Está en la página 1de 46

966883

=N-
. .mCD

La Lagartija escurridiza
+6
pe,-,a Á] rerp
ti =CV
La Lagartija m
e

o
Ilustraciones de Ximena Maier
--co
=cc,
escurridiza o

NARRATIVA
cr)
z-
o
Yaiza pasa una temporada en la finca de sus
Pepa Aurora
abuelos en Gran Canaria. Allí está en permanente
cQ itustraclones de Ximena Maier
contacto con la naturaleza y se hace amiga de Lisa,
una lagartija muy especial que nunca sabe
si marcharse o quedarse, si merendar o jugar.

Te presentamos a Lisa,
una lagartija muy particular,
que te mostrará las costumbres
de los reptiles y el respeto por
la naturaleza.

ro
e
www.toqueleo.comies
5
o

loQueleo tF'SANTILLANA O loQuele,„



O 2007, Pepa Aurora Rodríguez Silvera
@ 2007, Ximena Maier
O De esta edición:
La Lagartija
2017, Santillana Infantil y Juvenil, S. L. escurridiza
Avenida de los Artesanos, 6. 28760 Tres Cantos (Madrid)
Teléfono: 91 744 90 60 Pepa Aurora
ISBN: 978-84-9122-010-7 Ilustraciones de Ximena Maier
Depósito legal: M-37.539-2015
Printed in Spain - Impreso en España

Segunda edición: mayo de 2017

Directora de la colección:
Maite Malagón
Editora ejecutiva:
Yolanda Caja
Dirección de arte:
José Crespo y Rosa Marín
Proyecto gráfico:
Marisol del Burgo, Rubén Chumillas, Julia Ortega y Álvaro Recuenco

Cualquier forma de reproducción, distribución,


comunicación pública o transformación de esta obra
solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,
salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO
(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. loQuele2
La lagartija presumida

Yaiza tenía ocho años y sabía que las la-


gartijas viven en casi todos los pueblos y
ciudades del mundo, que las hay de dife-
rentes colores y tamaños, y que algunas
son tan hermosas que parecen flores des-
conocidas. Pero ella estaba convencida de
que ninguna era tan presumida como Lisa,
la que vivía en el jardín de sus abuelos.
Supo que era una presumida desde el
primer momento en que la vio: parecía
una pulsera de acero y fuego sobre el al-
féizar de la ventana. Creyó que era un re-
galo y alargó el brazo para cogerla, pero
la lagartija se le escurrió entre las corti- llo de feria. Solo se oía su voz, asintiendo:
nas de enredaderas. «Sí, mamá. Sí, yo también te quiero».
—¡Qué bonita! —exclamó la niña sor- —Un beso para papá —fue su despe-
prendida. dida.
Más tarde preguntó: —¿Cómo está tu padre? —preguntó la
—Abuela, ¿dónde viven las lagartijas abuela mientras acariciaba su pelo suave
8 de colores? al pasar por su lado.
¿Dónde va a ser? Entre las flores — Bien, muy bien. Pero tendrán que
—le contestó ella distraída. estar algunas semanas más en Madrid
Yaiza salió al jardín y pasó la mañana re- para terminar el tratamiento.
gistrando los huertos, pero no dio con ella. — No te preocupes, mi niña. ¡Todo se
El sonido del teléfono la hizo correr a arreglará!
la casa para preguntar:
—¿Es mamá? El padre de Yaiza había sufrido una
—Sí, cógelo. grave enfermedad. Por suerte, mejoraba
—¡Qué alegría, mamá! ¿Cómo está día a día...
papá? A la espera de su regreso, la niña es-
La conversación con su madre le ilumi- taba pasando sus vacaciones en la finca
naba el rostro con la alegría de un faroli- que sus abuelos tenían en el campo en
Gran Canaria, una de las islas del archi- Un paseo diferente
piélago canario.
Ahora el descubrimiento de una la-
gartija de colores la tenía entusiasmada,
pero ya no había manera de encontrarla
por ningún lado.
10
Con el fin de olvidar su disgusto, 11
decidió hacer un recorrido sin rumbo
fijo por la huerta. Era casi mediodía. A
esa hora, los lagartos solían ocupar el
muro de piedra que protegía la finca. A
Yaiza le gustaba ver cómo tomaban el
sol en hileras desparejas, como si fue-
ran turistas sobre las hamacas de una
playa.
Mientras paseaba, oyó el canturreo de-
safinado de un ave.
«¿Quién canta así?», se preguntó la
niña, observando cómo a su alrededor
iban y venían, en vuelos nerviosos,
algunos pájaros asustados.
Enseguida descubrió la causa: posado
en una rama, había un alcaudón real y, a
unos metros sobre él, bailaba un cerní-
calo. Los dos estaban al acecho, esperan-
do el momento de caer sobre sus presas. 13
El primero era capaz de imitar el can-
to de cualquier ave que se le acercara. Lo
mismo chirriaba que trinaba con tal de
engañar a los demás. El segundo, colgado
del cielo por un hilo invisible, observaba
los lagartos con ojos de hielo.
«¡Pobres animales! ¿Cómo les hago
entender el peligro en el que se encuen-
tran? Si conociera su lenguaje...», pensó
la niña.
En un arranque de valentía cogió del
suelo un puñado de arena volcánica y lo
1

lanzó sobre la rama donde estaba posado ¡Estás aquí!


el alcaudón. El sonido a granizada seca
sobre las hojas produjo un estruendoso
aleteo de fuga y, por unos segundos, toda
la finca enmudeció.
Al rato, el entorno
14 recuperó la normalidad.
1

Días después, Yaiza volvió a ver a Lisa en- 15


Cada cual volvió tre las dalias. Su color había cambiado.
a su tarea y Yaiza Ahora tenía el cuerpo color plata con ra-
acabó el paseo de la yas multicolores, y sobre la cabeza lleva-
mano de su abuelo, ba una especie de diadema naranja que la
seguida de los alegres llenaba de luz.
saltos de la La niña se acercó a ella con un susurro:
perra Kika. ¡Estás aquí! ¡Holaaa!
Sschassssss..., se oyó entre la hojarasca.

