasado la tarde a la *parrbquia, porque tenía la intención de visitar
un amigo que vivía a *Monseinave; *perb negaba cualquier relación
con el ataque que había sufrido *Iria. Sin embargo, todo iba en su

77
contra: tenía un *caràc-*ter muy violento, tenía antecedentes por
agresiones sexuales incluso, había participado en peleas en las
cuales habían salido a relucir navajas. La policía no encontró el
arma *utilit-*zada en el ataque, porque seguramente el agresor la
había hecho desaparecer. Ahora, el hombre había vuelto a la
prisión y *espe-*rava el juicio, que se tenía que celebrar a lo largo
de los *prbxims meses. El caso parecía estar definitivamente
cerrado. «Te conozco bien, Laura», me decía Carles en uno de sus
mensajes, «y sé que no te fuiste solo porque te *im-presionaron
estos hechos tan desagradables, que también a mí me entristecen y
me desasosiegan, sino, sobre todo, por las fabulaciones que fuiste
construyendo dentro de tu jefe, siempre a partir de unos hilos
demasiados finos, como tienes que *reco-nacer. Quizás yo habría
actuado igual en tu caso, no tiene que ser fácil soportar una presión
tan grande. *Perb ya voces que todo tiene una explicación lógica y
muy real y que los fantasmas que te atemorizaban solo viven a tu
cerebro y a tu fantasía de escritora. Tienes que tener muy claro que,
por desgracia,
124
tenemos que temer los seres reales y no los que, afortunadamente,
solo viven en nuestra imaginación». Algunos días después, me
comentó que ya sabía que *jó había recibido un mensaje anónimo.
Fue obra de *Monxo; él mismo se lo había confesado y le había
pedido perdón. Lo había escrito mientras era víctima de la
conmoción que le había provocado el ataque contra *Iria, pero
ahora se daba cuenta que se había dejado dominar por unas ideas
que no tenían ningún cimiento. Era evidente que Carles se
esforzaba a disipar mis temores, que trataba de asolar aquella
muralla de miedo que yo había ido construyendo. Además, la
estancia en la ciudad, la inserción cotidiana en el tráfico y la
vorágine de Madrid, fueron contribuyendo a desvanecer mi miedo,
con el paso del tiempo. Tuve que reconocer que mi inocencia me
había hecho caer en unos temores ridículos, en unas *supersti-
*cions absurdas que podrían impresionar *Monxo y otras personas
incultas, *perb que no tenía ningún sentido que me *afec-*taren a
mí. Por otra parte, Carles no desaprovechaba ninguno de sus
mensajes y, como que yo le había comentado mi decisión de
quedarme a Madrid durante un tiempo, casi siempre acababa
diciéndome que le gustaría que reconsiderara mi decisión y que

78
volviera a *Lanzós para acabar mi *tre-baile. Con el paso del
tiempo, mi resistencia era cada viene-*gada más débil. Todas las
cosas que habían pasado tenían una explicación satisfactoria, ya no
lo dudaba nada; pero, aun así, no podía evitar que mi pensamiento
cono-*siderara algunos puntos oscuros que también me sugerían
*algu-*nes explicaciones alternativas. Ahora que ya ha pasado todo,
veo que era como un sexto sentido que me pedía que hiciera caso
125
de mis intuiciones, que lo *deixai-a correr, que no se me había
perdido nada en aquella Galicia apartada, tanto en el espacio como
en el tiempo. Fue entonces que recibí la carta de Carles. Una carta
de las de siempre, que encontré al buzón, entre hojas publicitarias.
Ya he dicho que, prácticamente cada día, me enviaba un correo
electrónico; pero nunca me había escrito antes, por eso me extrañó
tanto leer el nombre del re-*mitent escrito al sobre. Al abrirlo, la
primera cosa que vi fue una cuartilla *esgrogueïday enganchada a
unos al-tres papeles con un clip, en la cual Carles había copiado un
poema de Fernando *Pessoa que yo *co- *neixia muy bien, pero
que, en aquella ocasión, leí cargado de un significado que me llegó
muy adentro.
Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si
no fueran ridículas. También yo escribí un tiempo cartas de amor,
como las otras, ridículas. Las cartas *damor, si hay amor, tienen
que ser ridículas. Pero, finalmente, solo las criaturas que nunca han
escrito cartas de amor acaban siendo ridículas.
126
Después había tres folios, escritos por las dos caras con la letra
pequeña de Carles. Leí las primeras *líni-se con una emoción
creciente, adivinando ya el contenido de aquel largo texto: «Poso
primero el poema de *Pessoa con el deseo intenso que proteja esta
carta que te escribo (*ridí-*cula, porque es una carta de amor), con
la misma *esperan-*ça con que un náufrago echa a la mar la botella
donde ha guardado el mensaje en el cual ha posado todas sus
esperanzas de salvación. Porque tú, Laura, eres la tabla de
salvación que me *ofe-*reix la vida, la única persona con quien sé
que puedo encontrar la felicidad que tanto he buscado, inútilmente,
durante todos los años de mi existencia». No tiene sentido que
detallo ahora el contenido de una carta que aprendí casi de
79
memoria, de tantas vueltas como la leí. Carles hacía una
exposición dura y sincera de su vida; me hablaba de su visión del
mundo y de las personas, de todas las ideas y convicciones, que
habían ido conformando su manera de ser. Se trataba de un
*exerci-*ci admirable de introspección, en el cual, la razón y los
sienta-mentes confluían de una manera armónica, un texto que
dejaba adivinar una corriente de pasiones subterráneas. Era una
confesión completa, que equivalía a desprenderse de todas las
máscaras que con tanto de trabajo vamos posándonos a lo largo de
los años; una forma de revivir las pasiones adolescentes que la vida
casi siempre se encarga de *soter-raro definitivamente. Era un texto
que me hizo llorar y ríe-re, que me posó un nudo a la garganta y
que hizo desbocar los latidos de mi coro. Mi ausencia le había
servido para comprobar hasta qué punto me quería, ahora que
había desaparecido por siego-
127
*na vez•*cle su vida. La *cuírassa :con que disimula-va sus
sentimientos tenía• rajas por todos los lados afirmaba, ya no tenía
ningún sentido rehacerla. En las últimas *lí-anidas, Carles me
confesaba: «Fue un drama que *desapa-regueros de mi vida
cuando era imposible estimarte, fue una felicidad infinita que
nuestros caminos se vuelve-reno a encontrar. Tengo cincuenta
años y siente que, como dijo *Borges en un poema memorable, «la
*muerte me desgasta, *incesante». Sé que ya soy grande para tú,
que la diferencia de edades puede parecer insalvable, però.no
quiero perderte otra vez, no podría superarlo. Me gustaría vivir
contigo todos los años que me quedan de vida, pero no oso de-
mandar tanto, no soportaría ser, algún día, una carga para tú. Solo
quiero estar contigo mientras lo deseas, solo quiero poder
demostrarte mi amor, sin condiciones ni vínculos de ninguna clase.
Cómo tú me dijiste una vuelta, con palabras de *Neruda que
también eran tuyas, quiero estimarte «tan busca que tú mando
sobre mí *pecho se *mía / tan busca que se *cierran tose *ojos en
mí sudan o». Quizás inconscientemente, yo ya esperaba una carta
como aquella, un impulso que me forzara a abandonar la tierra de
nadie donde me encontraba en aquella etapa de mi vida. Una vuelta
en la vida, quise hacer caso a mis sentimientos, dejarme llevar por
el cuerpo, olvidar todos los argumentos de la razón, a pesar de
saber que es el azar quién nos gobierna. Aquella misma tarde cerré

80
el piso, cargué el coche con todas mis cosas e inicié el camino de
vuelta en la Casa Grande de *Lanzós.
128
13
Mi reencontrada con Carles fue magnífica, una de las vivencias
cruciales que quedan grabadas a fuego en el coro. Encara ahora,
cuando hace meses que no sé nada y tengo la certeza que ha
desaparecido por siempre jamás de mi vida, siente una emoción
especial al recordar aquellos días. Él tumbó todas las barreras que
había construido a su alrededor, como me había prometido, y
vivimos un tiempo de felicidad para los dos. Externamente,
guardábamos la compostura, desde el *pri-mero momento, había
sido un acuerdo tácito; pero era *impossi-*ble que nuestro amor no
resultara evidente para cualquier que nos conociera. No entraré
ahora en detalles íntimos y por-*sonals que, además, no tienen
nada que ver con la finalidad de este escrito. habrá bastante a
decir que, quizás por *pri-mera y única vuelta en mi vida, conocí la
*felici-*tat, la embriagadora sensación que todo estaba en armonía,
un sentimiento de plenitud que casi siempre consideramos utópico,
porque nos parece inalcanzable. Además, este estado de ánimo
exaltado hizo que, a pesar de las apariencias, retomara mi trabajo
con una cono-*centració y una intensidad que me sorprendía. Era
cómo si el cerebro, trabajando al ritmo que le marcaba el cuerpo,
sería capaz de dar la mejor parto mismo. Y así transcurrieron
febrero y marzo, unas semanas perfectas, favorecidas por la se-
*cassa presencia de huéspedes, como era natural en aquella época
129
.del año. *Monxò y Maria pasaban casi todo el día en la casa,
ocupados en sus trabajos, y Glòria, que volvía de lo inste-*tut
cuando ya habíamos comido todos, pasaba las tardes a la *bi-
*blioteca, haciendo los deberes y estudiante. Así, en aquel *ambi-
*ent familiar, Carles y yo nos dejábamos llevar por aquella
combinación de placer y trabajo, apartados del mundo que cuente-
anudaba existiendo más allá de los muros de la Casa Grande,
ajenos a cualquier cosa que no sería nuestro amor. Solo las
miradas esquivas de *Monxo, cargadas de rabia contenida,
conseguían enturbiar el paso de los días. Es verdad que nunca me
contestó de mala manera, porque posiblemente Carles lo había
81
advertido; externamente, guarda-va las formas de una manera
exquisita, pero yo le notaba que se tenía que esforzar a reprimir la
violencia que disimulaba. Me costaba de entender aquella actitud
tan persistente, no era normal que evitara continuamente el trato
directo conmigo. Lo comenté con Carles, pero él me pidió que lo
dejara correr y que me olvidara de aquel asunto. *Monxo era un
buen hombre, trabajador y responsable, que lo quería como un hijo.
Quizás, pensaba Carles, todo era mucho más sencillo; solo se
sentía celoso por mi presencia y por la relación privilegiada que
mantenía con Carles. No me resultó difícil hacerle caso y al final
opté para quitar importancia a las quimeras de *Monxo. Porque,
además, el paso de los días me permitió comprobar, felizmente, que
aquellos temores y aprensiones que, antes, habían *enfos-*quit mi
vida a la Casa Grande, habían desaparecido ahora casi del todo. Ya
no tenía pesadillas y tampoco volví a sentir la sensación que me
vigilaban y me perseguían, unas cosas que, ahora, me parecían
ridículas y sin ningún sentido. Se-
130
*gurarnent, como decía Carles, todo había pasado por culpa de mi
sensibilidad exagerada, sometida a una vida diferente (el silencio, la
soledad, el contacto con las fuerzas de la natura) que contrastaba
con la existencia artificial y ruidosa de la ciudad. También yo, al
final, me creí aquella *expli-*cació tranquilo•*itzadora que me
ayudaba a olvidar un pasado desagradable. Todo iba bien durante
aquella época de felicidad que vivíamos. Y, sin embargo, ahora sé
que, la de aquellos días, solo era una calma aparente, la extraña
calma que anuncia siempre la llegada de una tormenta.
***
Me siente incómoda al releer las palabras que acabo de escribir,
porque creo que estoy dejándome arrastrar otra vez por la
subjetividad. Quizás es ridícula habla de calmas y de tormentas,
quizás la única verdad es que en aquel momento empezaba ya a
aflorar mi dolencia, la derrota que rasgó mi cerebro y que solo ahora
noto que empiezo a superar. Pero el doctor me pidió que contara
las cosas como las viví, de forma que no abre mal si me dejo llevar
por los recuerdos (reales o *ima-*ginats, esto no tiene ninguna
importancia) que me vienen al jefe al evocar aquellos días.
Recuerdo ahora un hecho al cual nadie daría *impor-*tància pero

