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SALMO I

LAS DOS SENDAS: LA DEL JUSTO, Y LA DEL IMPÍO


Este salmo no tiene ninguna indicación cronológica ni título que lo vincule a un compositor
determinado, y por, ello es uno de los llamados por la tradición judía «huérfanos». Obra de un autor
anónimo, parece que ha sido insertado en fecha tardía como introducción,doctrinal, lírica a todo el
Salterio, pues en él se resume la idea, tantas veces inculcada en la literatura sapiencial, de la
contraposición del camino del justo-proyección hacia Dios—y el del impío, que aspira a gobernarse
según las exigencias de sus intereses materiales. Dios bendice la senda del hombre recto que se dirige
por su Ley, mientras que castiga al que se aparta de ella. Conforme a la moral pragmatista del A.T. la
justicia divina se ejerce en, la tierra, el justo prosperará, mientras que el pecador será privado de la
protección divina, y, por tanto, le espera un triste destino.
Esta composición salmódica expresa, pues, un principio general, sin referirse a la situación particular de
una persona concreta, como ocurre en otros salmos. Por éso 'no es posible determinar las circunstancias
históricas y cronológicas de su composición.
El salmo se divide en dos partes, una positiva, en la que se ponderan las excelencias del camino de la
virtud, y otra negativa, en la que se, destacan las desgracias del que se aparta de la Ley divina.

La senda del justo (1-3)


La conducta del justo es descrita primero negativamente, o sea por lo que no es, en cuanto que se
abstiene de tomar parte entre los malvados, pecadores y necios. Frente a todos ellos se levanta la
conducta del varón justo, al que por ello se le saluda como "feliz", porque se halla seguro en su proceder.
Frente a las ironías de los mofadores, que creen que el único modo de triunfar en la vida es
aprovecharse sin escrúpulos de las buenas ocasiones prescindiendo de las exigencias de la Ley divina, el
salmista recalca que la verdadera felicidad está en la conciencia tranquila y en la seguridad de la
protección divina, pues con ella le vendrán toda clase de bendiciones, terminando por triunfar en la
vida.
Es de notar la gradación y evolución del pensamiento en el empleo de los términos: no sigue, no anda,
no toma asiento, hay en esos verbos progresivamente menos movimiento, de lo que podemos
interpretar que el pecador "no va a ningún lado"
Evidentemente hay una hipérbole (exageración) al decir que "susurra su ley día y noche" el justo tiene
presente la ley de Yahvé en todo momento.
El premio son las bendiciones de todo tipo, que harán prosperar al justo como árbol plantado a la vera
del arroyo. En el A.T. se compara muchas veces al hombre con los árboles e incluso con un, jardín bien
regado. El salmista aquí juega con la misma comparación; como el árbol plantado junto a las corrientes
de las aguas se desarrolla vigoroso y pronto así el justo, que confía y vive conforme a la Ley divina es
protegido y prospera por la bendición de Dios. El agua que alimenta al árbol representaría a Dios que
premia a los justos.

La senda del pecador (4-6)


La contraposición con la suerte de los justos es clara, pues los impíos llevarán una vida triste y sin
sentido, empujados como paja arrebatada por el viento. El salmista continúa la comparación vegetal
iniciada antes, mientras que el justo es un árbol con sus raíces bien firmes, el pecador es paja, no tiene
raíces y se deja llevar. El viento que lo golpea sería también Dios, pues como premia a los justos, castiga
a los pecadores.
La inconsistencia de los impíos se demostrará particularmente en el momento de presentarse ante el
juicio de Dios. Los pecadores no podrán salvar la prueba de este juicio, no prevalecerán, y por lo tanto
no tendrán acceso a la congregación de los santos, es decir, no participarán de la nueva ciudadanía de la
teocracia mesiánica. El juicio es el día de la manifestación de la justicia de Dios para purificar a la
sociedad israelita, de la que se salvarán solo unos pocos.
En definitiva, el juicio depende de la voluntad de Dios que conoce, es decir, aprueba y de preocupa del
camino de los justos, mientras que desconoce, o desaprueba la senda de los impíos, que necesariamente
tendrán un fin desastroso. Dios termina por castigar al pecador y premiar al de recto proceder.
La perspectiva del salmisa no se orienta hacia la retribución después de la muerte conformándose con la
concepción corriente en Israel de que la justicia divina se manifestará en esta vida

