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La Lagartija escurridiza
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Ilustraciones de Ximena Maier
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NARRATIVA
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Yaiza pasa una temporada en la finca de sus
Pepa Aurora
abuelos en Gran Canaria. Allí está en permanente
cQ itustraclones de Ximena Maier
contacto con la naturaleza y se hace amiga de Lisa,
una lagartija muy especial que nunca sabe
si marcharse o quedarse, si merendar o jugar.
Te presentamos a Lisa,
una lagartija muy particular,
que te mostrará las costumbres
de los reptiles y el respeto por
la naturaleza.
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Directora de la colección:
Maite Malagón
Editora ejecutiva:
Yolanda Caja
Dirección de arte:
José Crespo y Rosa Marín
Proyecto gráfico:
Marisol del Burgo, Rubén Chumillas, Julia Ortega y Álvaro Recuenco
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—¿Has visto a una lagartija con una El leve movimiento de su brazo fue
diadema naranja? suficiente para que Lisa se escondiera en
— ¡No! Por aquí no ha pasado —con- una rendija del muro, sin que asomara la
testó él sorprendido. cabeza en todo el día.
Cuando la volvió a ver, ya no tenía una Por fin, una tarde, después de seguir-
corona naranja, sino un precioso collar la durante horas por todo el jardín, Yaiza
i8 que brillaba como el sol. descubrió los secretos de su maquillaje:
Otro día tenía el cuerpo pintado con Lisa se revolcaba una y otra vez sobre las
miles de pétalos, como una cosecha de flores de las retamas amarillas para em-
flores. badurnarse de polen. Y de las retamas
Al siguiente, vestía los colores del cielo. trepaba a los taginastes rojos o a los azu-
Sus cambios de imagen tenían intriga- les. Al final, ya maquillada, se daba un
da a la niña. Así que, con mucho cuidado, paseo sobre las hierbas olorosas.
se dedicó a observar sus idas y venidas ¡Qué guay! —exclamó la niña admi-
entre las plantas. rada—. ¡Esta coqueta tiene un tocador
—¿Qué haces sentada en el huerto? repleto de perfumes y colores!
—le preguntó el abuelo.
—¡Chiiissss! —contestó ella con el
dedo sobre los labios.
La amistad sela de un momento a otro; movía la ca-
beza como si se preguntara: «¿Me la como
o no me la como?».
De vez en cuando, abría y cerraba la
boca, y la araña respondía moviendo las
patas.
1
20 Una vez, Yaiza descubrió las huellas do- Después de un tiempo de observarlas, 21
radas de la lagartija sobre la arena que Yaiza comprendió que Lisa y la araña se
1 cubría el jardín. Las siguió con la mirada llevaban muy bien; parecían dos amigas
i
y vio a Lisa intentando atrapar una linda charlando en el parque. Pero, por más
mariposa que jugaba confiada. La mari- r que aguzó el oído, no pudo escuchar su
posa recibió el latigazo de su lengua y, conversación porque todo el jardín pare-
asustada, se echó a volar arrastrando el cía cantar.
ala como si resbalara por el filo del aire; Cantaban no solo los pájaros, que es-
hasta que la distancia la convirtió en un tán hechos para ello, sino los insectos, el
pétalo de colores. viento, el agua, los árboles y hasta las pie-
dras, que se encargaban de la percusión.
Otra vez, la niña vio a Lisa frente a una Lagartija y araña estuvieron mucho
araña de jardín. Parecía que iba a tragár- rato, la una frente a la otra, hablando de
sus cosas sin importarles los revoloteos a
su alrededor. De pronto, una mosca des-
pistada cayó en la tela que la araña había
tejido y Lisa se la comió de un bocado.
—¡Ah! —gritó Yaiza sorprendida—.
¿Conque era eso? La araña caza para
22 Lisa.
Comprendió que lagartija y araña eran
amigas: una cuidaba del jardín y la otra
cazaba. Entonces, recordó las palabras
que repetía su madre, cuando su mal ge-
nio la llevaba a pelearse con alguna de
sus amigas: «¡No te enfades, hija! Ten
presente que la amistad es una semilla
a la que hay que regar y cuidar para que
florezca».