82
que, para mí, significó el fin de la felicidad y abrió las puertas a los
abismos de miedo que vinieron *des-*prés. Un hecho
intrascendente, no estoy tan loca para no poder comprender que su
significado solo es *impor-tanto a mi cerebro. Pasó a primeros de
abril. Ya he dicho
131
que Carles era muy aficionado a.la cacería, hacía poco de tiempo
que se había abierto la veda y aquel día decidió aprovechar la
jornada para salir a la montaña, con la escopeta, a la re-. busca de
alguna pieza. Me preguntó si quería acompañarlo, pero le dije que
no. Pasear con él era la felicidad, pero no en aquellas
circunstancias; no me estimulaba la perspectiva de una caminata
por la montaña, esperando que un animal se cruzara con nosotros y
Carles lo matara. Me estimaba más quedarme trabajando. Mientras
nos desayunábamos, me comentó que *pen-*sava ir a la zona de
*Pedragosa y continuar a pie, monta-*nya arriba. Sabíamos que
echaba de menos *Dèdal, porque se-*tava acostumbrado a la
compañía del perro, pero ni él ni yo no dijimos nada. Lo acompañé
a la puerta para decirle adiós, mientras *Monxo le llevaba la
escopeta al coche. Bajaba un viento frío de montaña y Carles,
aunque iba bien *abri-gato, llevaba la camisa desabrochada, con
todo el cuello al aire. Al ver que iba a subir al coche, sentí un
impulso que no quise reprimir, a pesar de la presencia de *Monxo.
Me quité *elfou/*ard y posé al cuello. «Toma, quiero que lo lleves
ademán», le dije, en voz queda, mientras lo besa-va tiernamente.
«Puerta mi calor y mi perfume; te *abri-*garà y, además, así no me
olvidarás en todo el día.» Cuando se fue, entré a la casa y me voy
tan-caro a la habitación. Las horas me volaron ante el ordenador,
concentrada en mi trabajo, que apenas voy *interrom-*pre para
comerme la comida que me llevó Maria. Carles no volvió hasta
última hora de la tarde. El día le había ido bien; llevaba cinco liebres
y tres perdices, que va *dei-*xar, orgulloso, encima la mesa.
Supongo que contar los de-
132
cortes de la cacería debe de formar parte del ritual, porque ya a la
cocina, mientras Maria preparaba la cena, Carles nos va cono-*tar
todas las incidencias de la excursión. Fue entonces que vi que no
llevaba lo *meufoulard. —Y dónde has posado lo *foulard que te he

83
dejado? voy *pregun *tar. —Me tendrás que perdonar, pero creo
que lo he perdido. No sé cómo ha estado, se debe de haber
enganchado en alguna *bran-can y me ha caído; probablemente lo
he perdido mientras *perse-guía una liebre, porque me he dado
cuenta que no lo llevaba poco de tiempo después. —Y como es
esto que no lo has notado antes? Cómo es que no has vuelto a
buscarlo? —voy *insisitir, un poquito irritada. - lo he hecho; cuándo
he visto que no lo llevaba he *tor-nato atrás y he pasado por el lugar
donde creía que se había enganchado, una zona de hierbas altas y
tan espesas que costaba de *tra-derramar. —No es el paraje que
hay por los alrededores de la cueva de *Fornos? —lo interrumpió
*Monxo, que seguía el relato con mucha atención. —Debe de ser,
porque el caso es que había una cueva un poquito más adelante.
Incluso he entrado a la cueva, por si acaso la liebre se había
refugiado, pero no me he atrevido a pasar adelante porque no se
veía nada. —Y no podía ser que lo hubiste perdido a la cueva? —
pregunté, repentinamente molesta por la conversación. —A buen
seguro que no, porque también lo he mirado. Por más que he
buscado no he estado capaz de encontrarlo, lo tengo que-*gut
perder en alguno otro lugar. —Carles me miró con
133
• complicidad y añadió:— Ya te compraré otro la *prbxima vuelta
que vaya a Lugo. Él siguió hablando, como si aquel hecho no
tuviera ninguna importancia. Creo que ni tan.solo vio las miradas de
*Monxo, que ya fue incapaz de estar tranquilo el resto de la noche.
Yo no dije nada, pero no pude evitar que el coro se me encogiera.
Era una reacción irracional porque, *ob-*jectivament, la pérdida
*delfoulardno me preocupaba nada, ni siquiera era uno de mis
preferidos. Y, tocando a la cueva, ni siquiera tenía la seguridad que
sería la .misma que yo había visitado hacía meses. Pero aquella
noche, debían de ser las cuatro, me desperté llorando y empapada
de sudor. Después de tanto de tiempo, volvían a hacer acto de
presencia las pesadillas que yo creía olvidados por siempre jamás.
134
14
Si no fuera por la insistencia del doctor, por la fe que tengo en él y
porque le estoy tan agradecida por su ayuda, dejaría ahora mismo
estos papeles y me dedicaría intensa-mente a hacer aquello que el
84
cuerpo me pide: olvidar aquellos días terribles, borrar .los
sufrimientos que me hicieron desvariar y caer en el pozo de donde
ahora empiezo a salir. Pero Víctor no para de recordarme las
virtudes de esta lucha mía para recordarlo todo, de este descenso
progresivo a la oscuridad en qué caí. Por eso estoy aquí,
cumpliendo la condena un día más, aunque hoy incluso la mano se
negaba a se-*criure, quizás porque, después de todas las cosas
que he cono-*tat anteriormente, es ahora que me tengo que
enfrentar a los hechos que fueron la culminación de mis desgracias.
Ya no sé si el otro día hice alguna referencia a la *sen-*sació
opresiva que había ido invadiéndome a medida que avanzaba el
mes de abril. Porque no solo habían vuelto las pesadillas; también
había vuelto la sensación permanente de te-muere, de sentirme
vigilada durante las veinticuatro horas del día. Es verdad que esta
sensación se templaba cuando Carles estaba conmigo o cuando,
como volvía a pasar cada fin de semana, la casa se llenaba de
huéspedes y tenía más *ocasi-*ons de relacionarme con la gente.
Pero cuando me encontraba sola, quizás como consecuencia de la
*tranquillitat que se respiraba en la casa, mi jefe volvía a llenarse de
fan-
135
*tasmes, de terrores incorpores que me acompañaban siempre y
amenazaban de formar parte .de mí. Pasé todo el mes de abril con
la sensación terrible que pasaba algo dentro de mío. Aunque me
daba cuenta que todo aquello era solo el producto de una
sensibilidad mi-*laltissa; no tenía sentido aquel miedo absurdo de
ser atacada, aquel temor que alguien, o algo, me seguía y vigilaba
todos mis movimientos. Carles se desesperó, porque se veía
incapaz de detener mi retroceso. Yo entendía muy bien su
desesperación, porque aquel miedo amenazaba de romper nuestro
vínculo sentimental, una relación que se de-*teriorava ante nuestros
ojos. Y no era porque ente *ne-*gàrem a mantenerla, nuestro amor
no era tan débil; bien al contrario, nunca había necesitado la
presencia de Carles tanto como durante aquellos días, nunca le he
agradecido tanto su compañía y las palabras con que trataba de
hacerme entrar en razón. —Tienes que hacer un esfuerzo para
volver a la realidad, Laura —me dijo una tarde del final de abril—. El
mal el tenso dentro de tuyo y solo tú lo puedes vencer. Aquellas
palabras fueron como una premonición, porque bien es verdad que,

85
con la llegada de mayo, empecé a *recu-*perar-me. Parecía que
incluso la natura se había decidido a ayudarme: tuvimos unos días
primaverales; incluso hacía demasiado calor. La casa se llenó de
gente que aprovechó el puente del Uno de Mayo para reencontrarse
con la belleza de un paisaje que recuperaba los colores luminosos y
alegres, después de le lo-*vern. Volvimos a llenar la piscina y, si no
hubiera sido por los árboles, donde crecían unas hojas tan claras
que el verde parecía amarillo, se habría podido pensar que ya había
llegado el verano.
136
Pero aquella *milloria tenía los días contados, aunque yo no lo
sabía. El día cuatro, de mayo, después de que se fueron los
últimos huéspedes, la casa volvió a quedarse tan solitaria como
durante el invierno. Y no me apetecía nada quedarme valla-*da,
porque la mañana era espléndida y el sol calentaba con ganas. El
cuerpo me pedía que hiciera ejercicio físico, de forma que decidí
irme a pasear suela. Posé en una palabra-*xilla unos cuántos
bocadillos, fruta y una botella de agua; también cogí el libro que
había visto al coche del editor de Vigo que le había pedido que me
dejara, antes de irse. Era Afirma Pereira, de Antonio *Tabucchi, en
la edición portuguesa de *Presença. Me apetecía ir al río, pasear
por la ribera, leer *gitada sobre la hierba... Estaba segura que me
esperaban unas lo-nada deliciosas, en paz conmigo misma. Es
curioso; ahora mismo, mientras escribo, noto como vienen a mi
memoria, con una nitidez absoluta, todas las imágenes de aquel
día. Me veo andando entre los árboles o atravesando prados llenos
de margaritas; vuelvo a sentir el calor del sol y la luz intensa que
acentuaba todos los colores; puedo revivir mi paseo por el borde del
río, buscando una sombra que me protegiera de un sol que ya
empezaba a *cre-mar. Me veo sentada en una curva donde el río se
calmaba, a la sombra de los almendros. Me veo leyendo el libro,
inmersa en aquel relato que, a medida que avanzaban las páginas,
me emocionaba más. Era un libro triste pero optimista, pleno de fe
en las personas; un libro de los que despiertan las ganas de vivir.
Incluso me sentí con fuerzas, otra vez, para retomar mi trabajo,
después de aquellas últimas semanas durante las cuales mis
*neures me ha-*vien impedido continuar.
137

86
Después de comer, me debí de quedar dormida una se-tonelada,
porque recuerdo que el *sòroll del truenos me va *desper-*tar de
repente, a pesar de que la distancia los apagaba. Al mirar el cielo,
comprendí que el calor de los días pasados y el sol poderoso de la
mañana habían dejado a una tormenta que hacía muy mala cara.
Toda la parte de la montaña de San Simón se había cubierto de
nubes de un color gris casi negro, que se acercaban formando
castillos enormes que se en-*golien vorazmente trozos de cielo
azul. Pensé que la tormenta todavía estaba lejos, que tenía tiempo
de sobra para volver antes de que descargara sobre mí; quise
acabar los dos últimos capítulos del lino-*bre, porque quería saber
como acababan las aventuras del se-*nyor Pereira. Cuando, por fin,
acabé las últimas páginas, con los ojos húmedos de emoción, lo
recogí todo para volver. Comprobé, entonces, que me había
equivocado, porque las nubes avanzaban a una velocidad muy
superior a la que yo había previsto. Por encima de mi jefe, el cielo
ya se había cubierto del todo y todo se había oscurecido cómo si la
noche hubiera llegado de repente. El calor era asfixiante y la
humedad, que debía de ser al-*tíssima, me apegaba la ropa al
cuerpo. El aire se había cargado de electricidad y la tierra reseca
hacía el olor característico que precede las grandes tormentas.
Empezaron a madriguera-re las primeras gotas por la parte de las
montañas y lo van y•*uminar todo con una luz espectral. Los ruidos
de los truenos se escuchaban cada vez más cerca, o esto me
parecía. Pensé a quedarme, a esperar •que pasara la tormenta,
refugiada bajo los árboles. Pero esta-va demasiado Lejos de casa y
decidí que era mejor ir-
138
me ya, porque no sabía cuánto de tiempo podía durar la tormenta.
Me posé a andar, atravesando los prados para *acurtar el camino,
mientras sentía como la furia del cielo crecía sobre mi jefe. Cada
vez que un relámpago *il•*uminava el paisaje, haciendo estremecer
el aire, yo contaba de jefa, como había aprendido a hacer de niña,
esperando el estallido del trueno con la esperanza que el centro de
la tormenta se mantuviera todavía a una cierta distancia. Pero cada
vez tenía que *aca-bar mi cuenta en un número más bajo; cada vez,
los rayos me caían más cerca y resonaban con más intensidad en
mis orejas. Después de cruzar los prados que suben del río, llegué
por fin al Camino de la Revuelta, una senda que atraviesa un pinar