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El Salmo 1 es un salmo sapiencial. Esto queda claro por varias razones: en primer lugar, el salmo
comienza con el término hebreo asre (benditos o felices), según Sanford Lassor[1], esto es algo típico en
las técnicas literarias de la sabiduría junto a otros elementos como el uso de figuras de dicción tomadas
de la naturaleza como el hombre-árbol y el hombre-tamo (u hombre-paja); también hace parte del mismo
recurso literario el contraste entre el justo y el malvado, la enseñanza de los dos caminos (del bien y el
mal) y, en últimas, pero no menos importante, la clara instrucción sobre la piedad.

Este salmo es la puerta de entrada al libro de los Salmos y es un prefacio del mismo; pero lo que no se
puede precisar es si forma parte de un orden sistemático entre los 150 salmos. Frans Van Deursen escribe
que “según ciertos manuscritos, en Hch 13:33 se habla del salmo 2 como sobre el Salmo primero”[2], es
decir, que el salmo primero no sería el salmo introductorio. Otros han opinado[3] que los salmos 1 y 2
son uno solo y no llevan título, lo cual refuerza más esta idea. Sin embargo, lo que se puede decir con
toda exactitud es que ambos ocupan un lugar especial y que aparentemente el autor quiso ubicarlos de
manera estratégica al comienzo del libro, pues muestra la vida del pueblo bajo la Toráh (salmo 1) y bajo la
soberanía del Ungido (salmo 2). Hay algo interesante en la forma como comienza el salmo 1, con la
expresión «bienaventurado», y la manera como termina el salmo 2:12, con la misma expresión
«bienaventurados». ¿Quizás sea una inclusión poética?, no es fácil asegurarlo, de serlo, se trataría de un
solo salmo, pero como dijimos, será necesario probarlo.
La estructura literaria del salmo está dividida en dos partes principales (vs 1-3 y 4-6), con un quiasmo,
donde los temas primero y último se reflejan mutuamente, igual que las ideas del medio. Los versículos 1
y 2 muestran al «hombre bienaventurado», que busca la rectitud en contra de la maldad, y a su vez, en
los versículos 5 y 6 el «bienaventurado Jehová» opta por el hombre recto, no por el malo. En el centro, en
los versículos 3 y 4, aparecen los dos símiles que le corresponden a cada uno. En el verso 3, el hombre
justo es dibujado como un árbol verde bien plantado con raíces profundas y fructíferas, en contraste con
el versículo 4, cuyo hombre malo o impío no es más que tamo que se lleva el viento.

Object 1

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Hasta aquí la estructura quiástica es perfecta, y sigue un orden característico: ABBA[4]. Junto a ella, en
medio de la primera sección (1 al 3), se encuentra el tema principal de la ley (v2), que guarda estrecha
relación en torno al camino de los justos e impíos y su destino final, y que actúa como pivote o eje central
de la enseñanza de todo el quiasmo. La enseñanza de guardar la ley, deleitándose en ella, está
acentuada por las explicaciones a que recurre usando dos símiles importantes: uno para aquellos que
viven en ley (ennomos), y otro para los que viven sin ley (anomos). La narración poética está hecha todo
el tiempo en tercera persona (sin interrupción alguna en su desarrollo), la cual conserva una estructura
progresiva, con un fuerte contraste en el versículo cuatro: “no así los malos”, que a su vez funge como
paralelismo antitético[5]de los versos 1 al 3 y 4 al 5, desembocando en el clímax poético del verso seis.
Alrededor del tema principal, de la meditación en la ley de Jehová, gravitan los dos personajes principales
de la narración: los justos y los impíos. El destino de ambos viene asegurado por el conocimiento que
Jehová tiene de ellos. En el primer caso (el conocimiento de Jehová sobre los justos) implica más que un
mero asentimiento intelectual de su existencia. Tiene que ver con conocimiento en intimidad y
sentido de pertenencia. Conocer es pertenecer, es propiedad, es seguridad. En el segundo caso (el
desconocimiento de los impíos) equivale a olvido, muerte y pérdida; es hojarasca que se lleva el viento.
Este destino final no es otra cosa que el producto de las acciones intermedias de los hombres frente a la
ley de Jehová. Junto a esta conclusión obvia del salmo vienen aparejadas otras relaciones y figuras muy
importantes que son parte de la enseñanza sapiencial. Lo que hacen los justos y los impíos tiene una
forma de doctrina como estilo de vida. Hablamos aquí de «principios del justo» y «principios del impío»
en Israel.
Lo dicho hasta aquí se obtiene del análisis de los términos y por lo que significa, a lo largo de la historia
de Israel, la diferencia entre el justo y el impío, bien remarcada en los profetas y de lo cual hace
remembranza el salmo uno. Malaquías 4:4 ha dejado un recordatorio importante justo antes de dar lugar
a los escritos poéticos: “Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y
leyes para todo Israel”. Esta coincidencia parece reforzar la idea de lo especial del salmo uno y su
ubicación estratégica. El salmo empieza recordando las profundas diferencias a las que más se refirieron
los profetas de Israel entre justos e impíos, entre el camino del bien y el camino del mal, entre guardar la
ley o abandonarla. La adhesión del justo a la ley y el abandono de la misma por el impío es el tema que
trasluce en el salmo uno y que sirve de base para el resto del libro.