Una mañana, cansada de buscarla,


decidió preguntar al abuelo, que en esos
momentos regaba el jardín.
fi l• A 111 f
• r 1 • 4.1
411
...• 1*

•4*,11
e
4
I'm *Si •., •

.•41` 11 • • a.41••
1r a 1>441'
ID 10
• n.
lk 11 • iff

411 <%\
• Ali • i I f 40..a 1
•no •1° • •
./ -1
1 ., . deo e ' # • 4
4, •
/V 1 1 •• .• 7 a. "lo, li. •.
Ell E
''' a

a gil, I
di 411 II O «a 11 • O a ,
1>
Oil
• Illip,
lk....lia›.._ TM' ,
"1 A 14 1


I 1
i'll 1
• it
. " * °

• •o

II IP 0 • ..or
di y a. 4h • . 0 a
• ee
4 A.
N 1,19 Ain •• t• »• i • • • .
.
4 IL ap li lb ii#
g, : 4•P ib
,a tolttI r
i, :10 .1"1 é 4>
0110-
I,• , ..
O 4.
. .
a.. • a Ir
1 I/
a. Ilk •
ab.
—¿Has visto a una lagartija con una El leve movimiento de su brazo fue
diadema naranja? suficiente para que Lisa se escondiera en
— ¡No! Por aquí no ha pasado —con- una rendija del muro, sin que asomara la
testó él sorprendido. cabeza en todo el día.
Cuando la volvió a ver, ya no tenía una Por fin, una tarde, después de seguir-
corona naranja, sino un precioso collar la durante horas por todo el jardín, Yaiza
i8 que brillaba como el sol. descubrió los secretos de su maquillaje:
Otro día tenía el cuerpo pintado con Lisa se revolcaba una y otra vez sobre las
miles de pétalos, como una cosecha de flores de las retamas amarillas para em-
flores. badurnarse de polen. Y de las retamas
Al siguiente, vestía los colores del cielo. trepaba a los taginastes rojos o a los azu-
Sus cambios de imagen tenían intriga- les. Al final, ya maquillada, se daba un
da a la niña. Así que, con mucho cuidado, paseo sobre las hierbas olorosas.
se dedicó a observar sus idas y venidas ¡Qué guay! —exclamó la niña admi-
entre las plantas. rada—. ¡Esta coqueta tiene un tocador
—¿Qué haces sentada en el huerto? repleto de perfumes y colores!
—le preguntó el abuelo.
—¡Chiiissss! —contestó ella con el
dedo sobre los labios.
La amistad sela de un momento a otro; movía la ca-
beza como si se preguntara: «¿Me la como
o no me la como?».
De vez en cuando, abría y cerraba la
boca, y la araña respondía moviendo las
patas.
1
20 Una vez, Yaiza descubrió las huellas do- Después de un tiempo de observarlas, 21
radas de la lagartija sobre la arena que Yaiza comprendió que Lisa y la araña se
1 cubría el jardín. Las siguió con la mirada llevaban muy bien; parecían dos amigas
i
y vio a Lisa intentando atrapar una linda charlando en el parque. Pero, por más
mariposa que jugaba confiada. La mari- r que aguzó el oído, no pudo escuchar su
posa recibió el latigazo de su lengua y, conversación porque todo el jardín pare-
asustada, se echó a volar arrastrando el cía cantar.
ala como si resbalara por el filo del aire; Cantaban no solo los pájaros, que es-
hasta que la distancia la convirtió en un tán hechos para ello, sino los insectos, el
pétalo de colores. viento, el agua, los árboles y hasta las pie-
dras, que se encargaban de la percusión.
Otra vez, la niña vio a Lisa frente a una Lagartija y araña estuvieron mucho
araña de jardín. Parecía que iba a tragár- rato, la una frente a la otra, hablando de
sus cosas sin importarles los revoloteos a
su alrededor. De pronto, una mosca des-
pistada cayó en la tela que la araña había
tejido y Lisa se la comió de un bocado.
—¡Ah! —gritó Yaiza sorprendida—.
¿Conque era eso? La araña caza para
22 Lisa.
Comprendió que lagartija y araña eran
amigas: una cuidaba del jardín y la otra
cazaba. Entonces, recordó las palabras
que repetía su madre, cuando su mal ge-
nio la llevaba a pelearse con alguna de
sus amigas: «¡No te enfades, hija! Ten
presente que la amistad es una semilla
a la que hay que regar y cuidar para que
florezca».
Amaestrar a Lisa Hoy he descubierto la amistad entre Lisa
y la araña. Imaginé su conversación mien-
tras esperaban a que un insecto cayera en la
n trampa.
—¿Cómo está, señora araña? —saludó
Lisa.
24 La noche comenzaba a silenciar el mur- —Muy bien, señora lagartija. Aquí llevo 25
mullo de los árboles y Yaiza se refugió en toda la mañana vigilando la tela. Así de paso
la casa. cuido de mis huevos, que están a punto de
Encendió el ordenador. Quería pintar romperse.
con palabras las emociones del día, tal —¿Cuántos hijos espera, señora araña?
como había prometido a sus padres. —No sé cuántos nacerán, pero he pues-
—No te olvides de escribir un poquito to más de treinta en la cestita redonda que
cada día. Usa la imaginación —le había cuelga de la tela.
recomendado su madre. —¿Cómo va hoy la caza?
—Cuando vuelvas, lo leeremos juntos; —No va muy bien, porque ha llovido y al-
será como si hubiésemos hablado todos gunos insectos están escondidos.
los días —había dicho su padre. —Pues por allí se acerca un enjambre de
No le fue difícil comenzar: colores.
—"Qué raro! Hace tiempo que no veía más le gustaba era trepar hasta la ventana
moscas verdes por aquí. Seguro que la vaca y pasear por ella.
Pajarita les ha dejado un regalo en la huerta. Aprovechando sus aficiones, Yaiza
—iChiiissss! Se acercan... quiso domesticarla como le aconsejó su
— Ha caído una. Esa es para usted, seño- abuelo.
ra Lisa. Tienes que hacer caminitos de con-
26 —Muchas gracias, señora araña. fianza que la acerquen a tu mano —le ha- 27
Y ¿sabéis una cosa? Antes de despedirse, bía dicho.
en señal de agradecimiento, Lisa hizo un mo- —¿Cómo se hacen, abuelo?
vimiento con su cola repleta de polen, como —Forma desde el jardín hasta tu mano
si sacudiera un pincel empapado de pintura, una hilera de migas de pan, e inserta en-
sobre la tela de la araña y la dejó como una tre ellas trocitos de manzana.
vidriera de colores. Siguió los consejos de su abuelo. Colocó
las miguitas y la manzana desde el jar-
Qué bonita le había quedado la carta... dín hasta la ventana y de la ventana a su
A sus padres les gustaría mucho. mano.
Lo repitió varios días, hasta que al fin
Por las mañanas, Lisa era inagotable: consiguió que Lisa siguiera el juego. Pero
subía, bajaba, entraba, salía... Pero lo que ella solo se comía los trocitos de manzana,
E