Amaestrar a Lisa Hoy he descubierto la amistad entre Lisa
y la araña. Imaginé su conversación mien-
tras esperaban a que un insecto cayera en la
n trampa.
—¿Cómo está, señora araña? —saludó
Lisa.
24 La noche comenzaba a silenciar el mur- —Muy bien, señora lagartija. Aquí llevo 25
mullo de los árboles y Yaiza se refugió en toda la mañana vigilando la tela. Así de paso
la casa. cuido de mis huevos, que están a punto de
Encendió el ordenador. Quería pintar romperse.
con palabras las emociones del día, tal —¿Cuántos hijos espera, señora araña?
como había prometido a sus padres. —No sé cuántos nacerán, pero he pues-
—No te olvides de escribir un poquito to más de treinta en la cestita redonda que
cada día. Usa la imaginación —le había cuelga de la tela.
recomendado su madre. —¿Cómo va hoy la caza?
—Cuando vuelvas, lo leeremos juntos; —No va muy bien, porque ha llovido y al-
será como si hubiésemos hablado todos gunos insectos están escondidos.
los días —había dicho su padre. —Pues por allí se acerca un enjambre de
No le fue difícil comenzar: colores.
—"Qué raro! Hace tiempo que no veía más le gustaba era trepar hasta la ventana
moscas verdes por aquí. Seguro que la vaca y pasear por ella.
Pajarita les ha dejado un regalo en la huerta. Aprovechando sus aficiones, Yaiza
—iChiiissss! Se acercan... quiso domesticarla como le aconsejó su
— Ha caído una. Esa es para usted, seño- abuelo.
ra Lisa. Tienes que hacer caminitos de con-
26 —Muchas gracias, señora araña. fianza que la acerquen a tu mano —le ha- 27
Y ¿sabéis una cosa? Antes de despedirse, bía dicho.
en señal de agradecimiento, Lisa hizo un mo- —¿Cómo se hacen, abuelo?
vimiento con su cola repleta de polen, como —Forma desde el jardín hasta tu mano
si sacudiera un pincel empapado de pintura, una hilera de migas de pan, e inserta en-
sobre la tela de la araña y la dejó como una tre ellas trocitos de manzana.
vidriera de colores. Siguió los consejos de su abuelo. Colocó
las miguitas y la manzana desde el jar-
Qué bonita le había quedado la carta... dín hasta la ventana y de la ventana a su
A sus padres les gustaría mucho. mano.
Lo repitió varios días, hasta que al fin
Por las mañanas, Lisa era inagotable: consiguió que Lisa siguiera el juego. Pero
subía, bajaba, entraba, salía... Pero lo que ella solo se comía los trocitos de manzana,
E
29
de pan...
La lagartija comió algunas migas de
pan y dejó las de bizcocho. . o
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Yaiza volvió a cambiar el menú: un tro-
. o
cito de queso, una pizquita de lechuga,
un trocito de queso...
Más cosas sobre Lisa Cuando casi lo había conseguido, Lisa
perdió interés por los juegos. Se tumbaba
al sol o se perdía de vista durante toda la
mañana.
Yaiza estaba tan preocupada por su
cambio que decidió preguntar al abuelo
3o Poco a poco Lisa se acostumbró a perma- mientras este regaba la huerta. 31
necer cerca de la mano que le daba la co- ¿Qué le pasa a mi lagartija? —dijo.
mida junto a la ventana abierta. A veces, —Estará enamorada... No te preocu-
movía la cabeza como si dijera: pes, que ya volverá —respondió él.
La niña le dio muchas vueltas a las
¿Entro o no entro? palabras de su abuelo y, después de un
Que sí, que no... largo paseo por la finca, volvió a pregun-
¿Como o no como? tarle:
¿Qué? ¿Lo intento? —Abuelo, ¿cómo nacen las lagartijas?
La pregunta sorprendió tanto al hom-
El juego se repitió varias semanas y bre que paró de trabajar.
cada día la lagartija se acercaba un poco —La verdad es que no lo sé —respon-
más a la niña. dió—. Me imagino que nacerán de huevos,
como sucede con otros reptiles. Pero, des- lagartario donde trabaja. ¿Estás de acuer-
de luego, no estoy seguro. do?