Object 2
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La distinción de estos dos términos es importante porque constituye la primera línea divisoria en los
contrastes que tiene el salmo. Los justos de los salmos son los bienaventurados de Mateo 5, son los
mismos oyentes israelitas, esto es, los obedientes a la ley y los seguidores del Señor: los pobres, los
mansos, los pacificadores, los que lloran, los hambrientos de justicia, los perseguidos y menospreciados.
Por su parte, los impíos de los salmos son los israelitas ricos, inmisericordes, injustos, burladores,
implacables, transgresores, insensatos, necios, soberbios, temerarios, de labios engañosos, traidores,
apóstatas, adversarios, malhechores, hipócritas, con apariencia de piedad, sanguinarios y violentos.
El justo y el impío son israelitas (pueblo de Dios). Esta aclaración es necesaria porque la idea común es
que el impío es alguien pagano; pero eso no es lo que se evidencia en los salmos, según el contexto de la
literatura sapiencial, sino que en casi el ciento por ciento, con raras excepciones, el impío es un israelita.
Y mientras el justo vive (negativamente), aislándose del camino malo y, positivamente, sujetándose a la
ley de Dios; el impío anda en camino de desobediencia y rebelión contra Dios, ajeno a las estipulaciones
del pacto, por lo general en la holgura de su riqueza a expensas de su explotación de los pobres,
huérfanos, viudas e indefensos en Israel. Jesús recuerda eso en el sermón del monte y a lo largo de su
ministerio, cuando enfatiza que el reino de los cielos es para los sencillos, y cuando anuncia que “el
Espíritu del Señor está sobre él por cuanto le ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, le ha
enviado a sanar a los quebrantados de corazón…” (Lc 4:18), estos no son otros que los justos y
bienaventurados del salmo uno.
Los demás términos en importancia, en la primera sección, con relación al justo son tres: consejo-camino-
silla; con tres verbos principales: caminar-parar-sentar. El símil que le corresponde es la figura del
«hombre-árbol», que a su vez tiene tres características especiales: da fruto, su hoja no cae, prospera. Del
mismo modo, la segunda parte viene acompañada del fuerte contraste del versículo cuatro con su
respectivo símil y figura del «hombre-paja», que tiene las características contrarias al anterior, es decir,
no da fruto, su hoja cae, no prospera; pero hay una más, doblemente reforzada por el paralelismo
sinonímico[6] del versículo cinco, a saber, no se levanta y cae hasta perecer.
En esto consiste el desarrollo que seguirá el salmo uno, teniendo como punto de referencia la ley de
Jehová, el éxito de obedecerla y el fracaso por dejarla. El escoger uno de los dos caminos tiene
consecuencias que se ven al final. Jehová pesa las acciones de ambos y es el juez que decidirá su suerte.
Los malos han seguido un camino; los justos otro. El destino que les corresponde es distinto. Los justos
preservan su vida a posteridad, los impíos la pierden a perpetuidad.

A partir de este enfoque podemos iniciar un análisis más detallado de las relaciones que desempeñan los
términos, su significado y su estructuración en forma progresiva en el salmo.
En primer lugar, el salmo uno versículo uno, tiene una escala ascendente[7]. Hay un arreglo poético
progresivo donde se resaltan tres características del bienaventurado: no anda en malos consejos, no está
en camino de pecado, no se sienta en silla para burlarse. Este es el desarrollo por etapas que sigue un
hombre desde su temprana edad hasta pasado algún tiempo en el camino de la vida.