Esta vez, la lagartija se comió la lechuga


y dejó el queso. «Ahora va a resultar que
esta lagartija es vegetariana», pensó la
niña.

29

el pan mojado en leche se lo cedía a su


amiga la calandria.
tb
Después de una semana, la niña deci- o.

dió cambiar el menú: una miguita de pan,


t
otra de bizcocho de huevos, una miguita e

de pan...
La lagartija comió algunas migas de
pan y dejó las de bizcocho. . o
o
Yaiza volvió a cambiar el menú: un tro-
. o
cito de queso, una pizquita de lechuga,
un trocito de queso...
Más cosas sobre Lisa Cuando casi lo había conseguido, Lisa
perdió interés por los juegos. Se tumbaba
al sol o se perdía de vista durante toda la
mañana.
Yaiza estaba tan preocupada por su
cambio que decidió preguntar al abuelo
3o Poco a poco Lisa se acostumbró a perma- mientras este regaba la huerta. 31
necer cerca de la mano que le daba la co- ¿Qué le pasa a mi lagartija? —dijo.
mida junto a la ventana abierta. A veces, —Estará enamorada... No te preocu-
movía la cabeza como si dijera: pes, que ya volverá —respondió él.
La niña le dio muchas vueltas a las
¿Entro o no entro? palabras de su abuelo y, después de un
Que sí, que no... largo paseo por la finca, volvió a pregun-
¿Como o no como? tarle:
¿Qué? ¿Lo intento? —Abuelo, ¿cómo nacen las lagartijas?
La pregunta sorprendió tanto al hom-
El juego se repitió varias semanas y bre que paró de trabajar.
cada día la lagartija se acercaba un poco —La verdad es que no lo sé —respon-
más a la niña. dió—. Me imagino que nacerán de huevos,
como sucede con otros reptiles. Pero, des- lagartario donde trabaja. ¿Estás de acuer-
de luego, no estoy seguro. do?
—¿Tú sabes dónde hacen sus nidos las —¡Sí! ¡Claro que sí, abuelo! Así podré
lagartijas? enterarme de muchas cosas sobre las la-
—Debajo de las piedras, o entre las gartijas brillantes que viven entre las
matas. A veces he descubierto un revol- flores.
32 tijo de lagartijas pequeñitas, como recién 33
nacidas, sobre las hojas secas.
—¿Cómo puedo saber si Lisa es hem-
bra?
El abuelo volvió a dudar ante la pre-
gunta, porque ni siquiera los abuelos lo
saben todo. Después de pensarlo un rato,
contestó con tranquilidad:
—Yo no sé mucho de lagartijas, pero
mi amigo Jaime es biólogo y sabe muchí-
simo de reptiles. A él podremos hacer-
le todas las preguntas que queramos. Si
te parece, la próxima semana iremos al

1
IL

Vuelve Lisa secas, tomaban el sol seis o siete lagar-


tijas.
—Pero ninguna es Lisa —dijo Yaiza
con tristeza.
¿Cómo lo sabes?
—Porque mi lagartija se viste de colo-
34 La chiquilla siguió su paseo por la huer- res —contestó segura la niña. 35
ta recién regada, que parecía llorar de Entonces la abuela, sonriente, le señaló
alegría, hasta que oyó la llamada de su una mata de albahaca: a su sombra, con
abuela. el cuerpo doblado igual que un brazalete
—¡Yaizaaa! ¡Veeen! de esmeraldas, estaba Lisa adormilada.
—¿Qué quieres, abuelita? Sola. Y toda ella, verde como el tierno co-
— Córtame unas ramas de cilantro razón de la albahaca.
para hacer el mojo y después ven, que voy Yaiza se arrodilló a su lado e intentó
a darte una sorpresa. acariciarla:
yen, bonita, ven...!
Con el cilantro en la mano, la niña Asustada, la lagartija hizo un quiebro
descubrió su sorpresa: sobre una pie- y corrió a refugiarse en el frescor profun-
dra, entreveradas en un ramo de hierbas do de las hierbas.
—¡Déjala! Ya saldrá —dijo la abuela—.
Vamos a casa para que me ayudes a poner
la mesa.
La niña siguió a su abuela, comentán-
dole por el camino lo presumida que era
la lagartija.
36 ¿La has visto? No le gusta tostarse
al sol como al resto de su familia.
—Es muy sensible; a lo mejor le moles-
ta la solanera.
—¿Te imaginas un vestido hecho con
pétalos de flores, abuela?
111.11~01...r~emb
—Sí, sería muy bonito; pero esos ves- li116,11~1~1111

tidos solo los sabe hacer la señora Natu-


raleza.
—¡Qué suerte tiene! La viste la mejor
modista que existe.