87
situado en un terreno un poquito elevado. Es un senda muy honda,
por la cual subían antiguamente los carros cargados con hierba de
los prados próximos al río. Pero los carros ya hacía muchos años
que no pasaban por aquel lugar y las malas hierbas que crecían a
las dos bordes habían *for-mate un tejido vegetal muy espeso que
cubría prácticamente el camino, como un techo. Las otras veces
que había bayo-chat al río por aquella senda, me había parecido
acogedora y llena de encanto, como si fuera de postal; pero ahora,
así que me adentré, me hizo la impresión que entraba en un túnel,
porque la oscuridad que reinaba era completa. Los truenos seguían
resonando por encima mío y, a menudo, los relámpagos
y•*uminaven con una luz fría y molesta aquel sombrío camino
donde me había clavado. Cuando debía de haber avanzado unos
cincuenta metros, noté una repentina opresión al pecho. No era solo
por el se-
139
*forç de la caminata, sino, sobre todo, por la impresión que me
hacía aquel lugar, donde me .sentía cómo si fuera víctima de una
amenaza invisible que flotaba en el aire. La urgencia de salir de
aquel lugar se impuso a cualquier otra necesidad, tan grande era el
miedo que me dominaba. Empecé a *cami-*nar más deprisa,
porque cada segundo tenía más miedo. Cuando ya estaba a punto
de haber recorrido todo el camino, cuando ya veía ante mí el
espacio abierto que había más allá, giré el jefe para mirar atrás.
Quería ver qué efecto hacía *aque-*lla senda rodeada de las
sombras, *il•*uminada solo con la luz *pà1•*lida de aquella tarde tan
poco habitual. Ahora sé que no lo tendría que haber hecho; pero en
aquellos momentos, la tentación fue más poderosa que la dirige
voluntad. Hice las últimas pasas con una energía renovada y salí
por fin del camino hondo al campo abierto. Había *arri-bate al prado
de *Rabinos, desde donde ya se veía la carretera y, un poquito más
lejos, la Casa Grande. Eché a correr, ansiosa de encontrarme,
cuanto antes mejor, entre las paredes acogedoras de la sala. Ya sé
que no lo tendría que haber hecho; cuando hay una tormenta, una
de las cosas que no se tienen que hacer nunca es correr a campo
abierto. Pero no lo pude evitar; el miedo que me *atenallava el coro
en aquellos momentos era muy grande. Y entonces, mientras corría
desesperada hacia casa, pasó todo. Solo yo sé el esfuerzo inmenso
que tengo que hacer en este momento, la resistencia que tengo que

88
vencer para escribir cada palabra. Comprendo que tengo que contar
las cosas como las recuerdo, aunque ahora sé que era la locura la
que me las hacía ver de una manera deformada. Supongo que todo
va pasar de otra forma, que mi tensión me hizo
Una
140
mala.pase, que me obligó a ver como si fueron reales cosas que
solo pasaban a mi cerebro. Pero, aunque sea tan doloroso para mí,
tengo que seguir los consejos del *doc-*tor y contarlo como lo viví;
no puedo dejarlo ahora, cuando falta tan poco para completar mi
relato. Recuerdo que caí al suelo en el momento en que más corría;
debía de haber una piedra o un *gassó de tierra que me hizo caer
tan larga como soy encima la hierba. Traté de levantarme
enseguida para continuar huyendo, pero no fui capaz; todavía no sé
por qué, me giré y senté encima la hierba, mirando en la *direc-*ció
de donde venía. La visión solo duró unos según, pero para mí fue
cómo si durara eternamente. Allá, justo a *qua-*tre pasas de donde
yo era, había una presencia horrible que, todavía hoy, me resulta
difícil describir con las palabras adecuadas. Era un volumen de
negrura informe, una cosa *in-sólita y terrible, como si la oscuridad
que me había perseguido se hubiera concentrado en una masa
pastosa, dotada de vida propia. Aquello, o aquel ser, se
aproximaba. No tenía una *for-mi definida, pero empezó a
transformarse a mis ojos, como si una mano invisible esculpiera
aquella masa hiela-*tinosa. aparecieron unas extremidades, como
unas piernas y unos brazos grotescos y deformas, que acababan en
unas patas poderosas, de un negro metano•*ic, muy parecidos a
cuchillos afilados. Después, se formó una *protuberàn-*cia a la
parte superior, pareciendo a un jefe, en el cual distinguí dos puntos
de luz que destacaban en la oscuridad, como dos ojos que brillaban
con una intensa y terrible luz verdosa.
141
Desde tierra, mientras veía como aquella monstruosidad se
aproximaba, sentí que me rodeaba una corriente de ay-re que me
paralizó. Era un aire frío y maloliente, como si *aque-*lla bestia
exhalara un aliento nauseabundo, un aliento capaz de cono-helar
cualquier vestigio de vida. Mientras notaba como aquel aire
putrefacto penetraba mi cuerpo y llegaba a las *cir-*cumvolucions
89
más escondidas de mi cerebro, vi, horrorizada, que en aquella
negrura iba formándose una boca, un poquito más abajo de los
ojos, una boca roja que babeaba y atraía mi mirada como un imán.
Y entonces, de repente, cayó el rayo. Fue *terri-*ble, no sé como
mis ojos lo pudieron resistir. Supongo que así debe de ser una
explosión nuclear, supongo que una *des-carga eléctrica de aquella
magnitud genera una *llumino-*sitat que los seres humanos no
podemos soportar. Yo solo sé que mis ojos vieron como el rayo caía
a dos pasas de donde yo había caído, justo sobre aquel ser de
negra demasiada viscosa, y que produjo una luz y un ruido que,
todavía hoy, no puedo recordar sin notar como el *espant y la
desesperación se apoderan de mí una vez más. Todos los médicos
opinan que, en el momento en qué cayó el rayo, perdí los sentidos,
porque no hay es-ser humano capaz de resistir la luz y el ruido que
produce una descarga parecida. Debe de ser esto, debe de ser todo
obra de mi imaginación; pero no puedo sacarme del jefe que los
mismos médicos son los que no encuentran ninguna explicación
para el hecho que el rayo, en cuenta de caer encima mío, puesto
que, probablemente, yo lo había atraído con mi carrera *des-
esperada, cayera al suelo, justo a mi lado. De forma que, si no son
capaces de explicar esto, supongo que encara
142
los debe de resultar más difícil explicar qué vi antes de perder los
sentidos, durante aquella fracción infinitesimal de segundo en que el
rayo cayó sobre aquella horrible cortijo-su negra. Fue como el
encuentro de dos fuerzas contrarias, como una de aquellas
explosiones que dicen que se producen en el espacio *intereste•*ar
cuando la materia y la antimateria en-tren en contacto y se
destruyen en una desintegración nuclear salvaje. El rayo, como una
espada de luz, atravesó de cabo a rabo aquella oscura
monstruosidad y la hizo desaparecer, deshaciéndola en mil
*miquetes, al mismo tiempo que le arrancaba un grito imposible de
describir, un aullido estropeado de animal herido, si fuera posible la
existencia de un animal capaz de articular sonidos tan terribles y
demoníacos como aquellos. No sé si así acabó todo; no sé si pasó
algo más. Necesito creer que aquel ruido y aquella imagen fueron
solo un producto de mi cerebro, unas imágenes producidas por la
combinación fatal del miedo tan grande que yo sentía y de la
explosión de luz y ruido a qué fui bache-mesa. Necesito creerlo,

90
aunque, ahora que lo vuelvo a vivir, mi mente lo ve todo con la
nitidez que solo tienen las cosas reales. Aunque me esfuerzo, no
puedo evitar la idea que también hay otras explicaciones, *alternati-
ve a las aportadas por los médicos. Son increíbles, lo sé, pero se
niegan a abandonar mi cerebro y, quizás, me tendré que
acostumbrar, aunque sea muy duro, a convivir con ellas el resto de
mi vida.
***
143
Aunque quisiera, ya no podría escribir ni una *lí-anida más. El
siguiente recuerdo, vago y neblinoso, solo se asocia en la
habitación del hospital *ón me desperté. Sé que alguien me recogió,
supongo que desde la casa vieron el Rayo que me caía encima
cuando corría, imagino que me auxiliaron enseguida y que me
llevaron al hospital. Es lógico pensar que las cosas pasaron así,
pero no deja de ser una suposición, porque hay un vacío a mi
cerebro, como si alguien hubiera borrado de mi memoria algunas
páginas de mi vida. Algún día, cuando me recupero del todo, tendré
que llenar estas páginas, tendré que encontrar la respuesta en
tantas *pre-*guntes que ahora, con la memoria recobrada,
empiezan a aflorar. Cuando empecé a desvariar? Fue el Rayo el
único responsable de mi alteración mental o solo aceleró un
proceso que ya había empezado? Quién me va miedo-*tar a esta
clínica? Quién paga mi tratamiento aquí? Por qué no sé nada de
Carles? Por qué desapareció de mi vida y no he vuelto a saber
nada nunca? Pero todas estas preguntas no tienen nada que ver
con mi trato con Víctor, tendré que ser yo quien encuentro la nada-
posta al salir de aquí. El doctor me pidió que contara todo aquello
que recordara hasta el momento del accidente y hoy he *aca-bate
mi trabajo. Siente una inmensa sensación de libertad al ver que he
cumplido mi compromiso. Acabo mi viaje río arriba; mi meta era el
mismo momento en que el rayo cayó a mi lado, he conseguido
llegar a la explosión que provocó también el estallido de mi cerebro.
Ahora sé donde tiene el nido el coro de mis tinieblas y sé también
que solo encontraré el descanso, y quizás la recupera-
144
*ció definitiva, cuando el paso del tiempo las disuelva como el solo
*desfa. cada mañana la niebla que se queda enganchada a las
91
ramas del árboles que hay a borde ríe. Solo puedo cono-fiar que
este viaje por mi interior haya servido de algo, como asegura Víctor,
y que me permita recuperar la luz y la serenidad que perdí un día.
Entonces será el momento de ver hecho realidad mi deseo más
grande, aquello que deseo, ahora, por encima de todo: hacer otra
vez una vida tan normal y rutinaria como la de las personas *anò-
*nimes que compartían conmigo las calles de Madrid.
145
15
Con aquellas palabras acababa la narración que Laura *Novo había
ido escribiendo a lo largo de dos semanas. Encara ahora, a pesar
de los tres años que han transcurrido, recuerdo como si fuera hoy la
sensación de desconcierto que voy *experi-*mentar al leer la
primera de aquellas páginas. Cómo habíamos acordado, ella me
daba los textos manuscritos cuando lo cono-*siderava conveniente.
Yo los pasaba a limpio y después, además del original, le volvía una
copia impresa y yo me quedaba otra. Y hago referencia a mi
desconcierto porque, a me-flota que Laura iba dándome sus
papeles, yo notaba que sus escritos se apartaban muchísimo de los
que yo podía esperar de una persona afectada por una dolencia
como la suya. Yo esperaba leer un relato a•*legbric a su dolencia,
un conjunto de situaciones, mediante las cuales, Laura intentara
objetivar sus fantasmas interiores. Pero ella contaba unas cosas
muy diferentes; todo presentaba una *rigo-rosa coherencia y ofrecía
una sensación sorprendente de *ver-parecido; se trataba de un
texto en el cual todas las piezas encajaban y hacían creíbles unos
hechos que, creía yo, solo *po-*dien existir en su imaginación.
Aunque, entonces, yo no sabía las cosas que sé ahora, ni podía
imaginar la *terri-*ble verdad que escondía aquella confesión. En un
primer momento, atribuí aquella versamos-*blança a la habilidad de
Laura para construir narraciones.
146
Aunque yo no escribo, he leído muchas noveles y sé muy bien
como se puede manipular la credibilidad del lector cuando se
domina el oficio. Al fin y al cabo, a pesar de haber publicado no-más
un libro, Laura era una escritora y tenía que saber *uti-*litzar
hábilmente las estrategias narrativas; para ella, no de-vía ser difícil
combinar realidad y ficción de forma que todo pareciera creíble. Yo
92
había ido leyendo fragmentariamente aquellas no-tieso, a medida
que ella me las daba, sin hacer jefa *comen-*tari, a pesar de que las
leía con un fuerte sentimiento de *incre-*dulitat. Posteriormente, al
leerlas todas juntas, mi sensación de desconcierto se acentuó.
Empecé a desconfiar abiertamente de las confesiones de Laura;
estaba seguro que muchas de las•cosas que había escrito eran
*invenci-*ons (conscientes o no, esto ya no me atrevía a
asegurarlo), hábilmente mezcladas con hechos reales para que
todo *encai-*xara y el conjunto ofreciera un aspecto creíble.
Después de haber comentado mis impresiones con el doctor
Montenegro, juzgué imprescindible *dis-*criminar qué había de real
y que de imaginario en el relato de Laura. De forma que, después
de leerlo una tercera vuelta, decidí hacer un viaje en Lugo para
confirmar si existía la pareja de técnicos del museo y, si era así,
compro-*var si tenían una hija llamada *Iria y si realmente había
sufrido la terrible experiencia que Laura relataba. Me *mo-*lestava
dejarla suela a la clínica, era evidente que mi presencia constante a
su lado resultaba decisiva para su proceso de recuperación; pero mi
ausencia solo seria de un día y Laura parecía bastante recuperada
para poder pasar unas horas sola.
147
Abandoné el sanatorio de buen: mañana. Tres horas más tarde,
después de un viaje agotador, llegué por fin a Lugo. Hacía tiempo
que no visitaba la ciudad, pero recordaba perfecta-mente la plaza
de la parte vieja donde -había el Museo Provincial. Después de
hacer unas cuántas vueltas, encontré, por fin, un lugar para aparcar
en uno de las calles que daban en la plaza. Ya dentro de las
dependencias del museo, hablé con uno *conser-ge y me presenté
como un viejo amigo de *Xaro y Sebastià, que estaba de paso por
Lugo y los quería saludar. El conserje me indicó un despacho del
primer piso, confirmándome, así, *in-directamente, la existencia de
las dos personas que buscaba. Los encontré dentro de su
despacho, trabajando cada cual ante su ordenador; me parecieron
grandes, mucho más grandes que no imaginaba. Debían de haber
llegado ya a una edad en que resulta imposible disimular el paso del
tiempo. Después de identificarme y de explicarlos mi condición de
médico responsable de la salud mental de Laura, los manifesté mi
deseo de mantener una conversación con ellos. La mujer se negó
en redondo; visiblemente molesta, me dijo que no quería tener