Object 3

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La secuencia caminar-parar-sentarse, guarda estrecha relación con los tres términos: consejo-camino-
silla. Los tres verbos constituyen una acción deliberada, premeditada, del camino ascendente del impío
en el pecado. Por su parte, los tres términos o sustantivos son el eslabón del mismo hombre en su camino
descendente a la impiedad. El término consejo (atsat) tiene que ver, según el comentario de Keil y
Delitzsch[8], con el corazón de los impíos; camino ( ‫= רדררך ך‬derek) se relaciona con los pecadores en su
labor, trabajo, estilo de vida, conducta o acción; y silla (yashab) con los escarnecedores o burladores que,
en un sentido más amplio, se relacionan estrechamente con su enseñanza, según se deduce de la
Septuaginta al usar el término καθέδραν (catédran) o cátedra que significa enseñanza. Así lo deja ver el
comentario de Santo Tomás de Aquino sobre el salmo uno, utilizando una versión bíblica que dice:
“Bienaventurado el hombre que no anduvo en consejo de impíos, y en camino de pecadores no se paró, y
en cátedra de pestilencia no se sentó”[9]. La silla de pestilencia, como lo escribe la Septuaginta
(καθέδραν λοιμῶν), no es otra cosa que una forma metafórica de expresar la idea de la clase de hombre
que es el impío, es decir, una plaga. Según la traducción que ella misma da para el pecador, cada vez
más distingue su condición hasta reducirlo a un hombre que, definitivamente, vive sin ley. Esto lo
presenta como una secuencia tripartita, que como ya se ha dicho, hace parte de la descripción propia de
la poesía hebrea para referirse al ascenso premeditado y voluntarioso, y al descenso moral y ético en que
el hombre impío anda. Los términos que usa son: «asebes», «jamartolos»y «anomos», es decir: impíos-
pecadores-sin ley.
La enseñanza es, entonces, que el hombre malo, luego de haber recibido un consejo se pone en el camino
para practicarlo, hasta convertirse en un profesor de maldad. Es decir, el hombre no puede ser
indiferente a los consejos, es necesario tomar una decisión después; casi que el consejo obliga a hacer
algo. Se pide un consejo porque la persona está a punto de tomar una decisión. Y luego de recibir el
consejo, el hombre se pone en camino y ejecuta su plan. Lo que aprenda (bueno o malo) al experimentar
en su camino, será la base del conocimiento para cuando, pasado el tiempo, se convierta en un maestro
que se sienta luego a aconsejar a otros a hacer lo mismo. El hombre, pues, se convierte en un profesor
de maldad o en un profesor del bien, todo depende del consejo recibido y, sobre todo, del camino que
haya seguido. Esta es, en mi opinión, la enseñanza central del versículo uno. El hombre bienaventurado
será aquel que, necesitando aun del consejo, escucha los buenos consejos, los sigue cumplidamente y
luego los enseña a otros, reproduciendo una generación de alumnos o discípulos igualmente felices; de
hecho la entrada del salmo uno en hebreo es con una expresión exclamativa, una interjección muy
diciente: ‫אשךשררי‬
‫ א‬, asre (en constructo masculino plural), con la idea de intensidad, es decir: ¡oh la felicidad!,
o ¡cuán feliz! es el hombre justo. Pero obviamente esta bienaventuranza no proviene gratuitamente. El
argumento principal es que su fuerza y conocimiento para realizar estos buenos propósitos vienen como
resultado de su continua dependencia y meditación en la ley de Jehová, como se verá en el versículo dos.
El versículo dos empieza con una conjunción adversativa: “sino que”, en hebreo ‫כי‬ ‫ כ‬, ki. Esta conjunción es
el primer contraste importante dentro de la estructura quiástica (el segundo contraste estará en el
versículo cuatro). El énfasis del primero es claro, en el versículo uno está señalando al varón
bienaventurado, pero de manera negativa (por lo que no hace), en cambio aquí, de manera positiva (por
lo que sí hace). Es decir, el bienaventurado en ningún momento es un sujeto pasivo sino activo,
comprometido en sus decisiones. Se compromete a no andar en malos consejos y en malos caminos, pero
también a sujetarse a la ley de Di Es indudable que la renovación del entendimiento de un varón
bienaventurado no es producto de la casualidad y el azar. No viene como resultado de una espera
inoficiosa, sin llenar la mente y el corazón con la ley de Dios. Al contrario la felicidad es producto de la
santidad. Jesús lo diría de otro modo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”
(Mt 5:8). Los felices son los que tienen el corazón limpio. Pero tal felicidad, que en sí es otra forma de
decir que gozan de paz, lo es por el hecho de perseverar pensando en Dios (Is 26:3); de ahí la