—¿Tú sabes dónde hacen sus nidos las —¡Sí! ¡Claro que sí, abuelo! Así podré
lagartijas? enterarme de muchas cosas sobre las la-
—Debajo de las piedras, o entre las gartijas brillantes que viven entre las
matas. A veces he descubierto un revol- flores.
32 tijo de lagartijas pequeñitas, como recién 33
nacidas, sobre las hojas secas.
—¿Cómo puedo saber si Lisa es hem-
bra?
El abuelo volvió a dudar ante la pre-
gunta, porque ni siquiera los abuelos lo
saben todo. Después de pensarlo un rato,
contestó con tranquilidad:
—Yo no sé mucho de lagartijas, pero
mi amigo Jaime es biólogo y sabe muchí-
simo de reptiles. A él podremos hacer-
le todas las preguntas que queramos. Si
te parece, la próxima semana iremos al
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Visita a Reptilandia ron a una gran sala, que estaba habilitada
con una serie de compartimentos enreja-
dos que acogían reptiles de diferentes es-
pecies.
Con los ojos brillando de curiosidad,
se apoyó sobre la jaula de los familiares
38 Yaiza se despertó contenta. Era el día de Lisa. Estaba tan interesada en sus evo- 39
previsto para visitar el lagartario de Rep- luciones que parecía un pajarillo posado
tilandia y conocer más cosas sobre Lisa y en la reja de una ventana. De pronto, oyó
los suyos. una voz:
El lugar no estaba lejos de la finca, —¡Hola, niña! Me han contado que
pero el abuelo al volante nunca tenía pri- eres amiga de una lagartija...
sa. Además, ese día fue parando aquí y Yaiza se fijó en el nombre impreso en
allá para saludar a muchos amigos a los la tarjeta que el hombre llevaba colgada
que no veía desde tiempo atrás. Cuando del bolsillo de la chaqueta y supo que era
llegaron a su destino, era casi mediodía. Jaime, el biólogo amigo de su abuelo.
Mientras el abuelo hablaba con los em- —Buenos días —saludó muy educa-
pleados del lugar, Yaiza comenzó a curio- da—. Mi abuelo dice que eres un biólogo
sear por los pasillos. Sus pasos la conduje- que sabe mucho de reptiles.
—Vaya... ¿y dónde lo has dejado a él?
Justo en ese momento entró el abuelo
por la puerta de la sala.
—Yaiza, hay que ver qué prisas tie-
nes... ¡Hola, Jaime! —saludó al ver al
biólogo y ambos se fundieron en un
40 abrazo.
Pero la niña estaba impaciente por ave-
riguar lo que quería, así que elevó algo la
voz para decir:
—¿Puedo hacerte unas preguntas?
Separándose del abuelo, Jaime respon-
dió:
¡Sí, claro! Últimamente no he tenido
a muchos niños con los que hablar. Casi
nadie tiene paciencia para escuchar, son
pocos los que quieren saber de lagartos.
Yaiza no se lo hizo repetir dos veces y
entró en materia enseguida.
—¿Las lagartijas ponen huevos? —pre- —Entonces, ¿las lagartijas y los lagar-
guntó. tos no ponen huevos?
—Las parientes de la tuya, no. —Los reptiles son muy especiales:
—Entonces, ¿cómo lo hacen? unos nacen de huevos, como los lagar-
—Las crías se van formando en la ba- tos, y otros son vivíparos, como tu lagar-
rriga de la madre y, cuando ya están a tija.
42 punto, se produce el parto. —¿Y qué comen de recién nacidos? 43
—¿Quieres decir que nacen como los —Lo mismo que de adultos. Cuando
gatos o los perros? nacen, no dependen de la madre, como
—Igual. los gatitos. Ellos ya están formados y son
Las palabras del científico dejaron a autónomos. Cada uno se busca la vida
Yaiza perpleja. Con un hilillo de voz se como puede entre las plantas.
atrevió a preguntar: —¿Puedo distinguir el macho de la
—¿Y maman de su madre? hembra por las rayas o los colores que tie-
—No, porque son vivíparas, pero no nen?
mamíferas. —No, hay que observarlos con aten-
«Vivíparas... Vivíparas», repitió Yaiza ción.
en su cabeza, intentando recordar lo que —¡Qué pena! Nunca sabré el sexo de
significaba esa palabra. mi lagartija...