o
Visita a Reptilandia ron a una gran sala, que estaba habilitada
con una serie de compartimentos enreja-
dos que acogían reptiles de diferentes es-
pecies.
Con los ojos brillando de curiosidad,
se apoyó sobre la jaula de los familiares
38 Yaiza se despertó contenta. Era el día de Lisa. Estaba tan interesada en sus evo- 39
previsto para visitar el lagartario de Rep- luciones que parecía un pajarillo posado
tilandia y conocer más cosas sobre Lisa y en la reja de una ventana. De pronto, oyó
los suyos. una voz:
El lugar no estaba lejos de la finca, —¡Hola, niña! Me han contado que
pero el abuelo al volante nunca tenía pri- eres amiga de una lagartija...
sa. Además, ese día fue parando aquí y Yaiza se fijó en el nombre impreso en
allá para saludar a muchos amigos a los la tarjeta que el hombre llevaba colgada
que no veía desde tiempo atrás. Cuando del bolsillo de la chaqueta y supo que era
llegaron a su destino, era casi mediodía. Jaime, el biólogo amigo de su abuelo.
Mientras el abuelo hablaba con los em- —Buenos días —saludó muy educa-
pleados del lugar, Yaiza comenzó a curio- da—. Mi abuelo dice que eres un biólogo
sear por los pasillos. Sus pasos la conduje- que sabe mucho de reptiles.
—Vaya... ¿y dónde lo has dejado a él?
Justo en ese momento entró el abuelo
por la puerta de la sala.
—Yaiza, hay que ver qué prisas tie-
nes... ¡Hola, Jaime! —saludó al ver al
biólogo y ambos se fundieron en un
40 abrazo.
Pero la niña estaba impaciente por ave-
riguar lo que quería, así que elevó algo la
voz para decir:
—¿Puedo hacerte unas preguntas?
Separándose del abuelo, Jaime respon-
dió:
¡Sí, claro! Últimamente no he tenido
a muchos niños con los que hablar. Casi
nadie tiene paciencia para escuchar, son
pocos los que quieren saber de lagartos.
Yaiza no se lo hizo repetir dos veces y
entró en materia enseguida.
—¿Las lagartijas ponen huevos? —pre- —Entonces, ¿las lagartijas y los lagar-
guntó. tos no ponen huevos?
—Las parientes de la tuya, no. —Los reptiles son muy especiales:
—Entonces, ¿cómo lo hacen? unos nacen de huevos, como los lagar-
—Las crías se van formando en la ba- tos, y otros son vivíparos, como tu lagar-
rriga de la madre y, cuando ya están a tija.
42 punto, se produce el parto. —¿Y qué comen de recién nacidos? 43
—¿Quieres decir que nacen como los —Lo mismo que de adultos. Cuando
gatos o los perros? nacen, no dependen de la madre, como
—Igual. los gatitos. Ellos ya están formados y son
Las palabras del científico dejaron a autónomos. Cada uno se busca la vida
Yaiza perpleja. Con un hilillo de voz se como puede entre las plantas.
atrevió a preguntar: —¿Puedo distinguir el macho de la
—¿Y maman de su madre? hembra por las rayas o los colores que tie-
—No, porque son vivíparas, pero no nen?
mamíferas. —No, hay que observarlos con aten-
«Vivíparas... Vivíparas», repitió Yaiza ción.
en su cabeza, intentando recordar lo que —¡Qué pena! Nunca sabré el sexo de
significaba esa palabra. mi lagartija...
—Sí, tienes que observarla. Si es hem- — A veces les echa piropos por lo boni-
bra, su cuerpo se hinchará cuando esté tas que son. Habla con ellas como si fue-
ran sus amigas.
gestando.
Durante unos minutos no habló nadie. A El abuelo y Jaime sonrieron a la vez y
la chiquilla le costaba asimilar todos aque- este último preguntó:
llos descubrimientos. De pronto, un lagar- — ¿Son sus amigas?
44 to de los que estaban al fondo de la sala — Creo que sí —respondió Yaiza. 45
hizo un extraño sonido, similar a un alari- A continuación, Jaime los llevó a cono-
do. Jaime se acercó a la jaula para calmarlo. cer a las serpientes y los dragones, otros
—¡Tranquil0000; tranquilo, chiquitín...! reptiles muy apreciados de su colección.
—dijo como si lo arrullara, y el lagarto se Aquel intenso día acabó con dos besos
y un «¡Hasta pronto!».
sosegó enseguida.
Luego, el biólogo se volvió a la niña y le —Gracias, gracias —dijo Yaiza—. Vol-
veré a visitar a mis amigos.
dijo:
—También se puede conversar con los La palabra «vivíparos» seguía bailando
en su cabeza. Cuando llegó a casa, la bus-
.animales y las plantas.
—Eso sí que lo sé, porque mi abuela có en el diccionario. Después, llamó a sus
padres por teléfono y estuvieron un largo
habla con las rosas y las dalias.
—¿Qué les dice? rato charlando.
Lisa se acerca un poco más —Invéntate algo que les impida apro-
ximarse.
—¡Tienes razón!
Después de pensarlo un buen rato, Yai-
za hizo el camino más corto: desde las
flores hasta el muro del huerto donde
46 Yaiza buscó a Lisa por todo el jardín para ella se sentaba. Así, mientras estuviera
47
comprobar si iba a tener crías. allí, los pájaros no se acercarían.
Como no la encontró, repitió varias ve-
ces el caminito de confianza que le había Al segundo día, Lisa descubrió las mi-
enseñado su abuelo: trocitos de manza- guitas y acudió a su llamada. Un trocito
na, miguitas de pan, hojas de lechuga...; de manzana... Una miga de pan... Una
trocitos de manzana, miguitas de pan, hoja de lechuga... Un trocito de manza-
hojas de lechuga... Pero, en cuanto termi- na... Una miga de pan... Una hoja de le-
nó de hacerlo, aparecieron los pinzones chuga... Cuando estuvo cerca de la niña,
con sus picos incansables. hizo un alto y la miró con ojos de niebla.
—Abuelo —preguntó la niña—, ¿qué «Ahora se subirá a mi mano», pensó la
puedo hacer para que los pájaros no se co- chica emocionada.
man las migas? Lisa alzó la cabeza, parecía dudar.
En ese mágico momento, apareció Kika —Sí, pero hay que colocar un trozo de
jadeando y lanzó su enorme pata sobre la madera en la reja de la ventana para que
mano abierta de su ama. En un abrir y ce- el viento no destroce el nido.
rrar de ojos, la lagartija se evaporó entre —Ahora no hace viento.
las matas del jardín. —Pero el viento alisio comenzará a so-
—¡Qué bruta eres, Kika! ¡Mira lo que- plar dentro de unos días.
5o has hecho! ¡Ahora que casi lo había Abuelo y nieta fueron a buscar la ma- si
conseguido! ¡Vete, vete, que has asus- dera.
tado a Lisa...! La niña acarició el nido con la ternura
El enfado de Yaiza con su perra de- de sus manos. De pronto, un huevecillo
sapareció cuando oyó la voz del abuelo. se abrió y por él asomó la cabeza de un
— ¡Yaiza! pichón con su pico escandaloso.
—¡Dime, abuelo! —¡Vámonos, vámonos! No los toques,
—¿Sabes que un pájaro ha hecho un que a sus padres no les gusta —le previ-
nido en la ventana de la cocina? no el abuelo.
—¡Qué bien! Y es que, revoloteando muy cerca, es-
—Creo que está empollando. taban dos aves abanicando el aire con su
—Así que pronto vamos a tener una brillante plumaje azul y cantando con sus
nueva familia en el jardín. voces de violines.
El laberinto 1 Hojas de lechuga... Trocitos de manza-
na... Migas de pan... Hojas de lechuga...
Trocitos de manzana... Migas de pan...
Hojas de lechuga... Hileras de migajas en-
trecruzándose bajo las flores.
Esperó paciente, sentada en el muro,
52 La niña salió temprano al jardín. Esta- con un trocito de manzana en una mano 53
ba dispuesta a conseguir la confianza de y un puñado de arena volcánica en la otra;
Lisa sin escatimar esfuerzos. por si a los pájaros se les ocurría acercarse.
Se le ocurrió que, en lugar de repetir Pero, antes de que su treta diera resul-
sus caminitos como siempre había hecho, tado, el camino comenzó a desaparecer:
iba a llenar la huerta con las veredas de unos escarabajos se comieron algunos
un gran laberinto. trozos de manzana, el caracol arrambló
Y dicho y hecho... con varias hojas de lechuga, y un ejército
Comenzó en la pared y recorrió todas de hormigas y mosquitos se llevó casi to-
las matas en una gran red de caminos, das las migas de pan.
para que Lisa los descubriera en cuanto «¡Qué fracaso! Les he dado de comer a
asomara la cabeza por cualquier lugar: todos los bichos y Lisa ni se ha asomado»,
trocitos de manzana... Migas de pan... pensaba Yaiza con disgusto.
Apenas quedaban huellas del cami- —"Venga ya! ¡Decídete de una vez!
nito cuando el conocido sschassssss... —dijo Yaiza.
sschassssss... de unos pasos sobre las ho- Como si presintiera sus deseos, Lisa
jas secas alertaron los sentidos de la niña. caminó unos pasos, majestuosa, saludan-
«¿Será ella? ¡No! Son sus hermanas... do a sus compañeras con leves inclinacio-
¡Qué bonitas!, aunque no tanto como mi nes de la cabeza.
54 lagartija», decía para sus adentros Yaiza En uno de sus movimientos, miró a 55
mientras las otras lagartijas se comían lo Yaiza y su postura cambió. Aceleró el paso
poco que quedaba. y, en un rápido zigzag, se colocó junto a
De pronto apareció Lisa. Vestía un traje ella. Despreció los cuatro restos que esta-
color plata con una raya malva que le atrave- ban a sus pies, para atrapar, sin ningún
saba todo el cuerpo. Parecía una reina anti- reparo, el trocito de manzana que la niña
gua, vestida de largo. Se paró bajo la sombra tenía en su mano abierta. ¡Qué momento
de una rosa, moviendo la cabeza, dubitativa. más dulce! Yaiza sintió como un beso de
brisa en el cuerpo, como una cosquilla fu-
¿Ya es hora de merendar? gaz, como una gota fresca en el calor de
O, mejor, ¿me pongo a jugar? su mano.
Que sí, que no, que sí, que no... ¡Al fin! Lisa había perdido la timidez
¡Ay, ay...! No sé por qué optar. para convertirse en su amiga.
Sopla el alisio