importancia que tiene el versículo como eje central de la bienaventuranza del justo. Los justos eran
bienaventurados cuando decididamente guardaban la ley. Cada vez que el pacto era roto y las
iniquidades comenzaban a aflorar, con la insensibilidad de los impíos ricos, entonces los pobres justos
sufrían las consecuencias.
Las desatenciones a la ley de Dios traía como resultado el dolor del menesteroso que perdía su tierra a
manos de algún hermano más adinerado, hasta ponerse luego bajo su autoridad y una vez perdidos sus
derechos a la propiedad, caer en esclavitud, no solo él sino hasta sus hijos. También las viudas y
huérfanos sufrían a manos de los impíos israelitas que se olvidaban de la ley de Dios (como la ley del
Jubileo y del Sabat, por ejemplo). Esto dificultaba la vida del justo; pero es bueno notar que aun en medio
de su dolor, en lugar de tratarlos como miserables, la Biblia prefiere decirles «felices, bienaventurados».
Quizá el salmista esté pensando que a pesar de las injusticias y persecuciones que se agolpan sobre el
justo, vale la pena llamársele bienaventurado, pues es la manera como Dios lo ve. Jesús lo dijo así:
“Bienaventurado los que padecen persecución por causa de la justicia…” (Mt 5:10), “Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt 5:6). Se refería, precisamente, a
justos que, como Israel, siglos atrás, anhelaban la justicia divina, la justicia dentro de los términos de la
ley de Dios, ahora quebrantada por la opresión impía. Tal vez Jesús estaba contemplando, en su
momento, a muchos justos pobres, viudas, huérfanos, perseguidos, despojados de sus bienes, asediados
por los impuestos, desarraigados de sus familias, esclavizados y dolientes, sin otra esperanza que la
promesa de la bienaventuranza futura, cuando el reino de Dios fuera establecido en cada corazón.
Resulta lógico, Jesús contempla ese cuadro, conoce el pasado de estas almas en angustia y procede a
llamarlas felices, no “pobrecitas”, ya que de ellos es el reino de los cielos, y de mansos, como ellos, es la
tierra.
Pero lo más significativo de todo lo que venimos diciendo es que la bienaventuranza del justo, en primer
lugar, sigue el singular trecho de la adhesión voluntaria a la ley de Dios. La palabra designada para
«delicia» es ‫צו‬ ‫חפך צ‬
‫ ר‬, kjeféts, que debe traducirse no como un simple gusto, anhelo o deleite, sino como
sujeción total de la voluntad a un fin, o como dice el comentario de la Reina Valera 95: “adhesión gozosa
y obediencia motivada por el amor”. Es más que palabras o deseos del corazón o buenas intenciones; es,
definitivamente, obediencia, cueste lo que cueste, para cumplir la ley de Dios, pero, por sobre todo, por
intimar constantemente con Dios. Y, en segundo lugar, es una continua meditación, día y noche, en la ley
de Dios; o de otro modo, la expresión puede indicar un tiempo continuo…“siempre”: “En mi corazón he
guardado tus dichos para no pecar contra ti” (Sal 119:11), quizás evocando a los profetas anteriores, de
quienes el salmista tiene un vasto conocimiento: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino
que de día y de noche, meditarás en él…porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá
bien”(Jos 1:8). ¿No es interesante que use los mismos términos para referirse a la meditación, día y
noche, y que tal acción le resulte en bienaventuranza? El salmista debe recordar, seguramente, estas
palabras, y debe saberlas muy bien porque «bienaventurado» viene de una raíz hebrea que traduce o
significa: “ir hacia adelante, avanzar, señalar el camino”, y también, es un verbo con estructura piel,
según el diccionario de Jenni and Westermann, que traduce: “declarar dichoso”[10]. De este modo,
mediante dos facultades del varón justo, como son la voluntad y el entendimiento, el bienaventurado
recibe, en lugar de condolencias, felicitaciones, de parte del «bienaventurado Jehová». Y así, la ley de
Jehová se convertirá en el único refugio del justo, que lo conducirá a la vida feliz.
Esta idea de la ley como elemento que hace pensar en consecuencias de bienaventuranza para unos y de
malaventuranza para otros, es confirmada a través de dos símiles en cada caso. El primero de ellos,
guarda relación con el justo, que es dibujado como un hombre-árbol, bien plantado, que da fruto y que
mantiene sus hojas, debido a la fuente que lo sustenta, es decir, la misma ley de Dios. La vida humana es
comparada aquí con un árbol verde, lo mismo que en otros libros se le compara con la flor del campo, el
olivo, el plantío, la viña, el bosque, etc., cuando se habla de los justos, o como el tamo que se lleva el