—Sí, tienes que observarla. Si es hem- — A veces les echa piropos por lo boni-
bra, su cuerpo se hinchará cuando esté tas que son. Habla con ellas como si fue-
ran sus amigas.
gestando.
Durante unos minutos no habló nadie. A El abuelo y Jaime sonrieron a la vez y
la chiquilla le costaba asimilar todos aque- este último preguntó:
llos descubrimientos. De pronto, un lagar- — ¿Son sus amigas?
44 to de los que estaban al fondo de la sala — Creo que sí —respondió Yaiza. 45
hizo un extraño sonido, similar a un alari- A continuación, Jaime los llevó a cono-
do. Jaime se acercó a la jaula para calmarlo. cer a las serpientes y los dragones, otros
—¡Tranquil0000; tranquilo, chiquitín...! reptiles muy apreciados de su colección.
—dijo como si lo arrullara, y el lagarto se Aquel intenso día acabó con dos besos
y un «¡Hasta pronto!».
sosegó enseguida.
Luego, el biólogo se volvió a la niña y le —Gracias, gracias —dijo Yaiza—. Vol-
veré a visitar a mis amigos.
dijo:
—También se puede conversar con los La palabra «vivíparos» seguía bailando
en su cabeza. Cuando llegó a casa, la bus-
.animales y las plantas.
—Eso sí que lo sé, porque mi abuela có en el diccionario. Después, llamó a sus
padres por teléfono y estuvieron un largo
habla con las rosas y las dalias.
—¿Qué les dice? rato charlando.
Lisa se acerca un poco más —Invéntate algo que les impida apro-
ximarse.
—¡Tienes razón!
Después de pensarlo un buen rato, Yai-
za hizo el camino más corto: desde las
flores hasta el muro del huerto donde
46 Yaiza buscó a Lisa por todo el jardín para ella se sentaba. Así, mientras estuviera
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comprobar si iba a tener crías. allí, los pájaros no se acercarían.
Como no la encontró, repitió varias ve-
ces el caminito de confianza que le había Al segundo día, Lisa descubrió las mi-
enseñado su abuelo: trocitos de manza- guitas y acudió a su llamada. Un trocito
na, miguitas de pan, hojas de lechuga...; de manzana... Una miga de pan... Una
trocitos de manzana, miguitas de pan, hoja de lechuga... Un trocito de manza-
hojas de lechuga... Pero, en cuanto termi- na... Una miga de pan... Una hoja de le-
nó de hacerlo, aparecieron los pinzones chuga... Cuando estuvo cerca de la niña,
con sus picos incansables. hizo un alto y la miró con ojos de niebla.
—Abuelo —preguntó la niña—, ¿qué «Ahora se subirá a mi mano», pensó la
puedo hacer para que los pájaros no se co- chica emocionada.
man las migas? Lisa alzó la cabeza, parecía dudar.
En ese mágico momento, apareció Kika —Sí, pero hay que colocar un trozo de
jadeando y lanzó su enorme pata sobre la madera en la reja de la ventana para que
mano abierta de su ama. En un abrir y ce- el viento no destroce el nido.
rrar de ojos, la lagartija se evaporó entre —Ahora no hace viento.
las matas del jardín. —Pero el viento alisio comenzará a so-
—¡Qué bruta eres, Kika! ¡Mira lo que- plar dentro de unos días.
5o has hecho! ¡Ahora que casi lo había Abuelo y nieta fueron a buscar la ma- si
conseguido! ¡Vete, vete, que has asus- dera.
tado a Lisa...! La niña acarició el nido con la ternura
El enfado de Yaiza con su perra de- de sus manos. De pronto, un huevecillo
sapareció cuando oyó la voz del abuelo. se abrió y por él asomó la cabeza de un
— ¡Yaiza! pichón con su pico escandaloso.