93
ninguna relación con nada que le recordara la Casa Grande.
Afortunadamente, el hombre va *acce-decir a tomar un café en un
bar próximo, aunque, antes, me advirtió que tenía mucho trabajo y,
por lo tanto, disponía de poco de tiempo. Comprendí enseguida que
solo me atendía por educación y que quería perderme de vista
cuanto antes mejor. Durante nuestra conversación, voy saco-*tar de
ser directo y le pregunté francamente por las *co-sus que me
interesaba saber. Hablamos de Laura, de los días pasados a la
Casa Grande, del ataque que sufrió *Iria. Sobre el agresor, también
daba
148
por buena la versión que acusaba el preso que había- salido con
permiso de la prisión de *Bonxe; la policía había presentado pro-ve
suficientes de su culpabilidad. La conversación no dio para muy
más, aquel hombre solo hacía que mirar el reloj de cuando en
cuando. Pero, por las cosas que me dijo, y *dei-*xant de banda las
valoraciones subjetivas, pude como-probar que la versión que Laura
*havía dado de los hechos, era la correcta. —Disculpo la actitud de
mi mujer, nos tiene que comprender —me dijo Sebastià, cuando ya
me iba—. Lo pasamos muy mal durante aquellos meses, desde
que pasó aquello de *Iria ni siquiera hemos vuelto a *Lanzós. Solo
queremos olvidar aquella etapa de nuestra vida. - Después, anduve,
solo, buscando el lugar donde había dejado el coche. Todavía no
era la una y ya había resuelto todos los asuntos, en mucho menos
tiempos que no había *calcu-lato. Fue entonces que se me acudió
la idea de ir a *Lanzós. Consulté el mapa y comprobé que no era
muy lejos, podía llegar en menos de una hora. Te-anida tiempo de
sobra para visitar la Casa Grande y, si se *pre-*sentava la ocasión,
hablar con aquel Carles *Valdscel que tenía un papel tan destacado
en el relato de Laura. Quizás él me podía contar algunas cosas que
me ayudaron a matizar la narración de mi paciente. Llegué a
*Vilalba al jefe de media hora larga. Me costó casi el mismo tiempo
encontrar la carretera de *Lanzós, puesto que no había ninguna
señal que me sirviera de referencia. Cuando, por fin, encontré el
cruce donde nacía la carretera, vi un cartel que había en una de las
casas próximas: «*Meson *da *Ponte. Restaurante». Por las ex-
149

94
*plicacions de Laura, aquel tenía que ser el lugar donde había
comido el agresor de *Iria. *Anveh a tocar las dos y ya *cornen-
*çava a tener hambre, de forma que decidí comer en aquel lugar.
Quizás incluso podría conocer algún detalle nuevo sobre las cosas
que pasaron aquel día. Salvo la comida (olla y carne a la brasa,
como en la *im-*mensa mayoría de casas de comidas del país.
debía de haber una conspiración para posarse todas de acuerdo?),
no saqué nada más de provecho. El propietario del bar me tomó
por un periodista y yo dejé que continuara el equívoco, viste el
entusiasmo con que contestaba mis preguntas. Recordaba bien el
caso de la niña y todo el alboroto que se derivó; incluso me contó
de pe a pa la vida de la agrias-sor y de su familia, pero no me dijo
nada que aportara una nueva luz sobre los temas que me
interesaban. Tardé poco de tiempo a llegar a *Lanzós, el *aldea solo
estaba a unos pocos kilómetros de *Vilalba. Esperaba encontrar
indicaciones que me dirigieron a la Casa Grande, como Laura
explicaba en su narración; pero no encontré jefa. Tuve que
preguntar unas cuántas vueltas, hasta que una mujer que trabajaba
en una era próxima me posó al corriente de las novedades. —La
Casa Grande es aquella de allá delante, pero ya no está abierta.
Hace un año que cerraron y, ahora, ya no vive nadie. Como que la
mujer parecía tener ganas de habla, procuré sacarle toda la
información posible. Exploté el equívoco que había hecho hablar el
hombre del bar y me voy *pre-*sentar como un periodista que
trabajaba en un reportaje. La mujer me contó que el amo (el señor
Carles, le decía) ha-
150
vía vaciado la casa hacía cosa de un año y se había ido, según
todos los indicios, por siempre jamás. Y que *Monxo y Maria, que
*tre-bailaban, también se habían ido. —Ahora viven a Lugo y creo
que las cosas los van muy bien. El señor Carles los encontró trabajo
y los compró un piso. Los arregló la vida! —continuó la señora—. La
gente comenta que también los hizo una escritura de mujer-*ció de
la Casa Grande, que será para la hija, cuando llego a la mayoría de
edad. Está claro que todo esto solo son rumores que corren, ya
sabe usted como es la gente; yo no le puedo decir qué hay de
verdad en todo esto. Desconcertado por aquellas revelaciones, dije
adiós a la mujer y me dirigí a la Casa Grande, aunque era conos-
*cient que se trataba de un movimiento inútil. Enseguida comprobé

95
que la casa tenía todo el aspecto de haber sido tan-cada hacía
meses. Las puertas y las *contrafinestres estaban cerradas, un
hecho que potenciaba la imagen de soledad que ofrecía el edificio.
Las hierbas habían invadido el jardín, que posaba claramente de
manifiesto el tiempo que hacía que nadie se hacía cargo. Hice una
vuelta -por los alrededores del edificio, que me confirmó el estado
desolador de todas las dependencias. Parecía imposible que
aquella casa sería la misma que Laura describía con tanto de afecto
en sus confesiones.
***
Todavía hoy no sé qué impulso irracional me hizo subir al coche y,
en cuenta de volver a *Vilalba, continuar mi viaje en dirección a San
Simón. Quizás fue la cu-*riositat que me caracteriza, quizás fue la
mía *insatis-
151
• facción por .aquella visita y el deseo de :no volver con las manos
vacías; aunque; probablemente, *tót fue • más sencillo y el indicador
que encontré a la carretera, cuando ya me volvía, despertó dentro
de mío el deseo de compro-*var la veracidad de los aspectos de la
historia de Laura que parecían más increíbles. No encuentro jefa
otra explicación en aquella decisión absurda que, por desgracia, va
*desencade-*nar todos los hechos posteriores. No tardé a llegar al
lugar donde se levantaba la iglesia parroquial, un núcleo formado
por unas pocas casas edifica-*des alrededor de una plazoleta. A la
planta baja de una de las casas había una tasca, donde entré a
tomar un café a preguntar algunas cosas. No había cabe otro
cliente, de forma que me resultó fácil iniciar una conversación con la
mujer que atendía el negocio. Cuando le pregunté por la cueva de
*Fornos, me miró, extrañada; a buen seguro que se preguntó qué
debía de buscar yo, en un lugar como aquel; pero me proporcionó
las indicaciones necesarias para encontrarla. La confirmación que la
cueva existía realmente va *des-*pertar mi deseo de visitarla. No
me resultó *facil encontrarla; tuve que dejar el coche en un lugar
donde la puesto que-rindiera se convertía en un camino pedregoso
y anduve *des-*prés un buen rato, montaña arriba, abriéndome
entre los matorrales que obstruían la mayor parte del camino.
Llevaba la linterna que llevo siempre al coche y que me *resul-*taria
imprescindible si quería entrar a la cueva. Después de ir y volver

96
por sendas casi borradas, y cuando ya me pensaba que mi esfuerzo
había estado inútil, logré por fin mi objetivo.
152
La.. cueva estaba prácticamente cubierta por las malas hierbas que
crecían a su alrededor y por eso no habría estado fácil encontrarla
por casualidad. Derecho ante la cueva, comprobé, con sorpresa,
que, aunque hubiera querido, no habría podido repetir los
movimientos de Laura. Alguien había tapado la entrada con una
tapia construida con piedras que la cubría totalmente. Las malas
hierbas habían hecho el resto y, entre unas cosas y otras, la
entrada de la cueva me habría pasado inadvertida, si no hubiera
conocido previamente la existencia. Pensé que, probablemente, la
habían cegado los vecinos de la parroquia, para evitar que alguien
cayera al pozo interior que yo *coneixa por los relatos de Laura.
Habría estado lógico hacer media vuelta, abandonar *aque-*lla
expedición sin sentido en que me había embarcado. Pero bien es
verdad que aquella muralla de piedras solo aumenta-va mi deseo
de saber que había dentro. Aparté las ramas y las malas hierbas
que me impedían el acceso y empecé a quitar las piedras de uno
de los lados de la entrada, hasta dejar libre un agujero por el cual
podía penetrar con una relativa comodidad. Del *in-*terior de la
cueva, salió una corriente de aire frío que me llevó a la nariz un mal
olor extraño y difícilmente soportable; pero, aunque tenía presente
las palabras del relato de *Lau-*ra, en ningún momento me dejé
llevar por las mías *im-presiones subjetivas. Aquel fenómeno tenía
que tener una explicación más sencilla y totalmente racional: la
corriente de aire frío debía de ser provocado por una comunicación
*subter-*rània con alguna otra salida; y aquel olor *nauseabun-*da
se debía, seguramente, al cadáver en descomposición de a el-*gun
animal que se había quedado atrapado en el interior.
153
Con la linterna en la mano, entré a la cueva. Era la primera vuelta
que entraba *diris de una gruta y *ém va *impres-*sionar
encontrarme en aquel espacio frío y silencioso; incluso tuve que
superar- los temores que, contra mi *vo-*luntat, trataban de
insta•*lar-se dentro mío. La escasa luz del exterior que penetraba
por el agujero, me acompañó durante los primeros metros, pero
desapareció enseguida, *engo-*lida por una oscuridad intensa que