viento, la hojarasca, la hierba, entre otros, cuando se relaciona con el impío. No se debe desconocer dicho
tratamiento y el significado que comporta.
El justo, como árbol verde que da fruto, debe esperar primero. Y requiere permanencia en la fuente que lo
nutre. Este símil puede compararse con la metáfora que Jesús utiliza de sí mismo, como la vid verdadera,
en Juan 15:1-7: “…el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí
nada podéis hacer”. El sentido de la permanencia, tiene que ser en la palabra de Dios, es lo que Jesús
dice y lo que el salmista enseña también. No hay garantía de recibir lo pedido y de dar fruto a menos que
se esté sujeto a la ley de Jehová y a las palabras del maestro. Son una y la misma cosa. Luego, la imagen
que comunica el símil del salmo 1 es la mejor manera como Israel puede entender en qué consiste una
vida justa y piadosa, y cuál su buen fin: “El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el
Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez
fructificarán; estarán vigorosos y verdes” (Sal 92:12-14).
Todo el símil está muy a tono con el eje semántico del salmo uno, el cual es «la ley de Jehová». Alrededor
de este eje semántico[11] -que no se obtiene por una mera repetición de términos, como en otros salmos
(por ejemplo, el Salmo 102 tiene como eje semántico “el tiempo”, según Schokel[12])- sino por un análisis
en contexto del salmo y su especial característica introductoria del salterio, además de servir como
sutura o línea fronteriza entre los escritos proféticos y los poéticos y todo lo que suscita con relación a la
ley, -alrededor de este eje- gira el primer símil de la estructura quiástica del salmo uno. La imagen que
aporta el símil seguramente habla más claro al israelita de las tierras secas del Oriente Medio, que a
nosotros hoy, acostumbrados al agua y al verdor de nuestros árboles. La imagen es consoladora y
refrescante para el salmista, y llena de esperanza para el justo: Aún se espera que en medio de la aridez
del desierto, el justo, considerado por lo general como menesteroso en Israel, pueda prosperar y
permanecer.
“No así los malos que son como el tamo que arrebata el viento”. Aquí está el otro símil con el que se
refleja mutuamente el quiasmo anterior. Corresponde al «hombre-paja» que ha hecho de su vida un lugar
inseguro, inestable, sin fundamento y solitario, arrastrado por el viento. Es un contraste muy fuerte en
relación con la vida del justo; y es el segundo contraste de todo el quiasmo, y el más importante quizás,
porque compara directamente las relaciones de justos y pecadores y conduce a un estado final. Sin este
contraste no puede verse tan evidente el inapreciable valor de una vida piadosa. La imagen del justo es
placentera y poderosa comparada con la triste figura del impío.
El contraste es doblemente enfatizado por la conclusión natural del versículo cuatro: “No así los
malos…..no se levantarán”, en hebreo se usa un no enfático, dos veces (‫לא‬ ‫ צ‬, ló). No tienen cabida, no hay
palabra que los sostenga delante del Juez. No podrán levantarse en medio de la congregación de los
justos, donde seguramente han quedado en oculto por la aparente piedad que profesan. Pues los impíos
de Israel lo son de entre sus hermanos los justos. Son aquellos que dicen en su corazón: “No hay Dios”
(Sal 14:1), en otras palabras, nadie me ve, nadie va a juzgar mis malos actos. El impío no es un ateo. No
es esta la enseñanza en los escritos sapienciales (salvo casos muy excepcionales, cuando alude
claramente a extranjeros); por el contrario, son israelitas que se han acostumbrado a tomar el nombre del
Señor en vano, a presumir de piadosos, como Saúl, pero su corazón está lejos de Dios. Cuando el impío
(=necio) dice en su corazón que no hay Dios, no niega su existencia, sino su falta de vigilancia sobre los
actos injustos: Dios no me ve, o se ha olvidado, −piensa el impío−. Con sólo esconderme entre la
congregación de los justos es suficiente –razona-. Sin embargo, el salmista dice que el impío no se
levantará en el juicio, ni en la congregación de los justos. Allí se descubre quién en verdad
es conocido por el bienaventurado Jehová, y quién no. El impío puede reconocerse por lo que es, por lo
que hace y por lo que carece. Según Isaías 57:20-21, el impío es como la mar en tempestad, es decir, es
inestable, necesita ir de un lado a otro, siempre buscando hacer lo malo, buscando a quién dañar; y su
esencia es cieno y lodo, es maldad, sus intenciones son oscuras, malolientes y peligrosas; y carece de
paz. Esa insatisfacción, que genera su propia maldad, lo hace ruin, y su prosperidad es menos que nada
frente al justo.