—¡Dime, abuelo! —¡Vámonos, vámonos! No los toques,
—¿Sabes que un pájaro ha hecho un que a sus padres no les gusta —le previ-
nido en la ventana de la cocina? no el abuelo.
—¡Qué bien! Y es que, revoloteando muy cerca, es-
—Creo que está empollando. taban dos aves abanicando el aire con su
—Así que pronto vamos a tener una brillante plumaje azul y cantando con sus
nueva familia en el jardín. voces de violines.
El laberinto 1 Hojas de lechuga... Trocitos de manza-
na... Migas de pan... Hojas de lechuga...
Trocitos de manzana... Migas de pan...
Hojas de lechuga... Hileras de migajas en-
trecruzándose bajo las flores.
Esperó paciente, sentada en el muro,
52 La niña salió temprano al jardín. Esta- con un trocito de manzana en una mano 53
ba dispuesta a conseguir la confianza de y un puñado de arena volcánica en la otra;
Lisa sin escatimar esfuerzos. por si a los pájaros se les ocurría acercarse.
Se le ocurrió que, en lugar de repetir Pero, antes de que su treta diera resul-
sus caminitos como siempre había hecho, tado, el camino comenzó a desaparecer:
iba a llenar la huerta con las veredas de unos escarabajos se comieron algunos
un gran laberinto. trozos de manzana, el caracol arrambló
Y dicho y hecho... con varias hojas de lechuga, y un ejército
Comenzó en la pared y recorrió todas de hormigas y mosquitos se llevó casi to-
las matas en una gran red de caminos, das las migas de pan.
para que Lisa los descubriera en cuanto «¡Qué fracaso! Les he dado de comer a
asomara la cabeza por cualquier lugar: todos los bichos y Lisa ni se ha asomado»,
trocitos de manzana... Migas de pan... pensaba Yaiza con disgusto.
Apenas quedaban huellas del cami- —"Venga ya! ¡Decídete de una vez!
nito cuando el conocido sschassssss... —dijo Yaiza.
sschassssss... de unos pasos sobre las ho- Como si presintiera sus deseos, Lisa
jas secas alertaron los sentidos de la niña. caminó unos pasos, majestuosa, saludan-
«¿Será ella? ¡No! Son sus hermanas... do a sus compañeras con leves inclinacio-
¡Qué bonitas!, aunque no tanto como mi nes de la cabeza.
54 lagartija», decía para sus adentros Yaiza En uno de sus movimientos, miró a 55
mientras las otras lagartijas se comían lo Yaiza y su postura cambió. Aceleró el paso
poco que quedaba. y, en un rápido zigzag, se colocó junto a
De pronto apareció Lisa. Vestía un traje ella. Despreció los cuatro restos que esta-
color plata con una raya malva que le atrave- ban a sus pies, para atrapar, sin ningún
saba todo el cuerpo. Parecía una reina anti- reparo, el trocito de manzana que la niña
gua, vestida de largo. Se paró bajo la sombra tenía en su mano abierta. ¡Qué momento
de una rosa, moviendo la cabeza, dubitativa. más dulce! Yaiza sintió como un beso de
brisa en el cuerpo, como una cosquilla fu-
¿Ya es hora de merendar? gaz, como una gota fresca en el calor de
O, mejor, ¿me pongo a jugar? su mano.
Que sí, que no, que sí, que no... ¡Al fin! Lisa había perdido la timidez
¡Ay, ay...! No sé por qué optar. para convertirse en su amiga.
Sopla el alisio
..1
Días de fiesta y playa De vez en cuando asistían juntos a una
fiesta, compartiendo la alegría popular.
El primer fin de semana celebraron las
Fiestas del Pino en la villa de Teror.
Todos los miembros de la familia vis-
tieron sus trajes típicos y se unieron a la
76 Tenían que aprovechar los últimos días ofrenda a la Virgen con los productos de
de las vacaciones. Cada día iban a una su huerta.
playa diferente: Maspalomas, Arguine- Días después, fueron a la Fiesta del
guín, Arinaga, Las Canteras... Charco, la celebración festiva más anti-
Poco a poco, el sol doraba la piel de Yaiza. gua de las islas.