56 El alisio llenó la casa con los olores del


pinar.
Este viento nunca viaja solo; le acom-
pañan casi siempre las nubes lloronas,
que descargan el llanto contenido du-
rante meses. Es el primer aviso de que el
otoño está próximo.
La niña pasó la mañana leyendo
cuentos de los pueblos del Norte. De
esos donde el frío —como un mago in-
visible— llena los árboles de carámba-
nos fantásticos, transforma los lagos en
parques de alegría, juega con los niños
a esculpir figuras sobre la nieve, a re- Si galopa sobre las playas, transforma
correr praderas blancas montado sobre el mar en lomos indomables que invitan
renos, a deslizarse sobre laderas ondu- a los chicos a surfear entre sus crines de
ladas... espuma.
¿Cuántas veces habría visto ella la Cuando lo hace en la tierra, echa a
nieve? volar los colores y destiñe el paisaje.
58 «¡Ah, sí! —pensó—. ¿Dónde la he vis-
to? En el Teide, la vez que fui de excur- Estaba escampando.
sión. También la he visto en la tele y La niña se asomó por la ventana y no
varias veces en las cumbres de Gran Ca- vio su cortina de enredaderas: el viento la
naria; pero el sol siempre se me adelanta había volcado en el jardín.
y, cuando llego, apenas puedo tirar unas «¡Qué pena! ¿Ahora cómo subirá Lisa has-
bolas a mis amigos». ta la casa?», se preguntó Yaiza preocupada.
¡Cuánto parecido entre el frío del Nor- —Abuelo, por favor, ¿puedes colocar la
te y el viento del Sur! Deben de ser magos enredadera que se ha caído?
gemelos... —¡No puede ser! El viento ha troncha-
El viento de las islas también fantasea do sus ramas y hay que cortarlas. ¡No es-
con el paisaje. A veces se convierte en un tés triste! En primavera la pared volverá
caballo desbocado que galopa furioso. a tener su cortinaje de capuchinas.
La chiquilla, desconcertada, siguió en Una tarde en casa
la ventana, viendo cómo el sol pugnaba
por asomar entre nubes que jugaban a
trotar con el viento.