97
apenas podía penetrar el haz de luz de la linterna. Pisar el suelo de
la cueva me dejó desconcertado, porque tenía la sensación que mis
pies se hundían, como si anduviera por la arena de una playa. Al
enfocarlo con la linterna, vi que estaba formado por un tipo de
ceniza negra que me llevó a la *membria el suelo volcánico de
Lanzarote que tanto me había llamado la atención en mis viajes en
las Canarias. Enseguida pude comprobar que la descripción de
Laura no mentía. A los pocos metros de la entrada, el suelo de la
cueva descendía suavemente y, después, había el pozo. Aunque ya
iba preparado, la sensación de peligro me provocó un escalofrío.
Avancé con cuidado, me apoyé en una de las rocas que emergían
del suelo y me aproximé al lado del abismo tanto como pude. Dirigí
la luz de la linterna a la oscuridad del abismo, pero solo *illuminava
un fragmento de la pared más próxima; después, se diluía en la
negrura absoluta del pozo, del cual me resultaba *impossi-*ble
calcular la profundidad. Mientras observaba la oscuridad, quieto al
lado del *abis-me, sentí un ruido que mis pasos me habían
impedido escuchar anteriormente. A mis orejas llega-va ahora un
tipo de respiración agitada; parecía proceder
154
de allí abajo y sonaba como si viniera de muy lejos, aunque yo lo
escuchaba nítidamente, como si las paredes del pozo *ac-*tuaren
como un canal amplificador. Mi cerebro va trueno-bar, enseguida,
una explicación del fenómeno: seguramente, la cueva era un refugio
de jabalíes; probablemente había otras entradas a la cueva; quizás
una familia de *sen-*glars tenía la madriguera y aquel sonido era el
ruido que hacían *men-*tre descansaban. Algo me decía que
aquella explicación era muy poco consistente, pero tampoco quería
pensar en jefa otra posibilidad. Contra mi voluntad, noté que, dentro
de mío, iban tomando forma todos los terrores que Laura *insi-
anudaba en su relato. Sentí miedo, un miedo que se habría
convertido en un terror absoluto si, en aquel momento, hubiera
sabido las cosas que sé ahora. Pero, entonces, solo era el miedo
que solemos posar de manifiesto ante aquello *des-conocido, un
miedo que me empujaba a abandonar en aquel momento mi
investigación y a salir inmediatamente de aquel lugar. Al levantarme
para buscar la salida, pasó una cosa que, en aquel momento, solo
consideré un ligero contratiempo. El colgante en forma de trípode
céltico, *aque-*lla *figureta de plata que yo llevaba colgada al cuello

98
desde que me la había regalado Laura, se enganchó en un
fragmento de roca, sin que yo lo notara. La fuerza que hice por
*aixe-puesto que-me rompió la cadeneta y el colgante cayó al vacío
sin que yo pudiera evitarlo. Bien es verdad que me disgustó
perderlo; le tenía afecto y sabía que Laura estaba contenta porque
lo llevaba siempre posado, para ella era como un símbolo de los
lazos de amistad que nos unían. Pero *tam-
155
poco le di• más importancia y pensé que todo podía arreglarse
yendo a A Guarda un día y .comprando uno de semblante, al museo
de Santa Tecla. Fue un descanso salir de la cueva y volver a notar
la luz del sol. Volví al coche tan .deprisa como pude y tomé el
camino hacia *Vilalba, contento de *allu-*nyar-me de un Lugar que
había despertado dentro de mío un temor irracional. No paré en el
pueblo, sino que lo voy trabas-*sar y seguí por la carretera de
Santiago, dispuesto a hacer todo el camino de vuelta de un tirón.
Eran casi las once de la noche cuando, cansado y hambriento, vi
las luces de la clínica. A pesar del poco de tiempo que vivía, voy
*experi-*mentar la misma alegría que sentía de niño cuando, *des-
*prés de pasar un trimestre inacabable al internado, veía por fin los
primeros paisajes familiares. Allá había el mío *tre-baile, mi casa, mi
vida. Y allá había Laura, se-*perant, posiblemente, mi vuelta. Si es
cierto que todos tenemos un punto de referencia, la clínica era,
entonces, el centro del mundo para *rni.
156
■■■
16
Los días inmediatamente posteriores a mi viaje, *Lau-*ra
experimentó una inesperada recaída. Entonces, pensé que solo se
trataba de una coincidencia la-*mentable, era casi imposible que su
estado se agravara por el hecho de haberme alejado un solo día.
Pero bien es verdad que todos los progresos que habíamos hecho,
paso a paso, a lo largo de los últimos meses, se hundieron en un
instante, como un castillo de arena hundido por la fuerza ciega de la
mar. Los primeros síntomas se manifestaron dos noches *des-*prés
de mi vuelta. Laura volvió a sufrir las pesadillas que ya creíamos
olvidados y esto le provocó una conmoción terrible. Según que me

99
contó el día siguiente, se había *des-*pertat a mediados de noche
con una sensación de terror tan intensa y angustiando que saltó de
la cama y salió de la suya habita-*ció, huyendo como una loca,
hasta que uno de los celadores la detuvo, al final del corredor, y
consiguió calmarla. El miedo nacía de la certeza que algo terrible la
*ame-*naçava en sueños y del hecho que, al despertarse, aquella
presencia horrible la *empaitava desde las sombras, más en-*llà de
las fronteras del sueño. Estas pesadillas se repitieron las noches
siguientes, con una frecuencia cada vez mayor. Me creí obligado a
trasladarla a una de las habitaciones nuevas, con una *in-*fermera a
su lado, que se encargaba de vigilar su sueño
157
de manera *perrnanent. Yo empecé a dormir a lo ha-*bitació del
lado; si es que se le puede decir dormir al continuo sobresalto en
que transcurrían las horas nocturnas. Soy tieso-*timoni de los
sufrimientos de Laura, hundida otra viene-*gada en el mundo de
sombras que tanto de esfuerzo le había costado abandonar. Pero
todavía era peor cuando su regresión va *comen-*çar a posarse de
manifiesto también durante el día. Cada vez le costaba más
mantener una conversación coherente; siempre se-*tava muy
alterada y tenía dificultados para concentrarse. Las obsesiones que
la dominaban por dentro eran cada día más *for-tés; además de la
quimera, ya conocida, que alguien la vigilaba, me llamaban la
atención sus continuas referencias al paso del tiempo, puesto que
frases como «Se acaban mis días» o «Ya no me queda mucho
tiempo» salían a menudo de su boca, como una queja constante.
Además, nos vimos obligados a establecer un control tan riguroso
como cuando yo llegué a la clínica, porque Laura intentó huir unas
cuántas veces. Era evidente que no la podíamos soltar en aquel
estado; porque no solo éramos responsables de su salud, sino
también de su seguridad. Volvimos a administrarle *tranquinitzants
en dosis elevadas, volvimos a extremar la vigilancia por la noche y
de día. Pero aquella Laura cada vuelta más apartada del mundo
real, estaba nuevamente lejos de la mujer esperanzada y decidida
que yo había conocido a lo largo de las semanas *an-*teriors. Bien
es verdad que me sentía desorientado, sin trueno-bar ninguna
explicación para aquella regresión repentina. Era la primera vuelta
que tenía un fracaso de aquella magnitud y me sentía más
impotente y desesperado que nunca.

100
158
Una tarde, mantuve una larga conversación con el doctor
Montenegro, que observaba, preocupado, la *recai-*guda de Laura
y mi desaliento progresivo. Me interesaba saber su opinión, puesto
que él tenía más experiencia que yo. —Las regresiones en
pacientes como Laura son *habitu-a los, amigo Víctor. Comprendo
su frustración, pero no quiere-*dria que se dejara vencer por el
desaliento. —La voz del doctor sonaba enérgica y persuasiva, en un
intento de *tor-*nar-me la confianza que empezaba a perder.—
Quizás tendrá que reiniciar el proceso desde el otro lado. La *terà-
*pia basada en la escritura solo produjo una mejora temporal, pero
no fue un fracaso: demostró que la *milloria es posible. Laura quiere
salir fuera de los muros *interi-oros que le impiden mejorar, *perb no
puede. Nosotros lo tenemos que ayudar, amigo mío. — estoy de
acuerdo, doctor Montenegro. Hay *algu-*na cosa que la bloquea,
una barrera que le impide *avan-*çar. *Perb es frustrante no saber
qué hacer. Creí que mi viaje en Lugo *illuminaria algunos puntos
oscuros, pero solo confirmé la base real que tienen los escritos de
Laura. Unos escritos que ya me sé casi de *membria, de tanto como
los he revisado, buscando una clave oculta que me cuento aquello
que ella no me ha contado. Aunque... Interrumpí mi frase y dudé
unos-se-*gons, pensando en la nueva posibilidad que se me
acababa de acudir. Hasta aquel momento, seguramente fascinado
por los progresos de Laura, ni yo mismo no había comprendido la
*im-*portància que podía tener aquello. —Aunque qué? —me animó
el doctor, *estra-*nyat por mi silencio.
159
—Aunque hay una cosa que no sabemos, nos falta la última pieza
del rompecabezas; quizás no tiene jefe *impor-*tància, pero también
es posible que sea la pieza que doy sentido a todo el conjunto.- —
Qué pieza quiere decir? —No ha visto que no sabemos nada de
Carles *Valdscel, salvo las cosas que nos ha contado Laura en los
suyos se-gritos? Es evidente que este hombre tiene que saber
muchas cosas que nosotros ignoremos; solo él puede llenar los
vacíos que Laura, quizás inconscientemente, ha dejado en la suya
narra-*ció. Pero no hay ningún rastro de Carles, es cómo si se lo
hubiera tragado la tierra. La Casa Grande está cerrada y *nin-*gú no
sabe donde para. —Si este es el único problema, la solución puede

101
ser mucho *facil —respondió el doctor Montenegro, *somri-*ent—.
Porque Carles *Valcrcel es quien paga el tratamiento de Laura. —
Ante mi sorpresa, añadió:— No se lo había dicho? Tenemos el
encargo de pasar todos los gastos a nombre suyo, a una cuenta
bancaria de una de las oficinas de Caja *Galicia a Santiago. —Una
cuenta bancaria a Santiago? Entonces, también tenemos su
dirección? —No, la dirección no, pero supongo que no debe de ser
difícil saber la dirección de una persona si sabemos su número de
cuenta. Por qué no lo intenta?
No me resultó nada complicado. Un amigo mío de la adolescencia,
con quien todavía mantenemos buenas relaciones,
160
trabajaba en unas oficinas de Caja *Galicia en la Coruña. Le truqué
para explicarle qué necesitaba y voy *insisitir que era muy
importante. Al principio se resistió, a•*egant el secreto bancario;
pero finalmente accedió, después de *pre-*gar-me una y mil vueltas
que no en *desvelara las fuentes. Fue una sorprendida saber que
Carles *Valcth-cielo se ha-vía ido de Galicia y ahora vivía en
Portugal, en la ciudad de Miedo-tono. Yo lo había imaginado en la
Coruña, no sé por qué. Este cambio de residencia debía de tener
alguna relación con Laura? Físicamente, no era muy lejos de ella,
Oporto solo estaba a una hora de la frontera. Pero, vista la
proximidad, por qué no la había visitado nunca, por qué no había
dado nunca señales de vida? Estas y otras preguntas parecidas
eran las que le quería hacer cuanto más. pronto mejor porque,
según la narración de Laura, el comportamiento de Carles no tenía
ningún sentido, salvo que entre ellos se hubiera producido una *rup-
*tura que yo desconocía. Muchos puntos oscuros y, quizás, alguno
de decisivo para la recuperación de mi paciente. Era *im-
prescindible hablar con él. El día siguiente, después de haber
trabajado a la clínica lleva-*rant toda la mañana, subí al coche y me
voy *dirigír a Miedo-tono, dispuesto a encontrar la respuesta a las
*ineues preguntas. Era la primera vuelta que hacía el viaje por la
autopista nueva, muy diferente del trayecto largo y aburrido que
recordaba. Una hora y media después, la ciudad apareció ante mí,
*co-*berta por una espesa capa de nubes negras, como si se
preparara una buena tormenta. Indiferente a todo aquello que no
sería mi objetivo, me dirigí a la zona próxima a la catedral, un lugar