—¿fe das cuenta, mamá? He crecido Cuentan que al final de la cosecha, los
mucho este verano: ya casi no me sirven guanches se reunían en torno al gran
los vestidos. Mira el color que tienen mis charco costero de La Aldea para celebrar
brazos, como si me hubiesen pintado con un concurso de pesca y una comida colec-
gofio. tiva. Muchos siglos después, la tradición
Y toda la familia se imaginó a Yaiza re- continúa: los canarios siguen compitien-
bozada en harina de maíz y rio el comen- do en el mismo lugar con cestas de mim-
tario. bre y el esfuerzo de sus manos.
Los padres y el abuelo de Yaiza rebus- Calima
caron en los viejos baúles de la casa y se
vistieron con ropas cómodas para pescar
dentro del charco.
¿Y tú, abuela?
—¡Este año no pienso cruzar la raya!
78 Me voy a quedar contigo en tierra, miran- Soplaba el viento cálido del desierto y la 79
do cómo pescan y se embarran los demás. calima borraba el mar. La casa amaneció
Después de la pesca y de un refrescan- en medio de un agobio sofocante.
te baño en la playa, celebraron una comi- A media mañana la niebla polvorienta
da colectiva donde todos los asistentes escondió la finca entre las borrosas copas
fueron invitados de honor. de los árboles.
Yaiza volvió a casa agotada y se durmió Después de tres días con sus noches, la
en un suspiro. Sus padres la miraban or- semioscuridad silenciosa desapareció y la
gullosos. Presentían que pronto cruzaría brisa dibujó de nuevo el paisaje, despertan-
la raya, pescaría con ellos en el charco y do a los adormilados habitantes de la finca.
Mantendría viva, también ella, la memo- —¿Adónde se ha ido el siroco? —pre-
ria de la tradición. guntó Yaiza, a la que el polvo todavía le
hacía estornudar.
—Que vaya donde quiera; pero que bía pintado de color pajizo... No, ella te-
nos deje en paz —contestó el abuelo—. nía que estar entre colores, en la alegría
¿Has visto cómo está la finca? —pregun- del verde... ¡Con lo presumida que era! ¡Sí!
tó asomándose a la ventana para obser- Seguro que estaba entre los berodes, que
var la palidez del paisaje. eran los únicos que seguían florecidos.
—¿Y Lisa? ¿Cómo estará mi Lisa? —La Le bastó echar una mirada al berodal
8o niña salió al jardín para llamar a su la- para saber que aquel era el lugar ideal para 81
gartija—. ¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh! Lisa. Sus grandes flores se convertían en
Repetía sus llamadas mientras iba di- sombrillas de colores para todos los que
seminando un reguero de migas recogi- se refugiaban bajo sus sombras.
das en el desayuno. Y en unos minutos le Entonces, la llamó:
siguió un hervidero de sonidos. —¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh!
—Han salido todos los animales del El crujido de las hojas la llevó hasta
huerto menos Lisa, ¿dónde estará? la flor en donde se protegía Lisa. Estaba
Yaiza tenía muy claro que su lagarti- como siempre: moviendo su cabeza, alti-
ja aparecía cuando quería y que siempre va, distante.
-estaba sola, acicalándose en cualquier Cercana a ella, Yaiza descubrió a otra
flor..., pero ¿qué flor? Si el siroco había lagartija más pequeña e igualmente her-
desmochado todas las plantas y las ha- mosa, que parecía ser su amiga. Observó
un rato y las vio comunicándose. Yaiza si fueran dos hembras? ¿O dos machos?
imaginó su conversación: ¡Bah! ¿Qué más da el sexo que tengan? Lo
importante es la amistad que hay entre
—¿Quieres correr conmigo? ellas».
—Sí, corramos. Así, convencida de sus razonamientos,
—¿Te subes al berodal? volvió a la casa con una sonrisa de satis-
82 —Ahora mismo me subo contigo. facción.
83
—¿Nos bajamos?
—Pues bajémonos.
—¿Adónde vas?
—¡A donde vayas tú!