6o La tarde no invitaba a salir. 61


La abuela se entretenía haciendo dul-
ces en la cocina. Sus ágiles manos juga-
ban con la masa y la crema en un derro-
che de fantasía.
Yaiza, en un extremo de la mesa,
aprendía a rellenar los moldes de las que-
sadillas mientras hablaba.
—Echo mucho de menos a mis padres,
abuela.
—¡Tienes que ser fuerte! Ellos están
haciendo lo posible para poder venir
cuanto antes.
—¿Sabes una cosa? Cuando vengan, —¿Un nombre...? —Yaiza se quedó
voy a pedirles que me lleven de vaca- pensativa—. Es de color dorado, como las
ciones a Lanzarote, a la casa de los tíos. nubes cuando brillan al atardecer...
Quiero saber cuánto ha crecido mi cría —Como las nubes cuando brillan al
de camello. Me lo regalaron recién na- atardecer... pues ¡ya está, ya lo tengo!
cido, todavía no se tenía en pie, ¿te ¡Celaje! Así se llama el cielo manchado de
62 acuerdas? ¡Y cómo mamaba! Parecía colores del atardecer. 63
que masticase mientras esperaba que —Celaje... Me gusta mucho, abuela.
su madre lo acariciara. ¿Te acuerdas, ¿Crees que Celaje se acordará de mí?
abuela? ¡Qué animal más desgarbado! —¡Claro que sí! —contestó la abuela
¡Cómo movía el pompis! ¡Y qué dulce! en un susurro.
¡Cómo lamía mi mano en cuanto me Sin apenas escuchar, Yaiza continuó su
acercaba! Seguro que ya habrá crecido monólogo:
lo suficiente para llevarme de paseo por —¿Sabes que el primo Artemio pesca
el parque de Timanfaya. ¡Tengo muchas lisas marinas? Dice que son las antepasa-
ganas de verlo! das de las lagartijas lisas de la tierra. Me
—Tendrías que buscarle un nombre contó que, hace muchos años, algunos pe-
—dijo la abuela—. Algo que le caracte- ces salieron del mar y se transformaron
rice. en reptiles. La verdad es que no lo creí y
él, enfadado, me llamó ignorante. Aho- Un nuevo día
ra que conozco a Lisa, pienso que el pez
y la lagartija sí se parecen un poco, sobre
todo en la forma de la cabeza. ¿Crees que
los reptiles fueron peces del mar, abuela?
—Sí, lo fueron.
64 —Eso no lo hemos dado aún en el cole- El día amaneció calmado. El viento, como 65
gio. Tengo que preguntárselo a papá. un animal domesticado, lamía las copas
En esos momentos, el teléfono le tra- de los árboles. Las huellas de su furia se
jo la noticia de la próxima llegada de sus amontonaban en los rincones de la finca:
padres. Y los melosos ojillos de Yaiza se hojas, ramas, plásticos...
transformaron en charcos de alegría. Yaiza bajó al jardín preocupada por
Lisa.
—¡Lisa, Lisa! —gritó cariñosa, abrien-
do las ramas de las matas en su busca.
No sabía por qué la estaba llamando.
Ella tenía su carácter: solo aparecía cuan-
do le apetecía, deslizándose con suavidad
sobre las hojas.
—¿Dónde estás, Lisa? —seguía pre- La niña aceptó encantada. Cogió el
guntando la niña entre las dalias despei- azadón pequeño que su abuelo tenía col-
nadas—. ¿Te has mojado? gado en la pared del porche y comenzó su
Se acercó a la ñamera junto a la acequia trabajo. Después de varios golpes desati-
del riego; abrió sus ramas y vio entre ellas nados, pudo extraer de la tierra un ñame
a casi todos los habitantes del huerto. Sus grande con varios cortes que babeaban
66 hojas los protegían del agua, del viento, del una savia blanquecina sobre sus manos 67
calor, del frío. Les servían de paraguas en desnudas.
las lluvias y de parasol para el rabioso sol Recordó aquella vez que había caído
del mediodía. Los ñames, a punto de cose- en la tentación de probar la savia de la
cha, eran también una despensa repleta. ñamera: ¡qué terrible ardor en la lengua!
—¿Dónde estará Lisa? —seguía bus- ¡Qué hinchazón en los labios! No pudo
cándola Yaiza. comer nada en todo el día.
—¡Yaiza, Yaiza! —la llamó la abuela Al terminar, corrió a lavarse las manos
desde la ventana. con un estropajo empapado en jabón para
—¡Estoy aquí! ¡Dime! que perdieran todo el rastro del ñame.
—¿Puedes cortarme un ñame para el Más tarde, ayudó a su abuela a prepa-
potaje, por favor? Y no olvides lavarte las rar las verduras, para, después, mientras
manos después. se hacía la comida, seguir buscando a Lisa.
—¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh! ¿Dón- Se sentó en el muro a esperarla. La
de te escondes? —repetía por todo el vio caminar altiva, decidida, ladean-
jardín con voz de caricia, mientras lan- do la cabeza y saludando a su paso con
zaba una lluvia de miguitas sobre las los ondulantes movimientos de su cola.
plantas. Vestía de verde con una especie de bo-
Imitaba a su abuela cuando iba al ga- tonadura de oro. Se movía de derecha a
68 llinero y decía: «¡Pitas, pitas...! ¡Pitas, pi- izquierda y, cuando estuvo a su altura, 69
tas...!», desgranando el maíz sobre el coro se paró.
de aves que la rodeaba. «¿Podré tocarla?», pensó Yaiza sin atre-
En unos minutos, casi todos los habi- verse a acariciarla, pero enseguida tomó
tantes del jardín se concentraron bajo la la iniciativa.
falda remangada que destilaba comida. En un segundo, la lagartija subió como
¿Y Lisa? ¿Le habría pasado algo? un rayo por la escalera de su falda has-
Pues no. Estaba allí, vivita y coleando ta su hombro y le rozó la mejilla con la
como siempre. Yaiza la descubrió a su es- cola. Con la misma rapidez con que había
palda. Miró por el rabillo del ojo y se dio subido, bajó por su brazo y se paró en el
cuenta de que la seguía. muro junto a su mano, con aquella pos-
¡Qué emoción! Actuaba como un mi- tura suya que parecía indicar: «¡Ea, lo he
núsculo perrillo siguiendo a su amo. conseguido! ¡No tengo miedo!».
Yaiza se había quedado boquiabierta, y
antes de que pudiera reaccionar, Lisa dio
media vuelta y desapareció por una ren-
dija.