Object 4

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El contraste del impío (con la imagen evocadora del tamo arrastrado por el viento en los áridos desiertos
del Oriento Medio), representando una vida sin raíz e inestable y superficial, en contraposición con la vida
estable, prometedora y perdurable del hombre justo, cerca de los raudales de agua, son las dos figuras
más poderosas con que el salmista compara dos clases de vidas, y constituyen el dúo de símiles
apropiados para el quiasmo completo. Y en todo su desarrollo el fundamento vuelve a ser el mismo, la
sujeción a la ley o la rebelión contra ella, ambas cosas tienen distintas consecuencias en el hombre.
¿Cómo un impío que ha convivido entre justos (que tuvo seguramente un mismo comienzo y las mismas
oportunidades que el justo), por desechar la ley de Dios, termina de manera tan funesta? Tal es el precio
de olvidarse de Dios. De ahí que el salmista pueda concluir, como lo hace, en el versículo 6: “porque
conoce Jehová el camino de los justos”. Por eso, el bienaventurado Señor se ha decidido por el
bienaventurado justo. El término conocimiento (yadah) significa “participación en intimidad”. Dios ha
tenido participación en cada acto del justo. El salmista David lo repite en el Salmo 139: 1-3: “Oh Jehová,
tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme…todos mis caminos te
son conocidos”. ¡Esto es verdadera participación en intimidad!. A eso se refiere el Salmo 1.
Conocer (yadáh) es también “asegurar al ver”, según el diccionario Strong[13]. “Es saber por experiencia,
saber por observación y reflexión, distinto del conocimiento que viene por los cinco sentidos”[14]. Dicho
de otro modo, Jehová tiene un conocimiento íntimo y práctico del justo, así como el justo tiene un
conocimiento íntimo de Dios por su temor y confianza en él y por su andar diario con él. Cada experiencia
del justo, cada acción, cada injusticia que le han causado sus hermanos impíos, ha sido conocida por
Dios.
Es por ello que esta declaración final comporta el elemento de una recompensa para el justo, típico de los
escritos sapienciales. Que el bienaventurado Señor conozca al justo implica que le asegurará su destino
final en prosperidad y bendición al lado suyo. Entre tanto, para el impío se reserva el camino de la muerte
y la destrucción final. Esto último puede verse con claridad en la Septuaginta[15] cuando usa el
término apoleitai (ver el versículo seis), de la raíz griega apollumi, que significa “hacer perecer, destruir,
morir eternamente”, esto es, condenación. Esa es la suerte del impío, en contraste con la del justo, cuyo
fin es la vida eterna (que aunque no se precisa si es a lo que el salmista alude), de todos modos,
comporta ambas ideas, destrucción final o salvación. El quiasmo se completa por la decisión del
bienaventurado Jehová en favor del bienaventurado justo; y el rechazo de Jehová sobre el impío, por el
rechazo de éste a la ley de Dios. Con esto se cierra la estructura literaria del salmo y guarda con precisión
el eje semántico del mismo, a saber, la ley de Jehová, cuya obediencia trae verdadera felicidad al hombre.

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