102
donde sabía que no me resultaría difícil *apar-caro. Además, no era
muy lejos de mi objetivo, porque
161
• Carles vivía en la calle de Santa Caterina; un *norn que asocié
enseguida al del •*Màjestic, la *cafetéria moderna que tanto había
frecuentado mientras viví en la ciudad, hacía ya más de cuatro
años.-Eran las cinco de la tarde cuando toqué al timbre de la puerta.
Tuve suerte: Carles estaba en casa, aunque enseguida comprobé
que no tenía ganas de *par-*lar con desconocidos. Mantuvimos un
breve y tienes diálogo mediante el portero automático y solo
conseguí que me abriera cuando le dije que quería consultarle un
as-*sumpte muy importante, relacionado con Laura *Novo.
Entonces dijo, secamente: «Subo», y abrió la puerta. Al llegar al
piso, Carles me esperaba con la puerta abierta. Bien es verdad que
me había hecho una imagen *dife-levadura, construida a partir de
las referencias de Laura. Era un hombre bastante más alto que yo,
delgado y de complexión fuerte, con muchas arrugas a la cara y con
unos cabellos que *blan-*quejaven por todos los lados. Pero sus
ojos conservaban un lustre juvenil y tenía algo, como una aura, que
lo hacía muy atractivo. Me sorprendió notar un sentimiento de
antipatía, como si me sintiera celoso o algo por el estilo. Quizás,
pienso ahora, fui consciente que Carles *exis-tía y que Laura lo
estimaba, si es que lo estimaba todavía; también que podía ser el
único obstáculo que se interpusiera entre ella y yo. Y dique que me
sorprendí porque fue *alesho-nada que descubrí que mi interés por
Laura era mucho más que profesional, aunque yo había querido
ocultarlo hasta aquel momento, sobre todo a mí mismo. Después de
saludarnos fríamente, Carles me hizo pasar en una sala muy
grande, donde los libros y los cuadros *co-
162
*brien las paredes sin dejar ni un vacío. Sentamos en dos butacas,
junto a una terraza, grande y acogedora, llena de plantas, desde *Ia
cual se podía contemplar todo el barrio viejo y, al fondo, el río
Duero, como una frontera oscura que marcaba los límites de la
ciudad. Perdimos poco de tiempo en cortesías; los dos queríamos
tratar inmediatamente el asunto que nos importaba. Carles quería
saber como lo había encontrado y qué era el motivo de mi visita. Yo
le resumí brevemente las razones que me habían hecho considerar

103
imprescindible nuestra conversación y omití, deliberadamente, las
circunstancias que me permitieran conocer su dirección. Le hablé
del proceso de recuperación de Laura, del relato que ella misma
había se-grito sobre los hechos que la habían llevado a *Ia situación
actual, de mi frustración al visitar la Casa Grande, hacía pocos días.
Y también le dije que Laura hablaba mucho de él, tanto en nuestras
conversaciones como en el escrito que había redactado. —También
sé que, entre ustedes dos, hubo una re-*lació, aunque Laura nunca
me ha dado detalles, que ni necesito ni deseo conocer —acabé—.
Solo le pido una conversación que me ayude a descubrir todo
aquello que no me ha dicho Laura; es una información que puede
ser crucial para su recuperación. —Le puedo dedicar toda la tarde,
no tendremos pro-*blemes de tiempo. —Carles ya parecía haber
olvidado la contrariedad que representaba mi intromisión en su vida;
ahora parecía realmente interesado a ayudarme.—Trataré de
satisfacer su curiosidad, aunque supongo que debe de haber
cuestiones que no sabré o no podré nada-poner. Usted dirá...
163
Yo llevaba preparadas muchas preguntas; pensaba re-pasar con
pelos y señales todos los *diés que Laura había pasado en la Casa
Grande. Pero lo tenía que hacer con *pre-caución, sin ir directo al
grano, para vencer la previsible resistencia de Carles a responder
las preguntas más como-promesas. De forma que decidí que
empezaría por las evidencias. —E1 relato de Laura se acaba
cuando le cayó el rayo; a partir de este momento, como es lógico,
ya no recuerda nada más. Me gustaría saber qué pasó después del
accidente. Confieso que mi sorpresa fue creciente a me-flota que
escuchaba su respuesta. Cómo yo suponía, fue Carles quién llevó
Laura a Lugo y quien gestionó su traslado al Hospital General de
Santiago. Y también fue él quien, después de que se hubiera
recuperado físicamente y al ver el deterioro psíquico que posaba de
manifiesto, decidió internarla al mejor sanatorio que le
recomendaron los médicos, la clínica Ribera *Verda. Todos los
gastos que la estancia de Laura ocasionaba iban a su cuenta.
vuelta que la vio fue cuando entraba a la *ambulàn-*cia que lo tenía
que trasladar a nuestra clínica. Pero mi sorpresa todavía fue más
grande cuando me dijo que, después del accidente, había
convertido en ceniza todas las cosas de Laura. Todo, sin
excepciones: ropa, papeles, el ordenador, las fichas, los objetos

104
*perso-*nals... Cómo si quisiera borrar del todo la memoria de Laura
y de su existencia a la Casa Grande. Finalmente, decidió cerrar la
casa, después de haber solucionado el futuro de *Monxo y de su
familia. Y él había venido a vivir en Oporto, decidido a romper todos
los vínculos que el *uni-
164
en al pasado y a comenzar, una vez más, una nueva etapa de su
vida. —Como que no quería desvincularme de Galicia, Miedo-tono
era el destino idóneo para mí, por varias razones —me explicó—.
Porque esta ciudad me permite mantener *facilment el anonimato
que deseo; no sabe el placer que se puede experimentar cuando
solo eres un más entre la multe-*tud. Y después había que
considerar también la atracción del sur; cuando vayamos
envejeciendo, el sur, cualquier sur, acontece una obsesión y una
necesidad, usted ya sabe que hay mucha *lite-*ratura sobre este
tema, pienso en *Stevenson y en tantos otros. Al principio, pensé en
Lisboa, que me atraía más. Pero en mi elección fue determinante,
como usted debe de imaginar, el hecho de poder estar físicamente
cerca de Laura, aunque ella no llego a saberlo nunca. —Pero, por
qué lo quemó todo? Cómo pudo ser tan cruel? —exclamé, así que
salí de mi *des-concierto—. Es como destruir la memoria de Laura,
una *for-mi simbólica de hacerla morir. —No pretendo que usted lo
entienda, doctor. Hace solo unos meses, tampoco yo lo habría
entendido. Nadie sabe mejor que yo como me dolió quemarlo todo,
porque también *conver-tía en cenizas una parte de mi vida. Pero
hice aquello que tenía que hacer; después de haber escuchado las
sientan palabras, todavía estoy más convencido que hice aquello
que hacía falta. —Nunca lo entenderé, si no me lo explica —voy
nada-poner. —No tengo ningún inconveniente a explicárselo,
aunque ya le digo que no estoy loco ni tengo ninguna necesidad de
*po-*sar-me en manos de la ciencia psiquiátrica. —Calló un
165
momento, como si dudara, pero después me miró *fit a *fit y me
dijo:— Lo voy *cremàr todo para asegurarme que Laura ya no
correría más peligro a lo largo de su vida. -Qué peligro? =1y
pregunté, desconcertado. —E1 peligro que representa la Gran
Bestia. Lo quemé todo para evitar que la Gran Bestia encontrara
ningún rastro de Laura.

105
166
17
Me quedé tan parado al sentir aquella respuesta que, durante un
largo rato, no supe que dir. Como era posible? Según mis
informaciones, el hombre que tenía ante mí poseía una sólida
formación y un gran conocimiento del mundo. Cómo podía dejarse
influenciar también él por unas supersticiones propias de gente
ignorante? Dentro de mío nació la sospecha que me decía todo
aquello por *des-*pistar-me; porque, quizás, tenía algún secreto que
quería ocultarme. Procurando usar un tono que sonara sarcástico y
*ofen-*siu, le hice ver que nos encontrábamos a las puertas del se-
*gle *xxi y que su respuesta no tenía ningún sentido. No estaba
dispuesto a irme sin que me contara todas las cosas que sabía. —
No le pego más vueltas, doctor —me cortó Carles, con un tono
seco—. Usted ha leído el relato de Laura, me lo acaba de recordar
con pelos y señales; yo solo le digo que la narración es
absolutamente real. O tiene usted una explicación mejor para los
hechos? Quizás cree que todo son *ima-*ginacions? Cómo cree que
Laura entró en este *labe-*rint que usted trata de identificar con una
neurosis? *Na sé si fue esta la intención de Carles, pero sus
palabras me causaron una irritación repentina. Me sentí tratado
como un ignorante, como si yo sería una persona
167
tan simple como aquel *Monxo que lo servía fielmente, una persona
a quien se puede despachar con cualquier explicación. Pero no
ganaba nada demostrándole mi malestar, de mi-viera que hice un
esfuerzo para conservar la serenidad. —Tendría que leer las obras
de *Jung, que son muy aclaratorias; hace tiempo que la psiquiatría
ha encontrado lo explica-*ció de muchos fenómenos aparentemente
inexplicables —comenté, con calma—. No digo que Laura no haya
visto las cosas que declara haber visto, no es este el problema, más
encara: estoy seguro que vio todas las. cosas que cuenta en su
escrito. Pero nada de todo esto no existe fuera de ella, todo es una
creación de su cerebro. Los monstruos, amigo Carles, solo viven
dentro de nosotros. Él me dirigió una mirada escéptica y respondió:
—El psicoanálisis no es mi fuerte, doctor, aunque, hace años,
también me interesaron las ideas de *Freud y de sus discípulos.
Pero estoy dispuesto a aprender y tratar de comprender, si tiene

106
usted el ánimo suficiente para explicarme de una manera
convincente sus teorías. Carles calló, pero seguía mirándome *fit a
*fit, *espe-*rant. Para romper aquel silencio incómodo, me vi
obligado a intentar la explicación que me pedía: —Si he citado *Carl
Gustav *Jung ha estado porque él, mucho mejor que *Freud, fue
quién *desvelà las claves *essenci-a los para entender y curar las
neurosis. Cómo usted debe su-*ber, durante los primeros meses de
embarazo, el embrión humano va pasante, en fases sucesivas, por
toda la historia de la *evo-*lució. En algunos momentos, no se
diferencia del embrión de un invertebrado o del de un reptil;
seguramente debe de haber visto fotos que patentizan esta curiosa
evolución.
168
»Una cosa parecida pasa con nuestro cerebro, que también
conserva, en las capas más profundas, las marcas de miles de años
de evolución. E1 cerebro de un reptil o de un gusano viven en
nuestras profundidades interiores, aunque, después, sea la corteza
cerebral la que gobierna nuestros actos. Pero la corteza es solo una
parte minúscula del *cer-viejo, solo tiene unos mil-*límetres de
espesura; nunca tendríamos que olvidar esta realidad. »Somos tan
racionales, estamos tan orgullosos de las *nos-tres capacidades,
que olvidamos la actividad de las neuronas que configuran las
capas más profundas de nuestro cerebro, las que compartimos con
los animales que nos han precedido en la escala evolutiva.
Aceptamos con naturalidad la existencia de comportamientos que
los animales llevan escritos en sus neuronas, como una marca
indeleble (el impulso de los pájaros para construir nidos o el de las
hormigas para vivir en colonias organizadas, para posar dos
ejemplos típicos) paradójicamente, nos parece absurdo pensar que,
a nuestro cerebro, conservamos impulsos parecidos. Pero existen,
ya lo creo que existen. Estos restos evolutivos fueron definidas por
*Jung *corn a arquetipos, imágenes simbólicas que encontramos en
todas las civilizaciones y culturas. Son *repre-*sentacions
inherentes al género humano: no hay tribu, pueblo o raza donde no
encontramos rastros de su presencia. »Si Laura no ha mentido,
sabe perfectamente que quiero decir, porque los padres de *Iria,
sus clientes que trabajan al museo, han hablado más de una vez
en las conversaciones nocturnas a la Casa Grande. Nunca se ha
parado a pensar en la persistencia de mitos parecidos al que usted