Aquella noche la niña contó a sus abue-


70 los:
—Hoy he llamado a Lisa y ella ha sa-
lido de su escondite para saludarme. Me
ha seguido por todo el jardín y...
¡Qué imaginación tiene esta niña!
—la interrumpió la abuela—. Anda: come,
que se te enfría el puré.
Yaiza se calló y guardó el final de su
historia para contárselo a sus padres.
«Después de seguirme, la muy mimosa
trepó hasta mi hombro y me besó».
Vuelven los padres de Yaiza Más tarde siguieron los saludos a los
abuelos y, enseguida, salieron del edificio
para dirigirse a casa.
— ¡Ah, por fin...! ¡Dios mío! No veía
la hora de volver —dijo el padre, al-
zando los brazos en señal de agradeci-
72 Los padres llegaron en un avión de la ma- miento.
ñana. —¿Sabes qué comida ha hecho hoy la
Yaiza se pegaba ansiosa a la barandi- abuela? Sancocho, tu favorita, y de pos-
lla de protección en la puerta de salida de tre, quesadillas. A ver si engordas un po-
pasajeros. quito...
—¡Mamá! ¡Papá! —gritó agitando En un santiamén, entre sonrisas de fe-
enérgicamente los brazos para que la licidad, se encontraron bajando las male-
localizaran. tas del coche e instalándose en la casa de
—¡Mi niña! —exclamaron ellos a dúo los abuelos.
en cuanto descubrieron su cara asomando —Nos quedamos aquí hasta que em-
por la barandilla. piecen las clases —dijo el padre.
Y en unos segundos se fundieron en —¡De acuerdo! —contestó la madre
un abrazo. ante el regocijo de todos.
Lo primero que hizo el cabeza de fami- Al poco, Lisa asomó bajo las dalias.
lia fue dar gracias a Dios por su curación. Se acercó despacio, como temerosa de la
Lo segundo, escuchar a su hija para recu- sombra grande que acompañaba a su ami-
perarse de tantos días de silencio. ga; se comió el trocito de manzana que la
—Yen! Te voy a presentar a Lisa —le niña guardaba en su mano y, sin esperar
dijo Yaiza, llevándolo de la mano al jardín. una caricia, se perdió en la espesura.
74 Prepararon el caminito con los trozos —¿Has visto, papá? ¡He conseguido 75
de manzana, las migas de pan y la lechu- amaestrar a una lagartija! Fíjate lo lista
ga, y se sentaron en el borde del muro. que es... ¿Te acuerdas de cuando tiraba
—¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh! —dijo piedras a los lagartos? ¡Ahora ya no me
Yaiza. dan miedo! Cuando sea mayor, voy a es-
¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh! —repi- tudiar biología...
tió su padre. El padre, emocionado, la abrazó sin
—Tendremos que esperar un poco por- palabras.
que ella asoma solo cuando quiere —ex-
plicó la niña.
—¡Eh, eh! —repitieron a coro.
—¡Tú cállate, papá! ¡Quédate como
una estatua para que no se asuste!