107
identifica con la Gran Bestia? Cómo explica, si no, que haya una
imagen
169
tan pareciendo en lugares tan diferentes, en tantas culturas se-
paradas por el espacio y por el tiempo? Esto solo es *èxplicable si
aceptamos que son imágenes presentes desde siempre a nuestro
cerebro; monstruos interiores que, probablemente, habitan nuestro
cerebro primitivo. Imágenes que guardamos a nuestro *in-*terior y
que, quien sabe por qué motivos, afloran a veces y llegan a nuestra
corteza racional. Entonces aparecen las neurosis, como pasó a
Laura. En estos casos, entes *in-*teressa descubrir las causas que
las hicieron aflorar, *Jung ha escrito páginas brillantísimas referidas
al tema; solo así podremos hacer volver los monstruos a su lugar de
procedencia y recuperaremos la estabilidad psíquica. Carles me
había escuchado con interés, aunque a sus ojos había una mirada
escéptica que parecía cono-*tradir toda mi exposición. Al acabar,
después de uno si-*lenci tenso, dijo: —Y que pasaría si todas estas
teorías fueron un error? Qué pasaría si supimos que los terrores no
vienen de nuestro interior, sino que forman parte de una realidad
que compartimos, que tenemos ante nuestro, aunque nos
comportamos como si no existiera? Qué pasa si los mitos y las
creencias que usted ha citado no son una reminiscencia cerebral
arcaica, como querría *Jung, sino una expresión *poetitzada de
terrores innominados? —Cómo puede usted, una persona culta y
con estudios, decir una cosa así? —respondí, indignado—. Es *evi-
diente que Laura sufre una neurosis, un desequilibrio *emoci-*onal
que hay que solucionar encontrando las causas que lo provoca-
reno. Una solución que pasa para conocer qué quiso posar de
manifiesto con la imagen de la Gran Bestia, necesitamos saber qué
se esconde bajo este símbolo terrible.
170
-En esto del desequilibrio y de la necesidad de *solucio-*nar-*lo
estoy de acuerdo con usted; nada me haría más feliz que ver Laura
recuperada —comentó Carles, con un tono de voz muy tranquilo,
mientras se encendía un cigarrillo—. El *proble-mi es que usted
cree que la Gran Bestia tiene una dimensión *mí-*tica, que es solo
la imagen simbólica de algún problema. Si me hubiera contado esto
mismo hace solo unos meses, puede estar seguro que habría

108
aplaudido su explicación, tan convincente. Pero hoy no. Porque hoy
pienso que la Gran Bestia existe, que es un peligro real, y que
Laura vive amenazada por esta sombra terrible que ha despertado
de su letargo. Ante aquellas ideas absurdas, fui incapaz de callar,
simulando una *tranqui•*litat que no sentía en absoluto. Empecé a
hablar de una manera apasionada, exponiendo todas mis ideas,
posando ejemplos que me ayudaron a ex-*pressar-me más
claramente, como si estuviera dando clase, saco-tanto de
convencer un alumno que se negara a aceptar mis ideas. Después
de haberme escuchado durante muchos mí-*nuts, Carles hizo un
gesto con los brazos, para indicarme que ya había basta. —No se
esfuerce, doctor; no malgasto usted sus energías. Ni me
convencerá ni, según todos los indicios, creerá mis palabras. Me
parece más útil que *ajor-*nem esta discusión durante unos días; si,
después, tiene usted ganas de continuar, por mí no hay ningún
inconveniente. Bien pronto hará un año; queda poco de tiempo para
saber si la razón la tiene usted o la tengo yo. —Al ver que yo no
decía nada, continuó:— Si a Laura no le pasa nada a lo largo de los
*prò-*xims días, estoy dispuesto a revisar todas mis *convicci-*ons
actuales; pero si a Laura le pasara algo; si, final-
171
mente, la Gran Bestia la encontrara, y consiguiera destruirla, sería
la señal, doctor, que le *còrrespondria en usted revisar estas ideas
que tan muy organizadas tiene a su jefe. Qué quiere decir que
pronto hará un año, que significa que queda poco de tiempo? —
pregunté, desconcertado. Las *últi-mis palabras de Carles habían
hecho renacer en la mía *memò-ría las frases obsesivas que Laura
repetía desde hacía unos días. —Quiero decir que pronto hará un
año que empezó todo. No cuenta esto Laura en sus papeles? —Va
cuente-anudar, ante mi negativa.— Según el mito, cuando la Gran
Bestia despierta, pasa un año entre nosotros. Y, *des-*prés, vuelve
a dormir, a las profundidades de dónde ha salido, *espe-*rant que
otra fuerza poderosa lo ayudo a volver. Yo me había quedado
mudo, incapaz de decir nada, mientras mi cerebro trataba de saber
qué oscura realidad esconde-vende aquellas palabras. Cómo si no
hablara con nadie, Carles continuó: —Mi perro *Dèdal murió el 24
de noviembre, lo recuerdo muy bien. Aquella fue la primera
manifestación de la Bestia, que debía de haber salido de las
profundidades hacía poco. Pronto será el cumpleaños de su

109
presencia entre *nosal-tres, le quedan pocos días para
manifestarnos su mal. Aquellas palabras me provocaron una gran
conmoción. Noté como todas mis defensas *intel•*ectuals se *fo-
anidan como la cera ante un gran fuego. Era cómo si una sus-pita
terrible vagara por mi cerebro, buscando un camino que la llevara a
la superficie. Contra cualquier evidencia, contra todo aquello que yo
sabía y aceptaba, la idea que Laura corría peligro, un peligro real,
se impuso a todas las otras *conside-raciones. *Jung, *Freud, *von
Franz... De repente, toda mi
172
concepción del mundo se hundía con un gran estrépito; con un
ruido interior que me dejó al alma una profunda sensación de
intranquilo-*litat. Y si todo era verdad, como sospechaba Laura y
como, ahora, me confirmaba Carles? Y si también era cierto aquel
plazo anual? Quizás la Gran Bestia seguía en aquellos momentos el
rastro de Laura, mientras yo perdía el tiempo *asse-*gut en aquel
piso de Oporto. No había dicho nada, ni a Carles ni a nadie, de mi
viaje a la cueva, pero empezaba a sentir, interiormente, la
sensación terrible que aquella visita había se-*tat un error, que
nunca tendría que haber apartado las piedras que cerraban la
entrada de la cueva. Quizás, involuntariamente, había dejado en
aquel lugar las señales suficientes para *facili-*tar que aquel horror
siguiera el rastro hasta la clínica, el lugar donde Laura había estado
segura hasta aquel momento. Me desconcertó la conmoción que
me causaron las palabras de Carles. Mi cerebro me decía que todo
aquello no tenía sentido, pero mi cuerpo me pedía que no me
quedara ni un segundo más. Dije adiós a Carles, con cual-*sevol
excusa, y corrí a buscar el coche. Ya eran casi las ocho y la noche
rodeaba la ciudad. El cielo, cubierto de nubes *ne-gres, parecía tan
lúgubre como la oscuridad de aquella cueva maldita que adquiría,
ahora, una importancia capital. La teme-peste todavía no había
estallado, pero el aire era anormalmente cálido. Atravesé la ciudad
tan deprisa como pude, buscando una salida que me permitiera
dirigirme a la *autopis-tu, porque quería llegar a la clínica cuanto
antes mejor. Una voz interior me decía que Laura corría peligro y
que yo era la única persona que la podía ayudar. Cuando ya me
aproximaba en la frontera, me vi en la obligación de parar. Una cola
interminable de vehículos mujer-

110
173
va a entenderé que había pasado algo raro. Un can-*mió cisterna
cargado de óleo *havià deslizado en una *révolta, había volcado a
la carretera y había derramado una parte de su *càrre-*ga. El
accidente había provocado el corte *cle la circulación, mientras los
responsables trataban de retirar el vehículo y de lavar el pavimento.
La consecuencia fue que me encontré cerrado dentro de mi coche,
en medio de una columna interminable de vehículos, sin poder ir ni
adelante ni atrás. Maldije el tráfico de una manera ridícula, y
también la mala suerte que me había hecho coincidir con aquel
accidente *ab-*surd. Además, la tormenta que había ido gestándose
a lo largo de la tarde estalló finalmente encima nuestro. Una *corti-
*na de agua como nunca la había visto antes cayó sobre la
carretera, acompañada de unos relámpagos que herían a menudo
la oscuridad del cielo y hacían la situación todavía más difícil. Tuve
que vencer la tentación de abandonar mi vehículo e ir a pie a
*Valença, donde podría buscar un taxi. Pero no lo hice, sino que me
quedé dentro del coche durante un tiempo que me pareció
interminable, dominado por un nerviosismo cada vez más evidente.
Eran casi las doce de la noche cuando, por fin, desbloquearon la
carretera y pude continuar mi viaje. Hice los pocos kilómetros que
me separaban de *Goiki con el coro en un puño y con una
sensación de *angoi-sah como nunca la había sentido. La lluvia
había menguado un poquito, pero todavía veía relámpagos a la otro
borde del río. El coro se me abrió de alegría al ver, en la lejanía, las
luces familiares de la clínica, el lugar donde Laura me esperaba y
que ahora era, también, mi centro del mundo.
174
18
Llegué a la clínica con los nervios a flor de piel, dominado por una
sensación de angustia inexplicable, a pesar de que no había
ninguna causa objetiva que me hiciera sentir de aquella forma.
Durante la larga espera a la autopista, ha-vía repasado una y mil
vueltas mi conversación con Carles, había tratado de convencerme
que mis temores eran absurdos, pero bien es verdad que, en
aquellos momentos, me re-*sultava imposible controlarme. *Aixt que
bajé del coche, uno de los celadores me comunicó que el doctor
Montenegro me esperaba a su despacho. Aquel aviso acabó de

111
rematarme, porque ni siquiera era normal que el doctor estuviera
despierto a *aque-*lles horas. No podía presentarme ante sede en
aquel se-*tat, impropio de un profesional como yo. Fui a mis
habitaciones y me tomé dos tranquilo•*litzants y dos ansiolíticos. Así
que empecé a notar los *efec-tés, bajé al despacho del director. Al
abrir la puerta, vi que el doctor Montenegro me esperaba, derecho,
mirando por la ventana, y que en su cara se dibujaba una expresión
que unía la preocupación y el disgusto. De se-*guida se dirigió a mí:
—Por fin ha llegado! Me pensaba que le había pasado al-*guna
cosa por culpa de la tormenta. —Me miró en *silen-*ci, con una
extraña intensidad en la mirada. Noté que
175
se esforzaba a buscar las palabras *necessàriés para continuar.
Finalmente, añadió, con Una voz mucho Lo he hecho venir porqué
le tengo que dar una noticia muy desagradable. Laura *Novo ha
huido del hospital; se debe de haber *fugat *apro-acotando el corte
de corriente provocada, hace unas horas, por la teme-peste. Habría
avisado la policía, pero he creído conveniente esperarlo para tomar
una decisión conjunta. La noticia me dejó perplejo y sin poder
*reaccio-*nar. Solo pude formular algunas preguntas *inco-*herents,
mientras trataba de recuperar .una parte de mi sentido común, la
necesaria para atender las explicaciones del doctor. Según él, aquel
día, Laura había estado más *tranqui•la que los anteriores; parecía
que la crisis había acabado de repente y que nuestra paciente
empezaba a *supe-raro la recaída. —A media mañana, incluso me
ha pedido permiso para pasear por los rosales. Yo se lo he
concedido, con la condición que lo acompañara un celador —
continuó el doctor—. Según que tengo entendido, ha sido leyendo
hasta la hora de comida. Ha comido bien y, un poquito más tarde,
ha pedido permiso para ir al mirador de las *buguenvil•*ees, donde
ha pasado tanto de tiempos con usted. Se ha retirado hacia las
siete; le ha dicho al celador que estaba cansada y que quería volver
a la habitación. Le ha pedido también que le llevara una cena ligera,
cosa que el hombre ha hecho alrededor de las nueve. »Todo esto
ha pasado antes de irse la luz, como consecuencia de la tormenta,
que no sé si en Oporto debe ha-*ver sido tan fuerte como aquí. Ya
tengo unos cuántos años, pero no recuerdo jefe de semblante en
toda mi vida: un viento loco, una sucesión ininterrumpida de
relámpagos *ter-

112
176
*ribles, un ruido de truenos que hacía estremecer *Parei-chía el fin
del mundo. Eran las diez menos cuarto cuando un rayo ha caído al
pararrayos de la torre y ha provocado una sobre-*àsrega que ha
inutilizado toda la insta•*ació eléctrica de la clínica. Los sistemas de
control, el circuito cerrado de *televi-*sió, las barreras eléctricas:
todo se ha echado a perder. Hemos puesto en marcha las
soluciones de emergencia previstas, pero no hemos podido evitar
que, durante más de una hora, la situación fuera incontrolable.
Debían de ser las once cuando hemos *aconse-*guit reparar los
desperfectos y restablecer todos los sistemas. »La primera medida,
como ya puede imaginar, ha estado ordenar una inspección de
control por todas las *dependèn-*cies, para comprobar que todo
estaba en orden. Alas-horas, hemos descubierto que Laura no se
encontraba en su habitación y tampoco a jefa otra sala de la galería.
La suya *ab-*sència ha provocado una alarma inmediata porque
quería decir que había pasado algo grave. Ya sabe que, en caso de
*ac-*cidents como el de hoy, las puertas de seguridad que dan a las
galerías se bloquean automáticamente. »Enseguida hemos
comprobado que Laura no se había ido repentinamente,
atemorizada, quizás, por la oscuridad, como habíamos supuesto al
principio. Los detalles que hemos ido *des-cubriendo a lo largo de
nuestra inspección nos hacen pensar que se ha tratado de una fuga
previamente planificada. Se lo digo porque la puerta de la galería ha
sido forzada desde la *exte-*rior, ya verá después como la han
dejado. Posiblemente, te-anida la ayuda externa de otra persona;
incluso he pensado en Carles *Valcth-cielo, a quién usted ha
visitado hoy. Incapaz de escuchar más, dejé el doctor con la palabra
en la boca y eché a correr como uno *desespe-
177
*rat. Apenas miré la puerta.de entrada a la galería, *ob-*sessionat
para llegar de *seguidà a la habitación *dé Laura, donde estuve el
tiempo necesario para revisar de pe a pa todos *èls rincones, para
analizar todos los detalles, para buscar que-*sevol indicio que me
ayudara a entender qué había pasado durante mi ausencia. Y lo
entendí ', ya lo creo que lo entendí, porque en la habitación había
señales más que suficientes para adivinar la terrible realidad. Fue
entonces que voy. tener la certeza que no volvería a ver Laura

113
nunca más y comprendí, también, que mi vida nunca sería igual.
Senté a la cama hasta que reuní las fuerzas *neces-*sàries para
enfrentarme en el futuro. Después, volví al despacho del doctor
Montenegro y, más tranquilo, le dije que yo también compartía la
opinión que Laura se había ido y que era evidente que había
dispuesto de alguna ayuda *exter-*na. Incluso le di la razón, a
propósito de sus sospechas sobre Carles *Valthrcel, aunque tuve
que mentirle sobre el viaje en Oporto y le dije que todos mis intentos
de encontrarlo habían estado inútiles. Voy *formu-*lar la hipótesis
que, probablemente, Laura y Carles debían de estar en contacto, ve
a saber como, esperando el momento oportuno; un momento que,
por una fatal casualidad, se había presentado aquel día. Comenté
que, quizás, Laura se encontraba mejor, a pesar de la recaída y
que, posiblemente, deseaba empezar una nueva vida junto a la
persona que estimaba. Como que la terapia se alargaba y sabía
que no la dejaríamos marchar hasta que no la consideramos
*comple-*tament recuperada, debió de decidir acabarla de una
forma drástica.

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Era consciente que aquella hipótesis no se aguantaba, pero, aun
así, insistí en mi *argtimentació. A pesar de las circunstancias en
que se había producido la huya-*da, todo era perfectamente
explicable. De forma que, desde mi punto de vista, no era
aconsejable avisar la policía ni hacer ninguna publicidad de aquella
desaparición; un hecho como aquel podía resultar negativo para el
buen nombre de la clínica. Sería mejor no hacer nada y dejar las
cosas como estaban, *men-*tre esperábamos que Carles y Laura se
posaron en contacto con nosotros, como seguramente harían a lo
largo de los próximos días. Enseguida comprobé que aquella era la
opinión que quería escuchar el doctor, porque esbozó uno sonríe-re
amable y me dijo que el día siguiente redactaríamos un *infor-me
interno que recogiera aquellas hipótesis tan razonables. Después,
me recomendó que descansara y me deseó que pasara unas
buenas noches. Pasé despierto la noche entera, con la luz de lo ha-
*bitació apagado y mirando por la ventana como las nubes, do-
minados por el viento, se movían por el cielo como presencias
oscuras cargadas de amenazas. Y allá, en aquella oscuridad,

114
mientras cono-*templava el eterno espectáculo de las fuerzas de la
natura, prometí que guardaría silencio por siempre jamás, que nadie
sabría nunca, por boca mía, la terrible verdad que había visto
confirmada en mi visita a la habitación de Laura.
***
Han pasado tres años desde que tuvieron lugar los hechos que he
relatado. Tres años terribles, durante los cuales he pro-curado
olvidarlo todo, incapaz de soportar el peso de una rea-
179
*litat tan terrible, buscando desesperadamente la paz que no-más
me podía proporcionar el olvido. He abandonado la *pràc-*tica de la
psiquiatría; me resulta imposible continuar ejerciendo una profesión
que negaba todo aquello que ahora sabía y solo ofrecía, en cambio,
explicaciones piadosas, tan pobres tan apartadas de la realidad
como cualquier otra mitología. He viajado por Europa, he trabajado
en los oficios más *diver-sus, incluso he estado a punto de
suicidarme en más de una ocasión. Pero todo ha estado inútil; el
*ansiat olvido no llega y la terrible realidad se mantiene grabada a
mi cerebro, como un hierro al rojo vivo. Por eso decidí escribir todo
aquello que su-*bia, sacarlo de dentro mío de una vez, sin dejarme
ningún detalle de las cosas que vi aquella noche. He recordado una
y mil veces aquellos largos minutos que pasé en la habitación de
Laura, con la inútil *illusió de encontrar alguna señal que destruyera
mi certeza. Sé muy bien que podemos explicar cualquier fenómeno
extraño de una manera *tranquillitzadora, que siempre hay *respos-
tus adecuadas cuando queremos cerrar los ojos ante la realidad.
Pero esto es mejor dejarlo en manos de los responsables de la
clínica y de los defensores de la *psiquitria oficial; a mí, me resulta
imposible hacer un tal ejercicio de ceguera. Si solo sería una cosa,
todavía lo podría intentar, pero todos aquellos indicios juntos son
irrefutables; tendría que ser muy ciego para no verlo, a sabiendas
de las cosas que sé. Porque ahora sé que Laura y Carles decían la
verdad; que, por debajo de nuestro mundo, hay una realidad terrible
(la Gran Bestia, el Maligno o el nombre que preferimos dar en su
origen de cualquier mal) que duerme y que, de vez en cuando, sale
al ex-*terior para sembrar el pánico entre la gente. Cómo podría
180

115
dormir, *corn podría vivir en paz, a sabiendas de que hay más allá
de la tranquilo•*litzadora superficie donde pasamos las *nos-tres
vidas? Cualquier persona que haya leído esto, podrá pensar que
exagero, que ahora soy yo quien tiene las quimeras de Laura, que
una neurosis obsesiva se ha *installat también a mi cerebro. Pero
nadie sabe mejor que yo que no hay ninguna neurosis, que la mía
intranquilo•*itat solo nace del *terri-*ble descubrimiento que hice
aquella noche, de la certeza horrible que no estamos solo en este
mundo, sino que hay otra realidad que nos obliga a cambiar
radicalmente nuestra percepción de las cosas. Sé que, desde el día
que lo descubrí, nada *tor-*narà a ser igual para mí. Porque, como
podría borrar de mi memoria las cosas que vi aquella noche? Al
entrar a la galería, descubrí que la puerta de acero, además de
tener la cerradura rota, presentaba unas marques pro-fundas que la
atravesaban de arriba abajo, como las que haría en la mantequilla
un cuchillo afilado. Toda la galería hacía un mal olor nocivo y
nauseabundo, imposible de describir, pero que enseguida reconocí,
porque ya lo había ex-*perimentada durante mi visita a la cueva; un
mal olor que aumentaba a medida que me aproximaba en la
habitación de Laura y que, adentro, se convertía en una *forror
*irrespira-*ble que, contra mi voluntad, me sugería las realidades
más inhumanas y terribles. Y, después, al examinar
cuidadosamente la habitación, pude ver, en el suelo, aquellas
huellas que me helaron la sangre. Unas huellas marcadas con una
*rnena de ceniza gris que reconocí enseguida y que solo podía ha-
*ver dejado un ser enorme y diferente de todos los conocidos.
181
Unas huellas que no solo sugerían; sino que *confir-*maven, mis
sospechas iniciales. Todavía no sé como, *dei-*xant-me llevar por
un impulso desconocido, fui capaz de borrar, con una toalla,
aquellas marcas que me -*senyaven la realidad como un terrible
libro abierto. Era mejor destruirlas, dejar que las otras personas
siguieron viviendo con la *tranquiltitzadora creencia que somos los
reyes de la *cre-*ació, eslabón de la escala evolutiva. Sé muy bien
que debe de haber personas que tengáis explicaciones para todo
*allb que vi; quién las quiera trueno-bar, solo tiene que hacer un
piadoso ejercicio de fantasía. Una puerta rota, un mal olor
nauseabundo, unos restos de ceniza, unas extrañas huellas. Para
mí, ya serían pruebas suficientes para entender el abismo de terror

116
que se abría *da-*vant mío; un abismo que, ahora lo sé muy bien,
me tiene que *acom-*panyar durando toda mi vida. *Perb la prueba
decisiva, la que me obligó a abandonar cualquier esperanza, la que
no tiene jefa otra explicación que el horror que me acompaña desde
aquel día, fue la que descubrí en un rincón del dormitorio, bajo la
mesilla de noche; una prueba que me hizo comprender que era
ridículo preocuparse por la suerte de Laura. Porque se trataba de
un pequeño objeto brillante que reconocí enseguida: el colgante de
plata con el *trí-podo celta que Laura me había regalado una tarde
feliz; el mismo colgante que había visto caer, abismo abajo, durante
mi visita a la cueva de *Fornos, aquel lugar terrible donde la Gran
Bestia espera, confiada, un nuez despertar!
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