..1
Días de fiesta y playa De vez en cuando asistían juntos a una
fiesta, compartiendo la alegría popular.
El primer fin de semana celebraron las
Fiestas del Pino en la villa de Teror.
Todos los miembros de la familia vis-
tieron sus trajes típicos y se unieron a la
76 Tenían que aprovechar los últimos días ofrenda a la Virgen con los productos de
de las vacaciones. Cada día iban a una su huerta.
playa diferente: Maspalomas, Arguine- Días después, fueron a la Fiesta del
guín, Arinaga, Las Canteras... Charco, la celebración festiva más anti-
Poco a poco, el sol doraba la piel de Yaiza. gua de las islas.
—¿fe das cuenta, mamá? He crecido Cuentan que al final de la cosecha, los
mucho este verano: ya casi no me sirven guanches se reunían en torno al gran
los vestidos. Mira el color que tienen mis charco costero de La Aldea para celebrar
brazos, como si me hubiesen pintado con un concurso de pesca y una comida colec-
gofio. tiva. Muchos siglos después, la tradición
Y toda la familia se imaginó a Yaiza re- continúa: los canarios siguen compitien-
bozada en harina de maíz y rio el comen- do en el mismo lugar con cestas de mim-
tario. bre y el esfuerzo de sus manos.
Los padres y el abuelo de Yaiza rebus- Calima
caron en los viejos baúles de la casa y se
vistieron con ropas cómodas para pescar
dentro del charco.
¿Y tú, abuela?
—¡Este año no pienso cruzar la raya!
78 Me voy a quedar contigo en tierra, miran- Soplaba el viento cálido del desierto y la 79
do cómo pescan y se embarran los demás. calima borraba el mar. La casa amaneció
Después de la pesca y de un refrescan- en medio de un agobio sofocante.
te baño en la playa, celebraron una comi- A media mañana la niebla polvorienta
da colectiva donde todos los asistentes escondió la finca entre las borrosas copas
fueron invitados de honor. de los árboles.
Yaiza volvió a casa agotada y se durmió Después de tres días con sus noches, la
en un suspiro. Sus padres la miraban or- semioscuridad silenciosa desapareció y la
gullosos. Presentían que pronto cruzaría brisa dibujó de nuevo el paisaje, despertan-
la raya, pescaría con ellos en el charco y do a los adormilados habitantes de la finca.
Mantendría viva, también ella, la memo- —¿Adónde se ha ido el siroco? —pre-
ria de la tradición. guntó Yaiza, a la que el polvo todavía le
hacía estornudar.
—Que vaya donde quiera; pero que bía pintado de color pajizo... No, ella te-
nos deje en paz —contestó el abuelo—. nía que estar entre colores, en la alegría
¿Has visto cómo está la finca? —pregun- del verde... ¡Con lo presumida que era! ¡Sí!
tó asomándose a la ventana para obser- Seguro que estaba entre los berodes, que
var la palidez del paisaje. eran los únicos que seguían florecidos.
—¿Y Lisa? ¿Cómo estará mi Lisa? —La Le bastó echar una mirada al berodal
8o niña salió al jardín para llamar a su la- para saber que aquel era el lugar ideal para 81
gartija—. ¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh! Lisa. Sus grandes flores se convertían en
Repetía sus llamadas mientras iba di- sombrillas de colores para todos los que
seminando un reguero de migas recogi- se refugiaban bajo sus sombras.
das en el desayuno. Y en unos minutos le Entonces, la llamó:
siguió un hervidero de sonidos. —¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh!
—Han salido todos los animales del El crujido de las hojas la llevó hasta
huerto menos Lisa, ¿dónde estará? la flor en donde se protegía Lisa. Estaba
Yaiza tenía muy claro que su lagarti- como siempre: moviendo su cabeza, alti-
ja aparecía cuando quería y que siempre va, distante.
-estaba sola, acicalándose en cualquier Cercana a ella, Yaiza descubrió a otra
flor..., pero ¿qué flor? Si el siroco había lagartija más pequeña e igualmente her-
desmochado todas las plantas y las ha- mosa, que parecía ser su amiga. Observó
un rato y las vio comunicándose. Yaiza si fueran dos hembras? ¿O dos machos?
imaginó su conversación: ¡Bah! ¿Qué más da el sexo que tengan? Lo
importante es la amistad que hay entre
—¿Quieres correr conmigo? ellas».
—Sí, corramos. Así, convencida de sus razonamientos,
—¿Te subes al berodal? volvió a la casa con una sonrisa de satis-
82 —Ahora mismo me subo contigo. facción.
83
—¿Nos bajamos?
—Pues bajémonos.
—¿Adónde vas?
—¡A donde vayas tú!

De pronto, a la niña le asaltó una duda.


«¿Y si Lisa fuera macho? —Las ideas
iban y venían en su cabeza, pugnando
por salir—. ¡No, no puede ser! Con lo pre-
sumida que es... Pero también un macho
puede ser presumido. Si hay hombres
presumidos y mujeres presumidas... ¿Y
1
Despedida —¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh!
—¡Eh, eh, lagartijilla! ¡Eh, eh!
—¿Dónde estará? ¿Sabes que tiene no-
vio... o novia? Tal vez, por eso, se olvide
de mí...
—¿Cómo se va a olvidar? Lo que ha
86 Faltaban unos días para que comenzaran aprendido estos días contigo lo guarda- 87
las clases. Apenada, la madre de la niña rá en el ordenador de su cabeza y se lo
le comentó: transmitirá a sus crías.
—El trabajo nos espera, mañana tene- Y siguieron buscando entre la bulla
mos que volver a casa. que formaban los insectos alados.
—¿No podemos esperar unos días Estaban a punto de marcharse cuando
más, mamá? la vieron aparecer.
—No, no podemos. Tienes que pre- Se movía muy despacio: pasito a pa-
parar tus cosas. sito, como presintiendo la despedida.
—Papá, ¿me acompañas a despedirme Se acercó a la mano extendida de la
dé Lisa? niña, sin atreverse a subir, y, cuando
Cogidos de la mano, bajaron al jardín y le pareció, se fue culebreando hacia las
comenzaron a llamar a Lisa: matas.
Ya cuando se marchaban, vieron por
última vez a Lisa paseando con su pareja
por los muros del huerto.
El verano se despedía sin aspavientos
sobre las copas de los almendros.
Pronto, el otoño ventoso desnudaría el
88 jardín y el invierno lluvioso lo manten-
dría dormido.
—¡No estés triste, hija! —la animaba
su padre—. Volveremos en las vacaciones
de primavera, cuando la luz haya pintado
el paisaje de colores.
Las palabras de su padre devolvieron
la ilusión al rostro de la niña, que con-
testó:
—Sí, papá, entonces volveré a ver a
Lisa en la ventana... Y ya estoy planean-
do la mejor manera de amaestrar a una
familia de lagartijas.
Pepa Aurora
Autora

Josefa Aurora Rodríguez Silvera nació


en Agüimes, Gran Canaria. Es maestra
y posee estudios de Filología Hispánica
e idiomas. Escritora y narradora, lleva
aproximando el cuento y la poesía a los
niños desde hace más de treinta años.
Desde 1990, fecha en la que se incorpo-
ró al grupo de narradores orales hispa-
noamericanos, ofrece sus historias por
las islas, colegios, casas de cultura y en
festivales de Hispanoamérica. Ha traba-
jado en miles de actividades relacionadas
con la literatura infantil y en diferentes
proyectos pedagógicos, recibiendo nu-
merosos premios por su trabajo, como
el Premio Chamán, el máximo galardón
que concede la Cátedra Iberoamericana
de Narración Oral como mejor narradora
Aquí acaba este libro
oral para niños. escrito, ilustrado, diseñado, editado, impreso
por personas que aman los libros.
Aquí acaba este libro que tú has leído,
el libro que ya eres.

También podría gustarte